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Celebrando entre cuenteros y vates

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publicación para celebrar el IV aniversario de Rumpelstiltskin's favorite lover

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No existen más que dos reglas para escribir:

tener algo que decir y decirlo Oscar Wilde

En este legajo encontrarán que lo que dijo Wilde es más que cierto. Aquí están aquellos que han seguido la norma y con ello tendido un puente hacia el otro; aquel que espera paciente el feliz encuentro.

Creo que lo más importante a la hora de escribir es pensar que algún lector

necesitado espera con ansias ese texto. Susan Sontag

Antes que escritora soy una lectora voraz, con los ojos bien abiertos saboreo el verso y la prosa en la piel del enunciador; diletante o experto, da lo mismo, en tanto que me haga desear o imaginar con su palabra y, al final, provocarme el entendimiento exhalando la palabra por mi propia boca. Después, el que escribe se ausenta dejando la puerta de la posibilidad abierta. La promesa de reencuentro yace en el texto por releer.

Cada lector se encuentra a sí mismo. El trabajo del escritor es simplemente una

clase de instrumento óptico que permite al lector discernir sobre algo propio que, sin el

libro, quizá nunca hubiese advertido. Marcel Proust

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Índice Humberto Dib…………………………………………………………………6 http://humbertodib.blogspot.com/ El Circo.....................................................................................8 http://josseluiss.blogspot.com/ Cómo buscar la información escondida en tu mente……………….10 http://rinconesdetucerebro.blogspot.com/ Los bosques de Pablo Dobrinin http://pablodobrinin.blogspot.com/........................................12

El gato sin bombín …………………………………………………………18. http://elgatosinbombin.blogspot.com/ Diego Muñoz Valenzuela………………………………………………….21 http://diegomunozvalenzuela.blogspot.com/

Satén cereza…………………………………………………………………26 http://satencereza.blogspot.com/ Tu cita de los martes………………………………………………………27 http://tucitadelosmartes.blogspot.com/

Enredandopalabras………………………………………………………..33 http://enredandopalabras.es/blog/enredandopalabras/

Los papeles de Claudia……………………………………………………35 http://sonetosdelamoroscuro.blogspot.com/

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Vivo en conversación con los difuntos http://vivoenconversacionconlosdifuntos.blogspot.com/.......37

LUDA………………………………………………………………………….41 http://luda76.blogspot.com/ Alguien cualquiera, de algún lugar……………………………….......43 http://eternnal-king.blogspot.com/

Con pluma y papel………………………………………………………..46 http://www.conplumaypapel.com/ El cuarto de las ratas…………………………………………………….47 http://elcuartodelasratas-antonio.blogspot.com/

DUAL VOX …………………………………………………………………49

http://dualvox.blogspot.com/ Casiopea…………………………………………………………………….51 http://maldita-poeta.blogspot.com/ El Blog de Calipso…………………………………………………………53 http://crucigragrama.blogspot.com/ Monapolla…………………………………………………………………..55 http://monapolla.blogspot.com/

De mi cosecha………………………………………………………56

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“Vengo a deshacer mi sueño” Escrito por: Humberto Dib Junio 1 de 2011 Vengo a deshacer mi sueño. Cuando lo dijo, los tres nos miramos sorprendidos. Sin importarle nuestra opinión -y como si lo hiciera con muñecos-, nos fue colocando a cada uno en un lugar diferente. No parecía nervioso, pero se movía con diligencia y seguridad, a la vez que nos aseguraba que era muy importante que hiciéramos exactamente lo que él decía, pues cualquier detalle podría alterarlo todo. Creímos que se trataba de una broma o de algún juego nuevo que había aprendido en su escuela, así que lo dejamos hacer. Después de que terminara de colocarnos a todos en un sitio exacto (a Marcos en el umbral de la puerta, a Rafael en la acera y con un pie levantado, a mí como viniendo de la esquina), nos explicó lo que teníamos que hacer y decir cuando él nos lo ordenase.

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Estaba todo listo, pero esperó a que una señora vestida de azul pasase delante de nosotros, ya que ésa era la señal. Entonces movió la cabeza y todos comenzamos a ejecutar la ceremonia, luego de la cual él, simplemente, desapareció. Pasó mucho tiempo de aquello y no volvimos a verlo más. No es miedo lo que siento cuando recuerdo este suceso, sino una lacerante sensación de que estoy viviendo desde hace treinta años en el sueño que otro abandonó.

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“Husmeado” Escrito por: José Luis Mayo 24, 2011

1 —Usted la mató —dijo la puta. El comandante ordenó que se la recluyeran. El resto fue investigar por qué le había dicho eso. 2 Los medios escarbaban a fondo el supuesto suicidio, la supuesta puta que había encontrado al supuesto cadáver y la acusación del presunto delito de asesinato. Entre tantas suposiciones, la gente presumió que se le ocultaba algo, y se puso a realizar sus propias averiguaciones con Doña Lupe a la cabeza.

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3 Doña Lupe amaneció muerta el día que iba a denunciar la supuesta autoría del presunto crimen. Se sospechó de su pareja, quien pudo demostrar, vía email, que estaba en Estambul en viaje de placer. 4 El comandante fue recluido en celda contigua a la de la puta. Se decía que el viudo de Doña Lupe continuaba en Turquía, y que se le había encontrado un gramo de hachis, aunque nadie ha visto el procesal correspondiente. 5 El gran Philip Homless, insigne detective por cuenta propia, entró por fin en escena para realizar la investigación. Recorrió todos los tugurios y antros de la urbe azteca, sobre todo, los de más dudosa reputación. Anduvo como sabueso tras su presa. 6 "El honor es una pieza delicada que ha de conservarse sin polución", concluyó Philip antes de entregarse como autor virtual del presunto crimen. Fue condenado de por vida a permanecer en una Web de máxima seguridad, de donde nadie ha escapado jamás. El comandante y la puta ahora comparten celda. Pintura: El lado Fugit ivo, José Manuel LLavaneras

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“¿Nos encontramos en el más allá?” Escrito por: Marian

Sábado 6 de agosto de 2011

De vez en cuando vale la pena salirse del camino, sumergirse en un bosque.

