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LA FORMACIÓN DE DISCÍPULOS MISIONEROS: SUS ASPECTOS Manuel José Jiménez Rodríguez, Pbro. 1 Como van las cosas, Aparecida va a marcar un fuerte hito de renovación misionera en el Continente. Algo parecido a lo que aconteció con los llamados de Medellín a la opción por los pobres, de Puebla a la comunión y a la participación y de Santo Domingo y el sínodo de América a la nueva evangelización. Renovación que se manifiesta en la gran acogida que ha tenido en las diversas Iglesias locales, comunidades parroquiales y movimientos de diversa índole, la invitación a poner el Continente Latinoamericano en estado de misión permanente, que es lo que significa la misión continental sugerida por las conclusiones de Aparecida. Se respira en el ambiente un fuerte impulso misionero. Como un nuevo renacer, un nuevo soplo del espíritu, empiezan a surgir iniciativas de toda índole para dar respuesta al llamado de Aparecida a la misión continental. Muchas de las cuales tienen como telón de fondo el capítulo sexto del documento final de la Quinta Conferencia, dedicado en su totalidad al “itinerario de la formación de discípulos misioneros”. Para algunos este capítulo es el más novedoso de Aparecida. Porque amplía, asume y señala líneas concretas de acción al desafío más hondo de la Iglesia del Continente, expresado en la introducción del mismo documento final: “Mostrar la capacidad de la iglesia para promover y formar discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo”. 2 Desafío que no tiene un carácter estrictamente intraeclesial. Porque el formar discípulos misioneros “es el mejor servicio – su servicio – que la Iglesia tiene que ofrecer a las 1 Del Presbiterio de la Arquidiócesis de Bogotá. Doctor en teología pastoral con especialización en pastoral y juvenil y catequesis de la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. 2 DA 14. 1

Aparecida 278

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LA FORMACIÓN DE DISCÍPULOS MISIONEROS:

SUS ASPECTOS

Manuel José Jiménez Rodríguez, Pbro. 1

Como van las cosas, Aparecida va a marcar un fuerte hito de renovación misionera en el Continente. Algo parecido a lo que aconteció con los llamados de Medellín a la opción por los pobres, de Puebla a la comunión y a la participación y de Santo Domingo y el sínodo de América a la nueva evangelización. Renovación que se manifiesta en la gran acogida que ha tenido en las diversas Iglesias locales, comunidades parroquiales y movimientos de diversa índole, la invitación a poner el Continente Latinoamericano en estado de misión permanente, que es lo que significa la misión continental sugerida por las conclusiones de Aparecida.

Se respira en el ambiente un fuerte impulso misionero. Como un nuevo renacer, un nuevo soplo del espíritu, empiezan a surgir iniciativas de toda índole para dar respuesta al llamado de Aparecida a la misión continental. Muchas de las cuales tienen como telón de fondo el capítulo sexto del documento final de la Quinta Conferencia, dedicado en su totalidad al “itinerario de la formación de discípulos misioneros”.

Para algunos este capítulo es el más novedoso de Aparecida. Porque amplía, asume y señala líneas concretas de acción al desafío más hondo de la Iglesia del Continente, expresado en la introducción del mismo documento final: “Mostrar la capacidad de la iglesia para promover y formar discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo”.2 Desafío que no tiene un carácter estrictamente intraeclesial. Porque el formar discípulos misioneros “es el mejor servicio – su servicio – que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y a las naciones”.3 La Iglesia se siente llamada, en el hoy de la vida de nuestros pueblos, a formar discípulos misioneros de Cristo, para que ellos anuncien el don de la vida de Jesucristo para nuestros pueblos.

En esta perspectiva, la misión a la que llama Aparecida es “una misión para comunicar vida”. La de Cristo en sus discípulos misioneros. Y la de Cristo en la vida de nuestros pueblos, por medio de los discípulos misioneros de Cristo desde y en la Iglesia. Lo que le va a pedir a la Iglesia “profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un discípulo misionero”. 4

El llamado de Aparecida a “recomenzar desde Cristo”, significa la necesidad de superar el cristianismo sociológico o de carácter nominal que caracteriza el fenómeno tan amplio en nuestro continente y en nuestro país de “bautizados no convertidos”. Consecuencia del

1 Del Presbiterio de la Arquidiócesis de Bogotá. Doctor en teología pastoral con especialización en pastoral y juvenil y catequesis de la Pontificia Universidad Salesiana de Roma.

2 DA 14.

3 DA 14.

4 DA 362.

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“bautizar sin conversión”, tan común en nuestra pastoral. Es el llamado a recuperar la relación estrecha, propia del catecumenado de los orígenes, entre conversión y bautismo.

Aparecida nos llama así a la honestidad pastoral, que en términos suyos es “conversión pastoral”. A ser conscientes de la fragilidad de nuestro modo actual y convencional de formar discípulos. Que en ocasiones no forma, sino que produce unas formas de creer y de ser católicos no acordes ni al Evangelio, ni a la fe de la Iglesia católica, ni significativa social y culturalmente. Lo que produce es “una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados”. 5

La formación de los discípulos misioneros se asume así como factor clave en este proceso de “repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia la misión”, de “confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio”.6 Lo que explica, como se dijo al inicio, la importancia que asume un estudio atento y cuidadoso del capítulo sexto, dedicado al itinerario formativo de los discípulos misioneros. Tanto más, porque Aparecida, “al reafirmar el compromiso por la formación de discípulos misioneros”, pide atender con más cuidado las etapas del primer anuncio, la iniciación cristiana y la maduración en la fe”,7

temas todos del capítulo sexto como lo profundizaremos a continuación.

Prestar atención al itinerario formativo del discípulo misionero en sus distintas etapas y en la multiplicidad de sus aspectos, es el propósito de este breve estudio. Como aporte al desarrollo de la evangelización misionera en Colombia, busca analizar los problemas actuales concernientes a la formación del bautizado y de quien pide el bautismo hoy y la pedagogía misionera que debe inspirarla.

1. Sobre el término formación.

Formación es un término de amplio uso en la pedagogía. Se diferencia de educación, porque más que una práctica concreta, lo que expresa su uso son los fines mismos de la educación. De modo tal, que hoy se hable en los diversos proyectos educativos de la formación integral como fin de los procesos educativos que ofrecen las instituciones educativas en todos los niveles.

La formación, dicen los estudiosos de la educación, es el eje y el principio fundador de la pedagogía. “Se refiere al proceso de humanización que va caracterizando el desarrollo individual aquí y ahora, según las propias posibilidades; la formación es la misión de la educación y de la enseñanza, facilitar la realización personal, cualificar lo que cada uno tiene de humano y personal, potenciarse como ser racional, autónomo y solidario”. 8

5 D. A. 12.

6 D. A. 11.

7 Documento de Aparecida, Mensaje final, 3.

8 RAFAEL FLÓREZ OCHOA, Hacia una pedagogía del conocimiento, Mc Graw Hill, Bogotá 1994.

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De la formación y del modo de entenderla se derivan diversidad de teorías y modelos pedagógicos. Unos más abarcadores y humanistas, otros ligados al conocimiento y a las tecnologías contemporáneas. Pero casi todos coinciden en una mirada integral del ser humano, en una comprensión dinámica del desarrollo humano y en la necesidad de una formación en valores.

Para el pedagogo el concepto de formación es clave. A partir de él, define criterios de acción, didácticas que acompañen a cada persona en su situación particular. Hoy, con este discurso, se habla más de itinerarios que de cursos, y de itinerarios plurales y diversificados, como medio para responder a la complejidad y pluralidad de las situaciones humanas, sociales y culturales.

El término formación pone el centro de atención en el educando. A quien ve como un sujeto, como un interlocutor. Educar ya no es un simple acto de depositar, ni mucho menos de adoctrinar o simplemente de informar. Adquiere el carácter de transformar, de acompañar a la persona en su proceso autónomo de desarrollo.

En Aparecida, así no se haga explicito, ni mucho menos referencia a la pedagogía y su comprensión del término formación, si existe como telón de fondo esta mirada de la pedagogía actual sobre la misma. Por lo que puede decirse, elemento clave para la comprensión del documento y de este estudio, que su postura es eminentemente pedagógica. Su preocupación central es la persona y la comunidad que se ha de acompañar, antes que por los contenidos que se han de ofrecer.

2. El término formación en Aparecida.

El término formación no es nuevo en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano. De hecho, en todas se usa. Pero a diferencia del uso que se le da en Aparecida, en las anteriores Conferencias se usa para llamar la atención sobre la necesidad de la formación de los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos), de los seminaristas y de los laicos. Se usa ligado a la necesidad de formar agentes de pastoral, especialmente a los catequistas y líderes o animadores de comunidades. Y de modo regular, también para llamar la atención sobre la necesidad de la formación permanente de todos estos agentes, ordenados o no. 9

Aparecida, si bien habla en distintos momentos de este modo de concebir la formación, que podemos definir como finalidad educativa especifica (utilizamos esta expresión para decir que se refiere a la formación de agentes, o en un aspecto particular como en doctrina social o en la lectura crítica de los medios de comunicación social), el uso recurrente del término es en su comprensión pedagógica de fondo: como finalidad educativa general. Es decir, hace ver a la Iglesia hoy cual es fin de toda su acción evangelizadora en la globalidad, complejidad y dinamicidad de su proceso: la formación de discípulos misioneros.

Aparecida nos pone así, frente a un fin pedagógico concreto y especifico. Dentro de ese gran horizonte teológico pastoral de ser la Iglesia sacramento del Reino, aterriza y pone una mirada pedagógica sobre lo que se busca con toda nuestra acción evangelizadora. Con ello 9 EQUIPO OLASEM, La formación misionera: novedades, vacíos, propuestas, en ROBERTO TOMICHÁ (editor), Y después de Aparecida ¿qué? Comentarios al Documento de Aparecida, Verbo Divino, Cochabamba 2007, 288 – 310.

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no es que pierda el horizonte del Reino, ni que se caiga en una mirada eclesiocéntrica sobre la Iglesia y sobre los problemas. Permite más bien contar con herramienta pedagógica de comprensión de los problemas evangelizadores del momento. Herramienta que favorece un análisis y reflexión “humana” sobre los procesos igualmente “humanos” de evangelización y los procesos “humanos” de respuesta libre al don de la fe, ya sea de acogida o de indiferencia. Decimos “humanos”, porque nos lleva a pensar en el educando o interlocutor, en su situación frente a Dios, Jesucristo, la fe y la Iglesia, a prestar atención en los medios pedagógicos eclesiales y evangelizadores apropiados a la situación de cada persona y comunidad y a pensar en los sujetos eclesiales, personales y comunitarios, que como sujetos pedagógicos, acompañan los procesos de formación. Con lo que, lo veremos más adelante, va a solicitar de nosotros superas esquemas homogéneos y rígidos, y empezar desarrollar proceso o itinerarios múltiples y diversos.

Todas las Conferencias han abordado a su manera las situaciones evangelizadoras. El “plus” de Aparecida, al desarrollar de modo tan especifico el itinerario formativo del discípulo misionero de Jesucristo (el proceso, sus aspectos, sus dimensiones, los lugares formativos, los criterios, sus etapas), es ayudarnos a comprender la pedagogía evangelizadora de la Iglesia hoy, en mucho distante y diversa de la que estamos habituados a desarrollar en países de marcada religiosidad como Colombia.

Colombia, y América Latina en General, están en mora de entender las profundas transformaciones del momento en lo relacionado a la educación de la fe. Seguimos evangelizando de unos modos quizás acordes para otras épocas, pero no tanto para las nuestras hoy. Una comprensión del itinerario formativo del discípulo en sus diversos aspectos, no es para repetir en su enunciado y contentarnos con tan poco. Es para pensar, reflexionar, reorientar, y poner en tela de juicio los modos de evangelización que usamos. Es, por lo mismo, una tarea pedagógica de auténtica y profunda reflexión. Es para desarrollar lo que Aparecida pide: una verdadera conversión pastoral. En otros términos: un verdadero cambio de paradigma.

3. Situaciones evangelizadoras del momento.

Aparecida no tiene un estudio tan detallado de las situaciones de evangelización. Pero si es profundamente crítica con el modo de ser católico de gran cantidad de nosotros los bautizados, como quedó señalado al comienzo de este estudio: “Una fe católica reducida a una bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados”. Y concluye esta frase, ya lapidaria en sí misma, con una del Papa Benedicto: “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”. 10

10 Jospeh Ratzinger, Situación actual de la fe y la teología. Conferencia pronunciada en el Encuentro de Presidentes de Comisiones Episcopales en América Latina para doctrina de la fe, celebrado en Guadalajara, México, 1996. Publicado en L´Osservatore Romano, el 1 de noviembre de 1996.

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Con este modo de expresar, Aparecida no es que desconozca los factores sociales, culturales, políticos, religiosos y personales que inciden para la vivencia de una fe madura e integral, la propia del discípulo misionero. Pero si le interesa “poner el dedo en la llaga” acerca de los resultados tan distantes del ideal del formación. Por eso va a insistir en el reto para la Iglesia hoy: la de mostrar su capacidad para formar y promover discípulos misioneros. De ahí, como se dijo, su especial interés por el itinerario formativo del discípulo misionero.

La situación evangelizadora del momento suele calificarse de misionera. Muchos piensan que con este modo de hablar se trata de realizar una gran campaña para llegar a los alejados, a los indiferentes y a los bautizados no convertidos que han perdido el sentido vivo de la fe. Sin desconocer que hay que anunciar el Evangelio a todos de acuerdo con el envío de Jesús, con este modo de pensar se olvida que en la actual situación destinatarios del primer anuncio somos también todos los bautizados y de toda edad. 11 Que todos, de una u otra manera, nos encontramos en una situación de “volver a empezar”.12 No porque nos veamos abocados a comenzar de cero. Más bien, debido a las situaciones sociales de hoy y al modo como en ocasiones asumimos la fe, en mucho poco adulta y madura, tenemos la necesidad de volver al lugar donde empieza la fe: el encuentro con Cristo, que da origen a la vida cristiana. Encuentro que despierta la conversión, y que nos hace discípulos misioneros de Cristo en la Iglesia para el mundo. El encuentro con Cristo no es solo para los que van comenzar. Es para todos los que ya hacemos parte de la Iglesia, y sentimos el llamado a la conversión personal permanente y a la conversión pastoral, institucional y estructural.

De este modo, el encuentro con Cristo no es solo el primer momento del proceso de fe, conversión, discipulado. Es aspecto clave que ha de repetirse y alimentarse a lo largo de todo el proceso. Como fue desarrollado en el “Sínodo de América”, el encuentro con Cristo no solo despierta y desarrolla la conversión inicial, sino que además alimenta la conversión permanente y la conversión pastoral y la renovación eclesial.

La situación evangelizadora es misionera porque nos llama a preguntarnos en profundidad sobre nuestro modo de ser discípulos, nuestro modo de ser comunidades y nuestro modo de “hacer” (promover, formar) discípulos. Exige que abramos los ojos de la mente y del corazón, para darnos cuenta que la actual situación solicita de nosotros “unos nuevos modos de ser Iglesia, de ser cristianos y de hacer cristianos”. Y estos modos nuevos, Aparecida los resume en una frase de profundo contenido Bíblico: comunidades de discípulos misioneros, discípulos misioneros de Jesucristo, formación de discípulos misioneros.

