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Universidad Nacional José Faustino Sánchez CarriónAutores: Samuel Cornelio Abad, Antonia Susanibar Gonzáles, Yéssica Liberato Conde
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ANTOLOGÍA DE
CUENTOS
Autores:
Samuel Cornelio Abad
Antonia Susanibar Gonzáles
Yéssica Liberato Conde
Huacho - 2013
PRESENTACIÓN
Antología de cuentos aparece con el propósito de ser un medio de cultura en el
quehacer educativo y en la formación autodidacta, del ser humano porque
consideramos que un pueblo que lee es un pueblo culto; un pueblo culto es un
pueblo libre.
Pero la lectura es importante para ser no sólo hombres libres sino para la plena
realización del destino de un hombre o mujer sobre la faz de la tierra, en el que
todo avanza a tal velocidad que el lector, tiene una amplia bibliografía que
explorar, por cuanto los nuevos descubrimientos se difunden rápidamente
gracias a la modernidad de la imprenta y el internet.
La lectura hoy y desde hace siglos, ha tenido un papel preponderante en la
formación intelectual y cultural del ser humano. Gracias a este medio se ha
formado nuestra conciencia, cimentando nuestra moral, recreado nuestro
espíritu y análisis crítico desde los textos más simples hasta los más
complejos.
Por eso, se vuelve mucho más preciada ahora, puesto que con la lectura uno
elige la vida que quiere. Ante los libros uno va haciendo sui destino, labrando
su camino, encontrándole el sentido a su vida.
Lamentablemente, hoy por hoy, en nuestro medio, el hábito lectural se va
alejando más y más de nuestra gran masa lectora, de cuyos vacíos hay
razones explicables y la responsabilidad del problema, sin duda es compartida.
Es por esta razón, tratando en parte remediar el problema, se ha estructurado
la obra ―Antología de cuentos‖, dirigido a alumnos, jóvenes y adultos del país
para que puedan valorar al fondo y la forma de un texto impreso, es decir
comprender el mensaje, analizarlo, interpretarlo y asumir una actitud crítica
frente al contenido del texto. Está elaborado en base a lecturas variadas de
cuentos de costa, sierra y selva, de autores de la literatura nacional que se
complementa con biografías breves y a manera de sugerencia dos esquemas
de guías de lectura.
Este modesto esfuerzo, ojala pueda responder a las reales expectativas de los
alumnos, profesores, padres de familia y de todo aquel que desee tener una
sólida formación cultural, social y ética.
Los autores.
CUENTOS
DE LA
COSTA
"MARTÍN PIEDRA"
Isaías Nicho Rodríguez
Martín Piedra, un "churre guaragüero", apenas pasó las doce primaveras, sus
traviesos compañeros de estudios llegaron a reemplazar su verdadero apellido
por una ingeniosa "chapita" dado que él cuando mucho lo fastidiaban, solía
agarrar una piedra en plan de defensa.
Era hijo único de un laborioso agricultor, vecino del barrio de Chonta y como tal
iba bien "futre" a la escuela y no le faltaba, en el bolsillo, la buena propina de
un sol de nueve décimos. Era esta la razón para que los otros que apenas
llevaban un "gordo" o medio, se le pegaran como abejas.
Las facilidades de que gozaba, le permitieron convertirse en un acérrimo
galanteador de las cholitas colegialas contemporáneas suyas que encontraba a
su paso. Desde luego, no tenía mal ojo, ni mal gusto. Pero sus más fieles
"gauchos" que poniendo apodos les sobraba la inteligencia que no tenían para
aprender sus lecciones, le allegaron el otro apelativo de "galán de moda". Ya a
los diecisiete abriles que pudo terminar la primaria a golpe de palmeta,
creyéndose todo un hombrecito, quiso estrenar el ferrocarril Noroeste que
recientemente había enlazado Huacho con Lima. Y un día cualquiera, en plan
de "cimarrón", bien al terno y a la corbata con otros cimarrones del mismo
barrio, se escaparon al menor descuido de sus viejos, rumbo a la capital. Por
allá se pasó sus veinte primaveras. De Lima regresó más guaragüero y en
enamoramientos, se pasaba. Después de todo, Martín Piedra, no era mal
parecido. Hasta medio blanquiñoso se le veía. A su padre que ya estaba
avanzando en años no le quedó otro remedio que hacerlo matrimoniar.
Martín tenía ya elegida su costilla, una "moza" despercudida, simpaticona y no
menos "despachadla". Se hicieron los arreglos de estilo y en pocos días a
Martín Piedra se le vio salir del templo oleado y sacramentado llevando del
brazo a su costilla. Pero esta vez la paloma se llevó al palomo. Catalina, que
así se llamaba, no quiso ir a vivir a la casa de los padres de Martín.
El tiempo corrió y su anciano padre se fue a mejor vida. Martín perdió una
valiosa ayuda y tuvo que dedicarse a "tirar lampa" en las chacras heredadas.
Más, los años siguieron en su veloz carrera y la Ilusión con la que fue su sueño
dorado, comenzó a marchitarse con síntomas de morir. Comenzaron las diarias
y agrias discusiones hasta por quítame esta paja. Y es que él, no perdió su
maña como ella le decía, algo escondido tenía "su peor es nada" Esto marcó el
principio del futuro dramático de Martín.
Un día, de madrugada, de la acalorada discusión, pasaron a los hechos. Ella
que no dejaba de ser "enrazada", al sentirse con un ojo hinchado, a palo limpio
lo arrojó de su casa.
Todos los del lugar estaban enterados de estos líos matrimoniales. Por eso
cuando Martín se fue, comenzaron los comentarios.
Algunos decían que ya también tenía su reemplazo.
Martín Piedra fue a hospedarse al domicilio de su padre que había estado
abandonado. Pero al poco tiempo los del barrio comenzaron a observar en él
un temperamento demencial. A veces sin motivo se encolerizaba; lanzaba
carcajadas o caminaba cabizbajo, silenciosamente, dando la impresión que no
conocía a nadie. Algo que a sus amigos, más cercanos les daba que pensar.
Todo era síntoma de una mal cerebral que se fue haciendo crítico y lo que
motivó el comentario de la gente.
- Luan hecho daño por palangana.
- Seguro la Catalina lua dao agua de la vida y se lua pasao la mano.
- Agua de chamico capaz ha tomao,
- Pobrecito, Martín - decían algunas viejecitas - con qué mujer se fue a
enredar. En el norte lo podían curar. Allá hay finazos.
De tiempo en tiempo Martín aparecía por el barrio motivando el terror, sobre
todo, de los churres. Corría hablando incoherencias, hasta palabras feas.
Otras veces también en carrera abierta gritaba con desesperación.
- ¡Me quieren matar!... ¡Me quieren matar! ¡Defiéndanme que me quieren
matar!
Y saltaba alguna tapia alta como para esconderse. Después de largo rato salía,
soltando carcajadas y hablando cualquier cosa.
Lejanos parientes llegaron de Lima para curarlo donde los que conocían "el
arte". Y lo llevaron donde Yancunta; también donde Juan Barbón y Camarón.
Todos coincidieron en que el daño estaba pasado.
Martín Piedra se convirtió en un andarín por los diferentes barrios de la extensa
Campiña. En las pulperías y en las casas de familias que le conocían, le
proporcionaban un ligero alimento. Pero siempre en las tardes aparecía por su
barrio. Cuando alguien daba la voz:
- ¡Ahí viene Martín Piedra!
Los churres corrían a esconderse hasta debajo de la cama. Sólo la gente
mayor que también lo conocían, esperaban su paso para darle su ayuda
económica. Pasó el tiempo y este enfermo que antaño había sido un joven de
buena presencia, comenzó a caminar semidesnudo, lo que indicaba su
gravedad. De vez en cuando sus vecinos observaban que llegaba a dormir a su
casa en unas esteras viejas que tenía como cama de donde después salía de
madrugada. Pero un día lo vieron caído boca abajo cerca a su domicilio,
Martín Piedra se había marchado al otro mundo, víctima de una larga
enfermedad cerebral.
NOTAS ACERCA DEL AUTOR
ISAÍAS NICHO RODRÍGUEZ
Nació en la campiña huachana (1908 – 1989). Fue escritor y periodista.
Destacó en la narrativa costumbrista. Recoge las manifestaciones folclóricas
con estilo festivo y original. Describe al poblador huachano en sus bullicios, en
sus actividades y vivencias. Sus obras: Chancay provincia nuestra (coautor);
Campiña Adentro I, II y III; su obra más transcendente que contribuye a la
afirmación de nuestra identidad cultural. La lectura ―Martín Piedra‖ está en esta
última. Otra de sus obras es Historia de Huacho. Dirigió la revista Rumbos y
varios periódicos de corte regionalista.
MI NIÑEZ ENTRE LA CHACRA Y LA MAGIA
Samuel Cornelio Abad
José Flores, de los predios de la campiña huachana nos narra las vivencias de
su niñez que tienen que ver sustancialmente con la cosmovisión del habitante
de esta parte de nuestra patria. He aquí la trama de los acontecimientos.
Yo nací, no sé si para bien o para mal, un 20 de agosto de 1947; justo un día
miércoles a las 4 y media de la mañana en el Hospital del Carmen de Huacho.
Parece que empecé la vida con la estrella de espaldas, porque mamá estuvo a
punto de perder la vida al darme a luz. Nací antes de tiempo, es decir, fui
sietemesino. Con las complicaciones que trae el alumbramiento antes de lo
previsto, mi mamá permaneció 35 días internada en cuidados intensivos a
cargo del Dr. Torres Muga. Toda la familia estaba muy preocupada por esta
situación, sobre todo la abuela María Luz, que prácticamente vivía en el
hospital. Antes de cada visita al nosocomio la tía Antonia y papá se arrodillaban
ante las imágenes de San Martincito de Porres y de la Virgen del Carmen que
estaban en la puerta de entrada rogándoles que nada malo les pase a mamá y
al hijo que acababa de nacer, a cambio de hacerle su fiesta en el momento
oportuno. Las mejorías al fin se dieron ante la alegría de familiares y amigos.
Después de salir del hospital, mamá permaneció todavía en cama 7 días en
nuestra casita de Tomicalla, recuperándose de a poco1. A los 3 meses de
haber nacido me sentía muy débil y mi cuerpecito escuálido daba más para la
otra que para esta vida. Empeoré de tal manera que dejé de llorar e incluso ya
no lactaba, sólo dormía, dormía y me quejaba de rato en rato.
Otra vez cundió la preocupación en casa; mi mamá lloraba silenciosamente por
temor a perderme. En eso los vecinos le recomendaron que me llevara donde
una curandera que vivía por arriba del puerto de Huacho2, casi por la falda del
cerro. Así se hizo; la abuela María Luz por la tarde me condujo cabalgada en
nuestra burrita donde la curandera. Ésta era una señora de raza negra de
contextura gorda y muy amable. Después de arreglar el precio la señora me
hizo una serie de rituales hasta entrada la noche, en que terminó con un baño
de florecimiento; entonces la curandera muy segura de sí dijo: ―Se ha cumplido
1 De a poco: Poco a poco.
2 Por arriba del Puerto de Huacho: Expresión propia del habitante de la zona.
con todo el ritual que se requiere en estos casos; si la criatura empieza a llorar
a las 12 de la noche, es signo de que se salvará, de lo contrario morirá‖,
sentenció. En ese momento ninguno de los presentes pudo articular palabra, se
miraban unos a otros atónitos, como buscando una respuesta a lo injusto de la
vida. Las olas del mar golpeaban cada vez más fuerte en el Boquerón de la
Viuda, como si se solidarizaran con el dolor. Las tres horas de espera que
fueron una eternidad al fin tuvo un resultado satisfactorio, porque antes de la
hora indicada comencé a llorar insistentemente. La felicidad se dibujó en cada
uno de los presentes que se abrazaban con la alegría que les embargaba y
gruesas lágrimas rodaban por las mejillas.
Pasada la medianoche, la abuela, mamá y yo en brazos regresamos a casa
cabalgados en nuestra burrita. Dicho sea de paso, ésta, era un animal grande y
musculosa, color plomo claro, con manchas oscuras, bastante mansa y de
caminar lento.
No obstante el tratamiento de salud que me prodigaban, les diré, que mi
debilitado cuerpecito, seguía siendo la preocupación de mi familia, por eso la
abuela María Luz ordenó que me bautizaran y en efecto el bautismo corrió a
cargo del padre Eusebio Arróniz. La parte anecdótica fue cuando el sacerdote
preguntó por el nombre de papá, éste contestó ―José‖; el nombre del padrino
―José‖; el nombre del bebé ―José‖; entonces el cura mirando el cielo expresó su
plegaria: ―Dios mío, padre, hijo y espíritu santo‖ y luego se persignó.
Para buscar el fortalecimiento débil y raquítico de mi organismo, me daban de
tomar leche de burra negra y me hacían lactar con mujeres negras que tenían
criaturas. Así fui creciendo en este ambiente de campo, de preocupación, de
resignación y de tradición, pero con la asistencia de mi familia, quienes se
desvelaban por mi salud pese a su limitada economía.
Recuerdo a la abuela María Luz que se subía a la planta de níspero para pañar
los frutos. En la huerta de la casa habían 7 plantas de nísperos, 4 de pacae, 2
plantas de lúcuma de frutos arenosos, 2 plantas de paltas, varias plantas de
ciruelas, plátanos de seda y de isla, naranja dulce y agria, una hermosa planta
de granada y varias de guanábana. Por aquellos tiempos se recogía
diariamente algo de frutales y se vendía en el mercado de Abastos de Huacho.
Con el producto de la venta se compraba víveres y así nos sosteníamos. En
suma, con el pequeño sembrío, la fruta y algunos trabajos de costura, teníamos
para vivir, considerando nuestra pobreza.
A los cinco años de edad era muy inquieto y hacendoso. Recuerdo al tío
Vicente Grados Samanamud, que me llevaba de noche para acompañarlo a
regar las chacras de acuerdo a los turnos de agua en los diferentes sectores:
Luriama (lunes y jueves) y Amay (martes y viernes).
