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1 dejar actuar a Dios en cada uno de nosotros y no ponerle condiciones en nuestra respuesta; dar testimonio de nuestra condición cristiana desde cada palabra que dirigimos a los demás. Esta santidad se construye al convertirnos en sembradores de paz con nuestras palabras, y esto implica saludar al vecino, a la persona que encontramos en el ascensor, en la fila; ser solidarios con las necesidades de los demás, no devolver mal por mal sino, por el contrario, al mal responder con el bien. Ser agradecidos y reconocer, con palabras, el bien que hacen los otros en favor de nosotros: con la familia, con los empleados, los compañeros de estudio o de trabajo. No nos dejemos ganar la batalla de la desconfianza, el miedo, la indiferencia, las malas palabras; recobremos los espacios de las buenas rela- ciones humanas, caracterizadas por el respeto y la calidez; usemos buenas palabras que edifiquen la paz; “No te dejes vencer por el mal, antes bien vence el mal con el bien” (Romanos 12, 21). ¡Demos el paso, construyamos la paz con nuestras palabras! TRABAJO PERSONAL Y GRUPAL Volvamos sobre el texto ayudados por los siguientes interrogantes: ¿De qué cosas andamos preocupados diariamente? Ante las incertidumbres y desconfianzas que pueden surgir en nuestras vidas, ¿qué pide buscar primero el texto bíblico que acabamos de escuchar? El relato bíblico nos invita a confiar en Dios, ¿Confiamos plenamente en Él ¿Confiamos en los demás? ¿Somos personas de confianza para los demás? Ante la proximidad de la visita del Santo Padre a nuestro país y a la luz de esta reflexión, podemos prepararnos con los siguientes compromisos: Acerquémonos a una persona que hayamos ofendido y pidámosle perdón. Promo- vamos en nuestra familia, parroquia, barrio, vereda o conjunto residencial, un pacto de buen trato, de respeto, de buenos modales, hacia todas las personas pero, de manera es- pecial, hacia aquellas que piensan distinto de nosotros. CELEBREMOS Canto: Estoy pensando en Dios RECORDEMOS: “Diligente para escuchar, tardo para hablar, y tardo para la ira” (Santiago 1, 19)

dejar actuar a Dios en cada uno de nosotros y no …arquisantioquia.co/assets/images/campana/70575.pdf · 2 para poder avanzar en esta transformación de nuestras palabras y, así,

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dejar actuar a Dios en cada uno de nosotros y no ponerle condiciones en nuestra respuesta; dar testimonio de nuestra condición cristiana desde cada palabra que dirigimos a los demás.

Esta santidad se construye al convertirnos en sembradores de paz con nuestras palabras, y esto implica saludar al vecino, a la persona que encontramos en el ascensor, en la fila; ser solidarios con las necesidades de los demás, no devolver mal por mal sino, por el contrario, al mal responder con el bien. Ser agradecidos y reconocer, con palabras, el bien que hacen los otros en favor de nosotros: con la familia, con los empleados, los compañeros de estudio o de trabajo. No nos dejemos ganar la batalla de la desconfianza, el miedo, la indiferencia, las malas palabras; recobremos los espacios de las buenas rela-ciones humanas, caracterizadas por el respeto y la calidez; usemos buenas palabras que edifiquen la paz; “No te dejes vencer por el mal, antes bien vence el mal con el bien” (Romanos 12, 21).

¡Demos el paso, construyamos la paz con nuestras palabras!

TRABAJO PERSONAL Y GRUPAL

Volvamos sobre el texto ayudados por los siguientes interrogantes:

¿De qué cosas andamos preocupados diariamente?

Ante las incertidumbres y desconfianzas que pueden surgir en nuestras vidas, ¿qué pide buscar primero el texto bíblico que acabamos de escuchar?

El relato bíblico nos invita a confiar en Dios, ¿Confiamos plenamente en Él

¿Confiamos en los demás? ¿Somos personas de confianza para los demás?

Ante la proximidad de la visita del Santo Padre a nuestro país y a la luz de esta reflexión, podemos prepararnos con los siguientes compromisos:

Acerquémonos a una persona que hayamos ofendido y pidámosle perdón. Promo-vamos en nuestra familia, parroquia, barrio, vereda o conjunto residencial, un pacto de buen trato, de respeto, de buenos modales, hacia todas las personas pero, de manera es-pecial, hacia aquellas que piensan distinto de nosotros.

CELEBREMOS

Canto: Estoy pensando en Dios

RECORDEMOS: “Diligente para escuchar, tardo para hablar, y tardo para la

ira” (Santiago 1, 19)

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para poder avanzar en esta transformación de nuestras palabras y, así, empezar a gestar la paz. El hombre nuevo siembra paz en y con sus palabras

El hombre nuevo no solo erradica de su lenguaje las malas palabras, sino que lle-na su hablar de paz, bondad y amor, de expresiones positivas que alegren el corazón de aquellos que las escuchen. El cristiano usará palabras “convenientes para edificar según la necesidad y hacer el bien” (Efesios 4, 29). Nuestra forma de hablar, nacida en la experien-cia con Jesús, debe llevarnos a retirar todo signo de violencia de nuestras expresiones, lo cual será un aporte significativo para actuar como artesanos de paz; es por eso, que la Iglesia nos anima a construir en cada nación una casa de hermanos; a favorecer cada vez más la reconciliación con Dios y con los hermanos, para que sumemos y no dividamos. La paz y la cultura de un nuevo estilo de vida comienzan con palabras y gestos cotidianos, sencillos y pequeños, son ellos los que hacen la diferencia; no esperemos que llegue la paz solo por la formalidad de un acuerdo escrito, no la habrá si cada uno reacciona de for-ma violenta porque lo miraron o no lo miraron, porque lo adelantaron o porque no le cedie-ron el puesto. Esta selva de violencia necesita cambios urgentes. Aquí es cuando com-prendemos por qué el papa Francisco insiste tanto en los gestos de saludar, dar gracias, pedir perdón.

Recordemos que se respira paz en los ambientes donde reina la fraternidad, el respeto, la educación, la experiencia de ser bien acogido; donde la gente saluda o donde resuenan frases como: “Buenos días”, “que tenga una buena tarde”, “bienvenido”, “muchas gracias”, “¿En qué le puedo ayudar?”. ¡Qué bien se siente el ser humano allí donde se ex-presa aprecio hasta por lo más pequeño! ¡Qué grato es recibir como respuesta una sonri-sa, un gesto amable y no

En este camino de preparación para la visita apostólica del papa Francisco a nues-tro país, estamos invitados a recordar que hemos sido tocados por Cristo, que, por el bau-tismo, hemos sido constituidos en hijos e hijas de Dios, miembros de su gran familia, la Iglesia, para ser testigos de Él en nuestro hablar y actuar, para buscar a lo largo de nues-tra existencia la santidad, porque esta es nuestra vocación: “Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5, 48). Vivir conforme al Se-ñor nos lleva a tener presente que “pertenecemos por entero a Cristo, cuyo Espíritu tomó posesión de nosotros en el bautismo. Somos templos del Espíritu Santo. Nuestros pensa-mientos, nuestras acciones, nuestros deseos son, en pleno derecho, más suyos que nues-tros. Pero hemos de luchar para asegurarnos de que Dios recibe siempre de nosotros lo que le debemos por derecho propio”. Por tanto, cada uno de nosotros ha de esforzarse para que, desde sus palabras, brille la fe que hemos recibido y para que haga posible la santidad a la

cual Dios nos convoca.

El papa Francisco nos ha repetido en diversas ocasiones: “No tengamos miedo a ser santos

porque la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar que Dios obre en nues-

tras vidas con su Espíritu, en confiar en su acción que nos lleva a vivir en la caridad, a realizar todo

con alegría y humildad, para mayor gloria de Dios y bien del prójimo”. En consecuencia, cultivar la

santidad es

ENCUENTRO UNO

POR SOBRE TODAS LAS COSAS

¡DIOS ES AMOR!

Preparación: Acogida y oración inicial

Disponer los corazones con alegría y preparar lo mejor posible el ambiente pa-ra dar una acogida fraterna a todos los participantes y para favorecer el encuentro con Cristo y con los hermanos.

Preparar unas fichas o tarjetas con las frases bíblicas del "anuncio" propio de este encuentro. Servirán tanto para quien lleva el mensaje como para quienes van a elaborar una respuesta.

