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MATÍAS BELANO HIJO DE TIGRE un Homenaje en vida al viejo rancio de mi padre

"Hijo de Tigre: Un homenaje en vida al viejo rancio de mi padre" por Matías Belano (2015)

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MATÍAS BELANO

HIJO DE TIGRE un Homenaje en vida al

viejo rancio de mi padre

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“Hijo de tigre” por Matías Belano

2015

Editorial Isidora Cartonera

Edición a cargo de Carlos Meza

Diagramación por Adrián Olivares

Diseño de portada por Martín Felice Rillón

Impreso en Santiago de Chile por

Editorial Isidora Cartonera

2015

Primera edición

Contacto autor:

[email protected]

Se permite la reproducción parcial o total de la obra

sin fines de lucro y con autorización previa del autor

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viejo rancio de mi padre

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«Todos tenemos algún antepasado imbécil. Todos, en algún momento de nuestras vidas, encontramos el rastro, las huellas vacilantes

del más pelmazo de nuestros antepasados, y al mirar ese rostro huidizo nos damos cuenta,

con estupor, con incredulidad, con horror, de que estamos contemplando nuestra propia cara

que nos hace guiños y muecas amistosas desde el fondo de un pozo.»

Roberto Bolaño

Dedicado a todos los personajes mencionados en este libro… Quienes nunca sabrán que aparecen en él.

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PRÓLOGO

Una buena tarde perdiendo el tiempo en Facebook, en esos

momentos donde el scroll llega a publicaciones de hace dos

meses atrás y por inercia, mientras piensas otra cosa, sigues

bajando, encontré el repost de un amigo que linkeaba un fan page

llamado “Hijo de Tigre”. Imaginé leer historias zorronas tipo

“Confesiones de la UDD”, pero no podía estar más alejada de la

realidad.

“El Flaco Lucho me metió en el culo un condón con leche

condensada mientras dormía”, algo así fue lo que me enganchó,

y sin dudarlo le escribí por inbox: “Hola Mati, me encantan tus

relatos, ¿Son reales? ¿Eres escritor profesional? ¿Eres mujer

con un alter ego? ¿Tu papá es así contigo? ¿Fuiste al SENAME

cuando chico?”, Quería saberlo todo luego de revisar, en un solo

día, su página completa.

No había leído un texto tan bien escrito en Facebook, desde

la ortografía impecable hasta el desarrollo de sus personajes;

desde su humor oscuro, acompañado de ese imaginario decadente

que envuelve a su padre, hasta la inocencia del pobre Mati, quien

cae una y otra vez en las artimañas de quienes que lo rodean. Y

qué gusto encontrarlo en esa red social tan accesible, tan masiva

e inmediata. De repente mis viajes en micro ya no eran meterme

en las peleas de los comentarios de EMOL, ni “Las 10 cosas de

algo” de El Ciudadano, sino revisar la historia del día del “Mati

hueón”, fingiendo toser para ocultar mi risa de chancho cada vez

que me daba ataque por las ocurrencias de su padre.

De hueón, nada tiene Matías. Hijo de Tigre posee una

ventaja por sobre los otros autores y autoras de esta tribu urbana

de los fan pages - y me incluyo -, pues él sabe escribir con clase

y humor los relatos más bizarros que puedan pasar, y eso es un

aporte y referente para los demás blogueros y un deleite para sus

lectores, a la vez que no tiene problema en apoyar a otros fan

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pages menos conocidos que el suyo. Es el Felipito Camiroaga de

los nuestros, y yo le prendo velitas.

Me caes genial Mati, salvo, claro, cuando te curaste,

peleaste con colombianos, jalaste obligado y me dejaste pagando

con el vestido abajo… pero eso es historia para un capítulo de La

Jueza.

Espero que nos volvamos a encontrar, te puedo invitar a ver

el Rey León o a jugar carioca ¿Qué me dices? Mientras tanto

seguiré tus pasos en internet, porque tu blog, Hijo de Tigre, está

más bueno que tirar con Nutella.

por Soltera

Autora del blog “Confesiones de Soltera”

sitio web: confesionesdesoltera.wordpress.com

Santiago, julio de 2015.

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EL INICIO

Antes de divorciarse de mi sagrada madre, mi viejo era un

cincuentón como cualquier otro: trabajaba de conserje en un

edificio de Santiago Centro, vestía camisas de tono pastel y sólo

encendía la tele para ver “Mea culpa” o “Tierra adentro”. Yo

tenía 13 años cuando mi vieja me dio la noticia de la separación.

Como no le creí, me llevó al living de la mano, levantó el teléfono

y llamó a un número que tenía anotado en una hojita que sacó de

su bolsillo. “Aló… oye desgraciao´, habla con el Mati, no me cree

que te fuiste”, mi vieja me pasó el auricular y claro, mi viejo me

confirmó la historia: “lo que pasa campeón es que tu mamá anda

con esa hueá de la menopausia, me echó cagando y yo, ni hueón,

agarré papa y viré po´”, así de simple. Pasó un tiempo y el

alejamiento entre ambos se convirtió en un hecho, y de cierta

forma aprendí a aceptarlo sin quejarme demasiado… hasta que

sucedió la transformación.

Pasa que mi viejo hizo buenas migas con unos jóvenes

colombianos que arrendaban un departamento en el edificio

donde él era conserje. Los cabros trabajaban como guardias en

un toples de Maipú y mi viejo, asombrado por tal estilo de vida,

quiso copiarles la onda y ser como ellos: se perforó una oreja y

compró poleras apretaditas de colores chillones, se llenó el cuello

de bling-bling y se las empezó a dar de lolo carretero. Al principio

pensé que era una fase más en su vida, porque habían días en los

cuales se vestía como Sandy, de Sandy & Papo, y otros se

intentaba parecer a A.J., de los Backstreet Boys, pero no, aquel

padre de familia centrado y aburrido que había sido en algún

momento murió, y dio paso a un papá loléin que mascaba chicle

con la boca abierta y usaba jeans ajustados para que se le marcara

el paquete.

Cuando cumplí quince me dijo que me fuera a quedar a su

casa, que había cancelado todos sus planes y que me estaba

esperando para darme una sorpresa inolvidable. La verdad es que

la invitación no me tincó mucho, siempre había ropa sucia por

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todos lados y en cada rincón se respiraba un olor similar al que

surge del baño de un bar rancio, pero, como no soy mal hijo, fui

igual. Al entrar a su sucucho noté que no había ninguna sorpresa,

ni siquiera una torta con velitas o un globo colgado que diera

indicios de alguna posible celebración. “Mati”, me dijo, mientras

yo seguía buscando algún regalo por ahí, “¿Cuántos años

tení´ya?”, “Quince”, le respondí, “¿Y?” Me preguntó, “¿Hay

echao´a remojar el cochayuyo o no? ¿Sí? ¿No? Ya, filo, no me

respondai´, con esa cara de pajero es obvio que no, pero no te

preocupí´ campeón, que para eso está tu papá”. El viejo me pescó

de un ala y me tiró un chorro de colonia Old Spice que tenía en

su velador, sacó de ahí mismo unos billetes de diez lucas y me

dijo que íbamos a salir, porque mi sorpresa nos estaba esperando.

Era más que obvio, mi viejo me llevaría a un puterío.

Para no hacer tan largo el asunto, resultó que el prostíbulo

escogido por mi papito era más ordinario que acuario de mojones.

Primero nos recibió un portero hediondo a sobaco que saludó a

mi viejo de abrazo, y después de atravesar un par de cortinas nos

encontramos con una serie de mesas desocupadas y un montón

de señoritas en calzones esperando a sus presas. A la mesa que

escogimos llegaron dos lolitas, con raja superaban los 20 años, y

se sentaron a nuestro lado dispuestas a meternos cháchara. Mi

viejo saludó de un calugazo a cada una, tiró varias tallas que no

entendí y le dijo a la que estaba a su derecha que se fuera, esa

noche sólo quería a la más experimentada.

- ¿Cómo se llama usted princesa? – Le preguntó mi viejo a la lola

que quedó.

- Cristal.

- Cristal… tiene nombre de pilsen, me gusta. Mire Cristal, usted

ha salido premiada. Mi cabro acá presente está cero kilómetros,

y a usted le va a tocar descartucharlo, ¿Estamos?

- ¿Y cuánto quiere pagar el cabro? Para ver qué premio se gana –

acotó mirándome con cara de caliente.

- Mire mijita, tengo 30 lucas para hacerlas recagar, mi cabro se

merece eso y mucho más.

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- Por 30 lucas, déjame pensar… – dijo Cristal, quien parecía hacer

cálculos en su mente – Por 30 lucas puede tener desde una

chupaita´ simple hasta un trombón oxidado con tuti.

- ¿En serio? – Consultó mi viejo abriendo los ojos como nunca –

¿Por 30 lucas un trombón oxidado?

- Demás – aseguró Cristal, guiñando un ojo y enseñando la punta

de la lengua – es mi especialidad.

El rostro de mi viejo se distorsionó, sacó su billetera y

comenzó a contar billetes ahí mismo: 30 lucas, justitas. Me miró,

miró las 30 lucas, miró a Cristal, miró las 30 lucas, respiró

profundo, miró por última vez a la Cristal y se puso de pie de un

puro salto.

- ¡Cambio de planes! Mi cabro no está na´ listo aún… ¡Así que

tomaré el turno yo! Vamos mijita, camine, camine…

- Pero viejo, ¿Qué hueá?

- Mati hueón – me susurró al oído – estas minas son muy cochinas

pa voh, y voh sabí que pa voh quiero lo mejor… yo me sacrificaré

por ti hijo… algún día me lo agradecerás…

La Cristal se puso de pie y fue hacia una pieza que estaba al

fondo del cuarto, mi papá partió detrás de ella con una erección

evidente, y yo me quedé sentado como hueón la intención de

esperarlo. Ni cinco minutos pasaron cuando llegó un gorila con

pinta de matón que me preguntó “¿Usted vino a culiar, o va a

mirar no más?”, “Estoy esperando a alguien”, le dije, “mira

pendejo: o culiái o tomái o te virái, ¿Estamos?” Fue su colérica

respuesta, así que no me quedó otra que salir a sentarme a la

cuneta sintiéndome el loser más grande de mi familia (por lo

menos mi viejo estaba tirando) y esperando a que la Cristal

terminara pronto de hacer lo que sólo dios sabe que estaba

haciendo. Pasaron unos cuarenta minutos y mi padre salió del

prostíbulo con la cara llena de risa, como si fuese un gladiador

sobreviviente a un ataque de ladillas, o algo así.

- Nooooo Mati hueón, de la que te salvaste – dijo, aún sonriendo

– esa puta era muy puta pa voh hijo.

- No importa viejo… vámonos a la casa por fa…

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- Lo que quieras hijo, es tu cumpleaños, tu día especial… aunque

podríamos ir a comer algo antes, ¿O no?

- Sí, igual podría ser…

- Buena, ¿Tení unas dos lucas que me prestí? Acabo de gastar

toda mi plata, pero no quiero detallar en qué para no darte un mal

ejemplo… Ya po, ¿Tení o no? Yo sé que sí, pásamelas y vamos

a comernos unos tocomples en la bencinera que está en la otra

esquina, son mortales.

- Ya viejo… vamos.

Mientras caminábamos, noté que aquel hombre cincuentón,

al cual admiraba por su estructurada vida, al fin estaba sonriendo.

Nunca lo vi tan luminoso, ni siquiera en las fotos de su

matrimonio con mi vieja, y hoy sí se veía feliz, aunque eso haya

valido arruinar mi cumpleaños.

- Viejo… – le dije antes de entrar al servicentro.

- Sí hijo, dime.

- Erí como la callampa…

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LA CHUBI

(O “LA HIJA DEL TÍO PATO”)

Mi viejo y el tío Pato fueron amigos desde el colegio, se

vestían de forma idéntica, escuchaban música similar y

pinchaban con las mismas minas. Quienes los observaban creían

que eran hermanos, jamás se separaban e, incluso, posaron

abrazados en la foto de Cuarto Medio. Su relación llegó al punto

de ponerse de acuerdo para embarazar a sus esposas al mismo

tiempo, así que producto de esa tontera nací yo y, un par de meses

más tarde, nació la hija del tío Pato.

Según el tío, su bebé era una cosa chica y redonda que

fácilmente se ponía roja con el calor, azul con el frío, amarilla

cuando vomitaba y café mientras dormía, por lo mismo la apodó

como “la Chubi” y la pobre cabra así se quedó. Desde siempre

quisieron emparejarnos, nos tomaban miles de fotos juntos y

cantaban “¡Son pololos, son pololos!” Cada vez que

intentábamos conversar o jugar, aunque la verdad es que la cabra

chica no era para nada de mi gusto, me pasaba pidiendo que le

diera un beso y, como yo no le hacía caso, me robaba los tazos y

las láminas de mis álbumes Salo, pero el tío Pato insistía con la

hueá, “¡Ya po Mati! ¿Cuándo le vai a pedir pololeo a la Chubi?”

Me decía, por lo bajo, tres veces a la semana, y yo ahí tenía que

hacerme el hueón no más, ¿Cómo le iba a pedir pololeo si me

cargaban sus ojos grandes, esas piernas interminables y aquellos

frenillos enormes? Pero el tiempo pasó, nos comenzamos a ver

menos, las juntas entre familias se realizaban sólo para ocasiones

muy especiales, las responsabilidades de la vida adulta

empezaron a complicar a los viejos, el tío Pato se separó de su

señora, la Chubi se fue a vivir con su madre, al año siguiente mis

padres también se separaron, el tío Pato comenzó a ponerle bueno

con mi vieja, mi viejo le juró odio eterno a su amigo de infancia

y la Chubi, ya con 16 años, se había transformado en una mina

más rica que la chucha.

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– Matías, tenemos que hablar – me dijo el tío Pato cuando se fue

a vivir a la casa de mi madre – ¿Te acuerdas que un par de veces

te dijimos que podría ser buena idea la opción de que, tal vez

quizás, pololearas con mi hija?

– ¿Un par de veces? Tío Pato, me hueviaban con eso siempre,

sobre todo usted, recuerde que me obligaba a decirle “suegro”.

– ¡Exageras Matías, no era para tanto! La cosa es que la Chubi

vendrá bien seguido a esta casa, le haremos una pequeña pieza al

lado de la tuya, y bueno… tú sabes…

– ¿Qué yo sé qué, tío Pato?

– A ver… en pocas palabras: si se lo poní a mi niñita, te corto las

huevas y hago que te las comas por el hoyo, ¡Ahora la Chubi es

tu hermana! ¡Así que sin mirarla con otros ojos, no seas enfermo,

esa hueá se llama incesto! ¿Supongo que no quieres tener hijos

con cola de chancho, o sí?

– ¿Qué hueá está hablando tío Pato?

