Boleslao Lewin Tupac Amaru

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History. La rebelión de Tupac Amaru

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    B O L E S L A O L E W I N

    Ediciones elaleph.com

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    OBSERVACION PRELIMINAR

    Es legtimo considerar a Tpac Amaru una figura excep-cional en la historia de Amrica. La razn de ello es eviden-te: ninguno de sus pares -teniendo los mismos motivos yparecidos sentimientos- tuvo el valor de rebelarse contra elrgimen colonial. Pero es lgico asimismo admitir que lapoca (ltimos decenios del siglo XVIII) influy decisiva-mente en sus planes cuyo desenlace, fatal para l, no por ellosignific una prdida menos sensible para sus enemigos.

    Obviamente, es muy antiguo el debate en torno al in-flujo de la personalidad excepcional en los acontecimientoshistricos y tambin acerca de su efecto recproco. Queambos tienen su importancia y estn inextricablemente uni-dos, es indudable., pero es muy difcil precisar su trabaznntima. De suerte que, hay que dejar abierto el problema.Que hablen, pues, por s los hechos. Primero, los generales;luego los singulares.

    Y una observacin final, las fuentes ditas e inditas delpresente trabajo figuran en mi libro La rebelin de Tpac-Amaru y los orgenes de la independencia de Hispanoam-

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    rica, Buenos Aires, 1967. Por razones editoriales no se citanaqu.

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    CAPITULO 1

    REGIMEN SOCIAL EN LAS COLONIASESPAOLAS

    1. Las castas en HispanoamricaLos habitantes de las colonias espaolas estuvieron apri-

    sionados en densas mallas de ordenamientos feudales. Hastafines del siglo xvin el sbdito colonial, y en esto no se dife-renciaba del europeo, estuvo tan habituado al orden jerr-quico que no se imaginaba que los hombres fuesen algunavez jurdicamente iguales, que tuviesen en alguna pocaidnticos derechos civiles, de los sociales ni que hablar.

    En las colonias espaolas existan, conforme a las leyesdictadas por la metrpoli y aqu ejecutadas, seis -castas prin-cipales. 1) los blancos espaoles, entre los cuales se distin-guan los espaoles europeos y los espaoles americanos,llamados simplemente criollos; 2) los indios; 3) los mestizos,mezcla de indios y blancos; 4) los negros, que podan serlibres o esclavos; 5) los mulatos, descendientes de negros yblancos, que tambin podan ser libres o esclavos; 6) loszambos o zambaigos, descendientes de negros e indios. Las

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    castas hispanoamericanas en un aspecto fundamental sediferenciaban de los estamentos europeos que eran racial-mente uniformes: adems de fijar jurdicamente las desigual-dades sociales establecan legalmente los desniveles raciales.

    Si bien la casta fue la base del rgimen social en todaHispanoamrica, puesto que todava ella estaba gobernadasegn las mismas leyes y costumbres, en determinadas re-giones dej mayores huellas documentales que en otras, loque -de ninguna manera - autoriza a expresar dudas acercade su vigencia.

    En el litoral del Plata y en algunas otras comarcas depoblacin predominantemente blanca, la jerarquizacin so-cial, equivalente a la racial, no fue tan rigurosa como en lasregiones donde la poblacin de origen europeo estaba lite-ralmente sumergida en el extrao mar autctono. En lascomarcas aludidas tampoco dominaba al ambiente el temor,confesado u oculto, ante imprevisibles reacciones de lacasto india (a veces tambin de la negra). En Buenos Aires,por ejemplo, los esclavos por otra parte, sector minoritariode la poblacin- slo en 1795 llegaron a preocupar seria-mente a las autoridades, a causa de la sospecha, surgida poraquel entonces tambin en Montevideo, de que integrabanun complot jacobino. Diametralmente distinta fue la situa-cin en Mxico, Guatemala, Ecuador, Per, Bolivia y elnorte argentino. Aqu la minora blanca - detentadora detodas las palancas del poder y de la economa - aplicaba se-veramente todas las restricciones, entre otros motivos, porcausas de seguridad, aunque sta, despus de la resistenciainicial a la Conquista, no fue minada hasta 1870, cuando

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    estall la rebelin encabezada por Tpac Amaru, que con-movi los cimientos ms hondos del rgimen espaol enHispanoamrica.

    Y en lo que respecta a las tan ensalzadas por tirios y tro-yanos leyes de Indias, en vez de rebatir sus ditirambos coneptetos, formular estos interrogantes: Prohiban la escla-vitud? Eliminaban la servidumbre de los autctonos?Proscriban la Inquisicin? Declaraban la igualdad de losintegrantes tan de las castas de sangre mixta? Aunque meabstengo de toda respuesta, me permitir aconsejar a los quedudan de mis afirmaciones que consulten los escritos deMariano Moreno. All encontrarn abundante material sobrelas verdaderas caractersticas de la legislacin indiana.

    2. El indio y el cacique. Pese a todo el esfuerzo en el sentido, digamos, de es-

    paolizar a los indios, su vida ntima, personal, escapaba alcontrol del conquistador. Salvo el tributo, la obligacin pe-ridica de prestar servicios en la minera y la religin -msbien sus ritos externos y algunos conceptos generales - todoquedaba como antes. El indio segua usando su antigua ves-timenta incaica (la que fue prohibida despus de la subleva-cin tupamarista), hablaba su idioma vernculo, estabasometido totalmente a sus caciques (curacas) y guardaba unhermetismo, en notable grado persistente hasta hoy, frente atodo lo forneo, cuyo contacto con l le acarreaba siempredesdichas e incomodidades. Por lo tanto, procuraba evitarloen la medida de lo posible, aun en los casos en que podaserle til.

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    En el engranaje social de la colonia los indios, bsica-mente, constituan la capa labradora. Sobre ellos reposaba eltrabajo en la agricultura y la labor no especializada en la mi-nera. Su trabajo tanto en el agro como en otras ramas de laactividad productiva era obligatorio. A la minera le propor-cionaba su mano de obra en forma de mita, un servicio pe-ridico, en cierta manera parecido al reclutamiento militarmoderno. Nada hubo para el indio ms odioso que la mita.sta lo arrancaba, por un tiempo de diez meses o para siem-pre, del ambiente que le era peculiarmente propio -no obs-tante las presiones motivadas por la Conquista-, lo arrojaba aun mundo extrao geogrfica y socialmente, lo condenaba aun trabajo al que no estaba acostumbrado y lo entregaba amanos d explotadores mucho ms insaciables que los quehaba conocido en su comarca natal. Por esos motivos lamita causaba estragos entre los indios. Uno de los virreyesperuanos M siglo XVII, el conde de Alba, d sostener que lamita deba ser extinguida, afirm "que las piedras de Potos ysus minerales estn baados con sangre de indios, y que si seexprimiera el dinero que de ellos se habra de brotar mssangre que plata"... Y he ah lo ms notable: el cruel con-quistador general Jos Antonio de Areche, que con tantasaa procedi contra los esclavos indgenas rebelados bajo ladireccin de Tpac: Amaru, en una carta particular del 17 dediciembre de 1777 dice de la mita, entre otras cosas, que "nohay corazn bastante robusto que pueda ver cmo se despi-den forzados indios de sus casas para siempre, pues si salenciento apenas vuelven veinte". Es altamente sintomtico queun ao antes de escribir Areche las lneas citadas, el 4 de

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    octubre de 1776, don Jos Gabriel Tpac Amaru, que ya poraquel entonces preparaba su riesgosa empresa, present aJos Palacios, escribano del Cuzco, un poder de los caciquesde su provincia que lo designaban para que prosiguiera enLima "la causa que tienen pendiente en el Real y SuperiorGobierno de estos Reinos, sobre que se liberten los natura-les de sus ayllus de la pensin de la mita que se despacha alReal Asiento de la Villa imperial de Potos -.

    Otra forma de trabajo obligatorio y peridico de los in-dios la constituan los obrajes, especie de primitivas fbricastextiles, donde, tericamente, los indios deban permanecerun ao. Las ordenanzas del virrey peruano del siglo XVI,don Francisco de Toledo, prevean que en los lugares dondehaba obrajes y, por consiguiente, obligacin de servir enellos, los indios estuvieran exentos de mitar en los socavo-nes. Prescriban as mismo que los nios deban estar libresde trabajo forzado. Pero como el indio no estaba en condi-ciones de defenderse a s mismo, caa vctima de la arbitra-riedad de los blancos, a quienes solan ayudar sanguijuelas desu propia casta.

    Lo expuesto hasta ahora trata en realidad la situacindel indio fuera de su ambiente propio. En esta clula prima-ria, el eslabn fundamental de la convivencia comunitaria,fue el ayllu (entre los incas) o el calpulli (entre los aztecas).El ayllu tena una estructura muy parcida a la gens o clan,agrupacin de familias de una misma ascendencia que, ennuestro caso, inclua formas colectivas de produccin. Cadaayllu era gobernado por un cacique, pero tambin al gober-nador de varios ayllus le era aplicada la misma denomina-

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    cin. Los conquistadores lograron introducir algunos cam-bios en la convivencia cosanguinea de los ayllus, pero eso notiene importancia para nuestro estudio. Interesa, s el hechode que en la poca de la rebelin de Tupac Amaru el aylluconstitua aun la clula fundamental de la casta indgena y elcuraca era el jefe indiscutible.

    La oposicin del cacique (curaca en el lenguaje indgena)fue, sin duda, muy singular en la vida social de la colonia. Enprincipio, era descendiente de la antigua aristocracia gentili-cea conservaba algunas de sus preminencias aun despusdela conquist. A pesar dela degradacin social de los indidos,el curaca debido a su importancia para el buen gobiernoy el hecho de ser imprescindible su intervencin een el ma-nejo administrativo gozaba de ciertas prerrogativas que noslo lu ubicaban al margen de la casta indgena, sino tambinde las castas en general, en una peligrosa y ambigua situacinintermedia.

    Conforme a la legislacin espaola, el cacique y sus hijosmayores estaban exentos de la obligacin de pagar el tributo(smbolo de sometimiento), y de hacer el servicio de la mita(expresin de sojuzgamiento). Adems, segn se desprendede algunas prescripciones oficiales, tambin a ellos los sier-vos indgenas deban abonar un tributo anual. En muchoscasos los curacas, a semejanza de los seores espaoles, te-nan indios (pongos) a su servicio y podan usar cabalgadu-ras, lo que estaba prohibido -por motivos de ordenjerrquico y militara los indios y mestizos. Tambin en for-ma similar a la nobleza espaola, los caciques deban seradmitidos -al menos as se ordenaba - en las funciones re-

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    servadas para los que posean "limpieza de sangre". No tieneinters entrar en los pormenores de los privilegios de lascuracas, pero cabe destacar que gozaban de muchos de elloscon el beneplcito de los conquistadores. Sin embargo esapoltica no logr extirpar en la mayora de ellos el apego alos valores autctonos ni su oposicin al rgimen hispano.Por el contrario, su posicin, en cierto modo privilegiada,tanto en el aspecto social como educativo, en la segundamitad del siglo XVIII, contribuy a que surgiera en su senouna fuerte corriente anticolonial. Precisamente Tpac Ama-ru fue su representante ms destacado.

