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La transmisión de la fe a los jóvenes. 1 “LA TRANSMISIÓN DE LA FE A LOS JÓVENES” O “PROPONER HOY LA FE A LOS JÓVENES DESDE LAS FAMILIAS MONÁSTICAS. ACOMPAÑAR ITINERARIOS DE FE1. INTRODUCCIÓN: Sucede con el Reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en tierra… (Mc 4,26) Cuando recibí el programa de la Semana Monástica a la que he sido invitada a compartir mi reflexión, me llamaba la atención positivamente el itinerario propuesto: partiendo de una mirada fundamentada sobre la sociedad actual (sus valores, creencias y retos) buscáis qué podéis aportar desde vuestra identidad monástica concreta. Y de ahí, rápidamente, ponéis vuestra atención sobre la realidad juvenil para preguntaros también cómo podéis transmitir este tesoro de la Fe que hemos recibido y que está llamado a ser suscitado, animado, alentado y/o despertado en las generaciones más jóvenes. Tras esta profundización con mirada contemplativa y por ello mismo, activa, sobre la sociedad y los jóvenes, sé que os vais a centrar posteriormente en esos rasgos que son específicos de vuestra opción de vida y de seguimiento de Jesús y que son valores fundamentales que estáis llamados a manifestar con vuestras vidas y así a compartirlos con la sociedad y, dentro de ella, con los jóvenes: la acogida y el acompañamiento, la primacía de Cristo, el valor de la Comunidad, la centralidad de la Palabra y, en definitiva, el primado de Dios en vuestras vidas. Constato con alegría cómo en los últimos años tanto en mi Congregación como en otras y también de manera intercongregacional (desde Confer nacional), nos hemos hecho esta misma pregunta: ¿Cómo proponer la fe a los jóvenes? ¿cómo suscitar la fe en ellos y ellas? ¿cómo acompañar itinerarios de fe? Han sido y son muchas las iniciativas, tanto de reflexión y estudio como de acciones pastorales concretas, que se han llevado a cabo en los últimos años. Podemos señalar algunos ejemplos como el Forum de Pastoral con Jóvenes que tuvo lugar en Madrid en noviembre del 2008, la “Estació denllaç” que lleva 4 años realizándose de manera mensual en Cataluña, los cuadernos de reflexión de Frontera-Hegian que durante el último año han tenido como eje vertebrador la Pastoral Juvenil, la JMJ, acontecimiento mundial más reciente… y, por supuesto, las múltiples iniciativas anónimas, pequeñas, silenciosas, que se están llevando a cabo en parroquias, diócesis, órdenes, congregaciones, instituciones religiosas, etc… Todas estas iniciativas muestran un verdadero interés por buscar nuevos caminos de evangelización ante una nueva realidad juvenil. Caminos creativos y actualizados, caminos con sentido y hondura que posibiliten al joven o la joven de hoy plantearse el Sentido (con mayúsculas), caminos en red, caminos con otros y otras, caminos físicos y caminos virtuales… pero todos, caminos por los que transitar junto al joven, haciéndole partícipe y protagonista del mismo y siendo, ojalá, mediadores de Su Presencia y anunciadores de la palabra de fe (cf. Rom 10,8) con nuestras vidas.

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La transmisión de la fe a los jóvenes. 1

“LA TRANSMISIÓN DE LA FE A LOS JÓVENES” O “PROPONER HOY LA FE A LOS JÓVENES DESDE LAS FAMILIAS

MONÁSTICAS. ACOMPAÑAR ITINERARIOS DE FE”

1. INTRODUCCIÓN:

Sucede con el Reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en tierra… (Mc 4,26)

Cuando recibí el programa de la Semana Monástica a la que he sido invitada a compartir mi reflexión, me llamaba la atención positivamente el itinerario propuesto: partiendo de una mirada fundamentada sobre la sociedad actual (sus valores, creencias y retos) buscáis qué podéis aportar desde vuestra identidad monástica concreta. Y de ahí, rápidamente, ponéis vuestra atención sobre la realidad juvenil para preguntaros también cómo podéis transmitir este tesoro de la Fe que hemos recibido y que está llamado a ser suscitado, animado, alentado y/o despertado en las generaciones más jóvenes. Tras esta profundización con mirada contemplativa y por ello mismo, activa, sobre la sociedad y los jóvenes, sé que os vais a centrar posteriormente en esos rasgos que son específicos de vuestra opción de vida y de seguimiento de Jesús y que son valores fundamentales que estáis llamados a manifestar con vuestras vidas y así a compartirlos con la sociedad y, dentro de ella, con los jóvenes: la acogida y el acompañamiento, la primacía de Cristo, el valor de la Comunidad, la centralidad de la Palabra y, en definitiva, el primado de Dios en vuestras vidas. Constato con alegría cómo en los últimos años tanto en mi Congregación como en otras y también de manera intercongregacional (desde Confer nacional), nos hemos hecho esta misma pregunta: ¿Cómo proponer la fe a los jóvenes? ¿cómo suscitar la fe en ellos y ellas? ¿cómo acompañar itinerarios de fe? Han sido y son muchas las iniciativas, tanto de reflexión y estudio como de acciones pastorales concretas, que se han llevado a cabo en los últimos años. Podemos señalar algunos ejemplos como el Forum de Pastoral con Jóvenes que tuvo lugar en Madrid en noviembre del 2008, la “Estació d’enllaç” que lleva 4 años realizándose de manera mensual en Cataluña, los cuadernos de reflexión de Frontera-Hegian que durante el último año han tenido como eje vertebrador la Pastoral Juvenil, la JMJ, acontecimiento mundial más reciente… y, por supuesto, las múltiples iniciativas anónimas, pequeñas, silenciosas, que se están llevando a cabo en parroquias, diócesis, órdenes, congregaciones, instituciones religiosas, etc… Todas estas iniciativas muestran un verdadero interés por buscar nuevos caminos de evangelización ante una nueva realidad juvenil. Caminos creativos y actualizados, caminos con sentido y hondura que posibiliten al joven o la joven de hoy plantearse el Sentido (con mayúsculas), caminos en red, caminos con otros y otras, caminos físicos y caminos virtuales… pero todos, caminos por los que transitar junto al joven, haciéndole partícipe y protagonista del mismo y siendo, ojalá, mediadores de Su Presencia y anunciadores de la palabra de fe (cf. Rom 10,8) con nuestras vidas.