La búsqueda es común en la Iglesia hoy. Los problemas descritos abarcan todas las realidades eclesiales. Razón por la cual los acentos pedagógicos frente a los problemas evangelizadores son comunes. En toda la Iglesia la fuerza del momento la toman los problemas de primer anuncio del Evangelio, de proclamación del kerigma, de iniciación cristiana, de catecumenado, y los problemas comunitarios.

11 D.G.C. 58.

12 ANDRÉ FOSSION, Volver a empezar. Veinte caminos para volver a la fe, Sal Terrae, Santander 2004.

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Aparecida los desarrolla todos en el capítulo sexto. Pero quizás hace falta que nosotros en Colombia, apoyados en lo iniciado por Aparecida, seamos más conscientes de ello. El ponernos en estado permanente de misión, puede ser la ocasión propicia para ello. Tanto más si entendemos que estos problemas no son coyunturales, no son objeto de moda. Son los problemas misioneros del presente y del futuro, no tan lejano como muchos quisieran.

Todo lo anterior pide una formación misionera y una formación en perspectiva misionera. La primera destinada sobre todo a los agentes, y la segunda pensada como la nueva manera de promover o de formar discípulos misioneros acordes a las condiciones misioneras del momento.

4. Formación misionera.

La formación de agentes de pastoral siempre ha sido una prioridad en la Iglesia. Para algunos lo novedoso de Aparecida en este campo, es que esta formación sea misionera: “La diócesis, presidida por el Obispo, es el primer ámbito de la comunión y de la misión. Ella debe impulsar y conducir una acción pastoral orgánica renovada y vigorosa, de manera que la variedad de carismas, ministerios, servicios y organizaciones se orienten en un mismo proyecto misionero para comunicar vida en el propio territorio”.13

Esto es que es tan valioso en Aparecida, según el pensar de otros, hace ver su gran inconveniente: la fragilidad de la formación misionera en la Iglesia Latinoamericana. Tan acostumbrados y apegados estamos a unas formas de ser Iglesia y de anunciar el Evangelio, que desconocemos las dinámicas propias de las acciones específicamente misioneras, así los nombremos y nos refiramos a ella desde hace algunos años, como es el caso del anuncio del Kerigma y de la iniciación cristiana.

La condición actual de evangelización hace necesario conocer más a fondo lo que se conoce como función de primer anuncio del Evangelio, momento en el que podemos incluir tres de los aspectos de la formación según Aparecida: a) el encuentro con Cristo; b) el anuncio del Kerigma; y, c) la conversión.

Entre nosotros ya se ha tomado atenta nota sobre la importancia de la iniciación cristiana. Aparecida le da a esta función del Ministerio de la Palabra un realce particular. Pero también recoge la urgencia de tareas específicas de primer anuncio, como las anotadas. Una y otras, la importancia de las tareas de primer anuncio, como la fuerza que asume hoy la iniciación cristiana, muestran la urgencia misionera del momento y la importancia de la formación de agentes para estas tareas.

El no estar acostumbrados a desarrollar las tareas del primer anuncio, puede parecer fácilmente subsanado con un poco de estudio y de reflexión. Pero la fragilidad misionera que nos caracteriza tiene razones más fondo y de mayor peso: el vivir con nostalgias del pasado. Mantener formas de ser y de pensar, que nos hace poco misioneros en las actuales sociedades globalizadas con todas sus injusticias y marginaciones.

La formación misionera debe ayudarnos a todos en la Iglesia a comprender que la situación actual pide de la Iglesia un nuevo tipo de presencia y significación social, desligadas de

13 D. A 169.

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apoyos externos institucionales y estatales. La actividad misionera no se orienta al establecimiento de un orden confesional, ni la Iglesia debe continuar siendo la tutora moral de la sociedad.

Dos textos se convierten en referentes paradigmáticos de este tipo de presencia eclesial en las actuales sociedades laicas, democráticas, plurales y de marcada pobreza. El primero es la respuesta de Jesús a aquellos que quisieron ponerlo a prueba preguntándole sobre pagar o no el tributo al césar: “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios” (Mateo 22, 15 -22). Y el segundo es ese texto antiguo de la “Carta a Diogneto”.14 Uno y otro, hablan de una presencia sacramental como la señala el Concilio Vaticano II: somos “señal e instrumento de la íntima comunión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (L.G. 1).

La formación misionera no tiende a conseguir un estado todo el confesional, sino a la presencia de los cristianos en la sociedad. “Tiende, dirán algunos, a la inserción de los cristianos en las estructuras sociales, para testimoniar el Evangelio a través de la contribución al bien común y al servicio de los pobres”.15 Otros comprenden este tipo de presencia a partir de lo dicho en el Concilio Vaticano en Gaudium et spes: “La Iglesia no apoya fundamentalmente su identidad y su pertenencia en la institución y en la organización, sino en la realidad vital que recibe del Padre en Jesús por el Espíritu y, en base a esta realidad, pretende ser fermento en el mundo, fermento de salvación. En la Constitución conciliar Gaudium et spes se pone de manifiesto la nueva forma de presencia de la Iglesia en el mundo: no fundamentalmente a través de la competencia de las instituciones eclesiales de carácter temporal, sino principalmente con el testimonio y servicio de la comunidad cristiana desde la fuerza profética y comprometedora de la fe (GS 22), teniendo como signos la participación (GS 31) y la solidaridad (GS 32) comunitarias. Este nuevo estilo de presencia está también motivado por las exigencias de la secularidad de la actividad humana y su justa autonomía (GS 34-36), y por la necesidad que esta actividad humana tiene del fermento de la fe (GS 38). No es, pues, misión de la Iglesia crear su propio mundo dentro del mundo, sino servir de fermento en la sociedad y en la actividad humanas”.16

Para hacerlo, el “Reino de Dios” debe convertirse en el eje central de la formación de los discípulos misioneros, de todos, no solo de los agentes de pastoral. En contra de todo centralismo institucional, de todo clericalismo, de todo autoritarismo, la formación misionera tiende, en primer lugar, a que el creyente ponga su vida como discípulo misionero al servicio de la vida plena y digna para todos. “En este propósito de formación misionera, vemos necesario dejar atrás una visión de formación exageradamente eclesiocéntrica – clericalista, proselitista y sacramentalista de la misión. Proponemos una

14 PAUL VALADIER, La condición cristiana. Del mundo sin ser del mundo, Sal Terrae, Santander 2005.

15 ANGEL MATESANZ RODRIGO, La Iglesia al reencuentro de la misión, en UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA – INSTITUTO SUPERIOR DE PASTORAL, La transmisión de la fe en la sociedad actual. II semana de estudios de Teología Pastoral, 38 -71.

16 JOSE LUIS PËREZ, Dios me dio hermanos. Comunidad cristiana y pastoral juvenil, CCS, Madrid 1993.

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formación reinocentrica – participativa, de dialogo con la alteridad religiosa y sacramental para emprender una misión para el Reinado de Dios”.17

Se trata de formar discípulos misioneros desde la Iglesia para el mundo. Concepto de formación que no es ajeno al documento de Aparecida, cuando de modo reiterativo nos llama a “ser discípulos misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano”. 18

5. Formación en perspectiva misionera.

Hoy se dice en la Iglesia que todo es “misionero”. Discípulos misioneros, comunidades misioneras, parroquias misioneras, diócesis misioneras, son términos recurrentes en el documento de Aparecida. Lo “misionero” resalta la novedad del momento, también misionero.

No es que la Iglesia haya dejado de ser misionera en algún momento de su historia. Fiel al envío de su Señor ha anunciado el Evangelio en las circunstancias cambiantes de tiempos y lugares. Lo que sucede, es que ha “recuperado” de un modo novedoso su conciencia misionera. La novedad del momento y sus preguntas hacen necesario que ya no se piense la misión “bajo el régimen de cristiandad, sino que se piense la misión en un mundo secularizado, laico, democrático y plural.

Para el caso de América Latina, quienes han estudiado Aparecida y la han seguido desde sus inicios, dicen que esta quinta conferencia ha de convertirse en la oportunidad para que la Iglesia del continente se reencuentre de un modo novedoso con la misión. Y realice la misión de siempre de una forma igualmente novedosa.

Dicha novedad pide que seamos conscientes de las profundas transformaciones en lo religioso y la profunda crisis por la que atraviesa la transmisión de la fe, tal como lo reconoce Aparecida en su primera parte: “Los cambios culturales dificultan la transmisión de la fe por parte de la familia y de la sociedad”. 19 A lo cual se suma el arraigo entre nosotros de una parroquia de tipo tradicional, con carácter más bien rural y demasiado clerical.

Nuestra manera de formar está muy apegada al culto y a lo sacramental. Partimos del supuesto de que quien viene es cristiano y quiere serlo, así sus motivaciones no sean estas o sean otras bien distantes. Así hablemos hace mucho de la importancia del Kerigma en el proceso de evangelización, ello no ha transformado para nada nuestro modo de educar en la fe. Seguimos educando bajo el supuesto de la conversión inicial, en ocasiones inexistente, y bajo el supuesto de una comunidad apadrinante y acogedora, cuando lo que tenemos son

17 EQUIPO OLASEM, La formación misionera: novedades, propuestas, perspectivas, en ROBERTO TOMICHÁ (editor), Y después de Aparecida ¿qué? Comentarios al Documento de Aparecida, Editorial Verbo Divino, Cochabamba 2007, 303.

18 D.A. 384.

19 D.A. 100.

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instituciones que prestan servicios religiosos de diversa índole. Nuestra catequesis no ha dejado su tinte clerical, autoritario, de clase escolar.

La crisis de socialización cristiana o de transmisión de la fe pide un replanteamiento radical de todo esto. “El punto álgido está en dejar una forma de evangelización que cuadraba bien para una sociedad cristiana, y reemprender o volver a una actitud de evangelización misionera, que ciertamente forma parte de la tradición más antigua de la Iglesia (…) El problema no es, por tanto, organizar un esfuerzo cuantitativo de evangelización (usando los esquemas tradicionales de la transmisión de la fe en una sociedad cristiana). Es, más bien, el problema de un planteamiento distinto en función de la particular situación misionera con que se tropieza: la línea entera de la transmisión de la fe, concediendo incluso mayor espacio e importancia a la primera evangelización”20.

La situación cada vez nos muestra que no podemos seguir evangelizando con modos de hacer acordes a otras épocas y circunstancias. Se exige que pensemos modos “misioneros” de formar discípulos misioneros. Que han de construirse y pensarse desde el paradigma de la misión ad gentes.

Estos modos nuevos es lo que desarrolla Aparecida en su capítulo sexto, pero de modo particular en el numeral 278. Son nuevos porque se piensa el itinerario de formación del discípulo en una perspectiva misionera. Inspirada en la misionología, resalta el origen de todo el proceso, reconoce su dinámica, señala su globalidad e integralidad. Acoge y busca dar respuesta a los problemas evangelizadores del momento, que son en su gran mayoría propios de la etapa misionera del proceso de evangelización: lo kerigmatico y lo iniciatorio.

6. El núcleo de los problemas educativos del momento.

Es cierto, como lo reconoce Aparecida, que la mayoría de los habitantes de los países de nuestro continente son bautizados. También es cierto que en nuestro país existe aún una marcada práctica de religiosidad. Pero también es cierto que los problemas formativos hoy tienen que ver más con las acciones específicamente misioneras, que con las pastorales. Lo que explica la importancia que asume también en nuestro contexto la preocupación por las acciones de primera evangelización, primer anuncio, de anuncio del Kerigma y de iniciación cristiana.

Se espera, si se adquiere conciencia misionera, que ni la creencia de que somos mayoría, ni la religiosidad de muchos de nuestros conciudadanos, nos lleve a perder de vista, la poca vitalidad de vida cristiana en muchos, el fenómeno tan amplio de bautizados no convertidos pero herederos de cierta religiosidad y el crecimiento de la indiferencia religiosa. Pues, nos no lo recuerda Aparecida en la voz del Papa: “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”.

Dadas muchas precomprensiones sobre la realidad y sobre la religiosidad de nuestros pueblos, no ha sido fácil entre nosotros comprender el hecho fundamental de hoy: los problemas educativos tienen que ver cada vez más con las acciones misioneras y catecúmenales, las de primer anuncio y de iniciación cristiana. Aunque hablemos de ellas,

20 JOSEPH GEVAERT, Primera evangelización. Aspectos catequísticos, CCS, Madrid 1992.

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seguimos pensando que son propias de otros contextos y las estudiamos así. O las asumimos desde nuestras perspectivas, no necesariamente misioneras, sino de cristiandad. Por eso mantenemos entre nosotros el problema pastoral de fondo sin darle solución: la ruptura entre bautismo y conversión. En donde la piedra de choque de toda nuestra acción pastoral hoy es el dar por supuesta la conversión inicial y fundante de la vida cristiana. Ni la suscitamos, ni la acompañamos. Pensamos que se es cristiano y se hace parte de la Iglesia por el hecho de haber nacido en nuestro país. Como que aún nos cuesta entender, o puede ser que lo entendamos pero en la práctica continuamos como si nada, que el ser cristiano no es un hecho automático, inconsciente, mecánico, espontáneo.

Del modo como entendamos la fe, depende el concepto de formación que tengamos. Si la fe es algo evidente, natural o producto de la tradición y de las costumbres sociales, la formación no dejara de ser la transmisión de ciertas verdades que no cambian la vida. No dejará de ser otra cosa que la socialización en esa religiosidad y sus prácticas.

Aparecida y su llamada a una evangelización más misionera, puede convertirse en un verdadero salto de calidad. Aparecida comprende la fe de un modo distinto al descrito y a la percepción de muchos hoy. La fe es producto del encuentro con Cristo. La fe es mucho más que tradición, costumbre y folclor. La fe es conversión. La fe es adhesión. Es don y respuesta. Es anuncio y es libertad. Por eso puede hablar de un itinerario formativo y de los aspectos y dimensiones que lo componen.

Y en todo el conjunto de acciones que acompañan el proceso de don y de respuesta que es la fe, hoy, para todos, no solo para los alejados, adquieren una importancia inusitada las acciones de primer anuncio y de iniciación cristiana. La formación misionera, sobre todo la de los agentes de evangelización, no puede desconocer esta realidad y no darle prioridad.

7. La importancia de la etapa misionera.

La fe – conversión es un don destinado a crecer. Su educación responde a la dinámica de la persona y a la dinámica de la fe. Para Aparecida la fe - conversión brota del encuentro con el Señor.

