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APODOS, PALABROTAS E INSULTOS
Es raro el niño que no utiliza motes o que no utiliza palabras inapropiadas, al menos de manera ocasional. Algunos niños lo hacen para expresar su independencia, a veces porque están enfadados ya veces porque es divertido.
Hacia los tres años de edad, las palabras asociadas a funciones corporales como pipí y caca pasan a formar parte de su conversación, y más tarde eligen aquellas que más llaman su atención.
En la mayoría de casos, el hecho de ignorar estos comportamientos (y esto significa no reír, ni siquiera sonreír) logrará que se vayan extinguiendo progresivamente. Tacos y palabrotas también salen a veces de la boca de los adultos, pero éstos han aprendido a controlarse y esto es lo que deben hacer asimismo los niños. Existen maneras de no fomentar el uso de palabras malsonantes. De todas formas, no se recomienda la vieja práctica de enjabonar la boca del niño, ésta es peligrosa y en ocasiones puede dañar las paredes del esófago e incluso los pulmones. Además, el jabón no «lava» las palabras de la mente del niño.
Constitúyase en un buen ejemplo
Desde el principio, di al niño cuándo está utilizando una palabra incorrecta.
Mientras tanto, los padres deben también vigilar lo que dicen.
Sé un buen ejemplo. Los niños suelen imitar a los padres, así que es importante que éstos se comportan de la misma forma que quieren que lo hagan sus hijos. Si los padres dicen palabrotas, los niños no entenderán por qué no pueden decirlas. Si los padres tienen explosiones de cólera les será difícil pedir a sus hijos que controlen sus emociones. Evita los apodos. No hay que llamar al niño «mocoso» o «desastre» o algo parecido,
pues así, no sólo aprenderá a poner apodos a los demás, sino que se le animará a
comportarse de acuerdo con su calificación.
Prestar excesiva atención a los motes o palabrotas
Se puede fomentar este comportamiento incorrecto por prestarle demasiada
atención.
No reacciona desmesuradamente. Indica al niño con firmeza que no debe de utilizar estas palabras y que no es correcto que las diga, pero si se reacciona desmesuradamente, con horror o risa, se puede inducir al niño (especialmente al niño más pequeño) a utilizar como juego palabras cuyo sentido ni siquiera comprende.
Ignora las palabras inofensivas. Algunas palabras se utilizan sólo como travesura y si se ignoran, se logra erradicar su uso. Las palabras más ofensivas, no deben desde luego ser ignoradas, ya que podrían causar problemas al niño fuera del entorno familiar.
Elimina su reacción de sorpresa. Cuando el niño utiliza una palabrota, no hay que
mostrarse sorprendido ni gritarle (es seguro que has escuchado la palabra con
anterioridad).Si se las trata como fruto prohibido el niño se sentirá todavía mas
atraído a utilizarlas.
Ofrezca alternativas
«Los palos y las piedras pueden dañarme, pero las palabras nunca me harán daño».
Este cliché ha logrado permanecer y ha ayudado a muchos niños en la cuestión de
los motes. Otra forma de ayudar al niño es prepararle para que tenga una estrategia
para actuar y una alternativa a utilizar.
Comenta la palabra. Di al niño lo que significa la expresión y por qué no debe usarla
para insultar ni herir los sentimientos de los demás. En algunas ocasiones, la palabra
no es más en sí misma, si no que en el contexto su utilización es inadmisible.
Sugiera estrategias alternativas. Enseña al niño a que exprese cómo se siente antes
de insultar a alguien. «En lugar de haber llamado a Jim cabezota, deberías haberle
dicho que estás enfadado porque te avergonzó delante de los otros niños».
Juegos de roles. Un niño de cinco o seis años es normalmente lo suficientemente
maduro como para desempeñar el papel del apodo que ha puesto, para fomentar
respuestas constructivas. Hay que enseñarle a ignorar los motes que le ponen los
otros niños y si no puede, enséñele a utilizar su vocabulario para decir que no le
gusta le pongan motes o apodos.
Fomenta la utilización de otras palabras y otras salidas. El niño precisa de una
válvula de escape para sus emociones. Anímale a que exprese sus sentimientos
mediante frases en lugar de usar tacos que sólo le ocasionarán problemas. Dígale
que sólo puede expresar las palabras adecuadas. Un pequeño paciente de los
autores inventó su propia palabra y la utilizaba cuando se enfadaba.
Elogia la conversación adecuada. Dígale al niño que le gusta mucho que utilice
palabras constructivas para manifestar sus sentimientos. Si Alyson está enfadada
con Mark y en lugar de insultarle le dice «Mark, estoy muy enfadada contigo.
Devuélveme mi juguete o se lo diré a los papás».
Aplicar consecuencias negativas
Si las palabrotas o los insultos no pueden resolverse mediante las medidas
descritas, se pueden aplicar las siguientes consecuencias:
Pon al niño en el rincón. Si el niño utiliza continuamente palabras inaceptables,
después de que se le ha reprendido, entonces habrá que utilizar el tiempo en el
rincón. Asegurase de que entiende que deberá sentarse en el rincón cada vez que
insulte o diga palabrotas. Déjalo sin privilegios si el comportamiento continua y a
vuelve a ellos cuando mejore su actitud.
Consigue que el niño “pague” por las conductas inaceptables. Crea un sistema de
pago como consecuencia de la utilización de palabras incorrectas. Por ejemplo, se le
puede multar con tiempo, quizá el tiempo que tardará en escribir una página
completa de «Prometo no decir palabrotas nunca más».
MENTIR
Todos disfrazamos a veces las verdades, justificándonos a veces con mentiras
piadosas, pero todos nos preocupamos cuando un niño miente. La comprensión de
la diferencia que existe entre la realidad y la ficción es un concepto difícil de
adquirir y que se tarda tiempo en desarrollar.
El Dr. Jean Piaget, un famoso psicólogo estudioso de las etapas del desarrollo
infantil, demostró que hasta los cuatro años los niños pre-escolares actúan con el
principio de complacer a los padres. Lo que le gusta a papá o a mamá es bueno, lo
que les hace enfadar es malo. Si una niña pequeña le dice a su mamá que ha roto su
jarrón favorito, mamá se sentirá triste. Ya que no es bueno que mamá esté triste, la
solución obvia es decirle que no lo rompió ella. De forma similar, es muy normal
que un niño mire a su padre a la cara y le diga que no ha tocado la caja de las
galletas, aunque su cara y sus manos estén llenas de migas de galleta. Este tipo de
actuaciones enfurecen a los padres, pero un niño requiere tiempo para aprender la
diferencia entre realidad y ficción, e incluso los niños de primer grado pueden no
haber controlado este mecanismo. El Dr. Arthur Applebee, mediante entrevistas
con 88 niños de edades entre seis y nueve años, puso de manifiesto que sólo un
18,2 % de los niños de seis años hacían una clara distinción entre realidad y ficción,
pero que a la edad de 9 años todos los niños sabían que los cuentos no son verdad y
un 90 % estaban seguros de que ni Cenicienta ni los gigantes eran reales.
A medida que el niño empieza a distinguir entre realidad y fantasía, va aprendiendo
también que una mentira es siempre una mentira, incluso si nadie la descubre ni
disgusta a sus padres. A los 7 años, el niño se siente mal cuando miente, incluso si
no es descubierto, aunque todavía no sea totalmente capaz de razonar.