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Me alegra enormemente saber de vuestras búsquedas y preocupaciones sobre esta realidad y sentir cómo nuestras fuerzas se unen una vez más en un objetivo común. Sin más, paso a desarrollar mi aportación. Lo que puedo deciros es que esta reflexión parte de la búsqueda personal y conjunta (con Hermanas de mi Congregación y con otros religiosos y religiosas) y de la experiencia de llevar ya algunos años compartiendo espacios, actividades y vida con jóvenes. Quizás por ello mismo soy consciente de lo humilde de mi aportación, ya que la propia vida se encarga de recordarme día a día que no hay “piedras filosofales” ni recetas mágicas. No hay claves secretas para dar con el quid de la cuestión y lograr esos objetivos que todos deseamos alcanzar, aunque seamos de los que no creemos en los grandes números sino en esas pequeñas semillas que van dando fruto sin casi enterarnos y que, durmamos o velemos, de noche o de día, germinan y crecen sin que sepamos cómo (cf. Mc 4, 26-27). Siguiendo con la parábola de Marcos, dice Jesús que sucede con el Reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en tierra… (cf. Mc 4,26). Por tanto, nos toca “echar el grano” y esa es la parte que indiscutiblemente tenemos que realizar y de cuya responsabilidad no podemos eximirnos. Y debiendo hacerlo, siempre está bien saber cómo conviene hacer porque, aunque se tenga muy buena voluntad, si no conocemos cuándo se puede plantar y cuándo no, cómo debe ser el riego, cómo la siembra, etc… podemos “dejarnos los riñones en el terreno” pero no realizar bien nuestra parte. Aún siendo muy importante, a mi modo de ver, una buena preparación teológica y pastoral, a preparar la tierra para echar el grano se aprende con la contemplación y la práctica, con pasar horas bajo el sol observando el cielo y sus elementos, con la experiencia propia de ser calados por la lluvia o empapados por el sudor de la solana… con el dolor propio de la sequía, con la experiencia del silencio y la espera, de la impotencia y la gratuidad… De este modo podremos realizar bien nuestra parte de echar el grano en tierra y no digo “lograremos ver los frutos” porque eso no es algo que nos toque a nosotros… Nuestra parte es la siembra o, en nuestro caso, el despertar, alentar, proponer o transmitir la fe siendo testigos del Dios “que hace salir el sol sobre buenos y malos y caer la lluvia sobre justos e injustos” (cf. Mt 5,45).

2. LA TRANSMISIÓN DE LA FE: PREMISAS BÁSICAS

Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece, sin que él sepa cómo… (Mc 4,27)

Todos nosotros, seguramente, formamos parte de las generaciones que, realmente, recibíamos la fe como “transmisión”, como parte de la herencia personal, cultural y educativa que nuestros padres y/o profesores o educadores nos legaron a lo largo de nuestros años de infancia, adolescencia y juventud. Nosotros hemos vivido esta “transmisión de la fe” pero al hablar de “transmisión” podemos, en algunas ocasiones, entender la fe como ese legado, don de Dios (por supuesto), pero compuesto por conceptos, tradiciones, experiencias, actitudes y actividades propias de la persona cristiana, que aprendíamos o casi mamábamos en nuestras familias y, seguramente, en nuestro entorno social más cercano. La

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transmisión de todo ese bagaje conceptual, unido a las experiencias reales de oración en familia o en el colegio, de la vivencia de los sacramentos, etc… se daba casi de manera ininterrumpida de generación en generación y posibilitaban que pudiéramos llegar a tener fe, es decir, a tener experiencia verdadera de encuentro con Jesús y con su Palabra. Ya entonces no todos acogíamos del mismo modo el legado recibido ni teníamos, por supuesto, las mismas experiencias de fe. Sin embargo, nos hallábamos de una manera natural, en medio de una cadena de transmisión y recibíamos de nuestros padres y educadores lo que ellos, a su vez, habían recibido… y al tiempo, las generaciones que nos han precedido se encontraban con un campo, siguiendo la metáfora que antes hemos usado, de algún modo abonado ya por la propia sociedad y cultura. No hace falta que indiquemos que hoy estamos en otro momento. Por eso, más que hablar de “transmitir” (aunque tampoco quiero dejar de usar ese término porque hay una dimensión que es esencial en él: la transmisión con la vida, esa capacidad para contagiar con la palabra y con los hechos…), me gustaría hablar más de “proponer hoy la fe a los jóvenes1”, “acompañar itinerarios de fe”, suscitar, ofrecer, alentar o despertar en muchos casos la fe en los jóvenes. La fe es un don y estamos convencidos de que no es un don “para privilegiados”. Es un don para todos y todas y estamos seguros de que Dios sigue ofreciéndola y regalándola por doquier desde su infinito amor que no “puede dejar de darse” a sí mismo. No sería posible de otro modo. La Fuente de la fe no se seca nunca y bien sabemos nosotros dónde está la Fuente que mana y corre, aunque es de noche. Ahora bien, con todo lo dicho, la fe, que si bien remite fundamentalmente a Dios, sólo puede hacerlo a través de formulaciones dependientes de la cultura de cada época. Desde esta perspectiva, pienso que la dificultad de la transmisión religiosa de la fe responde más a problemas y circunstancias de esa misma transmisión que a la desaparición de la fe. Como dice José Luis Moral2 “la religión ya no entra en el catálogo de la herencia o de los ejemplos que hay que seguir, sino que se vincula con un ofrecimiento libre y comporta la apropiación personal, unida a las experiencias y opciones también personales. Entonces, más que reproducción nos las hemos de ver con una transmisión que, amén de situarse en un complejo ambiente pluralista, debe realizarse como “propuesta de sentido” orientada libre y personalmente”. Me gustaría, antes de hacer propuestas concretas que irán más en la línea de actitudes o modos de situarnos que de acciones concretas, indicar unas premisas que creo básicas a la hora de situarnos ante los jóvenes con deseos de transmitirles o despertar la fe en ellos.

2.1. LA TRANSMISIÓN DE LA FE COMO IMPERATIVO QUE PARTE DE LA PROPIA EXPERIENCIA PERSONAL DE FE

“Porque anunciar el evangelio no es para mí un motivo de gloria; es una obligación que tengo, ¡y pobre de mí si no anunciara el evangelio!” (1Cor 9,16)

1 Esta expresión está tomada del documento que en el año 2005 publicaron los Obispos de Québec y que se

puede descargar íntegro en la sección de recursos de www.gazteok.org 2 JOSÉ LUIS MORAL, ¿Jóvenes sin fe? Manual de primeros auxilios para reconstruir con los jóvenes la fe y la

religión, PPC, Madrid 2007, 119-120.

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“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida –pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos…” (1Jn 1,1b-3a)

No tiene más vuelta de hoja, este tesoro que llevamos en vasijas de barro (cf. 2Cor 4,7) no es nuestro, no nos pertenece a nosotros solos. Por eso no tenemos más remedio que anunciar lo que hemos recibido gratuitamente. La fe cristiana pide ser comunicada. Pero como dije anteriormente la fe no es primordialmente un sistema religioso, un código moral, una tradición ritual… sino que es una EXPERIENCIA VITAL. Por eso mismo se ha logrado transmitir de generación en generación y muchos varones y mujeres han creído en Jesús y han apostado por su causa sin siquiera haber podido leer una sola de sus palabras o un solo documento eclesiástico. Por eso, lo primero que quiero subrayar, desde la experiencia –seguramente compartida por todos- es la certeza de que quienes han sido y son los verdaderos evangelizadores y transmisores de la fe son aquellas personas que contagian con sus propias vidas la alegría profunda de la fe, es decir, la alegría profunda de haberse encontrado con Jesús; un ENCUENTRO que le cambió la vida y le llenó de esperanza, pasión y sentido. Esto podrá ser así si la fe que cada uno y cada una de nosotros hemos recibido se mantiene ardientemente viva en nosotros. Para transmitir la fe, para proponérsela como valor primero y primordial sobre todos los que les son ofertados continuamente a los jóvenes de hoy, necesitamos personas profundamente creyentes, varones y mujeres apasionados por Dios, atraídos por Él, que se sientan hondamente amados, deseados, elegidos como amigos y enviados por Él… y que mantengan una relación íntima y fecunda con Él. Ésta será la motivación profunda, el verdadero motor que nos haga alentar la fe en los más jóvenes siempre, con la palabra, pero sobre todo con la vida: que somos amigos de Dios, que estamos enamorados de Jesucristo y apasionados por su Reino y que nos dejamos guiar por su Ruah, su aliento de Vida. Como señalaré en el siguiente punto, lo decisivo es “hacer la experiencia”, “encontrarse con Jesús”. Los jóvenes de hoy no necesitan magníficos oradores ni expertos en doctrina cristiana… los jóvenes de hoy necesitan TESTIGOS y ANUNCIADORES de la BUENA NOTICIA. Como dice Pagola3: “sin testigos no es posible la transmisión de la experiencia de Dios vivida en Jesucristo. Por eso, cuando Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia, no les da la orden de transmitir una doctrina, no les encomienda el desarrollo de una organización religiosa, los llama a ser testigos de una experiencia nueva, de una vida transformada: “Vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu venga sobre vosotros y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8)”. “De lo que rebosa el corazón habla la boca” (cf. Lc 6,45b). Nuestros jóvenes y nuestro mundo necesitan testigos de la Buena Noticia y Jesús nos envía a serlo. No podemos eludir su