Distante de otras épocas que ni pensábamos en esta necesidad, Aparecida llama la atención sobre la importancia de este momento y de este aspecto en la formación del discípulo, independientemente de su edad: “En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos los fieles un encuentro personal con Jesucristo, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio Kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleva a una conversión personal y a un cambio de vida integral”. 21

Con ello asume lo propio de la función de convocatoria y de llamado a la fe propia de la etapa misionera, primera del proceso global de evangelización, compuesto además por la catecumenal – iniciatoria y la pastoral y de presencia en el mundo.22

En la etapa misionera, esta función tiene la tarea de “suscitar” y “despertar” la fe – conversión. Mirando lo que sucede en la persona sujeto del anuncio y de la formación, el

21 D.A. 226.

22 D.G.C. 51.

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Directorio General para la catequesis, habla de dos momentos: el de interés por el Evangelio y el de conversión. El formador ha de reconocer lo propio de cada uno de estos momentos, pues pedagógicamente son distintos, así sean también complementarios. Distinción y complementariedad, clave para entender muchos de los problemas pedagógicos misioneros hoy, ya que permiten reconocer la situación de cada persona frente a la fe y darle el alimento adecuado.

“En el primer momento se produce cuando en el corazón del no creyente, del indiferente o del que pertenece a otra religión, brota, como consecuencia del primer anuncio, un interés por el Evangelio, sin ser todavía una decisión firme”.

“Este primer interés por el Evangelio, segundo momento teológico del proceso del sujeto, necesita de un tiempo de búsqueda para poder llegar a ser una opción firme. La decisión por la fe debe ser sopesada y madurada. Esa búsqueda, impulsada por la acción del Espíritu Santo y el anuncio del Kerigma, prepara la conversión que será ciertamente inicial, pero que lleva consigo la adhesión a Jesucristo y la voluntad de caminar en su seguimiento. Sobre esta opción fundamental descansa toda la vida del discípulo del Señor”.23

Durante mucho tiempo nosotros llamamos a todo catequesis y a todos dimos catequesis, indiscriminadamente de que hubiera o no conversión. Ahora el Directorio General, y Aparecida en continuidad con él, nos habla de la importancia de hacer dos distinciones pedagógicas de primer orden de cara a la formación del discípulo misionero. Primero, distinguir entre primer anuncio y catequesis. Y, segundo, distinguir en la misma etapa misionera de convocatoria a la fe, entre un momento que despierta el interés por el Evangelio, y un segundo momento que acompaña la conversión inicial.

Sobre la primera distinción volveremos más adelante. Detengamos en este momento en la segunda y en su importancia pedagógica hoy, si es que entendemos que la fe por su naturaleza es un asunto de libertad y de opción y no es algo automático, mecánico o de tradición. Con esta distinción también podemos superar una imagen muy mágica y superficial sobre el anuncio del kerigma, como si bastará su repetición mecánica y literal de la escritura para que se suscite la conversión.

Quizás el punto álgido hoy entre nosotros es desconocer el primer momento, el previo al interés. Tanto más, en una realidad como la nuestra, donde crece la indiferencia religiosa o donde pululan formas vagas de religiosidad, que alejan de la fe en Cristo o generan cantidad de prejuicios y estereotipos frente a ella. Puede ser que muchos no tengan ningún tipo de interés por Cristo y por su palabra. Y si no existe, la acción de primer anuncio es la llamada a suscitar este primer interés. Luego si vendrá, despertado el interés y suscitado cierto deseo de seguir a Cristo, el anuncio del Kerigma.

El problema nuestro hoy, es que los problemas educativos en la fe tienen que vérselas y tocará vérselas cada vez más en el futuro, con este momento previo al anuncio del Kerigma. Para entender mejor el problema, veamos lo que dice uno de los participantes en un encuentro sobre pastoral de la cultura en América Latina organizado por el CELAM. Si bien son reflexiones pensadas para el mundo de los jóvenes y de la escuela católica, caben perfectamente en cualquier otro ámbito de la propuesta evangelizadora. Esto es lo que

23 D.G.C. 56.

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afirma: “En este sentido, la transmisión de la fe en las escuelas católicas parece exigir un movimiento previo que consiste en la recuperación de ciertas actitudes básicas del ser humano que hasta no hace mucho tiempo atrás parecían incuestionables. Se trataría de un desafío tal vez inédito en la historia de la humanidad pues ya no basta apoyarse en los “preámbulos de la fe” para presentar el evento revelado, sino que parece darse la necesidad de rescatar estos mismos preámbulos antropológicos (…). Se trataría, pues, de comprender mejor y de suscitar lo que sería, en realidad, un movimiento circular, en donde la educación apunta a formar los presupuestos antropológicos que orientan a la fe, pero en donde la misma transmisión de la fe opera como dinamismo formativo de disposiciones que son esencialmente humanas”.24

El texto es claro. Existe un problema antropológico de fondo previo al interés por el Evangelio. Problema antropológico que es producto de la mentalidad secular y laica y del pensamiento científico-técnico que afecta a todos, incluso a los más pobres. Todo el sistema educativo socializa en estos modos de pensar. Toda la vida socializa en estas mentalidades. Todos, incluso los que llevan una práctica religiosa regular, como los que se sostienen y expresan la fe en formas de religiosidad popular. Es la mentalidad y el modo de pensar que alimenta la actual forma de indiferencia religiosa.

Los problemas educativos del presente y del futuro, antes que Kerigmaticos, serán antropológicos. Pero nosotros seguimos pensando que son catequísticos. Peor aún: presacramentales y de mera información religiosa. Y ello es producto de nuestro modo de pensar, que da por supuesta la conversión y el interés por el Evangelio. Por eso nuestro actual sistema educativo en la fe no funciona. Nosotros ofrecemos una cosa, y a quienes llegamos con nuestra palabra, se encuentran en otro mundo, con otras preocupaciones, muchas, en ocasiones, menos la religiosa. O si tienen la religiosa, la tienen por tradición cultural, familiar y social, pero no por interés y por conversión. En muchos sus motivaciones son más de folclor que de fe. No hay esa opción fundamental de la que habla del Directorio General para la catequesis, y sobre la cual dice con toda claridad, “descansa todo el edificio de la vida cristiana”.

8. El problema sobre Dios.

Tocar los problemas previos al solicitado “encuentro con Cristo” por Aparecida ha sido el centro de interés hasta este punto. Intentando de este modo abrir un horizonte claro de formación en perspectiva misionera, tanto para los agentes, evangelizadores y educadores, como en la formación de los discípulos misioneros.

A las preguntas ¿cómo ser comunidad?, ¿cómo ser cristianos? y ¿cómo hacer cristianos?, se suma otra de gran importancia teológica y educativa: ¿cómo hablar de Dios? Si ni el ser cristiano, ni la Iglesia son en la sociedad de hoy una evidencia, con mayor razón Dios ha dejado de serlo. Para muchos de nuestros contemporáneos Dios ha dejado de ser una pregunta fundamental en su existencia. No es un problema antropológico de primer orden. Si existe o no los tiene sin cuidado. Da lo mismo.

24 ALFREDO GARCIA QUESADA, La transmisión de la fe en las escuelas católicas: entre identidad confesional y marketing, en CELAM- CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA, La pastoral de la cultura en América, una nueva mirada al alba del tercer milenio, CELAM, Bogotá 2006.

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El problema antropológico previo al encuentro con Cristo es la pregunta sobre Dios, que ha perdido sentido y valor. Esto es lo más característico de la indiferencia religiosa actual. Que contraria al ateísmo, también presente y abriéndose camino a pasos agigantados, no se preocupa para la nada por la cuestión de Dios.

A este problema, ya de por sí complejo, se le suma otro. El modo como los creyentes hablamos de Dios, resulta poco convincente para muchos. Suena a un Dios “tapagujeros”, lejano del Dios revelado por Cristo en los Evangelios. Suena a premoderno, lejano al mundo de la ciencia, de la tecnología y del conocimiento. Suena a magia y superstición, lejano del Dios Padre providente y misericordioso. Suena a algo irracional e inhumano, porque contradice la libertad, la razón y la autonomía humanas.

Problema misionero por excelencia hoy es este de la cuestión de Dios. Es un problema religioso de primer orden, sin el cual no se puede llegar a despertar el interés por el Evangelio, que lleve luego al encuentro con Cristo, a la fe y a la conversión, y al discipulado. Es problema de primer orden, porque expresa la pregunta ¿para qué creer?, si vale la pena creer o no, y qué aporta eso a la existencia.

Si no hay interés por Dios, o si el Dios de quien hablamos no despierta mayor interés, mucho menos habrá interés por el Evangelio o por la persona de Jesús. O este interés, no dejará de ser simple curiosidad o algo de admiración por su persona. Pero no será motivo de búsqueda, base fundamental para propiciar el encuentro y el anuncio del Kerigma.

Cabe añadir que en ocasiones las estadísticas parecen contradecir este tipo de afirmaciones. Cuando recientes estudios señalan que aún un 80% de los colombianos dice creer en la existencia de Dios. Pero vale la pena preguntarse en qué “Dios” dice creerse, pues no necesariamente es creer en el Dios de Jesucristo. Habría que mirar con atención que imagen de Dios es la que se tiene, para educarla y transformarla, porque en ocasiones bien lejana del Dios de Jesús sí que está.

Si como se dijo, el modo como los creyentes solemos hablar de Dios es un motivo para que muchos se llenen de motivos para no creer en Dios, se hace necesario “purificar” en nosotros los creyentes nuestra propia imagen de Dios. Que si somos conscientes raya en ocasiones en lo mágico, lo supersticioso, lo irracional.

La purificación de nuestras imágenes de Dios, es una labor de primer anuncio con los bautizados de toda edad. Es también una labor conexa con la evangelización de la religiosidad popular. Es un aporte indispensable hoy a la formación de discípulos misioneros de Jesucristo.

La cuestión de Dios asume características inusuales. Dado el amplio pluralismo religioso, algunos piensan que dan lo mismo todas las religiones, que su Dios es el mismo. A otros no le es fácil llegar al monoteísmo, cayendo más bien en formas neopaganas de lo religioso, marcadas por el politeísmo, el panteísmo y naturalismo.

Todos quienes por el bautismo estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe en el Dios de Jesucristo, debemos estar prestos y formados misioneramente para “dar razón de nuestra esperanza”. No podemos ni excusarnos, ni escondernos. El modo como afrontamos la cuestión de Dios entre nosotros los creyentes y como hablamos de Dios, se ha vuelto un

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asunto clave en la pastoral misionera hoy. Hemos de revisar también muchas de nuestras prácticas pastorales que no hablan del Dios cristiano. Confundidos en medio del mercado y de consumo de lo religioso, así sea con la intención de llegar al mayor número de personas, desvirtuamos la imagen de Dios, hacemos de Él un ídolo. La conversión pastoral pasa por una mejor teología que nos permita anunciar al Dios Padre de Jesucristo, y deje de lado cualquier imagen falsa suya.

En la cuestión de Dios se encuentran la formación misionera de los agentes, como la formación misionera que ha de recibir todo discípulo misionero de Cristo que asume la fe de una forma madura, crítica y significativa. Unos y otros debemos estar preparados a manifestar la credibilidad y originalidad de la revelación cristiana, cuestionada hoy y relativizada. En la cuestión de Dios está en juego la racionabilidad del hecho cristiano. De una religión, de un Dios y de una fe, que no aplaste al ser humano, sino que lo haga más humano, verdaderamente humano.

Este asunto fue tratado de modo amplio por el Concilio Vaticano II. No sólo describió las diversas formas de ateísmo presentes y futuras, sino que además llamó a la responsabilidad de los creyentes: “También los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”. 25

Por eso señala la importancia de una adecuada educación religiosa, además de la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. Educación religiosa que lleve al testimonio de una fe viva y adulta.26 Lo cual va a pedir, como esfuerzo de la consecuente conversión pastoral que pide la misión, hacer una lectura crítica del modo como educamos actualmente en la fe, de cara a la transformación de sus aspectos deformantes y deshumanizantes.

Quien está al servicio de la educación en la fe debe, no sólo estar convencido de la importancia de su tarea y de la necesidad de hacerla en el respeto a sus propósitos, sino que además ha de evitar cualquier tipo de deformación de la misma que produzca, a su vez, serias deformaciones en el modo de relacionarnos con Dios: “Con demasiada frecuencia se ha dado la impresión de que la religión y la fe conducen a la atrofia de la vitalidad, a la supresión del espíritu de iniciativa, al adormecimiento de la fuerza de contestación; en suma, a la alienación del ser humano” (…) “El resultado sea tal vez el siguiente: me enseñaron una serie de doctrinas del catecismo y de relatos de la Biblia; pero no se me presentó la realidad de la fe como fuente de motivación que libera energías, que genera espíritu de iniciativa, que transmite capacidad de resistencia. Me enseñaron a rezar, a confesarme y a oír misa; pero todo esto estaba tan mezclado con miedos y mezquindades, que al final me encontré atrapado en una red de prescripciones, en lugar de sentirme liberado para una nueva humanidad” (...)“Quien está convencido de que la educación

25 G.S. 19.

26 G.S. 20.

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religiosa puede y debe tener una importancia decisiva para la humanización de la persona humana, y no sólo para la de cada individuo, debe sentirse alérgico ante todas las deficiencias de la educación y socialización religiosas”.27

9. Kerigma y conversión inicial.

En su renovado interés por la formación de discípulos misioneros, la iniciación cristiana, más que el momento kerigmático, ocupa en Aparecida un lugar preponderante. Mientras que al kerigma le dedica varias frases, significativas en el cuerpo del texto, a la iniciación cristiana le dedica todo un apartado. De ahí el interés nuestro en este estudio de resaltar algunos problemas educativos de la etapa misionera, previos y sin los cuales no puede haber iniciación cristiana propiamente dicha. Como queriendo ahondar de este modo en una frase de Aparecida que no puede pasar para nada desapercibida: “se ha de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda, y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana”. 28

Desde hace algunos años la iniciación cristiana es un problema pastoral central entre nosotros, en América Latina y en nuestro país. Lo confirman los diversos encuentros internacionales, nacionales y pronunciamientos de distintos episcopados. Sin embargo, pareciera que con todo y ello, no diéramos aún en la clave del problema.

Para algunos sigue siendo un asunto de mejorar los cursos o encuentros presacramentales. Para otros, es ante todo una revisión de la pastoral presacramental, de los sacramentos de iniciación, por supuesto. Para otros es un problema de la catequesis de las distintas edades.

Aparecida va más allá y pide miradas de fondo. Solicita de hecho nuevas actitudes pastorales y de comprensión del problema. Pide dejar de mirar la iniciación cristiana y la catequesis que la acompaña como un asunto del momento de la etapa de la acción pastoral, y empezar a comprenderlo como lo que es, como un asunto misionero.