También se puede preparar una hoja con las indicaciones para el trabajo per-sonal, de tal manera que no se pierda tiempo dictando y para garantizar que todos se ocupen en el mismo "trabajo". Esta indicación vale para todos los encuentros, a juicio del misionero.

Después de unos diez minutos de acogida en los se saluda cordialmente a ca-da participante y algún saludo más amplio y amistoso al grupo se da inicio a la reunión invitando a los asistentes a compartir descubrimientos, pensamientos, experiencias y testimonios, recibidos desde el inicio de este camino. (Este punto se repite en todas las sesiones.

Concentrémonos en nuestra fe y dispongámonos para nuestro encuentro de hoy con una oración que diga éstas u otras palabras parecidas:

Señor, concédenos la gracia especial de orientar hacia Ti, a tu servicio y ala-banza, todos nuestros pensamientos, palabras y acciones. Abre los oídos de nuestro corazón a tu Palabra y concédenos descubrir cada vez más y mejor tu rostro amoroso de Padre. En el nombre de Jesús, tu Hijo, y por Él, quien vive y reina por los siglas de los siglos. Amén.

Anuncio

En Búsqueda del amor

Percibir la realidad de una felicidad que se hace esquiva en nuestra vida pre-sente, constatar que los caminos que ofrece el mundo para alcanzar la paz no son su-ficientes, darnos cuenta dela finitud de nuestra vida y del vacío que ni siquiera todas las riquezas del mundo pueden colmar, debe conducir nuestros anhelos a desear mu-cho más, a buscar en la eternidad la razón que le da sentido a nuestra vida.

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En medio de esta búsqueda, Dios sale a nuestro encuentro. Él no existe co-mo una idea de la mente humana, ni como una abstracción o una proyección de nuestros deseos. Él es persona, es “EL OTRO”, “Alguien” que sale a nuestro paso y con el que podemos tener un encuentro.

Cuando amamos, la felicidad que proviene de la certeza de amar y sentirnos amados invade nuestro corazón. Esta felicidad es tan sólo un asomo delo que cada persona desea realmente. Queremos amor, buscamos amor, luchamos por el amor y nos movemos por amor. Dios no es un simple observador de lo que sucede en nues-tro mundo, Él quiere siempre involucrarse existencialmente con cada uno de noso-tros para mostrase y para revelarnos su amor. El amor de Dios es lo único real que colma nuestra búsqueda de sentido. Dios nos ama realmente, con un amor que so-brepasa todo lo que conocemos en el mundo. El hombre, sediento de amor, esta se-diento de Dios, y solo el amor de Dios puede saciar las ansias de nuestro corazón.

Dios nos ama

Dios no tiene ningún otro motivo distinto a su amor para revelársenos y mani-festarnos el misterio de su ser. La expresión "Dios me ama" no puede ser una mani-festación o confesión de labios para afuera. Gracias a ella afirmo la realidad de un amor que me toca a mí como persona. Dios no nos ama a todos de manera genéri-ca y superflua; Él se dirige a cada uno de nosotros con todo su amor; a mí me ve corno individuo y como persona capaz de responderle. En El no cabe la abstracción. Él nos ha traído hasta aquí, a este lugar ya este momento, para revelarnos su amor personal Y exclusivo, el amor que a cada uno de nosotros nos tiene.

Pero, ¿en qué consiste el amor que Dios nos revela y nos declara? Se trata de un amor firme y fiel, más seguro que el sol de cada día lleno de detalles. Sin em-bargo, en este preciso punto es mejor escucharlo a Él mismo. En la Santa Biblia, el Señor, con sus propias palabras, nos declara que su amor es:

Más fuerte que de la mejor de las madres: ¿Olvida acaso una mujer al bebé que amamanta, a su muy amado, al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ellas lo olvi-daran, Yo no te olvidaré. (Is 49,15). ¡Así es! Lo imposible, lo que nunca ocurriría, es decir, que una madre olvidara al bebé que lleva en sus brazos y al que ha llevado en su seno… Más seguro que este amor indefectible es el amor de Dios.

Más estable y sólido que las montañas: Porque aunque los montes se corran y las colinas se muevan, mi amor no se apartará de tu lado, ni mi alianza se paz vacilará, dice El Señor que entrañablemente te ama." (Is 54,10)

Tan antiguo, que comienza antes del tiempo; tan duradero, que NUNCA acabará; tan alto, tan

ancho y tan profundo, que no podré hacer nada para "salirme" de él;

El hombre nuevo surge del encuentro con Jesucristo, “el acontecimiento de Cristo es, por tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discí-pulo. Jesús comunica al corazón del ser humano la Buena Nueva que produce la transfor-mación del hombre viejo al hombre nuevo (cf. Colosenses, 3, 9-10), en quien reina la alegría, el amor y el perdón. Esta alegría que gesta la vida nueva en Cristo llena el co-razón y la vida entera, porque “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”45. De esta manera, la nueva criatura, redimida de su vieja condición, hace posible la experiencia con la Trinidad, el saberse parte de Dios y enviada para dar testimonio de lo que ha recibido, suscitando una “experiencia de […] unidad y comunión inseparable, [que] nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en servicio al otro”.

El hombre nuevo erradica de su lenguaje la violencia

Quien ha vivido un encuentro con Jesucristo hace un giro de 180 grados, y su cambio involucra toda su existencia, obras, pensamientos y palabras. Al cambiar sus crite-rios, su forma de hablar también se transforma, comienza a vivir lo que la Palabra de Dios nos advierte: “renuncia a la mentira y dice siempre la verdad” (Efesios 4, 25), “no salen de su boca palabras dañosas” (Efesios 4, 29), pone un control a su lengua y a lo que dice con ella, porque sabe que mal usada, es “fuego, es un mundo de iniquidad… contamina todo el cuerpo… prende fuego a la rueda de la vida… es un mal turbulento, está llena de veneno mortífero… de una misma boca proceden la bendición y la maldición” (cf. Santiago 3, 1- 12).

Es por eso que Jesús es claro en sus enseñanzas, “Todo aquel que se encolerice con su hermano,

será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano imbécil, será reo ante el Sanedrín; y el que le

llame renegado, será reo de la gehenna de fuego (infierno)” (Mateo 5, 22). El Señor nos pide erradi-

car del lenguaje toda manifestación de insulto, de injuria, las malas palabras, las groserías y las expre-

siones de doble sentido. El cristiano debe evitar en su vocabulario toda palabra dañina, des-edificante

(cf. Colosenses 3, 8), porque este tipo de expresiones no son acordes con el amor de Dios ni con la

experiencia de vida de fe.

Por ello, Santiago nos insiste en su carta: “ténganlo presente, hermanos míos queridos: que cada uno sea diligente para escuchar y tardo para hablar, tardo para la ira… si alguno se cree reli-gioso, pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio corazón, su religión es va-na” (Santiago 1, 19. 26). De igual forma, la misma Palabra nos advierte que “de toda palabra ocio-sa que hablen los hombres darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12, 36).

El colombiano nuevo que vive su encuentro con Cristo y comienza a dar el primer paso para la reconciliación, el perdón y la paz debe poner sus mejores deseos y fuerzas para desarmar el lenguaje de expresiones de violencia o de injuria hacia los hermanos; esta es una necesidad en nuestro país porque, durante años, nos hemos maltratado con agresiones verbales, las cuales han gestado sendas fuentes de violencia, que nos han di-vidido y han estropeado nuestra unión de hermanos. Este es el tiempo de iniciar algo nue-vo para conseguir frutos con sabor a Dios y para vislumbrar una sociedad menos reactiva y conflictiva. Es necesario que contemos con la gracia de Dios y con nuestra voluntad,

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y todo esto porque este amor, para expresarlo de la manera más simple, ¡es eterno! Así lo dice el Señor, que, de lejos, desde su inmensidad y desde su infinita trascen-dencia, se manifiesta: Te he amado con amor eterno. Por eso he reservado miseri-cordia para ti. (Jer 31,3) Es evidente que el Señor nos dice que siempre tendrá com-pasión con nosotros, no importan las circunstancias en que acudamos a Él, porque nos ama desde antes. Desde siempre y para siempre. Como también lo afirma cuando dice: en un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero te quie-ro con amor eterno – dice el Señor, tu libertador. (Is 54,8) Si bien lo que aquí nos in-teresa es la declaración de Dios mismo que dice con la seguridad incomparable que tiene Su Palabra que su amor por nosotros es eterno vale la pena también reflexio-nar sobre lo pasajero momentáneo de su cólera y la eternidad de su ternura. El amor de Dios es seguro, más que el sol de cada día.

