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BIOGRAFIA DE SOR ANA DE LOS ANGELES VIDA Nació la Beata Ana de los Ángeles en la Ciudad de Arequipa, el 26 de julio de 1595, festividad de Santa Ana, Madre de la Santísima Virgen Maria. Fueron sus padres Don Sebastián de Monteagudo (Español) y Doña Francisca Ponce de León. Al principio de su matrimonio no tuvieron descendencia, pero el Señor quiso recompensarles su generosidad con los necesitados concediéndoles 4 hijos tres varones y una mujer. Ala edad de tres años aproximadamente, sus padres la enviaron como educanda, al Monasterio de Santa Catalina, en la misma ciudad de Arequipa, para que recibiera una educación verdaderamente cristiana. Ese de suponer que el trato con algunas religiosas de probada virtud fuera sembrando en su alma el deseo que luego se transformó en vocación de entregarse a Dios como religiosa dominica de clausura. Cuando tenía aproximadamente14 años de edad, sus padres decidieron que ya había llegado el momento de reintegrarla ala vida de la ciudad, con todo lo que ello llevaba con sigo: relaciones sociales, matrimonio, etc. La joven Ana, de vuelta su casa decidió seguir con el mismo genero de vida que hasta entonces había llevado en el Monasterio de Santa Catalina. Hizo de su habitación un lugar de retiro, donde trabajaba y rezaba, sin descuidar los quehaceres del a casa. La cronología de la vida de Sor Ana de los Ángeles es muy dudosa. Las únicas fechas seguras son: el Día y mes de su nacimiento (el 26 de julio) y de su muerte (el 10 de enero de 1686). Un día mientras meditaba en su aposento, se le apareció en una visión, Santa Catalina de Sena, quien le hizo saber de parte de Dios, que había sido elegida. Para entrar en el estado religioso, vistiendo el habito dominicano. Le dirigió estas palabras: “Ana, hija mía, este habito te tengo, preparado , déjalo todo por Dios y te aseguro que nada te faltará”. Le daba a entender que debía prepararse para un gran combate espiritual, donde no faltarían las asechanzas del enemigo, pero con la ayuda de Dios obtendría al final la victoria.

Biografia de Sor Ana de Los Angeles

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BIOGRAFIA DE SOR ANA DE LOS ANGELES

VIDANació la Beata Ana de los Ángeles en la Ciudad de Arequipa, el 26 de julio de

1595, festividad de Santa Ana, Madre de la Santísima Virgen Maria.

Fueron sus padres Don Sebastián de Monteagudo (Español) y Doña Francisca Ponce de León. Al principio de su matrimonio no tuvieron descendencia, pero el Señor quiso recompensarles su generosidad con los necesitados concediéndoles 4 hijos tres varones y una mujer. Ala edad de tres años aproximadamente, sus padres la enviaron como educanda, al Monasterio de Santa Catalina, en la misma ciudad de Arequipa, para que recibiera una educación verdaderamente cristiana. Ese de suponer que el trato con algunas religiosas de probada virtud fuera sembrando en su alma el deseo que luego se transformó en vocación de entregarse a Dios como religiosa dominica de clausura.

Cuando tenía aproximadamente14 años de edad, sus padres decidieron que ya había llegado el momento de reintegrarla ala vida de la ciudad, con todo lo que ello llevaba con sigo: relaciones sociales, matrimonio, etc.

La joven Ana, de vuelta su casa decidió seguir con el mismo genero de vida que hasta entonces había llevado en el Monasterio de Santa Catalina. Hizo de su habitación un lugar de retiro, donde trabajaba y rezaba, sin descuidar los quehaceres del a casa.

La cronología de la vida de Sor Ana de los Ángeles es muy dudosa. Las únicas fechas seguras son: el Día y mes de su nacimiento (el 26 de julio) y de su muerte (el 10 de enero de 1686). Un día mientras meditaba en su aposento, se le apareció en una visión, Santa Catalina de Sena, quien le hizo saber de parte de Dios, que había sido elegida. Para entrar en el estado religioso, vistiendo el habito dominicano. Le dirigió estas palabras: “Ana, hija mía, este habito te tengo, preparado , déjalo todo por Dios y te aseguro que nada te faltará”. Le daba a entender que debía prepararse para un gran combate espiritual, donde no faltarían las asechanzas del enemigo, pero con la ayuda de Dios obtendría al final la victoria.

Confortada por esta visión, Ana decidió buscar la forma más eficaz para regresar al Monasterio de Santa Catalina, pues sus familiares no querían que se hiciera religiosa, hasta el punto de vigilarla constantemente. Aprovechando una ocasión en que nadie la vigilaba, salió de la casa y encontró un joven llamado Domingo que a petición de ella la acompañó hasta el Monasterio.

