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Misterios no revelados de la vida de Jesús

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Oscar Rodríguez Romero

Misterios no revelados de la vida de Jesus

Bucaramanga2010

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PRIMERA EDICIÓNAgosto de 2010

DIAGRAMACIÓN - IMPRESIÓN - ENCUADERNACIÓN(Sic) Editorial Ltda.

Proyecto Cultural de Sistemas y Computadores S.A.La Casa del Libro Total

Calle 35 # 9-81Tel: (97) 6303389

E-mail: [email protected]ágina web: www.syc.com/sic

Bucaramanga - Colombia

ISBN: 978-958-708-483-2

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin autorización escrita del autor.

Impreso en Colombia

Nota del Editor:La corrección de la edición ha sido responsabilidad del autor.

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Prólogo

¿Otra nueva biografía de Jesús? ¿Acaso no tenemos suficiente con los cuatro Evangelios? Estas pueden ser las preguntas que surgen tan pronto vemos el título de esta obra, “ Misterios no revelados de la vida de Jesús”, escrita por Oscar Rodríguez Romero y publicada por Editorial SIC de Bucaramanga.

Para quienes somos admiradores del Maestro Jesús, la aparición de una nueva biografía y especialmente si tiene, como esta, un enfoque diferente a las tradicionales formas de ver a Jesús, la aparición de esta obra se convierte en una agradable causa de regocijo y una interesante oportunidad para observar la vida de Jesús desde un ángulo diferente.

Se ha dicho que existen unos setenta y tantos Evangelios Apócrifos que la Iglesia manejó simultáneamente hasta el año 325 en que el Concilio de Nicea, dirigido por el emperador Constantino el Grande, resolvió escoger sólo los cuatro evangelios llamados hoy Canónicos. Esta Biografía de Jesús podría ser considerada otro más.

De las diferentes biografías de Jesús hay algunas muy serias y hay otras muy noveladas, y esto ha hecho que haya surgido un afortunado movimiento teológico denominado “Jesús Histórico” con la intención de clarificar la verdadera histórica de Jesús, comprobada y comprobable con los elementos históricos, literarios y arqueológicos de que disponemos hoy en día. De Jesús se han dicho muchas verdades, pero también se han dicho muchas mentiras y, en honor a la verdad, es importante que podamos distinguir las unas de las otras.

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En el caso de esta:, “Misterios no revelados de la vida de Jesús” se retorna una afirmación según la cual “el Maestro Jesús era un ser extraterrestre” que vino a cumplir una importante misión de ayuda a la humanidad. Este punto de vista ha sido acatado por numerosos escritores entre los que se destaca J.J Benítez, autor del célebre libro “El Caballo de Troya” del cual ya existen nueve tomos, y de una obra titulada “Planeta Encantado” lujosamente editada por Editorial Planeta de Agostini.

Hay quienes creen en la versión de Jesús como un extraterrestre y hay quienes sencillamente la rechazan. Una u otra posición es igualmente válida y respetable, porque parten de la información previa y de la concepción que se tenga de la persona y de la misión del Maestro Jesús. Los que amamos a Jesús recibimos con alegría e interés sus diferentes biografías y esperamos que algún día las investigaciones y los estudios de profundización nos permitan distinguir con total certeza lo histórico de lo mitológico.

El autor de “Misterios no revelados de la vida de Jesús”, don Oscar Rodríguez Romero, es un hombre serio y respetable que se ha distinguido siempre por su veracidad y rectitud. Desde hace más de 20 años, gracias a nuestra valiosa amistad, nos había contado de sus contactos con OVNIS y con seres extraterrestres, que esporádicamente frecuentan la Mesa de los Santos, en la cual Oscar tiene una hacienda ganadera de su propiedad. Por esa época algunos familiares suyos estaban dudando de su cordura mental y pensaban que tenía alucinaciones, y entonces Oscar le pidió a los extraterrestres el favor de que se dejarán ver de su señora y de sus familiares para que no dudaran de la sanidad de su estado mental. Efectivamente sus amigos extraterrestres le hicieron el favor y todos los temores en este sentido se desvanecieron. En esa oportunidad un OVNI apareció en su hacienda y cortó de un

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tajo las copas de una serie de pinos que adornaban el frente de la casa de su hacienda. Nosotros no presenciamos el hecho pero sí pudimos constatar visualmente el corte realizado en la parte superior de dichos árboles, que era de tal naturaleza que no hubiera podido ser realizado desde el piso.

Por esa época también, fuimos invitados a pasar un fin de semana en su hacienda y, como la noche era hermosa y el cielo estaba totalmente despejado, nos pusimos a observar el firmamento. Oscar nos dijo: “Este es tal planeta, este es tal otro, este es un OVNI y este también, y si esperamos un poco vamos a ver como estos dos últimos empezarán a desplazarse”. Quienes se quedaron hasta el final informaron que había sucedido tal como Oscar había anunciado.

Esta biografía de Jesús es el cuarto libro escrito por Oscar Rodríguez Romero y de todos ellos afirma que le han sido dictados por sus amigos los extraterrestres. Su primera obra titulada “La Visión del Apocalipsis” fue publicada en agosto del 2003 por SIC Editorial de Bucaramanga, empresa en la cual ha editado todas sus obras. Su segunda obra titulada “La Luz Revelada de la Biblia” fue publicada en septiembre del año 2009 y en ella nos presenta una especie de resumen de la Biblia, dictado por los extraterrestres, especialmente por su Maestro Espiritual Sanat Kumara, más conocido como “El Anciano de los Días”. Esta es una versión de la Biblia simplificada, de la cual se dice que se han eliminado los agregados posteriores realizados al Sagrado Texto a lo largo de su historia. La tercera obra escrita por Oscar se titula “Mensajes de los Últimos Tiempos de la Tierra” y en ella nos explica cómo, en qué lugares y cuántas personas serán evacuados en cada lugar, cuando llegue el “Final de los Tiempos” y se haga el “Rescate de los Elegidos”.

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La obra que hoy nos entrega Oscar Rodríguez Romero, nos presenta una biografía coherente e interesante del Maestro Jesús en las diferentes etapas y períodos de su vida, nos informa sobre su valiosa misión extraterrestre y sobre sus numerosos viajes hechos en una nave espacial en la cual se trasladó a la China, la India, Mongolia, Grecia, Francia, Inglaterra, México, Perú y Egipto; viajes realizados antes de empezar su vida pública, y luego nos cuenta toda la labor de adoctrinamiento llevada a cabo antes de que un crimen político realizado por el Imperio Romano, haciendo uso de la más ignominiosa de las formas de muerte, truncara su valiosa existencia. Y para terminar dedica sus últimas páginas a la Asunción de la Virgen María.

Esta no es una obra de adoctrinamiento religioso que deba ser aceptada por fe y a la que deba darse categoría de dogma indiscutible. Es el producto de la generosidad de un hombre, fundamentalmente bueno y estudioso, que se siente con la obligación y con el deber de comunicarle a todos los demás aquellas interesantes informaciones que de alguna manera ha recibido. Consideramos que la actitud correcta frente a esta obra es la de una lectura intelectiva realizada a título informativo, con total ausencia de preconceptos a favor o en contra, pero que debe servimos para tener en cuenta la información transmitida, hasta el momento en que nuevos hechos perfectamente demostrables nos permitan salir de lo que podríamos llamar una “duda metódica”.

Después del denominado “Siglo de las Luces” en que los filósofos libre pensadores nos hicieron comprender que “lo único que tenemos a imagen y semejanza de Dios es nuestra propia inteligencia”, aprendimos a no creer en fanatismos y, lo que es más importante, descubrimos que la libertad de pensamiento hizo crecer la filosofía, la ciencia y la tecnología hasta los sublimes desarrollos en que actualmente se

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encuentran dichas disciplinas. Gracias a esa “duda metódica”, en los tres últimos siglos del desarrollo de la humanidad se disparó el avance de la ciencia, de la tecnología y de la economía a los altos niveles en que hoy los encontramos. En pleno siglo XXI debemos estar convencidos de que “lo importante no es la creencia, sino la razón”.

Omar Okendo

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introducción

Esta Verdad de la vida del Maestro Jesús está dividida en cuatro grandes periodos. El primer período se inicia con su nacimiento acaecido en Belén de Judá. Tuvo una niñez como la de todos los niños pero con sabiduría, con sus juegos infantiles y sus pequeños viajes, hasta cuando fue llevado por sus padres a Jerusalén. Al llegar a esta ciudad tenía 10 años. Allí empezó a mostrar sus dotes especiales de justicia y grandes conocimientos cuando un día se desprendió voluntariamente de sus padres para llegar al templo y enseñarles a los sacerdotes principales del Sanedrín sus conceptos sobre leyes, dando muestras de una gran sabiduría, dejándolos perplejos y atónitos por todas sus respuestas dadas a ellos quienes hasta entonces eran considerados los más sabios. Permaneció con ellos largas horas hasta que salió y fue hacia sus padres.

El segundo periodo fue ya como joven, poseedor de una sapiencia aún mayor, Comprende desde los diez hasta los veinte años, estos transcurrieron al pie de sus padres ayudándolos en sus trabajos y haciendo amistades, hasta que murió su padre José y le tocó seguir al frente de su casa con su madre María.

El tercer período fue cuando se inició ya con su poder infinito. De su gran sabiduría fueron testigos quienes estuvieron con Él en el extenso peregrinaje y de las enseñanzas que impartió fuera de Israel. Comprende de los veinte a los treinta años, o sea la vida privada, que nadie sabe cómo transcurrió pero que, con la ayuda de mi maestro Sanat Kumara, quien me guió, puedo describir qué hizo el Maestro Jesús. Sus viajes hacia diferentes partes de la tierra, porque Jesús no solamente

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le dedicó su vida al pueblo de Israel sino a otros países del mundo, como se verá más adelante.

Esta es la verdad no dicha por los escribas o encargados de relatar la vida de Jesús. Quienes más se acercan solo refieren su permanencia con los Esenios, pero su peregrinación fue mucho más grande.

El cuarto período fue la vida pública de Jesús que todos conocemos, pero se dirá con más sencillez y los nombres que se destacan serán los principales y los pueblos también, sólo los más importantes para que mis hermanos entiendan mejor lo que quiso siempre el maestro Jesús.

En este relato verdadero fui guiado y llevado por el túnel del tiempo por mi maestro para saber de cerca la vida de Jesús. Por tal razón no se dan nombres de personas y sitios innecesarios ya que muchas ciudades en nuestra época reciben nombres diferentes o se agrupan en nuevos estados, así que trataré de referirme sólo a aquellos seres más destacados en la vida de Jesús y de ubicar al lector en las ciudades con los nombres de hoy.

Hermanos: en nombre de Dios Todopoderoso y de sus veinticuatro ancianos sabios y todos los demás maestros del cosmos, les deseo que Dios los bendiga y los ilumine, y reciban éste mensaje con amor y sabiduría. Ya que el último y más poderoso mensaje a nivel del cosmos es “Amaos los unos a los otros”.

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PriMer Periodo

Les pido a ustedes, Maestros del Cosmos, permiso para decir la verdad sobre la vida de nuestro Maestro Jesús en la tierra; sobre su nacimiento, su vida privada y su vida pública. Sobre sus milagros y el por qué de su llegada a la tierra. De donde vino y quien, con su Divina voluntad, aceptó esta llegada a la tierra y sus circunstancias en ella.

Esta verdad, que durante dos mil años se ocultó a los ojos de los seres humanos, no ha sido develada en forma completa. Ni las diferentes religiones cristianas, ni las demás religiones, han revelado nunca la verdadera grandeza del Maestro Jesús. También la vida de la Virgen María y de San José; quiénes eran ellos, y el por qué de su llegada. El por qué de ésta historia, tan interesante como verdadera, que no tiene nada de fantasía ni ciencia ficción, será aclarado.

El por qué de este libro es motivado por las circunstancias de conflicto que vivimos en este momento en el mundo entero y porque el fin de los tiempos se acerca. Para que todo ser humano comprenda la realidad de éste relato de la vida del Maestro Jesús. Está escrito con amor, para dar a conocer públicamente toda la grandeza y sacrificio de su corta vida. Aún no se ha tenido ese respeto y esa comprensión, que sus enseñanzas sencillas y grandes a la vez lo merecen, como el inmenso sacrificio que hizo por la humanidad.

La decisión de escribir la vida del maestro Jesús se la debo a mi guía y a sus consejos amorosos y sabios. Un ser que durante miles de años estuvo colaborando en la evolución de la tierra, en la creación de la naturaleza y los animales. Su cuerpo se estabilizó en pocos años, aproximadamente en la

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edad de un joven de treinta años. Sus ojos ven a través de los siglos porque, para los maestros del cosmos, el tiempo no es tiempo como lo concebimos nosotros sino que obedece a otras leyes y pueden mirar hacia adelante o hacia atrás de los siglos en el mismo instante.

Mi gran Guía y Divino maestro Sanat Kumara que vivió en el Tíbet, en los templos internos, vigilaba a los seres humanos desde su llegada a la tierra como también a los seres de no luz. Tanto los unos como los otros fueron involucionando cada vez más hacia el mal, siendo esto tristemente presenciado por el maestro.

Antes de iniciar la narración de la verdad que me fue conferida, a grandes rasgos diré algo sobre el continente del Lemuria. Existió en el Océano Pacífico un continente de las proporciones de Europa o África. A Los seres humanos que la poblaron (Lemurianos) se les dio las facultades de la sabiduría y el amor. Fueron traídos de otros sistemas planetarios y se les visitaba con naves cósmicas de otros sistemas y de nuestro sistema solar. No se les permitió salir del planeta hasta que tuvieran su capacidad interna suficientemente preparada para superar las fuerzas del mal, vivir en armonía y tener gran amor por todos los seres vivos.

La prueba fue la paciencia, pero no la tuvieron y fabricaron naves de combate, empezaron a pelear entre sí por el poder. Las visitas se dejaron de hacer y se esperó a ver si ellos solos podían dominarse, pero la avaricia y el poder superaron a las bondades. El continente de Lemuria más poderoso, o los lemurianos trataron de salir y conquistar otras galaxias. En este punto, la junta del Cosmos conformada por los veinticuatro ancianos o maestros de las galaxias, votó por su destrucción, ya que el peligro era grande. Su destrucción era definitiva. Se sacaron en naves los que merecían volver a poblar la tierra.

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Después de éste cataclismo volvió la normalidad. Se hundió el continente de la Lemuria y surgió el continente de la Atlántida. Un continente bello como un paraíso y la confianza de que sí se podía tener en ella una colonia de lemurianos y, con la gran experiencia de la destrucción de su continente, se creyó que todo iba a ser bello y hermoso, que habría paz amor y unión entre ellos, y con la experiencia anterior la Junta Cósmica les ayudó a iniciar una hermosa vida a los Atlantes. A ellos se les visitaba pero no se les dejaba salir, para ver si con el anterior cataclismo sabrían llevar una vida ordenada y justa.

Cuando la primera generación se fue, o murió, la segunda generación trató de tener poder sobre otros continentes pequeños o islas. El desamor llegó a ellos y también la sabiduría y la tecnología guiada por los maestros o extraterrestres. Quisieron los Atlantes aprovechar estos dones concedidos, pensando como descendientes de otras galaxias o de nuestro propio sistema solar, que ellos no podrían hacer el mal nunca, pero se equivocaron y cayeron en la corrupción. De nuevo las viejas semillas de odios, envidias, traiciones y muerte germinaron, con los avances adquiridos por sus conocimientos, hasta alcanzar grados insospechados de descomposición interior.

La Junta Cósmica podía haber actuado antes de que llegaran a ésta consecuencia, pero el deseo de que se superaran espiritualmente, sea con el corazón o con la mente, no pudieron lograrlo, y la naturaleza como un ser que siente y vive actuó de nuevo sobre ellos. Fue un hundimiento poderoso, un maremoto interno en el océano, por causa de unos volcanes con fuego dentro de él. La tierra sin contemplación se fue hundiendo y los polos descargaron su ira sobre el continente y sus habitantes.

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Los extraterrestres sacaron los seres buenos en naves, fuera de la tierra. Cuando terminó todo fueron traídos de nuevo para habitar las tierras emergidas, pero con la condición de superarse, guiados por maestros que los acompañaron, quienes podían entrar y salir a voluntad. Parte de ellos quedaron en lo que hoy es México llamados los Mayas quienes, siendo nativos y viviendo en forma sencilla, tenían mucha sabiduría. Los otros los ubicaron en lo que hoy es Egipto. Estos tenían un poco más de desarrollo y poder. Ninguno de estos pueblos fue tan asiduamente visitado como los Lemurianos y los Atlantes. Entre ellos quedaron algunos maestros indefinidamente, como vigilantes del proceso. A los habitantes de estos nuevos pueblos se les quitaron facultades y sabiduría extraterrestre, quedando solo con la inteligencia humana, es decir como pastores y no como seres de gran tecnología que fueron. Entonces llegó la adoración de estatuas de dioses de diversas religiones, un caos completo. La muerte, el sacrificio. No pudieron dominar ese monstruo interno del ser humano. Un cuerpo débil, un espíritu dócil. Fue el momento que aprovecharon para entrar las fuerzas del mal y las hordas de Luzbel, el arcángel, llegaron a la tierra.

La Junta Cósmica de los Ancianos y Dios Todopoderoso dejaron ese caos humano. Las Naves extraterrestres y sus seres vigilaban de cerca en cuarta dimensión, pero nunca tocaron nada. Una humanidad destrozada. Volvió la Naturaleza y Dios Todopoderoso a actuar nuevamente con ella. Y fue cuando sucedió el Diluvio Universal que se localizó en una zona o continente donde descargó la Ira Dios. Y, de todos los seres que la habitaban sólo una familia merecía su salvación. Un maestro con su poder guió a esta familia a construir una barcaza y ubicar en ella todas las especies de animales que había.

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Se destruyó una zona del continente con el agua, no del mar sino del cielo. Se inundaron valles y pequeñas montañas. Una experiencia muy grande que sucedió en Asia Menor, India y parte de Rusia. Las aguas bajaron a los océanos y quedaron las mismas tierras. La gran familia salvada dio gracias a Dios Todopoderoso y volvió la nueva vida. Vida que, cuando al morir los que vieron todo, se conservó justa y limpia. Sus descendientes volvieron a caer en los mismos males. La Junta de los Ancianos dejó la tierra en manos de los humanos, no permitiéndole salir de ella y vedándoles todo lo hermoso y bello que hay en cada planeta del sistema Solar, dejándolos que lucharan solos contra las fuerzas del mal, porque el humano podía hacerlo, teniendo en ellos el templo del amor.

El Maestro Sanat Kumara estuvo en todo éste caos humano, dio ayuda Divina y Gran amor, pero no lo oyeron. Lo mismo que haría siglos más tarde el Maestro Jesús.

Los Mayas, en América, un continente nuevo y bello, hicieron lo que pudieron, se comunicaban con sus hermanos de otros planetas y se camuflaron en indios. Por temor de caer nuevamente, pidieron a sus hermanos mayores ser trasladados a otros sistemas y lo obtuvieron, porque entre ellos no tenían poder, envidia, ni odio, sino amor a sus hermanos indios y se les permitió salir en naves, de un día para otro, y dejaron sus sabidurías y sus enseñanzas en escritos, y la advertencia de un nuevo cataclismo, el último.

Los egipcios, otra parte de los atlantes, tomaron más poder y orgullo. Trataron de someter a todos sus vecinos en su continente. Todo principió con la esclavitud y el sometimiento, porque tenían una tecnología y una sabiduría que traían desde antes. Nuevamente la historia una tribu cercana a Egipto la esclavizaron, para que la ley se cumpliera con los Israelitas. Pero antes de esto, la Junta Cósmica nuevamente votó por

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destruir los seres humanos en definitiva, traer una nueva raza de otro sistema y sacar las hordas de Luzbel, que no tuvieran que ver con los anteriores. La nueva raza sería guiada por un gran maestro de otro sistema, o extraterrestre.

Un maestro vino para atajar éste cataclismo humano, como Moisés y Aarón, para luchar con los descendientes de los Atlantes, que era el Faraón, que tenía sabiduría y poderes.

El Maestro Moisés guió la lucha con tecnología extraterrestre, como fue asistido por naves espaciales, como el de detener con fuego que salía de la nave al Faraón con sus ejércitos. El de destruir con plagas al faraón, con su báculo que era una poderosa arma destructora. Las plagas fueron traídas por naves invisibles a los Israelitas y a los egipcios. La tempestad, la sangre en el río Nilo, la muerte de los primogénitos que era dada por seres invisibles con gases mortales.

La Travesía del Mar Rojo fue un poderoso rayo enviado por una nave invisible al levantar como señal el báculo y así fue abierto el paso por el mar rojo.

El maná fue enviado por naves espaciales. La entrega de las Tablas fue real en ese sistema primitivo, escritura sobre piedra hecha por maestros desde naves espaciales.

La tempestad sobre el Monte Sinaí también fue obra de las Naves espaciales.

El Arca de la Alianza contenía un aparato de comunicaciones sofisticado para comunicarse con sus hermanos de otros planetas, y tenía un campo magnético para que no se le acercaran los israelitas, solamente los maestros Moisés y Aarón.

Me preguntarán el por qué de éstas historias que son verdaderas, el por qué lo hago. La realidad es una breve reseña histórica para describir los pasos, acontecimientos para llegar

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al final del por qué el Maestro Jesús vino a la tierra y el por qué a un país de pastores y de gente humilde.

Podía haber llegado a Roma que era la gran conquistadora de éste tiempo, pero no estaba escrito.

La verdad del Maestro Jesús principió en el planeta Venus, de donde vino también el maestro Sanat Kumara. Antes de venir a la tierra, la Junta de los Veinticuatro Ancianos que son eternos y comandan muchas galaxias o firmamentos, que contienen sistemas solares y planetas más grandes que el nuestro; determinó poner fin a éste caos de la tierra, sacar las fuerzas del mal y tener un verdadero paraíso, con un maestro como Jesús. Ellos optaron por acabar con todos los seres humanos, con sólo cambiar el eje de la tierra de tal forma que los polos pasarían a ser zona tórrida y ésta se convertiría en polos. Los polos son un paraíso que nadie nunca ha tocado. Esta decisión de destruir al ser humano maligno y poderoso, no daba lugar a más esperas. Al reunirse la junta, ante el Ser Divino y poderoso Dios, que está en todas partes y no tiene forma ni espacio, y que ve y oye todo y puede tomar la forma humana en pocos casos, se votó la destrucción. En esta junta estaba el Maestro Jesús, también Sanat Kumara y muchos otros maestros de otros sistemas o extraterrestres, y los maestros que están en el Tibet. Pero en el cosmos todos somos hermanos. El nombre no importa porque en el cosmos infinito no hay nombres. El maestro Jesús oyó el fallo y de sus ojos hermosos salió un dolor muy grande porque siempre estuvo desde su planeta vigilando a los seres de la tierra y los veía como niños malos y malcriados, que tuvieron la sabiduría de los atlantes y lemurianos, y veía en el fondo algo de amor en ellos. Decidió presentarse ante la junta cósmica y pidió permiso a su Padre Dios, que comprendiera el dolor de su hijo y el deseo de sacrificarse como humano y

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con todo lo que pudiera sufrir, para que lo dejaran redimir con su muerte la vida de los seres humanos.

La junta aceptó esta decisión, pero le puso de presente al Maestro Jesús que nunca podría hacer uso de sus poderes como ser superior, que debería sufrir como cualquier ser humano y con la muerte salvaría al mundo de otra hecatombe final. Pero como ser superior, Hijo de Dios, debería ser recibido humildemente por dos seres superiores o extraterrestres. Aceptaron como hermanos también un padre y una madre, pero ellos a su vez, como seres superiores, debían elegir familias igualmente sabias y justas, y se escogió en los humanos a la familia de la Virgen María y a la de San José, como seres sabios y superiores que eran.

José nació de una familia escogida y en el momento oportuno el maestro José llegó a un cuerpo humano. La maestra María también tuvo una familia espiritual lo mismo que la de José. La maestra María y José crecieron en familias humildes, porque no podían en familias ricas, porque fue el compromiso con estos seres superiores ya que éstos sabían su misión.

Lo más hermoso y bello fue el encuentro de José y María. Ellos sabían para qué se reunieron, porque la facultad de recordar no la perdieron. Sabían que llegaría el momento de recibir el Hijo de Dios, un ser tan sabio y poderoso debía tener una llegada humilde a ese cuerpo Divino, y el maestro Sanat Kumara sabía que todo debía ser con gran humildad y pobreza.

José como carpintero, una profesión humilde como es la de convertir la madera en algo útil. Cuando la virgen conoció a San José comenzaron una comunicación de poderes para recibir al Maestro Jesús. Él lo sabía y ella también.

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A la Virgen María la visitó el Arcángel San Gabriel, hablándole del Ser tan poderoso que tenía en su cuerpo y de la forma humana que tendría en ella. El mensaje fue bello y hermoso. San José nunca estuvo con María, porque eran seres superiores, pero por el poder de Dios y de la maestra María llegó ese ser de Luz. Podía el Maestro Jesús haberse tele transportado y haber llegado sin haber estado en el vientre de María, pero la Ley Divina y el cosmos no le permitieron. El viaje hasta Belén era una orden, porque entre José y María debían darle un inicio de sufrimiento a Jesús en los caminos, el sol, la lluvia y los dolores. Como una especie de preparación para su misión. Tocaba lo humano. Ese fue el destino que buscó el maestro Jesús. Sí viajó la Virgen María en un burro, que era el contacto con la naturaleza, donde en un principio fue la obediencia a los humanos y a Roma. La llegada a Belén y la angustia de encontrar donde refugiarse en ese momento. Tanto José y María se miraban y pensaban en lo que tenían que hacer sin necesidad, pero era La Ley; donde podían pasar la noche, pero como nadie les ofrecía ningún refugio, les tocó en un pesebre de animales, porque la enseñanza era que los animales son más humanos que el humano.

Los extraterrestres seguían desde una nave, vigilantes de todos los pormenores, y con dolor veían al maestro Jesús en su suplicio sin necesidad. Le tocó llegar a ese pesebre donde María tuvo el Niño Jesús sin dolor. No permitieron que el dolor sucediera, por el Ser Superior que era. Cuando estuvieron los tres: María, José y el Niño, se conmovió el Cosmos. Fue gratificante ver los tres seres unidos.

Al Niño Jesús, una gran experiencia, quien llegó a visitarlo por primera vez fue un ángel del cielo, que a su vez trajo a los pastores. ¿El por qué? Por ser seres humildes y puros que nunca sintieron maldad por nadie. Las ovejas, animales que representan sumisión, y el buey, animal de trabajo, y el

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burro, animal de carga, que son seres humildes que no los consideraron herramientas de trabajo, sino sus compañeros, su soporte, sus hermanos. Es una enseñanza, que los seres sabios se rodearon de seres humildes. Los tres reyes magos eran, como su nombre lo dice, magos en esa época, pero maestros para nosotros. Los tres reyes magos llegaron en camellos para que fueran vistos por los humanos, pero la realidad era otra, porque ellos venían de otras galaxias para saludar al Maestro Jesús y alabarle por esa decisión y esa humildad para salvar esta humanidad.

La estrella que los guió fue una nave, la misma en la que llegaron los tres reyes magos. El por qué de los camellos, tocaba para dar una majestad delante del romano al hablarles de un rey que llegaba y que era el principio de un sufrimiento. Al llegar los tres reyes magos en presencia del Niño Jesús, la alegría de los tres de encontrarse nuevamente. Los grandes maestros le entregaron el incienso, la mirra y el oro, que era para atestiguar delante de los pastores el poder y la majestad de éste niño. En el pesebre, el aviso de los tres reyes magos para salir y huir de Egipto fue el primer dolor de los tres (Jesús, María y José), al saber de la matanza de los niños inocentes por destruir al Niño Jesús. Un dolor grande, pero era la ley del Cosmos y tenía que seguir.

Los tres reyes magos nuevamente volvieron a su nave para vigilar al Niño Jesús. No lo dejaron pero tampoco lo ayudaron. No se podía quebrantar la ley. Al poco tiempo que estuvo el niño Jesús en Egipto, se recordó de los atlantes en la calidad del Faraón. La sabiduría de los descendientes atlantes estaba en decadencia y quedaban las pirámides, que eran un modo de comunicarse con los planetas y los maestros. Decadencia que era motivo de tristeza para Jesús. Él trató de darle luz a seres de Egipto y logró algo de ello. La angustia del maestro Jesús era usar sus poderes para enseñar.

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Al morir el Emperador romano volvieron a Israel, José María y el niño Jesús, y llegaron a Belén para recordar el nacimiento, pero ya era hora de estabilizarse y de trabajar como todo hombre normal. José consiguió una casita para la familia. Es un error de algunos seres de la tierra decir que la virgen María tuvo más hijos. Eso es una gran mentira. No se le podía pedir a un ser superior como la Virgen María y como el Maestro José, que tuvieran más hijos. Ellos estaban predestinados sólo para ser los padres terrenales del Hijo de Dios. Deberían vivir con pobreza y trabajar. Que Jesús tuvo poder y sabiduría desde que nació, y que le tocó tener la paciencia hasta tener diez años para poder demostrar algo de su sabiduría, pero con mucha prudencia, también. El Niño Jesús en su infancia siempre sobresalía por su inteligencia y sabiduría delante de los otros niños.

José tuvo la idea de tener una carpintería para relacionarse con mucha gente de la clase baja, media y alta. En esa época los romanos eran muy dados al trabajo de hacer muebles de lujo, y en la clase media de muebles rústicos y en la clase baja de bancas, mesas y taburetes, y los ataúdes para enterrar a las personas, y el Niño Jesús ayudaba en todas sus tareas.

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la vida del niño Jesus

del naciMineo hasta los diez años

Lo llamaré así porque era un niño con poderes infinitos. El fue consciente desde que nació de sus facultades. A medida que crecía las iba adquiriendo. Es mentira que digan o escriban que Jesús no recibió sus poderes sino en su vida pública.

Me fue revelado por el maestro Sanat Kumara, ser divino y poderoso que estuvo hasta hace pocos años de ésta era, o sea hasta 1992. Me perdonan hacer estas declaraciones pero es necesario. También al escribir la historia del Maestro Jesús desde su nacimiento hasta cuando ascendió a los cielos, estaré recordando datos del maestro en el recorrido de su historia verdadera y sencilla, los detalles de las regiones no las daré sino las del maestro Jesús.

El enigma de donde vinieron los tres reyes magos o maestros es sencillo. Vinieron de otros sistemas de la galaxia para dar Fe a las palabras del maestro Jesús cuando se comprometió a venir a la tierra a salvar el ser humano. También en las ofrendas que los reyes magos le ofrecieron al Niño Dios era para recordarle su vida. El primero fue el rey mago con la ofrenda del oro que significa la edad dorada, la niñez que tuvo problemas, como es natural. El segundo rey mago trajo la ofrenda del incienso que para su vida pública significa la oración hacia su padre Dios y también en el campo de irradiación de su cuerpo para sanar y curar al que se le acercaba. Un campo de sanación para dar fe de su poder que nunca lo dejó desde su nacimiento. Lo que hizo fue guardarlo hasta el momento de su vida pública. El tercer rey mago le ofreció la

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mirra que significa la amargura y la muerte. Este último le recuerda el momento en que empezó su calvario. Tanto fue la angustia que le pidió a su padre que le apartara ese cáliz de su presencia.

El Niño Dios al ver llegar a los tres reyes magos y ver las ofrendas “vio” el poder de su padre al recordarle su compromiso como humano ante los hombres. Un dolor muy grande sintió en su corazón, pero ese era su precio. Los tres reyes magos volvieron luego a las afueras de Belén a tomar su nave y vigilar al niño Jesús y protegerlo desde arriba. Hasta su muerte, sin intervenir en su vida pero si encontrarse con sus hermanos cuando tenía necesidad de hablar. Era fácil para el maestro Jesús transportarse en cuarta dimensión siempre. Para ello pedía que lo dejaran solo.

Volvemos nuevamente a la edad del niño Jesús después de la muerte de tantos niños inocentes por tratar de destruirlo porque las fuerzas del mal sabían que el dominio sobre la tierra había terminado y éstas fuerzas que dominaban a los romanos actuaron para destruirlo, pero el Niño Jesús tenía su protección. El nombre de Jesús se lo pusieron sus padres pues ellos, sabiendo la misión del Maestro Jesús, tenían la obligación de dar un nombre humano y lo llamaron Jesús que significaba Redentor o Salvador, y Jesús era un nombre fácil de pronunciar.

A nivel del cosmos, todos somos hermanos, por eso el Maestro Jesús llamaba a todos: ”Mis hermanos”, y en eso se basaron muchos autores para decir que Jesús tenía hermanos de la Virgen María. ¡Que error tan grande!

Después del bautismo o circuncisión fue como un pacto más a los hombres. La vida del Maestro Jesús hasta los diez años transcurrió cerca de sus padres, ayudándolos en sus quehaceres de la casa y la carpintería, en acompañarlos en

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recorridos cortos y también en sus oraciones que tenían. Sus juegos infantiles en esa época a él le divertían. Era feliz al estar con sus amiguitos y sonreía con dulzura viendo la ingenuidad de ellos. Si jugaban a correr o saltar, él ganaba y dejaba ganar para sentir el aprecio de ellos, pero con amor trataba como oficio de su padre la carpintería. Les enseñaba a hacer juguetes para ganar amigos. Al niño Jesús le interesaba tener amigos para el futuro. Cuando alguien se caía, él trataba de ayudarlo o curarlo, con mucho sigilo para que no desconfiaran de él o lo tildaran de mago. Le gustaba cuando salía ir a una quebrada a pescar, y él les enseñaba que la carne más sana era la del pescado y así, poco a poco, se ganaba todo el aprecio de los niños y niñas, para el futuro. Durante las noches oraba con sus padres en su casa sabiendo que cada día que pasaba era uno más cercano a su muerte. Entre los tres maestros había ese diálogo que tenemos los humanos. Cada uno contaba las experiencias. El Niño Jesús con todos sus amiguitos cuando jugaban o tenían que hacer compras en el mercado, que era en el suelo sobre esteras, se asustaban al ver a los romanos con sus armaduras. El niño Jesús con su mente llegaba hasta la cruz. Estas anécdotas se las comunicaba a sus padres. José también, por su parte, contaba sus experiencias con sus clientes sobre sus trabajos en carpintería, los encuentros con sus amigos, las nuevas llegadas de regimientos romanos y asaltos, de muertes y nuevos impuestos, de cómo conseguir madera, del pedido de algún romano exigente, de una dama romana, de los sacerdotes en el templo de Jerusalén. José, como ser superior y con poderes, se sentía como impotente, pero era una ley y tenía que esperar su muerte humana para no dejar sospechas sobre su cuerpo.

La virgen María, más recatada, pero sí tenía sus amigas, sus historias sobre sus hijos sus quehaceres en la casa, sus comidas, la ida a compras, el paseo por las tardes con el niño

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Jesús, las enseñanzas que correspondían con el idioma y las matemáticas. De eso se encargaba la madre. Lo que si tocaba era llevarlo a un salón para que aprendiera las enseñanzas de las escrituras en pergaminos, y las leyes de moisés y sus prohibiciones. En este aprendizaje Jesús todo lo sabía pero tenía que asistir para dar ejemplo de sumisión a las leyes de los hombres, sabiendo que fueron hechas por hermanos o maestros de otro sistema. Al estar todos los tres juntos, principiaba la plática humana dejando lo divino. Se hablaba de todo; había risas y alegrías, y conocimiento de lo sucedido cada día; de toda la ingenuidad de esa población, pero también del dolor de muertes o injusticias de parte de los romanos, sobre todo las que provenían de abusos en impuesto sobre vivienda y comida, el cual se tenía que hacer efectivo y, en casos más severos, se llevaban al jefe de la familia ante los jueces romanos para hacerle pagar el impuesto con los haberes, o le quitaban la casa. José y su familia tuvieron que ver muchas veces ese martirio en sus vecinos. En sus primeros diez años vivió muchas injusticias para probar en él la paciencia y dominio de sí mismo, porque él podía haber evitado cualquier cosa y haber hecho maravillas en lo concerniente al dinero que circulaba en esa época y solucionarle ese afán a la gente, pero nunca lo hizo, como sacar del éter o espacio dinero y habérselos entregado.

De igual manera con los amigos queridos, con enfermedad o muertos, tenía que pasar por alto esa circunstancia y no hacer nada, para no romper la ley, que era la de esperar hasta su vida pública.

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de los diez a los veinte años

Su vida, de los diez a los veinte años, fue como la de todo humano de la región. A partir de los vente, ya sus juegos y sus conversaciones fueron distintas. Un poco más serias, y a nivel de su trabajo de carpintería ya los enseñaba como hacer un asiento o una mesa, y ya hablaban de viajes, de conocer otras ciudades, de conocer a Jerusalén y su templo, donde los sacerdotes daban las leyes. Ya salía solo con sus amigos a visitar las ciudades cercanas de donde vivía, que era en Belén. Para Jesús le sería fácil tele transportarse y materializarse en cualquier sitio de Israel, pero él quiso hacerlo como humano, a pie, y gozar como los demás. Fue una gran alegría el salir a Jerusalén y conocer el templo de Dios, de su padre.

