HOLMBERG - La Bolsa de Huesos

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EDUARDO LADISLAO HOLMBERG

-1896-

La Bolsa de Huesos

Eduardo Ladislao Holmberg

Ral Barn Biza (18991964)Este libro ha sido re-tipeado y restaurado digitalmente del original publicado en 1896 por Daniela Andrea Minolfi para AMIGOS DE BAR N BIZA. Forma parte de la Biblioteca Virtual Ral Barn Biza, dedicada al rescate de libros descatalogados e incunables.

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I LAS ARMONAS DEL VIENTO REGRESABA de un viaje largo y penoso, y en la confusin del primer momento, los abrazos de la familia, las atenciones del equipaje y el estallido de felicidad al encontrarme de pronto en el hogar, sent renacer muchas alegras que me vedara la contemplacin de las llanuras y montaas, los bosques y los ros de mi tierra, tan rica y tan hermosa, pero tan absorbente y dominadora por el influjo de esa misma belleza y que me haba transformado ya en una especia de vagabundo como un beduino, si no hubiera sido por los imanes del corazn y el vrtigo avasallador de una ciudad en que se respira una atmsfera intelectual y necesaria. Al rumor de torrentes, remplazaba el tumulto de los grandes centros urbanos; al aroma de los bosques, el humo de 40.000 cocinas; al poncho, el sobretodo; a la montaa de cima nevada, el frontispicio corintio; al asador, la parrilla; al cuchillo de monte, el cubierto, y al rebenque, la lapicera. A las primeras preguntas,responden las promesasde prximas narraciones de lo que no se escribe. La correspondencia esta ah, toda ntegra. Al travs de las lenguas, el itinerario se ha seguido por telgrafo y sobre el mapa, y las interrupciones y expectativas que motiv el desierto, se compulsarn ms tarde con los apuntes de la cartera de viaje. Procedamos con orden. Coloquemos las colecciones bajo techo, no sea que la lluvia inesperada penetre en los cajones y las dae. Ya est. Y despus de una polica personal tan minuciosa como sea posible, que comienza en la peluquera y contina en el bao, vamos a la mesa, y demos rienda floja a las curiosidades respectivas. En la serie de preguntas y respuestas perfila el deseo de conocer los tesoros recogidos en lejanas comarcas. Los cajones se abren. Al aparecer una mariposa de esplndidas alas, brotan en coro las exclamaciones, y al brillar el plumaje rutilante de un picaflor de fuego, se oyen blasfemias femeninas que lo elogian como adorno de tocado. Aqu estn las piedras; all los herbarios. - Es sta la vbora de cascabel? - Qu linda rana! - Qu pescadito es ste? - Aqu hay huesos humanos. - Y esos cachorros? Los amigos y parientes acaban de leer la noticia de la llegada

y aumentan la barba, y en

rueda.

Los

compaeros

transfigurados, ya

sin

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posesin de sus actividades urbanas, asisten a la supresin del mantel, pieza que no figuraba en las cenas de los bosques. Todos hablan, todos preguntan,todos responden,y la animacin del cuadro parece no debiera concluir. Una mano infantil y traviesa levanta un crneo y lo muestra a los circundantes. Los componentes se apoderan de l, lo mira, lo examinan, y declaran que pertenece a una raza indgena y sin mezcla. - A propsito dice Alberto -, tengo algo que te puede ser til. - De qu se trata? - En la casa de una familia amiga de mi relacin viva, hace algn tiempo, un estudiante de medicina, que ha dejado all una bolsa de huesos, y no saben qu hacer con ella despus de haberse retirado l; los quieres? - Mndamelos; no faltar algn estudiante a quien le servir. puedan - Maana los tendrs aqu. - Dnde es la casa? - Calle Tucumn, nmero tantos. - Y ests seguro de que son huesos de estudio? - Ya lo creo! - Has conocido al estudiante? - Yo no; pero la familia, s. - Y no podran ser huesos con los que tuviera algo que hacer

la polica?

- No embromes! - No; pero es bueno que te lo avise. Hasta el momento, el lector no ha tenido motivo para interesarse con el desordenado prlogo que procede a sta lnea, y casi se siente inclinado a abandonar una lectura que, desde el principio, le ha ofrecido un despliegue de asuntos personales y muy poca materia de curiosidad. Pero est en un error, y es verosmil que, juzgando con imparcialidad y sano criterio, reconozca en el autor algn motivo para ofrecerle una madeja enredada en vez de una copa transparente y rebosante de copioso licor. Si tiene la bondad de acompaarme en lo sucesivo, abrigo la esperanza de que cambiar de opinin y, si me disculpa ciertas referencias a actos propios, quiz llegue a apasionarse, como me sucedi a m, al adquirir conocimiento de una historia tan extraa como la que voy a referirle. Desde este instante, reconoce con facilidad que las mariposas y los picaflores no tienen ninguna intervencin en ella, y que, si alguna vez se nombran, se debe a las

exigencias de una ornamentacin que no daa, como sucede con ciertos lunares traviesos, junto a ciertas bocas de gnero confite. Regresaba, pues, de un viaje.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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Al da siguiente recib una cartita de Alberto en la que me anunciaba el envo de la bolsa de huesos, y como la carta y la bolsa se acompaaban, vinieron ambas a mi poder al mismo tiempo. Tratndosede huesos humanos, de propiedad de un estudiante, y ms an, en el momento en que organizaba las colecciones y manuscritos de viaje para entregarme a las tareas de gabinete, poco era el inters que me inspiraban, as es que coloqu la bolsa, sin abrirla, en un rincn del escritorio, y la carta en un carta en un cajn de la mesa de escribir. Durante algunas semanas estudi y escrib con entusiasmo. La mayor parte de material se haba destruido en buenas manos de especialistas, yo determinaba lo que me corresponda en la divisin del trabajo, y los manuscritos avanzaban. Algunas veces, a causa de las manipulaciones microscpicas, o por necesidad de cambiar de postura, despus de dos o tres horas de estar escribiendo, levantaba la cabeza y vea la bolsa en el rincn; pero no lo hacia con indiferencia, y sin que despertara en m otra cosa que el recuerdo de su origen. No soy supersticioso; aunque a veces, para dar gusto a los homepatas, cuando como rabanillos o alguna otra legumbre que contiene azufre, se despierta en mi cerebro una idealidad extraa que se parece por algo al misticismo, y me salta en la memoria, como una liebre fosforescente, aquella estrofa de Echeverra: Las armonas del viento dicen ms al pensamiento que todo cuanto a porfa la vana filosofa pretende altiva ensear. Nunca he aprendido nada en el rumor del viento: pero la fantasa goza sin duda al modelar imgenes sutiles y graciosas, despertadas por una msica tan vaga como intraducible. De todas maneras, aquel misticismo no tiene nada de hostil. Si se apodera del nimo cuando estoy escribiendo, mayor es el placer que experimento al pensar en castellano; leo en voz alta lo que va naciendo en el papel, y me parece ms dulce, se me ocurre que las figuras son ms blandas, y que la imaginacin se pasea como entre una nube de criaturas etreas, hadas o silfos, que se baaran en un ambiente de transparencias irisadas. Gema, pues, el viento en la ventana, y su canto gratsimo acompaaba, por decirlo as, la descripcin que estaba haciendo de una gruta, en la que slo deba intervenir la severidad

del gelogo, y no los fantaseos de un poeta. Pero no poda escribir con la gravedad que deseaba, y, del tiempo en tiempo, una frase lujosa, involuntaria, descompona el conjunto de las rocas

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rgidas. Establecindose una lucha entre las acciones de la razn, de la voluntad y del lirismo, y comprend que el numen cientfico me abandonaba. Solt la pluma y encend un cigarrillo. Mientras las nubecillas azuladas jugueteaban en torno mo cerr los ojos, y escuch las armonas del viento. De pronto se dej or el grito estridente de una lechuza, tan inesperado como siempre, lo que me oblig a abrir los ojos, y vi, sobre la bolsa de huesos, una imagen furtiva de lechuza, simple coincidencia, sin duda, de la interposicin de una nubecilla de humo, y de la proyeccin exteriorizada de la forma mental del ave nocturna, evocada repentinamente por el grito. No poda ser otro modo, porque, sobre la bolsa no haba tal lechuza . Quise continuar escribiendo, mas no pude. No encontraba los gritos naturales, ni las palabras propias, y a cada momento miraba la bolsa. Recog entonces los papeles, y procur dejar la mesa tan desocupada como fuera posible, y acercndome al rincn, tom la bolsa y la desat, colocando uno por uno los huesos sobre aquella. Cuando ya no qued ninguno, les di sus relaciones naturales, y empec a examinarlos metdicamente. Era el esqueletote un hombre joven, como de 23 a 24 aos, de estructura fina, de 1,75 aproximadamente de alto, sano, dientes magnficos, crneo armnico, y en el que un frenlogo habra reconocido, adems de las exteriorizaciones seas de una inteligencia equilibrada y superior, las eminencias de la veneracin, de la benevolencia, de la destructividad y de la prudencia. No puedo decir de un esqueleto humano lo que dije del rumor del viento, porque me ha enseado mucho, y, los mejor dotados, han aprendido ms; tengo la conviccin de que otros han aprendido y algunos nada. El nico hueso que le faltaba era la cuarta costilla izquierda, una de las que queda frente al corazn, y esta circunstancia trivial me hizo pensar que muchas cosas que no tenan de razonables sino las vaguedades inaccesibles de la posibilidad. Durante un momento me cruc de brazos, y al pensar en dos antecedentes que me revelaban un examen ligero, se me ocurri lo que podra haber sido aquel pobre joven, fino e inteligente, muerto en la flor de la vida, y que, por los azares inextricables de la fatalidad, haba dejado su esqueleto para estudio, l que, por la

complexin de su crneo, pareca destinado a brillar en el mundo intelectual. No soy supersticioso, ni completamente egosta. Sent algo bien definido como una afliccin, pensando en muchas cosas, sobre todo en la injusticia de la suerte, que mata a un crneo tan hermoso, y probablemente tan lleno de cerebro superior, y deja vivos tantos crneos huecos.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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Y al pensar as, observ de pronto que la msica del viento volva a entrar por la ventana y a penetrar por la puerta los rayos alegres de un sol de invierno.

