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Anne Rice - El Mesias 01 El Niño Judio.pdf

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  • Ttulo original: Christ the Lord: Out of EgyptTraduccin: Luis Murillo Fort1 edicin: septiembre 2006 2005 by Anne O'Brien Rice Ediciones B, S. A., 2006Bailen, 84 08009 Barcelona (Espaa)www. edicionesb. comPrinted in SpainISBN: 8466630031ISBN 13: 9788466630030Depsito legal: B. 32.8252006Impreso por LIBERDPLEX, S.L.U.Ctra. BV 2249 Km. 7,4 Polgono Torrentfondo08791 Sant Llorenc d'Hortons (Barcelona)

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, quedarigurosamente prohibida, sin autorizacin escrita de los titulares del copyright, lareproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico, as como la distribucin deejemplares mediante alquiler o prstamo pblicos.

  • Para Christopher

  • Cuando Israel sali de Egipto,la casa de Jacob de un pueblo extrao,

    fue Jud su santuario,Israel sus dominios.

    El mar lo vio y se apart,el Jordn se torn atrs,

    las montaas saltaron cual carneros,como corderos las colinas.

    Qu tienes, mar, para apartarte,y t, Jordn, para volverte atrs,

    las montaas para saltar como carneros,o como corderos, vosotras las colinas?

    Tiembla, tierra, a la vista del Seor, a la presencia del Dios de Jacob, el que convierte laroca en estanque, el pedernal en una fuente de agua.

    Salmo 114

  • 1Yo tena siete aos. Qu sabe uno cuando tiene siete aos? Todo esetiempo, pensaba, habamos vivido en la ciudad de Alejandra, en la calle de losCarpinteros, con otros galileos como nosotros, y tarde o temprano volveramosa casa.

    Era mediada la tarde. Estbamos jugando, mi pandilla contra la suya, ycuando l se lanz sobre m, bravucn como era, ms corpulento que yo,hacindome perder el equilibrio, le grit:

    Nunca conseguirs lo que quieres!En ese momento sent que la fuerza sala de m. El se desplom en el suelo

    arenoso y todos hicieron corro a su alrededor. El sol pegaba fuerte y el pechome suba y bajaba de la agitacin. Contempl a mi rival. Estaba tan plido yquieto...

    Alarmados, todos retrocedieron un paso. En la calle no se oy otra cosa quelos martillos de los carpinteros. Yo nunca haba odo tanta quietud.

    Est muerto! dijo por fin el pequeo Josas, y al instante todoscorearon:

    Est muerto! Est muerto!Supe que era verdad. El chico yaca en el polvo, inerte. Y yo me senta vaco.

    La fuerza se lo haba llevado todo, me haba dejado vaco.La madre del chico sali de su casa y lanz un grito que pronto se convirti

    en alarido. Empezaron a acudir mujeres de todas partes.Mi madre me agarr rpidamente y ech a correr calle abajo. Entramos en

    nuestro patio y nos metimos en la penumbra de la casa. Todos mis primos nosrodearon. Santiago, mi hermano mayor, corri la cortina, dio la espalda a la luzy con voz temerosa dijo:Ha sido l. Jess lo ha matado.

  • No digas eso! salt mi madre, y me abraz con tanta fuerza que casime cort la respiracin.

    Jos el Grande se despert.Jos el Grande era mi padre porque estaba casado con mi madre, pero yo

    nunca lo llamaba padre. Me haban enseado a llamarle Jos. Yo ignoraba larazn.

    Estaba haciendo la siesta en la estera. Habamos trabajado todo el da encasa de Filo, y Jos y el resto de los hombres se haban echado a dormir en lahora de ms calor. Se puso en pie.

    Qu es todo ese gritero? pregunt. Qu ha sucedido?Mir a Santiago, el mayor de sus hijos. Lo haba tenido con una esposa que

    haba muerto antes de que Jos desposara a mi madre.Santiago lo dijo otra vez:Jess ha matado a Eleazar. Jess lo maldijo y el otro cay muerto.Jos me mir con cara inexpresiva y adormilada. En la calle los gritos iban

    en aumento. Se acarici su espeso pelo rizado.Mis primos pequeos empezaron a entrar por la puerta, uno detrs de otro.

    Mi madre temblaba de nervios. No puede ser dijo. Jess nunca hara unacosa as.

    Yo lo vi insisti Santiago. Y tambin vi cuando hizo unos gorrionescon arcilla. El maestro le dijo que no hiciera esas cosas en el sabbat. Pero Jessmir los pjaros de barro y se convirtieron en pjaros de verdad. Echaron avolar. Y ahora ha matado a Eleazar, madre. Yo lo vi.

    Mis primos eran como un crculo de rostros blancos en la oscuridad: elpequeo Josas, Judas, el pequeo Simen y la pequea Salom. Observabannerviosos, temiendo que los hicieran salir. Salom tena mi edad y era la msquerida de todos mis primos y primas. Era como mi hermana.

    Entonces entr el hermano de mi madre, Cleofs, el ms locuaz de lafamilia, y padre de todos estos primos salvo de Silas, que lleg a continuaciny era mayor que Santiago. Silas fue hacia un rincn, y enseguida entr suhermano Lev; los dos queran ver qu estaba pasando.

    Jos, ah fuera estn todos dijo Cleofs. Jonatan, hijo de Zakai, y sushermanos dicen que Jess ha matado a su muchacho. Pero es porque tienenenvidia de que hayamos conseguido ese encargo en casa de Filo, y de queconsiguiramos el otro encargo anterior, y de los encargos y ms encargos quenos harn. Ellos creen que hacen las cosas mejor que nosotros...

    Pero el chico ha muerto? Pregunt Jos. O vive todava?Salom se acerc y me dijo al odo: Haz que viva, Jess, como hiciste que vivieran aquellos pjaros!El pequeo Simen se rea, demasiado cro para entender lo que estaba

    pasando. El pequeo Judas lo saba, pero guardaba silencio.

  • Basta dijo Santiago, el pequeo mandams de los nios. Salom,calla.

    O los gritos en la calle. Y tambin otros ruidos. Lanzaban piedras contranuestra casa. Mi madre rompi a llorar.

    No hagis eso! grit mi to Cleofs, y sali con vehemencia por lapuerta. Jos le sigui.

    Me zaf de los brazos de mi madre y ech a correr, adelant a mi to y aJos y fui hacia la multitud, que agitaba los puos y no cesaba de proferirgritos. Tan rpido corr que ni siquiera repararon en m. Como un pez en elagua, zigzague entre la gente que gritaba y gritaba, hasta que llegu a casade Eleazar.

    Las mujeres estaban de espaldas a la puerta y no me vieron colarme en lahabitacin.

    Lo haban colocado sobre una estera en la oscura estancia. Su madre estabaall, sollozando, apoyada en su hermana.

    Slo haba una lmpara que apenas daba luz.Eleazar estaba plido, los brazos a los costados, la misma tnica sucia y las

    plantas de los pies ennegrecidas. Estaba muerto. Tena la boca entreabierta ylos dientes asomaban sobre el labio inferior.

    Entr el mdico griego (en realidad era judo), se arrodill, mir a Eleazar ymene la cabeza. Entonces me vio y dijo:

    Fuera.La madre se volvi, y al verme empez a gritar. Yo me inclin sobre l.Despierta, Eleazar orden. Despierta ahora mismo. Apoy la palma

    de la mano en su frente y la fuerza sali. Mis ojos se cerraron y me sentmareado. Entonces le o inspirar.

    Su madre se puso a gritar como una loca, los odos me zumbaban. Suhermana gritaba tambin; todas las mujeres gritaban.

    Ca de espaldas al suelo, exhausto. El mdico me observ con curiosidad.Me senta enfermo. La habitacin estaba ms oscura y haba entrado msgente.

    Eleazar volvi en s y, antes de que pudieran sujetarlo, se lanz sobre mdndome rodillazos y puetazos; me peg y atiz, me golpe la cabeza contrael suelo y me pate sin miramientos.

    Hijo de David! Hijo de David! gritaba furioso, mofndose de m.Hijo de David! Y me soltaba una patada en la cara o en las costillas, hastaque su padre logr agarrarlo por la cintura y lo levant en volandas.

    Me dola todo el cuerpo y apenas me llegaba el aire. Hijo de David! segua gritando Eleazar.Alguien me alz en vilo y me sac de la casa. Yo todava boqueaba de la

    paliza. Me pareci que la gente chillaba ms que antes, y alguien dijo que ya

  • vena el maestro. Mi to Cleofs le gritaba en griego a Jonatan, el padre deEleazar, y Jonatan le responda tambin a gritos, mientras Eleazar seguaincrepndome: Hijo de David!

    Jos me llevaba en brazos, pero la muchedumbre no lo dejaba avanzar.Cleofs empuj al padre de Eleazar, quien a su vez trat de darle un puetazo,pero otros hombres los contuvieron. A lo lejos, Eleazar segua gritando.

    Y entonces el maestro declar:Este chico no est muerto (cllate, Eleazar). Quin ha dicho que estaba

    muerto? (Eleazar, deja de gritar de una vez!) A quin se le ha ocurrido que elnio estaba muerto?

    l le ha devuelto la vida dijo uno del grupo.Estbamos en nuestro patio, pues la multitud nos haba seguido y entrado

    detrs de nosotros, los familiares de Eleazar gritndose entre s y el maestropidiendo calma.

    Tambin haban llegado mis tos Alfeo y Simn. Eran hermanos de Jos yacababan de despertarse. Trataban de contener a la gente con ademanes ygestos fieros.

    Mis tas Salom, Esther y Mara estaban all tambin, con todos los primoscorreteando por en medio como si fuera una fiesta, salvo Silas, Lev y Santiago,que estaban con los mayores.

    Luego ya no vi nada ms.Mi madre me llev en brazos a la oscura habitacin principal. Ta Esther y

    ta Salom la rodeaban. La gente continuaba lanzando piedras contra la casa. Elmaestro alz la voz, en griego.

    Tienes sangre en la cara! Susurr mi madre entre sollozos. Tu ojosangra y tienes cortes en la cara. Mira cmo te han dejado. Hablaba enarameo, que era nuestra lengua pese a que no la utilizbamos mucho.

    No me duele dije, queriendo demostrar que no me importaba.Mis primos aparecieron presas de la agitacin y me rodearon. Salom me

    sonri como diciendo que ella ya saba que poda devolverle la vida a Eleazar.Yo le apret la mano.

    Pero all estaba Santiago con su severa mirada.El maestro entr de espaldas en la habitacin con las manos en alto.

    Alguien apart la cortina y la luz lo inund todo. Irrumpieron Jos y sushermanos. Y luego Cleofs. Tuvimos que movernos para hacer sitio a tantagente.

    Estis hablando de Jos, Cleofs y Alfeo, qu es eso de querer echarlos!Dijo el maestro a la multitud. Llevan entre nosotros ms de siete aos!

    La airada familia de Eleazar se asom a la estancia. De hecho, el padrelogr entrar.

  • Siete aos, por eso mismo, que vuelvan todos a Galilea! grit. Sieteaos es demasiado tiempo! Ese chico est posedo por el demonio! Juro quemi hijo estaba muerto!

    Te lamentas de que ahora est vivo? Qu es lo que te pasa! le espetCleofs.

    Hablas como un loco! agreg Alfeo.Y as siguieron durante largo rato, entre gritos y amenazas, mientras las

    mujeres asentan y se lanzaban miradas, y ms gente iba sumndose a ladiscusin.

    Ah, cmo es posible que digis estas cosas! Exclam el maestro comosi estuviera en la Casa de Estudio.Jess y Santiago son mis mejores alumnos.Y estos hombres son vecinos vuestros. Qu ha pasado para que os pongis ensu contra? Od las barbaridades que decs!

    S, tus alumnos, tus alumnos! Exclam el padre de Eleazar. Peronosotros tenemos que vivir y trabajar. La vida es algo ms que ser alumno!

    Mi madre se apret contra la pared, ya que el gento iba en aumento. Yoquera escapar de sus brazos, pero no poda. Ella tena mucho miedo.