En varias de sus afirmaciones resuena como telón de fondo el Directorio General para la Catequesis. Aparecida dice: “Sólo desde el Kerigma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera”; “sentimos la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un proceso de iniciación en la vida cristiana que comience por el kerigma”.29 Y en el Directorio General para la catequesis, se afirma: “Sólo a partir de la conversión, y contando con la actitud interior de “el que crea”, la catequesis propiamente dicha podrá desarrollar su tarea específica de educación en la fe”; “la renovación catequética debe cimentarse sobre esta evangelización misionera previa”; “hoy la catequesis debe ser vista, ante todo, como la consecuencia de un anuncio misionero eficaz”.30

Ambos llaman la atención sobre algo que con mucha frecuencia olvidamos: la línea que demarca el límite entre el primer anuncio y la catequesis, es la conversión. No puede darse

27 ADOLF EXELER, La educación religiosa. Una ayuda para ser un hombre en plenitud, CCS, Madrid 1992.

28 D.A. 278.

29 D.A. 278; 289.

30 D.G.C. 62; 276.

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el paso, en el itinerario de formación del discípulo, del primer anuncio y del Kerigma a la iniciación cristiana y a la catequesis si no se ha dado la conversión. La falta de conversión es una de las razones, sumada a la fragilidad de nuestras comunidades y de los vínculos comunitarios, que explica el fracaso de nuestras catequesis. O en términos de Aparecida de nuestra pobre y fragmentada iniciación cristiana.31

Deberíamos tener siempre a mano la siguiente advertencia hecha en los años sesenta por un misionero francés en Japón: “La catequesis se dirige al convertido, a la gente que ha recibido, aceptado, entendido el Kerigma... Es por lo tanto realmente peligroso y a menudo desafortunado presentar la catequesis... a aquellos a quienes no han recibido el Kerigma, o permitir la entrada en el catecumenado y a fortiori en la Iglesia de los bautizados, de esta gente...Sin Kerigma, la catequesis corre el peligro de no ser más que mera enseñanza religiosa la cual no penetra realmente en el corazón del creyente, ya que no hay punto de entrada en una fe que todavía no existe. Con el Kerigma, al contrario, la catequesis adquiere su verdadero lugar”. 32

Para el caso que nos ocupa, en este punto hablamos de “conversión inicial”, la de base, la de la opción fundamental, en la que descansa todo el edificio de la vida cristiana. Es la de que se ocupa Aparecida en su numeral 278, así la entienda también en otros apartes del documento a modo del Directorio como un proceso permanente que dura toda la vida. Por eso, entendida como “conversión inicial”, la define así: “Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en El por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida”.

La conversión inicial es entendida así como la línea de demarcación entre la etapa de la acción misionera con sus acciones de primer anuncio y de Kerigma y la etapa de acción catecumenal y los procesos de iniciación cristiana, al servicio de los cuales está la catequesis. Es decir, es la línea de demarcación entre el primer anuncio y la catequesis propiamente dicha.33 Lo que significa que esta conversión es el presupuesto, el punto de partida de la catequesis y de todo el proceso formativo posterior. Por eso afirma el Directorio General para la Catequesis al hablar de la relación de distinción y de complementariedad entre primer anuncio y catequesis: “El primer anuncio se dirige a los no creyentes y a los que, de hecho, viven en la indiferencia religiosa. Asume la función de anunciar el Evangelio y llamar a la conversión. La catequesis, distinta del primer anuncio del Evangelio, promueve y hace madurar esta conversión inicial, educando en la fe al convertido e incorporándolo a la comunidad cristiana (...). El primer anuncio, que todo cristiano está llamado a realizar, participa del Id que Jesús propuso a sus discípulos: implica, por tanto, salir, adentrarse, proponer. La catequesis, en cambio, parte de la condición que el mismo Jesús indicó, “el que crea”, el que se convierta, el que se decida”. 34

31 D.A. 287.

32 ALPHONSE M. NEBRADA, ¿Kerigma en crisis?, Ediciones Paulinas, Bogotá 1967.

33 A este respecto puede verse ALPHONSE M. NEBRADA, La conversión, chef de route de l´action missionaire, en “Lumenvitae” 3 (1969) 481- 498; ALPHONSE M. NEBRADA, Session d´etude asiatiaque sur la catechese missionaire, en “Lumenvitae” 4 (1962) 613 – 637.

34 D.G.C. 61.

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Para mayor claridad nuestra, y estar más atentos a la situación de cada uno y darle el alimento adecuado, los destinatarios del primer anuncio son los no convertidos (ya sean no creyentes, indiferentes, otros creyentes en Dios, bautizados que viven al margen de la vida cristiana, bautizados no convertidos de toda edad) en orden a que se de esta conversión inicial. Mientras que los destinatarios de la catequesis son los “recién convertidos” en orden a estructurar y fundamentar esa conversión inicial, y a que aprendan a vivir como discípulos del Señor iniciándolos de modo integral. En palabras del Directorio esto significa: la etapa de acción misionera se dirige a los no creyentes y a los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético iniciatoria, a los que optan por el Evangelio.35

10. La conversión inicial y sus signos.

Este es quizás uno de los puntos más álgidos. El de los signos de conversión. Preguntarse sobre ¿cómo saber si se ha dado o no la conversión?, ¿cuándo se puede o no pasar del primer anuncio a la catequesis?, ¿cómo hacer para valorar la conversión? Se piensa que esta labor es imposible porque la conversión es un don del espíritu, o porque el hacerlo sería entrometerse en asuntos que son propios de la libertad y de la autonomía.

Así y todo lo complicado que parezca, la formación misionera, si asume los aspectos de la formación dados por Aparecida, tiene que ayudar a “reconocer y a valorar” signos de conversión. Labor de discernimiento conjunta entre el “convertido”, la comunidad y quien lo acompaña.

Para afrontar el problema, primero hemos de recordar que en este punto estamos haciendo referencia al momento de la conversión inicial, no la permanente. Es decir, la que según palabras del Directorio General para la Catequesis “lleva consigo la adhesión a Jesucristo y la voluntad de caminar en su seguimiento”.36

Hacemos esta distinción, porque aunque ambas sean conversión, y lleven consigo ya un cambio radical en la existencia, la inicial tiene un carácter teológico y personal distinto a la conversión permanente. Lo que hace que sea posible reconocer signos de conversión diferente en cada una de ellas. Es decir, unos son los signos de conversión que acompañan los procesos de primer anuncio y de conversión inicial, y otros lo que han de acompañar la catequesis. El primero, se puede medir por los intereses y las motivaciones, y los segundos por las actitudes.

Se trata de asumir un principio consignado en el decreto Conciliar Ad Gentes. El cual diferencia claramente en el proceso de conversión acompañado por el proceso de evangelización, situaciones iniciales, situaciones de desarrollo gradual y situaciones de madurez y de crecimiento permanente.37 Los signos a “reconocer”, en este caso de la conversión inicial, la previa a la catequesis y a la iniciación cristiana, son los de situaciones iniciales. Que aparece lógico no pueden ser los mismos de las otras dos situaciones, la de desarrollo y la de madurez.

35 D.G.C. 49.

36 D.G.C. 56.

37 A.G. 6.

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Otro elemento a considerar antes de discernir signos de conversión inicial, es la diferencia entre primer anuncio y precatequesis o precatecumenado. El primer anuncio es la comunicación del Evangelio que, acompañada del testimonio de vida, un cristiano hace con vistas a “suscitar” o “despertar” el interés por el mismo y la conversión a Jesucristo. El primer anuncio del evangelio busca despertar la fe, sembrando la inquietud religiosa y el interés por la figura de Jesús. Regularmente es informal y circunstancial. No es una serie de lecciones, ni de encuentros. Es un momento de dialogo, de convivencia, de testimonio, que puede suscitar la pregunta por saber más, por conocer más, por profundizar más.

La precatequesis es la encargada de acoger esta inquietud, de dialogar de un modo más reposado y sereno con el que siente interés, de explicar con más hondura la Buena Noticia. Su función es ayudar a que esa inquietud inicial pueda transformarse en una decisión seria por la fe. Implica el encuentro con creyentes maduros, es más estructurada y sostenida en el tiempo. Objetivos suyos podrían ser anunciar al Dios vivo revelado en la persona de Jesús; despertar el deseo de seguir a Cristo; liberar de presiones; empezar a superar prejuicios frente a Dios, Cristo, la Iglesia, los creyentes; suscitar actitudes de búsqueda sincera de Dios; participar en encuentros y tener contactos regulares con creyentes maduros; discernir sobre su situación humana y religiosa.

Es aquí, al interior de este proceso de precatequesis, donde pueden encontrarse los signos de conversión inicial. Discernir sobre ellos ayudará el agente evangelizador como al que está en actitud de búsqueda, encontrar las motivaciones reales que lo llevan a buscar la fe y la Iglesia. Motivaciones que deben orientarse en el sentido de pedir fe y vida cristiana, hacia el deseo de adherirse a la persona de Jesús y de hacerse discípulo suyo.

Los criterios de conversión se consideran a partir de dos preocupaciones fundamentales: el cómo hablar de Dios y el cómo acompañar las motivaciones de las personas para creer.

En la búsqueda de Dios priman los componentes antropológicos, como apertura a la dimensión trascendente de la existencia. Y solicita también, quizás como momento previo a la búsqueda de Dios, tiempo prolongado de purificación de la idea de Dios. Importante esto, pues, “el punto en el que un ser humano entra en la órbita de la pregunta: ¿Qué quiere ser Dios en la vida en la vida del ser humano?, es el punto de llegada del largo proceso de conversión a Dios. Un aspecto de esta conversión consiste en que la persona pasa de un Dios pensado según la óptica de los proyectos antropológicos (egocéntricos) hasta el ser humano pensado según lo que Dios quiere ser para él. La conversión a Dios implica también una profunda conversión del proyecto antropológico, pasando del antropocentrismo al teocentrismo”.38

Un estudio atento del catecumenado antiguo, permite constatar entre los candidatos motivaciones bien diversas, muchas de las cuales son insuficientes y algunas hasta totalmente equivocadas. Por eso, uno de los fines del postulantado en el catecumenado es enderezar, purificar, transformar, mejorar poco a poco los motivos que forman la base del camino, hasta llevarlo a un más auténtico acto de fe, global pero verdadero, que le abra la puerta del catecumenado.

38 JOSEPH GEVAERT, Primera evangelización. Aspectos catequísticos, CCS, Madrid 1992.

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Todo ello, de acuerdo con la experiencia actual del catecumenado, implica por parte de la Iglesia entera, de la comunidad cristiana y de quien acompaña en particular, una actitud de escucha, de dialogo y de acogida. En el que sobresale, en primera instancia, un serio momento antropológico y existencial.

A este respecto, la práctica señala que “es indispensable ayudar al postulante a reflexionar sobre su existencia, sobre las ideas que se ha hecho de la vida y la muerte, sobre los hechos concretos que le afectan (amor, trabajo, sufrimiento, discordias…) Y, en todo eso, conviene impulsarle a ver claro por sí mismo y hacerse responsable de la propia vida. No hay que darle demasiado pronto la clave religiosa de los problemas, sino hacerle desear buscar las soluciones posibles. De este modo, poco a poco, se le podrá presentar el punto de vista cristiano y hacerle sentir las llamadas de Dios, sin caer en la tentación del paternalismo y del prestigio”. 39

Henri Bourgeis, en su texto sobre teología catecumenal, aborda todo este asunto de las motivaciones y de las intenciones, en un apartado que él llama “la dimensión no religiosa del catecumenado”. Allí pone de relieve, que desde el inicio el catecumenado no es propiamente religioso. Y ello, “no para minimizar la dimensión religiosa, evangélica y eclesial de su tarea, sino para percibir inmediatamente el campo global en que se inscribe esta tarea. Porque de hecho, lo reconoce, la petición es más amplia de lo que a menudo se expresa. Por lo que aislarla de su contexto, separarla de todo lo que es y de lo que quiere decir ser, encerrarla en la forma religiosa que a veces toma, no es ni respetuoso ni pertinente. Para los catecúmenos, querer convertirse en cristianos o simplemente querer descubrir el cristianismo es también expresar el deseo de vivir de otra manera su vida en el mundo (…) Lo que desean los catecúmenos no es simplemente descubrir el evangelio y la presencia de Dios; es también acceder a una mejor percepción de sí mismos y una experiencia más intensa de la vida”. 40

Los estudiosos del catecumenado afirman que todo ello hay que valorarlo y no desconocerlo, eso sí, señala este mismo autor, sin que ello signifique que el catecumenado se reduzca solamente a esto. Así como es igual de peligroso olvidar la dimensión no religiosa del catecumenado, lo es también dejar de lado su dimensión religiosa, evangélica y eclesial. Si bien es cierto que la demanda catecumenal puede ser interpretada como una necesidad de seguridad, de diálogo y de reconocimiento social y de revisión de la propia vida, debe también tender a lo que quiere decir relación a Dios, a la comunidad, a la oración, a la fe. El trabajo catecumenal debe ser así entendido “como la cristianización de muchas actitudes humanas”.

11. Llamados a ser discípulos.

Desde su preparación, Aparecida llamó la atención por la novedad de su lenguaje. No era común entre nosotros la expresión discípulos, de profunda raíz neotestamentaria. Nos

39 JOSEPH GEVAERT, Primera evangelización. Aspectos catequísticos, CCS, Madrid 1992.

40 HENRI BOURGEOIS, Teología catecumenal, Centro de pastoral litúrgica, Barcelona 2008.

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habíamos acostumbrado a hablar de cristianos, de creyentes o hablar desde la diversidad de vocaciones: obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos.

Muchos esperan que el uso continuado de la expresión discípulos misioneros vaya más allá de un simple slogan. Se espera que su uso reiterativo nos permita ahondar en la identidad de nuestra vocación y misión.

El discipulado como momento y como finalidad educativa de todo el proceso formativo es aspecto clave del mismo. Ya al hablar de la conversión inicial producto del encuentro y del anuncio del Kerigma, se dice que en ella existe la voluntad, el deseo, la gracia de ser discípulo de Jesús. Al fin y al cabo es un verdadero y autentico momento de adhesión a su persona.

Al momento de la iniciación cristiana y de la catequesis que la acompaña, el llamado al discipulado toma una connotación especial. Es la expresión que mejor expresa lo que se busca en esta etapa del proceso evangelizador, si se acoge lo que al respecto dice el Directorio General para la Catequesis: “La catequesis es una acción básica y fundamental en la construcción tanto de la personalidad del discípulo como de la comunidad”. 41

El momento de la catequesis “corresponde al período en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión”.42 En una frase se pueda explicar esta profunda realidad: el convertido es iniciado en la plenitud de la vida cristiana. Como la iniciación no es para siempre, ni es una acción permanente, ella llega a su fin cuando logra “una viva, explícita y operante profesión de fe”.43

Con todo ello, se nos dice algo de suma importancia que en ocasiones olvidamos con extrema facilidad: sin una adecuada iniciación cristiana no tendremos y no seremos auténticos discípulos misioneros, ni comunidades decididamente misioneras.

La iniciación cristiana y la catequesis que la acompaña son acciones educativas determinantes al interior del proceso de formación del discípulo misionero. “Sin ella, la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda. Sin ella la acción pastoral no tendría raíces y seria superficial”.44

Aparecida pide “revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestra opciones personales por el Señor”.45 Es consciente, de esta manera, de los graves y profundos problemas de identidad que tenemos como creyentes y como comunidades: “Tenemos un alto porcentaje de católicos sin conciencia de su misión de ser y fermento en el mundo, con una identidad cristiana débil y vulnerable”.46

41 D.G.C. 64.

42 D.G.C. 63.

43 D.G.C 65.

44 D.G.C. 64.

45 D.A. 13.

46 D.A. 286.

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La importancia y la urgencia de renovar en nuestro país los procesos de iniciación cristiana, salta a la vista. Tanto más si entendemos que es el momento en que se “forja la identidad cristiana con las convicciones fundamentales”.47 Por eso va a invitar a superar, los modos de iniciar “pobres y fragmentados”,48 a los que estamos tan habituados.