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II EL FREN LOGO Jams haba pensado que un esqueleto pudiera tener tanta influencia en mi carcter, siquiera fuese por algn tiempo. Pero la sombra de aquel joven me persegua, como si yo hubiera tenido alguna parte en su triste suerte, y no slo me asaltaban dolorosas reflexiones cuando me encontraba en el escritorio, cerca de sus huesos, sino tambin fuera de all, y aun durante los sueos. En el curso de mis estudios me fue necesario consultar cierta obra de que careca. Faltaba tambin en la Biblioteca Pblica, en el Museo y en los gabinetes de las facultades, y slo una casualidad me permiti revisarla. Un joven mdico, amigo mo, la cit en cierto artculo que public en un diario, y esto me hizo pensar que l la tendra. Inmediatamente fui a visitarle, y al poner mi tarjeta en manos de una criada que sali a recibirme, ella me dijo que el doctor saldra dentro de un momento; que entrase en su gabinete y le esperara. As lo hice. Apenas hube colocado el sombrero en la percha, me entretuve en revisar los estantes, y como mi amigo era metdico y todos sus libros se hallaban clasificados por materias, no me fue difcil encontrar el que deseaba. Pero el armario estaba con llave. Entonces empec a pasearme por el saln, mirando las figuras de la alfombra, lo cual es un entretenimiento que impide al que espera impacientarse contra la persona esperada y ocuparse de sus defectos antes que se sus virtudes. En uno de esos movimientos de vaivn, levant la mirada y observ un escaparate de cristal,en el que haba un esqueleto. Mir maquinalmente primero, como miramos siempre los mdicos tales conjuntos, y de pronto qued perplejo. Me pareci que aquel esqueleto era el mo, es decir, el que yo haba dejado en la bolsa, en un rincn del escritorio. Era de hombre joven y habra jurado que de unos 24 aos, tena dientes magnficos y una cabeza inteligente y armnica, en la que resaltaban los caracteres frenolgicos del crneo conocido. Esto podra haber pasado inadvertido, porque en aquel momento la preocupacin mayor era la de la obra por consultar; pero una circunstancia curiosa vino a sacudir en alto grado mis recuerdos y preocupaciones anteriores y fue la de haber observado que la cuarta costilla izquierda no le corresponda en el sentido individual, aunque s en el anatmico. Esa costilla era ms oscura, no haba sido

suficientemente blanqueada y la curva externa era un poco mayor. En ese momento, entr mi amigo en el estudio.

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- No deja de ser un milagro el verte por aqu dijo, extendiendo la mano con franqueza. - Los milagros estn de moda. - Cmo le va? - Ya lo ves. - Y qu andas haciendo? - En tu ltimo artculo has citado tal obra, y acabo de ver, en uno de los estantes aquellos, que la tienes. Necesito consultarla. - Quieres que te la enve a tu casa? - No, la consultar aqu. El joven doctor abri el armario y sac el libro. Un instante despus, quedaba satisfecho. - Bueno, mil gracias. Ahora, pasemos a otra cosa. Tienes disponible media hora? - Y ms, si quieres. - No; basta con media hora. - Sintate, pues. Tomamos asiento. - Quieres decirme le pregunt- cmo has conseguido ese esquelet o? - Hombre, del modo ms sencillo. T sabes que rara vez un mdico conserva los huesos en que estudi los primeros aos, porque siempre hay estudiantes que los necesitan, ola humana que perpetuamente se renueva, y que, al regresar satisfecha de su incursin, slo conserva el disgusto de no llevar un etmoides, porque ese hueso se invent para ser robado. Cuando me doctor, me pareci que un esqueleto hara un papel distinguido en mi gabinete, y pensaba mandar traer uno de Europa; pero el tiempo fue pasando y al fin me habitu a su falta. Hace algunos meses vino a verme un amigo que estaba enfermo. Despus de examinarlo y recetarle me ofreci un esqueleto. - Y de dnde puedes sacar uno t?- le pregunt. Casualmente dijo una familia de mi relacin tiene uno en su casa, donde lo dej olvidado un estudiante de medicina. Ignoran su paradero actual y tendran un gran placer en verse libres de tales huesos. Mndamelo. Algunas horas despus, el esqueleto desarmado estaba en mi poder, y aunque he empleado mucho tiempo en ello, me he entretenido en armarlo yo mismo. - Y la cuarta costilla izquierda? - Le faltaba, y ped una a un estudiante. - Perfectamente. Has de saber que yo tengo uno, tan igual a se, que, en el primer momento, pens fuera el mismo. Tambin carece de la cuarta costilla. - Es singular; mas no veo en ello nada de maravilloso.

- Tampoco yo; pero tu no has estudiado los caracteres individuales de se esqueleto porque, si lo hubieras hecho habras encontrado lo

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mismo que yo. Un crneo como se no es lo ms vulgar sobre hombros humanos. - Te prevengo que mi ignorancia en materia frenolgica - Corre pareja con la ma. - No es lo que quiero decir, porque t eres un original y capaz de haber estudiado ciencia de Gall y de Spurzheim. - Puedes decir lo que quieras; pero he sido testigo de tales cosas, en lo que a esto refiere, que me atrevo a sostener que nuestra ciencia mdica, representada por sus dignos sacerdotes, comete ms errores en el diagnstico o en el tratamiento que un amigo mo a quien jams le he visto cometer, como frenlogo, una sola equivocacin. - Nuestras facultades han rechazado siempre la frenologa. - Ni t ni yo estamos llamados a modificar sus decisiones, porque, sin darles la razn, nos han dominado con su indolencia al respecto. - De modo que piensas que en ella hay algo? - Lo bastante para abrigar la conviccin de que somos unos ignorantes en esa cuerda. - Necesitas este esqueleto? - No; a ti es a quien necesito; pero no ahora, sino cuando llegue el momento. Mi amigo frunci el entrecejo y me mir con cierto aire escudriador, el mismo que yo empleo cuando tengo la sospecha de que mi cliente est loco. - No gastes tus miradas le dije -, porque llegar un momento en que te harn mucha falta para averiguar y aprender lo que ni t ni yo sabemos en este momento. - No me hables en ese tono misterioso. Dime ms bien lo que piensa s. - Seor doctor, nadie debe ser ms discreto que un mdico. Disculpe si seora la advertencia y otra vez no me mire de ese modo. - Te has ofendido? - No, porque te conozco, y s que eres tan curioso como yo. Lo nico que te pido es que no hables una palabra de lo que hemos conversado. - Pero me dejas en ayunas. - Si te dijera algo ms, quedaras autorizado para sospechar de la integridad de mis facultades. - Lucido voy a estar ahora. - Ten paciencia. Antes de una semana volver a visitarte, y

entonces te podr comunicar lo que me preocupa. - Adis, compaero. - Ah!, olvidaba algo. Hazme el servicio de decir a tu criada que si vengo a estudiar ese esqueleto abra el escaparate, si no hay inconveniente. - Absolutamente ninguno. - Gracias; hasta pronto eh?Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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Y despus de estrecharnos afectuosamente la mano, me retir, dejando al doctor Pineal en la puerta de su estudio, pensativo, cejijunto y curioso. No poda ms. Aquella coincidencia, tan trivial aparentemente, haba incendiado mi cerebro con la fiebre de la pesquisa, y lo que ms me molestaba era mi ignorancia en un arte tan difcil para el que no tiene el numen, ni la escuela especial, ni la obligacin. En qu laberinto iba a sumergir mis facultades? Poda acaso contenerlas? Si ellas queran averiguar algo, si tenan la inspiracin de dirigirse por sendas desconocidas, Por qu habra de contrariarlas, provocando en ellas el tumulto? En vez del numen, tendran la voluntad a su servicio; en reemplazo de la escuela, el criterio que pondera los hechos; en lugar de la obligacin, la curiosidad insaciable y la prudencia. Con estos elementospodra no comprometer ni a mi capricho ni a ninguna persona, evitando, en cuanto fuera posible, que la polica interviniera en estas averiguaciones guiadas por el buen sentido y las espontaneidades de la induccin y deduccin, ya que no por la competencia. Corr a mi casa y escrib una tarjeta: Sr. D. Manuel de Oliveira Czar. Si est desocupado vngase inmediatamente con la persona que le entregar esta tarjeta. Se trata de algo muy interesante que no puede menos de poner en juego su sagacidad y habilidades. Media hora ms tarde, Manuel penetraba en mi escritorio, cuyas puertas cerr. - Aqu tiene usted le dije, despus de saludarlo cordialmente un esqueleto. Se trata de un joven de 24 aos aproximadamente. Necesito que usted me estudie el crneo. Diez minutos despus de examinarlo, me dijo: - Aqu veo la destructividad y el espritu analtico muy desarrollados; la prudencia, la veneracin - No me diga parte por parte lo que encuentra. Lo que yo necesito es que me exprese de una manera categrica y terminante de quin era ese crneo. - Este crneo era de un estudiante de medicina o de un medico de vocacin. - Muy bien; vamos a ver otro. El frenlogo quiso darme algunas explicaciones. - Es intil le observ-; sern observaciones perdidas,

porque, es este momento, no debo distraer con ellas los rumbos de mis facultades. Tomamos un carruaje, y dimos al cochero la direccin del doctor Pineal. Algunos minutos despus tocbamos un timbre elctrico.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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sorpres a.

- El doctor ha salido; pero ya vuelve dijo la criada. - No dej dicho nada ms? - S, seor; que si usted vena, le hiciera entrar. - Nada ms? - Que abriera el armario del esqueleto. - Vamos, pues. El armario fue abierto, y la cabeza separada. Manuel la tom, y, despus de examinarla, me mir con

- Qu es esto? dijo. - No s. Puede ser que as como hay familias que sirven de modelos a los artistas, haya alguna que sirva para dejar esqueletos a los mdicos. - No embrome! Usted ha encontrado alguna semejanza, cuando me ha trado para estudiar ste tambin. En qu averiguacin andar metido? - Ah!, amigo; ah est el busilis; pero qu es en definitiva? vocaci - El crneo de un estudiante de medicina o de un n. medico por - Perfectamente. Ahora, vamos a otra parte. Pero, como tengo que poner a usted en antecedentes para que me ayude con la inspiracin, le recomiendo que observe esta cotilla. - No le pertenece. Es la cuarta izquierda ? -Muy bien. Desde este momento, si usted se asombra de algo o manifiesta de algn modo indiscreto su sorpresa, no le confiar ni una palabra. Di unas palmadas, y llam a la criada. Cuando vino, le dije: - Dgale al doctor que le doy las gracias. - As se har, seor. - Adis. - Ustedes lo pasen bien. Al subir otra vez al carruaje, dije al cochero: - Calle Tucumn, nmero tantos. Cuando el coche par en la direccin sealada, echamos pie a tierra junto a una casa de aspecto decente. El zagun tena puerta vidriera, y en el patio haba tinas y macetas con plantas: camelias, jazmines, rosales, unas cicas, filodendros, azaleas; en los hierros del aljibe y en las paredes unas coronas de claveles del aire. En la pieza que daba a la calle sonaba un piano bajo la presin de dedos juveniles y

