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Cuentos para el andén Nº43

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En el 43 de Cuentos para el andén todo son estrenos: una estrella que se ha caído del primer libro de relato de Mariana Torres, tres microrrelatos que saltan del primer libro de Miguelángel Flores, a quien ya hemos leído en alguno de nuestros concursos y dos perlas más que se escapan de la, también primera, novela de otra ganadora de concurso CpA, Ester Berdor. Escucharemos nacer a MovinSides, un proyecto Youtuber que versiona canciones a las mil maravillas. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

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Page 1: Cuentos para el andén Nº43
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brevemente [25]

Relatos en cadena

dindondin [26]

andéndos [10]

Tres microrrelatos, Miguelángel Flores

elmuro [3]

decamino [27]

entrecocheyandén [29]

Cumpleaños feliz, Paloma Gómez Crespo

cuentoscomochurros [16]

lapuertadelanevera [21]

diciembreenero2015/2016nº43

andénuno [5]

Estrella caída, Mariana Torres

Publicamos el relato de una lectora: Ester Berdor ganó nuestro concurso Entre

coche y andén en 2014. Ahora acaba de lanzar novela y, en ella, se esconden

algunos microrrelatos, dos de los cuales se han posado en el tercer andén.

diccionariodesaturno [22]

sinopsis [23]

Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | [email protected] | www.grupoanden.com

Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz.

Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina)

y Mónica Pano (Argentina)

Publicidad: [email protected] | Diseño: www.jastenfrojen.com

Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com

Ilustración portada e interior: Katarzyna Surman | https://www.behance.net/kksurman

nove

dade

s

Con la colaboración de:

andéntres [14]

Dos microrrelatos, Ester Berdor

metroligero [31]

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En el 43 de Cuentos para el andén todo son

estrenos: una estrella que se ha caído del primer

libro de relato de Mariana Torres, tres microrrelatos

que saltan del primer libro de Miguelángel Flores,

a quien ya hemos leído en alguno de nuestros

concursos y dos perlas más que se escapan de la,

también primera, novela de otra ganadora de

concurso CpA, Ester Berdor. Escucharemos nacer a

MovinSides, un proyecto Youtuber que versiona

canciones a las mil maravillas. Y más cosas. No te

quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

Cuentos para el andén

@cuentosanden

[email protected]

www.grupoanden.com

Te escuchamos:

elmuro

Finalistas:

Goteando - Saturnino Gálvez. Madrid (España)

Sin título - Carmina Córdoba - Madrid (España)

Bullicio por las ramas - Viviana M. Rosa. Mar del Plata (Argentina)

Tema: Por las ramas Ganadora: Ramas - Paula InBlue. Zaragoza (España)

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a [email protected] las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.comTema del próximo concurso: Frío.

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andénuno

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LA carrera al mar fue nuestro juego favorito durante tres veranos

seguidos. Andrea y yo éramos grandes corredores. Ella era rápida

para ser una chica, me ganaba todas las veces, a pesar de ese proble-

ma que tenía en los huesos corría más rápido que nadie. La carrera al

mar nos divertía mucho más que las canicas, la peonza o las chapas;

madrugábamos solo para la carrera, el momento perfecto era el ama-

necer o la última hora de la tarde cuando al sol rojo ya se lo había tra-

gado el mar y no podía cegarnos. Fue nuestro juego favorito hasta

que pasó lo de la estrella. Entonces cambiamos de juego.

Andrea tenía un problema en los huesos, le crecían bultos al final de

los huesos buenos, como los brotes de un árbol. Algunos ni se

notaban de lo pequeños que eran. Tenía esos huesos raros sobre

todo en los brazos y las piernas, el más grande lo tenía en la rodilla

derecha. Ese sí podía verse a poco que te fijaras en sus piernas. Era

del tamaño de un limón y crujía cuando Andrea se agachaba, sona-

ba como si estuviera a punto de romperse. Solía decir que los hue-

sos raros le daban superpoderes, y lo decía muy en serio. Todo lo

que salía de su boca era verdad universal. No había manera de dis-

cutir con ella. A veces hacía crujir el hueso de la rodilla solo para

impresionarme. Creo que no le dolía.

