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¿cómoves? 26 Julio Verne: asífue Horacio García Fernández Yo soy el historiador de las cosas de apariencia imposible que son, sin embargo, reales, indiscutibles. No he soñado. He visto y sentido. Julio Verne El nacimiento de un nuevo género literario ¿cómoves? 26 Ilustración: Rapi Diego

Julio Verne_ El Nacimiento de Un Nuevo Genero Literario - Garcia Fernandez_ Horacio

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¿cómoves?

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Julio Verne:asífue

Horacio García Fernández

Yo soy el historiador

de las cosas de apariencia

imposible que son, sin embargo,

reales, indiscutibles. No he soñado. He

visto y sentido.Julio Verne

El nacimiento de un nuevo género literario

¿cómoves?

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EL SALÓN de Madame Barrère, en París de mediados del siglo XIX, atraía por dos cualidades notables: su excelente buffet y las personalidades literarias que lo dis-frutaban a la hora de la cena. En una de esas noches en que la escalera por la que se subía al salón se hallaba saturada, dos personajes que trataban de abrirse paso por los escalones se dieron un encontronazo. Al sentirse empujado, uno de ellos, grueso, ya maduro, se volvió furioso agitando su bastón frente a la cara de un joven al que le doblaba fácilmente la edad.

Sin inmutarse, el joven, con toda serie-dad, le preguntó:

—¿Ha cenado usted, señor?—Perfectamente, joven —respondió

con voz llena de enojo el corpulento per-sonaje. Y luego, como suavizándose ante el recuerdo— ¡Y nada menos que omelette a la moda de Nantes!

—Las omelettes de París a la moda de Nantes no valen nada, señor. ¡Nada! ¿Me entiende usted? Hay que echarles azafrán, ¡para que lo sepa! ¡Azafrán! Y en París aún no se enteran.

El hombre grueso se mostraba aho-ra profundamente interesado:

—¿Así que usted sabe hacer ome-lettes, joven?

—¿Qué si sé hacer omelettes? ¡Soy un maestro en el arte de hacer omelettes!

—¡Es usted un insolente!, pero si sabe hacer omelettes... aquí tiene mi tarjeta. Inútil que me dé usted la suya, con seguri-dad no la tiene... Lo espero el miércoles en el campo del honor donde me cobraré su impertinencia... en la cocina de mi casa... ¡donde hará una de sus omelettes!

Y dando media vuelta, el hombre grue-so se alejó mientras el joven, Julio Verne, entraba a cenar.

Horas más tarde, Verne, en casa del compositor Aristide Hignard, mientras contaba la anécdota a su amigo, sacó la tarjeta del bolsillo, leyó el nombre en ella impresa, y con asombro exclamó: “¡Ale-jandro Dumas!”.

No sabemos si esta anécdota es autén-tica, pero lo cierto es que Verne fue amigo de Dumas, asiduo al círculo íntimo del gran escritor... y a su cocina.

El encuentro con Dumas, independien-temente de cómo se haya dado, se produjo entre 1848 y 1850, años en los que el joven Verne estaba terminando sus estudios de Derecho en París. Había llegado allí de 20

años. Su padre, Pierre Verne, abogado de éxito e hijo de un juez, lo envió allí a estu-diar para que se incorporara después a su bufete en Nantes y continuara la tradición familiar.

Pierre Verne era autoritario; no permitía discusión alguna sobre sus principios. Era severo, austero, pío y católico por convic-ción razonada y en el sentido más absoluto, como lo describiría su hijo Julio en una carta. Era tan rígido de costumbres que en una ventana de su casa tenía enfocado un catalejo en el reloj de la torre de un mo-

hermano Paul, un año menor que él. De sus correrías nació el enorme afecto que siempre los unió.

Las presiones hogareñas y la atracción del mar sumaron efectos y en un amanecer del verano de 1839, Julio, de entonces 11 años, se descolgó furtivamente por una ventana de su casa y cargando unas cuan-tas prendas metidas en un saco, se dirigió silenciosa y rápidamente al puerto, decidido a embarcarse como grumete.

Al marcar el reloj de la torre del con-vento la hora del desayuno, la familia se encontraba sentada a la mesa pero, ante la sorpresa de unos y el ceño fruncido del único que se podía dar el lujo de fruncirlo en aquella casa, Julio no aparecía.

