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La Batalla de Platea ANTECEDENTES Derrotado en Salamina, Jerjes decide poner tierra por medio y regresar a Asia. Para muchos éste es prácticamente el fin de la II Guerra Médica. En realidad es sólo un impasse, un nuevo tropiezo de los persas que sin embargo ni se creen, ni están, todavía batidos. Tanto ellos como los griegos saben que la batalla decisiva esta por llegar, y que será en esta ocasión en tierra firme, aquí los invasores se sienten todavía muy fuertes y conservan plenamente la iniciativa. Por el momento, y tras la debacle naval, el mando persa opta por retroceder. La gran cantidad de tropas que mantiene en armas le impide invernar en un lugar tan adelantado y expuesto como el Ática. Se opta entonces por un repliegue sobre Tesalia, muy cerca de sus bases de aprovisionamiento en Tracia y muy lejos, a su vez, del grueso de las fuerzas griegas situadas en el Peloponeso. 1

La Batalla de Platea

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La Batalla de Platea

ANTECEDENTES

Derrotado en Salamina, Jerjes decide poner tierra por medio y regresar a Asia. Para muchos éste es prácticamente el fin de la II Guerra Médica. En realidad es sólo un impasse, un nuevo tropiezo de los persas que sin embargo ni se creen, ni están, todavía batidos. Tanto ellos como los griegos saben que la batalla decisiva esta por llegar, y que será en esta ocasión en tierra firme, aquí los invasores se sienten todavía muy fuertes y conservan plenamente la iniciativa.

Por el momento, y tras la debacle naval, el mando persa opta por retroceder. La gran cantidad de tropas que mantiene en armas le impide invernar en un lugar tan adelantado y expuesto como el Ática. Se opta entonces por un repliegue sobre Tesalia, muy cerca de sus bases de aprovisionamiento en Tracia y muy lejos, a su vez, del grueso de las fuerzas griegas situadas en el Peloponeso.

Cabalmente el comandante en jefe de las fuerzas persas, Mardonio, decide mantener en campaña sólo a las mejores tropas

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de entre toda la innumerable hueste del Gran Rey. Éste, Jerjes, regresaría después a Asia atravesando Tracia sin pena ni gloria, escoltado por el resto de sus fuerzas, en una marcha que tuvo mucho de huida y en la que una buena proporción de sus hombres cayeron víctimas tanto de las privaciones como de los cada vez más osados ataques de las tribus tracias.

Tras la pausa invernal, el nuevo ejército persa de Mardonio inició la ofensiva ya sin problemas, pues se habían dispuesto guarniciones en buena parte de los puntos neurálgicos del trayecto. Atravesó las Termópilas y se avanzó a través de Beocia hasta la misma Atenas, ciudad de nuevo evacuada, y sobre la que otra vez el persa descargó su rabia por la irresoluta resistencia En su avance atravesó las Termópilas y Beocia abalanzándose sobre Atenas, nuevamente evacuada. Aquí, aprovechando los titubeos de sus habitantes, el persa descargó otra vez toda su rabia. Para entonces los griegos ya estaban listos para el enfrentamiento más importante de su historia.

LA BATALLA DE PLATEA, FUERZAS ENFRENTADAS

Una vez que los espartanos partieron de su territorio en dirección a Corinto, el resto de las ciudades aliadas comenzó a despachar sus contingentes en su apoyo. El mayor ejército que nunca habían reunido los griegos comenzó a marchar lentamente a través del Istmo de Corinto en busca del ejército persa. Mardonio,

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informado puntualmente de su avance, ordenó una prudente retirada. Un repliegue hasta más allá de la frontera de Beocia, buscando de esta forma un territorio más adecuado para las evoluciones de su caballería y en donde disponía tenía las espaldas y sus líneas de comunicación cubiertas gracias a su alianza con los tebanos.

El ejército griego estaba compuesto por cerca de 40.000

hoplitas y quizás un número similar de infantería ligera, en estos tiempos poco operativa. De los hoplitas los principales contingentes eran los proporcionados por los espartiatas: 5.000 hombres; los periecos (también laconios, pero no ciudadanos de pleno derecho) otros 5.000, los atenienses ponían 8.000, y unos 5.000 los corintios. El resto lo componían soldados de 21 estados más hasta llegar a totalizar los cerca de 40.000 mencionados. Por parte persa, aunque estas cifras son siempre difíciles de precisar, podrían encontrarse al mando de Mardonio unos 100.000 o 120.000 hombres, teniendo en cuenta eso sí, que buena parte de los mismos eran jinetes, y el resto infantería de un valor más que discutible. A estos efectivos, propiamente asiáticos, se podrían agregar unos 25.000 aliados locales (beocios, macedonios o tesalios entre otros) que se alineaban con los persas, unidos a ellos bien por interés, como los tebanos, o por coacción, como la mayoría de los restantes griegos.