12. El problema de la Iniciación cristiana.

La seriedad que se le da a la formación inicial y permanente de los discípulos, es signo de una Iglesia en estado de misión y de conversión pastoral. En este itinerario no todo es iniciación y catequesis. Pero la seriedad y rigurosidad de este momento del proceso va a determinar el resto. Si no se le presta cuidadosa atención, “cualquier tormenta desmoronaría todo el edificio de la vida cristiana”. 49

Una Iglesia misionera es una Iglesia iniciadora. Si la Iglesia es verdaderamente misionera, se toma muy en serio la pastoral de la iniciación cristiana. Que no es una pastoral cualquiera, ni puede ser entendida de cualquier manera. Aún entre nosotros, así hablemos ya mucho del llamado a realizar procesos de iniciación cristiana, seguimos asumiendo el problema de la iniciación del modo equivocado. Pensamos que es un problema de mejorar en algo las catequesis presacramentales, ligadas casi de modo directo al mundo de la infancia y de la adolescencia. El problema fundamental no es ese, así y todo nuestros cursos de catequesis presacramentales presenten serias dificultados. El problema de fondo es pensar en cuál es el cristiano que queremos y que hacemos: “En la acción iniciatoria total entran en juego la seriedad de la evangelización, la autenticidad de la comunidad eclesial, la verdad del ser cristiano. No se trata sólo de “cómo” hay que administrar unos sacramentos de iniciación, sino de “cuál” es el cristiano que “hacemos” al preparar y celebrar estos sacramentos”.50

Abordar el problema de la iniciación cristiana es asumir la pregunta por los fines educativos, es la pregunta por el perfil de creyente que somos y que queremos formar. No faltará quienes digan que este modo de pensar es poco práctico, que lo que se necesita son instrumentos, medios, en otras palabras el “como” hacerlo. Es cierto que el “como” es importante y necesario. Pero si le damos prioridad al “como” sobre el “para qué”, seguiremos haciendo las cosas como van, pues perdemos de vista el horizonte de lo que hacemos. “Comos” hay muchos y hasta sobran, es de lo que más se encuentra en el mercado. Muchos de los cuales no tienen claro el para qué se hace lo que hace, cual es el fin de todo ello.

Aspecto de primer orden a tratar en cuanto a lo relacionado con la iniciación cristiana es el tratar de identificar cierto perfil del creyente a formar. Aparecida nos da una respuesta a este perfil de gran valor: necesitamos formar discípulos misioneros de Jesucristo. Una

47 D.A. 291.

48 D.A. 287.

49 D.G.C. 64.

50 DIONISIO BOROBIO, La iniciación cristiana. Bautismo – educación familiar – primera eucaristía – catecumenado – confirmación – comunidad cristiana, Ediciones sígueme, Salamanca 1996.

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mirada en detalle de lo que esto significa la hace el mismo documento a partir del capítulo cuarto y la extiende en el quinto y el séptimo.

Toda la formación, según Aparecida, tiende al desarrollo de la gracia bautismal. En esto va de la mano del documento sobre los fieles laicos: “Esta es la tarea maravillosa y esforzada que espera a todos los fieles laicos, a todos los cristianos, sin pausa alguna: conocer cada vez más las riquezas de la fe y del bautismo y vivirlas en creciente plenitud”. 51

Encontramos así el fin de la formación inicial y permanente, que debe orientar todas las acciones formativas, incluyendo las propias de la iniciación cristiana: “La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión”. 52

Entendido así el horizonte general de la formación, su fin último, hemos de pensar que es lo propio y especifico del momento iniciatorio y de la catequesis que la acompaña y le sirve. A este respecto es útil una afirmación del documento “Vocación y Misión de los lacios”: Gracias a una catequesis orgánica, los fieles laicos se inician en todas las dimensiones del misterio de Cristo y de la vida de la Iglesia, adquiriendo el sentido pleno de la identidad cristiana, con sus privilegios y sus exigencias (…) Es necesario comunicarles los conocimientos y las disposiciones que les pondrán en condiciones de actuar cristianamente en todas aquellas realidades que constituyen el tejido de su existencia, especialmente, la familia, el trabajo, la cultura, la vida social y política”.

Esta afirmación muestra el propósito de toda catequesis de iniciación: la iniciación cristiana integral. Lo que ya puede en sí misma llevarnos a pensar en la pertinencia de lo que hacemos hoy en el campo de la catequesis. Si el modo como la pensamos y la hacemos, logra estos fines y metas propuestas. Basta una mirada crítica, realista y honesta para darnos cuenta que el modo actual de nuestras catequesis, que más que catequesis orgánica y de iniciación son cursos presacramentales y momentos de una breve instrucción, no está ni la altura del mismo proceso de iniciación, ni de los actuales momentos de evangelización misionera. Si en algún campo de la vida de la Iglesia tiene que hacerse visible una profunda renovación, es en este de la catequesis al servicio de la iniciación cristiana. Un principio que es válido para todo momento misionero, lo es más válido a propósito de la iniciación cristiana: no puede haber misión sin renovación de la misma Iglesia. No puede haber misión sin conversión pastoral.

13. Las transformaciones en la sociedad y la iniciación cristiana

El problema de la iniciación cristiana debe necesariamente lleva a pensar en la capacidad “iniciadora” de nuestras sociedades. Además de pensar en el cristiano que queremos formar, también hay que entender los profundos cambios sociales en los que hoy estamos llamados a realizar en esta acción de “iniciar” y de formar inicialmente al discípulo de Jesús en la Iglesia.

51 C.F.L. 58.

52 C.F.L. 58.

22

Aparecida reconoce un profundo cambio en este sentido en nuestro Continente, que hace hoy día más difícil los procesos de iniciación cristiana: “Esta es la razón por la cual muchos estudiosos de nuestra época han sostenido que la realidad ha traído aparejada una crisis de sentido. Ellos no se refieren a los múltiples sentidos parciales que cada uno puede encontrar en las acciones cotidianas que realiza, sino al sentido que le da unidad a todo lo que existe y nos sucede en la experiencia, y que los creyentes llamamos el sentido religioso. Habitualmente, este sentido se pone a nuestra a disposición a través de nuestras tradiciones culturales que representan la hipótesis de realidad con la que cada ser humano pueda mirar al mundo en que vive. Conocemos, en nuestra cultura latinoamericana y caribeña, el papel tan noble y orientador que ha jugado la religiosidad popular, especialmente la devoción mariana, que ha contribuido a hacernos más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de cualquier otro tipo. Sin embargo, debemos admitir que esta preciosa tradición comienza a erosionarse (…) Este fenómeno explica, tal vez, uno de los hechos más desconcertantes y novedosos que vivimos en el presente. Nuestras tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra con la fluidez que en el pasado. Ello afecta, incluso, a ese núcleo más profundo de cada cultura, constituido por la experiencia religiosa, que resulta ahora igualmente difícil de transmitir a través de la educación y de la belleza de las expresiones culturales, alcanzando a la misma familia que, como lugar de diálogo y de solidaridad intergeneracional, había sido uno de los vehículos más importantes de la transmisión de la fe”. 53

Con ello no se quiere decir que sea nula la capacidad “iniciadora” de las sociedades. De lo que si se habla es de una profunda transformación en el contexto, que condiciona en mucho la capacidad iniciadora de la familia cristiana, de la parroquia y de la Iglesia en general. Hoy las sociedades, y también en América Latina y en Colombia, lo que se socializa a las nuevas generaciones no es la religión, o una religión determinada, sino la libertad de conciencia, de religión y de cultos. Los niños y los jóvenes de hoy crecen con la conciencia clara de que la fe o la religión es un asunto de libertad, de decisión, de opción. Si bien la familia puede con su educación y con su ejemplo incidir en algo al respecto, la fe religiosa deja de ser vista como un asunto de herencia familiar y se convierte en un asunto de elección personal. Ya no puede pensarse en una iniciación a la vida cristiana automática y mecánica como solía acontecer. Es cierto que entre nosotros pesa aún en muchas familias y personas la tradición cultural católica. Lo que los lleva a solicitar uno que otro sacramento de iniciación para su hijo. Pero tarde o temprano este “ritmo tradicional” de marcar la vida de nuestros niños y de los adolescentes, se irá debilitando por sí mismo y por las influencias del contexto. Lo que va a solicitar de nosotros, en nuestro modo tradicional de iniciar, profundas y hondas transformaciones. Un auténtico cambio de paradigma, tal como es la búsqueda pastoral universal en este campo de la formación inicial del discípulo de Jesús en la Iglesia para el mundo.

Hemos de ser conscientes que muchos de los apoyos externos con los que contábamos para realizar los procesos de iniciación, se han debilitado y se seguirán debilitando. Ante todo, el así llamado “catecumenado social”, ya no existe más. La sociedad no es ni cristiana, ni tiene como referente central de su vida ni a Dios, ni a la Iglesia. Eso fue propio de otras épocas, ya no del tiempo presente. Hoy se ha de iniciar sobre la base de otros valores

53 D.A. 37 – 39. El subrayado es nuestro.

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sociales más propios de las actuales sociedades laicas, democráticas y plurales. Se ha de iniciar a partir de los valores de la tolerancia, del respeto por las diferencias, de una autoridad dialogada, del dialogo de saberes, de la búsqueda de la autonomía, de la búsqueda consensuada de la verdad y de la libertad. El cristianismo deja de ser un asunto de herencia y se convierte un asunto de elección y de libre decisión.

Alguien puede pensar que en algunos rincones del país este “catecumenado social” aún existe, y “ruega” para que no desaparezca. Pero lo mejor para formar a una fe adulta, a una fe por convencimiento y de convicciones profundas, es dejar de apoyarnos ese “catecumenado social”. El querer mantener este tipo de apoyo, no nos deja ver los dos problemas fundamentales de la formación inicial del discípulo misionero de Jesucristo: la falta de conversión de base y la fragilidad o, si cabe la expresión, la inexistencia de comunidades cristianas. El querer contar con ese apoyo es lo que hace que la catequesis no deje de ser instrucción y socialización en prácticas de piedad y devoción, pero no un catecumenado que inicia de modo global e integral. El catecumenado ha de encontrarse en la comunidad, no en la sociedad. Solo así podremos garantizar, en lo que es humanamente “garantizable”, discípulos de Jesús con una clara identidad de su vocación y misión.

14. La capacidad de iniciación en la Iglesia.

Desaparecido el “catecumenado social”, ha de surgir de un modo renovado el catecumenado eclesial. Ya lo pedía el Concilio Vaticano II en su momento: “Restáurese el catecumenado de adultos”. 54

Desde aquella época, incluso desde años atrás, el catecumenado ha tomado nuevo vigor en la Iglesia. Y ha de seguir siendo faro de renovación de los procesos de iniciación cristiana, tal como lo sugiere el Directorio General para la Catequesis: “Dado que la “misión ad gentes” es el paradigma de toda la acción misionera en la Iglesia, el catecumenado bautismal a ella inherente es el modelo inspirador de toda su acción catequizadora”. 55 El “Ritual de la Iniciación cristiana” (RICA), debe ser instrumento basilar en esta tarea. Qué más que un “libro ritual”, debe ser considerado como un documento orientador de la pastoral de la iniciación cristiana.

En el catecumenado bautismal y en la inspiración catecumenal de la catequesis postbautismal, es donde la Iglesia puede encontrar la vitalidad de su capacidad de iniciación. Por las siguientes razones que da de nuevo el Directorio General para la Catequesis: “a. El catecumenado bautismal recuerda constantemente a toda la Iglesia la importancia fundamental de la función de iniciación (…) La pastoral de iniciación cristiana es vital en toda Iglesia particular; b. El catecumenado bautismal es responsabilidad de toda la comunidad cristiana (…) La institución catecumenal acrecienta, así, en la Iglesia la conciencia de la maternidad espiritual que ejerce en toda forma de educación de la fe; c. El catecumenado bautismal está impregnado por el Misterio de la Pascua de Cristo; d. El catecumenado bautismal es, también, lugar inicial de inculturación; e. Finalmente, la concepción del catecumenado bautismal como proceso formativo y verdadera escuela de fe, proporciona a la catequesis postbautismal una dinámica y unas características

54 S.C. 64.

55 D.G.C. 90.

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configuradoras: la intensidad e integridad de la formación; su carácter gradual, con etapas definidas; su vinculación a ritos, símbolos y signos, especialmente bíblicos y litúrgicos; su constante referencia a la comunidad”. 56

La razón fundamental del catecumenado es el protagonismo de la comunidad cristiana, como origen, lugar o ambiente y meta de la catequesis: “La catequesis que se realiza en el catecumenado bautismal está estrechamente vinculada a la comunidad cristiana. Desde el momento de su ingreso en el catecumenado, la Iglesia abraza a los catecúmenos con amor y cuidado maternal, por estar vinculados a ella: son ya de la casa de Cristo. Por eso, la comunidad cristiana debe ayudar a los candidatos catecúmenos durante todo el período de la iniciación: en el precatecumenado, en el catecumenado y en el tiempo de la mistagogia”.57

Esta exigencia revela otra de las grandes deficiencias de nuestra catequesis actual: la fragilidad de nuestras comunidades y los débiles, escasos o nulos vínculos comunitarios de muchos de quienes solicitan catequesis. Sumada a la ausencia de la conversión inicial, presupuesto indispensable para dar el paso del primer anuncio a la catequesis, los problemas comunitarios de toda índole hieren gravemente la buena marcha de la catequesis.

Por eso pensar en catecumenado es pensar en la comunidad que acompaña de modo maternal y pensar en el tipo de vinculo comunitario que tenga quien acude a pedir cualquier tipo de curso presacramental. El catecumenado es mucho más que textos, mucho más que nombres novedosos a los mismos programas de siempre así se extiendan en el tiempo. Podemos prolongar los tiempos hasta el infinito, sino hay comunidad que respalde y acompañe, y sino hay vinculo comunitario ni deseo de tenerlo, todo seguirá siendo cuestión de cursos y de más cursos.

Así se comprende mejor porque el problema de la iniciación cristiana no se reduce a lo que pensamos de modo más común sobre ella: el cómo hacer mejor cada curso presacramental. Es un problema que tiene que ver con el tipo de comunidades que somos y que tenemos, con los vínculos comunitarios que se tengan o no entre quienes los solicitan.

Atender los problemas de la comunidad, dirá Aparecida, requiere de nuevas actitudes pastorales. Tanto más si entendemos que la comunidad se verá profundamente renovada si asume la iniciación cristiana a modo de un catecumenado. Tendrá un carácter verdaderamente misionero, un carácter maternal y un talante comunitario.