Le inquietan las fechorías y el castigo ya veces también le preocupa que Dios pueda
castigarle, incluso si los padres no lo hacen. A los 11 o 12 años, empieza a ver la
verdad desde una nueva perspectiva que, de acuerdo con Piaget, refleja su madurez
y experiencia. A esta edad, el niño desarrolla la comprensión del hecho que la
sociedad está basada en la confianza.
Es aquí donde se inicia el acusado idealismo de la adolescencia.
La mentira tiene distintos significados a diferentes edades y la veracidad debe ser
tratada como un concepto en evolución. No hay que tomarse demasiado en serio el
hecho de que un niño mienta. En lugar de ello, se deben utilizar las soluciones que
se sugieren para enseñarle a ser honesto de acuerdo con su nivel de entendimiento.
Enseñar al niño el significado de la verdad
Se indican a continuación varias formas de ayudar al niño de dos, tres, e incluso cuatro
años a identificar lo que es «simulado» y lo que es real.
Juegos de roles. Existen muchas oportunidades mientras el niño juega, para diferenciar
la verdad de la fantasía. Uno de los padres puede hacer de monstruo y aunque no lleve
disfraz, el niño puede asustarse y tener dudas sobre lo que es real y lo que no lo es.
Utilice este tipo de ocasiones para hablar de lo que puede y no puede ocurrir en
realidad. ¿Es papá un monstruo? ¿Existen realmente los monstruos o son sólo
ficciones? Los acontecimientos reales y las conversaciones pueden comentarse. Habrá
que explicar al niño que decir «eres tan dulce que te comería», es hablar de una forma
figurada, ¡pero que si él muerde a su hermano, eso es real y duele! Utiliza los
programas de televisión, películas y libros para fomentar las conversaciones sobre
realidad y ficción. Cuando se esté viendo la televisión, especialmente dibujos animados
y películas de acción, comente si lo que se está presenciando podría en realidad
ocurrir. ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Es el héroe real o de ficción? ¿Pueden las personas
volar? ¿Puede un gato explotar y luego salir andando tan campante? ¿Qué ocurre
cuando un perro es atropellado por un coche?
Cuando se leen cuentos a los niños, se ofrece una buena ocasión para hablarles sobre
la realidad y la ficción. Pida a su librero que indique los títulos de lecturas apropiadas a
la edad del niño.
Ayuda al niño a distinguir entre deseos y realidad. Una madre oyó a su hijo contar a un
amigo que tenía un caballo, cuando en realidad no era así. Habló con el niño para
ayudarle a entender que aunque a veces montaba en ponis, no tenía ningún caballo de
su propiedad. Sugirió que le contara a su amigo que había exagerado. Todos los niños
se jactan y fanfarronean cuando son pequeños.
Ser un buen ejemplo
Los niños son como cámaras de vídeo. Captan todo lo que ven y oyen y lo repiten
después, especialmente cuando el ejemplo lo da alguien a quien quieren. Así que
como a quien más imitan es a los padres, es importante que éstos modelen su
conducta de veracidad.
Si se lleva al niño al parque de atracciones y se miente sobre su edad para no pagar la
entrada, el niño se dará cuenta. Puede incluso decir, para bochorno de los padres «No
tengo tres años, tengo cuatro». Si un policía hace detener el coche por haberse saltado
un stop y se inventa una mentira para no pagar la multa, el niño se preguntará por qué
sus padres pueden mentir y él no.
En el caso de las mentiras piadosas que se dicen para guardar las formas o para no
herir los sentimientos de alguien, los límites son más difíciles de trazar. Con el tiempo,
el niño aprenderá a distinguir entre mentiras maliciosas y conveniencias sociales. Hay
que evitar el problema modelando la conducta adecuada. También se puede enseñar
buena educación.
No incitar a mentir
Los padres preguntan con frecuencia a los niños sobre su mal comportamiento de una
forma que les incita a mentir. El pequeño Ted está en la cocina con la caja de galletas
en el suelo y las galletas a su alrededor. Su madre se precipita en la cocina y le mira de
frente con enfado y le pregunta «Ted, ¿te has subido y has tirado la caja de las
galletas?» El niño la mira inocentemente y dice «No». El niño está actuando mal,
primero porque ha tirado la caja de las galletas y después porque ha mentido. Las
repeticiones constantes de este tipo de preguntas pueden transformar incluso al niño
más honesto en un mentiroso.
No hagas preguntas. En su lugar, hay que decir al niño qué es lo que hizo mal. Hubiera
sido más práctico que la madre de Ted le hubiera dicho «¡Estoy muy enfadada contigo,
te subiste y tiraste la caja de las galletas!»
Ignora que el niño niega lo obvio y preocúpese únicamente del comportamiento
inadecuado inicial. Si la situación no está totalmente clara, pero se tienen buenas
bases para suponer que el niño es responsable de la fechoría, no hay que hacerle
preguntas. Hay que decirle lo que se piensa acerca de lo que ha ocurrido. Si el jarrón
está roto y no se puede creer que lo haya hecho el perro, indique al niño que piensa
que lo ha roto él.
Hacer una separación entre los castigos por mal comportamiento y los castigos por
mentir
Explica al niño que si cuenta la verdad, no habrá enfados, si miente dígale que ello le
ocasionará el doble de problemas y cúmplalo.
No castigues tan severamente que el niño prefiera mentir. Si los padres castigan al
niño demasiado a menudo o demasiado severamente, el niño puede caer en la
costumbre de mentir para evitar el castigo. Puede llegar a temer tanto el castigo que
prefiera probar suerte con la mentira. Recordamos que uno de nuestros pequeños
pacientes decía: «Las cosas no pueden ir mucho peor», así que mentía, consiguiendo a
menudo librarse del castigo.
Castiga la acción y luego penaliza la mentira. Consiga que las consecuencias de la
mentira sobre una fechoría sean un castigo distinto y no demasiado severo. Si el
castigo por haber estado husmeando en la caja de galletas sin permiso es la
prohibición de comer galletas al día siguiente, el castigo por mentir debe ser otro día
adicional sin galletas (no toda la semana). Si el niño dice que va a casa de un amigo y,
en realidad, va a otro sitio, una consecuencia adecuada sería quedarse en casa,
después del colegio, durante dos días. El castigo por haber mentido sobre el lugar a
donde iba, no debe ser mayor al de la restricción inicial. Si los padres se ciñen a esta
manera de actuar, el niño se dará cuenta de que tendrá la mitad de problemas si dice
la verdad.
Reforzar la veracidad
Más que el hecho de penalizar las mentiras los padres deben acordarse de reforzar que
un niño diga la verdad. En un niño se han de promover las tendencias que se valoran,
en este caso el comportamiento honesto y veraz.
Elogia los comportamientos veraces. Es la forma más simple de fomentar la honradez.
Es conveniente asegurarse de que se elogia de manera adecuada a la edad del niño.
Por ejemplo, se pone a un niño de dos años frente a un jarrón roto. El niño, después de
una pausa, en vez de negarlo, dice «lo siento». Los padres deben decirle,
inmediatamente, que está muy bien que haya admitido la verdad y luego, deben
castigarle por haber roto el jarrón.