    Finalmente, la funcin pblica de los caciques consistaen cobrar el tributo anual de los indios y en regular el tra-bajo forzado de stos. Ejercan tambin jurisdiccin judicialen casos de menor gravedad.

    3. Reparto de los corregidoresEs muy instructivo el hecho, por lo que al valor de las

    leyes -de Indias u otras- como nica fuente de interpretacinhistrica se refiere que hasta mediados del siglo XVIII to-das las prescripciones legales prohiban a los corregidores laactividad comercial, es decir, el mal llamado reparto. A pesarde lo cual, a l se dedicaban en forma expoliatoria y mono-polista.

    Cmo fue posible esto? La explicacin que se da gene-ralmente es que, por una parte, el Estado espaol, y no slopor razones mercantiles, estaba interesado en la distribucinde mercancas entre la enorme masa cuyo consumo era muybeneficioso para la economa; y por la otra, la remuneracin

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    del corregidor era muy exigua para el tren de vida que tenaque llevar y para la jerarqua del cargo que desempeaba.Pero quin lo obligaba a solicitar tal cargo y gastar grandessumas en conseguirlo? La nica explicacin que se ofrece, esla angurria y falta de escrpulos morales en muchos nobles.De tal modo se convirtieron en una de las peores lacras dela administracin colonial.

    Los corregidores que eran gobernantes en el sentidofeudal del trmino - de provincias enteras habitadas por in-dios, a juicio del virrey peruano Amat (1771-1776), fueron"verdaderos diptongos de comerciantes y jueces", puestoque efectuaban entre los indgenas un reparto anual de mer-cancas de origen europeo. Se valan del argumento, queaprobaban las autoridades metropolitanas, que de tal modoacostumbraran a los indios a usar objetos 'civilizados' y de-salojar los habituales entre ellos. Pero el reparto se tornuna verdadera plaga para los indios. De ello habla Jos Ga-briel Tpac Amaru en los siguientes trminos:

    "Este maldito y viciado reparto nos ha puesto en esteestado de morir tan deplorable con su inmenso exceso. Alla los principios, por carecer nuestras provincias de gnerosde Castilla y de la tierra, por la escasez de los beneficiosconducentes, permiti S. M. a los corregidores una ciertacuanta con el nombre de tarifa para cada capital, y que seaprovecharan sus respectivos naturales, tomndolos volun-tarios, lo preciso para su alio en el precio del lugar; y por-que haba diferencia en sus valuaciones se asent preciodeterminado para que no hubiera socapa en cuanto a lasreales alcabalas. Esta valuacin primera la han continuado

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    hasta ahora, cuando de mucho tiempo a esta parte tenemoslas cosas muy baratas. De suerte que los gneros de Castillaque han cogido por montn, y lo ms ordinario, que estn ados o tres pesos, nos amontonan con violencia por diez odoce pesos. El cuchillo de marca menor que cuesta un real,nos dan por un peso; la bayeta de la tierra, de cualquier colorque sea, no pasa de dos reales, Y ellos nos la dan a peso.Fuera de esto nos botan alfileres, agujas de Cambray, polvosazules, barajas, anteojos. estampitas y otras ridiculeces comostas. A los que somos algo acomodados nos botan fondos,terciopelos, medias de seda, encajes, hebillas, run en lugarde olanes y cambrayes, como (si) nosotros los indios usra-mos estas modas espaolas, y luego en unos precios tan-exorbitantes que cuando llevamos a vender no volvemos arecoger la veintena parte de lo que hemos de pagar al fin. Alfin, si nos dieran tiempo y treguas para su cumplimientofuera soportable en alguna manera este trabajo; porque lue-go que nos acaban de repartir aseguran nuestras personas,mujeres, hijos y ganados, privndonos de la libertad para elmanejo. De este modo desamparamos nuestras casas, fami-lias, mujeres e hijos."

    Las autoridades espaolas, tanto las civiles como laseclesisticas, estaban en antecedentes de que el reparto equi-vala .a una de las peores extorsiones. Tenernos prueba deello en las siguientes hechos: en el perodo anterior al mo-vimiento rebelde .de Tpac Amaru, y acaso a instigacin deste, haban protestado contra el reparto de los corregidoresel obispo del Cuzco, -Agustn Gorrichtegui y el de La Paz,Gregorio Francisco de Campos,- los cabildos de La Plata

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    (Charcas), Cuzco y Arequipa, y muchas otras corporacionesy personas de significacin. Adems, en el mismo perodo,tomaron cartas en el asunto la Audiencia de Chuquisaca ylos virreyes peruanos Amat y Guirior. Este ltimo, en 1777,prohibi a los corregidores renovar el reparto que tenanderecho de hacer slo cuando se posesionaban del gobiernode su provincia. El rey Carlos III, al aprobar esta medida,orden que se estudiara si convendra prohibir el reparto deltodo.

    De lo poco que he dicho acerca de los corregidores po-dra parecer que se trataba de sujetos endemoniados por lacodicia. En efecto, as los presenta un documento que heexhumado del polvo de los archivos. Pero, por suerte, lanaturaleza humana no anda por senderos tan extraviados. Elcorregidor, en cierta medida, era recluso de su situacin, dela tica social y del rgimen imperante.

    No se puede desconocer, sin embargo, que se necesita-ban ciertas particularidades psquicas para el desempeo dela funcin de corregidor. Por ello muchas personas rechaza-ban tal oficio, al que se acogan los individuos menos escru-pulosos y ms dispuestos a abrirse paso costase lo quecostare, creando con su modo de obrar dificultades a la au-toridad superior, con ms amplia visin social y mayoresresponsabilidades.

    Indudablemente, tiene razn el gran historiador espaoldel siglo pasado, don Antonio Ferrer del Ro, al afirmar que"sin la codicia de los corregidores no se explica la rebelinde Tpac Amaru, en cuyo curso perdieron la vida ms de

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    cien mil personas, y se saquearon muchos millones de du-ros".

    4. Mestizos y criollosA la casta mestiza, fundamentalmente perteneciente al

    bajo pueblo y considerada infame aun por Solrzano, debi-do a que en su inmensa mayora en los primeros siglos dela conquista- fue fruto de uniones ilegtimas, se le ved elacceso a la enseanza, a los empleos pblicos y hasta al sa-cerdocio. Salvo en casos excepcionales, a los mestizos tam-poco se los juzgaba apropiados para el ejercicio de las armasni dignos de la honra de andar a caballo.

    La casta mestiza, ms fluctuante y permeable que lasotras, pese a su degradacin social durante la colonia, es laque en la actualidad ms progresos ha logrado. Ya en el sigloXVIII, no obstante las discriminaciones raciales en algunosgremios, comenz a integrar la baja clase media, que hoy, enalgunos pases americanos, est casi exclusivamente formadapor el elemento mestizo.

    La situacin de los mestizos como grupo social, sobretodo por el temor de verse arrojados en el purgatorio de losindios, les impona actitudes oportunistas con relacin a lacasta gobernante. Sin embargo, en el seno de ellos surgieronalgunos demoledores del rgimen. El propio Tpac Amarutena sangre mixta.

    Aunque los blancos formaban la casta privilegiada, huboentre ellos diferencias sociales y tremendos odios de grupo.En concreto, me refiero al encono entre los espaoles eu-ropeos y espaoles americanos o criollos. Este hecho es tan

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    vastamente conocido y tan ampliamente documentado queme parece ocioso dedicarle espacio y tinta. Precisamente,Tpac Amaru se empe -pero sin mayor xito - en aprove-char para sus fines el resentimiento entre los espaoles ame-ricanos y los europeos.

    Me doy cuenta de que he presentado un aspecto parcialdel rgimen imperante en las colonias hispanas. Principal-mente, el que concierne a los indios y a las causas de su des-contento. Y aun cuando el tema del libro me impuso estalimitacin, creo necesario hacer la advertencia correspon-diente.

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    CAPITULO IISURGIMIENTO DE LA VOLUNTAD DE

    INDEPENDENCIA

    1. Sus primeras manifestacionesSame e permitido comenzar este captulo con una

    ancdota: a don Marcelino Menndez y Pelayo un amigo leobserv que su absorbente dedicacin al estudio de los hete-rodoxos haca pensar que su propia fe en la infalibilidad delos dogmas catlicos -por otra parte, indudable tena un ladoflaco, puesto que, de no ser as, se consagrara al estudio dela ortodoxia. A m me parece que los que en la Argentina yen otras partes con tanto empecinamiento niegan carcteremancipador a la Revolucin de Mayo, por ms nacionalis-tas que se declaren, tienen un taln de Aquiles antipatritico,porque de no adolecer de ese defecto dedicaran sus afanesal fin de demostrar lo contrario.

    Nadie debe sentirse asombrado de esta afirmacin. Haytestimonios en ambos sentidos, es decir, que hubo en 1810enemigos de la Independencia y entusiastas de ella. Pero nopuede ser objeto de dudas el hecho de que los segundosfueron mucho ms numerosos e influyentes que los prime-

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    ros. Lo confirman los documentos (vase, por ejemplo, laBiblioteca de Mayo, publicada por el Congreso Argentino) yla realidad de los hechos histricos: la Independencia. Peroni esto basta. De inmediato nuestros nacionalistas respon-den que la Independencia no fue una reivindicacin cons-ciente sino una secuela, fatal e inevitable, del desarrollo delos acontecimientos polticos de la poca, o sea, en el fondo,dudan de si debi ocurrir, pero, ya que sucedi, la aceptan.Con esa inclinacin psquica, coleccionan cada dato, porms insignificante y desconexo que fuera, acerca de las bon-dades coloniales y de las taras nacionales. Llegan tambin alextremo ellos tan antiImperialistas, aunque generalmenteintegrantes de los ncleos "revisionistas" de derecha- denegar que los territorios espaoles de Amrica fueran colo-nias; sostienen que eran simplemente provincias de ultramar.Acaso no repitieron lo mismo ayer los franceses en Argeliay no lo dicen hoy los portugueses en Angola? El interro-gante qu sentido tiene emplear una estratagema tan inge-nua en el actual perodo de liberacin de los pueblos colo-niales? no requiere muchas explicaciones, puesto que graciasa ella el Brasil n todo lo otro ardientemente nacionalistaapoya a su antigua metrpoli en las asambleas internaciona-les y nuestros nacionalistas disponen de una teora propia,aun cuando su promotor haya sido el liberal Levene. Por larazn expuesta, y porque estn olmpicamente ignorados enlos cursos universitarios, secundarios y en las publicacionesacadmicas, me voy a extender un poco ms en el tema de laemancipacin que sobre otros tpicos.

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    La idea separatista, y no meramente de oposicin ind-gena a la Conquista, comienza a manifestarse cuando surgela primera generacin de blancos y mestizos americanos. Nofue slo una reaccin contra las teoras degradantes, de fon-do racista, contra los americanos y lo americano, sino tam-bin una exaltacin de los valores nativos. En este sentido esaltamente sintomtico que ya en la primera conspiracin(1565), encabezada nada menos que por los hijos de Corts,se vio en la capital de Nueva Espaa un espectculo en elque apareca Moctezuma llevando su corona, el suntuosomanto imperial y rodeado por vasallos que portaban incen-sarios. Para mayor simbolismo, no faltaban la msica au-tctona ni los platos tpicos.

