Indigno de ser humano - Osamu Dazai.pdf

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    Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son. Pero soncomo una vaca pastando tranquila que, de repente, levanta la cola ydescarga un latigazo sobre el t bano . Basta que se d la ocas in para quemuestren su horrenda naturaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar elcabello de terror al pensar en que este carcter innato es una condicinesencial para que el ser humano sobreviva. Al pensarlo, perda cualquieresperanza sobre la human idad .

    Publicada poco de spus de la segunda guerra mundial, indigno tic serh u m a n o es una de las novelas ms clebres de la literatura japonesacon tempornea . Su po l mico y brillante autor, Osamu Ha/ai, incorpornumerosos episodios de su turbulenta vida a los tres cuadernos queconforman esta novela y que narran, en primera persona y de formadescarnada, el progresivo declive como ser humano de Yozo, jovenestudiante de provincias que lleva una vida disoluta en Tokio. Repudiadopor su familia tras un intento de suicidio e incapaz de vivir en ha rmon aco n sus h ipcr i tas semejantes, Yozo malvive como dibujante dehistorietas y subsiste gracias a la ayuda de mujeres que se enamoran del pese a su alcoholismo y posterior ad icc in a la morfina. Sin embargo,tras el despiadado retrato que Yozo hace de su vida. Da/ai cambiarepentinamente de punto de vista y nos muestra una faceta muy distintadel trgico protagonista de esta perturbadora historia.

    LIBRERI N CION LINDIGNO D E SER HtM AXOLITERATURA UNIVERSALEL LIBRO UNIVERSAL S.A S

    17/11/2011 /Cr gSlONACION 1 /

    41.900 S A J A L I

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    Osamu Dazai Kanagi, 1909-Tokio, 1948),

    seudn imo deTsushima Shuji, es uno de losescritores modernos m s apreciados en Japn.Dc imo hijo de una familia acomodada delnorte de J apn , Dazai estudi literaturafrancesa en la universidad deTokio, aunque sejactaba de no haber asistido j ams a una clase.E n la dcada de los treinta, y tras abandonarla universidad, milit en el incipientemovimiento comunista clandestino, motivo

    por el cual fue encarcelado y torturado

    por el rgimen militar. Autnt ico e n f a n tt e r r i b l e de las letras japonesas, fue candidato

    al Premio Akutagawa en 1935 y 1936.Desheredado por su padre a causa de una

    relacin con una g e i s h a de bajo rango yacuciado por su adiccin a la morfina y elalcohol, Dazai intent suicidarse en cuatro

    ocasiones. Autor de varios libros de relatos ydos novelas, el reconocimiento no le llegarahasta la publ icacin, tras la segunda guerramundial, de I n d i g n o d e ser h u m a n o y El

    o c a s o . En 1948, pocos meses despus de lapubl icacin de I n d i g n o d e se r h u m a n o y unasemana antes de cumplir cuarenta aos , sesuicid con su amante en Tokio a r ro jndosea un canal del ro Tama.

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    Osamu Dazai

    Indigno de ser humanoTraduccin d e l japons de Montse Wa tkins

    s l n editores

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    Indigno de ser humano

    Ttulo original: APJ fetrj Ningen Sh i k k a k u )

    de la traduccin: Montse Watkins, 1999

    Sajaln editores declara su d i spos ic in a satisfacerlo s derechos de la t r aducc in o r ig ina l de Montse r ra t

    Wa t k i n s , cuyos herederos no ha s ido posible localizar.

    Sajaln editores S.L., 2010c/ Vilafranca, 44 - 08024 [email protected] www.sajalineditores.com

    Primera edicin: mayo de 2010Segunda edicin: septiembre de 2010

    Diseo grfico: Julio Casanovas Leal/Sajaln editores de la imagen de la cubierta: Tamura Shigeru.Fotografa de Osamu Dazai en 1940.

    Queda r igurosamente p r o h i b i d a , sin la autorizac in escri ta de los t i tulares del copyright,bajo las sanciones establecidas p o r las leyes, la r ep roducc in t o t a l o parcial de esta obra porcua lqu ie r med io o p r o c e d i m i e n t o , i n c l u i d o s l a reprografa y el t r a t amien to in fo rm t ico .

    Impresin: Winihard Grfics S.L., Av. del Prat, 7, 08180 Moia

    ISBN: 978-84-937413-7-2Depsito legal: B-38381-2010

    mailto:[email protected]://www.sajalineditores.com/http://www.sajalineditores.com/mailto:[email protected]
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    V i tres fotografas de aquel hombre. La primera podra decirse que era de su infancia, tendra unos diez aos. Estaba r odeado de un gran nmero de mujeres imagino que seran

    sus hermanas y primas, de pie, a la or i l la de un estanque dejardn, vestido con un hakama de rayas ralas. Tena la cabeza inclinada hacia la izquierda unos t reinta grados y mostrabauna desagradable sonrisa. Desagradable? Tal vez las personaspoco sensibles a los asuntos de belleza comentaran con i n d iferencia: Qu ni o ta n gracioso .

    A u n q u e , de hecho, era suficientemente gracioso comopara que este vago cumplido d i r i g i d o al rostro del nio nopareciera fuera de lugar, alguien con slo un poco de senti

    do esttico exclamara: Qu nio tan horrible a la primeramirada y quiz apartara de un manotazo la fotografa con repugnancia, como quien ahuyenta una oruga.

    Desde luego, cuanto ms se mirase el rostro sonriente deln io , ms produca una indescriptible impresin siniestra. En

    Especie de falda pantaln larga utilizada con el kimono en ocasionesformales. To d a s a s n o t a s a pi e de pgi n so n de t r a d u c t o r a . )

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    realidad, no era un rostro sonriente. El nio no sonrea en absoluto. U na prueba era que tena los pu os apretados. Nadie puede sonrer con los puos cerrados con fuerza. Era unm o n o . El rostro sonriente de un mono, todo arrugado. Era unrostro tan raro que daban ganas de exclamar: Qu ch iqu i l lota n arrugado ; tan repugnante que revolv a el est mago. Jams he visto a un nio con una expresin tan extraa.

    El rostro en la segunda fotografa era tan diferente quecausaba sorpresa. Era de la poca de estudiante. N o se pod aapreciar si de secundaria o ya estaba en la universidad, peroera un muchacho ext raordinariamente apuesto. Mas, de nuevo, aconteca algo extrao: no daba la impresi n de tratarsede un ser vivo. Iba vestido con un u n i f o r m e , de cuyo bolsil lo delantero asomaba un pauelo blanco, y estaba sentado enu n sill n de mim bre con las piernas cruzadas. T amb i n sonrea, pero esta vez no era el rostro arrugado de un mono sinoque mostraba una sonrisa inteligente. Sin embargo, era d i s t inta a la sonrisa de un ser humano. Cmo decirlo? Le faltaba elpeso de la sangre, la aspereza de la vida. N o produc a el efectode tener sustancia; no tena ni el peso de un pjaro, apenas elde una pluma. Era una simple hoja de papel blanco con unasonrisa por completo ar t i f ic ial . Ut i l i za r los adjetivos pedante,f r ivo lo , falso, sera poco . Y, por supuesto, tamp oco serva eltrmino dandismo. No obstante, mirndolo b ien , este guapoestudiante produca una sensacin hor r ip i lan te , de mal agero . Nunca he visto a un muchacho tan bien parecido con unaspecto tan peculiar.

    La ltima fotografa era la ms hor r ib le de todas. N o sepoda adivinar su edad, aunque pareca tener algunas canas.Estaba en una habitacin muy deteriorada; se vea con c lar idad que la pared se estaba desmoronando en tres lugares. Esta

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    no sonrea, ni tampoco tena expresin alguna. Sentado enuna esquina, se calentaba las manos en un peq ueo brasero.I i I H oj'i.il.i produca la impresin lgubre de que estaba mu- li m i l i . Era espeluznante. Y no slo esto. El tam ao del rostroen la imagen me permiti observar sus facciones con detalle; la11, nte er a n o r m a l y sus arrugas tambin, as como las cejas, losOJOS, la nariz y la barbil la. Aaah. .. , no era slo que el rostro notuviera expresin; tampoco produca ningn t ipo de i m p r e - N o posea caractersticas propias. Al cerrar los ojos des-l'in s il e ver la fotografa, el rostro desapareca de mi memo ria.Poda recordar la pared y el peque o brasero; pero la i m p r em del rost ro se haba borrado y no hab a manera de recor-

    i l n l. i . Nunca po dra pintarse un retrato de l. Tampoc o ha- erse una caricatura. N i siquiera existira la satisfaccin de, ali l n ir los ojos, poder exclamar: Ah, era as el rostro . Para ex-presarlo de la forma ms extrema, al abrir los ojos y observarlode nuevo, tampoco consegua reconocerlo. Me resultaba fastid i oso , i r r i tante hasta el p u n t o de hacerme apartar la mi rada.

    Incluso una mscara de muerte sera ms expresiva y causara ms impresin. Me pregunt si el colocar la cabeza de un

    aballo de carga sobre un cuerpo humano producira una sensacin tal . En fin, m i r a r l o me provocaba un escalofro de repugnancia. Nunca hasta entonces haba visto un rostro hum ano tan extrao.

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    Primer cuaderno de notas

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    i 11 vida ha estado llena de vergenza. La verdad es que noi upo la ms remota idea de lo que es v iv i r como un ser humano < o r n o nac en provincias, en Tohoku, la primera vez quei i

    un tren ya era bastante mayo r. M e de diq u a subir y bajar,Una v o t r a vez, el puente elevado de la estacin, sin que se me0 u i u r a que lo haban construido para cruzar las vas; me pa- i i i c ] i i e su funcin era dotar a la estacin de un lugar de di-

    i i o n de t ipo occidental . Eso pens durante mucho t i empo.M i lo pasaba estupendamente subiendo y bajando el puente,que e r a para m una diversin de lo ms elegante y el mejorm i vicio que ofreca la compaa de ferrocarri les. Cuando meenter de que no era ms que un medio para que los viajerosi n i z a r a n al otro lado, m i inters se desv anec i.

    Tambin, cuando de pequeo haba visto i lustraciones delm e t r o , pensaba que era un juego la mar de entretenido y nome caba en la cabeza que slo sirviera para transportar personas.

    Yo era un nio enfermizo, que con frecuencia deba guardar cama. Cuando me tocaba estar acostado, sol a pensar en loaburridos que eran los estampados de las fundas de los edre-

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    dones y las almohadas. Hast a los vein te aos no supe que estasfundas tenan slo un uso prctico y me desmoraliz lo sombra que era el alma humana.

    Nunca pas hambre. No quiero decir con esto que me criara en una familia prspera; no tengo una intencin tan estpida. Me refiero a que nunca con oc la sensacin de hambre. Parece una expresin un poco rara, pero aunque tuviera hambren o me daba cuenta. Cuando volva del colegio, la gente de casadaba por supuesto que tendra mucho apetito. Ya de ms mayor, en la escuela secundaria, recuerdo que me ofrecan jalea desoja, bizcocho o pan, organizando un revuelo. Dejndome l levar por m i tendencia a complacer, balbuceaba que tena hambre y me tragaba diez dulces de jalea de soja, preguntndomesi n entender cmo sera la sensacin de tener hambre.