    S, trabajar, eso es dijo mi to Cleofs, y quin eres t para decir queno podemos vivir aqu? Queris echarnos, s, pero slo porque a nosotros nosconfan ms trabajo, porque somos mejores y porque damos a la gente lo quela gente quiere...

    De pronto Jos adelant las manos y rugi: Silencio!Y todos callaron. Todo aquel populacho enmudeci.Jos nunca haba alzado la voz. El Seor cre la vergenza para una discusin como sta! dijo.

    Deshonris mi casa.Nadie abri la boca, todos los ojos pendientes de l. Incluso el propio

    Eleazar estaba all y lo miraba. Tampoco el maestro habl.Ahora Eleazar est vivo dijo Jos. Y resulta que nosotros volvemos a

    Galilea.Silencio.Partiremos para Tierra Santa tan pronto terminemos los trabajos que

    tenemos pendientes aqu. Os diremos adis, y si nos encargan algn nuevotrabajo mientras hacemos los preparativos, os lo pasaremos a vosotros.

    El padre de Eleazar estir el cuello, asinti con la cabeza y separ lasmanos. Tras encogerse de hombros, hizo una ligera reverencia y se volvi paramarcharse. Sus hombres lo imitaron. Eleazar me lanz una ltima mirada, yluego se marcharon todos.

    La muchedumbre abandon nuestro patio, y mi ta Mara, la egipcia, queera la esposa de Cleofs, entr y corri a medias la cortina.

  • Slo quedamos los de nuestra familia. Y el maestro, que no estaba nadacontento. Mir ceudo a Jos.

    Mi madre se enjug los ojos y me mir a la cara, pero entonces el maestrose puso a hablar. Ella me abraz y not que las manos le temblaban.

    Os marchis a casa? Dijo el maestro. Y os llevis a mis alumnos? Ami buen Jess? Y qu esperis encontrar all, si puede saberse? La tierra de laleche y la miel?

    Te burlas de nuestros antepasados? repuso Cleofs. O te burlas del Altsimo? dijo Alfeo, cuyo griego era tan bueno como

    el del maestro.No me burlo de nadie dijo ste, mirndome, pero me desconcierta

    que decidis abandonar Egipto por una simple trifulca.Eso no tiene nada que ver dijo Jos.Entonces, por qu? Jess est progresando mucho aqu. Filo est muy

    impresionado con sus avances, y Santiago es una maravilla, y...S, y esto no es Israel, verdad? Repuso Cleofs. No es nuestro hogar.Exacto, y t les ests enseando griego, las Sagradas Escrituras en

    griego! Dijo Alfeo. Y nosotros en casa tenemos que ensearles hebreoporque t no sabes nada de hebreo, y eso que eres el maestro. Y la Casa deEstudio no es ms que eso, griego, y t lo llamas la Tora, y Filo, s, el gran Filo,nos encarga trabajo, lo mismo que sus amigos, y todo eso est muy bien yestamos muy agradecidos, s, pero l tambin habla griego y lee las Escriturasen griego, y le maravilla lo que estos chicos llegan a saber de griego...

    Todo el mundo habla en griego ahora dijo el maestro. Los judos detodas las ciudades del Imperio hablan griego y leen las Escrituras en griego...

    Jerusaln no habla griego! replic Alfeo.En Galilea leemos las Escrituras en hebreo observ Cleofs.

    Entiendes t algo de hebreo? Y te haces llamar Maestro!Oh, estoy cansado de vuestros ataques, no s por qu os aguanto.

    Adonde pensis llevar a vuestros chicos, a una sucia aldea? Porque si os vaisde Alejandra iris a un sitio as.

    En efecto dijo Cleofs, y no es ninguna sucia aldea, sino la casa de mipadre. Sabes alguna palabra de hebreo? insisti. Y pas a salmodiar enhebreo el salmo que tanto le gustaba y que nos haba enseado: El Seorguarde mis idas y venidas, a partir de ahora y para siempre. Y aadi:Bien, sabes qu significa eso?

    Como si t lo supieras! Le espet el maestro. Me gustara or tuexplicacin. T slo sabes lo que os explic el escriba de vuestra sinagoga,nada ms, y si has aprendido suficiente griego aqu como para insultarme agritos, mejor que mejor. Qu sabe cualquiera de vosotros, judos cabezotas

  • de Galilea? Vinisteis a Egipto buscando refugio, y os vais tan cabezotas comollegasteis.

    Mi madre estaba nerviosa.El maestro me mir.Y llevarse a este nio, a este nio tan sabio... Y qu propones que hagamos? replic Alfeo. Oh, no! No preguntes tal cosa susurr mi madre. Slo en muy

    contadas ocasiones ella tomaba la palabra.Jos la mir de reojo antes de mirar al maestro.Siempre pasa igual continu ste con un sonoro suspiro. En tiempos

    de dificultades, vens a Egipto, s, siempre a Egipto. Egipto acoge a las hecesde Palestina...

    Las heces! Exclam Cleofs. Llamas heces a nuestros antepasados?Ellos tampoco hablaban griego dijo Alfeo.Cleofs ri:Y el Seor no habl griego en el monte Sina.Mi to Simn intervino con voz queda:Y el sumo sacerdote de Jerusaln, cuando impone sus manos sobre el

    carnero, seguramente se olvida de enumerar nuestros pecados en griego.Todos se echaron a rer. Los mayores y ta Mara. Pero mi madre continuaba

    llorando. Tuve que quedarme a su lado.Hasta Jos sonrea.El maestro, enojado, prosigui:... si hay hambruna vens a Egipto, si no hay trabajo vens a Egipto, si a

    Herodes le da la vena asesina vens a Egipto, como si al rey Herodes leimportara algo el destino de un puado de judos galileos como vosotros! Lavena asesina! Como si...

    Basta ya dijo Jos.El maestro call.Todos los hombres lo miraron. Nadie dijo una palabra ni se movi.Qu haba pasado? Qu haba dicho el maestro? La vena asesina. Haban

    sido sas sus palabras?Hasta el propio Santiago tena la misma expresin que los mayores.Oh, pensis que la gente no habla de estas cosas? Pregunt el

    maestro. Como si yo creyera esas patraas.Nadie dijo nada.Luego, en voz baja, Jos tom la palabra.El Seor cre la paciencia para esto, pero la ma se ha agotado. Volvemos

    a casa precisamente porque es nuestro hogar dijo mirando al maestro, yporque es la tierra del Seor. Y porque Herodes ha muerto.

  • El maestro se qued de piedra. Todo el mundo mostr su perplejidad,incluso mi madre. Las mujeres se miraron entre s.

    Todos los nios sabamos que Herodes era el rey de Tierra Santa y unhombre malo. Haca poco tiempo haba hecho algo terrible, haba profanado elTemplo de Jerusaln, o eso omos comentar a los hombres.

    El maestro miraba ceudo a Jos.No est bien decir una cosa as lo reprendi. No puedes decir esas

    cosas del rey.Est muerto insisti Jos. La noticia llegar dentro de dos das en el

    correo de Roma.El maestro no supo qu cara poner. Todos los dems guardaron silencio,

    las miradas fijas en Jos. Y cmo lo sabes? pregunt el maestro.No hubo respuesta.Tardaremos un poco en preparar el viaje dijo Jos al cabo. Hasta

    entonces, los chicos tendrn que trabajar con nosotros. Me temo que demomento se ha acabado la escuela para ellos.

    Y qu pensar Filo cuando se entere de que os llevis a Jess? pregunt el maestro.

    Qu tiene que ver Filo con mi hijo? terci mi madre, asombrando atodos los presentes.

    Sigui un nuevo silencio.Supe que no era un momento fcil.Tiempo atrs el maestro me haba llevado a presencia de Filo, un rico

    erudito, para presentarme como alumno ejemplar. Filo se haba encariadoconmigo e incluso me llev a la Gran Sinagoga tan grande y tan hermosacomo los templos paganos de la ciudad, donde los judos ricos secongregaban con ocasin del sabbat, un lugar al que mi familia nunca iba.Nosotros bamos a la pequea Casa de Oracin que haba en nuestra mismacalle.

    Fue a raz de aquellas visitas que Filo nos encarg trabajo: hacer puertas ybancos de madera y unas estanteras para su nueva biblioteca, y al pocotiempo sus amigos empezaron a encargar trabajos similares a nuestra familia,cosa que supuso buenos estipendios.

    Filo me haba tratado como a un invitado cuando me llevaron a conocerlo. Eincluso cuando hubimos montado las puertas en sus pivotes y llevado losbancos recin pintados, Filo haba pasado un rato hablando con nosotros yhaciendo comentarios elogiosos sobre m a Jos.

    Pero hablar de esto ahora?, de que Filo me haba tomado cario? No era elmomento. Los hombres miraban inquietos al maestro. Haban trabajado duropara Filo y sus amistades.

  • El maestro no respondi a mi madre.Jos dijo: A Filo le sorprender que me lleve a mi hijo conmigo a Nazaret? Nazaret? Dijo el maestro con frialdad. Qu es eso? Nunca he odo

    hablar de Nazaret. Vosotros vinisteis de Beln. Aquella horrible historia... Filoopina que Jess es el alumno ms prometedor que ha tenido nunca; si se lopermitieras, l educara a tu hijo. Eso es lo que Filo tiene que ver con tu hijo, lmismo se ofreci a encargarse de su educacin...

    Filo no tiene nada que ver con nuestro hijo repiti mi madre,sorprendiendo de nuevo a todos al tomar la palabra, mientras sus manos mesujetaban con fuerza por los hombros.

    Adis a aquella casa con suelos de mrmol. Adis a aquella bibliotecarepleta de pergaminos y al olor a tinta. El griego es la lengua del Imperio.Ves esto? Es un mapa del Imperio. Sostenlo por ese extremo. Mira. Romagobierna en toda esta extensin. Aqu est Roma, aqu Alejandra, ahJerusaln. Mira, ah tienes Antioquia, Damasco, Corinto, feso, todas grandesciudades donde viven judos que hablan griego y tienen la Tora en griego. Peroaparte de Roma no hay ciudad ms grande que Alejandra, donde nosencontramos ahora.

    Volv al presente. Santiago me estaba mirando y el maestro me hablaba.... pero a ti te cae bien Filo, no es as? Te gusta responder a sus

    preguntas. Te gusta su biblioteca.El se queda con nosotros dijo Jos con calma. No ir a ver a Filo.El maestro continu mirndome fijamente. Aquello no era justo. Jess, habla! dijo. T quieres que te eduque Filo, verdad?Seor, yo har lo que mis padres decidan respond y me encog de

    hombros. Qu ms poda decir?El maestro levant las manos al cielo, mene la cabeza y finalmente dijo: Cundo partiris?Tan pronto podamos respondi Jos. Tenemos trabajo que terminar.Quiero comunicar a Filo que Jess se marchadijo el maestro, y se

    dispuso a marchar, pero Jos aadi:Las cosas nos han ido bien en Egipto. Sac unas monedas y se las

    entreg. Te agradezco que hayas enseado a mis hijos.S, claro, y ahora te los llevas a... cmo has dicho que se llama...? Jos,

    en Alejandra viven ms judos de los que hay en Jerusaln.Es posible, maestro dijo Cleofs, pero el Seor mora en el Templo de

    Jerusaln, y su tierra es la Tierra Santa.Todos los hombres asintieron en seal de aprobacin, y las mujeres

    asintieron tambin, lo mismo que yo y Salom y Judas y Josas y Simen.El maestro no pudo menos que asentir con la cabeza.

  • Y si terminamos pronto el trabajo dijo Jos con un suspiro podremosllegar a Jerusaln antes de la Pascua juda.

    Todos lanzamos vtores al orlo. Era estupendo. Jerusaln. La Pascua.Salom bati palmas y hasta el propio Cleofs sonri.

    El maestro inclin la cabeza, se llev dos dedos a los labios y nos dio subendicin:

    Que el Seor os acompae en vuestro viaje. Y que lleguis sanos y salvosa vuestra casa.

    Luego parti.De golpe, toda la familia empez a hablar la lengua materna por primera

    vez en toda la tarde.Mi madre se dispuso a curarme los cortes y las magulladuras.Oh, han desaparecido susurr al examinarme. Ests curado.Slo eran magulladuras dije. Estaba contentsimo de que volviramos a

    casa.