Cuando las fuerzas griegas ascendieron a la cordillera del Citerón -montañas que separan Beocia del territorio ateniense- pudieron contemplar a lo lejos, sobre la llanura, un inmenso campamento fortificado: un cuadrado de 1500 metros de lado que albergaba a buena parte de las fuerzas del persa.

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En estos primeros momentos, la tan temida contraofensiva terrestre persa coloca a los griegos ante una difícil encrucijada. Los atenienses, que tienen que abandonar de nuevo sus tierras y pasar a Salamina, observan con impotencia como sus teóricos aliados del Peloponeso asisten impertérritos a los acontecimientos.

Mardonio, que en principio busca un entendimiento, evita

asolar las propiedades de los atenienses tratándolos de ganar así para su causa. Y no hace mal el persa, pues cuenta con algunos aliados entre sus enemigos y la situación en que les ha puesto le permite jugar con muchas bazas a su favor.Los atenienses, muy contrariados, amenazan a sus aliados con aceptar las propuestas del persa y pasarse de bando si los espartanos no entran por fin en campaña y se combate a los invasores. Esparta, obligada por las circunstancias a intervenir, pues a buen seguro tenían sólo la intención de defenderse en el Istmo, decide entonces pasar a la ofensiva.Arìstides, rival de Temístocles, era el líder ateniense del momento.

PRIMEROS TANTEOS

Durante los primeros días la formación griega permaneció asentada en las colinas, a salvo de cualquier sorpresa por parte de la caballería enemiga, un arma temible y a la que los griegos

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respetaban sobre todas las cosas. Sin embargo, Mardonio tentó la suerte. Envió contra el flanco derecho griego fuerzas de caballería ligera con la misión de hostigar a las tropas allí desplegadas - unidades hoplitas de Megara que de forma temeraria se habían situado más próximos a la llanura-. El ataque, encabezado por uno de los líderes más relevantes de entre los persas llamado Masistio, comenzó con gran éxito. Los hoplitas megareos fueron duramente castigados durante los masivos y sucesivos ataques de la caballería ligera, que descargó sobre los infortunados griegos una auténtica nube de proyectiles.

Después de soportar durante un buen rato el ataque de los

jinetes persas, los megareos, considerando que era ya suficiente castigo, reclamaron con vehemencia al comandante griego Pausanias el relevo, afirmando que ya habían caído en ese sector muchos hombres inútilmente y amenazando con retirarse y abandonar la posición si no acudían con rapidez las tropas de refresco.

Ninguna otro contingente de entre los griegos se aventuró a ofrecerse voluntario para relevar a los megareos, pues hasta los propios espartanos temían enfrentarse a esa innumerable hueste de jinetes. Finalmente, y ante la gravedad de la situación, los atenienses se declararon dispuestos a ir a ocupar el sitio de sus vecinos megareos.

Después del éxito obtenido en Maratón, los atenienses pasaban por ser los únicos soldados que conocían el tipo de lucha practicado por los persas, así pues en este momento todos los ojos se posaron sobre ellos. Envalentonados con ese precedente, los atenienses se dispusieron para el combate enviando al lugar amenazado la unidad de 300 hoplitas de élite -lo mejor de que disponían-, acompañados de 800 arqueros. Sin duda dispuestos a hacer frente con todas sus consecuencias a los atacantes.