Encontrará cosas que nunca había visto Alexander Graham Bell

Hoy llega Nekane, como sabe que me impacienta la espera, me ha dicho que cuando llegué llegó, sin decirme una hora, es peor, porque me he pasado todo el día pendiente. El cara borde ha vuelto a cambiar de postura, como siga así va a acabar dándome la espalda, me estoy riendo según hablo de él, hacía t iempo que no lo hacía escribiendo ¿se estará enfadando y esa es su manera de mostrarlo? Como últ imamente le ignoro, a lo mejor esa es su forma de comunicarse, ¡habla coño! ¡Di algo! Ha llamado Luisa, con no se qué de comida de familia aprovechando que viene Nekane, pues va a ser que no, lo siento

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mucho, pero no me apetece, espero que no se lo tomen mal. Que vaya Nekane si quiere. El hotel queda un poco apartado del pueblo pero lo hemos vestido de f iesta, Manuel también lo hacía, hoy es el chupinazo, así animamos a la gente a que vaya al pueblo y de paso gasten allí su dinero. Hoy en mi caminata me he parado a charlar con María, estaba sentada fuera de su casa, es una mujer muy alegre hoy la he visto muy triste. A su marido le han detectado una grave enfermedad, he de decir que su marido t iene ochenta y siete años, un niño ya no es. Ha llorado desconsolada, dice que t iene muy mala suerte que ya van tres maridos a los que entierra. Que ya no está en disposición de buscar un cuarto, que lo que le resta de vida lo va a pasar sola. Si no me lo hubiera dicho llorando creo que me hubiera reído. Yo, ya voy dos ¿enterraré a un tercero? ¿Cómo puedo pensar eso? Dicen que en el más allá nos volvemos a encontrar, pues vaya lío ¿a quién elegirá María de los tres? ¿Y yo? Mi decisión ya está tomada, pero qué mal rato ¡qué mal rollo! ¿En el más allá no habrá islas desiertas donde poder irte con quien quieras? Voy a dejar de pensar chorradas. Ahí viene Miguel como todos los días. -¿todo bien? -todo bien. -aio, Marian. -agur Miguel. Yo diría que la mirada a durado una décima de según más. ¿Significará algo?

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“Los Hijos del Viento” Escrito por: Pablo Dobrinin martes 23 de noviembre de 2010 Cansado de oír fantásticas historias, que iban modif icándose según quién las relatara, decidí trasladarme a Limeria, para ver con mis propios ojos lo que sucedía en esas t ierras. Navegué durante más de un mes desde el viejo continente, y pese a algunas demoras, impuestas por las tormentas, llegué a tiempo para presenciar el extraordinario acontecimiento. Me alojé en la casa de Germán, el líder de los limerianos, y una semana después de mi arribo pude asistir al esperado evento, que tuvo lugar en un valle, donde el arroyo de los leones alados hace un recodo antes de abrirse paso al océano. Esa mañana el cielo anunciaba tormenta. Decenas de hombres, mujeres y niños bajaban de las verdes colinas. La gente del lugar vestía ropas de campesinos, cazadores o artesanos, excepción hecha de las madres de los niños desaparecidos, que lucían vestidos

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blancos. Costaba imaginarse que ese pueblo, antes tan dado a las f iestas y los bailes, era el mismo que ahora ofrecía esos rostros de gravedad. Algunos hombres exhibían cicatrices que hablaban de salvadas milagrosas. Otros se veían terriblemente fatigados, como si hubiesen arrastrado una pesada carga durante toda la vida. Los más jóvenes tenían una penosa expresión de adultos. Pero en cada rostro se advertía la obstinación de los que ya no t ienen nada que perder. "Esto es lo que queda de los rebeldes de Limeria", pensé al verlos. También había extranjeros, ataviados a la usanza de sus distintas patrias. Caminé lentamente hacia donde se dirigía la multitud. La pradera, en zonas bastante grandes, se hallaba cubierta de flores silvestres de color amarillo. A intervalos irregulares se erguían unos árboles umbrosos, que desafiaban las alturas. No vi ni tampoco escuché a ningún pájaro. Me detuve junto al arroyo, sobre el que flotaban unos nenúfares en flor. En la ribera se alineaban no menos de una decena de esculturas de piedra color naranja. Representaban a fuertes leones de alas membranosas. Marchaban con paso desaf iante y la faz en alto, dispuestos a conquistar el cielo. Era admirable la belleza de las líneas, el detalle de los músculos, y la tensión expresada en los movimientos. Ninguno de aquellos limerianos había visto jamás un ejemplar de semejantes características, pero habían sobrevivido en la mitología local como un símbolo de voluntad inclaudicable. -Hay que ser fuertes como ellos -dijo Germán al notar que yo fijaba mi vista en las esculturas. -Fue aquí, ¿verdad? -pregunté. -Así es -señaló el robusto líder de los limerianos. Su frente estaba surcada por arrugas que no eran producto de la vejez, y en sus ojos

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brillaba una luz acuosa-. Los niños estaban jugando, y de pronto, algo o alguien se los llevó sin dejarnos pista alguna. Todavía no puedo creerlo, y ya han pasado siete años. Desde entonces no hemos dejado de buscarlos. Y todos los años, en la fecha de la desaparición, nos reunimos aquí. En el suelo vi una jaulita hecha con barrotes de mimbre. Adentro había un pájaro de plumas blancas. Germán alzó la jaula con su enorme mano y dijo: -Él nos avisará. Luego calló y miró al frente. El cielo parecía una enorme bolsa de agua turbia a punto de romperse. Una sensación de ahogo me oprimía el pecho, y yo sentía que lo mismo les estaba ocurriendo a los demás. La expectativa era enorme. No sé cuánto t iempo estuvimos esperando. Cuando ya pensé que nada ocurriría, volví a escuchar la voz de Germán. -Está por suceder -dijo señalando el pájaro blanco que se removía inquieto en la jaula. Sin prisa, pero con decisión, todas las madres se separaron del resto y avanzaron hacia la margen del arroyo. Había cerca de veinte mujeres que participaban del mismo ritual. Tenían los brazos pegados al cuerpo y miraban hacia arriba. En un gesto de respeto, aquellos que permanecían sentados se pararon. Si mi larga experiencia de cronista no me hubiese preparado para enfrentarme a lo desconocido, difícilmente hubiese dado crédito a lo que estaba a punto de presenciar. Y aun así, no pude evitar que un sentimiento de lo maravilloso me envolviera como una capa de estrellas. Las flores amarillas, que cubrían una gran extensión, se balancearon formando lentas olas, y liberaron un suave perfume. A una distancia de un disparo de flecha de donde me encontraba, apareció en el aire