  • 2Aquella noche despus de cenar, mientras los hombres descansabantumbados en sus esteras en el patio, se present Filo.

    Se sent a tomar un vaso de vino con Jos, como si no le preocuparaensuciarse la ropa blanca que vesta, y cruz las piernas como hara cualquierhombre. Yo me sent al lado de Jos, confiando en escuchar lo que hablasen,pero mi madre me llev dentro.

    Se puso a escuchar detrs de la cortina y me dej hacerlo a m tambin. TaSalom y ta Esther se sumaron a nosotros.

    Filo quera que me quedara a fin de instruirme para despus volver a casaconvertido en un joven culto. Jos lo escuch en silencio y luego le dijo que no,que era mi padre y deba llevarme consigo a Nazaret, que eso era lo que tenaque hacer. Le dio las gracias por su ofrecimiento y le ofreci ms vino, yaadi que se ocupara de que yo recibiera una buena educacin de judo.

    Olvida, seor dijo con su hablar pausado, que en el sabbat todos losjudos del mundo son filsofos y eruditos. Y otro tanto ocurre en la aldea deNazaret.

    Filo asinti y sonri.Ir a la escuela por las maanas, como todos los chicos prosigui

    Jos. Y debatiremos sobre la Ley y los profetas. E iremos a Jerusaln y all, enlas festividades, quiz podr escuchar a los maestros del Templo. Como yohice muchas veces.

    Entonces Filo, resignndose, le ofreci un regalo de despedida, un pequeobolso, pero Jos le agradeci el gesto y rehus.

  • Luego Filo descans un rato y habl de diversas cosas, de la ciudad y lostrabajos que haban hecho nuestros hombres, y del Imperio, y luego lepregunt a Jos cmo poda estar tan seguro de que el rey Herodes habamuerto.

    La noticia llegar con el correo romanorepiti Jos. Yo lo supe por unsueo, y eso significa que debemos volver a casa.

    Mis tos, que haban permanecido sentados en la oscuridad, dijeron queestaban de acuerdo y hablaron de lo mucho que despreciaban al rey.

    Las extraas palabras del maestro, cuando haba mencionado la venaasesina, vinieron a mi mente, pero los hombres no lo mencionaron.Finalmente, Filo se dispuso a partir.

    Ni siquiera se sacudi el polvo de sus finos ropajes al levantarse. Le dio lasgracias a Jos por el buen vino y nos dese lo mejor.

    Segu a Filo y lo acompa un trecho por la calle. Llevaba con l a dosesclavos que portaban antorchas, y yo nunca haba visto la calle de losCarpinteros tan iluminada a esas horas. Supe que la gente nos observabadesde los patios, donde descansaban a la brisa marina que corra al anochecer.

    Me dijo que no olvidara nunca Egipto ni el mapa del Imperio que me habaenseado.

    Pero por qu no vuelven todos los judos a Israel? le pregunt. Sisomos judos, no deberamos vivir en la tierra que el Seor nos dio? No loentiendo.

    Filo guard silencio, y al cabo dijo:Un judo puede vivir donde sea y ser judo. Tenemos la Tora, los profetas,

    la tradicin. Vivimos como judos all donde estemos. No llevamos acaso lapalabra de Nuestro Seor all donde vamos? No llevamos la Palabra a lospaganos dondequiera que vivamos? Si yo estoy aqu es porque mi padre, y supadre antes que l, vivan aqu. T vuelves a casa porque tu padre as loquiere.

    Mi padre.Sent un escalofro: Jos no era mi padre. Siempre lo haba sabido, pero no

    poda comentarlo con nadie, nunca. Tampoco lo hice en ese momento.Asent con la cabeza.No te olvides de mdijo Filo.Bes sus manos y l se inclin y me bes en ambas mejillas.Posiblemente le esperara una buena cena en su casa de suelos de mrmol

    y lmparas por todas partes y hermosas cortinas. Y habitaciones superiorescon vistas al mar.

    Se volvi una vez para decirme adis y luego desapareci con sus esclavosy sus antorchas.

  • Por un momento me sent profundamente triste, lo suficiente para saberque nunca olvidara esa dolorosa despedida. Pero estaba muy excitadopensando en el regreso a Tierra Santa.

    Me apresur a volver.Al llegar al patio, o llorar a mi madre. Estaba sentada al lado de Jos.Pero no s por qu no podemos instalarnos en Beln estaba diciendo.

    Es all donde deberamos ir. Beln, mi ciudad natal.Nuncarepuso Jos. Ni siquiera cabe como posibilidad. Siempre le

    hablaba con dulzura. Cmo se te ha ocurrido que podramos volver a Beln?Tena esta esperanza insisti ella. Han pasado siete aos y la gente

    olvida. Si alguna vez llegaran a comprender...Mi to Cleofs, que estaba tumbado de espaldas con las rodillas levantadas,

    se rea por lo bajo, como sola rerse de tantas cosas. To Alfeo no dijo nada;pareca estar contemplando las estrellas. Santiago miraba desde el umbral;quizs estaba escuchando.

    Piensa en todos los signos dijo mi madre. Recuerda aquella noche,cuando llegaron los hombres de Oriente. Slo por eso...

    Ya basta dijo Jos. Crees que lo habrn olvidado? Crees que habrnolvidado algo? No, no podemos volver a Beln.

    Cleofs ri de nuevo.Jos no le hizo caso y tampoco mi madre. El la rode con el brazo.Recordarn la estrella dijo, los pastores que bajaron de las colinas. Se

    acordarn de los hombres de Oriente. Pero sobre todo, se acordarn de lanoche en que...

    No lo digas, por favor. Mi madre se tap los odos con las manos. Porfavor, no digas esas palabras.

    Pero es que debemos llevarlo a Nazaret. Es la nica alternativa. Adems... Qu estrella? Qu hombres de Oriente? intervine, sin poder

    contenerme. Qu ocurri?Cleofs volvi a rer por lo bajo. Mi madre me mir, sorprendida. No saba

    que yo estaba all.No te preocupes por eso dijo. Pero qu ocurri en Beln? Jos me

    mir.Nuestra casa est en Nazaret me dijo mi madre con tono ms firme, el

    tono con que se habla a un nio. En Nazaret tienes muchsimos primos.Nuestros parientes Sara y el viejo Justus nos estarn esperando. Volvemos acasa. Se puso de pie y me indic que la siguiese.

    Sdijo Jos. Partiremos lo antes posible. Tardaremos unos das, perollegaremos a Jerusaln a tiempo para la Pascua y luego iremos a casa.

    Mi madre me tom de la mano para llevarme dentro.

  • Pero quines eran esos hombres de Oriente, mam? pregunt. Nopuedes decrmelo?

    Mi to no dejaba de soltar risitas socarronas.Pese a la oscuridad, capt la extraa expresin de Jos.Algn da te lo contar todo dijo mi madre. Ahora no lloraba. Volva a

    mostrarse fuerte por m, ya no era la nia que era con Jos. Por ahora nodebes preguntarme esas cosas. Te lo contar cuando llegue el momento.

    Haz caso a tu madre dijo Jos. No quiero que hagas ms preguntas,entendido?

    Eran amables, pero sus palabras sonaron directas y perentorias. Todoaquello me resultaba muy extrao.

    Si no hubiese intervenido en su conversacin quiz me habra enterado dems cosas. Intua que se trataba de algo muy secreto. Cmo no iba a serlo? Yen cuanto a que yo los hubiera odo, seguramente lo lamentaban.

    No quera dormirme. Estaba tumbado sobre mi manta, pero el sueo novena ni yo lo deseaba. Nunca quera dormir. Pero ahora mi mente era untorbellino, entre la perspectiva de volver a casa, meditar sobre los extraossucesos de ese da y, encima, esas cosas tan extraas que les haba odohablar.

    Qu haba pasado hoy? Lo ocurrido con Eleazar y el recuerdo de losgorriones, aun siendo muy vago, estaban en mi mente como formas brillantesque no lograba traducir en palabras. Nunca haba sentido nada parecido acuando not que la fuerza sala de m justo antes de que Eleazar cayeramuerto, ni despus, un instante antes de que se levantara de la estera y meagrediese. Hijo de David, hijo de David, hijo de David...

    Todos fueron entrando en la casa para dormir. Las mujeres se acomodaronen su rincn y Justus, el hijo pequeo de Simn, se acurruc pegado a m. Lapequea Salom canturreaba con voz queda a la recin nacida Esther, que,milagrosamente, estaba callada.

    Cleofs tosa, mascullaba para s y volva a dormirse.Una mano toc la ma. Abr los ojos. Era Santiago, mi hermano mayor.Pero qu has hecho susurr. Yo?Matar a Eleazar y luego resucitarlo.S. Y qu?No vuelvas a hacerlo nunca ms dijo.Ya lo s.Nazaret es un pueblo muy pequeo y las habladuras podran

    perjudicarnos. Lo sdije. Santiago dio media vuelta.Me puse de costado, apoyando la cabeza en un brazo, y cerr los ojos.

    Acarici el pelo de Justus. Sin despertarse, se arrim ms a m.

  • Qu saba yo?Jerusaln, en cuyo Templo mora el Seor musit. Nadie me oy.Filo me haba dicho que era el mayor templo del mundo. Visualic los

    gorriones que haba hecho con arcilla. Los vi cobrar vida, batir las alas, y o laexclamacin de mi madre y el grito de Jos: No!, y luego cmo los pjarosse perdan de vista como puntitos en el cielo.

    Jerusaln...Volv a ver a Eleazar levantndose de la estera.El da que me recibi en su casa, Filo haba dicho que el Templo era tan

    bello que la gente acuda a verlo por millares. Paganos y judos de todas lasciudades del Imperio, hombres y mujeres iban all a ofrecer sacrificios al Seorde Todos.

    Mis ojos se abrieron de golpe. Todos dorman.Qu significaba todo aquello? De dnde me vena aquella fuerza? Estaba

    todava ah? Jos no me haba dicho una sola palabra al respecto. Mi madretampoco me haba preguntado qu haba ocurrido con Eleazar. Llegamos ahablar alguna vez de los gorriones? No. Nadie quera hablar de estos asuntos.Y yo tampoco poda preguntar a nadie. Hablar de semejantes cosas fuera de lafamilia era imposible. Como tambin lo era que me quedara en la gran ciudadde Alejandra y estudiara con Filo en su casa de suelos de mrmol.

    A partir de ahora tendra que andar con mucho ojo, pues incluso en lascosas ms nimias yo poda hacer mal uso de lo que haba dentro de m, esafuerza capaz de causarle la muerte a Eleazar y devolverle luego la vida.

    Oh, por supuesto haba sido muy divertido ver sonrer a todos ante larapidez con que yo aprenda: Filo, el maestro, los otros nios. Y yo me sabamuchas cosas del libro sagrado, en griego y en hebreo, gracias a Jos, toCleofs y to Alfeo, pero esto era diferente.

    Ahora saba algo que escapaba a mi capacidad de definir con palabras.Me entraron ganas de despertar a Jos, de pedirle que me ayudara a

    comprender. Pero l me dira que no hiciera ms preguntas sobre esto ni sobrelo otro, lo que les haba odo hablar. Porque esta fuerza que albergaba en miinterior se encontraba de algn modo ligada a lo que ellos hablaban en elpatio, y a aquellas extraas palabras del maestro que haban provocado unsilencio general. Seguro que ambas cosas estaban relacionadas.

    Eso me entristeci tanto que me dieron ganas de llorar. Era culpa ma quetuviramos que irnos de all. Era culpa ma, y, aunque todos parecancontentos, yo me senta triste y culpable.

    Tendra que guardarme todas estas reflexiones, pero estaba decidido aaveriguar qu haba pasado en Beln. Lo averiguara como fuese, aun cuandotuviera que desobedecer a Jos.

  • Pero por ahora, cul era el mayor secreto en todo esto? Cul el meollo?No debo hacer mal uso de quien soy. Sent un escalofro y me qued inmvil.Me sent muy pequeo y me envolv en la manta. El sueo me sobrevino comosi un ngel me hubiera rozado.