La madre, angustiada, pensó lo peor: “se habrá ahogado”, o “habrá sido estrangulado por algún sujeto del puerto”. El padre salió en su busca y gracias a un marinero que le

dio la pista, encontró a su hijo a bordo del Coralie, un barco que iba a zarpar rumbo a la India. Enfurecido, lo arrastró a tierra, y al llegar a su casa, delante de todos, tomó un látigo y le propinó una tremenda flagelación, antes de encerrarlo y dejarlo a pan y agua. Para ser perdonado, Julio tuvo que jurar que en adelante sus únicos viajes serían en sueños. Entonces no sabía que a la larga los haría soñando despierto.

Otro hecho importante en la vida de Verne fue el fracaso de su primer y gran

amor, su prima Caroline. El único pretexto que había utilizado cuando escapó de su casa a los 11, antes de ser castigado tan brutalmente por su padre, era que quería regresar de la India con un collar de coral para su prima.

Al llegar a los 17 años de edad, Julio estaba profundamente enamorado de Ca-roline, le escribía versos y quería casarse con ella.

Caroline tenía varios pretendientes entre las familias más ricas de Nantes. ¿Qué le ofrecía su primo?: bolsillos llenos de versos. Pero Caroline no quería versos. Era coqueta, no romántica; quería un futuro seguro y estable, y eso se lo ofrecía otro de sus pretendientes por el que fi nalmente se inclinó.

Julio soñaba con hacer carrera literaria. El rechazo lo llevó a aislarse de un medio en el que no encontraba asidero alguno. Ante la perspectiva de la próxima y funesta boda cayó en un estado de ánimo sombrío.

nasterio para realizar puntualmente lo que tuviera que hacer en el día.

En contraste con esta dureza, Verne siempre quiso a su madre suave, amorosa y dulce, particularmente con sus hijos. Esta imagen de la madre se trasladará posterior-mente a su obra.

La infancia y primera juventudJulio Verne nació el 8 de febrero de 1828 en un islote arenoso, anclado en la desem-bocadura del río Loira, hoy tragado por la mancha urbana de la ciudad de Nantes, pero que entonces se llamaba isla Feydeau.

Asomada al Atlántico, la costa de Nantes, el mar y el puerto fueron un estí-mulo para la imaginación de Julio y de su

Julio Verne (c. 1856).

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Pierre, sensible esta vez al dolor del hijo, pensó en alejarlo de Nantes mientras se festejaba la boda de Ca-roline, y lo envió a París, a presentar sus exámenes de admisión a la carrera de Leyes.

Alojado en casa de una tía abuela, la estancia en París apenas duró el tiempo sufi ciente para presentar su examen y dejar pasar la boda.

El Julio Verne que regresó a Nan-tes era un joven que había aprendido una amarga lección: en su mundo no infl uían ni la poesía, ni el amor a la cultura, sino el poder del dinero. Su tendencia a la soledad se transformó en depresión. Un intento de cura en un bal-neario y las reuniones a las que le hizo asistir su madre, al regresar de nuevo a Nantes, no le sirvieron de nada.

Necesitaba un cambio radical de ambiente. Pasaron dos años hasta que su padre decidió mandarlo de nuevo a París, para que completara los estu-dios de Derecho, cosa que sólo pudo hacer a fi nales de 1848, después del triunfo de la revolución popular, que obligó a Luis Felipe a abandonar el poder para dar paso a la segunda república, bajo el gobierno de Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del “gran” Napoleón, para los franceses.

El París que lo recibió era una ciudad renovada por la esperanza de cambio que parecía asegurar el nuevo gobernante. Ese París inspiraba entusiasmo y se lo transmi-tió al joven Verne.

La búsqueda de identidadEl estudiante aprovechó su recién adquirida libertad y se hizo visitante asiduo de las librerías, amigo de Alejandro Dumas y de los poetas y novelistas que se reunían en su casa.

El padre se llenó de angustia por las cartas de su hijo que se estaba haciendo adicto al vicio de la literatura. El momento del enfrentamiento defi nitivo llegó cuando Julio Verne presentó su examen para hacer-se abogado. Como lo aprobó, su padre no perdió el tiempo y le envió una carta en la que le exigía que abandonara París y regre-sara a Nantes. Fue el principio de un intenso duelo epistolar. Julio se negaba a abandonar París y en una de sus respuestas a su padre le escribe: “Yo puedo ser un buen literato y no seré más que un mal abogado, por no ver en todo otra cosa que el lado cómico y la

forma artística, y por no sentirme apegado a la realidad de los negocios”.