Y lo que el Señor dice a Israel para explicar las razones por las cuates inter-viene en su favor, debería bastar para cada uno de nosotros:... eres precioso a mis ojos. Eres estimado, y yo te amo. (Is 43,4a) Y no temas que yo estoy contigo. (Is 43,5ª)

Si nos preguntáramos cuál es el porqué de sus beneficios en favor de noso-tros no tendríamos una respuesta distinta a la de pensar en su Amor como completa-mente gratuito. El motivo último de todas sus acciones de liberación en favor del hombre es el amor: Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, no fue porque ustedes sean más numerosos que los demás, pues son el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor a ustedes y por mantener el juramento que había hecho a sus padres, los sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y los rescató de la casa de es-clavitud. (Dt 7,7­8)

En la Sagrada Biblia, el amor de Dios por su pueblo es comparado al amor de un padre, rico en ternura, por su hijo: Cuando Israel era un niño, yo lo amé. Yo le enseñé a caminar tomándolo por los brazos (Os 11,1.3) Pensar estas cosas refirién-dolas a cada uno de nosotros es entrar en la alegría más grande. Porque es a ti, que ese cuchas, a quien Dios ha tratado con esta ternura. Basta pensarlo por un momen-to para darnos damos cuenta de que Dios era quien estaba, cuando dimos los prime-ros pasos, cuando aprendimos las primeras cosas, cuando recibirnos las primeras caricias. Y todo hablaba de Él, de su infinito amor de Padre, de su ternura vigilante que nos cuidaba, de todos los detalles de amor que Él dispuso para nosotros.

Como si todo esto fuera poco, lo que se constata con la definitiva revelación de Dios en Jesu-cristo, nuestro Señor, es que todo lo anterior ha sido diseñado con cuerdas humanas porque, dice el Señor: con lazos de amor los atraía y era para ellos como los que alza un niño contra su mejilla, me inclinaba a él y le daba de comer. (Os 11,4) Porque en Cristo, Dios nos ha hablado con palabras tan humanas como nosotros, para que comprendamos este amor, para que lo sintamos cercano, vivo, pre-sente, sacrificado por nosotros. Así lo asegura el mismo Jesús cuando

La confianza se educa cuando somos capaces de ofrecer oportunidades, de orientar a las personas hacia la colaboración, el respeto, la tolerancia, la responsabilidad, la honestidad. Cuando entendemos que la verdad y el perdón son los ejes que restauran la confianza, hacemos posible el surgimiento de nuevas comunicaciones con los otros, porque precisa-mente se convierte en el elemento fundamental que da sentido a las relaciones, las sostie-ne y genera seguridad.

En consecuencia, la verdad, la reconciliación y la confianza van de la mano y nos ayudan a ser sembradores y artífices de un país nuevo. De ahí que en este tiempo de es-pera del Vicario de Cristo, nos aventuremos a dar el primer paso para convertirnos en per-sonas de confianza que, además, confían en los demás. Solo una actitud de esta categor-ía puede generar procesos y dinámicas diferentes en Colombia. Si las nuevas generacio-nes perciben que somos sembradores de confianza en nuestras relaciones, crecerán con autenticidad, verdad, aceptación del otro y capacidad de perdón, haciendo posible que proclamemos en un futuro próximo: “Cesó la horrible noche”. Repetimos, entonces: “¡No nos roben el ideal del amor fraterno!”

Escuchemos la Palabra de Dios (Ef. 4, 25-32)

Por tanto, desechando la mentira, digan la verdad unos a otros, pues somos miembros unos de otros. Si se enojan, no pequen; no se ponga el sol mientras estén enojados, ni den ocasión al Diablo. El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, hacien-do algo útil para que pueda socorrer al que se halle en necesidad. No salga de su boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que los escuchen. No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el que fueron sellados para el día de la redención. Toda amargura, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre ustedes. Sean amables entre ustedes, compasivos, perdonándose mutuamente como los perdonó Dios en Cristo.

Palabra de Dios

Volvamos sobre el texto ayudados por las siguientes preguntas:

¿Qué palabras debemos desechar del diálogo con el prójimo?

¿Qué actitudes hay que hacer desaparecer de entre nosotros?

¿Cuál es la conducta que debe predominar entre nosotros los cristianos católicos?

Vida nueva en Cristo

San Pablo pone como punto de partida la diferencia entre una persona que no ha conocido a Cristo (gentil) y quien ha escuchado hablar y ha aceptado a Cristo (cristiano). El gentil se deja llevar por la frivolidad de sus pensamientos, su ignorancia y su obstina-ción. El auténtico cristiano ha aprendido la verdad de Cristo y está renovado en lo íntimo de su espíritu, es una persona nueva, el hombre nuevo.

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afirma que ¡tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único! Y lo hizo para dar-nos su misma vida, probándonos, por su entrega sacrificial, que nadie nos ama co-mo Él.

De esta manera, entre muchas frases como las cuales Dios nos declara su amor en la Biblia, podríamos reposar sobre una certeza que nadie nos podrá nunca arrebatar: ¡Dios es amor! Efectivamente: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como sacrificio de reconciliació. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en Él. (1Jun 4,8b-10.16)

Este amor es para ti

Dios nos ama, lo creamos o no lo creamos. Su amor no depende de nuestra respuesta ya que Él, infinitamente bueno y misericordioso, no cesa nunca de favore-cernos y amarnos porque somos obra suya. La Revelación nos dice que Dios hizo todas las cosas buenas (Gn 1,1­28) y, aunque infinitamente omnipotente y justo, no tenía necesidad de crearnos. ¿Por qué lo hizo? No encontramos una respuesta dis-tinta a la de la gratuidad de un amor que nos comunica toda su bondad y belleza. Dios nos creó, no porque nos necesitaba, sino porque nos ha amado desde toda la eternidad:

Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia para contigo. (Jer 31,3)

Estamos en el mundo para descubrir las grandezas de este amor divino. En ocasio-nes, sin embargo, nos enfrentamos con ciertas dudas ante esta verdad determinante y, otras veces, la creemos a medias. Alguien puede pensar, por las circunstancias adversas de su vida, que Dios no le ama; otro, ante las dificultades, puede pensar que sí le ama, no es mu-cho, y que Dios derrama las gotas de su amor distribuyéndolas inequitativamente sobre todos los hombres. Ante la inseguridad de inseguridad de sentirnos amados por Dios debemos contemplar la realidad de los hechos: Existimos, respiramos, nos movemos. A nuestro alrede-dor contemplamos la luz del día y la belleza de la creación que: recrea nuestros sentidos y nos habla de Su gloría. Nuestra vida ha estado llena de consuelos, alegrías y abrazos; hemos superado las pruebas más difíciles de nuestro pasado; hemos escuchado su Palabra y misteriosamente hemos sido salvados de peligros indecibles. Cuando contemplamos nues-tra vida Su mano nos ha sostenido, lo que hemos logrado ha sido don suyo. Hemos sido in-fieles, pero Él nos ha perdonado y nos perdonará todas las veces que podamos caer. Dios

nos ama con un amor infinito: esta es una certeza inefable e irrefutable.

Pero desde el Evangelio, desde la palabra del papa Francisco, desde el Magisterio de la Iglesia, se nos enseña que la confianza genera muchas cosas buenas para nosotros, nuestras familias y nuestro país: nos hace más tolerantes y más miseri-cordiosos; nos estimula a cultivar la relación con los demás y con nosotros mis-mos. La confianza y la misericordia nos preparan para saber esperar, olvidar, com-prender y perdonar. Son valores que pueden cambiarlo todo, porque nos alientan a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en el corazón de cada colombiano.