—Nada de nada —decía con una sonrisa firme, indiscutible—.

Nunca me duele.

Y después de hacer crujir su hueso de la rodilla seguía corriendo,

tan rápido como siempre, y me ganaba, llegaba al mar varios

metros antes que yo. Entonces la odiaba un poco, pero solo un

poco. Al fin y al cabo todo eso de las carreras al mar se lo había

inventado ella, y nos servía tan bien como cualquier otra cosa para

pasar el rato.

Estrella caídaMariana Torres

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andénuno

Andrea vivía en la casa de enfrente, nuestras casas tenían jardines

gemelos y estaban rodeadas por el mismo muro de piedra, un

muro que no llegaba al medio metro de altura. Una carretera mal

asfaltada separaba nuestras casas. En esa carretera estaba la posi-

ción de salida, la marcábamos con tiza cada noche. Una raya en el

suelo. Muy recta. Gruesa y blanca.

Nuestros ritos eran claros. A las seis en punto salíamos a calentar al

jardín, cada uno al suyo. Andrea se ponía una cinta de corredora en

la frente y se recogía el pelo en una cola de caballo. La cola de caba-

llo se le movía de un lado a otro mientras saltaba a la cuerda. Un,

dos, tres. Flexiones, estiramientos. Todos los ejercicios de calenta-

miento me los había enseñado ella; decía que no podíamos echar

a correr sin calentar, que era malo para los tendones.

Saltábamos el muro de piedra, siempre a la vez, hasta colocarnos en

la marca de tiza, las yemas de los dedos bien apretadas sujetando

el suelo, la mirada hacia el frente, la rodilla izquierda algo doblada.

A la de tres echábamos a correr. La carretera a esas horas estaba

vacía y al fondo, detrás de las dunas, nos esperaba el mar azul. En

un punto exacto el mar se escondía del todo detrás de una duna,

para dos zancadas después resurgir, más azul aún que antes.

Todas las carreras las ganaba Andrea. Después de la carrera nos qui-

tábamos las zapatillas y caminábamos descalzos hasta el final de la

playa, con los pies dentro del agua. Los mejores días eran los de

marea baja, cuando el mar estaba lejísimos y sobresalían del agua

montículos de piedra cubiertos de conchas, y en la arena, de tan

dura, no se quedaban marcados nuestros pasos. Nadie podía saber

que habíamos estado allí.

Cuando Andrea encontraba alguna cosa traída por el mar -por

supuesto siempre las encontraba ella, siempre las veía antes que

yo-, se acercaba al objeto con el dedo índice bien estirado, como si

de un zahorí se tratara. Fueran algas, botellas de plástico o pesca-

dos negros, cualquier cosa rescatada por la marea le servía. Trazaba

un círculo de arena firme y redondísimo alrededor del objeto, como

si su dedo fuera parte de un compás perfecto y la arena una lámi-

na fina de papel. Se tomaba su tiempo. Y después se inventaba una

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andénuno

historia de la vida del objeto traído y de cómo había acabado en la

orilla, dónde y con quién había estado antes, si alguien se lo había

comido, si había sido el arma de algún asesinato. Historias así.

Una de esas mañanas encontramos la estrella de mar. Era la prime-

ra estrella del verano. Otros veranos eran comunes, pero estábamos

ya en la última semana y aún no había aparecido ninguna. La que

encontramos estaba muerta, era solo cascarón. Estoy seguro de

que la vi antes que Andrea.

Pero hice como si no la hubiera visto, y a punto estuve, con la ton-

tería, de pisarla y partirla en dos. Andrea me apartó justo a tiempo,

casi me caigo al agua del empujón. Estaba a punto de empezar a

contar la historia de la vida de la estrella cuando se puso seria y me

pidió que me agachara.

—Mírala bien —me dijo.

Yo la miré todo lo bien que pude. Estábamos los dos, en cuclillas,

con las rodillas dobladas y el culo en el aire, mirando una estrella de

mar vacía.

—¿Lo ves? —me dijo, y se agachó un poco más, sin llegar

a tocar la estrella. Yo no veía nada.