femeninos. Llamamos. Sali a recibirnos una nia de 14 aos, ms o menos. - Muy buenos das, seorita. - Para servir a ustedes. - Vive aqu el seor Equis? - S, seor; pasen ustedes adelante; voy a llamarlo. - Quiere usted entregarle esta tarjeta? - Muy bien.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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Y se alej corriendo. A los pocos minutos penetr en la sala un caballero como de 50 aos, de estatura mediana y aspecto grave. Despus de los saludos de estilo, nos invit a sentarnos. Y anticipndome a sus preguntas: - Seor le dije -, esta visita es la ms curiosa que usted se pueda imaginar. - En efecto; no se me ocurre a qu la debo. Sin embargo, sea cual fuere el motivo, para m es una satisfaccin. - Mil gracias. Si no le es inoportuna por el tiempo y si nos puede conceder media hora, le quedar muy grato. - Todo el tiempo que usted quiera. - Gracias, seor. A pesar de su amabilidad, me ver obligado a suspenderla, si el envo de mi tarjeta no representa ms que una banalidad social. - No, doctor; usted no es para m un desconocido. Soy uno de sus lectores ms asiduos. Sus primeros escritos me causaron sorpresa, la que fue mayor cuando le vi por vez primera, porque pensaba que usted era alto, rubio, delgado, de ojos azules y anteojos, de un tipo as por el estilo de Carlos Antonio Scotti, nuestro comn amigo, y por el cual, con la recomendacin, pude leer su trabajo sobre La bota fuerte y el chirip como factores de progreso. - Scotti es un excelente amigo. - Y ese trabajo despert en m una gran simpata. Su ltima disertacin sobre la mentalidad del cangrejo es suya desde la primera lnea hasta la ltima; pero, en el capitulo final, El cangrejo en administracin y poltica Ja, ja, ja! - Pasatiempos, seor. - Bonitos pasatiempos, los suyos. No quisiera yo figurar entre sus cangrejos. - Me complace mucho lo que usted me dice, porque siempre haba pensado que mi cuerda era la sentimental. - sa es obra pour la galerie. - S, seor; crame. Por eso me dan la figura que usted ha descrit o. - Lo pensar. - De todos modos, sus afirmaciones me garanten lo que deseaba saber, y me autorizan a pensar que puedo hablarle con toda confianza. - Con la ms absoluta confianza.

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III EL RETRATO - Hace algn tiempo, vivi aqu un estudiante de medicina, el cual dej olvidada una bolsa de huesos. - Es verdad, y Alberto me los pidi para usted, con lo cual nos prest un gran servicio, porque no sabamos qu hacer con ellos. - Y el estudiante? - No he vuelto a saber de l. - Bien, seor. Tenga ahora la bondad de prepararse a escucharme con paciencia, y no tome a mal que le ruegue no me interrumpa, precisamente para que usted vislumbre, en presencia del conjunto, lo que yo no me atrevo a formular todava. Le refer entonces lo que el lector ya sabe. Cuando hube terminado, me mir con asombro y dijo: - Pero yo no vislumbro sino que usted sospecha algo as como un crimen misterioso! - Ah est precisamente el error que yo tema. An no veo nada, y usted se anticipa de ese modo, me va a hacer prejuzgar. - Pero esto me extraa mucho. Usted metido en esta clase de averiguacione s? - Y por qu no? No le parece que, para usted, por el momento, es infinitamente mejor que sea yo y no la polica quien ande en ellas? - Pero, para m, es absolutamente lo mismo. - No lo pongo en duda. - Y esto tiene alguna proyeccin policial? - Proyeccin policial? Qu tiene que ver la polica con las novelas que yo escribo? - Pero , no comprendo. - Justamente; porque usted cree que es una pesquisa, y no es ms que una novela. - Y los datos recogidos? - Son los que dan verdad a la cosa. Si llego a un desenlace, la publico; si no, la dejo apolillar o la quemo. - Y a esto llama usted sentimentalismo? pregunt. - S, toda vez que usted no insista en que es policial.

- Pero, en todo caso, yo siempre podr probar, con ms de cien testigos, que los huesos que usted recibi eran de un estudiante, en cuya mesa de trabajo los han visto casi todos los das. - Pero, seor, quin lo duda?Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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- Es que todo lo que usted ha referido me ha dejado un poco nervioso, y, si hubiera sido de noche, me habra levantado para ver si las puertas estaban bien cerradas, saltando al menor ruido. - Usted elogia demasiado mi tare, seor y sus nervios. - Es porque estoy perplejo, y no s si en este momento me envuelve usted con la realidad o con la ficcin. - En parte depende de usted el que se trate de una o de otra cosa . - Cmo que de m? - Naturalmente; usted lo ver despus. Tiene algn retrato del estudiante que dej aqu los huesos? - No; pero, si viese alguno, le dira en el acto si era o no. - Qu tipo tena? - Muy extrao. Era un joven como de veinte a veintids aos, fino, delgado, muy lindo; de gran delicadeza en sus modales y costumbres; vesta correctamente, usaba pantaln ancho y bota de charol; pie diminuto, andar resuelto y seco; su color era plido, apenas trigueo; tena un bigotito que continuamente se acariciaba con la palma de los dedos de la mano izquierda. - Y los ojos? - Nunca se los pude ver, porque gastaba unos anteojos muy grandes y oscuros. Lo que no se borraba jams era un ceo que pareca esculpido en su frente. - Y cmo vino a su casa? - Por recomendacin de un estudiante amigo nuestro. Fue en poca en que mis asuntos anduvieron mal, y nos vimos obligados a alquilar piezas amuebladas. Pero eso dur poco, y no tuvimos ms pensionista que l. - Y dnde est el que lo recomend? - No s. - Pero usted dijo que era un amigo. El seor Equis me mir con fijeza, apoy el antebrazo derecho en una mesita que tena a su lado, y el puo izquierdo en la cadera, apret los labios, y, balanceando luego la cabeza de adelante hacia atrs, me dijo con voz sorda y bajando las cejas: - Usted me horroriza con su novela.

- Pero usted se va interesando. De pronto se puso de pie, sali a la puerta que daba al patio, y golpe las manos. - Llamaste, pap? pregunt la chicuela desde adentro. - Dile a tu madre que venga un momento. La seora Equis entr dos minutos despus. Mediaron las presentaciones, y nos volvimos a sentar, cuando la seora lo hubo hecho. - Dime, Julia, qu noticias ha habido de Mariano? - No decan que se haba ido a Europa?Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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- S; pero de esto hace ms de un ao. - Yo no he sabido nada. - Y la familia? - Est en Montevideo. - Y no te ha escrito? - T sabes que mi relacin con ella es muy limitada, y a Mariano lo conoc cuando me lo presentaste. - Averguame un poco Mira, por qu no escribes ahora mismo? Procura conseguirme noticias de Mariano. - Nada ms? - Nada ms. - Entonces, caballeros, con permiso de ustedes - Seora La seora se retir. - Antonio vino a esta casa en el mes de mayo dijo el seor Equis. - Antonio, se llamaba? - S; y a Mariano no he vuelto a verlo desde principios siguiente del junio. - Qu carcter tena el joven Mariano? pregunt Manuel. - El mismo que usted describi en esos dos crneos que ha estudiado. Esto parece horrible! dijo Equis. - Seor; usted se anticipa demasiado. Cuando la familia conteste, podr pensar cualquier cosa; pero antes no, si me permite que se lo haga notar. - Me parece que esta novela de todos modos, usted me har conocer el desenlace, no es verdad? - S, seor; si usted me hace una promesa. - Cul? - No intervenir en este asunto sino cuando le indique el moment o. - Se lo prometo. - Cmo era el apellido de Antonio? - Antonio Lapas. - Y qu vida haca? - Muy simple. En invierno sala todas las maanas, envuelto en una capa, e iba al hospital, segn pensbamos. En primavera y

verano, se lo pasaba leyendo o estudiando. Muy rara vez coma con nosotros. Era de una frugalidad extrema, y muy de tarde en tarde fumaba un cigarrillo. - Nos permitira, seor Equis, visitar el aposento que habit el joven Antonio? - Sin el menor inconveniente. En el segundo patio vimos una patio vimos una pieza aislada, no muy grande. En un rincn una cama, una mesa de noche al lado, una deBiblioteca Virtual Ral Barn Biza

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escribir en medio del aposento, un lavatorio, con los tiles complementarios, un ropero junto a una pared sin aberturas. - Ha habitado alguien este aposento despus? - Nadie, como que no hubo necesidad. En aquel cuarto se senta un perfume extrao, una reminiscencia e perfume; algo sutil, como fantasma de una delicia, un perfume aristocrtico, ms tenue que un rato de luna, y muy chocante al imaginarse uno a Antonio Lapas impregnado de l dentro de su aureola misteriosa. - Se puede abrir este armario, seor Equis? - Cmo no. Y lo abri. El perfume estaba mejor, encerrado all; pero slo menos tenue . - Y este olor? - Es de un agua que Antonio usaba; pero, al pasar a su lado, no se le senta ms, ni mejor que ahora. Nunca pudimos saber cmo lo obtena, ni lo que era, y aseguraba solamente que las sustancias de que se fabricaba venan del Per, segn le haba dicho la persona que le regalara un frasco. - Dgame, Manuel, por qu no procura hacer un retrato con los antecedentes que nos ha suministrado el seor Equis y los que sin duda podra agregar? - Veremos. Ahora, cuando pasemos a la sala, voy a croquis hacer un . En efecto, as lo hizo. Primeramente traz unas lneas blandas de contorno, dentro de las cuales perfil a poco los rasgos indecisos de una cara nunca vista, y provocando luego los relieves con medias tintas esfumadas de lpiz, present su dibujo al seor Equis. - No dijo ste -, haba ms blandura; ms fina la nariz; el bigotito era ms corto. El artista hizo las correcciones indicadas. - Por ah, por ah dijo el seor Equis. - Pero estos rasgos ! observ Manuel, retocando la curva de la - No lo s, caballero; pero Antonio tena algo de frente. esto. Y volviendo a asomarse al patio, llam a la Permtam seora. - Dime, Julia, le encuentras algo? - Mucho, esta parte de aqu, bajo la oreja, era ms delicada, sin embargo, y el bigote, no recuerdas?, pareca que le entraba en e.

la boca por los ngulos. Esta parte, entre la frente y la sien, no era tan marcada a s eso es. La ceja muy fina; pero los anteojos muy grandes de ese modo. No no esa parte est muy bien. Vamos a ver si Julita lo conoce. - S pero los nios podran reconocerlo por los anteojos. - Ave Mara! Qu ocurrencia! No era tan chica la ltima vez que lo vio.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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acaso.

Y llamando a la nia, le dijo: - Ven un momento, mira... De quin es este retrato? El artista le tap los anteojos con una banda de papel, por si - ste es Antonio! - No le deca, seor? Squele la venda ahora. Hecho esto, la nia exclamo: - Es l, es l mismo. Entonces me puse de pie, invitando a mi compaero a - Voy a hacer otro con colores me dijo. - Pero no vaya a alterar ste. Una vez que as lo reconocen, es

retirarno s. suficient e.