Todas las tardes, la abuela iba a la chacra cabalgada en la burra y a mí me
llevaba en el anca (parte posterior). En el trayecto, tanto de ida como de vuelta
me aconsejaba de cómo llevar la vida correctamente, con disciplina, dedicación
y honradez. La abuela no era letrada, pero la experiencia de la vida le había
enseñado a ser reflexiva. Daba gusto escucharla. Regresábamos de la chacra
casi al expirar la tarde trayendo pasto para los animales que criaba en casa,
como borregos, cuyes, etc.
En una oportunidad, mi hermano mayor Isidoro me llevó a la chacra de Valdivia
para pañar algodón. Íbamos cabalgados y a la altura de la casa de don
Teodomiro Silva, nos dimos con que la acequia estaba llena de agua y como
no había puente para cruzar tuvimos que hacerlo así no más. Mi hermano
azotó a la burra para que cruzara y cuando estaba haciéndolo, el animal se
resbaló y caímos al agua. Yo sentía que me ahogaba y pedía auxilio, en eso
noté que alguien me sacaba del agua, era nada menos que un vecino del lugar
llamado Don Saturnino Pujada.
El señor, incluso me prestó ropa de su hijo David, y así con nuestro pesar a
cuestas regresamos a casa. Raudo pasan los años, respirando el aire
campestre de la campiña y yo seguía en el quehacer agrícola ayudando a mis
padres y a los vecinos que requerían de mis servicios. Contaba con más de
siete años de edad y sin pecar de guaragüero3, creo que era el mimado de la
familia, porque era el centro de la atención en casa.
Un buen día al regresar de la chacra, sentí cierto malestar en mi organismo, al
día siguiente el mal se iba acrecentando; no tenía apetito. Los días iban
pasando y la fiebre no me dejaba; me iba secando de a poco, nadie daba con
mi mal, hasta que la comá4 de la abuela dijo: ―Llévalo donde don Albino
Morales, él es un curandero muy finazo‖. Mamá sin pérdida de tiempo me llevó
3 Guaragüero: Jactancioso
4 Comá: Comadre
casi cargado, porque ni caminar podía. Don Albino Morales Meza vivía casi a
cuatro cuadras de nuestra casa. Estando allí, el curandero hizo un diagnóstico
de mi mal y me observó detenidamente para después decir: ―Tiene susto de
agua en último grado y el caso es bastante delicado, tenemos que llamar su
espíritu en el lugar donde se ha asustado y además tiene que tener un régimen
alimenticio especial y riguroso‖. Regañó a mi madre, por qué había descuidado
tanto tiempo en la curación del mal, para sentenciar después, que todo dejaba
a la mano de Dios. ¡Ah! Acotó, por mi trabajo voy a cobrar 5.00 (eran unos
billetes verdes, que comúnmente se les decía loros). Mi madre casi lloró, por el
precio. Cinco soles por aquellos tiempos era harta plata y mamá apenas se
sostenía cosiendo vestidos y papá su agricultura. Por aquellos tiempos había
que ingeniárselas para poder vivir, considerando que éramos varios hermanos.
Ante la súplica de mamá por la rebajita, el curandero aceptó que sea 4.00, a
condición de que yo le ayudase en sus quehaceres de la casa, bien podría ser
en las tardes o en las mañanas. Ese mismo día empezó mi curación, que
consistió en una rezada por los cuatro costados y en seguida dijo ―mañana
martes o el viernes tengo que llamar su espíritu en el lugar donde se ha
asustado‖. Recuerdo, que cuando el curandero aseguró que yo tenía susto de
agua, narró tal como ocurrieron los hechos, con tal fidelidad, como si él hubiera
estado presente en el lugar. Nos quedamos pasmados del relato, por su
objetividad; nosotros por el tiempo transcurrido, casi habíamos olvidado parte
de los hechos ocurridos, pero el curandero nos refrescó la mente. ¡Era como
para no creerlo!
Antes de retirarme, me dio de beber una copita de brebaje que tenía sabor a
caldo, posteriormente llegué a saber que fue un preparado de gallinazo.
Cumpliendo con el compromiso contraído el de ayudar en los quehaceres de la
casa del curandero don Albino, me apersoné el día señalado. Su esposa
Eufemia Junco se encontraba echando leña al fogón en el que estaban dos
latas sobre dos adobes acondicionados. El curandero me hizo pasar al fondo
de la casa y ordenó a su mujer que me enseñara a atizar el fogón. Aprendí
rápido mi trabajo, es decir, no tenía que dejar que el fuego se apagara para lo
cual tenía que atizar sin interrupción por ambos lados, hasta que el curandero
me diera la orden de no hacerlo, incluso yo almorzaba junto al fogón.
En ese lapso de tiempo vi que algunas personas le traían en un costalillo
animales muertos, como también vivos y él les daba dinero. De curioso abrí la
tapa de una de las latas que hervía y noté líquido espeso y algo que se movía
en su interior. El curandero se acercaba a cada momento y con un palo tipo
mazo movía el líquido y chancaba como para deshacer algo. Cuando dejé de
echar leña por orden del dueño bajamos los recipientes y fue colando el líquido
con una coladera grande para después hacerlo con una tela muy rala. De cada
lata salió un litro de líquido semiespeso y una de ellas despedía un olor fétido.
Terminé mi trabajo del día y me dijo que si quería podía regresar al día
siguiente para ayudar a limpiar los corrales y en efecto, así lo hice con
autorización de papá. Tenía que limpiar los corrales de gallinas, patos, cuyes,
conejos, borregos, aparte de palomas y cerdos. En este amplio ambiente vivían
él y su esposa; no tenían hijos, pero se daban tiempo para atender cada quien
sus quehaceres, con suma rigidez y responsabilidad. Pese a mi corta edad (8
años) era muy acomedido, sobre todo poniendo en práctica los consejos de mi
abuela que nunca se cansaba de hacerlo para enrumbar por el camino del
bien.
Al día siguiente noté que el líquido semiespeso estaba embazado en botellas
que guardaba celosamente en un mostrador y que a ciertos pacientes les daba
de tomar como parte de la curación. En lo que respecta a mi salud, el Sr.
Morales me iba curando de a poco. Cuando llegó mamá le dijo, que el viernes
pasado a las 12 de la noche había llamado mi espíritu y por consiguiente
estaba fuera de peligro, pero que tenía que seguir chequeándome de cuando
en cuando hasta erradicar completamente el mal.
Después de haber ayudado al curandero en sus quehaceres por un buen
tiempo, esta vez propuso a papá que le ayudara de noche a partir de las 12.
Entre sí o no, mi padre aceptó, pero noté que no estaba de buen ánimo. En el
turno de noche seguía en el mismo trabajo que del día, es decir, atizar el fogón,
esta vez con otro amigo de infortunio, de apelativo ―Guitarra‖. Cuando estaba
hirviendo el agua en los latones, apareció el curandero trayendo una bolsa con
contenido y era nada menos que un gato negro. Nosotros teníamos que estar
atentos para abrir y tapar la lata apenas echara al gato. Había una madera que
se ponía sobre la tapa, asegurado en cada lado con alambre, para que a los
movimientos o revoloteos no se abriese y de esta manera evitar que el animal
se escape. Así se terminó con la primera lata y para la segunda, sacó un
gallinazo vivo al que lo tendió en la mesa con la cabeza mirando hacia arriba;
las dos alas y patas del animal quedaron aprisionados con una soguilla, sin
poder moverse. La mesa estaba cubierta con un trapo negro. El curandero con
un machete muy filudo dio un machetazo en forma vertical y horizontal (forma
de cruz); después ordenó que soltáramos la soguilla para echar el gallinazo en
el agua hirviendo, incluso el trapo negro para no desperdiciar la sangre,
tapándolo al instante. La tapa se aseguraba con alambre a los costados.
Después de unos minutos se sacó el trapo del recipiente y la orden terminante
era no destapar las latas tan pronto, para evitar que salga el espíritu malo,
según el curandero.
La tarea seguía siendo la misma de otras oportunidades, es decir, colar el
líquido para luego embotellarlos. Es preciso enfatizar que los huesos de los
animales se deshacían, incluso quedaban como sarros en los recipientes y el
líquido salía espeso. Del gallinazo hasta las plumas se deshacían, el agua era
color plomizo y las plumas se convertían como masa y así eran pasados por el
colador. No se desperdiciaba nada. A algunos pacientes se les daba de beber
el líquido asentado, muy posible a los que estaban en situación grave.
La casa del curandero era como un hospital, ya que muchos pacientes se
quedaban alojados allí mientras duraba la curación. Recuerdo de una mujer,
muy mal de salud y sumamente delgada, que la bajaron de un auto color
blanco y que decía llamarse Matilde. Un hombre que manifestaba ser su padre,
llorando suplicaba que salvara a su hija y que estaba dispuesto a pagar
cualquier precio por ello y decía haber recorrido muchas partes del norte, sin
resultado favorable. Don Albino después de escuchar a su interlocutor aceptó
hacerle el diagnóstico utilizando una gallina negra, pero advirtió, que si la
gallina moría durante la sobada, el paciente no era de esta vida, pero si ocurría
lo contrario había muchas posibilidades de salvación. Dicho esto ordenó que
tendieran a la paciente sobre una estera boca abajo y en forma de cruz y con
una gallina negra lo ―pasó‖ por todo el cuerpo haciendo invocaciones
inentendibles, mediante oraciones. Después del ritual la gallina quedó casi
moribunda, a tal punto que el curandero lo tiró al cuerpo de la paciente, que
quedó con un semblante de tristeza y en cuclillas. El curandero, luego tomó al
animal y lo descuartizó, depositando la sangre en una vasija, para después
untar por todo el cuerpo de la paciente.
Poco a poco iba revisando los órganos de la gallina hasta que encontró en una
de las vísceras, una parte negra que se expandía hasta los pulmones, en
donde se acentuaba el color negro, así como también en la cloaca.
Después del diagnóstico el curandero expresó: ―La paciente tiene malía y que
una persona joven que Uds. conocen, por problemas amorosos, le ha dado en
la comida tierra de muerto compuesto y el curandero que ha preparado el
bocado es un colega mío, de gran prestigio en la campiña; pero una vez más,
le voy a demostrar quién es Albino Morales‖, sentenció. Luego prosiguió ―Si
Uds. se demoran un día más el caso era perdido. Los nombres de las personas
que están comprometidos en esta malía les daré a conocer después del
viernes‖, dijo muy seguro de sí. Dio de beber a la paciente dos vasos de
líquido, uno de gato y otro de gallinazo y ordenó pasar a la paciente a uno de
los cuartos para un proceso de riguroso tratamiento.
Cuando el padre de la muchacha preguntó cuánto le debía, el curandero le dijo
―por hoy me debe 50.00 (cincuenta soles), pero mañana me pagará de los
alimentos y el cuarto‖. El Sr. preocupado le preguntó ¿sanará mi hija?,
entonces el curandero contestó ―mi amigo, si Ud. cumple con todo lo que le
pido y tiene plena confianza, su hija sanará‖; ―La plata se hace, la vida no se
compra‖, manifestó el preocupado padre; ―Así es mi amigo‖, contestó a secas
el curandero.
Antes de que se despidiera Don Albino le recalcó ―No se olvide que para el día
viernes necesito una movilidad, a eso de las 9 de la noche y una persona, que
puede ser Ud. para hacer la cura en la orilla de una playa, pero antes debemos
pasar por un camino en cruz‖. El Sr. aceptó el pedido del curandero y
abandonó la casa casi al oscurecer. Nosotros los ayudantes también nos
retiramos sin antes no colgar una sábila cerca a la cabecera de la cama de la
paciente y rociar el cuarto con agua de ruda negra deshojada y refregada. A mí
me encargó que mi papá viniera al día siguiente para hablar con él. Era
precisamente para que yo formara parte del grupo que iba a acompañar en la
curación de la paciente. Llegado el día viernes el curandero tenía todo listo
para la cura tales como: sábanas, envases con esencia de culebra de monte,
vasijas con líquido, etc. El padre de la muchacha se presentó con una
movilidad que era manejada por un chofer de apelativo ―mágico‖. A la paciente
envuelta en una sábana blanca se le ubicó en la parte posterior, al centro de su
padre y el curandero; adelante nos ubicamos 2 personas. El carro tomó la ruta
de la panamericana y después de una hora y media llegamos a Río Seco para
desviar al lado derecho rumbo a la playa. En este lugar el auto se estacionó al
lado Este, o sea en sentido contrario. El curandero ordenó bajar a la joven y a
nosotros nos dio las siguientes indicaciones: ―Uds. no se bajen del carro,
mantengan la calma y que no haya nerviosismo por algunos ruidos y maniobras
extrañas que puedan darse, tampoco pueden mirar atrás, porque de lo
contrario el trabajo que hacemos no tendrá resultado y de nada servirá todo el
sacrificio realizado‖. Dicho esto, ordenó caminar a la paciente y él la ayudaba;
conforme iba avanzando cerca al mar él hacía algunas invocaciones en voz
alta que no se entendía por la distancia, el ruido de las olas y el fuerte viento
que hacía. De repente se dejó escuchar un ruido ensordecedor como de una
bombarda que iluminó el espacio y el auto empezó a moverse y daba la
sensación que estábamos suspendidos en el aire. Nosotros permanecimos
inmóviles obedeciendo las indicaciones que se nos hizo. Cuando en eso se
escuchó una fuerte explosión y además se pudo observar que algo luminoso
descendía del lugar de la explosión, posiblemente se posó en el lugar en donde
se encontraba el curandero. Nuevamente aquel fuego luminoso que descendió
empezó a ascender produciendo ruidos y un fuerte viento remeció el auto,
hasta quedar todo normal, solamente con la luminosidad de la luna llena.