Una vez llegados al lugar de destino. Agradeció al muchacho el favor prestado y le pidió comunicara a sus padres el lugar donde estaba. Sus padres al conocer el paradero de su hija se indignaron en extremo, pues le tenían decidido darla por esposa a un joven distinguido y rico; fueron al monasterio con la resolución de hacerla regresar a su casa. A este fin nada dejaron de intentar para disuadirla de su propósito. Reofrecieron regalos prometieron darle cuanto le apeteciera; pero ella con todo respeto y humildad les respondió, que se quedasen con todo aquello, pero que solo deseaba tener a Jesucristo como esposo y llevar el hábito llevaba puesto. Les pidió que se resinasen como buenos cristianos con la voluntad de Dios.

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Viendo los padres de Ana que no conseguían su cometido, se llenaron de ira y recurrieron a las amenazase injurias, secundados por la Madre Priora, quien por temor y debilidad quiso también que regresara con sus padres. A pesar de todo, Ana permaneció firme en su decisión, apoyada por las demás monjas, que aconsejaron retenerla en el Monasterio hasta que calmados los ánimos, se pudiera juzgar lo que fuera para mayor gloria de Dios.

La Madre Priora, mal dispuesta con Ana se propuso tratarla con mucha dureza, con la finalidad de cansarla y obligarla así a regresar con sus padres; pero Ana soportó esta, prueba con gran paciencia y resignación.

Entre tanto dolida por el comportamiento de sus padres, quiso reconciliarse con ellos, mediante los buenos oficios de su hermano Sebastián, quien no solo logró su intento, sino que la socorrió con todo lo necesario para su mantenimiento. Intercedió también ante la Priora para que cambiara su manera de proceder, consiguiendo su cometido. Efectivamente, la Priora reconoció la vocación y el buen espíritu de Ana, y comenzó a quererla como a todas las demás, aceptándola como novicia.

NOVICIADOCorría el año 1616 cuando ana fue aceptada como novicia en el Monasterio de

Santa Catalina. Fue entonces cuando añadió a su nombre el apelativo “de los Ángeles”. Bien pronto abrazó con alegría todas las austeridades del estado religioso, observando con exactitud la Regla Dominicana y dependiéndose completamente de los bienes de este mundo.

Leyendo un día la vida de San Nicolás de Tolentino, le llamó la atención la gran devoción que éste santo tenía por las benditas ánimas. Del purgatorio y los sufragios que ofrecía para librarlas de las penas de ese lugar; y tomó la resolución de dedicarse también ella a socorrer a esa almas necesitadas.

Durante el tiempo de su noviciado comenzó a desarrollar el espíritu de penitencia y castigando su cuerpo con disciplinas y ayunos, adquiriendo de esta manera un mayor dominio de sí misma. Sus delicias estaban en la oración, en la meditación. Especialmente llenaba su alma la consideración de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

Estaba muy a gusto con las demás novicias, las veía como mejores que ella rogándoles les enseñasen a ser una verdadera religiosa dominica. Se consideraba a sí misma como una servidora, terminando el año de noviciado y habiendo dado pruebas más que suficientes de su idoneidad, le llegó el tiempo de su profesión religiosa.

Le faltaba la “dote”, que sus padres se negaban a entregar con el objeto de obligarla a regresar con ellos. Francisco su hermano sacerdote acudió en su ayuda, pagando generosamente la dote prescrita. Superadas estas dificultades pudo hacer su “profesión religiosa” con gran alegría y contento.

VIDA RELIGIOSAAbrazado ya el estado religioso y hechos sus votos temporales, dirigió todas sus

miradas y consagró todas sus energías a realizar el ideal de la vida religiosa, íntimamente persuadida de que toda su perfección y santidad consistían solamente en el exacto cumplimiento de sus votos y demás obligaciones de religiosa Dominica.

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Procuraba deshacerse de los bienes terrenos, vistiendo hábitos usados y remendados, sandalias viejas desechas por otras religiosas, y no poniéndose nunca cosa nueva, dando para las demás, las cosas que recibía. Vivía una abstinencia, comiendo solo para conservar la vida, sin regalar su gusto conseguía así que su alma tuviese un completo dominio sobre su cuerpo.

Fue obediente en todo, casta y pura, mortificada interna y externamente, amante del retiro, diligente en el coro, y cumplidora de todos sus deberes derramaba su espíritu en la oración. Asidua, tomando de ella la fuerza para el difícil camino de la perfección.

SACRISTANALa Madre Priora, viendo que Ana se inclinaba a las cosas del servicio de Dios la

nombró “Sacristana”; oficio que ella ejerció con mucho gusto y exactitud cuidaba muchísimo la limpieza y decencia de todo lo relativo al culto y trataba con sumo cuidado. Lavaba con gran veneración los corporales y purificadores, considerando que iban a estar en contacto con el cuerpo y la sangre de Cristo.

El celo por la casa de Dios y la pureza del culto fueron tan grandes en Sagrada Comunión se encendía en su ánimo la llama del amor de Dios y parecía salir fuera de sí y enajenarse. Su devoción a nuestro Señor Jesucristo, y en especial a su pasión y muerte, le llevaba a transmitir a los demás ese amor ardiente a Jesús crucificado.

