El lugar donde los leones lloran

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Ensayo mío escrito pocos meses después del ataque a las Twin Towers, publicado en Casa del Tiempo.

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Casa del Tiempo, Vol. IV, poca III, Nmero 39, Abril del 2002, pp. 74-77.

El lugar donde los leones lloranManuel Guilln

Intro.

Por una vez, Nueva York durmi. Documentada ha quedado ya

para la historia la catstrofe. Los medios se encargaron de

repetirla cuantas veces fue necesario. Unos, los ms, paralizados ante lo ocurrido, temerosos y confundidos, sin ms nota que las imgenes de la rpida e inexorable destruccin; inauditas, estremecedoras, espectaculares al fin. Otros, los menos, pero siempre los ms profesionales, mantuvieron al mundo entero al tanto de lo ocurrido. Reuters se las llev casi todas. Del cmulo de despachos breves pero ilustrativos, hasta el dramtico acercamiento, congelado para siempre en una placa, de las personas rogando por sus vidas y saltando desde las ventanas con cara al cielo de los pisos superiores de las Torres Gemelas. As, poco o nada podra ya decirse en el nivel periodstico. Los medios, bien o mal, cumplieron ya en ese terreno. En cambio, quedan por seguir explorando otros elementos relacionados con la tragedia: el simblico, el esttico y el emotivo.

Humo.

Nueva York no es slo el enclave social, vital, cotidiano, en

el que a diario millones de personas realizan rutinarias y

comunes acciones y actividades, propias de las grandes ciudades occidentales. Es el smbolo de la Modernidad. Cosmopolita, rica, democrtica, liberal, esplendorosa y grandilocuente. Verdadero centro del imperio estadounidense. Construida con recursos exorbitantes sobre un suelo privilegiado, en especial el de la isla de Manhattan, ajeno y prcticamente inmune a los temblores, se volvi, a la vuelta de un

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siglo, en el sitio por excelencia de los rascacielos. Y de las oportunidades. Del sueo americano cumplido. De la sociedad multirracial. Del pobre que con base en el esfuerzo personal puede volverse rico; de la cara amable y deseable del capitalismo. La mega urbe es tambin un espacio esttico y cultural; real e imaginario. Es el sitio de los deseos, las esperanzas, los mitos y realidades que corresponden a las aspiraciones sociales contemporneas de este lado del mundo. Una ciudad mil veces filmada, mil veces narrada, cien veces cantada. Su plsticamente fragmentada familiaridad la ha convertido en un estado mental. Anhelo, fantasa y deseo. Realidad, cotidianeidad y smbolo. Tantas veces nombrada, en el transcurso de un da de maana clara y ntida apenas se poda susurrar su nombre, como el de Roma, segn un dilogo del personaje de Marco Aurelio (Richard Harris) en Gladiador de Ridley Scott. La parlisis, la sorpresa, la incredulidad, el enmudecimiento, el llanto y la psicosis que alcanzaron repercusin planetaria, fueron subproductos de la estupefaccin; el estupor de ver un smbolo sacudido, acaso destruido, disuelto su valor y significado. En sesenta minutos, el significado se qued sin referente. Cabra incluso preguntarse si este acontecimiento representa el verdadero fin de la Modernidad, tan llevado y trado en las ltimas dcadas1. Pero no fue la espectacularidad de los acontecimientos de ese desdichado da de septiembre el mero anuncio, el grito de Patmos, de un proceso degradante verificado de tiempo atrs? De tan cotidiano ya no lo percibimos, pero basta detener la mirada aqu y all en la efervescencia urbana de nuestras descomunales ciudades para constatar el inevitable triunfo de la esttica y la sociologa cyberpunk. Por todas partes y esto es especialmente cierto en ciertas zonas de Nueva York la alta tecnologa convive con el tribalismo, la ley de las calles y la economa informal. La suciedad se hacina a unos pasos de reas pensadas aspticas, islas de supuesta sanidad dentro del embrollo urbano como son los malls, los corporativos, las zonas residenciales. Aglomeraciones,1

No obstante, habr que irse con cuidado en esta apreciacin y no olvidar que estamos en el puro terreno de la simbologa y no de la historia efectiva. Perder de vista esto puede dar lugar a visiones tremendistas carentes de sustento emprico.