Volvieron Don Albino y la paciente a quien hizo subir a las justas al auto,
manifestando ―todo salió bien‖ y luego complementó ―por favor, esperen un
rato‖, dicho esto, se tiró en la arena boca arriba y alzando los brazos imploraba
con palabras inentendibles, para luego quedarse quieto, como si estuviera
durmiendo. Mientras tanto en el auto la enferma dormía en medio de quejidos y
despedía un olor como de azufre. El sueño también nos invadió. A la paciente
se le puso un ramo de flores con bastante ruda a la cabeza y los pies,
rociándole con agua de flores de clavel, dalias negras y pedazos de San Pedro
de 7 surcos. Nos encontrábamos durmiendo, hasta que el curandero se levantó
y preguntó al chofer acerca de la hora y éste contestó que era las 3 de la
mañana.
Entonces aquel retrucó ―Buena hora para irnos, tranquilo no más; hemos
empezado a las 12 en punto, hora de buen trabajo‖, manifestó. Tomamos la
ruta de regreso y en el trayecto el curandero conversaba que a su paciente una
mujer le había hecho daño dándole tierra de cementerio en sus alimentos y esa
mujer era nada menos que la esposa del enamorado de Matilde. Él le había
hecho creer que era soltero, por eso es que ella se prendó del galán. Así iban
conversando en el trayecto, bajo un ambiente negruzco y tétrico. El brujo decía
―Ya me he comunicado con el tío Sata; la mejoría debe darse en unos días, de
lo contrario tendré que sacrificar a una persona para que mi paciente sane‖.
Tuve más miedo aún por las expresiones escuchadas, pensando que la víctima
iba a ser yo. Llegamos a la casa del brujo casi al amanecer y la paciente se
quedó internada en la casa. Sus familiares se retiraron y la visitaban dejando
un día. A ella todos los días le daban brebajes consistentes en compuestos de
gallinazo y gato, otras veces en forma de caldo espeso mezclado con yerbas
molidas.
A los 15 días empezó a dar sus primeros pasos, pero con ayuda. Al mes ya
tuvo mucha más facilidad para caminar. A estas alturas, ya sus familiares se la
llevaron a su casa. A no dudarlo el papá de la paciente tuvo que desencajar
buena cantidad de dinero.
El tiempo avanza inexorablemente sin detenerse y en ese transcurrir sin tregua
ya contaba con 10 años de edad. Mi salud había mejorado notoriamente con la
curación de Don Albino y las tomas rígidas a que me sometió.
Mi padre me matriculó en la Escuela Félix B. Cárdenas de Cruz Blanca, para
dar mis primeros pasos de la primaria. En las mañanas y tardes, antes y
después de la escuela ayudaba en los quehaceres de la casa. Los sábados y
domingos era la tarea de la chacra junto a papá. Así fue mi niñez en esa tierra
de la hospitalidad con sabor a campiña y magia, en toda su estatura y
esperanza, pero sí con visión y misión en mente ―soñar, soñar y este sueño se
haga realidad paulatinamente‖.
DATOS ACERCA DEL AUTOR
SAMUEL L. CORNELIO ABAD
Nacido en el pueblo de Pimachi (Ancash), como profesor de Lengua y
Literatura laboró en instituciones estatales y no estatales. Su proyección social,
particularmente a los pueblos de la zona andina es notoria. Entre sus
publicaciones destacan: Creencias, supersticiones y medicina tradicional de
Pimachi; Colegio Luis Fabio Xammar: 50 años de historia; Mitos y Leyendas de
Huacho; Mitos y Leyendas de Barranca; Anécdotas, pasajes y vivencias del
maestro; Huanri: tierra de músicos; tras las huellas de Pimachi, etc. En ellas
manifiesta la historia, geografía y el folclor de los pueblos que tienden a
fortalecer la identidad cultural.
CUENTOS
DE LA
SIERRA
AMBROSIO SE ADELANTÓ AL TIEMPO
Samuel Cornelio Abad
Don Ambrosio, comunero de Pimachi (Ancash), era una persona de talla alta,
un tanto corpulento, de caminar lento y de mirada desconfiada. Hacía falta la
sonrisa en su rostro, por ratos se le notaba meditabundo. Era de recia
personalidad y muy respetuoso de las normas de la comunidad. ―Todos deben
cumplir al pie de la letra las normas y costumbres de la comunidad, de lo
contrario deben ser castigados‖, solía decir. Él siempre daba el ejemplo,
cumplía los usos y costumbres; desempeñó cargos directivos
disciplinadamente y en fin, cuántas cosas más. Por el año 1940, comenzó a
sensibilizar a algunos comuneros sobre todo jóvenes para aventurarse a
Shishín (puna) y dedicarse a la ganadería y agricultura. Shishín, terreno
extenso de la comunidad está ubicado al otro lado del pueblo pasando por la
cumbre de Cotoshishín y bajada de Chaupishishín a 6 horas, de camino desde
el pueblo. Es una quebrada amplia que abarca de Huijín hasta Tambofiado, con
agua libre. En extensión, incluso, supera a los terrenos cercanos al pueblo. A
no dudarlo sigue siendo un prospecto.
Don Ambrosio como buen calculador que era ya estaba de vuelta de las
ventajas que le traería ese proyecto. Se dibujó en su rostro un hálito de
optimismo. De las personas sensibilizadas solamente tres lo acompañaron y
con él sumaban 4. Con el correr de las semanas desertaron estas personas,
solamente se quedó él, como para no creerlo; pero esa era la realidad. La
decepción cundió en él hasta estuvo a punto de abandonar tal empresa. Pero
esa noche soñó que su padre Zenón, que hacía años había fallecido, le
aconsejaba luchar con todas sus fuerzas por tal proyecto y le prometía
interceder a los dioses y auquis para que les ayudara y protegiera. Se despertó
súbitamente de un sueño profundo. Con la seguridad de verse protegido y
bastante fortalecido se dijo a sí mismo ―no es de hombres dar marcha atrás‖.
Su esposa Hipólita respetaba las decisiones del esposo, a pesar de que no
compartía con tan riesgoso propósito. La pregunta que se hacían sus familiares
era ¿Quién lo acompañará a Ambrosio en el proyecto de Shishín? ¡Si todos
han desertado!, ¡Shishín es una puna solitaria, de noche aún más peligrosa,
pero él seguía empecinado en llevar adelante su decisión pese a quién pese.
Se compró una escopeta, una largavista y cinco cachorros a los que puso de
nombre: Jipichuco, Pastel Comité, Moda Cantarás, así es tu vida y Buen
Amigo. ―Cuando crezcan ellos me acompañaran y serán mi compañía por
siempre‖, sentenciaba. Acariciaba a sus animales, cual si fueran sus hijos y les
prodigaba las atenciones que el caso requería. La puna de Shishín es virginal,
con la lluvia crece toda especie de vegetación a su libre albedrío y el pasto
natural se desarrolla por doquier. El agua discurre por la acequia límpidamente,
dando colorido al paisaje natural.
Don Ambrosio sembró alfalfares en la parte baja de Cutatambo cerca a la
acequia y él terreno se acondicionó con cercos para evitar los daños. Los
alfalfares eran solamente para las vacas preñadas. Escogió un Machay (cueva)
que le serviría de casa para pernoctar y preparar sus alimentos. De las vacas
que tuvo éstas aumentaban unas tras otras y se pastaban a sus anchas en el
pasto natural. También sus cachorros iban creciendo como sus fieles
guardianes; él se sentía contento porque sus planes se hacían realidad
paulatinamente. Trabajaba de sol a sol, solamente hacía un alto, pasado el
mediodía para preparar sus alimentos. Para no sentir los estragos del
cansancio estaban la coca, el ron, el cigarro inka y la cal con su poronguito,
infaltables aditamentos que devienen de los ancestros. Viajaba de Shishín al
pueblo cada 15 días para cumplir con sus obligaciones de comunero, o cuando
era su turno de agua y por supuesto para proveerse de víveres. Y si las
circunstancias apremiaban, pues viajaba en cualquier momento. En el pueblo
su esposa cuidaba los sembríos, que los tenía al día, era buen complemento.
Al cabo de 8 años Don Ambrosio ya tenía cerca de 30 vacunos que se
pastaban libremente en la anchurosa quebrada y él solía ubicarse en lugares
estratégicos para vigilarlos utilizando su largavista, sobre todo de los abigeos.
A no dudarlo su proyecto iba dando resultados y sonreía de satisfacción sin
dejar de ser persistente en el objetivo trazado. Cuando participaba en las
asambleas del pueblo su voz fuerte y orientadora era escuchada con atención
por los presentes, a veces lo matizaba con el quechua, que era el idioma
general en el medio. Sus palabras eran llenas de mensajes, pese a que no era
instruido, apenas había terminado su segundo de primaria, pero era la voz de
la experiencia. ―Los jóvenes deben trabajar, deben arreglar sus chacras y criar
animales, nadie debe ociociar, aquí hay mucho que hacer‖, enfatizaba con
firmeza. A los mayores les decía: ―Sean ejemplos para sus hijos; trabajen para
ellos, cumplan con todas las normas y costumbres de la comunidad, de lo
contrario deben ser castigados en público o privado de su turnaje de agua‖,
sostenía. Mientras tanto, en Shishín sus vacunos iban en aumento.
Por los años 50 y 60 se convirtió en un potentado del lugar. Por aquellos
tiempos en que la situación económica era difícil en la zona andina, sobre todo
en la comunidad de Pimachi, privado de todo atisbó de adelanto debido a
limitaciones y poca visión de futuro de las autoridades, producto del sistema de
gobierno imperante. Cuando precisaba de dinero vendía tres o cuatro
ejemplares según lo que requería para sus necesidades en la casa. En época
de sembrío, (enero - febrero), ponía dos o tres yuntas para arar los terrenos
extensos de comuneros, incluidos los de la comunidad. No cobraba nada por el
servicio, pero recomendaba atender a los animales en alfalferas. Pasada la
temporada vendía los toretes. Cuentan los vecinos que en una oportunidad el
precio de la venta lo depositó en un tarro vacío de kuáker bien tapado para
mayor seguridad, según él. Pasado cinco meses cuando fue por el preciado
tesoro, lo encontró prácticamente convertido en polvo. En otra oportunidad
después de su acostumbrada venta, el dinero envuelto en una bolsa de plástico
lo enterró en un lugar determinado; pasado un buen tiempo, no se acordaba el
sitio preciso donde había enterrado. El dinero en ambos casos y en muchos
otros se perdieron y él creía que era castigo del cerro, por eso, en adelante
solía compartir a menudo la botella de ron, coca y alimentos con los auquis.
Don Ambrosio fue una persona que colaboraba con la comunidad y apoyaba
económicamente dentro de sus posibilidades a los que acudían a él. Se sentía
satisfecho de lo que hacía. Compartía religiosamente su trabajo en los dos
lugares, es decir Shishín y Pimachi, poniendo al día sus quehaceres.
Partía de un principio importante y solía repetirlo: ―La alimentación, la
alimentación es la base para una buena salud‖, solía .decir, ―Si aquí tenemos
papa, camote, maíz, choclo, achira, carne, fruta; eso depende de uno mismo‖,
sentenciaba y se limpiaba la boca con el puño después de un sorbo de ron. En
efecto, él daba la muestra, nunca se descuidaba de su alimentación. Carne no
le faltaba, porque con su escopeta, fiel compañera, mataba venados, osos,
pumas, vizcachas, perdices, pero lo hacía racionadamente, como quien dice
―Guardar pan para mayo‖. Disecaba la cabeza de los animales que mataba
para exhibirlos como trofeo en su casa y mostraba con aires de suficiencia a
sus amigos de tales proezas. La gente en el pueblo le tenía respeto y su
imagen trascendió hasta los pueblos vecinos. A los visitantes les daba
hospitalidad y se hizo de muy buenos amigos. Antes y después del almuerzo
era costumbre su copa de ron (huashco).
Por el gran esfuerzo físico que desplegaba en el duro trabajo, a veces se sentía
mal de salud, pero solía curarse con remedios caseros a los que les tenía una
gran fe. No le importaban las críticas que le hacían por no curarse en la costa,
pese a tener dinero; él ni se inmutaba y seguía en lo suyo.
Por esos tiempos en Pimachi se estudiaba hasta el segundo grado de primaria.
No había autorización para más; el que quería seguir adelante tenía que salir a
la costa u otro lugar. Con la situación económica precaria de los pobladores era
difícil educarse. Uno que otro, haciendo gran esfuerzo, podía seguir. A Don
Ambrosio no le agradaba mucho que los alumnos viajaba a la costa; solía
insistir: ―Sí aquí tenemos todo, tanto en el pueblo como en Shishín, es cuestión
de encaminar al muchacho en el trabajo‖ enfatizaba; ―Los que van a la costa,
nuevamente van a regresar a tirar lampa, como nosotros‖, acotaba. Le
desagradaba el relajo de los jóvenes, a quienes les inculcaba con su quechua
característico, que practicaran las normas morales. Cuando fue Alcalde con la
autoridad que le asistía, chicoteó muchas veces a los infractores, sean grandes
o chicos. Pese a su edad avanzada nunca bajó los brazos en el trabajo. La
ganadería fue su fuerte y su despensa Shishin. Llegó a tener gran cariño a sus
perros, a quienes consideraba como seres humanos. ―A ellos les debo lo que
tengo, decía, sin dejar de acariciar y apachar a cada uno de ellos. Cuando
moría uno de los canes, pues hacía velorio, mataba 2 borregas y preparaba
alimento para los invitados. En una oportunidad a decir de los comuneros
mandó poner dentadura de oro a Líder uno de sus canes preferidos. El que
cumplió con tal encargo fue el dentista Zamora, como pago del alquiler de una
casa en el pueblo.
Raudo pasó el tiempo y la vida de este buen hombre del Perú profundo, se fue
apagando lentamente hasta despedirse de esta vida terrena, dejándonos
mensajes importantes. Desde Quinrarek se dejaba escuchar los aullidos tristes
y dolorosos de sus canes. El paraje de Shishin se vistió de luto y los cerros
retumbaban como pidiendo ayuda para seguir viviendo. Los pobladores sin
comprender lo sucedido se hacían la señal de la cruz y en sus mentes se fijaba
la expresión ―La vida continúa‖.