Pierre trató, sin éxito, de convencer a su hijo de que repartiera su interés entre las dos actividades y que dejara París durante un par de años para darse tiempo a readaptarse a la realidad. Lo instó a hacerlo por última vez en una carta en la que le decía que la miseria acompaña como perro fi el a quien se abandona a la literatura. Como no fun-cionó, entonces le cortó todo el apoyo eco-nómico, obligando a su hijo a abrirse paso por su cuenta, quizá con la esperanza de que fracasara y volviera al redil familiar.

Sin embargo, la medida tuvo el efecto contrario. A la frase del padre de que la miseria es buena consejera, Julio respondió que la miseria es la piedra de toque de las almas ricas. Julio Verne derrotó momentá-neamente a su autoritario padre.

El matrimonioEn los años siguientes, Julio luchó por des-tacar como autor dramático sin conseguir salir de la medianía. Estrenó dos obras de teatro, pero ganó tan poco que se vio obligado a aceptar un trabajo de secretario particular del director del Nuevo Teatro Lírico, que se abrió al público en 1852. Su salario era de 100 francos mensuales.

La correspondencia con sus padres no se interrumpió y el acoso paternal tampo-co. Los siguientes cinco años los repartió

entre su trabajo, la bohemia, su entrega a la literatura y el estudio. En 1852 apareció el Catecismo de fi losofía positiva de August Comte, y en 1854 el Sistema de política positiva, del mismo autor, que lo venía trabajando desde 1851. El positivismo sacó a la ciencia del rincón al que la había condenado el romanticismo, y le confi rió la dignidad e importancia que tiene en la vida social.

Luis Napoleón transformó la segunda república en segundo imperio, mediante un golpe de Estado en 1852. Una de sus primeras acciones fue mandar al exilio a Víctor Hugo y a otros intelectuales que lo asustaban. Hugo le respondió desde el exilio califi cándolo como Napoleón “el pequeño” (apodo que aún lo acompaña).

El nuevo emperador favoreció a la minoría aristocrática y el desarrollo en Francia de la revolución industrial, con toda la injusticia que ésta representaba para los obreros, mujeres y niños que se veían obligados a nacer, vivir y morir dentro de la casa del terror que en realidad era cada fá-brica. El principio del liberalismo era claro: la vida debe estar al servicio del progreso. Los pensadores sociales y artistas, el pue-blo y los trabajadores creían lo contrario: el progreso debe estar al servicio de la vida. Todo esto fue calando la conciencia de Julio Verne en medio de sus problemas económicos.

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Entre 1852 y 1856 vivía como bo-hemio. Pero poco a poco su visión de las cosas cambió al ver cómo sus amigos se iban casando y dejándolo solo. En 1857 se decidió él también a formar una familia. El padre debía estarse frotando las manos, pues por fi n lo tenía a su alcance. Pero no fue así. Julio rechazó a las candidatas que le consiguió el padre, o en realidad se las arregló para ser rechazado por ellas, y encontró la suya. Se llamaba Honorine, era viuda y madre de dos hijas. Nunca la amó, ni a ninguna otra mujer, pero el 10 de enero de 1857 llegó a su boda con traje blanco y guantes negros transmitiendo un mensaje extraño: ¿se trataba de una expresión de luto ante su derrota?

Años más tarde, en su obra Las tribula-ciones de un chino en China, escribirá: “Si Kin Fo hubiera tenido aún a sus padres, su propia casa se habría igualmente iluminado en signo de luto, porque las nupcias del hijo deben ser vistas como la imagen de la muerte del padre, al que el hijo parece entonces suceder”.

Unos días después de la boda, llevó a su mujer al museo del Louvre y ante la Venus de Milo le dijo: “He aquí la única mujer de la que podrás estar celosa toda tu vida”.

Un nuevo género literarioEl avance científi co y tecnológico y su efecto social le interesaban mucho. A partir

de 1857 se pasó las tardes en la Biblioteca Nacional y más adelante en el Círculo de la Prensa Científi ca, estudiando todo lo que despertara su interés, que era mucho y diverso.

Llegó 1859 y con él un cambio de suer-te. Napoleón, el pequeño, obligado por la crítica ciudadana, concedió una amnistía a todos los exilados políticos. Pocos la re-chazaron, entre ellos Víctor Hugo y Edgar Quinet, quien escribe: “[...] los que nece-sitan ser amnistiados no son los defensores de las leyes, son los que las derriban. No se amnistía al Derecho y la Justicia”.

Uno de los que sí regresan es Jules Hetzel, de ofi cio editor, un hombre del 48, un enemigo del absolutismo.