Llegó la hora de partir y los preparativos fueron como cualquier viaje al exterior. Alistar viandas, alistar un asno en el cual se le cargaba todo para quedarse una semana. El camino era largo y tortuoso pero no importaba. Había que gozar lo máximo. Con ellos fueron dos familias más, vecinas, y el viaje se hacía menos duro. Cada familia tenía tres hijos, mujeres y hombres. Eran siete niños. Salieron a la madrugada las tres familias. Durante el viaje las charlas se concentraron en los menores, en el terreno que no conocían y el comentario sobre aves, animales y ahora, las caravanas que se encontraban. Entre los tres padres de familia la charla era sobre posibles encuentros de familiares y amigos, como también como estaría la ciudad de Jerusalén y el templo, y qué irían a donar, y qué nuevas leyes tendrían, y también, haciendo planes de lo que tendrían que comprar para sus hijos y para ellos.

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Con las madres, la conversación se centró en el vestuario y calzado, como también en collares y mantas, y sus familiares que se encontraran en Jerusalén, y en conocer nuevamente el templo para pedirle a Jehová prosperidad y salud para sus hijos. También pensaron en trasladarse a Jerusalén para mejor estudio de sus hijos. Se encontraron caravanas de camellos y asnos con diferentes mercancías y víveres, como también tropas de romanos patrullando,

Los paisajes unas veces agrestes, otras cultivados, otras pastando ovejas con sus rebaños y pastores que, al verlos, María recordaba el nacimiento de su hijo. La llegada a Jerusalén fue esplendorosa y la alegría de los muchachos, y la tristeza de Jesús en ese momento tuvo esa visión, como una película de su sufrimiento final, pero no importaba, tenía que gozar la llegada como sus amigos, y borrar esa imagen futura. María y José tuvieron la misma visión de Jesús, pero también la borraron y gozaron lo mismo que sus amigos. Gran jolgorio y alegría y gritos y saltos de felicidad. Una parada, una buena cena era lo normal, y había en ese momento muchas caravanas que tenían el mismo destino a Jerusalén. Era obligatorio la parada en ese sitio, donde se unían varios caminos de diferentes partes. La belleza de Jerusalén era bastante y el comercio también. Unos venían para conocerla, otros para comerciar, otros para orar y otros para arreglar asuntos con los sacerdotes o el Sanedrín. San José, María y Jesús con sus amigos y vecinos unieron las meriendas. Todos hicieron un círculo, las tres familias, y terminaron ese frugal almuerzo muy rápido, para poder salir para Jerusalén.

Como Jerusalén estaba muy cerca, el andar se hacía muy lento por la cantidad de gentes solas y caravanas de animales con sus productos, pero la charla se puso más amena y los recuerdos de los grandes se hacían más interesantes, y el encontrar cosas nuevas, de pronto una casa que no estaba, un cultivo

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de fruta como la naranja o la uva. El tiempo pasó y llegaron a la puerta principal. Era un tumulto de gente, todos querían entrar de primero, pero la guardia romana estaba en la puerta controlando la entrada y preguntando qué familia y para qué venían y qué traían. Las caravanas tenían que pagar un tributo a la entrada sobre la clase de mercancía. Por los animales se pagaba un tributo menor por ser comida. El turista como San José y la familia no pagaban nada porque dejaban algún dinero en las posadas. Después de esperar su turno, entraron por fin en una calle central que daba a una plazoleta grande, como un mercado donde todos los vendedores se encontraban. Al fondo estaba el templo. El ruido era ensordecedor al ofrecer sus mercancías, telas, adornos, utensilios, armas como cuchillos, joyas, animales de diferentes especies y caballos, Comida de toda clase. Para entenderse las personas tenían que hablar fuerte. El paso fue lento por tanta gente y al salir de allí llegaron al frente del templo. El respeto al templo fue grande para los siete pequeños, la sorpresa de semejantes columnas para entrar y las puertas tan grandes causó en ellos respeto y temor a la vez. Para el niño Jesús fue diferente. El ya lo conocía y sabía que era para gloria de su Padre, pero a la vez sintió ira porque nuevamente tuvo una visión futurista del comercio en el templo. En esa visión rápida sobre los mercaderes en las puertas del templo, porque los tiempos cambiaron, en el momento estaban alejados, pero cuando volvió Jesús, años más tarde, ya en su último período, ya había crecido el comercio y no cabían en la plazoleta, entonces invadieron las gradas y la parte de la entrada del templo que era siempre amplia. Ese pasaje lo relataremos en su momento.

Luego de ésta nueva visión entró con todos al templo. Al lado y lado el templo se constituía de columnas hasta el fondo. El altar tenía las Tablas de la Ley inmensas, en la parte baja tenían El Arca de la Alianza, que era el recuerdo que

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tenían de Moisés, tenían incensarios y más al frente tenían una especie de mesa de una sola piedra, para el sacrificio de animales como el cordero, que fue la herencia que de años atrás traían como pactos entre Dios y los hombres. A los lados de las columnas centrales había a lado y lado corredores completando el templo.

En ese momento José, María y Jesús, y sus vecinos, oraron y le entregaron al sacerdote encargado el cordero para darle gracias a Dios por el viaje tan agradable y sin contratiempos. El cordero lo compraron afuera en el mercado. Al salir del templo entraron otros sacerdotes del Sanedrín y ahí sucedió la tercera visión futura de Jesús. Cuando lo juzgaron injustamente en el Sanedrín en nombre de Dios.

Salieron del templo y se despidieron de sus vecinos, con el compromiso de encontrarse al cabo de diez días en la plazoleta para retornar a su pueblo. José tenía familiares en Jerusalén y fueron a donde ellos. Era la familia de San Juan Bautista. San Juan tenía un año más que Jesús y los dos sabían la misión que tendrían que cumplir. San Juan fue enviado primero para que fuera abriéndole el camino a Jesús. El encuentro de las dos familias fue grande. Mientras Jesús y Juan bautista se contaron toda la historia de la misión encomendada, pues los dos sabían también el sufrimiento que tendrían que pasar.

La conversación de Jesús y Juan Bautista se concentró en sus vidas y la gran voluntad a Dios de cumplir una misión tan difícil y llena de sufrimientos. Sin poder hacer nada resolvieron desechar esos pensamientos y comportarse como todos y jugar, correr, reír y conocer nuevos amigos que le fueron presentados a Jesús por su primo Juan. Lo mejor de todo fue la historia de Jesús en el pueblo de él. Cómo le ayudaba a su padre y sus aventuras. Jugaron a un juego especial de bolo, pero con lajas; se ponía una astilla y el que quedaba más cerca

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ganaba. También la agilidad para correr y saltar. Siempre Jesús fue el primero. Pero cuando había tristeza en algún amigo que perdía, lo repetía para que ganara. La tarde pasó y ellos se hospedaron en la casa de sus familiares. Las dos familias tuvieron sus charlas, las preguntas del viaje, cómo estaban y qué se decía en Jerusalén.

Se concentró el nerviosismo de una posible llegada de un rey de los judíos, los romanos, como los sacerdotes, estaban unidos, porque entre ellos había amistad. Los sacerdotes repartían sus limosnas con Poncio Pilatos. También una posible toma por parte de revolucionarios judíos contra los romanos. Esa noche después de tanto charlar se fueron a dormir.

Al día siguiente salieron los tres a recorrer la ciudad, las calles tortuosas y llenas de barro, las casas juntas de terrazas, había gran variedad de almacenes para la mercancía. El agua era cargada en ánforas desde las cisternas. Las personas ricas tenían sus animales, burros, para cargar el agua. Siempre en cada salida con Jesús y Juán pasaban por el templo, oraban y salían. En una salida José y María entraron a un almacén para comprar una tela para María y ese día Juán no los acompañó, porque tenía que ayudarle al padre. Jesús quería ir al templo y sabía que todos los sacerdotes del Sanedrín tenían una conferencia para nuevos tributos y nuevas leyes para los pobladores de Jerusalén y aprovechó las compras de sus padres, que al otro día salían para Belén, y salió rápido hacia el templo. Era su oportunidad.

Jesús salió corriendo y encontró a todos los sacerdotes discutiendo sobre los problemas de los nuevos impuestos. Jesús entró y se paró en la última fila de los sacerdotes. Al verlo, el conferencista lo miró y calló. Los demás volvieron la vista a él. Jesús sonrió con una sonrisa llena de paz y amor.

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Ellos se turbaron y el que dictaba la conferencia le preguntó: ¿Quién eres y por qué nos interrumpes? ¿Por qué tan joven se presenta a nosotros sin permiso? Jesús le respondió: “Entré por voluntad propia, quería saber y conocer la sabiduría de ustedes, el amor con que hacen las leyes, y preguntarles algunas cosas que quiero saber.” Estas pocas palabras, con tanta seguridad y en una voz tan joven, los llenó de curiosidad y sorpresa, porque si a los grandes les daba pena entrar, mucho menos un joven de diez años. El sacerdote conferenciante lo mandó entrar y sentarse al lado de él. Y le dijo:”Hijo, pregunta lo que quieras y te respondemos.” Él Les dijo: “Cuál es la ley más grande que pide Dios” Ellos se miraron unos a otros y uno de ellos respondió: “Son los mandamientos que nos dejó Moisés”. Jesús, entonces, denegó. ”No, esos no son. La Ley o el mandamiento más grande: Es el Amor. Es decir: “Amaos los unos a los otros”. Ellos se preguntaron el por qué de ese nuevo mandamiento. Jesús les dijo: “Porque si no hay amor entre ustedes, no hay justicia, no hay perdón; entonces no hay sabiduría para gobernar y llevar a un pueblo”.

Callaron todos y al ver la sabiduría de ese niño se admiraron y pensaron: “Un niño muy especial”. Como no era igual a ellos, era rubio y de ojos azules, pensaron que era de otro país, que venía como turista y había que conocer su saber. Ellos volvieron a preguntar: “¿Dónde está Dios?” Pensando que en el templo donde estaban reunidos habitaba Dios. La respuesta de Jesús fue: “Dios está en todas partes, Dios está en cada uno de nosotros como una chispa Divina y el templo está en cada uno de nosotros” En ese momento todos los sacerdotes se pararon airados por la respuesta porque ellos creían que Dios estaba en su templo. Hubo murmullo e indignación porque era un niño sabio. Volvieron a preguntar. “¿Usted cree que vendrá a Jerusalén un rey de otra parte a salvarnos de los romanos y reinar con nosotros?” Jesús les contestó. “El que

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viene a salvarlos no es de los romanos, sino del pecado y la maldad del ser humano, para que no sea destruido todo. Es el hijo de Dios hecho hombre, pero también morirá en manos de los judíos.” Los sacerdotes se miraron unos a otros, les corrió un escalofrío por sus cuerpos y desearon no preguntar más a ese niño sabio. Jesús vio esa confusión en sus mentes y preguntó: “¿Quieren saber más? pregunten, no teman que soy solamente un niño. “Y su mirada era llena de amor y dulzura, y ellos descansaron en esa sonrisa. La calma con que los miró Jesús les dio nuevas fuerzas y preguntaron. “¿Moisés fue el único enviado de Dios para darnos las leyes. Nadie más vendrá de Dios?”. Jesús nuevamente respondió: ”Moisés fue un enviado de Dios para entregarle las Tablas de la Ley, pero el verdadero hijo de Dios vendrá muy pronto para hacerlas cumplir, porque no las cumplen, ni hay respeto por la casa de Dios. Los templos de cada uno de ustedes están sucios, pero al llegar el Hijo de Dios todo será distinto y esos templos se iluminarán con luz nueva”. En ese momento llegó María y lo vio. Tanto ella como José tenían temor de entrar en el Recinto pero Jesús los vio, y les pidió que entraran. Los sacerdotes miraron y le preguntaron: “¿Quiénes son ellos?”. Jesús les respondió: “Son mis padres terrenales”. Después de estas palabras se despidió, y salieron.

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segundo Periodo

Los sacerdotes le pidieron a María y a José que lo dejaran volver porque con ese niño tan sabio habían aprendido mucho. La intuición de María le previno de un peligro ante esa solicitud, así que decidió partir al día siguiente, por miedo. María tenía razón, ellos lo mandaron a buscar por toda la ciudad por ser un peligro para más tarde y pensaron que podía ser hijo de un revolucionario.

José y María, quisieron reprenderlo después de la angustia que habían tenido, al buscarlo por toda la ciudad y más aún después de las palabras de los sacerdotes, pero la alegría y el respeto al hallarlo fueron superiores a su afán de corregirlo. Comentaron con sus familiares el incidente, y ellos les recomendaron abandonar la ciudad cuanto antes. Así fue que al día siguiente, muy de madrugada, para que les rindiera, les prestaron otro burro y cargaron todas sus compras en él y se despidieron con abrazos y llantos. Jesús se despidió de Juan y en ese momento tuvo la visión de su muerte que era inevitable, y Juan también lo vio lo mismo. Los dos primos tuvieron visiones premonitorias de las muertes de ambos y comentaron volverse a ver cuando tuvieran treinta y treinta un años respectivamente, en el río Jordán, cuando Jesús recibiría el bautismo de manos de San Juan Bautista.

Al salir de Jerusalén, el camino era largo, y todos los tres iban en hilera. José adelante, luego María y de último Jesús, llevando los burros donde iban sus compras. Jesús iba feliz con éste viaje soñando en volver nuevamente. El amanecer era muy bello y el camino era de piedras, para luego convertirse

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en tierra. Muy de vez en cuando José miraba hacia atrás pensando que una tropa de romanos los alcanzara, pero no fue así.

En el camino a Belén se encontraron muchas caravanas que iban a Jerusalén con diferentes cargas. Al llegar a un cruce de caminos se encontraron con unos amigos que iban hacia Belén. Eso fue una alegría porque tanto como José y María ellos compartieron y comentaron todo lo que vieron en Jerusalén. Así mismo ellos, que venían del Mar de Galilea, les relataron sus experiencias. Jesús con sus amigos también gozó corriendo por las laderas, adelantándose o quedándose, o jugando a no dejarse tocar. Jesús debía, y él lo sabía, que tenía que gozar de su juventud como los humanos lo más que pudiera, y conocerlos más.

Al medio día pararon, para tomar y comer algo, y compartieron y descansaron un poco, pero luego reanudaron su viaje. Al atardecer vieron de lejos su querido Belén, donde los esperaban con alegría. Al entrar a Belén cada uno se fue para su casa y al llegar encontraron sus vecinos para que les contaran cómo fue la estada en Jerusalén y si no habían visto sus amigos que se fueron con ellos. Casi toda la noche pasó José con sus amigos, María con sus amigas y Jesús con sus amigos, contándoles todas sus idas y venidas en esa gran ciudad, pero sin tocar el tema de Jesús en el templo. Al amanecer volvieron nuevamente los ruidos de los vendedores de pescados, frutas y otros artículos. José de nuevo abrió su taller de carpintería y María se dedicó a arreglar su casa y a los ajetreos de todos los días, y Jesús a salir a la escuela para estudiar con sus amigos. En la escuela se enseñaba matemáticas, religión, sociales, agricultura y manualidades. Jesús debía estar al igual que ellos y les enseñaba cosas nuevas. El profesor se molestaba y lo hacía callar, pero en fin, los días pasaban. Al llegar Jesús a casa iba a ayudarle a su padre en esa labor de hacer sillas, mesas y

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bancas, y de vez en cuando un ataúd; Jesús sufría cuando le tocaba ayudar a hacerlo. Era la muerte y sabía que era el fin de ese cuerpo, no del espíritu. Por las tardes no había clases.

Jesús ya había cumplido los doce años, su poder ya era latente. Tenía que tener paciencia con el tiempo para no romper el silencio de toda su sabiduría y poder. Lo que más Jesús tuvo que padecer en su época de juventud fue la paciencia. Ese año no volvieron a salir. Jesús salía en espíritu con su cuerpo, a los pueblos cercanos, pero sin que sus padres lo supieran, y con ello aprendía la vida de los seres humanos y se encontraba con maestros del cosmos para compartir su vida, siempre respetando su forma de vida humana. En Belén estuvo Jesús con María y José hasta los dieciocho años y salió de la escuela con su diploma de conocimientos, como era la costumbre en esa época. Esa fue una gran fiesta cuando se recibieron los veinte compañeros con Jesús. Las veinte familias se reunieron con sus hijos y festejaron sus triunfos. Hubo competencias de carrera, luchas cuerpo a cuerpo y siempre, en todas las actividades, Jesús era el mejor, como en los estudios académicos, porque era el momento en que tenían que irlo respetando. Unos no estaba de acuerdo, pero Jesús los convencía con sus palabras llenas de sabiduría. El taller, años tras año, tenía más progreso y ellos vivían muy bien en esa época, pero con sus premuras. José ya estaba muy débil y le pedía a Jesús que siguiera la tradición del taller, pero Jesús le decía que él tenía una gran misión y que pronto les diría, pero Jesús ya sabía que su padre tendría que partir primero. Fue cuando les dijo que Belén era muy pequeño, que el quería ir a Nazareth para seguir su tarea de taller allí, porque el trabajo se estaba escaseando ya, y estaban apareciendo nuevas carpinterías, entonces era necesario salir de Belén.

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Jesús convenció a sus padres de probar suerte en Nazareth, Jesús ya sabía que su padre moriría para luego él seguir su vida privada, de los veinte a los treinta años, que nadie supo, ni los mismos apóstoles, porque esta verdad era sólo de Jesús y sus hermanos, seres del cosmos. A José no le gustó la idea de su hijo. No era por el transporte sino la nueva ciudad, y hacer clientes era un aventura. Pero viendo la seguridad con que Jesús lo decía, no lo pensaron más. Él le dijo a su padre que se podían ir delante de ellos y buscar el sitio para la casa y el taller, lo cual le pareció muy bien a José, y así se hizo.

Casi por lo general, el trayecto entre los cinco pueblos más cercanos se hacía en un día, madrugando mucho para llegar de noche. Los caminos eran polvorientos pero se caminaba bien. Salieron una mañana temprano, después de despedirse de María no más. No querían que nadie se enterara, por conveniencia, ya había brotes de revueltas contra los romanos y las tropas estaban más amenazadas, y por eso patrullaban. Después de despedirse salieron con paso ligero. Jesús con su poder, hizo que nadie los viera en su recorrido. El padre estaba maravillado por tanta soledad en el camino y se detuvieron varias veces, porque José se cansaba, y comieron de las viandas que les preparó María. Nuevamente Jesús vio todo el recorrido que tendría que hacer en sus tres años de vida pública. Se arrepintió varias veces de haber tomado esa responsabilidad ante Dios y ante los grandes sabios del Cosmos, pero ya no se podía hacer nada. En esos pensamientos y en charlas con su padre llegaron a Nazareth, de noche, para conseguir una posada y descansar sus cuerpos.

Al día siguiente salieron, después de desayunar, a pasear la ciudad con calma, para conseguir una casita donde pudieran tener la carpintería, la cual era el sustento de los tres. En ésta tarea duraron una semana, hasta que lograron conseguirla y le comentaron al dueño y le pareció bien, porque no había

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sino una sola carpintería. Sellaron el negocio y dieron algo adelantado. Salieron nuevamente para Belén, para llegar por la noche. Este viaje fue feliz y muy conversado. José ya tenía más ánimos y más proyectos, incluso el de comprar la casa, porque se la ofrecieron a buen precio, y a Jesús le pareció lo mejor porque él sabía que dos años después moriría su padre y María tendría que tener un techo, como era lo normal. A su llegada a Belén, María los estaba esperando en la puerta preocupada y al verlos la gran felicidad, los abrazos y los comentarios duraron hasta bien entrada la noche.

A su vez el comentario de María y la preguntadera de sus vecinas y los trabajos de carpintería, pero ella supo sortear todo muy bien, y al otro día se abrió el negocio, se llamó a los clientes y trabajó duro para entregarlos y recibir el dinero ya que el tiempo apremiaba por su cambio de residencia. Reunió todos sus ahorros para viajar y comprar la casita. El tiempo fue de un mes, y todo salió muy bien. No se recibió más trabajos, so pretexto de unas vacaciones en Nazareth. Algunos clientes se disgustaron porque les harían falta, pero finalmente comprendieron que se merecían ese viaje y viajaron ocho días antes de lo programado. Algunos amigos se enteraron de sus verdaderos proyectos de vivir en Nazareth, donde los podrían encontrar a la orden. A todos les sorprendió éste viaje, pero lo aceptaron porque los querían mucho. Ahora lo principal era conseguir el transporte de animales para llevar sus pertenencias. Vendieron sus muebles, sólo dejaron la herramienta, el vestuario y los enseres de cocina. La poca madera que les quedó la vendieron a las otras carpinterías, quienes compraron con la satisfacción de una competencia menos.

Por fin salieron muy temprano. La ciudad de Belén estaba durmiendo. Nadie supo nada. El viaje fue muy feliz y durante él la charla no faltó y descansaron varias veces. Comieron

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muchas viandas, e inclusive se dieron el gusto de entrar a una posada a almorzar. Jesús, en su alegría, tenía también la visión de la muerte de su padre, lo cual lo entristecía y tenía que disimular al frente de sus padres. En la visión se veía el mismo haciendo su ataúd y enterrando a José, en compañía de su madre. Pero era una ley, y él sabía que su padre se iría en cuerpo y espíritu en una nave, y estaría esperando a Jesús y a María.

En esta visión llegaron a Nazareth, muy tarde de la noche, pero llegaron a su hogar. María, al ver la casita, lloró de emoción y alegría. Era linda, bien pintada, una puerta y una ventana pequeña, pero bella. Su piso era de tierra bien firme, tenía una entrada de puerta y al lado una puerta ancha. Ella se figuró el taller; tenía dos piezas, una sala amplia, un comedor con cocina de fogón y un patio al fondo grande, como para poner animalitos. El techo era no muy alto, como una placa de barro. La pieza o local muy linda, y pensó: “mi hijo y mi esposo trabajando juntos”. Esa noche hubo muchos proyectos y una nueva vida. Se abrazaron los tres y luego se fueron a dormir en esteras en el piso.

Jesús entró a su pieza y oró mucho, y pidió la sabiduría y paciencia durante los dos años que le restaban como hijo, y luego su vida privada que ya estaba marcada y que nadie conocía, ni su padre, ni su madre, aunque ambos eran del mismo planeta Venus.

Al día siguiente de su llegada salieron José y Jesús a recorrer el pueblo, a conocer sus nuevos vecinos como las calles, el mercado y hacerse conocer como nuevos carpinteros en la región. Esa tarea como todas al iniciar muy difícil. Bastantes personas del pueblo llegaron a conocer la carpintería, y también curiosos. Aprovechando esto, Jesús le dijo a su padre que empezaran haciendo mesas y asientos y los pusieran

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afuera para que los vieran, y ellos trabajaran en su taller que era a la vista de todos.

Los días pasaron y nadie entraba, ni preguntaban por los muebles. Jesús le dijo a su padre: “Lo más grande que tiene el hombre es la paciencia y, al no alterarla, luego se convierte en riqueza”. María se preocupaba por el trabajo, porque de él dependía el sustento y el pago del saldo de la deuda de la casita.

Jesús un día le dijo a su padre: “Yo voy a llevar a la plaza una mesa y un asiento para ofrecerlo y hacernos conocer”. Qué buena la idea. A Jesús le llegó un cliente, pero regateó mucho y se las compró. Jesús, feliz por ese gran éxito, llegó y le contó a su padre y le dio el dinero.

Qué alegría del padre y de la madre y se terminó esa angustia de esperar. Jesús todo lo sabía, pero no podía romper la palabra dada a su padre de no hacer las cosas con su poder. El tiempo pasó y Jesús tuvo amigos y amigas, y entre ellas una le gustó como hombre y ella también, pero esto era vedado. No podía, y él tuvo que llevarla como una amiga más en su vida. A sus padres les agradaba, pero no se podía. Jesús estuvo en fiestas, paseos y caminatas, como cualquier ser humano. Su simpatía y su saber lo hacían más atractivo, como su fuerza física para correr, como para practicar diferentes deportes como la carrera, el salto largo, alto, la lucha de espadas, todo el un devenir de la cultura de esa época y que él tenía que aprender.

José enseñaba la carpintería y asistía a las reuniones. Tenía su club de amigos y con ellos se reunían de vez en cuando a compartir algunas costumbres de la época. Juegos de mesa con dados y comidas, como pescado, carnero, leche, productos del trigo, pero nunca carne de vaca ni de cerdo.

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María tenía su grupo de señoras y se reunían a charlar, a jugar y a tejer mantas, a hablar de los muchachos, como para casar o conseguirles parejas a sus hijos. Estas reuniones se hacían frecuentemente en las casas de familia.

Pasaron dos años y cuando Jesús contaba con veinte años, aproximadamente en el mes de Junio, murió su padre, José. Jesús sabía ya de esa muerte, los maestros del cosmos estaban listos para ello. Un mes antes de la muerte de su padre Jesús empezó a hacer un ataúd como ya antes había hecho otros. Este sería para su padre aunque Jesús sabía que su padre se iría en cuerpo y alma, y sería recogido por un haz de luz de una nave y llevado hacia arriba después de ser enterrado.

José le preguntó a Jesús”: ¿Hijo, es un encargo el ataúd?” y él le respondió: “Si, y es muy especial“ José le dijo: “Pero no me has dicho para quien es”: y Jesús le respondió: “Padre hay que tenerlo listo porque la muerte no espera y llega rápida”. José no dijo nada y siguió en la tarea de hacer una mesa para un encargo. Jesús sabía que la muerte sobrevendría como consecuencia de un paro cardiaco sin sufrimiento.

Llegó el momento y una mañana, como de costumbre, María se levantó a hacer el desayuno y Jesús dejó que su madre descubriera la muerte de José, que estaba dormido al lado suyo. Viendo que no se levantaba lo fue a llamar y, al no recibir respuesta, pensó que era un juego de José, pero al llamarlo con insistencia fue cuando se dio cuenta que estaba muerto. Lloró y llamó angustiada a Jesús, con sus ojos llenos de lágrimas. Jesús le dijo: “Madre, no llores, porque la voluntad de mi Padre se ha hecho realidad y él estará a su diestra”. Al oír su madre estas palabras abrió sus ojos y dijo. “¿Hijo, quien eres?” Y El le respondió: “Madre mía: Yo soy El que soy”. Y ella entendió ese mensaje y quiso arrodillarse ante Jesús, y Él le dijo: “Madre, no debes arrodillarte ante

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mí sino ante mi Padre que está en todas partes”. Jesús le dio calma y sabiduría a su madre.

El entierro fue por la tarde del día siguiente, de ese mes de Junio. El cielo se puso oscuro, pero salió el cortejo con todos sus amigos, porque Jesús y María eran muy queridos y apreciados por todos. Lo llevaron al cementerio que eran tumbas en la roca. No se enterraban, se colocaba el ataúd en el suelo y se cerraba con una piedra grande.

Jesús quiso decir las últimas palabras como hijo, delante de sus amigos y dijo: “Hermanos, es las voluntad de mi Padre y se ha cumplido, y a todos los presentes les llegará la hora. Por eso les pido que se tengan un amor muy grande entre todos, que se amen los unos a los otros, porque mi padre os ama a todos y es el mandamiento más grandes que nos ha dejado: “Amaos los unos a los otros como yo los amo”.

La gente se miraba entre sí. Nunca habían oído este mandamiento en los sermones de los sacerdotes en los templos de Jerusalén. La madre entendió ese mensaje, y su mente volvió al templo cuando Jesús era un niño y estuvo predicando ante los sacerdotes del Sanedrín, y comprendió quien era Jesús. Por segunda vez se ratificó quien era Jesús.

Los demás dijeron: “Pobre Jesús, la muerte de su padre lo afectó mucho”. Jesús, que lo entendía todo, se sonrió y añadió: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, palabras que recordó más tarde cuando sería crucificado.

María y Jesús salieron a su casita, y la gente y amigos los siguieron hasta allí, cenaron con ellos y repasaron la vida de José, sus trabajos y sus luchas, hasta la madrugada del día siguiente. Hora en que se despidieron y se fueron a sus casas, y María se fue a su habitación, y Jesús a la suya a orar y a pedir para comunicarse con la nave para el traslado de su padre José.

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Efectivamente llegó la nave y Jesús vio cuando fue sacado el cuerpo de José e izado hacia ella. Jesús se trasladó allí y habló con su padre terrenal, José, que cumplió su destino en la tierra y se despidió de los maestros de la nave para seguir la voluntad de su Padre.

El nombre de José fue puesto en la tierra para ser distinguido por los humanos, pero él es un maestro de Venus que vino primero para hacer el papel de José. Veinte años más tarde fueron a sacar los huesos para ser cremados y dejar el sitio a otro pero la sorpresa fue grande al no encontrar el cuerpo en el ataúd sino una nota grabada en piedra que decía: “Bendita la misión que Dios me dio en la tierra para ser padre de Jesús, hijo de Dios. Os amo y bendigo”. Este descubrimiento lo hizo el sepulturero, que tenía el encargo de sacar de los ataúdes los huesos y entregar las cenizas a sus parientes. Cuando el sepulturero, que era el mismo que había taponado junto con otros la tumba de José el carpintero, no supo dónde se quedó, pero su mente recordó las palabras de su hijo Jesús que ya estaba muerto y resucitado. La angustia de saber que tuvieron la dicha de estar cerca de Jesús y de su padre, y que resucitó, como su hijo, en cuerpo y alma, y encontrar la piedra tallada con su propia letra y su nombre, fue un impacto muy grande. Se comunicó a sus familiares y fue una voz en el pueblo de Nazareth. La esposa de José ya había sido enterrada en Belén, pero no sabían nada, porque el destino era desenterrarla a los veinte años después de muerta, aunque después de esa fecha no tuvieron paz los habitantes de Nazareth y no podían hablar, por miedo al Sanedrín y a sus sacerdotes. Esta verdad que no conocen estuvo secreta hasta ahora.

Al volver Jesús, Él siguió con la carpintería y trabajó mucho para que le quedara un ahorro para vivir a María y para que la casita le quedara libre definitivamente, ya que en poco tiempo desaparecería del lado de su madre y de la gente. Todas las

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noches Jesús le hablaba a su madre de Dios, y de la voluntad de Él para irse muy lejos, para adquirir más sabiduría, y volver después de diez años. Al principio María no aceptó, pero con el tiempo comprendió su misión en la tierra y de donde venía. La sorpresa fue muy grande sabiendo que durante veinte años estuvo con el Hijo de Dios hecho hombre y fue cuando comprendió por qué ella quedó embarazada sin necesidad de José. María supo que Jesús sería crucificado y al tercer día resucitaría, pero era un secreto y un juramento de no decir nada, y sufriría más que todos por ser ello parte de la redención de la humanidad. Una madre comprende más que un padre, y al finalizar diciembre Jesús llamó a su madre y le dijo: “El tiempo se acabó. No llore, ni se angustie. Yo seguiré viniendo y visitándola a usted sola, para darle ánimo en todo ese tiempo. Vivirá con una pariente que llegará, y a nadie le dirá a dónde he ido, y si insisten, les dice que me fui a aprender en Egipto”. “Madre”, le dijo, “No se asuste si me aparezco en su pieza, porque tengo ese poder, para que nadie me vea, es la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Esa semana, antes de partir, compartió con sus amigos y les comentó que saldría de viaje a Egipto por poco tiempo pero la carpintería seguiría con un pariente de su madre. También tuvo una reunión con sus familiares de parte del padre y la madre, y para que nada fuera oculto les dijo: “En cierto tiempo yo volveré con sabiduría a enseñarles la palabra de mi Padre”. Como sabían que en Egipto se enseñaban todas las artes y estudios, no hubo objeción por parte de los familiares. Jesús decidió que el viaje sería temprano, para que le rindiera el camino. Alguien le preguntó: “¿Jesús, tú eres el hijo de Dios en la tierra?” y Él le contestó: “Tu lo has dicho, pero el tiempo llegará para todos con amor y sabiduría”.

Después de la cena, y al compartir vino y pan, hizo similar como lo haría años más tarde con los apóstoles. Pero esta vez

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fue con sus familiares, y en ese momento Jesús se transportó a la cena que años más tarde tendría con sus discípulos antes de ser entregado a los del Sanedrín. Esta cena era lo mismo, pero para irse a su vida privada de la cual nadie ha relatado como es en verdad. Él se trasladará en cuerpo y alma en su nave, sin ser visto, a lejanas tierras, para aprender, aunque todo lo sabía, pero tenía que hacerlo como humano. Tendría comunicación con los maestros del cosmos, y salir fuera de la tierra en su nave y estar en su planeta, Venus. Todo fue oculto y la única que sabía era su madre, y nadie más en la tierra.

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tercer Periodo de la vida de Jesús

el Misterio del PeregrinaJe que nadie conoce

Cuando Jesús contaba veintiún años de vida, y habiendo cumplido cabalmente con sus obligaciones como hijo y cabeza del hogar que le dejara su difunto padre terrenal José; se aprestó para emprender su viaje por el mundo, esta vez para cumplir la verdadera misión encomendada por su Padre que era la de ir por el mundo a dejar testimonio de amor entre los hombres con sus enseñanzas y a la vez de la grandeza y poder de Dios con sus milagros. Este se considera el primer paso para la obra redentora y salvadora de Jesús.

Vale aclarar que la misión del Maestro Jesús no se concentra únicamente en el pueblo de Israel, sino a toda la humanidad de la tierra. Por ello y obedeciendo a razones que sólo Jesús tuvo a bien considerar, eligió algunos países del planeta para dejar en ellos enseñanzas de vida, de amor, de equidad y de justicia.

Por ello, habiendo alcanzado ya su completa preparación física y espiritual, con la venia de su Padre y la bendición de María inició su itinerario por el mundo que duró diez años.

Como ya sabemos, su medio de transporte, fue siempre su propia nave espacial, Que no sobra aclarar, siempre permaneció oculta a los ojos de los hombres por dejarla siempre en cuarta dimensión, imperceptible para los humanos. Esta vez los viajes los realizó completamente solo. Partió pues de Belén con rumbo al Tíbet, a Shambala” la ciudad

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de la eterna primavera, lugar de residencia de los Grandes Maestros Espirituales, venidos de otras galaxias, cuya misión es la vigilancia y ayuda de los hombres buenos del planeta. La entrada a dicho lugar está reservada para muy pocos seres humanos de vida excepcionalmente santa, consagrada y sabia. Es a la vez una base intergaláctica a donde llegan y a la vez parten naves planetarias de otras regiones cósmicas. Es por tanto un punto de encuentro de seres superiores que de una u otra manera protegen el planeta.

De este lugar crucial se desplazó año tras año a los países permaneciendo en ellos por espacio de un año en cada uno y retornando nuevo a Shambala en cada viaje en donde permaneció cada vez por un tiempo corto, el necesario para descansar, comentar con sus maestros las experiencias de cada lugar y preparar a la vez el viaje al país siguiente. Los países visitados por el Maestro Jesús fueron en su orden:

1. CHINA. Su capital: Pekín

2. LA INDIA. Su capital Nueva: Delhi

3. MONGOLlA. Su capital: Ulán Bator

4. GRECIA. Su capital: Atenas

5. FRANCIA. Su capital: París

6. INGLATERRA. Su capital: Londres

7. MÉXICO: A la gran pirámide de Teotihuacán

8. PERÚ. A la región de Machu Pichu

9. EGIPTO. A la gran pirámide de Keops

En su último viaje retornó a Shambala, se despidió de sus hermanos, esta vez ya definitivamente y se dirigió a Belén para retomar su vida pública en Israel

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tercer Período

Esa noche se despidió de su madre y le dio los dones de la fuerza de la paciencia, para que tuviera la fortaleza para estar sin Jesús. La madre le dijo: “Hijo:¿me deja que lo despida?” y le contestó. “No madre, no quiero que veas mi partida. Sé feliz y nunca te sentirás sola. Yo te protegeré y te cuidaré hasta cuando vuelva, y te visitaré en tu habitación cuando estés sola. Deja que la prima duerma en otra pieza”.

Cuando todo era silencio, Jesús salió al patio y una nave lo llevó silenciosamente, y lo trasladó a donde iba a iniciar su vida privada.

La vida privada de Jesús, que nadie ha podido decir, es un misterio porque ninguno supo para dónde salió. Esta verdad me ha sido dicha por el maestro Sanat Kumara, para que los seres humanos sepan la verdad de Jesús. Un Ser superior a nosotros y enviado de Dios desde su planeta natal Venus, y poderoso ser de otro planeta. Mil veces más evolucionado, para darnos unas enseñanzas sabias y llenas de amor, pero que el ser humano no las asimiló del todo y las tergiversó en dolor, angustia y falta de Fe.

Jesús tenía sus poderes para transportarse en cuarta dimensión, sin que tuviera que ir por ninguna parte caminando sino lo necesario. Jesús no fue solamente el que dejó esa semilla de amor a Israel, sino en diferentes partes de la tierra, y se desplazó para enseñarles a seres especiales como lo hizo con los apóstoles, que todos conocemos por sus historias y escritos. Al transportarse Jesús a los diferentes sitios de la tierra de esa época, ya tenía sus propósitos definidos para dejar la semilla del amor sembrada. Su nave siempre estuvo, con

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sus hermanos o maestros, lista para ser trasladado a cualquier parte, sin que ningún ser humano se diera cuenta.