EL HONDILLERO
Aureo Sotelo Huerta
Los campeones nacen y Shatu había nacido para serlo. Era el mejor chuncador
con las bolas, el más eximio mucudor de trompos, asimismo el mejor runrunista
de la clase, pero, donde más destacaba y prácticamente no tenía rivales, era
en el manejo de la hondilla, arma temible con que daba muerte a muchísimos
pajarillos ya con la cabeza, las alas o el buche destrozados.
La fama no es sólo patrimonio de los héroes, Shatu también era famoso, por
eso todos queríamos tenerlo como amigo.
Cierto día luego de pensarlo me dije —No es posible que solamente el Shatu
sea el más famoso de todos, yo también puedo serlo ¿qué me falta? Nada. —
Desde entonces decidido empecé la titánica lucha para igualarme a él y
superarlo. Como los maestros son necesarios, hasta ciertos límites, me
convertí en su sombra, cada gesto, cada movimiento, lo iba estudiando con
avidez.
Como estaba planeado, luego de algunos meses de intensa práctica me
convertí en su adversario. Al Shatu no le importó. Esto, lo confieso, me
molestó. Lo importante es que ya era un hombre importante como lo había
querido.
En el arte de matar, la grandeza de los héroes se mide por la cantidad de los
muertos: pichuchancas, tuctupillines, yukices, paca-pacas y chacuas habían
caído bajo el golpe certero de mi hondilla. Como era de esperarse este hecho
concitó la admiración de mis amigos y de los amigos de Shatu.
En la sierra, en mayo y junio la naturaleza es pródiga en frutos, los campos son
inmensas despensas con los más variados potajes, los árboles se hinchan de
nidos cantarines.
Aquel día me encontraba con deseos de cazar muchísimos pajarillos. Ya.
estando en el campo y a medida que avanzaba, mi alforja" se llenaba con
pájaros muertos y agónicos. A estos los iba ahogando para que no sigan
padeciendo. Cuando llegué al río sus cristalinas aguas me invitaron a meter los
pies.
¡Qué deliciosa sensación! Todo mi cuerpo se extasió de gozo. La frescura de
sus aguas y la ribera acolchonada de acurmas, mishihuaytas y yerbasantas me
invitaron a recostarme en ellas.
¡Ah! sádico de mí, feliz sonreía recordando la forma como había dado muerte a
aquel tuctupillín o de aquella paca-paca que habla seguido cantando con la
cabecita destrozada... De pronto…
Una enorme águila llegó rauda y cogiéndome violentamente empezó a
castigarme.
¡Toma, toma canalla, por matar a mis hermanos!
Horrorizado traté de gritar, correr. El águila volvió a asirme y sentí que sus
garras penetraban en mis carnes. Sus ojos sanguinolentos y fieros me miraron
con desprecio.
—Te romperé los huesos, las manos, así nunca más usarás esa maldita
hondilla
¡Cobarde! — ¡mentiroso... No mereces vivir. Puerco, te sacaré los ojos. —Me
cogió férreamente con una de sus filudas patas y con la otra abrió sus garras
para reventarme los ojos.
— ¡No, no me mate!!! — Supliqué.
Se detuvo un instante y luego se echó a reír con sarcasmo. —Cobarde, ahora
gritas, hasta pides perdón—. Me miró con odio y luego de asirme
violentamente, abrió nuevamente sus garras y apuntó a mis ojos.
—Te haré ciego, esa será mi mejor venganza, ¡ya!!!
—¡No!!!
Grité haciendo un esfuerzo supremo. Desperté. Había estado soñando.
—Ah, sueño maldito…
Cuando recién me reponía de aquella terrible pesadilla, algo azotó mi rostro.
Me cubrí y tomé mi arma. —Pensaba que estaba soñando— Otro alazo golpeó
mi cara. Al reconocer al insolente que era un pequeño gorrioncillo, y no la
temible águila del sueño, estiré mi jebe con rabia para matarlo. El animal luego
de volar de una rama a otra se posó muy cerca. Apunté y cuando estuve a
punto, le miré a los ojos, estaban llorando. Como nunca un estremecimiento
extraño me invadió. Dejé de apuntar. Era la primera vez que lo hacía, el animal
me había conmovido, además era la primera vez que miraba los ojos de un
animal.
Aún conmovido por las circunstancias del día, decidí retirarme. Nuevamente
volvió a rozarme, y chillando se posó en una rama cercana. Quise apuntar otra
vez. No lo hice. Como la vez anterior le miré a los ojos, seguía conmovido. No
cabía sino admitir que el sueño me había conmovido demasiado. Pobre Felipe
me dije —Veo que ahora hasta le temes a sus sueños.
La rara actitud de aquel animalito me intrigó.
—Estás con ganas de jugar ¿no? Ven, quiero ser tu amigo. El me miró con
tristeza. Traté de acariciarlo, temeroso voló.
— ¿Estás enfermo? Podría ser.
—Quién puede entenderte. Bueno amiguito, llegó la tarde, me voy, volveré otro
día para jugar.
Recién había avanzado algunos pasos, cuando nuevamente con sus alas y
chillidos me rozó, pero en esta oportunidad un coro desafinado respondió
desde el árbol cercano. —Ah, recién comprendo tu preocupación, tienes miedo
que mate a tus pichones, mi fama de hondillero ha llegado hasta ti – No te
preocupes, puedes quedarte tranquila, me voy.
Seguí alejándome del lugar; esta vez más sereno. Pero, los chillidos de mi
amiguita no cesaban. Cada vez eran más violentos, más fuertes y
desesperados. Me dio la impresión que algo grave le estaba ocurriendo;
impulsado por una fuerza extraña regresé.
Los chillidos roncos y las plumas que caían en desorden me hicieron presentir
lo peor, no me equivoqué. Cuando levanté los ojos hacia el nido, ¡Oh! —Mi
amiguita, luego de luchar con todas sus fuerzas defendiendo a sus pichones,
fue engullida por la culebra, que aún insatisfecha se aprestaba a terminar con
los pichones. Había llegado demasiado tarde. Entonces, recordando mi fama
de gran hondillero, estiré el jebe con todas mis fuerzas destrozando la cabeza
del enorme reptil, que convertido en un ovillo cayó a mis pies.
—El coro desafinado siguió piando en el nido. Esta vez mamá no llegaría
nunca más.
—Miré a la culebra. - posiblemente también era una madre y buscaba
alimentos para llevar a su nido.
— Observé mi hondilla, no sé por qué, la tiré al río. Allá iba perdiéndose entre
las rocas y finalmente en el recodo desapareció.
NOTAS ACERCA DEL AUTOR
AUREO SOTELO HUERTA
Nacido en Aija (Ancash) en 1935. Es uno de los grandes exponentes de obras
de teatro infantil, escolar e histórico. Forma parte de diversas bibliografías
internacionales de dramaturgia, entre ellas, la antología del teatro
latinoamericano de la Universidad de Veracruz (México) y el repertorio de la
Universidad de Minnessota (Estados Unidos). Aureo Sotelo es también un gran
cuentista y sus obras demuestran la personalidad de un creador de trayectoria.
Es autor de más de setenta obras de teatro en el que destaca ―Teatro Escolar
Popular‖. En su narrativa es notoria ―El Cazador de cangrejos‖. En ambos
géneros el autor mensajea humanismo.
EL ENTIERRO DE UNA MADRE
Aureo Sotelo Huerta
- La caja será de pino y las lámparas de plata
- dijo el hombre cuervo uno.
- La caja será de cedro y las lámparas de oro y plata – ofreció el hombre
cuervo dos.
- Ofrezco una caja de cedro y pino, las lámparas de oro y plata,
enchapado de oro y de diamantes – propuso el hombre cuervo uno.
- ¡Eso me gusta, así tiene que ser! – dijo mi tío emocionado – Ahora me
interesan los adornos florales.
- Las cruces y lágrimas serán de rosas blancas y rojas – ofertó el
hombre cuervo dos.
- Serán de rosas, azucenas, lirios y orquídeas. Todas importadas desde
Miami.
- Esa maravilla me encanta - volvió a manifestar satisfecho mi tío -. A la
familia y a los asistentes tenemos que impresionarlos.
- El nicho en el primer piso vale menos, en el tercero vale el triple –
propuso el hombre cuervo dos.
- Quiero algo mejor – insistió mi tío.
- Un monumento, entonces.
- Claro, un monumento, mi madre se merece lo mejor, un sepulcro como
el de Tutankamón.
- La carroza será de lujo, último modelo, que está haciendo furor en
París y Nueva York – ofreció el hombre cuervo uno.
- El carruaje que ofrezco será diferente, irá alado de cuatro caballos
moros, traídos especialmente desde Arabia y el cochero será un negro bello,
trasladado especialmente desde las cálidas tierras de Chincha y el féretro
descansará en una resplandeciente capilla ardiente de nácar – manifestó el
hombre cuervo dos.
- Prodigioso, así me gusta; le daré a mi madre un descanso eterno, muy
digno, algo que jamás a madre alguna se dio.
Lo cierto es que se hizo tal derroche de dinero, para lo cual, mi tía pidió
a sus hermanas, que vivían en la sierra, cultivando la tierra y cuidando el
ganado, mil sacrificios en nombre de la difunta.
- Es nuestra progenitora, como un último recuerdo de lo que ella hizo por
nosotros, cualquier esfuerzo que hagamos en nombre de ella, será siempre
poco. Nuestra madre se merece mucho más.
Los amigos y familiares que asistan a los funerales, deben llevarse una
gratísima impresión, deben halagar y comentar nuestro desprendimiento. ¡Qué
horror! Ya me imagino las cosas que podrían decir de nosotros.
- Hermano, yo no tengo dinero, tampoco Luisa – trató de explicar la
menor.
- Nuestro hermano tiene razón, los que no tenemos fondos, felizmente
poseemos vaquitas, borreguitos, chanchitos…
- O algún terrenito que nuestros padres nos dejaron. Vendámoslo o
hipotequémoslo. Pobrecita, tan buena que era – propuso muy apenado y
conmovido mi tío.
Los compradores llovieron, se juntó mucho dinero y se lo entregaron a
mi tío.
- Vamos a comunicar a los parientes y a todos los ―allí nunas‖, hombres
distinguidos del pueblo, para que nos honren con su presencia y conozcan lo
que somos capaces los buenos hijos – manifestó eufórico mi tío.
La noche del velorio se sirvió licores finos, también cigarrillos y se comió
en abundancia. Los alegres invitados, empezaron a contar chistes y
comentaban con vehemencia las jugadas del último mundial de fútbol. La
muerta, en su legítimo cajón, tallado al estilo Luis XV, parecía sonreír, lucía
radiante y feliz como jamás en su vida lo había sido. La iluminación del
ambiente reflejaba el brillo de las piedras preciosas, llamando la atención de los
asistentes, quienes comentaban con entusiasmo:
- Cuánto amor a esta pobre madre sacrificada. Solo así se explica tanto
desprendimiento. Observen las joyas de la capilla ardiente, vale miles.
- Millones y son importados – explicó orgulloso mi tío.
- Cómo envidio a doña Filli; cuando diocito me lleve a su diestra cuánto
quisiera tener la suerte de ella – comentó una anciana a sus hijas, quienes
significativamente sonrieron.
Al atardecer, la carroza, vistosamente acondicionada, avanzaba por la
ancha avenida. Una interminable columna de coches acompañaba la caravana.
Un sacerdote, rigurosamente vestido con los atuendos clericales, rezó la
oración respectiva; el guía de vestuarios blancos respondía la oración.
Después del ritual religioso, varios oradores, que jamás conocieron a la difunta,
en sus elegías destacaban la vida sacrificada y heroica de la muerta.
Finalmente, unos y otros se disputaban el honor de cargar la caja mortuoria;
como sucede en estos casos y mientras los sepultureros afinaban su tétrica
tarea, la familia lloraba nerviosamente. Mi tío no podía ser la excepción. Al
terminar la tarde de aquel día, iba cayendo el telón del último acto de aquellas
increíbles honras fúnebres.
- Señor, para que su madre sea feliz en el más allá, ofrezco ponerle flores
frescas todas las semanas – propuso el panteonero A.
- Flores frescas y perfumadas todos los días, cambiando de agua, mañana,
tarde y noche – ofertó el panteonero B.
- Que nunca falte en la tumba de mi madre, flores frescas y perfumes todos los
días – sentenció mi tío.
- La lápida con estos altos y bajos relieves, destacando el perfil de la difunta
mirando el infinito, ofrezco esculpirla con mármol importado de España –
propuso el marmolero uno, mostrando bocetos bellísimos.
- Lo haré con mármol importado de Italia, de la misma Carrara; mármol
transparente, realzando los relieves con engranajes de zafiro y marquesitas,
¿qué le parece? – ofreció el marmolero dos.
- Esa maravilla me encanta, claro, tiene que ser transparente como las nieves
perpetuas de la incomparable Suiza. Quiero que la gente al pasar por estos
corredores, detenga su mirada admirando la prodigiosa fosa de mi madre –
afirmó mi tío.
Terminada la ceremonia, el epitafio bien podría decir: ―Aquí yacen los restos de
doña Filli, nada ya, todo en su tiempo y que murió en gracia del Señor‖.
Con motivo de las fiestas patronales, después de años de ausencia, mi tío
había vuelto a la santa tierra. Sus actitudes frente a sus paisanos ya no eran
las de antes; le encantaba que le saludaran. En aquella oportunidad la fiesta
fue inolvidable; en la corrida de toros hasta hubo varios heridos.
- Vamos a Lima, mamá, deja a este pueblo salvaje y estos enormes cerros que
ya no son para ti. Tengo trabajo seguro, gano lo suficiente, además, es mi
obligación velar por tu bienestar – le dijo mi tío.
- En este pueblo he nacido y crecido, aquí conocí a tu difunto padre. Ustedes
también nacieron aquí. Me siento muy bien; crio el ganado, cultivo la tierra; no
quisiera ser una carga – respondió doña Filli.
- No digas eso mamá, estarás el tiempo que quieras; cuando lo decidas
regresarás. No olvides que todos quieren ir a la gran ciudad, por algo será que
la gente canta: ―Las locas ilusiones me sacaron de mi pueblo…‖
- Tienes razón, siempre soñé con este viaje.
- Está bien, nos iremos a Lima, me encontraré con mis amigas.