3 JOSÉ ANTONIO PAGOLA, “Testigos del Dios de la vida”, 5.

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envío… pero tampoco hay que asustarse… no nos pide imposibles. Si nuestro corazón se alimenta cada día de su Palabra y Jesús es el Señor de nuestras vidas, todo nuestro ser será anuncio vivo de la Buena Noticia que hemos recibido. Los jóvenes verán a Jesús en la medida en que cada uno de nosotros y nosotras tengamos “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5) y, como subrayaremos más adelante, lo primero que los jóvenes logran ver, más allá de todo lo que les podamos comunicar de palabra, es al Jesús que mostramos (u ocultamos) con nuestras propias vidas, relaciones, elecciones y decisiones.

2.2. LA EXPERIENCIA DE FE ES SIEMPRE UNA EXPERIENCIA DE ENCUENTRO PERSONAL CON JESÚS: No puede darse la experiencia de fe en un joven si éste no ha conocido a Jesús. Como dice Pablo a los romanos “ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquél en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no les ha sido anunciado?” (Rom 10, 14). Sólo la experiencia de encuentro personal con Jesús puede provocar en la persona un cambio radical que despierte en ella el deseo de seguirle, de orientar toda la vida hacia Él, de asumir como propia su causa, su proyecto, su misión, su forma de ser y vivir… Como dice Ubaldo Montisci4: “Creer, en efecto, no es la consecuencia de un razonamiento, no descansa sobre el vacío del sinsentido o sobre el improbable deseo de quietud; más bien es la atracción y la seducción de la Palabra que nos pone en crisis”. Ser creyente es ser seguidor y, por tanto, conlleva no sólo una implicación intelectual, sino vital, de corazón y de vida. Pero todo seguimiento parte de una experiencia de encuentro: ya los primeros discípulos (Jn 1,35-51; Mt 1,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11), y luego Pablo (Hch 9, 1-6) se vieron atraídos por la fuerza de Jesús una vez que se encontraron con él. Todo el evangelio se halla jalonado de encuentros de Jesús con distintas personas y para todas ellas ese encuentro supuso un cambio radical en sus vidas porque para todas fue el momento de hallar el Sentido más profundo que podían darle a sus existencias. A todas ellas Éste se les revela como el salvador de sus vidas. Y es esta experiencia la que suscita en ellos el deseo de mayor conocimiento y mayor relación con Él. Lo dice bien Xavier Morlans5 al definir “el primer anuncio” como la capacidad para “suscitar en quien escucha un interés por Jesucristo que pueda conducirle a una primera adhesión o a una revitalización de la fe en él”. Ello podrá originar en la persona el deseo de profundizar en el conocimiento de Jesús y comenzar un itinerario de fe. Es, por tanto, un primer paso para que el joven o la joven, frente a palabras o gestos especialmente significativos para ellos en sus circunstancias determinadas, y por la acción del Espíritu Santo, sientan resonar la Buena Noticia del amor de Dios expresado en el Hijo que se encarna, muere en la cruz y resucita para salvarnos6.

4 Ubaldo MONTISCI, Pastoral Juvenil y primer anuncio, en Misión Joven, Julio-Agosto 2011, 63-72, 71. En esta

ocasión cita a Carmelo Dotolo, “La Fede”, in Luciano MEDDI (a cura di), Diventare cristiani. La catechesi come percoros formativo, Napoli, Luciano Editore 2002, 87-95; 93 5 Xavier MORLANS, El primer anuncio. El eslabón perdido, Madrid 2009, PPC, 29.

6 Ubaldo MONTISCI, Pastoral Juvenil y primer anuncio en Misión Joven, Julio-Agosto 2011, 63-72, 65.

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La clave puede estar en presentar a Jesús de modo que se le dé a conocer con toda su fuerza atractiva y atrayente. Y hacerlo presentándolo con la propia vida. Los jóvenes –como todos- están cansados de palabras y promesas vacías. Ellos son especialmente sensibles a lo experiencial y están hartos de discursos y de conocimientos teóricos. Aún más, creo que un trabajo imprescindible hoy para el evangelizador-testigo es el de desestructurar el imaginario religioso de los jóvenes porque el anuncio no llega habitualmente a un terreno virgen, sino a una tierra llena de piedras y de zarzas, a una tierra ya contaminada por presuntos conocimientos que se convierten más bien en prejuicios y malentendidos. Los jóvenes piensan que ya conocen a Jesús, que ya han escuchado su mensaje y que nada nuevo van a aprender sobre Él o sobre el Reino o sobre la Iglesia. Pero sus conocimientos, habitualmente, les han llegado con una fuerte carga peyorativa o negativa. Los jóvenes necesitan encontrarse con verdaderos testigos enamorados de Jesús que les presenten y les ayuden a conocer a Aquel que ha llenado sus vidas de sentido. Nos dicen los evangelios que lo que llegaba de Jesús era la autoridad con la que hablaba (cf. Mc 1,21; Lc 4,32, etc.), autoridad que provenía de la certeza de la presencia de su Padre junto a Él. Jesús sanaba, atendía a los que habitualmente eran alejados de las ciudades, escuchaba a las mujeres, conversaba con los lunáticos, se dejaba tocar y se compadecía de todos aquellos a los que veía abandonados, cansados o perdidos. Este es el lenguaje que los jóvenes entienden y es aquel con el que mejor presentaríamos a un Jesús que nos hace más humanos al configurarnos con Él. Quien sigue sus huellas practica su acogida incondicional a todo ser humano, pero preferentemente al pequeño y desvalido, defiende con pasión la dignidad de la persona por encima de todo, es misericordioso con la debilidad ajena, es libre y hace el bien… se abandona totalmente en las manos del Padre… Con la vida podremos mostrar al Dios de Vida que, como bien señala Pagola7, “no me pide apartarme de la vida para encontrarle, no me exige renunciar a nada humano para ser suyo, no está celoso de mi felicidad, no me reclama sacrificar lo bello y hermoso de la vida, no genera desconfianza ante el placen, no me hunde en la culpabilidad”. Podremos presentar a este Dios de la Vida y dar a conocer a Jesús, el Señor, si nuestra vida despierta interés porque se puede captar que, para nosotros, Dios no es un problema, una dificultad, un estorbo para ser feliz… sino que es Quien ha provocado que podamos vivir profundamente felices, sin miedo, liberados y gozosos. Entonces nuestras propias vidas serán transmisoras de la pregunta de Jesús ante el asombro de Andrés y el otro discípulo: “¿qué buscáis?” y podremos invitar “venid y lo veréis” (Jn 1,38-39).