Antes de iniciar sus diez años de recorrido por los diferentes territorios, Jesús estuvo en su nave analizando y coordinando todos sus proyectos y la forma como impartiría sus enseñanzas y conocimientos. El primer lugar que visitó fue China y, sin bajarse de la nave, desde allí estudió y analizó la gente, las costumbres, la geografía y el desarrollo. Después siguió a La India, Mongolia, Grecia, Francia, Inglaterra, México, Perú y Egipto. Estos países los nombro para que tengan una guía de cuales eran en esa época. ¿Por qué ese orden? En China estaban sus hermanos y maestros en el Everest, en la ciudad de Shambala.

Jesús llegó en todos los países a la ciudad que hoy es su capital, y a sus alrededores, excepto México y Perú donde lo estaban esperando los Indios y lo recibieron de su nave como un Dios. Al llegar de su viaje, estas personas de los diferentes países estaban esperándolo y estaban avisados, y se reunían en salones muy ocultos, y luego dirían sermones fuera de la capital.

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china

El Primer viaje fue a China. Desde El Tibet. Allí se encontraba el anciano de días, Sanat Kumara, y otros maestros que han estado presentes en la evolución de la tierra, permanecen sin envejecer durante miles de años. Jesús llegó en su nave a Shambala para estar con ellos. Fue una gran felicidad, aunque ellos sabían el destino de Jesús, se alegraron cuando Jesús tomó la decisión de evitar una destrucción de los seres humanos.

Shambala es un paraíso de jardines y templos. La paz y el amor en éste sitio es grande. Ningún ser humano la encuentra, por estar en otra dimensión, pero Jesús estuvo un tiempo en los templos y luego se trasladó a la capital, Pekín, cuando tenía 21 años y llegó con indumentaria de la túnica a un sitio de un templo donde lo estaban esperando.

Las charlas de Jesús fueron grandes sobre la filosofía, el amor y la ley de: “Amaos los unos a los otros”. En esa reunión había nueve personas. Las reuniones eran todos los días, y el último día de cada mes llegaron muchas personas y les enseñaban en campos fuera de la ciudad. Estas reuniones en un principio no tenían ningún problema, pero luego de seis meses se corrió la voz entre las autoridades de que se levantaba una revuelta y que había un profeta dirigiendo ésta. Ellos fueron a esas reuniones, en un gran parque, pero notaron que tenía poder de convicción y sabiduría, y no pudieron hacer nada. Durante un año predicó y enseñó a todas las personas que llegaban.

El último día hizo la cena y compartió el pan y el vino y dijo que lo hacía en nombre de su padre Dios y les dijo: “Yo les dejo a ustedes el amor, la sabiduría y la paciencia para seguir

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y enseñarles a todos los seres de ésta región. Les daré poderes para que sanen a la gente”. Luego de estas palabras desapareció ante sus ojos y salió nuevamente para el Tibet,

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india

El segundo país fue India. A éste ya habían llegado rumores de la China de un profeta que hacía milagros y predicaba en nombre de un ser superior a todos los dioses, y era Dios. Al llegar Jesús con la indumentaria que usaba, llegó primero a la capital, Nueva Delhi, a los veintidós años y siempre era esperado por cierto número de alumnos ávidos de saber y de filosofar. Las reuniones se hicieron en varios sitios de la ciudad y aquí el número era de diez y siete alumnos que compartieron sus enseñanzas.

La enseñanza más grande era de amor entre los seres humanos, y las reuniones eran en campos fuera de la ciudad. La multitud era más grande cada vez. Las enseñanzas de Jesús eran de parábolas muy sencillas y que captaban muy bien las multitudes. La filosofía era más profunda, sin dejar que notaran nada sobre seres de otros planetas, porque no tenían todavía esa visión, aunque unos ya sabían algo de esos misterios. Jesús era feliz, alegre, hizo muchas amistades, y su poder y su amor vencía cualquier cosa que lo atacara. Al finalizar ese año, que siempre lo hacía en diciembre, hacía milagros a los seis meses de predicar. Un ciego, un cojo, para afirmar su sabiduría y poder. El tiempo era muy poco y Jesús quería más, pero sabía que no podía estarse más de un año. En una ocasión, en una reunión a campo abierto, iba a llover y Jesús alzó sus brazos y rogó a Dios para que apartara esas lluvias para iniciar su sermón. Y se hizo el milagro. Se apartaron las nubes y salió el sol. Gran maravilla del maestro y alabaron a Dios. Estos pequeños milagros con la naturaleza eran normales para Jesús y afirmaban más su predicación.

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Jesús, antes de partir, como lo hizo en la china, ofreció una gran cena para los diez y siete discípulos, con vino y pan, y les dijo que predicaran que él los guiaría en las palabras y obras para que pudieran seguir adelante, que él partiría a otra misión. Los discípulos lo querían mucho y no deseaban que partiera; pero llegó la hora y Jesús, en plena cena, se paró y bendijo a sus nuevos discípulos y desapareció para llegar nuevamente al Tíbet, que era su lugar de descanso en la tierra.

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Mongolia

El Maestro Jesús escogió Mongolia, un país casi desértico y con habitantes de costumbres nómadas, muy diferentes a las dos anteriores, pero tenía que dejar esa semilla en él. Al llegar a su capital, que hoy es Ulan Bator, cuando contaba con veintitrés años de edad, lo estaban ya esperando y se sabía que en la India, China y ahora Mongolia había un maestro. Los discípulos eran veintisiete, que ya tenía noción del maestro Jesús. Las enseñanzas se hicieron en lugares secretos para no molestar a otras religiones y sobre todo a cultos de dioses.

Mongolia tiene un desierto muy grande. Allá existe una ciudad en cuarta dimensión en el desierto. Sus enseñanzas siempre fueron el amor, no hacer el mal, amarse entre sí y mucha filosofía. Los milagros los hizo con la naturaleza. Oyendo quejas sobre el verano, los cultivos que se perdían, y Jesús oró delante de una gran cantidad de gente e hizo llover. La alegría de la gente fue muy grande y oraron a su Dios. El maestro Jesús nunca cambió su túnica, que era resplandeciente, y su andar lleno de majestad y poder. Hacía que lo quisieran y lo respetaran, e hizo milagros para que creyeran en sus palabras. Una paralítica le pidió a Jesús que la sanara para alabarlo, pero Jesús le contestó:”Yo la curo por la gracia de mi Padre, pero no para alabarme a mí, sino para que su vida se convierta en un ejemplo de su familia”.

En Mongolia tuvo la oportunidad de conversar con sabios que creían en fuerzas superiores y en seres de otros planetas, pero Jesús oyó y calló, porque el tiempo no era el tiempo para explicar esas fuerzas superiores ante los hombres.

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Los mongoles son tribus nómadas, netamente guerreras, y por eso Jesús tenía que dejar la semilla del amor y del perdón para más delante de sus vidas. Jesús fue invitado a la corte del jefe de los nómadas. Estuvo en la reunión, pero como vieron que no estaba armado y hablaba lleno de sabiduría, se ganó el aprecio de ellos y tuvo una gran cena, y compartió con los discípulos y guerreros de ese clan.

Luego salió para predicar en las afueras ante una multitud mayor. El sol quemaba, pero apenas Jesús empezó a predicar, al sol lo ocultó una gran nube y fue para ellos un día de milagro.

Durante los meses siguientes, hasta Diciembre, predicó y enseñó, y realizó algunos milagros para dejarles un bello recuerdo de Dios. En diciembre siempre se hizo la cena con los veintisiete discípulos, y brindó con vino y pan, y les dijo que les daría sabiduría para seguir, como amor y comprensión con los demás. Un discípulo se levantó y le dijo: “Maestro, ¿cómo podremos comunicarnos contigo para no sentirnos solos y desamparados?” y Jesús les dijo: “Nunca los dejaré, siempre que oren yo les escucharé, y de cualquier parte los guiaré e iluminaré para que les salgan las palabras correctas”. En ese momento, y diciendo éstas palabras, se desapareció a los ojos de ellos, y Jesús oyó que todos decían: “Es Dios, es un gran maestro y todo lo que dice es verdad. Alabado sea su nombre”. Nuevamente partió al Tíbet.

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grecia

El Maestro Jesús, antes de partir a Grecia, sabía que en ella, mucho antes de su llegada, habían grandes sabios y maestros dirigidos por los sabios del cosmos. Era un país de principios y sabiduría, y ya estaban preparados para la llegada de Jesús en un templo de Atenas. Muy calladamente lo esperaban éstos sabios, que eran nueve. Al llegar nuevamente Jesús en Enero, tenía ya veinticuatro años. Llegó al templo de Atenas, y allí lo recibieron con gran alegría, y empezó su enseñanza sobre el Cosmos, sobre la reencarnación y sobre la gran filosofía del ser humano. Estas sesiones se prolongaban hasta tarde. Las preguntas a Jesús era sobre filosofía, sobre los grandes misterios de la tierra, de los continentes Lemuria y Atlántida, sobre el Imperio Romano y su participación en la destrucción de la vida misma.

Jesús ante ellos fue más sabio y profundo. Los guió para dirigir al ser humano en sabiduría y amor. Ellos sabían sobre la tierra, sobre los planetas y sus vidas, pero todo era callado, por temor a morir. Los sabios de Grecia reunieron a mucha gente que tenían a su favor y fueron al templo muchas veces, para oír al nuevo sabio llegado del Tíbet. Ellos tenían conexión con los maestros del Tíbet. No fue extraño para ellos pues si tenían la noción de que un gran Maestro venido de otro planeta, llegaría a Jerusalén al pueblo de Israel y en el pueblo Israelita a redimirlo. Esa experiencia, ellos nunca la olvidaron, y se extendió a toda Grecia. Jesús hizo milagros y ellos sabían de su gran poder y sabiduría.

Ante sus discípulos de Grecia, levitó y se transportó en cuarta dimensión, para enseñarles algo del poder supremo. Hablaron

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de las siete partes del cuerpo (Siete chacras), del tercer ojo o glándula pineal y su desarrollo, para la videncia y saber del futuro de los seres humanos.

En Atenas fue donde Jesús pudo ver más sabiduría en la mente de éstos seres. Les enseñó muchos misterios, a nivel del cosmos y galaxias, y del cuerpo humano. En la última cena les habló de su partida y su muerte, pero con la advertencia de que nadie podía intervenir en ningún momento. Brindó con vino y pan, y les dio una forma de milagro. Aunque hizo algunos milagros con ellos y les enseñó cómo hacerlos, para que se dieran cuenta que ellos también los podían hacer. En ésta última reunión los transportó a todos a su gran nave y les dio un pequeño paseo alrededor de la tierra, para que la conocieran mejor, y un paseo al sistema solar, para luego volverlos a traer a donde estaban. Fue la experiencia más grande para ellos. Jesús los bendijo y se despidió. Antes de partir, le pidieron que se los llevara consigo, pero Jesús les dijo: “Ustedes tienen una misión en la tierra y cuando la cumplan regresarán a su vida anterior en un planeta o sistema lejano”. Dicho esto desapareció y partió al Tíbet, como las veces anteriores.

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Francia

Nuevamente debía partir en enero. Justamente cuando había cumplido veinticinco años; esta vez a París, la capital francesa. Era pequeña, pero albergaba su afán de saber y progresar, como Roma y Grecia, pero no tenía su sabiduría.

Era una pequeña ciudad en formación y había en ella, como en todos los grupos, sectas buenas y malas. Para seguir un parámetro de guía se dedicaban a la lucha contra los árabes y los germanos o nórdicos. En ella se resaltaba el poder de las clases, pero en este caos de ideas había un selecto grupo que sí tenía ideas de la religión más avanzada, y por eso querían y esperaban la venida de un maestro de las altas cordilleras del Tíbet. Estos mensajes del Maestro Jesús se hacía por medio del cuerpo astral, y se le presentaba en sueños a algún sabio o religioso escogido para darle el mensaje, y así fue como las diecisiete personas ya estaban preparadas para recibirlo en cualquier momento, y por fin llegó Jesús y se les presentó, con la túnica blanca que daba respeto. Llegó a un castillo feudal de esa época, como un gran invitado. La gran sorpresa fue la de su vestido. En esa región los vestidos eran elegantes y soberbios, pero para el Maestro Jesús no había eso si no lo interno de ellos, las enseñanzas fueron las de compartir lo que tenían con los demás; de dar amor y justicia a los seres no favorecidos. Los campos de cultivo eran bellos y el río Sena era hermoso, y en él les hizo el primer milagro, al hacer que a las embarcaciones de los pescadores se les llenaran las redes y Él les dijo: “Compartid el pescado con los que tienen hambre” y predicó en las orillas del río Sena. Unos iban por curiosidad, otros por conocer y otros por aprender y saber.

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Los diecisiete amigos de Jesús a todas partes lo acompañaban. Al hacer el primer milagro se asustaron y tuvieron temor, ante lo cual el Maestro Jesús les dijo: “Hermanos, no teman porque esto y mucho más podrán hacer si tienen fe”. En invierno Jesús nunca se colocó nada y nunca tuvo frío, y a sus sandalias nunca les entró nieve. Los demás quería estar como el Maestro Jesús pero al no lograrlo, sus mentes cambiaban a un respeto y amor espiritual hacia Jesús. Ellos lo invitaron a bailes, pero aunque Él los acompañó, nunca bailó, pero sí con su majestad y su andar en los pasillos, todos quedaban admirados de su porte y elegancia que infundía respeto. Jesús no les hablaba de religión sino de justicia, paz y comprensión entre ellos como hermanos que todos eran, sin distingos de rango y poder. Le preguntaban: “Maestro, cómo podremos llegar a ti, cómo sabremos cúal es la religión verdadera para enseñarla a todos y hacerla cumplir”. Jesús les contestó: “Yo no tengo ninguna religión. La única religión es amarse los unos a los otros. Es diferente a cuanto hacen los seres humanos. Tampoco se debe juzgar a nadie sin ponerse en su lugar de sufrimiento” y agregó: “Un pobre llega a su mesa a pedir un pan a un rico que tiene todo. El rico debe ponerse en su lugar, que él fuera el que tiene hambre, y de esa manera, con amor, le da no uno sino dos panes al pobre”. Ellos se admiraron y uno preguntó: “Maestro, uno no tiene la culpa de que ese pordiosero no hubiera trabajado como uno y tenga que pedir”. Jesús le contestó: “Pero tampoco el pobre tiene la culpa de que usted tenga la suerte de tenerlo todo, porque es una ley de compensación de que el que tiene le dé al que no tiene”. Jesús les dijo: “Les dejo esta nueva enseñanza: Nunca den algo sin amor. Hacer por hacer, o aparentar, nunca lo hagan, o para vanagloriarse ante las demás personas de que dio, porque es más caritativo no dar nada. En el Reino de Dios sólo sirve para hundirse más en el dolor y sufrimiento”.

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“Cuando se da con amor se multiplica muchas veces y el que da recibe más tarde. Nunca dé para recibir favores después“.

Sus viajes de pueblo en pueblo los hizo con ellos. Hizo milagros a personas sin visión y paralíticos, para que creyeran más en Dios y su mensaje de amor con ellos. Hizo otro milagro y les dijo: “Vamos a caminar en la nieve pero con túnica, sin abrigo, ni calzado, sino descalzos. Ellos no creyeron y no querían. El les dijo: “¿No me creen después de que han visto milagros? ¡Qué poca fe tienen! Síganme los que tienen fe, pero todos salieron y se cumplió el milagro. Los llevó a un campo de nieve descalzos y con túnica y les dio un mensaje de fe a Dios, y no sintieron frío ni hambre sino un calor como si fuera verano, y luego al terminar les dijo: “Hermanos míos: llegó el tiempo de partir nuevamente”. Uno se levantó y le dijo: “Maestro, por qué nos llama hermanos” y Jesús les contestó: “Porque todos en la tierra y en el Cosmos somos hermanos”. El ser humano fue el que puso nombre y apellidos, y así es que estamos separados unos de otros, los nombres en el cosmos y en el Universo no existen, sino un solo Dios.”

De allí salieron al castillo donde estaban y nuevamente se hizo la reunión, el brindis de vino y pan, y se despidió de sus discípulos y desapareció luego que los bendijo a todos, y partió con su nave al Tíbet.

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inglaterra

Nuevamente el Maestro Jesús partió del Tíbet al país de Inglaterra en el año 26, hacia Londres que era y continúa siendo su capital. Allí no fue tan difícil la llegada de Jesús, porque estaban preparados y lo esperaban. Solamente había nueve maestros descendientes del continente de la Atlántida. Aquí tenían una Logia blanca de mucho poder y sabiduría, siempre ocultos al resto del país.

Jesús fue recibido en un castillo fuera de su capital, y en un salón muy hermoso con una mesa redonda, y a Jesús le tenían un puesto principal en ella. Todos eran nobles de tradición y abolengo, tenían sus principios y su poder basados en el cosmos. Se comunicaban telepáticamente. Jesús se pudo relacionar más con sus enseñanzas profundas. Se discutió sobre la tierra, sobre el futuro de ella en los últimos tiempos. Ellos tenían un círculo cerrado, como su mesa de reunión redonda, pero Jesús les dijo que a todo ser que pudieran, deberían enseñarles los preceptos y enseñanzas, para superación a nivel personal. Había que enseñarles el amor entre ellos y su sabiduría, y que también la sabiduría no se debía guardar sino hasta el momento que llegase la hora.

Como la isla era pequeña, salió con ellos a pasearla y dio muchas conferencias, muy leves y no profundas, y curó algún ciego para dar a entender el poder de sus enseñanzas, y alentó a muchos enfermos, y su fama corrió muy rápido en éste país y llegaron de todas partes para oír sus prédicas, pero era muy difícil porque sus sacerdotes las tildaban de brujerías y pactos con Satanás. Siempre Jesús debía, en el momento oportuno, partir a otro lugar, para no comprometer a sus

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nuevos discípulos, En la orilla y muy lejos de su capital, en el río Támesis, viendo a unos pescadores, los discípulos le dijeron: “¿Maestro, puede ayudar a éstos pescadores que no han cogido ningún pescado para que sus redes se llenen?” y Jesús les respondió: “¿Ustedes tienen fe en Dios y en mi, sí creen que puedo hacerlo?” Ellos contestaron que si aunque Jesús les dijo: “Muy poca fe veo, y si he de hacerlo es por estos pescadores que pescan con fe y paciencia. Ellos sí lo merecen” y diciendo esto levantó sus manos al cielo y luego las bajó hacia el río y hubo el milagro. A las redes les llegaron miles de pescados, y fue la gran felicidad de ellos, y volvieron desde sus barcas las miradas a Jesús que, sin conocerlo le dieron las gracias desde sus barcas. Los discípulos admirados no volvieron a dudar de Jesús.

También les explicó el poder de transportarse en cuerpo físico en cuarta dimensión para llegar más rápido a su destino, y les hizo su segunda prueba y les dijo: “Id delante de mí a donde nos reunimos y yo llegaré primero y os esperaré” y para que quedaran más seguros, un discípulo se quedó con Jesús hablando y luego de dos horas de haber ellos partido Jesús le dijo al discípulo: “Quédate para que des testimonio y yo partiré” y diciendo esto desapareció a los ojos del discípulo y llegó primero que ellos, y los estuvo esperando en la gran mesa redonda. Al llegar los discípulos encontraron a Jesús esperándolos y quedaron admirados y le dijeron: “Maestro Jesús, enséñanos a hacer lo que tú hiciste”. Pero Jesús les dijo: Pedid y se os dará. Todos estos poderes se os darán”

Los discípulos crecieron en sabiduría para poder enseñarles a los demás. Al llegar de nuevo el invierno Jesús les dijo. “Uno, con su poder interno no siente el frío porque uno tiene un campo magnético alrededor del cuerpo que lo hace inmune al frío” y así se lo enseñó durante el invierno. Jesús usó su

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túnica y sus sandalias mientras que ellos tenían muchos abrigos por el frío.

Llegó el momento de partir y se reunieron en la gran mesa redonda, les bendijo y les dijo: “Yo estaré cerca de ustedes”, y un discípulo le preguntó: “¿Maestro: cómo sabremos que está si no lo vemos?” Y Jesús les dijo: “Tened fe y amor en mí, y yo no los desampararé y los protegeré contra todas las cosas, y cada uno de ustedes tendrá un guardián invisible que los cuidará.” Jesús levantó el cáliz con vino y repartió el pan, y brindó con todos y les dijo: “Hermanos míos, Id y predicad amor entre todos y no religión, que con el amor llega lo demás” y partió, desapareciendo de ellos para nuevamente llegar a su nave y partir hacia el Tíbet.

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Mexico

El Maestro Jesús, después de estar en el Tíbet, partió en su nave a Méjico y llegó directamente a su capital, en el año veintisiete. En esa época gobernaban los indios Aztecas y los indios Mayas. Estos sacerdotes, descendientes de los Atlantes, sabían de antemano que el Maestro Jesús vendría a ellos para enseñarles su sabiduría y conocimientos, aunque ellos ya tenían alguna ilustración sobre el cosmos y las ciencias ocultas. Decidieron recibirlo en el templo que tenían cerca de la Gran Pirámide de Teotihuacan, y eran veinticuatro sacerdotes que regían el pueblo maya. La mesa en el templo era ovalada y en un sitio privilegiado de la mesa estaba el asiento del Maestro Jesús. Llegó en su nave en Enero del año veintisiete y su llegada para este pueblo fue muy grandiosa y asombrosa, por la clase de nave en que llegó. Todos adoraron esa nave y luego, al abrirse la puerta, de ella salió Jesús con su túnica blanca y su rostro iluminado. Sus cabellos largos y su barba, fueron causa de adoración, por la llegada de un dios de las estrellas. Pero Jesús les habló en su idioma y les dijo: “Hermanos míos, Yo os amo a todos, y todos deben amarse los unos a los otros, respetarse, ayudarse, crear una gran nación. Nunca deberán pelear entre ustedes porque, el día que lo hagan, se destruirán y llegarán seres de otros continentes y los exterminaran. Deben pedir a su dios su protección. No sacrificareis a nadie. No derramaran sangre, porque la sangre clama luego justicia y las fuerzas del mal entrarán, como hace miles de años pasó con el continente Atlante, del cual ustedes son sus descendientes” y los bendijo a todos.

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Jesús sabía de los indios, pero Él tenía que darle su enseñanza y sabiduría. Los veinticuatro sacerdotes, luego de saludarlo, lo guiaron hacia el templo, para esperar sus enseñanzas y poder guiar a su pueblo. Al entrar al templo que le tenían preparado, alzó los ojos hacia arriba y exclamó: “Padre Mío, te pido que guíes a éste pueblo que es sano, por los senderos de la sabiduría y el amor”, aunque Jesús sabía el desenlace final y destrucción de ellos. Al sentarse, su mirada recorrió a cada uno de ellos, con sus atuendos de sacerdotes y les dijo: “Hermanos míos, el tiempo de mi estadía en la tierra se acerca y lo único que deseo es que, al estar con ustedes, aprendan de mi las enseñanzas que les dejo. Uno de los sacerdotes se levantó y le dijo: “Maestro, díganos de dónde viene a nosotros, porque ese milagro de presentarse de esa forma”. Jesús les dijo: “Yo no soy de la tierra. Yo vengo de las estrellas. Mi misión, enseñarles como poder guiar a su pueblo y tener comunicación con ustedes”. Otro sacerdote le dijo: “Maestro, cómo sabremos de su poder para saber que si viene de las estrellas”. Jesús les respondió: “Traigan un ser de los suyos que no camine o que nunca haya caminado desde que nació, y que ya tenga mucha edad”. Se oyó un murmullo entre ellos y salió un sacerdote y trajo un ser que lo llevaban en parihuela, ya de edad y que nunca había caminado. Se lo acercaron a Jesús. El enfermo se inclinó a Jesús y esperó en silencio. Jesús dijo: “¿Ustedes sacerdotes de poca fe creen en los milagros? y ellos dijeron: “todos creemos pero nunca los hemos visto”. Entonces Jesús le dijo: “Hombre, levántate y anda, y sé muy feliz porque has sufrido toda la vida. Ahora id con tu familia que te espera”. Al oír éstas palabras y ver que ese hombre se levanta solo, y cayo de hinojos y adoró a Jesús. El lo levantó y le dijo “Dadle gracias a tu Dios Padre”. Al ver los sacerdotes cayeron al suelo y lo adoraron como un Dios. Jesús les dijo: “Levantaos, que esa era la prueba que me

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tenían y yo ya lo sabía, pero los perdonó porque hacía falta el milagro para que creyeran”.

Después del milagro los sacerdotes brindaron y estuvieron con Jesús como un Dios, y lo llevaron a diferentes pueblos de México, a diferentes pirámides ya hechas, y Jesús les explicó de dónde venían esas ideas para comunicarse con las estrellas y sus dioses. Jesús, en su recorrido por el país de los indios Mayas, hizo muchos milagros. Les enseñó a cultivar y a curar con plantas y toda clase de labores, para que ellos les enseñaran a los demás. A los sacerdotes les enseñó como transportarse y comunicarse con los seres de las estrellas. Les enseñó que la comida principal sería el pescado y la legumbre. Las otras carnes no, porque perderían su sabiduría y su don. Les enseñó a comunicarse por medio de la telepatía o tercer ojo. Cuando salió con los veinticuatro sacerdotes, les fue dando poderes para sanar a su gente y el respeto que debían tener para con los súbditos.

Llegó el momento de partir y Jesús los reunió, por última vez, en el templo a los veinticuatro sacerdotes y les dijo: “Nunca hagan figuras, ni la mía, para adorarlas sino guardad el recuerdo y pedid mentalmente lo que desean, y se os dará. El pueblo deberá hacerlo de la misma manera. Solos o reunidos pedid al cielo o cerrad los ojos y pedid”. Luego dijo Jesús: “Les daré una comunión, o unión, o un pacto con ustedes”. Sirvió vino que ellos tenían y pan de maíz que ya hacían, y repartió uno solo entre ellos y cada uno tomó un pedazo y todos comieron. Luego Jesús levantó una copa de madera, como todos y bendijo ese vino.

Al salir del templo estaba lloviendo muchísimo y había tempestad, y los sacerdotes les dijeron a Jesús: “Maestro, espere que escampe y luego se va”, pero Jesús hizo su último milagro y alzó los brazos al cielo y pidiendo dijo: “Fuerzas

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de la naturaleza, elementos del agua y aire, retirad las aguas y dejad salir el sol brillante” y así se retiraron las lluvias, y un sol y un cielo despejado quedaron. Para admiración de todo el pueblo, la nave de Jesús que estaba en cuarta dimensión, apareció delante de ellos. Jesús saludó a todos, los bendijo y entró en su nave, que partió a gran velocidad para su destino en el Tíbet nuevamente.

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Peru

Nuevamente el Maestro Jesús salió del Tíbet en Enero del año veintiocho en su nave hacia el Perú, donde lo recibieron los sacerdotes del templo de Machu Pichu. El maestro Jesús ya sabía todo al llegar al templo en la planicie de Machu Pichu, vestido igual que siempre, con su túnica blanca y sus cabellos sueltos. Descendió de su nave, que era como un globo redondo que despedía una luz brillante, fue la admiración de todos los dieciocho sacerdotes y el pueblo Inca. Allí se inclinaron y lo adoraron, por recibir a un ser de las estrellas. Hubo un silencio muy grande en todo el pueblo y luego Jesús rompió el silencio y dijo: “Levantaos hermanos míos, porque los Incas son descendientes de los lemurianos, continente destruido que está bajo el océano Pacífico. Porque he venido a estar con ustedes un tiempo para enseñarles qué es el amor, la paciencia y la sabiduría, que la tienen por ser descendientes de una raza de sabios, que por su orgullo y poder fueron destruidos todos. Solamente quedaron ustedes, guiados por los dieciocho sacerdotes. Os bendigo, en nombre de nuestro Padre Dios que todo lo ve y todo lo puede”.

Los dieciocho sacerdotes se levantaron y le dieron la bienvenida a Jesús, el Ser de las estrellas. Fue lo más bello y hermoso, y lo invitaron al gran templo, donde se encontraba una mesa en forma de triángulo. En la parte alta del triángulo se sentó Jesús y luego los demás seis en cada lado del triángulo. Esta mesa significa las Tres Divinas partes: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ellos lo sabían hace miles de años y su poder telepático ya existía. Un sacerdote le preguntó a Jesús: “¿Maestro de las Estrellas, de dónde venís y por qué merecemos este privilegio,

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si el cosmos es tan grande?” Y Jesús contestó: “Vengo de una estrella muy lejana y muy bella, y vine a ustedes porque se merecían esta visita, conozco sus antepasados y antes del último cataclismo serán recogidos, para perdurar la última descendencia de los lemurianos.

Otro sacerdote le dijo: ¿Maestro: Somos una raza poderosa y sabia. Seguirá así, o tendremos otra destrucción como el Lemuria”. Jesús les dijo: “Deben amarse los unos a los otros, respetarse y cuidar este gran templo, porque si hay injusticias, llegarán seres de éste planeta y los destruirán con muchas armas, por la ambición del oro. No descuiden nada, y cuando ustedes vean el peligro nos llaman y nosotros los recogeremos. Jesús les previno lo que les sucedería y algunos de los sacerdotes no creyeron. Esta conversación no fue del agrado de los sacerdotes y al comprender esto Jesús cambió de conversación y les dijo: “Brindemos por éste país” y ellos brindaron.

Luego salieron a recorrer las diferentes regiones del Perú y en cada pueblo que llegaban eran recibidos con honores y alegría. En un pueblo le dijeron: “Maestro de las estrellas, queremos comprobar el poder de sanación que tienes”. Le trajeron en una parihuela a una persona que había muerto y que el pueblo quería mucho, para que la resucitara. Ellos esperaban en silencio. Jesús dijo: “¿Hermanos de poca fe, si vengo de las estrellas en una nave, ¿no creen que con el poder que tengo podré resucitarlo?”. Los sacerdotes callaron y se inclinaron por pena, y les agregó: “Sé que quieren una prueba que vengo de las estrellas y veo justo lo que me piden, y se los concederé”, diciendo esto levantó sus brazos hacia donde estaba el muerto y dijo: “En nombre del Ser Poderoso, dueño de la vida y de la muerte, volved a éste cuerpo su espíritu, y levantaos y andad”. Ante la admiración de todos el muerto se levantó y salió derecho a Jesús y le dijo: “Maestro no merecía

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esto de ti. Por el pueblo y los sacerdotes que querían saber de tu poder y en nombre mío, le pido que los perdone porque no saben lo que piden”.

Después de esto hubo fiestas, y en todo el país Inca se supo de éste milagro y de otros milagros como sanar enfermos. También les enseñó a cultivar y regar, como perfeccionar la fabricación de mantas y vestidos utilizando la lana de las llamas y ovejas. Así también a aumentar la producción de la leche de sus cabras. Aprendieron los secretos medicinales y nutritivos de las plantas, que antes eran desconocidos para ellos.

Les enseñó además a los sacerdotes a teletransportarse de un lado a otro, por sus propios medios, y se los comprobó en una caminata de un pueblo a otro, desapareciendo delante de ellos y esperándolos en su destino. Donde no llovía hizo llover. Donde llovía mucho, aplacó las lluvias. Donde no pescaban cogieron muchos peces. Ese año fue el más feliz de todos, hasta que llegó la hora de partir nuevamente y fue despedido en la gran llanura de Machu Pichu. Entró en su nave y se despidió, prometiéndoles que estaría en comunicación con ellos. Se levantó con Majestad y partió hacia el Tíbet nuevamente, para dialogar con sus otros hermanos y para iniciar el último viaje de sus diez años de vida privada y oculta, que nadie hasta ahora había tenido conocimiento.

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egiPto

Nuevamente el Maestro Jesús, desde el Tíbet, volvió al último recorrido de su vida privada y dejó a Egipto de último porque en él vivió parte de su niñez y en él está la gran sabiduría atlante.

Después de conversar con sus hermanos salió con su nave a las pirámides de Egipto, en el año 29, porque esta reunión con los sacerdotes iniciados de Egipto se haría dentro del gran templo de la pirámide más grande, la de Keops. Los iniciados y sacerdotes de las pirámides lo estaban esperando con el pueblo escogido de Egipto, al pie de la pirámide. Su nave llegó con esa majestad y ese brillo como el sol. Al salir Jesús, lo recibieron con alegría los nueve sacerdotes, número mágico y poderoso. Jesús les dijo: “Hermanos míos y sacerdotes iniciados de los Atlantes: Vengo a dar y a recibir sabiduría. Os saludo en nombre de nuestro Padre Dios y Señor del Cosmos”. Los sacerdotes se comunicaban con los habitantes de los otros planetas y tenían el poder de transportarse, y recibir visitas como el Maestro Jesús.

Después de saludarlo salieron en medio de una corte hacia la Gran Pirámide. Una puerta en un costado se abrió, como por magia, y por ella entraron, no hacia arriba sino hacia abajo. A muchos metros de la base se encuentra un gran templo de iniciados y alrededor del templo entra un canal de aguas del río Nilo que lo rodea como a una isla cuadrada, se pasa por un puente y se llega al templo. Es una construcción sencilla pero que posee un extraño poder. En ese templo se ocultó por mucho tiempo el Arca de La Alianza para luego ser retirada de aquel lugar a donde nadie ha podido descubrir

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a dónde la llevaron. En el templo se enterraron faraones si eran iniciados. En el centro del templo se encontraba una mesa redonda, como el firmamento, donde no había ninguna punta o privilegio alguno. Todos los sacerdotes se sentaron a su alrededor y con ellos el Maestro Jesús.

Se inició la charla sobre el futuro del planeta y su relación con el cosmos. De cómo se acabaría ésta nueva generación, y de los secretos cósmicos y de navegación espacial que existen en el templo. De no entregar los secretos que allí permanecen, pues el ser humano no está capacitado para hacer uso de ellos. Para atestiguar esto hicieron un recorrido desde las diferentes etapas de población de la humanidad. Primero el continente del Lemuria y su destrucción. Posteriormente, la Atlántida, luego el Diluvio, más tarde la destrucción de Sodoma y Gomorra. También la manifestación de las fuerzas de la naturaleza, como ley en desacuerdo con la actitud de los seres humanos, como son los grandes cataclismos, terremotos, huracanes, las grandes guerras antes y después de venir el Maestro Jesús.

El Maestro Jesús, por iniciativa propia, ante la junta del Cosmos, ante los veinticuatro ancianos, decidió atajar la destrucción de los seres humanos con la venida de Él y sus enseñanzas de amor y de paz entre ellos, de tal suerte que los buenos y justos se salvaran, sabiendo que sufriría y que ningún ser superior lo podría ayudar.

Los sacerdotes le advirtieron nuevamente sus padecimientos y uno de ellos le dijo: “Tu sabes Maestro Jesús cuánto vas a sufrir y sabes también que ningún Ser Superior te va a oír en la Cruz”. También le advirtieron que vendrían nuevas guerras, la primera guerra mundial, la segunda y la tercera y última, que se iniciará en Israel, de tal suerte que su sacrificio sería casi inútil, lo cual causaría aún mayor dolor a Jesús.

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Durante la estada en Egipto visitó la capital de ella, algunos pueblos y también donde se iniciaron los musulmanes con el profeta Mahoma. Fue hasta el nacimiento del río Nilo y volvió al templo para la última charla del Juicio Final de los seres humanos. Ya en el templo, ante la realidad de una inminente destrucción, estuvieron de acuerdo con contar con la ayuda de naves extraterrestres que estarán listas para la evacuación de los seres humanos fuera de la tierra y la disposición de los sitios a nivel de la tierra para la llegada de ellas. Pero antes será la última guerra entre humanos, luego las fuerzas de la naturaleza harán el siguiente paso sobre los demás seres. A quienes se salvarán corporalmente se les avisará mucho antes o sea los escogidos. Se habló del aerolito que se aproximará y se estrellará contra la tierra, y se dejará pasar para que el impacto haga girar su eje, quedando los polos en la zona tórrida y la descongelación de los polos. Así nacerán las nuevas tierras en que habitarán los seres humanos escogidos.

Después de tan sabias conversaciones durante todo el tiempo que el Maestro Jesús estuvo en Egipto, se despidió de sus nueve iniciados o maestros para partir a su destino el Tíbet, estar un tiempo para iniciar allí sus tres años de vida pública que se conocen y que se relatará de forma más sencilla y verdadera, como lo hacía Jesús con las parábolas de su vida.

Que Dios los bendiga a todos nuestros hermanos y lectores de ésta parte de la vida de Jesús. Amén

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recorrido de Jesús en el últiMo Periodo de su vida

Cuando el Maestro Jesús empezó su vida pública partió de Belén e inició el siguiente recorrido:

De Belén subió a Galilea y luego nuevamente descendió hasta Jericó y en el río Jordán fue bautizado por San Juan Bautista.

Se regresó de nuevo al Mar de Galilea y pasó al pueblo de Tiberias. De allí rodeó el Mar de Galilea y llegó a la ciudad de Capernaun.

Luego siguió rodeando el Mar de Galilea y llegó a Gadara. De allí se desplazó hasta Betania, pasando primero cerca a Pella.

De Betania se regresó de nuevo por otro camino hasta Gadara y de allí se dirigió hasta Betsaida de donde partió hasta llegar a Caná para seguir hasta el Monte de La Buena Esperanza y allí dijo su primer sermón.

Del Monté de la Buena Esperanza se fue hasta Caná de donde partió a Magdala y de Magdala por el Mar de Galilea fue a Tiberias. Allí visitó un pueblo de Pescadores y volvió nuevamente a Tiberias. Luego pasó a Nazareth y de allí se dirigió al Monte Tabor, donde pronunció su segundo sermón.