Confecciona «un libro de verdades». Centra la atención en los buenos
comportamientos del niño por medio de un libro en el que se anoten todas las
ocasiones en las que es honrado, revisándolo con él cada día. Explíquelo en presencia
del niño a otras personas. Para niños más mayores, deje que ellos mismos
confeccionen el libro, recompensándoles por los registros veraces.
Recompensa la veracidad con privilegios y/o sorpresas. Utiliza las consecuencias
lógicas cuando sea posible. Si el niño dice la verdad sobre el sitio donde ha estado, hay
que decirle que se confiará en él para que vaya a otros lugares. Continua otorgándole
el privilegio mientras vuelva a tiempo y vaya a lugares permitidos. Da un castigo menor
al niño que cuando se le atrapa en una mala acción lo admite voluntariamente. Desde
luego no hay que dejar que ello sea un motivo para que el niño manipule a sus padres.
Cuando el niño tiene un historial de mentiras, son útiles los gráficos y las recompensas
para fomentar la verdad. La primera vez que Scott admitió que había olvidado su libro
de matemáticas en la escuela fue oportuno recompensarle, ayudándole a buscar una
solución. Cuando el comportamiento de decir la verdad empieza a arraigar en el niño,
es conveniente elogiarle y recompensarle cada vez con menos regularidad.
Consultar con profesionales para niños que mienten de forma persistente y grave
Los niños de l0 u 11 años que siguen mintiendo persistentemente, pueden estar
sufriendo graves problemas emocionales. Algunos niños no pueden diferenciar la
realidad de la fantasía. Otros pueden ser conscientes de sus patrañas pero ni sienten
remordimientos ni ven el hecho como un error. Algunos cuentan mentiras maliciosas o
que parecen hechas para ser descubiertas. Necesitan la atención de un profesional.
EL NIÑO QUE EXIGE EXCESIVA
Todo el mundo requiere atención, ya todo el mundo le gusta pero algunos niños
requieren atención continua. Son como perritos pegados a los talones de los demás.
Sin que importe la atención que se les presta, quieren más y más. ¿De dónde proviene
este comportamiento? A menudo, el niño está enfadado porque no atrae
suficientemente la atención de sus padres. Es difícil discernir, saber la cantidad de
atención necesaria, pero el niño sabe que los padres estarán allí cuando los necesite, a
largo plazo y durante el día.
Otros niños reclaman excesiva atención porque son niños inseguros y muy
dependientes. La dependencia puede ser temporal, por ejemplo puede estar causada
por una muerte, enfermedad, divorcio o por el nacimiento de un hermano o, también,
por un problema escolar o con los amigos. Esta dependencia puede ser más
permanente y, en este caso, se ha fomentado con la complicidad de los padres. Si los
padres responden a cada capricho del niño, éste aprenderá a esperar este tipo de
respuesta a todas horas. «Mamá, mira esto». «Papá, juega conmigo». «Papá, haz
esto». «Mamá, haz me aquello». Este niño espera una atención total ininterrumpida,
sin fin y esto, además de ser imposible, no resulta sano.
Las claves para hacer frente satisfactoriamente a este problema están en cuándo y
cómo se le presta atención.
Hága mucho caso cuando el niño no lo pida
Si al niño le gusta atraer la atención, los padres se la darán si controlan la situación
cuando el niño no la pida. Hay que elogiarle y reforzar los comportamientos
apropiados tanto como sea posible.
Da al niño un tiempo de atención concreto. Los padres deben proporcionar a cada uno
de sus hijos atención individual, cada día, aunque sólo sea durante algunos minutos. La
cena y la hora de acostarse son ocasiones apropiadas pero cualquier rato puede serlo
mientras el niño sepa que sus padres están disponibles de forma regular. Si la atención
de los padres es un hábito diario, esto dará a los niños seguridad y es un objetivo a
alcanzar.
Dale un vale. Cuando no se pueden llegar a cubrir las necesidades razonables del niño,
es conveniente darle un vale. Puede ser una hoja de papel en la que se escriba: «Este
tique vale por 15 minutos de atención de mamá». Diga al niño cuándo se está
disponible para que lo utilice.
Cuando un niño pequeño deba esperar para conseguir la atención de sus padres, es
útil un cronómetro. Cuando el timbre suena, el niño sabe que ha llegado su turno.
Mientras espera, anímele a que haga planes para el tiempo especial que va a pasar
junto a sus padres.
El niño que reclama atención constantemente
Si los padres piensan que cumplen con las necesidades del niño y que están haciendo
todo lo que pueden, pero el niño sigue reclamando excesiva atención, deben
considerar la situación y pueden utilizar tácticas para que las peticiones disminuyan.
Ignora las peticiones. Si el padre de Sara ha ido a buscar a la niña a la escuela y
después de haberle prestado atención, habla con sus otros hijos y Sara interrumpe
pidiendo que sólo la escuche a ella, su padres deben ignorar la petición. Cuando cese
de quejarse o de lloriquear y se comporte bien, le volverá a prestar atención. «Eh,
Sara, me gusta lo que estás dibujando. ¿Lo has aprendido en la escuela?» Se le ha de
empezar a enseñar que debe esperar su turno pero que se tiene interés en lo que dice
o hace. Véase sección 8.9 sobre interrupciones para mayor información sobre esta
situación especial.
Utiliza la técnica del disco rayado. Si a los padres no les gusta la técnica de ignorar
existen otras salidas. Los padres han estado jugando con Sally todo el día y ahora
quieren leer el periódico antes de la cena. Le dicen a la niña que dibuje mientras ellos
leen, pero la niña quiere que la miren constantemente. A partir de este momento, hay
que sentarse cómodamente y seguir leyendo, sin mirarla para nada. Cada vez que la
niña pida que la miren, hay que repetir las mismas palabras: «Miraré cuando haya
terminado de leer». No hay que cambiar de actitud, no importan las veces que la niña
intente atraer la atención. Cuando los padres hayan terminado de leer, se pueden
volver hacia la niña diciéndole: «Ahora hemos terminado de leer, déjanos ver tus
dibujos.
Ayudar al niño para que desarrolle su independencia y seguridad en sí mismo
Si el niño es inseguro o bien necesita aprender: a actuar con independencia:
Dé forma y refuerce la independencia. Si el niño ha estado reclamando atención,
elógiele si ha dejado que usted terminara lo que hacía y ha esperado. Dígale que va
usted a leer durante cinco minutos y que puede guardar sus preguntas para más tarde.
Cuando los padres hayan terminado, deben recompensarle mostrando interés. Utilice
un cronómetro para indicar al niño cuánto debe esperar para que se le preste
atención. Empiece con unos minutos e incremente el tiempo paulatinamente para que
aprenda a esperar.
Haga un gráfico de recompensas. Elija una actividad o una hora del día durante la cual
el niño requiera normalmente atención, por ejemplo cuando se está preparando la
cena. El niño podrá elegir entre varias actividades, y podrá ganar puntos por jugar solo.
Los puntos pueden irse acumulando para comprar su juego favorito o unas zapatillas
de deporte.
Construya una buena imagen. Los padres deben llevar un cuaderno con los buenos
comportamientos del niño. Hay que elogiarle y, más tarde, se explicará a toda la
familia.
Consiga que el niño se interese en actividades. El niño debe interesarse por cosas que
no requieran ayuda del resto de la familia. Busque una actividad en la que el niño
pueda destacar por sí mismo como ballet, deporte o arte.