– Tú tienes los genes de tu padre cabrito, y no quiero que a mi

niñita le pase nada, mira que está 0 kilómetros, ¡Hazme caso

mocoso, cuando se trata de mi angelito hablo en serio!

Y estaba difícil la cosa. La Chubi comenzó a quedarse los

fines de semana bajo mi mismo techo y yo no era siquiera capaz

de evitar mirarle el culo cada vez que se paseaba en calzones por

fuera de mi pieza. Ella se sabía rica y, peor aún, también sabía

que me tenía caliente, pero como le debía cierto respeto al tío

Pato me aguanté y me aguanté, hasta que no di más y dejé escapar

al “hijo de tigre” que llevo dentro. Pesqué a la Chubi en una de

las tantas visitas nocturnas que realizó a mi pieza, le planté un

beso tímido y ella respondió el tierno gesto sacando un condón

del bolsillo de su pijama y poniéndomelo con la boca. La verdad

es que yo tenía cierta experiencia en las artes amatorias, si

tampoco era hueón del todo, pero la Chubi se las sabía por libro,

me tomó como si fuese su juguete y me hizo unas hueás que

jamás me han vuelto a hacer en mi perra vida.

– Matías… – me susurró justo después de ejecutar una posición

indescriptible – ¿Te gusta cuando me muevo así?

– Sí Chubi, me gusta caleta – le respondí con el aliento

entrecortado, al borde del enamoramiento.

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– Qué bueno… – respondió jadeante – al Max también le gusta.

– ¿Ah? ¿Perdón? – Dije interrumpiendo el polvo – ¿Que a quién

le gusta?

– Al Max po Matías, mi pololo.

– ¿Pololo? – Le consulté incrédulo, al borde del llanto, sacando

mi cosa entristecida desde su interior – ¿Pero cómo vas a tener

pololo, si estás haciendo el amor conmigo?

– ¿Haciendo el amor? Yo no estoy “haciendo el amor” contigo,

yo estoy “culiando” contigo, no te confundas.

– Pero, pero… pensé que yo te gustaba…

– ¡Pucha Matías, viste que erí hueón! Podríamos haberlo pasado

súper, pero te poní mamón a la primera metida. Iré a mi pieza

para terminar lo que tú no supiste hacer será mejor, ¿Tu celular

Nokia tiene vibrador? ¿Sí? Me lo llevaré prestado, te lo devuelvo

mañana lavadito, no te preocupes.

Aquella noche no dormí, ¡Imposible! Quería que la Chubi

fuese mía a como diera lugar, y lo primero que se me ocurrió fue

mentalizarme para meterla a mi cama nuevamente, pero esta vez

debía ser distinto, esta vez yo sería el maestro, esta vez lograría

que la Chubi olvidara a ese tal Max y se quedara a mi lado para

siempre. Con ese fin partí a primera hora a la casa de mi viejo,

mi intención era robarle todas las revistas “Vida Afectiva &

Sexual” que guardaba bajo su cama, estudiármelas y luego

aplicar lo aprendido, pero nada de eso sucedió, porque apenas me

abrió la puerta para entrar a su cuchitril me sacó todo el rollo.

– Mati… hueles a mujer – me dijo enterrando su nariz en muchas,

demasiadas, partes de mi cuerpo.

– ¿Qué? Pero cómo…

– ¿Hay cachado a esos hueones que catan vinos? ¿Que los huelen,

los miran, los saborean? Bueno, yo soy como esos hueones, pero

cato mujeres, conozco sus aromas, sus texturas, y voh Mati

hueón, déjame decirte, andái pasado a marisco.

– Está bien viejo, te diré la verdad…

– ¡Silencio! Déjame a mí, a ver… a ver – susurró mientras

continuaba olfateándome y, para variar, me tomó de las manos y

pasó la punta de su lengua por mis dedos – Ese sabor,

inconfundible…

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– ¿Qué sabor?

– ¡Tranquilo! Déjame dar mi veredicto… estuviste con una

joven… de tez blanca, pelo castaño, alta, ¿Me equivoco?

– Pero viejo, ¿Cómo supiste?

– ¡Silencio te dije! – Me regañó mientras cerraba los ojos y

pasaba la lengua por sus labios – Lo último que comió esa cabra,

antes de que te la cepillaras, fue una mitad de pan con palta… y

un café…

– Viejo, esto es increíble, ¿Cómo lo haces?

– ¡Calma! Otra cosa que puedo detectar… es que está más

recorrida que la chucha, por lo bajo se la han mandado a pecho

unos cuatro hueones sólo este mes. Dime algo Mati, ¿Fuiste

donde el flaco Lucho a servirte una chiquilla… y no me invitaste?

– ¡No viejo, nada que ver! Si la niña con la que me metí es buena

cabra, linda, simpática, me dejó súper enamorado y quería

consejos para dejarla rendida a mis pies.

– ¿Y se puede saber quién es?

– Te cuento, pero no le digái a nadie, me puedo meter en

problemas, ¿Está bien?

– ¡Me extraña Mati hueón! ¿Cuándo te he dejado mal yo? A ver,

dime po.

– Bueno viejo… la mina con la que metí es… la Chubi.

– ¿La Chubi? ¿La Chubi Chubi? ¿La hija del hueco del Pato?

– Sí viejo, esa misma…

– ¿Me estay diciendo que te afilaste a la hija del Pato?

– No me la “afilé” viejo, le hice el amor, que es algo muy distinto,

mira, te explico…

– ¡Después hablamos Mati hueón! ¡Voy al tiro a agarrar pal

hueveo a ese saco de hueas! ¡Jajajaja! ¡Grande campeón, me

alegraste el día!

– ¡Viejo no! ¡Por la chucha no!

Salí corriendo tras él, pero sus deseos de hueviar al tío Pato

le brindaron una velocidad sobrehumana. Y ni les cuento como

lo huevió, me basta con decirles que esa misma tarde me tuve que

ir a vivir con mi viejo por un buen tiempo, a la Chubi la mandaron

a un internado de niñas ubicado en algún lugar recóndito del sur,

y el tío Pato… puta, el tío Pato empezó a contarme cada vez que

se tiraba a mi vieja, “para que sepas qué se siente que se lo metan

a un ser querido”, me dijo.

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EL VIAJE A PUERTO VARAS

Verano del 2003. Creo. Los breves meses de transición

entre la época liceana y los años universitarios. Cualquier joven

hubiese estado ansioso, nervioso, preparándose todo el verano

para la vida nueva, comprando cuadernitos con tapas creativas,

ropa para sorprender el primer día de clases o dejándose crecer

un poco de barba para no parecer pendejo ante los ojos de las

minas más grandes. Pero yo no, era febrero y aún no sabía qué

quería estudiar. A mi vieja la tenía chata, recién estaba

formalizando su pololeo con el tío Pato y tenía a un pendejo

depresivo encerrado en la casa sin querer salir, así que cortó por

lo sano y le prestó su auto a mi viejo para que me sacara a

vacacionar. En aquella época mi papá ya era rancio – bastante

rancio, me atrevería a decir – pero nada comparado a cómo es

ahora. El viejo pidió permiso en la pega, cargó el auto con una

nevera llena de Baltilocas y sánguches de ave-pimentón, y

partimos. Me comentó que tenía una amiga en el sur, que

llegaríamos a su casa en Puerto Varas, así que ahorraríamos un

montón de plata, “tu vieja me pasó unas lucas para arrendar una

cabaña por varios días”, me dijo, “así que tú dile que, justamente,

en eso gastamos todo. A cambio de tu mentirita piadosa yo te

compraré lo que quieras”. Nada de hueón mi viejo, yo en aquella

época con cuea´ pedía una bebida, y sería.

Como andaba taimado, me pasé la mayoría del viaje

escuchando música y leyendo. Mejor para mi viejo, así podía

jotearse tranquilo a la decena de mochileras que echó arriba del

auto sentadas en el asiento del copiloto (a mí me mandó cagando

para atrás a la primera). “No me la comí porque andaba muy

hedionda”, me decía cuando no lo pescaban, pero en realidad mi

taita llevaba un tufo a pilsen que ni la más caliente de las

mochileras hubiese soportado. Así seguimos por días hasta que,

en cierto atardecer, entramos a Puerto Varas. Aún no llegábamos

a la zona netamente urbana, pero desde ya aquel paisaje sureño

me parecía cautivante. Era poca la gente que se veía, cuando de

pronto, bajo un poste de luz que separaba la calle de unos

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arbustos, divisamos dos siluetas enormes, que lucían al viento

unas largas cabelleras rubias. Mi viejo detuvo el auto a pocos

metros del lugar.

– ¡Mati hueón! ¡Mira, mira! – Me dijo sacándome los audífonos

de un manotazo.

– Viejo, ¿Qué hueá?

– ¡Mira, alemanas hueón, alemanas! ¡Las minas más ricas del

mundo!

– Viejo, no inventí hueás, ¿De dónde sacaste que son alemanas?

– Me extraña Mati, ¿Acaso no te enseñan nada en el liceo? Puerto

Varas está lleno de alemanas, ¡Lleno! No sé porqué, parece que

venden miel o algo así, el punto es que hoy me como a una

alemana sí o sí.

– Viejo, te recuerdo que tenemos que llegar donde tu amiga…

– ¿Qué amiga?

– Tu amiga po viejo, me dijiste que tenías una amiga en Puerto

Varas y que nos quedaríamos donde ella.

– ¡Ah! No si ni la conozco, hablamos sólo un par de veces por

Latinchat, hasta tuvimos sexo virtual… aunque a ratos pienso que

es un hueón haciéndose pasar por mina, quién sabe, hay cada

degenerado en el mundo.

– Puta viejo que la cagái, ¿Qué vamos a hacer entonces?

– Primero, ir por esas alemanas. Luego nos preocuparemos de los

demás detalles.

– Papá… con todo respeto… ¿Podí mirar bien a tus “alemanas”?

– ¿Qué? ¿Qué tienen?

– Papá, son travestis, es obvio. Son putos con pelucas rubias.

– ¡Ahí la cagaste Mati hueón! ¿Cómo no vas a saber reconocer

entre un hombre y una mujer?

– Viejo, ¡Tienen el medio paquete! ¡La de la izquierda se está

rascando un coco! ¡Mira!

– Le debe picar un labio, o puede que se esté acomodando la

toallita… mal hablado.

– ¡Pero si hasta un poco de barba tienen po viejo!

– ¡Así son las europeas Mati hueón ignorante! Ya, si querí afilar

vení, y si querí ser hueco como tu tío Pato te quedái en el auto,

corta.

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Mi viejo se bajó, dio un portazo para hacerse el choro y

partió donde sus supuestas alemanas. Conversó con la más alta

un momento, y ésta lo tomó de la mano y se lo llevó hacia los

arbustos que estaban pocos metros más allá. La otra se quedó

tranquila, de pie, fumando un cigarro tras otro. 10, 20, 30 minutos

pasaron, y apareció mi viejo con cara de triunfo, metiéndose la

camisa dentro del pantalón, subiéndose el cierre e intentando

peinarse el poco pelo que le iba quedando. Se subió al auto

sonriendo, pasado a colonia Coral mezclada con sudor, y me dice:

– Mati…

– ¿Qué?

– Sí, eran travestis.

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EL MECHONEO

Año 2003. Dos días para entrar a clases.

– ¿Aló, papá?

– ¿Con quién hablo?

– ¿Cómo que “con quién hablo”? Si te dije “papá” po, ¿O acaso

tienes más hijos?

– ¡Ah, Matías! Ahora caché que eras tú, por lo llorón.

– Mira viejo, no te llamo para pelear, sino para recordarte que

entro a la Universidad el lunes y aún no me pasas la plata que me

prometiste.

– ¿Y para qué querí plata Mati hueón? ¿Acaso cobran entrada en

la U?

– Viejo, ni siquiera he comprado cuadernos, ni tampoco mochila,

¡Además tengo pura ropa vieja! Te dije que quería comprar unas

camisas para no verme tan pendejo, ¿Te acordái?

– Pero Matías, se nota que no cachái nada de la vida…

– ¿Por qué lo dices?

– Por el mechoneo po Mati hueón, ¿Para qué te vai a comprar

hueás nuevas, si llegarán los pailones de segundo y te harán tira

todo?

– Pero viejo…

– Mati, los primeros días tení que ir con ropa vieja, gastada, esa

que no te quieres poner nunca más.

– Ya viejo, te la compro, pero igual necesito una mochila.

– ¡Es lo mismo po Mati hueón, igual te la mancharán con huevos

y harina! Lleva los cuadernos en bolsas plásticas no más, todos

los universitarios hacen lo mismo.

– ¿Seguro viejo?

– ¡Seguro po hombre! ¡Si yo sé de lo que hablo! Mañana ponte

tu ropa más fea, esa polera de Metallica que tienes manchada con

cloro y esos pantalones que tienen un hoyo justo en las huevas.

Y si no te mechonean el primer día lo harán el segundo, y si no

es en el segundo será al otro día, la hueá es que tienen que lograr

el “factor sorpresa”.

– Bueno viejo, te haré caso…

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– Y Matías, para que veas que soy buen padre, ven a la casa que

tengo un saco lleno de ropa vieja, sucia y hecha mierda que me

regaló un amigo que trabaja en el Hogar de Cristo… ahora es toda

tuya… ¡Todo sea por mi hijo!

Estuve dos semanas asistiendo a clases vestido como

mendigo y llevando mis cosas en bolsas de supermercado.

Ninguna mina se acercó a hablarme, no me invitaron al carrete

mechón y mis compañeros echaron a correr la idea de que yo era

vago, ladrón y que sufría del mal de Diógenes. Nunca me

mechonearon, pero me regalaron una canasta familiar.

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LA MOROCHA

(O “LA HERMANA DEL TÍO PATO”)

– Matías, ¿Qué es ese olor? – Preguntó mi viejo con voz

siniestra.

– ¿Qué olor papá? No es nada, yo no siento nada…

– ¿Me estás mintiendo Matías? Sabes que tengo un olfato

sobrehumano para detectar aromas femeninos y tú, hueoncito,

andái pasado a cholga.

– No me hagas hablar viejo, ninguna palabra saldrá de mi boca.

– ¿Por qué te viniste a quedar a mi casa Matías? ¿El Pato te echó,

cierto? Pero sólo por este fin de semana por lo que veo, tu bolso

viene casi vacío, ¿Le llegaron visitas acaso? ¿Alguna de sus…

familiares?

– No viejo, es que… ¡Es que te extrañaba, por eso vine!

– ¡Mientes! Estás temblando Mati hueón, ¿Qué me ocultas?

– ¡No diré nada!

– No lo necesito… déjame oler, a ver… Veo que esta vez no te

afilaste a nadie, me decepcionas… sin embargo entraste al baño

justo después de una fémina, y su olor se te pegó como una ladilla

a un pendejo… No te muevas, déjame sentir… Es una mujer

madura, morena, culona… ¡Y tiene un hermano hueco!