Julio Verne se presentó ante Hetzel un día de octubre de 1862. Le llevó un manus-crito del primer balbuceo de una idea que hizo exclamar a Dumas: “¡Es una idea inmensa!”. ¿De qué se trataba? A Julio se le ocurrió escribir lo que él llamó un paseo completo por el cosmos de un hombre del siglo XIX. Hetzel recibió el manuscrito y le pidió que regresara dos semanas después; dos semanas de angustia para Julio Verne.

Cuando por fi n estaba sentado de nuevo frente al editor, en el silencio que antecede al diálogo, Hetzel lo miraba tratando de hacerse una idea de quién era ese hombre que tenía ante él. Julio se preparaba para una respuesta negativa y pensaba quizá:

seguramente ahora me van a despedir con elegancia. Pero no. Hetzel le tendió el manuscrito y le dijo: “Hágame de esto una verdadera novela. Introduzca episodios dramáticos, déle unidad y le fi rmaré un contrato. ¿Sabe usted, joven, que tiene talento?”.

Verne tardó 15 febriles días en lograrlo. No le hacía caso a Honorine, molesta por los desordenados papeles que estaban por todo el cuarto.

Hetzel se entusiasmó cuando leyó la novela que le entregó Julio. Feliz, el joven autor le expuso la idea que tanto gustó a Dumas, contagiándole su entusiasmo. Inmediatamente, Hetzel propuso a Verne un contrato para que escribiera tres obras al año por 1 925 francos cada una.

El libro que salió a la venta en 1863, el primero de la serie Viajes extraordinarios, tuvo un éxito enorme, se trataba de Cinco semanas en globo. Con él Julio Verne em-

Entre los muchos científi cos, ingenieros. explora-dores o cosmonautas admiradores de Verne basta citar unos cuantos:

Mendeléiev, el químico de las profecías ba-sadas en su descubrimiento de la ley periódica, califi caba a Verne de genio científi co y era lector asiduo de sus obras.

Juan La Cierva, el ingeniero español inventor del autogiro, aparato precursor del helicóptero, reconocía la infl uencia de Verne en su decisión de dedicarse al diseño de aviones.

Jacques Ives Cousteau, quién diseñara el equipo necesario y coordinara la permanencia durante varios días y en varias ocasiones, de un grupo de oceanautas en la plataforma continental, la última a 100 metros de profundidad durante tres semanas, frente a las costas de Mónaco (ex-periencias Conshelf I, II y III), siempre se declaró inspirado por Verne a través de la lectura de Veinte mil leguas de viaje submarino.

El almirante Richard Byrd, explorador y marino estadounidense, primero en sobrevolar el polo norte (1926), quien además volara sobre el polo sur (1929) y entre 1928 y 1941 realizara tres expediciones a la Antártida, y una cuarta en 1946, en busca de minerales, afi rmaba que si no hubiera sido por Verne nunca hubiera nacido en él la pasión por la exploración de los polos

La lectura de esa misma obra, que hizo a los 10 años de edad, defi nió la actividad futura de Simon Lake, quien, en la primera mitad del siglo XX, se hizo ingeniero y se dedicó a perfeccionar y modernizar los submarinos, siendo el diseñador y constructor de los primeros sumergibles de la armada estadounidense.

Finalmente citemos a Yuri Gagarin, primer cosmonauta de la historia. Él declaró: “Ha sido Verne quien me ha inspirado para dedicarme a la astronáutica”.

La infl uencia de Verne

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pezó a desarrollar un nuevo género literario. Su éxito fue inmediato, no sólo ante el público lector, sino ante la crítica. Una de las revistas más serias de análisis literario, Revue des deux mondes, lo recibió con es-tas palabras: “Un libro destinado a causar sensación y a convertirse en un clásico de su género”. Género que estaba por desarrollar-se, le faltó añadir al crítico. Verne desarrolló en su primera novela las ideas que habían entusiasmado a Alejandro Dumas y que caracterizarían su obra posterior.

La exploración geográfi ca, apoyada por la revolución en las comunicaciones terres-tres, aéreas y marítimas que se fue dando a lo largo del siglo XIX, estaba despertando un intenso interés en el público europeo por el conocimiento de esos pueblos de costumbres tan diferentes a las suyas y desde su punto de vista tan atrasados. Los libros de Julio Verne iban a reforzar ese interés y a relacionarse particularmente con la curiosidad por la ciencia despertada en los parisinos desde el siglo XVIII.

Por ejemplo, al elegir el globo como vehículo para ese viaje que cuenta en su relato, Verne concidió con la pasión que despertaron en Francia los viajes en globo desde que el 19 de septiembre de 1783 a la una de la tarde, una gran multitud se llenara de asombro al contemplar cómo el globo diseñado por los hermanos Montgolfi er, en cuyo canasto, una oveja (llamada Montau-ciel), un pato y un gallo se elevaban sobre el palacio de Versalles, convirtiéndolos en los primeros aeronautas de la historia.