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delincuencia, caos vial; vas de acceso y traslado constantemente estropeadas, polucin y basura a la vera del ms deslumbrantes automviles ltimo modelo. Por igual, la sociedad se ordena cada vez ms en grupos, grupsculos y micro comunidades. El color de la piel, la condicin social, la actividad, lcita o ilcita, la religin, la afinidad lingstica o el origen tnico se convierten en los pegamentos sociales de hoy. La Nueva York microcsmica, no la de las postales, ni la del centro del comercio internacional, ni la del sueo idlico, sigue y marca la ruta de este estado de cosas en el nivel mundial2. Qu quedaba entonces? Quedaba el smbolo. La Urbe de Hierro era el smbolo de la Unin Americana. Su nombre no refera a esa realidad cotidiana, en pleno proceso de cyberpunkizacin, si se me permite el neologismo, sino a un bastin ideolgico: la bonanza econmica del armnico multiculturalismo estadounidense. Acostumbrados a los referentes simblicos, ese fue el ms grande blanco del ataque terrorista del 11 de septiembre. Con las Torres Gemelas se destruy la ilusin de seguir viviendo al abrigo de las ideologas omniabarcantes del siglo XX. A fuerza de una violencia extrema, cruel y desquiciada, los Estados Unidos vivieron su propia cada del Muro de Berln. La ltima gran ideologa, la capitalista en su versin imperialista, qued sacudida, tal vez destruida, aquella terrible maana limpia y clara de la costa Este norteamericana.

Fuego.

El acto terrorista que cimbr el simbolismo neoyorquino y acab

con el par de rascacielos ms altos de la zona sur de Manhattan

(los segundos de Estados Unidos y los terceros del mundo), lo mismo que con la vida de miles de personas, fue un acto virtuoso en el sentido aristotlico del trmino. Es decir, fue ejecutado con la maestra que tal accin requera. El arte de la perversidad

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A pesar de que se ha utilizado el trmino proceso de degradacin, que puede ser equvoco, el estado de cosas mencionado no debe ser interpretado en trminos de esplendor/decadencia, sino simplemente como la tendencia actual hacia la atomizacin social (exacerbada por las profundas desigualdades econmicas al interior de las sociedades y el curioso fenmeno de la accesibilidad popular a la alta tecnologa) como un recurso de supervivencia ante la complejidad de las ciudades

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realizado por nota. Dentro de una esttica completamente hollywoodense o sea, completamente estadounidense, decenas de fotos y videos reprodujeron sin cesar la nube de fuego, el humo y los escombros volando al vaco que el segundo impacto contra los rascacielos produjera. Previo a ello, la gracilidad del enorme reactor en lnea recta hacia la torre para, momentos antes de estrellarse, hacer un loop y entrar limpia y mortferamente en los pisos superiores del edificio. Esta no es una serie de afirmaciones inhumanas; tampoco de regocijo o simpata, slo es la constatacin de la separabilidad del acto en s mismo respecto de los elementos morales que a l adhieren. En una palabra, si es posible diferenciar una esfera puramente esttica de un acontecimiento moralmente condenable, entonces, lo moral no es inherente a dicho acontecimiento. Esto es as debido a que la lgica del terrorismo es similar a la de la guerra en, por lo menos, un elemento: en ella no existe el punto de vista moral. La muerte masiva o grupal de seres humanos que dichos estados y acciones de violencia implican no est sujeta al escrutinio moral. El cdigo vida/muerte es reducido al extremo de existencia/no existencia y, de ah, a un mero clculo pragmtico que responde a la pregunta cul es la ganancia (en trminos de ventaja numrica, de estrategia, o de espectacularidad) que me representa (a mi ejrcito, a mi causa, a mi bandera, etctera) la muerte de x nmero de individuos? Las bajas, nombre con el que se designa de manera abstracta la muerte de personas concretas, son entendidas como un mero producto de la lucha calculado de manera utilitaria. Cuando stas se componen de elementos militares, la ganancia ser una menor cantidad de enemigos armados; cuando son civiles, la ganancia es o bien la merma de la poblacin del lugar que se ataca, o bien la ostentacin del golpe destructor. Vietnam y el ataque a Nueva York representan uno y otro caso, mientras que el ataque japons a Pearl Harbor sera una mezcla de ambos. Aunque difcil, habr que entender que no existen ataques buenos y ataques malos, destruccin con honor y destruccin sin honor. Terrorismo y guerra son ambos

masificadas. Entonces, degradacin aqu referira al trmino, al fin de una poca y nada ms, sin

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hermanos de la misma lgica perversa de nuestra especie a la hora de despedazarse. Sus resultados, en medio de la pena y espanto que producen a nuestra natural sensibilidad, se inscriben en la fra dinmica que ellos mismos generan; una en la que est fuera de lugar hablar de inocentes o culpables, puesto que dentro de la guerra y el terrorismo no existe ni lo uno ni lo otro, sino simples y llanos nmeros, y el clculo estimado de prdidas y ganancias que estos representan. (Por supuesto, esto no es otra cosa de la constatacin del tipo aberrante de seres que somos.) Si se quiere hablar con correccin de ello, habr que hacerlo en dichos trminos, a pesar de que la tentacin de moralizar su crudeza est siempre presente. Exentos en s mismos de la moral, resta la contemplacin de la esttica que implican. No podemos hacer ms que describirla y comprenderla, aunque aqu s halle pertinencia la pregunta psicolgica sobre cmo es posible que podamos encontrar belleza en el horror.