    Por supuesto, como bastante; pero no recuerdo haberlohecho nunca por hambre. Me gusta comer cosas especiales ylujosas. Cuando estoy inv i tado , me lo como casi t o d o , aunqueme cueste un esfuerzo. En rea lidad, de peque o los mome ntosms duros del da eran las comidas.

    En mi casa, en provincias, toda la familia ram os unosdiez coma jun ta , con nuestras mesillas individuales alineadas en dos hileras paralelas frente a frente. Como yo era el lt i m o hermano, me tocaba el asiento de menor rango.

    En la semipenumbra de la sala y en silencio total , almorzaban y hacan las dems comidas unas diez personas. Estosiempre me produjo una sensacin de fro. Debido a que ramos una famil ia tradici onal de campo, los platos de acompaamiento siempre eran de lo ms austero, y no caba esperarnada especial ni lujoso.

    Con el paso del tiem po, creci mi horr or por las horas delas comidas. Sentado en el peor lugar de esa hab itacin oscura

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    blando de fro, empujaba boca adentro un pequeo bo-l t l i 11 ras otro mientras me preguntaba por qu las personas te -

    que comer tres veces al da.l o d o s coman con la mayor seriedad. Llegu a pensar que

    i n i i . i especie de ceremonia fa miliar , celebrada tres veces alllu 11 la liora determinada, nos reunamos todos en la habita-

    na l iluminada ante las mesillas alineadas en orden y, conti ni ganas de comer, masticbamos los alimentos en silencio,quiz para apaciguar a los espr itus que pul ula ban por all.

    Suele decirse que si no se come, se muere; pero a mis o- | >. esto suena como una intimidacin maligna. Esta supersti-

    -hasta ahora no he dejado de pensar que de eso se tra-i siempre me produce i n q u i e t u d y temor. Si las personasun ornen, muer en; y por lo tanto estn obligadas a trabajarpara comer. Para m, no haba nada que sonase ms difcil de

    n mler y ms amenazador que esas palabras.Podra decirse que todava no he comprendido lo que

    mantiene vivo al ser humano. Por lo que parece, mi concep-10 de la felicidad est en completo desacuerdo con el del res-i o de las personas, y la in t ranqui l idad que genera me hace darvueltas y gemir por las noches en mi cama. Incluso ha llegadoi .ilectarme la razn. Me pregunto si soy feliz. Desde peque-no me han dicho muchas veces que soy afortunado; pero misrecuerdos son de haber vivido en el infierno. Esos que me t i l -daron de dichoso, al cont rar io, parecen haber sido i ncomp arablemente ms felices que yo.

    He pasado por tantos i n f o r t u n i o s que uno solo de ellospodra terminar ms que de sobra con la vida de cualquiera. Hasta eso he llegado a pensar. La verdad es que no puedocomprender ni imaginar la ndole o grado del sufrimiento delos dems. Quiz los sufrimientos de t ipo prctico, que pue-

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    d an mitigarse con una comida, tienen solucin y por eso mism o sean los menos dolorosos. O puede tratarse de un infiern o eterno en llamas que supere mi larga lista de sufrimientos;pero esto los hace todava ms incomprensibles para m.

    Mas, si pueden seguir vivi endo sin matar o volverse locos,interesados por los partidos pol ticos y sin perder la esperanza,se puede llamar a esto sufrimiento? Con su egosmo, convencidos de que as deben ser las cosas, sin haber dudado jams des mismos. Si ste es el caso, el sufrimiento es muy llevadero.Quiz as sea el ser humano, y esto es lo mx imo que podamosesperar de l. No lo s...

    Despus de d o r m i r profundamente, supongo que se levantarn refrescados. Qu sueos tendrn? Qu pensarn cuando caminan por la calle? En dinero? No puede ser slo estoCreo recordar haber odo la teora de que el ser humano vivepara comer, pero nunca he escuchado a nadie decir que viviera para ganar dinero. Desde luego que no. Pero en ciertas circunstancias... No , tampoco lo entiendo. Cuant o ms pienso,menos entiendo. Me persigue la inquie tud y el miedo de sent i r m e diferente a todos. Casi no puedo conversar con los queme rodean. No s qu decir, ni cmo decirlo.

    As es cmo se me ocurr ier on las bufonadas. Era m i lt i m a posibilidad de ganarme el afecto de las personas. Pese aque tema tanto a la gente, al parecer era incapaz de renunciar a ella. Y esas bufonadas fueron la nica lnea que me unaa los dem s. Mie ntr as que en la superficie most raba siempreu n rostro sonriente, por dentro mantena una lucha desesperada, que no daba f ruto ms que en el uno por m i l , para ofrecer ese agasajo.

    Desde pequeo, ni siquiera tena la menor idea de los suf r i m i e n t o s de mi propia familia o de lo que pensaba. Slo es-

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    taba bien al cor rien te de mis propio s miedos y malestares. Enalgn momento, me convert en un nio que nunca poda deci r la verdad. En las fotos familiares, todos ponan unas carasde lo ms serias. Es extrao, tan slo yo apareca sonriente. Erauna ms de mis habituales bufonadas infantiles .

    Nunca respond a ninguna reprimenda de mi familia. Estaba convencido de que era la voz de los dioses que me llegabadesde tiempos ancestrales. A l escucharla, senta que iba a perder la razn; y, po r supuesto, no estaba en condiciones de contestar, ni mucho menos. Esas voces me parecan la verdad,procedente de muchos siglos atrs.

    Y como yo no tena la menor idea de cmo actuar respectoa esa verdad, comenc a pensar que no me era posible v iv i r conotros seres humanos. Por eso, no poda discutir ni defenderme. Cuando alguien deca algo desagradable de m, me parecaque estaba cometiendo un craso error. Sin embargo, siemprereciba esos ataques en silencio; aunque, por dentro, me sentaenloquecer de pnico. Desde luego, a nadie le gusta que le cr it iquen o se enojen con l.

    Por lo general, las personas no muestran lo terribles queson. Pero son como una vaca pastando tranquila que, de repente, levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tbano.Basta que se d la ocasin para que muestren su horrenda naturaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar el cabello de ter ro r al pensar en que este carcter innato es una condicinesencial para que el ser humano sobreviva. A l pensar lo, perd acualquier esperanza sobre la humanidad.

    Siempre me haba dado miedo la gente y, debido a mi faltade confianza en mi habilidad de hablar o actuar como un serh u m a n o , mantuve mis agonas solitarias encerradas en el pecho y mi melancola e i n q u i e t u d ocultas tras un ingenuo op-

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    t i m i s m o . Y con el t iem po me fui perfeccionando en mi papelde extrao bufn.

    N o me imp ortab a cm o; lo imp orta nte era conseguir quese r ieran. De esta forma, quiz a los humanos no les i m p o rtara que me mantuviera fuera de su vida diaria. Lo que debaevitar a toda costa era convert irme en un fast idio para el los.De ba ser como la nada, el vien to, el cielo. En m i desesperacin, no slo me dedicaba a hacer rer a mi familia sino t a mbin a los sirvientes, que tema an ms porque me resultabanincomprensibles.

    Cierta vez, en pleno verano, me pase por los pasillos supuestamente ataviado con u n suter rojo bajo m i l igero k i m ono y todos se m u r i e r o n de risa.

    Y och an,* te sienta fatal d i j o entre carcajadas m i hermano mayor, que casi nunca se rea, en un repelente tono carioso.

    Incluso yo no soy tan insensible al fro y al calor como paraponerme un suter en los das ms calurosos. Me haba puestounas polainas de m i hermana meno r, de mod o que asomasenpor las mangas del kimono y pareciera que llevara un suter.

    M i padre sola viajar a To kio por negocios con tal frecuencia que hasta tena una residencia en Sakuragicho, en el barriode Ueno. Sol a pasar ms de medio mes en esa casa y cuandoregresaba t ra a un montn de regalos para la familia y los parientes. Era algo que le encantaba hacer.

    Cierta noche, antes d e part i r a To k i o , nos reuni a todos losnios en la sala de visitas y, entre sonrisas, nos pregunt a cadauno qu queramos que nos trajera, anotndose la respuesta enla agenda. N o era habitual que fuese ta n afectuoso con nosotros.

    * Dim inut ivo familiar de Yozo.

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    Y t Yozo? pregun t .Yo me qued balbuceando y no pude responder.Como me pregunt de repente qu quera, lo primero que

    se me ocurri es que no quera nada. Me pas por la cabezaque tanto daba; de todas maneras, nada me causara alegra.Pero, a l mismo t iempo, no era capaz de rechazar algo que meofrecieran por ms contrario que fuese a mis propios gustos.C u a n d o algo no me gustaba, no poda decir lo a las claras; ycuando algo me gustaba, lo aceptaba con t imidez , como si fuera un ladrn, con expresin de d isgusto, presa de un terror indescriptible. En suma, que no poda elegir entre dos alternativas. Esta fue una de mis caractersticas que, ms adelante, seconv irt i en la p r inc ipa l causa de m i v ida vergonzosa.

    Mient ras estaba all, callado y vacilan te, m i padre pareciu n poco disgustado.

    Podra ser un l ib ro , no? O si no una mscara de len,de las que se usan para las danzas de Ao Nuevo. En las t iendas de Asakusa venden unas para ni o a precios razonables.No quieres una?

    Me pregunt si quera algo, mas no supe qu decir. N i mesali ninguna respuesta graciosa. El bufn haba fracasado.

    Estar a b ien un l ibro, no? i n t e r v i n o m i hermano conla expresin seria.

    Ah, s ? d i j o m i padre con la i lusin totalme nte desvanecida del rostro y cerr bruscam ente la agenda sin tomarsela molestia de anotar nada.

    Vaya desastre. H a b a causado que m i padre se enojara y seguro que deba temer su venganza. Tena que hacer algo antesde que fuese demasiado tarde. Esa noche, temblando bajo eledredn, me devan los sesos para encontrar u na solucin . A lfinal, me levant, entr en la sala de visitas, abr el cajn del es-

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    cri torio donde mi padre guardaba la agenda, la abr y pas laspginas hasta encontrar donde tena anotados los pedidos deregalos. Lam la punt a de un lpiz, anot mscara de len yvolv a la cama.

    De hecho, no deseaba en absoluto la mscara para la danza del len; incluso hubiera preferido un l ib ro . Pero me habadado cuenta de que mi padre quera comprarme una mscara de len y, como quera que recuperase su buen humor, mehaba aventurado en plena noche a entrar subrepticiamente enla sala de visitas.