- Y nos iremos de paseo por todas partes – añadió mi tío.
- Dicen que las olas arrastran… Iban comentando entre risas doña Filli a sus
hijas, mientras el ganado pastoreaba a los bordes de los caminos, que
alfombrado de pastizales había quedado después de las lluvias.
- Shukuki, sabandija! – gritaron espantadas sus hijas.
Una pequeña serpiente asustada, les cruzó el camino separándolas.
- ¡Madre mía, no nos volveremos a ver nunca más, el demonio nos acaba de
separar!
- decían con voz entrecortada.
- Eso es pura creencia, puro cuento nomás.
- No, mamá mira, ―la ranya‖ hasta su huella ha dejado en el camino.
- Hijas mías, no sean pesimistas, les prometo que pronto volveré o
¿creen que me puedo olvidar tan fácilmente de nuestro Santo Patrón? No,
tengo que volver para cantar con las huanquillas y las bandas de músicos.
- Madre, cada vez que la ―chakia‖ llegue a casa chak, chak diciendo, te
estaremos esperando.
- Cartas y encomiendas les voy a mandar, siempre noticias mías
recibirán.
Luego de grandes festejos de despedida, emprendió el viaje de donde
no volvería nunca más. Desde aquella partida memorable había transcurrido
más de cuarenta años. Nunca más sus ojos volvieron a mirar las verdes
campiñas y la limpidez de su cielo serrano, siempre diáfano y turquí; tampoco
volvió a beber las cristalinas aguas de sus ríos ni arroyuelos, menos respirar el
grato aroma de las siemprevivas y pasahuetas de marzo que con las lluvias
expanden sus aromas.
Desde que llegó a la gran ciudad de sus ensueños, fue recluida en un
cuartito de un pueblo joven, de donde rara vez salía a recorrer y conocer la
gran ciudad y los encantos que ella poesía. Acostumbrada a ser dueña de la
tierra y del sol, empezó añorando sus campiñas y la sonrisa de sus hijas, a su
paisanos. Tiempo después cansada de tanta monotonía, decidió regresar.
- Hijo, extraño la tierra, a tus hermanas, mis animales, debo regresar.
-¡Mamá! – dijo mi tío - ¿Qué estás diciendo? Para tu edad la altura es
peligrosa; la presión, el soroche; qué decir de los caminos llenos de precipicios
y asaltantes. No viajes, mamá. No quiero que te ocurra algo malo. Cuantas
veces ella insistió, recibió la misma respuesta, hasta que poco a poco llegó a
convencerse de que realmente así debería ser.
Mi tío, su esposa y sus hijos la necesitaban, para eso la habían traído.
Ella se había convertido en cocinera, lavandera, niñera. Todos la querían. Pero,
los años siguieron corriendo. No era tan ágil como antes. Los nietos crecieron y
cada vez exigían más y más espacios. La nuera empezó a renegar.
- Tu madre debería volver a la sierra.
- Cómo puedes decir tal cosa. Ya no tienen la juventud de antes.
- Esta es mi casa y casada casa quiere; yo me casé contigo no con tu
madre. La casa es pequeña. Por eso mismo a ella deberías acomodarla en la
azotea.
- Eres inhumana.
- Soy una madre, ya cumplí con ella, o sino que se vaya a la sierra.
- Allá no tiene a nadie, mis tías murieron, mis hermanas migraron, yo
mismo soy un perfecto desconocido.
- Ese es tu problema, ya me cansé de escucharte, ¿Lo has oído?
La anciana frecuentemente escuchaba estos líos y hacía lo imposible
por no ser una carga. Trataba de ayudar, compraba el pan, la leche, lavaba la
ropa y la taza que muchas veces se le iban de las manos.
- ¡Eres una inútil! ¡No sirves para nada!
- Le gritaba la nuera.
- Dios mío, recógeme en tu seno, no me hagas sufrir. Reclamaba a sus
imágenes que la miraban impertérritas. Como estaba previsto, del cuarto que
ocupaba la mandaron a la azotea en donde castigada por los años, el frío
invernal y las frustraciones de su vida, añorando siempre volver a su santa
tierra y bailar junto a la banda de músicos en compañía de sus tiernas hijas, un
día se enfermó. Ahora sí era una carga.
- Debes mandarla a la sierra, allá se pondrá mejor. Siguió insistiendo la
nuera.
Pasaron días y solo se acordaban de ella para dejarle la comida. Un
gorrión que pasaba por la azotea, al verla acudió presuroso a comerse las
migajas, al principio con mucho temor luego con confianza. Ella dialogaba con
él y como había miga suficiente llamó a otros compañeros, quienes
alegremente revoloteaban alrededor de la anciana. Ellos eran ahora los únicos
grandes amigos que le quedaban. Una noche que el frío penetraba hasta los
huesos, ella dejó de existir, reflejando en su rostro una alegría, la llegada de la
muerte que por fin ponía fin a sus sufrimientos.
CUENTO: EL AMOR DE UNA MADRE
Filomeno Zubieta Núñez
En una humilde casa del pueblo de Cuspón, habitaban una señora entrada en
años y sus dos jóvenes hijos. La pobreza reinaba por todos los rincones, ella
hacía muchos años que había quedado viuda y como tal se desvelaba por
mantener sanos y salvos a sus críos. Producto de largos años de lucha y
sacrificio tenía la salud quebrantada. Lo que no ocurría con sus mozalbetes,
robustos y bien alimentados, dedicándose a jugar, vagabundear, comer y
dormir, sin mostrar la mínima preocupación por saber cómo la pobre madre
conseguía el yantar de cada día.
Sintiéndose ya inútil para las faenas del campo, un día pidió a sus hijos que
fueran a Quino, donde la comunidad iba a distribuir las parcelas destinadas al
sembrío de papas. Con sumo desgano se dirigieron a este lugar y recibieron la
suya. En el mes de mayo fueron nuevamente enviados con dos buenas
barretas y su talega de fiambre, para realizar el «chacmeado». Éstos, lejos de
realizar la faena, se dedicaron a jugar y molestar a las personas de los
alrededores, regresando a la casa en la tarde, «muy cansados y hambrientos».
La cariñosa madre los recibió alegremente, dedicándose a frotar y sobar los
miembros y las espaldas «adoloridas por el fuerte trabajo». Igual sucedió en los
tres subsiguientes días.
Pasaron los días y los meses y llegó noviembre. Había que realizar el sembrío
de papas. La atribulada madre vióse en apuros para conseguir las dos arrobas
de semillas necesarias, lo que se concretizó, no sin mil y un esfuerzos.
Nuevamente envió a sus hijos a «sembrar la papa», a regañadientes éstos se
dirigieron a Quino. Ya en el terreno baldío se dedicaron a preparar «cuayes»
(cocer la papa en la brasa del fuego) y a comerlas, operación gastronómica que
repitieron por dos días más, regresando a casa con más «hambre», que la
atribulada madre procuraba mitigar al instante. Como es de suponer; en los
días de aporqueo, estos malos hijos sólo se dedicaron a jugar hasta cansarse
al máximo y volver agotados a casa
La madre sacando cuenta del tiempo transcurrido y calculando que las papas
ya estaban maduras, pidió a sus hijos que fueran a sacarlas, pues todas sus
provisiones se habían agotado y no tenía con que llenar la olla. Mas, éstos se
negaron, aduciendo que estaban cansados de tanto trabajar y cumplir los
mandatos de ella. Ante este contratiempo, pidió que le dieran las señas de la
chacra para que pudiera localizarla, ya que no le quedaba sino realizar la faena
ella misma. Los hijos, para quedar a salvo del engaño, señalaron los datos de
una parcela vecina.
Con mucho esfuerzo y agotada, dada la distancia y sus males, llegó al terreno
indicado. Encontró un potrerito de hermosas matas de papa. Emocionada,
alegre y llorando, inició la tarea de sacarlas. A poco fue interrumpida
bruscamente por las palabras agrias y fuertes de un señor que, a la sazón, era
el dueño del terreno. Luego de la aclaración, la señora fue informada con lujos
de detalle de la forma cómo sus hijos se la pasaron entre juegos. Y de resultas
no había papas qué cosechar y menos qué comer. Sumamente afectada, triste
y llorosa retornó a su hogar con las manos vacías, pensando en sus hijos y en
lo que les daría para mitigar su hambre.
Ya en casa, se puso a meditar largamente. No tenía qué cocinar y amaba tanto
a sus hijos que no estaba dispuesta a permitir que se quedaran sin cena. No
encontrando solución y sin vacilar mucho, agarró un cuchillo filudo y cortó la
parte más carnosa de su enjuta pierna, con lo que preparó un delicioso caldo
para sus hijos. Éstos se sirvieron con voracidad sin mediar pregunta de cómo
había conseguido la carne y se acostaron satisfechos. La madre envuelta entre
sus polleras junto al fogón, arrumada, quedóse llorando tristemente. A la
mañana siguiente fue encontrada en un charco de sangre…¡¡muerta!! Mientras
en el fogón hervía otro caldo con las carnes de la amorosa madre…
NOTAS ACERCA DEL AUTOR
FILOMENO ZUBIETA NÚÑEZ
Nació en el pueblo de Cuspón (distrito de Bolognesi) en 1952, docente
universitario, cuya actividad laboral y cargos desempeñados en la sociedad
huachana han sido y son meritorios, así como el de ser promotor cultural de
Ancash, particularmente de su tierra Cuspón. Como producto de sus
investigaciones ha escrito una serie de obras, en las que destacan: Irene
Salvador, la huelga de 1917 en Huacho; Calendario Histórico Regional:
Barranca, Huaura, Huaral; Cuspón: comunidad e identidad; la provincia de
Huaura, recursos y potencialidades; Chiquián Arqueología, identidad y turismo;
―Tras las huellas de Luis Pardo‖; Personajes en la historia de Huacho; la
provincia de Huaura y sus distritos, etc. también ha propiciado la recuperación
de trabajo de investigadores y escritores regionales. El cuento ―El amor de una
madre‖ está contenida en el libro ―Cuspón comunidad e identidad cultural‖.
EL CUENTO DEL ACHACAY
Admi Vásquez Damián
Había una vez una familia pobre qué tenía dos hijos: el mayor tenía 8 años y la
menor 6. Los tiempos eran malos y la miseria asolaba a la familia. El padre y la
madre, desesperados por no saber qué hacer para mantener a la familia
decidieron deshacerse de sus hijos, optando por meterlos en una alforja y
colgarlos en la copa de un árbol para que los cóndores se los llevaran.
Pero, los niños pudieron liberarse gracias a la ayuda de un cóndor bueno, para
luego huir de casa y alejarse de| pueblo por el camino. Todo el día anduvieron
sin descanso, sin saber a dónde ir ni dónde parar. Ya casi al llegar la noche,
cansados y hambrientos, llegaron a una casucha sucia y solitaria, la misma que
estaba habitada por la Achacay quien era una bruja de aspecto horrible y
antropófago. Los niños llamaron a la puerta y ella salió a recibirlos.
- ¡Abuelita!- dijeron ellos- recíbenos en tu casa, no tenemos dónde dormir,
estamos cansados y de hambre.
- ¡Pasen, pasen hijos- contestó la Achacay amablemente y les hizo entrar en su
única habitación. Ellos se sentaron junto al fogón, mientras ella se disponía a
hervirles algo para comer. Les presentó un mate lleno de guijarros calientes y
humeantes diciéndoles que comieran, pero ellos vieron a la débil luz del lugar
que la comida que les invitaba no eran papas por lo que ni siquiera la tocaron.
¡Cómo! - les dijo la vieja - pero ¿no comen? sírvanse. Los huéspedes cogieron
los guijarros, los palparon bien y convencidos de que no eran papas lo dejaron
y respondieron!
Pero son piedras abuelita, no podemos comerlas.
¡Sí, Son papas!- replicó la anciana- y están sabrosas. Diciendo esto ella cogía
uno a uno, los partía con la mayor facilidad y se los engullía.
Los niños se quedaron de hambre y no tuvieron más que conformarse ya que
no había otro potaje.
La abuelita hizo la cama en el otro rincón e Indicó que cada uno durmiera en
uno de sus costados. Agobiados por el cansancio los huéspedes se quedaron
dormidos rápidamente; pero el más grande se despertó al sentir los -quejidos
de su hermanita una y otra vez. Entonces preguntó:
-Abuelita, ¿qué tiene mi hermanita? ¿Por qué se queja?
- Por nada- respondió- sólo estoy sacándole las liendres de la cabeza. Tu
hermana está sucia, llena de piojos y no quiere que se los saque. Y así de rato
en rato la niña se quejaba y a las preguntas del hermanito la vieja respondía de
manera semejante.
Pero lo que realmente sucedía era que la Achacay, aprovechando el sueño de
la niña, le iba introduciendo poco a poco una aguja de hierro, haciendo esto
hasta el amanecer, que es cuando las quejas de la niña también cesaron por
completo.
La vieja se levantó temprano y ordenó al niño que fuese al arroyo más próximo
a traer agua en una canasta:
Pero abuelita- dijo sorprendido- ¿cómo podré traer agua en esta canasta si se
pasan por los huecos?
¡Sí podrás ¡Ve pronto! .Al momento de sacar el agua dirás: ―tápate, tápate
canasta‖ y verás cómo el agua no pasará.
Sin embargo, en el fondo, el propósito de la bruja era quedarse por un tiempo
más o menos largo a solas con la hermanita.
El muchacho partió y llegó al arroyo intentando infinidad de veces sacar el agua
en la canasta que introducía en el agua pronunciando las frases que le había
dicho la bruja sin obtener resultado satisfactorio y, cansado de esforzarse
inútilmente, regresó a la casa de la Achacay.
¡Cómo! ¿No has podido? — dijo ésta - iré yo y verás cómo traigo el agua. Se
fue con la canasta a todo andar; mientras tanto el muchacho se dispuso a
buscar a su hermana, sin poder hallarla hasta que se acercó al perol y se
estremeció de espanto al descubrir que allí estaba ella, ya descuartizada y
dispuesta a servir de comida a la vieja antropófaga.