Del Monte Tabor se fue a Nazareth y de allí partió al puerto de Cesárea sobre el Mediterraneo, de donde se desplazó a Naín y pasó luego al Monte Cedrón para su tercer sermón.

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Pasó a Salín y luego a Samaria y de allí fue a Ammón. Bajó luego a Jericó y entró al Monasterio de Qumran donde predicó el cuarto sermón.

De allí se dirigió al Mar Salado y del Mar Muerto subió hasta el Monte Masada y allí dijo su quinto sermón.

De Masada partió hasta el Monte Hebrón y allí pronunció el sexto sermón.

Del Monte Hebrón pasó al fuerte Herodion y de allí pasó Belén, de donde siguió a Jerusalén y fue al Monte de Los Olivos, en donde pronunció su último sermón.

En el Monte de los Olivos se inicia la semana de pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo para terminar su vida terrenal en el Monte de la Calavera. Posterior a su muerte, sucede el milagro de lo resurrección y ya Cristo resucitado, inicia un nuevo y cortísimo peregrinaje de despedida.

Jesús resucita de su tumba y de allí pasa a Jerusalén donde hace un corto recorrido. Parte luego de Jerusalén hasta el Mar de Galilea, donde se detiene un tiempo para meditar y repasar el inicio y trayectoria de su último período de vida en la tierra. Luego se dirige a Emaus donde en un breve lapso habla con algunos que lo reconocen.

Finalmente de Emaus parte hacia el Monte de La Ascensión, que es un sitio, muy cercano al Monte de Los Olivos, donde allí delante de sus discípulos y seguidores asciende a los cielos.

Posteriormente en este mismo sitio, ascendería años más tarde La Virgen María.

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cuarto Periodo

Después de que Jesús terminó su vida privada, no quería que nadie supiera de Él. Salió nuevamente del Tíbet, después de que se despidiera de todos sus hermanos, grandes iniciados y seres superiores. Ellos, como Jesús, sabían de su compromiso con Dios, con sus veinticuatro ancianos y todos sus hermanos del cosmos.

La despedida fue muy triste porque todos sabían su modo de terminar en la cruz y su sufrimiento en éste tiempo y también llegar como Hijo de Dios y hacer milagros para poder sustentar su título ante seres que no creían en nada, sino en las leyes de Moisés y la descendencia de Abraham. Sin poder hacer nada en el Tíbet, ni pedir clemencia, ni desaparecer, o no volver a Israel. Todo estaba escrito y consumado hasta el permiso que se le concedió a Luzbel para que tentara a Jesús y para mostrar que no valía la pena su sufrimiento para los seres humanos, el de redimirlos, pero no sabían que Jesús vino fue a salvar la tierra de un cataclismo y de dejar sus palabras de amor para los que supieron oírlo. Pero la voluntad de Dios se tenía que cumplir toda, sin decir nada. Los maestros y hermanos prometieron estar viendo todo desde allá, también cerca pero en cuarta dimensión, sin intervenir en nada.

Se despidió el Maestro Jesús, tomó su nave y lo acompañaron algunos hermanos y salieron en fracción de segundos, y fue llevado a su pueblo natal de Belén, para nuevamente encontrarse con su madre María y todos sus vecinos, y tratar de justificar sus diez años de ausencia para que quedaran tranquilos. Pero con su madre María se comunicaba y se tele transportaba cada año, por la época de su nacimiento, y

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estaba con ella sin que supiera nadie. Dialogaban un poco de su experiencia y viajes, y partía nuevamente.

La llegada de Jesús a Belén fue todo un acontecimiento. Al llegar y entrar por la puerta de su casa, su madre lo estaba esperando y ya María le había dicho a sus vecinos que su hijo vendría. Jesús se quedó muy lejos del pueblo de Belén y se vino a pié para darle el valor de lo que dijo su madre a los vecinos. Al llegar a las primeras cuadras del pueblo, todos salieron a darle la bienvenida a Jesús y le acompañaron a la casa donde lo esperaba su madre. Jesús y María se abrazaron con amor y hubo lágrimas entre ellos. Luego entraron a la salita de su casa con los más allegados, donde continuaron los abrazos y saludos con los demás visitantes, Jesús les habló a todos y les dijo: “Hermanos, míos mi deseo grande de volver después de mis viajes a muchos pueblos, regreso lleno de alegría y amor al cumplir la voluntad de mi Padre”. Quienes estaban presentes allí eran personas muy especiales, a los cuales María ya había contado la vida de Jesús y ellos comprendieron el mensaje. Jesús no contó la totalidad de sus experiencias ya que sabía que ellos no las comprenderían totalmente y sus mentes se trastornarían, por lo que se limitó a relatar muy sencillamente, sin detalles, y les hizo prometer que no hablarían de ello.

Al llegar más visitantes les habló de haber estado con los Esenios aprendiendo, capacitándose para sus tres años de vida pública en todos los pueblos de Israel. Las preguntas no se hicieron esperar: qué aprendió, qué le enseñaron, qué comía, qué hacía todo el día y todos los diez años, y si salía fuera de los límites del monasterio. Ese día fue muy agitado en todo. Por la noche, ya todos se fueron y quedó solo con María. La charla fue la primera y la mejor. Su hijo le empezó a explicar la última etapa de su vida, antes de partir hacia su morada en otro planeta. La madre entendía perfectamente todo y él le

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dijo: “Te contaré todo lo que voy a hacer en los tres últimos años. Ahora cumplí treinta años y principiaré mi vida pública, la más dura, sobre todo con los seres a quienes tengo que enseñar. Para cumplir mi misión tendré que buscar a doce discípulos del pueblo de Israel, los más humildes, enseñarles y darle un poder a cada uno. Luego predicaré en todas partes y tendré primero que todo que buscar a mi primo Juan Bautista, quien ya está predicando mi llegada. Después estaré en Jerusalem y los sacerdotes ya está prevenidos contra mí. Estaré en el templo de mi Padre y por último estaré frente a Herodes y luego a Poncio Pilato, quien me llevará con los sacerdotes del Sanedrín a morir crucificado y ser entregado por un enviado de Luzbel, con un permiso de mi Padre, para que se cumplan las profecías y Leyes del cosmos sobre mi vida”

María quedó atónita de la revelación de su hijo y le dijo: “¿Hijo mío, por qué me haces sufrir antes de tiempo? Jesús le contestó: “Madre Mía, te conté todo es para que no tengas que sufrir en cada momento de mi vida y no tengas tantas sorpresas. Tú, madre, viniste a sufrir y tú lo sabes. Como Madre de Todos Los Humanos, te tocó algo de sufrimiento, y con tu dolor redimirás también al ser humano. La ira de mi padre se aplacará un poco en los últimos tiempos. También se acordarán de ti todos los hombres, como una manera de llegar más rápido a mi Padre, porque las súplicas de una madre valen más que mi sufrimiento. Tu sufrirás en silencio e internamente, y yo sufriré internamente el dolor de haber sido traicionado y el dolor material que tendré que padecer, sin pedir nada a cambio”.

La madre contestó a su hijo: “¿Porqué no le pides a tu padre que aparte este cáliz de tu presencia, si tú sabes que el ser humano no habrá de cambiar porque ya en su interno están marcados, y se necesitarán muchas vidas para llegar a

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comprender tus enseñanzas?” Jesús añadió: “Madre, tú sabes que yo vengo a salvar la tierra y muy pocos humanos, y si no lo hubiera hecho todo se habría terminado. La tierra no tiene la culpa de lo que hacen los humanos, entonces dejará una semilla para que con ella puedan algunos entrar en esa gran salvación y tener yo la satisfacción de haber cumplido con mi labor en la tierra.”

“Hijo mío” contestó María. “A mi también me dieron ese cáliz desde que llegué a la tierra, y sufriré día a día contigo hasta que te crucifiquen y vuelvas a resucitar. Son tres años de tu vida pública de dolor, porque los diez años de tu vida privada estuve feliz de lo que hiciste en toda la tierra. También sufrí cuando naciste y vivimos la persecución y muerte de niños inocentes. Sufrí a la muerte de tu padre y él en este momento nos está vigilando, esperando la hora de que Tú estés con él y yo también para reunirnos los tres y así cumplir la misión nuestra en la tierra”:

Jesús le dijo: “Madre, me alegra que tu comprendas la misión en que estamos comprometidos los tres, sabiendo aún nuestro doloroso destino, El maestro José, que hizo como padre terrestre, cumplió y salió primero que nosotros quedando tu y yo sabiendo que sufre más la esposa sin el esposo. Madre mía el dolor que vas a sufrir es la muerte de Juán bautista quien sufrirá bajo el poder de Herodes y será decapitado. El subirá también como mi padre José y él vino a cumplir la misión de abrirme paso en el camino que tengo que recorrer. Será mi primer compromiso salir y buscar uno o dos de mis discípulos para que me acompañen a buscar a Juan para que, con el poder de mi Padre, me bautice con agua bendita en el río Jordán, y ser recibido por la madre tierra porque estarán presentes: aire, agua, tierra y fuego, con el sol que me iluminará, y llegará el poder de mi Padre desde una nave que estará presente encima de nosotros. Ese rayo de luz

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será dirigido a mí para dar la orden de inicio de mis últimos tres años en la tierra”.

La madre se inclinó y bendijo a su hijo. Hubo un silencio entre ellos y un abrazo de despedida lleno de amor. Las lágrimas rodaron por las mejillas, tanto de María como de Jesús. Era, no lo último, pero si muy pocas veces Jesús pudo visitar a su madre en sus recorridos.

Una voz profunda y hermosa les dio consuelo y amor a la vez, el cuarto se iluminó todo y sintieron esa paz interna y ese amor tan grande. Hijo y madre se llenaron de luz y la voz profunda les dijo: “Después serán recibidos con toda la gloria y amor en el cosmos por todos los maestros y seres poderosos, en una nave que estará siempre presente en todos sus actos y en cuarta dimensión”.

Este diálogo que tuvieron Jesús y María en esa noche de su llegada fue para hacerle saber todo lo que iba a pasar, pero resumido, porque El sabía que luego, al otro día, sería un nuevo amanecer de su vida. Era enfrentarse a los seres no creyentes de esa región, un despertar a esa última fase de su vida como ser humano y Divino a la vez, y activar sus poderes para dejar en firme que sí era Hijo de Dios Todopoderoso y enfrentar las preguntas de los amigos y del pueblo que ya lo estaban conociendo en todas las regiones por Juan. Para probar su poder, sería haciendo milagros a los ojos de la multitud y entrando en sus corazones y convenciendo a sus primeros discípulos con argumentos por encima de sus mentes sencillas. Qué mejor que con la gente del pueblo, los más humildes de todos. Con éstos pensamientos se despidió de su madre para descansar e iniciar al otro día su gran tarea.

Después de desayunar y despedirse de su madre, salió de su casa y fue a dar una vuelta a su pueblo Belén para hablar con sus amigos y amigas que tenía y contarles el porqué de

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su ausencia. Jesús les relató sus experiencias limitándose a contar sólo aquello que, por su sencillez, fuera fácilmente comprendido, pues de lo contrario no le creerían nada y se expondría a ser rechazado por todos. Fue invitado a casa de un amigo y allí respondió a las preguntas que unos y otras le hicieron. Estas preguntas fueron: qué hizo, en dónde y qué aprendió en ese tiempo. Jesús les contestó: “Estuve estudiando Teología con los Esenios”. Ellos habían oído sobre éste monasterio en el cual, el que entraba, no podía salir de él hasta terminar sus estudios. El sabía que ellos no irían al monasterio, ni los monjes a su vez nunca saldrían de su convento. El común de los jóvenes tenía miedo de que sus padres los enviaran a dichos monasterios. Para Jesús fue muy fácil convencerlos y sabía que ésta charla se conocería en todo el pueblo de Belén y le evitaría tantas preguntas. Las mujeres a su vez le preguntaron que cuando se casaría, ya que era costumbre que el hombre se casara antes de los treinta años y la mujer antes de los veinte. Para ellas era un enigma que Jesús permaneciera sin casarse. Jesús, ante éstas preguntas les contestó: “Ya llegará mi momento de elegir, después que haya cumplido una misión que tengo”. Ellas quedaron un poco inconformes con ésta respuesta pero la aceptaron, y todos los jóvenes del pueblo estaban satisfechos y conformes con sus respuestas.

Jesús salió de esa reunión, después de varias horas de interrogatorio, y estuvo paseando el resto del día por el pueblo y luego se fue a su casa estar con su madre. La curiosidad de María por saber qué diálogos tenía su hijo, quedó satisfecha cuando Jesús le relató las preguntas y respuestas que había tenido con los jóvenes y cuan satisfechos habían quedado todos.

Al día siguiente salió a cumplir una invitación que le hicieron los señores y sacerdotes de Belén para que les contara de sus

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experiencias y de todo cuanto aprendió. Jesús llegó a la gran casa principal del pueblo y lo estaban esperando todos, y salió a recibirlo el dueño de casa, un hombre muy prestante del pueblo, y al entrar en el gran salón le tenían su puesto para que les comentara sus experiencias.

La primera pregunta fue la del sacerdote que tenía que ver con el Sanedrín quien le dijo: “¿Jesús, estuviste con los Esenios, monjes de Qumran, donde estudian y no pueden salir, donde estudian las leyes de Moisés, para luego ir a predicar en nombre de quién y de por qué?”. Hubo un silencio muy grande en el salón y todos esperaron la respuesta de Jesús. Jesús pensó internamente y pidió perdón a su Padre por tener que, en parte, mentir y la otra decir la verdad de lo que hizo y contestó: “Si señores, yo estuve con los Esenios en sus monasterios en Qumran, aprendiendo las leyes de Moisés y las de mi Padre que me envió a ustedes a enseñarles cuál es el verdadero amor entre ustedes y la sabiduría que tienen dentro de sí y el gran templo en que vive Dios y que no se necesita imagen alguna de Dios para orar y pedir sabiduría, para entender todo, porque en cada uno hay una chispa Divina de Dios que los ilumina para unos y para otros se apaga. Las leyes dejadas por Dios a Moisés se dividen en dos: Divina y Humana; pero no las practican porque siempre hay injusticias a nivel humano y en esos mandamientos hizo falta el más grande de todos y el único que los resume a todos y es “amaos los unos a los otros”. Sin el amor no hay justicia, y en sus leyes no hay comprensión entre ustedes. No hay amor entre padres e hijos, no hay obediencia en sus hijos y si mucha avaricia, poder, lujuria, por la falta de igualdad entre los que tienen lo material y los que no lo tienen. El dinero fue la maldición del ser humano porque ese gran poder de comprensión fue borrado de su mente hace miles de años”. Los oyentes, lo escucharon, se callaron y hubo un murmullo

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de incomprensión, fastidio e incredulidad hacia Jesús, ya que no sabían que contestar a Jesús.

El dueño de casa se levantó y dijo: “Jesús, todo ha sido muy elocuente pero en que se basa su sabiduría que no lo comprendemos y nos sentimos confundidos de su discurso. Por qué tendremos entonces que repartir los bienes con los demás para igualarnos, si todo lo que tenemos fue luchado y trabajado: mientras que los que no tienen nada es que no se esmeran por trabajar y nos envidian todo. Y salió el rico y el pobre entre nosotros. Dinos:¿Cómo seremos justos con ellos sin perder nada y que ellos ganen?”. Jesús lo miró a los ojos con dulzura y le dijo: “Todos vinimos a la tierra y nacimos sin nada y el destino, por vidas anteriores, nos tocó unos con comodidades y otros no, entonces los que salieron con comodidades y tienen suficiente deben ser justos con sus pagos y compartir lo que poseen, con ellos, para que después no vayan a estar sin comodidades. Al repartir, no digo que lo entreguen todo sino una parte y darla con amor. No porque digan qué bueno es este señor. Porque más gana el que no le nace dar, al que lo hace por conveniencia de sí mismo y en ese momento es más caritativo el no dar nada”. “Cuando una familia es justa y da con amor le llegará más y más para que sea feliz dando y nunca se le acabará su capital y los que reciben su beneficio pedirán a Dios más prosperidad a esa familia para que sus brazos se extiendan cada vez más”

Jesús calló y dijo luego: “Hermanos míos, pensad lo que les dije, y desde éste momento hasta cuando sean llamados por mi Padre, principiaré a predicar y hacer milagros para darle ese designio de mi Padre a ustedes y dejarle una enseñanza hasta los últimos tiempos, cuando todo se acabe. Los bendigo en nombre de mi Padre a todos y que Dios los ilumine en su camino por la vías que transitan y nos volveremos a ver luego, Hermanos míos”:

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Salió despidiéndose de todos y agradeciendo el almuerzo que le dieron.

Los invitados y el dueño se despidieron con asombro y pensaron: Jesús aprendió muy bien en el monasterio de los Esenios y tiene mucha sabiduría, pero el único fue el sacerdote del Sanedrín que se sintió muy ofendido y salió a Jerusalén a contar las nuevas. Jesús salió tarde, casi de noche, y fue a su casa y le contó a su madre todo lo que habían dialogado, y le dijo: “Madre mía, mañana saldré muy temprano hacia el mar de Galilea a meditar y empezar mis tres años de predicaciones a todos y hacer milagros, para testificar a los incrédulos seres de ésta región y anunciarles que sí existe un Dios, y que vengo a traerles las nuevas y justas leyes que son sencillas y se pueden cumplir, y serían muy felices todos. Y añadió. “Madre, el ejemplo lo tenemos en los animales de la naturaleza que reciben de ella vida, amor y alimento, sin necesidad de dinero. Pero ya cansada ella misma tomará la justicia en sus manos, con el permiso de Dios, y se hará en los últimos tiempos, lo cual nadie creerá, pero es muy cierto. Ya es una ley que no tiene otra salida. Yo, madre mía, tú lo sabes, vengo a dejar lo último de mis enseñanzas para la salvación de muy pocos seres humanos en la tierra pero cumpliré una promesa que hice a mi Padre y a los poderosos seres del cosmos, promesa que cumpliré con alegría, pero con alegría de estar contigo y también con la tristeza de lo que habrá de pasar”.

Se despidió de su madre y se fue a orar con su Padre, para iniciar al otro día su vida pública, que todos conocemos sólo en parte.

Al amanecer del tercer día de su llegada se despidió de su madre, con los ojos llenos de tristeza y a la vez de felicidad, para iniciar su nueva vida delante de Dios y los hombres, pero como ser humano y Divino al mismo tiempo. Como

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humano debería sufrir. Su madre le dio algo para comer por el camino en su viaje hacia el Mar de Galilea. Jesús iba con su túnica blanca con azul como el cielo, sus cabellos rubios sueltos y su barba bien arreglada. Eran sus ojos azules como el firmamento y llevaba puestas unas sandalias de cuero. Al caminar era su andar imponente y su paso firme. Bello el rostro, irradiaba paz y una serena luminosidad.

Durante el recorrido oraba y le pedía a su Padre que lo guiara en todo. En el trayecto encontró caravanas y mucha gente yendo al mar de Galilea; unos a comprar pescado, otros a bañarse y otros a meditar. Jesús oró ese día a la orilla del mar y siguió hasta Cafarnaúm, donde pernoctó en una posada. A la mañana siguiente salió a paso ligero y llegó a la orilla del mar de Galilea, cerca de un poblado de pescadores. Allí se quitó las sandalias, metió los pies en el agua fresca y cristalina, y luego salió y se sentó sobre una piedra a ver los pescadores con sus redes y sus ventas de pescado. Percibió los gritos que hacían al ofrecer unos más baratos que otros, y Jesús pensó en la lucha por la vida. El agua da el pescado sin gastar nada y ellos, en vez de compartir con quienes no pueden pescar, quieren que todo sea para ellos.

Donde estaba Jesús era una playa muy bonita, hacía un sol muy bello y Jesús corrió como un niño pequeño, de un lado para otro, y se metió con la túnica en el agua. Luego de ese juego y baño corporal, salió, dio gracias a su Padre por ese momento, fue a meditar nuevamente, pidiendo mucha sabiduría para poderse enfrentar a seres incrédulos y, para que lo pudieran seguir, tendría que hacer un milagro.

El día pasó lento, como si comprendiera la naturaleza ese pedido. Luego llegó la noche, que era muy hermosa, y al alzar los ojos al cielo, vio a sus hermanos en una nave vigilando que se cumpliera todo, sin pedir protección a ellos. Era la ley de

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Dios. Para pasar la noche se acercó al poblado de los pescadores y empezó a buscar una posada. La encontró, y se quedó en ella. Al día siguiente salió temprano, después de desayunar, con rumbo a encontrar sus discípulos. Llegó a la misma orilla del día anterior y se puso a observar los pescadores. Pensó: son muy buenos discípulos, seres humildes que no tenía compromiso, sino con el mar y sus pescados. Al llegar observó una barca grande con un pescador de mal genio por que no sacó nada en sus redes. Aparte de ser malgeniado, lo conocían por su poca paciencia. Jesús se acercó a la barca y se quedó mirándolo. Él volvió los ojos y no le gustó que lo mirara; le gritó desde la barca: “¿Señor, qué mira, nuca ha visto un hombre pescando y de mal genio por qué no recogió nada y otros sí sacaron, es malo tener genio así?” Jesús le respondió. “Buen hombre, el mal genio y muchas otras cosas fastidiosas de la persona, no se pueden igualar al ser interno de cada uno, porque el ser que dice lo que siente es más sabio que el que calla y actúa silenciosamente. Pedro, Al sentirse llamado por su nombre, bajó la guardia y dijo: “Buen hombre, tú no debes ser un sacerdote de los que llegan con voz dulce y envuelven a la gente para enseñarles mentiras”. Jesús le dijo: “No soy sacerdote, ni quiero serlo, soy un caminante que quiere enseñar a los demás a saber amar y vivir. Y le propongo un trato, si hago que tus redes se llenen de pescado, usted seguirá conmigo para pescar nuevamente, pero seres humildes y buenos como usted, para poder enseñar a los demás”. El bueno de Pedro ser quedó atónito e incrédulo con lo que dijo Jesús y respondió: “Yo no creo en brujos, ni en hechiceros, ni en Dios que hace milagros, aunque he oído que un ser que se hace llamar Juan y que está en el desierto, cerca al río Jordán, le echa agua en la cabeza a las personas y dice que con eso se salvan, también que vendrá un ser que no le llega a sus pies. Señor, yo no creo y no insista. Yo creo solamente en lo que

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hago y agregó: pero como soy hombre que creo si veo las cosas, acepto su reto, pero si no sucede el milagro seré burla de todos los pescadores y no quiero volverlo a ver nunca ni nadie en ésta orilla”.

En esa charla ya había muchos pescadores oyendo y murmurando y algunos le dijeron a Pedro: “No pierde usted nada con intentarlo, porque si este hombre pierde, todos nosotros nos encargamos de sacarlo a piedra, si no muere antes; pero si es cierto, nos uniremos a él”.

Jesús le dijo: “Ve Pedro y confía en mí”. Pedro Respondió: “Más le vale que yo no sea burla de todos los presentes”. Diciendo esto recogió las amarras, izó las velas y otros cuatro hombres lo acompañaron porque ese día había sido muy malo.

Jesús, en ese momento, pidió a su Padre el primer milagro para iniciar su labor y Pedro salió mar adentro con rabia y desconfianza, en su barca y muy lejos botaron las redes, y cuál sería el milagro que no eran capaces de levantarlas por el peso del pescado que había en ellas.

Pedro dijo: “Ese hombre es un santo” y añadió a sus compañeros: “Yo lo seguiré y pescaré hombres como pesqué hoy peces”. Alzó los ojos y oró también, porque todo ser humano, en lo interno, cree en un ser superior. Se alegró y dio gracias a alguien, y ese alguien es Dios.

Cuando se acercaba la barca, la curiosidad de todos era ver si había cumplido lo prometido y había buena pesca, y si por si acaso no era cierto, cogieron una piedra en sus manos. Jesús, con su sonrisa y sus ojos iluminados, le dio gracias a su Padre. Pedro saludaba lleno de alegría y antes de que la barca llegara a la orilla. Pedro saltó al agua, y corrió a Jesús y lo abrazó. Se arrodilló y le pidió perdón por su desconfianza y por todo lo que había dicho.

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Los pescadores no podían entender lo que pasaba hasta que llegó la barca a la orilla y fueron a comprobar la maravilla. La barca estaba a punto de hundirse por el peso de los pescados. En ese momento todos soltaron las piedras y gritaron. “Hubo un milagro, ese hombre es un santo”.

Jesús levantó con sus brazos a Pedro y le dijo: “Yo lo perdono, usted estaba en todo su derecho de no creerme, y tampoco los demás amigos. Tuve que hacerlo o si no, no podía proponerle lo que le quiero decir a usted y a los que ya han visto, que me sigan para pescar, no animales sino seres humanos, para salvarlos y ayudarlos a comprender y empezar una nueva vida”.

Pedro y los demás pescadores se reunieron, quedando Jesús y Pedro en el centro, y los demás rodeándolos, oyendo lo que les decía: “Yo completaré doce discípulos en este tiempo quienes saldrán de las orillas del mar de Galilea, porque he visto en ustedes la sencillez, humildad, paz y amor que da el trabajo de pescadores, porque el agua da ese don y su mente está concentrada en una sola cosa: Pescar.

En este primer encuentro con quienes serían sus discípulos, Jesús inicia su diálogo con algunas lecciones de vida, y agrega: “No importa que la pesca sea mucha o poca, pues los peces se multiplican y su carne es blanca, la mejor para el cuerpo, para la mente y el espíritu humano. Cuando hay tempestad los pescadores temen el agua y cuando hay calma salen a pescar. Es diferente al ser que negocia y que tiene que sacrificar los animales de carne roja. La lucha es más desigual y amarga, en cambio en estas aguas del mar de Galilea la vida es hermosa bella y apacible”.

Luego de explicarles muy sencillamente a los pescadores les dijo: “Si quieren seguirme, dejen lo que tienen y vengan conmigo. Tendrán sabiduría y paz. También sufrirán las

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ofensas de algunos, o muchos por su incredulidad, porque el mensaje es bueno y sencillo a la vez, durante días, meses o años, aprenderán a querer y amar a sus hermanos, que somos todos”.

Al oír a Jesús decir: “hermanos”, todos se miraron y Pedro dijo: “Maestro, no somos hermanos porque todos somos de diferentes familias y vivimos aparte”. Jesús respondió: “Les dije hermanos porque somos iguales. Fuimos creados todos por un ser poderoso, padre de Abraham y Moisés. No tenemos más brazos o piernas que las que nos dieron. Somos unos ricos y otros pobres, unos blancos y otros oscuros, unos ilustrados que aprendieron en las aulas y otros no, unos guerreros y otros pescadores como ustedes. Eso no tiene diferencia porque entre más pobres, más buenos. Entre más sencillos, más sabios”.

Era bello ver al maestro Jesús sobre una piedra, a orillas del mar de Galilea. Unos sentados al pié de Él, otros dentro del agua parados y otros en las barcas. Esta fue la primera vez que Jesús dijo el primer sermón e hizo el primer milagro. El hambre, el sueño y la fatiga se acabaron ante la dulzura y sabiduría de su conversación. Al llegar la tarde Jesús le preguntó a Pedro: “¿Pedro, tú quieres seguirme hasta los últimos tiempos? “Y Pedro le contesto: “Maestro, te seguiré hasta tus últimos tiempos, porque en mi corazón siento que eres bueno, sabio y justo, que nos das mucho amor y paz a nuestras almas. A mí me llegó a lo profundo de mi ser, aunque yo no sé leer ni escribir. Por qué, Maestro, te has fijado en mi que no puedo dar ni brindar nada, solamente un techo en mi casa” y continuó: “Salgamos a Tiberíades y allí encontraremos a alguien que nos dé posada y abrigo”.

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Jesús se despidió y bendijo a todos los pescadores y les dijo: “Si alguno quiere venir, me hallará y será bienvenido”, y salió con paso presuroso.

Pedro se despidió de todos y les dijo: “Seguiré a un gran maestro que me hizo un milagro y le di mi palabra, y la cumpliré”, seguidamente salió de prisa para alcanzar a Jesús y de allí salieron para Tiberíades.

Habían andado cierto trecho por un camino que serpenteaba lejos, de la orilla del mar de Tiberíades, cuando sintieron un trote de alguna persona que venía a alcanzarlos. Jesús sabía de antemano quien sería su segundo discípulo. Era Juan, un muchacho joven y más avispado que Pedro, quien los alcanzó y le dijo: “Maestro:¿soy digno de acompañarte a ti y a Pedro, en las buenas y en las malas? ¿Me permites que me una a ti como pescador que soy?”

Jesús, quien sabía cuáles serían sus discípulos y los nombres de cada uno, así como también la cuota que pondría Luzbel para vigilar a Jesús y llevarlo hasta la cruz, le dijo: “Bienvenido Juan, tú estarás conmigo hasta los últimos tiempos y serás la persona quien deje escrito el destino final de la humanidad y su permanencia en la tierra”.

Juan se quedó admirado, como Pedro, de lo último que les dijo, pero no entendieron muy bien el verdadero significado de sus palabras. Ante ello el Maestro les sonrió con dulzura y amor.

Durante el trayecto permanecieron en silencio, hasta llegar a Tiberíades. Allí Jesús se dirigió a una casa en las afueras de la ciudad, tocó en ella, y quienes abrieron eran amigos de la infancia. Lo reconocieron, y al saludarse Jesús les presentó sus nuevos hermanos. Para Jesús todos eran hermanos porque si

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Jesús era hijo de Dios, los demás seres creados por Dios eran hermanos suyos.

La noche la pasaron en la casa de este hermano. Para todos fue una gran felicidad volver a ver a Jesús y surgieron las preguntas en relación con los amigos pescadores. Fueron ellos quienes, a manera de respuesta, refirieron el milagro de la pesca en el mar de Galilea. Jesús no podía ocultarlo más y tendrían que saber todos de este primer milagro hecho a los pescadores. La admiración fue grande y el respeto por el Maestro Jesús, no como amigo sino como hijo de Dios Padre. Casi no pudieron descansar con tantas preguntas, hasta que el sueño los venció

Al día siguiente les tenían preparado un desayuno con pescado, lo cual era normal en estos sitios. Durante el desayuno uno de los dueños de casa comentó acerca de un señor a quien llamaban Juan el Bautista, que vivía en el desierto y se alimentaba de miel y plantas, y que bautizaba a mucha gente en las orillas del río Jordán y le explicaba que ya estaba cerca la llegada del Hijo de Dios, y que tenían que arrepentirse de toda maldad que hubieran hecho. También le contaron a Jesús que Herodes estuvo hablando con Juan, a quien respetaba y apreciaba mucho, y estaba de acuerdo con muchas de sus enseñanzas. La orden era no apresarlo ni molestarlo, aunque los sacerdotes del Sanedrín ya lo habían acusado para que lo encerraran, porque él predicaba la venida del Hijo de Dios.

Los de la casa se fijaron en Jesús y le dijeron: “¿Jesús, tú eres ese maestro que dice Juan el Bautista?”. Jesús les contestó: “Hermanos míos, ustedes lo han dicho”. Diciendo esto se despidió para salir con sus discípulos hacia donde estaba Juan el Bautista, para cumplir con la primera Ley de Dios: “Para estar en paz con la naturaleza, hay que bañarse en las aguas de ella misma”.

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Jesús afirmaba: “¿Quien de todo ser humano, en cualquier parte de la tierra, no ha tenido contacto con el agua y se ha refrescado la cara y el cuerpo, cuando tiene la oportunidad de bañarse todos los días en la casa, en el río o en el mar?. Las aguas son las tres cuartas partes de la tierra. Nosotros tenemos esa cantidad en nuestros cuerpos”.

Jesús salió fuera de Tiberíades y siguió cerca de la orilla, con Pedro y Juan, y tomaron el rumbo del desierto, buscando a Juan el bautista. Pedro y Juan le preguntaron: “Maestro: ¿por qué se va a que lo bendigan con agua y que sea Juan el bautista?” y Jesús les contestó: “Es una ley y yo debo cumplirla aquí en la tierra, como hermano que soy debo unirme a la madre naturaleza. Ustedes deben seguir mi ejemplo; y que sirva de ejemplo para todos los demás hermanos que tengamos nosotros”.

El trayecto era muy largo. Había mucha arena y piedra. Hacía calor y sed. Ellos llevaban sus vasijas de cuero con agua para calmar la sed y la compartían con Jesús, hasta que por fin, después de muchos días de andar, vieron a lo lejos mucha gente reunida. Dijo Jesús: “Ya llegamos al sitio. No diré a Juan el Bautista quien soy, él lo sabrá en ese momento porque él tiene que seguir su obra en otro lado, muy lejos de mí.

Al llegar había mucha multitud y pasaron desapercibidos. Juan predicaba a quienes estaban en la orilla del río Jordán y decía: “Vendrá uno más grande y sabio que yo, y será el Hijo de Dios, para redimirnos a todos. Por sus milagros sabrán donde está y su cuerpo se iluminará, y les enseñará grandes cosas y misterios que yo no puedo hacer”. Juan siguió bautizando con sus manos a cada uno que llegaba.

Cuando Jesús entró con Pedro y Juan al río, las aguas sintieron el poder del Maestro. También Juan, pero él calló y se acercó a Jesús y le dijo Juan: “Maestro, hijo de Dios y hermano mío,

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yo no tengo el derecho de bautizarlo. Tú debes hacerlo a mí, y se arrodilló ante Jesús”. Jesús contestó: “Juan, levántate y cumple con tu deber hacia mí, porque la ley así lo ordena, y se arrodilló ante Juan”.

El Bautista, con sus manos, derramó agua sobre la cabeza de Jesús y oró en lo profundo. En ese momento, de lo alto, sin que nadie la viera, de una nave salió un rayo de luz y bañó a Jesús y a Juan, y oyó Juan una voz que dijo: “Este es mi Hijo amado en quien he puesto todas mis complacencias y quien tiene que cumplir una ley Divina”. Después desapareció la luz.

Jesús se levantó y salió del agua. Inmediatamente fueron bautizados Pedro y Juan y los tres se alejaron de allí.

Jesús recorrió de nuevo el camino y llegó a Tiberíades por la noche, pero no llegó donde la primera vez, sino llegó a la casa de otros amigos que había conocido en sus viajes anteriores.

En el presente relato de la vida de Jesús no se dan los nombres de las familias ya que el mismo Maestro Jesús consideró que los nombres son como una marca del ser humano y aparta a las personas unas de otras.

Durante algunas semanas Jesús predicó en las afueras de Tiberiades, en algunas casas de amigos o hermanos, como los llamaba, otras en las orillas del mar y en las colinas. Jesús quería en cada parte estar un tiempo para dejar una base de sus enseñanzas y hacer milagros para que reconocieran sus poderes y lo respetaran.

En Tiberíades, en una casa muy prestante a donde fue invitado para oírlo hablar y sacar conclusiones, no contaron con que la demasiada multitud llenó su patio interior y habían como ciento cincuenta personas y no disponían de un presente para todas las personas. El dueño acostumbraba a darles pescado

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y pan, por lo que dijo a Jesús: “Maestro, estoy apenado con usted y los demás ya que mis provisiones alcanzan para muy pocos”. Jesús le contestó: “Traedme un pescado y un pan y usted quedará bien con los invitados y los que no fueron invitados”. Delante del dueño de casa y sus sirvientes, Jesús hizo el milagro de abundar el pescado y el pan llenando canastas y canastas de ellos. El dueño se arrodilló ante Jesús y le dijo: “Maestro, nosotros no somos dignos de usted y perdónenos si llegamos a pensar que usted podría ser un farsante y mentiroso”. Jesús le ordenó levantarse diciendo: “Demos gracias a Dios, padre de Abraham y Moisés, que todo lo puede en ésta vida y la otra. Le pido que no diga nada a nadie mientras esté en este pueblo y después puede hacerlo, de tal suerte que todos crean que usted tiene un corazón grande y bondadoso, que realmente si lo tiene”.

Se repartió con amor a todos los invitados y ellos se admiraron de ese gesto tan noble y amoroso que no conocían en él por lo avaro que era y a su vez, su familia y sirvientes, desde ese momento hasta su muerte, cambiaron todos.

Jesús los bendijo a todos y salió con Pedro y Juan fuera de Tiberiades después de varias semanas de predicar amor entre ellos, dejando un recuerdo y paz en el fondo de sus corazones.

Jesús salió con Pedro y Juan hacia Magdala, que está cerca al mar de Galilea y allí predicó. Entre los que estaban oyéndolo había pescadores y se acercaron tres pescadores que se dirigieron a Jesús y le dijeron: “¿Maestro, nos permite que lo sigamos y seamos de su grupo para salvar a los hombres? Nosotros apenas sabemos leer y escribir un poco, pero sus palabras llegaron a nuestro corazón.” Jesús les dijo: “Bienvenidos, pero tendrán que dejar a mujer e hijos mientras estén conmigo predicando; Andrés, Santiago y Felipe”. Ellos

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quedaron admirados de su saber y se unieron a Pedro y Juan, porque ellos tenían el mismo lenguaje. Allí en Magdala estuvieron algunos días en casa de Andrés, Santiago y Felipe. Sus familias lo recibieron con todo el amor.