Cenizas.

En su libro Contingencia, irona, solidaridad, el filsofo estadounidense Richard Rorty afirma que ante la

imposibilidad, empricamente probada, de establecer grandes discursos morales con base en leyes trascendentales (al estilo de Immanuel Kant, por ejemplo) que exigen demasiado para cumplirse, la alternativa para la convivencia es la solidaridad. De acuerdo con esta postura, el cemento social consistir en buscar la afinidad con los otros, independientemente de las discrepancias de creencias, razas o credos, en por lo menos un elemento bsico de nuestra compleja naturaleza: el sufrimiento. Sentir desagrado por la crueldad y compartir el sentir de los que la padecen. El giro que da Rorty a la moral tradicional es preciso porque depende de una caracterstica esencial de la psicologa de la especie: la emotividad; la cual es inseparable esa s de lo trgico y lo abyecto. Ante una tragedia, una catstrofe o alguna otra manifestacin de horror que implique el conocimiento del sufrimiento ajeno, nuestra ambigua naturaleza dispara los sentimientos de simpata y afliccin por los otros. En el extremo opuesto de la

pronunciarse moralmente (es decir, en trminos de bueno/malo) sobre este hecho.

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razn beligerante, encontramos la emotividad que nos hace reconocernos en los otros; verlos como semejantes, ponernos en su lugar y asumirnos como miembros hermanados de una sola especie. En este sentido, la tendencia a moralizar un acto de guerra es consecuencia de la emotividad. Por la misma razn, numerosos intelectuales se vieron empantanados en su propia retrica moralizante al caer en ambigedades del tipo, Fue un acto malo, pero Estados Unidos se lo busc (por ser tambin malo); No hay vctimas culpables (porque todas las vctimas son buenas); Constituy un acontecimiento de odio y maldad supremos, etctera. En realidad, ms all del revestimiento moral que en sus dichos daban a un acto completamente amoral3, lo que queran expresar eran sus sentimientos de compasin por las vctimas y de desagrado por lo ocurrido a ellas. Quiz un prurito de pose intelectual les impidi expresar sus emociones de manera sencilla y clara. No obstante, en un acontecimiento como el ocurrido, la emocin es el nico fundamento para la condena civil porque la condena militar es la respuesta blica, claro est, ya sea subjetiva o colectiva. Justo de esta manera lo entendi el escritor sureo, Richard Ford. En su escrito del 23 de septiembre del 2001, publicado en The New York Times y titulado The Attack Took More Than the Victims Lives. It Took Their Deaths, expresa emotivamente su visin de la tragedia. Al comparar la muerte de su padre, casera, en cama, relativamente tranquila, con el horror de la muerte sbita de miles de personas, afirma su congoja e ira por lo ocurrido. El texto es perfecto porque es simplemente emotivo. Sin ms rodeos, la condena se valida y fortalece al provenir de una parte central (acaso innata) de nuestra mentalidad: el sentimiento de solidaridad. Lo mismo ocurre al ver los videos y fotografas de las personas saltando al vaco impulsadas por la desesperada resignacin. O aquella fotografa de AFP, publicada por Newsweek (edicin extra del 12 de septiembre del 2011), en la que un polica devastado no tiene3

Incluso en el caso de que, como ha decretado el Estado Mayor estadounidense, el ataque terrorista haya sido perpetrado por grupos de raz musulmana y estos apelen, entre otras cosas, a sus convicciones religiosas, ocurre aqu lo mismo que ya se ha establecido: podrn invocar a Al todo lo que quieran, pero la hechura del acto fue programada y ejecutada como un puro y simple clculo utilitario guerrero.

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ms remedio que llorar desconsolado sobre su patrulla en medio de los escombros. O las ltimas palabras de una mujer condenada a morir entre las ruinas, que llama desde su celular para decir Voy a morir. Adis. Te amo, y decenas por el estilo. Testimonios todos que incluso llevan al llanto franco. Si bien el impulso por dar un carcter moral a cualquier tipo de dinmica social es perenne en nuestra especie, una segunda mirada nos har comprender que en un caso como el que ahora nos ocupa slo hay lugar o bien para el pragmatismo (me atacas, ahora contraataco, y que comience la guerra), o bien para la emotividad. Despus de todo, nada hay ms sentido que saber que la mayora de los occidentales durante mucho tiempo tuvimos una creencia errnea. Pensamos que las Torres Gemelas, que Nueva York toda, iban a ser eternas. Que, al igual que las catedrales gticas o las moles virreinales espaolas, iban a ser el vestigio de una poca y de un imperio. Que, como en Inteligencia artificial de Spielberg/Kubrick, dentro de unos siglos, con el planeta en medio del caos climtico y los polos derretidos, iban a ser el lugar donde los leones de bronce lloran la desbordada agua marina de nuestra inconsciencia. No fue as y, a querer o no, eso es motivo de duelo y de nostalgia.

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