– ¡Viejo no!

– ¡Volvió la Morocha conchetumadre!

Un minuto se demoró en pillarme el viejo zorro. Después

de mi incidente con la Chubi, el tío Pato prohibió mi presencia en

la casa de mi vieja cada vez que alguna de sus familiares ultra

ricas anduviese de visita, aunque pensé que con la Morocha, su

hermana gemela, haría una excepción. Aquella mañana el tío me

fue a despertar a la pieza, lucía más contento que de costumbre,

se sentó a mi lado y me contó, con la cara llena de risa, que la

Morocha andaba de vacaciones en Chile, había llegado esa

misma mañana de sorpresa y se quedaría en la casa por todo el

fin de semana. No se veían hace casi 15 años, un día ella pescó

sus maletas y se marchó con rumbo a España para vivir nuevas

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experiencias y conocerse a sí misma, o una hueá así, y durante

todo ese tiempo mi viejo dio jugo esperando su retorno, “piénsalo

Mati hueón”, me decía, “si la negra ya era rica hablando como

punga, imagínatela cuando vuelva hablando como española,

igual que las minas de las pornos que te mostraba a ti y a tus

compañeros de curso cuando venían a estudiar, ¿Te acordái?

¡Daría mi vida por ponerle la puntita aunque sea Mati hueón! ¡La

puntita no más, con eso me conformo!”. Y no era para menos, mi

viejo siempre estuvo obsesionado con la Morocha, pero escondió

la calentura hacia ella durante toda su juventud debido a la

profunda amistad que lo unía con el tío Pato, y después no le

quedó otra que seguir aguantándose por culpa de su compromiso

con mi vieja, hasta que el matrimonio terminó y, gracias a mi

impertinencia, cachó que su gran amigo se servía a su ex esposa.

Luego de aquel descubrimiento, la primera determinación que

tomó fue taladrarse a la hermana del traidor a como diera lugar,

pero los años pasaron y la Morocha no daba señales de regresar…

hasta el invierno del 2010, cuando el tío Pato me despertó para

contarme que su gemela andaba de vacaciones y me pidió,

amablemente, que fuera al supermercado y comprara un sin

número de hueás anotadas en una lista, todo con el noble fin de

darle a la visitante una bienvenida como correspondía. “Obvio

tío, voy de inmediato”, le dije intentando parecer educado, “pero

déjeme ir a saludar a su gemela primero pues”, “no Mati, no te

preocupes”, me respondió, “ella está en el baño ahora, así que

cuando salga puedes entrar a ducharte y luego vas a comprar lo

que te pedí, ¿Te tinca?”. Igual quería demostrarle al tío que podía

confiar en mí, así que partí sin reclamarle nada… pero cuando

volví a la casa cargado hasta el cogote con las bolsas del súper

noté que este viejo maricón había cambiado las chapas de la

puerta y, no conforme con eso, dejó en el suelo un bolsito con

ropa junto a una nota que decía “No dejaré que te acerques nunca

más a una de mis familiares pendejo culiao caliente. P.D.: Si le

cuentas a tu papá que la Morocha está en Santiago, quemaré el

casete de “Cachureos” autografiado por el cabezón Marcelo que

tienes guardado desde los 12 años en tu velador”.

Y bueno, técnicamente no le conté nada a mi viejo, sino que

todo lo descubrió gracias a su súper poder. Para que no lo

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detuviera me empujó hasta su pieza y ahí me dejó encerrado bajo

un montón de llaves, aunque esta vez se paleteó y por debajo de

la puerta me lanzó unos trozos de charqui por si me daba hambre.

Volvió al otro día y, pese a que yo no tengo su talento, pude oler

en todo su ser una mezcla de pelo quemado y paila marina.

– ¡Ostia Mati! ¡Es que ni de coña imaginas cómo folla esa mujer

tío! – Exclamó casi llorando de emoción con un acento español

más que ridículo.

– ¿Y por qué estái hablando así? ¿Estuviste un rato con la

Morocha y se te pegó la hueá? ¡Aunque la verdad es que no me

interesa escucharte viejo! ¡Menos mal debajo de tu cama teníai

unas chelas, o si no me muero de sed!

– ¡Me cago en la leche Matías! Joder, todo lo que te importa es

charlar de ti, ¡Qué chorrada!

– Mira, si querí que te escuche habla como chileno, parecí

hueón… Y puta, ¿Se enojó mucho el tío Pato?

– ¡Sí po! ¡Ja! Más que la rechucha, ¿Pero qué le iba a hacer? La

Morocha volvió de España prendiéndole velas a la corneta, no

tuve ni que rogarle para que me abriera la puerta y me dejara

pasar, así que ahí mismo en tu cama le dimos guaraca.

– ¿Pero el tío qué hizo? ¿Me mandó a decir algo?

– ¡Ah, sí! Ahora que lo dices, huevió caleta con que había sacado

un casete de “Cachureos” de tu pieza… empezó a gritarnos que

si no parábamos de afilar te lo iba a quemar.

– ¿Y tú no hiciste nada?

– ¡Obvio que sí po Mati! ¿Cómo no iba a hacer nada? Para puro

sacarle pica al hueón me mandé un “¡El grito, el grito, el grito!”

justo antes de que la Morocha se fuera cortada aullando como un

coro de mil cabros chicos chillones… El casete te lo hicieron

mierda sí, lo siento, el hueco del Pato no me dio posibilidad de

negociar… Pero para que no estés triste grabé casi todo el polvo

con mi celu… ¿Qué? ¿No lo querí ver acaso? ¿Para qué llorái

Mati hueón? ¡Dime que soy mal padre ahora po!

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LA ESTATUA HUMANA

Mi viejo era conserje de edificio desde que tengo uso de

razón. La verdad es que la pega era relajada y las lucas le

permitían vivir relativamente piola, aunque lo mejor, según él,

era que nadie lo controlaba. Cuando se dio cuenta de esto agarró

papa (era que no) y empezó a probar qué tan libre podía ser en su

puesto de trabajo: primero llevó una tele chiquitita para no

aburrirse en los turnos de noche, y nadie se dio cuenta; luego

empezó a llevar mi notebook para jugar Solitario, y nadie se dio

cuenta; después le dio por llevar copete – vino, de preferencia –

en un termo de 1 litro, y nadie se dio cuenta; hasta que se puso

demasiado balsa y empezó a ofrecerle trago a las minas que

llegaban borrachas después de los carretes. Ahí sí que se dieron

cuenta.

Resulta que mi viejo le tenía echado el ojo a una señora que

había enviudado hace poco. La dama asistía a un club de tango

en Providencia junto a su difunto esposo, y, luego del bailoteo

correspondiente, solían tomarse algunas copitas para aumentar el

romanticismo de la jornada y preparar un clima sensual para lo

que vendría después. Pasa que cuando el caballero falleció, la

señora comenzó a ir al club sola… pero ya no era lo mismo, la

necesidad de compañía la volvió vulnerable y eso mi viejo pudo

olfatearlo a lo lejos. Eran recién las 2 de la mañana de una noche

de viernes cuando la dama llegó luciendo un vestido negro, mi

padre la piropeó un poco, le ofreció un traguito servido en la tapa

del termo, una cosa llevó a otra y terminaron tirando en el cuarto

del aseo. Todo hubiese sido glorioso de no ser por unos flaites

que, al notar que no había nadie en conserjería, entraron y se

robaron desde los computadores de vigilancia hasta la mesa de

centro de la sala de espera. Al otro día le pusieron la patá en la

raja sin esperar explicaciones.

Como mi viejo es hueón, pero no tan tonto, de inmediato

partió a una tienda de disfraces y se compró un traje de ángel más

una pintura blanca para el rostro. Según él, iba a cumplir su sueño

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de ser “estatua humana”, y la verdad es que le fue bastante bien,

se instaló cerca de la Plaza de Armas y hacía sus rutinas a cambio

de las monedas que la gente le tiraba. Para perfeccionar su técnica

se consiguió un libro llamado “Los secretos de la actuación”, y

fue ahí de dónde sacó que, para interpretar mejor a su personaje,

debía vivir y sentir como él el día entero. Por supuesto, mi viejo

entendió todo mal… o mejor dicho, entendió todo a su favor.

Cierto fin de semana me fui a quedar a su casa. Mi viejo

llegó de noche, en silencio, con el traje de ángel puesto y la cara

pintada. Yo estaba sentado en el sillón comiéndome un sándwich

y tomándome un té. “¿Cómo te fue hoy?”, Le consulté, pero no

me respondió nada, se quedó estático, “¿Quieres que te traiga

algo? ¿Un té, un café, un pan?”, Y nada, ni una sola palabra salía

de su boca. “Ya papá, déjate de leseras, vine porque tengo un

cumpleaños mañana y necesito plata. No me dai ni un peso hace

como tres meses y mi vieja me retó porque le pido a ella no más”,

y seguía con lo mismo, callado y sin mover ni un solo músculo,

100% metido en el personaje. Continué hablándole,

preguntándole cosas, incluso una cachetada le puse para ver si le

pasaba algo, pero no había caso. Pasaron un par de horas cuando

noté que sus ojos se movían buscando llamar mi atención, así que

le pregunté si necesitaba algo, y con la mirada apuntaba hacia el

suelo, me miraba nuevamente y volvía a mirar hacia el suelo. Por

inercia miré el piso, y bajo sus pies estaba la cajita donde le

tiraban las monedas. “Viejo”, le dije, “¿Querí que te tire monedas

para hablar conmigo?”, Y de inmediato me guiñó un ojo, “es

broma, ¿Cierto?”, le consulté, y de nuevo miró la cajita que

descansaba vacía en el suelo. “Viejo hueón…”, murmuré

mientras sacaba $100 de mis bolsillos y los lanzaba a la cajita.

De inmediato se puso de pie, y con movimientos robóticos señaló

el refrigerador y luego, con mímica, fingió tomar un vaso, echarle

hielos y trago, y se quedó estático nuevamente. “¿Querí que te

haga una piscola? ¿Eso es?”, Le pregunté, y su respuesta fue

mirar otra vez la cajita, así que le tiré otros $100 y su reacción

fue sólo mover la cabeza de arriba abajo, como diciendo “sí”,

nada más… Bueno, si tenía que caer en su juego para conseguir

lo que quería… qué más le iba a hacer. Fui corriendo a la

botillería del flaco Lucho a sencillar las últimas cinco lucas que

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me quedaban, y comencé a seguirle el amén a mi papá. Le pedía

plata para mi carrete, le echaba $100 y él hacía movimientos de

cualquier cosa; le tiraba $100 nuevamente, le decía “ya po viejo,

tengo que ir a ese carrete, es el cumpleaños de la mina que me

gusta”, y él se paraba en una pata, ponía unas caras raras y de

nuevo quedaba como estatua. Le tengo que ganar por cansancio,

pensé, y una a una fui tirando las moneditas, y él respondió cada

aporte con un movimiento distinto, hasta que se me acabó la plata

y no me quedó otra que rogarle.

- Viejo, por favor, yo sé que tú también fuiste joven y pasaste por

lo que estoy pasando yo. Hay una niña que me gusta mucho,

mañana es su cumple, como te dije, y quiero llegar a la fiesta con

una cajita de chocolates que sea, en serio quiero agradarle.

Mi viejo se volteó hacia mí, por primera vez esa noche sin

la necesidad de que le lanzara una moneda, y me dijo

emocionado.

- En serio te gusta esa minita, ah…

- Sí papá, me gusta mucho.

- Bien Mati hueón, así me gusta, hijo de tigre teníai que salir.

- ¿Qué decí viejo? ¿Me pasai plata para poder comprarle el

regalo?

- Obvio que sí hijo – respondió orgulloso – puedes contar

conmigo siempre…

Se agachó sonriéndome, tomó la caja y sacó todas las

monedas que yo le había tirado recién.

- Toma hijo, con esto demás te alcanza… lo malo es que tengo

puras monedas.

- Viejo, ¿Qué hueá?

- ¡No seái mal agradecido Mati hueón! – Me gritó ofendido –

¡Hay más de cinco lucas ahí, con eso la hací toda!

Me cagó. Otra vez me cagó. Aunque igual la hice toda,

porque la mina era de onda artística y me la engrupí con que mi

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viejo hacía teatro callejero. Hijo de tigre tenía que salir pues, nada

más.

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LA LLAMADA Y EL BESO

Mi papá me despertó con una llamada. Tengo por regla

jamás responderle el celular después de las 12 de la noche, pero

el viejo – hueón, pero no tonto – me llamó desde otro número.

– ¡Hijo! ¡Urgente! ¡Ven a la botillería del flaco Lucho! ¡Y trae

plata!

– Viejo, ¿Qué huea? Son casi las tres de la mañana.

– Si sabí que a esta hora funciona como clandestino po Mati

hueón, no me hagái la cortá´ y ven.

– ¿Para qué? ¿Qué cagá te mandaste ahora?

– Hijo, ninguna cagá. Pasa que el flaco Lucho trajo a unas minas

de primera, universitarias, y necesitan plata para sus estudios…

y bueno, quiero ayudarlas, tú sabí que tengo corazón de abuelita,

el Padre Hurtado me dicen por acá.

– Viejo, ¿Son putas?

– Mati hueón, me extraña, ¿No te he enseñado yo a tratar a las

mujeres con respeto acaso?

– Ya pero son putas ¿O no?

– ¡Eso da lo mismo! Mira, lo que importa es que una de ellas es

tan tetona que no te hace una rusa, ¡Te hace la Unión Soviética

entera Mati hueón! Te espero acá, la contraseña esta noche es

“hasta atrás Nicolás”, ¡No me fallí hijo!

Igual no tenía tanto sueño. Llamé a un radio taxi, no me lavé

ni la cara (no había para qué) y a eso de las 4 de la madrugada

estaba llegando a la casa del flaco Lucho. Toqué a la puerta y no

fue necesario decir contraseña alguna, mi viejo me abrió

personalmente, con una sonrisa de oreja a oreja.

Era un hueveo llegar al clandestino del flaco Lucho:

primero había que entrar por su botillería, luego cruzar la puerta

que daba a su casa, atravesar el living, la cocina, una especie de

bodega llena de cachureos y recién ahí podías entrar a otro

cuartito pequeño, que antes había sido la pieza del hijo del flaco

Lucho pero, apenas el cabro salió de la media y se fue a hacer el

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servicio, su papi la convirtió en un clandestino. Y la verdad es

que el lugar era bastante simpático, tenía una mesita de madera,

seis cajones para sentarse y un papel mural hecho de puras

Bomba 4 pegadas una al lado de otra. La especialidad de la casa

era el vino tinto con azúcar, pero aquella noche, y debido a que

habían visitas ilustres, estaban tomando pisco con jugo Yupi de

naranja. El flaco Lucho estaba tirado en el piso durmiendo, y su

esposa – de bata, despeinada y con un pucho en la boca – era la

mesera.