Jesús ya tenía cinco discípulos para su fin y les dijo: “Debemos conseguir siete más para completar los doce que serán en total”

Nuevamente el maestro retornó a las orillas del mar de Galilea a continuar predicando el amor entre todos los seres, sin distingos de clases, y allí hizo otro milagro a los pescadores para que pudieran tener buena pesca. La gente hacía muchas preguntas: “Donde está Dios, por qué sufrimos, por qué los romanos nos esclavizan y maltratan, y cuando vendrá alguien a liberarnos….” Jesús les respondió: “Tened paciencia y fe que los tiempos llegan. Las leyes de Moisés son humanas y Divinas pero no las cumplen”, y dijo: “Pedid y se os dará. Si yo hago milagros, mis discípulos los harán después con fe y amor”. Jesús se despidió de los pocos oyentes de Magdala y salió hacia Cafarnaúm donde se unieron cinco discípulos más.

Al llegar a Cafarnaúm la noticia se había regado que había llegado un maestro sabio predicando amor y sabiduría. Quienes venían de Tiberiades contaron acerca de los milagros a los pescadores. El recibiendo fue mucho mejor que el de Magdala. Todos estaba en sus barcas, listos a la orilla para escuchar sus enseñanzas. Allí Pedro y sus compañeros encontraron amigos de todas partes y le preguntaron que cómo era Jesús y cómo los trataba, que si sabía mucho o tenía dinero y si les pagaba por acompañarlo. Pedro tuvo su primer disgusto con ellos y les dijo: “El maestro no nos paga, ni nos trata mal. Nunca nos falta la comida ni las enseñanzas, y piénsenlo bien, porque al seguir a Jesús hay que dejar mujer

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e hijos, si son casados, o a los padres y familias, si no lo son. Tener mucho amor a todos los nuestros, inclusive a los romanos”. Al decir Pedro: “A los romanos”, se miraron unos a otros y contestaron: “No podemos seguir” y se dieron la vuelta.

En ese momento Jesús llegó a predicar, con ese amor y esa dulzura, para hablar y ese poder suyo sobre todos, no actuando con el poder Divino sino con el poder humano y la bondad de su espíritu, para enseñar a sus discípulos la forma de llegar al corazón de las personas.

Al principiar Jesús a hablarles, volvieron todos los pescadores y oyeron sus enseñanzas. El Mar de Galilea se calmó, como si oyera, y un silencio se percibía por toda la playa. Una luz cubría a Jesús en su rostro y en su túnica. Durante una semana predicó Jesús y el último día vio a sus nuevos discípulos, y ellos llegaron a él y le dijeron “Maestro, nos has convencido, queremos ser de los vuestros para predicar lo que enseñas, dinos que debemos hacer para seguirlo”. Jesús respondió: “Solamente con verlos y ver sus corazones y sus deseos, con eso basta; Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago y Simón”. Ellos quedaron anonadados porque los llamó por su nombre y se arrodillaron ante Jesús. A esto, Jesús les dijo: “Nunca se arrodillen ante mí sino ante mi Padre, porque yo no soy digno de ello. Levantaos y venid conmigo a salvar almas y redimir corazones”.

Jesús fue invitado a las casas de cada uno de ellos, donde se reunieron todos, y así pasaron muchos días.

La fama de Jesús ya corría de boca en boca en otras ciudades y lo esperaban con ansiedad y lo esperaban para conocer la palabra de Dios, porque ellos sólo oían las enseñanzas de los sacerdotes del Sanedrín.

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De Cafarnaúm pasaron por toda la orilla del mar de Galilea hasta Gadara. Allí ya estaban reunidos, porque unos discípulos y Pedro salieron delante de Jesús para prepararle la llegada, como era digno del Hijo de Dios. Al llegar encontraron un recibimiento muy grande y en todos se veía la curiosidad de ver a Jesús. Le tenían su sitio cerca de la orilla, como le gustaba. Le tenían pescado para darle a él y a sus discípulos, y también donde alojarse después de esa caminata.

Predicó a la orilla del mar, el cual estaba tempestuoso y llovía. Jesús se apiadó de todos; dio una orden, y con la ayuda de su Padre calmó las aguas y despejó el cielo. Este milagro sobre la naturaleza afianzó más el amor de los discípulos a Jesús y quedaron admirados del poder de Él. Jesús les dijo: “Yo no lo hice. Mi Padre que está en los cielos lo hizo para ustedes, para que puedan escuchar mis palabras”. Hubo un murmullo y luego un grito de alegría y un “Viva” para Jesús; como cuando ganan y luego obtienen un premio.

Fue recibido ya por familias más importantes, más ricas, y Jesús les hablaba de la humildad y del poder compartir con los que no tienen.

Había damas que seguían a Jesús por su porte, por su belleza, pero nunca pudieron decir nada porque al verlo sentían un respeto y amor muy diferente al amor humano de seres que se aman. Jesús irradiaba una paz y una santidad infinita ante la cual todos los sentimientos se tornaban puros.

Allí en Gadara, después de estar casi un mes de casa, en casa se le acercaron dos pescadores: Uno de ellos Judas Iscariote le dijo: “Maestro, podemos unirnos a usted” y Jesús le respondió: “Tú lo has dicho Judas, porque la ley Divina lo tiene ordenado y yo no puedo decirte que no”. Judas se sorprendió por la respuesta, a lo cual agregó: “¿Maestro,

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quiere que no vaya con ustedes porque se siente incómodo?” ¿Jesús respondió: “El día y la hora llegarán y tú tendrás que estar conmigo, porque ese es el designio de mi Padre que está en los cielos, y se bienvenido”. Se dirigió a Judas Tadeo y le dijo: “Tú estarás en la hora de mi muerte, bendito seas entre todos”. Estas palabras fueron de Jesús para los dos últimos discípulos; concluyendo de esta manera con la selección de sus doce apóstoles.

Ya se había cumplido el deseo de tener sus discípulos para poder salvar a ésta tierra bendita y noble. Se reunieron en casa de Judas Tadeo todos los doce discípulos con Jesús y en esa cena les repartió por primera vez la comunión, que fue un pedazo de pan y una copa de vino, para glorificar a Dios y unir a un Ser Divino con doce seres humanos, y pasarles la energía y la sabiduría a todos por la bendición de Jesús, al darles a cada uno su pan y su vino. Jesús les explicó, a una pregunta de Pedro, el significado del pan y del vino. “Es una parábola entre el pan y mi cuerpo, y el vino y mi sangre”. “El cuerpo mío es la materia que deben cuidar y proteger para recordar que uno puede con su cuerpo: andar, predicar y amar con pureza. Bendecir el cuerpo porque es bello, pero viéndolo espiritualmente y no materialmente, y no solamente para esto sino, para tener nuevos seres y familia, para gloria de mi Padre. No para gloria del mal (Luzbel). Nunca miren el cuerpo ajeno con ojos de maldad y lujuria sino de amor, y su cuerpo no sufrirá daño alguno. Yo os digo que, de ahora en adelante, sabrán que lo que yo hago ustedes podrán hacerlo el doble, porque ustedes todos tendrán poder en su mente y corazón. La energía del cuerpo irradia salud y cura a los demás, sin tocarlos. Sus caras se iluminarán y serán respetados por todos, porque ningún ser humano, por más sabio, podrá crear un cuerpo tan perfecto como lo pueden crear con su pareja. Si hay unión espiritual y material con amor, ese hijo

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suyo saldrá lleno de amor y sabiduría, para gloria de mi Padre. Pero si no es así, se podrán aprovechar las fuerzas del mal para engendrar un ser maligno. Oíd Hermanos míos: Nunca olviden esta parábola de mi cuerpo y espíritu”.

“Maestro”, preguntó Pablo. “Pero si no hay familia, ¿Qué puede pasar?” Jesús le respondió: “Cuando un ser no se casa puede hacer muchas cosas y aún más porque no tienen una obligación familiar que distraiga su mente o su tiempo y puede desplazarse a cualquier lugar, sin afectar a quienes han quedado atrás, ya que es ley humana la convivencia de las parejas con sus hijos y familias” “Yo, dijo Jesús, vine a cumplir una misión dada, porque yo la pedí a mi Padre para poder salvar la tierra y enseñarle a la humanidad mis palabras, y volver a mi Padre sin hacer sufrir a nadie”.

Juan dijo: “¿Maestro, pero no es orgullo rechazar mujeres que quisieron casarse contigo”?. Jesús sonrió y dijo: “No, porque el amor que me brindaron no era espiritual, y no se podía hacer nada, ya que mi reino no es de éste mundo”.

Jesús habló del significado del vino con relación a “Mi Sangre” “Es el espíritu que recorre cada segundo de la vida el cuerpo humano. Si este río se saliese de su cauce, moriría el ser. La sangre no se ve, pero se siente en el cuerpo. El vino es una alegoría, porque es lo mismo en la vida de las plantas, recorre por sus tallos esa misma materia para llegar hasta su fruto. Pero cuando este fruto se coge para hacer vino, la fruta muere, pero la materia o espíritu de ella queda en el vino. Es un llamado para que no se derrame sangre alguna, porque cada humano viene con su sangre y su laboratorio único para hacerla, pero nunca debe entrar una sangre diferente a ella porque cambiaría el ritmo de su cuerpo”.

Tomás le dijo: “¿Maestro, qué tiene que ver el vino con la sangre de tu cuerpo?”. Jesús le respondió: “Todo ser creado

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tiene la sangre de mi padre para iniciar una nueva vida, y hace miles de años se inició así. Cómo la vida se le da al ser de una chispa del Gran Hacedor del Cosmos, y yo soy parte de mi padre, y así es, como la gran tristeza que hay en el cosmos por todo lo que vemos. La tierra se hizo para el bien de los humanos, y ellos cambiaron y se dejaron convencer de las fuerzas del mal para decir que sí podían solos, sin ayuda alguna si no la del mal, y se respetó esto porque los humanos si saben cómo destruir el mal y ser buenos, aunque ya atrofiaron el poder más grande: El amor”

Jesús terminó con éstas palabras “Bendigo éste día y a todos ustedes, que la sabiduría, el amor y la grandeza del espíritu llegue a todos ustedes, hermanos míos, para iniciar el último recorrido de mi presencia en la tierra, y dejarlos solos para que sigan mi ejemplo y prediquen con amor, lo cual será muy difícil ya que surgirán dudas, pero para esto, todo lo que pidiereis se os entregará hasta el fin de los tiempos. Harán milagros porque por la poca fe de los humanos no basta con las palabras sino con los hechos. Benditos sean los que no ven y creen y los que no oyen y saben. Jesús diciendo esto se levantó y los bendijo, no con la forma de la cruz, sino imponiendo las manos sobre ellos, que es la verdadera bendición.

Luego salieron de su reunión y fueron invitados a la casa de un rico a pasar la noche y descansar, para iniciar luego la predicación de todos los apóstoles unidos.

A la mañana siguiente se levantaron, y ya Jesús estaba listo, y todos desayunaron, bendijeron su comida, se despidieron, dándole las gracias al dueño, y salieron para su recorrido que sería hasta Betania, para que tuvieran una reflexión y una seguridad de ellos mismos.

El camino era largo, muy cerca al río Jordán, desde donde se veía mucho desierto, todo ello probaría su fe y su resistencia

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a la soledad en el trayecto. Pocas caravanas y viajeros encontrarían en el camino, por lo tanto las condiciones eran propicias para probar y fortalecer la resistencia física y espiritual de los discípulos. También Jesús, durante su andar, les enseñaría muchas cosas para que las pusieran en práctica, ya que necesitarían aprender a manejar a las multitudes, llegar al corazón de las personas, ciertas facultades de convicción; aparte de las verdades ocultas que les darían sabiduría y credibilidad.

Durante el primer día fue silencio. Adelante Jesús y detrás en hilera los apóstoles. El sol, la arena y el silencio descontrolaban parte de los caminantes. El primero que se quejó fue Judas Iscariote, quien rompió el silencio y dijo: “¿Maestro, el hacernos ese viaje y éste silencio durante el caminar, qué nos enseña? “Jesús le respondió: “Judas, ¿Si tú no puedes con esto que es tan sencillo, cómo podrás con lo demás?” Y calló.

Esa noche durmieron en un bosquecillo a la luz de las estrellas, y Jesús se apartó para orar sólo a su Padre y hablar con sus hermanos, los maestros, quienes lo seguían en una nave en cuarta dimensión, a quienes dijo: “Hermanos, dadme valor y paciencia para seguir, mi tiempo se acaba muy pronto. Guíen mis primeros discursos y mi primer milagro”. Los maestros se hicieron presentes con Jesús, comentaron todo y le dijeron: “Hermano, todo está bien, seguid adelante y no des cabida al desfallecimiento, fue tu voluntad y es una ley que se debe cumplir. Nosotros estaremos presentes, siempre cerca, pero nunca intervendremos, hasta que llegue el día final y cumplas tu promesa”. Jesús les dijo: “Hermanos, gracias por estar cerca de mí. Con esto me ayudan. Y pensar que no tendría que haber hecho esto, porque, con el poder que tengo, habría podido haber venido con los ejércitos de mi Padre. Una sola nave nuestra habría servido para mi misión, pero hice una

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promesa ante todo el cosmos y debo cumplir pero, la verdad, hay veces que siento miedo por mi cuerpo tan frágil. No tengo ninguna defensa para mi, aparte de tener entre mis discípulos el enviado de Luzbel para que me entregue.

Los hermanos extraterrestres dijeron: “Maestro Jesús, ten paciencia y fortaleza hasta el último día, que va a ser muy cruel” y diciendo esto ascendieron a su nave y cambiaron de dimensión.

Amaneció y no se dieron cuenta los apóstoles, y se levantaron y vieron al Maestro contemplando un amanecer muy hermoso. Jesús, alegre, con una sonrisa les dijo: “¿Salimos a caminar?”, como si nunca hubieran caminado. Y salieron inmediatamente. Al atardecer descansaron a la orilla de un arroyo y se encontraron con una caravana que iba a Cafarnaúm. Se saludaron, y siguieron su camino. Esa noche la pasaron en otro bosquecillo.

Durante el siguiente día fue silencio también. Al tercer día antes de partir Jesús, les dijo: “Hermanos, ¿Cómo están en estos dos días de caminar y en silencio?, ¿tienen preguntas?”. Pedro dijo: “Una sola, ¿El caminar y el silencio ayuda al espíritu?” y Jesús le contestó: “Si Pedro, el caminar en silencio es como estar orando y en comunicación consigo mismo, o meditación, porque el hablar no enseña, pero el silencio enseña en nuestro interno porque no hay distracción. Y estad atento de no tropezar, porque su mente está libre del ruido que hace el hablar. Los ermitaños se retiran solos, para no oír ruido alguno y poder concentrarse. Cuando una persona escribe algo muy importante quiere estar sola, para que la voz interna se pueda escuchar”.

Pedro le dijo: “Gracias Maestro, ya aprendí cómo callando podemos hablar” Y Jesús añadió: “Muy sabias tus palabras”.

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En estos recorridos, por respeto a Jesús, uno o dos hablaban, los otros escuchaban, porque Jesús era de pocas palabras y muy sencillas para que pudieran entender sus enseñanzas.

Al día siguiente partieron, y de lejos divisaron a Betania, pero también a un grupo de personas que venían al encuentro de Jesús, y El los reconoció como amigos de su padre José, cuando eran jóvenes. Ellos le dijeron: “Maestro Jesús, si usted hubiera estado, Lázaro nuestro hermano no habría muerto”. Jesús les dijo: “Tened fe en mi y decidme dónde lo enterraron”. a lo cual añadieron Ya hace tres días y debe estar con gusanos” Continuó Jesús “Llevadme donde lo enterraron”. Los familiares de Lázaro guiaron a Jesús hasta la tumba y Jesús les pidió que corriera la piedra, Todos sus discípulos estaban prestos a ver un milagro de resucitar a un muerto de tres días. Jesús se devolvió hacia ellos y les dijo nuevamente: “Hombres de poca fe, conociendo ustedes los milagros que yo he hecho”. Levantando sus brazos y orando pidió a Lázaro salir de su tumba, y verdaderamente salió ante los ojos incrédulos de todos. Le quitaron las vendas y él se arrodilló ante Jesús y le dio las gracias, como todos.

De allí salieron a festejar el más grande milagro hasta ese momento de Jesús.

Al Maestro lo estaban esperando los familiares para recibirlo como se merecía, y fue una cena muy abundante. Jesús bendijo a la familia de Lázaro, que lo recibió. Luego de un baño refrescante fueron guiados a sus habitaciones, para que pudieran descansar, después de tres días de camino

El Maestro Jesús poco dormía y se levantaba temprano, y salió a la calle a observar el paso de la gente. Al rato fueron llamados al desayuno, que fue de nuevo muy abundante. Ese día hubo bastantes invitados que estaban esperando la llegada de Jesús. Por la tarde salieron cerca de Betania para predicar,

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y Jesús le dijo a Pedro: “Tienes la palabra, para que saques la voz después de tres días de silencio y caminar”. Pedro le dijo: “Maestro, no soy capaz” y Jesús añadió: “Debe haber la primera vez” y se levantó y continuó: “Hermanos míos, quiero bendecirlos con el poder de mi Padre y el amor tan grande que les tengo, y quiero presentarles a mis doce discípulos, que siempre estarán conmigo hasta mis últimos días. Quiero que un discípulo muy querido les dirija la palabra. Es Pedro”, lo señaló y se sentó.

Pedro se levantó, y dijo Jesús: “Con el poder que te ha dado mi padre, empieza”. Pedro se levantó ante la admiración de sus compañeros y dijo: “Hermanos míos, os bendigo en éste día tan grande y con la ayuda de mi Padre, que es Dios les diré unas palabras”. Jesús observando a la gente y a sus discípulos sintió gran satisfacción al ver que sí podía expresarse y llegar al corazón de ese público que lo estaba escuchando

Pedro se dirigió así a la multitud: “Hermanos Míos, con la prelación que me ha dado el Maestro Jesús de dirigirme a ustedes por primera vez, les contaré como llegué al Maestro. Yo era un pobre pescador del mar de Galilea cuando apareció Jesús y se dirigió a mi y me dijo: “Si hago que tu red se llene de pescados, tú me seguirás para pescar, no peces sino hombres. Yo no creía y salí a pescar y le dije antes de tomar las redes: Maestro, si pesco, te pido perdón por no creerte y te seguiré hasta el final. El milagro se hizo y salí y lo seguí, hasta el último momento con todos mis hermanos. Os digo que todos podemos ser pescadores y enseñar las leyes de Dios. Ser bondadosos, amarnos entere nosotros; con el amor se puede todo en esta vida. No se necesita ser sabio. Entre los humildes hay más sabios. Yo soy humilde de corazón y estoy cerca al maestro. No envidies lo ajeno sino sed felices con lo que poseen. Si su hermano surge bendícelo por lo que tiene. La paciencia es la madre de la sabiduría es mejor callar

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que hablar. En el silencio se oye la voz interna que tenemos. Nunca busquen la paz en la fortuna sino en lo interno de cada uno, es saber oír el guía que es la chispa Divina en nuestro corazón que es el templo de Dios”.

Jesús y los discípulos oían su primer discurso y lo aprobaron. Terminó Pedro diciendo: “La ley más grande de las Tablas de la Ley de Moisés es el amor de los unos a los otros por todo la eternidad” y levantando sus manos los bendijo en nombre de Dios.

Jesús se levantó y dirigiéndose a Pedro le expresó: “Pedro te felicitó, ya no tendrás miedo de nada y podrás guiar a tus compañeros.” Luego se dirigió a los presentes y les dijo: “Hermanos los bendigo nuevamente, pero las bendiciones de mis discípulos son como si fuera mías. Hermanos, durante sus vidas amaos los unos a los otros como mi Padre os ama y se entristece por ver como se destruyen. Hay una palabra sabia: Ser pacientes los llevará a ser sabios”. Con esta frase dio por terminada su predicación ese día.

Durante unos días estuvo Jesús y sus discípulos predicando en Betania y sus alrededores. Eran invitados a cenar, almorzar o dormir en diferentes casas de familia para oír sus experiencias y sus charlas tan llenas de sabiduría y amor.

De Betania partieron hacia el mar de Galilea para llegar a Betsaida y de allí trasladarse a Caná de Galilea para asistir a una boda de una amiga de su madre María. El tiempo se acercaba y así salieron después de despedirse de todos sus amigos del pueblo de Betania.

Ya los romanos y el Sanedrín estaban fastidiados por esas reuniones tan seguidas, pero como los romanos nunca oían de revolución ni de agitar a la gente contra Roma o contra Herodes y Pilato, no le prestaban atención a ellos, pero si los

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sacerdotes del Sanedrín, porque les estaban quitando fieles a su Dios y a las leyes de Moisés, sin entender que era lo mismo.

Jesús y los discípulos salieron de madrugada y recorrieron en tres días la llegada a Canaan, y en ese trayecto comentaban lo sucedido y las primeras palabras de Pedro quien se sentía líder de los discípulos. Jesús estaba feliz al ver los frutos que inició su discípulo. Pedro recomendó a sus compañeros seguir en silencio, para que cada uno se ejercitara en sermones después del Maestro, para habituarse en dirigir a la gente con sabiduría y sencillez. El camino se hizo más corto y más ameno con la ilusión de llegar al pueblo siguiente y ganar adeptos a Jesús, y así llegaron a Gadara y pasaron de largo a Betsaida. Era ya de noche cuando arribaron y fueron recibidos, como siempre, en un hogar de un amigo de los discípulos. Cenaron con los dueños y así, al día siguiente, salieron temprano para sorprender a Jesús, teniéndole ya un grupo de personas que lo querían oír. Esto agradó a Jesús porque veía que ya empezaban a andar solos y seguros de sí mismos. En éste pueblo debutó Santiago, con la misma sabiduría de Pedro, y fue felicitado por Jesús y sus compañeros. En Betsaida duraron unos días y otros discípulos tomaron la palabra para ganar experiencia, y también formaron grupos de a dos para estar por todo el pueblo predicando. El que siempre tenía discusiones y altercados era Judas Iscariote. A todo le ponía “peros” y problemas. Sus compañeros no le hacían caso ya que era una persona conflictiva en el grupo.

Al terminar sus charlas en Betsaida salieron para Caná de Galilea, a la gran fiesta de bodas de un familiar de María.

Ella esperaba a Jesús con sus discípulos. Así salieron hacia Caná; su travesía duró tres días llenos de optimismo por estar en la primera fiesta. Sobre todo los discípulos, que nunca

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tuvieron esa clase de invitación tan distinguida. Al anochecer llegaron a Caná y los esperaban con ansiedad, porque al otro día sería la fiesta.

María los recibió complacida y al ver a su hijo sintió una profunda alegría al igual que Jesús sintió por ella, ya que hacía más de un año que había salido de la casa.

Jesús presentó sus discípulos a María y a su vez esta fue presentada a ellos como su madre terrenal. Luego entraron en la casa del familiar de María. Después de refrescarse y cambiar sus ropas de camino, se reunieron a la hora de la cena, no para predicar, sino para tratar todos los detalles de la boda que se realizaría al día siguiente.

Al amanecer todo era alegría: bulla, mesas, viandas, vino y mucha gente. Jesús fue presentado a todos, ya habían oído hablar de él pero no lo conocían. También estaban los sacerdotes del Sanedrín, pero hubo respeto y nadie hizo preguntas imprudentes ya que se trataba de una boda de la clase alta y había que comportarse de acuerdo a las circunstancias.

Llegó por fin la pareja. Se hizo la ceremonia de unión al estilo Judío y los sacerdotes les dijeron las leyes de Moisés. Al terminar la ceremonia, Jesús siempre estuvo lejos de todos, junto con sus discípulos, pero luego les dijo: “Uníos a la fiesta, pero a mi me dejan solo”. Juan manifestó quedarse con El y Jesús aceptó. Cuando la fiesta estaba en lo mejor, el mesero mayor dijo a María quien era la organizadora de la fiesta, que se había acabado el vino y era muy difícil y muy lejos traerlo de otro pueblo. María se acordó de su hijo, y fue y le dijo: “Hijo mío, quiero pedirte un favor muy grande. Se nos acabó el vino en plena fiesta, por la cantidad de personas en ella”. Jesús le respondió: “¿Madre, que puedo hacer yo para subsanar éste imprevisto?” María le agregó “Hijo, tú puedes hacer un milagro. Hazlo por mi y no por los demás”.

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Jesús le dijo: “Madre, el poder lo tiene mi Padre, no yo”. María continuó: “Hijo pídele a tu Padre, pero no me dejes sola. Jesús le dijo: “Madre, ve tranquila, y haz llenar de agua las tinajas y cuando estén llenas me avisan”.

María Salió y dio órdenes a los sirvientes de llenar las vasijas de vino con agua, ellos obedecieron y, cuando estuvieron todas llenas, las presentó a Jesús. Entre tanto se oían las voces de la gente que pedía más vino, ya que estaban muy contentos y deseaban celebrar con vino en esa fiesta tan especial. Igualmente los discípulos, quienes también habían participado del vino en esta ocasión, deseaban degustar un poco más las delicias del preciado líquido.

Jesús dijo a María “Madre mía: Pedí a mi Padre y tú serás complacida como a todos los demás”. Decid a los sirvientes que lleven vino a las mesas”. Al oír esto María salió contenta y fue con los sirvientes quienes metieron las vasijas pequeñas dentro de las tinajas de vino que había sido llenadas de agua, y cuál sería su sorpresa al encontrarlas repletas de vino y de mejor calidad que el anterior. Mudos los sirvientes por este milagro, miraron a Jesús y salieron corriendo a llenar las copas de los invitados quienes, al saborearlo, le dijeron al dueño de casa y a María que de donde habían traído ese vino tan puro y agradable. Los sacerdotes lo saborearon y comentaban el valor del mismo. María abrazó a Jesús y dijo “Hijo, que Dios te bendiga por éste milagro y por todos los que vas a hacer en la corta vida que te falta”. A lo cual Jesús contestó “Madre, tú lo has dicho y así será.

La fiesta duró dos días con sus noches pero hubo paz, alegría y ameno compartir entre todos los presentes.

Juan quedó atónito y vio el poder de Jesús sobre la materia, después del milagro de los peces en el mar de Galilea y la resurrección de Lázaro. Jesús observándolo le dijo: “Juan,

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lo que viste es poco para lo que vas a ver. Tú puedes hacer grandes cosas que te tienen preparadas en la vida, y podrás hacer milagros como yo”.

Al terminar la fiesta, al tercer día se despidieron y salieron todos un poco alicorados, pero en paz. María se despidió de su hijo para visitar a una amiga en Nazareth y muy feliz de ver a su hijo acompañado de doce personas. Su tranquilidad fue mayor al verlo salir solo, y encontrarlo en compañía de doce buenos discípulos.

En Caná de Galilea duró unos días predicando y los discípulos cada vez más sabios en sus conferencias y sus respuestas. Ya era tanta la curiosidad y el deseo de oír a Jesús por parte de la gente de los pueblos, que lograron hacer una gran concentración de personas en el Monte de Las Bienaventuranzas. Allí fue donde Jesús rompió el silencio sobre sí y sobre sus poderes ante la gente. Salió con sus discípulos hacia el Monte de las Bienaventuranzas para hacer un gran sermón sobre la vida y em porqué tenerla, y como llegar a su Padre que es Dios. Al llegar al monte había una gran cantidad de personas en las laderas del mismo, muy cerca al mar de Galilea, la gente abrió un camino entre ellos. Jesús saludó y bendijo a su paso a todos. Había muchos enfermos porque los apóstoles habían advertido a la población de traerlos, ya fuera ciegos, inválidos, limitados, o incurables, quienes podrían ser sanados por su Maestro.

Jesús llegó a la cima del monte. Era bello ver a tanta gente con deseos de oirlo. Habían niños, hombres, mujeres, ancianos y sacerdotes. (Estos acudían solo por curiosidad). Jesús se levantó imponente, seguro de sí mismo, y con voz de trueno empezó su sermón así: “Hermanos míos, Hijos de Dios, os bendigo a todos y les deseo que sean muy felices en su corta vida, yo os amo a todos, para mí todos son iguales, ricos,

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pobres, sabios, no sabios, buenos, malos; todos tienen derecho a la Palabra de Dios. Ha llegado el momento de revelarles a todos sobre la verdad de mi Padre, del Dios de Abraham y de Moisés. Ellos dejaron su mensaje hace muchísimos años: Las Tablas de la Ley, pero no han explicado los sacerdotes el por qué de esas leyes y qué dice en ellas. Y también, si sabían que algún día vendría el Hijo de Dios a predicarlas. Las tablas de la ley de Dios se dividen en Divinas y Humanas. Las cinco primeras leyes son Divinas y las otras cinco son humanas. La primera: Amarás a Dios sobre todas las cosas. Es decir, que están sobre toda materia mundana y nunca pensaron en el amor Divino, lo más bello y grande que existe sobre la tierra. Cuando dijo Dios, y lo digo Yo, Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Si se aman entre sí, se respetan entre sí, se ayudan entre sí, como hermanos, al contrario de lo que hacen, se pelean, se desprecian, se hieren, se odian, cometen toda clase de barbaries y luego se arrepienten, van al templo, oran, y muy bien, quedan tranquilos para iniciar otro día. Hombres pecadores, despierten de su letargo, Dios está dentro de cada uno y está en todas partes, vigilante a cada segundo, y nada se le pasa. Dios tiene en cada uno un juez justo y severo para juzgarlo. El ve, oye y graba, aunque nadie te vea haciendo el mal. Él ve dentro de ti mismo porque cada uno tiene un templo de Dios dentro de sí, y es el corazón. Todo ser humano tiene corazón. El templo material es el que se ve para todos, en el que se hacen ofrendas, y no sirve para nada si no tienen el templo interno en paz con Dios.

Jesús dijo: El Segundo, No jurar su Santo nombre en vano. ¿Hay respeto en esto? Nunca. El nombre de nuestro Padre no lo respetan porque sí castigan a alguien en nombre de Dios, sí apedrean o lapidan a alguien, es en nombre de Dios. Si crucifican a alguien, en nombre de Dios. Ningún hombre tiene derecho sobre la vida de ningún ser humano,

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no solamente el destino, el cual define la hora de su muerte. Si es malvado, la hora le llega con toda la desesperación y la naturaleza actúa sobre estos seres, “porque polvo eres y en polvo tendrás que convertirte”. Cuando uno jura, es porque respeta y cumple un pacto con Dios, pero nunca lo hagan sin necesidad y menos aún sin cumplir lo prometido. Nunca jueguen con ello. Si yo juro por mi Padre, es porque he pedido permiso para hacerlo y Dios me ayuda. Si por ejemplo: Juro a mi Padre que yo curo un ciego, debo cumplirlo. Mejor callar para siempre porque, si no tengo la ayuda, ¿cómo quedo con ustedes hermanos míos?

Tercero: “Santificar las fiestas”. Es decir, en la semana hay un día y ustedes lo celebran el sábado en honor a Dios, y es para orar, estar con la familia, pasear y darle descanso al cuerpo que, se lo merece. No es para bacanales y para hacerle mal al prójimo. Es para tener un día de reflexión de lo que se hizo en la semana. Dialogo familiar, diálogo en el templo y diálogo con nuestro Padre. Es bello pensar y dar gracias a Dios por lo que se tiene respecto a la salud, el trabajo, los bienes materiales y todas las demás bendiciones con las cuales somos favorecidos. No quejarse por lo poco que se tiene y que el vecino posee más. No lo hagan, pues ello ocasiona sufrimiento. Benditos serán los que no poseen nada, porque de ellos es el reino de Dios. Para allá no se lleva nada sino las obras buenas. El que tenga una enfermedad debe dar gracias a Dios que no es mayor y que se puede curar. Nunca piensen que esa enfermedad es porque Dios es malo. Ustedes son los que atraen los males, porque han hecho cosas en sus vidas y en las vidas pasadas. Si sufren con paciencia y piden a Dios, el dolor pasará poco a poco y se curarán, sino tendrán que resignarse a sufrir con los males hasta el final. Es preferible trabajar en el día de descanso, como sanar a un enfermo o atender un animal hambriento, antes que hacer cosas indebidas.

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El Cuarto es:”Honrarás a tus padres”. ¿Qué es esto?, Es respetar a los seres que nos dieron la vida. Todo ser humano tuvo padre y madre. Nunca deben irrespetarlos ni maltratarlos, sobre todo a la madre que tiene a su hijo en un templo interno donde está feliz y es cuidado con esmero como el más grande tesoro. Igualmente el padre, quien es también responsable de ese nuevo ser, deben ser tratados con respeto, cariño y consideración muy especiales.

Es muy grave cuando los hijos son malos porque a ellos a su vez les irá mal en sus vidas y pagarán sus faltas con sus propios hijos, quienes los harán sufrir. Esta cadena de padres e hijos solamente se rompe cuando nace un hijo tan bueno que soporta con resignación y sumisión a sus padres. Lo más grave es cuando una madre sufre, y llega al límite su paciencia, se enfurece y maldice al hijo agresor. En este caso no hay perdón, porque la madre aguanta muchísimo y perdona por años, pero se llega un momento en que la copa se llena y, tras la maldición, se hace la desgracia del hijo, así su propia madre se arrepienta y quiera recoger sus palabras.

Pero si sus hijos respetan, quieren y aman a sus padres; las puertas del cielo se abren y todo es felicidad. También hasta la muerte es bella para ellos. El hijo que da, recibe muchas veces, porque Dios es justo y si dan, reciben. Oíd hermanos míos este cuarto mandamiento de las tablas de Moisés, es el más cercano a los hombres y les abre un camino a la Gloria de Dios. El mandamiento empieza por la familia, padres e hijos, y si son unidos, nadie podrá contra ellos, ni el mal les hará daño. La familia es como un puño. Un dedo solo no puede hacer mucho, pero la mano toda hace maravillas. Si se quita un dedo la mano pierde fuerza y así, hasta quedar sin nada.

Las viandas deben compartirlas con todos, porque a nadie se le debe negar un plato de sopa o un pedazo de pan, porque

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nunca sabrán si el que toca a su puerta es un enviado de Dios para probar su amor al prójimo y a sus hermanos.

El Quinto y último mandamiento: No matar. Ningún ser humano tiene derecho a la vida de otro. El que mata no fue su creador, ni siquiera los padres, quienes dieron la vida a sus hijos, tienen este derecho, mucho menos los demás, y el que a hierro mata, a hierro muere. Tarde, pero le llega el día y la ley se cumple. Si somos atacados con espadas no debemos defendernos. Si la persona tiene ese instinto asesino, si lo hará, pero antes de eso, pedid a tu Dios y Él te protegerá de ellos. Entre los malos se eliminarán sin necesidad alguna. La guerra está destinada a ellos, a que se destruyan entre si. Por eso, Hermanos míos, siempre deben amarse los unos a los otros y nunca tendrán ningún problema.

Jesús, después de un breve descanso, prosiguió y dijo: “Los otros cinco mandamientos se refieren a los humanos, que ya conocen y deben cumplir por medio de los hombres, como no fornicar, no hurtar, no desear la mujer de su prójimo, no codiciar los bienes ajenos y no levantar falsos testimonios. Hermanos míos, todas éstas leyes últimas están en manos de los hombres”.

Al terminar Jesús se oyeron murmullos pero nunca reproches, porque si Jesús se refirió a los diez mandamientos, es porque el pueblo Israelita o Judío dependía de éstas leyes de Moisés y de las palabras de Abraham. Era la base de los sacerdotes del Sanedrín. Al terminar, los bendijo, ya era más de medio día y nadie había ido a almorzar pues esperaban más de Jesús, pero los discípulos se le acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, no tenemos sino dos canastas entre pescado y pan y nos da pena con tanta gente que vino pues no alcanza para todos y ellos tienen hambre. Hay niños, hombres, mujeres, enfermos, ancianos”. “ Maestro, por qué no le, pide al Padre,

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interrumpió Juan, que haga un milagro como el vino”. Jesús se quedó mirando a Juan, y luego a los discípulos y a la gente, y dijo: “Lo haré, en nombre de mi Padre, y les regalaré otro milagro por la fe que han tenido en mi y en Mi Padre. Traedme las dos canastas y llamen a la gente para que hagan fila y reciban su pescado seco y su pan.” Pedro Dijo: “Maestro, Algunos enfermos están muy lejos y no pueden subir la colina”. Respondió Jesús: “Ellos vendrán solos y se levantarán”. Jesús levantó los brazos al cielo, oró a su Padre y luego los tendió sobre las canastas de pan y pescado y por último sobre la multitud y dijo: “Padre Mío, te pido esta ayuda porque debo principiar a que sepan que yo soy hijo Tuyo y que mis poderes se me otorgan para afirmar lo que yo digo”.

Los apóstoles pidieron hacer fila para entregar el pan y el pescado, aunque no creían una vez más, pero fue la realidad. La gente veía que las canastas no tenían fondo. Sacaban y sacaban, y la cantidad no se mermaba. Alcanzó para todos y sobró bastante. Los enfermos se levantaron, las muletas cayeron. Eran gritos de aleluya por los milagros. Los sacerdotes huyeron asombrados por lo que veían y no pararon de correr hasta estar muy lejos. A Jesús se le abalanzaron a tocarle su túnica, a llorar los enfermos sanos y a bendecir a Dios por éstos milagros. Jesús salió a escondidas hacia Caná, con sus discípulos, porque estaba cansado y agotado de todo.