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un viento azul. Se desenroscaba, dilataba y avanzaba hacia donde estaban las madres. Giraba brevemente en torno a ellas, se extendía unos metros más, y f inalmente, tras descender y dejar una blanda marca en la superf icie del agua, se esfumaba junto a las esculturas. No tardó en formarse un río aéreo de singular encanto. Las mujeres observaban la escena con ansiedad, mientras sus largos cabellos y sus vestidos blancos se agitaban en el viento. Poco a poco, en aquel aire vaporoso, comenzó a evidenciarse la presencia de los niños desaparecidos. Se los podía ver asomando entre los bucles de la niebla. Las madres miraban hacia arriba y extendían con delicadeza los brazos, para poder rozar las manos y los rostros de sus hijos. Pero las imágenes se les desintegraban entre los dedos y eran arrastradas por la corriente azul. Traté de imaginarme cuánto sufrimiento debieron haber soportado esas mujeres y sentí un vacío en el estómago. Su dolor se me metía por los poros, y tuve que hacer un gran esfuerzo para conservar la entereza. Ofelia, la hija de Germán, observaba todo sin pestañear. A su lado, muy junto a ella, estaba parado su hijo Daniel, que le llegaba hasta los hombros. Si aquello no era fácil para los adultos, mucho menos debía serlo para los niños presentes, que veían en el viento a sus hermanos y primos desaparecidos. Ofelia apretó los labios y aferró a Daniel contra su pecho. Cuando el viento azul soplaba con más fuerza, el olor de la hierba se hacía más intenso. Las imágenes de los niños se dilataban y contraían, pero sin perder nunca la belleza. Era como la representación de una melodía interior. A medida que transcurrían los minutos, la visión iba desdibujándose al igual que una acuarela bajo los efectos del agua.

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Un hombre pequeño y delgado, de aspecto extranjero, que estaba parado junto a mí, me dijo: -Es muy raro, ¿no le parece? No estimé oportuno iniciar una conversación en ese momento, así que me limité a asentir con la cabeza. Pero el hombre necesitaba expresarse, porque añadió: -Algunos dicen que el Emperador los mandó secuestrar, para castigar a los padres por su insubordinación. Otros creen que un mago tiene sus almas atrapadas. Personalmente considero que el lugar actúa como una suerte de catalizador de los sentimientos de las madres: ellas simplemente ven lo que vinieron a ver. En lo que a mí respecta, esto es un cementerio para niños. Las madres vienen todos los años para encontrarse con sus hijos muertos. -No le hagas caso -intervino Germán sin poder ocultar su molestia-. No es un cementerio, y los niños no están muertos. El hombre miró al líder y se disculpó. Mi amigo iba a agregar algo más, pero entonces, un anciano que tenía los ojos entornados, af irmó: -Mi vista no es buena, pero yo sé que mi nieto está ahí. Germán intentó una sonrisa y ambos volvimos a concentrarnos en las imágenes. Los niños se veían ya con escasa claridad. Parecían deshilacharse ante la mirada desconsolada de las madres, que los miraban alejarse, como si contemplaran el río del Tiempo pasar frente a ellas y no pudiesen hacer nada por detenerlo. Observé en derredor, y vi a los limerianos encerrados en el valle, casi estáticos, fascinados con aquella pintura estampada en el viento, soportando un dolor que ninguna persona debería soportar. Las madres permanecían fijas a la t ierra como árboles, y no podían dejar de mirar el cielo.

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Al cabo de un rato, como una música que ha llegado a su f in, lo que restaba de las imágenes se esfumó en el aire. Todo había concluido. La sensación de vacío fue inmensa. Germán abrió la jaula y liberó al pájaro blanco, que se alejó en la fría mañana. Luego fue por su hija y su nieto. Los abrazó, y juntos comenzaron a abandonar el lugar. El resto de las personas también se marchaba, en la procesión más perturbadora que he visto en toda mi vida. En mi recuerdo es una gris visión de cientos de hombres, mujeres y niños caminando bajo una apretada masa de nubes negras. Uno podía sentir el olor de la lluvia que no tardaría en llegar, pero no cayó ni una sola gota. Les di una últ ima mirada a los leones alados que flanqueaban el arroyo y empecé a alejarme. Mis compatriotas, al referirse a los hijos del viento, hablaban de fantasmas que podían matar de miedo a quienes los veían. Ahora yo me daba cuenta de lo equivocados que estaban. Las escenas no eran aterradoras, sino muy tristes. Y no había ninguna razón para hacer huir a los observadores. Dos días después, mientras aguardaba el barco que habría de regresarme a mi hogar, comprendí que, si la vida me había permitido asomarme a aquella tragedia, mi tarea no debía limitarse a escribir una crónica. Resolví postergar mi partida: ayudaría a los habitantes de Limeria a encontrar a sus hijos desaparecidos.

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“Muerte de un calcetín” Publicado por: El gato sin bombín 27 de septiembre de 2010 La cabeza de la gata atraviesa la línea de la puerta y se queda ahí, flotando, mirando hacia ambos lados; el cuerpo aparece, flaco y negro, después; las patitas pisan con cuidado el cuadrado de los azulejos, dejando, inevitablemente, la marca acolchada de su huella, y la cola, casi rígida, se posa en el aire. Janis identif ica ese olor que sale de mi cuerpo —muy cerca de mí, una gota cae del depósito del baño y se estrella contra el piso, estalla y me alcanza, me moja—, mezcla de agua estancada y polvo; me ubica, y, al verme, entorna los ojos, tratando de

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relacionar esa pestilencia a algún cuerpo, dentro de sus recuerdos. Pero no reconoce esta masa blanca, blanda y húmeda.

Se acerca y se sienta en sus dos patas traseras sobre el charco de agua y me huele, por un instante breve, y se aleja sacudiendo la cabeza, repelida por el reconocimiento de mi cuerpo. Ahora me rodea, sin dejar de mirarme; lame su hocico y da pasos pequeños, en círculos, se prepara para cazar y yo soy la presa. Su cabeza sigue flotando, meciéndose sobre el aire como gato de Cheshire, sonriendo y mostrando cada uno de sus dientes y colmillos, repasándolos, limpiando el hocico y preparándose para tragar.