    Dejando de lado los proyectos (generalmente ingleses)de conquista territorial, con la colaboracin de hispanoame-ricanos ya cambio de algunas concesiones, voy a dedicaralgunas lneas al singular caso de Guilln de Lampart o Gui-llermo Lombardo.

    Guillermo Lombardo (como fue castellanizado su nom-bre) era irlands catlico, de modo que el motivo confesio-nal -al menos visiblemente - no jug un papel en suconducta y proyectos. Es de presumir, sin embargo, que laliteratura iluminista inglesa de la poca, y las descripcionesacerca del desastroso estado de las colonias espaolas, ejer-cieron una influencia sobre su espritu aventurero. Pero slohipotticamente se puede afirmar tal cosa, y esto me impidesealar la fuente de sus ideas tan adelantadas para su pocaque intent llevar a la prctica en Mxico.

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    Lampart naci en el ao 1616. Haya cursado o no lasms clebres universidades britnicas y espaolas, es indu-dable -lo confirman los inquisidores - que fue un hombre deamplia cultura. En 1640, luego de una prolongada residenciaen Espaa, que acoga con beneplcito a irlandeses, por suacendrado catolicismo y fiera oposicin al predominio in-gls, se dirigi a Mxico. Aqu concibi -segn su bigrafo -"la ms atrevida de las empresas, la de hacer la independen-cia del Reino y proclamarse, como l lo deca, rey de Amri-ca y emperador de los Mejicanos". En 1642 sus proyectosfueron denunciados al Santo Oficio mejicano por el capitnFelipe Mndez, quien inform a los inquisidores que Guillnle haba dicho que a "los dos o tres meses de posesionarsedel Virreinato, con los quinientos hombres que ya tena asu devocin y otros que habra reunido, dara un bandocuyo texto ley al declarante D. Guilln, escrito de su letra,en el cual ofreca la libertad a todos los esclavos, mulatos,negros, castas e indios, y hacerlos capaces para todos losoficios honrosos. Todos obligados lo aclamaran Rey, y losera de Mxico, levantndose con l, ofreciendo ponerloen libertad para obligarlos ms a ello. Una vez proclamadoRey, abrira el comercio con Francia, Holanda, Inglaterra yPortugal, y su reino estara abundantsimo, as de azoguescomo de los dems gneros y mercaderas que de aquellosreinos vendran."

    El osado soador exhal su postrer aliento el 19 de di-ciembre de 1659 en circunstancias horripilantes, pero con elmismo coraje con que afront todas las vicisitudes de suvida terrena.

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    2. El factor telricoEs de inters sealar que en lo aitinente a lo econmico

    y social, en conformidad con las autoridades coloniales, losindios estaban sometidos a las leyes autctonas. Pero nota-ble es que en lo relativo a lo espiritual, la identificacin conlo autctono era considerado, primero, como oposicin alrgimen imperante y, luego, como infidencia.

    Que frente al esfuerzo de imponer la religin catlica-generalmente con medidas drsticas- la fidelidad a los ritosautctonos constitua una manifestacin de resistencia, nopuede caber la menor duda. Pero tal actitud, en los siglosXVI y XVII y los primeros decenios del XVIII, era mera-mente opositora; todava no infidente, de modo similar quelas representaciones al estilo inca o azteca en las festividadessolemnes. Este fenmeno comenzar a adquirir caractersti-cas diferentes en el siglo XVIII, cuando bajo el influjo defactores internos (criollos) y externos (las ideas igualitarias)comienza a surgir una conciencia nacional en la casta india.Pero, como en ella todo 1o que acontece es encauzado porlos caciques, tambin esto lo ser.

    No se puede decir si los curacas, capa intermedia nti-mamente ligada a los 'ayllus" y en contacto tambin con loscriollos, influyeron en la afloracin en stos de sentimientosde identificacin con los americanos, incluyendo lo autcto-no en el amplio sentido del trmino. Pero tal hecho-probablemente surgido en forma espontnea es indudableque se produce muy temprano, segn lo hemos podido veren la conspiracin separatista de los hijos de Corts.

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    Las expresiones imitativas o veneradoras de lo autcto-no aumentaron a medida que progresaba el tiempo, se des-prestigiaba el poder colonial, creca la resistencia a susdesafueros y se formaban ideas nuevas. En las conspiracio-nes y rebeliones del siglo XVIII: en lo que fue el antiguoTahuantinsuyu, la reivindicacin de los valores autctonoses permanente.

    Juan Vlez de Crdoba, el conspirador orureo de1739. se presenta como descendiente del inca Huscar. Y loque es ms importante, esgrime como argumento en favorde su causa el hecho -referido a s mismo - de que figuraentre los conjurados "uno de la real sangre de los incas delCuzco en quinto, grado y con deseo de restaurar lo propio".

    Juan Santos Atahualpa, el rebelde de las montaas deTarma (1742-1761), no slo se denominaba legtimo Seordel Per, sino que sola usar asimismo vestimenta incaica yafirmaba que "vena a componer su reino".

    Despus de la conspiracin limea de 1750 cuyo signifi-cado -por tener lugar en el asiento del poder espaol y de lamenor densidad relativa de indios hizo reflexionar a los go-bernantes espaoles acerca del futuro de las Indias, el condede Superunda, virrey del Per, en un escrito opin que debaprohibirse en las festividades solemnes el uso de la indu-mentaria autctona, especialmente la "de sus antiguos re-yes", porque Esto haca recordar su fenecido esplendor a losindgenas y provocar su llanto. Destac Superunda que "tresque hacan cabeza en esta conspiracin han pagado con susvidas las impresiones que les dej aquella fantstica figura dela real dignidad".

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    De los testimonios en el proceso del conspirador cuz-queo Lorenzo Farfn de los Godos (1780) nos llegamos aenterar de algo muy significativo para la poca: "Cit a Gar-cilaso de la Vega y otros escritores diversos, diciendo queenseaban mucho, y que esta ciudad deba aprenderlo".

    Corresponde recordar que en el siglo XVIII los Co-mentarios Reales gozaban de popularidad en Amrica y Eu-ropa, entre otros motivos, por su amalgama de elementos decultura provenientes de ambos continentes. En Europa lasideas de la bondad innata del ser humano no corrompidopor la civilizacin parecan hallar confirmacin en la obraque describe brillantemente la felicidad de un pueblo primi-tivo bajo un gobierno paternal. En Amrica, debido a lascondiciones polticas, este aspecto de la obra de Garcilaso,-sin desaparecer- ceda lugar al anhelo (le liberacin de unadenigrante dominacin extranjera y a su corolario: el espritude reivindicacin autctona, que se manifest inclusive enlos prceres argentinos. Tal inclinacin espiritual -pero yano en su forma prstina, sino influida por la cultura hispa-no-catlica que se manifestaba precisamente en Garcilaso-de modo especial coincida con la personalidad de TpacAmaru. Se manifiesta esto en el hecho de que cita a Garcila-so en su genealoga presentada a la Audiencia de Lima Y deque en su crculo estrecho se hace uso de los ComentariosReales para justificar su pretensin al incazgo.

    La trascendencia de la tradicin autctona -real en otraspartes y ms len simblica en el Ro de la Plata - es bien per-ceptible en el perodo de la ms intensa lucha por la inde-pendencia y despus de lograda sta.

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    3. Descomposicin del rgimen colonial.En la decimoctava centuria se opera un viraje en la for-

    macin social y en la mentalidad hispanoamericana. La eco-noma, en los siglos XVI y XVII, bsicamente minera y deinmediata dependencia europea, en el XVIII comienza a sertambin agrcola y artesanal, cuyos intereses y mercados sonlocales. Es entonces que el mestizo y el cacique especmeneshispanoamericanos de clase media en formacin - se hacensensibles a las reivindicaciones polticas. Al propio tiempolas ideas dieciochescas logran abrir brechas en las vallas res-trictivas y aparecen portavoces de la libertad y de su corola-rio: la independencia. Su representante, en un sentidogeneral, es Jos Gabriel Tpac Amaru.

    Espaa no ignoraba del todo el estado en que se halla-ban sus colonias, aunque -como siempre ocurre a los msinteresados - no lo aquilataban suficientemente. La rebelinde Tpac Amaru fue el toque de atencin que le abri losojos sobre el peligro que amenazaba a sus posesiones deultramar. A consecuencia de ello Jos de balos, Goberna-dor Intendente de Venezuela, en 1781, redact el Informeen el que aconsej el establecimiento en Amrica de cuatromonarquas confederadas con la metrpoli. Idea expuesta,en otros trminos, por el famoso estadista ilustrado condede Aranda en 1783 y que involucra cambios en la estructurasocial.

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    4. Trascendencia de la prdida de las colonias america-nas por Francia y Gran Bretaa

    La cada de Quebec en manos inglesas, en 1759, durantela Guerra de los Siete Aos, tuvo decisiva importancia parael desarrollo de las relaciones anglo-espaolas. La conse-cuencia inmediata del dominio ingls en el Canad fue elestablecimiento en el Nuevo Mundo de una frontera comnentre ambas potencias antagnicas, lo que significaba unapeligrosa aproximacin de motivos de choque y una facili-dad an mayor de penetracin colonial para Gran Bretaa.A este estado de cosas responda encarando el asunto desdeel ngulo hispano - la conclusin, entre los Borbones en lostronos francs y espaol, del Pacto de Familia de 1761, queera "una verdadera alianza entre las dos coronas para decla-rar la guerra a Inglaterra, humillar sus ambiciones y contenerpor la fuerza sus ventajas en Amrica".

    La activa intervencin franco-espaola en favor de losseparatistas norteamericanos tuvo que tener consecuenciascatastrficas para la mayor potencia colonial que era Espaa.Tal fue su impacto que incluso ciertos europeos residentesen las Indias -lo que consta en procesos de la Inquisicin -se dieron cuenta de su incidencia sobre las colonias hispa-nas. Por algo dice un proverbio bblico que Dios encegueceal que quiere perder. No deja de ser curioso que a alguien sele ocurri, pese a las radicales diferencias entre ambos, esta-blecer un smil entre Jos Gabriel Tpac Amaru y JorgeWashington.

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    CAPITULO III

    JOS GABRIEL TUPAC AMARU

    1. El vstago incaA unas veinticinco leguas al sur del Cuzco, en un her-

    moso valle andino coronado por altos y escarpados picoscon nieve eterna y en las estribaciones de las montaas, seencuentra la provincia (corregimiento) de Tinta. Esta pro-vincia tiene de largo, de norte a sur, treinta leguas y de an-cho quince. Su clima es muy fro, debido a la altura y a lavecindad de los cerros nevados de Vilcanota, de cuyas minasen pocas anteriores se extraa plata.

    Por el valle de Tinta, que es una importantsima va decomunicacin e intercambio, serpentea el ro Pilcomayo,con pueblos indgenas en sus orillas. El valle, en la pocaque nos interesa aqu, tiene 20.000 habitantes, casi todosellos indios y entre los cuales se mantiene latente la-tradicin de su esplendoroso pasado incaico. Les hace re-cordar vivamente este pasado el templo de Viracocha, ladivinidad fundadora del Tahuantinsuyu, que se encontrabaen el distrito de San Pedro de Cacha, y la familia de los caci-

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    ques de Surimana, Pampamarca y Tungasuca, descendientedel inca Tpac Amaru I. La grandiosidad del templo de Vi-racocha, con sus nueve puertas y las paredes de piedra la-brada en forma inigualada hasta hoy da, contrastaba con lamiseria de los edificios indgenas, del mismo modo que susituacin en la poca con la pretrita.