Los padres deben tener una clara conciencia de los problemas subyacentes. A veces, el
niño necesita atención porque está preocupado o porque tiene miedo. Es conveniente
escuchar lo que está intentando decir. Véase sección (5.6 sobre niños dependientes y
capítulo 14 para miedos específicos.
Responder a las reacciones
Los padres deben orientar especialmente las peticiones de atención del niño si son el
resultado de un acontecimiento traumático.
No apliques sobrecorrecciones. Preste al niño la atención que precisa pero no intente
sobrerrecompensarle por los acontecimientos perturbadores. La ansiedad por una
mayor atención va pasando con el transcurso del tiempo.
Consiga que los sentimientos salgan a la luz. Si va a ocurrir algo inesperado o ha
ocurrido ya en la vida del niño, los padres deben informarle de lo que puede esperar.
Debeis prepararle para lo que vaya a ocurrir. La información mitiga la inseguridad.
Dadle la oportunidad de hablar de sus sentimientos, de sus preocupaciones, celos,
alegrías y aflicciones.
Utiliza técnicas de relajación. Ayúdale a estar de acuerdo consigo mismo, más que a
ser dependiente de sus padres.
EL NIÑO QUE NO ACEPTA UN «NO»
Poco importa que se haya dicho no diez veces. Si el niño sabe que eventualmente se
dirá sí, seguirá dando la lata, como una tortura china, haciendo pataletas, melindres y
lloriqueando sin fin, hasta que los padres se rindan y cedan. Ha aprendido por
experiencia que su insistencia dará resultados, probablemente posibilidades más
seguras que las de ganar en un casino.
La única solución al problema es que tanto padres como hijos aprendan que realmente
están hablando en serio. Si el hecho de rechazar un «no» como respuesta se ha
convertido en un patrón permanente, se sugiere que se estudien las influencias previas
y que se haga un auténtico esfuerzo para cambiarlo lo antes posible. Este molesto
comportamiento puede transformarse en un serio problema en la adolescencia, pero a
cualquier edad en que aparezca, debe resolverse.
Pensar antes de hablar
No hay que responder automáticamente «no» a las peticiones del niño. ¿Cuántas
veces decimos «no» queriendo decir, quizás, más tarde? Es mejor reflexionar bien la
respuesta antes y dispensar un mínimo de noes. Los padres deben utilizar el no cuando
sea realmente lo que quieran decir. Ello no significa que se deba decir siempre que sí,
sino que se debe ser consciente de la frecuencia con la que se rechazan peticiones
legítimas. Cuando el niño haga una petición, hay que hacer una pausa, hay que pensar
y confirmar la respuesta mentalmente antes de verbalizarla. Si en un momento dado
no tiene la seguridad de que va a darle la mejor respuesta diga: «Déjame que lo piense
un minuto». Sin embargo, una vez que se ha decidido, haga lo que ha dicho y no
cambie de idea.
No dar al niño oportunidad de dudar
Las soluciones que se dan a continuación eliminarán los inventos del niño para que
usted cambie de actitud.
No responda con una pregunta: «Mamá, quiero un helado de cucurucho» «¿No ves
que es demasiado tarde y es casi hora de cenar?» Se está preguntando. Nunca se debe
preguntar, la respuesta tiene que ser sí o no.
No se justifiques. No es momento de un debate. Evita disputas y no favorezca la
discusión. Dé una respuesta simple y no intentes explicarla o, de lo contrario, el niño
puede intentar rebatir las razones de los padres una por una.
Mostrar al niño que se habla en serio
Si el niño sigue sin querer aceptar un no por respuesta:
Aplicar la ignorancia sistemática. Si ya has contestado al niño, no permitas discusiones,
debates, etc. Sólo silencio. Ignora respuestas, porqués, pataletas o lloriqueos o
cualquier otro elemento del repertorio del niño. Después de muchos meses o años de
éxito por parte de los niños logrando que los padres cedan, esto puede parecer
mucho.
Aplica la técnica del disco rayado. Si no se es capaz de ignorar los intentos del niño,
debe realizar otra técnica. Si se ha dicho «No, Silvia, no te voy a comprar estos dulces
para el desayuno» y Silvia continúa pidiéndolos, simplemente se han de repetir las
mismas palabras en el mismo tono, cada vez. «Dulces no, Silvia, dulces no, Silvia».
Pérdida de privilegios. Para un niño mayor, la pérdida de privilegios puede ser una
herramienta muy eficaz. Por ejemplo, «Jeremy, te he dicho que no puedes ir a casa de
Carla ahora. Como me lo has discutido, no podrás ver la película de la televisión esta
noche». O bien aplique consecuencias naturales. «Tampoco podrás ir mañana a casa
de Carla porque estás discutiendo».
Reforzar la cooperación
Cuando el niño acepta un «no» por respuesta es conveniente reforzar sus esfuerzos.
Lleva un diario. Elógiale cuando haya sido cooperador y, además, anótelo en un diario
de «buena atención». Al final del día, revise el diario con el niño para que sepa lo bien
que lo hace.
Ofrézcale vales o puntos en un gráfico. Cada vez que el niño sepa encajar un «no»
como respuesta, podrá ganar un vale o un punto. Al principio, se le dará una sorpresa
por dos puntos, luego por tres, incrementando gradualmente el número de puntos
necesarios a ganar. Entretanto, sorpréndale cuando no lo espere.
Utiliza consecuencias naturales. José pide una galleta. Escucha y comprende que se le
ha dicho no. Algo más tarde recompénsele diciendo: «José, me ha gustado mucho
cómo me has escuchado, después de comer puedes coger una galleta». Si se le dice a
José que no puede jugar fuera porque usted se está arreglando para ir de compras, y el
niño responde agradablemente, «De acuerdo, mamá». Se le puede responder: «José,
intentaremos volver pronto para que tengas tiempo de jugar más tarde, eres ya un
chico mayor porque me escuchas con atención».
HACER TRAMPAS
«Cada uno a su examen, por favor». Palabras familiares dichas por prácticamente cada
profesor durante cada examen. Se estima que más de un tercio de todos los
estudiantes copian al menos una vez durante sus años escolares. Hay muchas razones
por las que los niños sienten la necesidad de hacer trampa en los exámenes. Los niños
pequeños son egocéntricos y quieren triunfar, no importa cómo. Incluso un niño de
cinco años siente la necesidad de hacerlo bien y si para conseguir lo que quiere
necesita copiar, lo hará. Algunos niños a los que les cuesta aceptar la derrota harán
trampas para ganar en los juegos y se permitirán acusar a otros niños cuando a su vez
las hagan.
En el colegio, un niño puede tener miedo de las repercusiones de las malas notas. En la
imposibilidad de alcanzar la meta, un niño puede no ser capaz de resistirse a mirar el
examen de otro. Especialmente en una escuela competitiva, un niño que está mal
preparado o es incapaz de aprobar puede cubrir este déficit copiando. Otros no lo
hacen porque lo necesiten, sino porque lo hacen los demás. Incluso los buenos
estudiantes caen en este círculo vicioso dejando que los demás les copien.
El hecho de hacer trampas repetida y frecuentemente, que es un aspecto más del
patrón general de mentir, es un patrón de comportamiento que no debe considerarse
a la ligera. Puede indicar problemas emocionales más serios y muchas veces precisa
ayuda profesional.