- No hay cuidado. En seguida nos de la familia Equis, con todas las cortesas que la urbanidad exige, y con todas las expresiones de agradecimiento por los datos tan interesantes que se nos haban suministrado. Al poner el pie en el estribo del carruaje, dije al cochero: - A la Facultad de Medicina. Mientras el vehculo rodaba, mi compaero estaba inquieto. No saba qu hacer. Le pareca extrao todo aquello, que no se animaba a romper el fuego de la conversacin. Pero no pudo contenerse mucho, y al fin estall. - Me parece que usted va preocupado me dijo-. Y mira a uno y otro lado de la calle como si buscara algo que no es la Facultad. - Tiene razn, amigo, voy muy preocupado; pero no se aflija, porque inmediatamente que encuentre un taller fotogrfico se me pasar. - Y para qu quiere taller fotogrfico? - Porque me estoy acordando del retrato de una linda sobrina suya, que usted retrat idntica de amazona, y a la cual, a fuerza de retocarlo, concluy por darle la fisonoma de Vlez Srsfield. - Vyase al infierno con sus retoques. - No; eso, no; si alguien lo merece es usted, porque usted es el pintor de las inspiraciones; pero creo que ya no pule. - Cmo, que no pulo?

- Digo mal, pule demasiado, porque nunca est contento y sale de su cuerda. En estos casos de evocaciones de un tipo desconocido, la media tinta, mi amigo, nada ms que la media tinta. - Bonita recomendacin la que me hace. - Y qu? No le basta ser maestro en medias tintas? - Pare, cochero. All estaba el taller.

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Al poner el pie en el umbral, mi compaero, echando la cabeza atrs, y mirndome por el travs del mismo medio de los anteojos que llevaba cerca de la punta de la nariz, me tom del brazo y me dijo: - Y si despus de sus elogios no le diera yo el retrato? - Tendra muchos medios para hacrmelo entregar. - A ver uno? - Complicarlo en esta novela, obligndole, por lo menos, a declarar todo lo que ha visto u odo desde que le mand la tarjeta. - Usted no hara semejante cosa. - Por qu? Una vez en plena investigacin, las consideraciones se enfran, y amanece en el espritu una especie de crueldad serena, que es como la justicia personificada. - A ver otro? - Hacer yo un nuevo retrato, ya he visto el suyo. - Me rindo; aqu est. El fotgrafo atendi nuestro deseo, y nos prepar una tarjeta del tamao de las comunes. Una vez hecha, se adquiri el negativo, que fue inmediatamente inutilizado. Y en marcha. - A que no se acuerda de una cosa?- Pregunt a Manuel. - No s a qu se refiere. - Qu hora es? - Las dos y media. - Y no hemos almorzado. - Diantre! Tiene razn. - Y ahora vamos a almorzar en la Facultad. - En la Facultad? - Dentro de dos minutos. - Y por qu? - Porque all tienen unos pastelitos de hojaldre muy jugosos y muy nutritivos; ahora lo ver. - Pero, hombre!, parece increble! Las dos y media! Nos apeamos en la Facultad. - Est el secretario? - S, seor; pase adelante. - A qu se debe su visita? nos pregunt el secretario, despus de los saludos y de tomar asiento. - A pedirle un dato. Quiere usted decirme si ha figurado en los cursos de estos tres ltimos aos un estudiante cuyo nombre es Antonio Lapas? - Qu Lapas, ni qu camarones? Acaba de estar

aqu el doctor Pineal y me ha preguntado lo mismo! No slo le dije que no conoca tal nombre, sino que me hizo revisar todos los libros. - El doctor Pineal ha estado aqu con ese objeto?Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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- Como usted lo oye, mi querido doctor. - Pues bien, mi querido secretario; el doctor Pineal sabe lo que hace. Y para qu pregunt tal cosa? - Qu s yo? Me cont una historia de un estudiante Lapas, del cual peda datos la familia, que est fuera del pas. - Eso dijo el doctor Pineal? - Eso mismo. - Pues entonces, seor amigo y colega, el doctor Pineal es un hombre prevenido y que sabe tomar el rumbo. Eso mismo me trae a m tambin. - Siendo as, ya sabe lo que hay. - Ah! No; eso no. Yo no puedo firmar una carta con datos que se me han dado, sino con datos recogidos por m. - Y no es suficiente el que le doy? - se es uno; pero yo quiero ms. - Y qu otro puedo darle? Saqu la cartera, y escrib en una hoja en blanco: 1 El seor secretario de la Facultad de Medicina no conoce al estudiante Lapas. 2 El seor secretario afirma que en los libros de la Facultad no existe tal nombre. 3 He revisado tambin los libros y no figura en ellos. - Ahora bien: usted comprende, seor secretario, que, para enviar estas tres afirmaciones, necesario es que usted me permita revisar los libros. - Eso s. Si quiere revisarlos, ahora mimo; y si los quiere desde la poca en que usted era estudiante, tambin. - Perfectamente, al fin todo se reduce a leer unos cuantos cientos de nombres. - Aqu estn. Manuel se haba cruzado de brazos, y me miraba con cierto aire de misterio. Revis los libros. El nombre de Antonio Lapas no figuraba en ellos. Antonio Lapas no era, ni haba sido, pues, estudiante de Medicina en la Facultad de Buenos Aires, y , por lo tanto, Antonio Lapas era un nombre supuesto, si es que era estudiante, o el joven Lapas no era tal estudiante, y s un impostor. Llev la mano al bolsillo y saqu la cartera. La abr, y tomando la tarjeta fotogrfica se la hice ver al secretario. - No conozco esta cara. - Est usted completamente seguro se ello? - Completamente.

Entonces escrib: 4 El seor secretario no conoce, por el retrato, a Antonio Lapas.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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tarjet a.

- Querra usted hacer llamar al portero? - Ahora mismo. Cuando el portero penetr en el despacho, le hicimos ver la

- Conoce usted algn estudiante de este tipo? - No, seor; ninguno. Yo escrib: 5 El portero de la Facultad tampoco lo conoce. Y dirigindome a Manuel: - No le dije, compaero, que aqu se almorzaban unos pastelitos de hojaldre muy jugosos y nutritivos? Qu le parecen estos libros? - Demasiado jugosos. Lo que me extraa es la venida del doctor Pineal. - A m no, porque probablemente la familia le ha de haber escrito a l tambin. Pero usted no ha visto una cosa que acabo de encontrar aqu: el nombre de Mariano N. en las listas del ao pasado. Dgame, seor secretario, no pregunt el doctor Pineal por este estudiante Mariano N.? - No; pregunt solamente por Nicanor B. Sent como fro en la espalda, lo que atribu a la circunstancia de encontrarme en ayunas. - No he visto esos nombres en las listas de este ao. El de Mariano N. no figura en las de ste, y el de Nicanor B. ya no figura en las del ao pasado. - Se han recibido? - No; el ltimo dej en tercer ao, y el otro en cuarto. - Y qu clase de estudiantes eran? - Dos notabilidades; casualmente los he tratado. Nicanor B. era un insigne calculista, y Mariano N. un msico distinguidsimo. - Es cierto!- dijo Manuel. - Los conoci usted, seo?- pregunt el secretario. - No, seor contest, turbado-, pero he odo hablar de ellos. - Y desde el punto de vista mdico?- pregunt. - La vocacin personificada. - Por qu abandonaron los estudios? - No sabemos nada; y, lo que es peor, han desaparecido. - Desaparecido! Y es posible que dos estudiantes de medicina desaparezcan, especialmente dos tan

distinguidos? - Si fueran esos los nicos! All nos detuvimos. Una pregunta ms, y la novela perda su carcter de tal.

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IV LA FIEBRE INVESTIGATRIZ

inquieto .

El coche volvi a andar. Mi compaero sonrea y se pona serio alternativamente. El sentimiento de haber cometido una chambonada le tena

Para que aquella no se repitiese, resolv que la herida se refrescara, as es que le hice la breve alocucin siguiente: - Dgame un cosa: si esta novela fuese leda en el departamento de polica, en presencia, por ejemplo, de mis amigos Otamendi y Udabe, qu diran ellos cuando llegramos a un Es cierto! emitido por un frenlogo, y en presencia nada menos que del secretario de la Facultad de Medicina, en el momento en que se hablaba de dos estudiantes desaparecidos? - Pero es que no he podido contenerme, porque es cierto que uno de los crneos revela el calculista y el otro, el msico. - Y se es el modo como usted quiere interesar a los lectores? Es decir, entonces, que, para usted, ya es cosa resuelta que esos dos crneos pertenecen respectivamente a las cabezas de Mariano N. y Nicanor B.? - Haga usted todas las novelas que quiera; pero, para m, eso es cosa resuelta. - Y si yo le dijera que esos crneos son de mujeres? - Ah! - Ya ve entonces que no hay que precipitarse en las deducciones. Este asunto no est resuelto. Vea. Lo mejor es que ahora nos vayamos al centro en vez de irnos a nuestras casas. Almorzaremos a vapor, y en seguida continuaremos enredando la trama, que ahora parece que no necesita de nosotros para enredarse ms. Hicimos parar el coche en la primera rtisserie que encontramos y nos propusimos desquitarnos. Al lector no le interesa el saber si el saln era lujoso o no. Ahora quiere seguirnos como la sombra al cuerpo, como el rastro a la estrella errante, como la consecuencia a las premisas. - Mozo!

Voil. Fiambres para los dos. Un bife con papas Y usted? Yo tambin. Mozo! Cunto tiempo tardar el bife? Un cuarto de hora. Oh! Tengo tiempo de ir al correo bueno usted contine ya vengo.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

-

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- Pero, hombre! - Cochero, al correo! Al cuarto de hora estaba de vuelta y me qued sin fiambres. El bife estaba bien cocido y las papas una delicia hueca. - Y qu diablos ha ido a hacer al correo? - Unos simples telegramas a las Facultadas de Medicina de Montevideo, de Crdoba y de Santiago de Chile. Amigo, hay que averiguar mucho antes de decir: Es cierto! Usted quiere convertir ya a ese pobre Lapas en un destripador, o despostador, sin fijarse en otra cosa que en los crneos estudiados. - Hable lo que quiera; lo que es yo, no como el bife fro. - Mozo! Huevos al plato, y un mensajero. - Con manteca? - Los huevos s, y el mensajero pronto. Vino este ltimo. - Toma; te vas corriendo, y esperas contestacin. - Qu manda ah?- pregunt Manuel. - Una misiva para el doctor Pineal. - Dicindole? - Te felicito. El secretario de la Facultad te manda recuerdos de mi parte. Qu editor has elegido? En este momento nos hallamos en la rtisserie tal. Si no vienes, a las cuatro estaremos en tu casa. - Me parece muy bien. Y habr conseguido algo? - Seguramente. Es imposible que no haya seguido un procedimiento igual al mo. Ha mandado llamar al que le hizo llevar los huesos, y con l se ha ido a la casa en que estaban. All ha hecho preguntas, diciendo lo mismo que en la Facultad, ms otras cosas que no son de mi resorte. - Y despus? - Despus ha resultado que el estudiante de medicina, que olvid los huesos que l tiene, se llamaba Antonio Lapas. - Pero entonces una parte de su tarea de usted queda realizada por el doctor Pineal? - Es evidente. - Bien; ms lo que no comprendo es el motivo que le ha llevado a averiguar ese nombre. - La curiosidad. - Entonces l sabe algo? - Claro que sabe que ambos esqueletos tienen una

complexin semejante, que en ambos la cabeza revela lo mismo, y que en los dos falta la cuarta costilla, y lo sabe porque yo se lo he dicho en la primera visita de la maana. - Acabramos! Y si usted saba eso, para qu me llam? - Para que examinara los crneos. - Pero usted ya los haba examinado.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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maestr o.