Cuando Jesús hacía un milagro levantaba sus ojos y sus manos hacia arriba pidiendo a su Padre la ayuda Divina. Esa energía del Cosmos Jesús la pedía para iniciar sus milagros y su poder sobre todas las cosas materiales y espirituales. Esa energía entraba por sus manos, la tomaba su cuerpo y de allí la dirigía para hacer sus milagros. Esas irradiaciones y campo magnético actuaba allí donde Jesús deseaba, si era para sanar enfermos, para dominar la naturaleza o para levantar muertos, trayendo nuevamente su espíritu hacia el cuerpo. Esa energía

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la tiene todo iniciado, al final, y todo maestro o extraterrestre, para hacer el bien a los humanos. Todo ser humano, con el tiempo, pidiéndolo puede hacerlo, pero si no lo hace de ésta manera, todo estárá paralizado en el ser humano. Lo único que perdura es el dominio mental hacia las cosas materiales, pero se ha descuidado cultivar el espíritu del hombre. Para hacer milagros, no solamente se debe pedir la ayuda, sino se debe unir el espíritu con el templo del corazón. Así es como al Maestro Jesús le aumentaron sus poderes hasta el fin de sus días, en la crucifixión y muerte, sin poderlos usar para su propia defensa.

Al llegar nuevamente esa noche a Caná, descansaron y no fueron interrumpidos por nadie. Al otro día salieron para Magdala, pueblo a la orilla del mar de Galilea, donde lo esperaban los amigos de los discípulos. Llegaron al atardecer y fueron recibidos con toda la alegría, y le tenían preparada una fiesta muy diferente a las otras. Hubo comida y baile, y Jesús bailó con alegría en medio de todos. Hubo vino, y carne de cordero, y aprovechó Jesús para dirigirse a todos y darles el consejo de no comer sino cordero y pescado. La fiesta fue hasta el amanecer. Hubo muchas preguntas sobre sus viajes y sus experiencias. Durmieron hasta tarde y a medio día, después del almuerzo salieron todos en pareja a visitar a sus amigos. Jesús salió solo y se sentó a la orilla del mar, o gran lago, a meditar sobre el tiempo que le faltaba. Sus pies dentro del agua, oyendo el golpeteo de las pequeñas olas. Alzó los ojos al cielo y veía a sus hermanos en su nave, quienes bajaron y se sentaron a charlar sobre el monte de las bienaventuranzas y los poderes recibidos. Lo felicitaron por todo y nuevamente salieron hacia arriba. Estas visitas eran de gran ayuda para Jesús.

Al anochecer, se encontraron y se hospedaron en el sitio convenido. Los discípulos ya estaban afanados por su tardanza

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y le dijeron: “Maestro, ya estábamos preocupados por usted. Él les sonrió, los saludó y fueron a cenar para volver a descansar pues al día siguiente deberían dirigirse a los pescadores. En esta ocasión, quien tendría que dirigirse a los pescadores sería Bartolomé. Al amanecer salieron todos a la orilla, y allí había muchos pescadores y barcas esperando su llegada. Hubo fuerte aplauso y gritos y danzas de las hijas de los pescadores. Bartolomé se levantó y dijo: “Hermanos míos y compañeros de trabajo, mientras ustedes pescan peces, nosotros pescamos hombres para salvarlos. “Diciendo esto Bartolomé tomó la palabra y se dirigió a la multitud, que eran en su mayoría pescadores. Agregó: “Yo fui como ustedes pescador, pero llegó Jesús y me convenció de seguirlo en su recorrido para llevar la verdad de su Dios, que es bueno y bondadoso, y llegar como hoy a cada uno de ustedes y expresarles el amor tan grande que debemos tenernos, como el amor que un padre da a su hijo pequeño, lo protege, lo guía y lo ayuda durante su vida hasta dejarlo organizado. Así mismo tengo que hacerlo yo, guiar a los hombres a que se respeten, se amen y se compartan. Dejar los odios y las envidias entre sí. Deben apreciar todo lo que cada uno tiene, sin pensar que otros tienen más, ya que ello amarga el corazón y endurece el espíritu. Antes bien se debe compartir lo poco o mucho que se pueda tener con quien nada tiene, y así se tendrá prosperidad. Si ustedes pescan es para beneficio de ustedes y para su alimento, pero si ustedes comparten con el que no sabe pescar y le dan de su parte, será bendición para ustedes y sus redes se llenarán nuevamente. La persona favorecida los bendice y les desea que pesquen mucho más y esa cadena se agranda, y la bendición es para todos. Ustedes dirán ¿si nosotros repartimos y no vendemos, cómo podremos pagar lo que debemos? Y continúa Bartolomé: “Eso no será así porque una parte la dejan para sus pagos y otra parte para comer, porque donde come uno, comen dos,

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y ustedes lo saben. Se da una felicidad a una familia y ella con el tiempo le retribuye, o Dios, que es justo, le paga en salud y suerte. Ustedes, cuando pescan, tienen fe de que les va a ir bien y esa fe les atrae los pescados. Así nosotros, con el Maestro, llegamos a algún pueblo y tomamos la decisión de tocar el corazón de cada persona, y siempre lo logramos con amor y paciencia. Esa igualdad que les digo entre pescado y hombres es lo mismo. El pez es dueño de su territorio y ustedes van a probar suerte, si la primera vez no pueden sacar nada, volverán nuevamente a insistir, hasta pescar algo; De la misma manera, el hombre es dueño de su territorio y nosotros llegamos a ustedes a convencerlos con el amor, que es la red y la ayuda de nuestro Padre, y con estas palabras los bendijo en nombre de Jesús su maestro”, y se retiró en medio de aplausos.

Durante su discurso, las palabras brotaban de sus labios con tal fluidez y precisión como si alguien le dictara, todo se le facilitó, después de que era tan solo un pescador corto de palabras. Jesús lo miraba y sonreía lleno de satisfacción y sus compañeros también estaban contentos de sus resultados.

Les tenían preparado a la orilla un gran banquete de pescado, cordero y vino. Fue una delicia. Con música de cuerdas y danza, la cual se prolongó hasta la medianoche. Salieron luego a su lugar de hospedaje. Durmieron en paz, como nunca, para al amanecer salir nuevamente al lago, donde adquirieron una barquita para dirigirse hacia Tiberíades. Arriaron las velas y, en la mitad del trayecto, se desató una tempestad, lluvias y fuertes aires. Los discípulos no querían despertar a Jesús por no sentirse como niños incapaces de defenderse por sí solos, siendo pescadores todos. Lucharon hasta que Judas Iscariote, siempre el problemático, cayó al agua y arreció más la tempestad. En ese momento llamaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, se cayó al agua Judas Iscariote y tenemos miedo,

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aunque sabemos todos nadar, pero la tempestad es mucha, y Jesús les dijo: “¿Para qué les han servido mis enseñanzas si no tienen fe de sí mismos y no piden que la tempestad se calme? ¿Si no estuviera aquí con ustedes que habrían hecho ustedes solos? Pedro contestó: “Maestro, perdónenos y salve a Judas”. Jesús agregó: “Lo haré de nuevo, pero os digo, el día que yo parta hacia mi Padre, quién os defenderá?” y levantando las manos pidió a los elementos agua y aire calmarse, y así fue que todo quedó, como si nada hubiera pasado. Las aguas se calmaron, quedando como una piscina. Del viento apenas se percibía una suave brisa.

Judas, lejos de la barca estaba a punto de ahogarse de tanto luchar contra el agua. Jesús les dijo: “Deja que yo lo traiga”, y salió de la barca. Los discípulos gritaron: “Maestro, se ahoga”, y Jesús sonrió y caminó sobre las aguas, como si fuera un camino de piedras; llegó a Judas, lo sacó del agua y le dijo: “Judas; ¿quién te salvará después de esto? y Judas dijo: “Tú, Maestro.” Jesús añadió: “Judas, tú harás lo que te tienen designado” y le dio la mano, y anduvieron juntos sobre el agua hasta la barca, bajo la admiración y gritos de júbilo de los demás apóstoles.

Jesús continuó diciendo, “Hijos míos, tengan fe en ustedes, crean en ustedes, y pidan a mi Padre la ayuda que necesitan. La naturaleza es bella, Dios se la dio a la humanidad para que la disfrute, vivan de ella y no la destruyan, porque llegarán los últimos días, cuando la naturaleza se revelará con todo el furor y destruirá todo, porque, ¿quién puede contra los cuatro elementos que dan todo a los humanos? La tierra es para labrarla y que produzca frutos, el agua es para tomarla y regar las plantas. El aire, que tiene el oxígeno que respiramos sin el cual moriremos, y el fuego, para dar calor y cocinar los alimentos. Ellos, los elementos, no diferencian entre los hombres si son ricos o pobres, si son sabios o no, sin importar

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el color de piel o la fe que posean, han sido creados para beneficio de la humanidad, pero los hombres, en su afán de posesión, destruyen y agraden la naturaleza, contaminan el aire y hacen mal uso de estos dones, conllevando a las guerras y a la muerte. Por ello, los cuatro elementos tomarán un día el control del planeta y recuperarán sus territorios. Judas Tadeo pregunto: “Maestro, ¿qué debemos hacer”? Jesús dijo: “Al haber amor, los elementos llegan a las plantas, a los ríos, a las llanuras, y hay coordinación entre la naturaleza, el hombre y Dios”. La tierra es como un animal infestado de seres que la dañan, y el Amo se compadece de ella y le da poder para que ella misma se libere de todo lo que la perjudica”. Desgraciadamente el hombre es ese ser dañino, y la liberación la harán los elementos. Así la tierra, llegará el momento que no podrá resistir al hombre sobre ella dañándola, y ella enfurecerá y destruirá todo.

Al terminar la charla llegaron a Tiberiades y desembarcaron, porque los estaban esperando con angustia al ver semejante tempestad. Allí duraron unos días, y Andrés se dirigió a sus amigos y al pueblo. Estuvieron cada noche en casas diferentes, porque ya había llegado a sus oídos el milagro de los peces y el pan, y la curación de los enfermos. Era un honor que estuvieran cenando en las casas donde llegaban. En una casa, la hija del dueño era sorda de nacimiento y le pidieron a Jesús curarla, y Jesús le curó la sordera. Después de estar unos días en Tiberíades salieron de camino hacia Nazareth, trayecto que igualmente les llevó otros días de camino, y fueron recibidos con más fe en Jesús, mientras los sacerdotes temían por una revuelta pero no podían hacer nada porque no tenía motivos para acusarlos. Los apóstoles salieron a recorrer en parejas a Nazareth y promulgar el amor que les enseñó Jesús, y hacer una gran campaña para una reunión en el monte Tabor donde Jesús les dirigiría algunas palabras. Los apóstoles les hablaban

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a las personas en pequeños grupos y Jesús los dejaba, porque así perdían el miedo y adquirían más soltura en su lenguaje.

Estando en Nazareth recibió la noticia de que Juan el Bautista había sido decapitado por orden de Herodes. La tristeza fue grande para Jesús y sintió que el tiempo se acercaba, porque ya Israel sentía los pasos de Jesús y sus sacerdotes no podían permitir éste avance, y empezaron por San Juan el Bautista, que nunca se desplazó, como Jesús, sino permaneció en el desierto cerca al río Jordán. Predicaba cuando lo buscaban, o siempre estaba meditando. Salía muy poco a los pueblos cercanos, hasta que fue cogido por los romanos, guiados por los sacerdotes, por profanador de la religión y por pregonar primero la llegada del Hijo de Dios, y posteriormente la presencia del Hijo de Dios predicando en su pueblo. Fue llevado a Herodías, un fortín o ciudadela para Herodes. Allí Herodes no quería sacrificarlo, pero las intrigas pudieron más que el poder de Herodes, y murió por una mujer, Salomé. Su cuerpo fue entregado a sus discípulos y fue enterrado en el desierto. Jesús se dirigió a sus discípulos y les dijo: “Hijos míos. Juan cumplió con su destino, el de predicar la llegada del hijo del hombre, hacerle un camino, y luego terminó con su muerte rápida y sin sufrimiento, mientras que yo tengo que esperar un gran sufrimiento y muerte, en el tiempo que me fue asignado, para poder redimir a todo ser humano y salvar a la tierra de un cataclismo universal. Estas palabras eran un enigma para los apóstoles, pero era mejor así, hasta que ellos lo comprendieran. Jesús salió con sus discípulos hacia el monte Tabor a predicar. Detrás de ellos mucha gente los seguía hasta éste monte y luego de llegar tomó la parte más alta, los bendijo a todos en nombre de Dios con las manos hacia ellos. Nunca Jesús en sus bendiciones hizo la cruz. Jesús en ese sermón habló sobre la familia, sobre el

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poder de la unión y sobre el poder de la oración, en silencio y recogimiento en sí mismo.

Jesús les dijo: “Hermanos Míos, la felicidad empieza cuando un ser se une a otro. Esta unión trae otro ser, un niño bendecido por Dios. En la vida deben estar unidos siempre. La mujer en el hogar y el hombre en el campo. Las provisiones del hogar son ante todo para la familia, pero si llega alguien a pedir un pan y si hay solamente uno se debe compartir entre los dueños de casa y el recién llegado. Hay una ley. El que da, algún día recibe; no lo espere inmediatamente sino en el momento oportuno. Si alguien toca a su puerta y es una familia o una persona pidiendo posada, se debe hacer un espacio en el hogar, y nunca le faltará en su vida un hogar. Si llega un sediento a pedir agua, se le debe dar con prontitud, porque el agua es bendita y será una bendición para esa familia. Si alguien le pide una moneda y no tiene sino una, se le debe entregar, ya que ello se retribuirá diez veces más su valor. Si llega un enfermo y no tiene medicina, darle amor y cuidado, que ellos son la mejor medicina, y si no se curase, le da una despedida muy bella y morirá en paz. Si llega el cobrador de impuestos, se debe pagar, porque es una ley del hombre y no de Dios, y mientras vivan en la tierra se deben cumplir, que la justicia llegará a los cobradores injustos de parte de Dios. Si van por un camino y alguien pide ayuda, deben auxiliarlo sin vacilar para que nunca les falte esa misma ayuda. Hay una ley. “El que da recibe y el que siembra recoge”. Hermanos míos, la vida es bella. Uno se la hace. El rico reparte sus bienes con los pobres y tendrá más riquezas”. Un rico que le escuchaba y estaba cerca de Jesús dijo: “Maestro, si reparto todo lo que tengo, de qué vivo” y Jesús le contesto. “Repartir es compartir. Si usted tiene muchas cabras y a cada familia le da algunas a las partes, no tiene que pagar por cuidarlas, y ellos a su vez tienen su parte y usted también. De ésta

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manera aumentarán sus entradas”. Alguien dijo: “Dónde está Dios”. Jesús le contestó: “Dios está en ustedes mismos, en un templo llamado corazón. No es más que saberlo, llamar y Él oirá. También Dios está en todas partes, en la naturaleza: agua, aire, fuego y tierra. Cuando estén solos, oren, y sus palabras serán oídas” y prosiguió: “Cuando decidan pescar, pidan con fe que les irá bien, nunca piensen que les irá mal, porque la palabra y el pensamiento crean. Nunca maldigan, porque se maldicen ustedes. Sean nobles de corazón, si alguien los insulta callen y esperen para hablar. El silencio es de sabios. Si contestan, nunca acabará el litigio”. Alguien dijo: “¿Maestro, Existe el demonio?”. Jesús dijo: “Si existe, lo tenemos dentro de nosotros mismos, tanto el bien como el mal. “Dios nos dejó el libre albedrío para hacer lo bueno y lo malo, pero muchas veces el ser humano hace lo malo, a sabiendas del mal que hace. Si una persona daña una planta, eso es malo. Si deja de recibir un regalo, eso es orgullo. Si piensa hacer un daño en casa ajena, eso es malo”. “Pero también el demonio, o Luzbel, existe, y comanda sus ejércitos del mal, y hay una ley que dice que donde está el bien está el mal, hasta que el mal sea destruido”. “Luzbel fue el arcángel más bello y poderoso, hijo de Dios, y se reveló contra Dios y fue enviado a la tierra. Por eso hermanos: Se debe tener cuidado y combatir el mal con el bien”.

A Jesús le llevaron enfermos porque sabían de su poder de curación. Hizo unos milagros, ya no para poder decir que podía curar, sino por amor a estos seres desprotegidos de todo. Al terminar, llegó la tarde, y antes de salir del monte de Tabor les dijo a los discípulos: “Id adelante, que yo los alcanzo”, pero siempre Juán se quedó y lo esperó. Jesús se quedó solo, ya que Juan se hallaba lejos, alzó los ojos arriba y llamó a Moisés y a Elías, dos de los profetas, para hablar de todo lo que seguiría hasta su muerte, y estuvo con ellos hablando

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largo tiempo. Los dos maestros le dieron aliento a Jesús, y fortaleza. No podían hacer más. Prometieron vigilarlo desde su nave hasta su resurrección. Al final Jesús les agradeció éste apoyo y los profetas desaparecieron. Al volver Jesús encontró a Juan arrodillado y tembloroso y le dijo: “Maestro: ¿quiénes eran? Y Jesús le contestó: “¿Por qué me desobedeciste?” a lo que replicó Juan: “Maestro, no puedo dejarlo solo. Me da miedo que le hagan daño”. Y Jesús agregó: “Levántate. A mí nunca me harán daño, hasta que llegue mi hora y eso está escrito. Los dos maestros que viste son Moisés y Elías, nunca diga nada a nadie hasta después que yo salga hacia mi Padre, al tercer día de mi crucifixión”.

Después de ésta conversación salieron hasta alcanzar a los discípulos. Salieron nuevamente para Nazareth y de allí a Cesárea, a predicar en la zona de Herodes y darles consuelo a los discípulos de Juan el Bautista, que allí vivían. Jesús tenía que visitar la mayoría de pueblos de Israel porque para Jesús todos eran hijos de Dios, ya sean Judíos, romanos, musulmanes y de toda clase de religiones de esa época. Jesús vino a predicar el amor y la igualdad entre todos los hombres. Los romanos, a pesar de ser los conquistadores, fueron visitados por Jesús, ya que para Él todos eran iguales, y si visitó Israel fue porque eran descendientes del continente Atlántida.

Jesús salió muy temprano hacia Cesárea, y para entonces Herodes se encontraba allí huyendo de su conciencia, después de decapitar a Juan El Bautista. La marcha duró tres días, encontrando muchas caravanas llevando y trayendo productos del puerto de Cesárea. Al llegar allí encontraron personajes y sacerdotes que habían oído hablar de Jesús y sus discípulos. Los recibieron y lo invitaron en la casa de un judío muy rico. Allí cenaron y luego salieron a conocer el gran puerto de Israel. Encontraron barcos de todas partes y pescadores. Hicieron amigos, y como siempre hablaba uno de sus discípulos; en

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esta ocasión el turno fue para Judas Iscariote, quien de muy mala gana les predicó. Dijo Judas a Jesús: “¿Porqué me ha dejado tan importante ciudad si hay otros que lo hacen mejor que yo?” A lo que respondió Jesús: “Judas, tú lo has dicho. Predicarás a los romanos y judíos, para que se afiance más la unión con los sacerdotes y romanos”. Al oír la respuesta de Jesús comenzó su discurso y dijo: “Hermanos míos. Yo fui escogido por el Maestro para unirme a ellos. No me sentía bien, pero algo me impulsaba a seguirlos. Aprendí mucho, como amar y perdonar, como seguir el camino del bien, pero la lucha interna mía es demasiado grande. Es una lucha entre el bien y el mal. Hermanos míos, hay que luchar cuando se tiene algo interno y es muy difícil de explicar. Yo siento que tengo una misión con el Maestro, pero todavía no sé cual es, De la misma manera les digo, cuando exista una duda interna, luchen hasta vencerla y descubrir la verdad. Pidan a Dios la fuerza necesaria para vencer el mal. Porque el mal, si se deja avanzar, es imposible detenerlo y hace mucho daño. Si hay diferencias entre esposo y esposa, deben dialogar y con amor descubran el error. Si no dialogan puede acabarse el amor y por lo tanto el matrimonio. Cuando haya una discusión entre dos personas, espere que uno termine de hablar y así después el otro, con respeto, le debe responder, y de ésta manera se terminan las confrontaciones. Hermanos, la paz la hacemos nosotros en nuestro interior, no fuera de él. ¿Qué está pasando en estos momentos? Jesús viene a predicarnos con amor, y no queremos oírlo. Así no se pueden saber los mensaje bellos y llenos de sabiduría que nos trae. Yo fui pescador y era muy conflictivo, y por eso fui quedando solo, por mi genio. Ahora soy menos conflictivo gracias a nuestros hermanos. La mentira es lo más malo que existe, porque el mentir es negarse a sí mismo y no tener el valor de afrontar la verdad. Todos hemos mentido en nuestras vidas en parte por odio. Por defensa,

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por religión o por llevan a alguien que uno odia al cadalso. Al hacer esto, se maldice para toda la eternidad. Hermanos míos, con todas las fuerzas de mi corazón les pido que tengan cuidado cuando les llegue ésta tentación en alguna forma, para hundir a un amigo o un hermano. Al vender a alguien por dinero, todavía es más grave, porque es lo material la ganancia de un muerto que lo puede llevar con el tiempo al suicidio. En nombre de mi maestro y el de mi Padre Dios, los bendigo a todos”. Diciendo esto se retiró. Los apóstoles se miraron unos a otros, y Jesús calló y no dijo nada.

Herodes permitió estas reuniones por temor a los Judíos, y por no cometer un segundo error como el de Juan El Bautista. Herodes, desde su fortaleza, oía las predicaciones durante el tiempo que estuvieron en Cesárea. Los apóstoles se horrorizaron al ver la cantidad enorme de diferentes dioses, pero Jesús les dijo: “Ved y callad, que el tiempo acabará con ellos”.

Jesús salió solo a la orilla del mar a orar y hablar con sus hermanos, que llegaron en cuarta dimensión, para recibir un poco de consuelo de su parte y comentar el tiempo difícil que se estaba acercando, y también lo referente a Juán El Bautista, su muerte, la cual no era más que el principio del cumplimiento de una ley por la cual se abría el camino para el padecimiento y muerte de Jesús. Los maestros siempre de cerca, con su nave, lo vigilaban, pero sin poder prestarle ninguna ayuda material sino el poder que Jesús tenía en esos momentos para sanar al ser humano.

Jesús no quiso hacer ningún milagro, porque no quería romper la armonía entre la gente del puerto, ni escandalizarlos, aunque le pidieron hacerlo solo a la orilla del mar, con los pescadores. Antes de irse les ayudó a una gran pesca, como nunca antes tuvieron. Ya los murmullos eran cada vez más grandes, como

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cuando se va acercando desde lejos una tormenta, pero como los soldados romanos, por orden de Herodes, en todas las partes de Israel, nunca lo atacaban. El malestar era de los sacerdotes, porque el poder lo iban perdiendo día a día. Jesús se despidió y salió para Naín con todos sus discípulos.

El trayecto de Cesarea hasta Naín fue de varios días. En éste viaje se dialogó sobre Cesarea, la imponencia de la ciudad y el comercio, que no conocía ninguno de los apóstoles. También del poder de Herodes, sobre el puerto, y la frialdad de los sacerdotes, que estaban de visita ganándose a Herodes con astucia y zalamería. Al llegar a Naín lo estaba esperando, porque a cada población que llegaba era más su fama como el ser que les quitaría el yugo de Roma. Todos salieron a su paso y fue recibido por una familia prestante, porque ya la fama hacía que se recibiera mejor. Esa noche fueron festejados con danzas y una cena con vino. Jesús estuvo muy contento y rió muchas veces, porque el mismo decía que la risa llegaba al alma y hacía desaparecer la tristeza.

Al día siguiente salieron sus discípulos a predicar la palabra de Dios y le pidieron a Jesús si podía dirigirles la palabra a todos, en el monte de Cedrón. Jesús aceptó con mucho agrado y los apóstoles pasaron el aviso a todos los de Naín y sus alrededores. Al otro día salió Jesús, junto con los discípulos, al monte de Cedrón, y se colocó en el lugar más alto para divisarlos a todos, y comenzó bendiciéndolos y dijo: “Hermanos míos: Quiero en este momento referirme a sus contrarios en la palabra de Dios. Todos tienen derecho a recibirla, no solamente a los judíos o Israelitas, sino también las demás religiones, porque todos somos hijos de Dios, lo que pasa es que se dividieron entre sí, no se unieron, como pasó en la Torre de Babel donde se confundieron las lenguas siendo una sola, por el deseo de poder y así quedaron dispersos sobre la tierra y no se pudieron comunicar. Eso no debe pasar

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más. Hay que estar unidos en el amor, y para llegar a Dios hay muchos caminos. De la misma manera que para Jerusalén hay varios caminos. Unos más largos y otros más cortos, pero todos llega a Jerusalém. Así, para llegar a Dios, también unos adoran imágenes, otros le ponen nombres diferentes, pero es lo mismo. Otros se equivocan de camino y siguen el más fácil, el del mal o el del demonio, donde todo es fácil, y él les ayuda para luego adueñarse de su espíritu.

Una persona se acercó a Jesús y le dijo: “Maestro; ¿Cómo conocer el maligno si el se puede vestir de bueno?” Jesús le contestó: “Le conoceréis por el corazón, el nunca miente. Si al acercarse a esa persona siente rechazo, no por lo fea, enferma, pordiosera o rica, sino por el mirar y la irradiación de esa persona, podrá detectar al ser maligno. Oíd hermanos la voz interna, que no engaña. Ella le dice la verdad. Esa voz interna es la de su Padre Dios que le previene y lo cuida, pero que muchos no la oyen. No hacen caso de ella y caen la maldad, el odio, el poder. Nadie está exento de ello. Todos piden, pero no saben pedir, oran, pero no saben orar. Es como si un hijo de ustedes les pide algo con rabia. Ustedes no se lo dan; pero si lo piden con humildad, el padre o madre le darán lo que pida. La paciencia es uno de los dones más grandes que puede tener una persona porque el que es paciente es sabio. Así rompe cualquier ira, o cualquier brote de discusión o pelea. Hermanos míos, la vida hay que saberla llevar, y es muy dura. La paciencia, les puede ayudar. Si un familiar se demora, nunca piense que fue porque lo quiso sino que se presentó un inconveniente en el camino. Si llega tarde, y ustedes son pacientes y lo reciben lo mismo que si hubiera llegado cumplido, se evita un disgusto, y se fortalece más el cariño y la confianza”.

Después de éste corto discurso Jesús los bendijo y se despidió, para salir hacia Salím. Aunque era tarde, no importaba, porque

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había luna llena y era claro para viajar de noche, acampar debajo de un árbol y descansar. Después prosiguieron el camino. Durante el trayecto a Salím se comentó sobre la muerte de San Juan. El temor siempre lo tenían los apóstoles y se preguntaban entre ellos: “¿No nos pasará lo mismo? Si a Juan lo respetaba Herodes, a pesar de que no le interesaban sus enseñanzas y lo recriminaba por haberle quitado la esposa a su hermano” Jesús, a quien no se le podía ocultar ningún pensamiento, se devolvió y les dijo: “Hermanos, todavía están a tiempo de no seguir conmigo por el temor a ser sacrificados por los romanos”. Ellos para quienes todo era pensamiento y cuchicheos, quedaron admirados y dijeron: “Maestro, perdónanos nuestra debilidad y también la poca fé en ti, pero tenemos miedo”. Y dijo Jesús: “No deben tener miedo mientras mi padre, que es el de todos, nos proteja. El destino para todos está marcado. Nuestro Padre nos dará la fortaleza necesaria para ello”. Judas Iscariote, que estaba callado dijo: “¿Maestro, a mí también me protegerá? Jesús le dijo: “Judas, tú lo has dicho, hasta el momento en que tu destino sea hacer la voluntad de nuestro padre”. Todos volvieron los ojos a Judas, con sorpresa pero también con desconfianza, y siguieron su camino a Salím.

Al llegar a Salím ya los estaban esperando llenos de alegría, y fueron invitados a la casa de un comerciante y allí permanecieron algunos días. Los apóstoles se fueron en parejas a predicar la palabra de Jesús, y luego se fueron a predicar la palabra de Dios. Luego hicieron una concentración con la gente del pueblo para bendecirlos y darles enseñanzas de vida. Esto lo hicieron en un parque amplio de Salím, y Jesús dijo que uno de sus discípulos tendría que hablar ante el pueblo. Cuando todos estaban reunidos, les dijo: “Hermanos, los bendigo a todos, y si alguien está enfermo y tiene fe en mi

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Padre y en mí, sanará. También, uno de mis discípulos les hablará”. Llamó a Tomás.

Tomás se levantó ante la multitud y dijo: “Con el perdón del maestro Jesús y la dirección de nuestro Padre Dios, les dirijo estas palabras salidas de mi corazón y con la sabiduría de mi Padre. Hermanos míos. Nosotros qué somos iguales, aunque tengamos diferentes creencias. Yo fui un pescador, como cualquiera de ustedes, hasta que un día fui llamado para acompañar a mis hermanos en la tarea de impartir las enseñanzas de Jesús. Uno en la vida debe tener un solo camino: El amor entre los hombres, y no el odio que siempre llevamos internamente, que nos hace sufrir en nuestra corta vida. Para llegar a ser buenos sólo se necesita voluntad y Fe en sí mismos. Lo puede lograr uno si se abstiene de hacerle daño a los demás, porque todo en esta vida se devuelve, y el hacer daño nos ocasiona una pena interna que produce sufrimiento y, aparte de ello un día el mal que hicimos vuelve hacia nosotros, por ley de la vida. Las personas se preguntan: “Yo no hago mal a nadie y me va muy mal, pero si se sientan a pensar y se devuelven unos años atrás, se acuerdan que en una ocasión hicieron un mal muy grande a cierta familia y con los años ese mismo sufrimiento les llegará. Esto debe servirle de experiencia para transformar su vida y cambiarla definitivamente. Como a la persona que hace el bien se le retribuye siempre. Nunca le faltará el pan de cada día, ni la salud. Siempre que dá, recibe, siempre que siembra, recoge más cosecha. Los padres deben guiar a sus hijos por el camino del bien y reprenderlos a tiempo, para que el día de mañana sean personas de bien. Nunca dejen de guiarlos como el que guía un rebaño de ovejas a su redil. Así deben ser los padres. Los que escogen ser guías o pastores de un pueblo, deben hacerlo bien, porque si no lo hacen, tendrán que cargar con la responsabilidad de haber hecho daño a muchas personas.

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Porque Dios castigará mil veces más a su guía que a su rebaño.

Hermanos míos, como guía que voy a ser de todos los que me sean encomendados, tendré que cumplir como mi Maestro Jesús. Nunca debo dejarlos solos y guiarlos hasta cuando ya no me necesiten y Jesús se haya ido a su reino, desde donde continuará velando por todos. Por eso debemos aprovechar su presencia entre nosotros y su poder, para aprender todo cuanto más podamos”. Diciendo estas palabras bendijo a los presentes y terminó su discurso.

Al terminar fue felicitado por Jesús y sus compañeros por todo lo que dijo. De allí, por la tarde, salieron para otra casa para festejar la reunión con el pueblo. De allí partieron a Samaria.

Al amanecer salieron hacia Samaria, y allí no eran bienvenidos los judíos, pero a pesar de todo deberían hacer presencia en dicha localidad. Durante el trayecto que duró varios días, pues todos los viajes se hacían a pié, encontraron caravanas de mercaderes que iban hacia el puerto de Cesárea. Antes de llegar a Samaria, en un pozo o cisterna que tenían para sacar agua, Jesús se fue hacia el pozo y los discípulos le dijeron: “Maestro, esos pozos son de los samaritanos” a lo cual agregó Jesús: “Yo iré, porque todos somos hermanos” y salió hacia él. En ese momento llegó una samaritana a sacar agua para su casa y se quedó mirando a Jesús y le dijo: “Señor, ¿en qué le puedo ayudar? Y Jesús le dijo: Quiero tomar un poco de agua para mi sed” y ella contestó: “Con mucho gusto” Aunque allí había otras mujeres Samaritanas que le dijeron: es un judío y nosotros le daremos ni agua ni nada. Jesús le dijo: “Si tú me das agua, yo te daré agua que da vida y es para toda tu vida” y ella le contestó: “Maestro te daré agua, pero no es por el cambio. Si tú la quieres con amor, yo con amor te la doy”.

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Jesús añadió. Tú has ganado todo porque sin conocerme me das de beber sin esperar nada. Igualmente aceptaste esta ayuda”. A continuación la bendijo y salió hacia Samaria con sus discípulos.

Al llegar, con sorpresa encontró a la samaritana esperándolo y ella lo invitó a su casa junto con todos los apóstoles. La desconfianza de ellos fue mucha, pero aceptaron la invitación y pasaron la noche en casa de ella.

A la mañana siguiente salieron los apóstoles a predicar y la sorpresa fue grande porque fueron aceptados por todos, y los enemigos se volvieron amigos. En Samaria duraron varios días, hicieron amigos y se reunieron muchas veces y Jesús los bendijo. Siempre la samaritana estaba al lado de Jesús. Eso le dio confianza al pueblo ya que esta mujer era de una familia noble, y allí estuvieron dos semanas. Al final se reunieron muchos samaritanos. En ésta ocasión Jesús les dijo que les dirigiría la palabra uno de sus discípulos. Le correspondió el turno a Santiago.

Santiago se levantó y se dirigió a la multitud y les dijo: “Hermanos míos y samarios: Estoy muy feliz por recibir ese amor, ya que nosotros siempre sentimos su rechazo por ser judíos. Fue un error durante años, porque son seres buenos amables, hospitalarios y creyentes. Gracias al Maestro Jesús, quien nos dijo que los Samarios son nuestros hermanos; todos somos iguales y merecemos el amor del Padre para todos. Nosotros, sus discípulos, fuimos reacios a venir a Samaria y queríamos devolvernos, pero el maestro Jesús con su amor y sabiduría dijo: “No teman, que todo saldrá bien”. Agregó: Nunca olvidaremos éste recibimiento que tuvieron con nosotros ya que con hechos demostraron el amor que debemos brindar a nuestros semejantes. Antes de juzgar a los demás, debemos ponernos en su lugar, porque puede suceder

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que ese alguien sea superior o más sabio que nosotros, y por tal razón el juicio puede estar errado y no estemos actuando con justicia. Si uno juzga a alguien, siempre hay quien lo juzgue a uno, y Dios nuestro Padre nos dice: “Nunca juzguen a ningún ser humano sino más bien dadle amor, para que aprenda otras leyes mejores, sin que se afecte tanto la persona”. A continuación agregó: Hermanos míos, la vida es tan bella que no debemos destruirla por rencores ni batallas. Todos vivimos bajo un solo cielo sobre esta naturaleza tan hermosa y productiva que se nos ha dado. Todos cabemos en ella y podemos disfrutar de su ayuda. Si uno tiene un amigo, cuídelo, ayúdelo y guíelo y así sucesivamente, dejando una estela de amor en el prójimo. Nunca hable mal de nadie; antes bien, defienda a esa persona, porque es más caritativo, y aquello que era un daño al prójimo se convierte en un acto de amor. Cuando conocí a nuestro maestro Jesús nunca pensé que fuera a ser tan feliz ayudándolo en nuestro recorrido. No sentí cansancio ni hambre porque sólo con su presencia me daba el valor suficiente para todo. Su modo de hablar con sabiduría era mi alimento, y para mí fue el milagro más grande de mi vida. Por eso hermano, debemos aprovechar todos éste momento con el maestro Jesús, porque nunca volverán a tener ésta oportunidad. Las palabras de Jesús quedarán grabadas en nuestra mente para siempre. Los bendigo en nombre de nuestro Padre Dios y su hijo Jesús”. Con éstas palabras terminó su discurso, ante la admiración de sus compañeros e igualmente del maestro Jesús.

Al terminar esta enseñanza Jesús y sus discípulos fueron invitados por última vez a la casa de la Samaritana a quien dijo Jesús: “Nos veremos nuevamente cuando estés en el reino de mi Padre”. Después se retiraron a descansar y al día siguiente, muy temprano, salieron para Ammón, ciudad que quedaba cerca al río Jordán.

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El viaje fue largo y en silencio. Ya en Israel conocían al maestro por las voces de muchos que hablaban de él y las caravanas que se desplazaban en todo el territorio. Algunos decían que era un revolucionario y que estaba contra los romanos y contra el Sanedrín. Otros decían que sería el rey de los judíos. Había quienes lo consideraban como un gran maestro que sanaba y hacía milagros. Entonces al llegar a cualquier ciudad de Israel ya era conocido. Decían que Jesús andaba con doce discípulos no más, y esto tranquilizaba a Roma, pero intranquilizaba a los sacerdotes del Sanedrín. Durante el viaje estaba más seguros y firmes los discípulos de Jesús, de su trabajo en cada ciudad que visitaban, porque se sentían con más poder de palabra y de hecho. El maestro Jesús siempre en sus caminatas se sentía triste y alegre. Esta fuerza la recibía de sus hermanos de la nave. Era un consuelo dirigir la mirada hacia arriba y ver a sus hermanos vigilándolo y sintiendo su presencia cerca de él.