Confianza y perdón

La confianza es esencial para que nos relacionemos sanamente con nues-tro entorno, con nuestra familia, con la pareja, los compañeros de trabajo o de es-tudio. Las relaciones que están basadas en la confianza mutua tienden a ser más sólidas, prósperas y duraderas que las que no lo están. Por eso, cuando afirma-mos que somos sembradores de confianza en nuestras relaciones, estamos di-ciendo que no solo la confianza es sinónimo de esperanza, fe, seguridad, certeza, sino también que nos posibilita abrir espacios para aprender a perdonar, a sanar las heridas, a buscar incesantemente la paz entre todos, a construir verdaderos vínculos de fraternidad, a reconocer que el otro es un don para mi.

Entender que la confianza está vinculada al perdón hace posible derrumbar las barreras que nos separan, los enfrentamientos que nos dividen, y nos ayuda a superar los hechos que nos han dañado como sociedad colombiana, desde hace muchos años. En este sentido, el perdón se convierte en “el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el ren-cor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir feli-ces.

Pero esta confianza asociada al perdón proviene de Dios mismo, porque Él, a pesar de nuestras infidelidades, ha permanecido fiel y nos ha ofrecido su mi-sericordia, nos ha perdonado y nos invita a perdonar. Para lograr este anhelo divi-no se requiere que el cristiano desarrolle una íntima relación con Él a través de la oración, pues en ella se evidencia la confianza que tenemos en Dios y, poco a po-co, aprendemos a asumir los mismos sentimientos del Señor.

Por tanto, aunque el discípulo misionero viva la experiencia de la sequedad espiritual, la tristeza, el desaliento, que pueden llevarlo a cuestionarse: “¿para qué orar?, – comprende que es necesario luchar con humildad, confianza y perseve-rancia, si se quiere vencer estos obstáculos”.

De la misma forma, para generar confianza en nuestras relaciones reconciliadas, tenemos que aprender a fomentar la sinceridad, a decir, la verdad; y a establecer un clima de flexibilidad y tolerancia.

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En el ámbito de la fe, confianza significa tener fe en Dios, en uno mismo, en los demás. Confiar es saber que lo que nos hemos propuesto lo vamos a conseguir. La con-fianza es la tranquila y valiente seguridad de quien espera sin vacilar y, por tanto, se rela-ciona también con la esperanza, tal como lo deja ver el salmista cuando dice: “Alzo mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio viene de Yahvé, que hizo el cielo y la tierra. Yahvé te guarda del mal, es el guardián de tu vida” (Salmo 120, 1-2.7).

Solo el ser humano es capaz de confiar o desconfiar de forma consciente. La con-fianza supone la seguridad en nosotros mismos y en los otros y esto implica creer que al-gunos resultados pueden ser logrados en determinadas situaciones. La confianza se rela-ciona, entonces, con un sentimiento que pone sus miras en una acción futura, sobre la cual no se tiene una seguridad total pero que, sin embargo, se apoya en la certeza de que no hay nada imposible para Dios (Lucas 1, 37).

¿Por qué es importante la confianza para el creyente?

Como discípulos misioneros descubrimos que necesitamos tener confianza para poder crecer, evolucionar y desarrollarnos. Hoy más que nunca, a causa de tantos cam-bios y realidades sociales que se transforman vertiginosamente y que nos sumergen en la incertidumbre, en el miedo y la duda, la confianza es una pieza fundamental para caminar en la vida, porque nos hace creer en lo que somos y en lo que hacemos. Colocamos nues-tra plena confianza en Jesucristo, en su Palabra, que ante las tempestades nos dice: “¿Por qué están con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?” (Marcos 4, 40). El discípulo confía en su Señor, la fe en Él la expresa por medio de la confianza, de la seguridad en que Él no lo puede abandonar u olvidar. Tiene la certeza de que, por ser hijo de Dios, estará protegido y siempre será amado por Él de forma incondicional, como lo narra el Evangelio de Mateo que acabamos de proclamar. Él estará a nuestro lado y nos dará todo aquello que es ne-cesario para nuestra existencia, porque antes de que se lo pidamos, Él, como buen Padre, ya sabe de nuestras necesidades.

Por tanto, sin la confianza no podemos tener grandes aspiraciones en la vida, no podemos avanzar y convertirnos en artesanos del perdón, la reconciliación y la misericor-dia. La confianza es un valor extraordinario que necesita ser fortalecido y transmitido a los demás, para que otras personas lo puedan desarrollar en sus proyectos de vida: en la fa-milia, el trabajo, el colegio o la universidad, y en la sociedad en general.

Confianza en nuestras relaciones

Para nadie es un secreto que nuestro país ha estado marcado por un clima de

desconfianza, ya sea por engaños en las familias, fraudes en los negocios, corrupción en todos los niveles sociales, económicos y políticos, falsedad en las promesas de los dirigentes y mentiras de todo tipo. Tales hechos han creado en la conciencia de muchos colombianos una marcada desconfianza hacia todo y hacia todos. Nos cuesta mucho creer en la palabra de las personas y en las ofertas de las institu-ciones.

Para demostrárnoslo, Dios espera que abramos constantemente un espacio en nuestro corazón. Este camino que comenzamos nos ayudará a ver que Él siem-pre nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Su amor nos tiene reservadas grandes sorpresas y si avanzamos en el sendero que el Señor nos propone andar, descubri-remos cómo ese amor infinito, gratuito e incondicional de Dios merece la respuesta total de nuestra vida. Aún queda mucho por descubrir de la anchura y profundidad (cf. Ef 3,18) de sus designios amorosos ¿Te atreves a caminar por este sendero, en el que conocerás cada vez más su infinito amor?

Respuesta personal y ecos del anuncio

Elabora, en silencio, una respuesta personal al anuncio que hoy has recibido. Conversa con Dios sobre lo que Él te ha manifestado hoy acerca de su Amor. Asegúrate de tener en cuenta sus palabras, lo que Él te dijo, al hablar con Él.

Para este ejercicio se usan las fichas ya mencionadas. Se dan al menos quin-ce minutos de completo silencio, sin música de fondo ni más imágenes que las fra-ses de la Biblia. Cada uno va tomando una ficha, la interioriza, la vuelve materia de su conversación con Dios; luego toma otra y hace lo mismo; hasta cuando se indique que ha terminado el tiempo. Luego se responden las preguntas.

¿Qué sentimientos suscita en ti la descripción del amor de Dios que nos hace la sagrada Escritura?

¿Experimentas sinceramente que Dios te ama? ¿Eres consciente de esa reali-dad? ¿Has dudado de ese amor? ¿Quieres compartir algo con tus hermanos?

¿Has visto los signos del amor de Dios en tu vida? ¿En qué momentos? ¿Podrías compartir tu experiencia?

Si te toca “convencer” a alguien de que Dios lo ama, ¿qué le dirías?,¿qué recursos emplearías?

Compromisos

Repasar este ejercicio todos los días, hasta el próximo encuentro, agregando cada día más frases y más afecto a la conversación con el Señor. Dile muchas ve-ces y con total entrega: “yo te amo, Señor.” ¿Dios puede “ver” y “sentir” que to estoy creciendo en su amor?. Convéncete: ¡Dios ciertamente merece más amor del que estamos dando!

Tratar de mostrar el amor de Dios a las personas que me rodean con accio-nes, palabras y con mi estilo de vida. Reflexionar sobre estos actos personales para sacar provecho personal y algunas conclusiones. Si quieres, puedes escribirlas.

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ENCUENTRO DOS

Y tú Pedro: confirma en la fe a tus hermanos

Signo:

Imagen del papa Francisco.

Oremos

Invocación trinitaria: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

“Estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba a su alrede-dor para oír la palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban en la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes. Su-biendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre” (Lucas 5, 1-3).

Todos:

Señor Jesús, que salías al encuentro de las multitudes que se agolpaban en torno a ti para oír la Palabra de Dios, y con gusto les dirigidas tus enseñanzas, danos la gracia de saber escuchar y aceptar las enseñanzas que tú tienes hoy para darnos desde la barca de Simón Pedro, en la persona del Papa Francisco. Concédenos corresponderte y ser fieles a todas las gracias que derramas en nuestra tierra. Señor, prepara el corazón de la multitud colombiana, para que sea tierra buena que produzca fruto abundante al saber acoger y vivir tus enseñan-zas; haz germinar en nosotros el don de la fe. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo …

Canto al Espíritu Santo

Anuncio El cambio del nombre

La Biblia nos muestra algo significativo: cada vez que Dios cambia el nom-

bre de una persona no es por casualidad, sino por una razón importante. El dato cobra especial relieve si se tiene en cuenta que, en el Antiguo Testamento, el cambio del nombre por lo general implicaba la encomienda de una misión (Génesis 17, 5). Por tanto, el nombre corresponde a la identidad, función y/o mi-nisterio que ha de asumir, en medio del pueblo, quien ha sido llamado por el Se-ñor. Esto también sucedió con los Apóstoles, en particular con uno de ellos.

de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros según el mandamiento que nos dio” (1Juan 3, 21-22).