Profesó también un gran amor filial hacia María Santísima que le llevaba a recurrir a ella en toda adversidad. Se preparaba para todas sus fiestas con mucha intensidad; siendo muy devota en especial de su Inmaculada Concepción. No dejaba nunca de rezar el Santo Rosario, teniéndolo constantemente entre sus manos.

Amó intensamente – al ejemplo de Santa Catalina de Siena, al Papa, “El dulce Cristo en la Tierra” y tuvo también suma veneración a los Obispos y superiores, reconociendo en ellos a los Ministros del Señor.

Junto al amor de Dios estaba el amor al Prójimo, a quien amaba como a sí misma, y procuraba ayudar en todo lo que estaba a su alcance. Muchos eran los que buscaban en ella ayuda y consuelo, encontrándolo siempre en abundancia. Se mostraba con todos prudente, afable, compasiva y caritativa. Escuchaba a todos, ricos y pobres, con la misma dedicación. E imploraba que la divina bondad iluminara a las almas que estaban en pecado para que volvieran al camino de la verdad a través de la Penitencia y el arrepentimiento.

Sus predilectas fueron las almas del purgatorio a quienes trataba con muchísima confianza. Las encomendaba diariamente en su oración y pedía al Señor las librase ya de sus tormentos, o que al menos les concediese algún alivio a sus almas. Apenas sabía que alguna alma tenía necesidad de sufragios, redoblaba su fervor y no se daba reposo en su deseo de ayudarles. Entonces ofrecía todas sus penas y sufrimientos suplicando a Dios dirigiese su mirada hacia aquellas almas necesitadas.

Mostró su fortaleza al sostener fuertes tentaciones del demonio y superarlas con gran paciencia y entereza de Espíritu. En estas luchas se aparecía el demonio de diversas maneras, llegándole a quitar en ocasiones el Santo Rosario de sus manos; pero ella lo despreciaba ponía toda su confianza en Dios.

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Fue siempre muy mortificada y penitente. Llevaba ásperos cilicios, dormía sobre un tosco lecho, hacia severos y largos ayunos. Y se disciplinaba –inspirada por Dios hasta hacer correr la sangre. Sus mortificaciones se extendían a todas sus actividades y necesidades: nunca estaba ociosa, obedecía siempre, mortificaba sus sentidos, llevaba con alegría sus enfermedades, trataba con amabilidad a todas las personas.

Su pobreza era ejemplar. Estaba desprendida de todas las cosas de este mundo, a las cuales no tuvo absolutamente amor alguno. Por eso no sólo rechazó las cosas superfluas, sino que se privó también de aquello que le era necesario. Su vestido aunque limpio, estaba todo informado de esta Santa Virtud. Uso siempre hábitos toscos y ásperos, viejos y remendados. En cierta ocasión en que estuvo enferma, le pusieron unas camisas de tela más fina; pero apenas se hubo restablecido, y se dio cuenta de ello, las dejó diciendo que su cuerpo no tenía necesidad de tanta delicadeza.

Obedeció en todo, imitando al mismo Jesucristo que “obedeció hasta la muerte y muerte de cruz”. E n sus enfermedades no sólo no se quejaba sino que se dejaba guiar como un a niña. Fue muy observativa de todas las prescripciones, de la regla. Puntualísima en todos los actos de la comunidad, de los que nunca se dispensaba, a no ser por una grave enfermedad.

Ya desde niña cuidó de manera exquisita la virtud de la Santa Pureza, hasta el punto de que durante toda su vida no se le oyó palabra ni se le vio acción alguna que no fuera plenamente honesta. Guardó celosamente sus ojos y regio toda conversación con personas de otro sexo; pero sí por necesidad se veía obligada a tratar con ellas, procuraba ser breve y precisa, no dando lugar que se introdujesen conversaciones frívolas e inútiles.

Además, pidió al Señor con ayunos y oraciones la conserve siempre pura y sin mancha. Su humildad la llevó a considerarse una gran pecadora y digna del menos precio de todos; de aquí el que penetraba de un sentimiento tan bajo de sí misma, soportase con alegría todas las ofensas que le hacían.

De su profundo ser la humildad provenía la tranquilidad e igualdad de ánimo en medio de las mayores tribulaciones y adversidades, reconociendo que ella nadad merecía, y que por el contrario, era merecedora de todo castigo.

Fue siempre madre amantísima de todas sus religiosas; nunca desidiosa ni impaciente. Procuraba ingeniosamente servir a los demás, siempre con el rostro contento y afable. No perdía ocasión para insinuar en sus corazones el amor a la Santa virtud de la caridad, disimulaba generosamente los defectos de las demás religiosas, pero no dejaba de buscar la oportunidad de corregírselos a solas con benevolencia y con cierta severidad.