Masistio se apercibió entonces del avance de los atenienses, que salían de entre las líneas griegas para acercarse al lugar en donde se luchaba. Echando mano entonces de algunos escuadrones, se lanzó al ataque interceptándolos antes de que pudiesen unirse a los megareos. Durante un buen rato combatieron a distancia hasta que inesperadamente el líder persa perdió su caballo a causa de un flechazo y dio con su cuerpo en tierra. Al instante los hoplitas se abalanzaron sobre él con intención de matarlo. Masistio, puesto en pie, luchó por su vida mientras era virulentamente aseteado por las lanzas de los griegos. Lo que no podían saber estos es que el persa, debajo de sus ropajes, llevaba puesta una fuerte coraza que impedía que los golpes que le asestaban pudiesen llegar dañar su cuerpo. Por ello pudo resistir Masistio los primeros envites de sus atacantes, hasta que uno de ellos se apercibió de lo que sucedía y dirigió su

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lanza contra su cabeza, alcanzándole y haciéndole caer entonces fulminado.Con Masistio muerto y en manos atenienses, los jinetes persas se vieron obligados a mantenerse en el terreno hasta hacerse con los restos de su comandante. Se produjo entonces un violento choque cuerpo a cuerpo en el que los atenienses, en clara inferioridad, fueron obligados a ceder terreno. Sin embargo, al generalizarse la lucha, los atenienses llamaron en su apoyo a las unidades griegas más cercanas y como era de esperar y no sin un duro combate, los persas fueron finalmente rechazados, huyendo entonces hasta su propio campamento.

Los victoriosos griegos se hicieron así con el cuerpo Masistio y, con ello, no sólo repelieron definitivamente a sus enemigos, sino que abatieron momentáneamente su moral de combate.

Este acontecimiento supuso un autentico bálsamo de moral para las maltrechas esperanzas griegas. Y tanto es así, que poco después Pausanias consideró que podían adelantar sus posiciones y tentar al persa a un combate. Además, necesitaban un nuevo lugar en donde abastecerse de agua, ahora que el Asopo estaba completamente vedado por la presencia de la caballería persa. En medio del campo de batalla existía una fuente que podía servir perfectamente para abastecer a la mayor parte del ejército, no era mal lugar para esperar la acometida del enemigo.

A diferencia de los legionarios romanos, los griegos disponían de asistentes que portaban sus armas y equipajes durante las marchas previas al combate. Normalmente los espartanos, en número de 5.000 combatientes, habrían sido acompañados por unos 10.000 ilotas -porteadores que en combate servían a la vez como infantería ligera-. Sin embargo, el número total de

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los ilotas enrolados en la campaña rondara en esta ocasión los 40.000, pues era tal el numero de hoplitas y aliados movilizados para la guerra que, ya que tenían que dejar el país desprotegido ante las siempre temidas sublevaciones de los esclavos (ilotas), prefirieron los espartanos reclutar a un número desproporcionado de ellos para la guerra, alejándolos así del país. 

 CAMBIO DE POSICIÓN

Moviendo su frente ahora hacia la izquierda descendieron sin peligro de las laderas del Citerón; los persas estaban lo suficientemente lejos y desprevenidos como para amenazar a la columna en movimiento.

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Para cuando los griegos se habían instalado en sus nuevas posiciones Mardonio era informado de las nuevas y daba orden a su vez de desplazar sus fuerzas -manteniéndose al otro lado del Asopo- hasta llegar frente a las posiciones de sus adversarios. El haber llegado después de los griegos permitió a Mardonio desplegar a sus diferentes unidades a placer, confrontando a los espartanos sus fuerzas propiamente persas, las mejores, o al menos en las que podía depositar sus mayores esperanzas.

Se abrió ahora un largo impás, ocho largos días en que ni uno ni otro bando se atrevieron a pasar al ataque, esperando que la iniciativa partiese del contrario. Por un lado los griegos no subestimaban en absoluto a los persas, por otro, tampoco Mardonio las tenía todas consigo, no atreviéndose ni a emplear su numerosa caballería para realizar las usuales maniobras de hostigamiento. Dicho esto, lo cierto es que el tiempo corría en contra del persa, pues cada jornada que pasaba los griegos recibían más y más refuerzos, mientras que sus hombres, y sobre todo los caballos, habían consumido ya buena parte de los suministros existentes.

Al llegar la noche del octavo día, Mardonio se decidió a tomar la iniciativa; sus aliados tebanos sugirieron que, ya que parecía inviable marchar contra las posiciones del enemigo, podría aprovechar la superioridad de su caballería para atacar las líneas de comunicación que unían a los griegos con su retaguardia. Así es, los tebanos, conocedores a la perfección del terreno en donde se desarrollaban los acontecimientos, sabían que la ubicación en la que Pausanias había colocado a sus tropas era mucho más vulnerable de lo que a simple vista parecía. La inmensa superioridad persa en jinetes les permitía lanzar un ataque masivo contra sus ahora extensas líneas de comunicación, pues al avanzar sus líneas hacia el

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Asopo, habían dejado inevitablemente desprotegidos los desfiladeros que atravesando el Citerón les comunicaban con sus bases de suministro.