    Mejor dormir, ya que todos dorman. Mejor dejarse llevar, ya que todos lohacan. Mejor confiar, ya que ellos confiaban... El sueo me venca y no pudeseguir pensando.

    Cleofs tosa otra vez. Iba a enfermar como le suceda a menudo. Y supeque sa iba a ser una noche de sufrimiento. O los estertores que le brotabandel pecho.

  • 3A los pocos das lleg al puerto la noticia de la muerte de Herodes. Galileosy judos no hablaban de otra cosa. Cmo lo haba sabido Jos? El maestro sepresent de nuevo, exigiendo una respuesta, pero Jos no revel nada.

    Nos cost mucho terminar las tareas que nos haban encomendado,acabando puertas, bancos y dinteles, y las piezas que an quedaban pordesbastar y pulir, antes de entregarlas a los pintores. Despus hubo querecoger las cosas que ya estaban pintadas y colocarlas en las casas de suspropietarios, lo cual me gustaba porque me recreaba viendo diferentes clasesde habitaciones y gente distinta, aunque siempre trabajbamos con la cabeza yla mirada gachas, por respeto, pero eso no me impeda ver y aprender cosasnuevas. Pero todo esto supona volver a casa al anochecer, cansado yhambriento.

    Era ms trabajo del quejose haba pensado, pero l no quera marcharse sindejar todos los pedidos completados, todas las promesas cumplidas. Mientrastanto, mi madre se ocup de informar de nuestro regreso a la vieja Sara y susprimos. Santiago se encarg de escribir el texto y juntos fuimos a llevar lascartas al mensajero. Los preparativos tenan a todo el mundo muy agitado.

    Las calles volvan a sernos propicias ahora que todo el mundo saba quenos marchbamos. Otras familias nos hacan regalos, cosas como pequeaslmparas de cermica, una vasija de barro, ropa de buen lino.

    Ya se haba decidido viajar por tierra (y prevista la compra de burros)cuando una noche to Cleofs se levant tosiendo y dijo:

  • Yo no quiero morir en el desierto. ltimamente estaba plido y flaco yya no trabajaba mucho con nosotros. Eso fue todo lo que dijo. Nadierespondi.

    De modo que hubo cambio de planes: viajaramos en barco. Nos saldracaro, pero Jos dijo que no importaba. Iramos al viejo puerto de Jamnia yarribaramos a Jerusaln a tiempo para la Pascua. A partir de entonces, Cleofsdurmi mejor.

    Lleg el momento de la partida. Vestidos con nuestra mejor ropa y calzado,salimos cargados de paquetes y dio la impresin de que la calle entera sala adespedirnos.

    Hubo lgrimas, y hasta Eleazar vino a saludarme; yo lo correspond.Tuvimos que abrirnos paso entre la mayor multitud que jams haba visto en elpuerto, mi madre preocupada de que no nos desperdigramos y yo llevando aSalom bien agarrada de la mano, mientras Santiago nos deca una y otra vezque nos mantuvisemos juntos. Los heraldos hacan sonar sus trompetasanunciando la partida de los barcos, hasta que lleg la hora del que zarpabapara Jamnia, y luego otro, y otro ms. Por todas partes la gente gritaba yagitaba las manos.

    Peregrinos dijo to Cleofs, riendo otra vez como antes de enfermar.El mundo entero va a Jerusaln.

    El mundo entero! Exclam la pequea Salom. Has odo eso? medijo. Re con ella.

    Avanzamos a empujones y codazos, aferrados a nuestros fardos, con loshombres mayores gesticulando y las mujeres vigilando que nadie del grupo seextraviase. Por fin, enfilamos la pasarela del barco, por encima de aquella aguaturbia.

    En mi vida haba conocido una experiencia como la de pisar la cubierta deun barco, y en cuanto nuestras cosas fueron apiladas y las mujeres se hubieronsentado encima, mirndose las unas a las otras con el velo puesto, y Santiagonos hubo mirado con una expresin de seria advertencia, Salom y yo corrimoshacia la borda y a duras penas nos metimos entre las piernas de la gente paracontemplar el puerto y la gente que atiborraba el muelle, vociferando,empujndose y agitando los brazos.

    Vimos cmo recogan la pasarela y las amarras. El ltimo tripulante salt abordo, y el agua se ensanch entre el barco y el muelle hasta que, de pronto,notamos una sacudida y todos los pasajeros lanzaron un grito mientrasponamos proa a mar abierto. Yo estrech a la pequea Salom y nos remosdel puro placer de notar el barco movindose bajo nuestros pies.

    Saludamos y gritamos a personas que ni siquiera conocamos, y la gentenos salud a su vez. El buen humor de todos era palpable.

  • Por un momento pens que la ciudad desaparecera tras los barcos y susmstiles, pero cuanto ms nos alejbamos, ms se apreciaba Alejandra, la veacomo jams la haba visto. Una sombra cruz mi nimo y, de no ser por lafelicidad de la pequea Salom, quiz no me habra sentido tan dichoso.

    El olor del mar se volvi limpio y maravilloso y el viento arreci, agitandonuestros cabellos y refrescando nuestros rostros. Estbamos alejndonos deEgipto y me entraron ganas de llorar como un cro.

    Entonces o que nos gritaban que mirsemos el Gran Faro, como sifusemos tan tontos que no lo advirtisemos erguido a nuestra izquierda.

    Desde tierra firme yo haba contemplado muchas veces el mar y el GranFaro, pero qu era eso comparado con verlo ahora frente a m?

    La gente lo sealaba y Salom y yo lo apreciamos en toda su grandeza. Selevantaba sobre su islote como una enorme antorcha apuntando al cielo.Pasamos frente a l como si se tratara de una especie de templo sagrado,profiriendo murmullos de admiracin.

    El barco sigui adentrndose en el mar, y lo que al principio pareca unlento avance se convirti en una apreciable velocidad. El mar empez aagitarse y se oyeron gritos entre las mujeres.

    La gente se puso a entonar himnos. La tierra quedaba cada vez msdistante. El faro se hizo muy pequeo y finalmente se perdi de vista.

    La multitud se dispers, y por primera vez me volv y contempl la enormevela cuadrada henchida por el viento y a la tripulacin afanndose con loscabos, los hombres junto a la caa del timn y todas las familias arracimadasalrededor de sus bultos. Era hora de regresar a nuestro grupo, pues sin dudanos echaran de menos.

    La gente cantaba cada vez ms fuerte y pronto un himno en concreto sepropag entre la multitud, y la pequea Salom y yo cantamos tambin,aunque el viento se llevaba la letra de la cancin.

    Tuvimos que abrirnos paso para dar con nuestros familiares, pero al fin lologramos. Mi madre y mis tas trataban de coser como si estuviesen en casa, ymi ta Mara deca que to Cleofs tena fiebre mientras dorma acurrucado bajouna manta, perdindose aquel inusual espectculo.

    Jos estaba un poco aparte, aposentado en uno de los pocos bales quetenamos, callado como siempre, contemplando el cielo azul y la parte superiordel mstil, donde ahora haba una gavia. To Alfeo estaba en plenaconversacin con otros pasajeros acerca de los problemas que nos aguardabanen Jerusaln.

    Santiago no perda detalle, y pronto me sum yo tambin al grupo, aunqueno quise acercarme demasiado por temor a que se dispersaran al verme.Vociferaban para hacerse or por encima del rugido del viento, apiados en un

  • reducido espacio, pugnando por evitar que las rfagas los despojaran de suscapas y por mantener el equilibrio a causa de los vaivenes del barco.

    Decid escuchar lo que decan y me acerqu a ellos. La pequea Salomquiso acompaarme, pero su madre la retuvo y yo le indiqu que despusvolvera por ella.

    Os digo que es peligroso deca en griego uno de los hombres. Era alto,de piel muy oscura, e iba ricamente vestido. Yo en vuestro lugar no ira aJerusaln. Yo tengo mi casa all, mi esposa y mis hijos me esperan. Debo ir porfuerza. Pero os aseguro que no es un buen momento para todos estos barcosde peregrinos.

    Yo quiero ir repuso otro, igualmente en griego, aunque su habla erams tosca. Quiero ver qu est pasando. Estuve all cuando Herodes hizoquemar vivos a Matas y Judas, dos de los mejores eruditos que hemos tenidonunca. Quiero exigir justicia a Herodes Arquelao. Quiero que los hombres quesirvieron a su padre sean castigados. Habr que ver cmo maneja Arquelaoesta situacin.

    Me qued pasmado. Haba odo contar muchas cosas malas del reyHerodes, pero no saba nada de un nuevo Herodes, hijo del anterior.

    Bien, y qu le dice Arquelao al pueblo? Replic to Alfeo. Algo tendrque decir, no?

    Mi to Cleofs, que por fin se haba levantado, se acerc al grupo.Probablemente mentiras dijo, como si l supiera algo. Tiene que

    esperar a que el Csar diga si va a ser rey. No puede gobernar sin que el Csarlo confirme en su corona. Nada de lo que diga tiene la menor importancia. Yse ri de aquella manera burlona.

    Me pregunt qu pensaran de l los dems.Arquelao reclama paciencia, claro est dijo el primero de los hombres,

    hablando en un griego tan fluido como el del maestro, o el de Filo. Y esperala confirmacin del Csar, en efecto, y le dice al pueblo que espere. Pero elpueblo no escucha a sus mensajeros. No quieren saber nada de paciencia.Quieren accin. Quieren venganza. Y seguramente la tendrn.

    Esto me dej perplejo.Tenis que comprender dijo el ms tosco, y tambin ms airado que

    el Csar no conoca las atrocidades que cometi Herodes. Cmo va a sabertodo lo que sucede en el Imperio? Yo os digo que es preciso un ajuste decuentas.

    Sdijo el ms alto, pero no en Jerusaln durante la Pascua, cuandoacuden peregrinos de todas partes del Imperio.

    Por qu no? pregunt el otro. Por qu no cuando est todo elmundo all?, cuando al Csar le llegue la noticia de que Herodes Arquelao nocontrola a quienes claman justicia por la sangre de los asesinados?

  • Pero por qu Herodes quem vivos a los dos maestros de la Ley deMoiss? pregunt de improviso. Yo mismo me sorprend.

    Jos abandon sus cavilaciones, pese a que estaba lejos, y mir hacia m yluego a los hombres.

    Pero el alto, el ms sosegado, ya estaba respondiendo a mi pregunta.Porque descolgaron el guila de oro que Herodes haba hecho colocar a la

    entrada del Templo, por eso. La Ley de Moiss establece claramente quedentro de nuestro Templo no puede haber imgenes de seres vivos. T ya ereslo bastante mayor para saberlo. O no lo sabas? Que Herodes construyera elTemplo no le autorizaba a poner la imagen de un ser vivo. Qu sentido tenallevar a cabo la reconstruccin de un templo majestuoso si lo que pretendaera transgredir la Ley de Moiss y profanarlo con esa imagen?

    Entend lo que deca aunque sus palabras no eran fciles de entender. Meestremec.

    Esos hombres eran fariseos, maestros de la Ley de Moiss prosigui elalto, mirndome fijamente. Fueron con sus alumnos a retirar el guila. YHerodes los mat por ello!

    Jos estaba ahora a mi lado.El tosco le dijo:No te lo lleves. Deja que aprenda. As conocer los nombres de Matas y

    Judas. Estos dos chicos deberan conocerlos aadi sealndonos a Santiagoy a m. Hicieron lo que era justo, aun sabiendo la clase de monstruo que eraHerodes. Todo el mundo lo saba. A vosotros, que estabais en Alejandra, qums os daba? Mir a mis tos. Pero nosotros vivamos all, tenamos quesufrir sus atrocidades. Las hubo de todas clases. Una vez, por un merocapricho de loco, temiendo que hubiera nacido un nuevo rey, un hijo de David,envi a sus soldados desde Jerusaln hasta el pueblo de Beln y...

    Basta! orden Jos, aunque levant la mano sonriendo gentilmente.Me apart de all y me llev con las mujeres. Dej que Santiago se quedara

    con los dems.El viento se llevaba sus palabras.Pero qu pas en Beln? pregunt.Oirs hablar de Herodes toda tu vida respondi Jos con voz queda.