Inmediatamente el muchacho sacó los trozos descuartizados de su hermana
del perol que estaba en el fogón y los echó en un costal, para luego fugar del
lugar apresuradamente por la senda que iba faldeando al cerro.
AI retornar la bruja a su casa se dio cuenta que la paila estaba sin nada; y
además que los muchachos habían desaparecido. Salió inmediatamente en su
persecución. Después de un rato, el fugitivo que había avanzado un trecho
regular se percató que la Achacay iba tras él. Así en el trayecto encontró a un
zorro y suplicó a éste:
TAYTAY ATOG (papá zorro), protégeme de la Achacay qué viene a mi
seguimiento.
- Toma esta harina - le dijo el zorro - la irás derramando poco o poco por el
camino y así lograrás que ella se demore, y no te alcance.
El niño continuó su huida siempre con la carga a cuesta y derramando
puñaditos de harina como se lo aconsejó el zorro. Mientras su perseguidora,
que había llegado a donde estaba éste, preguntó de forma altanera:
AURUKU AUQUIS ATOG (Oye zorro viejo), ¿ha pasado por aquí un muchacho
con un atado en la espalda?
-¡No! - le contestó a secas el interrogado. La vieja siguió su camino pero ya no
con la prisa que hubiera querido hacerlo, puesto que iba comiendo la harina
que el muchacho había derramado en el camino. El chico avanzaba más y
más. A la larga llegó a cansarse, viendo con angustia que la Achacay se iba
aproximando; y, encontrándose en las riberas con un cóndor, le dijo:
- TAYTAY CÓNDOR (Papá cóndor), la Achacay viene en mi persecución,
¡sálvame!
|Ven!, escóndete entre mis alas- respondió el ave. AI poco rato se presentó la
antropófaga.
- AU ISMU HUISCUR (oye cóndor podrido), ¿No has visto pasar un muchacho
con un atado en la espalda?
¡No, vieja maldita! — respondió el ave- y le dio un fuerte aletazo cayendo
aquella al suelo sin conocimiento.
EI niño, aprovechando esta circunstancia, continuó su fuga hasta que después
fue a dar con un zorrino que estaba al borde de la vía.
- TAYTAY NASH (papá zorrino), ¡auxíliame que me persigue la Achacay y está
cerca!.
- Escóndete en este hueco - le contestó el animal – y lo ocultó debidamente. La
bruja no tardó en aparecerse. Jadeante y sudorosa preguntó:
- AU MACHA ASIAG ANASH (oye zorrino sucio), ¿no ha pasado por aquí un
muchacho con un atado en la espalda?.
¡No, vieja del demonio! - se volteó, orinó sobre su cola y la sacudió hacia la
dirección de la cara de la vieja. Mientras que ésta cegada se restregaba los
ojos maldiciendo al ANASH, el fugitivo continuó su huida. Pero tan pronto se
sentó por el camino dominado por el cansancio, sin aliento y viendo que la vieja
se acercaba, en medio de la desesperación levantó la mirada al cielo y
exclamó:
TAYTA DIOS ¡suéltame una escalera de oro para salvarme de la Achacay!, y al
momento descendió desde lo alto una escalera de oro y por ella subió el
muchacho con toda prontitud, hasta perderse de vista. Al mismo instante que la
bruja llegaba.
La ACHACAY pidió suplicante que le soltara una escalera de plata para subir.
Su ruego no fue desoído, pues se descolgó hasta sus pies una, pero de fibra
de maguey "champa" con un ratón en medio.
Mientras la vieja subía, el animalito roía la escalera sin descanso: craks, craks,
craks.
- ¡Maldito ratón!- exclamaba colérica la bruja- ¿Por qué roes mi escalera?
- ¿En qué te molesto a ti? — Contestaba éste- ¡yo estoy comiendo mi maíz! —
y seguía- craks, craks, craks..., hasta que por fin se rompió la escalera y la
vieja se precipitó al vacío, repitiendo desesperada: ¡Ay, padre mío, a la pampa
no más, a la pampa no más!
No obstante a sus súplicas, fue a caer directamente sobre uno piedra
aplanada, abriéndose, producto de la caída, sus entrañas, desde el ano hasta
cerca del ombligo.
- ¡TAYTAY CÓNDOR!.. ¡TAYTAY CÓNDOR!- (Padre cóndor) gritaba
suplicante. El rey de los Andes no se hizo esperar, se posó a su lado y le
preguntó en qué la podía ayudar.
- Quiero que me hagas el favor de coserme esta rotura.
Aceptó el cóndor hacerle el trabajito y se puso manos a la obra aprovechando
mientras cocía de cuando en cuando para engullir un bocadillo de tan apetitoso
manjar, hasta que al cabo de un rato terminó su cometido.
- Pero me lo has cocido completamente, ¿cómo podré orinar'? Descóseme un
pedacito- suplicó la vieja.
EI cóndor la descosió de pie a rabo en un santiamén.
- Me has descosido todo, cósemelo por favor, pero no totalmente;
- Exclamó ella
El ave reinició su tarea, siempre comiendo sus bocadillos de carne fresca.
- Otra vez me lo has cocido del todo. Quiero que me dejes una abertura para
tener por donde orinar- le rogó la Achacay.
El cóndor se lo descosió nuevamente del todo; y así cosía y descosía a
insistencia de la otra, mientras se la iba comiendo cada vez con más apetito,
hasta que finalmente se la comió por completo.
DATOS ACERCA DEL AUTOR
ADMI VÁSQUEZ DAMIÁN
Nacido en Aquia (Bolognesi). Es autor del libro ―Aquia: historia y cultura de un
pueblo andino‖, en que expresa que los pobladores de la zona andina son
herederos de una cultura milenaria y es menester contribuir a su conservación.
La obra publicada describe las características geográficas, culturales y sociales
de Aquia y hace un llamado para que conozcan la realidad y revaloren los
recursos y potencialidades a fin de aprovecharlos para el bienestar de la
población. El cuento del Achacay es la lucha entre el bien y el mal.
FLOR DE HUAGANCU
Lionel Fidel Trujillo
Ocurrió que en algún paraje de Huari, aún sin ubicación en el tiempo, nació un
niño muy llorón que por las puras ganas de llorar, sin motivo alguno le salían
gruesos lagrimones de los ojos, por lo que le pusieron el nombre de ―AMA
HUAGAITZU‖ (quiere decir: No llores).
Aquel mismo año había nacido una niña de carácter muy tranquila y por
contraste de circunstancia sus padres lo llamaron ―HUAGANCU‖ (que quiere
decir: ¿Llora?).
Corriendo los años, ambos niños se conocieron y fueron creciendo parejos,
adaptándose uno al otro. Ama Huagaitzu muy esbelto, pero siempre llorón;
Huagancu, de negra cabellera y sonrisa misteriosa. Llegó la edad del eros,
Ama Huagaitzu se siente todo un hombre, aunque no oculta lo frágil de su
sentimiento y quiere tomar estado casándose con Huagancu.
Pero como era muy pobre encontró cerrada resistencia a sus pretensiones.
Más pensó que esos grandes llamamientos de su corazón debía lograrlo con
esfuerzo y perseverancia, y pactando secretamente con Huagancu, se puso a
buscar trabajo.
Recorrió toda la comarca subiendo cumbres y montañas, atravesando bosques
de quinuales y alisos. Más llego un atardecer de los muchos que había tenido
y sobrecargado de ensueños y esperanzas se recostó al borde de un camino a
descansar su fatiga. Rumiaba el pasado sintiéndose el más desdichado de las
criaturas. Y cuando empezaba a cerrar los ojos, estrujando los párpados y
arrugando el rostro para empezar a llorar, se le presentó el ―ASIAG‖ (diablo o
supay, que apesta) y le preguntó:
- ¿Qué haces aquí? - ¿Por qué te sientes tan desdichado?
- Busco trabajo para casarme con Huagancu – contestó el joven.
- Lo tendrás… ¡Siempre y cuándo cumplas una condición!
Exclamó el Asiag, con voz firme y ronca.
- ¿Cuál es esa condición, mi extraño amigo?
- ¡No llores jamás!... replicó el demonio y echóse a andar ligero envuelto
en el frio de la noche. Ama Huagaitzu lo miró fijamente hasta que
desapareció su sombra por el camino… y se dijo para sí:
- ¡Lo cumpliré por lo que más amo!
- La promesa hecha al extraño ser, había roto el infortunio de Ama
Huagaitzu, que por fin consiguió trabajo en un lejano pueblecito. Pero
cosas extrañas le sucedían pues, a veces tenía exigentes ganas de
volver a llorar… y lloró y lloró amargamente, entonces el ASIAG
apareció en la casa de la novia y lo convirtió en una rara flor, porque se
había quebrado la palabra empeñada. El Asiag castigó toda una
esperanza y dio muerte a un largo idilio.
Se sucedieron las temporadas de lluvias y cosechas. Malos presentimientos
empujaron al desdichado a retomar el camino para el regreso. Al doblar la
cresta del cerro que es el mirador de su pueblo, alcanzó a ver la casa de su
prometida. Habían crecido tanto las hierbas que ocultaban las pircas del patio.
Al avanzar más escuchó el aullido de los perros, y dos pares de Quesh – raos
cantaban tristemente en las ramas de los arbustos, muy cerca de la puerta de
la casa. Desde lo alto del camino una anciana le dijo que hace años Huagancu
había salido a la laguna y desde entonces no se le vio jamás y que sus padres
murieron de pena. Entonces el joven, con el corazón desgarrado y con las
mejillas empapadas en lágrimas, empujó su cuerpo cuesta arriba hasta llegar al
borde de una laguna, donde florecían los huagancus. Allí, junto a una peña
Ama Huagaitzu con los ojos nublados por las lágrimas, contempló la imagen de
su amada que se movía lentamente tras las cristalinas aguas. Y el viento rizaba
la superficie de la laguna, gemía sobre los ichus y se escurría por los alisos
entre murmullo monótono del río saliente del legendario PURHUAY.
Cuentan que algunos años después un pastor llevó al cura de Huari una flor
hasta entonces nunca vista, con una forma especial de pistilo, en la que se veía
una estatua en miniatura de la Virgen del Rosario, con todos sus atributos. Flor
extraña con un solo pétalo, blanco o violeta, que había crecido y crece aún
entre los pedregales de la laguna de Purhuay.
Además dicen esta flor que ahora es poco común, la encuentran las personas
con ángel, afortunadas, que suelen visitar la laguna los primeros de mayo de
cada año.
Esta es la flor de Huagancu, flor misteriosa y mítica de Huari.
DATOS ACERCA DEL AUTOR
LIONEL FIDEL TRUJILLO
Docente huaurino; laboró en el Colegio Nacional Manuel Gonzáles Prada de
Huari. Dentro de sus investigaciones destacamos: las ruinas pre-incas de
Marca Jirca y sus cuentos ―A guisa de matanza‖ y ―Flor de Huagancu‖. Además
son importantes sus publicaciones en las revistas ―Huagancu‖ 1978 - 79 - 80.
Queda en el recuerdo por los años de 1941 a 1956 el vocero ―Juventud‖ de
profesores y alumnos del Colegio Gonzáles Prada, cuyo director fue el maestro
Fidel Trujillo.
MARUJA
Algunos dirigentes sindicales, que con frecuencia sufrían detenciones por sus
actividades, le pusieron el nombre de San Quintín a una pequeña prisión que
solamente tenía seis celdas. La razón del apelativo radicaba en que, según
ellos, era la más segura de todas cuantas conocían.
En la puerta principal, de planchas de hierro, había una pequeña mirilla
para que el centinela, desde el interior pudiera observar a quienes llamaban.
Dos metros después, una hilera de gruesos barrotes se elevaba hasta el techo.
Además de la puerta metálica y la gran reja, las seis celdas interiores tenían
sus respectivas puertas también enrejadas. El pasadizo, de un metro de ancho
por unos catorce de largo, servía para que los veintiocho detenidos se
pasearan con ―plena libertad‖ durante las doce horas del día, pues
exactamente a las seis de la tarde todos eran encerrados. A manera de techo
tenía sesenticuatro varillas de hierro de las que pendían bicicletas
enmohecidas, cocinas, un viejo radiador de automóvil, una antiquísima vitrola
con su gran bocina y muchos otros objetos recuperados por la policía, que
esperaban el reclamo de sus propietarios desde tiempos ya lejanos.
En el espacio existente entre las dos primeras puertas, el centinela se
paseaba con el fusil al hombro, las cartucheras y el espadín al cinto.
Hasta aquella prisión condujeron a Pedro Rojas, una mañana de enero.
Lo habían apresado al finalizar la asamblea de su sindicato. En cuanto
transpuso las rejas, los dirigentes sindicales y estudiantes universitarios
detenidos, lo rodearon preguntándole por las novedades que habían en las
calles y por la causa de su prisión, pero él no pudo responder a todas las
interrogaciones, limitándose a narrar las incidencias de la asamblea y el
acuerdo de huelga aprobado.
Todos ellos estaban sometidos a una rigurosa incomunicación. Por eso, el
centinela, después de observar al visitante a través de la mirilla y preguntar por
el objeto de su presencia, abría la puerta lo estrictamente necesario para recibir
los alimentos previamente registrados, pero que, a pesar de ello, volvía a
examina minuciosamente, eliminando cuanto papel encontraba.
Siempre que abría la puerta principal, los presos se agolpaban a la reja
tratando de ver a los visitantes, pero todos sus esfuerzos resultaban inútiles.
Algunas veces podían observar que manos femeninas, con los dedos
crispados, se aferraban a la puerta en desesperado afán de mirar el interior,
pero la cadena sujeta a un garfio impedía aquellos intentos.