    Esta medida de emergencia r esult recompensada por elxito, tal como esperaba. Cuando mi padre volvi de Tokio ,o desde la habitacin de los nios su vozarrn mientras se locontaba a mi madre: Estaba en una de las tiendas de juguetes de Asakusa y abr la agenda; alguien haba escrito "mscara de len". Y no era mi letra. Me qued de lo ms extraado,aunqu e enseguida ca en la cuenta. Era una travesura de Yozo.A l volver, le pregunt y se qued callado, rindose nervioso.Seguro que se mora de ganas de tenerla. Vaya chiquil lo msraro Simula que no le interesa nada para despus ir a escribirco n toda claridad lo que quiere. Si deseaba t an to la mscara,por qu no me lo d i jo desde el principio? Me puse a rer enmedio de la tienda Anda, dile que venga.

    Cierta vez reun a los sirvientes en la habitacin occidenta l y ped a uno de los criados que aporreara como le vinieraen gana las teclas del piano pese a que vivamos en p r o v i ncias, nuestra casa tena las comodidades propias de la ci ud ad y, al r i t m o de esa msica, ejecut una especie de danza ind ia que hizo revolcarse de risa a todos. Uno de mis he rmanostom una foto de mi representacin. Cuando la vimos, result que entre los dos pauelos de hacer fardos de algodn b lan-

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    co, que me haba colocado a modo de taparrabos, asomabam i pequeo pene, lo que de nuevo fue causa de gran regocijo.Podra decirse que esto fue un xito muy por encima de misexpectativas.

    Por aquel entonces, estaba suscrito a una decena de revistasinfanti les mensuales y, adems, sola encargar de Tokio todaclase de l ibros. Me convert en un entusiasta del doctor Men-charakuchara* y del doctor Nanjamonja** y conoc historiasespeluznantes, aventuras, cuentos cmi cos y cancioncillas deEdo, *** que representaba con la mayor seriedad, causando quetodos en casa se murieran de risa.

    Pero, y la escuela? Pareca que me estaba ganando el respeto de todos. Aunque el hecho de que me respetaran me causaba un cierto pnic o. M i idea de alguien respetado consistaen una persona que haba logrado engaar casi a la perfeccina los dems pero que, al ser visto por un ser omnisciente e omnipoten te , era h u m i l l a d o en una vergenza peor que la muerte . Incluso si engaase a los seres humanos para que me respetaran, alguno de ellos se dara cuenta; y cuando les contara alos dems el engao, entonces la ira de los humanos dar a lugar a alguna hor r ib le venganza. Sl o de pensarlo se me ponanlos pelos de punta.

    Esta fama en la escuela secundaria obedeci ms que a serhi jo de una famil ia acomodada a que, supuestamente, tuviera talento. De pequeo era enfermizo, de manera que con frecuencia perda un mes o dos de clases, o incluso un curso enteropo r estar en cama. Sin embargo, cuando estaba convaleciente

    Nombre con la connotacin de una persona atolondrada y catica.Nombre con la connotacin de una petsona sabelotodo.Nombre de Tokio hasta 1868, ao de la Restauracin Meiji.

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    e iba a la escuela en un rikisha para hacer los exmenes de finde ao, siempre sacaba las mejores notas.

    Cuando me senta b ien , no estudiaba en absoluto. Me pasaba las clases dibujando historietas, que en los descansos explicaba a los compaeros para hacerles rer. En las composiciones slo escriba tonter as, por lo que los maestros me ll amabanla atencin, aunque no conseguan enmendarme. La razn esque yo saba que, en secreto, se lo pasaban de lo l i n d o leyendo esas historias absurdas. Cierta vez escrib que mi madreme llev a Tokio en t ren y, por equivocacin, orin en una delas escupideras del pasillo; no es que no supiera para qu servan las escupideras, lo que ocurri es que me hice el inocente . Saba que el maestro lo iba a encontrar divertidsimo, porlo que le segu sigilosamente en su camino a la sala de profesores. Vi que sacaba mi composicin entre las de varias clasesy se la lea por el pasillo si n poder cont ener la risa. Al llegar ala sala de profesores y term ina r la lectura, estall en tremendascarcajadas, ponindose colorado como un tomate, y se la pasa los dems maestros. Me sent a satisfecho a ms no poder.Qu travieso

    Haba conseguido que me tomaran por un nio travieso.Haba evitado con xito que me respetaran. Siempre sacabasobresaliente en t o d o , excepto en conducta, donde no lograba ms que un aprobado, lo que, a su vez, causaba gran regocijo a m i familia.

    Sin embargo, m i verdadero carcter era comple tame nteopuesto al de un nio travieso. Por aquel entonces, los criados ya me haban enseado algo lamentable; me haban hecho perder la castidad. Incluso ahora pienso que hacerle eso a

    Carrito para transportar personas tirado por un hombre.

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    u n nio es el ms perverso y cruel de todos los delitos. Pero nose lo cont a nadie. Sonre dbilm ente, pensando que esto mepermita conocer un nuevo aspecto del ser humano. Si hubiera tenido la costumbre de contar las cosas tal como eran, quizme hubiese atrevido a acusarles ante mis padres; pero lo cierto es que no los comprenda. No poda esperar que nadie meayudara. Si se lo hubiera contado a mi padre, a m i madre, a lapolica, a las autoridades o a cualquiera que tuviese poder en elm u n d o , tal vez me hubieran abrumado con excusas bien vistaspo r la sociedad. Est claro que existe el favori tis mo, y estoy seguro de que acusar a los criados hub ier a sido en vano . Por eso,mantuve oculta la verdad y continu haciendo el bufn.

    Eh, no tienes fe en el ser humano? Por c ier to, cundo tehiciste cristiano?, quiz alguien me pregunte burlndose. Perono creo que la desconfianza en el ser huma no tenga que surgir por motivos religiosos. No es cierto que estas personas, incluidas las que se burlan de m, viven tan tranquilas en la mutu a desconfianza, sin que la existencia de Dios se les pase porla cabeza?

    Esto ocurri cuando era pequeo. Un poltico muy conoc ido del partido al que perteneca mi padre vino a nuestro barrio para pronunciar un discurso. Los sirvientes me acompaaro n al teatro donde iba a celebrarse la reunin. La sala estabaabarrotada, y la mayora de los presentes, conocidos de mi padre, aplaudieron con entusiasmo. Cuando termin el discurso, los asistentes salieron en grupos de tres o cinco a la callenevada ya oscura echando pestes. Algunas voces eran de a m igos particularmente cercanos a mi padre. Comentaban que mipadre haba sido de lo ms torpe al presentar al poltico y quen o hubo modo de comprender el discurso de ste. Sin embargo, una vez en la sala de visitas de nuestra casa, d i je ron con

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    genuina alegra en el rostro que el discurso haba sido un autntico xito. Cuando mi madre pregunt a los sirvientes quta l haba sido ese discur so, repusie ron con la mayo r frescuraque haba sido muy interesante; mientras que, en realidad, enel camino de vuelta no haban parado de refunfuar, diciendoque lo ms aburrido en el mundo era un discurso poltico.

    Pero esto no es ms que un pequeo ej emplo . Las personas se engaan unas a otras del modo ms na tura l y, sorprendentemente, sin resultar lastimadas. Parecen no darse ni cuenta de la superchera. Creo que su vid a est llena de ejemplosn t idos , puros y claros de desconfianza. No obstante, a nadieparece preocuparle este intercambio de falsedades. Yo mismoengao a los dems desde la maana a la noche con mis bufoneras. No tengo el menor inters en eso que los libros de texto llaman mora l . Me cuesta entender que el ser humano viva oquiera v iv i r con pureza, claridad y felicidad en medio de todaesta mentira mutua. Nunca me han explicado la razn de estah a b i l i d a d . Si lo hicieran, quizs me libraran del terror quesiento por ellos o de mis representaciones desesperadas. O q u iz tambin de mi enfrentamiento con ellos y del infierno queexperimentaba todas las noches. En suma, no haba evitadocontar sobre el odioso del i to de los criados debido a la desconfianza en el ser huma no n i , por supuesto, al cristianismo. Creoque fue porque ellos cerraron con firmeza la cascara de la confianza a ese pequeo Yozo. Hasta mis propios padres se compor ta ron de una forma incomprensible para m.

    Aos despus, muchas mujeres fueron capaces de detectarel olor de la soledad que nunca haba mostrado a nadie, y meda la impresin de que sta fue la causa de que abusaran de m .De hecho, las mujeres me consideraron un hombre capaz deguardar un secreto de amor.

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    Segundo cuaderno de notas

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    A la or i l la del mar, tan cerca que podra parecer que allmismo rompan las olas, creca una hilera de ms de veinte enormes cerezos silvestres de tronco negruzco. Cada abril,cuando comenzaba el curso, los cerezos abran sus esplndidas flores, j u n t o co n las hojas nuevas de color verde pardo yapariencia hmeda, que se recortaban contra el azul del mar.Despus caan los ptalos como una tormenta de nieve, se esparcan sobre el agua, se quedaban flotando como p lidas i ncrustaciones de ncar y volvan a la arena. Esa playa era la zonade recreo de la escuela secundaria donde estudiaba, en la regin de To h o k u . Pese a que no haba preparado como era debido el examen de ingreso, logr que me aceptaran. La gorray los botones del uniforme lucan como emblema una flor decerezo estilizada.

    Cerca de la escuela se encontraba la casa de unos parientes lejanos. Esta fue una de las razones po r las que m i padre haba elegido esta escuela de los cerezos j u n t o al mar. Yoqued a cargo de esta famil ia , cuya casa estaba tan prxim aque, incluso saliendo despus de or la campana mat ina l , poda llegar a tiempo a clase. Era un estudiante bastante pere-

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    zoso; s in embargo, m i bufonera hizo que cayera bien a miscompaeros .

    Por primera vez, viva en un lugar d i s t in to a m i vieja casanatal , y se me haca mucho ms agradable. Quiz en parte sedebiera a que haba perfeccionado m i bufon era y ya no m ecostaba prcticamente esfuerzo a lguno; pero tambin influael cambio de hacerlo ante parientes o extraos, en el propiolugar o en o t ro d i s t in to . La diferencia de representar en ambos lugares sera significativa hasta para un genio o el propioJesucristo. Para un actor, el escenario ms duro es el teatro desu propia ciudad. Imagino que, incluso para alguien con tal en to , es imposible hacer una buena actuacin ante todos losparientes reunidos en una sala. Pero yo lo consegu y, adems,con no table xito. Co n tal experiencia, era impo sible fallar enu n lugar ajeno.

    Qu iz, en el fond o de m i corazn, se haba increm entadoel miedo ante el ser humano, pero era capaz de representar elpapel elegido con creciente soltura. En el aula, poda hacer quetodos se rieran en cualquier momento y, aunque el maestro sequejaba de que slo sera posible dar una buena clase si yo noestuviera, lo cierto es que tena que colocarse la mano ante laboca para ocultar que se le escapaba la risa. Hasta poda hacerestallar en carcajadas a l instructor de prcticas mil i tares, quetena una estentrea voz de brbaro.