- S; pero yo puedo acertar al tanteo, mientras que usted es un

- Gracias por el elogio. - Mire, compaero, empecemos por dejar a un lado los cumplimientos. Crame que, en este asunto, slo busco afirmaciones categricas en pro o en contra y de ningn modo prdidas de tiempo. Si resulta un total cero o no, mi disgusto o placer se dividirn, y usted y yo podremos felicitarnos o titearnos. - Y en definitiva, a qu podra llegar el doctor Pineal? - A revelarme que es curioso o impaciente; pero a nada ms. Con lo que usted ha visto ya, o ha odo, puede decir que tiene la clave maestra de la investigacin; mientras que el doctor Pineal no podr saber nada si usted o yo no le revelamos todo lo que sabemos. - Y ese papel que acaba de enviarle, no podra comprometerl o? - A quin? A m? - S. - Qu esperanza! - Sin embargo, esa ambigedad: te manda saludos de mi parte - Un error de redaccin, en ltimo caso, o un titeo. - Es natural, porque los recuerdos esos - Quin lo ha metido a apuntalarme en mi pesquisa? Una curiosidad infantil e infecundaza, y nada ms. - Eran para la abuela, como usted comprende. - Y eso del editor? - No ofrece mayor importancia. El doctor Pineal es un escritor de nota, y nada tiene de particular que est a punto de publicar algo - Convenido; pero l comprender bien lo que se le quiere decir . - Por supuesto. Mozo! El caf. Eran las cuatro menos veinte de la tarde. Despus de un momento, nos retiramos, y dimos al cochero la direccin la casa del doctor Pineal. Haca un instante que haba llegado, y se preparaba a salir para vernos cuando tocamos el timbre de su puerta. - Estoy descubierto! dijo ex abrupto - Cmo le va, seor don Manuel? - Medio desconcertado desde que he empezado a

representar el papel de personaje de novela. - De novela, eh? - As parece - En la Facultad de Medicina. - S; donde se averigua algo de Antonio Lapas y de Nicanor B.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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El doctor Pineal tosi sin ganas. - Mira, compaero le dije -, no te felicito, porque eres mdico, y, como tal, no podas seguir otro camino sin caer en un error grave. Has hecho lo que debas hacer para consolarte en tu curiosidad; pero tu tarea es estril, en el sentido de que se corta al dar el primer paso. - Oye interrumpi-, si supieras el mal que me has hecho al iniciarme en una cuestin misteriosa - Misteriosa! Y misteriosa por qu? - Llmala como quieras; pero ya no gozar de un momento de tranquilidad mientras no saque algo en limpio de este asunto. - Quieres hacerte t cargo de l? - Por qu me preguntas eso? - Simplemente, porque tu impaciencia es mayor que la ma, y as como has averiguado el nombre del estudiante Lapas, yendo a la casa de donde te enviaron los huesos, o hacindolo averiguar por el que te los proporcion - Esto ltimo. - Bien; del mismo modo, podrs averiguar muchos otros puntos que se relacionan con esto, llegando a alguna conviccin como la que has adquirido hoy. - Cul? - La que Antonio Lapas no era estudiante. - Me aflige lo que he hecho. - Es que tu afliccin ha de ser mucho mayor, porque seguramente no te has detenido en lo que yo s que has hecho. - Tienes razn. - Bueno, dime, qu has hecho? - He ido a tu casa. - A buscarme? - No, a averiguar de dnde proceda tu esqueleto. - Mi esqueleto! - Bueno; la bolsa de huesos. - Y qu te dijeron en mi casa? - Que no saban nada de tal bolsa; que la nica bolsa de que tenan noticia era una de papas que estaba en la cocina. - Es claro. - Ya lo ves, de tal palo tal astilla. Me dej tan desconcertado la cosa, que me volv a casa para averiguar ms, y arrepentido de lo que haba hecho. Pero atiende, no embromes, pues. Dime algo que me apacige la curiosidad. - Qu? No faltara ms! Toma un poco de bromuro de estroncio. Ests nervioso y no ves claro. No hubiera sido mejor que, en vez de ir

a mi casa, de la cual, por intermedio de mi tarea, te habran llegado noticias

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claras, te hubieras dirigido a las Facultades de Medicina de Montevideo, Crdoba y Santiago de Chile? - No hablemos ms de esto. Desde ahora me morder los labios y tendr paciencia. Mi accin ha sido una niera. - Claro, pues, te imaginaste que haba alguna relacin entre Antonio Lapas y Nicanor B. Llegaste al punto de pensar que el esqueleto aquel era el de este ltimo joven, sin recordar que Nicanor B. era un gran calculista, mientras que ese crneo que est all tiene hundidos los rganos del clculo. Manuel hizo un movimiento brusco de impaciencia, lo que el doctor Pineal no tuvo oportunidad de observar, porque, simultneamente, dio media vuelta, y se dirigi a los aposentos interiores. - Pero amigo, usted est equivocado: ste es el crneo del calculista. me dijo Manuel en voz baja. - Vyase al diablo con sus afirmaciones, o yo me ir a los infiernos. Por qu no se lo dice al doctor Pineal? Usted se imagina que este individuo es un tonto? No sabe que si no hubiera sido por la gran curiosidad que le ofusca, ya a estas horas, sabra tanto como nosotros? Qu me dice de la ida a mi casa? Si en vez de ser una de mis hijas quien le contest lo de la bolsa de papas, hubiera sido una sirvienta, le dice con toda naturalidad que era Alberto quien la haba mandado, y entonces se va a ver a ste, le pregunta por la casa, va a lo del seor Equis, y abur. - Tiene razn. - Ya lo creo que la tengo. El doctor Pineal es un hombre inteligente y discreto; pero ahora se ha ofuscado, y estando as no me conviene que intervenga en este asunto, porque lo vamos a perder. - Pero, qu quiere que le haga? Yo tambin soy nervioso y me pareci que lo que usted deca era un error o una mentira. - Es natural, porque en una novela hay que mentir. Mire, maana, antes de las ocho, el doctor Pineal se habr buscado un tratado de Frenologa, una cabeza de yeso con las regiones, y aunque no sepa contrabalancear los rganos, como usted lo hace, para deducir su carcter, estoy seguro de que sabr que en aquel crneo las eminencias del clculo no estn hundidas. Pero maana ser otro da, y el fracaso de hoy le contendr en los lmites de una expectativa razonada y amistosa, porque hoy no ha procedido con la cortesa que le es habitual. En eso volvi el doctor. - Sabes una cosa? le pregunt-. Yo he ganado mucho con tus andanzas de hoy. - Cmo as?

- Muy sencillamente. He adquirido la conviccin de que, a estas horas, te encuentras absolutamente persuadido de que el nico mvil que me inspira en estas averiguaciones es la curiosidad. - Tienes razn. - Ests ocupado en este momento?Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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esquelet o?

- No. - Quieres llevarnos a la casa de donde proviene aquel

- No es suficiente lo que ya sabes? - No lo es. - Y por qu no vas maana? - Porque puedo ir hoy. - Caramba, compaero! No voy a tener tiempo: dentro de media hora tengo una junta. - Bueno; no hay que afligirse. Ir sin ti. Quieres darme la direccin ? - Europa, numero tantos. - Fiii! Est lejos! Se anima, Manuel, a que vayamos hasta all? - Ya lo creo. - Bueno, compaero; hasta maana o pasado. Tranquilzate y te prometo comunicarte muy pronto un resultado cualquiera. Que no se diga que un mdico ha perdido su serenidad, y especialmente a causa de un asunto que no le incumbe. Hasta maana. - Hasta maana. - Pues amigo, a pesar de sus afirmaciones, yo insisto en que ese esqueleto es el de Nicanor B. dijo Manuel cuando el carruaje ech a andar. - Ya le he dicho que ese esqueleto es de mujer. - No es de mujer. - Bueno; no es de mujer, ni de mono tampoco. - Con una salida semejante, me parece que no tiene ms ni menos razn. - Tengo la que me hace falta. - Bah! Puede ponerse tan serio como quiera, pero no me doy por vencido. - Lo que yo deseara es que se diera con una piedra en los dientes. Le parece que tres visitas a lo del doctor Pineal, hoy, son un juguete? - Para m, no: pero como usted me dijo que iba a ponerme en el secreto de la cosa. - Es que no me atrevo. Si tuviera sangre de pato, podra mirar

con indiferencia lo que va saliendo de todo esto; pero es que me he metido en un berenjenal, y los nervios me bailan de impaciencia. El frenlogo me mir, sonriendo por debajo del bigote, y dijo: - No es impaciencia lo que tiene, es fro en el espinazo. - No; ni tengo fro, ni me falta la serenidad suficiente para continuar esta investigacin hasta el fin. - Mire, amigo: yo lo conozco bien, y en su cara he visto la conviccin de que esos dos esqueletos son lo que digo: el uno de Mariano N., y el otro de Nicanor B. En su lugar, yo me ira a ver a uno de los jueces deBiblioteca Virtual Ral Barn Biza

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instruccin, o a uno de los comisarios de pesquisas, y le dira todo lo que ya he reunido. Me guardara muy bien, porque estas investigaciones, llevadas a cabo con un fin novelesco, podran servir perfectamente para iniciar un sumario criminal, en el que tendramos que figurar a cada momento, y para cuyo desarrollo nos estaran llamando a cada instante. - Pero, si eso es molesto para usted, mayor molestia ser la de llevar a cabo la indagacin sin que intervenga la justicia oficial. - Tampoco es exacto eso; porque, siguiendo mi tarea solo, ser cuando me agrade o lo juzgue oportuno; mientras que, entregndola a otros, me llamarn cuando se les ocurra y quizs cuando no me convenga distraerme. Adems, el mecanismo de nuestra administracin de justicia es muy complicado: no hay un criterio definitivo en lo que se refiere a procedimientos, y de aqu la frecuente discusin sobre prerrogativas o atribuciones usurpadas. Tengo tambin un deseo vehementsimo de llegar a un resultado que espero tocar muy pronto; pero no as noms, precipitando las investigaciones y llevndolo todo por delante, sino en los momentos oportunos, y con la reposada cadencia del canto llano. Por otra parte, una pesquisa de esta clase es relativamente ms fcil para un particular que para un empleado de polica, porque a aquel se le tiene menos desconfianza. Y adems, quin le dice a usted que las autoridades en cuyas manos coloca el manuscrito de mi novela no me daran con la puerta en las narices en el momento que yo supiera que se haba descubierto algo y que quisiera conocerlo? - No es posible. - Bah! Y dgame, cree usted que nadie sabe nada de esto? Piensa acaso que la desaparicin de estos dos estudiante no ha movido todos los resortes disponibles de la justicia ordinaria para dar con su paradero? - Pero es que sera imposible no dar en el clavo una vez puesta la mano en l. - No crea. Esta cuestin es de un carcter tal, que, si usted no la comienza desde el principio, es imposible casi hallar un extremo y desenredar el ovillo. - Entonces a usted le parece que la justicia no sabe nada? que lo - No puedo tener opinin en tal caso; pero lo que es ignoro. seguro, es - Pues yo creo que algo saben. - Es una ventaja el creer algo; y lo que es ms interesante es que usted cree tambin que esos dos esqueletos se llaman respectivamente