Lanza un rápido golpe con una de sus patas, y me deja levemente inconsciente, capaz aún de distinguir sus movimientos, y de sentir dolor. Lame mi orilla, la parte en la que cuelga una hebra de mi costura, lame de nuevo y se adapta al olor; ahora chupa mi tela -chupa y lame-, pero se aburre y comienza t ironearme; yo siento como uno de mis hilos se va corriendo, jalando a otros y dejándome un huequito recto que mira a mi interior, incompleto; el hilillo rebota en el aire y Janis lo atrapa. Su cabeza ahora gira muy rápido, la veo ligera, pero más grande y cerca, sorbiendo la hebra como cola de rata, alzando el rostro y pasando suficiente saliva para no atragantarse. Saca su enorme y áspera lengua para pasarla sobre su colmillo derecho, limpiándolo del agua mugrosa que pudo haber aspirado cuando tragó parte de mí.

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Pienso en girarme, pero los efectos del golpe no me dejan mover; mi cuerpo es un bloque: paralizado y pesado; y a pesar de saber dónde estoy, me siento desorientado; los ojos llenos de lágrimas y una respiración cortada y temerosa. Janis digiere el hilillo tragado lamiéndose la pata: una, dos, tres lengüetadas y se restriega la cara. Uno, dos, tres, mi oportunidad; me arrastro y avanzo unos cuantos pasos, pienso que la posibilidad existe y está ahí. Pero la gata da un salto rápido y cae completamente sobre mí, sólo siento como se arremolina y gira con sus patas; de nuevo se lame y me mira desde arriba, con su cabeza unida a un cuerpo que siento sobre el mío, con unas garras que se encajan conforme a su ansia por tragarme, con una cola firme que se enrolla y desenvuelve golpeando el piso. Su hocico se abre enorme y se encaja en mi piel; sacude su cabeza arrancándomela, dejando un enorme hueco en mí; los hilos se esparcen y vuelan por el aire en distintas direcciones; ese pedazo de mí choca contra su cara y queda colgado en sus dientes, me mastica y siento absorber su saliva; chocar contra la dureza de su lengua y desvanecerme. La gota que cae de arriba es cada vez más grande: desde la grieta de la que sale hasta el punto en el que se deja caer, el agua ha construido un caminito maltrecho pero largo que le permite acumularse y crecer al f inal de éste, convertirse una amenaza para mi cadáver, que ha terminado escupido a un lado del charco.

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Caballos Escrito por: Miguel Ángel Gavilán Sábado 6 de agosto de 2011 05:28 La mujer no sabía ser feliz en la casa grande. La amedrentaban las columnas encaladas que se sucedían como custodios ante la puerta de ingreso, o los jardines que de tan cuidados se antojaban irreales. El orden, la perfección hecha verde y cemento, la distanciaban de toda t ibieza, haciéndola una intrusa en aquel territorio sin daño. Recorría las habitaciones con la escasa dulzura con la que recibiera los acontecimientos notables de la vida: el matrimonio, los hijos, alguna enfermedad pasajera, puntual, el disfrute de los primeros años del amor. Nada la retenía en ese mundo con olor a campo y a pasado. Salvo el sueño de los caballos.

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Ni bien se apagaban los faroles del parque y un silencio invasor comenzaba a aplacar los rincones ruidosos de la casona, ella era dichosa. Un instante después de cerrar los ojos, aparecían. Hermosos, insolentes. Irrumpían llenando de rumores las sábanas, sacudiéndose, sin respeto, contra el mobiliario cuidado y frágil de las habitaciones. Dorados por un sol furioso, de veranos no vividos, volteaban a corcovos los muebles y las cobijas, jugaban en la luz de los espejos, se excedían en golpes contra el cuerpo durmiente del marido.

Sólo verlos en sueños, y las ansias irresponsables por subir a uno de esos animales sórdidos, por salir disparada hacia la mañana imposible que les lustraba las crines, volvían a acosarle el pecho.

Cada mañana el marido la encontraba acurrucada y sonriente. Entonces la despertaba presuroso.

-¿Qué pasó?-preguntaba ella.

-Pasó otra vez. Soñabas con los caballos.

En otros días, antes de que el despiadado orden los olvidara de ellos, la mujer le había contado al hombre su sueño simple, ingrato. Los caballos entraban a la casa, la venían a buscar y justo cuando ella se decidía a seguirlos, debía levantarse.

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El hombre en aquella ocasión la miró, le pasó la mano por el mentón con dulzura y siguió leyendo. No hablaron más de las pesadillas. Ella pensó que su marido había olvidado el relato. Sin embargo, por la mañana, él preguntaba al verle ese rostro plácido, de conquista o de libertad interrumpida.

-¿Otra vez los caballos, no?

-Si. Otra vez

Lo preocupante era que el sueño no la demacraba ni la entristecía. Más bien la hacía ver plena el resto de la jornada. Al marido le preocupaba el ardor nuevo en los ojos de ella, la hermosa fatiga que devenía de cada pesadilla para él decididamente peligrosa.

Tras arropar a los hijos, tras besar una y otra vez el cuerpo del hombre que sí la quería, dejaba que los caballos entraran en su noche, a extraviarla en un rito de sudores y cascos soleados entre alfombras y vidrios.

Uno de los potros, aquel diseñado en antracita, se detenía a esperar que la mujer lo montara para llevarla lejos, al lugar donde los potros desbocados encontraban calma. Pero la voz de su marido deshacía al animal como quien acerca una antorcha a un cuadro.

-¿Estás bien?

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Si. -respondía la mujer.

Le resultaba tan fácil ser egoísta en esos momentos. Sentirse dichosa sin razón alguna, por esos sueños suyos que el hombre espantaba con desaliento y apuro únicamente porque no los comprendía. Era tan íntimo el regocijo de crear su propia felicidad, sin necesitar a nadie, sin que fuera imprescindible que otros estuvieran para que la alegría sea toda en las manos.