    Cuando ya empezaba a relajarme, conv encido de haber logrado la identidad deseada, recib una pualada por la espalda. Co m o suele acontecer, el agresor era el ms debilucho de laclase, de rostro plido e hinch ado , y vest ido con ropas ta n h o lgadas como u n antiguo cortesano, prueba irrefutable de quelas haba heredado de su padre o de algn hermano. Para redondear, era un desastre en todos los estudios y tan torpe en

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    ejercicios militares o gimnasia que todos lo tenan casi por unperfecto id io ta . Hasta yo no me di cuenta de la necesidad deestar alerta contra l.

    Cie rto da, a la hora de gimnasia, ese m uchacho creo recordar que se l lamaba Tak eich i , ese tal Takeich i , estaba observando cmo hacamos ejercicios en las barras. Con la expresin de tratar de hacerlo lo mejor posible, me lanc a la barracon un gr i to. Pero pas de largo y ca sentado en la arena conun sonoro golpetazo. Era un fallo premeditado, pero todos sem u r i e r o n de risa y yo me levant con una sonrisa compungida,sacudindome la arena de los pantalones. Fue entonces cuando Takeichi se me acerc por la espalda y me di jo en voz muybaja: Lo has hecho a propsito.

    Me qued temblando. S i a lguien hubiera podido darsecuenta de que fall a propsito, nunca se me hubiera o c u r r ido que fuera Takeichi , precisamente. Durante unos momentos, me pareci que el mundo haba quedado envuelto en lasllamas del infierno y tuve que hacer un gran esfuerzo para nodar un gr i to enloquecido.

    Pas los das siguientes sumido en la i n q u i e t u d y el mied o. En la superficie con tinuaba , como siempre, haciendo rerc o n m i infeliz bufonera; pero, de repente, se me escapabanunos suspiros sofocados. Hiciera lo que hiciese, Takeichi descubra mis intenciones; seguro que pronto me pon dr a en ev idencia ante toda la escuela. Slo de pensarlo, se me cubra lafrente de sudor y me pona a echar miradas a m i alrededorcon la extraa expresin de un loco. No me hubiera separado de Takeichi desde la maana hasta la noche, para asegurarme de que no divulgara mi secreto. Pens en consagrarle m it i e m p o , a fin de convencerle de que mi bufonera no era forzada sino genuina; si fueran las cosas bien, me convert ir a en

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    idea de que podra tener razn. Pero usar esa expresin causaba un efecto simpln de galancillo de teatro, muy d i s t in to demis premoniciones.

    A m siempre me cost mucho menos entender a los h o mbres que a esa clase de ser humano llamado mujer. En mi casa,las mujeres siempre fu eron ms numerosas que los hombres;lo mismo ocurra entre mis parientes cercanos, y tambin fueuna mujer la sirvienta del del i to. Cu ando era pequeo sola jugar slo con nias, pero no creo exagerar si digo que me relacionaba con ellas con la cautela de quie n anda sobre una finacapa de hielo. No poda entenderlas. Andaba totalmente a oscuras en lo que a ellas se refera y, a veces, como si hubiera pisado la cola de un t igre, terminaba con penosas heridas. Alcont rar io de lo que sucede con las causadas por el ltigo de unh o m b r e , esas heridas eran profundas y dolorosas, c omo si deuna hemorragia interna se tratase, y resultaban muy difcilesde curar.

    Las mujeres me atraan hacia ellas, slo para dejarme t i rado despus. Cuando haba gente delante me trataban con desprecio y frial dad, slo para abrazarme con pasin al quedarnossolos. Tambin me di cuenta de que las mujeres duermen contanta profundidad como si estuvieran muertas; me pregunto sin o viven para dormir. Estas y otras observaciones las hice siendo un nio, llegando a la conclusin de que parecen una razato ta lmente dist inta de los hombres. Y lo ms raro es que estosseres incomprensibles, con los que hay que andarse con t iento,siempre me han protegido. No he dicho enamorarse de mo amarme. Esto no se correspondera con la realidad. Quizsea ms exacto decir que me han protegido.

    A d e m s , me siento ms cmodo haciendo las bufonerasante mujeres. Los hombres no van a rer mucho tiempo de mis

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    representaciones. S que, si con el entusiasmo del momen to seme va la mano, la cosa terminar mal; por eso, pongo extremocuidado con parar en el punto justo. Pero las mujeres no conocen la moderacin. Por ms que prolongue mi bufonera, mepiden ms y ms hasta dejarm e agotado . Ha y que ver cmo ser en. Est claro que las mujeres saben disfrutar de los placeresms que los hombres.

    Las hermanas de la casa don de viv a cuando estudiaba secundaria solan visitarme a mi habitacin en sus ratos libres.Cada vez que llamaban me daban un sobresalto considerable.

    Ests estudiando?

    N o , qu va deca con una sonrisa, cerrando el l ib ro.Sabis qu? Hoy en la escuela, el maestro de geografa, apodado Kombo...

    Y me lanzaba a contar historias divertidas, sin relacin alguna con lo que tena en la mente.

    Cierta noche, ambas v in ie ron a m i habita cin y, despusde hacerme representar mis bufoneras un buen rato, la men o r me di jo:

    Yochan, prubate las gafas.Para qu?

    Tanto da, prubatelas. Anda, toma las gafas de Anesa.*Solan hablar con brusquedad, como si dieran una orden.

    E l bufn se puso dcilmente las gafas. Enseguida, las dos secomenzaron a m o r i r de risa.

    Pero si es igualito a H a r o l d Lloyd IdnticoEn esa poca, este actor extranjero tena mucho xito en

    Japn.

    Seoras y caballeros comenc, levantndome y alzan-

    Forma familiar que significa hermana mayor.

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    do una man para saludar, quisiera agradecer a mis admiradores japoneses...

    Las hermanas se desternillaban. A part i r de ese da, siempre que llegaba una pelcula de H a r o l d Lloyd al cine local laiba a ver y estudiaba en secreto sus expresiones.

    Una ta rde de o too, cuando estaba leyendo en la cama,Anesa entr veloz com o u n pjaro a m i habitacin y se dejcaer l lo rando sobre e l edredn.

    M e vas a ayudar, verdad Yochan? A que s? Nos marcharemos jun tos de esta casa, va le? Aydame, aydame, porfavor d i j o co n desespero, ponind ose a l lorar de nuevo.

    N o era la prim era vez que una m uje r se mostraba as co nm i g o . Por eso, no me asust ante las palabras exaltadas deAnesa; ms bien me aburri su vacuidad y falta de sustancia.Me levant, tom un caqui de encima del escri torio, lo pel yle di un pedazo.

    N o tienes a lgn l i b r o interesante para prestarme? d i j o , comindose el caqui entre sollozos.

    Saqu de mi estantera Soy un gato, de Natsume Soseki.Gracias por el caqui d i j o , sonr iendo u n poco aver

    gonzada, y sali de la habitacin.No ha sido slo con Anesa. Comprender los sentimientos

    de cualquier mujer es ms complicado y desagradable que estud ia r las emociones de una l o m b r i z . Segn m i experiencia,que viene de cuando era nio, cuando una mujer se pone al lorar de repente, lo mejor es ofrecerle algn dulce y enseguida mejora su humor.

    Su hermana menor, Secchan, sola traer a sus amigas a m ihabitacin y, com o era m i costum bre, me ocupaba de d iver t i rlas a todas por igual. Cuando se marchaban, Secchan las cr i t icaba s in fal ta diciendo que no eran buenas muchachas y que

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    tuviera cuidado. Si era as, por qu se molestaba en invitarlas? En todo caso, a causa de ella mis visitantes eran casi s iempre mujeres.

    S in embargo , esto no significa que se hubiera comenzad o a c u m p l i r el elogio de Takeichi de que las mujeres se enamoraran de m. N i much o menos. Yo no era ms que el Haro ld L lo yd de To hok u. Las palabras ignorantes de Takeichi, esaprofeca hor r ib le , todava tardaran bastantes aos en cumpl i rse, toma nd o vida de una form a desafortunada.

    Takeichi me hizo otro regalo valioso. M i r a , el retrato de un fantasma e xcla m u n da, mos

    trnd om e una lmin a de colores al entrar en m i habitacin.Qu es esto?, pens. En ese momento me estaba mos

    t rando el camino de escape, como supe muchos aos despus.Yo conoca la imagen. No se trataba ms que del conocidoautor re t rato de V an Gog h. C uand o era pequeo , la escuelaimpresionista francesa estaba mu y de mod a en Japn . Nuest ro aprendizaje de arte occidental sola comenzar por esos trabajos. Inc luso una escuela secundaria de provinc ias tena reproducciones de cuadros de Van G ogh , Gau guin , C zanne yRenoir, entre otros. Yo haba visto muchas de estas pinturas.C o n o c a bastantes obras de Van Gogh y recuerdo haber encontrado interesante el uso tan vivo de los colores; pero nuncase me pas por la cabeza que fueran pinturas de fantasmas.

    Q u te parecen stas? Tambin son fantasmas? d i j e ,most rndole un l ib ro de lminas de M o d i g l i a n i , con mujeresdesnudas de piel bronceada, que acababa de sacar de m i estantera.

    Takeichi abri los ojos admirado. A n d a Parecen los caballos d el infierno.Ya. O sea que fantasmas...

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    M e gustara dibujar a fantasmas como estos.Las personas que temen a otros seres humanos desean ver

    espectros de apariencia todava ms horrible; las que son nerviosas y se asustan con facilidad, rezan para que la tormentasea lo ms violenta posible; y ciertos pintores, que han sufr ido a causa de unos fantasmas llamados seres humanos, acabancreyendo en cosas fantsticas y viendo espectros en pleno da,en medio de la naturaleza. Pero ellos no se dedican a engaarcon bufone ras , se esfuerzan en pi nt ar exactamente lo que vier o n . Tal como d i jo Takeichi, pintaron cuadros de fantasmas,n i ms ni menos. Entonces supe que esos fantasmas seran misamigos de ahora en adelante. Me excit tanto que apenas pudecontener las lgrimas.

    Yo tambi n voy a pinta r. Pintar cuadros de fantasmas,de caballos del infierno di je a Takeichi, bajando m ucho lavoz sin saber por qu.

    Desde la escuela primar ia, me gust tanto pintar como mirar cuadros. Pero las pinturas nunca obtuvieron un reconocim i e n t o similar al de mis historietas. Lo cierto es que no tenala menor confianza en las opiniones de los seres humanos y, enlo que a m respecta, las histo rietas eran una de mis bufonadaspara saludar al pblico. Tanto en la escuela primaria como enla secundaria, los dibujos encantaban a mis maestros, pero am no me interesaban en absoluto.

    Slo me esforc con las pinturas los dibujos eran otracosa e intent crear mi propio estilo, por infant i l que fuera.Los libros de la escuela con dibujos para copiar eran de lo msaburr ido ; las pinturas de los maestros, desastrosas; y yo me viobligado a buscar como pude una forma de expresin.