—¿Qué hay que ver?

—¿No lo ves?

Negué con la cabeza. Seguimos los dos ahí un buen rato, agacha-

dos como un par de tontos. Callados. Andrea se había quedado en

blanco por primera vez. Así que dije lo primero que se me ocurrió.

-Se habrá caído de ahí arriba.

Y señalé el cielo. Andrea me miró satisfecha, cogió la estrella vacía,

se la guardó, y empezó a contar una historia absurda de estrellas

caídas del cielo que se transforman en estrellas de mar. Desde ese

día la llevó siempre, bastaba que nos sentáramos en el muro, en el

jardín o al final de la playa para que sacara la estrella. Le daba vuel-

tas, y vueltas, y vueltas, sin dejar de hablar de cualquier cosa.

Poco después gané la carrera. Pasada la última duna cogí velocidad.

Cuando sentí que adelantaba a Andrea, aceleré. Quería ganar y, por

primera vez, sentí que podía conseguirlo. Iba tan deprisa que trope-

cé con las olas y me empapé por completo. Me levanté como pude,

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andénuno

y me giré, feliz, con los brazos hacia arriba en señal de victoria. Solo

entonces me di cuenta de que Andrea no me había seguido. Estaba

sentada varios metros por detrás, agachada, con la vista clavada en

la arena y las rodillas encogidas sobre la tripa. Se balanceaba leve-

mente.

Me acerqué. No se veía nada allí a lo que mirar fijamente, nada más

que arena, nada que justificara abandonar la carrera. Andrea, al

notar mi sombra encima de ella, dejó de balancearse y empezó a

cavar, con decisión. Hizo un gran hoyo.

—Me he cansado de ganarte.

Menuda excusa. Pero eso fue lo que dijo, era una de sus verdades

universales e indiscutibles. Después sacó la estrella y la metió en el

hoyo, la enterró bien al fondo sin dejar rastro. Cuando terminó se

quedó ahí sentada, en la arena. Le tendí una mano.

—Levanta. Un, dos. —Tiré de ella con todas mis fuerzas—.

Tres.

Andrea pesaba mucho. Pensé que sería por esos huesos de más

que tenía, aunque no se lo dije. Le costó ponerse de pie, estirarse,

acomodar el cuerpo, caminar. La obligué a apoyarse en mi hombro.

Subimos a casa despacio, como pudimos, Andrea estaba muy calla-

da. Así que empecé a hablarle sin parar, y no cerré la boca durante

todo el camino a casa, le conté una historia que recordaba haber

leído en invierno sobre los romanos y los acueductos, y las calzadas

que construyeron, y los puentes, y el material que utilizaban para

que unas piedras se quedasen bien pegadas con las otras.

tw Del libro El cuerpo secreto. Ed. Páginas de Espuma, 2015.Mariana Torres (Angra dos Reis, Brasil, 1981). Empezó a impartir clases de escritura en 2004y continúa haciéndolo en la actualidad en Escuela de Escritores, de la que es parte desde sufundación. Se puede acceder a los blogs en los que escribe habitualmente desde su webmarianatorres.com. El cuerpo secreto es su primer libro de cuentos.

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Tres microrrelatosMiguelángel Flores

andéndos

Ajustando cuentas

A mi marido me lo trajo una tormenta. Y no es un

decir, me lo entregó envuelto en lluvia. Estaba de romería

con mis amigas, las pocas que quedamos, cuando empe-

zó a caer un chaparrón de los que empapan el ánimo.

Salimos corriendo mientras nos tapábamos con las sillas

plegables. Y al pasar por el abrevadero viejo lo vi allí tira-

do. Hice como si no lo hubiera visto, seguí mi camino con

ellas. Cuando llegamos a casa, esperé prudentemente a

que cada una llegara a la suya. Me puse la gabardina y salí

a buscarlo. Estaba empapadito. No hablaba. Me lo llevé a

casa, lo bañé, le di de comer, y hasta hoy. Lo llamo Paco, y

él a mí, vida mía. No sabe de dónde viene, y ni falta que

me hace. A ellas les he dicho que lo conocí en el Carrefour

de la capital y que se quedó prendado de mí. Yo no sé si

me creen, pero tampoco me importa. Que se alegran, me

dicen. Ya, les digo yo. Ahora a la romería voy de su brazo.