    Recuerda lo que te dije: hay ciertas preguntas que no quiero que hagas. Iremos a Jerusaln a pesar de todo?Jos no respondi.Ve a sentarte con tu madre y los nios dijo. Obedec.El viento soplaba con fuerza y el barco se meca. Me sent mareado y tena

    fro.La pequea Salom me esperaba con muchas preguntas. Me acurruqu

    entre ella y mi madre. All se estaba calentito, y enseguida me encontr mejor.

  • Josas y Simen estaban ya dormidos en su cama improvisada entre losfardos. Silas y Lev se haban ovillado con Eli, un sobrino de ta Mara y toCleofs que haba venido a vivir con nosotros. Sealaban hacia la vela y elaparejo.

    Qu decan? quiso saber Salom.En Jerusaln estn pasando cosas respond. Espero que vayamos.

    Tengo ganas de conocer la ciudad. Pens en todo lo que haba odo decir yaad: Imagnate, Salom, gente de todo el Imperio est yendo a Jerusaln.

    Ya lo s. Debe de ser muy emocionante. Ssuspir. Espero queNazaret tambin sea un lugar bonito. Mi madre dijo:

    S, primero tienes que ver Jerusaln dijo con cierta tristeza. En cuantoa Nazaret, parece que eso es la voluntad de Dios.

    Es una ciudad grande? pregunt Salom.Ni siquiera es una ciudad dijo mi madre. No? pregunt.Es un pueblo dijo, Pero una vez lo visit un ngel. La gente dice eso? Pregunt la pequea Salom. Que un ngel baj

    a Nazaret? Ocurri de verdad?La gente no lo dice, pero yo lo s contest mi madre, y se qued

    callada.Ella era as. Soltaba una cosita, y luego nada. Despus poda guardar

    silencio por ms que la cosiramos a preguntas.Mi to Cleofs volvi, tosiendo y enfermo, se tumb y mi ta lo tap y le dio

    unas palmaditas.Nos oy hablar de ngeles en Nazaret (dijo que confiaba en que

    pudiramos verlos) y empez a rerse para s de aquella manera suya.Mi madre dice que una vez un ngel visit Nazaret le expliqu. Eso

    quiz lo obligara a comentar algo. Mi madre asegura que lo sabe.l sigui riendo mientras se acomodaba para dormir. T qu haras, padre, si vieras un ngel del Seor en Nazaret? le

    pregunt Salom.Lo que hizo mi querida hermana. Obedecer al ngel en todo cuanto l me

    dijese. Y reanud su risita particular.Mi madre mont en clera y mir ceuda a su hermano. Mi ta mene la

    cabeza dndole a entender que no hiciera caso. No era la primera vez,tratndose de su esposo. Normalmente, mi madre haca lo mismo, ignorar a suhermano.

    La pequea Salom repar en la furia de mi madre. Yo no supe a quatenerme, pues me extraaba mucho. Alc los ojos y vi quejose estaba all,observando, y comprend que lo haba odo. Me supo muy mal. No saba quhacer. Pero Jos se mantuvo al margen, absorto en sus pensamientos.

  • Entonces ca en la cuenta de algo que no haba notado antes. Era quejoseaguantaba al to Cleofs pero de hecho nunca le responda. Por l habadecidido hacer este viaje en barco en vez de por tierra. Y por l ira a Jerusaln,con todas las dificultades que eso supona. Pero nunca le deca nada. Nuncareaccionaba a las risas de Cleofs.

    Y Cleofs rea por todo. En la Casa de Oracin, se rea cuando las historiasde los profetas le parecan graciosas. Empezaba a rer por lo bajo, y luego losnios, como yo mismo, lo imitbamos. As lo haba hecho con la historia deElias. Y cuando el maestro se enfad, Cleofs se mantuvo en sus trece,asegurando que algunos pasajes eran graciosos. Y que sin duda el maestro losaba. Entonces los mayores se pusieron a discutir con el maestro sobre lahistoria de Elias.

    Mi madre se soseg y sigui con sus remiendos, esta vez con un trozo debuen algodn egipcio. Pareca que nada hubiera ocurrido.

    El capitn del barco gritaba a su tripulacin. Al parecer, los marineros nopodan descansar nunca.

    Supe que era mejor no decir nada ms.El mar centelleaba mientras el barco cabeceaba, transportndonos

    suavemente. Otras familias estaban cantando, y como sabamos las letras nosunimos entonando con fervor...

    Qu ms daban los secretos, bamos camino de Jerusaln.

  • 4Hasta la pequea Salom y yo estbamos cansados de los bandazos delbarco cuando por fin arribamos al pequeo puerto de Jamnia. Era un puertoque slo utilizaban entonces los peregrinos y los barcos de carga lentos, ytuvimos que anclar lejos debido a los bajos y los escollos.

    Dos barcas nos llevaron a tierra, los hombres repartidos para cuidar de lasmujeres en una y de los nios en la otra. Las olas eran tan grandes que pensque bamos a zozobrar, pero me lo pas muy bien.

    Por fin pudimos saltar y recorrer la pequea distancia que nos separaba dela playa.

    Todos nos postramos de rodillas y besamos el suelo, dando gracias porhaber llegado sanos y salvos. Enseguida nos apresuramos, mojados y tiritando,hacia la pequea localidad de Jamnia, bastante lejos de la costa, dondeencontramos una posada.

    Estaba repleta de gente. Nos alojaron en una pequea habitacin en el pisode arriba, llena de heno, pero no nos import porque estbamos muycontentos de haber llegado. Yo me dorm escuchando a los hombres discutirentre s, gritos y risas que venan de abajo mientras ms y ms peregrinos ibanentrando.

    Al da siguiente elegimos unos burros entre los muchos que haba en ventae iniciamos un lento viaje por la hermosa llanura con sus distantes arboledas,alejndonos de la costa brumosa en direccin a las colinas de Judea.

    Cleofs tena que viajar montado aunque al principio protest, y esoaminoraba nuestro avance muchas familias nos adelantaban, pero la

  • alegra de estar en Israel era tan grande que no nos importaba. Jos dijo quetenamos tiempo de sobra para llegar a Jerusaln a tiempo de la purificacin.

    En la siguiente posada, preparamos nuestros jergones en una gran tiendacontigua al edificio. Algunos que se dirigan a la costa nos previnieron de queno continuramos, que lo mejor era dirigirse a Galilea. Pero Cleofs estabacomo posedo cantando Si yo te olvidara, Jerusaln y las dems cancionesque recordaba sobre la ciudad.

    Llvame hasta las puertas del Templo y djame all, como mendigo, siquieres! Le rog a Jos, si es que t piensas ir a Galilea.

    Jos asinti con la cabeza y le asegur que iramos a Jerusaln yvisitaramos el Templo.

    Pero las mujeres empezaron a asustarse. Teman lo que podramosencontrar en Jerusaln, y tambin por Cleofs. Su tos iba y vena, pero la fiebreno le remita y estaba sediento e inquieto. Aun as no paraba de rer, comosiempre, por lo bajo. Se rea de los nios pequeos, de lo que deca otra gente.A veces me miraba y rea, y otras rea para s, tal vez recordando cosas.

    A la maana siguiente iniciamos la lenta ascensin a las colinas. Nuestroscompaeros de viaje se haban puesto ya en camino, y ahora estbamos congente venida de muchos lugares diferentes. Se oa hablar en griego tanto comoen arameo, e incluso en latn. Nuestra familia haba dejado de hablar en griegoa otra gente y slo empleaba el arameo.

    Hasta el tercer da de viaje no divisamos la Ciudad Santa desde un cerro.Los nios empezamos a dar brincos de excitacin y gritar de entusiasmo. Josslo sonrea. Ante nosotros el camino serpenteaba, pero all lo tenamos: ellugar sagrado que siempre haba estado en nuestras oraciones, nuestroscorazones y nuestros cnticos.

    Haba campamentos en torno a las grandes murallas, con tiendas de todoslos tamaos, y era tanta la gente que se diriga hacia all que durante horasapenas si pudimos avanzar. Ahora se oa hablar casi exclusivamente en arameoy todo el mundo estaba pendiente de encontrar a algn conocido. Se veagente saludndose o llamando a sus amigos.

    Durante un buen rato mi campo de visin se redujo bastante. Iba en unnumeroso grupo de nios mezclados con hombres, de la mano de Jos. Slosaba que nos movamos muy lentamente y que estbamos ms cerca de lasmurallas.

    Por fin conseguimos franquear las puertas de la ciudad.Jos me agarr por las axilas y me subi a sus hombros. Entonces s vi

    claramente el Templo sobre las callejas de Jerusaln. Me apen que la pequeaSalom no pudiera verlo, pero Cleofs dijo que la llevara consigo subida alburro, de modo que ta Mara la iz y la nia pudo verlo tambin.

    Estbamos en la Ciudad Santa, con el Templo justo enfrente de nosotros!

  • En Alejandra, como cualquier buen chico judo, yo nunca haba mirado lasestatuas paganas, dolos que no significaban nada para un chico que tenaprohibido contemplar tales cosas y las consideraba carentes de significado.Pero haba pasado por los templos y visto las procesiones, mirando solamentelas casas a las que Jos y yo tenamos que ir raramente salamos del barriojudo, y supongo que la Gran Sinagoga era el mayor edificio en que yo habaentrado nunca. Adems, los templos paganos no eran para entrar en ellos.Incluso yo saba que supuestamente eran la casa de los dioses cuyo nombrereciban y por los cuales eran erigidos. Pero conoca su existencia y, con elrabillo del ojo, les haba tomado las medidas. Lo mismo que a los palacios delos ricos, lo cual me haba dado lo que cualquier hijo de carpintero llamarauna escala de las cosas.

    Mas del Templo de Jerusaln yo no conoca medida alguna. Nada que mehubiera comentado Cleofs o Alfeo o Jos, ni siquiera Filo, me haba preparadopara lo que tena ahora ante mis ojos.

    Era un edificio tan grande, tan majestuoso y tan slido, un edificio tanresplandeciente de oro y blancura, un edificio que se extenda de tal manera aderecha e izquierda, que barri de mi mente todo cuanto yo haba visto enAlejandra, y las maravillas de Egipto perdieron relevancia. Me qued sinrespiracin, mudo de asombro.

    Cleofs tena ahora en brazos al pequeo Simen para que pudiera ver, y lapequea Salom sostena a Esther, que berreaba no s por qu. Ta Mara tenaen brazos a Josas, mientras Alfeo se ocupaba de mi primo el pequeoSantiago.

    En cuanto al otro Santiago, mi hermano, que tantas cosas saba, l s lohaba visto. Siendo muy pequeo haba estado all con Jos, antes de nacer yo,pero incluso l pareca asombrado, y Jos permaneca en silencio como si sehubiera olvidado de nosotros y de cuantos nos rodeaban.

    Mi madre estir el brazo y me toc la cadera. La mir y sonre. Me parecitan guapa como siempre, y tmida con el velo que le cubra gran parte de lacara. Estaba visiblemente contenta de estar aqu por fin, disfrutando de la vistadel Templo.

    Pese a la multitud all reunida, pese a las idas y venidas, a los empujones ydems, observ que se impona un silencio colectivo. La gente contemplaba elTemplo admirndose de su tamao y su belleza, como si tratara de fijar esemomento en la memoria, porque muchas de aquellas personas venan de muylejos e incluso por primera vez.

    Yo quera seguir adelante, entrar en el recinto sagrado pensaba que lobamos a hacer, pero no fue posible.

    Marchbamos en aquella direccin pero pronto lo perdimos de vista,internndonos por estrechas y sinuosas callejuelas donde los edificios parecan

  • juntarse sobre nuestras cabezas, apretujados entre la riada de gente. Losnuestros preguntaban por la sinagoga de los galileos, que era donde debamosalojarnos.

    Saba que Jos estaba cansado. Despus de todo, yo tena ya siete aos y lhaba cargado conmigo un buen rato. Le ped que me bajara.

    Cleofs tena mucha fiebre, mas rea de dicha. Pidi agua. Dijo que querabaarse pero ta Mara le dijo que no. Las mujeres aconsejaron acostarlocuanto antes.