Dicho y hecho, grandes masas de caballería se movieron aquella noche, dando un largo rodeo, hasta las colinas en donde dieron casualmente con una columna de suministro compuesta por unas 500 acémilas y un cierto numero de infantería ligera de refuerzo, convoy que fue destruido casi en su totalidad causando así una sensible perdida a sus enemigos.

Esta importante victoria puntual animó a Mardonio a presentar de una vez batalla, a tentar a sus rivales a la lucha, acercando sus posiciones a las de estos y aumentando la intensidad de sus ataques diversivos de caballería. Sin embargo, los griegos no estaban dispuestos a combatir. Cada día que pasaba se les unían más y más tropas -hoplitas e infantería ligera que acudían desde todos los rincones de Grecia para la batalla-. Mardonio no podía estar más contrariado.

Dos días pasaron así sin que ninguno de los dos bandos decidiese dar el paso definitivo para llegar al combate. A la larga, esta situación comprometía la posición persa, pues su numerosísima caballería necesitaba de un forraje que necesariamente tenía que

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agotarse, por lo que, tarde o temprano, si tenía que combatirse era Mardonio quien debía cruzar el río y avanzar. Así pues, obligado por las circunstancias, el persa se dispuso a preparar el ataque.

La noche antes de la batalla, uno de los griegos que militaban en sus filas, el rey de los macedonios, Alejandro, marchó de incógnito hasta el campamento griego y comunico personalmente a los estrategos griegos la súbita decisión de Mardonio y el por qué de la misma. A la mañana siguiente el ejército heleno estaba advertido y preparado para la lucha.  LA BATALLA DE PLATEA

Al amanecer el ejército de Mardonio formó en la llanura: la infantería en el centro, la caballería a las alas. Los griegos por su parte maniobraron para que el contingente espartano se alineara frente a la infantería aliada del enemigo y los hoplitas atenienses a su vez frente a la infantería persa, en la idea de que, como ya antes habían luchado con ellos (en Maratón), conocerían su forma de combatir. Pero tal movimiento no solo resultó imposible de llevar acabo, causando más molestias y confusión que otra cosa, sino que hizo creer a Mardonio que los espartanos temían el choque con sus fuerzas de élite, cosa que le animó, y no poco, a dar comienzo la batalla.

Aquella jornada, en contra de lo que todos hubiesen esperado, Mardonio no dio inicio al ataque haciendo avanzar a su numerosa infantería, sino que se limitó tan sólo a aumentar la presión de sus ataques de caballería contra los flancos de la formación helena. Durante largas horas los soldados griegos sufrieron impasibles las indiscriminadas descargas de jabalinas y flechas que los jinetes persas lanzaban sobre ellos. Pero lo peor vino cuando fueron informados de que tras ellos, el único lugar de donde los griegos se proveían de agua -la fuente llamada de Gargafia- había sido tomada primero, y cegada después, por la multitud de jinetes enemigos que se movían con total libertad por la retaguardia.

De esta forma, en medio del desigual combate, los estrategos de todo el ejército corrieron a reunirse para debatir las salidas que tenían ante la situación, harto delicada, que se abría ante ellos. Alejados del agua, sin comida -ya de antes por estar aislados de la retaguardia- y sin posibilidad de zafarse del acoso de la caballería enemiga, lo único que podían hacer, resolvieron, era proceder a un silencioso repliegue nocturno.

El plan consistía en un triple movimiento. El flanco izquierdo (los atenienses) se desplazaría hacia la llanura, recorrida por numerosos riachuelos. Así se aseguraría el abastecimiento de agua y además la caballería persa vería mermada su capacidad de maniobra en un terreno tan fragmentado por los cauces fluviales. El centro,

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formado por los aliados menores, intentaría alcanzar los pasos de montaña en el área de Platea y recuperar así las comunicaciones. Por último la derecha, dominada por el contingente espartano, se dirigiría hacia el tercer desfiladero para tomar contacto con la parte de retaguardia de la que había sido separada por los ataques persas y en donde se acumulaban refuerzos y abastecimientos.