En una de estas oportunidades lograron ver, por entre las piernas del
custodio, la carita de una niña que miraba hacia el interior con los ojos
desmesuradamente abiertos. El guardia, al darse cuenta de aquella niña de
grandes ojos negros, naricilla respingada y cabellos oscuros, que había
introducido la cabecita por la pequeña abertura, trató de retirarla colocando una
de las rodillas, pero los presos que observaban la escena iniciaron una gritería
infernal, hasta que lograron que la dejasen mirar libremente. La niña se quedó
absorta ante el bullicio y los rostros sonrientes que detrás de la reja la
contemplaban, hasta que el grito de ―¡Maruja!‖ hizo olvidar a la criatura la
presencia del guardia y escurriéndose entre las piernas de aquél, corrió
gritando entre sollozos: ―Papá, papa- cito‖. Se aferré desesperadamente a la
reja mientras los presos, al darse cuenta que el padre estaba en las filas de
atrás, dejaron libre un lugar para que éste pudiera abrazarla.
Pedro Rojas estrechó, barrotes de por medio, el delicado cuerpo de su
hija que, llorando, balbuceaba frases que no se escuchaban, mientras su rostro
había adquirido una expresión de ternura infinita. Entre tanto el guardia,
después de cerrar la puerta, se dirigió apresuradamente hacia la niña para
sacarla. Nuevamente la gritería se hizo atronadora. Unos protestaban y otros
trataban de convencer al centinela para que la dejara unos momentos más.
La niña llorando, copiosamente decía: ―Papacito, yo quiero quedarme
contigo. No te quito tu comidita. Mi mamá me trae mi lechecita nomás. Yo no
quiero irme. Yo quiero quedarme contigo.
El padre, con la faz demudada por la emoción, respondía: ―No puedes
quedarte, hijita; está prohibido. Vete con tu mamá y tus hermanitos, que yo voy
a salir mañana‖.
El guardia y los presos, estos últimos agolpados a la reja, contemplaban
en silencio la escena hasta que, por fin, la niña soltó el cuello de su padre y se
dejó conducir de la mano por el centinela.
Antes de transponer la puerta, volvió la carita y sonrió agitando su breve
mano en un adiós que, ignorado por todos, duraría dos años.
NOTAS SOBRE EL AUTOR:
Julián HUANAY (1907-1969).
Nació en Jauja. Cursó sólo 3er. año de educación primaria. Como chofer de
taxi llegó a dirigente sindical, sufriendo prisiones. Escritor entregado al
compromiso social. Sus obras: El Retoño (novela), Suburbios (cuentos).
DEMETRIO RENDON WILLKA
José María Arguedas
Cuando ya era casi un mozo, un wayna, su padre había decidido enviarlo a la
escuela pública de San Pedro. Fue el primer indio que se matriculó en la
escuela de los vecinos. El inspector escolar y el gobierno no accedieron a la
solicitud de los indios que sólo pidieron una maestra para Lahuaymarca,
porque la comunidad construyó un local risueño, con ventanas grandes y un
jardín en el que sembraron geranios y rosas blancas, únicas plantas ―de los
señores y de la iglesia‖ que podían resistir el clima de altura.
Los Aragón de Peralta y todo el vecindario de San Pedro se opusieron a que se
autorizara la apertura de la escuela de la comunidad.
—En eso nos diferenciamos de los indios. Si aprenden a leer ¿qué no querrán
hacer y pedir esos animales? —dijo en un cabildo el propio alcalde.
—-Los indios no deben tener escuela —sentenció el viejo, señor.
Y no se discutió más el asunto. La palabra de Aragón de Peralta se cumplía en
el distrito.
Por eso, el director de la escuela de San Pedro fue a consultar con el viejo
señor si debía matricular al ya mozo Demetrio Rendón Willka, en la sección
―Preparatoria‖.
—Si ya es mozo admítalo. Los chicos lo harán correr. Aunque son porfiados
estos indios no soportará las furias de nuestros hijos. ¿No sabe usted que los
niños son más crueles que los grandes, cuando quieren fregar o martirizar a los
débiles?
—Bien, señor —asintió el maestro.
El padre de Rendón Willka agradeció al maestro por la admisión de su hijo en
la escuela; le dijo que en ese mismo instante un comunero descargaba en la
casa del director dos sacos de papas y otro, de trigo y que los aceptara como
humilde obsequio de su nuevo alumno.
Los estudiantes se asombraron de ver a un indio grande con un silabario en la
mano y una bolsa para cuadernos, como la de los más pequeños escolares;
sobre los cuadernos asomaba el marco de madera de un pizarrín. Y era eso lo
más sobresaliente: debajo de la bolsa escolar, el indio llevaba otra, hinchada
de maíz tostado, de mote, de cecina y trozos de queso. Lo usual era que los
comuneros llevaran su fiambre en una pequeña manta de lana tejida. Demetrio
fue presentado aún en ese detalle como un ―escolero‖. Habían tejido para él
una bolsa, algo semejante a las de coca de los indios mayores, pero más
alargada y con una cinta que servía para que el primer estudiante; de la
comunidad se terciara al hombro esa nueva prenda escolar indígena. Demetrio
tenía que caminar diez kilómetros, todos los días, de Lahuaymarca a San
Pedro.
El maestro, agradecido por el obsequio, iba a pedir a los niños que fueran
―considerados‖ con el joven indio. Pero vio a éste sentado en el poyo, entre los
más pequeños, que lo miraban preocupados o miedosos y no despectivos.
Sólo los más grandes se precipitaron a observarlo. Demetrio permaneció
sentado, contemplando a los señoritos con expresión tierna y sumisa en el
rostro, pero enérgica e inquebrantablemente resuelta en la actitud. Era evidente
que nadie lo haría moverse de su sitio.
—-¿Qué miran? —preguntó indignado el maestro. Él era de una provincia
lejana.
—Es un indio —dijo Pancorvo, alumno de último año.
— ¿Nunca habías visto otro? —le preguntó el maestro.
—En la escuela no. Va a apestar.
—No huele a nada, señor —exclamó el pequeño que estaba sentado junto a
Demetrio.
—En cambio, acaso tú, Pancorvo, hueles —dijo el maestro.
—Será, pues, pero no a indio.
Demetrio era mucho mayor que ese Pancorvo. Sin levantarse, el mozo
comunero le obsequió al pequeño que lo defendió una moneda de oro, un
quinto de libra que tenía guardado en una bolsita color de arco iris.
—Para que juegues, pues, niñito —dijo.
Todos los muchachos se reunieron más estrechamente junto a Demetrio.
El pequeño, un De la Torre, no se decidía a recibir la moneda. Demetrio la puso
en una de las manos del niño e hizo que cerrara los dedos hasta formar un
puño.
— ¡Quinto! ¡Bonito! —dijo en castellano.
— ¡Ya! A sus sitios —ordenó el maestro, aprovechando el desconcierto de
Pancorvo y de sus camaradas.
Los alumnos obedecieron en silencio, pero observaban con frecuencia a
Demetrio que, con la ayuda de su amigo recién conquistado, pronunciaba las
letras en voz alta, como todos.
Pocas semanas después, bien aleccionados por sus padres los estudiantes
mayores empezaron a hostilizar al indio, especialmente durante los recreos.
Cierta mañana, ya en el mes de septiembre, lo rodearon varios de éstos.
— ¿Y para mí no tienes un ―quinto‖, oye, Willka? Eres bestia. Mira, tan viejote y
en ―Silabario‖ —le dijo uno de ellos.
-—Lee en quechua, animal. ¿No ves que no sabes castellano? ―A, Bi, Ci...". Se
dice Be, Ce.
—La boca del indio no puede —le dijo otro.
Demetrio se sentaba bajo un triste arbolito de lambras que, increíblemente,
había logrado crecer en una esquina del patio de recreo, defendido por un
muro de piedras y barro que los niños de segundo grado levantaron el año
anterior, en noviembre. Se sentaba sobre el muro y formaba pareja con el
árbol, que había vencido la furia del sol, de los escolares más avanzados y
destructores, y de las heladas.
—A, Bi, Ci, Chi, Di, Ifi... —le gritaron en coro, varios muchachos.
Se reían delante de él. Pero Demetrio no les oía. Entonces, un Brañes, le sacó
del bolso el pizarrín; lo arrojó al suelo y lo destrozó a pisotones. Demetrio no
hizo sino apretar los músculos de su rostro.
— ¡Maricón! ¡Cobarde! ¡Indio! —vociferaba el Brañes, un niño como de 14
años.
Demetrio se puso de pie, y Brañes iba a huir, porque la sombra del indio se
levantó de repente sobre su cabeza. Pero Demetrio sin mirar al crío de señor,
se dirigió hacia el salón de clases, vacío. Se sentó en el sitio del poyo que le
correspondía. El director había visto a Brañes desde la puerta lateral del salón,
pero no intervino. Tenía miedo al viejo señor y al vecindario. Él era oriundo de
un pueblo lejano y no tenía título pedagógico.
Demetrio permaneció solo, un rato en el salón vacío, sin carpetas ni cuadros
históricos, ni mapas. Vio aparecer a su amigo De la Torre acompañado de dos
pequeños. Se le acercaron a paso rápido. Gallegos, el mayor de los tres,
depositó sobre las rodillas de Demetrio el marco roto del pizarrón.
— ¡Demetrio! ¡Demetrio! —le dijo.
El indio acarició con el más profundo respeto las pequeñas manos del niño.
—Te queremos —le dijo ―su amigo‖, y se sentó junto a él.
Se le aproximó todo lo que pudo; luego le estrechó uno de los brazos y puso su
cara sobre la camisa de bayeta del indio.
―Sí, sí huele, pero no como mi casa, como las medias de mi padre cuando se
las quita de noche. ¡Eso sí, apesta! Demetrio huele de otro modo. ¡Pobrecito,
tan grande! Y no quiso pegarle al Brañes. ¡El corazón me duele!‖
Un instante de confusión tuvo Demetrio. Los otros dos niños se sentaron
también en el poyo, a su lado.
— ¡Demetrio! —volvió a repetir el pequeño, mirando el marco destrozado y
todavía tan limpio en los trozos que no fueron aplastados por los zapatos
chuecos, de puro viejos, de Brañes.
Abrió los brazos el indio.
— ¡Dios bueno! —dijo.
Pero no bien había concluido de hablar y se había animado a estrechar a los
niños, pues creía que alcanzaban su pecho y sus brazos para los tres, Brañes
y Pancorvo irrumpieron en el salón. Quedaron paralizados al descubrir a De la
Torre con la cabeza apoyada en el cuerpo del mozo; el marco roto sobre sus
rodillas y los otros dos niños contemplando felices al comunero. Éste no se
atrevió ya a abrazar a los niños; hizo frente a los dos jovencitos, detrás de los
cuales aparecieron otros más.
Pancorvo se decidió. Se acercó al grupo, resguardado por sus compañeros que
lo siguieron.
— K'echa’ De la Torre —dijo—. Te vendiste por un quinto de libra. Y tú, otro De
la Torre, muerto de hambre, más que ese maricón Gallegos.
_Ya Demetrio entendía el castellano; en pocos meses había aprendido también
a deletrear. Sintió que los niños que estaban a su lado no se atemorizaron.
Gallegos se levantó.
— ¡Maricón tú! —le dijo a Pancorvo—. ¡Gallina tú! Yo también hambriento.
Peor es ser gallina.
Pancorvo le dio un puñetazo en la boca al niño. Pero no tuvo tiempo de huir.
Demetrio lo agarró del cuello. Lo levantó en el aire, mientras pataleaba, y lo
arrojó contra el poyo.
¡Excremento del diablo! —le gritó en quechua.
Los otros fugaron, no hacia el patio de recreo, sino al corredor que daba a la
plaza. Cruzaron despavoridos el campo. Pancorvo no podía levantarse del
suelo, y empezó a llorar a gritos. Gallegos sangraba de la boca
— ¡Váyanse, patroncitos! —rogó Demetrio a los niños.
-¡No —dijo Gallegos—. ¡No quiero!
- Me ha querido matar —dijo incorporándose dolorosamente Pancorvo, cuando
el maestro llegó a la sala.
Me ha querido matar —repitió.
-¿Y a Gallegos?—preguntó el maestro, comprendiendo lo que pudo- haber
ocurrido.
Demetrio miraba fríamente a Pancorvo y al maestro. Sacudió ligeramente la
cabeza.
—Insultó por gusto a De la Torre, y a mí, señor
-Contestó Gallegos-. Éste maricón me pegó porque defendí a Demetrio.
— ¿Demetrio?: —exclamó asombrado el maestro.
Porque el niño no dijo "el indio‖ Demetrio, ni ―el cholo Demetrio, ni siquiera ―el
Demetrio‖.
—Dios lo ha castigado, señor; Dios, pues...
Concluyó y de sus labios brotó un pequeño globo sanguinolento.
El indio oía y volvió a sentirse otra vez confundido.
—Señor, patrón..: —empezó en castellano, pero continuó en quechua—. Estos
niñitos, palomas de Dios; del corazón sus lágrimas.
El salón ya estaba colmado de escolares de las secciones ―silabario‖, primero,
segundo y tercer año.
El maestro quedó perplejo, sin saber qué hacer.
Pancorvo escuchó pasos en el corredor de la escuela, y empezó a llorar
nuevamente a gritos.
— ¡Me ha roto algol ¡Estoy mal! —clamaba.
Lo encontraron derrumbado sobre el poyo, su padre, el alcalde, el gobernador,
el varayok’ de turno, dos vecinos más y un mestizo, apellidado Martínez, que
irrumpieron en la sala.
— ¡Haga salir a los niños! —ordenó el gobernador al maestro.
El maestro obedeció. Pero los De la Torre y Gallegos, el herido, no se
movieron; permanecieron junto a Demetrio.
―Parecen grandes‖, pensó el maestro.
— ¡Afuera! —gritó enérgicamente el alcalde.
Pero los niños se abrazaron a las piernas de su amigo. El rostro del Indio se
tranquilizó; volvió a iluminarse suavemente de esa especie de resignación y
poderío que en algo se parecía a las rocas negras de los grandes abismos,
cuando reciben el grito de los loros viajeros que gustan cantar en el aire de los
abismos.
El padre de Pancorvo levantó a su hijo, y después, con la ayuda de los otros
dos vecinos, arrancaron a los niños de las piernas del mozo indio.
— ¡Déjeme a mí! ¡El Pancorvo me sacó sangre! —decía el pequeño Gallegos
mientras lo arrastraban al patio.
—Es un testigo —se atrevió a intervenir el maestro—. Hay que dejarlo.