A continuación se dan algunas soluciones que ayudarán a manejar la situación se
produzca cuando se produzca.
Afrontar el problema
Es útil determinar por qué el niño ha hecho trampas y discutirlo abiertamente.
Busca la razón. No le preguntes al niño si ha hecho trampa cuando está claro que lo ha
hecho. Enfréntele tranquilamente con la evidencia. Algunos niños negarán
vehementemente su culpabilidad y otros se desmoronarán, pero no se enfrente a él
como su enemigo. No hay que acusarle ni regañarle. Intente averiguar por qué ha
elegido la trampa. ¿Estaba poco preparado para el examen? ¿Se sentía empujado a
conseguir niveles imposibles?
Expresa su desaprobación. El niño debe saber, calmada y firmemente, que hacer
trampas no es aceptable. Explíquele por qué la trampa no es una opción aceptable y
sugiérale soluciones alternativas que podrían servirle como soluciones.
Fomenta la honestidad. Hay que imbuirle de la importancia que tiene hacer un
esfuerzo honesto. Para ello uno debe practicar lo que predica y dar buen ejemplo.
Consiga que el niño sepa que lo que cuenta es cómo se juega.
Obligar al niño a admitirlo ya corregirlo
Puesto que es importante que un niño se dé cuenta de las consecuencias de su
comportamiento, hágale reconocer un comportamiento deshonesto y corregirlo.
Aunque sea la primera vez o (quizás especialmente porque es la primera vez), dadle
importancia. Discuta el comportamiento con el maestro y según la situación y su
gravedad, decida un seguimiento apropiado. Puede ser un suspenso en este examen o
una prueba oral para ver si ha aprendido la materia. O quizás se le pida un trabajo
extra sobre esta materia. A veces el tratamiento más eficaz para los que copian
repetidamente es la acción de pedir disculpas públicamente o pedírselas al niño de
quien se han apropiado las ideas. Debe comprender entonces que precisará tiempo
para demostrar que vale y para ganar de nuevo la confianza del resto de la clase.
Fijar niveles realistas
A continuación enfréntese a la razón que ha llevado al niño a la trampa. ¿Son sus
objetivos o los del niño poco razonables? De ser así, hay que modificar las
expectativas.
No hay que provocar que el niño haga trampas. A veces, la pauta fijada en casa y en la
escuela inintencionadamente provoca que el niño copie. Un entorno competitivo que
da excesiva importancia a las calificaciones ya los triunfos aumenta las posibilidades de
que el estudiante haga trampas.
Fija objetivos realistas. Cuando las expectativas son demasiado altas el niño copiará
con más probabilidad. Cuando las calificaciones se convierten en algo más importante
que aprender se encamina al niño acopiar. Cuando las puntuaciones y las calificaciones
de los exámenes no se mantienen en privado, o bien los compañeros del niño hacen
gala de ellas, se tienta al niño a copiar. Hable con el profesor para discutir el nivel del
niño y pídale que no se le etiquete o se le haga sentir inferior. El niño que saca malas
notas no es el único que querrá mantener su promedio por cualquier medio. Hay que
discutir los problemas del niño para intentar aliviar las presiones. Es conveniente pedir
ayuda suplementaria para compensar los déficits en aptitudes o de aprendizaje. Hay
que pedir que se dé importancia al aumento de la capacidad y del aprendizaje más que
a las calificaciones.
Explica el significado de la honestidad. Es bueno explicar al niño de una manera
tranquila y amable qué significa la honestidad y asegúrese de que sabe cómo hacer su
trabajo en el colegio de forma correcta. Por ejemplo, se le explicará la diferencia entre
copiar de un libro (plagiar) y parafrasear el material. Trabaje incluso con los
estudiantes más pequeños para que aprendan a utilizar el material de estudio de
forma adecuada.
Aumentar el tiempo de estudio si es necesario
Cuando la fuente del problema es la falta de dedicación del niño a su trabajo escolar es
posible que requiera esta simple táctica. Si siempre está mal preparado se le debe
motivar para cambiar su comportamiento. Tanto las contingencias positivas como las
negativas pueden utilizarse para enderezar esta situación. Se mantendrán objetivos
semanales y después el niño deberá hacer un gráfico del número de minutos que
emplea en estudiar. Puede ganar puntos que se intercambiarán por tiempo libre.
Refuerce el estudio con tiempo para ver televisión o con actividades al aire libre. Para
sugerencias adicionales véase la sección 11.2.
Alentar el comportamiento honesto
Después de haber puesto en práctica estas soluciones es su labor reforzar los esfuerzos
del niño en el colegio. Se elogiará el trabajo bien hecho, no sólo las calificaciones.
Busque ocasiones para elogiar su honestidad, tales como aquellas en que otros niños
copian y él no, o como cuando otro niño le ofrece las respuestas y él las rechaza, o
como cuando en un examen escrito utiliza los datos sin copiar directamente el trabajo
de los demás.
ESCUPIR, PEGAR Y MORDER
Se trata de comportamientos inmaduros que practican algunos niños de dos, tres y
cuatro años de edad, e incluso en ocasiones, más tarde, como respuesta a las
frustraciones o a la excitación. Debe usted detectar estos comportamientos antes de
que se descontrolen. Si continúa con ellos, el niño no será muy popular o socialmente
aceptado.
Controlar las primeras veces
Expresa tu desaprobación en la primera ocasión en la que el pequeño utilice estos
tipos de respuestas.
Discute y etiquete. Si el niño no habla todavía, se deberá etiquetar su acción diciendo:
«No se escupe» o «No se pega». Se deberá decir con una voz severa para que el niño
sepa que lo que hizo es incorrecto, pero sin enfadarse. Si el niño es lo suficientemente
mayor para comprender, habrá que decirle con claridad que este tipo de
comportamiento no es aceptable.
Define las consecuencias. Hay que asegurarse de que el niño sabe cuáles serán los
resultados si continúa pegando a su hermana. Tal vez puedan ser tiempo castigado en
el rincón o la pérdida de un privilegio.
Enseñar comportamientos alternativos
Prepare al niño con comportamientos alternativos para sustituir bofetones o
mordiscos.
Identifica en qué momento se produce este tipo de actuación. Se deberán detectar los
momentos y las situaciones en las que el niño recurre a pegar o a morder a fin de
evitarlo o cambiarlo. Si el niño tiende a morder cuando está cansado, evite llevarle al
parque si no ha hecho la siesta.
Enseña alternativas. Un pequeño mordía a los otros niños cuando le pedían los
juguetes con los que estaba jugando. Sus padres le mostraron otro tipo de respuesta.
Se le enseñó a decir «Es tu turno y luego me tocará a mí, ¿de acuerdo?» y a que pidiera
ayuda a los adultos en caso necesario. Cuando compartía, se le elogiaba para fomentar
este nuevo comportamiento. A otro niño se le convenció para que se retirara y dijera
que ya no jugaba en lugar de morder.
Utilizar medidas preventivas
Establezca los límites antes de que los niños pequeños jueguen juntos. Marque reglas
simples, como respetar los turnos y dejar que el acompañante comience, animando a
los niños a que sean buenos compañeros y que piensen en cómo se sienten los demás.