INTENCIONES DE LOS PERSASEn el estado mayor persa dos eran las corrientes de

opinión enfrentadas. Artabazo, y con él buena parte de los griegos aliados, estaban a favor de replegarse en dirección a Tebas. Allí estarían mucho mejor abastecidos, ahora que la caballería comenzaba a sufrir las consecuencias de la carencia de forraje. Situados a la defensiva, sin prisas, y haciendo uso astutamente del oro más que de las armas, seria fácil ver como sus enemigos perdían poco a poco su frágil cohesión. De hecho, el líder ateniense, Arístides, tuvo que hacer frente a un intento de traición por parte de algunos de los que estaban en contra del régimen democrático. Allí mismo, acampados frente a los persas, se llevo adelante una discreta represión de los cabecillas de la conspiración. Mardonio, sin embargo, hizo oídos sordos a estas propuestas dejando clara su intención de combatir, de atacar y acabar de un solo golpe con todos los ejércitos griegos reunidos.

 REPLIEGUE FALLIDO

Un insospechado contratiempo vino a trastocar los planes de los griegos: uno de los oficiales espartanos, Amonfáreto, se negó a mover su unidad considerando que lo que se llevaba adelante era una retirada en toda regla, cosa que él no estaba dispuesto a llevar a cabo. El rey de Esparta, Pausanias, a la sazón comandante en jefe del ejército griego, perdió horas tratando de convencer al testarudo espartiata de obedecer sus órdenes. Al mismo tiempo, en el otro flanco, tampoco los atenienses habían realizado su movimiento según lo planeado, pues, advertidos por Pausanias se habían detenido. Finalmente Pausanias cambio sus planes, ordenando marchar junto

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a los atenienses para dirigirse unidos en dirección a Platea, para ver si así Amonfáreto entraba en razón.

Los únicos que cumplieron con su cometido inicial fueron los aliados griegos, que ocupaban entonces el centro de la formación, retrocediendo hasta el área acordada cerca de Platea -en una marcha nocturna que tuvo más de desordenada huída que de repliegue ordenado- lugar en donde les sorprenderá la batalla, muy alejados de los lugares en donde, como veremos, se desarrollaran los combates.

Para cuando Pausanias, rendido ante la evidencia y tachándolo de loco, decidió abandonar a Amonfáreto allí mismo y comenzar el repliegue, era ya demasiado tarde para que este concluyese a tiempo. El rey esperaba que, al verse sólo, el espartiata entrase en razón -en realidad era un farol, pues nunca lo hubiesen dejado a él y a sus hombres abandonados a su suerte -.

Unos setecientos metros se habían alejado ya los espartanos de su compañero Amonfáreto cuando este rectifico y, a paso ligero, condujo a sus hombres hasta la formación de Pausanias. Y justo a tiempo pues al instante la caballería persa, que como era habitual en cuanto amanecía acudía a escaramucear con los griegos, ya estaba sobre ellos dando así comienzo al ataque.

Cuando las primeras luces del alba revelaron a los persas que las posiciones griegas habían sido evacuadas, Mardonio entró en estado de excitación: ¡Los griegos se retiraban!. Enseguida se descubrió a lo lejos la formación espartana en movimiento. Inmediatamente se dio la orden de ataque general. Mardonio, al frente de sus densas formaciones de caballería, partió rápidamente contra los espartanos, seguidos poco después por las grandes masas de infantería persa que comenzaron a atravesar el río Asopo. El resto del ejército se lanzó a un desordenado avance en la idea de que el enemigo renunciaba a la lucha y que más que un combate era ya una persecución.  

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Pausanias, rey de Esparta, y vencedor de los persas en Platea, fue un personaje cuyo comportamiento -a decir de Plutarco- tuvo una influencia fundamental en el posterior desarrollo de los acontecimientos. Tan arrogante como tirano, su falta de capacidad para liderar la coalición griega que termino por destruir el poder de los persas en el Egeo, provoco el rechazo de la mayoría de sus aliados. Esto fue inmediatamente aprovechado por los atenienses Arístides y Cimón, con cuyo comportamiento atrajeron para su ciudad la amistad y la hegemonía de unos griegos de Asia que detestando la actitud del rey espartano, se acogieron a la protección y liderazgo de Atenas, directo antecedente este de lo que luego vendría a llamarse la I Liga Délica.