    Cuando comenc la escuela secundaria, ya tena los tilesnecesarios para pintar al leo. Intent copiar las obras impre-

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    sionistas, pero el resultado fueron pinturas tan muertas comofiguras recort ables, y me di cuent a de que seguir po r este cam i n o sera un error. Vaya tontera y falta de criterio el intentarmost rar un obj eto hermoso c on esa belleza. Los maestros erancapaces de plasmar la belleza en objetos de lo ms t r ivial e incluso encontraban interesante describir algo tan feo que causara nuseas por el puro placer de expresarse, sin preocuparsede la opinin ajena. Despus de que Takeichi me iniciara deu n modo tan p r i m i t i v o en el secreto de la p in tura , me dediqua pintar autorretratos, cuidando de que no los vieran mis visitantes femeninas.

    M is cuadros eran tan lgubres que casi me dejaban helado a m mismo. En ellos estaba plasmada m i verdadera naturaleza, que mantena escondida en lo ms profundo de mi corazn. En la superficie me rea alegremente y haca rer a losdems; pero, en realidad, era as de sombro. Como no habanada que hacer, en secreto afirmaba esta naturaleza. Sin embargo, aparte de Takeichi, no se los mostr a nadie. Si alguiendescubriese mi lobreguez tras la mscara de bufn, seguro quecomenzara una estrecha vigilancia. Por otra parte, exista elpeligro de que no reconocieran mi verdadera naturaleza y lotomaran como una bufonada ms, lo que causara grandes risotadas. Esto sera lo ms horrible que pudiera suceder. Y as,cada vez que ter minab a un cuadro, me apresuraba a esconderlo en el fondo del armario.

    Desde luego, en la clase de dibujo nunca mostr mi estiloespectral y continu pintando como hasta ahora las cosas bonitas como tales con la pertinente mediocridad.

    Slo poda mostrar a Takeichi, y lo haca como lo ms natural , mi carcter sensible. Cuando vio mis primeros autorretratos, me elogi muchsimo. Al mostrarle dos o tres de mis

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    cuadros de fantasmas, hizo su segunda profeca: Sers un granpintor.

    Cuan do me march a Tok io , llevaba grabadas en la cabezalas dos profecas del bobalicn de Takeichi: que las mujeres seenamoraran de m y que sera un gran pintor.

    Quer a entrar en una escuela de arte, pero mi padre me pusoen una escuela superior con la intencin de convertirme en unfunc ionar io . Como ya estaba decidido y yo no estaba acostumbrado a llevar la contr aria, obedec sin preocuparme demasiado . Me haba ordenado que hiciera el examen en el cuarto ao,un o antes de terminar el colegio, y as lo hice. En realidad, estaba ya ms que harto de mi escuela j u n t o al mar con los cerezos. Como aprob, entr en la escuela de Tokio sin terminar elq u i n t o ao. Enseguida tuve la opor tuni dad de experimentar lavida en un d o r m i t o r i o estudianti l , aunque la suciedad y la v i olencia me resultaron insoportables. Ah no estaba l a cosa parabufoner as . Consegu que un mdico me diagnosticara unadolencia pulmonar y me traslad a la residencia de mi padre enSakuragicho, en el barr io de Ueno. Tena claro que nunca mehubiera podido acostumbrar a esa vida. Me causaba escalofroso r acerca del ardor y el orgullo de la juventud, y, en cuantoal espritu est udi ant il, era algo que no iba con mig o en absolu to . Tanto las aulas como el d o r m i t o r i o eran escenario de losdeseos sexuales ms retorcidos. Aquello era un vertedero d o nde no servan para nada mis habitua les actuaciones de bufn.

    Cuando no haba sesiones en el parlamento, mi padre nopasaba ms que una o dos semanas al mes en la casa. En su ausencia, tan slo quedbamos tres personas en la gran residencia: una pareja de ancianos que se ocup aban de tod o y yo.

    Por m i parte, faltaba bastante a clase, aunque no porqueme dedicara a conocer los lugares famosos de Tokio parece

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    que acabar por no visitar nunca el santuario de M e i j i , la estatua de Masashige Kusunoki o las tumbas de los cuarenta ysiete samurais, sino que me pasaba el da entero en casa, leyendo o pintando.

    Cuando mi padre estaba en Tokio, cada maana me apresuraba a la escuela, aunque a veces iba a una clase de p i n t ura del maestro Shintaro Yasuda, en Sendagicho, del barrio deH o n g o . Me sola pasar hasta tres o cuatro horas practicandod i b u j o . Lo cierto es que iba a clase como simple oyente desde que dej el d o r m i t o r i o . Quiz se tratase tan slo de envidia , pero, en todo caso, nunca tuve un sentimiento definidode pertenecer al mundo estudiantil. Desde la escuela primari a y secundaria a la superior, jams comprend el amor por lapropia escuela, y ni una sola vez me tom la molestia de aprenderme el h i m n o .

    A l poco tiempo de estudiar p in tura , uno de mis compaeros me hizo conocer el alcohol, el tabaco, las prostitutas, las casas de empeo y el pensamiento de izquierda. Parece una combinacin un poco rara, pero as aconteci en realidad.

    Este compaero se llamaba Masao H o r i k i . Haba nacidoen Shitamachi, la zona castiza de Tokio, y era seis aos mayorque yo. Se haba graduado en una escuela de arte, pero comon o tena taller en casa iba regularmente a la clase para con t inuar aprendiendo p i n t u r a occidental.

    Nos conocamos de vista y no habamos hablado ni unasola vez cuando cierto da me di jo:

    Oye, me prestas cinco yenes?Me qued tan turbado que se los pas sin ms. E s t u p e n d oVamos a tomar una copa. Hoy inv i to yo.N o poda negarme. Me llev a un caf en Horaicho, cerca

    del taller de p in tura . Este fue el p r inc ip io de nuestra amistad.

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    Y a hace tiempo que me haba fijado en t i Eso, eso. Estas o n r i s a tmida tuya es caracterstic a de los artistas pro met edores. Bueno, vamos a brindar por nuestro encuentro. SaludEh, K i n u d i j o , di rigindo se a la camarera, no te pareceguapo el muchacho? Pero no te vayas a enamorar de l. Desdeque lleg al taller de p i n t u r a , po r desgracia he pasado a ser elsegundo ms guapo de la clase.

    H o r i k i ten a un rostro moreno de facciones regulares y, loque era muy poco habitual en un estudiante de p i n t u r a , vesta un traje mu y decente co n una corbata discreta, y llevaba fijador en el cabello d i v i d i d o en el centro por una raya impecable.

    Como el lugar no me era famil iar, al p r inc ip io no hacams que cruzar y descruzar los brazos, entre sonrisas ciertamente tmidas, pero despus de dos o tres vasos de cerveza comenc a sentirme muy ligero, con una curiosa sensacin de l i -

    beracin.

    Sabes? Haba estado pensando en matri cula rme en unaescuela de arte y... c om en c, pero l me cort enseguida.

    N i se te ocurra N o sirve para nada. Las escuelas sonde lo ms intil. Nuestros maestros deben ser la naturaleza ynuestros sentimientos respecto a ella.

    A decir verdad, sus opiniones no me merecieron ningnrespeto. Se me ocur ri que podr a ser un imb cil y sus cuadrosuna birr ia , pero sera un buen compaero de diversin. Era lapr imera vez en la vida que me topaba con un habitante urbano de vida licenciosa. Aunque l y yo ramos completamentedist intos, nos parecamos mucho en que estbamos muy alejados de la vida cotidiana de los seres humanos. Pero lo que nosdiferenciaba mucho era que H o r i k i no tena conciencia de lafarsa, ni se daba cuenta de la miseri a que conllevaba .

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    Lo despreciaba porque slo viva para divertirse, y slo merelacionaba con l como compaero de diversin. A veces meavergonzaba de su amistad, pero me dej llevar por l y, al final , result derrotado.

    A l p r inc ip io pensaba que H o r i k i era un buen t ipo , un t ipofuera de lo comn. Hasta yo, que tena t an to miedo a la gente,pude relajarme por completo con ese buen gua de To k i o . Locierto es que yendo solo cuando me suba al tranva me dabamiedo el cobrador, al entrar al teatro Kabukiza me atemorizaban las acomodadoras alineadas a ambos lados de la escalera alfombrada de la entrada pr incipal , si me encontraba en unrestaurante, me crispaban los nervios los camareros que andaban por detrs de m, pendientes de llevarse los platos vacos.Pero lo que ms me horrorizaba era pagar alguna cuenta. M itorpeza al entregar el dinero despus de comprar algo no estaba causada por la tacaera. Me senta tan nervioso y avergonzado y me entraba tal pnico que me mareaba, el mundose oscureca y me senta medio a p u n t o de perder la razn. N isoar en regatear si hasta me olvidaba de recoger el cambio y,co n frecuencia, de llevarme lo que haba comprado. Estabaclaro que no poda moverme solo por To k i o , de modo que nome quedaba ms remedio que pasarme das enteros holgazaneando en casa.

    Cuando entregaba mi monedero a H o r i k i y salamos a pasear juntos, mi compaero no slo haca gala de una gran habi l idad para regatear, quiz como buen aficionado a divertirse,sino que saba sacar el mximo partido al mnimo de dinero.Sin gastar en taxi , ideaba combinaciones de t r en , autobs yhasta barcazas de vapor para llevarnos en muy poco tiempo anuestro destino. Por ejemplo, si despus de pasar la noche conuna prost i tuta nos detenamos en alguna posada y, despus de

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    tomar un buen bao, desayunbamos tofu herv ido con sake,con poco dinero podamos disfrutar de una sensacin de lujo;esto supuso para m una valiosa educacin prctica. Tambinme ense que el arroz con carne o las brochetas de pollo quevendan en los puestos cal lejeros eran una form a eco nm icade alimentarse b ien , y que para emborracharse rpid am ente lomejor era el denkibran En suma, yo me senta muy t ranquilocon l , convencido de que no tena que preocuparme en absolu to por el importe de nuestras cuentas.

    O t r a cosa que era de agradecer en la relacin con H o r i k iera que le importaba un bledo lo que pensara su interlocutoral lanzarse en un torrente apasionado a un que quiz su pasin real fuera hacerle caso omiso al o t r o de charla superficial que poda continuar durante horas; aunque, cuando nosinvada el cansancio despus de andar juntos, por lo menosno exist a el menor riesgo de que se produjeran si lencios incm od os. Cu and o trataba con la gente, le tena horro r a esossilencios. Yo era callado por naturaleza, pero no me quedabams remed io que recu rrir al desesperado recurso de mis bufoneras. Ahora, el imbcil de H o r i k i haba adoptado el papelde bufn sin darse cuenta, por lo que yo me l imi taba a escucharlo en silencio, y de vez en cuando deca: No puede ser ,r indome.

    Pronto comprend que el alcohol, el tabaco y las p ros t i tutas eran un mtodo excelente para librarme del miedo a los seres humanos, aunque fuese slo por un momento. Y l legu ala conclusin de que para conseguir esos momentos valdra lapena vender hasta la ltima de mis posesiones.

    Literalmente, brandy elctrico. Se trata de una mezcla de diversoslicores, que naci en el barrio castizo tokiota de Asakusa.