Con ocasión de las enfermedades, se olvidaba completamente de si misma y se dedicaba a cuidar – día y noche – con gran afecto, y les prodigaba toda suerte de alivios y consuelos. Era especialmente solicitada para que les administrasen los Santos Sacramentos.

Viendo los desórdenes de algunas religiosas contagiadas de las vanidades de este mundo y la dureza de sus rebeldías, se acercaba a ellas y les aconsejaba que se

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sometieran al suave yugo de la obediencia –“Mi yugo es suave y mi carga ligera”, decía Jesús – y cumpliesen las obligaciones de su estado religioso. Gracias a sus exhortaciones y a su ejemplo, fueron muchas las religiosas que regresaron al camino correcto y a la observancia de sus obligaciones.

No obstante, su gran amor por todas las monjas que tenía encomendada, tuvo que aguantar muchas ofensas de parte de algunas religiosas que no querían volver al rigor de una vida de austeridad y entrega a Dios. Ana de los Ángeles supo siempre perdonar a quien le habían ofendido a ejemplo de Jesús que perdonaba a los que le crucificaban. Una de sus preocupaciones fue la observancia del silencio en todo su rigor. Lo prescribió muy exigente en algunos tiempos del año, dando ella la primera el ejemplo conveniente.

El demonio, al verlas formas que se estaba haciendo en el monasterio, se desató contra la Priora en formas muy diversas. Cuentan que en una cierta ocasión, caminaba ella acompañada de otras 2 religiosas y comenzaron a lloverles carbones encendidos sobre sus cabezas, especialmente sobre la Priora; cuado todo terminó comenzaron a averiguar quien pudiera haber cometido tal maldad, y dirigiéndose ala Priora para atenderla, la vieron contenta y sin lesión alguna –Ella les advirtió que no se asustasen, pues era el demonio quien las había atacado.

En otra oportunidad fue empujada por el mismo enemigo y cayó en una fosa cavada para hacer los cimientos de la Iglesia, pero también salio sana y salva ayudada esta vez por las venditas almas del purgatorio.

Terminado el oficio de Priora, que con tanto celo y prudencia había desempeñado, Ana de los Ángeles se sintió como aliviada de un gran peso y volvió con mucha alegría a ser súbdita, considerándose siempre, por su gran humildad, indigna de mandar a otras.

S u vida siguió con toda normalidad, como la de cualquier otra de las religiosas. Pero su amor a Dios y a los demás, sus virtudes y su santidad iban creciendo constantemente.

ÚLTIMOS AÑOSLos últimos años de su vida se asemejaron ala Pasión de Jesús. Ella la meditaba

constantemente, y Dios quiso que en su cuerpo se grabaran las señales del sufrimiento.

Fueron casi diez años de constantes enfermedades, que iban debilitando sus fuerzas, Estuvo postrada en cama durante todo este tiempo, privada de la vista, con dolor en el hígado, males en los riñones y vesícula y un sudor continuo que le empapaba toda su ropa. En esas circunstancias vino a ser para todas las monjas del monasterio un constante modelo de paciencia y aceptación de la voluntad de Dios. Sabía que sus dolores; eran gratos a Jesús y que le serian premiados con la corona de la gloria eterna. Ofrecía todos sus achaques en reparación de sus pecados y pidiendo siempre por las almas del purgatorio.

En toda su larga enfermedad nunca ocasionó molestias a quienes la cuidaban; se lamentaba más bien de que por su culpa sufrían los demás. Cuando su enfermedad se agravó, pedía confesarse a menudo y recibía sagrada comunión todos los días. El

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señor entre tanto confortaba su alma con gracias extraordinarias, de las que nunca se vanaglorió, aceptándolas siempre con grandísima humildad.

SU MUERTE SANTANo queriendo ocasionar molestias a los demás, les repetía con frecuencia que

cuando Dios la llamara, nadie se percataría de su muerte. Añadía también que en ese momento no estaría en su celda la imagen de San Nicolás de Tolentino, de la que pocas veces se separaba.

Por la mañana del día 10 de Enero se encontraba mejor de su enfermedad y hasta tenía mejor semblante, de tal manera que nada hacía presagiar su próxima muerte. Antes bien quiso entregar un “real” para que se mandase celebrar una misa por el alma de una pobre india que se hallaba en gran necesidad.

No había pasado mucho tiempo, cuando fueron a su celda para hablarle, la encontraron sentada en la cama, con el cuerpo apoyado hacía un lado, con las manos cruzadas y el Santo Rosario entre ellas. Al ver que no respondía a sus palabras, se le acercaron y la encontraron ya muerta.

Murió de la forma que ella había previsto: sin que nadie la acompañara y mientras su querida imagen San Nicolás de Tolentino se encontraba en la casa del Licenciado Marcos de Molina, que la había pedido para encomendarse a ella en su enfermedad. Apenas se supo de su muerte, acudieron al Monasterio de Santa Catalina gran cantidad de hombres y mujeres, quienes a sus oraciones unieron el dolor por el vacío que Ana de los Ángeles dejaba aquí en la tierra.