Todos:

Señor, tú conoces nuestro corazón, nuestro terreno, sabes cuánto nos cuesta confiar en los otros, en su forma de ser y actuar, cuánto nos cuesta cons-truir relaciones auténticas, que estén marcadas por el amor. Señor, para que nues-tra vida cristiana crezca, te pedimos que las semillas de la confianza germinen, crezcan y den abundante fruto en nuestras relaciones diarias; que nuestras viven-cias estén marcadas por la total confianza que nace de tu amor; que de verdad nos amemos unos a otros y edifiquemos, desde nuestras relaciones, una Iglesia y una Colombia mejor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo …

Canto al Espíritu Santo

ANUNCIO

Escuchemos la Palabra de Dios (Mateo 6, 25-34)

Por eso les digo: No anden preocupados por su propia vida, qué comerán, ni por su propio cuerpo, con qué se vestirán. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuer-po más que el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni reco-gen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas? Por lo demás, ¿quién de ustedes puede, por más que se preocupe, añadir una sola hora a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué se preocupan? Ob-serven los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo les digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con ustedes, hombres de poca fe? No anden, pues, preocupados di-ciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestir-nos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe su Padre ce-lestial que tienen necesidad de todo eso. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura. Así que no se preocupen del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propia preocupación. Palabra de Dios

¿Qué es confianza?

La confianza es una palabra que viene del latín con-fidentia y significa: fir-me esperanza que se tiene de algo o de alguien, absoluta convicción.

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con Él y con los que nos rodean.

CELEBREMOS

Iglesia Peregrina

Todos unidos formando un solo cuerpo, un pueblo que en la Pascua nació.

Miembros de Cristo en sangre redimidos, Iglesia peregrina de Dios.

Vive en nosotros la fuerza del Espíritu que el Hijo desde el Padre envió.

Él nos empuja, nos guía y alimenta, Iglesia peregrina de Dios.

Somos en la tierra semilla de otro reino, somos testimonio de amor. Paz para las guerras y luz entre las sombras, iglesia peregrina de Dios (bis)

Todos nacidos en un solo bautismo, unidos en la misma comunión.

Todos viviendo en una misma casa, Iglesia peregrina de Dios.

Todos prendidos en una misma suerte, ligados a la misma salvación. Somos un cuerpo y Cristo es la Cabeza, Iglesia peregrina de Dios.

Dios te salve María

Dejar un momento de silencio para hacer oraciones personales y concluir con la oración del Ave María.

CUARTO ENCUENTRO

SEMBREMOS CONFIANZA EN NUESTRAS RELACIONES

SEMBREMOS PAZ EN NUESTRAS PALABRAS

Signo

Cartelera con imagen de manos entrelazadas

Oremos

Invocación trinitaria: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Coordinador:

“Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos confianza total en Dios, y lo que le pidamos lo obtendremos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre

Cuando Jesucristo llamó a los Doce, los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, al frente del cual puso a Pedro, elegido de entre ellos mis-mos (cf. Juan 21, 15-17). Este nombramiento proviene del mismo momento en que el apóstol profesa su fe ante Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16). Frente a esta profesión, el Señor le manifiesta: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16, 17). Y es en este momento cuando Jesús llamó a Simón “Cefas”, del arameo “roca”, nombre que luego fue traducido en grie-go por “Petros”, en latín “Petrus”, masculino de la palabra “petra”, que significa: piedra. Fue traducido precisamente porque no era solo un nombre, era un manda-to que Pedro recibía así del Señor, para ser la piedra de su Iglesia. Junto a este nuevo nombre y misión, le entregó las llaves del Reino de los Cielos, con el poder de atar y desatar (cf. Mateo 16, 18-19), y lo nombró pastor de todo el rebaño (cf. Juan 21, 15-17).

En consecuencia, el nuevo nombre de Simón lo lleva a asumir la tarea de

custodiar la fe frente a todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus herma-nos, de acuerdo con el mandato del Señor Jesús (cf. Lucas 22, 32).

Los tres mandatos de Jesús a Pedro

El papa Benedicto XVI, nos recordó que Cristo es la piedra angular sobre la que se edifica la Iglesia y desde la cual crece la fe y el amor a ella. No obstante, el Señor ha querido delegar unas tareas específicas al Apóstol, en bien de esa edifi-cación: “Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parez-ca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cris-to. Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro”.

1. Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia. Esta simbología surge a partir del cristianismo primitivo, en el cual era muy difundida la idea de Iglesia como edificio o templo; por tanto, la imagen de roca transmite estabilidad, firmeza, perennidad (perdurabilidad – eternidad), a pesar de las posibles luchas a las que pueda verse avocada. Sin embargo, cabe recordar que la piedra angular sobre la que se funda la Iglesia es Cristo, como nos lo dice Mateo 21, 42: “La piedra que rechazaron los construc-tores, esta ha llegado a ser piedra angular”. Jesús mismo, en la parábola de los viñadores homicidas, hace una síntesis de la historia de la salvación para mostrar que, en muchas ocasiones y de diferentes maneras, el hombre había rechazado la voluntad de Dios y su proyecto. No obstante, manifiesta que Él y su Reino se mantendrán firmes hasta la eterni-dad, porque Él es el fundamento y el culmen de todo lo creado.

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El mismo apóstol Pedro reconocerá de la misma manera en Hechos 4, 11: “Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en pie-dra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que noso-tros debamos salvarnos”. Para Pedro no hay duda de que Cristo es la piedra preciosa ele-gida por Dios para fundar sobre Él todo su pueblo santo. De la misma forma, hace notar que, al participar de la comunión con Cristo, cada creyente se constituye en una piedra viva que ha de insertarse en la construcción de un edificio espiritual, el cual tiene como piedra angular a Jesucristo (1P 2, 4). En consecuencia, el pueblo de Dios, la Iglesia, será siempre Iglesia de Cristo, Iglesia que pertenece a Él. No se convierte en la Iglesia de Pe-dro, sino que, como Iglesia de Cristo, está construida sobre Pedro, que es “Cefas”, en el nombre y por virtud de Cristo.

2. Tendrá las llaves del Reino de los Cielos. La llave significa autoridad para incluir o

excluir, para abrir y cerrar (Lucas 11, 52). Esta afirmación tiene un trasfondo teológico inte-resante, sobre todo por aquello de abrir el Reino a los hombres. Otro ejemplo de ese abrir el cielo está en Hechos 2 y en Hechos 8, 7-14, después de la predicación de Felipe; tam-bién en Hechos 10, al predicar a los gentiles.

Esta metáfora de las llaves nos lleva nuevamente a la centralidad en Cristo, porque

es Él quien posee estas llaves del Reino de los cielos: “Esto dice el santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar, si él cierra, nadie puede abrir (Apocalipsis 3, 7). Jesús entrega estas llaves a Pedro para convertirlo en portero– adminis-trador. La misión de Pedro consiste en abrir a los hombres, en nombre de Cristo, el Reino de los Cielos, concretamente a través de su interpretación autorizada de la fe cristológica, que ha proclamado y es fruto de la especial revelación del Padre.

En consecuencia, el Papa viene como Vicario de Cristo a abrir el Reino de los Cielos a todos los colombianos y, por esta razón, es necesario que nos prepa-raremos espiritualmente, para acoger su mensaje con corazón dócil y hacer posi-ble que un día esas puertas del Reino nos sean abiertas.

3. Podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo. Siempre es la Iglesia de Cristo y no la de Pedro. En esta imagen se condensan roca y portero, esto es, fiador firme y garante de las enseñanzas de Jesús para que ellas abran las puertas del cielo a la humanidad. Su misión es hacer valer, sin negociaciones, las enseñanzas de Jesús y buscar todos los caminos posibles para lograr que la voluntad de Dios sea conocida y vivida fielmente en la existencia de los creyentes.