2.3. AMARLES Y ACEPTARLES INCONDICIONALMENTE PARA ANUNCIARLES AL DIOS DE JESÚS: ¿Qué es lo que nos mueve a querer anunciar la Buena Noticia y despertar o avivar la fe en los jóvenes? Muchas veces me he hecho y me hago esta pregunta, sobre todo cuando estoy con ellos y con ellas. ¿Por qué mi empeño por anunciarles a Jesús? ¿Por qué mi empeño en que lo conozcan, en que puedan transformar las imágenes negativas que tienen de Dios y de

7 JOSÉ ANTONIO PAGOLA, “Testigos del Dios de la vida”, 19.

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la Iglesia? ¿Por qué mi afán por acercarles la Palabra y decirles una palabra nueva y diferente del Dios de Jesús? No siempre me encuentro con respuestas evangélicas, la verdad. Muchas veces descubro en mí un deseo solapado de proselitismo, una sutil atención a los números (aunque diga que no) y una cierta esperanza a que se puedan llegar a preguntar, aunque sólo quede en pregunta, si su sitio no será dentro de mi familia religiosa… Pero la verdadera transmisora de la fe, la persona que es verdadero testigo de Jesús no pretende convertir a otros ni convencerles de nada sino que vive convirtiéndose continuamente, vive en un continuo volverse a Jesús. El verdadero testigo no se esfuerza en hacer crecer los números sino en abrir camino al Reino… Ya Mateo nos indicó lo que Jesús pensaba ante quienes hacían proselitismo: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un discípulo y cuando llega a serlo lo hacéis merecedor del fuego eterno, el doble peor que vosotros!” (Mt 23,15). El modo de Jesús es distinto. Él no convence con palabras ni discursos, con exhortaciones ni reflexiones sino con su escucha y su mano amiga, con su silencio y su presencia cercana. Jesús alivia el dolor, expulsa el mal, sostiene al caído, endereza a quienes ya se doblan, ofrece el perdón, renueva la alegría… Por todo ello y con todo ello anuncia la Buena Noticia de Dios y posibilita que la persona que se le acerca o a quien Él se acerca tenga experiencia de sanación y de salvación tras su encuentro con él. ¿Por qué transmitir la fe a los jóvenes hoy, entonces? No siempre descubro en mí deseos proselitistas ocultos… entrelazados con la cizaña descubro un trigo que me parece fundamental para anunciar la Buena Noticia a los jóvenes y despertar en ellos la fe. Deseo, como todos los que estamos aquí, transmitir la fe a los jóvenes porque “hemos visto la aflicción de nuestros jóvenes, hemos oído su clamor –muchas veces callado o ahogado por la aparente felicidad- y –porque les hemos escuchado- conocemos sus angustias” (cf. Ex 3,7). Deseamos ser testigos de Jesús y transmisores de la fe a los jóvenes porque, estando con ellos, hemos podido captar sus angustias, sus deseos y miedos, sus anhelos y esperanzas, sus soledades y heridas… y sabemos que sólo Jesucristo, el Señor, puede dar a sus vidas un sentido profundo y una esperanza renovada. Porque lo hemos experimentado en nuestras propias carnes sabemos que sólo Él es capaz de sanar las heridas, hacer hablar a los mudos y darles la libertad que sueñan quienes se hallan cautivos de un modo u otro. Jesús lo hacía y lo hace porque siente compasión por ellos (cf. Mc 6,34), porque siente compasión por nosotros, porque padece con, porque comparte nuestros sentimientos y nuestras experiencias. Porque nos ama y NOS AMA HASTA EL EXTREMO (cf. Jn 13,1). Un evangelizador de no hace tanto tiempo, Don Bosco, tenía unas expresiones que me parecen maravillosas y que explican por qué es considerado “el apóstol de los jóvenes”. Él decía: “me basta que seáis jóvenes para amaros”, “el cielo sin los jóvenes ya no es cielo para mí”. Y ésta, es para mí, la clave en la tarea de evangelización con jóvenes: AMARLES, conocerles y aceptarles incondicionalmente.

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No seremos buenos testigos de Jesús, no podremos transmitir la fe si no amamos –y ojalá hasta el extremo- a los jóvenes que conocemos, aquellos que se acercan a nosotros o a quienes encontramos por el camino, aquellos que se nos encomiendan como destinatarios de nuestras tareas educativas o pastorales, aquellos que viven cerca de nosotros o aquellos que incluso, parecen rechazarnos. Y amarles tal como son, no queriendo que sean como nos gustaría a nosotros. Para abrir caminos y posibilitar que tengan una experiencia de Jesús que les lleve a plantearse un camino de seguimiento y de implicación en la sociedad desde el evangelio, primero tenemos que escucharles, qué saber cómo son, qué piensan, qué se plantean, qué buscan (aunque no puedan más que balbucear algunos deseos)… Nuestra tendencia natural es a relacionarnos con los jóvenes desde nuestro propio criterio sobre “quiénes son los jóvenes, qué desean, qué buscan, qué piensan, cómo se mueven, etc.” y, lo que sucede habitualmente, es que este criterio lo hemos configurado en nuestro interior desde la propia experiencia de lo que era ser joven cuando nosotros lo éramos o desde los jóvenes que hemos conocido y con los que hemos trabajado hace ya algunos años. Eso hace que, seguramente, todos nos sorprendamos ante reacciones inesperadas de los jóvenes como respuesta a nuestras propuestas. Sin embargo, nuestra mirada, en este camino de adentrarnos en la realidad juvenil, debe ser abierta y con capacidad de comprensión. Seguramente todos estaremos de acuerdo con estos dos aspectos de la realidad de nuestros jóvenes: En primer lugar, los jóvenes son, en gran parte, lo que nosotros (adultos, padres/madres, educadores, acompañantes… la sociedad en general) estamos favoreciendo que sean: nos quejamos de determinadas conductas que no comprendemos pero que, realmente, ellos han aprendido, se les ha dado… Decimos, por ejemplo, que su percepción personal sobre la categoría “familia” ha cambiado… Pero, ¿por qué ha cambiado su modo de ver y vivir la familia? Mejor dicho, ¿qué familia les hemos dado a conocer? ¿no será que, desde pequeños, se les ha dado vivir una realidad diferente a la que nosotros vivíamos? Hoy, por ejemplo, los pequeños pasan mucho más tiempo solos en casa, siendo cuidados por personas diferentes a sus padres, o viviendo entre semana en una casa y los fines de semana en otra, o reconociendo a sus padres y a los novios/parejas de sus padres, etc… Un estudio del INJUVE afirma que los y las jóvenes manifiestan tener una baja autoestima. Se autodescriben más con rasgos negativos: consumistas, presentitas, egoístas y con poco sentido del deber y del sacrificio, que con características positivas: maduros, generosos, tolerantes, trabajadores, solidarios y leales en amistad8. Pero todos y todas nosotras sabemos que estas características también se dan en ellos. Será precioso acompañarles de cerca para poder descubrirlas y descubrírselas… En segundo lugar, las características generales que podemos extraer del mundo juvenil hoy pueden aparecer con visos de pesimismo o negatividad. Pero estamos convencidos de que en ellas se encuentra también una dimensión de posibilidad y positividad. Son diferentes a las nuestras, pero no por ello son necesariamente negativas.

8 Informe de la Juventud en España 2008, INJUVE.

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Esta clave de posibilidad, tan frecuente en los evangelios en las relaciones que establecía Jesús con las personas, es la que deseo subrayar y rescatar como la que debe estar siempre en nuestro corazón y nuestra mente cuando estamos con ellos/as.