Pasaron años. La mujer fue endureciendo su andar de juventud, el hombre peinó canas, dejó crecerse un vientre de buena vida, demoró sus lecturas o las abandonó def init ivamente. Llegaba un t iempo en que las historias escritas por otros dejaban de interesar y, entonces la monotonía más aplastante se volvía fantástica. Los hijos se fueron del campo, de la realidad de sus padres para crearse la de ellos, la que fueran capaces de sostener para siempre.

Una noche, durante la cena, el marido preguntó:

-¿Fuiste feliz conmigo?

La mujer no supo que contestarle. Le dio un beso en la frente, lo tomó de la mano y lo condujo al dormitorio.

Se desnudaron como lo hicieran tantas veces, durante los años que congeniaron en esa costumbre. Se vieron las espaldas curvas y carnosas, los senos iguales de ella, el vello oscuro y abundante de él, la cicatriz de las dos cesáreas, el lunar color

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chocolate, la edad de aquellos desnudos impúdicos y por eso hermosos, toda escrita en la piel como en un pergamino.

Ella lo abrazó. Él respondió a su abrazo como un niño. La mujer le hizo un lugar o él improvisó el nido de siempre entre dos pechos blandos. Se pertenecieron con sigilo hasta la fatiga.

-Mañana, no me despiertes.-le susurró ella, después.

El hombre asintió con los ojos cerrados.

Fue tan largo el reposo de la mujer esa noche. Tan lleno de texturas fantásticas, de arrobamientos. Estaba la imagen del pasto y del barro manchando las paredes. El sudor y el aire aventado sobre las magnolias comprimidas en el florero de la cómoda. Fue tan irremediable y por eso mismo natural, la acostumbrada entrega de los objetos a la destrucción de la estampida, que la mujer no se sorprendió cuando abrió los ojos, lúcida, más despierta que nunca, y vio que el potro negro, el que estaba al final, para cerrar su sueño, llevaba a un hombre en la grupa, igual a su marido, que le guiñaba el ojo antes de perderse en el aire quieto de la mañana.

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“La mujer ilustrada 3” Escrito por: Muñoz Valenzuela 31 julio, 2011

En cada rincón de su cuerpo había alojada alguna imagen de vívidos colores. Fue mostrándomelo con generosidad y paciencia, sin recato, con un ardor contagioso. Al f in, cuando me enseñó su pubis y me precipité sobre él convertido en azor, encontré mi retrato en una de sus ancas. La ef igie me sonrió, tristemente, pero me sonrió. Después movió los labios, tratando de expresar algo. Quizás advertirme de un peligro. Entonces huí a perderme de aquella trampa. Corrí por la llanura suave y las colinas ebúrneas, me restregué impetuoso contra aquellas morbideces pegajosas, ciénagas de lujuria. Allí me encuentro atrapado, cautivo de mi quimera, convertido en una simple iluminación más sobre su piel.

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“Fragmento de entrevista, 2 poemas, 1 martes cualquiera” Publicado por: Javier Cánaves Martes 17 de mayo de 2011

Fragmento de una entrevista al poeta JC en su refugio secreto de Reykiavik Periodista: En un artículo publicado en el mes de marzo del año 2011, escribió que concibe el poema como lugar idóneo donde

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experimentar sin restricciones con el yo biográfico y el lenguaje. Pero ¿no se supone que el poeta es un fingidor? JC: No veo la contradicción por ninguna parte… Por otro lado, podría decirle que siempre es un fingidor, no sólo cuando escribe poesía, sino también cuando escribe artículos de opinión o responde a las preguntas de un periodista. Periodista: También escribe novelas, incluso guiones cinematográficos. JC: Escribo novelas para entretenerme, para despejar la mente, cuando necesito distanciarme por un tiempo de la poesía. En este sentido, no me considero novelista. Las utilizo para volver a la poesía con más fuerza… Lo realmente importante para mí es la poesía. Lo de los guiones, en cambio, es cuestión de dinero. -------- El poema “Los hoteles” pertenece al libro Al fin has conseguido que odie el blues. La traducción al portugués corrió a cargo de Rui A. Araújo. El poema, junto con otros cinco, se publicó en la revista “Periférica”, invierno 2005. “Las citas”, en cambio, pertenece al libro El peso de los puentes. La traducción al rumano es obra de Cristina Vlasin. Puedes encontrar otras traducciones de la misma autora pinchando AQUÍ. --------

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LOS HOTELES Añoro los hoteles, el sentimiento apátrida de un cuarto impersonal, de un armario vacío con tres perchas. Sus pasillos larguísimos, sin nadie a ciertas horas, como las autopistas cuando uno escapa y piensa en el cuerpo dormido que ya no ha de abrazar, en la vida que estrena y que lo empuja. Añoro la añoranza del hogar que en la distancia adquiere el brillo de un tesoro que no supimos ver cuando fue nuestro, cuando todo era orden y pasado. Las risas de borrachos que tropiezan con muebles, los muelles de un somier, la tos de un viajante que fuma mientras piensa si regresa. ¿Qué sería del mundo sin hoteles? Los cuerpos se disfrutan de forma diferente, con esa intensidad del que no ignora que todo se marchita y que los dados ruedan sólo una vez y luego es tarde. Si el final ha de ser en una cama, no quiero que esa cama sea la de un hogar sustentado en mentiras y renuncias, expuesto a la piedad de una familia. Prefiero el desarraigo de un hotel, sus paredes distantes, impasibles,

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hechas a ver iguales a sus huéspedes, curadas de promesas sin futuro. Si algún día me pierdo, buscadme en los hoteles. Nada seduce tanto como su intimidad desangelada. OS HOTÉIS Sinto saudades dos hotéis, o sentimento apátrida de um quarto impessoal, de um armário vazio com três portas. Os seus corredores longuíssimos, sem ninguém a certas horas, como as auto-estradas quando nos escapamos e pensamos no corpo adormecido que já não temos de abraçar, na vida que começa com novo ânimo. Sinto saudades da nostalgia do lar que à distância adquire o brilho de um tesouro que não soubemos ver quando foi nosso, quando tudo era ordem e passado. As risadas de bêbedos que tropeçam nos móveis, as molas de um colchão, a tosse de um viajante que fuma enquanto pensa se regressa. O que seria do mundo sem hotéis? Os corpos desfrutam-se de forma diferente, com a intensidade daquele que não ignora que tudo definha e que os dados rolam só uma vez e depois é tarde.