– ¡Ya chiquillas! ¡Llegó mi hermano chico! – Les dijo mi viejo

a dos minas que estaban bailando cumbia solas en una esquina –

¡Éste sí que es hombre! No como el maricón del Lucho que se

anda quedando dormido solo.

– Viejo – le susurré – ¿Cómo que tu hermano?

– Cállate Mati hueón – me respondió igual de bajo – no veí que

pierdo puntos si estas socias cachan que tengo un crío de casi 30

años.

– Viejo, no sabí ni siquiera cuántos años tengo…

– Da lo mismo hueón – me respondió a un volumen casi

imperceptible – no sé cuántos años tení, pero sé que te gusta lo

mismo que a mí… Ahora ven pa acá y pásalo bien, que ya está

todo pagado.

– Viejo, me llamaste para que yo pagara, ¿Recuerdas? Vine

porque no tenías ni un peso.

– Mejor aún, así no lo vai a ver como plata perdida – dijo antes

de acercarse nuevamente a las minas – ¡Ya cabras, que siga el

hueveo! ¡Eh eh eh eh!

Qué le iba a hacer, ya estaba ahí… Dejé que mi viejo bailara

solo con las minas, y me senté a tomar pisco puro. Le pedí a la

esposa del flaco Lucho que me llevara hielitos y algo para picar,

pero me mandó a la chucha y agregó que lo único para picar que

obtendría esa noche iban a ser ladillas. Estaba bien. Ni un minuto

pasó cuando tenía a una de las chicas sentada a mi lado

acariciándome la pierna.

– Y tú, tan calladito que saliste – me dijo con un intento de voz

profunda.

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– Sí, ¿No les dijo mi… hermano… que yo era piola?

– ¿Tu hermano? Si sabemos hace rato que el viejo es tu papá,

estuvo toda la noche hueviando con que iba a venir su hijo, y a

medida que se iba curando empezó a decir “mi hermano”… Si no

somos tan hueonas nosotras.

– ¡Ja! Mi viejo…

– ¿Y cómo te llamái lolito?

– Mati – respondí.

– Mati… ¿Y no me vai a preguntar mi nombre… Mati?

– Disculpa – le dije, tomándome mi vaso al seco – ¿Cuál es su

nombre, señorita?

– Mi nombre es Yarittza… con dos T.

– Así veo…

– Tení la misma cara de caliente que tu papito, Mati… porqué

mejor no nos dejamos de hablar y…

No terminó la frase cuando comenzó a besarme. La verdad

es que me pilló de sorpresa y sólo me quedó dejarme querer.

Tenía una lengua gruesa y larga, que definitivamente sabía cómo

usar, y debo reconocer que disfruté ese beso, lo disfruté tanto

como disfruté el sabor de su boca, su frescura, su suavidad... la

Yarittza me estaba haciendo sentir cosas que no sentía desde hace

mucho, y eso me llevó a las nubes de inmediato.

Así estuvimos un buen rato, hasta que me dijo que la

esperara, que debía ir al baño, pero que cuando volviera nos

iríamos a un lugar más cómodo. Me serví el último vaso de pisco

y llamé a mi viejo, que ahora estaba bailando boleros.

– Viejo, me tengo que ir… ¿Cuánta plata necesitái que te deje?

– ¿Cómo te vai a ir Mati? ¡Si la estamos pasando tan bien!

– Es que viejo, pinché con esa niña, la Yarittza…

– ¿Te comiste a la Yarittza?

– Es feo decirlo así – le recriminé – pero sí.

– ¡Mati hueón! – Me dijo poniéndose de pie con los brazos

abiertos – ¡Estoy orgulloso de ti Mati! ¡Orgulloso de nosotros!

¡Ahora no compartimos sólo la misma sangre! ¡Ahora

compartimos mucho más!

– ¿Qué hueá viejo? ¿De qué estay hablando?

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– ¡Jaja! No me vai a creer Mati hueón, ¡Pero la Yarittza me la

estaba chupando justo antes de que tu llegarai! ¡Y después le diste

un beso! ¿Viste? ¡Ahora tienes una parte mía dentro de ti!

No es que le tenga asco a mi viejo, pero me salió un chorro

de vómito tan fuerte, que incluso un poco le salpicó en la cara al

flaco Lucho, quien seguía durmiendo sin cachar nada de lo que

estaba pasando. Apenas me repuse tomé mi chaqueta, le pasé a

mi viejo 40 lucas y me fui del lugar.

Hoy en la mañana mi viejo me llamó, muerto de la risa, para

contarme que se había tirado a las dos minas y, lo mejor, que la

esposa del flaco Lucho me había puesto de sobrenombre “El

come quesillo”. A mí no me dio risa.

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EL PUB

Cansado de la ranciedad de mi viejo, apenas recibí mi

primer sueldo lo invité a un pub bonito, decente y de buen olor.

En aquella época el clandestino del flaco Lucho era su local

favorito, no lo sacaban de ahí ni a palos, así que el único modo

que encontré para que hiciéramos algo fuera de lo común fue

prometiéndole que yo pagaría la cuenta completa. Como siempre,

en todo caso, pero esta vez sería de forma voluntaria y sin

pataleos.

– Oye viejo, si el clandestino del flaco no tiene ni un brillo, ni

siquiera pone música, y si te da hambre la única hueá que hay

para comer es charqui, ¡Vamos a un local digno alguna vez!

– ¡No estoy ni ahí con esas hueás fifís Mati hueón! Además deben

vender puros tragos para minas ¡Si yo los he visto en la tele!

Decoran los vasos con limón, naranjitas, piña, guindas,

palmeritas, banderitas, bombillitas, ramitas… ¡Les echan

cualquier hueá menos copete!

– Pero viejo, ¿Cómo todo en esta vida va a ser ir a un bar, sentarse

y curarse? Vamos a un pub donde nos atiendan bien, pedimos

unos tragos novedosos, comemos algo rico y todo eso mientras

escuchamos buena música de fondo.

– Mati hueón… acabas de sonar tan pero tan pero tan hueco, que

por un momento creí haber estado hablando con el Pato.

– Ya viejo, yo salgo sí o sí, ¿Me acompañas o no?

– ¿Seguro que venden copetes en esas cagás de locales? Me tinca

que se llenan de hueones que van a puro comer sushi…

– ¡Si venden copete hombre! Venden martinis, caipiriñas,

mojitos, daiquiris…

– ¿Qué onda Mati hueón? ¿Estai hablando en chino? No entendí

ni una sola hueá de lo que dijiste.

– Viejo, son nombres de tragos.

– No sé qué serán esas cosas, jamás las había escuchado, pero

tragos no son…

– Esos son los copetes que las minas aman… porque viejo, los

pubs siempre están llenos de minas…

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– Vamos.

Por el camino reclamó menos, pero sí iba con cara de perrito

perdido, y lo comprendo en todo caso, tantos años en la

obscuridad acompañado solo de un par de curagüillas, y ahora en

Bellavista… que también está lleno de curagüillas, pero son

hartos y meten más bulla. Buscamos un local que tuviese alguna

mesa libre y, cuando lo encontramos, entramos y ahí nos

instalamos.

– Mati – me dijo mientras intentaba aclimatarse – ¿Estás seguro

de que acá venden copete? Se parece a la casa de Barbie esta

hueá…

– Sí viejo, tranquilo, intenta pasarlo bien.

– ¿Y cómo hago para pedir una piscola? ¿Cómo le llaman a las

piscolas en los lugares pirulos? ¡Porque estos agarran de

cambiarle el nombre a todo!

– Se llaman piscolas viejo… ¡Pero no tomí lo mismo que tomái

siempre po! Atrévete y pide algo nuevo.

– ¿Sabí qué Mati? Tení razón, parezco viejo culiao, ¡Y yo soy

joven po! ¡Señorita, señorita! – Gritó para llamar a la mesera –

¡Tráigame esa carpetita que tiene bajo el brazo, que hoy quiero

pedir algo de otro mundo!

La niña nos pasó dos carpetas que tenían el nombre del pub

y su logo en la portada. Abrí la mía y noté que todos los tragos

venían con su correspondiente descripción y una foto al lado,

menos mal, así mi padre no se perdería tanto. Pero nada de eso,

le miré el rostro y su cara estaba descompuesta, se notaba que no

entendía nada, pero ya no iba a reconocerlo, estaba dispuesto a

adaptarse, así que no me quedó otra que dejarlo tranquilo.

– ¿Cómo vai viejo? – Le consulté con la más buena onda de mis

voces.

– Bien, bien, sí, sí… – respondió con visible confusión – Bien

raro los nombres de los copetes, pero si son curadores no hay

problemas.

– Ahí viene la mesera, pide lo que más te tinque no más, recuerda

que yo invito.

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– Buenas noches, ¿Ya decidieron? – Consultó la mesera.

– Sí – le respondí – andamos con harta hambre, así que tráiganos

una chorrillana… y para tomar, yo quiero una piscola.

– ¡Puta Mati hueón! ¿Cómo es la hueá? – Consultó molesto mi

viejo.

– ¡Pero viejo, si yo he probado todos esos tragos ya, tú eres el que

tiene que experimentar sabores nuevos!

– Ya, pero no me dejes en vergüenza delante de la dama…

Perdónelo señorita, mi cabro no está acostumbrado a salir, es

medio antisocial.

– No se preocupe caballero, suele pasar… ¿Y usted ya decidió

qué quiere tomar?

– ¡Pero por supuesto! – Respondió canchero, empoderado, seguro

de sí mismo – Quiero un “Macarena”.

– No señor, eso no… – Le respondió la niña.

– ¿Ah, no tiene? – La interrumpió – Bueno, entonces deme un

“Aserejé”.

– Es que… no…

– ¿Tampoco? ¡Chuta! Ya, a ver, ¿Un “Salomé”? ¿No? ¿Un

“Lamento boliviano”? ¿Tampoco? A ver… ¿Un “Paramar”?

– ¡Señor! – Le dijo la mesera, alzando la voz para poder hablar al

fin – ¡Esa es la lista de canciones para el karaoke, la carta de

tragos es esta otra!

– Mati, ¿Nos vamos? – Me dijo.

– Vamos – respondí, tan avergonzado como él.

Nunca volvimos a visitar un pub.

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LA BOLETA

– Aló Mati, soy yo.

– ¿Papá? ¿Qué hueá?

– Necesito que me vengas a buscar. Escúchame atentamente:

estoy detrás del kiosko de la señora Pepa, así que toma un

radiotaxi y ven lo más rápido que puedas, ¿Entendiste?

– ¿Qué onda? ¿Qué te pasó? ¿Andái curao?

– ¡Cómo se te ocurre Mati hueón! ¡Son las 3 de la tarde! ¿Qué

imagen tienes de mí?

– Si no me explicas qué quieres, no iré, ¿Por qué debería hacerlo?

¿No puedes caminar acaso? ¿Andas escondiéndote de alguien?

– Ni lo uno ni lo otro, sino que todo lo contrario.

– Habla.

– Ya Mati hueón, te contaré, pero prométeme que vendrás.

– Te prometo que lo pensaré. Ahora cuenta.

– Pasa que me llamó el flaco Lucho para decirme que había traído

a una cabra nueva al clandestino. Según él, se adaptaba

perfectamente a mis gustos: morena, rellenita y buena para sudar.

– ¿Cómo? ¿Sudaba harto? ¿A quién le puede gustar eso?

– Sabes que me gusta lo salado, ¿No te has fijado que cuando

como papas fritas primero las chupo y luego me las trago? Bueno,

con las putas que transpiran como chanchos hago lo mismo, cosa

de gustos no más.

– Intenta continuar sin tantos detalles, por favor…

– El punto es que cada vez que voy a pisar con alguna camboyana

que llega donde el flaco Lucho, primero paso por la farmacia del

chico Maicol para que me dé una manito…

– ¿Viagra?

– Obvio, Viagra. Pero lo hago a veces no más ah, que quede claro,

no es que no me la pueda, yo soy bien hombrecito para mis

cosas… El punto es que le pido la pastilla al chico Maicol, pago,

me da el vuelto y, como siempre, me trae un vasito con agua para

tomarme la pastilla ahí mismo.

– ¿Ahí mismo?

– Pero claro, en esta vida hay que optimizar. El viagra se demora

una media hora en hacer efecto, así que me queda el tiempo

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preciso para caminar las cuadras que restan para llegar donde el

flaco Lucho, presentarme con la cabra, lavarme las berenjenas y

empezar a taladrarla.

– Y bueno, ¿Te tomaste la pastilla?

– Sí po, saco la pastilla de su envase, el chico Maicol me pasa el

agua, me tomo la hueaita, le devuelvo el vaso, le digo gracias, y

en eso aparecen dos funcionarios de Impuestos Internos a

fiscalizar al chico Maicol, un hueón y una mina… igual rica la

mina.

– Ya… ¿Y?

– Nada po, me preguntan si compré ahí, les digo que sí, me

preguntan qué compré, y puta, me dio vergüenza decirles, así que

me empecé a poner rojo, y al mismo tiempo ellos se empezaron

a poner más catetes, que dónde está la boleta, y la boleta y la

hueá, ¡Y ese chico Maicol nunca ha dado boleta po! Pero yo

tampoco iba a echarlo al agua…

– ¿Y por eso te fuiste a esconder detrás del kiosko de la señora

Pepa?

– No, nada que ver, me empecé a agarrar con el hueón, le dije que

no tenía derecho de meterse en la privacidad del cliente, y

después me puse a reclamarle lo mismo a la mina, y no me doy

ni cuenta que, mientras me iba agitando, al mismo tiempo se me

iba parando la corneta.

– ¿Ah?

– Eso po Mati hueón, se me empezó a parar la diuca, la mina de

Impuestos Internos seguía hueviando con lo de la boleta, cuando

de pronto se queda callada, abre los ojos así bien grandes, y se

pone a gritar “¡Cochino, degenerado, viejo caliente!”. Ahí miré

para abajo y caché la media carpa.

– Puta que erí rancio viejo…

– No si soy inocente, la pastilla culiá tuvo la culpa. El punto es

que le dije a la mina que aprovechara el vuelo que se estaba

pegando con tanto grito y que me hiciera bajar la hinchazón del

arrollado de venas, porque a esta edad no puedo andar

desaprovechando los momentos en los cuales la diuca se me pone

como un fierro.

– ¿Y ahí tuviste que salir arrancando?

– Ahí tuve que salir arrancando. Su colega, que me tinca que se

la comía, se abalanzó sobre mí para sacarme la chucha y, como

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yo le hice el quite, el hueón le pegó al vaso con agua que estaba

sobre el mesón… con el mismo líquido se tropezó y se sacó la

cresta, sumándole la mala cuea´ de que, justo cuando iba cayendo

y gritando con la boca abierta, le pegué un estacazo con la penca

en todo el hocico, ¡Casi le vuelo un diente de un pichulazo! La

mina sacó el celular para llamar a los pacos, y no me quedó otra

que salir corriendo con las patas abiertas y con el tremendo tronco

entre medio. Así que aquí estoy. No puedo ni caminar, porque

capaz que me lleven preso por andar luciendo la herramienta a

plena luz del día.