Mariano y Nicanor. - Y usted lo cree tambin. - No es cierto. - Pero lo sospecha. - Eso es otra cosa. Adems, usted sabe que har de ellos lo que convenga a mi argumento.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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- Y as va a ponerme en antecedentes, como me lo dijo, para que le ayudara con inspiracin? - Y qu ms antecedentes quiere que los que ya conoce? - No me bastan; necesito ms. - Pues, amigo, contngase con la racin que ha recibido. Yo no s nada, y mis sospechas son tan extraas, que sera ridculo se las comunicara. Vea: lo nico que puedo anticiparle, es esto, ms que una sospecha, se va transformando en conviccin: la bolsa de huesos que yo tengo fue olvidada por Antonio Lapas en lo del seor Equis, y, segn lo averiguado por el doctor Pineal, el esqueleto que l tiene fue olvidado tambin, dentro de una bolsa, en la casa a la cual vamos, por el mismo joven. Este doble olvido es una cosa muy extraa. - Y la conviccin? - Lo que le digo: que es una cosa muy extraa. - Pero entonces yo tambin la tengo. - Mejor! Se imagina que haya tres personas en el mundo que la tengan en este asunto? - Bueno; usted habla en tono de broma. - Quiere entonces que me eche a llorar? Le voy a comunicar, sin embargo, una cosa. Si llegara a adquirir una conviccin definitiva respecto de Antonio Lapas, y a transformar en certeza lo que ahora no es ms que una posibilidad, me guardara muy bien de comunicarlo a nadie, porque para m, es un tipo extraordinario que necesito conocer bien. - Entonces, si usted llega a reservarse eso, yo tambin me reservar una observacin de diferencia que existe en los dos crneos, y que, ms tarde, podra serle muy til si la conociera. - Lo cual sera una prueba de la inspiracin con que me ayuda . - Cmo! - Claro, pues; yo le he dado los antecedentes que le ofrec, qu ms quiere? Ah! A propsito, estudi usted el desenvolvimiento de la personalidad de los crneos? - Entonces usted lo conoca? - Eso no es una respuesta, por ms que sea una contestacin. Par el coche. Estbamos en la

casa.

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V LA LETRA

el dueo de casa.

Una vez all, nos apeamos y golpeamos. Sali a recibirnos una negra joven, a la que preguntamos por - Aqu no hay dueo de casa, sino duea. - Muy bien, se la puede ver? - Voy a avisarle. Un momento despus, apareci en el patio una seora gruesa

y entrada en aos.

- Adelante seores! - Manuel dije entre dientes-, usted, que es ms amable, encrguese de averiguar de esta seora lo que el doctor Pineal averigu en la Facultad. Mi compaero hizo una cortesa, y dijo: - Seora: venimos a molestar a usted, y no hemos querido traer una presentacin, porque el objeto de nuestra visita no la reclama. - Pasen ustedes a la sala. - Como usted guste. Penetramos en la salita, y la seora nos invit a sentarnos. - El caso es que hemos recibido cartas en las que se nos piden noticias de un joven, estudiante de Medicina, el cual, segn nos lo ha dicho el doctor Pineal, vivi en esta casa. - Cul? Nicanor B.? - No, seora; Antonio Lapas. - Ah, s; cmo no! Pero en las cartas que yo he recibido, me preguntan por Nicanor B. Parece que ese mozo ha desaparecido, y era muy buen estudiante. Saben ustedes algo de l? - No, seora. - Cunto les agradecera que me dieran alguna noticia! Porque se conoce que la familia est desesperada. La ltima vez que habl con l, hace como un ao y medio, me dijo que pensaba irse a Europa; pero, como era bastante mentiroso, no le hice caso. - Pues, seora, ser para nosotros un verdadero placer el comunicarle cualquier cosa que llegue a nuestros odos.

Mi compaero saba que nunca le comunicara nada. - Les quedara eternamente agradecida. Ay! Si vieran ustedes las cartas de la familia! Pues han de saber ustedes que, de Antonio Lapas, tampoco tengo noticias. Vivi aqu unos tres meses, y despus no volvi

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ms; pero, como era medio hurao, aunque muy atento, eso s, no le tenamos tanta simpata como a Nicanor. - Qu edad podra tener? - Jovencito, como de veintin aos. - Y el tipo? - Lindsimo; tan lindo que las muchachas de nuestra relacin se pirraban por l. - Sin embargo, nos ha dicho una persona que lo conoci, que era antiptico por el ceo adusto y los anteojos negros. - Vea, seor; para m ese muchacho era un misterio. En cierta ocasin, estando en la mesa, entraron algunas nias al comedor, y le pidieron que se sacase los anteojos para verle toda la cara. - Y consinti? - Qu haba de consentir? Dijo que jams hara tal cosa, porque tena unos ojos tan feos y repulsivos que solamente al vrselos le tomaran odio. - Entonces por eso los usaba? - Mentira de l no ms. Cierta maana entr yo a su cuarto, y lo encontr dormido y sin los anteojos; pero met bulla en el laboratorio y despert sobresaltado. El ceo era farsa y los ojos, qu cosa, seor! Yo no he visto ojos ms divinos; eran como para enloquecer a cualquier polla. Unos ojos grandes, negros, aterciopelados; la verdad es que no eran ojos para un hombre. Saqu la tarjeta fotogrfica y se la hice ver. - S dijo-, por este estilo, as era; pero ms lindo. En aquella ocasin que les dije, se haba olvidado de cerrar su cuarto y lo dej abierto, as es que pude entrar y sin querer lo despert. En cuando se dio cuenta de lo que era, se puso los anteojos y marc el ceo. S; ese mocito deba tener historia. Ningn muchacho con los ojos tan lindos se los tapa. Pues ese retrato est bastante parecido. - Est ocupado el cuarto que habitaba Antonio? - En este momento, no. - Y lo ha estado despus que l se retir? - S, seor; sucesivamente por dos personas. - Nos permitira usted visitar ese cuarto? - Por qu no? La seora nos llev a un aposento interior amueblado con toda sencillez, tanto que la nica diferencia que ofreca con el de la casa del seor Equis era que, en vez de armario, haba all una cmoda. - Ustedes lo conocieron?

- No, seora; recin hace poco que hemos tenido noticias de l, con motivo de las cartas de la familia. - Pues vea usted lo que son las cosas: yo no saba que tuviera familia; jams lo o decir una palabra. - Parece que era muy reservado, verdad?Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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- A matarlo. - No era amigo de pasear? - Jams. Cuando vino a esta casa, recomendado por Nicanor, era a fines de invierno. Sala temprano, envuelto en una capa, y deca que iba al Hospital. Volva a eso de medio da, se le llevaba de comer a su cuarto, y no sala ms. Muy rara vez coma en familia. Fuera de su carcter, lo nico que nos llamaba la atencin era un perfume exquisito que usaba. - Es verdad; as nos lo han dicho. Y a qu se pareca ese perfume ? - No s a qu podra compararlo. Tena de todo y de nada. Debe haber tenido sndalo, porque en esa cmoda se conserva un poco de olor, pero muy poco. Ahora vern ustedes. La cmoda era de cuatro cajones. La seora abri el de arriba y nos acercamos. Era el mismo olor que ya conocamos, y la duea de casa tena razn, porque, a pesar de ser muy tenue, ofreca un poco de sndalo. - No se conservar mejor en los otros cajones? - Puede usted abrirlos, si quiere; lo que es yo, no me animo, porque estoy muy vieja y muy gruesa, y no me puedo agachar. Al abrir el de abajo, vi un pedazo pequeo de papel, adosado a la tabla del frente y me pareci que en l haba algo escrito. - No tena algunos cuadros en las paredes? - S, ver usted. Y mientras la seora se daba vuelta para sealar el sitio que ocupara un grabado que representaba a Beethoven en casa de Mozart, hice un movimiento como para cerrar el cajn, que se resista con una habilidad extraordinaria, y poniendo en ejercicio el pauelo, me apoder de aquel papelito. - All haba otro que representaba a un pianista; cmo era que se llamaba? Pero qu memoria la ma! - Cmo era el cuadro, seora? - El pianista est sentado, y una blanca figura, como de vapor, y con un arpa - S, el ltimo pensamiento de Weber. - Justamente. Los otros eran cuadros de tragedias, de hospital y de batalla. - Dgame, seora, en esa cmoda se ha guardado alguna ropa o algo que no fuera de Antonio?

- No, seor; nunca. - No extrae usted la pregunta; se la he hecho porque me pareca que en uno de los cajones haba un perfume que no era el mismo. - Qu esperanzas! Jams us otro. - Pues vea usted, seora: los datos que usted ha tenido la bondad de comunicarnos, coinciden perfectamente con los que se nos han remitido, y es seguro que el joven, de que usted nos ha hablado, es Antonio.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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Cunto le agradecemos todo, y cunto le agradeceramos las noticias que nos comunicara! - Pierdan ustedes cuidado. Por su parte, no se olviden de Nicanor, eh? - Seora, aqu estn nuestras tarjetas, y srvase disculpar la molestia que le hemos causado. - De ninguna manera. - Nos permite usted retirarnos? - Son ustedes dueos. - Mil gracias; seora, a los pies de usted. - Psenlo ustedes muy bien. Cuando el carruaje volvi a andar, mi compaero estaba serio . - Amigo me dijo-, esto es muy interesante. - Y para m ms; porque no slo debo agradecerle sus datos frenolgicos comunicados, sino tambin los que me reserva. - Djese de embromar. - No, es que ahora yo traigo mi pauelo perfumado con el aroma que usaba Antonio Lapas, y se me ocurre que un artista como usted podra solicitrmelo para su coleccin. - La verdad es que debe haber sido un agua exquisita. Pero, vamos a los serio. - Lo ms serio ha sido la cuestin del ceo falsificado, y los ojos negros del tamao - De un plato. Mire, amigo; en estas ocasiones, los ojos deben abrirse del tamao de una sanda. Vio usted cuando met el pauelo en el cajn? - S. - Y no vio nada ms? - No. - Pues sepa que yo recog una prenda de Antonio. - Qu prenda? - Una mina. - Es posible? - Fjese en este papelito. - Tiene algo escrito? - Pero cmo sabe que es de Antonio? - Observ usted alguna diferencia en el olor de los cajones? - No. - Yo tampoco; pero como la vieja no poda