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Se o final há-de ser numa cama, não quero que essa cama seja a de uma casa assente em mentiras e renúncias, exposto à piedade de uma família. Prefiro o desenraizamento de um hotel, as suas paredes distantes, impassíveis, habituadas a ver como iguais os seus hóspedes, curadas de promessas sem futuro. Se algum dia me perder, procurai-me nos hotéis. Nada seduz tanto como a sua intimidade desenxabida. *

CITAS Te hablaba de Pavese. Del suicidio al engaño y otra vez en tus ojos. Recordé aquella cita: Las únicas mujeres con las que vale la pena casarse son aquellas con las que no podemos atrevernos a casarnos. Pediste otro Bombay, abrazaste mi entrega, y en un arranque burdo de entusiasmo decidiste nombrarme tu amigo más querido. Ahora me hace gracia, pero en aquel momento te hubiese estrangulado. Brindamos por la Creedence y Sinatra, así de absurda era la noche. Hoy, tanto tiempo después de nuestra cita,

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revivo con nostalgia tu desprecio, el mito trasnochado color sepia. Los libros, la distancia, tantos puentes. Vivir es hacinar lo que no fuimos, la citas que una vez nos explicaron. ÎNTÂLNIRI Îţi vorbeam de Pavese. Despre sinucidere şi iluzionare şi din nou în ochii tăi. Mi-am amintit de acea întâlnire:singurele femei cu care merită să te căsătoreşti sunt cele cu care nu putem îndrăzni să o facem.Ai cerut încă un Bombay, ai îmbrăţişat dăruirea mea, şi într-o pornire prostească de entuziasm ai decis să mă numeşti prietenul tău cel mai iubit. Acum mi se pare amuzant, dar în acel moment te-aş fi strâns de gât. Am închinat paharele pentru Creedence şi Sinatra, atât de absurdă era noaptea. Acum, după atâta timp de la întâlnirea noastră, retrăiesc cu nostalgie dispreţul tău, mitul ofilit în culoare sepia. Cărţile, distanţa, atâtea poduri. A trăi înseamnă să aduni ceea ce nu am fost întâlnirile care odată ne-au definit.

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Apuesto por la copla… Escrito por: Marisa Miércoles, 2 de febrero de 2011 a las 17:09

Me gustan las coplas. Me gusta leerlas, escribirlas, recitarlas, dejarme envolver por el particular ritmo que impone el octosílabo, su musicalidad, su alma. Me gusta su sabor, su textura, los sentimientos y las sensaciones que me despiertan. Me gusta la copla machadiana, la lorquiana, la manriqueña. Me gustan vengan de donde vengan: del sur, del norte, de Andalucía o de Aragón. Y, para demostrarlo, aquí os dejo con algunas de mis coplas.

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Coplas en Los papeles de claudia Os aconsejo que os deis una vuelta por el blog Rincón de coplas del escritor aragonés Miguel Ángel Yusta, donde la copla (la de hoy, la de ayer, la de siempre…) es la protagonista.

“La luz y sus derrotas... “ Sábado 5 de febrero de 2011 Escrito por: Marisa Peña

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Para Bel, que me iluminó y nació este texto... A mi abuela, que adoraba los versos eneasílabos... Siempre la luz y sus derrotas... Siempre mi voz y tus silencios, siempre las puertas, las ventanas, y aquella luna en el espejo. Siempre la ausencia y la palabra, siempre la nada devorando siempre esta pena , tan redonda, y un temblor suave entre tus manos. Siempre la duda, la tormenta, y los escombros, el combate... Las cinco letras de tu nombre, y tu recuerdo bajo llave.

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Algo más entre los papeles

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"Somos el tiempo que nos queda" Escrito por: Marisa Peña Domingo 26 de junio de 2011 11:06 Somos el t iempo que nos queda J. M. Caballero Bonald. Eso somos: el t iempo que nos queda, el últ imo latido detenido, la palabra no dicha, el desierto cruzado, y la senda sin nombre que dejamos atrás. Somos el abandono, la intemperie, las luces apagadas, y las puertas, cerradas para siempre, tras un adiós forjado en la costumbre. Pero somos el t iempo que nos queda, la voz que no se apaga, la azada que aún golpea, sin rendirse, el poema no escrito, la ópera inacabada de Puccini, la derrota asumida, masticada, y aquello que nos queda por vivir ------

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S/t Escrito por: Skaldskaparmal martes 26 de julio de 2011 He estado ocupado desde principios de marzo haciendo un poema que, espero, será largo. Dejo algunas partes:

siete se hace una sola energía, tempestad o viento; y sin dejar ninguna nebulosa sin quásar, —sin aliento a ninguna tormenta que blasona su púrpura osamenta;

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en l'orbe tiene tumba; que es Gamma ya, o espectro ultravioleta, o la onda que retumba y al éter y al vacío y sombra reta— en músicos pulsares, o en las olas que chocan en los mares del multiverso humano, o al que corona cielo la alta cumbre, regenta aqueste plano y el de la vista y habla; mas la lumbre, de Muspelheim el centro, si no a Vulcano, sí a Ivaldir adentro de la piel de montaña... [...]

pues si cantera negra el cielo existe y vése aún la brasa en su ladera; viendo ya que dejarlo virgen fuera desperdicio, a de Todo el Padre asiste —con quien de Eitre resistió el embiste— del predilecto hijo maza fiera (que de Ivaldir abandonó el que era, de los enanos, nidos de amatiste) y Nornas, que cincelan los milenios

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en el mármol, en ónix y obsidiana; —Mjøllnir sudando entre clamores quedos— y Odín se ocupa, en rúnicos ingenios, de vida a Midgard dar, se en ello afana Quevedo en manos, Góngora en los dedos—} [...]

¿Por qué en la marejada me ensordeces, sirena, al escucharte, cosiéndome la boca a la borrasca con los hilos tremendos de los rayos? ¿Por qué entre aquestas olas tú, que del negro núcleo del abismo naciste, y ostras tienes por almohadas, a mí que, náufrago, explorarte quise, ni una tabla has dejado para asirme? ¿Por qué en la marejada envuelta, toda espuma, sombra y nube que coronan la bóveda del cielo; con los cabellos negros de la tromba; con el rugido acuoso de Neptuno te levantaste en pírica columna? ¿Por qué entre aquestas olas

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desnudas la vorágine y la excitas; al Valhalla encaminas tus dos brazos; por la corriente eléctrica surcadas las islas que vertebran tu pilastra; tus senos en relámpagos revientas y esparces tu deseo entrando en playa? [...]