– Creo que me convenciste, pero sólo porque me diste pena. Voy

saliendo, ¿Qué quieres que te lleve? ¿Un chaleco para taparte?

¿Calzoncillos? ¿Hielo?

– Sólo apúrate… cuando estés frente al kiosko de la señora Pepa

dile al taxista que dé un bocinazo y correré a subirme, después

sólo tendrá que andar un par de cuadras para llegar donde el flaco

Lucho.

– Espera, ¿Aún tienes ánimo de ir donde el flaco Lucho, después

de todo lo que te pasó?

– ¡Y qué quieres que haga Mati hueón! ¡Si se me paró tanto la

corneta que apenas me queda cuerito para cerrar los ojos!

Desaprovechar una erección debería ser considerado pecado, así

que a ver a la negra sudorosa se ha dicho.

– ¿Y si se aburrió de esperarte y se fue? ¿O si perdiste tu turno y

está tirando con otro? ¿No has pensado en eso?

– Bueno, si es así no me quedará otra que ir donde tu mamá,

curarla y hacer lo mejor que sabemos hacer. Tú tendrías que

distraer al Pato eso sí.

– Te dije que no me prestaría para eso nunca más.

– Matías…

– ¿Sí?

– Puta que eres mal hijo hueón.

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LA OPERACIÓN

Hace un año salí a celebrar solo el Día de San Valentín a

un pub de Bellavista. Y digo “celebrar” porque, tal como me

enseñó mi padre, el día del amor es la oportunidad perfecta para

pescarse a alguna muchacha que ande vulnerable y en la

búsqueda del príncipe azul. La verdad es que siempre evito poner

en práctica las enseñanzas de mi viejo, pero de veras sentía las

bolas hinchadas por culpa de los meses que llevaba sin remojar

el cochayuyo. Y todo resultó a la perfección: me apoyé en la

barra, pedí una piscola, llegó una mina a pedirle fuego al barman

para salir a fumar, le dije que yo tenía y que la podía acompañar,

y listo. Me contó que se llamaba… no, no me acuerdo, pero

estudiaba… algo relacionado con la salud, tampoco me acuerdo,

quizás enfermería, quizás fonoaudiología, quizás kinesiología, no

sé, el punto es que estaba por cursar el último año de su carrera y

no hablaba más que de eso. La invité a tomarse unas piscolas y

aceptó, aunque aprovechaba cada momento para darme cátedras

sobre lo dañino que era el copete para la salud y bla bla bla… rara

su preocupación en todo caso, porque tomaba como condenada y

salía a fumar a cada rato. El punto es que le bajó el romanticismo

a la comadre, me invitó a su departamento a ver una película

mamona y, como a veces soy fácil, acepté. No vimos ni una hueá

de película al final porque, apenas abrió la puerta, nos lanzamos

a su cama como animales y comenzamos a ponerle. Era rara la

mina, en vez de decirme cosas calentonas o motivadoras, me

susurraba “me preocupan tus gemidos, deberías ir a verte”;

cuando me saqué la polera me dijo jadeando “tienes un lunar

sospechoso en tu espalda, deberías ir a verte”; cuando le agarré

una pechuga me dijo al oído “tienes las manos resecas, deberías

ir a verte”, y así en todo momento, una lata, aunque de todas

formas lo más raro vino después, cuando la súper analista pescó

mis presas y me dijo “tienes un testículo demasiado hinchado,

deberías ir a verte”, “sí sé”, le contesté, intentando hacer una

broma, “es porque no tiro hace tiempo, así que estoy acumulado”,

“no se trata de eso”, me respondió, “en serio tienes un testículo

muy inflamado, mira, agárratelo”. Puta madre, la sicópata de la

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salud tenía razón, así que me la tiré, me dormí y al otro día fui

donde un veterinario amigo que me confirmó el problemita. Al

lunes siguiente visité a un urólogo que, luego de tomarme la bola

izquierda, apretarla y zamarrearla, me diagnosticó hidrocele.

“¿Qué es esa hueá, doctor?”, Le pregunté, “en pocas, palabras,

tienes agua en el testículo, así que hay que abrirlo y drenarlo”,

me respondió. Sonaba doloroso, pero filo, le pedí que programara

la operación para esa misma semana y así lo hizo. “Matías”, me

dijo antes de retirarme de su consulta, “vas a estar más de dos

semanas en cama, con dolores fuertes y casi sin poder caminar

los primeros días… así que alguien tiene que cuidarte, atenderte

y preocuparse por ti, ¿Está bien?”. Y no, no estaba bien para nada,

toda mi familia andaba visitando a unos tíos del sur… bueno, casi

toda mi familia… mi viejo estaba en Santiago.

La hice piolita, ingresé a la clínica un día viernes y no le

avisé a nadie, prefería cuidarme solo y pedir pizzas a domicilio

cuando llegara al departamento. Y todo resultó de lo más normal,

me pusieron ese trajecito que te deja el poto al aire, me depilaron

las bolas, me metieron un montón de jeringas y me operaron. Tal

como sospeché, el dolor posterior fue de locos, se sentía como si

alguien te pusiera una patada en las huevas cada 10 minutos, pero

me hice el valiente y aguanté hasta que me dieron de alta. Y ahí

vino el problema, porque me prohibieron llamar a un taxi para

irme solo, “alguien tiene que venir a retirarlo, sí o sí”, me dijo la

enfermera. No me quedaba otra, apenas podía caminar, así que

me tragué mis prejuicios y llamé a mi viejo, “ven en radio taxi”,

le dije, “yo lo pago cuando estés acá”. Llegó a las 2 horas, y se

excusó diciendo que usó el vehículo para unos trámites

personales, aprovechando que la tarifa la pagaría yo. Salió cara

la hueá. Durante el camino a su casa no hablamos nada, porque

le pedí que se fuera en el asiento del copiloto para poder echarme

atrás. Recién al llegar, y luego de que me acosté, le picó el bichito

de la curiosidad y se sentó a mi lado.

– ¿Qué te pasó Mati hueón? – Me preguntó entre risas – ¿Te

andabai alargando la tula?

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– No estoy para bromas viejo, me duele más que la cresta, por

eso necesito quedarme en tu casa un par de días, o por lo menos

hasta poder caminar sin dolor.

– ¡No hay problema po hijo! ¿Cuándo te he dejado de lado yo a

voh?

– Mira – le dije entregándole un sobre con varios billetes de 20

lucas – te voy a pasar esta plata para que compres cosas para

comer o para cualquier otro gasto, no te preocupes por los costos,

sólo necesito que, a medida que lo vaya necesitando, me traigas

comida a la cama, nada más que eso, ¿Crees que te la puedas?

– ¡Pero claro po Mati hueón! ¡Yo te voy a atender como un rey!

¡Tal como atendía a tu madre antes de que me cambiara por el

hueco del Pato!

– No te quitaré mucho tiempo viejo – le dije con voz de dolor –

apenas me sienta mejor me devuelvo a mi departamento.

– ¡Oye pero cuéntame de qué te operaste po! – Me interrumpió –

No me digái que andabai haciéndote un cambio de sexo…

– Me operé de un testículo… tenía agua, así que me lo tuvieron

que abrir para estrujarlo.

– ¡Ah conchesumare! ¡No hay cosa peor que el dolor de huevas!

¿Puedo ver?

– ¡No viejo, cómo se te ocurre!

– Ya po Mati, si estamos en confianza – me dijo mientras

levantaba las sábanas, me corría el parche y dejaba al descubierto

mis bolas depiladas. Por culpa del dolor apenas me resistí – ¡El

manso tajo Mati hueón! ¡La cagó!

– ¿La dura? No me he mirado.

– Sí Matías – me dijo un poco más serio – ¿Sabes qué? Desde

hoy bautizaré a tus huevas como “la bonita” y “la de la cicatriz”.

– Pero viejo… necesito tu apoyo, no que me molestes.

– ¡Jajaja! “La bonita” y “la de la cicatriz”, me salió buena la talla,

voy a ir a contársela al flaco Lucho y vuelvo, no me demoraré

nada, quizás me tome una pilsoca, ¡Pero nada más!

– Viejo, recuerda que necesito que me cuides, para eso te pasé la

plata.

– ¡Si voy y vuelvo Mati! ¡Espérame despierto!

Volvió a los 3 días. Por lo menos llegó con un pan con

mortadela y una bebida Fruna. Mi viejo es como las huevas…

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Pero no como cualquier hueva, como mi hueva. La de la cicatriz,

no la bonita.

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ESTO SÍ, ESTO SI ES PUNK ROCK

Todos mis amigos de infancia ya se encuentran casados,

avejentados, con mil hijos y sometidos a la rutina de la vida

adulta. De vez en cuando me piden que los acompañe a pasear a

sus cabros chicos por algún parque y yo, a cambio, les exijo que

nos juntemos por lo menos una vez al año para comportarnos

como los pendejos irresponsables que fuimos algún día. La noche

del sábado fue el momento seleccionado para ello, la previa la

haríamos en mi departamento, eran ocho los invitados y a siete

no les dieron permiso.

– Oye Mati, te aviso al tiro que no me puedo ir muy tarde – me

advirtió el pelao Ulises, el único que llegó, apenas cruzó la puerta

– mañana tengo que acompañar a mi señora a la misa del

“Domingo de ramos”, así que lo lamento mucho. También le

prometí que no bebería ni una gota de alcohol, y no insistas por

favor, esta vez hablo en serio.

El pelao Ulises fue un punk bohemio y anarkista – sí, así

mismo, con “k” – durante toda su juventud. Le hacía la cruz al

matrimonio y, en general, a todo lo que oliera a “sistema”. La

universidad se la pagó vendiéndole marihuana a sus compañeros

y tuvo cuatro sobredosis etílicas que casi lo mandaron al patio de

los callados. En una tocata de Los Miserables conoció a una mina

de su misma onda, incluso un poco peor diría yo, se empotó como

nunca y le pidió pololeo. Se les vio felices por un buen tiempo

luciendo sus mohicanos mientras vendían hamburguesas de soya

en los bares de Bellavista, hasta que la mina reconoció que todo

su estilo punk no era más que una fase para llamar la atención de

sus padres y colgó las cadenas y los bototos para siempre, no sin

antes obligar al pelao Ulises a seguir su ejemplo para llevar una

vida “normal” y “decente”. El pelao, macabeo como él solo, no

pataleó mucho ante el mandato de su novia, cambió su aspecto

radicalmente, comenzó a usar camisitas de tonos celestes y cortó

su mohicano de raíz mientras dejaba caer una lágrima como

despedida a su genuina identidad. Al poco tiempo se casó,

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compró un auto algo afeminado y lo ascendieron en la pega.

Bacán por él, como amigo me encargué de felicitarlo en cada uno

de sus logros, y él a cambio me agradecía enrostrándome con

soberbia su vida perfecta y soñada, “tenís que seguir mi ejemplo

Matías”, me decía una y otra vez, “mírate, no tienes vehículo ni

casa propia, ¡Ni siquiera una esposa te has buscado! ¿Acaso no

te gustaría tener a un Mati chico corriendo por acá? Madura

Matías, busca la estabilidad”, pero apenas se tomaba un copete

su discurso cambiaba totalmente a algo así como “¡Mati culiao,

me voy a divorciar pa ser como voh! ¡Mírate hueón, te envidio,

envidio tu mierda de vida! ¡A mí ya ni siquiera se me para Matías!

¡Tengo casi 30 años y hasta mi hermana chica culea más que yo

po! ¿O no?”. Estaba cagao el pelao Ulises, por lo mismo me

gustaba sacarlo de la rutina, aunque fuese una vez a las

quinientas.

– Pero puta pelaito – le dije – desordénate un poco que sea, si

nada malo va a pasar.

– Lo siento Matías, hice un compromiso con mi señora y tú sabes

que soy un hombre de palabra. Además, a la Mimí no le gusta

mucho que salga contigo, dice que eres una mala influencia.

– ¿Quién chucha es la Mimí?

– Mi esposa pues Matías, ¿Quién más va a ser?

– ¿Y de cuándo le decí “Mimí” hueón? Si se llama Teresa.

– Ignorante, es un asunto estilístico, todas las señoras de mis

superiores tienen apodos bisílabos agudos y medios pirulos, está

“la Teté”, “la Naná”, “la Fifí”, “la Cocó”, así que la Mimí me

obligó a decirle así, y bueno, tú sabes que no me gusta hacer

enojar a la Mimí.

– Mira pelao, te estay poniendo bien hueón últimamente así que,

como esta noche seremos sólo tú y yo, te propondré un trato:

vamos a un bar a tomarnos una piscola que sea, máximo cuatro,

y a cambio no le contaré a tu “Mimí” las cochinadas que hiciste

el año pasado cuando te curaste raja donde el flaco Lucho.

– ¿A qué bar vamos entonces?

No fue tan difícil convencerlo, si al final el que nace

chicharra muere cantando. Partimos a taquillar al barrio Brasil,

encontramos un local con música piola y, cuando no llevábamos

ni siquiera una hora de jarana, pasó lo que tenía que pasar: el

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pelao Ulises se curó con tequila, pescó los limones que le

sobraron y comenzó a exprimirlos sobre su cabeza, todo con el

fin de armarse un improvisado mohicano con la cagá de pelo que

le va quedando. A eso de las 2 de la mañana se quitó la camisa y

le prendió fuego, razón por la cual nos echaron del pub y,

consecuentemente, no nos dejaron entrar a ningún otro. En ese

momento de desesperación recordé que en mi departamento tenía

un par de botellas de pisco llenitas, convencí al pelao de subirnos

a un taxi para iniciar el viaje de retorno y éste accedió de mala

gana. Pésima idea en todo caso, porque apenas entramos en mi

humilde morada descubrimos a mi viejo tomando solo en el

living.

– Viejo, ¿Qué hueá? ¿Cómo entraste?

– Le saqué copias a tus llaves po Mati hueón, ¿O qué creí? ¿Que

sólo voh podí llegar y meterte a mi casa?

– ¡Pero yo no represento ningún peligro po hombre, a ti te tengo

miedo! Además, ¿Qué tení que andar haciendo acá?

– ¿Qué más voy a andar haciendo? Este pelao pinta monos ha

publicado toda la noche fotos del carretito que se estaban

pegando, y cuando te etiquetó intentando mear su camisa en

llamas asumí que se vendrían para acá…

– Y te invitaste solo…

– Si lo dices así suena feo… pero sí.