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    Las prost i tutas no me parecan personas ni mujeres, msbien me daban la impresin de seres idiotas o locos; por eso,me senta muy a salvo en su compaa y poda dormir p rofundamente . Daba hasta pena ver que no tenan ni un pice deavaricia. Al parecer, sentan que tena algo en comn con ellasporqu e siempre me trataro n con una amab il idad espon tneaque no me agobiaba. Una amabi l idad s in segundas in tenc iones, sin fines de negocio, hacia una persona que quiz no vo lveran a ver. En estas prost i tutas idiotas o locas alguna nochevi una aureola de Virgen Mara.

    Pero iba all para escapar del miedo a los seres humanos ,para descansar aunque fuese slo una noche y, mientras me d ivert a con esas prostitutas con las que tena algo en comn,antes de que me diera cuenta haba adquirido un cierto aspecto repugnante del que no poda l ibrarme, una especie d e i nesperado f ruto de m i forma de vivir, que poco a poco se hizovisible hasta que el propio H o r i k i me lo hizo notar, dejndome estupefacto y disgustado. Lo cierto es que haba aprendido sobre las mujeres a travs de las prostitutas, el aprendizajems duro pero tambin el ms efectivo, y desprenda un olorde seductor. Las mujeres n o slo las pros t i tuta s lo olanins t in t ivamente y se me acercaban. Este aire obsceno y pocohonorable, era mucho ms evidente que el solaz que m e habaaportado la experiencia.

    H o r i k i me lo com ent com o un cum plid o a medias, peroa m me produjo una sensacin opresiva. Por ejemplo, recuerdo que la camarera de un caf me envi una carta infant i l ;tambin, la hi ja veinteaera del general que viva j u n t o a micasa de Sakuragicho, cada maana, a la hora que iba a la escuela, apareca toda arreglada por su por ta l , entrando y sal iendo sin que pareciera que tuviera nada especial que hacer; cuan -

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    do iba a comer carne, incluso sin que yo dijera una palabra,la mujer del restaurante...; y en el kiosco donde compraba tabaco, la muchacha coloc en la caja j u n t o con el paquete...;y la mujer sentada a m i lado en el teatro Kab ukiz a...; asimismo cierta noche que haba bebido y me qued dormido en eltranva...; tambin la carta inesperada de aquella pariente enel cam po revelando su obsesin ...; o la mu chach a descon ocidaque en mi ausencia me dej una mueca cosida a mano. . . M iac t i tud fu e pasiva en extremo, de forma que estos fragmentosno se convi r t ie ron en n ingun a h is tor ia. Pero no poda negarque era cierto, y no se trataba de una bro ma absurda, que algoen m despertaba en las mujeres el deseo de amar. Pero que melo hiciera notar alguien como H o r i k i me produjo un malestarparecido a la humillacin y, al mismo t iempo, me hizo perderde repente m i inters por las prostitutas .

    Cierto da, H o r i k i , haciendo ostentacin de modernidadtratndose de l no se poda pensar de o t ra for ma , me llev a una reunin secreta del Part ido Comunista; no lo recuerdo bien, pero creo que se l lamaba Asociacin de Lectura.Para H o r i k i , qu iz este encuen tro clandestino no fuese msque uno de los sitios para conocer en Tokio. Me presentaron alos compaeros y me obligaron a comprar un panfleto y despus escuch la conferencia que dio un hombre joven, hor r iblemente feo, sobre economa marxista. Me dio la impresinde que todo lo que d i jo era obvio; pero, incluso estando deacuerdo, supe que algo ms incomprens ib le y hor r ib le se esconda en el alma humana. No se trataba slo de ambicin nide vanid ad, n i tampo co de una mezcla de deseo sexual y avaricia; n o lo entenda ni yo mism o; pero senta que la sociedadhumana no era slo economa, s ino que en el fondo acechabaalgo misterioso. Esto me atemorizaba, pero aprobaba el mate-

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    r ial ismo con la misma natural idad que el agua se nivela. A u nque ste no me poda l ibrar de m i temor por el ser hum ano yno me produca la esperanzada alegra de una persona ante lavista de las hojas que acababan de brotar.

    Incluso as, continu participando en las reuniones, en lasque los compaeros, con expresiones graves, discutan teorasta n e lementales com o que un o ms uno son dos. M e parecan ridculos a ms no poder, de modo que me esforc en hacer algunas de mis habituales bufonadas para que se relajasenu n poco . Poco a poco, logr librarlas de su ambiente opresivoy me acab convi r t iendo en un miembro tan popular que mellegaron a considerar imprescindible.

    Quizs en su simplicidad crean que yo era tan simplecomo e l los : un compaero opt im is ta y alegre; pero, si as lopensaban, les estaba engaando por comple to . Para empezar,yo no era su compaero. Sin embargo, no fal taba a ningunareunin y les obsequiaba con mi bufonera. Lo haca porqueme caan bien. Me eran simpticos. Pero esto no supona quesintiera por ellos un afecto nacido a travs de Marx.

    La irracio nalid ad. . . M e produ ca un cierto placer. Me jord i c h o , me haca sentir cmodo. El seguir las no rm as establecidas me pareca muc ho m s temible m e pareca que haba eneso algo t remendamente poderoso, era un mecanismo incomprens ib le ; no poda cont inuar sentado en esa habitacinfra y sin ventanas. Fuera se extenda el ocano de la irracional idad , y lanzarme a nadar en sus aguas hasta m o r i r se me haca ms placentero.

    Existe la palabra marginados, que denota a los infelices,a los fracasados y a los descarriados en la sociedad humana;pero yo creo que lo soy desde e l mo me nto en que nac . Poreso, cuando me cruzo con alguien calif icado de marginado,

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    Faltaba poco para que se completara su periodo de posesindel escao en el parlamento y, sin duda, por diversas razones,no quera presentar de nuevo su candidatura; adems, pensaba construir un lugar de retiro en nuestra regin. Como no letena apego alguno a Tokio, imagino que lleg a la conclusinde que no vala la pena mantener abierta una residencia de talenvergadura para m, un simple estudiante. N o s qu pensara mi padre, el caso es que vendi la casa en un abrir y cerrarde ojos, y yo me tuve que instalar en una oscura habitacin decierta pensin llamada Senyukan, en Morikawa, en el barriode Hongo. Muy pronto comenzaron mis apuros econmicos.

    Cada mes mi padre me daba una asignacin fija, que desapareca en dos o tres das; pero en casa siempre haba tabaco,sake, queso y fruta. En cuanto a material de escritorio y ropa,acostumbraba a comprar en las tiendas del vecindario, dondem i padre era clien te y lo cargaban en su cuenta. Pod a invitara H o r i k i a soba o tendn en los restaurantes vecinos y marcharme sin una palabra.

    De sbito, me encontr viviendo solo en una pensin,obligado a adaptarme a la asignacin mensual. Vaya apuro.Pero, como era de esperar, el dinero desapareca en dos o tresdas, y yo me volva loco de desesperacin. Entonces tena queenviar telegramas para pedir dine ro a mi padre, a mi herman o mayor y a mi hermana mayor por turnos; cartas detalladasconsi stent es en pur a ficcin y bufonadas , ya que me parecaconveniente hacer rer a quien le peda un favor y, adems,p o r mediacin de H o r i k i me hice asiduo de las casas de empeos. Pese a t o d o , siempre andaba corto de dinero.

    Fideos fabricados con harina de alforfn, que suelen tomarse en sopa.Cuenco de arroz sobre el que sirven verduras o pescado rebozados.

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    Para colmo, no poda v iv i r en aquella pensin lgubre,donde no con oca a nadie. Si me quedaba all solo sentado,me embargaba el temor de que algui en me atacara en cualquier momento o me pegara un t i ro ; de modo que sala rpidamente a la calle y me iba a echar una mano en el movimiento clandestino o me juntaba con H o r i k i para hacer la rondade locales que servan sake barato. Haba abandonado casi porcomple to la escuela y las clases de p in tura . Dos aos ms tardeintent suicidarme con una mujer casada mayor que yo. Allcomenzaron las complicaciones.

    N o asista a clases ni abra un l ibro pero, por alguna razndescono cida, siempre me las arreglaba de alg n mod o en losexmenes , de forma que pude seguir engaando a mi familia.Sin embargo, mis faltas de asistencia molestaron a la escuela,que envi un inf orm e confid encial a m i padre. Entonces, enlugar de m i padre, m i herma no ms mayor m e escribi u nacarta de amonestacin muy larga y severa. Pero a m lo que meatormentaba era el dinero, adems de las muchas misiones difciles que me estaba encargando el grupo cland estino, hasta elp u n t o de que ya no me las poda tomar medio en broma. Mehaban nombrado lder del movimiento estudiantil marxistade los distritos centrales de Tokio Hongo, Koishikawa, Shi-taya y Kanda y deba correr de un lado para otro para establecer contactos y, habiendo odo sobre la posibilidad de unlevantamiento armado, llevaba en el bolsillo del impermeableuna pequea navaja. Al recordarla, me parece que era tan frgil que no bastaba ni para sacarle punta a un lpiz.

    Deseaba ms que nada tomar sake hasta quedar p r o f u ndamente d o r m i d o , pero no tena dinero para hacerlo. El g rupo al que, creo recordar, llambamos P en nuestro lenguaje clandestino, por ser la inicial de partido me encargaba

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    tantas tareas que no tena t iempo ni de tomar un respiro, loque resultaba un verdadero exceso para m i con stituci n fsicaenfermiza. Al p r inc ip io , ayudaba porque me fascinaba su i r racionalid ad, pero m i si tuacin era una consecuencia imprevista de mi broma. Cuando estaba agobiado de trabajo, s in pod errepr imir m i irr i tacin, me d aban ganas de decirle a la gente delP que yo no tena nada que ver con todo eso y que se lo p id iesen a uno de los suyos. D ec id escapar; pero, como no me pareca bien, opt por matarme.

    En aquel entonces, tres mujeres estaban par t icu larmente interesadas por m. Una de ellas era la hi ja del dueo de la pensindonde me alojaba. Cuando regresaba exhausto de alguna tareadel mo vim iento y me acostaba sin tener ni nimos para comer,ella me visitaba sin falta con papel de escribir y una pluma enla mano. Con permiso , abajo mis hermanos pequeos hacenm u c h o r u i d o y no me puedo concentrar, deca, sentndosea mi escri torio, dond e se pasaba una hora o ms escribiendo.

    Podra haberle hecho caso omiso y dor mi rm e, pero era evidente que la muchacha esperaba que le hablase, de modo que ,manifestndose mi habitual costumbre de hacer un servicio ya pesar de no tener el menor deseo de conversacin, me acostaba boca abajo y encenda un cigarrillo.

    Sa bes? H ay hombres que ca l ien tan el agua del baocon las cartas de amor que les envan las mujeres comenc.

    Q u hor ror Te refieres a ti m ism o, verdad?B uen o, ca len t la leche y me la tom. Q u hon or para el la Qu e te la tomaras. ..Pensando que por qu no se marchaba de una vez, imagin

    que su carta estara llena de letras sueltas s in sentido.Anda, mus t ramela le ped , aunque , en rea l idad , no

    me interesaba verla ni aunque me fuera la vida en ello.