”Del océano son nueve edificios pilares, o cimientos de las aguas, que dibujan un árbol invertido; al origen primero nueve atadas ramas. También convergen en el núcleo nueve ríos, los Nueve de Veneno. Y así, como en susurros concebido, hasta la superficie el tronco erecto, Yggdrasill aparece, etéreo, pulpo decorado con luces y con plantas; luz viviente que nada y danza, y crece biológico fulgor de la tiniebla; del Abismo luciérnaga espantosa —peces que pescan con su anzuelo peces— si no la que brillando mata estrella; serpiente que a Tesla le ha aprendido a embobinar su cuerpo en trueno y rayo; las plantas, que fusionan vida y muerte, creciendo están, por células, bacterias; por tallo esgrimen el cadáver dellas.

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“Otoño” Escrito por: LUDA Septiembre de 2010 12:59 AM El aire es detenido en la piedra. Cambia su dirección y encuentra otra piedra. Cambia su dirección y entra a un túnel oscuro. No hay salida ni posibilidad de regreso. El aire da vueltas sobre sí mismo y se rompe. Supiros escapan entre las heridas de la piedra. El cielo, triste, contempla esta transformación. Quiere llorar pero no sabe cómo y sólo atina a palidecerse. Es ésta la estación del cambio.

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El otoño es un páramo sin árboles. Es un páramo poblado por fantasmas. Alguien podría caminar por sobre este escenario. Pero no lo hace. está escondido detrás de unos ojos verdes, detrás de unos ojos marrones. La música llega de otra parte, como un visitante indeseado. La música llega pero no se queda. Es demasiado pesada como para caer sin alterar el orden del otoño. ¿Cómo son las piedras? Viejas y mudas. ¿Cómo es el aire? Tembloroso y frágil. ¿Cómo son los pasos que no se detienen? Quedos y extraños. La luz es sólo el reflejo de lo que no sucede. Otoño tiene cuerpo de piedra herida, de aire roto, de cielo impávido, de pasos mutilados. Porque no corre el tiempo sin que algo se doble, sin que un deseo quede inconcluso, sin que se haga de noche y el cansancio aparezca para dejar una capa de polvo sobre las cosas, como se cubre el espejo en el que ya no hay que mirarse. Los fantasmas no encuentran su sitio. Se dejan vencer sobre las hojas verdes que han nacido a destiempo. De tanto otoño, otoño también pasa, desaparece.

Pintura: El otoño, Giuseppe Arcimboldo

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“Sin Pensar “ Escrito por: Alguien Cualquiera a-las 22:49:00 Domingo 22 de agosto de 2010

Desperté dentro de un sueño. Camine por galerías sin nombre, Atravesé cuadros colgados En las paredes desnudas.

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Allí, la noche envejecía rápido y sin remordimientos. La madrugada parecía ser eterna. ¿Qué hace esa mujer sentada en la ventana riendo?

La locura expandía su llanto para encontrar su voz, dos tonos atrás, o adelante, ¡Que importa! Los perros mudos, ahogaban el llanto esperando la orden…

Y corrí, lejos, sin pensar, Con los ojos cerrados y los brazos abiertos, Escapando del sonido, Del silencio…

Al final del corredor, la vi. A ella, en todo su esplendor, sonriendo, caminando sobre los sueños de los durmientes, Sin quebrarlos, descosiendo pesadillas… Bordando flores…

Pude ver dentro de sus ojos mil paraísos sin forma, Replicándose, esperando ser moldeados. Y seguí la música, su réquiem… Pude oír como las últimas notas de la tarde Reverberaban sobre la noche naciente del domingo… Domingo… Siempre domingo…

La mujer en la ventana esta cayendo…

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¿A que le tenés miedo?

Las sombras no vendrán por ti, porque no pueden tocarte.

Las sombras nunca vendrán por ti, Porque sos noche, sos luz… sos poesía…

Y soñas un sueño dentro de este, Y te sigo… sin pensar, con los ojos y los brazos abiertos…

Esta vez, es el asfalto el que golpea a la lluvia.

[To: Flor]

Fotografía: Parke Harrison Lucid dream

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El alquimista Escrito por: Miguel Ángel Moreno 29 de julio de 2011

Para comenzar, cojo un recipiente, Añado una pizca de amaneceres, Cuatro gotas de una heroína valiente, Y huelo este caldo lleno de placeres. Será que estoy triste, que necesito Un trago de tu esencia, de alegría. Tomaría veneno, exquisito, Pero del pozo, hondo, no saldría. Una gota más del bello susurrar, Quintaesencia de esta poción mágica. Siempre agitándola lentamente, Para que nunca llegue a derramar, Los ingredientes de forma trágica, Pues de ellos, mi vida, soy dependiente

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“Una mañana de enero...” Publicado por: Yo mismo Domingo 23 de enero de 2011

Silencio, tan solo queda el silencio, callado el rumor del lecho. me escucho..., .-tan solo oigo silencio. Ahogadas palabras callaron silenciadas en el t iempo. Silencio, tan solo queda el silencio, extinguido, el fuego del cuerpo.

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Oigo...,.- tan solo escucho silencio. Antes, sabana fría después, mortaja florida. Silencio, tan solo queda silencio tras retozar de dos cuerpos..., ávidos de lujuria, carentes de sentimiento. yo mismo

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Sans t itre… Escrito por: Miquiztli Martes, Febrero 1, 2011

Nuestra mirada cautelosa… Se fija en el monstruo celestial…

Serpiente de dos cabezas… Lluvia que cae como agua del cielo…

Luz acentuada por la oscuridad del universo…

Desdoblamos la tela del espaciotiempo… Deambulamos en el museo del viento…

Donde se perciben los deseos… Y se exhiben desde lejos…

Enanos cafés y gigantes rojos… Fieras modernas del antiguo reino…

El espectador del espacio nos ve… Con cuatro sinuosas esferas… Que nos siguen hasta la pirámide… Esa ducha cósmica… Donde desnudos nos bañamos… Bajo cascadas de mega-rayos… Esclavos en descomposición... Liberados del cuerpo… Partículas fantasmagóricas… Y vías que los muones cruzan… En sus naves de tiempo…

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En el retrovisor quedan… Los matusalenes del desfile cósmico…

Depósitos densos… Rastros de la sombra…

Lobreguez hecha fotografía… Reconstrucción química…

Besos y caricias de la mirada… Que de noche acecha….