agacharse, seguramente no iba a meter en ellos la nariz para averiguarlo. Lo nico que me ha extraado ha sido que usted no dijera delante de ella que no haba observado tal diferencia. - Lucido me pone.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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- Es que usted no ha comprendido mi pregunta. Al afirmar la seora que slo haba habido ropa de Antonio Lapas en esa cmoda, yo he adquirido la seguridad de que este papelito le pertenece. - Tiene razn. - Yo siempre creo tenerla cuando la tengo - Es su peor defecto. - Otros ms irracionales que yo creen lo mismo, y a usted le consta que no la tienen. - Y qu dice el papelito? - No lo s. Lo veremos al llegar a casa. - Pues, amigo, me ha hecho usted un flaco servicio al iniciarme en este asunto. Estoy preocupado, afligido - Y curioso. - Tambin. De todas las maneras, si no fuese porque tengo la seguridad completa de que esos dos esqueletos son los de los estudiantes Mariano N. y Nicanor B - Dle con la misma. Vea, vamos a transar. Dgame lo que ha observado en los crneos, y yo le dir despus lo que pienso del asunto. - Si usted me hubiera dejado presentarle mis observaciones con regularidad, ahora sabra tanto como yo; pero no quiso sino que le diera mi opinin de conjunto y de un modo categrico. - Es muy natural, porque yo quera una sntesis para ese momento, y esperaba que llegase otro para pedirle nuevos datos. - Bueno: Mariano N. es el msico. - Convenido. - Nicanor b. es el calculista. - Perfectamente. - En Mariano, la personalidad soberana; ese individuo no sabe mentir, no sabe negarse, no sabe ni siquiera disimular. - Muy bien. - Nicanor B. es un individuo - Diga: un crneo. - Vaya por el crneo. Nicanor B. puede y sabe mentir porque es egosta; pero su personalidad no tiene, como el otro, los mismos vnculos con la benevolencia y con la veneracin; su emotividad es ms animal; en el otro es ms ideal; su astucia y su prudencia equilibran de un modo admirable la destructividad; pero por la

inteligencia y el clculo. - No ve, amigo, cmo yo tena razn al llamarle para queme estudiara esos crneos? No me diga ms por ahora. - Es que - Es que usted va a entusiasmarse y a olvidar que los dos crneos son de mujeres.

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- Vyase al infierno con sus dos crneos de mujeres. Usted tiene la combatividad desarrollada como un tigre, y por eso insiste en mortificarme con aquella afirmacin. - Pero la ma es una combatividad ideal. - Qu ideal, ni qu msica; es una idealidad de titeo. - Y quiere algo ms ideal? El titeador ms grande que ha habido fue Aristfanes, y sin embargo, usted sabe lo que de l dijo Platn, lo recuerda? - Dijo que, desterradas un da las Musas del Parnaso, buscaron un asilo - Y lo hallaron - En el alma de Aristfanes. - Ya ve, pues Pero vamos a llegar a casa, usted tiene razn. Yo tambin estoy convencido de que esos dos esqueletos pertenecen respectivamente a Mariano N. y a Nicanor B. - Si tena que caer al fin en eso, hombre. - Pero debo prevenirle que, eh? ni una palabra de todo esto. Llegamos a casa y despachamos al cochero. Sin detenernosun instante, penetramos en la sala y encendimos la luz. Mi amigo tom asiento, y, por mi parte, me acerqu a un mechero y examin el pedazo de papel que haba secuestrado de al cmoda de Antonio. Entonces tuve oportunidad de observar que era un final de carta, de la que slo quedaban algunas palabras, y de estas una mina, un tesoro, una revelacin, un nombre! - Me da usted su palabra de honor de no confiar a nadie ni siquiera un gesto de lo que debemos reservar, especialmente lo que voy a contarle? - Se la doy. - Vea este papel, y particularmente lo que dice. Manuel qued estupefacto. Slo le haba faltado adivinar aquello. - Qu es?, qu es?- pregunta un lector impaciente. Es un documento de prueba. Con otro semejante, la novela toca a su fin. Pero falta. Cuando Manuel se repuso de la sorpresa, convinimos en no hablar ms del asunto hasta que llegara la oportunidad. - Tome nota le dije- de lo que he observado en los crneos; pero desgnelos como M. y N. o con 1 y 2, para no consignar nombres. Este asunto toca ya a su desenlace y conviene

usar de la mayor discrecin posible. En aquel momento me entregaron dos sobres cerrados.

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Eran telegramas que venan de Montevideo, Crdoba y de Santiago de Chile. En ninguna de las tres facultades conocan el nombre de Antonio Lapas. Pasamos al comedor para ocupar dos asientos, para ms reservndonos tarde. Al terminar, fuimos al escritorio, y tomamos all el caf. No tuvimos tiempo de ocuparnos del asunto, porque entraron visitas, y la conversacin rod de tema en tema, como sucede casi siempre. Uno de ellos fue la fractura de una pierna que haba sufrido una persona de nuestra relacin. - Es grave?- pregunt uno. - Mucho ms que si hubiera sido en la canilla. - Dnde fue? - En el cuello del fmur. Parece, por la contraccin, que ha sido un pico de flauta o de clarinete y que las dos porciones cabalgan. - No comprendo dijo uno de los presentes-, tienes aqu un fmur para que me lo expliques? - Espera un momento. Y acercndome a la bolsa de huesos, saqu un fmur, y expliqu al curioso lo que deseaba. Como era la primera vez que aquel individuo tocaba un hueso humano, lo tom, y acercndose a un pico de gas, empez a examinar las impresiones y agujeros de vasos, las estras de las inserciones y las superficies. - Pero, hombre! dijo de pronto-, este hueso lleva escritos los nombres de las partes, porque supongo que las palabras trocnter, cuello anatmico, cabeza, cndilo, le corresponden. Sin grande aparato, me acerqu al amigo, y tomando el fmur lo examin. - En efecto, le corresponden. La letra que estaba escrita en aquel fmur era la misma del papel hallado en la cmoda. No habr remedio. Era forzoso aceptar que Antonio lo haba escrito.

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VI OTRA VCTIMA Ms tranquilo ya, y, resuelto para m el problema casi definitivamente, es decir, satisfecha hasta cierto punto la curiosidad que me haba consumido y pensando que era necesario encontrar a Antonio Lapas en alguna parte, para arrancarle su secreto, y con la semiconviccin de que Mariano N. y Nicanor B., estudiantes de medicina, estaban representados por los esqueletos que ya conocemos, pude entregarme a las tareas habituales, tanto ms cuanto que era necesario no distraerme de ellas por algn tiempo y terminar la comenzada obra de viaje, pues los colaboradores haban dado fin a sus monografas y slo faltaba mi parte para que el libro fuese a la estampa. Cierto da, sin embrago, vino Manuel a verme. Traa un manuscrito que le con inters: sus investigaciones sobre los crneos. En el fondo, no discrepan de lo que ya me haba dicho; pero ampliaba el estudio de los caracteres y sealaba algunas observaciones importantes, particularmente relativas a Nicanor B. - Y qu novedades hay por esos mundos?- le pregunt despus de examinar sus papeles. - Fuera de las que traen los diarios, poca cosa. Lo nico que s es que esta maana ha muerto un estudiante de medicina cerca de mi casa. - Lo conoca usted? - No; pero he odo hablar de l. Dicen que era muy aventajad o. - Diantre! Esto tiene cola. - Sabe que no se me haba ocurrido? - Ha tenido asistencia? - Superior. Lo han visto varios mdicos. - Y el de cabecera? - El doctor Varolio. - Pero ha visto qu casualidad? Ya van dos nombres cerebrales para este legajo. - Cmo cerebrales? - La glndula pineal y el puente de Varolio, partes del cerebr o.

deja de ser curioso. - Ms curioso sera que este otro estudiante hubiese - No tenido relaciones con Antonio Lapas. Vamos a visitar al doctor Varolio; tengo amistad con l. Y nos pusimos en marcha.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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cortes a.

El doctor Varolio estaba en casa, y nos recibi con su habitual

- Vengo a verte con motivo de un estudiante de medicina que falleci esta maana. De qu ha muerto? - De una enfermedad al corazn. - Consecutiva o inicial? El doctor Varolio mir a mi acompaante de cierto modo, que me oblig a decirle: - Puedes hablar delante del seor con toda confianza. - No es que me falte; pero como estas cosas slo se conversan entre mdicos - Doctor dijo Manuel-, si es por prudencia, me retirar; y si es por la oscuridad de los trminos, adivinar lo que no entienda. - No, seor; no es necesario. Pues mira agreg-, las opiniones no han estado uniformes. El enfermo ha sido visitado por varios mdicos y estudiantes de los cursos superiores, los que, como sabes, se encuentran, como nosotros, en aptitud de juzgar. - Es evidente. Y en qu ha consistido la discrepancia? - Unos piensan que se trata de una afeccin cardiaca, y los otros cerebral. - Y los estudiantes qu opinan? - Estaban divididos - Como siempre. - De modo que los grupos se componan respectivamente de estudiantes y de mdicos. - Y en eso se han detenido? - No; uno ha manifestado que, cualquiera que haya sido el rgano enfermo, l se inclinaba a pensar que se trataba de un envenenamiento. - De un envenenamiento! Y es posible que un envenenamiento haya sido sospechado recin despus de la muerte, cuando precedan dos opiniones tan encontradas? - Es que ninguno de nosotros ha observado los efectos de cualquier veneno conocido, ni siquiera hemos podido referir los sntomas a un grupo o forma general.

- Y? - Ahora, sin embargo, todos nos inclinamos ante la posibilidad de que el estudiante tenga razn, y se har la autopsia. - Es claro. Cuntos das hace que la vctima enferm? - Una semana. - Y cay en cama? - No. Hasta ayer sali; pero, a la tarde, todo el cuadro sintomtico tuvo un recrudecimiento tal, y fueron tan graves las manifestaciones, y tan violentas, que muri a nuestra vista sin que pudiramos hacer otra cosa que atestiguar la defuncin.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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El doctor Varolio traz a grandes rasgos la historia clnica que completaba sus datos; pero, cuando termin, le ped una relacin ms circunstanciada de todo aquello que se refera al sistema nervioso. Despus de orle, continu callado. - Qu piensas? me pregunt al fin. - Estaba coordinando los datos, y me parece tan difcil llegar a un diagnstico preciso, como lo ha sido para ustedes. Creo tambin que debe hacerse la autopsia. - No te parece pregunt el doctor que, admitiendo la accin de un veneno, se encuentre algo de acumulacin, como sucede con la estricnina? - No, no veo tal acumulacin; lo que veo es que ningn veneno de los conocidos produce el cuadro que con tanta claridad has presentado a mi entendimiento. Esa historia es digna de ser escrita, y, una vez terminada, debes leerla a los mdicos y estudiantes que hayan visitado a la vctima durante su enfermedad, para que ellos te la observen, agregando cualesquiera datos que se te hubiesen escapado, y publicarla junto con los resultados de la autopsia. Sera posible ver el cadver? - Por qu no? - Tena familia? - S; pero no estaba, ni est, en Buenos Aires. Cuando quieras nos ponemos en marcha. Y el doctor Varolio penetr en las piezas interiores, donde o su voz. Aprovechando aquella oportunidad, dije a Manuel que tuviera mucho cuidado y que no me hiciera observacin de ninguna especia; que todos los datos que reuniera los guardara para ms tarde, y que, sobre todo, procurara no dar seal alguna de sorpresa. Salimos con el doctor Varolio. Al cabo de algunos minutos llegamos a una casa prxima a la estacin Centroamrica. El patio estaba lleno de jvenes, seguramente estudiantes, compaeros del muerto. Despus de saludar a los conocidos, conversamos algunas palabras con ellos, preguntndoles algo sobre su carcter, y todos estuvieron conformes en cuanto a sus condiciones intelectuales y morales. Saturnino haba sido un modelo de aplicacin, y de una claridad mental envidiable. Confiado en extremo, y de un optimismo de novela, ms de una vez haba sido vctima de los mal intencionados; pero jams se le oy un reproche, ni una frase destemplada. Aquellos excelentes muchachos estaban afligidos. En unos palpitaba la lgrima en los ojos; en otros palpitaba el sollozo. Penetramos en la cmara mortuoria.