    Mientras mi ta lo miraba al borde de las lgrimas, el pequeo Simenempez a berrear. Yo lo cog en brazos, pero pesaba mucho para m y fueSantiago quien se hizo cargo.

    Y as seguimos avanzando por aquellas callejuelas, no muy diferentes delas de Alejandra pero mucho ms atestadas. La pequea Salom y yo remos alrecordar que el mundo entero estaba aqu, y por doquier se oa hablar,algunos en griego, unos pocos en hebreo, otros pocos en latn, y la mayora enarameo como nosotros.

    Cuando llegamos a la sinagoga, un gran edificio de tres plantas, ya noquedaba alojamiento, pero cuando nos disponamos a intentarlo en lasinagoga de los alejandrinos, mi madre llam a gritos a sus primos Zebedeo ysu esposa, a quienes acompaaban sus hijos, y todos empezaron a abrazarse ybesarse. Nos invitaron a compartir el sitio que tenan en el tejado, donde yaesperaban algunos primos ms. Zebedeo se encargara de todo.

    La esposa de Zebedeo era Mara Alejandra, prima de mi madre y a la quesiempre llamaban tambin Mara, lo mismo que a mi ta, la mujer de Cleofs,hermano de mi madre. Y cuando las tres se abrazaron y besaron, una de ellasexclam: Las tres Maras!, y eso las puso muy contentas, como si nada msimportara.

    Jos estaba ocupado pagando el hospedaje y nosotros fuimos con Zebedeoy su clan. Zebedeo tena hermanos casados y con hijos. Cruzamos un patiodonde estaban alimentando a los burros, subimos una escalera y acontinuacin una escala hasta el tejado, los hombres transportando a Cleofs,que se rea todo el rato porque le daba vergenza.

    Una vez arriba, fuimos recibidos por un ejrcito de parientes.Entre ellos destacaba una anciana que hizo ademn de abrazar a mi madre

    cuando sta la llam por su nombre. Isabel.Era un nombre que yo conoca bien. Como el de su hijo, Juan.Mi madre se lanz en brazos de la anciana. Hubo llanto y abrazos y

    finalmente me pidieron que me acercara, a ella y a su hijo, un chico de mi edadque no abra la boca para nada.

    Como digo, yo tena noticias de la prima Isabel lo mismo que de muchosotros parientes, pues mi madre haba enviado muchas cartas desde Egipto y

  • recibido otras tantas de Judea y Galilea. Yo sola acompaarla cuando iba acasa del escriba de nuestro barrio para dictarle las cartas. Y cuando ella recibaalguna, la leamos y releamos muchas veces, de modo que cada nombre tenauna historia que yo conoca.

    Me impresion mucho Isabel, que era serena y atenta, y su rostro meresult agradable de un modo que no fui capaz de definir con palabras. Eraalgo que me ocurra a menudo con los ancianos, encontraba fascinantes susarrugas y el hecho de que sus ojos brillaran todava bajo los pliegues de piel.Pero puesto que estoy narrando la historia desde el punto de vista del nio queyo era, lo dejaremos as.

    Tambin mi primo Juan tena la delicadeza de su madre, aunque de hechome hizo pensar en mi hermano Santiago. Como caba esperar, los dos sevigilaban de cerca. Juan tena el aspecto de un chico de la edad de Santiago,cosa que no era, y llevaba el pelo muy largo.

    Juan e Isabel vestan prendas blancas muy limpias. Supe, por lo que mimadre y su prima hablaban, que Juan estaba dedicado al Seor desde sunacimiento. Nunca se cortaba el pelo y nunca comparta el vino de la cena.

    Todo esto lo vi en cuestin de segundos, porque no cesaban los saludos,las lgrimas y los abrazos, la emocin general.

    En el tejado ya no caba nadie ms. Jos iba encontrando primos y, puestoque l y Mara eran tambin primos, eso significaba doble alegra. Y mientrastanto, Cleofs se negaba a beber el agua que su esposa le haba llevado, elpequeo Simen lloraba, y la recin nacida Esther berre hasta que su padreSimn la tom en brazos.

    Zebedeo y su mujer estaban haciendo sitio para nuestra manta, y lapequea Salom intent levantar a la pequea Esther. El pequeo Zoker sesolt e intent escapar. La pequea Mara berreaba tambin, y entre eso y todocuanto suceda alrededor de m, era casi imposible prestar atencin a nada.

    As pues, agarr de la mano a la pequea Salom y empec a zigzaguearentre los mayores hasta llegar al borde del tejado. Haba all un murete lobastante alto para ser seguro.

    Se vea el Templo! Los tejados de la ciudad suban y bajaban a lomos de lascolinas hasta los imponentes muros del Templo mismo.

    Llegaba msica de la calle y o gente cantando. El humo de las fogatas olaapetitoso y por todas partes la gente charlaba sin cesar, y aquello era como orun cntico sagrado.

    Nuestro Templo dijo con orgullo la pequea Salom, y yo asent con lacabeza. El Seor que cre el cielo y la tierra vive all.

    El Seor est en todas partes dije.Ella me mir.

  • Pero en este momento se encuentra en el Templo! exclam. Ya sque el Seor est en todas partes, pero pensaremos que ahora est en elTemplo. Hemos venido para ir all.

    De acuerdo dije.Para estar con los suyos, ahora el Seor est en el Templo explic ella.As es. Y tambin en todas partes. Segu contemplando el imponente

    edificio. Por qu insistes? pregunt ella. Me encog de hombros.Sabes que es verdad. El Seor est aqu, ahora mismo, contigo y

    conmigo. El Seor siempre est con nosotros.Ella ri, y yo tambin.Las fogatas creaban una bruma ante nuestros ojos, y todo aquel bullicio,

    paradjicamente, aclar mis pensamientos: Dios est en todas partes ytambin en el Templo.

    Maana entraramos al recinto. Maana pisaramos el patio interior.Maana, y luego los hombres recibiran la primera rociada de la purificacinmediante la sangre de la vaquilla como preparativo para el banquete dePascua, que comeramos todos juntos en Jerusaln para celebrar la salida deEgipto de nuestro pueblo haca muchos, muchos aos. Yo estara con los niosy las mujeres, pero Santiago estara con los hombres. Cada cual mirara desdesu lugar, pero todos estaramos dentro de los muros del Templo. Cerca delaltar donde seran sacrificados los corderos pascuales; cerca del sagrario alque slo tena acceso el sumo sacerdote.

    Supimos de la existencia del Templo desde que tuvimos edad paraentender. Supimos de la existencia de la Ley de Moiss antes incluso de sabernada ms. Jos, Alfeo y Cleofs nos la haban enseado en casa, y luego elmaestro en la escuela. Conocamos la Ley de memoria.

    Sent una paz interior en medio de todo el bullicio de Jerusaln. La pequeaSalom pareca sentirla tambin. Nos quedamos all sin hablar ni movernos, yni las risas ni las charlas ni los llantos de los bebs, ni la msica siquiera, nosafectaron durante un largo rato.

    Despus, Jos vino a buscarnos y nos llev de nuevo con la familia.Las mujeres estaban regresando con comida que haban comprado. Era

    hora de reunirse todos y hora de rezar.Por primera vez vi un gesto de preocupacin en Jos cuando mir a Cleofs,

    que segua discutiendo con su esposa por el agua, negndose a bebera. Lomir y supe que Cleofs no saba lo que deca. Su cabeza no funcionaba bien.

    Ven a sentarte a mi lado! me llam.As lo hice, a su derecha. Estbamos todos muy juntos. La pequea Salom

    se sent a su izquierda.

  • Cleofs estaba enfadado, pero no con ninguno de los presentes. De repentepregunt cundo llegaramos a Jerusaln. No se acordaba nadie de quebamos a Jerusaln? Todo el mundo se asust al orlo.

    Mi ta ya no pudo aguantar ms y levant las manos al cielo. La pequeaSalom se qued muy callada, observando a su padre.

    Cleofs mir en derredor y se dio cuenta de que haba dicho algo extrao.Y al punto volvi a ser el de siempre. Cogi el vaso y bebi el agua. Inspirhondo y luego mir a su esposa, que se le acerc. Mi madre fue con ella y larode con el brazo. Mi ta necesitaba dormir, eso estaba claro, pero no podahacerlo ahora.

    La salsa, recin sacada del brasero, estaba muy caliente, lo mismo que elpan. Yo me mora de hambre.

    Era el momento de la bendicin. La primera oracin que decamos juntos enJerusaln. Inclin la cabeza. Zebedeo, que era el mayor de todos, dirigi laplegaria en nuestra lengua, y las palabras me sonaron un poco distintas.

    Despus, mi primo Juan, hijo de Zacaras, me mir como si estuvierapensando algo muy importante, pero no dijo nada.

    Por fin empezamos a mojar el pan. Estaba muy sabroso; no slo haba salsasino un espeso potaje de lentejas y alubias cocidas con pimiento y especias. Yhaba tambin higos secos para compensar su fuerte sabor, y a m me encant.No pensaba en otra cosa que en la comida. Cleofs se haba animado a comerun poco, lo cual alegr a todos.

    Era la primera cena buena desde que habamos salido de Alejandra. Y eraabundante. Com hasta quedar ahto.

    Despus, Cleofs quiso hablar conmigo e hizo que los dems se alejaran.Ta Mara volvi a gesticular su desespero y se fue a descansar un rato,mientras ta Salom se ocupaba del pequeo Santiago y los otros nios. Lapequea Salom ayudaba con la recin nacida Esther y el pequeo Zoker, aquienes quera mucho.

    Mi madre se acerc a Cleofs. Qu quieres decirle? le pregunt, sentndose a su izquierda, no muy

    pegada a l pero s cerca. Por qu quieres que os dejemos solos? Lo dijode un modo amable, pero algo la preocupaba.

    T vete le dijo Cleofs. Pareca ebrio pero no lo estaba. Haba bebidomenos vino que nadie.Jess, acrcate para que pueda hablarte al odo.

    Mi madre se neg a irse.No lo tientes le dijo. A qu viene eso? Repuso Cleofs. Crees que he venido a la Ciudad

    Santa para tentar a mi sobrino? Y me acerc tirando de mi brazo. Sus dedosquemaban. Voy a decirte algo empez susurrndome. Que no se te

  • olvide. Llvalo en tu corazn junto con la Ley de Moiss, me oyes? Cuando ellame cont que haba venido el ngel, yo la cre. Se le haba aparecido un ngel!

    El ngel, s, el ngel que haba bajado a Nazaret. Se le haba aparecido a mimadre. Era lo que Cleofs haba dicho en el barco. Pero qu significaba?

    Mi madre lo mir fijamente. La cara de Cleofs estaba hmeda y sus ojosdesorbitados. Tena fiebre.

    La crerepiti. Soy su hermano, no? Ella tena trece aos y estabaprometida a Jos, y te aseguro que en ningn momento se alej de la casa,nadie pudo haber estado con ella sin que lo viramos, ya sabes a qu merefiero, hablo de un hombre. No haba ninguna posibilidad, y yo soy suhermano. Recuerda mis palabras. Yo la cre. Se reclin en la pila de ropa quehaba a su espalda. Era una nia virgen, una muchacha al servicio del Templode Jerusaln para tejer el gran velo con las otras elegidas, y luego en casavigilada por nosotros.

    Se estremeci. Mir a mi madre largamente. Ella apart la vista y se alej,pero no demasiado. Se qued de espaldas a nosotros, cerca de nuestra primaIsabel que nos estaba observando. No supe si ella haba odo algo.

    Me qued quieto y mir a Cleofs. Su pecho suba y bajaba con cadaestertor, y volvi a estremecerse. Mi mente iba reuniendo todos los datos a finde sacar algn sentido a lo que acababa de decir. Era la mente de un nio quehaba crecido durmiendo en la misma habitacin con hombres y mujeres, a laque daban otras habitaciones, y que tambin haba dormido en el patio al airelibre con los hombres y las mujeres en plena cancula, viviendo siempre cercade ellos y ellas, oyendo y viendo muchas cosas. No cesaba de pensar, pero noconsegua entender lo que Cleofs me haba dicho.