Los funerales fueron celebrados por el Monseñor Antonio de León Obispo de Arequipa; y asistieron los capítulos de la ciudad, (cabildo civil y Eclesiástico) junto con gran cantidad de pueblo que llenó toda la Iglesia. La fama de Santidad y el alto concepto que se tenía de sus virtudes, estimularon al Señor Obispo y a los personajes de la ciudad a hacer un honor tan singular a esta pobre monja.

Fue tal el deseo, de poseer algo de Sor Ana de los Ángeles, que el Señor Obispo para calmar a la multitud se vio obligado a poner pena de excomunión contra aquellos que osasen tocar el cuerpo o los vestidos de la difunta. Pasados diez meses de su transito al cielo, sus restos mortales fueron trasladados a un lugar más distinguido y digno. Se abrió el ataúd y se encontró el cuerpo como si hubiese muerto en ese momento, y sin vestigio de mal olor. El médico que asistió hacer este reconocimiento, introdujo en el pecho la punta de una tijera y comprobó su carne estaba colorado y fresco.

SUS GRANDES VIRTUDES Y CARISMAS Fue el amor a Dios el que, sin lugar a duda, movió todo su ser y le llevó hacia la

santidad. Todas sus palabras y acciones estaban informadas por este amor de Dios. Cuando se le pidió en cierta ocasión un determinado favor respondió: “quisiera poder más, para hacer más por Dios; por su amor, no dejaría de hacer nada que estuviese en mi poder; y aun no haría nada porque su Divina Majestad había hecho mucho más por nosotros, sin merecerlo nosotros; y que haciendo, todo, lo que podemos por Dios, aún nos quedamos cortos para corresponder al gran amor que él nos tiene”. También

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recordaba que nunca haremos bastante para corresponder al amor de Dios, y que el provecho siempre es todo nuestro. Y exclamaba: “¡Oh, si pudiera tener tanto amor Divino que todo mi corazón se abrasase!”.

Fruto de este gran amor fue su absoluta sumisión a la Santísima voluntad de Dios, no queriendo ella nada que no fuera lo que Dios quería. El amor de Dios la llevó también a tener una intensa aversión al pecado no sólo grave sino también al pecado venial, mostrando siempre un gran dolor por todos los pecados que se cometían y deseando ardientemente que la divina Majestad fuese por todos honrada y glorificada.

Intensa, era su fe en el Santo Sacrificio de la Misa, como, lo demuestra la atención y el fervor con que ella asistía. Creía firmemente que era la renovación incruenta del sacrificio del calvario y la ofrecía en satisfacción de sus pecados y principalmente en sufragio de las almas del purgatorio.

De la virtud de la fe nació en ella una veneración extraordinaria hacia el santísimo sacramento. Lo recibía frecuentemente con gran fervor y devoción, con lágrimas y dolor de los pecados. En su presencia permanecía largas horas, y encontraba allí todas sus delicias y sus fuerzas. Cuando debía recibir el santísimo sacramento con frecuencia amonestaba hasta a los mismos sacerdotes para que tratasen con todo respeto al Señor, rogándoles atendiesen a la Santidad del corazón y a la pureza del alma.

Era tan minucioso el cuidado que ponía en todo lo relativo al Santo Sacrificio del altar que, hasta preparaba agua aromática para que los sacerdotes se lavasen con ella las manos antes de celebrar la Santa Misa. Fue durante este tiempo cuando tuvo conocimiento de su parentesco, con Santo Tomás de Villanueva, al que llegó a tener una gran devoción.

Necesitando el monasterio una imagen de la Santísima Virgen que presidiera los actos de la comunidad, fue Ana quien aceleró los trámites para traerla cuanto antes. Las monjas al ver la maravillosa, imagen tan tierna y acogedora, decidieron darle el nombre de “Nuestra Señora de los Remedios”

.SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA: Nace en 1486 en Fuenllana, cerca de Villanueva de los Infantes (España). Tomó el hábito agustino el 21 de noviembre de 1516 y profesó al siguiente año. Terminados sus estudios celebró su Primera Misa el 25 de diciembre de 1518. Luego fue elegido Prior y reelegido en 1522. En su gobierno miraba sobre todo cuatro cosas: la buena celebración de las Misas y Oficios corales, el aseo de los ornamentos y objetos de culto; el estudio y ocupación de los religiosos; y la observancia de la caridad fraterna. Fuera de la orden, su acción apostólica se realiza mediante el confesionario, la predicación y la limosna. En 1545 toma posición del Obispado de Valencia, ganándose el título de “Limosnero” debido a su gran generosidad con los necesitados. Murió en Valencia el 8 de septiembre de 1555 tan pobre como había vivido siempre. El Papa Alejandro VI lo canonizó en 1658, y su fiesta se celebra el 22 de septiembre.