Por fin llegaron a Ammón. Allí los estaban esperando, no solamente el pueblo, sino también un enviado de Roma y del Sanedrín. Al llegar lo invitaron a una casa amplia de un ciudadano noble. Ya la fama del maestro Jesús estaba hecha y sus milagros eran una realidad; por eso lo buscaba y lo invitaban a sus moradas, se peleaban por tenerlos en sus casas, ya que por vivienda y por comida estaban asegurados. Allí duraron dos semanas y en la casa de un noble sucedió algo inesperado. Un ser poseído por Satanás que en realidad siempre estuvo con ellos por medio de Judas Iscariote. Este ser gritaba, aullaba y quería morir, pero atacaba a cualquiera que se le acercaba. Jesús lo miró y le ordenó al maligno que saliera de su cuerpo, pero eran muchos. El pueblo no le hacía nada porque era de la familia más rica de la ciudad y no se atrevían a encadenarlo o destruirlo por respeto a su familia. El padre de ese ser le pidió a Jesús que lo salvara y el

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Maestro le ordenó a todos los espíritus malignos que salieran y aprovechando que el dueño tenía unos cerdos; los envió a ellos, y los dichos animales corrieron hasta un barranco, se lanzaron al vacío y todos murieron. El joven poseído, libre ya, volvió a ser el hombre bueno y noble de antes. Su familia agradecida con Jesús y sus discípulos le dijeron a Jesús que su humilde hogar estaba disponible para que todos disfrutaran de él durante el tiempo que Jesús quisiera permanecer en el pueblo. Después de éste milagro, el pueblo quiso con mayor entusiasmo escuchar las predicaciones de los discípulos. El último día de su permanencia fue a Juan, el discípulo más joven, a quien le correspondió el sermón de despedida.

Juan se dirigió al público y extendiendo sus manos como lo hacía su Maestro dijo: “Hermanos míos: Yo los bendigo a todos. Desde que empecé a seguir las enseñanzas de Jesús junto con mis compañeros, mi vida cambió. Me di cuenta del honor que me dispensó al escogerme en su grupo. Todos de familia de pescadores. En nuestro recorrido por los pueblos aprendí a comprender y amar a los hombres, y entender que todos somos iguales a la hora de la muerte. Nada se lleva uno sino el resultado de las buenas acciones, el de haber compartido nuestras posesiones y nuestros conocimientos con quienes lo necesitan, el de haber difundido la palabra de Dios, y las vivencias y enseñanzas aprendidas de nuestro Maestro, sus milagros y sus parábolas que habrán de perdurar aún más allá de la muerte, de nuestra propia muerte, para las generaciones venideras, hasta el final de los siglos. Hermanos míos. Ámense los unos a los otros, no vivan como enemigos. Jesús nos enseñó a guiarlos por el camino del bien sin tener en cuenta las religiones y sus creencias. Dios no necesita de esto, sino del amor que lo cubre todo. Por amor se quiere, por amor se trabaja, por amor se cura, por amor se vive, por amor se perdona, por amor se comparte lo que tenemos y por

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amor llegamos a nuestro Padre Dios”. Diciendo estas palabras terminó su discurso. En el ambiente había un silencio mezcla de reflexión, de gratitud, de arrepentimiento y de entusiasmo a la vez. Todos estaban sobrecogidos por el ardor y verdad de sus palabras que merecieron la admiración de Jesús y de sus hermanos. Jesús lo felicitó después de la oratoria y los demás de la misma manera.

Al día siguiente partieron hacia Jericó, que estaba paralelo al río Jordán. Durante el viaje los apóstoles le hicieron a Jesús preguntas acerca de los espíritus que poseían a los hombres y Jesús les dijo: “Todo ser humano siempre tiene cerca el mal acechando esperando el momento de atacar. Si el hombre es débil, entra dentro de sí, se posesiona de la persona y empieza a hacer el mal de muchas formas. Pero suele suceder en ocasiones que ejerce el mal aún sin posesionarse del ser humano. Puede incluso dar un aparente bienestar, pero a la vez, sutilmente, es egoísmo y el corazón se endurece a la pobreza y no tiene lástima del prójimo, porque entre más mal hace, más se fortalece el espíritu de maldad. Juan dijo: “¿Maestro, por qué el espíritu del bien se retira si siempre el bien acaba con el mal?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. El ser humano tiene la facultad de defenderse y pedir ayuda, pero esa ayuda Divina está latente y espera que el hombre se decida a no hacer el mal. Si se sostiene, esa fuerza divina llega como refuerzo, y ayuda a vencer la situación. De resto no lo hace. Uno debe dar el primer paso para defenderse”. Todos callaron al oírlo y después preguntaron: “Maestro, si a nosotros nos pasara, ¿que deberemos hacer?” Jesús contestó. “Ustedes tienen un poder, pero deben aumentarlo día a día, porque cuando les nombran la muerte cambian. ¿Quien la nombra? Las fuerzas del mal en forma de hombre, para saber si son capaces de defenderse de esos ataques. En eso influye la fe. En ustedes primero y segundo en ese ser Divino que

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es nuestro Padre. En segundo lugar el Padre, porque Él deja hacer esa voluntad de lucha, y espera que el hombre active la fuerza que tiene dentro de sí. Al notar nuestro Padre, esa valentía llega a nosotros y nos cubre con todo su poder y gloria”.

Luego siguieron su camino hacia Jericó donde los esperaba la gente con deseo de conocer a Jesús, el gran profeta que hacía milagros. Al entrar a Jericó estaba la gente reunida y al verlos se sintieron admirados de su andar, su rostro iluminado y su túnica de azul y blanco. No tenían palabras para dirigirles un saludo y Jesús dijo: “Os bendigo, hermanos míos, y que la paz sea con ustedes”. En ese momento llegó una madre angustiada por la muerte súbita de su hija que la quería mucho. Se arrodilló delante de Jesús y dijo. “Maestro, salve a mi hija por amor a su Padre” y Jesús le dijo. “Tu hija está muerta, pero llévame a ella” y salieron todos hacia su casa. Allí la familia lo esperaba y lloraba por la muerte de esa niña. Jesús dijo “Yo la iré a ver” y lo llevaron hacia su habitación. La niña en su cama, para Jesús estaba durmiendo, pero para sus familiares estaba muerta. Jesús se sentó al lado y tendió sus manos sin tocarla y le dijo: “Hija mía, termina tu sueño y abre tus ojos”.

Al instante la niña abrió sus grandes ojos, rió a Jesús y le dijo: “Maestro, que sueño tan bello que tuve”, y se levantó ante los ojos atónitos de todos, pero con la mirada llena de paz, y continuó diciendo “Hagan de cuenta que desperté no más” y allí al momento le dijeron: “Hija te tenemos fiesta por la llegada del maestro Jesús y sus discípulos” y así fue. Una fiesta llena de alegría y la niña bailó para Jesús. Todos murmuraban, pero nadie nombraba la muerte.

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En esa casa se quedaron unos días y fueron invitados a otras casas. Los discípulos predicaron con más fervor y fe las enseñanzas de Jesús y de su Padre.

Después de veinte días se reunieron para darles las gracias a Jericó y a su gente. En esa ocasión Jesús pidió a Mateo que hablara con sabiduría al pueblo de Jericó. Mateo levantó sus manos y bendijo a la muchedumbre y dijo: “Hermanos míos, les hablare sobre la muerte que para todo ser humano es un dolor y es un miedo. La razón es porque no han tenido una vida buena, ni justa, ni amor a sus semejantes sino odio y envidia. Esas personas, cuando la muerte se acerca en diferentes formas, se angustian por tener que partir y tener que dejar todo lo que tienen, sus bienes. Ese apego a lo material no sirve, porque nada se lleva al morir, solamente una túnica. El que ha vivido una vida llena de amor y justicia no le tiene miedo a la muerte. La espera con amor, porque sabe que hay un sitio más bello y lleno de paz. Esa muerte es como un gran sueño que uno tiene, y cuando se despierta ve lo bello que es. Hermanos, todos soñamos sueños bellos, que estamos en otro territorio lleno de jardines, ríos y animales, donde nos reciben con amor y nos tienden los brazos para recibirnos. No hay temor de nada. Ese sueño es bello y uno se despierta con tristeza porque no fue una realidad sino un sueño. Hermanos míos, uno tiene que estar preparado y pedir ayuda durante su vida, para que cuando llegue ese momento glorioso no sea un sufrimiento, y es lo más seguro, porque la muerte no avisa sino que llega. Si estamos preparados, no sufrimos. Si no lo estamos, sufriremos mucho. Hermanos míos, si ustedes abren la puerta a esa nueva vida tan bella que tendremos, llegará con todo el amor. No nos hará sufrir. Se acostara y al dormirse seguirán ese sueño, sin despertarse nunca.”

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Mateo miraba de un lado a otro tratando de conocer la reacción del pueblo y se asombró de ver la admiración que sentían por el modo expresarse sobre la muerte que tanto miedo da. Para terminar Mateo dijo: “Hermanos míos. Os bendigo en nombre del Maestro Jesús y de nuestro Padre Dios, Que la muerte sea como una invitación a una fiesta, la más bella que ustedes puedan imaginar”.

El Maestro Jesús que estaba con ellos los bendijo y les dijo: “Les dejo lo más grande en el universo: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Y a mi Padre que está en los cielos, que todo lo sabe y todo lo perdona, y los lleva en su gran templo que es el corazón, que es la chispa Divina en cada ser de ustedes”.

Se despidió Jesús con una imposición de manos para todos, y se retiró a la morada de otra familia de Jericó.

Al siguiente día salieron para Qumram. Este viaje si fue más largo y el camino más árido y montañoso. Se encontraron caravanas que venían de la zona del Mar Muerto. El viaje duro ocho días, y se refugiaban debajo de los bosquecillos y cuevas para protegerse del frio y la lluvia. De día un calor abrazador. De día su comida siempre fue pescado seco pan y agua.

En este viaje tuvo una charla con sus hermanos de la nave, y su tristeza por el poco tiempo que le quedaba para su final, pero era su alegría verlos nuevamente, y sentía esa fuerza y ese apoyo espiritual de ellos. Hasta que por fin vieron las rocas donde estaba el monasterio de los esenios, que eran ermitaños respetados por todos y nadie se metía para nada con ellos. Llegar a su monasterio era casi imposible para cualquier humano. Los monjes tenían un camino secreto.

Al Maestro Jesús lo estaban esperando dos monjes. Pero allí solamente subió Jesús. Los apóstoles se quedaron en el llano.

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Jesús principio su ascenso hacia el monasterio enclavado en la roca viva, guiado por dos esenios. Jesús fue silencioso durante el ascenso, hasta que llegó al monasterio. Allí los esperaba el guía de los esenios y le dijo: “Maestro, bienvenido a este humilde hogar. Ya sus hermanos de las naves nos avisaron de su llegada y queremos tener una conversación acerca del cosmos y cómo se desarrollará su regreso a Venus, y cuánto tiempo tendrá la tierra para lograr la paz, después de las guerras y el cataclismo final”.

Jesús los saludó como si se conocieran y entraron a una sala y se sentaron a una mesa redonda, como el firmamento, y en el centro estaba la tierra en un globo. Al hablar Jesús les dijo a sus doce esenios. “Después de mi muerte en la cruz, resucitaré al tercer día y visitare por última vez a los discípulos para mostrarles el poder mío y el de mi Padre, y dejarles las enseñanzas de amarse y respetarse. Pero esto sirvió muy poco, todo lo tergiversaron y cambiaron los representantes de mi. Fueron en un camino contrario y las enseñanzas fueron diferentes. Las fuerzas del mal también entraron por la codicia del hombre y los llevaron al poder, a la lujuria y al cataclismo”.

Jesús les mostró, en frente de la tierra que ellos tenían, como en una visión, lo que iría a pasar y el globo terráqueo que tenían en el centro de la mesa cobró vida y vieron todas las luchas, todas las guerras, el poder de Roma nuevamente, y cómo terminaron con el poder de la iglesia en manos de Luzbel. También les enseñó la última guerra que se iniciará en Jerusalén después de dos mil años de esta era. Y les dijo: “Esta lucha entre hermanos es por el dinero y por el poder. Pero las leyes del cosmos no se cambian. El oriente destruye al occidente, y el oriente será destruido por los cuatro elementos de la tierra. Luego una gran roca que viene del espacio caerá en el océano atlántico, cambiará el rumbo de la tierra y nacerán

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nuevos continentes. Pero antes de esto serán trasladados fuera de la tierra los seres escogidos, no importa religión o color, hacia nuestras naves, antes del gran cataclismo. En la nueva tierra, los polos serán los continentes y los continentes antiguos pasarán a convertirse en polos. Los seres que están en las naves regresarán a la nueva tierra, para habitarla con amor, y nunca volverá a haber maldad, ni odio, ni dinero, ni muerte, y vendré yo a gobernarla”.

Los esenios callados, miraban con horror lo que se avecinaba a la tierra, pero respetaban la decisión de la Junta Cósmica, guiada por Dios o Jehová.

“Maestro”, dijo un esenio, “¿Y las fuerzas del mal?” Y contesto Jesús: “Se sacarán para otro sistema de la galaxia, con todos los espíritus que no ascendieron en la tierra, y tienen que sufrir, hasta que paguen todo”.

Jesús estuvo con los esenios ocho días mientras sus discípulos oraban y esperaban con paciencia, menos uno, Judas Iscariote, que renegaba siempre. Jesús, luego de despedirse, volvió con sus dos guías hasta donde estaban sus discípulos y les dijo: “Me alegro por la paciencia que tuvieron, pero era importante esta reunión que tuve con los esenios”. Estuvieron dos días más en oración y ayuno en este sitio.

Al amanecer salieron para la orilla del mar Muerto para que lo conocieran sus discípulos y contarles el porqué de éste mar sin vida. Después de cuatro días de camino llegaron a la orilla del Mar Muerto y en ella encontraron una caravana de comerciantes y unos pastores con sus cabras. Al llegar Jesús les dijo: “Esta es agua, pero muerta, no tiene ninguna clase de vida y no acepta ningún pez. Del mar de Galilea le llega el agua y aquí muere. Siempre el mal está cerca del bien, ésta agua es densa, pero medicinal, y la historia de éste mar se las contaré en la roca de Masada y desde allí sabrán toda la

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verdad de cuanto pasó aquí. El mar tenía vida y por lo tanto peces, pero después de lo sucedido murió cuanto había en él. Allí sólo estuvieron un día porque sintieron curiosidad de salir hacia la cumbre de Masada, porque sentían miedo de estar a la orilla de ése mar quieto y turbio, aunque le cayeran las aguas del mar de Galilea, el cual a su vez es alimentado por el río Jordán. Pensaron que, de la misma manera que el hombre se corrompe cuando la maldad llega a él, tal vez el mar muerto fue escenario de otros males.

Esa noche se quedaron y al día siguiente salieron hacia Masada, que quedaba cerca. En ella vivía una tribu de nómadas, criadores de cabras. Era un lugar estratégico, con una vista muy amplia, con caminos secretos para llegar a su cima. Algunos miembros de la tribu los esperaban para guiarlos y al llegar a la cumbre, les dieron la bienvenida. Jesús los bendijo y luego, apartándose un poco con sus discípulos, fueron a la parte más alta de la montaña. Desde allí les mostró el mar Muerto y les dijo: “Ahora si les voy a contar todo”. Pero antes rogó al guía que los dejara solos por un tiempo, para dialogar en privado con sus discípulos.

La vista era muy extensa y hermosa, y Jesús comenzó. “Hace muchos años, antes de Abraham, aquí existían dos ciudades muy prósperas pero muy malas, que se llamaban Sodoma y Gomorra. El mar era tan bello, como el mar de Galilea. Era un paraíso, y la naturaleza les daba todo cuanto necesitaban, pero sus habitantes se habían corrompido en la idolatría y la lujuria. Jesús les mostró las dos ciudades, pero ellos sólo vieron montículos de arena; entonces por una regresión visual hizo que los discípulos vieran las dos ciudades, el mar y sus valles. Ellos quedaron profundamente sorprendidos y admirados al ver la belleza y prosperidad de las ciudades, aún hasta las de aquellos pescadores, como ellos, quienes con sus

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embarcaciones pescaban en las orillas del mar. Era tan real la visión que quisieron salir desde Masada a encontrarse con los pescadores, pero Jesús los volvió a la realidad. Al ver la transformación tan triste los discípulos le preguntaron a Jesús la razón por la cual el Padre había permitido la destrucción de todo, incluidos los pescadores y las aguas.

Jesús les explicó: “A sus gobernantes se les enviaron mensajes para que cambiaran, pero no hicieron caso. En Sodoma vivía una sola familia buena, y por ésa familia no habían sido destruidas las dos ciudades. Al ver esto se les envió un ángel que les dijo: “Salid de ésta ciudad a la madrugada, porque todo va a ser destruido”. El maestro, para que le creyera ésta familia, se iluminó e irradió paz y amor. De esta manera pudieron salir a la madrugada, pero se les advirtió no mirar hacia atrás porque las irradiaciones de ese poder destructor entran por los ojos y lo aniquilan todo. No hizo caso la mujer y quiso ver, por curiosidad, lo que iría a pasar. Vio las cosas que pasaron y murió. Al destruirse las dos ciudades por un rayo del cielo, afectó al mar y todo ser viviente en los alrededores, quedando todo como en ese momento lo estaban viendo los apóstoles. Las ciudades, con sus habitantes convertidos en polvo. Esa es la historia.

Los discípulos reclamaron a Jesús el por qué el Padre no perdonaba a nadie que es malo. A lo cual contestó el Maestro: “Él sí perdona, si se arrepienten y cambian, y cumplen lo prometido, pero los seres humanos hacen maldad y se arrepienten, pero vuelven a caer, y por lo tanto tendrán que sufrir por toda la eternidad bajo la mirada de Luzbel.

Al terminar la visión se dirigieron hacia las cabañas de los pastores, quienes los esperaban para una cena. Jesús nunca contó a sus discípulos que aquellas ciudades fueron destruidas por una nave espacial que, con un rayo, volatilizó todo. Y el

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resultado quedó en la humanidad como testimonio de la justicia y el poder Divinos.

Allí estuvieron cinco días y en ésta ocasión quien tuvo que hablar fue Simón, quien se dirigió con amor y sabiduría a las muchas familias de pastores.

Mientras Jesús salía, al otro extremo de Masada, Simón reunió a los pastores que allí vivían. Una tribu que escogió esa meseta para defenderse de los romanos. Simón dijo: “Hermanos míos, en nombre de nuestro Padre y del maestro Jesús los bendigo a todos.” Y agregó: “Esa humildad que tienen para guiar a sus animales y defenderlos, eso lo hacemos todos los discípulos de Jesús, guiar por el camino del amor, la justicia y la hermandad. Hace cientos de años, en ese valle del mar muerto, había dos ciudades prósperas, un mar lleno de peces, y unas llanuras verdes y productivas. Pero los seres de las dos ciudades se corrompieron y Dios les mandó dos ángeles para que se arrepintieran de toda maldad. Sólo una familia acató, y por ella Dios no castigaba a las ciudades. De nuevo los ángeles regresaron para hacer cumplir los mandatos. Ellos no obedecieron, y entonces sacaron a ésta familia de la ciudad y ya muy lejos, llovió azufre sobre las ciudades y las destruyó. Los ángeles advirtieron a la familia no mirar hacia atrás, porque podrían morir. La esposa del jefe del hogar, por curiosidad, no atendió la advertencia y murió. También el mar y los seres vivientes fueron destruidos, por eso ahora son desiertos. De la misma manera los malos que no tienen amor tendrán su castigo, si no se arrepienten a tiempo. Hermanos míos, ésta historia se las cuento, no para llenarlos de temor sino para hacerles un llamado para que sean justos con sus hermanos, que si necesitan ayuda, la concedan, como también dar mucho amor a las familias”. Un pastor preguntó a Simón: “¿Porqué Dios es tan duro, destruye todo y no perdona?” Simón respondió: “Dios es amor, pero si el ser humano no

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entiende, pasa mucho tiempo y esos seres se vuelven cada vez más malos, Dios no permite que sigan dañando a otros seres buenos”.

Simón levantó sus manos y los bendijo a todos. En ese momento llegó Jesús, quien también los bendijo en el nombre de su Padre.

Mientras Jesús estaba en el otro extremo de Masada, se le apareció Luzbel. Ya sabía Jesús que Luzbel quería demostrarle a él que tenía poder en la tierra. Luzbel dijo a Jesús: “No le digo hermano, aunque sí fuimos hermanos. Por el orgullo mío y por querer ser el que quiso todo, me enviaron a la tierra como mi refugio, con mis ejércitos y mis poderes. Continuó diciendo: “Si tú te arrodillas ante mí, te daré toda la tierra, (en esto hizo ver a Jesús todas sus posesiones, pueblos y ciudades) y tú mandarás sobre ella”. Pero Jesús contestó: “Luzbel, yo vengo a rescatar la tierra de ti y de tus legiones. Yo tengo el poder de nuestro Padre, pero no acepto nada” A lo cual replicó Luzbel: “En éste momento Tú no puedes contra mí, porque eres humano. Tú hiciste una promesa que yo presencié. Eres humano en cuerpo, y por lo tanto mortal y débil como todos” Jesús respondió “Apártate de mí, porque ésta fue voluntad mía, reconocida y aceptada por el Padre. Mis hermanos siempre están cerca para protegerme de ti, y tú lo sabes.” Sigue Luzbel: “Yo puedo hacer que no sufras, que no te crucifiquen, que puedas vivir como un rey, con todas comodidades, con mujeres bellas”. Diciendo esto le mostró un castillo con toda la servidumbre, con exquisitos manjares. Serás el rey de la tierra y los romanos se doblegarán ante ti”. Todo esto se lo reveló, como en un gran telón, para que lo viera bien. Y Jesús le dijo: “No más, yo se que tú tienes un enviado entre mis discípulos, entonces que la voluntad de mi padre se haga” Al decir esto levantó los brazos al cielo y apareció la nave que siempre lo acompañaba, y al ver esto

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Luzbel desapareció. Jesús entonces dio las gracias a su padre y salió hacia donde estaban sus pastores.

Pasaron algunos días en Masada, después se despidieron y bajaron hacia el valle, se reunieron con otros pastores quienes pidieron a Jesús que les hablara en el Monte Ebrón, a donde se dirigió con esta nueva caravana de pastores. En dicho lugar lo esperaban a su vez personas de diferentes lugares. De los alrededores del mar Muerto, de Masada, de Qumram y de Belén que al saber desde hace casi tres años, volvían a esos parajes.

Al llegar Jesús a Ebrón tuvo la inmensa sorpresa de encontrarse con su madre, familiares de ella y todos sus amigos, que ahora ya sabían quién era Jesús. El encuentro fue muy grande. Ambos lloraron de regocijo por este reencuentro. Jesús sabía que el tiempo se estaba acabando y tenía que ser fuerte como humano, luego de éste recibimiento y la gran cantidad de gente de todas partes, aún romanos y sacerdotes. Para los sacerdotes Jesús significaba un peligro, y lo vigilaban constantemente. Aunque los romanos nunca vieron armas en Jesús, sino palabras de amor, y nunca contra roma, hacían presencia en el lugar para apoyar la actitud de los sacerdotes.

Esta reunión se inició después del medio día, cuando era menor el calor. Jesús en lo alto del monte, desde donde los bendijo y les dijo: “Hermanos míos, Mi tiempo se está terminando y ya falta muy poco, por eso quiero que todos se vuelvan uno solo para glorificar a nuestro Dios, que es bueno y bondadoso; que detiene el mal y da la vida. El que ilumina nuestro camino. El que da amor a todos, el que hace justicia, el que cuida a los pobres, el que cuida a las viudas, el que comprende su vida, el que da de comer al hambriento y da de beber al sediento, el que guía en el camino al caminante, el que destruye la muerte, el que enjuga las lágrimas de los que sufren, el que detiene al

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que va a hacer el mal, el que da la vista al ciego, al que coge de la mano al niño, el que hace llover y el que hace el verano. El que hace temblar la tierra y calma las tempestades. Aquel de quien se sabe que ninguna hoja del árbol se cae sin su voluntad, el que está en todas partes y el que habita en cada uno de nosotros y habita en un templo que se llama corazón. Ese es mi padre y no lo niego. Es el que me ha ayudado para hacer milagros, sanar enfermos y resucitar muertos. Yo os digo que si ustedes llegan a lo más profundo de sus corazones y piden con amor a Dios, harán cosas más grandes que yo, y la sabiduría que está en cada uno de ustedes brillará como el sol cuando sale en la mañana. Hermanos míos: mi Padre, que es el vuestro, no necesita ninguna religión, sino que se Amen los unos a los otros y que se respeten sus ideas, porque todo camino conduce a Dios si ese camino se hace con amor y se unen con su mente. Lo material es una necesidad en la tierra, pero no una necesidad en el cielo. Cuando mueren todo lo dejan, pero las obras buenas se las llevan y ese es el escudo para entrar al lado de mi Padre. El dinero no es que sea malo sino es el hombre quien le da la utilidad apropiada. Pero si el que tiene dinero lo comparte con quien lo necesita, más le llegará con justicia. Pero si no lo hace, se hundirá apenas deje esta tierra. Los sabios, entre más sabios deben ser más humildes y compartir su sabiduría, y les llegará más. El que es fuerte, debe dar gracias a Dios y defender al más débil y cuidarlo. El que adora las imágenes, no lo haga, más porque ellas no tienen vida. Es mejor estar solo y orar en silencio, porque así mi padre les oye. No vociferen ni grites, por que no los oyen. El templo se hizo para reunirse por gloria a mi padre, pero no porque él esté en ese sitio exclusivo. Él está en todas partes. Nunca, cuando sanen a un hombre, lo toquen, sino impongan las manos y pidan la ayuda de Dios, y con fe curarán a esa persona, porque de las manos irradia una luz invisible, como energía que cura.”

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El sol se ocultó tras las nubes para dar sombra y aliviar el calor de los presentes. Jesús pidió a sus discípulos ayuda para hacer de nuevo el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, para alimentar aquella multitud, y con ello enseñar que es necesario y justo dar de comer al hambriento, no solo en el espíritu sino en la materia. Consiguieron unos peces y unos panes que llevaron a Jesús. Jesús cerró los ojos y levantó sus manos hacia el cielo, y luego los dirigió a las canastas y se realizó el milagro. Los apóstoles organizaron a las personas en fila para que recibieran su provisión. Todos comieron pescado seco y pan. La bebida provenía de unos calabazos desde donde fluía el agua. Todos tomaron de ella. Se realizó un nuevo milagro con el agua. Su madre dio las gracias a su hijo por esto y Jesús le dijo: “Madre, esto y mucho más se merecen si mi Padre, por voluntad me ayuda”.

La noche caía, pero no se querían ir. Aunque Jesús no hablaba, solamente su imponente figura se iluminó y con esto bastaba para que aquella multitud quisiera permanecer junto a él. Jesús de nuevo los bendijo y dijo: “Todo aquel que tenga una enfermedad, y crea en mi Padre, se sanará” y levantando sus manos oró. Así terminó su sermón, el penúltimo. Con lágrimas en sus ojos se despidió de su madre y le dijo “Madre, el tiempo se acaba, regresa a Belén, que yo luego llegaré allí, de donde partiré hacia Jerusalén, mi último recorrido, después de casi tres años de mi vida pública”. Después de ello se retiró a descansar y salir hacia Herodión, para buscar en dónde enterraron a Juan El Bautista.

Hacia la madrugada salieron para Herodión Jesús y sus doce discípulos. En el trayecto revivieron la muerte de San Juan ordenada por de Herodes. Jesús les habló de la misión de San Juan, de cómo llegó a predicar desde muy joven, porque él no tuvo su vida privada, sino que todo el tiempo estuvo en el desierto orando y pidiendo sabiduría, para poder hacerle un

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camino a Jesús. La gente de Israel creía que era el que los iba a libertar del yugo romano, pero lo veían tan humilde y tan mal vestido como un anacoreta que no veían en él sino un santo; su sabiduría si era inmensa. Les hablaba del Nuevo Reino de Dios, de la igualdad de los seres humanos, de la ley del amor, de compartir con todos y de bautizarse en un río: El Jordán. Con el poder del agua los bautizaba y les avisaba la llegada del Hijo de Dios. De un ser superior a todos. Ellos creían que era un guerrero con ejércitos para destruir a los romanos, pero Juan El Bautista les decía: “El hijo de Dios no es guerrero, ni viene con ejércitos, sino viene a enseñarnos como vivir bien y en paz, y poder ascender a los cielos”.

Herodes lo visitaba con su guardia a la orilla del Jordán y le daba gracias, y se dejaba regañar por Juan El Bautista, porque él les decía a los sacerdotes del Sanedrín que Juan no era ningún peligro para Roma y que lo dejaran en paz. San Juan Bautista nunca salió a ninguna ciudad, excepto a Jerusalén y al palacio de Herodes, invitado por él. Ellos, Juan y Herodes, tenían conversaciones a nivel muy profundo sobre los dioses y un Ser Superior que Herodes respetaba, todo ello sin decirle a sus súbditos. Herodes no lo dejaba tocar ni encarcelar. Era una orden que se le respetara. Pero llegó un momento en que Salomé lo convenció para que llevara San Juan al palacio y así poderlo conocer personalmente. Quiso la bailarina seducir al santo y como este se opuso a ello, convenció a Herodes de efectuar una apuesta: A sabiendas de la debilidad que sentía Herodes por verla bailar; lo convenció de que si bailaba para él, entonces el tetrarca le daría lo que ella pidiera. Salomé bailó la danza de la muerte y pidió a cambio de ello conceder una petición a su madre, quien exigió por ello la cabeza de Juan el Bautista. Herodes se levantó y respondió: “Todo te daré menos la cabeza del Bautista”. Ante ello los invitados le hicieron cumplir la promesa pública que había hecho a

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Salomé. Así se cumplió la ley de su muerte. La voluptuosidad de la carne encegueció el alma de Herodes y a partir de aquel instante empezó su derrumbe, a tal punto que quiso retirarse y se fue de Herodías por un tiempo. Así terminó Jesús, en pocas palabras, la vida de San Juan Bautista.

El camino era tortuoso y largo, fueron algunos días, y llegaron por fin a un poblado donde los esperaban algunas personas quienes lo llevaron a la tumba de San Juan y desde allí se veía a lo lejos el palacio de Herodías, pero Jesús no fue a él. Allí se le unieron más personas que no quería a los romanos y si en cambio a San Juan Bautista y que también sabían de los milagros de Jesús. Llegaron cojos, enfermos, ciegos a pedirle a Jesús la curación en nombre de San Juan. A todos ellos Jesús los sanó, para que supieran de la gloria de su Padre Dios y de sus enviados. Allí tomó la palabra Judas Tadeo y se dirigió a las personas: “En estos casi tres años siguiendo al Maestro Jesús, recibiendo sus enseñanzas, siguiendo su ejemplo de predicar felizmente, aún a sabiendas de la proximidad de su fin, observando la forma de expresarse y siendo testimonio de su fe inmensa en el Padre y el inmenso amor que profesa por todos los hombres, buenos y malos, observando cada día su gran sabiduría, siento el deseo inmenso de imitarle y pedirle se me conceda el privilegio de hacer un milagro que beneficie a aquel que más lo necesite” y prosiguió ya de una forma directa a Jesús: “Maestro déjame hacer un milagro a nombre de San Juan Bautista”. Y Jesús respondió. “Tú lo has dicho, conforme a tus deseos, ve y hazlo”. En ese momento llegó una anciana enferma que llevaban en una parihuela, porque no podía caminar. Judas Tadeo le dijo: “En nombre de mi Padre levántate y anda” y así fue que ella se levantó y caminó, y quiso arrodillarse ante Judas Tadeo quien le dijo: “Hazlo delante de nuestro Padre Dios que me dio el poder de sanarte”. La anciana abrió los brazos al cielo, oró de rodillas y

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lloró de alegría. Judas Tadeo la levanto del suelo y le dijo: “Ve con Dios y en paz”.

Jesús entonces lo felicitó y les dijo: “Todos tienen ese poder de sanar si les nace hacerlo por amor y con humildad, no porque tengan poder”.

Ya era muy tarde y fueron invitados por la anciana a su casa para que descansaran y comieran algo. Allí pasaron la noche y al amanecer salieron para Belén, donde los esperaba María, la madre de Jesús y todo el pueblo de Belén para darles la bienvenida y poderlos conocer, esta vez a todos uno a uno.

El camino fue largo y triste porque primero pasaron por la dura experiencia de ver donde fue enterrado San Juan Bautista y luego pensar que ya llegaba el final de los últimos días de enseñanza a los seres humanos. La marcha fue durante todo el trayecto sin pronunciar palabra, pues los apóstoles respetaban a Jesús en sus tiempos de silencio. Llegaron de noche y lo estaban esperando su madre y algunos amigos en su casa. Fue una gran felicidad el encuentro entre María y Jesús. Los abrazos de los discípulos a María y sus amigos eran los de una gran familia. Sólo uno de ellos, Judas Iscariote, se sentía extraño y particularmente afectado, tal vez por el extraño presentimiento de que su proceder desencadenaría la traición de la entrega.

Jesús se quedó en casa de su madre. Los otros discípulos se repartieron entre los amigos de María en el pueblo. La madre le preguntó a Jesús cómo se sentía después de su recorrido por toda la región de su pueblo. El le dijo: “Madre, estoy contento y satisfecho por la obra que hice ante los ojos de mi padre, pero a la vez triste, porque de esto, con los siglos, no quedará nada de mis enseñanzas en esta tierra bendita. Los humanos no comprendieron mis enseñanzas y el mal pudo más, pero la ley Divina se cumplirá, porque se dio una última

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oportunidad a los seres de la tierra. Puse este grano para que se riegue por todo el mundo, y cayó en manos de quienes no debían haberlo hecho de esa manera”. La madre María asombrada dijo: “Hijo, tu cumpliste el designio del Padre y la humanidad no te oyó, por ellos los que se salvarán serán muy pocos en el día del Juicio Final”. El diálogo entre hijo y madre se remontaba al futuro, a siglos posteriores y finales de los últimos tiempos, cuyas manifestaciones ya se sienten sobre la tierra. Un diálogo de estos nunca habría sido comprendido por ningún hombre. Jesús contestó a María: “Madre mía, tened paciencia en mis últimos días porque entraré triunfante a Jerusalén pero saldré hacia el Calvario después de que uno de mis discípulos me entregare”. La madre añadió: “Hijo, pídele a tu Padre que te defienda, y Él te mandará ejércitos, y serás un rey y te respetarán” Jesús dijo: “No madre mía. La ley está lista y se cumplirá en mí, la palabra de mi Padre. Madre mía, sí hay un ejército de hombres y pueblo que confían en mí pero como humano, y piensan que a la fuerza yo voy a destruir a los romanos, pero no es así, y conforme a la Ley yo entraré triunfante a Jerusalén, aunque después tenga que morir”.

Jesús se despidió de su madre para descansar y orar sólo ante su Padre. Entró en su humilde habitación y postrándose elevó sus manos al cielo y dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, no me desampares ni un solo momento, pero que se haga Tu Voluntad y se cumplan tus leyes, como yo he cumplido aquí en la tierra”. Al momento llegaron sus hermanos y ante él estaban: Moisés, Elías y Sanat Kumara, quienes le daban valor para terminar su misión en la tierra. Había tristeza entre ellos, no tanto por lo que iba a suceder sino porque nunca entendieron el mensaje los seres humanos, especialmente ellos, esta parte de la tierra que tuvo el privilegio de tener a Jesús y recibir sus enseñanzas directamente de

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sus labios. Jesús suplicó: “Hermanos míos, acompáñenme hasta el último momento, para que desde arriba me den esta fortaleza que necesito porque el sufrimiento que voy a recibir es en el cuerpo humano, y debo soportar todo el dolor como ser humano y no como Divino. Esto lo pedí para proteger la tierra de otro cataclismo, y debo esperar con amor todo”.

Después de este diálogo los Maestros prometieron no dejarlo solo hasta después de crucificarlo. Ellos estarían con Jesús sin poder hacer nada para ayudarlo, se despidieron y desaparecieron. Jesús quedó solo y triste. Lágrimas corrieron por sus mejillas y luego cayó al suelo como muerto.

Al otro día despertó Jesús con una algarabía y unos gritos: “Que viva El Rey De Los Judíos, que él si nos va a salvar de los romanos y nos guiará hacia la victoria, en Jerusalén”.

Al salir Jesús y María, había una gran cantidad de personas esperando a Jesús para acompañarlo a Jerusalén, para una entrada victoriosa. Los romanos que estaban cerca huyeron, por el peligro que existía al intentar apresar a Jesús. El Maestro les dio las gracias y sonriente dijo: “Yo no soy su rey, no vengo a pelear contra los romanos. Quiero ganar con amor, justicia y equidad para todos. Sí los guiaré y entraré con todos ustedes hasta el templo de mi Padre en Jerusalén, pero nunca cogeré ningún arma.

Entre la multitud había guerrilleros que luchaban contra los romanos y los mataban y emboscaban, y aprovechaban esta fama de Jesús para nombrarlo líder de un movimiento contra Roma. El pueblo de Belén estaba lleno de gente que provenía de otros pueblos vecinos donde había estado Jesús, quienes, por agradecimiento por sus milagros, por sus enseñanzas y amor al prójimo, lo fueron a recibir a Belén, porque quería estar junto a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén. Los discípulos estaban admirados por esa gran cantidad de gente.

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Eran cientos de personas esperando la orden de Jesús para partir hacia Jerusalén.