Y si llueve, nos quedamos en casa, recuperando lo que la

vida me debe.

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andéndos

La perdonamuertes

MI padre fallecía cada poco. Pero no lo hizo nunca

por llamar la atención ni por fastidiar a nadie; simple-

mente se moría y ya está. Recuerdo que justo antes de

expirar sonreía con cierta beatitud y, diciendo adiós con

su mano velluda, dejaba de respirar. Lo mismo que la

lavadora cuando para de centrifugar, poquito a poco y

sin más. Mamá se ponía de luto, se apagaba la tele, por-

que era alegre, y todos llorábamos su partida. Luego, al

volver a la vida, mamá lo recibía enfurruñada por su

ausencia; con ese mohín que, según él, la ponía tan

guapa. Entonces él la abrazaba y le hablaba al oído de

angelitos, ánimas y purgatorios. Ella cedía, nos mandaba

a la cama y se les oía cuchichear mucho rato. Papá era

un vividor en eso de morir. Y mamá siempre se lo perdo-

nó. Lo hizo hasta la muerte.

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andéndos

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Mesa compartida

CUANDO la camarera me ha traído la cuenta, me he

sorprendido. Me ha explicado que ha sumado también

lo de mi madre, que se lo ha indicado antes de marchar-

se. Entonces me he acordado de la mujer entrañable, de

pelo blanco y mirada astuta, que ha merendado junto a

mí en esa cafetería abarrotada. No he puesto objeción,

he pagado y he salido. Ya en la calle, he pensado que no

ha sido caro. He pagado diecisiete euros por la ilusión

de haber merendado otra vez con mi madre, cuando

hace tanto que la perdí. Y eso no tiene precio.

tw Del libro De lo que quise sin querer. Ed. Talentura, 2014Miguelángel Flores (Córdoba, 1967). Escribo desde hace años de oído y sin mala intención,microficción y teatro. Sus relatos han sido antologados en De antología, la logia del microrre-lato (Talentura) y Relatos en Cadena (Alfaguara). Ganador de la Convocatoria abierta 3x200y finalista del I Concurso colaborativo, ambos organizados por Grupo Andén. De lo que quisesin querer es su primer libro de relatos.

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andéntres

Noviembre caluroso

LLEVO aquí diez minutos y nadie ha llamado a la

Policía aún. Hace mejor día del que me esperaba para

ser finales de noviembre. Las hojas doradas caen al

suelo jugando a esquivar los rayos de sol, que mantiene

el frío a raya.

He salido con el cuello de la gabardina subido y las

manos refugiadas en los bolsillos. He caminado escu-

chando mi taconeo hasta el quiosco de la plaza y he

subido hasta él por la escalinata. He posado las manos

sobre la barandilla y, al levantarlas, varias gotitas de agua

han resbalado entre mis dedos. Me he desabotonado el

gabán despacio. Al terminar, me he quitado la prenda

con un movimiento preciso y la he dejado deslizar por

mi espalda hasta el suelo.

En ese instante, el viento ha suspirado y he sentido

una brisa helada entre mis muslos. He notado cómo el

aire golpeaba contra la parte interna de mis codos y

cómo se colaba indiscreto entre la maraña de mi pelo

suelto. Los pezones se han contraído de súbito causán-

dome un nimio dolor y mi piel se ha transformado en

erizo.

Observo cómo me observan. Siento sobre mí sus

miradas viscosas, atónitas, descaradas, admiradas, vicio-

sas, sorprendidas, ruborizadas, celosas. Agresivas. Me

pregunto cuándo caerá el telón.

Dos microrrelatosEster Berdor

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andéntres

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En la piel del funámbulo

IMAGINA que caminas sobre una cuerda, a veinte

metros del suelo. No. Olvida la cuerda. Imagina que

caminas ante la mirada nerviosa y demandante de miles

de espectadores. Pisas suelo. Esperan que camines en

perfecta línea recta, sin error, a paso milimétrico. Un pie

delante del otro. Desean el fracaso y, al mismo tiempo,

el éxito, aunque son incapaces de ver el fallo o el acier-

to. Pero osas mostrarte y ellos tienen ahora el poder. No

puedes, ¿verdad?