Se les deberá dirigir y vigilar durante los juegos, tal vez por medio de una preparación
de los períodos de juego a fin de atajar las oportunidades de que se presenten
problemas. Déles incentivos para que cooperen, tales como galletas y leche si han
jugado tranquilamente durante veinte minutos. Asegúrese siempre de haber definido
bien lo que significa «jugar tranquilamente».
Utilizar consecuencias negativas
Cuando las medidas positivas parecen no ser suficientes, se pueden intentar otras
medidas:
Limita las oportunidades. A menudo, la mejor táctica es la de eliminar las situaciones
que son susceptibles de incitar a pegar, morder o escupir. Si el niño muerde para
defenderse de los competidores del columpio, prohíbale el columpio hasta que
entienda que podrá jugar tan sólo si sabe controlarse. Si tiene tendencia a pegar
cuando se encuentra en grupos numerosos, haga que juegue con un niño en cada
ocasión.
Utiliza la sobrecorrección. Haz que el niño remedie lo que ha hecho mal de un modo
que le impresione profundamente. A una niña que había escupido a alguien, se le pidió
que se lavara los dientes y que hiciera gargarismos con un elixir bucal (¡jamás con
jabón!) y que fregara el suelo donde había caído el escupitajo. Se le explicó que escupir
produce una expansión de microbios por lo que era necesario que se lavase la boca y
que limpiase el suelo. Con este método, se detuvo el comportamiento indeseable con
gran rapidez. El método para los mordiscos puede incluir la higiene oral, la limpieza de
la zona mordida y otras disposiciones, como por ejemplo, regalar al niño que ha sido
mordido un juguete para jugar.
Formación de autocontrol
Haz que el niño suponga que está apunto de pegar, morder o escupir y que se detiene
a sí mismo antes de hacerlo. Al mismo tiempo, pida que repita frases positivas como
«Sólo se muerde la comida, no se debe morder a la gente». Hay que elogiarle y
recompensarle cuando se detenga en las situaciones reales.
Reforzar al niño que sepa controlarse
Para que los comportamientos apropiados se mantengan, asegúrese de haberle dicho
al niño lo orgulloso que está de que sepa controlarse.
Elogia y recompense al niño por no pegar, morder o escupir.
Haz un gráfico de los progresos. Prepare un registro de las ocasiones en que el niño no
ha mordido, pegado o escupido. Se puede organizar que el profesor envíe una carta de
buena conducta, en caso de que los problemas se hayan presentado en el colegio, o
que envíe una nota cada día que el niño tenga éxito en su control.
Buscar ayuda profesional en caso de que el niño muerda fuerte y con persistencia
Cuando los esfuerzos concienzudos para controlar los mordiscos no hayan tenido éxito
y el niño cause daño a los demás, es el momento de recurrir a la ayuda de
profesionales.
EL QUE NO SABE GANAR/EL MAL
PERDEDOR
Ganar y perder son hechos que ocurren en la vida diaria y ser un mal jugador no es una
característica apreciada. ¿Puede a usted gustarle el jugar a las damas con un niño que
acaba de tirar el tablero al suelo? ¿Votarán los compañeros de clase por José la
próxima vez que se presente como candidato si cuando pierde las elecciones les
regaña porque no le han votado? ¿Qué pasa si fanfarronea de su éxito? ¿Les gusta a
los otros niños jugar con Gloria, que siempre llora cuando pierde, o con Fred que pasea
su triunfo por las narices de todos cuando gana?
El aprendizaje de ser un buen perdedor no se logra de la noche a la mañana. La
mayoría de los niños pasan por la escuela elemental con problemas para saber perder.
Pero si los padres dan un buen ejemplo de ser buenos perdedores y no aceptan otro
tipo de comportamiento por parte de sus hijos, los pequeños aprenderán a serlo ya ser
un buen ganador también.
Explicar el espíritu deportivo
Cuando el tema salga a colación naturalmente explíquele al niño el significado de saber
perder y saber ganar con corrección. Deberá utilizar los términos buen perdedor y
buen ganador con frecuencia, describiendo situaciones en las que las personas no se
recrean, ni hacen mala cara, o pataletas, ni fanfarronean o se sobrevaloran.
Demostrar deportividad
Los niños aprenden de lo que ven, especialmente de lo que ven hacer a sus padres.
Se un buen ejemplo. Los padres deben saber perder deportivamente y ganar con buen
talante. El niño aprenderá a hacer lo mismo ya copiar los actos de sus padres cuando
se encuentre en una situación difícil.
Reaccione positivamente cuando el niño pierda o gane. También aquí es necesario
saber actuar con deportividad. Algunos padres se comportan peor que sus hijos en una
confrontación deportiva. Se trata de hacer verídico el viejo dicho: «Lo importante es
participar».
Practicar los buenos modales
Proporciona al niño la oportunidad de practicar las respuestas calculadas. Para los
niños pequeños, lo más apropiado es que se les dé la oportunidad de practicar con
hechos como ganar y perder.
Juega con el niño. Si juega al parchís, o con monedas, no hay que desperdiciar la
oportunidad de reforzar las conductas deseables o de explicar por qué algunas
respuestas son apropiadas y otras no lo son. Mientras juega haga comentarios para
enseñar al niño cómo debe reaccionar: «Vaya, lo has hecho muy bien esta vez» o «De
acuerdo, he ganado esta partida, pero eres un buen contrincante. No sé si podré
ganarte la próxima vez».
Practica la deportividad en varias ocasiones, tanto naturales como privadas para que el
niño al que le tiemblan los labios, aprenda a sonreír. La mayoría de los niños lo capta
enseguida y aprende a controlar sus reacciones.
Efectúe representación de papeles respecto a lo que dice el ganador. Antes del juego,
hable sobre lo que puede decir en caso de que gane el juego venza el contrincante:
«Tu tiro fue fantástico. Fue muy difícil pararlo». «Organizaste un buen torneo. Espero
que trabajes conmigo en las reuniones de clase».
Haz juegos de roles de lo que debe decir un perdedor. Sugiera comentarios y
reacciones apropiadas como estrechar la mano y decir «Te felicito, lo hiciste muy bien»
0 «Estoy esperando la revancha».
Vigila a los profesionales. Cuando vea partidos televisados, habla del modo en que los
atletas reaccionan cuando ganan y cuando pierden. Elogia a los que actúen
deportivamente. Cuando se vea a otros adultos ganar o perder, comenta su reacción
con el niño. ¿Qué podían haber hecho o dicho los ganadores? ¿Qué es lo que
demostraba que estaban actuando deportivamente?
No aceptar el comportamiento antideportivo
Si el niño no sabe actuar deportivamente, se le deberá indicar que es inaceptable. Si
Janet tira las cartas al suelo cuando pierde, no hay que jugar la próxima partida con
ella o hay que excluirla del juego hasta que demuestre saber comportarse. Si el hecho
de no saber perder ocurre en un grupo, hable con el entrenador o avise al niño de que
se le excluirá del grupo si ocurre otra vez. Luego, hay que ser consecuente con lo que
se ha dicho.
Reforzar las conductas de deportividad
Se debe reconocer y elogiar los esfuerzos del niño para actuar como un ganador, sin
que le importe la puntuación. Comenta también las buenas conductas que detectes en
los demás jugadores.
A LARDEAR Y FANFARRONEAR
«He sacado nueve en ciencias sociales y tú sólo has tenido un seis» «Mi papá es más
fuerte que el tuyo» «Puedo lograr cinco goles seguidos, soy el mejor jugador de fútbol
del colegio».