2.4. LOS EVANGELIZADORES, LOS PRIMEROS EVANGELIZADOS: Cuando nos ponemos al lado de los jóvenes, cuando caminamos con ellos, cuando deseamos despertarles a la fe y posibilitarles un encuentro con Jesús, es Él quien ya ha ido por delante en el camino. Puede ser que los y las jóvenes aún no lo sepan, aún no hayan podido encontrarse con Él… pero Dios ya está en ellos, en ellos ya están presentes semillas del Reino. Y en ellos Dios se nos revela, se nos comunica de una manera privilegiada. Me parece importante que, a la hora de nuestros empeños pastorales, no se nos olvide esta premisa básica. Dios está presente en los jóvenes de hoy y, con sus modos, sus lenguajes, sus silencios, también nos está comunicando algo a nosotros. Por eso necesitamos acercarnos a ellos con los pies descalzos y los oídos bien abiertos. A veces estamos tan preocupados buscando qué decirles y cómo anunciarles al Dios de la Vida que se nos puede olvidar que Él ya está presente en cada joven, en su vida y en su historia y que somos invitados a escucharle y a contemplarle en cada uno de ellos. Vivir en esta clave nos exige estar abiertos y conectados con el Espíritu9. Acompañar a los jóvenes en sus procesos de fe requiere recordar continuamente que nuestra misión es ésta, la de ser meros acompañantes en el camino pues el Maestro y el guía es el Espíritu Santo. Él es quien hace su obra en el o la joven, Él es el único que debe conducirles… A nosotros “sólo” se nos da acompañarles en ese camino que Él les vaya sugiriendo siendo nuestra tarea la de alentarles para que siempre estén atentos a su soplo y abiertos a su voluntad. Y en esta preciosa tarea del acompañamiento nosotros mismos somos alentados y guiados por Él. Continúa la parábola que nos sirve de guía: Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece, sin que él sepa cómo… (Mc 4,27). Si creemos en ello podremos vivir con la certeza y la confianza que da saber que todo está en buenas manos y haremos nuestra labor con serenidad y esperanza. Así, como decía San Ignacio de Loyola, realizaremos nuestro trabajo “como si todo dependiera de nosotros” confiando en el resultado “como si todo dependiera de Dios”. Para todo ello necesitamos seguir creciendo en una fe que sostenga nuestra esperanza en y nuestro amor a los jóvenes. Y para alentarla, nosotros y nosotras, agentes de pastoral y evangelizadores, nos hallamos, como los propios jóvenes, profundamente necesitados del silencio, la escucha, la contemplación y la capacidad de interiorización que se requieren para poder descubrir y entender el lenguaje del Espíritu. De todo ello sois vosotros maestros y maestras. Recordárnoslo con vuestras vidas y acciones, desde esta clave pastoral, puede ser una muy bella aportación vuestra a la Iglesia.

9 Álvaro CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizontes, Frontera Hegian 73,

28.

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La transmisión de la fe a los jóvenes. 10

3. PROPONER HOY LA FE A LOS JÓVENES, ACOMPAÑAR ITINERARIOS DE FE10

La tierra da fruto por sí misma: primero un tallo, luego espiga,

después trigo abundante en la espiga… (Mc 4,28)

Lo que en estos momentos voy a exponer son sólo pistas posibles para abrir caminos en los que, quizás, pueda darse el momento en el que los jóvenes se encuentren con Jesús y puedan preguntarse por Él. La mayoría de ellas no son acciones ni actividades concretas sino criterios de base a la hora de llevar a cabo el trabajo pastoral con los jóvenes. 3.1 ENTRAR EN DIÁLOGO CON LOS JÓVENES Y HACERLES PROTAGONISTAS DE SUS PROPIAS VIDAS:

¿Qué quieres que haga por ti? (Mc 10,51). “Ir a los jóvenes supone conectar con sus intereses, […] suscitar preguntas, permanecer en el intento de aproximarnos a ellos a ellos y crear vínculos” (MP 34).

Los jóvenes viven inmersos en la interactividad y, desde ahí, buscan interlocutores que estén abiertos al diálogo y también a la confrontación. Urge disponerse y abrirse a este diálogo, sin caretas ni “imagen”, sin miedo a que “conozcan nuestras profundidades y limitaciones”. En fin, sin miedo a que conozcan nuestra humanidad… pues creemos que es esta humanidad la que Dios acoge y ama.

Preguntemos y dejémonos interrogar, establezcamos diálogos fecundos que sean en sí un testimonio de la preferencia de Dios por ellos y ellas, sin miedo. Creemos que nuestras ofertas pastorales deben pasar, antes de hacerles propuestas, por escucharles con una escucha activa, capaz de entender más allá de las palabras. Saber qué buscan verdaderamente y qué quieren hacer. Ayudarles a que se pronuncien, a que sean ellos los protagonistas de su historia, a que desarrollen su capacidad crítica y su capacidad para juzgar por cuenta propia; su capacidad para tomar decisiones responsablemente. Como dice Guardini, es en la juventud cuando el desarrollo lleva a “adquirir una opinión propia sobre el mundo y sobre la posición que se ocupa dentro de él; llegar a ser uno mismo, para poder recorrer también el camino que conduce hacia los demás, y como “yo” poder decir “tú”11”.

Puede ser que tras preguntarles no hallemos respuestas, que ante nuestra cuestión sólo surja el silencio y la indiferencia. También en el texto de Marcos al que nos referimos, muchas voces intentan silenciar a Bartimeo (“muchos le increpaban para que se callara”). Quizás hoy las voces que silencian la “ceguera” de nuestros jóvenes (y la nuestra propia) parecen haber ganado la batalla. Pero entonces hagamos como Jesús, que no pasó de largo, sino que se detuvo y dijo: “llamadle”. Mantengámonos a su lado, permanezcamos en la dificultad y en el aparente rechazo y hagámosle descubrir que es Jesús mismo el que nunca les abandona, el que siempre permanece. Y digámosle, pues, en su nombre: “¡Ánimo, levántate! Te llama”.

10

Este epígrafe contiene, en parte, algo de lo expuesto en Inma EIBE, “La Vida Religiosa en diálogo con los jóvenes”, cuadernillo de reflexión nº6 editado por Confer en el año 2008. 11

R. GUARDINI, Las etapas de la vida. Su importancia para la ética y la pedagogía, Palabra, Madrid 1997, 45.

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La transmisión de la fe a los jóvenes. 11

3.2 FLEXIBILIZAR NUESTRAS ESTRUCTURAS PARA PODER ACOMPAÑAR Y ACOGER A LOS JÓVENES:

“El vino nuevo se echa en odres nuevos” (Lc 5,38). “Para que haya una PJV Vedruna se requiere el compromiso de todas las hermanas en la acogida de los jóvenes en nuestras comunidades y la apertura a la comprensión de sus valores” (RV38.2).