Pausanias, como les pasara a otros muchos espartiatas,

fuera de Laconia y en contacto con el mundo exterior, perderá totalmente el norte. De regreso al Peloponeso conspirara para acabar con el régimen establecido por Licurgo y hacerse con el poder absoluto, como tirano de una nueva Lacedemonia. Descubierto por los éforos, escapara de sus manos acogiéndose a la protección de un santuario. Allí, y dado que se negaba a salir voluntariamente del mismo para ser juzgado, se opto dejarlo sólo en su interior y sellar todos los accesos al templo. Sepultado así en vida, Pausanias morirá de inanición o sed. 

COMBATE Y RESOLUCIÓN

Era tal el amplio frente en el que se desplegaban las unidades de ambos bandos que ningún estratego, o comandante, tenía una visión general del campo de batalla. Mardonio, sin poder ver desde su situación a los otros dos cuerpos de batalla griegos, se concentro en atacar el dispositivo espartano, que atrapado en una molesta posición era diana de los innumerables proyectiles lanzados por la caballería persa.

La llegada en masa de la caballería enemiga clavo en sus posiciones a los espartanos. Enseguida quedo claro para Pausanias lo difícil de su situación, pues incapaz de responder a los ataques de los rápidos jinetes del enemigo, tan sólo podía cerrar filas y tratar de ganar tiempo en busca de alguna salida que, en principio, no parecía vislumbrarse por ningún lado. En cuanto fue posible, el rey envió una comunicación a la alejada formación ateniense: si estos se acercaban al lugar aliviarían sin duda la presión que sobre ellos ejercían por todos los lados los persas y a buen seguro podrían proceder a replegarse sobre las colinas con mucha más seguridad.

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Mientras Mardonio daba cuenta de los espartanos, los atenienses se vieron atacados por parte de las unidades que formaban la derecha persa -probablemente caballería griega- y que, desordenadamente, comenzaron a caer sobre sus formaciones de hoplitas. En consecuencia, pese a recibir entonces la llamada de socorro de Pausanias, los atenienses no pudieron prestar ninguna ayuda a los espartanos implicados como estaban en un cerrado combate.Poco después, la situación del flanco derecho griego, el espartano, se vio en serias dificultades. Mardonio, en tanto y cuanto se dedicaba a lanzar sobre ellos oleadas de jinetes, clavaba sobre el terreno a sus enemigos. Los griegos poco más podían hacer que protegerse de los proyectiles agachados junto a sus escudos, manteniéndose disciplinadamente en sus posiciones. Y eso fue una de las claves de la batalla: el que los griegos, pese al desgaste que estaban sufriendo, se mantuvieran impertérritos en sus formaciones, no ofreciendo a los atacantes ninguna posibilidad de cargar sobre ellos. Posiblemente de no haber sido de origen espartano la mayoría de las fuerzas implicadas en la lucha, no habrían soportado la presión y habrían roto filas. Una vez más, la profesionalidad de estos ciudadanos-soldados fue decisiva no sólo para su propia supervivencia, sino por extensión, y como veremos, para alcanzar la victoria final en la batalla. EL MOMENTO DECISIVO

Y que hacia el rey en aquellos instantes: Pausanias, detrásde sus formaciones trataba de conseguir los necesarios augurios para la batalla. Los sacrificios no eran propicios, por lo que posponía continuamente lanzarse al ataque. En realidad, nada podía hacer para zafarse del acoso de la caballería del enemigo, por lo que no es de extrañar que los augures respaldasen la teórica renuencia de

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Pausanias a entablar la lucha en aquellas condiciones. Era tal la presión a que eran sometidos por los persas, que incluso alguno de los asistentes a la ceremonia caía alcanzado por las flechas del enemigo.

Mardonio, enardecido ante las dificultades por las que veía pasar a los griegos y, quizás, debido a que había agotado sus propios proyectiles, ordenó el avance de las tropas de a pie que hasta entonces había mantenido prudentemente alejadas.

Densas formaciones de soldados avanzaron hasta colocarse a pocos pasos de la infantería griega, ante la que crearon con rapidez una empalizada con los grandes escudos de mimbre que portaban. La idea era la de detener el avance de los hoplitas por medio de aquella densa barrera de parapetos mientras la infantería persa descargaba sobre ellos toda una nube de jabalinas y flechas, buscando en definitiva terminar de romper la cohesión de aquellas fuerzas de hoplitas que se mantenían tenazmente sobre el terreno.