    No todos los pueblos de Tnta, cuya capital tiene elmismo nombre que la provincia, estn en el valle. Algunosse ubicaron en altiplanicies cuyo clima es an ms rigurosoque el del valle. Precisamente en una de las altiplanicies estel cacicazgo de los Tpac Amaru, obtenido como mercedpor doa Juana Pilcohuaco, esposa de Diego Felipe Con-dorcanqui e hija del inca Tpac Amaru I, ajusticiado pororden del virrey Toledo en 1572. El cacicazgo, segn ya sa-bemos se compona de tres pueblos: Surimana, Panipamarcay Tungasuca. En Surimana, que est a una. altura de 4.000metros sobre el nivel del mar, el 24 de marzo de 1740, naciJos Gabriel Tpac Amaru, descendiente por lnea maternadel desventurado inca cuyo nombre, y no (Condorcanqui) elpaterno, usaron siempre l y su familia. Eso no me parecesimple apego al origen incaico, sino ms bien proyeccin deanhelos ntimos; algo as como ciertos seudnimos moder-nos: Stalin, hombre de acero, Kemal Ataturk, padre de losturcos.

    Jos Gabriel Tpac Amaru fue hijo de Miguel Condor-canqui y de Rosa Noguera. Qued hurfano de madre ypadre a muy tierna edad, circunstancia que, conforme a al-gunos psiclogos, predispone a actitudes rebeldes, si bienstas quedan como frustracin cuando no arraigan en indi-

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    viduos excepcionales que persiguen un ideal concordantecon anhelos multitudinarios. Con todo, corresponde decirque sus tos, Marcos Condorcanqui y Jos Noguera, desem-pearon dignamente su papel de tutores, entre otras prue-bas, procuraron al sobrino la mejor educacin posible en sumedio.

    Hasta la edad de doce aos fueron maestros de TpacAmaru el Dr. Antonio Lpez de Sosa, cura de Pampamarcay hombre bastante instruido, al decir del meritorio america-nista ingls Markham, y el Dr. Carlos Rodrguez de vila,cura de Yanaoca. Desde ahora, pues, ya es notable la incli-nacin religiosa en la educacin de Tpac Amaru.

    2. El colegio para caciques principalesEn 1753, por primera vez las pupilas de Tpac Amaru

    se abren para admirar la capital imperial de sus antepasados,Cuzco, ubicada en una hermosa hondonada de los AndesCentrales, a la altura de 3.469 metros, acerca de la cual escu-ch, tantos relatos, cantos y leyendas nostlgicas. Pero leembarga la tristeza al ver el trato que los conquistadoresdieron a las reliquias autctonas: donde antes se levantaba elpalacio llamando de Viracocha, el legendario fundador delincanato, se ergua ahora la catedral catlica; el templo delsol, el ms venerado santuario autctono, estaba convertidoen convento de dominicos; el palacio de Huaina Cpac, pa-dre de Atahualpa y Huscar, en cuyo perodo se llev a cabola Conquista, estaba transformado en convento e iglesia delos jesuitas. Todo ello hecho con mximo desprecio de losvalores autctonos y sobre los mismos cimientos de sus

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    ciclpeas construcciones, a fin de simbolizar su aplasta-miento.

    Pero el joven no tuvo mucho tiempo para rememoran-zas, puesto que le fue recordada por su tutor la urgencia enpresentarse en San Francisco de Borja, colegio regenteado ala sazn por los ignacianos y fundado en 1630 para "los hi-jos mayores de caciques principales y (a falta de stos) se-gundas personas, sucesores en los cacicazgos", a fin de quese les ensease "la doctrina evanglica y la poltica cristiana,quitndoles y apartndolos de sus idolatras, para que a suimitacin no la siguiesen los dems indios". En este colegioqued matriculado Tpac Amaru y de inmediato se hizocargo de l el padre rector, quien le ense el lugar que du-rante seis aos sera su alojamiento. Le indic tambin laindumentaria que deba vestir en adelante: capa corta, pan-taln y camiseta de color verde de jergueta o pao, sombre-ro negro, calzado --obligatorio, para diferenciar a los indiosnobles de sus sbditos - y, "una banda -de tafetn carmesde Castilla, atravesada por el hombro derecho, que caigadebajo del brazo izquierdo, con un escudo de plata con lasarmas de su Majestad y debajo de ellas, a un lado las del se-or Virrey y Prncipe de Esquilache, por ser quien dio prin-cipio a esta fundacin, y al otro, las de su Excelencia, porhaberse acabado y ajustado a su tiempo". El cabello debanllevarlo los colegiales hasta los hombros, tambin para queno fueran confundidos con las personas vulgares de su raza.

    As comenz su vida en el colegio de San Francisco UBorja. sta, segn una descripcin del siglo XVII, aplicable-con algn insignificante cambio- a la poca en que estudi

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    Tpac Amaru (1753-1759), se desarrollaba de la manera si-guiente: los alumnos se levantaban temprano e "iban a dar-gracias a Dios en su capilla, que es una cuadra muy capaz,gastando en esto poco ms de un cuarto de hora; toman dememoria la doctrina cristiana, a ayudar a misa y otras cosasde devocin por espacio de una hora; dceles misa y despus-de misa van a almorzar (es decir, desayunar). Luego tocan ala escuela, en la cual gastan dos hora3 y media; pasan la doc-trina (cristiana) y a las once y media se van a comer, comenen el refectorio con toda polica, sirvindose unos a otros yuno de ellos lee a la mesa la vida del santo de aquel da; tie-nen su recreacin hasta las dos que les tocan a explicacinde la doctrina (cristiana) o pltica que se les hace dos vecespor semana en que se les instruye en cosas de la fe especial-mente- tienen .su ejercicio manual en que aprenden a bordary pintar. Aderezan sus aposentos, acuden al canto eclesisti-co y ensase en un clavicordio para el rgano.

    Por la tarde tienen su escuela hasta las cinco y media,que se les toca a rosario y luego a ejercicio de lengua espa-ola y oraciones breves, que se les da para que tomen dememoria. Con que ensean a hablar y polica, cmo se hande tratar unos con otros; todos se llaman de Vuestra Mercedy se tratan con respeto para que se vayan enseando cmohan de tratar con los dems cuando salgan del Colegio. Uncuarto antes de tocar, a cenar se les toca a letana, que dicende Nuestra Seora y los domingos y fiestas cantadas. Des-pus de cenar se les da recreacin hasta que tocan a examen.Despus de acostados media hora se les visita si estn acos-tados con modestia."

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    El Dr. Ignacio Castro, rector de otro instituto educa-cional cuzqueo en la poca en que Tpac Amaru estudiabaen San Francisco de Borja, informa que en este ltimo lainstruccin que reciban los alumnos se limitaba "a los rudi-mentos de la doctrina cristiana, leer y escribir" Ms o menoslo mismo que el autor de la detallada descripcin citada arri-ba. De manera que la cultura general de Tpac Amaru, re-conocida por todos no proceda de las aulas del colegiojesutico; pero s, su formacin religiosa. Porque dgase loque se diga, no hubo en Tpac Amaru deseo de reivindicarvalores confesionales autctonos.

    Ahora bien, al aludir a la cultura de Tpac Amaru noPienso, sin embargo, presentarlo como un intelectual, sinocomo una persona capaz de expresar sus anhelos program-ticos en forma coherente y capaz tambin -llegado el caso-de confiar su formulacin literaria a individuos competentes.

    3. La forja del rebeldeJos Gabriel Tpac Amaru se form en un ambiente

    impregnado de nostalgia por el antiguo esplendor incaico ypor el rechazo del dominio colonial hispano. sta era laatmsfera familiar y ambiental que aspir; pero de ah a to-mar la gravsima decisin de sublevarse contra el poder es-paol con el fin de establecer una monarqua propia, hay unabismo muy grande. Tpac Amaru tom sobre s el riesgomortal de dar el salto sobre ese precipicio. Cmo lleg aesta idea y cules fueron sus mviles? Naturalmente tuvomotivos personales y generales: la tentativa de desposeerlode su cacicazgo y del ttulo incaico al que ste estaba unido,

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    la prepotencia de los funcionarios coloniales aun en relacina l que era descendiente directo de los antiguos monarcasdel pas, la degradante condicin de sus "paisanos", las ideasigualitarias de la poca y el ejemplo de inmensas colonias delmismo continente que lograron su independencia. Pero pa-recidos o an ms graves motivos tenan otros vstagos in-caicos y, sin embargo, no se decidieron a asumir la direccinde tan riesgosa empresa. De suerte -como ya he advertido-hay que buscar asimismo sus causas en la personalidad deTpac Amaru. ste, por lo que es sabido, se caracterizabapor una gran sensibilidad y no menor odio a las injusticias-tal vez influa en esto su temprana orfandad- y por un alto-acaso exagerado- sentido de su importancia como descen-diente de los incas. " ltimo es fcilmente comprobable ensus escritos y testimonios judiciales. mas lo primero slo esconjetural, si bien asimismo basado en pruebas documenta-les.

    4. Micaela Bastidas, su esposa y lugartenienteMicaela Bastidas naci el 23 de junio de 1744 en el pue-

    blo de Timburco, capital del corregimiento de Abancay.Contrajo enlace con Tpac Amaru el 25 de mayo de 1760.Ella contaba a la sazn diecisis aos y l veinte.

    No puedo dar por confirmado lo que deponen algunostestigos acerca de que la energa y 'ferocidad" de la esposaeran mayores que las de Tpac Amaru. Lo que fluye de losdocumentos en forma indubitable es que, en materia dedireccin del movimiento rebelde, Micaela Bastidas no sequedaba atrs de su marido. Por el contrario, toda la vida

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    compleja de la retaguardia indgena estaba a su cargo. Y noslo esto: la esposa del jefe rebelde fue su lugarteniente msinmediato y, a veces, su Inspiradora.

    Para las relaciones entre la pareja principal rebelde -essingularmente caracterstica la carta de Micaela Bastidas a sumarido fechada el 6 de diciembre de 1780. Se trata de lapoca en que Tpac Amaru ya haba obtenido su resonantetriunfo militar de Sangarar (18 de noviembre de 1780) yemprendi tareas de orden poltico y administrativo en vezde marchar, con sus huestes enardecidas por la recientevictoria, sobre el Cuzco, en aquel momento prcticamentedesguarnecido. En verdad, ste es uno de los enigmas de sutctica militar, el que ofrece tanto pbulo para hablar de susrecadas en la tpica pasividad indgena y de su falta de cono-cimientos imprescindibles para un jefe de ejrcitos. No estoyen condiciones de dilucidar ese problema, adems, creo no-tar en ello un prejuicio racista. Pero Micaela Bastidas queestaba al tanto de todo, en la carta aludida hizo amargosreproches a su esposo por no haber -segn ella crea- aten-dido sus razones y marchado sobre el Cuzco. Parece queuna noticia que le envi Tpac Amaru tuvo el efecto detranquilizarla un poco. Pero nada ms que eso, pues un dadespus de su mencionada carta, el 7 de diciembre, le escribeotra en un tono ms reposado, aunque con iguales censurase insistencias sobre la necesidad de dirigir todo el poderoindgena contra la vieja capital del Tahuantinsuyu. Comodoa Micaela no era una persona que se satisfaca con darconsejos nicamente, en la misma carta del 7 de diciembreanunci a su esposo el propsito de reclutar gente "para

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    estar rodeando poco a poco al Cuzco". Llev a medias supropsito a la prctica, puesto que una carta de Tpac Ama-ru con noticias sobre sus nuevas victorias le hizo tomar ladecisin de retornar a Tungasuca. Corresponde aadir questa no fue la nica accin netamente militar emprendidapor Mcaela Bastidas. Toda vez que peligraba la rebelin, olo crea necesario, acaudillaba huestes indgenas. En ciertaocasin, al recibir una noticia acerca del peligro que corra sumarido, exclam subiendo a caballo: "Estoy pronta a morirdonde muriese mi esposo!" Tal fue el espritu de esta mujersingular.