Los horarios de nuestra gente joven, sus gustos y modos de comunicarse son diferentes hoy a hace unos años. No significa esto que ahora todo se tenga que hacer “a su manera”… pero si queremos que la gente joven pueda venir a compartir tiempos de oración o reflexión; si deseamos poder comunicarles lo que para nosotros/as es importante, si deseamos que cuenten con espacios donde puedan recibir la Buena Noticia, tenemos que salir a su encuentro, (como Jesús hace con la Samaritana o los discípulos de Emaús), también en sus lugares y a sus horas (que quizás no son las nuestras), abrir espacios de comunicación en esos tiempos y disponernos para imaginar con ellos nuevas formas de diálogo y encuentro. Al menos algo parece obvio: si queremos que vengan, hay que abrir nuestras puertas… En este flexibilizar nuestras estructuras también incluiríamos la flexibilización de nuestros programas pastorales, de los itinerarios que quizás hayamos ofertado hasta ahora. En los nuevos tiempos toca adecuar los procesos de iniciación cristiana a la situación actual y a la situación existencial de cada joven. Se hace necesario ofrecer procesos e itinerarios, pero éstos deben ser mucho menos lineales y estandarizados que antes. Necesitamos optar por el modelo de pertenencia flexible, ofreciendo muchas cosas distintas, porque hay jóvenes para todo. La oferta ha de ser algo intenso para quien busca mucho y algo puntual para el que se está aproximando12. Debemos, pues, ser creativos e innovadores, perdiendo el miedo a arriesgarnos, a ensayar y a equivocarnos. Los jóvenes nos están esperando, hay que salir a su encuentro, invitarles con “sano descaro” a nuestras casas o plataformas de evangelización, hay que soñar junto a ellos nuevas propuestas pastorales, hay que romper moldes y crear puentes de diálogo y encuentro y, con coraje y audacia, anunciarles a Jesús y darles a conocer su Evangelio.

3.3 UTILIZAR SUS LENGUAJES, SUS SÍMBOLOS, SUS INTERESES PARA ANUNCIARLES A DIOS Y SU REINO:

“Expuso todas estas cosas por medio de parábolas a la gente, y nada les decía sin utilizar parábolas” (Mt 13,34). “Sólo en el “tocar y palpar” podrán salir de su indiferencia… Pero tenemos que radicalizar los gestos para que la noticia de Dios sea fácil de entender y puedan preguntarse: ¿por qué son así? ¿por qué viven de esa manera? ¿qué o quién es el que los inspira? ¿por qué están con nosotros?...”(CGA: Continuar en el mundo el proyecto liberador de Jesús, 5)

Como Jesús, que no utilizaba un lenguaje descriptivo, sino un lenguaje metafórico y simbólico, más cercano a la gente de aquel tiempo, nosotros/as estamos llamados a usar

12

Álvaro CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizontes, Frontera Hegian 73, 78.

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aquellos lenguajes que les ayuden a ir “más allá”, a preguntarse, a buscar. Que les lleve a interrogarse, como los discípulos que luego se acercan a Jesús y le piden: “explícanos qué querías decir con esa parábola”. En estos años ha cambiado el modo que tenemos de relacionarnos con los demás. Han cambiado los medios y han cambiado también, de algún modo los propios mensajes. No podemos quedarnos indiferentes a este cambio. El reto en la transmisión de la fe y en la pastoral con jóvenes es inculturarse en este nuevo mundo que ha surgido en los últimos años y que no cesa de cambiar. No hacerlo sería no estar en el mundo con los jóvenes. Los nuevos lenguajes nos están llevando a recuperar lo corporal como lugar de encuentro (expresión corporal, danza, teatro, mimo…), lo lúdico-festivo como constructor de grupo y de identidad (dinámicas de conocimiento personal, de confianza, de integración, de autoestima…), lo creativo como hacedor de sueños que ayuda al joven a “subir” un peldaño hacia la Trascendencia13. Para estar con los jóvenes y caminar a su lado, para comprenderles, debemos escuchar bien su lenguaje (la noche, la música, el cine, la estética…). Hemos de potenciar lo sensorial, lo afectivo, lo emocional… recuperar la capacidad de la transmisión oral, de lo narrativo… Lo que se narra sabe a auténtico y es más creíble que lo aprendido pero no experimentado14. Por otro lado, decimos muchas veces que “ofrecemos y damos respuestas a preguntas que los jóvenes no se han formulado”. Quizás esa sea entonces nuestra labor: suscitar preguntas e interrogantes. Y estamos también convencidos que es la propia vida la que puede producirlas. Comprobamos _no sin cierto dolor_ que características propias de la Vida Religiosa como la capacidad de renuncia a una familia propia, a poseer pertenencias propias o a ejercer la propia libertad obedeciendo, no son realidades que “lleguen” a los jóvenes. Estos aspectos esenciales de nuestra Vida Religiosa hoy no les impacta, no les suscita interrogantes hacia su propia vida. Como mucho, nuestra capacidad para vivir los votos o la capacidad de sacrificio, de coherencia o de respuesta comprometida con los empobrecidos ante las injusticias de nuestro mundo, pueden suscitar admiración, pero no provoca interrogantes personales ni convoca o moviliza. Creemos que hoy, en cambio, lo que le llega a la gente y a los jóvenes, es el modo de vivir todo ello, de vivir apasionadamente, con alegría profunda, con ternura, con capacidad festiva y con honda esperanza.

Del mismo modo, deseamos recordar con respecto a este punto, que el uso de sus lenguajes y símbolos tiene un objetivo, una finalidad: anunciarles a Dios y su Reino. Debemos utilizarlos como lo que son: medios y no fines. No pongamos nuestro empeño en el lenguaje en sí, sino en anunciar aquello que se nos encomienda. Los medios, como su mismo nombre indica, son mediaciones, lugares de paso, y por tanto relativos y efímeros ante el Absoluto y Eterno.

13

Álvaro CHORDI MIRANDA, Volver a creer con los jóvenes explorando nuevos horizontes, Frontera Hegian 73, 91. 14

Ídem.

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3.4 MOSTRAR EL VALOR DE LA ESPERA Y LA PACIENCIA. EDUCAR LA VOLUNTAD: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o vele, de noche o de día, el grano brota y crece sin que él sepa cómo” (Cf. Mc 4,26-27). “Debes mar el tiempo de los intentos, debes amar la hora que nunca brilla”. (MP 31, nota 54: Silvio Rodríguez).

Nuestros jóvenes, envueltos en el mundo de las TIC y en general del consumismo y la celeridad, viven la inmediatez como lo “natural”. La inmediatez nos lleva, y lleva a nuestros jóvenes, a desear todo “aquí y ahora” y a no llegar a distinguir, en algunos momentos, que determinadas cosas (y sobre todo si hablamos de procesos personales, relaciones interpersonales, reflexión, oración…) necesitan de un tiempo sereno y amplio de elaboración.

“A fuego lento”, canta Rosana… y es que todo lo importante necesita fuego lento: se requiere fuego lento en el recorrido de nuestros procesos personales humanos y de fe; se requiere fuego lento para el cultivo de las relaciones personales, para que esas relaciones posibiliten la escucha activa y el diálogo; también la relación con Dios, el aprendizaje de la oración, el discernimiento, la toma de decisiones fundamentales necesitan fuego lento… Como dice Melloni “la inmediatez es una de las enfermedades de nuestro tiempo. La sociedad de la abundancia ha ido estrechando la distancia entre nuestro deseo y su satisfacción. Al no existir este espacio donde aprendemos a contener nuestra pulsión, vivimos enganchados a nuestros impulsos y a su consumación. La fagocitación que fomenta la sociedad de consumo hace que vivamos saturados e hiperacelerados, corriendo de satisfacción en satisfacción. Todo ello arruina el horizonte de trascendencia15. Pero nuestra propia vida religiosa, en su cotidianidad, está imbuida en esa inmediatez. Entre nosotros esto también se da. Nos damos cuenta, con preocupación, que vivimos con prisas, acelerados, con muchos trabajos y trajines entre manos, casi sin tiempo para estar con serenidad en comunidad… orando… o con los jóvenes... Y ellos necesitan, en cambio, testimonios visibles de que “es posible vivir de otro modo”. Necesitan tener modelos vivos de quienes aprender que lo esencial requiere saber esperar y no dejarse llevar por el deseo inmediato de satisfacción; que es posible parar, hacer silencio, contemplar, buscar, suplicar y esperar sin saber cuándo llegará la respuesta, sin la necesidad del sonido de un pequeño “pip” que nos asegure que ya hemos obtenido lo que buscábamos. Conviene cultivar la voluntad y la paciencia. Paciencia con uno/a mismo/a y con los demás. Y la paciencia está en relación con la confianza. Y en relación también con el conocimiento y la experiencia de la realidad. “El joven madura y se hace responsable al asumir la realidad tal como es, aceptándola, de ahí nace la fuerza para cambiarla y transformarla16”. Pero para ello también tenemos que saber jugar con la capacidad para ofrecerles “recompensas inmediatas significativas” (un refuerzo positivo, un gracias, la demostración de alegría, etc…) sabiendo lo importante que éstas son para el joven actual. Ahí se pone en juego nuestra creatividad y nuestra capacidad pedagógica. Eso sí, que la inmediatez y la dificultad para la espera no nos lleve a ofrecer un “Evangelio a la carta”, exento de su radicalidad propia.