Cinco semanas en globo contiene mu-chas de las inquietudes que Verne desarro-llará a lo largo de su obra y de los temas que le ganarán infi nidad de lectores en todo el mundo. Pero también encontramos en esa novela una muestra de los prejuicios del autor al escribirla, particularmente el odioso prejuicio racial de los europeos, que lo ignoraban todo sobre otros pueblos considerados inferiores.

En una triste página se describe la lucha feroz entre dos tribus africanas, batalla en la que se decapita a los heridos con la par-ticipación activa de las mujeres de la tribu. En este episodio también se expresa su

antimilitarismo cuando en un diálogo entre los viajeros en el globo, el llamado Kennedy dice: “Repugnante escena”, a lo que Joe responde: “Buena canalla. Y sin embargo, si se pusieran uniformes, serían como todos los guerreros [soldados] del mundo”.

No cabe duda que con sus intuiciones sobre el futuro, Verne abrió las mentes de sus lectores a la contemplación de muchos de los adelantos técnicos que sorprenderían a generaciones muy posteriores a él (véase recuadro). En ese sentido es justamente considerado como un precursor del género que llamamos fi cción científi ca, mucho más conocido como ciencia fi cción.

Pero al aislarlo en este género, en opinión de quien esto escribe, empobre-cemos su aportación como inspirador de vocaciones y olvidamos que sus refl exiones sobre las relaciones entre la tecnología y la sociedad, no siempre estaban a favor del llamado progreso.

Ya en Cinco semanas en globo encon-tramos el germen de la crítica posterior de Verne, profunda y con sabor a pesimismo, a eso que algunos irrefl exiva y sobre todo de manera reduccionista, siguen llamando progreso. En otro diálogo, el mismo Ken-nedy afi rma: “Además, será una época muy desdichada aquella en que la industria lo absorba todo en su provecho. A fuerza de

inventar máquinas, los hombres se harán devorar por ellas. Yo me he fi gurado siem-pre que el último día del mundo será aquel en que alguna inmensa caldera, calentada a miles de millones de atmósferas, haga saltar nuestro planeta”. A lo que Joe responde: “Y yo añado que no serán los americanos los que menos contribuyan a la construcción de esa caldera”.

La visión de Verne, romántica pero crítica, de su primera época, irá dando paso a otra, más realista y comprometida, y a la par más amarga y pesimista, a medida que los acontecimientos de los que fue testigo durante su vida lo fueron conmoviendo. En su obra encontramos la anticipación de la investigación submarina moderna, los viajes espaciales, la aparición de los aviones desplazando a los dirigibles, la bomba ató-mica, el surgimiento de las ideologías del nazi-fascismo y el desarrollo tecnológico al servicio del poder como factor de control de las sociedades, que amenaza fi nalmente la libertad y los derechos humanos de los pobres de esta tierra.

Verne no fue solamente el creador de un nuevo género literario. Fue un gran nove-lista admirado por otros grandes escritores como Tolstoi, quien afirmó: “He leído sus obras, ya en edad madura, y me han entusiasmado. Julio Verne es un maestro sorprendente”.

Se publicaron 54 novelas de Verne mientras él vivía y en los últimos años han aparecido otra docena. También fue autor de cinco colecciones de cuentos, obras de teatro, ensayos y poemas.

Este año se cumplió el centenario de la muerte de Julio Verne (24 de marzo de 1905). Es un buen momento para recomen-dar releer sus obras, o leerlas, según el caso, con una lectura más crítica, más profunda y enriquecedora. Con seguridad encontrare-mos a un Verne sorprendentemente actual y moderno. Deseamos que lo disfrutes.

Horacio García fue profesor de carrera en la Facultad de Química de la UNAM, de 1989 a 2005, y profesor invitado en la Universidad Autónoma de Madrid de 1996 a 1999. Es conferencista y autor de más de 15 libros de divulga-ción de la ciencia e innumerables artículos. En 1996 fue galardonado con el Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia y la Técnica.

La verdadera superioridad del Hombre no estriba en vencer o dominar

la Naturaleza, sino, para el pensador, en comprenderla, en alojar el

inmenso universo en el microcosmos de su cerebro.Julio Verne, El eterno Adán

Para nuestros suscriptoresLa presente edición va acompañada por una guía didáctica, en forma de separata, para abordar en el salón de clases el tema de este artículo.