    S. Actividad pblica de Tpac Amaru entre los aos1770-1780

    Corresponde encarar como punto de partida de los es-fuerzos de Tpac Amaru para cambiar radicalmente el esta-do de cosas en la colonia el ao 1770, cuando comienza susgestiones a fin de obtener la confirmacin de sus derechosde descendiente principal de los "Seores que fueron deestos Reinos". Quiz en otra poca, y tratndose de unapersona de diferente conformacin mental que la suya, talesgestiones no hubiesen tenido las caractersticas que les atri-buyo; pero en su caso s. Lo expresado no es slo la opininde quien esto escribe, sino tambin la del Visitador Generalde los Virreinatos del Per y el Plata, Jos Antonio de Are-che, quien en su tristemente clebre fallo sostiene que TpacAmaru, al reivindicar sus derechos al incazgo, se consideraba"dueo absoluto y natural de estos dominios". Tambin otrocoetneo de Tpac Amaru de gran significacin por el papeldesempeado en los sucesos insurreccionales, el obispo del

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    Cuzco Juan Manuel Moscos, en su carta del 17 de noviem-bre de 1780, afirma que "todos se hallaron prevenidos conuna especie de haberse declarado por esta Real Audiencia aese indio la descendencia legtima del rey Tpac Amaru",agregando que "la noticia es maligna para los indios fcilesde seduccin; por ello se recelaba que todos los pueblosconspirasen a un fanatismo.. . " Y en una Relacin de losprimeros sucesos insurreccionales se dijo que el reconoci-miento por la Audiencia de Lima de la "descendencia legti-ma que deca tener de don Felipe Tpac Amaru" "le hicie-ron tener una alta idea de su prosapia.

    que quizs la imprudencia de los que manejaron los do-cumentos de su alcurnia le hizo llegar adonde no deba".Agrega el documento citado que, al estallar la rebelin, T-pac Amaru se presentaba con las "insignias reales de losincas".

    Confirman lo expuesto la rigurossima orden del Visita-dor Areche, contenida en la afamada sentencia, de reservaral propio monarca toda informacin sobre nobleza india ylas reales rdenes, repetidas veces dictadas, que prohiban elotorgamiento de ttulos a los indios, particularmente el"apelativo Inca".

    Las gestiones de Tpac Amaru para obtener la confir-macin pblica de su ttulo de descendiente principal de losincas, evidentemente, tuvieron xito. Se desprende esto,adems de los numerosos testimonios impersonales, de lasexpresiones del obispo Moscoso y de las del enemigo mortalde ste, deudo del ajusticiado corregidor de Tinta Antoniode Arriaga, Eusebio Balza de Verganza, como tambin de

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    los dictmenes favorables para Tpac Amaru del fiscal de laAudiencia de Lima, don Serafn de Leytn y Mola, y del ase-sor del virrey, doctor Francisco Lpez, aunque no constaque el tribunal se haya expedido formalmente.

    Es obvio que no dejan de impresionar como actitudegoltrica los mencionados trmites de Tpac Amaru; peroellos pierden bastante de su caracterstica meramente perso-nal si se toma en consideracin que haba varios preten-dientes para el ttulo que le corresponda a l. Mas en laperspectiva histrica, no en la reivindicacin de un justoderecho resida el problema, sino en el hecho de que serreconocido como inca n la atmsfera de la colonia impreg-nada de elementos autctonos- significaba obtener un as-cendiente enorme en la vida indgena y aun fuera de ella; eraigual a transformarse legal y automticamente, y sin necesi-dad de agrias luchas con otros pretendientes, que no falta-ban y se unieron con los espaoles para combatirlo, en jefeindiscutido de los indios. En la poca, es decir, en la segundamitad del siglo XVIII, citando aflor un fuerte sentimientotelrico entre los criollos, un inca poda aspirar incluso, co-mo lo haca Tpac Amaru, a hablar en nombre de todos losnaturales de Amrica.

    A raz de las gestiones aludidas, algunos cronistas de lapoca y ciertos escritores modernos gustan explayarse acercade los sentimientos aristocrticos de Tpac Amaru, lo que -asu juicio- indicara su escaso inters por la situacin de losindios y por la de las otras capas humildes. Hasta qu gradoes injusta esa imputacin lo demuestra el hecho de que si-

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    multneamente con sus gestiones de indudable tipo genea-logista, bregaba por mejorar la suerte de los indgenas.

    El 4 de octubre de 1776, Jos Gabriel Tpac Amaru,que ya entonces hace preparativos para su magna empresa,presenta al escribano cuzqueo Jos Palacios un poder delos caciques de su provincia que lo nombran con el objetode que prosiga en la capital del virreinato "la causa que tie-nen pendiente en el Real y Superior Gobierno en estos Rei-nos, sobre que se liberten los naturales de sus ayllus de lapensin de la mita". Con motivo de estas gestiones de T-pac Ainaru, el Visitador General Areche, en su dictamen del23 de setiembre de 1776, dic:

    "La mita, segn se practica en el Reino, es uno de losmales que es fuerza cortar brevemente, si queremos pobla-cin, civilidad y que se nos acerquen los indios a lo que de-ben y pueden ser.91

    Agrega ms adelante:,"La mita y los malos tratamientos que reciben los indios

    son causas parciales, y acaso algo ms para que no tengamostantos como tuvimos, y para que no prospere su estirpetanto como quieren las leyes y los ilustrados gobiernos denuestra nacin."

    Pero, cul fue la respuesta de Areche a Tpac Amaru?Tpica de un burcrata que presiente algo grave y cree loms prudente postergar el asunto. He aqu lo que dice:

    "Al cacique que representa se le dir que su escrito notrae la instruccin que era necesaria para hacer el recurso dela revelacin de la mita que pretende; y que as se retire a suspueblos por ahora, esperando a la providencia que, no obs-

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    tante, dar desde su destino el Seor Superintendente de laMita, a quien se remite por correo, como que ser la msarreglada a la distancia de estos indios."

    Aunque herido con esa resolucin en su orgullo incaicoy afectado en su sensibilidad humana, Tpac Amaru no tuvootra salida que volver a Tinta. Pero desde all supo influir enprelados y funcionarios para que protestasen contra la sevi-cia impuesta a los indios, y algn alivio para ellos efectiva-mente logr. Animado por tal hecho, se dirigi a Lima y el18 de diciembre de 1777 present al virrey un memorial enel que le deca que los imponderables trabajos que padecencon la mitad de Potos en una distancia de ms de 200 le-guas, y lo que es ms, el gravsirno dao de la extincin delos pueblos en el visible, experimental, menoscabo de susindios, que obligados con sus mujeres y sus hijos hacen unadolorosa despedida de su patria y de sus parientes, porque larigidez y la escabrosidad de los caminos los mata, los ani-quila el extrao temperamento y pesado trabajo de Potos, osu indigencia no les da arbitrio para regresar a sus puebloscuando la calamidad no ha acabado antes con su vida."

    Agrega ms adelante:"No es menos visible el vejamen que en aquella residen-

    cia (centro minero de Potos) padecen, porque ya parece quese ha hecho o naturaleza o sistema el mal tratamiento de losindios, al piso que se consideran y son tiles y necesarios.Por las diligencias practicadas ante los alcaldes de aquellospueblos consta la sevicia que sufren; las tareas indebidas conque son gravados y adems abusos que experimentan, pre-sentados en debida forma por el suplicante, porque los in-

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    dios tienen mal recomendada su verdad, despus de todoson unos infelices, y son los que llevan el trabajo y la peorparte en su humilde condicin, y la malicia para ponerse encubierto de las resultas de su mal procedimiento contra unosnaturales que tanta compasin merecen a S. M. y a V. E.sobre dar diversos coloridos a los sucesos practicados paraque tengan aceptacin las quejas de su agravio."

    Ningn resultado obtuvo Tpac Amaru de sus gestionesante los ms encumbrados funcionarios espaoles, y a stosles incomodaba su presencia en los centros vitales de la co-lonia. De modo que, no slo despus de sus gestiones anteAreche se le orden que se retirara a sus pueblos y allaguardase la correspondiente decisin, sino tambin luegode su representacin ante el virrey. Efectivamente, a fines de1778 regres Tpac Amaru a su provincia, pero no paraesperar la decisin espaola con manos cruzadas, sino paraintensificar la labor rebelde.

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    CAPITULO IV

    SU CONFORMACION INTELECTUAL

    1. Tuvo asesores polticos Tpac Amaru?El problema se plantea hoy y fue acuciosamente consi-

    derado en la poca por dos razones: primero, por lo inslitodel hecho, puesto que despus de la ineficaz resistencia a laConquista los indios parecan estar completamente abatidosy, salvo ocasionales e inconexos estallidos de clera, no ma-nifestaban oposicin a la autoridad colonial; segundo, por-que a quienes conocen a los indios -tales que viven en supropio medio- no les resulta fcil concebir cmo esos seresapocados fueron capaces de luchar fieramente, durantetiempo prolongado, en un territorio muy extenso. Y esrealmente notable el caso de que en todo el continente ame-ricano, en el transcurso de tres centurias, lo hicieron unasola vez bajo el mando de Tpac Amaru.

    Cmo explicar este fenmeno? El prejuicio racista, o lasubestimacin del indio, dictan una respuesta bien simple:Tpac Amaru fue conducido por ingleses, jesuitas o el obis-po Moscoso, en una palabra, por hombres no de su raza.

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    Corresponde, pues, analizar esos asertos, puesto que, a tra-vs de ellos, se trasluce el asombro causado por la vastedadde su movimiento.

    Segn ya he indicado, Tpac Amaru fue lo que se puedellamar un hombre instruido, pero no un intelectual. Y aunde haberlo sido, no hubiera podido -debido a sus mltiplesocupaciones como jefe rebelde redactar los numerosos y, aveces, muy extensos escritos que llevan su nombre.

    Que haya aprobado o "fijado los puntos" de los msimportantes es seguro. Lo declara l mismo, pero que suredaccin definitiva y su fundamentacin jurdico-teolgicaes de otra persona (o personas) es indudable. Pero quin eseste individuo (o individuos) no lo sabemos a ciencia cierta,aunque conocemos los nombres de sus secretarios. Entrestos, don Francisco Cisneros es la persona sealada comoredactor, al menos, de uno de los ms extensos escritos deTpac Amaru y no slo como un -escribiente suyo. Peropuede l ser considerado inspirador de las ideas sustentadasen todos o la mayora de ellos? Me parece imposible, porquese trata de un espaol -Tpac Amaru era extremadamenteantieuropeo-- de edad avanzada, hombre de confianza devarios corregidores, inclusive del ltimo, Antonio de Arriaga,y detenido por ser uno de los peores enemigos de los indios.De l dice Balza de Verganza. sobrino del ajusticiado corre-gidor y enemigo mortal del obispo Moscoso, que por ser"algo duro de genio, est aborrecido de aquellos vecindarios,por cuya razn lo quisieron ahorcar tres veces y lo maltrata-roii muchas los rebeldes".