Te asfixian sus miradas exigentes.

Has caído y ni siquiera ha hecho falta subirte a la

cuerda.

tw Microrrelatos recogidos en la novela Caminar sobre la cuerda. Ed Anorak, 2015.Ester Berdor Corrales es periodista y ha trabajado en varios medios de comunicación y en distin-tas ciudades. Ahora vive en Fago (Huesca), un diminuto pueblo pirenaico donde huele a tierra. Allílee, escribe, imparte talleres literarios y en definitiva, es feliz, aunque a veces le cueste trabajo.Caminar sobre la cuerda es su primera novela.

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cuentoscomochurros

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Los hombres

lobo

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cuentoscomochurros

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NO sé exactamente cuándo

empezó todo. A mí me los mencionó

por primera vez la señora Valenzuela.

Vino a la botica a comprar unos

supositorios, esperó a que no hubie-

ra otros clientes, se apretujó contra el

mostrador y, en voz bajita, dijo:

—Tenga cuidado por las noches,

mi marido dice que hay hombres

lobo en el pueblo.

Luego me habló de ellos Gerardo,

el dueño de la conservera. Estába-

mos en la taberna, un domingo en el

que, como todos los domingos, se

jugaba al mus. Yo sustituía a mi

padre, que estaba en casa con un

ataque de gota, y había envidado a

chica cuando Gerardo dijo:

—Mi hija va a ir de día a las fiestas.

Ya se lo he avisado a su madre. No

me gustan nada esas amistades con

las que anda últimamente.

Y le dio un buen sorbo a su copa.

Don Manuel, que es el cura y la pare-

ja de mus de mi padre, asintió con la

cabeza y todos nos quedamos calla-

dos. Mi envite a chica pasó de punti-

llas así que me anoté una piedra.

—Eso es todo mentira —dijo

Julio desde una esquina del bar.

Pero nadie le hizo caso. Julio me

es simpático pero siempre ha sido un

poco raro, con su voz ronca y sus

dedos sucios de tierra.

Con paso lento, el miedo ha ido

llamando de puerta en puerta. Los

más viejos, más viejos que el cura

don Manuel, incluso, hablan de los

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muertos que hubo hace mucho tiempo, de los cuerpos

desmembrados que aparecían en la cuneta del camino

o en la linde del bosque. Nosotros lo hemos visto, dicen.

El día que anunció el programa de las fiestas del pue-

blo, el señor alcalde aseguró que todo iría bien. Yo me fío

del señor alcalde porque siempre está tranquilo. Sin ir

más lejos, hace unas semanas ardió su automóvil. Dicen

que alguien le prendió fuego y sólo quedó un esquele-

to de hierro, pero el alcalde ni se inmutó, como tampo-

co se ha inmutado desde que hay rumores y sonríe a las

señoras que se asustan por los hombres lobo que se

transforman con la luna llena y salen de caza.

—He hablado con el alguacil, vamos a redoblar la

vigilancia durante las fiestas —dijo aquel día junto a la

fuente de la plaza.

Y aunque me fío del señor alcalde y de su sonrisa,

noté algo así como el arañazo de una garra en el espi-

nazo.

Hace unos días empezaron las sospechas en susu-

rros. Tras ellas, llegaron las acusaciones en voz alta. El

lunes, sin ir más lejos, la señora Valenzuela me aseguró

que había visto a Alberto pasear de noche por su calle.

Alberto es el maestro y lo trasladaron hace poco tiempo

al pueblo.

—¿No te has fijado que tiene algo raro en la mirada?

Ese chico no es de fiar - dijo.

Y, esta vez, la señora Valenzuela no fue tan prudente,

lo dijo sin ningún tipo de prevención delante de Julio,

que esperaba su turno. Así que, cuando la señora

Valenzuela se fue con sus hierbas para el insomnio, Julio

me dijo:

—No hagas caso, no hagas caso. Es todo un engaño.