La renovación de los procesos de iniciación cristiana, de cara a darle un rostro más catecumenal, pasa por la atención que se le preste a sus problemas de fondo, no solo a los de forma. Primero a los relacionados con la conversión inicial, lo reconoce Aparecida: “Sentimos la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un proceso de iniciación a la vida cristiana que comience por el Kerigma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, experimentado como plenitud de la humanidad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una comunidad eclesial y a una maduración de la fe en la práctica de los sacramentos, el

56 D.G.C. 91.

57 D.G.C. 256.

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servicio y la misión”. 58 Segundo, por entender la necesidad garantizar serios vínculos comunitarios de quien participa. De lo contrario, no saldremos de la dinámica de los cursos, que así y todo atraigan muchas personas y aumentemos nuestras estadísticas, encuentran graves dificultades de raíz para generar discípulos misioneros de Jesucristo. No por el hecho de “tener mucha gente” nos hacemos misioneros. Lo que nos hace misioneros es que seamos comunidad de discípulos. La capacidad de iniciación en la Iglesia pasa por el ser comunidad.

Así como “no puede haber vida cristiana sino en comunidad”,59 tampoco puede haber iniciación sin comunidad y sin vínculos comunitarios. Pero dada la fragilidad de muchas comunidades y de la debilidad de vínculos con la Iglesia en medio de nuevas formas de religión desisntitucionalizadas, es que Aparecida sugiere la vivencia comunitaria como uno de los cuatro ejes a reforzar en nuestra Iglesia, al lado de la experiencia religiosa, la formación bíblico doctrinal y el compromiso misionero de toda la comunidad. Sobre la vivencia comunitaria dice el documento de Aparecida: “Nuestros fieles buscan comunidades cristianas, en donde sean acogidos fraternalmente y se sientan valorados, visibles y eclesialmente incluidos. Es necesario que nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsable en su desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la Iglesia”. 60

Todo ello va aparejado a un problema del que vienen insistiendo la Iglesia universal y la Iglesia del Continente desde hace muchos años: La necesidad de renovar la parroquia. Aparecida no es ajena a esta situación. Por el contrario, siente esta urgencia como algo más apremiante que nunca: “Uno de los anhelos más grandes que se ha expresado en las Iglesias de América Latina y el Caribe, con motivo de la preparación de la V Conferencia General, es el de una valiente acción renovadora de las parroquias a fin de que sean en verdad espacios de iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes”. 61

Aspecto importante de este proceso de renovación de la parroquia, algo a lo que poca importancia le prestamos, es el valor, la seriedad y la rigurosidad que asumen en ella los procesos de iniciación cristiana. En otras palabras, la renovación de los procesos de iniciación cristiana pasa necesariamente por la renovación de la parroquia, y la renovación de la parroquia pasa necesariamente por la renovación de los procesos de iniciación cristiana.

La renovación misionera de la parroquia pasa por una “forma adulta de catequesis”. Es decir, una catequesis que conduzca a todos, niños, jóvenes y adultos, a una fe adulta,

58 D.A. 289.

59 D.A. 278.

60 D.A.226.

61 D.A. 170.

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madura, de opción libre, con profundo sentido eclesial y encarnada en la realidad. Asumir el catecumenado como inspiración de la catequesis pide superar formas “infantilizantes” de educar en la fe, que no forman discípulos misioneros de Jesucristo. Solo con unas “formas adultas de catequesis”, las de inspiración catecumenal, se podrá avanzar en logro del propósito de la nueva evangelización: “La formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su Evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con El, de existencia vivida en la caridad y en el servicio”. 62

15. Catecumenado como comunidad de aprendizaje

“La vida en comunidad no se improvisa y hay que educarla con cuidado”, dice acertadamente el Directorio General para la Catequesis.63 A lo cual se puede añadir: la vida en comunidad no ha de darse por supuesta hoy día, como tampoco puede darse por supuesta la conversión inicial.

La comunidad es factor clave de todo proceso iniciatorio a modo de un catecumenado, por el carácter mismo del catecumenado. Más que un momento de instrucción o de socialización en ciertos hábitos de religiosidad y de piedad, que es lo que hacemos hoy, el catecumenado es un proceso serio, integral y prolongado de inmersión en la vida cristiana: “No se trata de adquirir nuevos conocimientos, sino, más bien, de la iniciación en la verdadera experiencia comunitaria de la vida cristiana; experiencia del modo de actuar como cristianos, de la celebración litúrgica, de la reflexión tenida en común, del anuncio cristiano y de la integración en la totalidad de la vida de la Iglesia...Conviene, por tanto, que el proceso de catequesis tenga una inspiración catecumenal. Es de gran importancia la introducción del catecumenado antiguo en sentido estricto para los bautizados –neocatecumenado- en las Iglesias locales”. 64

Aparecida retoma esta idea del sínodo del 77, y afirma que el catecumenado es una verdadera y auténtica experiencia de vida cristiana: “Recordamos que el itinerario formativo del cristiano, en la tradición más antigua de la Iglesia, tuvo siempre un carácter de experiencia, en la cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos. Se trata de una experiencia que introduce en una profunda y feliz celebración de los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este modo la vida se va transformando progresivamente por los santos misterios que se celebran, capacitando al creyente para transformar el mundo”. 65

Experiencia de vida cristiana, es la mejor expresión que encuentra Aparecida para definir el catecumenado. Noviciado de la vida cristiana, escuela de fe, aprendizaje y entrenamiento de toda la vida cristiana, son las expresiones usadas por el Directorio General para la Catequesis. Expresiones comunes encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica: “El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad permitir a estos

62 C.F.L 34.

63 D.G.C 86.

64 Documentación del Sínodo del 77: proposición 30. El subrayado es nuestro. 65 D.A. 290.

27

últimos, en respuesta a la iniciativa divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a la madurez su conversión y su fe. Se trata de una formación y noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en la que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro”. 66

El decir que es noviciado significa que la inserción en el misterio de Cristo y en la Iglesia y la transformación radical de la persona humana se realiza mediante la Iglesia y en la Iglesia, es decir, se lleva a cabo al interior del ámbito de la comunidad de fe: en ella se es engendrado a la vida divina y en ella y desde ella debe darse la acogida y la respuesta libre al don de Dios. Hasta el punto que sólo en la Iglesia la persona puede captar el significado de la radicalidad de la existencia cristiana y en ella puede madurar y desarrollar su fe, de forma que de un modo maduro, la viva en el servicio a la persona y a la sociedad.

La iniciación es un encuentro de la Iglesia con el iniciado y de éste con la Iglesia. La comunidad de fe ha de ser siempre el origen, el lugar y la meta de la iniciación cristiana. Lo que significa que la comunidad es la forma esencial de ser cristiano. Se pertenece a Cristo perteneciendo a la Iglesia y se pertenece a la Iglesia de Cristo perteneciendo a una comunidad eclesial cristiana. Por eso, la mejor prueba del ser cristiano es la pertenencia efectiva y afectiva a la comunidad cristiana.

Un modo contemporáneo de llamar el catecumenado, que recoge a su vez todas las significaciones del mismo dadas por el Magisterio de la Iglesia, puede ser el de identificarlo como “comunidad de aprendizaje”. Término con el cual se quiere expresar lo más característico del catecumenado: se aprende a ser cristiano de otros cristianos, compartiendo la vida con otros cristianos, interactuando con otros cristianos.

Las actuales investigaciones en el campo de la catequesis vienen desarrollando en profundidad esta idea. Son muchos los estudios que hablan hoy de día de catequesis de la comunidad, en la comunidad y para la comunidad. Con ello se busca superar esa concepción sobre la catequesis que la relaciona más a una práctica escolar, de instrucción y de un profundo talante individual, así se trabaje en grupo y se tengan encuentros en grupo. Su quiere superar la idea de curso, y abarcar más la idea de itinerario. Se orienta a pensar en experiencias catequísticas intergeneracionales, sin desconocer que sea necesario momentos propios de catequesis por edades. Se quiere una catequesis en mayor coordinación y articulación con el año litúrgico, muy distinta de la que tenemos y hacemos, más preocupada por el cumplimiento irrestricto en un tiempo determinado y bien limitado de unos contenidos, organizados y pensados al margen del ciclo litúrgico.

La importancia del hacer del catecumenado una verdadera comunidad de aprendizaje, se entiende mejor desde el concepto de catequesis que hoy, y siempre, enseña la Iglesia. Lo propio de la catequesis es la iniciación global y sistemática en la fe de la Iglesia. Es un periodo intensivo y suficientemente prolongado de formación cristiana integral y fundamental. Por ser global, la catequesis está abierta a todos los aspectos de la vida cristiana y tiene que ser iniciación en todos ellos.

La catequesis, afirma el Directorio, ha de iniciar en la totalidad de la fe de la Iglesia: "La finalidad de la catequesis se realiza a través de diversas tareas, mutuamente implicadas (...). Las tareas de la catequesis corresponden a la educación de las diferentes dimensiones de la

66 C.I.C 1248. El subrayado es nuestro.

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fe, ya que la catequesis es una formación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana. En virtud de su misma dinámica interna, la fe pide ser conocida, celebrada, vivida y hecha oración. La catequesis debe cultivar cada una de estas dimensiones. Pero la fe se vive en comunidad cristiana y se anuncia en la misión: es una fe compartida y anunciada. Y estas dimensiones deben ser, también, cultivadas por la catequesis" (DGC 84). En este sentido, las tareas de la catequesis son: propiciar el conocimiento de la fe, la educación litúrgica, la formación moral, enseñar a orar, la educación para la vida comunitaria y la iniciación a la misión. Todas estas dimensiones en las que educa la catequesis deben ser tenidas en cuenta al momento de la programación de la acción. Como lo señala el Directorio: "todas las tareas son necesarias. Así como para la vitalidad de un organismo humano es necesario que funcionen todos sus órganos, para la maduración de la vida cristiana hay que cultivar todas sus dimensiones (...). Si la catequesis descuidara alguna de ellas, la fe cristiana no alcanzaría todo su crecimiento" (DGC 87).

La catequesis debe ser iniciación a todas aquellas mediaciones que conforman la etapa pastoral de la evangelización: la diaconía, la Koinonía, la martyria y la liturgia. Lo más característico de la catequesis en el conjunto de las acciones eclesiales, es su carácter de explicitación y de profundización, con relación a la conversión inicial y su opción de base gracias a la acción de primer anuncio, y de iniciación o introducción o fundamentación, en relación con las diversas manifestaciones de la vida cristiana en la Iglesia: la diaconía, la koinonia, la liturgia y la palabra.

Cuando se habla de “iniciar” en cada una de las dimensiones de la fe y de la vida de Iglesia, se dice “aprender a vivir como cristiano” cada una de esas dimensiones. Y ello no se aprende por medio de recursos meramente teóricos o abstractos. Se aprende a partir de la vida misma de la comunidad que celebra, ora, anuncia, sirve y vive la comunión. Lo que explica que el catecumenado sea mucho más que una serie nueva de libros, o una nueva colección de textos. Es una verdadera comunidad de aprendizaje.

El propósito de iniciación cristiana integral, permite comprender mejor el llamado de Aparecida a superar una iniciación cristiana pobre y fragmentada. A darnos cuenta de lo insuficiente y limitado que resultada una catequesis de mera instrucción sobre algunos temas del cristianismo, dados incluso de forma desarticulada, y de una catequesis que no alcanza en mucho ni siquiera la función de iniciación a la liturgia o las sacramentos, cuando a lo mucho lo que logra es una mera socialización en algunas prácticas de piedad y de devoción cristianas. Al no ser iniciación cristiana integral, nuestras formas catequísticas actuales no permiten la formación de un cristiano maduro, de un discípulo misionero en términos de lo que espera Aparecida. Se comprende una vez más, la urgencia de asumir y de organizar una verdadera pastoral de iniciación cristiana.

16. Catequesis y encuentro con Cristo

El encuentro con Cristo, al interior del itinerario de formación del discípulo, además de un momento es también una exigencia constante. De ahí la insistencia de Aparecida de recordarnos que “el Kerigma no es sólo una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo”.67

67 D.A. 278.

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El encuentro con Cristo es una de los temas más recurrentes en Aparecida. Tanto que es considerado por muchos como uno de sus principales ejes articuladores de comprensión. Al fin y al cabo, desde la misma introducción del documento final se nota que el encuentro con Cristo es una de las mayores prioridades del momento: “Se trata de confirmar, renovar, revitalizar la novedad del Evangelio arraigado en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros”.68

La misión, dirá Aparecida, “no se limita a un programa o un proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad en comunidad, de la Iglesia a o todos los confines del mundo”.69 Por lo cual hemos de entender que todo el proceso de formación del discípulo misionero, en sus distintas etapas y aspectos, debe favorecer el encuentro con Cristo.

En el momento de la iniciación cristiana, el encuentro con Cristo, además de ser la finalidad misma de la catequesis, toma unas connotaciones particulares, propias a esta etapa del proceso evangelizador.

“El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo. Toda la acción evangelizadora busca favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión inicial de una persona al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone fundamentar y hacer madurar esta primera adhesión. Se trata entonces de ayudar al recién convertido a conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su misterio, el Reino que Dios anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que El ha trazado a quien quiera seguirle”. 70

“La comunión con Jesucristo, por su propia dinámica, impulsa al discípulo a unirse con todo aquello con lo que el propio Jesucristo estaba profundamente unido: con Dios su Padre, que le había enviado al mundo y con el Espíritu Santo, que le impulsaba a la misión; con la Iglesia, su Cuerpo, por el cual se entregó; con los hombres, sus hermanos, cuya suerte quiso compartir”. 71

Desde aquí se puede entender lo más característico de la iniciación cristiana y la particularidad del encuentro con Cristo en esta etapa. La iniciación cristiana, de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica es, ante todo, don de Dios mediante la gracia de Jesucristo y por mediación de la Iglesia.72 Es inserción de la persona en el misterio de Cristo, muerto y resucitado. Este nuevo nacimiento, esta nueva vida en la que el ser humano es engendrado, esta participación en el Misterio Pascual de Cristo y de participación en la naturaleza divina, es el núcleo y el corazón mismo de la iniciación

68 D.A. 11.

69 D.A. 145.

70 D.G.C. 80.

71 D.G.C. 81

72 C.I.C. 1229 – 1231.

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cristiana. El anuncio del Misterio Pascual de Cristo y nuestra participación en El debe ser el anuncio central y fundamental, pues es el anuncio que funda nuestra identidad como creyentes en la Iglesia. Por ello debe ser el tema central en nuestras catequesis, debe ser un anuncio repetitivo y reiterativo a lo largo de todo el proceso de iniciación.

La iniciación cristiana es el proceso de inserción en el misterio de Cristo muerto y resucitado, y en la Iglesia por medio de la fe y de los sacramentos. Palabra (itinerario catequético) y sacramento son los aspectos irrenunciables de la iniciación cristiana. Mediante los sacramentos de iniciación el ser humano es vinculado a Cristo y asimilado a El en el ser y en el obrar, introduciéndole en la comunión trinitaria y en la Iglesia. Mediante el itinerario catequético, que precede, acompaña o sigue a la celebración de los sacramentos, el catequizando descubre a Dios y se entrega a El, crece en el conocimiento del misterio de Cristo y avanza en el aprendizaje global de la vida cristiana.