    Y aade:

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    "Chismeros tiene tal o cual instruccin, sabe manejarpapeles, con cuyo motivo ha dirigido las actuaciones de al-gunos corregidores de Tinta y las de mi to, ayudndole confidelidad ,y constancia a defender vuestra Real Jurisdiccin.El Obispo (Moscoso) lo aborrece extremosamente, por eso,por ser europeo y porque no le agrada que haya en su obis-pado quien se le oponga a sus sinrazones, 3, no ha podidoconseguir mejor ocasin para separarlo de aqu, aunque seaatropellando la gran compasin a que es acreedor Cisneros,por pobre, por anciano y por lleno de familia, precisado adejar su establecimiento en Sicuani y a hacer una peregrina-cin tan dilatada y costosa como a Chile, por una culpa ima-ginaria."

    As que Balza de Verganza, pese a su inextinguible odioa todos los que, real o presuntamente., colaboraron conTpac Amaru considera a Cisneros inocente de tal cargo. Sepodra, tal vez, aducir un error de apreciacin o alguna fla-queza humana de su parte. Pero las autoridades espaolasque con una crueldad sin par castigaron a los rebeldes y suscmplices, se hubieran dado por satisfechas con una meradeportacin de Cisneros a Chile de haber realmente colabo-rado con Tpac Amar? De ninguna manera y bajo ningunafaz. De suerte que se impone la conclusin de que Cisneros,individuo sumamente expuesto por su calidad de europeo yservidor de los corregidores, para salvar su vida, se esmerabaen dar forma literaria a algunos de los extensos escritos deljefe rebelde cuya derrota ansiosamente esperaba. Caso nodel todo extrao hoy y ayer.

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    Ahora bien, el documento cuya redaccin probable-mente le pertenece, fechado el 5 de febrero de 1781, tieneun tono de humildad desacostumbrado en otros escritosrebeldes. Acaso eso sea debido no slo a la depresin enque se hallaba en aquel instante Jos Gabriel Tpac Amaru,sino tambin al hecho de que pas por la pluma de Cisne-ros. (Vase su texto en el Apndice, documento 4.) Peroaun as, contiene los cuatro elementos permanentes del pen-samiento del inca rebelde: 1) defensa del indio, 2) odio a loscorregidores, 3) exaltacin de la fe catlica y 4) enalteci-miento de su condicin de inca.

    El de Cisneros es el nico caso en que se mencionaconcretamente, y hay alguna comprobacin de ello, a unasesor de Tpac Amaru.

    2. Influencias ideolgicasHasta ahora no he dado con elementos que me permi-

    tan precisar las influencias ideolgicas en Tpac Amaru.Pero --como ya lo he advertido- est comprobado que co-noca los Comentarios Reales de Garcilaso, de tanta impor-tancia, en la segunda mitad del siglo XVIII, en el despertarpoltico del sector letrado indgena y aun mestizo. Adems,Tpac Amaru estaba ntimamente ligado con espaoles eu-ropeos y americanos de las ms diversas capas sociales y amenudo efectuaba viajes a Lima y Cuzco, centros de culturacolonial. Es fcil imaginarse, pues, su contacto con las co-rrientes de ideas nuevas, difundidas en la poca entre losncleos que frecuentaba. Se percibe ntidamente el contactoen cuestin en sus formulaciones programticas y en su tc-

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    tica poltica, ambas de un nivel sorprendentemente elevadopara un movimiento que se supone n algunos casos- dirigidopor un cacique del montn. Induce a creer lo mismo laexistencia de toda una red de conspiraciones y levan-tanentos, evidentemente influidos por las consignas iguali-tarias emanadas del pensamiento iluminista.

    Se afirma en algunos documentos que la frecuentacinde los Comentarios Reales -adems de inspirarle fe en laayuda britnica- habra influido decisivamente en la confor-macin intelectual de Tpac Amaru. Yo slo he encontradoindicios indirectos de la aludida influencia. Pero aun as, esfcil darse cuenta de que se hallaba compenetrado de la t-nica de los Comentarios. Y no slo l frecuentaba las pgi-nas llenas de evocaciones del esplendoroso pasado incaico,sino muchos de su clase, y que no estaban animados depropsitos como los suyos, para lo cual necesitaba funda-mentaciones ms amplias y ms acordes con la poca. Sesabe, sin embargo, que entre las personas a l estrechamentevinculadas hubo lectores entusiastas de los Comentarios, quede ellos sacaban conclusiones peligrossimas para la estabili-dad del rgimen espaol en Amrica. Me refiero a MiguelMontiel, "cajonero de la calle de los Judos", coterrneo deTpac Amaru y su apoderado en Lima. En la pesquisa judi-cial llevada a efecto en 1782, uno de los testigos, FranciscoFernndez de Olea, declar que Montiel lea con frecuencialos Comentarios; y haciendo su exgesis unos ocho dasantes de recibirse en Lima las noticias sobre el estallido de larebelin tupamarista, en presencia de l y de varias personasvenidas del Cuzco, afirm que "seran expelidos de este Rei-

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    no los espaoles, por estar mal ganado por el rey de Espaay ser legtimo el dicho Tpac Amaru como quinto nieto delinca". Adems, Montiel sostuvo que a ste "brevemente se levera en silla de mano", es decir, en un palanqun incaico.

    Pero lo que cabe destacar de manera especial, es que laconciencia de ser inca, o sea, cabeza. representante, dueo ydefensor de "sus" tierras daba a Tpac Amaru la fuerza inte-rior necesaria para proseguir sin desmayo en el duro batallary le inspiraba fe en su destino. Lo dice l mismo en el inte-rrogatorio a que fue sometido por Mata Linares. Ante lainsistencia de ese sanguinario juez para que declarara quentenda Cuando, en momentos de excitacin, exclamaba:"De qu me sirve que sea Tpac Amaru?", respondi:

    "As como si el reino fuese una hacienda, y l tuviera,derecho a ella, teniendo sta indios y los viera tratar malsera preciso sacar la cara por ellos para que no los tratasenmal, as l, siendo descendiente de los incas, como tal, vien-do que sus paisanos estaban acongojados, maltratados, per-seguidos, l se crey en la obligacin de defenderlos, paraver si los sacaba de la opresin en que estaban."

    Aqu se ve con ms claridad -me parece que en cualquierotra parte qu pensaba de su misin Tpac Amaru, por idudablemente, l era misionero de la redencin de su que, inraza (que era asimismo una casta) en la sociedad de la poca.

    3. Pretendida alianza anglo-jesutica para apoyar a T-pac Amaru

    No es sta la primera vez que la orden de Loyola -fun-dada o malicosamente aparece vinculada con sociedades no

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    catlicas y fines no meramente confesionales. Es sabido, porejemplo, que cuando Espaa, Portugal y otros pases catli-cos resolvieron desterrar la Compaa de Jess, la seguantolerando Catalina Il (ortodoxa) y Federico el Grande (pro-testante). La tctica de los jesuitas en China, y los conflictospor su excesiva adecuacin de los ritos catlicos a las con-cepciones asiticas, asimismo tuvieron mucha resonancia.De modo que no resulta descabellado que se aluda a unaalianza de jesuitas -de determinados jesuitas- con una enti-dad poltica protestante. Pero no me parece lcito hablar deuna coalicin entre ignacianos -como orden universal- conInglaterra.

    Pero, qu hay en los jesuitas que les hace sospechososde cosas de que no se acusa a otras rdenes religiosas? Susteoras, de notable flexibilidad en la aplicacin, que, en de-terminadas circunstancias histricas, hacen pensar en la po-sibilidad de un acuerdo entre ellos y alguna potencia nonecesariamente catlica. Precisamente la expulsin de losignacianos de Espaa y sus dominios (1767) en un mo-mento en que la rivalidad colonial en el continente america-no llegaba a su punto culminante y aparecieron ya losprimeros movimientos emancipadores, hizo surgir la sospe-cha de que los resentidos y deseosos de venganza jesuitasentraran en tratos con Gran Bretaa, enemiga principal delos Borbones. No deja de tener inters el de que se mencio-nara concretamente al padre Lavalette, un jesuita muy acti-vo, que fue administrador de las inmensas estancias jesuticasen Martinica y Dominica, y entonces en Londres, comonegociador de la alianza anglo jesutica. Pero salvo el caso

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    -bien comprobado de Juan Pablo Viscardo y Guzman- nose puede hablar de negociaciones entre ignacianos e ingleses.

    Juan Pablo Viscardo y Guzmn naci en Pampacolca(Arequipa) el 26 de junio de 1748. En 1767, cuando tuvolugar la expulsin de los jesuitas entre los cuales l estabainvolucrado- contaba 19 aos y slo haba recibido las rde-nes menores. Tena 21 aos en 1769, cuando le fue concedi-da la secularizacin. Pero durante toda su vida qued fiel a laCompaa de Jess.

    Despus de secularizarse el joven Viscardo resida enMassacarrara, pequea ciudad ligur, pero peridicamenteviajaba a Roma, Florencia y Liorna. A este puerto le llegabay en l obtena la mayor parte de la informacin acerca delos acontecimientos polticos en Hispanoamrica, singular-mente de la rebelin de Tpac Amaru.

    A mediados de 1781, habiendo adoptado para su actua-cin poltica el seudnimo Paolo Rossi, se entrevista conMr. John Udny, cnsul ingls en Liorna. A lo expresado enla entrevista, el 23 de setiembre del mismo ao aade porescrito que es propsito de Tpac Amaru "liberar a los in-dios de la esclavitud de Espaa y recuperar el imperio de susantepasados". Informa tambin a Udny que, segn le escri-ban del teatro mismo de los acontecimientos, Tpac Amaru"tena sus divisiones en todo el Per, comprendiendo Quitoy parte de Tucumn (lo que forma una extensin de ms de700 leguas en longitud de pases); que en Quito se posesionde 15 millones de pesos que mandaban a Espaa y que pro-venan de los donativos, tributos e intereses de tres aos;que hace un ejrcito de 40.000 hombres con oficiales ingle-

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    ses, que la de los guardias est compuesta de 3.000 hombresde tropa bien arreglada. Finalmente, que ellos bloquean aLima, la ltima ciudad que hasta la fecha de la carta no leobedeca."

    Aunque es errnea la mayora de los datos, y aun cuan-do Jos Gabriel Tpac Amaru por la poca ya no viva, nodeja de ser notable el fervor de Viscardo por la causa delltimo inca. Tal es su pasin que en su extensa epstola aUdny del 30 de setiembre ruega que se consideraran "lasventajas que resultaran para los ingleses si yo les acompaa-ra en la gran empresa" de prestar apoyo a Tpac Amaru.Pero el gobierno ingls estaba mejor informado que Viscar-do acerca del destino de Tpac Amaru, de modo que noacept su ofrecimiento, si bien continu manteniendo con-tacto con l.