—Lo siento, Julio, no ha llegado el jarabe para tu

mujer.

Julio se fue cabizbajo porque su pobre mujer está

enferma de tuberculosis. Ya digo que a mí Julio nunca

me pide que le fíe, me paga sus medicinas al momento,

cuentoscomochurros

Page 19: Cuentos para el andén Nº43

19

cuentoscomochurros

pero hay algo en su voz cascada y su cuerpo enjuto que

siempre me ha parecido extraño.

Al día siguiente me lo encontré en la calle, en una

escena que no entendí muy bien. Uno de los trabajado-

res de Gerardo, el de la conservera, estaba tendido en el

suelo. Le sangraba el labio y sollozaba. Julio estaba de

rodillas, junto a él, con gesto preocupado.

—¡Nos vais a dejar sin nada! ¡Nos vais a dejar sin nada!

El trabajador de Gerardo gritaba al vacío, allí no había

nadie más aparte de nosotros. Al final, Julio lo ayudó a

ponerse en pie y se alejaron.

En cualquier caso, hoy el alguacil ha anunciado que

han detenido a Pablo, el chico de los Zapata. Nunca he

hablado mucho con él porque casi no viene por la taber-

na, siempre está en el campo, con la azada, o ayudando

a su padre en la carpintería. Dicen que lo pueden fusilar

si se demuestra que es un hombre lobo. Sería una pena,

pero quizás así se acaben los susurros y las acusaciones,

y sobre todo así podremos tener las fiestas del pueblo en

paz.

tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen unade las cuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ellaun rico churro que publicamos aquí. La fotografía es de CarminaCórdoba, finalista de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.

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Page 21: Cuentos para el andén Nº43

Rosi GarcíaMentir está contraindicado.Se ruega no usar, salvo ensituaciones de extrema

necesidad.

Florentino Galo

Cada vez que cierro la

nevera me pregunto, ¿por

qué bajamos del árbol?

ClaraSabremos que todo ha

vuelto a ser normal cuando

nos lo diga la nevera.

Ana M.Teníamos un señor viviendo tras la nevera. Parael gobierno es normal, perome daba cosa: estamos en

el bar.

GraceBlack Friday, campañaelectoral, campaña deNavidad... La palabra

“miedo” se queda corta:vuelvo en enero.

Laura A¿Quién dijo miedo?

Tengo turrón y polvoro-

nes para desayunar hasta

primavera.

Miedo

http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/

Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com

NNoorrmmaall

MMeennttiirr

21

lapuertadelanevera

Page 22: Cuentos para el andén Nº43

JORNADA LABORAL

1. Pasar el d

ía complaciendo los c

aprichos

de los m

ás poderosos a

cambio de la mentira

de la dignidad. Sandra

http://d

esiertosyjardines.blogspot.com.es/

2. La jaula del homo sa

piens.

Antonio Maldonado Muñoz

http://e

lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/

MÚSICA

1. Enlace sonoro entre

el cerebro, el alma y

el asombro. Alba Gómez Querves

2. Lenguaje del alma que unas v

eces mueve

los pies y

otras la

s emociones. A

http://e

lpaseodelcancerbero.blogspot.com.es/

ECONOMÍA

1. El más g

rande los a

gujeros de un bolsil

lo.

Héctor García

2. La montaña ru

sa del capitalism

o.

Elliot F.

Nieves

Una nueva civilización está empezando de cero en

Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos,

¿les echas una mano con el diccionario?

Participa en www.grupoanden.com

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diccionariodesaturno

Page 23: Cuentos para el andén Nº43

Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la

sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com

«El juicio»

Tras meses de tropelías en el Congreso, el diputado se bate en

un duro duelo contra la Administración de Justicia. El tiempo

corre en su contra ¿conseguirá evadir de nuevo a los jueces?

Esta novela de final previsible no tiene demasiada intriga, pero

está de rabiosa actualidad.

Clavel

La humanidad, cansada de tanto dolor y de tanta miseria, inicia

acciones legales contra Dios, quien recurre a todo su poder para

plantar evidencias, amenazar a testigos y comprar magistrados.