Acosados de esta manera hasta lo indecible y en vista de que el Rey Espartano no conseguía todavía un sacrificio propiciatorio para entrar en batalla, el contingente de hoplitas arcadios, 1.500 hombres, que figuraban entre sus fuerzas, optó por pasar a la ofensiva. Después de recibir innumerables heridas, los arcadios temían acabar sucumbiendo todos a manos de la infantería ligera del persa. Antes que morir de esa forma estaban todos dispuestos a efectuar una carga suicida contra las líneas del enemigo. Puestos en pie, entonaron el Pean (canto de guerra) y se lanzaron en solitario hacia adelante.

Al tiempo que los hoplitas arcadios cargaban solos contra la empalizada sostenida por los persas, Pausanias -cuya posición se había vuelto así prácticamente insostenible- conseguía casualmente el sacrificio propiciatorio necesario para iniciar el combate. Evidentemente la situación se escapaba ya de sus manos, había llegado el momento del combate final, una lucha a muerte que decidiría el destino de Grecia.

Mientras los oficiales corrían a sus unidades, una tras otra las formaciones de hoplitas espartanos se pusieron disciplinadamente en pie. Instantes después y al tiempo que se entonaba -el pean- cargaron al unísono, como impulsados por un resorte contra la frágil empalizada de mimbre que les separaba de sus enemigos.

El encontronazo que se produjo a continuación fue brutal, con miles de soldados griegos topando violentamente contra la barrera de escudos persas, situadas apenas a unas decenas de metros de sus posiciones. Al instante por toda la línea de combate -de casi un kilómetro- se formó un confuso tumulto en el que los asaltantes,

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ahora los griegos, avanzaban rompiendo, arrancando, o haciendo saltar en pedazos los grandes escudos con que los lanceros persas trataban de entorpecer su progresión. Una mezcla de caos y temor envolvió las líneas persas. Su caballería, engullida entre las densas y nerviosas formaciones de infantería, quedo en ese instante totalmente anulada como fuerza táctica.

Infantería persa. Italarei

Al tiempo que los espartanos en su empuje rompían por varios puntos la empalizada de mimbre, los persas dejaban de lado los arcos para echar mano de sus hachas y espadas. En el fragor de la lucha los hoplitas iban perdiendo poco a poco sus valiosas lanzas, quebradas, inutilizadas por el fiero combate -para los persas nada había más terrible que aquellas picas, más largas y fuertes que las propias- Al final todos tuvieron que hacer uso de las espadas, en un feroz combate cuerpo a cuerpo, en donde los persas, pese al indudable valor de que hacían gala, se encontraban en una neta inferioridad de condiciones al luchar, prácticamente desprotegidos, contra unos griegos que portaban un imponente armamento defensivo: corazas, grebas, cascos y escudos de bronce.

Encabezando la lucha, Mardonio, junto con su guardia montada de 1.000 jinetes pesados, mantuvo en pie la moral de sus fuerzas y la lucha se tornó difícil y despiadada, pero cuando este cayó junto con los mejores de sus hombres, el frente de batalla se derrumbó por completo. Todos a una, los persas huyeron hacia el campamento. En algo sí superaban a los griegos, en movilidad. Armados a la ligera como estaban pudieron sacar una buena ventaja a sus perseguidores, por lo que tuvieron tiempo para entrar en sus fortificaciones y organizar la defensa, repeliendo los primeros y desorganizados ataques espartanos.

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Mardonio había cometido el error de lanzar al combate a sus formaciones de infantería. Posiblemente tenía la impresión de que había llevado a los griegos al borde del colapso. En esas circunstancias sí que un ultimo impulso a cargo de sus tropas de a pie habrían terminado por romper a su adversario. Mardonio cometió pocos errores en la batalla, desde luego menos que los griegos, por lo que a buen seguro fue un error de cálculo más que una irreflexiva jugada la que condujo al persa a un movimiento que a la postre le costaría la batalla y, por ende, la vida misma.

Entretanto, los atenienses también habían dado cuenta de sus enemigos. El combate había sido duro, no en vano la caballería que mejor combatió durante aquella jornada fue la de tribu los sacas, enfrentados a los atenienses.