    Como es sabido, la fama de Viscardo estriba en ser -elautor ,de la Carta a los Espaoles Americanos (1792), el msdifundido y violento manifiesto separatista. Lo que llama miatencin, es que en este documento, y en toda su actividad,posterior a la derrota del movimiento tupamarista, no slojams menciona sus postulados, sino que destaca siempre elinters de los criollos.

    4. Gran Bretaa y la sublevacinNada autoriza a sostener que los britnicos prestaron

    ayuda a Tpac Amaru. Entindase bien: hablo de ayuda con-creta, en material blico sobre todo, y no de conversacionessobre ella, ni de proyectos de expediciones militares. Talesproyectos -haba varios- estaban concebidos con el fin de

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    hostigar militarmente a los espaoles, y no de apoyar direc-tamente a Tpac Amaru, si bien de hecho hubiese sucedidolo ltimo. Cabe tener presente asimismo que toda ayudapara Tpac Amaru tendra que chocar con enormes dificul-tades porque en manos del inca rebelde no se encontrabaninguna ciudad portuaria. Pero no a eso se debe que las pro-yectadas expediciones no se realizaron; simplemente, Ingla-terra no tena inters de llevarlas a cabo.

    La cuestin de la ayuda inglesa a Tpac Amaru, como eslgico, preocupaba seriamente a las autoridades espaolas.Por medio de una real orden del 3 de enero de 1782, semand hacer una severa y prolija averiguacin de cmo y dednde llegaron a tener los indios armas de fuego, que -comonos es ya sabido- les estaba prohibido poseer. En respuestaa la citada real orden, el virrey Vrtiz declar que las armasque tenan los indgenas o eran conquistadas a los espaoleso elaboradas por ellos mismos. Asienta tambin el virrey queno se descubri ningn arma de procedencia extranjera.

    Sin embargo, en la poca de la rebelin y posterior-mente se habl mucho de cierto vaticinio de apoyo inglspara Tpac Amaru que figurara en los Comentarios Reales.

    Contiene virtualmente la obra de Garcilaso algo quepoda servir para profeca de esas caractersticas? Un docu-mento de la poca, datado en el Cuzco el 1 de diciembre de1780, opina al respecto:

    'Lo anima mucho cierta profeca o vaticinio que se hallaen el prlogo (subrayado mo) de la historia de Garcilaso,-quien dice que se encontr grabada en una lpida del tem-plo principal de esta ciudad (Cuzco), que en suma dice que

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    despus de perdido este reino volveran los incas a posesio-narse de l mediante el auxilio de un pueblo que se llamaInglaterra, con quien actualmente mantenemos guerra."

    De modo que el asunto se simplifica, ya que el docu-mento -alude concretamente al prlogo de los ComentariosReales y no el texto, que tantas veces es citado sin un cono-cimiento suficiente. Este hecho nos da la clave -al menosparcialmente del enigma que nos ocupa. Para ello, el puntode arranque inmediato, como hemos visto, no es una lpidaen el templo del Sol, sino el prefacio de los ComentariosReales. Hasta el ao 1780, en que est fechado nuestro do-cumento, hubo dos ediciones espaolas y varias extranjerasde la famosa obra del mestizo cuzqueo. De cul de ellas setrata? De la segunda edicin espaola (Madrid, 1723) prolo-gada por don Andrs Gonzlez de Barcia, que usaba el seu-dnimo Gabriel de Crdenas. Este estudioso mencionairnicamente que Walter Raleigh (1552-1618) cita una profe-ca conforme a la cual los ingleses seran los restauradoresdel imperio incaico ... El infortunado explorador y escritoringls efectivamente habla de ella en relacin con su viaje ala Guayana. A travs de Raleigh, probablemente, conoci laprofeca acerca del presunto papel de Gran Bretaa en laresurreccin del incanato Thomas Gage, misionero domini-co en las Indias, primero, y despus entusiasta puritano yconsejero colonial de Cromwell, a quien someti, en 1654,un plan de conquista de Hispanoamrica en el que hace alu-sin a nuestra profeca.

    El vaticinio que nos ocupa no slo era conocido por losingleses; segn hemos visto, tampoco lo ignoraban los espa-

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    oles. Pero con el contenido de los Conentarios Reales estotiene -aparentemente poco nexo, salvo el de que en el pr-logo a la segunda edicin espaola se cita la rara ocurrenciade Raleigh. Sin embargo, no es as. Existe- una autnticarelacin entre las dos cosas, y no slo la simulada (lpida enel templo del Cuzco). Este enlace reside en las profecasautctonas --que sin mencionar a Inglaterra- transcribiGarcilaso acerca de un pueblo lejano que vendra a con-quistar el mperio incaico.

    Con todo, sigue en pie el interrogante acerca del origende la fusin de ambas fuentes (Garcilaso y Raleigh) hastaahora conocidas. En cambio, es una verdad histrica que enel siglo XVIII ncleos separatistas interesados en el apoyode Gran Bretaa, o esta potencia, esparcieron la profecametamorfoseada. Su origen inmediato -segn hemos visto-son los Comentarios Reales, cuya lectura estaba difundda enHispanoamrica, sobre todo entre aquellos que se oponanal rgimen colonial. Pero deducir de ello que Inglaterrarealmente prest ayuda a Tpac Amaru es una fantasa sinfundamento de ninguna especie.

    5. La controvertida figura del obispo MoscosoPara poder entrar en el tema de nuestro inters es im-

    prescindible hacer presente que lo que voy a relatar msadelante, las contingencias de uno de los tantos conflictosentre la autoridad civil y la eclesistica, no tiene nada de par-ticular en el ambiente colonial. Desde los albores del colo-niaje hasta su ocaso, la vida, en apariencia tan apacible, erasacudida peridicamente por el estalldo violento de tales

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    conflictos. Y no slo entre los dos poderes, sino tambinentre las distintas jerarquas o corporaciones, digamos (elcaso de la Inquisicin), de uno de ellos. Es mucho ms fcil,porque tiene bases ms objetivas y ms lgicas, la dilucida-cin de las causas de un entredicho por motivos polticosque desentraar el origen de una ria por razones persona-les, siempre entretejida de emociones incontroladas. Pero loms difcil es cuando, como ocurre en este caso, se confun-den la razn personal, la competencia curialesca y el con-flicto entre poderes. Adems, se atravesaba una situacinpoltica grvida en extremo de sospechas de infidencia portres causas: 1) por haberse descubierto una conspiracinseparatista criolla; 2) por la inesperada intensidad y exten-sin. de la rebelin de Tpac: Amaru, y 3) por el estado deguerra entre Gran Bretaa y Espaa, que aumentaba en gra-do sumo las sospechas acerca de maquinaciones subversivas.

    Agravaba esa situacin harto compleja, daba pbulo aun sinnmero de infundios que en condiciones normales nohubieran podido cuajar, el odio del nativo blanco contra leuropeo que, en el perodo que estudiamos se aproximaba asu punto culminante.

    En el ambiente saturado de odio entre espaoles y crio-llos, y en medio de una situacin poltica que haca concebirsospechas de infidencia en todas partes, se enfrentaron dospersoneros (el obispo Moscoso era peruano 3 el corregidorArriaga espaol) de las dos capas antagnicas de la pobla-cin blanca de la colonia, representantes a la vez de dospoderes que no siempre vivan en paz, con el resultado de

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    que estallase uno de los tan frecuentes peligros entre la auto-ridad civil y eclesistica.

    He aqu, someramente, los antecedentes formales delconflicto que -por razones independientes de ambos prota-gonistas- estaba destinado a tener -tanta repercusin histri-ca.

    Haciendo abstraccin de las razones estrictamente per-sonales del entredicho entre el obispo y el corregidor, queno son conocidas, pero cuya existencia es fcil imaginarse,vamos a dedicarnos a los aspectos que tienen confirmacindocumental. Sin duda, el Dr. Moscoso tiene plena razn alafirmar:

    "An no estaba el Obispo nombrado en la silla del Cuz-co, ni Arriaga en el corregimiento de la provincia de Tinta,cuando el Insurgente tena ya proyectada la sublevacin.Esteban de Ziga, casado con una sobrina de la mujer delRebelde, lo haba ya denunciado de este delito en el ao1777, ante el Justicia Mayor de Tinta, don Ildefonso Men-dieta."

    Empero, es indudable que con la excomunin de Arria-ga favoreci -involuntaria e imprevistarnente- los designiosde Tpac Amaru. Pero de este hecho no cabe deducir, deninguna manera, que -provoc el incidente para favorecerlos planes de Tpac Amaru. nicamente en el ambiente co-rrodo por sospechas de infidencia en todas partes., slo enuna capa dominante histerizada ante el espectculo del des-moronamiento de su estructura pudo surgir semejante acu-sacin infundada, reida, por lo dems, con la evidencia delos hechos. Esa tacha est estrechamente relacionada con el

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    adelanto del sector ms pujante de la poblacin colonial: loscriollos, que en la segunda mitad de1,1 siglo XVIII estnformando su autoconciencia poltica, lo cual los pone, msque en cualquier otra poca, en abierta oposicin a los pe-ninsulares. Todo criollo, en la poca, se hace sospechoso.De ah tambin las acusaciones de infidencia contra el obis-po Moscoso a raz de su origen americano.

    El representante de los intereses del corregidor Arriagaen vida de ste y despus de su ajusticiamiento por TpacAmaru, Eusebio Balza de Verganza, en su extensa represen-tacin al rey del 8 de setiembre de 1781 llega al extremo deafirmar que en la redaccin de ella tuvo que valerse de supropia %insuficiencia, por la necesaria desconfianza de losletrados de esta ciudad, que todos son del pas". En el mis-mo escrito exclama:

    "Pero ciertamente, Seor, que ni ese Reverendo Obisponi cuantos eclesisticos patricios hay en el Reino (excepcinde algunos pocos) son ni sern jams buenos vasallos denuestro Monarca."

    Benito de la Mata Linares, que dict las horripilantessentencias contra los tupamaristas y por eso fue nombradoIntendente del Cuzco, coincide con el criterio de Balza deVerganza en lo tocante al obispo Moscoso y a los sacerdotescriollos en general. Adems, opina, el 12 de abril de 1786,que el cannigo Jos Prez Armendriz, sustituto del doctorMoscoso en la silla episcopal cuzquea, debe ser alejado deella debido a su calidad de criollo.

    En la extensa "carta escrita a un Seor Ministro de Ma-drid por un vecino del Cuzco", el 1 de setiembre de 1782, se

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    dice del obispo Mosc6si; que "so color de un hipcrita celodel desempeo de sus deberes, no ha respirado otra cosaque grillos, cadenas y sangre, para saciar sus pasiones ya enodio a los europeos, a quienes aborrece extremosamente".El acrrimo realista Jimnez Villalba, a quien no se le puedenegar cierto don proftico, afirma lo siguiente respecto desu prelado -l era arcediano- y al destino del Per:

    es igualmente cierto el odio comn de este gran vulgo,que slo anhela por apoyo para explicarlo contra la religiosay feliz dominacin que los gobierna - es preciso confesarque el buen vasallo debe sacrificar, hasta su misma vida, ho-nor y conveniencia, por apartar el ms ligero peligro de sub-versin de movimiento y de infidencia al Soberano,- conque si Su Ilustrsima es amante del Rey, debi y debe hoysolicitar su retiro de estos Reinos, para dar fin con l a lainfluencia de una aprehensin universal, tan contraria a lapblica tranquilidad, y tan arraigada (si hemos de hablar conbuena fe) en el corazn peruano que slo Dios sera capazde variar su consentimiento."