15

J. MELLONI, El diálogo con la Trascendencia, Revista de Teología Pastoral nº 94, SAL TERRAE 2006, 959-970. 16

C. NAVAL y R. SÁDABA (Coord.), Jóvenes y medios de comunicación, Revista de Estudios de Juventud 68, Instituto de la Juventud, Madrid, Marzo 2005, 10.

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3.5 DAR A CONOCER SIN MIEDOS LA RADICALIDAD DEL EVANGELIO: “Si alguno quiere venir tras de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 25,13). “Confiamos en que, a través de la cercanía en actitudes y del testimonio de nuestra vida sencilla y entregada, los jóvenes descubrirán el rostro de Cristo, llegarán a la amistad personal con Él y al compromiso con los hombres” (doc. XX 4.20)

Tenemos que superar el miedo a exponer la radicalidad evangélica. A la hora de anunciar la Palabra y de presentar a los jóvenes a Dios se ha vivido últimamente una tendencia a silenciar las partes comprometedoras y radicales del Evangelio. A nuestro parecer, la causa principal de este silenciamiento es la dificultad que nosotros/as mismos/as experimentamos para entender, asumir y vivir la espiritualidad que nace de la experiencia Pascual. En esa “ley del péndulo” que se vivencia en la historia tan claramente en diferentes momentos, hemos pasado de una espiritualidad fundamentada en el sacrificio y la ascética a otra que no sólo no las acoge sino que rechaza estas dimensiones. Pero todas nosotras creemos en Jesús Crucificado-Resucitado y, desde nuestra pobre experiencia, estamos convencidas de que sólo tomando nuestra propia cruz podremos seguirle. Si no les presentamos esta realidad propia del cristianismo a nuestros jóvenes estamos fomentando que no sean capaces de asumir el dolor, el miedo y la frustración como parte inherente de la vida (de la propia y de la que les rodea) y les estamos imposibilitando que descubran al Dios que sufre en cada dolor humano y que no se queda en silencio ante la Muerte. Del mismo modo, no hay que temer presentarles la radicalidad del Evangelio a unos jóvenes capaces de arriesgarse (y arriesgar hasta su vida) en otras cosas (deportes de riesgo, velocidad incontrolada, consumo de sustancias “por probar”, relaciones esporádicas…). El riesgo, el compromiso y la radicalidad evangélica pueden pasar de ser un freno (como hasta ahora lo hemos vivido) a un aliciente (voluntariados, experiencias de verano…) …si somos capaces de presentar a nuestro Dios como quien da sentido a todo ello y les acompaña en su vivir cotidiano.

3.6 MOVILIZAR HACIA EL COMPROMISO POR LA PAZ, LA JUSTICIA Y LA INTEGRIDAD DE LA CREACIÓN:

“Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). “Por Dios no te permitas hacer nada que redunde en daño de tu prójimo” (Ep 64).

Todos estamos llamados a testimoniar la presencia de Dios junto a los más pequeños y empobrecidos de nuestro mundo. El trabajo por la justicia y la solidaridad es clave en nuestro seguimiento y debe bañar toda nuestra vida y nuestras opciones personales y comunitarias, así como nuestra oración y actividad diaria. La significatividad a la que estamos llamadas como creyentes queda oculta, y la voz profética silenciada, cuando nos insertamos tanto en la sociedad que dejamos de testimoniar al Dios que siendo de condición divina, se despojó de su grandeza y tomó la condición de esclavo (cfr. Flp 2,6-7).

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Un rasgo que se observa en nuestros jóvenes es el de la solidaridad, aunque a veces ésta quede concretada únicamente en un voluntariado de una hora semanal y no muy lejos de casa para “no perder mucho tiempo”. Revitalicemos este aspecto con nuestra propia vida, avivemos las brasas encendidas que permanecen en nuestros jóvenes para intensificar su ternura y servicio hacia los más necesitados; que nos descubran al lado de los más pequeños para que puedan despertarse interrogantes ocultos, salir de sí mismos, contemplar la realidad y tener experiencia de Dios en ella. Acompañémosles en sus encuentros con el dolor y la injusticia para que puedan preguntarse por las causas y consecuencias, reflexionar sobre ello e implicarse vitalmente. La solidaridad y el encuentro con la exclusión social propiciarán en los jóvenes interrogantes y pueden llegar a proporcionarles experiencias que les haga trascenderse y descubrir a Dios en los más empobrecidos. 3.7 FAVORECER Y ACOMPAÑAR EL QUE SE HAGAN CARGO DE SUS ACCIONES PRESENTES Y CONSECUENCIAS:

“Estad alerta, porque no sabéis el día ni la hora” (Mt 25,13). “Se ha de procurar responsabilizarlos e iniciarlas gradualmente en el uso de su libertad” (Doc XIX, VII. 24)

La solidaridad es un talante de vida, y pasa no sólo por realizar acciones “activas” sino que toda nuestra manera de vivir en lo cotidiano tiene una repercusión que llega mucho más allá de nosotros mismos. Ningún gesto es imparcial. Es muy importante ser conscientes de que cada actuación, cada palabra… o cada silencio repercute en nuestra aldea global. Por eso es tan importante acompañar la vivencia del presentismo actual que experimentan nuestros jóvenes; ayudarles a reconocer que, todo lo que hoy se haga, viva o diga, no sólo está marcado por el pasado, sino que tiene efectos en el futuro17. Hoy día vivimos principalmente en el presente. Nuestros jóvenes y adolescentes aún no han aprendido a valorar las repercusiones que sus acciones y gestos pueden tener en un futuro próximo o lejano. Viven el presente, el hoy, el ahora… muchas veces no saben qué van a hacer a la tarde, no tienen programadas excesivas actividades, ni siquiera sus “citas”: no saben si cenarán en casa o fuera, si quedarán con alguien, cuándo, dónde y a qué hora… No calculan el tiempo y no son capaces de asegurar su presencia o su participación en cualquier actividad aunque esta vaya a suceder unas horas más tarde; viven sus ocupaciones o trabajos desde la temporalidad y no se plantean sus relaciones afectivas como “relaciones para toda la vida”. No les importa si lo que hoy hacen puede traer consecuencias negativas en el futuro. Todo ello hace que se resienta su capacidad de compromiso, algo que por supuesto afecta igualmente a su dimensión religiosa, a su compromiso solidario o a su vida de fe. Avanzar junto a ellos en este camino pasa por ayudarles a descubrir que, paradójicamente, no es más libre quien es menos capaz de comprometerse. Que quienes así actúan acaban rechazando la libertad, porque uno/a se descubre libre justamente en el ejercicio de su compromiso, poniendo en acto su libertad. Debemos acompañarles en el descubrimiento de

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Algunos autores nos invitan a recuperar la rica tradición espiritual cristiana que busca “estar presente”, lo que denominan como “espiritualidad del aquí y del ahora”. Por ejemplo H.J.M. NOUWEN, Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 1995.