Los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía son la fuente y la cima de la iniciación. El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía guardan entre sí una íntima unidad. Es preciso que esta unidad y ordenación mutua de los sacramentos de iniciación cristiana se ponga de manifiesto tanto en la catequesis como en la pastoral.

17. Signos de conversión en la etapa de iniciación.

La catequesis es el momento en “que se estructura la conversión a Cristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión. Los convertidos, mediante una enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana, son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del Evangelio. Se trata, en efecto, de iniciarlos a la plenitud de la vida cristiana”. 73

Lo especifico de la catequesis como acción de educación al servicio de la iniciación cristiana, y que la hace distinta del primer anuncio que la antecede y de los procesos de formación permanente que son su consecuencia, es su carácter de explicitación y de profundización con respecto a la fe inicial, y de iniciación o introducción o fundamentación, en relación con las diversas manifestaciones de la vida cristiana.

Los signos de conversión relacionados con la iniciación cristiana, deben encontrarse y ubicarse al interior de estos propósitos propios de la catequesis. Por lo que se busca, al fundamentar la conversión y al explicitar el kerigma, es un verdadero cambio de mentalidad. Como suele decirse de lo que buscaba el antiguo catecumenado: dejar una mentalidad pagana y asumir la mentalidad de Cristo. En otras palabras, la estructuración de la personalidad del discípulo de Jesús de cara a una profesión de fe viva, explicita y operante. O en otros términos: se educa para pensar como Cristo, para ver la historia como Cristo, para juzgar la vida como El, para amar como El.

Para comprenderlos mejor, se entiende que con todo ello lo que se busca es la interiorización por parte de quien es iniciado de actitudes de fe, esperanza y caridad. En concreto: “Educar la actitud de fe significa suscitar sentimientos de docilidad, escucha y abandono en la Palabra de Dios. Significa, sobre todo, llevar a la adhesión personal e incondicional a Jesucristo, con amor y confianza, como punto de referencia esencial para la

73 D.G.C. 63.

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propia vida. En este contexto se seguimiento de Cristo, de discipulado y de la mentalidad de fe como objetivo de la catequesis (…) Educar en la esperanza significa inculcar la confianza inquebrantable en las promesas de Dios (…) Significa también – y hoy es importante recordarlo – comprometerse activamente por un mundo más humano y cercano al proyecto de Dios, sin caer en la desesperación ni cerrase en la resignación inoperante (…) Educar en la fe informada por la caridad significa llevarla a la perfección del amor, que es el mandamiento nuevo (…) Y dado que la ley central de la existencia cristiana es el amor de Dios en el amor de los hombres, se comprende la riqueza e importancia de las actitudes que tal ley incluye: amor apasionado a Cristo y, a través de él, al Padre en el Espíritu (…)solidaridad y empeño en el servicio de todos, sobre todo de los pobres”. 74

Si la labor de la catequesis es el educar en esa mentalidad cristiana, “que exige el compromiso de pensar como El, de juzgar como El y de vivir como El lo hizo”, 75 puede decirse que la catequesis educa al ejercicio y práctica del discernimiento cristiano. “Es tarea de la catequesis, dirá el Directorio General para la Catequesis, procurar que las personas estén atentas a sus experiencias más importantes, ayudarlas a juzgar a la luz del Evangelio las preguntas y necesidades que de estas experiencias brotan, educar al hombre a vivir en la vida de un modo nuevo. De este forma la persona será capaz de comportarse de modo activo y responsable ante el don de Dios (…) El catequista debe ayudar a la persona a leer de este modo lo que está viviendo, para descubrir la invitación del Espíritu Santo a la conversión, al compromiso, a la esperanza, y así descubrir cada vez más el proyecto de Dios en su propia vida”. 76

Se entiende mejor así lo que se quiso decir en su momento acerca de una “forma adulta de catequesis”. De una catequesis que transforme la mentalidad, de una catequesis que eduque en actitudes de fe, esperanza y caridad, de una catequesis que desde la práctica misma del discernimiento cristiano, eduque al permanente discernimiento cristiano. También se entiende mejor la integración fe –vida como propósito de la catequesis. Y se espera, que se entienda de una vez por todas, que todo esto no se logra con cursos, ni con información, ni con educación moralizante, ni con la repetición de hábitos de piedad. Se requiere una catequesis de inspiración catecumenal. “Sólo la interiorización de actitudes maduras de fe permite superar los defectos tan frecuentes de una catequesis reducida a simple instrucción religiosa, o a la preparación exterior a los sacramentos, o la simple transmisión de preceptos morales. En el centro de todo proyecto catequístico debe estar el objetivo de la maduración de verdades y auténticas actitudes de fe”. 77

Además de estos signos del modo como la conversión se va fundando y estructurando en la catequesis, existe otro de no menor importancia y valor: el deseo que manifiesta la persona de seguir madurando, de seguir creciendo en la fe. Al fin y al cabo, la fe es un don destinado a destinado a crecer.

74 EMILIO ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991.

75 D.G.C. 53.

76 D.G.C. 152.

77 EMILIO ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991

32

En este punto nos encontramos con otra “piedra” en el camino de la catequesis renovada. Muchos de quienes participan en nuestros cursos se sienten satisfechos con lo aprendido en la infancia. No se les nota un deseo sincero de seguir madurando, de seguir creciendo en la fe. Cumplido el propósito presacramental, abandonan hasta una nueva solicitud de curso, si la ocasión lo amerita. Esto es consecuencia también del modo “infantilizante” como se ha desarrollado la catequesis, del no educar a partir de la conversión inicial y de la falta de vínculos comunitarios. Es también consecuencia de la no existencia de comunidades maduras, significativas, para nada clericales y verdaderamente misioneras.

La falta de no querer seguir creciendo en la fe es un signo de la debilidad, inconsistencia y hasta de ausencia de conversión inicial y de la falta y fragilidad de los vínculos comunitarios. De ahí la importancia de trabajar sobre las motivaciones iniciales, muchas ligadas a la tradición, a la cultura y a la religiosidad, pero no a la fe y al deseo de vivir la vida como discípulo de Jesús. Se debe realizar un verdadero esfuerzo de transformación y de educación de las motivaciones, por medio de un adecuado esfuerzo pedagógico que genere el encuentro con Cristo, la conversión inicial, los vínculos con la comunidad de creyentes, los cambios de mentalidad, la educación en actitudes de fe, y el deseo y la orientación práctica y real de seguir creciendo en la fe en la Iglesia por medio de los procesos de formación permanente.

Tenemos que superar la mirada simple sobre los problemas educativos en la fe. Que nos hacen pensar que el asunto clave hoy en la iniciación cristiana es el de cambiar en algo los contenidos, o los textos, o las didácticas o los tiempos. El problema hay que atacarlo de raíz. No sacamos nada más con soluciones tibias y a medias. Ello va a pedir de parte de todos en la Iglesia, porque la iniciación es una tarea de toda la Iglesia y de todos en la Iglesia, un serio ejercicio de teológico pastoral de análisis y de reflexión.

Una Iglesia que asume la misión ad gentes como paradigma de acción pastoral, elabora y construye una autentica pastoral de iniciación cristiana. Considera todos los elementos que la integran, sacramentales, catequísticos, personales y comunitarios.

17. Catequesis de reiniciación.

La Iglesia cumple la función de iniciación, fundamentalmente, por medio de la catequesis, en íntima conexión con los sacramentos de iniciación.

Esta función toma formas variadas hoy día. Aparecida, en continuidad con el actual Directorio General para la Catequesis, asume tres formas concretas de realización de los procesos de iniciación cristiana. Una en la forma de catecumenado bautismal para los no bautizados; otra en la forma de catecumenado postbautismal para los bautizados no suficientemente catequizados o evangelizados; y una tercera en relación con la educación en la fe de los niños bautizados en un proceso que los lleve a completar su iniciación cristiana en la adolescencia o en la juventud.78

Sin desconocer ni quitar valor a ninguna de las formas expuestas, la realidad pastoral nos pide prestar una atención especial a lo que se conoce como catequesis de reiniciación, como modo de hacer explícita la opción por la catequesis de adultos, tal como lo sugieren

78 D.A. 288 y 293

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diversos documentos del Magisterio y las diversas investigaciones en el campo de la catequesis.

La forma de catecumenado postbautismal para bautizados no convertidos o no suficientemente catequizados o evangelizados, tiene un ámbito de realización específica que es el mundo de la catequesis de adultos, siempre y cuando se entienda ella más relacionada a procesos de iniciación o de reiniciación. Para que ella exista, no ha de confundirse la catequesis de adultos con la educación permanente en la fe, y ha de ser consecuencia de un adecuado anuncio misionero que convoque a muchos adultos bautizados, y algunos hasta con eucaristía y confirmación, pero alejados o indiferentes, ha dar comienzo a verdaderos procesos de reiniciación cristiana. Se puede llegar a decir que un indicador de una comunidad misionera, consiste en el hecho de encontrarse con muchos adultos interesados procesos de reiniciación. No solo adultos en grupos pastorales o en reuniones. También con adultos que quieren “volver a creer” y a creer de un modo nuevo. Volver a encontrar a Dios. Y de una forma novedosa.

La situación de estas personas es de reiniciación, de un “volver a empezar”, de un “recomenzar”, no de un profundizar en la fe. Tampoco son personas cuya iniciación está en curso o cuya iniciación tenga que ser completada, pues estas son personas que conservan un vínculo con la Iglesia. Aunque el término “reiniciación” no es aceptado por muchos y causa controversia, es un término que da que pensar acerca de una situación extendida en la Iglesia: la de los bautizados sociológicos, la de los bautizados no convertidos. Con este término no se habla de una “repetición” de la iniciación, sino de un verdadero “volver a empezar”. Y desean redescubrir todo “de un modo distinto”. Lo que muestra una “sinergia” entre iniciación y reiniciación. Estos bautizados y los no bautizados se encuentran en la misma situación: “la de comenzar”.

La reiniciación pide de medios específicos y de una seria voluntad eclesial. Como afirma Henri Bourgeois: “uno no es reiniciado uniéndose, sin más, al grupo de los practicantes, o entrando en un equipo que tiene su propio objetivo. Sabemos que la iniciación es un acto específico, lo cual implica alguna diferencia en relación con las formas corrientes de la vida eclesial. ¿Cómo sería posible que se pudiese efectuar una reiniciación con unas condiciones menores, cuando la persona que quiere volver a empezar se le proponen solo los medios habituales de la vida eclesial, que a veces ya ha conocido y que, a menudo, no le han aportado lo que deseaba o lo que necesitaba?”. 79

Si la situación de quienes reiniciación es la de “volver a empezar”, no sólo se requieren unos medios prácticos y adaptados, distintos con los momentos habituales de formación permanente o de profundización en la fe, sino además, dirá de nuevo Henri Bourgeois “una cierta conversión de las mentalidades”. Que abarca tanto los modos de hacer (superar moralismos y activismos), como en los de pensar (el modo como se concibe a los alejados, a los no practicantes, a los que no están de acuerdo con todo en la Iglesia). Habría que preguntarse, palabras de Henri Bourgeois: “¿Sabrán las Iglesias dar una oportunidad a estas

79 HENRI BOURGEOIS, Teología catecumenal, Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2008.

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personas? ¿Se darán cuenta de que son para ellas una oportunidad, la de comprender mejor su propia identidad evangélica?”.

Los que retornan no lo hacen con la idea de dar marcha atrás, sino que aspiran a hacerse de nuevo con la fe, pero de un modo nuevo y exigente. Como lo indica André Fossion: “Lo que es común a todas estas personas, a pesar de su diversidad, es que retornar a la fe no significa en absoluto dar marcha atrás. Para ellas no se trata de retomar el proceso religioso en el punto donde lo habían dejado después de un tiempo de andar de aquí para allá. Para los que retornan se trata, más bien, de ir hacia adelante, de asumir toda su historia, con todo lo que ésta conlleva de experiencias, alegrías y tristezas, convicciones y dudas, para volver a creer, pero de otra manera, desde otras bases, con una frescura, una inteligencia y una libertad nuevas”.80

18. Llamados a alimentar de modo permanente los dones del discipulado, la comunión y la misión.

La persona está llamada a madurar constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, a profundizar en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Con la formación permanente se busca ayudar a fortalecer la conversión inicial y a que permitir que los discípulos misioneros perseveren en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía. 81

Con este modo de expresarse, Aparecida no sólo subraya el discipulado, la comunión y la misión como aspectos del itinerario de formación del discípulo, aspectos que por lo demás se hacen presentes en todo el proceso como lo hemos venido destacando, sino que muestra la importancia y la urgencia de la formación permanente, que tiene como sustento la formación inicial, a la que le sirve de desarrollo y continuidad.

Si bien Aparecida, en continuidad con las otras Conferencias del Episcopado Latinoamericano, utiliza para este momento de crecimiento continuo en los dones del discipulado, la comunión y la misión el término de catequesis permanente, lo mejor es que con el paso del tiempo, usemos menos este término y nos acostumbrar a usar el de formación permanente. Una razón para ello, la encontramos expuesta en el Directorio General para la Catequesis. Con el uso del concepto “catequesis permanente se corre el riesgo de relativizar el carácter prioritario, fundante, estructurante y especifico de la catequesis en cuanto educación básica. 82 En otras palabras, al usar ese término se corre el riesgo de perder de vista los problemas inherentes a la iniciación cristiana, tal como nos ha sucedido. Dejamos de lado los problemas relacionados con la conversión inicial, como aspecto sin el cual no se puede hacer la catequesis de iniciación. No consideramos los problemas comunitarios que afectan profundamente y de raíz a la catequesis. Nos cuesta más trabajo entender la invitación a inspirar todas las catequesis postbautismales en el

80 HENRI BOURGEOIS, Teología catecumenal, Centro de Pastoral litúrgica, Barcelona 2008.

81 D.A. 278

82 D.G.C. Nota de pie de página 64 del número 51.

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catecumenado. Y perdemos de vista lo más propio de la catequesis: estar al servicio de la iniciación cristiana integral.

Para evitar este tipo de abandonos en la percepción de la naturaleza de la catequesis y de los problemas pastorales relacionados con los procesos de iniciación cristiana y no identificar los medios educativos adecuados propios para cada situación de evangelización (las iniciales, las de desarrollo gradual y las de crecimiento continuo), es mejor diferenciar, como lo hemos asumido en este estudio, entre formación inicial y formación permanente.