Misión del Papa en la Iglesia y el mundo

En Lucas 22, 32, Jesús anunció a Pedro la negación en la que caería, le manifestó su oración por él y le reafirmó en su misión: “Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus her-manos”, es decir, el Apóstol ha de suscitar un servicio en favor de la unidad de la Iglesia, en la fe y en la comunión. De ahí que su preocupación

Sembrar amor en la comunidad

En definitiva, como lo hemos reflexionado, la Iglesia, como “comunidad de amor”, se hace presente en las familias, en la parroquia, en el lugar de trabajo, en las comunida-des del barrio o vereda, en la universidad y en cada uno de los ambientes donde se en-cuentre un bautizado. Esta es una llamada a reflejar la gloria del amor de Dios, que es co-munión, y, de esta forma, atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo.

En el ejercicio de la unidad querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo nos hemos de sentir convocados a recorrer la hermosa aventura de la fe, “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Juan 17, 21). En este sentido, entende-mos que “la Iglesia crece no por proselitismo sino por atracción”, ella atrae cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Romanos 12, 4-13; Juan 13, 34).

En consecuencia, estamos invitados a trabajar, en torno a esta preparación para la visita apostólica del papa Francisco a nuestro país, en cada una de nuestras realidades y ambientes para ser sembradores del amor más genuino en nuestras comunidades; en pri-mer lugar, en nuestra familia y, luego, en todos los ambientes donde nos movamos y con todas las personas que nos relacionamos, con el fin de aportar, como cristianos católicos que somos, semillas de amor que contribuyan a la transformación integral de Colombia.

Durante estos días se nos ha venido motivando para que demos el primer paso y comencemos algo nuevo con Cristo; pues bien, este primer paso lo concreta cada uno con su obrar y con sus palabras, en las comunidades a las que pertenece y donde participa para que, de esta manera, nos convirtamos en levadura que fermente la masa de la socie-dad e irradiemos, desde allí, el amor transformado en misericordia para la humanidad se-dienta de paz y reconciliación. Por ello, estemos vigilantes para que las circunstancias de nuestro país y de nuestras vidas ¡No nos roben el ideal del amor fraterno!

Para nuestra vida

¿Qué significa para nosotros la expresión: “La esperanza es lo último que se pier-de”?

¿Sentimos que en nuestro país hay esperanza? ¿Cómo nos damos cuenta?

¿Cómo podemos sembrar esperanza en los hermanos que más la necesitan?

¿Qué relación identificamos entre el signo de la escalera y la virtud de la esperanza?

Ante la proximidad de la visita del Santo Padre a nuestro país y a la luz de esta reflexión, podemos prepararnos con los siguientes compromisos:

Pongamos nuestras capacidades y talentos al servicio de la comunidad familiar, parroquial, del barrio

o vereda y aquella que hace parte de nuestra vida laboral.

Realicemos cada día un momento de oración, para renovar nuestro amor y comunión

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Así mismo, el Hijo ha querido que todos los hombres y mujeres vivan en unidad con el Padre, “que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Juan 17, 21); estar con el Padre es estar con el Hijo y con el Espíri-tu Santo. En la Epístola a los Romanos, en lo que se refiere a la comunidad, leemos: “Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo los unos para los otros, miembros.” (Romanos 12, 4-5). Encontramos aquí dos invitaciones: la primera a vivir en unidad con Dios y, la segunda, a vivir la comunión con los hermanos.

La comunidad cristiana

La comunidad cristiana es la casa de aquellos que creen en Jesús como la fuente de la fraternidad entre todos los hombres. La Iglesia camina en medio de los pueblos, en la his-toria de los hombres y de las mujeres, de los padres y las madres, de los hijos y las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor.

Hoy se nos invita a reunimos de la forma como las primeras comunidades cristia-nas: “Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hechos 2, 42). La comunión de la Iglesia se nutre con el pan de la Palabra de Dios y con el pan del Cuerpo de Cristo. Esta unión fraterna fue consecuencia de la fe en Cristo Jesús y del deseo de imitarlo, de querer transmitir el mis-mo amor que los hermanos habían recibido de Él, de ahí que tuvieran: “un solo corazón y una sola alma” (Hechos 4, 32).

Esta comunión fundada en el amor se expresa, en primer lugar y de manera privi-legiada, en la Eucaristía, en la cual todos participan del mismo Pan de Vida y del mismo Cáliz de Salvación, y esto hace posible que seamos miembros del mismo Cuerpo. La Eu-caristía es fuente y culmen de la vida cristiana, su expresión más perfecta y el alimento de la vida en comunión. En ella se nutren las nuevas relaciones evangélicas que surgen del hecho de ser hijos e hijas del Padre, hermanos y hermanas en Cristo. De ahí que la Iglesia sea entendida como “casa y escuela de comunión”, donde los discípulos comparten la mis-ma fe, esperanza y amor al servicio de la misión evangelizadora.

Por tanto, para alcanzar una mayor eficacia en la evangelización y convertirse en un auténtico testimonio ante el mundo, es perentorio que todos los bautizados vivamos como hermanos, revelando la voluntad del corazón de Cristo: “que todos sean uno”; reve-lando el dinamismo del Espíritu Santo, fuerza de atracción libre y liberadora; y cultivando la espiritualidad de comunión.

Ante la tentación muy presente en la cultura actual de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales caracterizadas por el individualismo, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad con-

creta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión”.

fue visitar las diversas comunidades nacientes y sostenerlas en su respuesta al Señor, desde los inicios de su ministerio apostólico.

En las alegrías de la Pascua, Jesús se apareció a orillas del lago de Tiber-íades e invita a Pedro por tres veces a declarar su amor para con Él: “Simón de Juan, ¿me amas más que estos?”, y a las respuestas de Pedro, Jesús le confió el cuidado de su rebaño: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas, apacienta mis ovejas” (cf. Juan 21, 15-17).

Para comprender en qué consiste esta misión de confirmar o cuidar del rebaño, recordemos las palabras del papa Francisco:

Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo “confirmar”.

¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma?

Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la confesión de Pe-

dro… (Mateo 16, 16). Y, a raíz de esta confesión… El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto… La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia.

Confirmar en el amor. El Obispo de Roma está llamado a vivir y a confir-

mar a todos en este amor a Jesús, sin distinción, límites o barreras. Confirmar el amor que la humanidad vive; a pesar del pecado, es posible decirle a Jesús: “Tú sabes que te amo Señor”.

Confirmar en la unidad. El Sucesor de Pedro es “principio y fundamento,

perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión” (LG, 18). La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad. El Papa debe promoverla para que todos estén unidos en las diferencias: no hay otra vía católica para unirnos. Este es el espíritu católico, el espíritu cristiano: unir-se en las diferencias. Este es el camino de Jesús.

Esta divina misión, confiada por Cristo al apóstol Pedro, ha de perpetuarse hasta el fin del

mundo (cf. Mateo 28, 20). Por eso, los apóstoles cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada, para que continuaran y consolidaran la obra comenzada por ellos (cf. Hechos 20, 28). En consecuencia, el Papa es el sucesor de san Pedro y el obispo de Roma, a quien le compete ser principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los ministros ordena-dos y consagrados como de los fieles en todo el mundo.

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A él le corresponde confirmar en la fe a todos sus hermanos, es decir, a todos los cristianos católicos, y pastorear a todo el pueblo de Dios disperso por el mundo. De la misma forma, ha de acompañar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Después de varios años de haberse iniciado la era cristiana, a inicios del s. III, surgió en Occidente la designación de Papa, en signo de respeto y afecto a los obispos. Posteriormente, en referencia al obispo de Roma, apareció en una ins-cripción del diácono Severo a san Calixto: “Jussu Papae sui Marcellini”, que signi-fica: por orden del Papa Marcelino. De esta manera, a finales del s. IV, el título quedó reservado al obispo de Roma con la expresión “Papa Urbis Romae” (Papa de la ciudad de Roma).

El papa Francisco, el “Pedro” número 266, llega a Colombia para confirmar en la fe a sus hermanos, es decir, a todos los cristianos católicos, en el seguimien-to de Jesucristo y pastorear a todo el pueblo de Dios disperso por el mundo. De igual forma, viene a acompañar y a sembrar la fe en todos los hombres y mujeres de buena voluntad; a ser principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los ministros ordenados y consagrados como de los fieles en todo el mun-do.