El niño puede estar a lardeando para ganar amigos o para influir a sus enemigos, pero,
en realidad, a nadie le gusta un fanfarrón. Esto es particularmente triste ya que el niño
que a lardea o fanfarronea con asiduidad lo hace debido a un sentimiento de
inseguridad. Utiliza estos comportamientos como compensación de la pobre imagen
que tiene de sí mismo.
La solución que sugieren los autores se centra primero en extinguir este tipo de
comportamientos y luego en cimentar la autoestima.
Ignorar los pequeños a lardes
Es normal y natural que se a lardee de vez en cuando. Si los hermanos y. amigos del
niño se cansan de ello, se lo demostrarán claramente y los padres no deberán
intervenir.
Etiquetar la fanfarronería
Cuando la fanfarronería se convierte en un problema, hay que etiquetarla con claridad.
No hay que confundirla con la mentira. «Bill, has estado hablando toda la tarde de lo
bien que has jugado. Ahora estás fanfarroneando. Estamos orgullosos de ti, pero ya es
suficiente».
Detectar las razones
Cuando observe que su hijo está desarrollando una pauta de fanfarronería, debe
hablar de ello con el niño. ¿Por qué fanfarronea?
Indica que la fanfarronería suele perjudicar. Si el niño trata de impresionar, pregúntele
qué piensa cuando oye a otros niños decir de sí mismos que son maravillosos. ¿Qué
dicen sus amigos cuando fanfarronea?
Haz que el niño se escuche a sí mismo. Represente una situación reciente en la que
oyó al niño fanfarronear. Usted representa el papel del niño y luego se intercambian
los papeles y le comunica la impresión recibida.
Enseñar al niño otras formas de causar buena impresión
Asegura al niño que es bueno que quiera causar buena impresión a los demás, pero
que existen otras formas de lograrlo. Se mencionan a continuación algunas de estas
alternativas:
Enseña al niño a hacer cumplidos. A todos nos gusta destacar y que nos elogien. Haga
juegos de roles para que el niño aprenda a hacer cumplidos naturalmente.
Ayuda al niño a desarrollar aptitudes. Cuando se presume en exceso de algo se está
pidiendo implícitamente a los demás que reconozcan nuestra presencia. Si un niño se
siente bien consigo mismo, no necesitará demasiado reconocimiento ajeno.
Ayúdale a desarrollar aptitudes por las que obtendrá reconocimiento sin pedirlo.
Enséñale a ser un buen ganador o un buen perdedor. Véase la sección 13.9 para
sugerencias de cómo enseñar al niño a perder ya ganar elegantemente. A los demás
niños les gustan aquellos que tienen ideas divertidas o que saben admirarles cuando
ellos tienen ideas brillantes.
Ser un buen ejemplo
Revisa su propia conducta y observará si habla demasiado sobre sus cualidades y
éxitos. ¿ Quizás se está viendo reflejado en el niño? De ser así, intente cambiar su
comportamiento para convertirse en un buen ejemplo.
Elogiar el comportarse sin a lardear
Coméntelo positivamente cuando se dé cuenta de que el niño está a lardeando menos
de lo habitual 0 cuando está practicando otros comportamientos. «¿Sabes, hace días
que no te oigo a lardear. Es fantástico». O «Debo darte una palmadita en la espalda.
Eres tan modesto hablando de tu nueva bicicleta. Dejaste que tus amigos la elogiasen
sin fanfarronear».
Fomentar la autoestima
Si el niño tiene ya una autoestima adecuada, no tendrá que pavonearse de sus
victorias y posesiones.
Proporciona al niño amor incondicional. El niño debe estar seguro del amor de sus
padres hacia él por sí mismo, no por lo que hace. Díga que le quieren. También que
está orgulloso de que sea su hijo.
Ayuda al niño a encontrar aptitudes, intereses y actividades. Un niño que tiene
habilidades e intereses tendrá más información y experiencias para compartir.
Además, se sentirá mejor.
Resuelva los problemas escolares. Si el niño tiene problemas de aprendizaje, para él
cada día es una tremenda lucha. Un niño que experimenta fracasos constantemente
no es capaz de sentirse listo o apto. Los padres deberán ayudarle para que se sienta
bien en la escuela.
Ayuda al niño a hacer amigos. La amistad es una de las más importantes vías para que
el niño aprenda sobre sí mismo y cimente su autoestima. Un niño al que le sea difícil
hacer amigos o que se vea excluido de los grupos sociales, puede desarrollar una
imagen negativa de sí mismo. El hecho de sentirse excluido no es divertido,
especialmente si los otros niños le indican que no es querido.
Efectúa listas positivas. Esta técnica es muy eficaz, aunque puede ser difícil para los
niños con baja autoestima. Los padres deben lograr que el niño haga una lista de todos
los aspectos de él que le gustan. Haga usted mismo su propia lista de sus puntos
fuertes. Pida que se anote todos los cumplidos que recibe o las cualidades que los
demás resaltan en él.
Haz un «libro de buenas acciones». Lleva un registro de las acciones del niño que usted
aprecia. Revise el libro junto con el niño periódicamente. Su hijo puede sorprenderse
por la cantidad de sus buenas cualidades.
Sea constante. La autoestima no se construye de la noche a la mañana, de forma que
asegúrese de aplicar el esfuerzo todos y cada uno de los días. Aumente los
comentarios positivos criticando lo menos posible.
Aplicar consecuencias negativas
Si el niño continúa fanfarroneando, aplique pautas negativas para cambiar el
comportamiento.
Retira un privilegio. «Has estado pavoneándote sobre lo bien que buceas. Mañana no
irás a la piscina».
Retira un objeto. «Alardeaste tanto de la bici que te íbamos a comprar, que hemos
decidido retrasar su compra. Vamos a esperar unas semanas hasta que nos
demuestres que eres capaz de hablar con tus amigos sin fanfarronear».
Limita el número de compañeros de juego. «Cuando juegas con Guillermo, parece que
hagáis una competición de fanfarronerías, de manera que no podrás jugar con él
durante el resto de la semana».
MIEDO A LA OSCURIDAD
Casi todos los niños tienen miedo de la oscuridad alguna vez. El miedo aparece a los
dos o tres años. Los miedos específicos varían de un niño a otro y se modifican con el
tiempo. Un día, el niño puede preocuparse por monstruos del armario y otra noche le
puede preocupar un ladrón. Si lleva con tacto y cuidado, el miedo a la oscuridad no
crecerá hasta el. Pude afectar la vida del niño, pero a veces puede durar. Estas
sugestiones a darán a que lo supere.
Discutir el miedo
No se debe descartar nunca el miedo. Al contrario, es bueno reconocerlo, el puesto
que para el niño es muy real. Hay que asegurarle que usted cree que no hay nada de lo
cual asustarse, pero no ridiculice sus sentimientos como si fueran tontos o infantiles.
Averigüe qué cree el niño que sucede en la oscuridad. Utilice un libro de dibujos para
los más pequeños que no pueden expresarse con facilidad. Es conveniente sentarse
con el niño en una habitación a oscuras, animándole a que muestre lo que le da miedo.
Juegos para desensibilizar al niño del miedo
Existen una serie de juegos que pueden ayudar al niño a acostumbrarse a la oscuridad
para no tener miedo. Escoja los que necesite.