No le hicieron caso.
—Varayok’ —ordenó el gobernador—, carga a ese anticristo, al indio Demetrio.
El varayok' obedeció. Se persignó antes. ―Eres de Lahuaymarca‖, le dijo en voz
baja al mozo. Y se lo echó a la espalda.
—Martínez: quince azotes bien dados, no sólo en las nalgas; dale unos tres en
la cabeza, aunque le caiga algo al varayok’. Se ha atrevido a golpear a dos
niños.
— ¿A quiénes dos? —preguntó el maestro.
— ¡Usted se calla! Ya, Martínez.
El mestizo sacó un azote trenzado, con pequeñas puntas de plomo, que traía
oculto bajo su poncho.
Y azotó al indio escolar bajo la sombra del salón principal de la escuela,
delante del maestro.
A los seis u ocho azotes empezó a rezumar sangre sobre la bayeta blanca con
que los indios jóvenes de Lahuaymarca se vestían.
— ¡Ya no, papá! ¡Ya no! — Pidió el niño Pancorvo, lanzándose sobre el
mestizo—. ¡Martínez, ya no! Ustedes, ustedes me dijeron que lo ofendiera, que
lo fregara todos los días! ¡Ustedes, pues, papá!
E intentó detener al mestizo arrastrándolo con todas sus fuerzas por un
extremo del poncho. Su propio padre, lo contuvo apartándolo con los brazos.
— ¡Cinco más! —ordenó el alcalde.
— ¡Maestro! ¡Usted, pues! —dijo gimiendo el mozuelo.
—Ellos saben. Responderán ante Dios —dijo el maestro.
—Sabemos y responderemos —contestó el alcalde.
Los últimos tres azotes los dirigió Martínez a la cabeza del indio. Acertó bien,
porque el azote era de los medianos, y rompió el cuero cabelludo del mozo; de
esas heridas brotó más sangre. El niño Pancorvo ya estaba de rodillas.
Cuando el varayok’ soltó a Demetrio, el joven indio se dirigió al poyo, levantó
con gran cuidado el marco destrozado de su pizarrín y su montera; sin mirar a
nadie, ni a su varayok’, salió por la puerta principal de la escuela, hacia; la
plaza.
Cuando tocaban ―las doce‖, él subía la montaña, con el sol en su apogeo
DATOS ACERCA DEL AUTOR
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
Nació en Andahuaylas (1911 - 1969). Las obras literarias de José María
Arguedas son consideradas como las más significativas de las últimas décadas
en el Perú; supo penetrar en la oculta faz del mundo de la sierra, de la gente
del ande, para reivindicar la cultura indígena. Sus obras se dividen en cuentos;
novelas y folclóricas. ―Agua", ―Yawar Fiesta‖, ―Los ríos profundos‖, ―El sexto‖,
―Todas las sangres‖, ―El zorro de arriba y el zorro de abajo‖, etc.; constituyen
temas del indigenismo dentro de nuestra literatura. Su espíritu estuvo orientado
por una fe y una certeza en el triunfo de las clases explotadas. El cuento
Demetrio Rondón Willka está contenido en la novela ―Todas las sangres‖.
CUENTOS
DE LA
SELVA
LADISLAO, EL FLAUTISTA
- ¿Oyes, maestro?
- ¿Qué?
- Flauta.
Y toda la clase se sume en religioso silencio. A cual más, los muchachos
tratan de oír, levantándose de las carpetas.
¡El Ladislau!
¡Sí, el Ladislau!
Sólo el Ladislau maestro, sabe tocar así la flauta.
No puede ser Ladislao, niños. Su padre, hace poco, me ha dicho que
está ausente y que ya no regresará al pueblo. Ha ido a Chachapoyas donde su
madre.
- El Ladislau es, señor. Ha llegado ayer, al anochecer, con la lluvia. Yo lo
he visto.
La escuela es ya un revuelo.
En todos los labios tiembla el nombre de Ladislao. Y una profunda ola de
simpatía cruza la escuela de banda a banda.
- El Ladislau es, señor... allí está su cabeza.
- Sí, maestro. Allí está, véalo usted. Está mirando por el cerco.
Efectivamente, la cabecita hirsuta de Ladislao aparecía sobre el
pequeño cerco de piedras de la escuela.
- Zamarruelo. .. Vayan a traerlo.
Y tres de los muchachos más grandes de la clase van como un rayo en
su busca, y después de un rato vuelven sin haber podido coger a Ladislao. Y
sólo dicen:
- Señor, se escapó a todo correr, como un venado, por el monte.
- Qué raro! - exclama el maestro. Ladislao se está volviendo vagabundo.
¡Qué lástima, un buen muchacho!
Y todos recuerdan con pena al compañero que tantos deliciosos
momentos dio a la escuela con su arle. Parecía que Ladislao hubiera nacido
con el divino don de tocar la flauta y de hacer flautas de carrizo como nadie.
Todos recuerdan aún, que cuando un grupo de comuneros del pueblo salió a
explorar la verde e inmensa selva que empieza al otro lado del cerro, fue él
quién iba adelante tocando la flauta, acompañado en el tambor por Macshi, otro
muchachito, hasta la loma de las afueras, donde se despidió a los valientes
exploradores. Y, además, todos recuerdan nítidamente su inseparable poncho
raído, con color de tierra ya por el demasiado uso, y su cabeza enmarañada y
rebelde como los zarzamorales de las quebradas.
- El Ladislau se ha vuelto así diz, maestro, porque mucho le pega su
madrastra
- Sí, algo he sabido. ¡Pobre muchacho!
- A mí me ha contado así señor, llorando.
- Por eso dizque vive así, señor, andando por todos lados, por todos los
pueblos.
- Ahora diz, señor, no ha llegado a la casa de su padre. Ha llegado
donde la mama Grishi.
- Su padre ya ni cuenta hace de él diz, señor. Lo ve como a un extraño.
- Y ahora diz, maestro, se va a vivir ya en la mina.
- ¿En las minas de sal?
- Sí diz, señor.
- ¿Y su madre?
- Diz, señor, que está enferma en Chachapoyas y, precisamente, él
quiere trabajar para ayudarla.
- Y por eso diz, maestro, ya no vendrá más a la escuela.
En ese momento, volvieron a oírse lejanas notas de flauta que como
sollozo de niño abandonado hacían florecer en la escuela todo un rosal de
emoción perfumada de tristeza.
¡El corazón de los niños estaba en suspenso!
En la huerta, bañada por la luz de oro de un jovial sol mañanero, hasta
los finos álamos parecían agobiados de pena.
Ladislao, el Flautista, se alejaba para siempre de la escuela.
FRANCISCO IZQUIERDO RIOS
Nació en Saposoa en 1910. Estudió en el Instituto Pedagógico Nacional; fue,
pues, maestro por vocación. En 1963, obtuvo el Premio Nacional de Literatura
y en 1977 fue jurado del Premio ―Casa de las Américas‖; y posteriormente
Presidente de la ANEA.
Sus narraciones tienen identidad regional, expresan el espíritu folklorista
y el misterio de las cosas no reveladas.-
En su obra, la selva se presenta como leyenda, como realidad, como algo
apasionante que se deja desnudar con un habla regional directa y sencilla. A lo
largo de su vasta producción patentizó su profunda sensibilidad social y
compromiso con la causa de su pueblo. Falleció el 30 de junio de 1981.
VOCABULARIO
CUENTO: MARTÍN PIEDRA
Churre - Chiquillo
Güaragüero - Jactancioso, prosista
Chapita - Apelativo
Futre - Elegante
Gordo - Moneda de entonces
Gauchos - Amigo bromista
Cimarrón - Fugarse sin permiso
Despachadita - Gordita
Enrazada - Carácter fuerte
MI NIÑEZ ENTRE LA CHACRA Y LA MAGIA
Tomicalla - Parte de la campiña huachana
Boqueron de la viuda - Cerro con un boquerón cerca al puerto de Huacho, en
que las olas golpean insistentemente
Río Seco - Kilómetro de la carretera Panamericana Huacho-Lima
Tío Sata - Satanás
AMBROSIO SE ADELANTÓ AL TIEMPO
Pimachi - Centro Poblado (Ancash)
Shishín - Puna del Centro Poblado Pimachi
Auquis - Abuelos que cuidan los cerros
Yuntas - Toretes (2) para arar
EL HONDILLERO
Shatu - Saturnino
Chuncador con las bolas - Experto en el juego de bolas
Mucudor de trompos - Diestro en la competencia con trompo
Acurmas, mishihuetas, yerbasantas - Plantas acuáticas; plantas con flores en
forma de gato; plantas medicinales
EL ENTIERRO DE UNA MADRE
Allinunas - Hombres distinguidos del pueblo
Shukuki - Serpiente pequeña y asustada
La Ranya - Serpiente malagüero
Chakia - Ave malagüero
Pasahuetas - Planta aromática
CUENTO: EL AMOR DE UNA MADRE
Cuspón - Anexo del distrito de Chiquián
Chacmear - Roturar la tierra con la barreta o pico
Cuayes - Papa cocida en la brasa del fuego
Aporqueo - Cuspar o rodear de tierra a las plantas pequeñas
(maíz, habas, etc.)
EL CUENTO DEL ACHACAY
Achacay - Bruja antropófaga
FLOR DE HUAGANCU
Edad del eros - Etapa de impulso sexual
Queshraos -
Purhuay - Nombre de lago (Laguna)
MARUJA
Mirilla - Abertura para mirar desde el interior
DEMETRIO RENDÓN WILLKA
Wayna - Joven
Lahuymarca - Comunidad Andina
Poyo - Asiento de piedra
Escolero - Estudiante
Varayok’ - Autoridad de rango medio
Montera - Bolsa escolar
LADISLAO, EL FLAUTISTA
Zarzamotales -
GUÍA DE LECTURA (SUGERENCIA)
PREGUNTAS DE RETENCIÓN: RESPONDE TEXTUALMENTE
CUENTO: EL AMOR DE UNA MADRE
1. ¿Dónde habitaban una señora y sus dos hijos?
2. ¿Debido a qué madre tenía la salud quebrantada?
3. ¿Qué pidió la madre a sus hijos?
4. ¿Con qué situación emocional los hijos recibieron la parcela?
5. ¿Lejos de realizar la faena? ¿A qué se dedicaron los hijos?
6. Llegado el mes de sembríos ¿Cómo consiguió la madre las dos arrobas de
semillas?
7. Calculando que las papas estarían maduras ¿Qué pidió la madre a sus hijos?
8. No teniendo nada que cocinar, ni menos dejar sin cena a sus hijos ¿Qué hizo la
madre?
PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN:
PIENSA, CONSTRUYE MENTALMENTE UNA O MÁS ORACIONES Y RESPONDE
CON TUS PROPIAS PALABRAS
1. ¿Cómo es una humilde casa?
2. ¿Por qué se desvelaba la madre por sus hijos?
3. ¿En qué consistió las mentiras de los hijos?
4. ¿Por qué los hijos no eran conscientes en sus actos?
5. ¿Qué es una comunidad?
6. ¿En qué consiste el chacmeado de una chacra?
7. ¿Cuál fue el desengaño de la madre en el campo?
8. ¿En qué consistió la resignación de ella?
9. ¿Cómo sacrificó su vida la promogenitora?
PREGUNTAS DE ENJUICIAMIENTO
PIENSA, ORDENA TUS IDEAS, HABLA CON TUS FAMILIARES Y CON TUS
COMPAÑEROS, LUEGO RESPONDE
1. ¿Crees que solamente la madre debe asumir la responsabilidad en la formación
de los hijos? ¿Por qué?
2. ¿Estás de acuerdo, de que los comuneros, no hayan avisado a tiempo a la madre
del comportamiento de sus hijos? ¿Por qué?
3. ¿La madre debió creer ciegamente en sus hijos? ¿Por qué?
4. ¿Estás de acuerdo de cómo la madre se sacrificó por sus hijos? ¿Por qué?
PREGUNTAS DE RECREACIÓN
PIENSA CON CALMA, ORDENA TUS IDEAS Y RESPONDE
1. ¿Cómo sería el pueblo de Cuspón con jóvenes responsables?
2. Cuéntanos cómo seguiría la historia si la madre, se hubiera enterado a tiempo de
la mentira de sus hijos.
3. Imagínate, ¿Cuál sería el castigo que recibirían los hijos si se aplicara las leyes
del Imperio Incaico, que dice: no ser ocioso, no ser mentiroso?
(Método Dolorier, Del Maestro
De Maestros ―Ricardo Dolorier‖)
FICHA GUÍA PARA COMENTAR TEXTOS NARRATIVOS
I. UBICACIÓN DEL TEXTO
1) Título : ……………………………………………………………………………
2) Capítulo(s) leído(s): ……………………………………………………………
3) Autor: …………………………………………………………………………….
4) Procedencia: ……………………………………………………………………
5) Etapa, Escuela, Período literarios: ……………………………………………
II. PLANO DEL CONTENIDO:
A) Estructura y Argumento:
(Momentos en que puede dividirse la obra, con el resumen correspondiente a
cada parte.
B) El Tema Principal:
Y los temas secundarios
C) Lugar(es)
D) Época en que ocurre la historia
E) Personajes: (papel o rol, condición social, personalidad de ………………
1. Protagonistas
2. Personaje Principal
III. PLANO DE LA EXPRESIÓN:
(Técnicas y medios lingüísticos empleados)
A) El tiempo narrativo (pasado, presente)
B) Punto de vista del narrador (Protagonista, testigo, espectador de la historia)
C) Tipo de lenguaje
D) Forma de Composición que se intercala con frecuencia: (Diálogo,
descripción,…)
IV. IMPRESIÓN PERSONAL:
1. ¿Cuáles crees que son los MÉRITOS DE LA OBRA para la vida nación?
2. ¿De qué modo la situación social influyó en la obra leída?
3. ¿De qué manera el texto leído ha modificado el concepto que tenías de la
realidad social peruana?
4. ¿Cuál es la posición ideológica del autor frente a lo narrado?
5. ¿Te agradó la obra? … ¿Por qué? … Dificultades que encontraste.