Una historia inquietante y un final apocalíptico que te revelará lo

peor de las mafias celestiales.

Héctor García

El Juicio Final se acerca y el Cielo y el Infierno, están saturados.

Los subdirectores de Recepción de Almas del Cielo y del

Infierno son enviados al mundo para tratar de mandar almas al

campo contrario. Sin embargo, pronto descubrirán que tienen

que trabajar juntos para resolver el problema.

Perseida | http://perseida14.blogspot.co.uk/

23

sinopsis

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Page 25: Cuentos para el andén Nº43

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En la boca, noSemana 10 de concurso: 23 de noviembre de 2015Ganador: Javier Palanca Corredor

Abandonan, primero uno y luego el otro, la habitación del hotel

donde ella ha vuelto a dejar la flor sobre las sabanas revueltas como

una firma de lo acontecido. Cuando llega a casa, abraza a su madre y la

ayuda a preparar la cena. Su padrastro llega a mesa puesta y las besa

con suma conciencia para no equivocarse.

PateraSemana 11 de concurso: 7 de diciembre de 2015Ganadora: Carmen Quinteiro

Las besa con suma conciencia para no equivocarse entre tantas

cabezas. Puede que sea la última vez que besa a sus niñas pero la idea

ha dejado de dolerle hace días. Ellas, ajenas, juegan a sacar con un

pequeño vaso de plástico el agua que va entrando gota a gota en la

balsa. Y ella, jugando también a no morir, les dice que cuando lleguen,

ya verán, van a ir a comprarse un vestido nuevo y un helado.

Sol nacienteSemana 12 de concurso: 14 de diciembre de 2015Ganador: Sergio Sancho Alías

Van a ir a comprarse un vestido nuevo y un helado cuando, de mane-

ra súbita, el calor del verano se multiplica por mil. Las ropas se volatilizan,

los anhelos se derriten… y los habitantes de Nagasaki desaparecen,

como sombras disipadas por un nuevo amanecer.

novi

embr

e

diciembre

tw Relatos finalistas de nivuembre y diciembre de 2015 del concurso Relatos enCadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todoslos seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.

brevemente

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dindondin

XXII Certamen de cartas de amor y desamor yV certamen de tuits de amor y desamor

Premio: 800€ Presentación de trabajos: Hasta el 15.1.2016

Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de

Almuñécar. Granada (España)

http://www.escritores.org/

Salón del Libro Infantil y Juvenil de MadridHasta el 3 de enero de 2016Calle Conde Duque, 11. Madrid

http://www.esmadrid.com

Mujeres en vanguardiaHasta el 27 de marzoResidencia de Estudiantes. Madrid

Entrada gratuita

http://www.residencia.csic.es/

Oaxaca, tierra de dioses inmortalesHasta el miércoles 20 de eneroGalería Abierta de las Rejas de Chapultepec

http://www.cultura.df.gob.mx/

Page 27: Cuentos para el andén Nº43

http://www.movinsides.com

MovinSides es una formación musical que pro-

duce sus propios contenidos mediante un mode-

lo de colaboración flexible, donde se conjugan la

frescura interpretativa de los artistas noveles, que

se van incorporando en cada nueva producción,

y la experiencia artística, técnica y empresarial del

equipo fundador y promotor.

En MovinSides producen vídeos de temas pro-

pios o covers de gran reconocimiento en el pano-

rama musical y los difunden en redes sociales y

plataformas musicales en la red.

tw Nuestro core lo representa la dirección artística y la dirección ejecutiva de la producción. Ya tenemosen proyecto dos nuevas producciones con dos excelentes cantantes, que pronto verán la luz.

27

decamino

Page 28: Cuentos para el andén Nº43
Page 29: Cuentos para el andén Nº43

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HACÍA rato que José Luis no dormía. Pensaba en el transcurso pre-

visible de aquel lunes. Cuando llegase a casa después del trabajo, fingi-

ría entusiasmarse con la fiesta de cumpleaños preparada en secreto

por Merche. Mostraría una ilusión impecable al abrir cada obsequio. Y,

luego, al irse a dormir, el regalo de su mujer: Merche con algún cami-

són sugerente, algún aroma excitante…

Por fin sonó el despertador. Fue al cuarto de baño. Después se puso

la ropa sin hacer ruido. No quería que Merche se despertase y se empe-

ñara en adelantar parte de su regalo. No estaba de humor.