Los aliados griegos situados frente a Platea, advertidos demasiado tarde de que la lucha había comenzado ya, se organizaron por su cuenta para la batalla. Un contingente marchó sin orden por la llanura en dirección a las posiciones defendidas por los atenienses, el otro, más numeroso, en ayuda de Pausanias. La caballería tebana, que merodeaba por el flanco ateniense, se apercibió de la desordenada llegada de los griegos y cargó contra los mismos. Unos 600 hoplitas cayeron asaeteados por las jabalinas tebanas, siendo empujado el resto hacia las estribaciones del Citerón.

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Artabazo, líder de uno de los cuerpos de ejército persas -personaje enfrentado a Mardonio- eludió intervenir en la batalla, dando media vuelta en cuanto se apercibió de la derrota general de sus fuerzas. Artabazo fue el único que se salvo de la debacle general persa, pues en vez de replegarse sobre el campamento, como hacían todos, huyó hacia el interior de Beocia, en dirección a la Fócide, con la idea de alejarse rápidamente de los griegos y sin otra preocupación que la de regresar cuanto antes a Asia.

En general, el avance de las fuerzas persas -las que se desparramaban por el centro del campo de batalla y se movían en dirección a las posiciones griegas- fue llevado con mucho desorden y confusión. Una buena parte de ellos no habían alcanzado siquiera a sus enemigos cuando Mardonio ya había caído en la lucha y sus tropas eran repelidas hasta el campamento. En esas circunstancias el pánico se propago al instante entre todas aquellas formaciones de guerreros, que dieron entonces media vuelta y rompiendo la poca cohesión que les quedaba echaron a correr en dirección a las fortificaciones. Mientras Artabazo, con gran ventaja, se alejaba del campo, ingentes cantidades de persas en retirada confluían sobre el campamento atrincherado. Los espartanos que primero llegaron a las empalizadas fueron rechazados por los desesperados defensores.

Una y otra vez los asaltos griegos fueron repelidos desde las trincheras y las torres que protegían el perímetro del campamento. Sólo tras la llegada de los contingentes atenienses, que perseguían a los persas, se pudo por fin expugnar la posición. Un torrente de hoplitas e irregulares griegos irrumpió entonces por muchos puntos a la vez en aquella inmensa extensión de tiendas. La matanza fue

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indiscriminada y cruel, más cuando había tanto y tan rico botín del que apoderarse.

Una vez inutilizada la lanza, los griegos se veían obligados a echar mano de la espada para el choque cuerpo a cuerpo.A diferencia de los romanos -que hacían de su magnifica espada el arma básica para el combate- los hoplitas griegos, que combatían en formación de falange, debían hacer uso sobre todo de la lanza, que utilizaban a la perfección. Espada en mano serian vistos por sus enemigos como más vulnerables y accesibles. No por otra causa se afanaban los persas en romperles y arrebatarles esas lanzas que portaban en combate y con las que luchaban en formación cerrada.Con el paso de los siglos, y ya en el Bajo Imperio, los romanos adoptaran de nuevo la “falange” como táctica de combate, devolviendo entonces a la lanza el protagonismo perdido desde los tiempos de la Antigua Grecia.

Mientras los persas eran aniquilados, los contingentes griegos que habían combatido junto a estos, en sus filas, se salvaban. Protegidos en su retirada por la caballería tebana, los soldados se replegaron sin ser molestados hasta la propia Tebas, en donde todos fueron acogidos. Sin que podamos dar siquiera cifras aproximadas de las bajas griegas en aquella jornada, si que sabemos la de los caídos en el asalto al campamento fortificado: 91 espartanos, 52 atenienses y 16 tegeatas. 

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EPÍLOGO

Cuando todo hubo acabado, el gigantesco ejército persa que pocos días antes amenazaba con anegar Grecia entera había desaparecido casi por completo de la faz de la tierra.

En la costa egea de Asia, donde la flota griega se encontraba también a la ofensiva y había desembarcado fuerzas apreciables, se derrotaba al ejército del sátrapa de Lidia en una decisiva batalla terrestre cerca de Mileto.Dos años después, en el año 477, y en plena ofensiva general contra Persia, los atenienses fundan la Liga Délica y, significativo, amurallan Atenas antes de que Esparta pueda evitarlo. En unos pocos y vertiginosos años la historia del mundo había dado un vuelco decisivo y trascendental, es el atronador comienzo de una nueva era: el Mundo Clásico.

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