– ¡Buena onda que haya venido po tío! – Le gritó en toda la oreja

el pelao Ulises – ¡Si esta noche es noche de hombres! ¿O no? ¿O

no Mati? ¿O no? ¿O no tío? ¿Ah? ¿O no?

– Puta pelao, tú desde que te casaste dejaste de ser hombre – le

respondió mi viejo – ahora erí como la mascota de tu señora,

¿Hay cachao que las viejas pitucas se compran unos perritos

chiquititos medios amariconaos para lucirse? Bueno, tú solo erí

como una manada de esos perritos.

– ¡Na que ver tío! ¡Si yo sigo siendo el mismo de siempre! El

envase puede cambiar, pero por dentro soy punk a muerte, ¿O no

Mati? Dile a tu viejo que no he cambiado po, que sigo siendo el

mismo ¿O no?

– A ver pelao – retomó mi viejo – hay una sola forma de que te

crea…

– ¿Cuál, a ver? Dígamela po, ¿O no? Yo le demostraré que está

equivocado.

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– Transfórmate en punk ahora mismo si erí tan choro, ¿Te atreví,

o le tení miedo a alguien?

– ¡Obvio que me atrevo po! ¡Qué tanto, si yo me mando solo! ¿O

no Mati? Dile que me mando solo po, dile.

– No pelao hueón – le respondí – erí más macabeo que la chucha,

así que no te defenderé. Y viejo, sé que nunca te encuentro la

razón en nada, pero dime, ¿En qué puedo ayudarte?

– Trae pinturas, témperas, clavos, candados, alambres, alicate,

perforadora y todo lo que tengái para dejar encachao a nuestro

amigo Ulises, a menos que se arrepienta.

– ¡Qué me voy a arrepentir! ¡G.G. Allin es una cagá al lado mío!

¡Ponte un tema de Misfit Mati culiao y después háganme lo que

quieran!

Pobre pelao, en serio, pobre pelao… cegados por las

piscolas le enchulamos el poco pelo que tenía y se lo dejamos

como si a un pavo real lo hubiesen pescado a palos. No conformes

con ello le atravesamos un alfiler de gancho en cada ceja, un

candado en la oreja izquierda y un tornillo en la otra. Por

supuesto, le hicimos mierda la poca ropa que le quedaba, le

escribimos un sinfín de hueás en el cuerpo con un plumón

permanente y, para terminar, le hicimos una sesión de fotos que

después, y por voluntad propia, subió a su Facebook orgulloso.

Estaba feliz el pelao, se miraba al espejo y se reía solo, “¡Sácate

unas servius pal Feis!” le gritaba mi viejo, y el pelaito ponía caras

de malo para expresar su renacida rudeza y vamos publicando

más imágenes en la red, hasta que sonó su celular y la expresión

de su rostro nos indicó lo peor.

– ¿Aló? Sí mi amor… no… no, no, cómo se te ocurre… pero

para, si soy buen esposo ¿O no? Dime que no po, ¿O no? Ya…

pero, pero… Sí po, el Mati… el Mati fue… ya, bueno mi amor,

un beso, te amo.

– ¿Todo bien pelao? – Le pregunté con un sentimiento de culpa

que no les explico.

– Sí Mati, todo bien.

– ¿Estás seguro? ¿Te puedo ayudar en algo?

– Qué bueno que lo digas Matías, porque sí, me puedes ayudar

en algo.

– Claro, dime, cuenta conmigo.

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– Acompáñame a la casa a buscar mis cosas. Me vengo a

vivir contigo.

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CUMPLEAÑOS N° 9

– ¡Buenos días niños!

– ¡Bue-nos-dí-as-se-ño-ri-ta!

– Tomen asiento.

– ¡Gra-cias-se-ño-ri-ta!

– Niños, antes de comenzar la clase quisiera contarles algo muy

especial, ¿Quieren saber de qué se trata?

– ¡Bue-no-se-ño-ri-ta!

– Lo que pasa niños, es que ayer domingo su compañero más

tranquilito cumplió 9 añitos, así que le vamos a cantar el

cumpleaños feliz, y no importa que sea atrasado, porque lo

haremos con mucho cariño y amor, ¡A la una, a las dos y a las

tres! ¡Cumpleaños feliz, te deseamos a ti, cumpleaños Matías,

que los cumplas feliz! ¡Bravooo! ¡Aplaudan chiquillos, aplaudan

al Matías! ¡Bravooo!

– Señorita… – la interrumpí.

– Sí Matías, te escuchamos, ¿Quieres decir unas palabras de

agradecimiento?

– No. Quería decirle que mi cumpleaños no fue ayer.

– ¿Cómo que no? Si acá en el libro tengo la fecha anotada

¿Cuándo estás de cumpleaños, según tú?

– La otra vez po señorita, cuando iba en tercero, ¿Se acuerda que

me cantaron también?

– Matías, no me digas que a tus papás se les olvidó tu cumpleaños

de nuevo…

– ¿Cómo “de nuevo”?

– No, nada, no dije nada, ¡Pero no te preocupes! Quizás tus papis

te tienen preparada una fiesta sorpresa, ¿Cierto? Es más, los voy

a llamar de inmediato para recordarles… ¡O sea! Para contarles

que estás muy emocionado esperando tus regalitos, ¿Bueno?

– No creo que le contesten señorita, se fueron por unos días a la

playa con mi tío Luchito y su esposa, así que me dejaron en la

casa de mi abuelita. Ella me cuida, pero ayer en la mañana

desayunó vino, y cuando desayuna vino se pone coloradita y le

da por cantar, aunque “el cumpleaños feliz” no me lo cantó…

quizás se le olvidó porque durmió todo el día.

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– Pero Matías… cómo es posible…. ¡No te preocupes! Yo misma

me encargaré de traerte un regalito mañana, ¿Bueno? Y todos tus

compañeros también te traerán algo, ¿Cierto niños?

– ¡Sí-se-ño-ri-ta! – Chillaron todos.

– ¿Y bien Matías? – Retomó la profe – ¿Estás contento, cierto?

¿Tienes algo que decir?

– ¡Sí señorita! ¡Muchas gracias! ¡Estoy tan feliz que tomaré mis

ahorros y le traeré un regalito también, como agradecimiento!

– ¿Ah sí? Miren niños qué educadito es el Matías, ¿Y se puede

saber qué regalito me traerás?

– Sí, claro, iré a una tienda de música y le compraré una corneta,

mi papá siempre dice que a usted le hace mucha falta una…

Mi regalo: escribir 500 veces en el cuaderno “no debo

faltarle el respeto a mis mayores”. Ahora que lo pienso, mi viejo

tenía razón.

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WLADIMIR

– Mati, dime la verdad… ¿Voh te volái?

– ¿A qué querí llegar viejo?

– No te hagái el hueón Matías, ¿Hace cuánto que nos conocemos

tú y yo? No me vayái a decir que, después de todo ese tiempo,

aún no confías en mí.

– ¿Cómo que “hace cuánto nos conocemos”? Eres mi papá po, o

sea, la pregunta culiá…

– Ya, no me cambies de tema y respóndeme… ¿Voh te drogái, sí

o no?

– No viejo, te lo digo siempre cuando me ofreces, no, no me

drogo.

– Menos mal Mati hueón, menos mal, actualmente la juventud

está muy rancia.

– ¿La juventud?

– ¡Pero claro! ¡Los cabros de hoy no tienen límites y prueban

cualquier hueá que les pongan por delante, y eso no puede ser!

– ¿En serio pensái así viejo? Me sorprende gratamente ver que

eres consciente de los males de la sociedad…

– ¡Pero claro que soy consciente po Mati hueón! Fíjate que el

lunes pasado, a eso de las dos de la tarde, venía caminando curao

por el medio de la calle, intentando pasar piola porque andaba

con la tremenda mancha de vómito en la camisa, y vi a dos lolitos

fondeados detrás del kiosko de la señora Pepa fumándose un

paraguayo demasiado grande como para ellos solos, así que fui a

pedirles que me convidaran.

– Puta la hueá viejo…

– Buena onda los cabros, nada de egoístas, me dieron unas

quemadas al tiro y después armaron otro. Yo les dije “chiquillos,

¿Para qué van a ir a clases? Compremos una garrafa, vamos a mi

casa y rematamos los caños que les quedan”, pero estos pendejos

no querían trago, ¡No señor! Querían algo más… Ahí fue cuando

descubrí que eran súper rancios los hueones, rancios rancios

rancios…

– ¿Cómo es eso?

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– Mira Matías, aunque no lo creas déjame decirte que yo no soy

un hueón cartucho, en mis carretes he visto a hueones fumar de

todo, meterse hueás por la nariz, por la boca, por los brazos y

hasta por el chico, pero nunca Mati hueón, nunca nunca, había

visto a alguien volarse por los ojos…

– ¿De qué hueá estay hablando viejo?

– ¡Eso po Matías! Estos mocosos reventados, no conformes con

todo lo que fumaron, sacaron un frasquito blanco que tenía como

un líquido transparente dentro y, como si nada, comenzaron a

tirarse unas gotitas en ambos ojos, ¡Matías por Dios, eran sólo

unos lolitos y se estaban drogando por los ojos frente a mí!

– Pero viejo, no cachai na´…

– ¿Cómo que no cacho? Claro que cacho po, si les pedí que me

convidaran un poco para ver de qué se trataba, les pregunté qué

era y me respondieron “Wladimir”, o algo así, ese debe ser el

nombre que le pusieron en la calle a esa maldita droga.

– Viejo, escuchaste mal de puro curao, tu supuesta droga no se

llama “Wladimir”, sino “Clarimir”, ¡Y no es para volarse papá

por la chucha, es para quitarse el rojo de los ojos!

– ¿Y qué sabí voh Mati hueón? Si yo la probé po, ¡Yo, no voh!

Y apenas me eché me comencé a sentir extraño, tanto así que, al

intentar ponerme de pie, me vino un mareo repentino que casi me

mandó al suelo de hocico y, del puro susto, me cagué… sí, así tal

cual, me cagué entero Matías, y todo por culpa de esa sustancia

desconocida. Fue tanta la hediondez que a los cabros se les pasó

toda la volá y salieron corriendo quién sabe con qué destino…

Pero no importa, la vida es corta y más temprano que tarde tenía

que abrir las puertas de la percepción.

– Viejo, si te cagaste fue de chancho, eso te pasa por andar curao

tan temprano, así que puta, una vez más te pediré que te

comportes, ya no estás en edad para esos trotes.

– Tienes razón Matías… esta vez tienes razón.

– Gracias por escucharme papá, a veces los jóvenes le

achuntamos a lo que decimos, sólo es cosa de prestarnos oreja.

– Así será desde hoy en adelante hijo… y Mati, aprovechando

que eres joven, ¿Puedo preguntarte algo?

– Sí obvio, ¿Qué cosa?

– ¿No tení mano pa unos Wladimir? Como que ando angustiao

últimamente y el cuerpo me lo está pidiendo, ¡Tú cachái po perro!

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MIS ABUELOS PATERNOS

Nunca tuve una relación muy cercana con mis abuelos

paternos, eran demasiado conservadores y eso contrastaba con

los valores de mierda que mi viejo me inculcó. Doña Tencha, mi

abuela, fue dueña de casa toda su vida. Ella consideraba que

cocinar, lavar y planchar eran sus trabajos, así que, por lo mismo,

los hacía de mala gana y reclamando de sol a sol. Don Aureliano,

mi abuelo, se las daba de buen samaritano, pero era más lacho

que la cresta. Él trabajó como taxista luego de jubilarse, y en su

propio vehículo se chifló a una cantidad innumerable de pasajeras

que “no tenían como pagar”, según confesó en su lecho de

muerte. Y es que el viejo estuvo en su lecho de muerte un buen

rato, se había enfermado de una hueá al corazón y, luego de un

tiempo, quedó postrado en el que había sido su cama

matrimonial. Doña Tencha pasaba puras rabias, ya no podía

disfrutar de las mil teleseries que veía a diario debido a que su

esposo requería de su cuidado, aunque don Aureliano, para qué

andamos con cosas, abusaba de su condición porque puta que

amaba hueviar a su señora. Con el paso de los días su salud fue

empeorando, apenas podía moverse, daba tanta pena verlo en ese

estado que incluso doña Tencha se compadeció y le bajó aquel

sentimiento que ya tenía olvidado, ese amor que no sentía hace

décadas, eran los primero días del año 2000 y con el nuevo

milenio debía cambiar su relación con don Aureliano, mal que

mal al hombre le quedaba poco tiempo y se merecía pasar mejor

sus últimos días.

Doña Tencha dormía en el cuarto de invitados, y apenas

despertaba iba a ver si don Aureliano necesitaba alguna cosita.

Cierto domingo notó con alegría que su esposo estaba sentado en

la cama, despierto y escuchando música en su vieja radio a pilas,

le preguntó si se sentía mejor y la respuesta de don Aureliano fue

positiva, incluso agregó que sentía apetito, después de estar

semanas convaleciente al fin tenía ganas de comer algo rico, y

eso era una muy buena señal.

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– ¿De veras Aureliano? ¿Tení hambre o estay bromeando

conmigo?

– No mi vieja, si te juro que hoy desperté como nuevo… aún no

estoy bien del todo, pero algo es algo.

– ¡Qué felicidad! Ya, cuéntame, ¿Qué quieres comer?

– ¡Uf! No como hace tanto tiempo que no sabría por dónde

comenzar.

– Dime no más, déjame regalonearte, mira que me he portado

bien mal contigo… y me siento culpable por eso.

– Bueno viejita… ¡Ya, anota! Quiero jugo natural de naranja,

pero no de cualquier naranja, quiero de las que venden en el

negocio de doña Paz, sé que queda lejos, pero ya que insistes en

regalonearme… después pasa donde don Carloncho y le dices

que te venda un litro de leche de vaca, pero que no le eche agua,

sé que es más cara, pero vale la pena cada peso; por el camino

compra pan amasado, palta, jamón y una docena de huevos;

también quiero queso, el Juan Tufo vende uno muy bueno, pasa

donde él; ¿Sabes qué nunca he comido, y quiero probar antes de

que me pase algo? Tocino, no sé dónde venden, pero si buscas

bien puedes encontrar. ¡Ah! También trae harina y manjar para

que me prepares unos panqueques, me acaba de dar ese antojo.

– Pero viejo… ¿No será mucho?

– Es que tengo hambre…

– Bueno viejo, pero lo haré sólo por ti, para que veas que te sigo

amando.

– Gracias viejita…

– Ya, voy y vuelvo, prepárate para el mejor desayuno de tu vida.

– ¡Ah! ¡Viejita!

– ¿Sí Aureliano?

– ¡Tráeme el diario también!

Doña Tencha se armó de ánimo y partió. Aunque le costó,

encontró todo lo que su esposo le pidió, así que se encerró en la

cocina a preparar con especial cariño cada alimento, y el

resultado fue tan impresionante que tuvo que usar la bandeja del

horno como base para llevar todo a la cama de don Aureliano.