    Recuerda lo que acabo de decirte. Yo la cre! insisti.Pero no ests del todo seguro, verdad? pregunt en voz baja.Abri desmesuradamente los ojos y su expresin cambi, como si acabara

    de despertar de la fiebre.Y Jos tampoco lo est, verdad? aad. Y por eso nunca yace con

    ella.Mis palabras se haban adelantado a mis pensamientos. Lo que dije me

    sorprendi a m tanto como a l. Not un sbito escalofro y un escozor portodo el cuerpo. Pero no intent retractarme de mis palabras.

    Cleofs se incorpor un poco, su cara pegada casi a la ma.Es justo lo contrario resoll. Nunca la toca porque s la cree. No lo

    entiendes? Cmo podra tocarla despus de aquello? Empez a rer deaquella manera solapada. Y t? Tienes que crecer antes de cumplir lasprofecas? S, sin duda. Y tienes que ser nio antes de llegar a hombre? Porsupuesto. Su mirada cambi como si hubiera dejado de ver cosas delante del. Jade de nuevo. As ocurri con el rey David. Una vez ungido, volvi a ser

  • pastor de sus rebaos, recuerdas? Hasta que Sal mand llamarlo. Hasta queel buen Dios decidi llamarlo! Eso es lo que confunde a todos! Que t tengasque crecer como cualquier nio! Y la mitad del tiempo no saben qu hacercontigo. Y s, claro que estoy seguro! Siempre lo he estado!

    Volvi a tumbarse, fatigado, incapaz de continuar, pero no dej demirarme. Sonri, y volv a or su risa.

    Por qu res tanto? le pregunt.Es que todava me divierte respondi. S, me divierte. Vi yo al ngel?

    Claro que no. Quiz si lo hubiera visto no me reira, o puede que riera todavams. Mi risa es mi manera de hablar, entiendes? Recurdalo. Ah, escucha a lagente en las calles. Claman justicia. Venganza. Has odo? Herodes hizo talcosa y tal otra. Han apedreado a los soldados de Arquelao! Qu me importa am ahora? Yo lo que quisiera es poder respirar media hora sin que me dolieranlos pulmones!

    Levant una mano para tocarme la nuca, y yo me agach y bes su hmedamejilla.

    Haz que pase este dolor.El trag aire y enseguida pareci quedarse dormido; su pecho suba y

    bajaba normalmente, sin sacudidas. Le apoy una mano y not su corazn.Vigor para estos momentos. Qu dao puede hacer eso?

    Cuando me apart, tuve ganas de ir hasta el borde del tejado y llorar. Quacababa de hacer? Tal vez nada. No, pero no crea que fuese nada. Y lo que lme haba dicho, qu significado tena? Cmo deba entender estas cosas?

    Quera obtener respuestas, s, pero aquellas palabras slo me planteabannuevas preguntas y me dola la cabeza. Estaba asustado.

    Me sent recostado contra el murete. Ahora apenas si poda ver ms all.Con todas las familias apiadas a escasa distancia, con tanta gente de espaldasa m y tanta conversacin y tantas nanas cantadas a los nios pequeos, mipresencia pasaba prcticamente inadvertida.

    Era ya de noche y haba teas encendidas por toda la ciudad, fuertes gritosde alegra, mucha msica. An se vean fogatas, tal vez para cocinar, tal vezpara mitigar el fresco. Yo tena un poco de fro. Pens asomarme y contemplarlo que estaba pasando abajo, pero luego desist. En el fondo me daba igual.

    Un ngel haba visitado a mi madre, un ngel. Yo no era hijo de Jos.Mi ta Mara me pill desprevenido. Se agach delante de m y me oblig a

    mirarla a la cara. Tena el rostro anegado en lgrimas y su voz son gruesacuando pregunt con vehemencia:

    Puedes curarlo?Me qued tan sorprendido que no supe qu decir.Mi madre se acerc e intent apartarla de m. Se quedaron all de pie,

    rozando mi cara con sus ropas. Hablaban en susurros pero enfadadas.

  • No puedes pedirle eso! Dijo mi madre. Es un nio y t lo sabes!Ta Mara solloz.Qu poda decirle yo a mi ta? No lo s! exclam. No lo s!Entonces s me ech a llorar. Levant las rodillas y me encog todava ms.

    Luego me enjugu las lgrimas.Las lgrimas desaparecieron.Las familias ya se haban instalado para pasar la noche y los pequeos

    dorman. En la calle, un hombre tocaba el caramillo y otro cantaba. El sonidose oy claramente unos segundos para luego perderse en el rumor general.

    La niebla me impeda ver las estrellas, pero la visin de las antorchas queparecan oscilar por las colinas de la ciudad y, sobre todo, el Templo,imponente como una montaa iluminada, borraron de mi mente cualesquieraotros pensamientos.

    Me sobrevino una sensacin de paz y me dije que en el Templo rezara paracomprender no slo lo que me haba dicho mi to, sino tambin todo lo quehaba odo.

    Mi madre regres a mi lado.Apenas si haba sitio junto al murete para los dos. Se arrodill y apoy el

    peso en sus talones. La luz de las antorchas alumbr su cara cuando dirigi lavista al Templo.

    Escchame dijo.Te escucho respond. Lo hice en griego, sin pensar.An es pronto para lo que voy a decirte susurr tambin en griego.

    Pensaba hacerlo cuando fueses ms mayor.La o pese al ruido de las calles y el rumor de las conversaciones en el

    tejado.Pero ya no puede postergarse ms aadi. Mi hermano lo ha

    precipitado. Ojal l hubiera sabido sufrir en silencio, pero no ha sido as. Demodo que te lo contar. T escucha y no me hagas preguntas. Por lo querespecta a esto, haz como dijo Jos. Ahora escucha.

    Te escucho repet.T no eres hijo de un ngel.Asent con la cabeza. Me mir y la luz de las antorchas brill en sus ojos.

    Guard silencio.El ngel me dijo que la fuerza del Seor vendra a m prosigui. Y as

    fue. La sombra del Seor vino a m (yo la sent) y a su debido tiempo empec anotar la vida que creca en mi seno. Y eras t.

    No dije nada y ella baj la vista.El ruido de la ciudad haba cesado. Mi madre me pareci muy bella a la luz

    de las antorchas. Tan bella quiz como Sara se lo pareci al faran, o Raquel a

  • Jacob. Mi madre era bella. Modesta pero hermosa, por ms velos que llevasepara ocultarlo, por mucho que inclinara la cabeza o se ruborizara.

    Sent ganas de estar en su regazo, entre sus brazos, pero me qued quieto.No era correcto moverse ni decir nada.

    Y as sucedi dijo, levantando de nuevo la vista. Jams he estado conun hombre, ni entonces ni ahora, ni lo estar nunca. He sido consagrada alSeor.

    Asent con la cabeza.No puedes entenderlo, verdad? No comprendes lo que intento decirte.S comprendo dije. Jos no era mi padre, s, lo saba. Yo nunca le haba

    llamado padre. Lo era ante la Ley, y haba desposado a mi madre, pero l noera mi padre. Y ella, que se comportaba siempre como una muchacha y lasotras mujeres como sus hermanas mayores, lo saba, s, desde luego que losaba. Todo es posible con el Seor dije. El Seor hizo a Adn del barro yAdn no tuvo una madre. El Seor puede crear un hijo sin necesidad de padre.Me encog de hombros.

    Ella mene la cabeza. Ahora no era una muchacha, pero tampoco unamujer. Era dulce y pareca triste. Cuando volvi a hablar, no pareca la desiempre.

    Oigas lo que oigas cuando lleguemos a Nazaret dijo, no olvides loque te he dicho esta noche.

    La gente dir cosas...?Ella cerr los ojos. Por eso t no queras volver all, a Nazaret? pregunt.Mi madre exhal el aire y se llev la mano a la boca. Estaba azorada.

    Inspir hondo y luego susurr con dulzura: No has entendido lo que te he dicho! Se la vea dolida, cre que se

    echara a llorar.No, mam, s que lo entiendo dije enseguida. No quera que sufriera.

    El Seor puede hacer cualquier cosa.Pareca decepcionada, pero me mir y, haciendo un esfuerzo, me sonri.Mam dije tendindole los brazos.La cabeza me vibraba de tanto pensar. Record los gorriones, a Eleazar

    muerto en la calle y resucitando despus, y tantas otras cosas, cosas que sedeslizaban por mi mente demasiado llena de cosas. Y las palabras de Cleofs:que yo deba crecer como cualquier otro nio, igual que el pequeo Davidhaba permanecido en el rebao hasta que lo llamaron, y que no dejara que mimadre estuviese triste. Qu haba querido significarme con eso?

    Lo veo. Lo s le dije a mi madre. Sonre apenas, de aquella manera queslo haca con ella. Era ms una seal que una sonrisa.

  • Ella me correspondi con la suya: una sonrisa menuda. De repente pareciolvidarse de todo lo que haba pasado y me tendi sus brazos. Me incorporde rodillas y entonces me abraz con fuerza.

    Ya basta por ahora dijo. Basta con que tengas mi palabra mesusurr al odo.

    Al cabo de un rato, nos levantamos y volvimos con la familia.Me tumb en mi lecho de fardos y ella me tap, y bajo las estrellas,

    mientras la ciudad cantaba y Cleofs cantaba tambin, me dormprofundamente.

    Despus de todo, era el sitio ms lejano al que poda ir.

  • 5Por la maana, las calles estaban tan atestadas que casi no podamosmovernos, pero aun as avanzamos, incluso los bebs en brazos de susmadres, camino del templo.

    Cleofs haba descansado y se encontraba un poco mejor, aunque todavase lo vea muy dbil y necesitaba ayuda.

    Yo iba a hombros de Jos, y la pequea Salom en los de Alfeo, disfrutandode la vista mientras la multitud nos arrastraba por las callejas y bajo lasarcadas, hasta que llegamos a la gran explanada delante de la enormeescalinata y los muros dorados del Templo.

    All las mujeres y los nios pequeos se separaron de los hombres ensendas filas que se dirigan lentamente hacia los baos rituales, porque habaque baarse a conciencia antes de entrar en el Templo.

    Aquello no era la ceremonia de la Pascua propiamente dicha, que constabade tres etapas, la primera de ellas cuando los hombres fueran rociados esemismo da dentro del Templo. Lo nuestro se trataba slo de una limpiezageneral puesto que venamos de un largo viaje, y porque nos disponamos apenetrar en el recinto sagrado. Y ya que los baos estaban all, nuestra familiaquiso hacerlo pese a que la Ley de Moiss no lo exiga perentoriamente.

    Nos llev bastante tiempo. El agua estaba fra y nos alegramos cuando porfin pudimos vestirnos otra vez, salir de nuevo a la luz y reunimos con lasmujeres. La pequea Salom y yo volvimos a tomarnos de la mano.

    Pareca que la multitud iba en aumento, aunque yo no conceba cmo podahaber cabida para ms gente de la que ya haba. Cantaban los salmos en

  • hebreo. Unos rezaban con los ojos casi cerrados, otros simplemente charlaban,y los nios lloraban como suelen hacerlo en cualquier parte.

    Una vez ms, Jos me subi a sus hombros. Y, cegados casi por la luz quedespedan aquellos muros, empezamos a subir la escalinata.

    Mientras ascendamos peldao a peldao advert que todo el mundo estabatan abrumado como yo por la magnitud del templo, y que la gente parecarezar en voz alta aunque las palabras que pronunciaban no fueran oraciones.

    Pareca imposible que el hombre pudiera construir muros de semejantealtura, mucho menos decorarlos con un mrmol tan absolutamente blanco. Lasvoces reverberaban en las paredes, pero cuando llegamos arriba y hubimos deapretujarnos para pasar por la verja, vi soldados abajo en la plaza, algunos deellos montados a caballo.

    No eran soldados romanos (yo no saba qu otra cosa podan ser), pero lagente puso mala cara. Incluso desde tanta distancia pude distinguir quealgunos los increpaban puo en alto; los caballos se encabritaban como suelenhacer los caballos, y me pareci ver volar piedras.