Juega a seguir al jefe. Tú haces de jefe y el niño le sigue por todas partes, a sitios tanto
oscuros como luminosos, efectuando movimientos con los brazos. Al principio entre y
sal de los sitios oscuros y después aumente lentamente el tiempo que tanto el jefe
como el seguidor pasan en la oscuridad. Cuando el niño esté dispuesto, se pueden
intercambiar los papeles, dejando que el niño sea quien dirija.
Juega a contar. Entre en un sitio para contar hasta... Primero hasta tres, después hasta
cinco, etc., hasta que el niño pueda estar, acompañado, en la oscuridad durante
sesenta segundos. Elógiele calurosamente. Cuando ya se sienta cómodo mientras se ha
estado contando en voz alta, cuente en silencio durante un período de sesenta
segundos. Con un niño más mayor, alárguelo durante varios minutos.
Juega al juego de quién es quién en la oscuridad, cantando o haciendo ruidos
divertidos para mantener el buen humor del niño.
Haz una casa de juegos secreta. Convierta una mesa plegable en una casa de juegos
secreta, haciendo que el niño la decore. Será un nuevo espacio para que el niño haga
prácticas en la oscuridad.
Comparta sobresaltos. Siéntete con el niño en una habitación a oscuras mirando las
sombras y escuchando los ruidos que puedan sobresaltarle. Explíqueselo todo,
encendiendo la luz si es necesario. Hay que dejar que el niño intente asustarle
haciendo ruidos en la oscuridad, simule un sobresaltado para que tenga éxito.
Juega al detective. Esconda objetos en sitios oscuros como armarios y recompense al
niño con un punto por cada objeto que encuentre.
Tranquilizar al niño sobre la oscuridad
He aquí algunos puntos prácticos que ayudarán al niño a sentirse cómodo seguro.
Efectúa con el niño comprobaciones nocturnas de seguridad. Si el niño tiene miedo de
los intrusos, hay que decirle que le acompañe a revisar puertas y ventanas.
explicándole que los ladrones raramente entran en casas que no estén vacías, pero
explíquele también qué haría usted si tal cosa ocurriera. Se puede comprar un
interfono para la habitación del niño para que pueda llamar en cualquier momento. Se
pueden poner cerrojos en las ventanas o un sistema de alarma, que ayudará a
disminuir el miedo.
Añade un piloto luminoso nocturno para que el niño pueda utilizarlo cuando quiera.
Descienda el nivel de intensidad de manera que después de un tiempo el niño se
acostumbre a la casi total oscuridad para dormir.
Ofrézca un equipo de seguridad. Proporcione al niño una serie de herramientas que
puede utilizar cuando esté solo en la oscuridad. Pueden incluir una pequeña linterna,
unas galletas y una cantimplora con bebida. La primera noche, se le puede entregar al
niño envuelto primorosamente, siéntese en la oscuridad con él, y enséñele cómo hay
que utilizar la linterna. Se puede jugar a «yo soy un espía» con la linterna, para que el
niño vaya iluminando distintos puntos de la habitación.
Enseña al niño a hablar de forma positiva. Se puede imaginar así mismo siendo valiente
en la oscuridad, utilizando estas valerosas palabras: «No estoy asustado, nada puede
hacerme daño».
Utilizar refuerzos
A medida que el niño parece menos asustado, hay que animar su éxito, no olvidándose
de elogiar sus esfuerzos.
Confecciona un gráfico de valentía. Cuando el niño pueda permanecer en la oscuridad
casi tan cómodamente como un adulto, se puede introducir un gráfico de valentía.
Explíquele al niño que el valor supone efectuar tareas o entrar en acción incluso
cuando se tiene miedo. Se debe utilizar el equipo de valor y el piloto de luz nocturna
para conseguir que se logre el objetivo. Es conveniente ajustar los criterios para ganar
triunfos en el gráfico, cuatro minutos la primera noche, cinco minutos la segunda y así
sucesivamente, hasta que el niño esté cómodo en la cama, antes de dormirse. Los
triunfos pueden intercambiarse por un premio especial.
Darle una recompensa especial
Cuando el niño haya demostrado que ha desarrollado tolerancia a permanecer en la
oscuridad, se le puede recompensar llevándolo al cine. Si es necesario, se puede dejar
que el niño sostenga un juguete o la mano de sus padres para tranquilizarse durante la
sesión.
MIEDO A LOS RUIDOS FUERTES
Alrededor de los dos o tres años es común que los niños reaccionen a los ruidos
fuertes como las sirenas, los truenos o las campanillas. Aunque muchos niños se
acostumbran a estos sonidos, cuando tienen cuatro o cinco años, algunos continúan
experimentando intensas respuestas de miedo hacia ellos. Cuando esto ocurre, se
debe comenzar a trabajar para ayudar al niño a superar el problema.
En primer lugar, naturalmente, hay que examinar al niño médicamente, puesto que es
posible que presente una hipersensibilidad a ciertas frecuencias de sonido.
Enseñar relajación
Enseña al niño aptitudes de relajación, practicando hasta que pueda relajarse
completamente y se calme a sí mismo con una palabra clave o una frase.
Desensibilizarle al miedo
Es el momento de comenzar el proceso de desensibilización. Véase la introducción a
este capítulo que explica esta técnica.
Determina de qué sonidos tiene miedo. Discuta los sonidos con el niño, intentando
determinar por qué le dan miedo. Se deben aislar los sonidos, haciendo una lista de
ellos en orden del miedo que provocan.
Recrea los sonidos. Grabe casetes de los ruidos de los que el niño tiene miedo. Hay que
asegurarse de registrarlos tan clara y fuertemente como sea posible.
Prepara al niño. Hay que explicarle que se le va a ayudar a dejar de asustarse de los
ruidos utilizando grabaciones. Se le puede decir al niño que conecte y pare la
grabación y que controle el volumen como quiera.
Conecta las grabaciones. Con el niño muy relajado, conecte la grabación a un nivel muy
bajo pidiendo al niño que se repita a sí mismo las claves de la relajación para
permanecer tranquilo. Hay que pedirle que valore su ansiedad de 1 a 10. Después,
conecte la grabación a este nivel hasta que la ansiedad disminuya, incrementando
ligeramente el sonido o dejando que lo haga él mismo. Hay que mantenerlo así hasta
que le niño pueda escuchar la grabación a un nivel muy alto con pocas reacciones
durante períodos largos de tiempo. No hay que olvidarse de elogiar sus progresos.
Utiliza experiencias reales. Ahora hay que pasarlo a sonidos auténticos diciendo al niño
que se tape las orejas, si lo prefiere. Se puede hacer estallar un globo, o disparar un
pistola de juguete o dar un martillazo. Después, hay que intentarlo con el niño más
cerca y finalmente, dejando que sea él quien haga estallar el balón o dé un martillazo.
Cuando ya se sienta cómodo con estos sonidos, se le puede llevar a visitar un parque
de bomberos o un cuartel de policía. Si explica lo que intenta hacer, los oficiales,
probablemente, colaborarán con usted. Un niño de cinco años que estaba aterrorizado
por las sirenas superó su miedo cuando se le permitió hacerlas sonar él mismo. La
recompensa por controlar sus sentimientos cuando oía una sirena fue una nueva visita
al parque de bomberos para ver a sus amigos.