Abrió la puerta con la patita cuidadosamente, entró y vio a su

esposo recostado sobre la cama, con la radio en las manos y su

mirada fija en el techo. Posó la enorme bandeja en un costado del

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colchón y le dijo “listo mi amor, tu desayuno está servido”, pero

don Aureliano no respondió, y claro que no lo iba a hacer, porque

su corazón había dejado de latir pocos minutos antes, junto con

un último suspiro que nadie escuchó. Doña Tencha quedó

petrificada, su cara se tornó roja y sólo abrió la boca para

exclamarle al cuerpo de su amado algo como “¡Viejo

reconchetumadre! ¿Cómo chucha me hací cocinarte todas estas

hueás si te vai a morir mal agradecido culiao? ¡Ojalá te vayái al

infierno Aureliano hueón! ¡Ojalá se te achicharren las hueas allá

abajo! ¡Y ojalá que sigái recagao de hambre mientras te lo pone

Satanás!”.

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MEMORIAS DE UN VIEJO RANCIO

I. MURIÓ LA FLOR.

¿Que desde cuándo soy rancio? Eso sí que no hay cómo

saberlo po Mati hueón. Si preguntai así, de golpe y raja, se me

viene la mente la primera vez que mi instinto me obligó a chupar

hasta quedar cagando sangre, ¿Te conté esa historia? ¿Sí? No

importa, te la cuento de nuevo: tenía yo diecisiete años y la

Paloma dieciséis y medio… lo recuerdo porque cuando nos

conocimos se presentó de esa forma: “Yo soy la Paloma, y tengo

dieciséis y medio”. Me llamaba la atención eso de la Paloma,

nunca se refería a una cifra de forma exacta, siempre le agregaba

el “y medio” al final, vaya a saber uno porqué, a veces las minas

se les ocurren hueás raras y hay que dejarlas ser no más po…

“quiero un pan y medio”, me decía, o “juntémonos en diez

minutos y medio”, o “te daré la pasada cuando llevemos dos

meses y medio”, y así a todo hasta que la pillé, o mejor dicho,

hasta que me pescaron pal´ hueveo y terminé sacándole todo el

rollo… Y es que nunca pesé que la Paloma fuera tan buena pal´

leseo, aunque debí suponerlo cuando me puso un atraque la

misma mañana en que la conocí, como agradecimiento por

haberle dado un poco de confort apenas noté que estaba que se

meaba afuera de los baños del liceo. Nos pusimos a pololear

apenas terminó de echar la corta, y si eso no es amor a primera

vista, entonces no sé lo que es.

Nuestro noviazgo fue como todos los noviazgos que se

tienen a los 15 años: una hueá mamona y sin sentido, fíjate que

lo único que hacíamos era juntarnos a la salida del liceo y dar

vueltas como hueones por una plaza de por ahí cerca, después nos

pegábamos un par de atraques y hasta mañana se ha dicho, “a las

cinco y media en la banquita de al medio”, me ordenaba, y ahí

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partía de nuevo don huea, con la zanja olorosita y hediondo al

perfume barato que le robaba a mis compañeros. En aquella

época ya tenía nociones de lo que era la sensualidad y, por lo

mismo, pasaba sagradamente todas las tardes donde la vieja

tuerta que atendía el quiosco de la esquina y le compraba un

chocolatito con forma de corazón para regalárselo a mi guacha,

¿Qué tal? Yo me metía la mitad a la boca y hacía que ella

chupeteara el otro extremo, ¡Romanticismo puro! Además la

vieja tuerta me juraba que sus chocolates eran afrodisiacos, y yo

tenía que preparar el camino porque cada día estábamos más

cerca de cumplir los dos meses y medio y eso significaba que, tal

como me lo había prometido, la Paloma me descartucharía al fin.

Según la Paloma, nunca había estado con un hombre antes, pero

años después mis amigos me contaron, entre burlas, que les había

dado la pasada a todos desde hace rato, pero no nos desviemos

del tema, ¿En qué iba? ¡Ah! ¡En el chocolate! Entonces, fui donde

la vieja tuerta del quiosco, le compré un chocolate y me guardé

el vuelto en un bolsillo, el chocolatito en el otro y partí con paso

seguro a nuestro encuentro. Unos pocos metros más adelante,

cuando pasaba por fuera de las ventanas que daban a la sala del

Cuarto Medio A, escuché lo que ningún hombre quiere escuchar,

el símbolo de la vergüenza que nos tira la hombría al suelo y cuyo

eco seguirá resonando hasta que aprendamos a vivir con ello…

¡Gorriao`! Fuerte y claro, como profesor pasando lista,

¡Gorriao`! Escuché de nuevo, aunque no sé si me lo repitieron o

el calificativo me quedó rebotando en la mente. Por si las moscas

miré hacia los lados, esperanzado en que el grito fuese dedicado

a alguien más, pero no, nadie había alrededor, a esa hora todos

mis compañeros andaban jugando a la pelota en el patio y las

cabras iban a hacerles barra a ver si les saltaba la liebre en el

tercer tiempo, el grito fue para mí, no cabían dudas, me habían

advertido que algo así me podría pasar, no podía tener tanta

suerte, así que no me quedaba más que agradecer en silencio y

tomarlo como una oportunidad para no hacer más el ridículo

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paseándome de la mano con la pérfida infiel… Pero era la

Paloma, yo la amaba, dejé de juntarme con mis amigos por salir

con ella, gasté las pocas chauchas que mi viejo me daba en

comprarle chicles y chocolatitos, ¿Y así me pagaba? Pensé en lo

que le diría cuando me la topara, unos treinta pasos más adelante,

y te juro Mati, ideé, así a la rápida, un discurso maduro y sensato,

plagado de palabras conciliadoras y sin rencores, pero cuando la

vi sentada al medio del pasillo, con su pelo mojado y sus labios

pintados de un rojo intenso, le grité una cantidad de chuchadas

dignas de un gorriao´ realmente dolido. No hizo ninguna mueca

de molestia o de sorpresa, mis descargos le dieron lo mismo, así

que continuó mascando chicle con la boca abierta y haciendo

globitos de vez en cuando, mientras miraba hacia otro lado para

hacerme saber que no me estaba pescando. “¿Me cagaste?”, Le

pregunté al fin, “¿Con quién?”, “Sí, lo reconozco”, me respondió,

“te cagué medio a medio, pero no sé, no me acuerdo de cómo se

llamaban, no le ando preguntando el nombre a cualquier

desconocido”… “O sea, ¿Fue con más de uno?”, Le consulté casi

llorando, “Sí”, me confesó, “Si quieres la verdad, sí, te gorrié´

con cinco hueones y medio”, “¿Con cinco y medio? ¿Cómo es

eso?” Y me lo aclaró: “Es que con cinco pasó de todo, y el que

iba a ser el sexto no sabía bien lo que estaba haciendo y, en vez

de chantarme la corneta, intentó meterme un coco, y bueno, tú

entiendes… cinco y medio…”. Como no soy rencoroso ni nada

de eso, sólo di media vuelta y seguí avanzando. Con la poca plata

que tenía en el bolsillo pasé al clandestino del guatón Lalo, que

estaba cerca de mi liceo, y me compré una caña de vino para

ahogar las penas, y al rato un viejo chichero, que al parecer

andaba en las mismas, se rajó con otra, y después el guatón, que

también era un gorriao´ connotado, se puso con la última. Camino

a casa me zampé el chocolatito en la jeta para que mi vieja no me

cachara el tufo a tinto, sólo así podía perpetuar mi imagen de niño

bueno y seguir viviendo como si nada hubiese pasado.

Me cachó igual, ya todo estaba perdido.

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II. MEJOR ES MORIR, MORIR.

Pero, tal como tú sabes Matías, el tiempo todo lo

borra… Pero en aquella época el tiempo avanzaba demasiado

lento, así que me convencí de que tenía que eliminar el mal

recuerdo tal como lo hago hasta el día de hoy: curándome como

chancho. No le hice asco a nada: desde el liceo me iba a la plaza

con los cabros de cuarto, y una pilsen tras otra maldecía a la

traidora que me había roto la cuchara. Cuando comenzaba a

atardecer iba a buscarles cháchara a los viejos que se paraban

cada noche en la esquina del pasaje, con la sana intención de que

se rajaran con unas cañitas de vino en el clandestino del guatón

Lalo o donde fuera, para terminar de madrugada esperando que

abrieran cualquier picá´ cercana para ir a nivelar la caña y partir

a clases nuevamente. En esas aventuras de cantina conocí a la

Pepa, una jovencita simpática que había viajado desde Rancagua

a la capital para probar suerte como garzona en el clandestino del

guatón Lalo, justo cuando a este compadre se le ocurrió que debía

ampliar su rubro y no vender sólo copete, sino también ofrecer

buena atención… ¿Qué hueá Mati? ¿Nunca te hablé del

clandestino del guatón Lalo? Puta, ahí era donde trabajaba la

Pepa, un boliche común y corriente en el cual siempre sonaba

música alegre, pero despacito, para que los vecinos no pintaran

el mono por el ruido, y las meseras, muy simpáticas todas,

conversaban larga y tendidamente con sus clientes, todos ellos

señores esforzados que necesitaban relajarse un rato luego de sus

extensas jornadas laborales, y así, con la música bajita, bailaban

toda la noche, aunque lo que más se oía era una sonajera de

zapatos y tacos golpeando el suelo de madera. El único descanso

entre baile y baile se lo tomaban para ir a unas piezas

especialmente destinadas para dormir un rato, según me

explicaron cuando era cabro, aunque nunca entendí bien el

porqué siempre los viejujos salían más cansados de lo que

entraban, pero bueno, no me voy a poner a juzgar yo la calidad

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de los colchones, si nunca los probé… creo… El punto es que

una noche, mientras me tomaba una garrafa con un taxista colega

de mi papá, apareció ella, caminando directo hacia nuestra mesa,

sonriente, efusiva, atrevida, y se sentó sobre mis piernas

presentándose con una naturalidad admirable, “Buenas noches

muchacho, yo soy la Pepa”, me dijo simplemente, “¿Pepa,

cuánto?”, Le pregunté para saber cuál sería el segundo apellido

de mis hijos, ya totalmente enamorado de su figura, “cincuenta”,

me respondió, pensando de seguro que le había preguntado por

su edad, me imagino. Raro de todas formas, a simple vista yo no

le echaba más de veinticinco, pero eso me gustaba de ella, su

mezcla rara entre torpeza y atrevimiento, porque, si bien

estábamos en pleno invierno y ni siquiera la más cabezona de las

piscolas calentaba el cuerpo, lucía un peto escotadísimo y una

minifalda de infarto Matías, voh ni te la imaginái, ni siquiera

comparable con los orcos que te hay comido a lo largo de tu vida.

Me quedé pegado un rato en su perfume, llegando al punto de

enterrar mi nariz en su cuello sólo para olerlo mejor, entonces me

preguntó qué hacía un cabrito tan joven como yo en un lugar

como ese y una montonera de cosas más: que en qué trabajaba,

que si mi familia tenía plata, si acaso iba a pasar la noche ahí, si

acaso mi viejo era millonario, que si la encontraba bonita, que si

mi vivía en una mansión, nada que sonara fuera de lo común, y

en el calor del enamoramiento y la borrachera, vaya a saber uno

las respuestas que yo le daba. A partir de ese momento, todos son

recuerdos borrosos, pero lo que sí no podré nunca olvidar es la

imagen de la Pepa besándome apasionadamente, invitándome a

conocer su pieza, mientras yo no paraba de decirle que la amaba,

así tal cual, a primera vista y sin dudarlo, jurándole que a ella le

regalaría el cielo y la tierra, y si quería que le regalara algo más

era cosa de que pidiera, así de corta, mientras a cambio le pedía

pololeo incansablemente, y ella me decía “sí, papito, lo que

quieras, yo cumpliré tus fantasías, tú sólo déjate llevar”. Al

parecer, el taxista amigo de mi viejo la conocía de antes, porque

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le dijo en algún momento “atiéndeme bien al cabro, mira que está

cero kilómetros, y no te preocupí` por la plata, después voy yo y

me hací un dos por uno”, y si bien no logré comprender del todo

a qué se refería, eso ya daba lo mismo, la Pepa me extendió su

mano, me tomé la última piscola al seco, me puse de pie de un

salto y ¡Paf! Se me apagó la tele.

III. Y VOLVERÉ

Al otro día desperté en mi casa, con una sed del demonio,

sin billetera ni chaqueta, pero enamorado hasta las patas. Corrí a

la cocina, me preparé un litro de ulpo con hielo pa´ la caña y me

lo zampé de un solo trago. En el espejo del baño noté que tenía

cinco vistosos chupones alrededor del cuello, un par de rasguños

y varias manchas de brillo en el pecho. En mi bolsillo derecho se

asomaba una servilleta arrugada y pegoteada con lo que parecía

ser cola fría, que tenía escrito con rouge la confirmación oficial

de lo que había ocurrido la noche anterior: “Corazón, no puedo

creer que al fin tengo un pololo millonario. Te amo. Pepa”. Era

definitivo entonces, estaba pololeando. Mientras hacía memoria,

iba enumerando mentalmente algunas cosas que tendría que

decirles a mis padres antes de presentarles a mi flamante pareja:

de partida, le había inventado a la Pepa que éramos ricos, no sé

por qué, de caliente yo cacho, así que habría que fingir riqueza

por un tiempo hasta crear alguna otra mentira que me zafara de

aquella, quizás una banca rota repentina, qué sé yo… Aunque la

verdad es que nuestra familia sí vivió una época de vacas gordas:

mis abuelos maternos tenían un fundo gigantesco y

tremendamente fructífero en el sur, así que me imagino que mi

subconsciente sacó de ahí semejante mentira en plena

borrachera… ¿Que qué pasó con el fundo? Nada en especial, una

tarde comenzó un pequeño incendio, pequeñísimo, provocado

sólo Dios sabe por qué, pero afortunadamente los bomberos

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llegaron a tiempo y lo apagaron como si nada… Hasta ahí todo

bien, pero a tu bisabuelo, que era un fumador compulsivo, se le

ocurrió tirar una colilla encendida justo antes de irse a acostar

nuevamente, y ahí sí que se quemó todo… Yo aún ni nacía,

aunque de todas formas puedo comprender el porqué mi madre

odia todo lo que tenga que ver con los puchos. Pero continuando

con lo de la Pepa, tenía que decirles también a mis viejos que ella

tenía tres hijos, todos de distinto padre, pero que no se

preocuparan porque estaban bien cuidados en algún hogar de

menores de Rancagua, así que no tendrían que depender de mí en

lo absoluto... por ahora, al menos.