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    Mi ent ras deca: Ay, no Ay, no , su expresin satisfechaera tan hor r ip i lan te , que acab con cualquier posible inters.Entonces se me ocurri que le poda hacer un encargo.

    P erdon a, te podras acercar a la farmacia en la calle dela estacin para comprarme un frasco de Calmot n . Estoy agot ado , con la cara a rd iendo y no voy a consegui r dormirme.Seras tan amable? En cuanto al dinero. . .

    Por eso, no te preocupes.Se levant contenta. No hay que andarse con remilgos en

    encargar algo a una mujer; al contrario, s muy bien por experiencia que les encanta que un hombre les pida alguna cosa.

    La otra mu jer era una comp aera que estudiaba paramaestra. Con ella, quisiera o no, por el asunto de la m i l i t a n -cia tena que encontrarme cada da. Despus de las reuniones,esa mujer siempre se me pegaba y, adems, me traa regalos.Quiero que me consideres com o a tu verdadera herm ana mayor, me deca. Yo le responda: Desde luego, con una levesonrisa, temblando entero. Me daba m iedo causar su enojo , demodo que haca lo posible para disimular; pero cada vez tuveque complacer ms a esa mujer fea y desagradable. Aceptabasus regalos tod os de psimo gusto, de los que me l ibraba pasndoselos al viejo del puesto deyak i t o r i y a otra gente conexpresin contenta y le haca alguna broma para que se riese.Cierta noche de verano, como no haba forma de sacrmela deencima, le di un beso. Entonces ella, excitada de un modo vergonzoso, l lam un taxi y me llev a la habitacin que el m o v im i e n t o alquilaba en secreto, un lugar estrecho con aspecto deoficina, y pasamos unas horas de locura hasta que amaneci.Vaya una hermana mayor, me dije con una sonrisa amarga.

    * Brochetas de pollo asado.

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    Cada da era inevitable encontrarse con la muchacha de lapensin y la compaera, por lo que no poda usar el recurso de esquivarlas como haba hecho hasta ahora con otras mujeres. Sin darme cuenta y empujado por mi habitual inseguridad, acab haciendo lo posible para congraciarme con ambas,como si tuviera una deuda con ellas.

    En esa misma poca, recib los favores de una camarera deuno de esos grandes cafs de Ginza. Tras s lo un encuent ro ,me sent tan agradecido a ella que casi no poda moverme depreocupacin y temores vacos. Entonces ya poda tomar unt ren o ir al teatro Kabukiza sin que me llevara H o r i k i . Ves t ido con un k im o n o de seda chispeada, incluso me atreva a entrar solo a un caf.

    Hasta cierto p u n t o , logr acostumbrarme a fingir descaro.En el fondo del corazn no haba perdido ni un pice de miedo al aplomo y la violencia de los humanos; mas, aunque sindejar de sentir ese m ied o y ese su frim ien to, en la superficie mehaba acostumbrado poco a poco a saludar mirando a la cara...No Esto no es cierto N o poda hablar con alguien sin mostrar co n dolorosas sonrisas la bufonera de m i derrota.

    Por lo menos , haba ad qui r id o la habi l idad de t a r t a m udear algunas frases convencionales, sera com o resultado demis actividades en el grupo clandestino? O gracias a las mujeres? Quiz al alcohol? Pero m e parece que, sobre t o d o , se debi a la falta de dinero. Fuera a donde fuese, me persegua esasensacin de temor. Se me ocurri que si entrase en alguno delo s grandes cafs, abarrotados de clientes bebidos, camareras ymozos, me zclnd om e con ellos m i corazn perseguido sin tregua podra tranquil izarse.

    De modo que me met en un gran caf del elegante barriode Ginza con slo diez yenes en el bolsi l lo. Te advierto que

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    slo l levo diez yenes, le di je sonriendo a la camarera que seme acerc. N o te preoc upes , repuso con acento de Kan sai.*A m , que estaba t emblando de miedo, estas palabras me calmaron de una forma extraa. Y no era porque ya no deba preocuparme por el dinero. Me dio la impresin de que estandoj u n t o a ella no haba nada que temer.

    Mient ras tomaba sake, me senta tan relajado que ni tenaque representar mis bufoneras. Bebiendo en silencio, no ocu ltaba mi verdad ero carcter, callado y som bro . Te apetece?me pregunt, s irvindome algunos aperi t ivos. Yo negu con lacabeza. Slo sake? Entonces yo tambin tomar.

    Era una noche fr a de otoo. Tal como me haba propuesto Tsuneko creo que as se llamaba, aunque mis recuerdosso n vagos y no puedo estar seguro; soy capaz hasta de olvidarel nombre de a lguien con quien h ice un pac to de su ic id iola esper en un puesto callejero de sushi. Ese sushi era malsim o . Es curioso que, aunque pueda olvidar el nombre de el la,recuerdo a la perfeccin lo repugnante que era el sushi, ascomo el rostro del hombre que lo preparaba, parecido al deuna serpiente aodaisho y con el cabello cortado al rape. El viejo no haca ms que volverse de ac para al l , intentando darla engaosa impresin de destreza en la preparacin del sush i . M e parece verlo ahora mismo. Aos despus, en unas tresocasiones, vi en el t ren un rostro que me resultaba familiary, despus de romperme la cabeza, l legu a la conclusin deque se pareca al hombre del puesto de sushi y sonre amargamente. Mientras que me cuesta recordar el nombre y el rostrode aquella mujer, recuerdo tan bien el del hombre del puesto de sushi que lo podra dibujar. Sin duda, esto demu estra lo

    * Regin que comprende Kioto , Kobe y Osaka.

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    horr ib le que era ese sushi, que me enfri el cuerpo y me llende malestar. Incluso las veces que alguien me ha l levado a unbuen restaurante de sushi , nunca he comido realmente a gusto . Mientras la esperaba, me deca que la bola de arroz era demasiado gruesa. Por qu no la haca ms o menos del tamaode la medida del pulgar?

    Tsuneko tena alquilada una habitacin en la prime ra planta de la casa de un carpintero. All me encontraba to ma nd o t,tendido en el suelo de t a tami , con la meji l la apoyada en la palma de la mano como si me doliera una muela y sin disimularen lo ms mnimo mi sombr o estado de nimo. Pareca quea ella no le disgustaba m i ac t i tud . Daba la sensacin de estarcomple tamente aislada, como u n rbol seco azotado por el froviento en el que danzaran las hojas muertas.

    Mientras descansbamos, me cont que era dos aos mayor que yo y que vena de Hi ros him a, don de su marido h abatrabajado de barbero. Sin embargo, en la primavera del aopasado huyeron a To kio ; pero e l hom bre no en cont r t rabajo y fue acusado de estafa, por lo que se encontraba en la crcel. Hasta ahora le haba ido a visitar cada da, pero no tenainten cin de ir m s. M e con t esto, entre otras cosas, aunqueno prest demasiada atencin porque las mujeres me aburrencuando comien zan a hablar sobre s mismas. No s si ser debido a su poca habi l idad a l expresarse, a que no aciertan a darnfasis en el punto debido, o a cualquier otra razn; la cuestin es que siempre he hecho odos sordos a esas historias.

    Ms que m i l de esas palabras que dicen las mujeres, si alguien me susurrase: Qu tristeza seguro que pronto me solidarizara con sus sentimientos. Pero, hasta ahora , n inguna mujer ha pronunciado ante m estas simples palabras, lo que meparece mu y extrao. Aun que esa mu jer no di jo: Qu tristeza ,

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    su cuerpo estaba envuelto en una profunda tristeza silenciosa,una corriente de miseria de unos tres centmetros que circulaba sobre ella. A l acercarme a ella, m i cuerpo quedaba tambinenvuelto en esa co rriente, mezclndose co n la de m i punzantemelancola como una hoja muerta que se pudre en el fondodel agua. Por fin, me haba librado del miedo y la angustia.

    Era muy diferente a d o r m i r t ranqui lamente en los brazosde aquellas prost i tutas idiotas; ellas eran alegres. La noche quepas con la esposa de aquel delincuente acusado de estafa fuemuy fel iz y l iberadora. Imagino que no volver a usar en estoscuadernos unas palabras tan decididas y sin vacilacin.

    Pero slo dur una noche. Al abrir los ojos por la maana, me levant de un salto y volv a ser el bufn superficial desiempre. Los cobardes temen hasta la felicidad. Pueden herirse incluso con el algodn. A veces, hasta la felicidad les hiere.Antes de resultar herido, me apresur a separarme de ella, u t il izando las bufoneras co mo una cort in a de hum o.

    Aquello de que el fin del dinero es el fin del amor puede interpretarse al revs. No significa que cuando se terminael dinero la mujer abandone al hombre. Cuando se queda sindinero el hombre se siente al fondo del abismo, sin el menornimo de rer, hundido en el pesimismo, y es l quien terminaabando nando a la mujer. El hombr e se vuelve m edio loco y nopara de dar sacudidas hasta que se libera de ella. Podrs encontrar la explicacin del proverbio en el diccionario Kanazawa...Por m i parte, lo he vivid o en carne propia.

    Recuerdo que cuando me puse a decir esas tonteras, aTsuneko le dio r isa. Temiendo quedarme ms rato, estaba dispuesto a marcharme sin lavarme la cara. Fue entonces cu ando solt sin pensar aquello de que el fin del dinero es el fin delamor, lo que despus acarre serias consecuencias.

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    Pas un mes hasta que me encontrara de nuevo con la m ujer que me otorg sus favores esa noche. Despus de dejarla,m i fel icidad se fue borrando a medida que pasaban los das.Me horror izaba pensar que por una merced fugaz me habacreado horribles vnculos e incluso lleg a pesarme que Tsuneko hubiese pagado m i cuenta en el caf dond e trabajaba. Pese ala distancia, se acab conv irt iend o para m en una m ujer amenazadora, que me int im id aba sin cesar, igual que la muchacha de la pensin o la compaera que estudiaba para maestra. Tema reaccionar con furia s i me encontrara de nuevo conla mujer con quien dorm, de modo que opt por no aparecer por Ginza. El que me fastidiara no se deba a la astucia.Las mujeres tenan un comportamiento muy d i s t in to al irse ala cama y al levantarse a l da siguiente, s in la menor con exin,como si hubieran olvidado por completo lo sucedido; era unfenmeno raro, como si lo hubiesen d iv id ido en dos mundos;algo que yo no poda digerir.

    A f inales de noviembre, estaba con H o r i k i t o m a n d o sakebarato en un puesto callejero de Kanda. Apenas habamos sal ido cuando este mal amigo ya estaba insist iendo en continuarbebiendo en otra parte, pese a que ya no tenam os un cntimo en los bolsi l los. Como yo estaba bastante bebido, me sent a mucho ms lanzado de lo normal .

    Bueno, te voy a l levar a un pas de sueos. Sake, mu jeres... propuse .