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que no es cierto que “podrán elegir todo” sólo cuando no se comprometan con algo específico, sino que al contrario, ésta es una libertad que encierra y paraliza y que la verdadera libertad pasa por la capacidad para comprometerse.

Como dicen algunos autores18: “Los jóvenes tienen cierta dificultad para insertar su existencia en la duración o temen hacerlo. ‘Viven más fácilmente en la contingencia y en la intensidad de una situación particular que en la constancia y continuidad de una vida elaborada en el tiempo’”. A nosotros/as se nos abre el reto de ayudarles a descubrir, con la vida, que el presente es el espacio oportuno para tejer el compromiso existencial diario. “‘Vivimos en una sociedad que siembra la duda respecto a la idea de comprometerse en el nombre del amor. Los jóvenes desean hacerlo y por ello se les debe acompañar para que puedan descubrir las posibilidades y los caminos que conducen a la fidelidad’”. Enlazado con este acompañar el ejercicio de la libertad está el saber acompañar la influencia que la presión de grupo tiene sobre nuestros jóvenes. Los jóvenes viven con mucha fuerza la unión con su grupo de referencia, con su grupo de iguales. Pero, al mismo tiempo, son muchos los que manifiestan explícita o implícitamente, el deseo que tienen de vivir en libertad también ante ellos. Todas somos a veces observadoras sufrientes de la fuerza que tiene un grupo ante un joven, cómo acaban haciendo lo que no desean y cómo muchas veces no son capaces de posicionarse ante los demás. Acompañarles ante esta realidad va en la línea de acompañar su crecimiento personal, el fomento de su propia personalidad y hacerles responsables de ellos mismos y del uso de su libertad. 3.8 SER TESTIMONIO DE COMÚN-UNIDAD:

“El grupo de creyentes pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en común todas las cosas. […] Daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús, el Señor, y gozaban de gran estima. No había entre ellos necesitados…” (Hch 4,32-35). “Deseamos que las hermanas -en cualquier etapa de la vida- sigamos entusiasmándonos en la entrega al Reino y nos impliquemos de la manera que nos sea posible en la opción congregacional por los jóvenes” (MP. 32,4)

Desde hace varios años escuchamos y pronunciamos el deseo de trabajar de manera “inter”, de formar red con otros y otras, de que todos caminemos unidos. La situación social, cultural y eclesial de antes permitía con mayor facilidad actuar y vivir desde la individualidad y desde la profundización de la propia riqueza carismática. Sin embargo, el cambio de paradigma que estamos viviendo nos invita continuamente a plantearnos colectivamente nuestro modo de estar, de hacer y de ser. Por esta razón creo que nos encontramos en un momento en el que todos y todas debemos trabajar conjuntamente: diócesis, parroquias, comunidades laicales y

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C. NAVAL y R. SÁDABA (Coord.), Jóvenes y medios de comunicación, Revista de Estudios de Juventud 68, Instituto de la Juventud, Madrid, Marzo 2005, 12. En este párrafo citan a T. ANATRELLA, Le monde de jeunes: qui sont-ils, que cherchent-ils? Conferencia pronunciada en Roma, 10-13.IV.03. Texto íntegro en: www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/laity.

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religiosas, grupos eclesiales… La propia colaboración y complementariedad serán testimonio para nuestros jóvenes de la unidad a la que nos invita el texto de Hechos. Por otra parte, me parece importante señalar que ésta es una invitación para nuestras propias comunidades religiosas. Y que está dirigida a todos y todas, sin distinción de edad. Porque para anunciar con la vida la alegría del encuentro con Jesús, no importan los años. Es más, todos tenemos experiencia de cómo les llega a nuestros jóvenes el testimonio de los más mayores de comunidad, la escucha que de ellos han recibido, su paciencia, cariño, palabra o silencio. En definitiva, su testimonio de vida.

La vida de fe y el testimonio comunitario son cruciales. Testimoniar conjuntamente la felicidad de seguir juntos a Jesús y la riqueza de esta elección. Creo que es fundamental que, al abrirles las puertas, nos puedan hallar “en familia”, que puedan decir “mirad cómo se quieren”, que experimenten y saboreen una rica vivencia comunitaria, donde se demuestre el afecto, se posibilite el diálogo y la expresión de todos, se tenga en cuenta a cada uno/a, se cuide a los enfermos o mayores… En definitiva, se haga amable y deseosa la experiencia comunitaria. Y al hacer todo esto no nos anunciaremos a nosotros/as, sino a Quien hace todo eso posible, al que nos da ese solo corazón y esa sola alma. Aquel que nos convocó y envió juntos a la bella misión de servirle, anunciarle y amarle en cada persona y a testimoniar con gran energía su Resurrección. 3.9 INVITAR A CONOCER NUESTROS CARISMAS, DONES DEL ESPÍRITU PARA LA IGLESIA:

“Desde la vivencia gozosa de nuestra identidad, cultivar una PJV Vedruna, para que nuestro carisma, don del Espíritu a la humanidad, siga vivo en la Iglesia” (RV38).

Todos y todas estamos convencidos de que los carismas que hemos recibido como herencia de nuestras Congregaciones y Órdenes son dones del Espíritu para la Iglesia. Pero me doy cuenta que no siempre se lo damos a conocer a los jóvenes como el regalo que son. Pienso que a veces mostramos reparo en hablar a los jóvenes de nuestra Vida Consagrada y también de nuestros carismas. Hablar de nuestros fundadores y de lo propio del cada carisma será invitar a los jóvenes a disfrutar de lo que para nosotros es un regalo, y ofrecerles una posible identidad y una posible Familia con las que sentirse vinculados. Nosotros estamos invitados a vivir, a través de nuestros carismas concretos, subrayados específicos del Evangelio que ya vivieron nuestros fundadores y fundadoras. Los jóvenes están necesitados de estas referencias que les hagan conocer y comprender el Evangelio de una manera encarnada. No tengamos, pues, miedo a proclamar la alegría de seguir a Jesús en nuestras Familias monásticas concretas y a través de nuestros carismas.

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La transmisión de la fe a los jóvenes. 18

4. CONCLUSIÓN

Y cuando el fruto está a punto, en seguida se mete la hoz,

porque ha llegado la siega… (Mc 4,29)

No hay mejor conclusión que la de la propia parábola de Jesús. A esto se parece el Reino: al hombre que echa su grano en tierra… al trabajo callado y constante, al esfuerzo conjunto, a la consciencia de ser meros mediadores y a la contemplación de una obra que es la obra de Dios y no la nuestra. No dejemos de hacer nuestra parte y hagámoslo disfrutando de ello, sin más propósito que el de realizar aquello a lo que somos invitados… porque los frutos quizás sean otros y otros quienes lo vean, ya que sólo Dios sabe cuándo es el momento de la siega... Hasta entonces, ánimo y adelante, merece la pena caminar junto a los jóvenes, merece la pena aprender de ellos, gozar con ellos, buscar junto a ellos y hasta sufrir y fracasar a su lado porque Jesús, nuestro Señor, siempre nos saldrá al encuentro en ellos.

Inma Eibe, ccv