Por lo que fui recordando, se suponía que me tenía que

juntar con ella a las siete de la tarde en afuera del clandestino,

porque de día dormía, según me comentó… ¿Por qué dormía de

día? Puta Mati, nunca lo supe bien, cuando le pregunté me

respondió con una frase extraña, “es que aprovecho el día para

aprender a caminar de nuevo”, y encontré que eran palabras

bonitas, así como las que le gustaban a tu mamá, esas de Coelho,

filosóficas y hueás raras, que simbolizan el destino, quizás, el

camino de la vida, tal vez… Pero bueno, yo no era tan artista

como lo era la Pepa, sabes que siempre he pensado que andar

escribiendo poemitas y cuentitos es de minas y de huecos y…

¿Qué? ¿Por qué me mirái así Mati hueón? ¿Qué te hice ahora?

Salí de mi casa media hora antes de lo pactado, y me eché

algunos escudos al bolsillo para invitarla a servirse algo al

restorán de doña Gemita, pero luego lo pensé mejor y llegué a la

conclusión de que ella no querría ir a encerrarse a un restorán en

su único momento libre, lógico, ya suficiente encierro tenía

siendo camarera donde el guatón Lalo y ahora, lo que necesitaba,

era rodearse de un ambiente familiar, grato, ameno y jovial, ¡Y

ahí se me encendió la ampolleta! ¿Qué mejor que invitarla a

tomar once a mi casa? ¿Bonito, o no? Claro que sí po Mati hueón,

si yo soy un romántico de tomo y lomo, no como los cabros de

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hoy en día que son llegar y ponerlo… O sea, sí, es cierto, con la

Pepa fue llegar y ponerlo, pero en esta primera cita oficial

aprovecharía para comenzar desde cero… Llegué al clandestino,

miré mi reloj, marcaba las diez y cuarto… me asusté por un rato,

pero luego recordé que no da la hora bien desde… ¿Desde cuándo

será? En realidad jamás he visto que esté a la hora… O sea, jamás,

salvo a las diez y cuarto del día y a las diez y cuarto de la noche,

son dos veces al día, peor es na´. De todas formas, la Pepa no se

demoró mucho en aparecer. La vi salir del clandestino como

quien ve a una diosa descendiendo del Olimpo, con su cabellera

mojada, pantalones y chaqueta de cuero más unos tacos enormes

que me hicieron pensar que me vería chico caminando a su lado,

pero filo, mejor así, más pinta tiraba junto a la tremenda mina…

Lo penca eso sí, era que la Pepita venía fumándose un pucho tras

otro, ¡Y a mi vieja le cargaba el tufo a cigarro! Te lo dije, ¿Cierto?

Pero bueno, pico, iba a tener que acostumbrarse no más, en una

de esas invitaba a la Pepa a vivir conmigo, en mi pieza, dos

enamorados bajo el mismo techo, en las noches la iría a dejar al

clandestino, y por las madrugadas, cuando me fuera a clases, la

pasaría a buscar, todo era perfecto Mati hueón, en mi mente todo

era idílico, y la fantasía se acentuaba al observar a la Pepa

caminando hacia mí, darle una última bocanada a su cigarro y

escupir su chicle al aire para luego plantarme un calugazo de

película Mati, un beso que me dejó tiritón, porque apenas juntó

sus labios con los míos me metió la lengua hasta el contre, una

lengua larga y gorda que, sin dudas, sabía manejar con maestría.

Extrañamente, en su lengua traía un pelito cortito, así como bien

crespito, “de seguro debe ser de alguno de sus hijos que la vino a

visitar”, pensé, “debió haberse despedido de un beso en la frente,

y se le quedó este pelito pegado”, que lindo, ¿No? Y así, en pleno

beso, comienzo a notar cómo los parroquianos del guatón

salieron a la calle para sapear con quién estaba la Pepita y, sobre

la misma, comenzaron a cuchichear sobre quién sabe qué, para

luego entrar en patota nuevamente al clandestino no sin antes

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gritar al unísono un potente “¡Gorriao!”, que, te juro Mati, hasta

el día de hoy me sigue retumbando hasta en el hoyo.

IV. DE OTRO BRAZO

Mati hueón, la vida nos juega bromas extrañas, ¿No creí?

¿Cómo me iba a engañar la Pepa, si apenas llevábamos un día

pololeando? Eso es ridículo, ¿O acaso me vai a decir que se metió

con otro inmediatamente después de que yo me fuera del

clandestino? ¡Ja! ¡Ni que fuera maraca po! Si ella estaba

trabajando, atendiendo las mesas, y sólo se tomó un descanso

para hablar conmigo, obvio que el grito era para otra persona…

Ahora, no sé por qué habrá sonado justo cuando la Pepa me besó,

pero así son las grandes casualidades de la vida… ¿De qué te reí

cabro hueón? ¡Obvio que fue casualidad! Y yo las casualidades

las tomo con normalidad, sobre todo cuando me pasan más de

una vez… ¡Y créeme que me pasó muchas veces! Si le tomaba la

mano a la Pepa, y escuchaba ¡Gorríao´! Que le daba un beso, y

escuchaba ¡Gorriao`! Que le decía te amo, y escuchaba

¡Gorriao´! Pura coincidencia no más, hueveo de curaos, quién

sabe. El punto es que a la Pepa no le causó mucha gracia la

situación, se tomaba la cabeza con ambas manos y refunfuñaba

“¿Por qué chucha gritan tanto? ¡Que no dejen pasar la caña

tranquila estos tulacortas culiaos!”, Y a mí igual me dio

vergüenza la situación, de cierta forma me sentí responsable, mi

única labor era que todo saliera perfecto, y puta, no estaba siendo

así.

Al cabo de un rato los gritos de “¡Gorriao`!” fueron

cesando… Y es que fueron tantos seguidos, y tan fuertes, que me

imagino que así cualquiera se cansa. Ya po`, dijo la Pepa,

movamos la raja luego, que tengo turno a las doce. Tan

trabajadora y esforzada que me salió, pensé, ¿Podía acaso ser más

afortunado? De ninguna manera Mati hueón, de ninguna manera.

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V. CÓMO QUISIERA DECIRTE

“¿Y ésta es tu casa? ¿En serio es tu casa? ¿No era que vivíai

en una mansión?” Me consultó la Pepa, algo extrañada aún ante

semejante sorpresa, “Nuestra casa, si así lo deseas”, le respondí,

confiado en el éxito de nuestra relación, “puede parecer humilde

a simple vista, pero es grande y lujosa en cariño, ¿Me entiende?

Pase Pepita, avance con confianza, tome lo que quiera, o siéntese

en el sillón mientras voy a avisarle a mis taitas que su futura nuera

vino a conocerlos…”. Igual se veía nerviosa, para qué andamos

con cosas, en su rostro noté un par de gestos raros, y comenzó a

mascar chicle de modo frenético cuando miró las fotos familiares

que decoraban el living… “¿Él… él es tu papá?” Me preguntó

luego de un rato, “Sí pues Pepita, él es don Aureliano, igual de

encachao` que yo, ¿O no? Ya, espéreme aquí que voy a buscar a

sus suegros”, le respondí a lo galán… pero con las mujeres nunca

se sabe Mati hueón, son un verdadero enigma, sobre todo mi

Pepita, que de un segundo a otro se puso pálida y no habló más.

Se tumbó en un sillón y, en lo personal, preferí ni preguntarle por

su cambio de actitud, la dejé solita y partí a la pieza de mis viejos

a avisarles que teníamos visita. Mi viejo estaba tirado en la cama

escuchando a Los Ángeles Negros, y mi vieja tejía plácidamente

a su lado, así que ni se inmutaron cuando me vieron. “Padres”,

les dije con el tono de voz más serio posible, “vengan al living,

les quiero presentar a mi polola”. Mi papá saltó de la cama,

sorprendido, “¿Tení` polola, boquiabierto?” Me consultó

incrédulo, “sí po` viejo”, le respondí, “y la invité a tomar once”.

Mi vieja levantó la mirada y le comentó con tono burlesco “viste,

yo te dije que el cabro no era maricueca, y tú dale que dale con

que no me iba a hacer abuela nunca, vas a tener que comerte tus

palabras”, y antes de que se pusieran a discutir, les paré el carro

en seco y les pedí que se levantaran de una vez, porque la

chiquilla se me iba a aburrir tanto rato esperando. “Mamá”, le dije

antes de que salieran, “no te pongas a pelar a medio mundo, no

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vaya a ser que mi polola sea pariente de alguna de tus víctimas,

¿Bueno? Y viejo… por favor viejo, no mostrí` la hilacha”, le

supliqué recordándole todas las desubicaciones que se había

pegado a lo largo de su vida. Y es que mi viejo era muy pastel,

¡No como uno, que intenta ser un ejemplo! Fíjate que varios años

atrás le había dado por desaparecer por noches enteras, sepa Dios

en qué pasos andaba, y mi vieja lo penqueaba porque volvía

hediondo a pucho mezclado con colonia barata, además de

marcas extrañas por todo el cuerpo, pero ese día no le permitiría

ninguna desubicación, todo tenía que salir perfecto. Mi vieja se

puso de pie primero y, en conjunto, le ordenamos a mi viejo que

se fuera a pegar una lavada de cara, porque se veía impresentable.

Al asomarnos al living, la Pepita no nos vio de inmediato, así que

mi madre aprovechó la ventaja para examinarla de pies a cabeza,

¡Y es que mi vieja desconfiaba de todas las decisiones que yo

estaba tomando últimamente! Sobre todo desde que me había

dado la locura por la jarana, así le expliqué que desde ese día mi

vida cambiaría, la Pepita sería mi rehabilitación, y por lo mismo

tenía que darle un recibimiento a otro nivel, acogerla como a una

hija más, pero no había caso, la continuaba mirando feo,

cuestionando su ropa, maquillaje, gestos, y todo empeoró aún

más cuando notó que la Pepa, cara de palo, sacó un pucho y se

iba a largar a fumar ahí mismo. “Oiga niñita”, le dijo irrumpiendo

drásticamente en el living, “¿Usted no sabe que en casa ajena uno

tiene que pedir permiso para encender una de esas cochinadas?”.

La Pepa pareció no inmutarse, se puso de pie en actitud defensiva

y, justo cuando iba a responder, llega mi taita gritando “¿Dónde

está mi nuera? ¡Venga a darle un abrazo al tío Aureliano que

quiere saludar…! Chucha la hueá…”. Mi Pepita no respondió

nada, agachó la cabeza y, luego de un par de segundos, comenzó

a levantarla pausadamente, y ahí comenzó lo raro… Mi viejo

empalideció. Yo lo miro. Mi vieja lo mira. Él mira a mi vieja. Mi

vieja mira a la Pepa. La Pepa mira a mi viejo. Mi viejo da media

vuelta y sólo atina a salir arrancando. La Pepa suspira, prende el

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cigarro, mi vieja no le dice nada y sólo atina a seguir mirándola.

Desde la ventana del living vi como mi viejo corrió calle abajo,

gritando un sinfín de cosas sin sentido, “¡Cómo me fue a

encontrar esta perversa!”, chillaba refiriéndose no sé a quién, si

en la casa sólo estábamos nosotros, y una que otra incoherencia

que no fui capaz de comprender. Corría y corría, como si el

mundo se fuese a acabar, hasta perderse en una esquina y

desaparecer de mi vista. No supe de él durante dos años.

VI. Y BUEN VIAJE

Al cabo de un rato dejé de buscar la silueta de mi padre en

el horizonte, se esfumó simplemente y ya nada había que hacerle.

La confusión que estaba sintiendo se terminó de manifestar en un

repentino mareo, así que me afirmé de las paredes y avancé hasta

el sillón, donde me tumbé como saco de papas justo antes de notar

que la Pepa ya no estaba, se había marchado sin decir nada, de

seguro avergonzada por el show lamentable de mi taita… ¡Y es

que cómo se le ocurre mandarse uno de sus berrinches justo

cuando le voy a presentar al amor de mi vida! “Estos hueones

deben estar locos”, debe haber pensado la Pepa, y se fue no más.

Mi vieja ni siquiera se refirió al tema, no volvió a mencionar a mi

padre hasta que éste volvió, y cuando le preguntaba si sabía algo

de él sólo me cambiaba el tema y seguía con su vida, y si le pedía

que me explicara el porqué mi viejo había reaccionado así, me

dejaba hablando solo… ¿Si acaso busqué a la Pepa? ¡Claro que

sí po Mati! Me fui a parar al frente del clandestino del guatón

Lalo cada noche durante casi dos años, con un ramo de flores y

un anillo para pedirle matrimonio… pero nunca apareció. Una

tarde vi a una de sus colegas y le pregunté por ella, me contó que

estaba fundida con un viejo que había salido de no sé dónde y

que, según se comentaba, era el papá de uno de sus hijos, y que

había dejado todo por volver con ella, casa, familia, todo… ¿Si

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acaso me dolió? Claro po, me dolió, y mucho, algunas noches,

mientras hacía guardia afuera del clandestino, creía ver su silueta

desnuda reflejada en alguna ventana del local, pero debieron ser

visiones generadas por la locura que me vino producto del

despecho, visiones que jugaban con mis sentimientos de la forma

más extraña… figúrate que incluso a veces, cuando iniciaba mi

retirada, creía ver a mi viejo saliendo sigiloso del clandesta del

guatón… imaginaba que me miraba y murmuraba algo como

“¡Chiquillo de mierda, hasta cuándo!”, Y salía arrancando

nuevamente, corriendo tal como corrió aquel día lejano en el cual

nos abandonó. Y es que la mente le hace bromas crueles a uno,

¿No creí? Pero bueno, esperé lo que tenía que esperar y, luego de

darme cuenta del jugo que estaba dando, di vuelta la página y

preferí quedarme con el buen recuerdo de la Pepita, al menos

hasta que conocí a tu madre… y aunque muchos me tildaron de

ahueonao por todo lo que me costó olvidarla, eso me da lo mismo,

la gente no entiende lo que es el amor, por eso te cuento mi

historia, para que la difundas y les haga entender a quienes

quieran leerla que de ahueonao no tengo ni un pelo, y que si lo

soy… ¿Qué tanto? Total… ¿Quién en este mundo no lo es?

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ÍNDICE

7 Prólogo

8 El inicio

12 La Chubi (o “La hija del tío Pato”)

16 El viaje a Puerto Varas

19 El mechoneo

21 La Morocha (o “La hermana del tío Pato”)

24 La estatua humana

28 La llamada y el beso

32 El pub

34 La boleta

38 La operación

42 Eso sí, esto si es punk rock

47 Cumpleaños n° 9

49 Wladimir

51 Mis abuelos paternos

54 Memorias de un viejo rancio

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“Hijo de Tigre”

de Matías Belano

es un trabajo que recopila relatos

del blog “Hijo de Tigre”

www.hijodetigre.cl

Este libro se terminó de imprimir

en el mes de agosto del 2015

en los talleres de la

Editorial Isidora Cartonera,

Santiago de Chile.

http://isidoracartonera.yolasite.com