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http://www.levante-emv.com/fin-semana/2010/12/06/a-fondo/ reportajes/huertos-de-ocio/11507.html Agricultura para relajarse Cuando los labradores de toda la vida echan pestes de la agricultura por los bajos precios aparece una tropa de nuevos agricultores que busca la desconexión y el reencuentro con la naturaleza Paco Cerdà | Valencia Si mezclamos el discurso alternativo de que «otro mundo es posible» con el misticismo y el amor a la naturaleza de la filosofía zen, y además le sumamos una voluntad por recuperar los orígenes y reencontrarse con las raíces identitarias, empezaremos a entender por qué Ángel Pascual, un creativo artístico de 40 años con estudio en Godella, está sentado en una sillita roja mientras contempla su pequeño huerto de hortalizas. No lo mira, lo contempla. Y durante ese rato, en el que se olvida del ordenador, de los programas de animación, de las luces fluorescentes del estudio, de la calefacción artificial y de las cuatro paredes, un pensamiento le viene a la mente: «Bendito sea el que tuvo esta idea». Se refiere a las 46 miniparcelas rústicas que el Ayuntamiento de Godella ha cedido a un centenar de vecinos del pueblo, como

Huertos municipales godella

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http://www.levante-emv.com/fin-semana/2010/12/06/a-fondo/reportajes/huertos-de-ocio/11507.html

Agricultura para relajarseCuando los labradores de toda la vida echan pestes de la agricultura por los bajos precios aparece una tropa de nuevos agricultores que busca la desconexión y el reencuentro con la naturaleza

Paco Cerdà | Valencia

Si mezclamos el discurso alternativo de que «otro mundo es posible» con el misticismo y el amor a la naturaleza de la filosofía zen, y además le sumamos una voluntad por recuperar los orígenes y reencontrarse con las raíces identitarias, empezaremos a entender por qué Ángel Pascual, un creativo artístico de 40 años con estudio en Godella, está sentado en una sillita roja mientras contempla su pequeño huerto de hortalizas.

No lo mira, lo contempla. Y durante ese rato, en el que se olvida del ordenador, de los programas de animación, de las luces fluorescentes del estudio, de la calefacción artificial y de las cuatro paredes, un pensamiento le viene a la mente: «Bendito sea el que tuvo esta idea». Se refiere a las 46 miniparcelas rústicas que el Ayuntamiento de Godella ha cedido a un centenar de vecinos del pueblo, como él, para que practiquen la agricultura ecológica. A ellos les sirve como un pasatiempo de fin de semana o tardes libres que se traduce en alimentos para el autoconsumo. Al consistorio le ayuda a mantener el agrosistema tradicional de l´Horta y favorece el conocimiento de la agricultura y el apego a los valores medioambientales entre su población. Es la iniciativa que ya han puesto en marcha en Aldaia, Paterna, l´Eliana, Altea, Petrer, Paterna, El Puig, Burriana o Xàbia. Valencia los tendrá, el próximo año, en el nuevo barrio de Sociópolis.

Una forma de relax

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Pero la palabrería oficial no lo explica tan bien como Ángel. En julio le entregaron su huerto de 50 metros cuadrados junto al matadero de Godella. Desde entonces, no es el mismo. «El huerto es un vía de escape a la rutina y a esta sociedad consumista que nos tiene aborregados. Para mí, ha sido una bendición y me ha hecho tener otra visión del mundo. Cuando me siento con mi silla delante del huerto, es una forma de relajarme y de pensar en cosas en las que nunca había pensado. Y con eso ya soy feliz», cuenta.

Además, dice que es la «envidia» de sus amigos, «que están en el lado oscuro» de la sociedad, bromea. Y encima tiene «alucinada» a su madre con el supermercado que ha conseguido levantar en 50 metros cuadrados: «He recogido cardos, espárragos, judías, habas, ajos, tomates, patatas, cebollas… Y no es que te cueste cinco o seis veces más barato que en la tienda, sino que te comes la berenjena que tú has cultivado —sin herbicidas, pesticidas o fitosanitarios— como si fuera la leche materna», exagera.

En la misma onda se encuentra Miguel Ángel Zamorano, de 41 años. Él trabaja de marinero de tierra en el puerto de Valencia y tiene otro huerto de 50 metros cuadrados en Godella. Dice que no le gusta ni el cine, ni el fútbol, ni los centros comerciales ni las aglomeraciones. Y esta experiencia agrícola le está sirviendo, cuenta, como «distracción y relax». «Es una terapia muy cómoda ver cómo plantas los frutos y ellos absorben la energía de la tierra, del agua y del sol», señala. Y él, un lobo estepario del mar y la montaña que no tiene gusto por el ser humano, asegura que está aprendiendo de los labradores del pueblo y de los que ve por el puerto con la azada al hombro.

De abogados a periodistasNo sólo tienen a los profesionales del campo para aprender. La agrónoma Marta Gimeno es la coordinadora del proyecto y les ayuda a resolver dudas de plantaciones, tratamiento natural de enfermedades o riego (cogen el agua de la añeja Sèquia de Montcada). Con ella han aprendido a hacer los márgenes, a cortar las malas hierbas, a femar, regar, pasar el rotovator, hacer los cavallons (algunos en forma de mosaico o en círculos), plantar y regar. La mayoría, víctimas del tecnologizado siglo XXI, apenas sabía nada. Pero todos han aprendido y han conseguido sus frutos, mejor o peor. Y ha habido una sorpresa. «Yo pensaba —cuenta Marta— que serían todos jubilados, pero se ha apuntado mucha gente joven. La mayoría son personas de entre 30 y 40 años, entre ellos abogados o periodistas, a quienes les interesa la vida tranquila y que ven en el campo una forma para entretenerse, hacer una actividad física ligera y relacionarse con los vecinos y con la tierra».

La mayoría de personas con un huerto de ocio municipal no tiene terreno propio. Y coger una parcela abandonada cedida a cambio de su cuidado sería ahogar demasiado a sus usuarios. Ésta es la gran diferencia entre el modelo que ha imperado siempre en los pueblos (yo te dejo mi huerto abandonado a cambio de que tú lo cuides y te quedes toda o parte de la cosecha; o yo soy carpintero o albañil y cuido mis naranjos a ratos libres) y este modelo de huertos de ocio: la finalidad de la parcela no es el rendimiento económico —de hecho, aquí está prohibido vender la cosecha, sólo es apta para el autoconsumo— sino que el objetivo es algo más «espiritual». Una experiencia similar al cuidado de bonsáis.

Con este halo filosófico de teules cap amunt —que suscitaría la extrañeza de los

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agricultores tradicionales, más preocupados por la pedregada o porque el comprador no los deje en la estacada— se ha enganchado al campo Claudia García.

Tiene 26 años, es licenciada en Traducción e Interpretación, trabaja de maestra en la escuela de adultos de Godella y siempre ha participado en movimientos sociales en defensa del medio ambiente y la huerta. Pero de la teoría ha pasado a la práctica. Pisó el bancal en la Universitat d´Estiu de l´Horta y le cogió el gusto. Cuidó un campo en Campanar y ahora está en Godella. Va una o dos veces por semana a su huerto. ¿Por qué? «A mí —contesta— me llena más que ir a un centro comercial a pasar el día. Esto es una forma de pasarlo bien y de estar en contacto con la naturaleza y con la gente sin estar consumiendo. Además, relaja mogollón y te da mucha vida».