A quienes descuidan su arada… Para ensimismarse en el absoluto…

De un punto de fuga... O un reflejo inverso…

Fotografías: Ziggurat, Timlinks The Fountain, Darren Aronofsky

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Hilos de papel Escrito por: Natal ia Miércoles 4 de mayo de 2011

Tracé el hilo tantas veces que me perdí y simulé encontrar el camino de regreso Paredes de plástico y de palabras se abrían a los costados como líneas dibujadas en un papel. Creí ver alguna luz distante al final del túnel al final de la vía de todos los trenes azules.

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Me perdí una vez y otra vez (y por tratar de ser tus ojos y por tratar de ser en tus ojos me perdí a mi misma). La vocecita de niña se detuvo un poco como una parada de estación una voz insistente que daba órdenes sin parar ¡Nena caprichosa! La dejé jugando con una muñeca de trapo hasta que se canse y empiece a llorar como Alicia en su mar de lágrimas como Ariadna sin encontrar la salida. Laberintos afuera y dentro de mí misma Pensamientos que se ramifican como un rizoma que brotan por todos lados como venas y arterias en su cauce sanguíneo Siempre en un cauce sanguíneo el pulso del lápiz sobre el papel.

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CICLOPÍA Publicado por Cal ipso en Un sábado a las 17:49

Dormía y lloraba Lloraba y dormía. Huía de héroes, los comía. Su ojo era un puente Colgante. Mentía diciendo que veía Como las cabras volaban Y las diosas se bañaban en las olas. Le gustaban las guayabas Su sabor lo transportaba A lugares más cálidos. Su cielo reducido lo envolvía, Y de atrás lo sorprendían las lechuzas. Giraba hasta caer rendido Y crecía.

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No le gustaba sangrar, Eso le hacía sentir efímero. Su ciclopía lo entristecía Pero se reconfortaba En su monstruosidad.

Sus fémures eran frágiles Hubieran soportado a muchos Ulises, Pero él a veces se caía Se sentía débil Escaso, Enfermo. No entendía muchas cosas Olía raro el aire en invierno, Como a miedo pasado por agua. Llegaban los hombres Escupían nubes misteriosas Y le pinchaban con aceritos. Le hacían cosquillas Para que llorara. Y entre humos de colores Su orgullo mitológico se hacia nimio Se volvía una espina, Un ardor, Que le hacia pestañar hasta dormirse. Pintura: Ciclope, Odilón Redon

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“El arquitecto de mi Nowhere” Escrito por: Monapolla 30 de septiembre de 2010 Sé que todos hemos sentido el desgarrador deseo de ir a un lugar que no existe… Yo estoy aquí.

Soy el círculo en espiral que nunca se acaba la bestia atea que le reza a un dios, Galileo ciego mirando al sol la carne herida de amar tiernamente, la delicadeza de un zombie al comer en la mesa.

Yo vivo aquí Quería construir éste lugar por necesidad por falta de armonía, de paz… Entonces me di cuenta que no tenía la imaginación ni la inventiva para crearlo, necesitaba un buen arquitecto… y busqué a alguien.

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De mi cosecha cereza Motivos de peso

150 centímetros de altura y 138 kilos: factores que determinan el carácter sedentario de la cotidianidad de aquella señora que escudriña, a través de la ventana de un departamento ubicado en el quito piso, una existencia que le es del todo ajena. Ha dejado de vivir sin poder darse el lujo de expirar. Los suyos, un esposo y cinco hijos, han superado el duelo. A veces, pero sólo a veces, t itubean al salir de casa como si advirt ieran la presencia de la esposa y madre; dibujan a medias un adiós con su aliento, luego lo aspiran y sin llorar entierran a la ausente.

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Ella es un espíritu cautivo que permanece apoltronada en un sillón húmedo y viejo. Casi por completo estática. Igual que un vampiro, no puede atravesar un círculo de hostias, ir más allá, trepar ligera las paredes, sobrevolar su cuerpo, dominar su entorno, hipnotizar con su mirada. Cuando era jovencita… Cuando era jovencita lucía como la odalisca de Ingres, o al menos eso es lo que uno puede deducir cuando se le oye suspirar dejando inconclusa la frase. Ahora esa sensual odalisca se halla escondida tras una celosía de tejido adiposo, pero dejémosla tranquila, no juzguemos su vida. Desde hace muchos días y muchas noches, los rayos del sol y de la luna, que ingeniosamente se infiltran más allá de las barreras subcutáneas y llegan hasta la esencia de esa mujer, son los únicos fenómenos capaces de referirle el mundo directamente; su única posible experiencia que se convierte en gotas de sudor frío o caliente marcando la diferencia entre ese cuerpo en el sillón y los otros que yacen en fosas. Ella siente, como pocos podríamos hacerlo, la caricia de un haz lumínico, ¡más que suf iciente! Seguirá allí a su manera

Pintura: La gran odalisca, Jean Auguste Dominique Ingres

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Dama pequeñísima moradora en el corazón de un pájaro

sale al alba a pronunciar una sílaba No

Alejandra Pizarnik

NO No despierta el deseo con el látigo que se alza para fustigar el concepto y revivir a la bestia

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No cesa el vaivén del recelo por la tonada lunar y la explosión de la noche ante una estrella violada No coinciden dos razones si entre el cielo y la tierra el horizonte sangra y el mundo se duele como diosa cercenada

Dibujo: Silvia Teresa Flota Reyes, No, Punta de plata, plumón, aguada y papel de china, 2008

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P.D. Allá en tu desierto de mil horas desgajadas, allá en tu destierro de sombras, en tu mortif icación de soles, ser, quiero aún, el canto del grano de arena, el eco de la duna, el grito del oasis, la pregunta en el ojo del dragón, la respuesta de la luna atormentada, la palabra en el beso de la estrella muerta. Ser, quiero aún, la presencia constante que burle el monacal retiro.

Ilustración: Silvia Teresa Flota Reyes, El eco de la duna, dibujo digital

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