MAESTRA DE NOVICIASUna gran maestra de confianza hacia ella fue el encargo que se le hizo de ser Maestra de Novicias. Durante el tiempo que ejerció este delicado oficio ilustró siempr4e con su

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ejemplo todo cuanto enseñaba de palabra. Trataba a las novicias con caridad y afecto, pero nunca de exigirles el exacto cumplimiento de todas sus obligaciones.

PRIORAEn 1647 el Monseñor Pedro de Ortega Sotomayor, recientemente nombrado

Obispo de Arequipa; quiso visitar el Monasterio de Santa Catalina. Enseguida comprobó el abandono espiritual en que se encontraban. Conversando con varias de las religiosas descubrió las cualidades extraordinarias de las entonces Maestra de Novicias Ana de los Ángeles y manifestó el deseo de que fuera ella quien gobernase dicho Monasterio. A los pocos meses eligieron a Sor Ana de los Ángeles como nueva Priora.

Cuando recibió ese cargo, vivían en el monasterio cerca de 300 personas: 75 monjas de coro; 17 legas; 5 novicias; 14 donadas; 7 criadas personales; 75 educandas; 130 siervas; y no pocas huérfanas y viudas. Estas últimas se refugiaban en el monasterio para cuidar su buen nombre, pero no dejaban de vivir “según el mundo”, rodeadas de servidumbre entregadas al cuidado de sus personas gozando de todo lo que la moda en aquel tiempo les ofrecía. Al contacto con este género de vida algunas de las monjas se contagiaban, y degeneraba su espíritu religioso hasta el punto de ser en el monasterio origen de muchos conflictos y pésimo ejemplo, para las religiosas más jóvenes.

Entretanto la nueva Priora conoce muy bien esta situación y sabe con cuanta prudencia y energía deberá corregir esos graves abusos. En un principio no quiso Ana de los Ángeles aceptar el cargo de Priora, pues se reputaba incapaz e indigna. Fue entonces cuando tomó las llaves del monasterio y las colocó delante de la imagen de nuestro Señor, pidiéndole que encargase de ese oficio a quien pudiese ejercerlo mejor que ella. Pero una voz interior que le mandaba aceptar el gobierno del monasterio. Obedeció inmediatamente y tomó sobre sí aquel peso confiando en el auxilio divino.

Su principal preocupación fue devolver la disciplina al monasterio, haciendo observar las reglas a todas las religiosas sin admitir excepciones. Daba avisos en privado y en público, corregí defectos, haciendo volver a camino correcto a quienes se hubieran apartado de él. Cuando algunas religiosas faltaban a sus obligaciones, la tomaba consigo estando a solas, como si no fuese ella la superiora, la amonestaba con inmenso cariño, a fin de evitar la repetición de la culpa.

Aborrecía cualquier palabra que sonase a alabanza hacía ella. Y cuando alguna vez agradecían algún favor, ella inmediatamente respondía que la gracia la habían obtenido por intercesión de las almas del purgatorio o a través de San Nicolás de Tolentino.

Fue enriquecida con muchos dones y carisma, sobrenaturales. Ante todo del espíritu de profecía, prediciendo cosas futuras, remotas o desconocidas. Tuvo además muchas visiones, en las que le era manifestado el estado de las almas purgantes, la Beata Ana de los Ángeles las socorría con muchos sufragios y las llevaba a la gloria.

Dios le dio don también el don de la penetración de los corazones, conociendo cosas íntimas de muchas personas, que ellas nunca, habían manifestado. De esta manera advirtió varias veces a los sacerdotes que no retardasen, como hacían, la

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aplicación de las misas encomendadas. Fueron también muchos los milagros que realizó, en vida y después de su muerte. Siempre fue atentísima en cubrir y esconder todas estas gracias extraordinarias; y si de ellas hablaba alguna vez, era solamente para instrucción de los demás o para obedecer a Dios que con impulso interior la movía hablar, o cuando sus superiores se lo pedían.

PROCESO DE BEATIFICACIÓNLa fama de Santidad de Sor Ana de los Ángeles no sólo era reconocida en

Arequipa, sino también en otros lugares; y por toda suerte de personas. Todos cuantos la trataron vieron en ella el Espíritu de Dios. Tanto los obispos que fueron sucediéndose en Arequipa como los miembros del Venerable Cabildo, Catedralicio, y otras personas doctas del clero regular y secular que la conocieron, descubrieron en ella una verdadera santa y le tuvieron gran veneración y estima.

Por tal motivo, el 17 de julio de 1686 a los seis meses de su fallecimiento, el Obispo de Arequipa, Monseñor Antonio de León inicio “el proceso informativo” de la vida, virtudes y fama de Santidad de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo. De este proceso se hicieron dos copias: una se remitió en su momento a la Sagrada Congregación de Ritos y la otra se guardó en los archivos del Monasterio de Santa Catalina. Consta que el documento enviado a Roma se perdió, probablemente en un naufragio.