Demos el primer paso

La visita del papa Francisco es “un punto de partida para comenzar algo nuevo”, sin dejar de mirar atrás, con memoria agradecida, lo que hemos construi-do como pueblo que cree en Cristo Jesús. Por eso, esta preparación y el trabajo posterior a la visita están inspirados en el texto de Isaías 43, 18-19, resaltando el versículo 19: “Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa”. Para alcanzar este algo nuevo es necesario que cada uno se comprometa, con su propia exis-tencia, a construir con palabras y acciones concretas una nueva realidad. Es por eso que el lema de esta visita es: Demos el primer paso para comenzar con Cristo algo nuevo en bien de todos.

Dar el primer paso significa que cada uno de nosotros está invitado a reconocer y

entender el sufrimiento de otros; a perdonar a quienes nos han herido; a sanar nuestros corazones; a volvernos a encontrar como colombianos; a descubrir el país que se esconde detrás de las montañas; a construir la nación que siempre hemos soñado. En definitiva, a “primerear”, como dice el papa Francisco, es decir, tomar la delantera y dar ejemplo.

Por otra parte, la figura del Papa caminante, en el afiche que promueve esta visita a Colombia, tiene la intención de ser un signo para animarnos a dar ese primer paso, con él, hacia esos anhelos que tenemos para nuestro país. El Papa

A partir de las palabras de la Primera carta de Juan, que nos dice: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Juan 4, 16), el papa Benedicto XVI, en su encíclica Deus Caritas Est, profundiza en la comprensión de “Dios es amor”, diciendo que: “Estas palabras expresan con clari-dad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versí-culo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cris-tiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él”.

El amor no se impone, no se compra, no se vende; se ofrece, se construye. A esto se refiriere el papa Benedicto XVI cuando nos habla de la imagen de Dios por medio del amor, porque Él se nos da sin medida, incluso hasta dar la vida por la salvación de la humanidad. Todo ha sido por simple amor hacia nosotros. Este amor total es el que hace posible la comunión con Él y la comunión con los herma-nos, porque no está condicionado y no se rige por la conveniencia.

La Escritura afirma: “Si alguno dice: yo amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Juan 4, 20). Este texto no excluye el amor a Dios, todo lo contrario, en la Primera carta de san Juan, el amor a Dios es presentado como una exigencia. Lo que sub-raya él es “la inseparable relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira, si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia”. El mismo apóstol Pablo insiste en que el amor no es un mero sentimiento, sino que es algo que arraiga a la persona y la compromete hacia el otro, porque el verbo amar en hebreo coincide con hacer el bien. Es-to significa que el amor a Dios no puede caer en un espiritualismo que no nos lleve a transmitirlo a la comunidad a la que pertenecemos, nuestra familia, nuestra parroquia, el lugar de trabajo. Para el cristiano, hacer comunidad es un imperativo y esta se construye a partir del amor a ejemplo de Cristo.

Común – unidad

Comunidad es una palabra compuesta por otras dos; común y unidad, vie-ne del latín “communitas”, que describe así a un grupo de individuos que tienen ciertos elementos en común. Hasta aquí se puede decir, pues, que existen diferen-tes tipos de comunidades; comunidades mundiales, comunidades científicas, ge-ográficas, activistas, entre otras.

La comunidad más original, fuente y modelo de una verdadera comunidad, la en-contramos en Dios. Pues Él no está solo, está con el Hijo y con el Espíritu Santo. Los tres forman una comunidad esencial, son unidad y no se entiende el uno sin el otro. Dios Uno y Trino conforma la perfecta comunidad de amor, porque en su interior están en comunión las tres personas de la Santísima Trinidad.

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nuestra esperanza, en medio de todas las pruebas. Por tanto, los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras.

Sembremos esperanza en nuestros corazones

En este momento histórico de nuestra nación, el papa Francisco llega como un sembrador que sale a sembrar, a esparcir la semilla del Evangelio, a sembrar en nuestros corazones la esperanza. Acojamos sus palabras y mensajes con cariño, con aprecio, y cuidemos esa semilla para que germine, crezca y dé abundante fruto.

En medio de tantas sombras que van apareciendo y parecieran cubrir toda nuestra realidad, nos alegra inmensamente tener una mirada de fe y descubrir el amor de Dios que nos impulsa a mantener viva la esperanza. Entre otras muchas semillas de esperanza, agradecemos a Dios la religiosidad de nuestro pueblo, que resplandece en la devoción a Cristo sufriente y a su Madre bendita, en la veneración a los santos, en el amor filial y sin-cero al Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal, en el querer ser la gran familia de Dios, a la cual nunca el Padre misericordioso deja sola o en la miseria. Toda esta esperanza se ve alimentada por la multitud y la alegría de nuestros niños, los ideales de nuestros jóvenes, el heroísmo de muchas de nuestras familias que, a pesar de las crecientes dificultades, siguen siendo fieles al amor.

Esto es motivo de gratitud para con Dios y para con sus colaboradores, que duran-te toda nuestra historia han plantado, regado y permitido el crecimiento de la fe, como dice san Pablo: “Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien hizo crecer.” (1Corintios 3, 6). El compromiso con el Evangelio ha llevado a muchos a ejercer su responsabilidad con la evangelización, hoy nos corresponde ser verdaderamente discípulos misioneros del Señor Jesús, asumir con entereza y humildad la labor de ser colaboradores de Dios en la cons-trucción de su Reino, “ya que somos colaboradores de Dios, y ustedes, campo de Dios, edificación de Dios” (1Corintios 3, 9).

En consecuencia, la visita del Papa nos anima a ser, al mismo tiempo, campo en el que se siembra la esperanza y colaboradores de Dios para sembrar en nuestros niños, jóvenes, adultos y ancianos semillas de esperanza. Hay que esparcir esta buena nueva en todos los corazones. No podemos claudicar en nuestro anhelo de vivir en fraternidad, paz y reconciliación. ¡No nos dejemos robar la esperanza!

El amor: fundamento de la comunidad

La Sagrada Escritura está llena de experiencias de amor: amor entre los seres humanos, amor de los hombres a Dios y amor de Dios a los hombres. El término amor, que en los idiomas originales cuenta con diversas expresiones para evidenciar la acción de amar, cubre realidades diversas. El texto sagrado nos lleva poco a poco al culmen, a la máxima expresión del amor con san Juan, quien en sus escritos lo destaca como el elemento central de su enseñanza, y llega a la ex-presión sencilla: “Dios es amor” (1Juan 4, 8.16).

viene a nuestro encuentro y quiere, con su testimonio y enseñanzas provenientes del Evangelio, ayudarnos a emprender este camino de la reconciliación, del perdón, de la justicia y de la paz.

Creemos firmemente que nuestra nación, colmada de riquezas humanas y naturales, merece vislumbrar en el horizonte un nuevo amanecer para que, super-ando las raíces de la violencia y todo aquello que nos ha fracturado, podamos ca-minar como hermanos hacia una felicidad auténtica e integral, que se fundamente en los derechos humanos y en el progreso de todos los pueblos, de forma justa, equitativa y solidaria.

Trabajo personal y grupal

Qué es lo que más le llama la atención del papa Francisco?

¿Quién es el Santo Padre y cuál es su misión en la Iglesia y en el mundo?

¿Por qué es importante la visita del Papa a Colombia?

¿Qué significa, para mi vida de cristiano, el mensaje del Evangelio que viene a re-cordarnos el Papa?

Ante la proximidad de la visita del Santo Padre a nuestro país y a la luz de esta reflexión, podemos prepararnos con los siguientes compromisos:

Oremos en familia por el papa Francisco y dispongámonos para poderlo acompañar, como Vicario de Cristo en la tierra, en los lugares que él va a visitar.

Hablemos a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo sobre la

importancia y el papel que desempeña el Papa en la Iglesia y en el mundo. Realicemos una obra de misericordia con alguna persona cercana, como el

papa Francisco nos enseña.

Celebremos

Iglesia somos Iglesia soy, y tú también,

en el bautismo renacimos a una vida singular, y al confirmar, hoy nuestra fe,

lo proclamamos compartiendo el mismo pan.

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No vayas triste en soledad, ven con nosotros y veras

a los hermanos caminando en el amor.