    El lento paso de la espera se me haca insoportable. Supongo que queraquejose empujara fuerte para poder pasar, pero l no era de sos. Y ademstenamos que mantenernos todos juntos, lo cual inclua a Zebedeo y su gente,as como a Isabel y el pequeo Juan y los primos de cuyos nombres ya no meacordaba.

    Por fin franqueamos las puertas y, para mi sorpresa, nos encontramos enun enorme tnel cuyos hermosos detalles decorativos apenas se distinguan.Los rezos de la gente resonaban en el techo y las paredes. Me sum a losrezos, pero sin dejar de mirar alrededor, y de nuevo volv a notar que mefaltaba el aliento, igual que cuando Eleazar me haba dado una patadadejndome sin resuello.

    Por fin llegamos a un gran espacio abierto dentro del primer patio interiordel templo, y fue como si todo el mundo se pusiera a gritar a la vez.

    A cada lado, pero lejos, muy lejos, se vean las columnas de los soportalesy entre ellas una cola interminable de gente, mientras que ante nosotros selevantaba, altsima, la pared del sagrario. Y la gente que estaba subida a lostejados era tan pequeita que yo ni siquiera poda verles la cara, tan grandeera ese lugar santo.

    Pude or y oler a los animales reunidos ms all en los porches, losanimales que se vendan para ser sacrificados, y el ruido de toda la gente seacumulaba en mis odos.

    Pero la sensacin general de la muchedumbre cambi; todo el mundo erafeliz de estar all. Todos los nios rean de felicidad. El sol brillaba con fuerza,como no lo haca en las estrechas calles de la ciudad, y el aire era lmpido yagradable.

  • Tambin se oan gritos y sonidos de caballos, no sus cascos, sino losrelinchos que daban al ser sofrenados bruscamente por las riendas.

    Pero, por ahora, estaba absorto en mirar las relucientes paredes quecircundaban los dos grandes patios. Yo era demasiado pequeo para que mellevaran al patio de los hombres y hoy me quedara con las mujeres. Peropodra ver cmo rociaban a los hombres con el primer rito de purificacin de laPascua.

    Todo ello era para m asombroso, y lo asombroso de estar all dentrosuperaba mi capacidad de expresarlo. Saba muy bien que alrededor de mhaba personas de todas partes del Imperio, y era tan maravilloso comonosotros esperbamos que fuera. Cleofs haba logrado llegar con vida, habavivido para ser purificado y comer el banquete pascual con nosotros. Tal veztambin lograra llegar con vida a casa.

    Era nuestro templo y era el templo de Dios, y era magnfico haber entradoaqu y estar tan cerca de la presencia de Dios.

    Haba muchos hombres corriendo por encima de los porches y tambinsobre otros tejados, pero se los vea pequesimos, como he dicho, y no podaorlos pese a que adivinaba, por cmo agitaban los brazos, que estabangritando.

    De sbito nos vimos zarandeados por el gento. Cre quejose se caera perono fue as. Entonces una gran exclamacin surgi de la muchedumbre. Lagente empez a gritar, en especial las mujeres, y los nios estaban muyexcitados. Quedamos tan apretujados quejose no poda moverse conmigoencima.

    Por primera vez vi all al fondo muchos soldados a caballo que se diriganhacia nosotros entre la multitud. Fuimos barridos hacia atrs como si lamuchedumbre fuera agua, y luego hacia delante, y mi madre y ta Maragritaban y la pequea Salom tambin, mientras trataba de agarrarse a m,pero estbamos demasiado distanciados como para que yo alcanzara su mano.

    Casi todos los que tenamos alrededor gritaban en arameo, pero muchosotros lo hacan en griego.

    Salid, salid! gritaban los hombres. Pero no haba forma de moverse.De pronto o los balidos de las ovejas, como si alguien estuviese ahuyentandolos animales. Enseguida me lleg el mugir de vacas y bueyes, un sonidoespantoso.

    Los soldados estaban cada vez ms cerca, y venan con las lanzas en alto.No haba dnde refugiarse.

    Entonces, como salidas de la nada, empezaron a volar piedras.Todo el mundo gritaba. Un soldado fue alcanzado por una lluvia de piedras

    antes de caer de su montura y quedar sumergido entre la muchedumbre. Unhombre vestido con un manto se subi al caballo y empez a pelear con un

  • soldado que le clav su espada dos veces en el vientre; la sangre brot aborbotones.

    Tuve la sensacin de que me quedaba sin respiracin, igual que cuandoEleazar me haba pateado. Abr la boca todo lo posible y ni siquiera as entrabael aire. Jos intent bajarme de sus hombros, mas la aglomeracin de gente selo impidi, y adems yo no quera bajar. Todo aquello era terrible, pero queraverlo.

    La gente enton oraciones, ya no los alegres salmos de antes sino plegariaspidiendo ayuda, pidiendo ser rescatados. Algunos caan al suelo. Lo mismoocurra por doquier en el recinto. Retrocedimos de nuevo como una ola alretirarse.

    Jos estir el brazo y con ayuda de otras manos consigui izarme sobre sucabeza y bajarme al suelo, llevndome en volandas mientras se abra pasoentre la gente que gritaba y forcejeaba.

    Pero cuando mis pies pisaron el mrmol no pude moverme. Incluso mitnica haba quedado atascada entre las de quienes me rodeabanapretadamente.

    Salom! grit. Pequea Salom! Dnde ests? Yeshua! Llam ella en arameo. Agrrame.Vi su cabeza a unos pasos de m, como si estuviera nadando entre un mar

    de cuerpos agitados. Tir de ella y la puse conmigo delante de Jos, y entoncescre or la risa de Cleofs. Estaba delante de m y se rea con su carcajada desiempre.

    La multitud se movi hacia un lado y luego al frente, y todos nos camos.Unas manos tiraron de m y yo logr agarrar a la pequea Salom por lacabeza.

    Poneos de rodillas y quedaos quietos! orden Jos.Qu podamos hacer para salir de ese tumulto? Obedecimos. Mi madre

    exclam: Mi hijo, mi hijo!Jos y Cleofs alzaron sus manos y rezaron al Seor. Sujet a Salom con

    una mano y levant la otra. Oh, Seor, t eres mi refugio! enton Jos. Cleofs rez otra oracin.Tiendo mis manos hacia ti, OH, Seor dijo mi madre. Oh, Seor, resctame! exclam la pequea Salom.Todo el mundo clamaba al Seor. Que los malvados caigan en su propia trampa! exclam Santiago muy

    cerca de m.Lbrame, Seor, de todo el mal que me rodeaor, pero no pude or mi

    propia voz. Los rezos iban en aumento, y tal era el murmullo que casisuperaba las exclamaciones y gritos que salan de la refriega.

  • Los mugidos de los bueyes eran horribles, y los chillidos de las mujeres mehacan dao.

    Levant entonces los ojos y vi que alrededor de nosotros todo el mundoestaba de rodillas. Zebedeo se puso en pie para implorar al Seor y luegoinclin la cabeza, y slo fue uno de los muchos que lo hicieron.

    Al mismo tiempo haba gente que avanzaba como vadeando aquel mar decuerpos, pisotendonos y empujndonos en su intento de huir. Por unmomento qued aplastado contra el mrmol del suelo, al lado de la pequeaSalom, pero sin dejar de protegerle la cabeza con mi brazo.

    De pronto sent una salvaje determinacin y pugn por levantarme. Aempujones, consegu situarme junto a Jos y me puse de pie como si medispusiera a correr.

    Vi la gran plaza. Ms all, la gente corra en todas direcciones, las ovejashuan despavoridas mientras los soldados a caballo pisoteaban a todo el queencontraban a su paso, y las personas, incluso las que estaban de rodillas, selevantaron y la emprendieron a pedradas contra los soldados.

    Haba grupos de gente que parecan muertos amontonados.Se elevaron salmos al cielo.Huyo hacia ti, OH, Seor, para que me escondas... Clam a ti, OH, Seor...Soldados a caballo perseguan a la gente, hombres y mujeres que ahora

    corran hacia nosotros. Jos, mira! Exclam mi madre. Agrralo, haz que se eche en el

    suelo.Yo me zaf de las manos que pretendieron sujetarme.La gente corri en desbandada sobre los que estaban arrodillados, pas

    sobre ellos como si fueran rocas en la costa. Los que rezaban gimieron, y alver que un jinete vena hacia nosotros, los cuerpos se separaron a amboslados.

    Alguien me tir al suelo empujndome por la nuca y la espalda. O elresoplido del caballo y el repiqueteo de los cascos. Di con la cabeza en laspiedras del suelo y por el rabillo del ojo vi las patas del caballo casi encima dem. Cuando el animal se empin, del montn de gente apiada se levant unhombre, sac una piedra de entre la tnica y se la arroj al soldado.

    Slo el Seor tiene derecho a gobernarnos! Grit en griego. Llevaeste mensaje a Herodes! Y al Csar tambin!

    Entonces sac otra piedra y el soldado le clav su lanza en el pecho,traspasndolo por completo. El hombre solt la piedra y cay hacia atrs conlos ojos desorbitados.

    Mi madre solloz y la pequea Salom se puso a gritar: No mires, no mires!

  • Pero poda yo apartar la vista de ese hombre en sus ltimos momentos?Iba a dar la espalda a su muerte?

    El soldado levant su lanza, izando horriblemente a aquel desdichado conella. De su boca manaba sangre. A continuacin agit el cuerpo como si fueseun saco hasta que logr recuperar su lanza y la vctima cay a tierra. Rodsobre su costado izquierdo y sus ojos miraron hacia nosotros, directamente am.

    Ya no pude ver el caballo, slo o el terrible sonido que produjo alencabritarse. El soldado fue atacado desde todos los flancos por la gente y lodescabalgaron violentamente. Su cuerpo se perdi entre un montn depersonas que se cebaban en l a golpes.

    Los nuestros siguieron rezando. El moribundo, si lo oy o se enter, nopareci darse cuenta.

    No nos vea. No saba nada del soldado. La sangre que manaba de su bocase extenda por el suelo.

    Mi madre gritaba espantosamente.La gente que haba derribado al soldado se puso de pie y ech a correr en

    todas direcciones. Ms personas se levantaron y los imitaron. Ms all, otrosseguan rezando de rodillas.

    El cuerpo del soldado qued cubierto de sangre.El moribundo intent alargar la mano hacia nosotros, pero su brazo cay

    inerte, y exhal el ltimo aliento.Pas gente corriendo entre nosotros y el cadver. O otra vez las ovejas.Not que mi madre resbalaba e intent agarrarla, pero ella cay al suelo

    con los ojos cerrados.De nuevo volaban piedras. Al parecer, nadie haba entrado en el Templo sin

    llevar piedras encima. Algunas piedras nos impactaban en cabezas y hombros.Cuando Jos levant los brazos para rezar, yo me escabull de su lado y me

    hinqu de rodillas.La multitud se dispersaba. Haba cuerpos tirados por todas partes. Y all

    donde mirara vea hombres peleando y muriendo.Sobre los hermosos porches, hombres que parecan diminutos y negros

    contra el cielo azul peleaban tambin, soldados esgrimiendo sus espadascontra quienes trataban de pegarles con palos.

    Vi a lo lejos, donde ya no haba multitud, a otro hombre que atacaba a unsoldado, embistiendo contra la lanza que el otro le estaba clavando. Lasmujeres lloraban y corran hacia los cados. No les importaba nada ms. Slolloraban y gritaban, aullando como perros. Los soldados no les hacan dao.

    Pero nadie acudi junto a nuestro muerto, el hombre que yacaensangrentado y mirando sin ver. El estaba solo.

  • Pronto hubo soldados por todas partes, tantos que no habra podidocontarlos. Llegaron a pie, avanzando entre las familias que permanecanarrodilladas y fueron cercndonos por la derecha y la izquierda.

    Ya nadie peleaba. Reza! me orden Jos, interrumpiendo un instante sus propias

    oraciones.Obedec. Levant los brazos y rec.Pero las almas de los justos estn en manos del Seor y ningn tormento

    puede lastimarlas.Aparecieron ms soldados a caballo. Alzaron sus voces, hablando en

    griego. Al principio no distingu lo que decan, pero entonces uno de ellos seaproxim a pie tirando de la brida de su caballo.

    Marchaos, idos a vuestras casas!