Y los estudiantes, olvidando hasta la curiosidad habitual en ellos para agregar un dato ms a lo que ya saben, permanecieron en el patio, y slo quedaron tres, que ya estaban en el aposento.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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Me acerqu a Manuel, y en voz baja, como se hace siempre en estos casos, le invit a que estudiara el crneo. Mientras el frenlogo ejecutaba su investigacin, llev la mano a la regin precordial del muerto. La cuarta costilla estaba en su lugar. - Buscas algo? pregunt el doctor Varolio. - Absolutamente. Ha sido un movimiento casi instintivo. Dime una cosa, fue siempre sano este joven? - Muy sano. - Ningn microbio travieso? - Jams. - Vamos a examinarlo un poco. Me llama mucho la atencin, como debe llamarte a ti, la circunstancia de que los fenmenos nerviosos estaban presididos por ciertos nervios de la base del cerebro y de un modo perfectamente simtrico, como si la causa determinante hubiera sido electiva o hubiese estado localizada en ellos. No te parece? - Es verdad. - Y hay esto, adems. En los datos que me has comunicado faltan por completo los de un carcter cerebral puro. - Eso ha sido observado, y precisamente por tal motivo me inclin a pensar que la causa de la muerte estaba en el corazn, y no en el cerebro. - Eso es. El doctor Varolio separ la colcha y una sbana, y el cuerpo qued visible, slo con la camisa. Ni un rasguo, ni una cicatriz, ni una mancha en aquel cuerpo joven. Examinamos el pecho. Fuerte y bien constituido. Pero, al llegar al costado izquierdo, me pareci que haba una raya, como cicatricial. Lo dimos vuelta un poco, y as pudimos examinarlo mejor. Corra a lo largo de la cuarta costilla y tendra unos diez centmetros. Era una incisin, cicatrizada ya, pero en la que todava se conservaban algunas escamitas muy finas, lo que permita atribuirle una fecha reciente, y pareca, la obra de un maestro: seca, firme y resuelta. La muerte de aquel joven quedara envuelta en el misterio. En ella vea yo la mano de Antonio, y la vea pesada, fatal, vengativa, como una maldicin que gravitara sobre todas las cabezas que en algo se parecieran a la de Nicanor B. Mis ltimas preguntas al doctor Varolio haban sido

triviales, y servido solamente para distraer el efecto de mi accin al palpar la cuarta costilla. Yo saba que Saturnino haba muerto envenenado, y que la autopsia no revelara el veneno, porque este, veinticuatro horas post mortem, cuando le practicaran la autopsia, estara descompuesto, y no quedara de l el mnimo rastro.

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Era un veneno vegetal, un producto extractivo de una de esas familias de plantas que tantas sorpresas guardan todava para el qumico y para el fisilogo, y que, ejerciendo una accin electiva sobre ciertos nervios de la base, envuelven al corazn y lo matan. De aqu las dificultades y vacilaciones en el diagnstico. Pero era un veneno desconocido, es decir, uno de esos que han escapado a la ciencia todava. O hablar de sus efectos, por primera y nica vez en Salta y a un salteo, hace algunos aos ya, y me habl de ellos de tal manera, que prefer relegarlo al dominio de la fbula y no hacer de l mencin ni siquiera en las conversaciones. Por ahora, en presencia de aquel cuadro clnico, de aquellos fenmenos ambiguos, de aquellos nervios irritados primero y relativamente paralizados despus, para volverse a irritar y morir, record lo que haba odo, y el fabuloso producto se encarn en la realidad. - Yo no haba visto esta cicatriz dijo el doctor Varolio sorprendid o. - Ni era conocida observ uno de los tres estudiantes. - Y a qu podra responder? pregunt el primero. - Algn rasguo, alguna herida involuntaria, algn tajo de pelea dijo el estudiante. - En fin, de todos modos, es seguro que esta cicatriz no tena parte en el mal agreg el doctor. Pero el mal era mucho ms hondo, y la cicatriz tena mucha parte en l. - Sea cual fuere el resultado de la autopsia insinu el doctor Varolio es evidente que existe una conveniencia real en estudiar con toda prolijidad los nervios lesionados. - Ah! Eso cae de su peso. Dirigindome entonces a los estudiantes que nos haban acompaado, y que, por la severidad de sus rostros, parecan los ms afectados, les pregunt: - Qu vida haca este joven? - La vida que hace un estudiante juicioso: los estudios, las clases, las clnicas, alguna que otra vez al teatro, y, de tarde en tarde, una cana al aire contest uno. - Muchas canas al aire observ otro. - Hace unos dos meses agreg el tercero se haba asentado bastante. Nos acompaaba rara vez; pero sala, y el objeto de sus salidas

quedaba reservado para nosotros. Como al fin no ramos sus tutores, nada tenamos que averiguarle. Pensbamos, sin embargo, que tuviera por ah algn nido. - Y sus relaciones?

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- Muy limitadas, con excepcin de los estudiantes. Visitaba dos o tres familias conocidas, y nada ms. - A quien iba a ver con frecuencia dijo el primero que haba hablado era a un joven Lapas, al parecer estudiante; pero nunca lo hemos conocido, y no slo no sabemos dnde vive, sino ni siquiera qu tipo tiene. - Y no ha venido a verle durante su enfermedad o despus de su muerte? - No lo creo, porque todos los que han venido hasta ahora son personas que conocemos. - Pues preguntaba esto, porque, segn los datos muy prolijos que me ha dado el doctor Varolio y de acuerdo tambin con presunciones suyas y mas, es verosmil que este joven haya tenido alguna afeccin sobre la cual guardaba el secreto. - Difcilmente, porque nosotros los habramos sabido. - Convenido; pero usted sabe que muchos jvenes ocultan, en ciertos casos, y lo mejor que pueden, las enfermedades y la pobreza. - S; pero l nos lo hubiera dicho. - Perfectamente. Encendimos cigarrillos y salimos al patio. El doctor Varolio, mdico distinguido y profesor de la Faculta, fue rodeado poco a poco, y Manuel y yo nos encaminamos a la puerta de calle. - Y, compaero, qu encuentra? - Pues, amigo, este crneo es medio complicado. Ofrece los rasgos principales de los otros; pero tiene mucha credulidad y mucha amatividad. - Magnfico! Le vio los dientes? - Superiores. ste no fumaba. Durante un largo rato permanecimos all conversando. La tarde haba cado, y la noche insinuaba sus sombras. Ya no se distinguan las caras de los que pasaban por la vereda de enfrente. Estbamos indecisos sobre permanecer ms tiempo o retirarnos, cuando un individuo pas a nuestro lado. Su presencia habra sido para nosotros como la de los dems; pero, en el momento de darle paso, tom aquel olor extraordinario y suave, el olor de aquel perfume maravilloso que habamos reconocido en las casas de las calles Tucumn y Europa. Era Antonio. Con paso resuelto, penetr en la cmara mortuoria, a la cual le seguimos.

- Es evidente! dijo Manuel en voz baja . Esto nos ofrece la menor duda. No hay vuelta que darle; este es un drama, y un drama espeluznante. Si furamos de la polica! - Estaramos como gatos. Por qu no le pregunta todo lo que desea saber? En el momento le dira todo.Biblioteca Virtual Ral Barn Biza

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- Vaya a frer buuelos. Antonio se acerc al lecho de Saturnino, estuvo dos minutos de pie al lado y le tom la mano; luego sac un pauelo, y, por debajo de los anteojos, se enjug una lgrima, real o ficticia, o aparent enjugarla. Salud luego, y sali con paso ms seco y firme, si era posible, que al entrar. Me desped de Manuel con un gesto significativo y dicindole que ms tarde ira a verle. Segu luego a Antonio de la manera ms disimulada que pude. - Ahora te tengo, jilguerito mo! pensaba al caminar a cierta distancia detrs de l . Ahora me vas a explicar qu has hecho de las costillas de Mariano y de Nicanor, y tu veneno peruano, y tu perfume endiablado, y tu paso, y tus anteojos, y tu ceo. Y vea, como imgenes flotantes, el fmur con inscripciones, y el ngulo de una carta, fragmento descuidado y desconocido que pareca un documento clave, una inscripcin trilinge, una piedra de Roseta. Lleg a una cuadra en la que dos grandes jardines cercados de verja, uno frente a otro, alejaban a las casas. La luz era poca. Precipit el paso y me coloqu cerca de l. Con voz enrgica entonces, pero sin acritud, llam: - Seorita Clara!

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VII MEJORES O PEORES He visto seres humanos a los que la bala o el acero desplomaron hirindolos en el corazn; he visto fulminados por el aneurisma o por el rayo; pero me faltaba observar una vctima de la sorpresa en su grado extremo. Al or su nombre, Clara dio un rugido sordo, y levantando los brazos los dej caer de pronto, mientras daba una media vuelta rpida, y, con las rodillas flojas, tocaba casi la tierra. Un movimiento de resorte la hizo levantarse instantneamen te. Ya estaba yo a su lado. Muda de asombro, y plida como el cadver de Saturnino, se apoy contra un pilar de la reja y mir a todos lados. - Me conoce usted? le dije- S! respondi haciendo un esfuerzo. - Me cree capaz de traicionarla o de venderla? - No! - Sigamos su camino. Ha llegado el momento de que conversemos de asuntos que nos interesan a los dos. - Llmeme Antonio mientras llegamos a casa. - No es necesario que la llame de ningn modo, porque nada tengo que decirle en la calle. Seguimos viaje juntos, y a las dos cuadras penetr en una casa de aspecto lujos. Al poner el pie en el umbral ofend mentalmente a Clara, pensando que sera conveniente recordarle algo relativo a mi seguridad personal, pero todo pas como un relmpago, y la segu. Aquella mujer extraordinaria no poda caer en la vulgaridad de disparar sobre m, y a traicin, un