    El arcediano cuzqueo es tambin autor de uno de losdos documentos acusatorios contra Moscoso cuya impor-tancia es muy grande, puesto que los cargos en l contenidosson anteriores a la rebelin de Tpac Amaru. Jimnez Vi-llalba comenz a hacer denuncias contra su obispo en mar-zo de 1780, es decir, con motivo de la conspiracin criollade Lorenzo Farfn, pero aun despus de descubierta stasegua con sus sospechas respectivas a la lealtad poltica delDr. Moscoso. Afirma -no dudo de su sinceridad- que de-

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    nunci asimismo a Jos Gabriel Tpac Amaru y aconsej suaprehensin a fin de aclarar los manejos del prelado.

    Pero, en qu se basa el arcediano? En las siguientespruebas: 1) "que as corra sin contradiccin en la ciudad"; 2)que el corregidor de Paucartambo, Tiburcio Landa, en abrilde 1780 le remiti una esquela relacionada con la conspira-cin de Farfn en la que se deca que un tal Tpac Amarumanifest una carta "por la que se le convoca"; 3) que, es-tando en capilla, Jos Gabriel Tpac Amaru le dijo "clara ydistintamente, que el Obispo tiene la culpa de todo"; 4) queestando en capilla Diego Cristbal Tpac Amaru -vctima dela traicin espaola que pudo llevarse a cabo nicamentegracias a los buenos oficios de Moscoso- en estado de im-penitencia, con lo que no se avena Jimnez Villalba, influyen el obispo para que junto con l procurara ablandar elnimo del desdichado continuador del inca rebelde. Segn elarcediano, sucedi en aquella ocasin lo siguiente:

    "Luego que entramos en el aposento del reo, nos sen-tamos y comenz el Diego (Cristbal) a reconvenirle conque haba sido su enemigo; con que le haba desamparado,que haba escrito contra su vida, y con otras reflexiones deesta naturaleza; not una y otra vez que se suspenda en laexpresin y volva a m la vista, receloso de estos pasajes, ycon una especie de indeliberacin natural volv el rostro auno de ellos, y vi a su Ilustrsima, en el mismo acto, de estarhacindole sea de que callase. Disimul, como era regular, yaprovech el rato en disiparle el temor de las tenazas (conque a Diego Cristbal le fue arrancada la carne viva), la

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    aprensin de que queran saber el paradero del tesoro. y deque no buscbamos nosotros otro que el de su salvacin."

    El quinto motivo que aduce el arcediano es el siguiente:que el provisor Juan Antonio Tristn, autor formal de laexcomunin de Arriaga, se quiso suicidar cuando Areche sehallaba en el Cuzco dictando sus horripilantes sentencias.'Pas a visitarle -dice Jimnez Villalba-, y preguntndole yoqu era aquello y cmo haca se hallase en la ciudad? Merespondi: El obispo me ha condenado y se ha condenadoa s mismo>." El sexto motivo del arcediano es el de que"estando desahuciado y de los mdicos el sucesivo provisor,don Jos Domingo Fras habindose estrechado conmigo,me dijo en el canap de su aposento: Amigo arcediano, estehombre (por el Seor Obispo) me ha muerto, y ha de per-der todo el Reino". Es el sptimo el de que una noche,segn se expresa el arcediano, "tom, el arbitrio de tocarle laespecie dominante en aquellos das, que era la de Arriaga ylos curas Martnez; apenas dije haba odo. hablar de ella, Yque sera bueno componer ese negocio por medios suaves,no haba acabado sta o igual proposicin, cuando se enfu-reci su Ilustrsima extraamente, habl ms de una hora delmismo modo, y, entre otras cosas, me acuerdo, bien, medijo: Usted no conoce a Arriaga. Arriaga es un pcaro, lo hede traer a mis pies." Y es el octavo motivo el empeo delobispo Moscoso de entrar en negociaciones con TpacAmaru despus de su resonante victoria de.Sangarar, hechode armas que azor a los espaoles.

    Analizando los cargos de Jimnez Villalba contra Mos-coso, en lo que hay en ellos digno de tenerse en cuenta, se

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    llega a la conclusin de que se relacionan con fenmenos deorden psquico- sospechas vagas, unas veces,y concretasotras, de ser el obispo infidente, sobre todo debido a suorigen americano. Lo destaca con particular fuerza el corre-gidor Arriaga antes de. su trgica muerte; usa trminos mssuaves, ms indirectos antes y despus de la rebelin de T-pac Amaru- el arcediano Jininez Villalba. Ningn hechoconcreto es aducido, sin embargo, en respaldo de la su-puesta infidencia del obispo Moscoso. Todo se basa en de-ducciones de ciertas expresiones o actitudes del obispo. Encambio, sobre su actuacin militante, conforme a la vehe-mencia extrema de su carcter, en la defensa de la causa real,hay pruebas tan categricas que no cabe la ms mnima dudaacerca de su verdadera posicin respecto del movinentopopular encabezado por Tpac Amaru. Y eso que paso poralto su papel en el espionaje realista y su empeo por lograrel sometimiento de los indios, sealando solamente queMoscoso form desiacamentos militares del clero bajo susrdenes y convirti la casa episcopal -segn dice uno de susentusiastas de la poca- en "cuartel en que adiestran (lossacerdotes) a un ejercicio proporcionado, quedan slo losinvlidos para los Divinos Oficios, a fin de que con unas yotras amas, como Moiss, obliguemos al Dios de la Victorianos -la conceda completa del traidor Tpac Amaru".

    Cabe destacar que muchos coetneos del obispo -como,dice l mismo- le reprocharon verbalmente y por escrito suactividad belicista, pero sobre l eso no tuvo ningn efecto.Todo lo contrario, segn se expresa:

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    no perdonando arbitrio, ni medio que contribuyese adefender la patria y cortar la rebelin, me met a soldado, sindejar de ser Obispo; y as en lo ms grave de este conflictoarm al clero secular y regular, como en el ltimo subsidio,nombr al den, don Manuel Mendieta, por comandante delas milicias eclesisticas, dispuse cuarteles, alist clrigos ycolegiales, seminaristas de ambos colegios, y en cuatro com-paas, con sus respectivos oficiales, armas y municiones quecoste, comenzaron el tiroteo militar, sujetndose al ejerciciode las evoluciones a la voz de un oficial secular, que se en-carg de su instruccin. Ya tiene V. S. I. al clero del Cuzcocon espada ceida y fusil al hombro, esperando por instan-tes las agonas de la patria de la religin y la corona, paradefenderla del insurgente Tpac Amaru".

    Pero si a alguen le parecen jactanciosas las desacostum-bradas palabras del obispo Moscoso, voy a citar una relacinde la poca que las confirma. Dice el aludido documento entono de honda satisfaccin, que el clero form destaca-mentos militares "sin que embarazase a ello la dignidad de sucarcter, la inexperiencia de ese mane3o, y la prohibicinque los cnoues hacen para que no derramen sangre ajenalos que slo deben estar dispuestos a verter la propia", yagrega:

    "Sera un manifiesto agravio al mrito del IlustrsimoPrelado (Moscoso), pasar por alto la resolucin que tomcon riesgo de su persona, a la tarde (durante el ataque contrael Cuzco) en que combatieron ltimamente nuestro batallny el de Tpac Amaru. l mismo quiso autorizar la causa delRey, asistiendo a la batalla, sah a mula, acompaado del

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    den de esta iglesia catedral, el doctor don Manuel de Men-dieta, el pro-vincial de la Merced, Padre Nuestro Fray Pedrode la Sota. Era un objeto agradable a Dios y a los hombresfieles a SU Monarca, ver a este prncipe atravesar la plazapasando por el cuartel que llen de bendiciones episcopalesy convidar a lo vtores pronunciando l rnismo con el vivazRex in eternum."

    Como vemos, la actuacin de Moscoso durante la rebe-lin no slo no tiene nada de infidente, sino, por el contra-rio, es ms decididamente realista que la de otros preladosque tampoco se mantuvieron neutrales. Y sin embargo, elDr. Moscoso -segn dice l mismo- fue "extrado violenta-mente de su dicesis por orden del virrey Juregui del 6 dediciembre de 1783, conducido con escolta de tropa a Lima,detenido all por tiempo, de dos aos, transportado de allcon igual violencia a Espaa, donde arrib en 15 de agostode 1786% todo debido a las sospechas vehementes contral.

    Ahora bien, creo que lo expuesto hasta ahora, pese a subrevedad, permite formarse una idea acerca del verdaderopapel del obispo Moscoso en los acontecimientos de1780-1781. Lo que confirma su rehabilitacin y su nombra-miento como arzobispo de Granada en 1789.

    En resumen, nada autoriza a sostener que Tpac Amarucontaba con "asesores" extraos a su ambiente'que dirigie-ron sus acciones. Que tuvo consejeros por l elegidos conquienes trataba los asuntos de importancia, no cabe duda.Entre ellos figuraba, probablemente, alguno de sus secreta-rios. Pero su nombre es desconocido. Tampoco cont T-

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    pac Amaru con ayuda extranjera. Se investig todo lo quepoda arrojar luz sobre el particular; pero sin nuign resulta-do. De suerte que corresponde afirmar qu l -con su espo-sa, familia y algunos jefes naturales y criollos- es elresponsable de las grandezas y miserias de la nica vastarebelin indgena en la historia del continente americano.

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    CAPITULO V

    EL FIN SOCIAL Y POLTICO DE TUPAC AMAR

    1. La tctica del inca rebeldeHe sealado ya que la confirmacin oficial del ttulo de

    inca y su gran difusin pblica equivalan, en el caso de T-pac Amaru, a un acto poltico de suma importancia. Su sen-tido ms profundo era el de aparecer con suficienteantelacin como jefe nato e indiscutible de los naturales delantiguo imperio incaico, para tener menos obstculos quevencer en el momento crtico. Por esa causa, aun antes deresolverse su pleito, se presentaba en pblico como inca yhaca presentarse as a sus familiares. Vicente Jos Garcadenunci a Jos Gabriel Tpac Amaru -Presentando el tes-timonio del escribano pblico- de que el hijo de ste, Maria-no, se exhiba en pblico con el smbolo real

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    vier ,de Olleta, y el Protector de naturales, don Pedro Ma-nuel Roidrguez. Segn se vio despus, los esfuerzos de T-pac Amaru tendientes a poder asumir la jefatura de las masasindaenas en el momento en que lo creyera oportuno tuvie-ron xito, puesto que, al declararse la rebelin, sus rdenesfueron acatadas por la inmensa mayora de lob indios y desus curacas, sin los cuales nada suceda en la vida de aqullos,y pese a la exis-, tencia de otros pretendientes para el incaz-go.

    Ahora bien, al producirse los sucesos insurreccionalesT pac Amaru deca obrar autorizado por una cdula deCarlos III edictos, cuando los diriga a los indios, comenza-ban infaliblemente con la frase de "Tengo rdenes reales"...Las tena virtualmente? No cabe ninguna duda que no lasposea y que ningn gobierno