En realidad, hacía años que no estaba de humor. Este pensamiento

fue con él durante todo el día. Y no lo abandonó al sorprenderse por su

fiesta, ni al soplar las velas. Su mujer lo animó a que formulara un deseo.

José Luis, en cambio, tuvo una revelación: jamás había estado de

humor, ni siquiera en los encuentros previos al matrimonio, ni recién

casados, ni nunca.

Ahora cumplía cuarenta y cinco años y Merche habría preparado

algo muy especial para la noche. Tembló. Quiso prolongar la fiesta todo

lo posible. Quizás, con suerte, ella estaría tan cansada, o tan bebida…

ya se encargaba él de llenarle continuamente la copa. Pero Merche era

incombustible. Al contrario, cada vez derrochaba más vitalidad.

Entonces empezó a beber él, pensando en perder el sentido. No

hubo manera, así que insistió en recoger todo cuando se fueron los

invitados.

Después, por alargar un poco más, propuso a Merche un té, que ella

preparó encantada. Lo hizo sentarse en la cocina y lo mimó, con esa

sonrisa premonitoria de supuestas delicias carnales. Perdido en pensa-

mientos oscuros casi no la oyó.

—¿Qué dices?

—Que no me apetece té. Me apetece algo frío. ¿Sabes, José Luis?,

hoy se me ha antojado comprar polos de limón.

Cumpleaños felizPaloma Gómez Crespo Alumna de Talleres de Escritura Creativa Clara Obligado

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Mientras hablaba, Merche sacó un helado del paquete. Al tiempo

que forcejeaba con el envoltorio, dijo.

—Yo creo que no he comido ninguno desde que era niña.

Rasgó el papel y comenzó a chuparlo.

—Hmm…

José Luis intentó concentrarse en su té, pero algo en ese polo lo atra-

ía y no era la boca de Merche. Ni su lengua, regodeándose arriba y abajo

alrededor del hielo amarillo. De vez en cuando, un mordisco esculpía la

huella de sus dientes hasta que la lengua lo redondeaba otra vez.

Cuando solo quedó un poco de hielo junto al palo de madera, ella

lo introdujo casi completamente en la boca. Sus mejillas se estrecharon

al succionar. Después, comenzó a separar plaquitas de helado con los

dientes, ayudándose con la punta de la lengua.

Fue entonces cuando sucedió. José Luis pudo ver cómo Merche se

estremecía en el momento en que su lengua tocaba el palo y él se

estremeció también. Ella repitió la operación dos, tres veces, y él se

estremeció al unísono.

Antes de que lo tirase a la basura, arrebató el palo a su mujer y, allí

mismo, José Luis abrió la boca, sacó la lengua y fue rozando con ella, rít-

micamente, la superficie áspera de la pequeña plancha de madera,

penetrando cada vez más, unas veces retrocediendo, otras avanzando,

en un encadenamiento de múltiples escalofríos, hasta llegar a ese punto,

en el nacimiento de la lengua, donde ésta se rebela con una arcada.

Cuando todo acabó, no tenía ante sí a la doctora de su infancia que

le diagnosticaba unas anginas, sino los ojos de Merche, entre el des-

concierto y el espanto, fijos en él. Sólo entonces José Luis fue conscien-

te de las gotas de sudor que se deslizaban por su rostro congestiona-

do y de sus últimos jadeos de éxtasis. Aquella noche no hubo regalo

especial de Merche. Ella se fue a dormir en silencio. Él, a soñar con len-

guas, palitos de madera y deliciosos espasmos.

tw Del libro: Estado crítico. Colección El pez volador, nº 8 Paloma Gómez Crespo es profesora de Antropología Social. En mayo de 2015 publi-có el libro Estado crítico, al que pertenece este relato, dentro de la Colección El pezvolador de los Talleres de Escritura Creativa de Clara Obligado.

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metroligero - holakokoro

tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.

© Jasten Fröjen

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