Transcurrieron dos siglos sin que se hiciera nada para reanudar el proceso. Fue el Padre Vicente Nardini, O.P. Restaurador de la orden Dominicana en el Perú, quien en 1885 viajó a Roma y reanudó legalmente la causa de Sor Ana de los Ángeles. El 19 de junio de este mismo año, el Prefecto de la Congregación de Ritos, en carta al Obispo de Arequipa, Monseñor Ambrosio Huerta, le solicita copia auténtica del Original que se guarda en Santa Catalina.

Transcurrieron varios años hasta que se pudo reconstruir dicho proceso informativo. Fue remitido ha Roma en el año 1889.

LA BEATIFICACIÓN, es el reconocimiento de la santidad y de la gloria de un siervo de Dios. Reconocimiento al que acompaña la declaración de que es digno de recibir el público homenaje de la iglesia. Esta declaración se hace en orden tan sólo aun lugar determinado.

Para ello se necesita de un largo proceso, en el cual se examinan los escritos y las virtudes del siervo de Dios. El p5ocedimiento ordinario de Beatificación se inicia con el consentimiento de la Santa Sede y ante el Obispo del lugar donde murió dicho siervo de Dios. Se comienza el llamado “Proceso Informativo”.

Investigados los escritos, la vida y las virtudes, las actas son enviadas a la Sagrada Congregación para las causas de los Santos (antes se enviaban a la S. C. de Ritos). Si la Santa Sede lo encuentra favorable, se propone al Papa el Decreto de introducción de la causa, se dictamina sobre la ausencia de culto público y se reconocen los restos mortales del siervo de Dios.

Comienza luego el “Proceso Apostólico” que terminará en tres reuniones sucesivas donde se discutirán los fundamentos para la beatificación. En la última

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reunión presidida por el Romano Pontífice, se declaran probadas las virtudes heroicas. Aprobados después los milagros, la causa queda dispuesta para la Beatificación.

En 1898 el Episcopado Americano, reunido en Roma pidió al Santo Papa León XIII la canonización de Fray Martín de Porres, incluyendo también la pronta Beatificación de Sor Ana de los Ángeles.

Monseñor Manuel Segundo Ballón, inicia la instrucción de un “Proceso Adicional”, que fue remitido a Roma el 18 de diciembre de 1903. Introduciéndose la causa de Beatificación en la Sagrada Congregación de Ritos a mediados de junio de 1917. Más tarde se inició el “Proceso Apostólico” que fue enviado a Roma por Monseñor Mariano Holguín el 25 de julio de 1923.

En 1975 el Santo Papa Pablo VI determina que se expida el decreto por el cual se reconoce oficialmente las virtudes heroicas practicadas por la sierva de Dios. El 5 de febrero de 1981 el Santísimo Papa Juan Pablo II da por válido el milagro atribuido a Sor Ana de los Ángeles, obrado a favor de la señora María Vera de Jarrín, de un gravísimo e incurable tumor canceroso en el útero y en tercer grado. De esta manera culmina el largo proceso de las virtudes y milagros, quedando expedito el camino para la Beatificación.

MILAGROOBRADO POR INTERCESION DE SOR ANA DE LOS ÁNGELES Y ACEPTADO

OFIALMENTE PARA SU BEATIFICACIÓNLa señora María Vera de Jarrín, madre de familia nacida en Arequipa en 1886 fue

sometida el día 2 de noviembre de 1931 a un examen médico del útero, pues padecía frecuentes hemorragias. Como empeoraba su salud, el día 10 de marzo de 1932 fue sometida a una exploración más profunda en el hospital Goyoneche.

Abierta la parte inferior del abdomen, se descubrió, sin ninguna duda, un gravísimo tumor canceroso, que no sólo afectaba al útero sino que se extendía por toda la zona pélvica, no teniendo ninguna posibilidad humana de curación, los médicos omitieron todo tratamiento.

No habían transcurrido dos días, cuando la enferma se sintió mejor. Su proceso de recuperación fue acelerándose de tal manera que al cabo de un mes se la consideró apta para seguir cumpliendo sus quehaceres domésticos.

Tres médicos admirados por ello pensaron inmediatamente en una curación milagrosa. Lo mismo creyeron la misma enferma, sus parientes y amigos, quienes son indesmayable esperanza habían rogado a Sor Ana de los Ángeles su pronta curación. María Vera de Jarrín entregó su alma a Dios el año de 1966 sin tener ningún indicio de aquella maligna enfermedad.

BEATIFICACIÓNTranscribimos parte de la homilía pronunciada por S.S. Juan Pablo II el 2 de

febrero de 1985 en la ciudad de Arequipa, con ocasión de la Beatificación de Sor Ana de los Ángeles Monteagudo. He aquí el espléndido mensaje de la fiesta de hoy. El mensaje de la luz y de la vida, el mensaje de la verdad y del amor.