La catequesis de iniciación pone las bases de la vida cristina. El proceso de conversión permanente va más allá de lo que proporciona la catequesis. Al señalar el carácter propio y específico de la catequesis en el ministerio de la palabra como iniciación, es posible distinguir entre dos tipos complementarios de formación del cristiano: la formación inicial o catecumenal que es la catequesis (con las características reseñadas más arriba: orgánica, sistemática, esencial, fundamental, integral) y la formación permanente o continua. La primera es la formación unida al proceso catecumenal, la que va desde la primera conversión hasta la integración plena en la vida de la comunidad. La segunda, basada en la anterior, continúa el desarrollo de la vida cristiana durante la etapa pastoral de la evangelización. 83

La etapa de acción pastoral, momento de la formación permanente y del crecimiento continuo, se dirige a los cristianos ya iniciados en los elementos básicos, que necesitan alimentar y madurar constantemente su fe a lo largo toda la vida. Es posterior a su educación básica (etapa catequético - iniciatoria) y la supone. Es la acción de la Iglesia, de la comunidad cristiana que, evangelizada, continúa la misión de Cristo en el mundo y anuncia y lleva la salvación a todos los hombres. Esta acción es el fin de la evangelización a la vez que es ella la raíz y la fuente de la evangelización. Para que esta acción de la Iglesia sea posible, la misión esencialmente idéntica de todos los cristianos se diversifica en distintos carismas y ministerios que crean la comunidad, están al servicio de ella y hacen posible la evangelización. Por ello, es importante que, en este momento de la acción pastoral de la Iglesia, cada cristiano encuentre su puesto y sepa dar respuesta a su vocación.

Como etapa de educación permanente en la fe, tiene el carácter de ser alimento constante que todo organismo adulto necesita para vivir. La meta de todo el proceso de evangelización consiste en que "el bautizado, impulsado siempre por el Espíritu Santo, alimentado por los sacramentos, la oración y el ejercicio de la caridad, y ayudado por las múltiples formas de educación permanente en la fe, busca hacer suyo el deseo de Cristo: Vosotros sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto. Es la llamada a la plenitud que se dirige a todo bautizado" 84

La educación permanente en la fe es posterior a su educación básica y la supone. Ambas actualizan dos funciones del ministerio de la palabra, distinto y complementario, al servicio del proceso de conversión permanente. La educación permanente en la fe se dirige no sólo a cada cristiano sino también a la comunidad cristiana como tal, para que vaya madurando

83 JULIO A RAMOS, Teología pastoral, BAC, Salamanca 1995.

84 D.G.C. 57.

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tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor fraterno (don de la comunión), cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera (misión).

De todas las anteriores reflexiones aparece claro que a la función de iniciación, propia del momento catequístico o catecumenal, anteceden unas acciones y surgen como consecuencia otras acciones. Se trata de tomar conciencia de dos cosas. Primero, que si bien es verdad que la iniciación cristiana es elemento fundamental y prioritario de toda acción evangelizadora, no debe ser confundida con la totalidad del proyecto evangelizador.

De este modo estaríamos acogiendo las siguientes indicaciones del Directorio General para la Catequesis: "Al definir la catequesis como momento del proceso total de la evangelización, se plantea necesariamente el problema de la coordinación de la acción catequética con la acción misionera que la precede, y con la acción pastoral que la continúa. Hay, en efecto, elementos que preparan a la catequesis o emanan de ella". 85 Y ello, en razón de que nuestra situación de nueva evangelización, exige que las tres acciones o etapas de la evangelización, se conciban coordinadamente y se ofrezcan mediante un proyecto evangelizador misionero, catecumenal y comunitario unitario. 86

19. Los dones de la comunión y la misión

Los dones de la comunión y de la misión, llamados a crecimiento y alimento continuo, son temas profundamente tratados por la Conferencia de Aparecida. Si bien son asuntos abordados a lo largo de todo el documento final, también dedica reflexiones específicas sobre los mismos. Por ejemplo, al don de la comunión, le dedica todo el capítulo quinto: “La comunión de los discípulos misioneros en la Iglesia”. Y a la misión, los capítulos 7 a 10. Donde llama la atención el título del capítulo 7, que sirve como telón de fondo al resto de reflexiones sobre la misión: “La misión de los discípulos al servicio de la vida plena”.

El documento es claro en la relación que existe entre discipulado y comunión, comunión y misión. Sobre el primero afirma que “no hay discipulado sin comunión”. “Esto significa, continua, que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa”. 87 La comunión, en términos de Aparecida es parte integrante y esencial de la identidad cristiana, por eso ha de iniciarse a ella, educarse y alimentarse permanentemente: “La vida en comunidad es esencial a la vocación cristiana. El discipulado y la misión siempre suponen la pertenencia a una comunidad. Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo. Este es un aspecto que distingue la vivencia de la vocación cristiana de un simple

85 D.G.C. 276

86 D.G.C. 277

87 D.A. 56.

37

sentimiento religioso individual. Por eso, la experiencia de fe siempre se vive en una Iglesia particular”. 88

Sobre la relación entre comunión y misión sigue la línea trazada en su momento por el documento “Los fieles laicos”. Toma una expresión suyo para expresar esta relación: “La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí (…) La comunión es misionera y la misión es para la comunión”89 En efecto, como dirá el documento “Los fieles laicos”, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta el punto que la comunión representa a la vez fuente y fruto de la misión (…) La misión de la Iglesia deriva de su misma naturaleza, tal como Cristo la ha querido: la de ser signo e instrumento (…) de unidad de todo el género humano. Tal misión tiene como finalidad dar a conocer a todos y llevarles a vivir la nueva comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre ha entrado en la historia del mundo”.90

Por su parte, la misión la entiende Aparecida en su doble dimensión: de anuncio del evangelio y de servicio a la persona y a la sociedad. Asume así la perspectiva trazada de nuevo por el documento “Los fieles lacios”. Documento que recuerda que “los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo”. 91 “En concreto, les corresponde testificar cómo la fe cristiana (…) constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada ser humano y a la sociedad”. 92

Aparecida sigue esta misma línea de pensamiento: “Necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y la plenitud de la vida. Y necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía, ni los medios de comunicación podrán proporcionarle”. 93“Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en El, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación”.94 “Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El, tengan vida, nos lleva a sumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de

88 D.A. 164.

89 D.A. 163.

90 C.F.L. 32.

91 C.F.L. 33.

92 C.F.L. 34.

93 D. A. 41.

94 D. A. 103.

38

todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano”. 95

Todo lo anterior será posible, y empieza a entenderse la importancia de una formación permanente y en perspectiva misionera expresada en los términos iniciales de estas reflexiones, “si los fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el evangelio y la vida, recomponiendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud”.96 De hecho, “en el descubrir y vivir la propia vocación y misión, los fieles laicos han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana. En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida espiritual, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida secular, es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso y de la cultura”. 97“Dentro de esta síntesis de vida se sitúan los múltiples y coordinados aspectos de la formación integral de los fieles laicos”. 98 “Formación que no es un privilegio de algunos, sino un derecho y un deber de todos”. 99

La relación entre discipulado, comunión y misión permite también superar una mirada muy “instrumental” sobre la misma misión. Esta es mucho más que un encargo, una función o un rol. Es parte integrante de la naturaleza de la vocación cristiana. Lo cual exige también superar el clericalismo y el considerar la labor de los laicos como una acción de suplencia o de mera colaboración. “El fundamento de la corresponsabilidad de los laicos en la misión de la Iglesia, no proviene de una generosa concesión de la jerarquía, que cede parte de su exclusividad misionera a otros miembros de la Iglesia. El profundo cambio eclesiológico operado en el Concilio Vaticano II, por el que se ha pasado de una concepción clericalista y hasta jerarcológica de la Iglesia, a una concepción profundamente sacramental, hace que sean los sacramentos del bautismo y de la confirmación, en el contexto de una misma y definitiva vocación a la fe, los que fundamenten teológicamente esa corresponsabilidad de los lacios en la misión de la Iglesia”.100

20. Conclusión.

En el proceso de formación de discípulos misioneros, Aparecida destaca cinco aspectos fundamentales que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran entre sí. Estos aspectos son: el encuentro con Jesucristo, la conversión, el discipulado, la comunión y la misión. 95 D.A. 384.

96 C.F.L. 34.

97 C.F.L. 59

98 C.F.L. 60

99 C.F.L. 63.

100 ANTONIO MARIA CALERO, El laico en la Iglesia. Vocación y misión, CCS, Madrid 1997.

39

Propósito de estas reflexiones fue la de mostrar la presencia articulada de cada uno de estos aspectos en las distintas etapas del proceso de formación del discípulo: la misionera, la catecumenal iniciatoria, y la pastoral, de comunión y de presencia cristiana en el mundo.

Se intentó mostrar de esta manera, la importancia del llamado de Aparecida en su mensaje final: “Al reafirmar el compromiso por la formación de discípulos y misioneros, esta Conferencia se ha propuesto atender con más cuidado las etapas del primer anuncio, la iniciación cristiana y la maduración en la fe”. 101

Con este modo de pensar Aparecida nos invita, como en su momento lo hizo el Directorio General para la Catequesis, “a saber operar” con una visión global de la evangelización.102

Pues ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización.103

Según esto, señala el Directorio, "hemos de concebir la evangelización como el proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal modo que ella: a) impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas; b) da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que caracteriza a los cristianos; c) proclama explícitamente el Evangelio, mediante el primer anuncio, llamando a la conversión; d) inicia en la fe y vida cristiana, mediante la catequesis y los sacramentos de iniciación, a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la comunidad cristiana; e) alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la educación permanente en la fe (homilía, otras formas del ministerio de la palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad; f) suscita continuamente la misión, al enviar a todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo". 104

El Directorio retoma así la dinámica del proceso de evangelización señalado en su momento por el Decreto del Concilio Vaticano II "Ad gentes", en los siguientes términos: a) testimonio cristiano; b) diálogo y presencia de la caridad; c) anuncio del Evangelio y llamada a la conversión; d) catecumenado e iniciación cristiana, e) formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos con sus ministerios. (AG 12-18). Ad gentes distingue de este modo tres momentos o etapas en el proceso evangelizador: situaciones iniciales, desarrollos graduales y camino hacia la perfección. A cada una de ellas le corresponde una acción educativa propia, pues se orientan a dar el alimento adecuado al crecimiento de la fe en su situación concreta y a acompañar el proceso permanente de conversión. De modo tal que al momento de situaciones iniciales le corresponde la acción de primer anuncio; al de desarrollo gradual la acción catecumenal de

101 D.A. Mensaje final, número 3.

102 D.G.C. 46.

103 E.N. 17.

104 D.G.C 48.

40

iniciación cristiana; y a la de madurez las diversas acciones de educación permanente en la fe.

Hemos de entender la evangelización como un proceso que está al servicio de la conversión permanente y del crecimiento continuo en la fe, tanto de las personas como de las comunidades, ya sea para suscitarla, fundamentarla o alimentarla. Y ello porque la fe es un don destinado a crecer y madurar en el creyente. Cada verbo expresa lo propio de cada etapa del camino en el itinerario de formación del discípulo: “suscitar” la fe – conversión es el propósito del primer anuncio; “fundamentar” y “estructurar” la conversión inicial es el propósito del momento catecumenal de iniciación, y “alimentar” de modo permanente el don de la comunión y de la misión es el propósito de la etapa maduración en la fe.

El reconocer lo propio de cada una de estas etapas, que por lo demás no son “recintos estancados”, sino que son acciones interdependientes (cada una influye en la otra, la estimula y la ayuda), 105 va a permitir asumir dos llamados de atención contenidos en el documento de Aparecida, que sustentan la importancia de asumir la formación del discípulo como un itinerario. Por un lado, el reconocer que el “itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la persona”.106 Y, por otro, entender que “llegar a la estatura de la vida nueva en Cristo, identificándose con El y su misión, es un camino largo, que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos comunitarios, continuos y graduales”.107

La pedagogía de la Iglesia, inspirada en la misma pedagogía de Jesús, exige hoy día superar posturas homogéneas, únicas e iguales para todos. Nos exige aceptar la gradualidad de la evangelización como “signo del respeto de la Iglesia al crecimiento personal del creyente. Su amor maternal desea dar a cada uno el alimento más adecuado a su situación”. Gradualidad, que “en modo alguno significa camuflar o silenciar exigencias de la evangelización, sino saber respetar las posibilidades graduales del destinatario, adaptándose al momento en que se encuentra”.108

Mostrar la importancia y el valor de esta gradualidad, la concatenación de cada una de las etapas, la riqueza y la complejidad de todo el proceso, sus distintos aspectos, es el propósito de estas reflexiones como apoyo a lo que se conoce como “Misión Continental”. De modo tal que esta logre para lo que fue sugerida, pensada y organizada: “profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un discípulo misionero”.109

El desarrollo de la Gran Misión Continental en nuestro país puede ser la oportunidad de iniciar una amplia renovación pastoral. Va a exigir de nosotros acoger el llamado a la

105 R.M. 34

106 D.A. 277.

107 D.A. 281.

108 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA – COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Catequesis de adultos. Orientaciones pastorales, Edice, Madrid 1991, número 7.

109 D.A. 362.

41

conversión, personal y pastoral. La Iglesia, dice Aparecida al hacer el llamado a la misión continental, “necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad”, un “nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente”110. Por ello, recuerda, “ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”.111

Ese es el propósito de pensar los aspectos del itinerario de formación del discípulo en nuestro país. Pensar los modos más idóneos y acordes a la pedagogía de Jesús y de la Iglesia, de transmitir la fe a los hombres y mujeres de hoy. De superar estructuras caducas y poco misioneras. No puede haber misión sin renovación de la vida de la misma Iglesia.

110 D.A. 363.

111 D.A. 365.

42

43

ETAPA DEL PROCESO DE EVANGELIZACION

DIRIGIDO A

ACCION EDUCATIVA

PROPOSITO

ACCION MISIONERA

INDIFERENTES NO CREYENTES OTROS CREYENTES BAUTIZADOS DE

TODA EDAD

PRIMERA EVANGELIZACIONPRIMER ANUNCIO

SUSCITAR, CONVOCARY DESPERTAR LA FE Y LA CONVERSION

ACCION CATECUMENAL RECIEN

CONVERTIDOS

CATEQUESIS DE INSPIRACION

CAYECUMENAL

ESTRUCTURAR FUNDAMENTAR

INICIAR

ACCION PASTORAL DE COMUNION Y DE

PRESENCIA

FIELES CRISTIANOS MADUROS

ACCIONES DE FORMACION

PERMANENTE

ALIMENTAR Y DESARROLLAR EL DON DE LA COMUNION Y LA MISION

44

PROCESO DE CONVERSION PERMANENTE

SITUACIONESFRENTE A LA

EVANGELIZACION (A-G)

ETAPAS DEL PROCESO

EVANGELIZADOR (R-M)

FUNCION DEL MINISTERIO DE LA PALABRA

(D. G. C.)

INTERES Y CONVERSION INICIAL

INICIALES ACCION MISIONERA

PRIMERA EVANGELIZACION

PRIMER ANUNCIO Y KERIGMA

PROFESION DE FEDESARROLLO

GRADUALACCION

CATECUMENAL

INICIACION CRISTIANA CATECUMENADO

CATEQUESIS

CRECIMIENTO PERMANENTE

DE CRECIMIENTO PERMANENTE

ACCION PASTORAL DE COMUNION Y DE

PRESENCIA

ACCIONES DE EDUCACION PERMANENTE EN LA FE

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