    A un caf?Eso mismo. Va m o sUna vez decidido esto, tomamos el t ranva.Esta noche estoy hambriento de mujeres d i j o H o r i k i

    m u y an im ado Se po d r besar a las camareras?

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    N o m e gustaba nada cuando H o r i k i representaba el papelde borracho. l lo saba, y por eso insisti.

    Ya sabes, eh? Voy a besarla La que se siente a m i ladono va a escapar s in un beso, eh?

    H az lo que te d la gana.Qu b i en Me mue ro de ganas de una mujer.Bajamos en la parada de Ginza Yoncho me y entramos en

    el gran caf de sake y mujeres. No me quedaba ms que confiar en que estuviera Tsuneko ya que no tena un cntimo. Nossentamos en un reservado vaco y pro nt o se acercaron apresuradas Tsuneko y otras camareras. Una de ellas se sent a milado y Tsuneko se dej caer j u n t o a H o r i k i ; me dio un sobresalto. Pronto la besara.

    No es que tuviera celos; nunca fu i posesivo. Es cierto quea veces he sentido pena al perder algo, pero nunca la suficiente como para enfrentarme a los dems por este m o t i v o , hastael pu nto de que aos despus vi cm o violaban a mi esposa sinhacer nada para evitarlo.

    No quiero inmiscuirme en las desavenencias entre los seres humanos. Tengo miedo a caer en ese remolino. La relacin entre Tsun eko y yo fue slo de una noch e. N o era ma .No sera posible sentir celos por ella. Pero, an as , tuve unsobresalto.

    M e daba pena que Tsuneko tuviera que soportar los besosviolentos de H o r i k i delante de mis ojos. Una vez mancilladapo r H o r i k i , no podr a seguir conmigo . Pero m i vo lun t ad noera tan fuerte como para retenerla. Aaah..., se iba a terminartodo . A nte la infel icidad de Tsuneko, slo pude suspirar. Pero,al momento siguiente, me resign dejndome l levar por el flujo de los acontecimientos y, mira nd o ora a H o r i k i ora a Tsuneko , sonre como un bobo.

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    Sin embargo, inesperadamente la situaci n tom un malr u m b o .

    Se acab exclam H o r i k i con una mueca N i alguien como yo puede hacer eso a una mujer tan miserable...

    Hablando entre dientes y con los brazos cruzados me dirig a Tsuneko.

    Q u i e r o beber sake. Pero no tengo dinero.Quera ahogarme en sake. A la vista de la gente, Tsuneko

    era una infeliz, con olor a pobreza, que no vala ni para el besode un borracho. De repente, esto me golpe como un rayo.Aquella noche beb como nunca lo haba hecho, y cada vezque mis ojos se encontraban con los de Tsuneko, intercambibamos tristes sonrisas. Mientras pensaba que era una mujer exhausta de aspecto pobre, naci en m una solidaridad poresta compaera en la pobreza; incluso ahora pienso que los en-

    f ren tamientos entre pobres y ricos es un tema que parece caduco, pero que siempre formar parte de las tragedias. Empez a brotar en mi interior la compasin por Tsuneko; y, jun toa ella, un tenue sentimiento de amor.

    Vomi t . No saba ni dnde estaba. Fue la primera vez queperd totalmente el sentido por los efectos de la bebida. Cuando abr los ojos, Tsuneko estaba sentada a m i cabecera. Al parecer, haba d o r m i d o en su habitacin, en la primera planta dela casa del carpintero.

    E l fin del dinero es el fin del amor... Pens que lo decasen broma, pero lo piensas en serio? Como no viniste nuncams.. . Qu historias ms complicadas Puedo trabajar para losdos, qu te parece?

    N i hablar.Entonces ella se acost a mi lado. Haci a el amanecer surgi

    de sus labios y por primera vez la palabra muerte. Tsuneko

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    tambin pareca exhausta de existir como un ser hu man o. Porm i parte, pensando en m i temor por el mun do y sus c o m p l icaciones, el grupo clandestino, las mujeres, los estudios, pareca imposible seguir viviendo, y as acept su propuesta. Peroentonces todava no estaba resignado a mor i r. En mi respuestase ocultaba u n cierto afn de aventura. Pasamos la maana paseando por Asakusa. Entramos en una cafetera y tomamos unvaso de leche. Esta vez pagas t, d i jo Tsuneko. Cuando melevant a pagar y abr el moneder o, slo hab a tres miserablesmonedas de cobre. Ms que vergenza, sent horror.

    En el acto me vino a la mente que en la habitacin de lapensi n slo me quedaba el uni for me de la escuela y la ropade cama; ya no tena nada ms que pudiera ser empeado enese cuart o desolado. S lo ten a lo que llevaba puesto: el k i m on o de seda chispeada y el abrigo. Supe con toda claridad quen o poda seguir viviendo.

    Mien t r a s me encontraba all sin saber qu hacer, la mujer ech una ojeada a mi monedero. Eh? No tienes ms queesto?, d i jo con inocencia, pero yo sent una punzada d o l o -rosa, que slo poda causarme la voz de la primera mujer queamaba. Slo esto? No tienes ms que esto? Pero si tres sende cobre no puede llamarse dinero Sent una rara h u m i l l ac in , nunca experimentada hasta ahora. Una humillacin quen o me permita seguir viviendo; sera porque, al fin y al cabo,en aquel entonces an no me hab a libra do de la iden t idadde h i jo de famil ia adinerada. Entonces tom la determinacinreal de quitarme la vida.

    Esa noche nos lanzamos al mar en Kamakura. Tsuneko sedesat la faja del k i m o n o , diciendo que la haba tomado pres-

    Unidad monetaria equivalente a la centsima parte de un yen.

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    tada de una comp aer a de traba jo, y la dej dobl ada sobreuna roca. Yo me saqu el abrigo y lo coloqu en el mismo lugar. Entonces entramos al agua. Ella muri y yo fracas en elintento.

    Como yo era slo un estudiante y, adems, el nombre dem i padre tena inters in format ivo , la prensa local organiz unalboroto con el incidente. Me ingresaron en un hospital jun toa la costa, y uno de mis parientes se desplaz para ocuparse delas gestiones necesarias. Antes de marcharse, me d i jo que mifamil ia se haba enfurecido t an to que incluso me podan desheredar. Pero a m esto no me importaba; senta tanta nostalgia por Tsuneko que no poda parar de llorar. Hasta hoy, n u nca quise a nadie ms que a la miserable Tsuneko.

    La muchacha de la pensin me envi una larga carta queinclua unos cincuenta poemas breves tanka. S, cincuenta, ytodos comenzaban con el verso vive por m. Tambin las enfermeras entraban a m i habi taci n alegremente para hacermecompaa, y algunas hasta me tomaban la mano un momentoantes de marcharse.

    Me favoreci mucho que en el hospital me diagnosticaranque tena una dolencia en el pulmn derecho porque la p o l ica me trat como a un enfermo y no como a un delincuente.Cuando me fueron a buscar para interrogarme por in ten to desu ic id io , me colo caron en una celda especial.

    A altas horas de la noche, el polica de guardia, ya entradoen aos, entreabri la puerta y me llam.

    E h , t Ven para ac a calentart e un poco d i j o .Entr con la cabeza gacha, fingiendo desaliento, me sent

    en una silla y acerqu las manos al brasero.Ya veo, echas de menos a la mujer que muri, verdad? S . . . repuse con voz apagada.

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    Eso podra decirse que es parte de la naturaleza humana a f i r m . Poco a poco se haba puesto a darse importancia.Cmo empezaste a salir con esa mu jer?

    Su tono ya era casi como el de un juez, ta n presuntuos o sehaba hecho cuando me pregunt. Tomndome por un nioy quiz con la idea de entretenerse en aquella noche de otoo,se comportaba como si fuese el responsable de la investigacinpara hacerme confesar alguna historia obscena. Enseguida med i cuent a y tuve que esforzarme por no soltar una risotada ensu propia cara. Saba que no tena ninguna obligacin de responder a estas preguntas del polica, ajenas a la investigacinoficial; pero, a fin de hacer ms llevadera la larga noche o toal , adopt una ac t i tud dcil; como si, en realidad, creyese porcomple to que el polica fuese e l responsable de la investigaciny de l dependiera que recibiera una sentencia ms o menossevera. De modo que hice una declaracin a mi antojo paradejarlo contento.

    M m m . . . Ya entend ms o menos de lo que se trata. I ncluso nosotros tenemos en consideracin cuando alguien essincero.

    Muchas gracias. Espero que as sea.M i representacin fue de una habilidad d iv ina , aunque no

    sirvi absolutamente de nada. As que amaneci, me llam eljefe de la polica para comenzar la investigacin de verdad. Enseguida que abr la puerta y entr en su oficina dijo:

    Va y a , vaya Qu guapo y dirigindose a m : Laculpa no es tuya sino de la madre que te hizo as.

    E l jefe de polica era todava joven, de tez algo oscura y conaspecto de haber estudiado. Al decirme esto, de repente mehizo sentir como una persona deformada, como si tuviera unamarca de nacimiento en pleno rostro.

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  • 8/11/2019 Indigno de ser humano - Osamu Dazai.pdf

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    La investigacin del of icial , que pareca practicar judoo ken do a juzgar p or su fsico, fue simp le y precisa; dist intacomo el da y la noche de la que me hizo la vspera ese policaentrado en aos, furtiva y en busca de aspectos obscenos.

    Cuando te rmin e l in te r roga torio , el jefe de polica se pusoa llenar un fo rmular io para env iarlo a la fiscala.

    N o debes descuidar la salud. H as escupido sangre, no?Por la maana, haba tenido una tos muy rara, y cada vez

    que tosa me cubra la boca con un pauelo que tena rastrosde sangre. Pero, en realidad, no haba sal ido de m i gargantasino de un grano bajo la oreja que me haba reventado la vspera. Pens que me convena ms no aclarar la verdad.

    S . . . repuse con los ojos bajos, hacindome el bueno. N o s si sers procesado, porque esto depende del fiscal

    d i j o cuando acab de rel lenar los documentos. Pero seramejor que llamases por telfono o pusieras un telegrama paraque venga alguien que te sirva de avalador. Tienes a alguien, no?

    Me acord de un hombre l lamado Shibuta, un anticuario,que sola visi tar a mi padre. Era soltero, rechonch o, de unoscuarenta aos, y me haba avalado para el ingreso en la escuela . Su rostro, en part icular cerca de los ojos, tena el aspecto deu n lenguado; por eso, mi padre sola llamarle El lenguado yyo tambi n me acostum br a ese apod o.

    Busqu su nmero en el anuario telefnico que me prest a ron en la polica, lo llam y le ped que fuera a la oficina depolica de Yokohama. El lenguado se mostr tan arroganteque pareca o t r o , pero termin por aceptar.

    E h Qu e a lguien des infecte este t e l fono in med ia tamente . H a escupido sangre d i j o el jefe de polica con vozpotente, que l leg con claridad hasta mis odos ya que estabasentado en la celda.

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    Despus del medioda, me ataron las muecas con unacuerda fina de esparto; aunque p e r m i t i e