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En el contenido de este mensaje reconocemos también a esta hija elegida de nuestra tierra que hoy puedo proclamar Beata de la Iglesia: Sor Ana de los Ángeles Monteagudo. El señor Arzobispo de Arequipa, al pedir oficialmente la beatificación de Sor Ana, ha trazado en síntesis su biografía y ha indicado los rasgos de su vida santa, los méritos y las gracias celestiales que han conducido a su elevación a los altares, para ejemplo y veneración de toda la iglesia, especialmente de la iglesia del Perú.

En ella admiramos sobre todo a la cristiana ejemplar, la contemplativa, monja dominica del célebre Monasterio de Santa Catalina, monumento de arte y de piedad del que los arequipeños se sienten con razón orgullosos. Ella realizó en su vida el programa dominicano de la luz, de la verdad, del amor y de la vida, concentrado en la conocida frase: “contemplar y transmitir lo contemplado”.

Sor Ana de los Ángeles realizó este programa con una intensa, austera, radical entrega a la vida monástica, según el estilo de la orden de Santo Domingo, en la contemplación del misterio de Cristo, Verdad y Sabiduría de Dios. Pero a la vez su vida tuvo una singular erradicación apostólica.

Fue maestra espiritual y fiel ejecutora de las normas de la Iglesia que urgían la reforma de los monasterios. Sabía acoger a todos los que dependían de ella, encaminándolos por los senderos del perdón de la vida de gracia. Se hizo notar su presencia escondida, más allá de los muros de su convento, con la fama de su santidad. A los obispos y sacerdotes ayudó con su oración y consejo; a los caminantes peregrinos que venían a ella, los acompañaba con su plegaria.

Su larga vida se consumó casi por entero dentro de los muros del Monasterio de Santa Catalina; desde su tierna edad como adecuada, y más tarde como religiosa y superiora. En sus últimos años se consumó en una dolorosa identificación con el Ministerio de Cristo Crucificado.

Sor Ana de los Ángeles confirma con su vida la fecundidad apostólica de la vida contemplada en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Vida contemplativa que arraigó muy pronto también aquí, desde los albores mismos de la evangelización, y sigue siendo riqueza misteriosa de la Iglesia en el Perú de toda la Iglesia de Cristo. Ciertamente Sor Ana se ha guiado en su vida con esta máxima de San Juan Evangelista: “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros”. (Juan 4, 11).

En la Escuela del Divino Maestro se fue modelando su corazón hasta aprender la

mansedumbre y humildad de Cristo, según las palabras del Evangelio: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended en mí que soy manso y humilde de corazón… Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11, 29-30). Imitando la caridad y el sentido, eclesial de su patrona, Catalina de Siena tuvo un corazón manso y humilde abierto a las necesidades de todos, especialmente de los más pobres.

Todos encontraron en ella un amor verdadero. Los pobres y humildes hallaron acogida eficaz, los ricos, comprensión que no escatimaba la exigencia de conversión; los pastores encontraron oración y consejo; los enfermos, alivio; los tristes, consuelo; los viajeros, hospitalidad; los perseguidos, perdón; los moribundos, la oración ardiente.

Page 12: Biografia de Sor Ana de Los Angeles

En la caridad orante y efectiva de Sor Ana estuvieron presentes de una manera especial los difuntos, las almas del purgatorio que ella llamaba sus amigas. De esta forma, iluminando la piedad ancestral por los difuntos con la doctrina de la iglesia, siguiendo el ejemplo de San Nicolás de Tolentino, de quien era devota, extendió su caridad a los difuntos con la plegaria y los sufragios.

Por eso, recordando estos detalles entrañables de la vida de la nueva Beata, su penitencia y su limosna, su oración continua y ardiente por todos, hemos recordado las palabras del libro de Tobías: “Buena es la oración con ayuno, y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad, mejor es hacer limosna que atesorar oro… Los que hacen limosna tendrán larga vida” (Tb. 12, 8-9). Como ella, que murió en edad avanzada, cargada de virtudes y méritos.

Hoy la Iglesia en Arequipa y en todo el Perú desea adorar a Dios de una manera especial por los beneficios que Él ha concedido al Pueblo de Dios mediante el servicio de una humilde religiosa: Sor Ana de los Ángeles. Obrando así, la Iglesia cumple la invitación del libro de Tobías, proclamada en la liturgia de hoy.

“Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle. Bueno es mantener oculto el secreto del Rey, y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios” (Tomás 12, 6-7). De esta manera, aquel misterio de la Gracia de Dios, escondido en el seno de la Iglesia vuestra tierra, se hace manifiesto y se revela ¡es Sor Ana de los Ángeles, la Beata de la Iglesia!

ORACIÓN A SOR ANA DE LOS ÁNGELES

Padre Santo, que concediste a laVenerable Sor Ana de los Ángeles Monteagudo

Los dones de la contemplación,De la penitencia y del servicio al prójimo,

Otórganos, por su intercesión,El espíritu de su oración,

La fortaleza y la luzPara conocer en los acontecimientos

De nuestro tiempo tu voluntadY aceptar el compromiso que nos pides. AMEN.