Ven con nosotros y serás en la familia un hijo mas,

iremos junto caminando en el amor.

Yo le veré, envejecer,

pero a mi madre aun con arrugas y defectos la querré, la quiero más,

pues sé muy bien

que ha envejecido sin dejarme de querer.

Tenciones hay y las habrá,

porque nosotros somos hombres y no ángeles de luz.

Pero al final, solo al final,

la Iglesia humilde encontrará su plenitud.

TERCER ENCUENTRO

Crezcamos en la Esperanza-Demos frutos de caridad en nuestra comunidad

Signo

Cartel con la imagen de una escalera o conseguir una escalera.

Oremos

Invocación trinitaria: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Coordinador:

“Sólo en Dios descansaré, de Él viene mi esperanza; sólo Él mi roca, mi salvación, mi baluarte; no vacilaré. En Dios está mi salvación y mi honor, Dios es mi roca firme y mi refugio. Confíen siempre en Él, pueblo suyo; presenten ante él sus anhelos. ¡Dios es nuestro refugio!” (Salmo 62, 6-9)

A. La oración: “Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración.

[…] En la oración tiene que haber siempre esta interrelación entre oración pública y ora-ción personal. Así podemos hablar a Dios, y así Dios nos habla a nosotros. De este modo se realizan en nosotros las purificaciones, a través de las cuales llegamos a ser capaces de Dios e idóneos para servir a los hombres. Así nos hacemos capaces de la gran espe-ranza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un “final perverso”. Es también esperanza acti-va en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios. Solo así permanece también como esperanza verdaderamente humana”.

B. El actuar y el sufrir. “Se aprende y se ejercita la esperanza en el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida, en continuar con el deseo de actuar a pesar de las frustraciones; en comprender que el obrar, a veces exigente y doloroso, y el sufrimiento forman parte de la existencia humana. Ni el sufrimiento ni la exigencia de obrar cotidianamente destruyen la esperanza en el hombre porque él vive en la esperanza gracias al poder indestructible del Amor, gracias al cual tienen para él sentido e importancia las realidades de su vida, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar”.

C. El Juicio de Dios: “Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino siempre adelan-te, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo”.

Llamados a trabajar por la esperanza

Los lugares donde aprendemos y ejercitamos la esperanza no nos desatienden de la realidad con-creta en la que vivimos; por el contrario, la esperanza nos compromete a delinear unos criterios que ordenan la vida del presente en tensión esperanzadora en el amor de Dios. Es aquí donde se vive la oración, las acciones cotidianas, la aceptación del sufrimiento.

América Latina ha sido llamada el continente de la esperanza, no solo por saber integrar la oración, el sufrimiento y las acciones cotidianas en la búsqueda de la voluntad de Dios, sino por ser un continente que vibra con la fe. En nuestro continente, aun con dificultad, se valora la dignidad de la persona, la sabiduría ante la vida, la pasión por la justicia, la esperanza contra toda esperanza y la alegría de vivir aun en condiciones muy difíciles que mueven el corazón de nuestras gentes.

Hoy más que nunca damos gracias a Dios y nos alegramos por la fe, la solidaridad y la alegría, características de nuestros pueblos trasmitidas a lo largo del tiempo por los abuelos, los pa-dres, los catequistas y tantas personas anónimas, cuya caridad ha mantenido viva la esperanza en medio de las injusticias y adversidades. Gracias a esta esperanza que hemos recibido hoy, anuncia-mos a nuestro pueblo colombiano que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tri-bulación, que alienta incesantemente

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El mismo san Agustín lo reconocía cuando decía: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti”20. En este sentido, la esperanza es una virtud teologal, porque proviene de Dios, de ahí la necesidad de pedirla y buscarla a lo largo de la existencia.

La esperanza en la Sagrada Escritura

La esperanza designa siempre el deseo de un bien mayor; es una espera llena de confianza en la protección y bendición de Dios, garantizadas por las innumerables prome-sas divinas. En el Antiguo Testamento la esperanza comienza con Abraham, a quien Dios le asegura la promesa de una tierra y una posteridad numerosa (Génesis 12, 1s). Poste-riormente, esta esperanza alcanzó su punto culminante con los profetas, quienes anuncia-ron el cumplimiento pleno de todas las promesas con la instauración de una nueva alianza, el gran bien que Dios nos promete (cf. Jeremías 31, 31-34; Ezequiel 16, 59-63).

Se desvela en todo este recorrido de salvación que el hombre de Dios está llama-do a vivir en esperanza. Si la esperanza se desvanece todo se acaba, como lo afirma el profeta Ezequiel: “Se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para noso-tros” (Ezequiel 37, 11).

En el Nuevo Testamento, el mensaje de Jesús está lleno de esperanza. Su Buena Nueva realiza la salvación esperada, se anuncia presente entre nosotros, pero con una tensión de responsabilidad y cumplimiento total en el futuro. Las bienaventuranzas prome-ten el futuro cumplimiento de la esperanza (cf. Mateo 5, 1-12). San Pablo nos recuerda que la esperanza está hecha de espera, confianza y paciencia. Por tanto, la esperanza del cristiano se fundamenta en la posesión de los bienes de la redención obrada por Cristo, bienes presentes y futuros. La esperanza vinculada con las promesas de Cristo no defrau-da; por el contrario, se convierte en fuente de alegría, seguridad y gloria, de ahí que, “la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5, 5; cf. 2Corintios 3, 12; Hebreos 3, 6)

¿Dónde aprender y ejercitar la esperanza?

Como decíamos anteriormente, la esperanza es una semilla sembrada por Dios en nuestros corazones, ya como anhelo de felicidad, búsqueda de los bienes eternos o viven-cia de las primicias, a través del Espíritu Santo que se nos ha dado y ha vertido el amor de Dios en nuestros corazones.

Sin embargo, es al mismo tiempo responsabilidad de cada uno sembrar y cuidar esa semilla en el corazón. Se aprende y se ejercita en la esperanza cuando tenemos la capacidad de ver la realidad con los ojos de la fe, con ánimo positivo; cuando, ante la reali-dad difícil, dolorosa y fatigosa, mantenemos la mirada puesta en la luz, en las soluciones, sin desanimarnos, sabiendo que la historia, aunque no lo parezca, está dirigida por Dios, y que la última palabra la tiene Él con su soberano poder y amor por cada uno de nosotros.

El papa Benedicto XVI nos indica algunos lugares para aprender y ejercitar

la esperanza: la oración, la acción, el sufrir y el juicio.

Señor Jesucristo, sembrador que sales a sembrar la buena semilla y la dejas caer en la tierra buena de los corazones, te pedimos que, con estas catequesis preparatorias a la visita del papa Francisco y con sus enseñanzas, se siembren las semillas de la espe-ranza en los surcos del dolor y la desesperanza de los colombianos, para que gemine de nuevo la esperanza y podamos dar un nuevo paso. Con el salmo, hoy te decimos: “¡Líbrame, Dios mío, de la mano del impío, de las garras del perverso y el violento! Pues tú eres mi esperanza, Señor, mi confianza desde joven, Yahvé. En ti busco apoyo desde el vientre, eres mi fuerza desde el seno materno. ¡A ti dirijo siempre mi ala-banza!”

(Salmo 71, 4-6)

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Canto al Espíritu Santo

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Escuchemos la Palabra de Dios (Rm 8, 18-25)

Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la ca-ducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser libe-rada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de par-to. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mis-mos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia. Palabra de Dios

¿Qué es la esperanza?

La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre. Es reconocer el sitio que ocupa el futuro en la vida religiosa del pueblo de Dios, un horizonte de felicidad plena al que, por vocación, están llamados todos los hombres desde el bautis-mo (cf. 1Timoteo 2, 4). La esperanza inspira las actividades de los hombres y las purifica para orde-narlas al Reino de los Cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; preserva del egoísmo y conduce a la vivencia de la caridad. La esperanza coloca la confianza en Dios, en sus promesas, y no solo en nuestras fuerzas humanas.

Como nos dice el papa Benedicto XVI: “si falta Dios, falta la esperanza. Todo pier-de sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscure-cieran, privadas de su valor simbólico; como si no centraran en la mera materialidad”. Por lo la esperanza cristiana es la que le da sentido a toda la existencia, la que permite mirar la vida como un peregrinar hacia Dios, culmen y meta de la vida humana.