Esta entrada triunfal era una amenaza contra el Sanedrín y sus sacerdotes. Jesús buscó un sitio fuera de Belén y se dirigió a la gran muchedumbre que quería oírlo nuevamente y les dijo: “Hermanos míos. Les doy las gracias por este recibimiento y el amor hacia nuestro Padre y hacia mí. Los bendigo a todos los presentes, el que tenga alguna enfermedad sea sanado en nombre de mi Padre. Les pido que esta marcha sea de amor a todos ustedes y ejemplo de unión. Les pido también que por ello no lleven arma de ninguna clase y así se hará una entrada triunfal llena de amor y poder, un ejemplo para todos. También deseo que esta marcha se haga dentro de dos días, para esperar nuevos hermanos que vienen de lejos para acompañarnos”. Diciendo esto extendió sus manos y los bendijo a todos.

Estas palabras de Jesús fueron dichas con la doble intención de dar tiempo a que llegara más gente y también entrar a Jerusalén justo en la pascua.

Jesús volvió a su casa con su madre y los discípulos para organizar la marcha hacia Jerusalén. Después de hablar con ellos, salieron a reunirse con los líderes que llegaron de cada ciudad, quienes se encargarían de coordinar a los que en el camino se sumarían a la marcha.

Pasaron los días acordados y todos estaban listos. Salió Jesús con sus discípulos adelante, al amanecer. El camino era largo y tenían que acampar durante dos noches para llegar en la mañana del tercer día a Jerusalén. La marcha era muy alegre durante el primer día. La cantidad de personas, hombres, mujeres, niños y ancianos, hacía que la marcha se desarrollara con lentitud. De noche era bello ver la cantidad de fogatas para cocinar el alimento y darse calor. Los gritos de los niños, las

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charlas de las mujeres y los hombres reflejaban un ambiente de dicha ya que nunca antes se había reunido tanta gente como en esta ocasión. Al segundo día se le unieron más personas y más animales, llevando comida. Jesús gozó como nunca. Siempre atento contestando preguntas a todos los líderes y jugando con los niños para ver si se le olvidaba el dolor que ya se sentía más cercano. La segunda noche se vio el doble de las fogatas. Era una marcha gigantesca. Los romanos se quedaron quietos y se acuartelaron. Ellos no se dejaron ver, para no comprometerse a una guerra. Los sacerdotes también prefirieron mantenerse en sus casas, porque aparte de que no querían precipitar un encuentro violento, así mismo la presencia de Jesús les infundía respeto y también odio.

Al amanecer del día tercero estaban ya cerca a Jerusalén y se oían cánticos y música que provenían del templo. Las puertas estaban abiertas y la gente de Jerusalén era muchísima que estaba a la expectativa de conocer a Jesús, porque ellos sabían de oídas acerca de sus milagros y enseñanzas. Al llegar Jesús le tenían un burro como montura; aunque Jesús dijo que entraría a pie, no lo dejaron. Esa entrada de Jesús fue triunfal, y todos lo saludaban y aclamaban como el Rey de los Judíos.

Los sacerdotes pidieron a Poncio Pilato que disolviera esa marcha y él les dijo: “Nunca. Ellos no están armados, él no nos ha hecho daño alguno y según mis espías en Belén, Jesús les ordenó entrar sin armas y en paz, haciéndoles énfasis en aclarar que no estaban contra Roma sino que su mensaje era de amor y no de guerra” y agregó: “Sacerdotes, no molesten y tengan paciencia con Jesús, porque él no busca la guerra, y si llegare a haberla, los culpables serían ustedes”. Con esto los calló y ellos salieron.

Jesús recorrió todas las calles de Jerusalén y terminó en el templo de Dios. A su entrada se dirigió a todos los que estaban

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con él y les dijo: “Hermanos míos, os bendigo a todos y os amo. Yo quiero en este día pedir a todos los presentes la paz entre ustedes y no la guerra”. El público gritaba: “Viva el Rey de Los Judíos”, “Guíanos a nuestra libertad y que salgan los romanos de nuestro territorio”.

El ambiente se calentaba momento a momento. El ejército romano se retiró muy lejos; los sacerdotes también. No querían entrar por peligro. Si en ese momento Jesús, y Él lo sabía, hubiera dicho “Al ataque”; habría habido una masacre, porque el pueblo estaba enardecido y se sentía victorioso. Jesús no quería eso nunca, esa no era su ley, y actuó con toda la prudencia que su sabiduría le permitía y calmó a todos. Luego les dijo: “Volved hermanos a vuestras casas, y mañana estaremos todos juntos”. Él sabía que pronto se olvidarían de todo, y la vida seguiría lo mismo. Jesús entró al templo y oró a su Padre, aunque sabía que cualquier lugar es igual para dirigirse a Dios, Él lo hizo allí para respetar la ley de los judíos

Luego, estando con sus discípulos, llegaron los sacerdotes del Sanedrín a preguntarle. “¿Maestro, usted es el Hijo de Dios?” a lo cual contestó Jesús: “Ustedes lo han dicho” y continúa. “¿Ustedes sabían que yo puedo construir el templo en tres días después de destruirlo?” Los sacerdotes se miraron asombrados y dijeron: “Pero Maestro. Duraron muchos años para construirlo y ¿usted dice que en tres días lo levanta?” Jesús les contestó: “La ley de Dios se cumplirá, y verán con sus propios ojos que así se hará”. Ellos nunca se imaginaron que el templo al cual se refería era Jesús y que al tercer día resucitaría. A continuación le preguntaron: “¿Usted viene a derrocar el imperio romano?” y Jesús les contestó. “Lo que es del César, al César; lo que es de Dios, a Dios”. Y añadió: “Nunca deben temer, ni los romanos ni ustedes, que yo vengo a arrebatarles algún poder. A lo único que vengo es a predicar

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entre ustedes el amor, la paz y la igualdad, y a enseñarles a compartir con los que no tienen nada, sin entregarlo todo. La ley entra por la familia, la primera, y luego se extiende hacia los demás”. Las palabras de Jesús eran lacónicas y cortantes, nunca se demoraba en explicaciones. Y Jesús continuó diciendo: “Deben predicar mi enseñanza, pero deben saber que quienes la predican deben primero cumplirla, para poder instruir a los demás. El poder no es el dinero, el lujo, lo que tengan, sino el amor que den al prójimo”. En seguida le preguntaron los sacerdotes. “¿Cómo es que cura, sana, y levanta muertos. Eso no es del demonio? Y Jesús contestó: “Mi Padre me dio este poder. Cada uno de ustedes, pidiendo con amor y fe, se les puede otorgar lo mismo y harán cosas más grandes que yo. El poder de sanar lo adquieren con el tiempo y no todos pueden hacerlo. Para hacer justicia a los hombres es preciso aclarar que es Potestad de Dios el decidir la suerte de cada cual y sólo se le concederán los poderes o favores a aquel a quien el Padre así lo considere”. A lo cual los sacerdotes refutaron: “Pero la ley viene de Moisés y él nos la dejó”. Entonces Jesús agregó. “Hay leyes que se cumplen y otras no. Son diez los mandamientos, cinco son humanos y cinco son Divinos, y nunca los cumplen, y mi Padre le dio esos mandamientos a Moisés y fue él quien los promulgó”. Fuera de estos mandamientos hay uno más grande que todos: “Amaos los unos a los otros”.

Miremos los diez mandamientos uno a uno y veremos que ustedes, como sacerdotes, nunca los cumplen. El primero: “Amar a Dios sobre todas las cosas” ¿Acaso ustedes lo aman? Primero deben ser humildes y justos con todos. Dar de lo que tienen porque Dios está representado en todos los hombres, sean romanos, judíos o musulmanes. No importa el credo de ellos. El segundo: “No jurar su Santo Nombre en vano”. Siempre ustedes están jurando y no cumplen. En los negocios,

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en el templo, juran hacer justicia y amar a su prójimo y nunca lo hacen. Se burlan engañando al prójimo y los ritos son toda una farsa. Tercero: “Santificar las Fiestas”. “Ustedes no santifican las fiestas sino que las convierten en orgías, banquetes, danzas, lujuria y todos los placeros humanos, pero nunca hubo ni habrá unión entre Dios y los hombres mientras incurran en estos actos violatorios de la ley de Dios. Sacerdotes, hay que tener un momento de reflexión con Dios para saber orar y saber pedir. Hay que vivir un segundo intensamente con Dios y alcanzar la paz interna que los pueda hacer felices, y al sentir esa felicidad no la cambian por todo el dinero y poder de los hombres”. El cuarto: “Honrar a Padre y Madre”. “Si no honran a los seres que les dieron la vida, que los cuidaron y les dieron ejemplo, que les tienen paciencia y los guían; no están honrando a Dios. Nuestro Padre, al mandar a su hijo a la tierra, lo hizo para dar ejemplo de obediencia a los padres. De la misma manera que yo he venido para obedecer a mis padres, así también todos deben respetar y amar a los suyos, para que Dios recompense a quienes cumplen su mandato, pero nunca lo hará con quienes los irrespetan, desobedecen o injurian”. El quinto mandamiento: “No matar”. “¿Qué hacen ustedes? Juzgan y condenan a todos porque no hacen caso de sus creencias. ¿Acaso mi Padre dijo que todos deben ser guiados por los sacerdotes? Si cada ser humano sabe qué es lo bueno y qué es lo malo, se le dio el libre albedrío para cumplir la ley. Nadie tiene derecho sobre la tierra a condenar a muerte o matar a sus semejantes porque Dios, nuestro Creador, es el único dueño de la vida de los hombres”.

Y Jesús agrego: “Los cinco mandamientos restantes que son: El sexto no fornicar; el séptimo: No hurtar; el octavo: No codiciar los bienes ajenos. El noveno: No desear la mujer del prójimo. Y el décimo: No levantar falsos testimonios

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ni mentir. Estos mandamientos, ni ahora, ni al final de los tiempos los cumplirán”.

“Entonces, es necesario ganarse al pueblo con amor. Si se quiere ganar un hijo, trátalo bien. Si se quiere ganar un pueblo, trátalo bien. Si se quiere reinar, se justo con el reino. Nunca juzguen por lo que se oye sino por lo que se ve. Ustedes sacerdotes del Sanedrín tienen que dar ejemplo y ser razonables. ¿Por qué tienen miedo de mí si no voy a quitarles su poder sino a enseñarles lo que es el amor?. Entre más sabios sean ustedes, más humildes serán. Moisés dejó las Tablas De La Ley y predicó en su época, pero ahora las cosas han cambiado. Porque el hijo de Dios está con vosotros, lo cual es un privilegio, pero no lo aprovechan, y sí lo condenan sin ninguna razón” Los sacerdotes quedaron mudos y se miraron unos a otros y le dijeron: “Maestro: ¿Nos permite que uno o dos de nosotros lo acompañemos de lejos en su recorrido por Jerusalén, sin que nos haga daño ninguno de sus seguidores, y poder oír sus enseñanzas y ver sus milagros? Jesús les contestó: “Bienvenidos, porque todos somos hijos de Dios”. Pero Jesús sabía que era para tener pruebas contra Él. Los sacerdotes se despidieron sin decir nada y al salir buscaron al romano que mandaba la guardia de Poncio Pilato y le pidieron que hablara con ese hombre que se hacía pasar por El Hijo De Dios y que ponía en peligro su poder con los judíos.

El romano, capitán de la guardia, contestó: “Poncio Pilato dice que este hombre no es peligroso para Roma sino para ustedes y lo que si puedo es hablar con ese hombre y pedirle que nos deje a dos hombres de confianza para que lo acompañemos con todo respeto, y luego se lo comunicaremos a Poncio Pilato. Así mismo salió hacia el templo el capitán, y se presentó ante Jesús, y le dijo: “Maestro, yo he oído de los milagros que ha

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hecho y lo respeto porque eres un hombre bueno que no hace mal a nadie sino el bien, y que respeta a los romanos. Le pido, en nombre de Poncio Pilato, que permita que dos de mis hombres lo acompañen en su recorrido, sin involucrarse en nada y de lejos”. Jesús le contesto: “Bienvenidos, porque todos tienen derecho a oír mis enseñanzas. Avisen a los sacerdotes, porque también ellos nos van a acompañar” Enseguida se despidió del romano y salió con sus discípulos para una casa de un comerciante que quería que se sentase con ellos. Al salir con los discípulos Pedro le dijo: “Maestro: ¿por qué invita a los sacerdotes y a los romanos que son nuestros enemigos?” y Jesús les dijo: “Ellos tienen derecho a oír la ley de mi Padre, y se cumplirá con ellos, porque con esto me condenarán y estarán más cerca de uno de ustedes que me entregará. Y como uno entrega y otro recibe; deben estar juntos así en todo este recorrido conmigo”. Así terminó su conversación y salió a cumplir la invitación a un gran festín que le tenían preparado a Jesús, a María y todos sus discípulos.

Mientras caminaba a su fiesta Jesús pensaba en el poco tiempo que le quedaba para su muerte y en ese momento visualizó todo lo que le iba a pasar. Tuvo miedo del sufrimiento que como humano tenía que sentir en carne propia, e internamente lloró. No habló durante su recorrido por las calles de Jerusalén y por fin llegaron a la gran invitación. Salió a recibirle el dueño de la casa y su familia, quienes le tenían preparado un festín con todo, inclusive con bailarinas. A Jesús lo colocaron a la cabecera de la mesa: Jesús, con María, y al otro extremo los dueños de la casa. A lado y lado de las mesa se ubicaron los apóstoles, los emisarios del Sanedrín y de Poncio Pilato y los demás invitados especiales.

Jesús se levantó, bendijo los alimentos y oró diciendo: “Hermanos míos, en nombre de mi Padre que está en los cielos, los bendigo a todos por igual, porque todos somos

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hijos de Dios y debemos amarnos y perdonarnos unos a otros por lo que hemos hecho mal con nuestros hermanos” y siguió: “Bendigo estos alimentos porque son frutos de la naturaleza, como también el vino y la música para alegrar este día tan importante para todos”. A continuación, volvió a repetir: “Yo no vengo a gobernar, ni a quitar el poder a Roma, ni tampoco a los sacerdotes; lo único que quiero es amor, justicia, igualdad y prosperidad entre todos. Si vine fue para protegerlos de otro diluvio y destrucción de todo. Lo voy a hacer con mi muerte. Seré crucificado y antes azotado, y entregado por los sacerdotes a Poncio Pilato y al tercer día resucitaré, cumpliendo con ello mi palabra a mi Padre que está en los cielos”. Extendió sus manos sobre los presentes y los bendijo. Y agregó: “Por qué hacen la cruz?, es el signo de la muerte y Dios nunca quiso la muerte. Y continuó: “Cuando oren digan: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. “Que nos ilumine, que es el espíritu interno que tiene cada uno. El signo es el triángulo, que es poder y gloria, y es un signo cerrado”.

Aunque Jesús sabía que iban a tomar el signo de la cruz donde lo crucificaron; Él sabía que este signo era romano y no cósmico. Los sacerdotes tomaron ese signo para bendecir, sabiendo que lo crucificarían en él, y era el símbolo de mayor martirio en Roma y se constituiría en un karma para los cristianos. Jesús siguió diciendo: “La bendición se hace extendiendo las dos manos sobre lo que se va a bendecir, y el triángulo es la defensa del ser humano”.

Jesús alzó los ojos a Dios y se sentó. Todos quedaron admirados, y el murmullo fue muy grande. Los sacerdotes se callaron y los oficiales romanos también, porque ya estaban en complot contra Jesús. Los apóstoles miraron al maestro y callaron. Luego principió la música y el baile, y todo se olvidó en ese momento. La comida fue abundante y la música

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muy bella para esa época. Bailó Jesús y lo hicieron también los apóstoles. Él sabía que debía alegrarse en ese momento y bailó toda la noche. Las damas lo admiraban, no sólo por su sabiduría, sino por su investidura de amor y respeto, y también por la armonía particular de su físico y su elevada estatura por encima de los demás.

Al terminar la fiesta, fue invitado por los dueños de casa para quedarse allí con todos los discípulos, y Jesús aceptó con agrado. Todos se despidieron y se retiraron a sus habitaciones, hasta el otro día.

A la mañana siguiente surgieron nuevas invitaciones porque Jesús era el centro de admiración y también de poder en Jerusalén. Asistieron a otra invitación esta vez a la casa de un sacerdote del Sanedrín. Al notar que Jesús aceptaba, los discípulos le dijeron: “Maestro: “¿Acepta una invitación de los enemigos?”y Él les contestó: “Yo no tengo enemigos. Ellos son los inseguros”. Llegaron a la casa del sacerdote y fue esta fiesta más grande que la anterior. Pero, como ya sabían los sacerdotes que escucharon al Maestro que no deberían hacer preguntas con relación a las predicaciones dado que sus respuestas eran tan sabias y precisas, y ello enfurecía más a los sacerdotes; optaron por adelantarse y advertir al nuevo anfitrión para que callara.

Jesús llegó a la casa del sacerdote con todos los discípulos y fue recibido por éste, quien lo llevó a una mesa que le tenían reservada especial para Él. El sacerdote se sentó a la derecha de Jesús y los discípulos a lado y lado del Maestro. También estaban presentes los dos soldados enviados de Roma. De la misma manera asistieron muchos sacerdotes del Sanedrín y distinguidas personalidades de Jerusalén.

Jesús se levantó, oró y bendijo a los presentes, y disfrutó la fiesta. En plena fiesta entró corriendo sola una mujer que la

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conocían porque era “de la vida”, y a su vez favorita en los placeres por los grandes de Roma quienes la protegían. Se arrodilló a los pies de Jesús y llorando los lavó con perfume, los secó con sus largos cabellos y dijo “Maestro yo me llamo”….y antes de que terminara el Rabino le dijo: “Magdalena yo te perdono todo, pero sigue una vida de ejemplo para todas las mujeres. Hay doncellas que hacen más daño y envenenan con sus palabras”. El sacerdote llamó para que la sacaran y Jesús les dijo: “Déjenla, no la toquen, porque su espíritu pidió perdón y yo se lo doy”, y agregó: “Todo el perfume que traía lo ha vertido en mis pies y los ha secado con sus cabellos”. La mujer miró a Jesús llorando y se dispuso a salir, pero el Señor la llamó diciendo “Ven y siéntate a mi lado, porque tú mereces más este sitio que cualquiera de los que creen que son buenos y no lo son, y si alguno es justo que hable si no ha cometido pecado hasta ahora. Esta mujer no ha ocultado nada y ha perdido perdón desde el fondo de su corazón”.

Para todos los sacerdotes este fue un motivo más de odio para Jesús, pero para los demás, una admiración mayor, al ver sentada a una mujer de su condición junto a Él. La fiesta siguió, pero Jesús se despidió, aunque el sacerdote le rogó que se quedara. Prefirió la invitación de Magdalena, quien tenía una casa muy bella, y allí se quedó esa noche con sus discípulos, quienes no querían, pero accedieron ante el cambio de Magdalena y el poder del Maestro. Desde ese momento se convirtió en la mejor amiga de su madre María, quien no quiso asistir a las invitaciones que le hicieron a su hijo pero sí se enteró de lo acaecido con Magdalena.

Jesús al día siguiente, tuvo una invitación del jefe de la guardia de Poncio Pilato. Siempre temerosos, los discípulos le dijeron a Jesús que de pronto sería para cogerlo pero Jesús les dijo: “Teman más a los sacerdotes de Sanedrín que a los romanos”. Ese agasajo era mucho más grande que los anteriores, y con la

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presencia de las personalidades más prestantes de Jerusalén y de sus alrededores. Las mesas se llenaron de platos exquisitos y el ambiente de música y de bailarines. El Jefe de la guardia y los nobles recibieron a Jesús y el Jefe de la guardia le dijo: “Maestro, sea bienvenido a nuestro humilde hogar porque tú mereces más”. Los discípulos quedaron desconcertados ante este saludo y se sentaron a la mesa. Jesús a la cabecera, a la derecha el comandante y a la izquierda la esposa de él. Como en las ocasiones anteriores, Jesús bendijo los alimentos y a todos los concurrentes, y dijo: “Las leyes de mi Padre se cumplen y yo espero ese momento, y con tristeza le dijo al dueño de casa que él sería quien lo entregaría al Sanedrín. Allí estaban el sacerdote y el comandante, se levantó y dijo: “Maestro, usted nunca ha levantado su mano contra Roma, usted ha hecho milagros a todos, usted curó a una persona de los nuestros; ¿Cómo puedo yo cogerlo? Primero renuncio a mi cargo de jefe antes que entregarlo a los sacerdotes”. Jesús con una mirada toda llena de amor le dijo: “Todo está escrito y se cumplirá”. En ese baile tomó parte Jesús y también los discípulos. Jesús bailó con la esposa del comandante. Ellos le ofrecieron la casa y Jesús se quedó esa noche con los discípulos.

Al otro día temprano le llegaron invitaciones de familias prestantes, pero Jesús dijo que tenía que pasar un tiempo solo con sus discípulos, volver al templo a orar y visitar a unos familiares. Luego Jesús se fue a reunir en privado con los doce apóstoles para darles las últimas instrucciones de su vida. Pero antes, él fue a recorrer las calles de la ciudad. Él veía venir su hora, pero callaba y seguía. Sabía lo que pasaría en el templo, el irrespeto a la Casa de Dios era un hecho, y su andar era más rápido. Llegaron, y cuál no sería su sorpresa si las ventas estaban a las puertas del templo y los sacerdotes, como tenían sus dividendos, los dejaban vender de todo.

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Había ventas de animales, usureros, comerciantes de toda índole. Jesús tuvo tanta ira que tomó un fuete y empezó a repartir a todos lados, tumbó mesas y sacó los animales de las jaulas, y les botó el dinero a los prestamistas. Los apóstoles, al ver al Maestro tan enojado, lo apoyaron. Ellos sí estaban en su medio y se dieron gusto, imitando la actitud de Jesús con más enojo y agresión. Al frente de la puerta el Maestro les dijo: “¿Por qué irrespetan la casa de Dios? ¿Acaso no tienen otro lugar de venta? ¿Y ustedes, que dicen llamarse sacerdotes de Dios, que deben cuidar el templo, por qué lo permiten? Ellos no tienen la culpa, sí ustedes que dejan con beneplácito hacerlo por dinero. Si no les dieran dinero, ¿ustedes no lo permitirían?. Los sacerdotes asustados llamaron a la guardia romana y llegó el comandante quien, al ver esto, y ver que era Jesús quien había ocasionado esta revuelta junto con sus discípulos, retiró la guardia pero antes llamó a los sacerdotes y les dijo: “Otro problema más con el Maestro y yo los encierro a todos, porque Jesús tiene toda la razón”. Inmediatamente dio órdenes de retirar todos los vendedores y animales, y quedó el templo libre.

Jesús entró con los discípulos al templo y les dijo: “Oremos y pidamos juntos a mi Padre”. Y dirigiéndose a los sacerdotes que estaban en el templo continuó: “Yo puedo hacer que el templo desaparezca y al tercer día lo levantaré igual”. Estas últimas palabras fueron las que hicieron que los sacerdotes tomaran la decisión definitiva de prenderlo y entregarlo a los romanos.

Jesús oró en el templo y tuvo la visión de sus últimos días que ya llegaban, y podía decir que la ley de Dios y del cosmos era un hecho. Después salió con sus discípulos y se reunió con ellos en privado. Fueron a la casa de uno de ellos y se reunieron, y ese fue el lugar escogido para el cenáculo. En esta última cena se dispusieron los doce apóstoles en una

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mesa rectangular. Jesús se ubicó a la cabecera y a cada uno de los lados seis de sus discípulos. Al otro extremo no se ubicó nadie. No tenía ninguno de los apóstoles prioridad alguna. Ellos no sabían lo cerca que Jesús estaba para ser entregado. Jesús empezó diciendo: “Hermanos míos, ya está llegando la hora en que uno de ustedes me entregará a los romanos. No se asusten, que en el momento lo sabrán. Mi Padre ya lo sabe y nadie me podrá salvar de estos suplicios, ni mi Padre mismo, por ser una ley. Quien quiera pregúnteme que desea saber después de mi muerte”. Pedro se levantó de primero y dijo: “Maestro, ¿por qué nos deja? ¿qué será de nosotros sin su sabiduría y su protección?”. A lo cual Jesús contestó: “Hermanos, cuando me crucifiquen y me entierren, al tercer día resucitaré con todo mi poder y gloria; pero ninguno de ustedes podrá acercarse ya más a mí porque yo tendré mi cuerpo real y un campo de protección, por ser un cuerpo celeste y puro”. Pedro añadió: “Pero Maestro, si tienes el mismo cuerpo ¿Cómo no podremos estar junto a usted? Y Jesús le contestó: “Porque un espíritu invisible me protege y sí podré hablarles por última vez después de resucitar. No como Lázaro, porque es humano y siguió humano”. Se levantó Andrés y le dijo: “Maestro, cómo podremos saber quién fue de nosotros si todos somos culpables de esto y estamos en dudas sobre nosotros mismos” Jesús le contestó: “Hermanos, ya el tiempo lo dirá, y será una gran sorpresa. Sabido que es por dinero, y él tiene que cumplir una orden de la ley Divina”… Enseguida se levantó Santiago y dijo: “Maestro, “y si nos dices quien es, podemos cogerlo, lo encerramos y no dejamos que te entregue”. A lo cual les contestó: “Por eso no os lo digo. Es ley de mi Padre y yo sabía las consecuencias”. Entonces se levantó Juan y preguntó: “Si pides al Padre que no permita esto y nosotros todos lo respaldamos y defendemos”. Jesús ante ello, soltó una risa agradable y le contestó diciendo:

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“Hermanos, les agradezco este gesto, pero mi Padre no los oye ya. Si los hombres hubieran sido justos antes de mi venida, todo esto no habría sido necesario”. Se levantó a continuación Felipe y preguntó: “Si salimos ahora en silencio todos y nos escondemos en una cueva, y luego salimos para Egipto, ¿no sería lo mejor? A lo cual El Maestro respondió: “Huir no puedo, porque al morir en la cruz cumplo un mandato y dejo unas enseñanzas a todos los seres de la tierra”. Se levantó Bartolomé y preguntó: “Si le conseguimos un vestido de los romanos y salimos muy lejos para el puerto de ellos…”

Y Jesús contestó: “Por más que me cambie de vestidos y me haga todo lo que puedo físicamente, la luz de mi cuerpo y cara me delatará ante todos. Por demás, mi Padre no lo permitirá. Yo vine aquí a cumplir mi promesa y la voluntad de Dios”. Siguió el turno para Tomás, quien se levantó diciendo: “Maestro: cómo sabremos que al tercer día resucitarás y si se nos aparece en tu lugar otra persona para engañarnos…” y Jesús le dijo: “Para esto dejaré en mi cuerpo las llagas de mis pies y de mis manos, y también la del costado, y te dejaré que toques mi cuerpo, únicamente a ti, sólo para que creas, y te digo que toda mi sabiduría, aunque no se toque; debe creerse”. Se levantó Mateo y dijo: “Maestro, ¿si alguno de nosotros te vendió, por qué lo hizo, y qué cantidad le dieron? ¿Cómo puede un ser humano venderlo? El Señor les dijo: “Me vendieron por treinta monedas de oro, ese es valor que le darán, pero él luego se arrepentirá y las devolverá, cuando ya sea tarde”.

Se levantó a continuación Santiago El Menor y dijo: Maestro:¿el que te vendió, si se arrepiente y le pide al Padre perdón por entregar a su Hijo, él se salvará? Y respondió el Señor Jesús: “Él fue un enviado de las fuerzas del mal, o sea de Luzbel, y mi padre aceptó, porque siempre el mal está cerca del bien para probar ese valor del bien, y yo con mi

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muerte lo destruyo”. En esto se levantó Simón y le preguntó: “Maestro, dinos: ¿Cómo nos puedes guiar y darnos sabiduría después de que te vayas para el reino de Dios?”. Jesús les contestó: “Hermanos, cuando muera y al tercer día resucite, yo vendré a ustedes y me reuniré con todos y con mi madre, y Magdalena, para despedirme. Pasado un tiempo ustedes se reunirán y yo les enviaré el Espíritu Divino, como llamas, para que se internen en ustedes y los iluminen, y puedan hablar en cualquier idioma y harán milagros para afianzar la ley de mi Padre, y les daré valor para enfrentarse a la muerte hasta que sean llamados y cada uno tendrá su misión en la tierra”.

Enseguida Se levantó Judas Tadeo quien dijo: “¿Maestro, quién protegerá a tu madre después de tu muerte?”. y contestó el Señor: “Mi padre y yo la protegeremos hasta su última hora y luego subirá a los cielos en cuerpo y alma como lo tiene ahora y mediará por la humanidad hasta el final”.

Por último se levantó Judas Iscariote y dijo: “Maestro, soy el último en hablar, dime Maestro, ¿quién es el que va entregarte a los romanos?. Jesús entonces calló y los miró a todos y luego dijo: “El hermano Judas lo ha dicho y debe ir pronto porque el tiempo se acaba, y debe cumplir su misión y la orden de Luzbel. Luego, mirando a Judas agregó: “Ve, ya”. Los discípulos, indignados, se precipitaron a cogerlo pero Jesús, con un movimiento de sus manos, les ordenó que se detuvieran. Ellos obedecieron y Judas Iscariote se marchó. Aparentemente, todo volvió a la normalidad. Como si nada hubiera sucedido los discípulos preguntaron por Judas, a lo cual el Maestro sencillamente les dijo que se había ido, y nadie se acordó de las pocas palabras del Maestro y de Judas Iscariote”.

Pasadas todas las preguntas y luego, ante la tristeza de las revelaciones de esa noche, se sirvió la cena, que era cordero y

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viandas. Para disipar la nostalgia o el dolor que se presentía en el ambiente, el Señor se mostró alegre y animoso, y compartió con sus discípulos largas horas, en diálogos de enseñanzas, amor y confianza, a la vez para darse también fuerzas a sí mismo para el doloroso trance que le esperaba. Pasado el tiempo, ya al final, decidieron brindar. Tomó un pan en sus manos, lo levantó y dijo: “Pensad que éste es mi cuerpo, para que compartan conmigo, y dio a cada uno un pedazo de pan y luego, puestos de pié con respeto, todos se levantaron para bendecirlo, y agrego: Este es mi cuerpo, para bien de todos mis hermanos, y esto es ejemplo para que compartan con los demás lo que tengan. Enseguida tomó una copa grande, la llenó de vino, la levantó a lo alto y bendijo el vino diciendo: “Esta es mi sangre, que es la vida”. Luego de su copa, repartió de su contenido en cada una de las copas de los discípulos. Al hacer esto, el cuerpo de Jesús se iluminó, y el recinto se llenó de un ambiente celestial que irradiaba paz, y borró la tristeza reciente. Las dudas y preocupaciones de los apóstoles allí se quedaron olvidadas. Los discípulos comieron el pan y bebieron el vino. Finalizada la Cena salieron para el Monte de Los Olivos.

Judas Iscariote salió, como lo dijo el Maestro, y fue a donde los sacerdotes del Sanedrín, y llegó al sitio donde se reunían y estaban todos. Se hizo presente y le mandaron seguir, y delante de ellos les dijo: “Yo soy Judas Iscariote y vengo a entregar al Maestro Jesús, porque vengo a cumplir una misión encomendada”. Los sacerdotes, le preguntaron: “¿Díganos, por qué entrega al Maestro Jesús, si le ha hecho tanto bien a todos y ha curado enfermos y resucitado muertos, y es un líder, y Roma no tiene nada en contra de él? Entonces, ¿cuál es su posición para entregarlo?” . Judas contestó: “No puedo ver a una persona que no me tiene en cuenta y no he podido hacer ningún milagro. En los últimos tiempos me tiene rechazado,

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cuando yo pudiera ser el líder y tener poderes como Jesús. Los demás compañeros tampoco me tienen en cuenta y estoy cansado de servirles, y siento algo extraño dentro de mí, y por eso quiero entregarlo pronto”. Los sacerdotes le dijeron: “No podemos cogerlo sin tener más cargos contra Él”. Judas Añadió: “Vengo de una reunión del Maestro Jesús con todos nosotros y al salir, antes de que me cogieran los discípulos me quedé por fuera y oí cuando Jesús les dijo: “Comed de éste pan porque es mi cuerpo y tomad este vino porque es mi sangre”. También tuve miedo porque antes de salir Jesús me dijo “Ve y cumple con tu misión, para que no sea tarde, y entendí que era entregarlo a ustedes”. Los sacerdotes se miraron unos a otros y dijeron: “Eso que dijo Jesús que se comieran el cuerpo y la sangre es un sacrilegio, ya que nunca lo dicen las leyes de Moisés, por ello es un agravante para poderlo apresar y crucificarlo por medio de los romanos” y a la vez preguntaron a Judas: “¿Cómo nos lo puedes entregar?” Judas les contestó: “Jesús irá primero al Monte de los Olivos para dar su último sermón, después irá a Jerusalén y al caer la tarde volverá nuevamente al Monte de Los Olivos con los discípulos. En ese momento yo los guiaré a ustedes, y al llegar a Él le daré un beso en la mejilla, y así sabrán a quién debe tomar prisionero”. Los sacerdotes le dijeron: “Te daremos treinta monedas de oro antes de salir por Él” y de ésta manera quedó pactado ese valor. Al escuchar esto, a Judas le corrió un sudor y un miedo, porque recordó que justo ese precio escuchó de labios de Jesús. Los sacerdotes se dieron cuenta del miedo de Judas y le preguntaron: “Judas: ¿por qué se asusta si con ese dinero puede tener casa y muchas, cosas y vivir muy bien? Y no solamente eso, sino que además le estaremos agradecidos toda la vida por habernos hecho este favor tan grande de librarnos de un impostor como Jesús, y poder volver a la normalidad. A los romanos les diremos

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que es un guerrero que quiso tomar el mando de Roma y derrotarlos”. Le dijeron a Judas. “Ve y cumple tu palabra con nosotros. No temas, que tienes todo nuestro respeto y apoyo, como también el de los romanos”.

Judas salió cabizbajo y temeroso, pero Luzbel lo animó, y volvió a ser el de antes, que tenía que cumplir su misión, ya que era la cuota de las fuerzas del mal contra el bien.

Jesús salió a visitar a su madre, quien estaba donde la madre de San Juan Bautista, y los apóstoles fueron a reunir al pueblo de Israel al Monte de los Olivos, y el más animado para ello era Judas, quien también se unió a ellos.

Cuando Jesús llegó a donde estaba su madre María, ella lo recibió con una mezcla de tristeza y alegría, de igual manera Isabel, la madre del Bautista. Allí hablaron con todos los familiares y luego oraron, y al finalizar los invitó al sermón de los Olivos. Jesús, en su cuarto, oró y habló con su Padre y sus hermanos Moisés, Elías y Sanat Kumara. Les dijo: “Hermanos, ya está llegando la hora de mi muerte humana, pero tengo miedo del dolor que tendré que padecer, junto con todos los oprobios que soportaré, y también de la crucifixión que me espera. Dadme fortaleza para resistir y dadme sabiduría para contestar a todas sus preguntas, sin sentir odio ni rabia”. Le contestó Sanat Kumara: “No se preocupe hermano que estaremos allí y siempre que mires hacia arriba nos verás, pero ayudarte no podemos, ya que es voluntad de nuestro Padre Dios y no podemos darte nuestro poder para que no sientas nada, porque también es su voluntad. A continuación Moisés le dijo: “Hermano, estaremos visualmente contigo, pero no más, y aunque veamos las tentaciones de Luzbel y las proposiciones que hará para hacerte desistir. Si aceptas, todo dolor termina” Y Jesús replicó: “Hermanos, yo sabré evitarlo todo, y no flaquearé ante ninguna tentación”.

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Enseguida habló Elías y le dijo “Estaremos contigo, aunque de lejos y en el momento de tu muerte una nave estará sobre el lugar y hará saber a los hombres, con fuertes terremotos y manifestaciones en el cielo y en la tierra, que verdaderamente eres el Hijo de Dios. El velo del templo se rasgará señalando de esta manera tu partida y la consumación de tu obra. Cuando te entierren, estaremos atentos para que tu cuerpo humano pase definitivamente al verdadero cuerpo poderoso y sobrenatural que posees”.

Jesús les agradeció todo ese apoyo y ellos desaparecieron de la habitación. Después de ello ya el Maestro quedó menos triste y más fortalecido para enfrentarse al final de su trabajo terrenal. Salió sonriente, e invitó a su madre y todos los allí presentes para que lo Acompañaran al que sería su último sermón.

Afuera le esperaban los discípulos como también Judas Iscariote. Al verlo el Señor le preguntó: “¿Ya hiciste el mandado?” A lo cual él respondió “Si Maestro”, como si nada hubiera pasado. Jesús “vio” toda la actuación del traidor como una película proyectada a gran velocidad, solamente sonrió, y volviéndose a los demás les dijo: “Vamos al Monte de los Olivos. Quiero que llamen a todos los que puedan ir allí para dirigirles mis últimas palabras”. La multitud era inmensa, los enfermos también. Los sacerdotes casi todos hicieron presencia. De igual manera había bastantes romanos, quienes no sospechaban siquiera los sucesos a seguir. Jesús sonrió a todos y saludó a los sacerdotes con alegría, y ellos a su vez se sintieron turbados.

Era casi imposible caminar entre la multitud, aún así Jesús se fue abriendo paso hasta llegar a la parte más alta del monte. El cielo estaba triste y nublado, y Jesús, en una súplica, se

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dirigió al padre diciendo: “Padre, por última vez despejadme los cielos para que este día sea muy bello para todos y dejarle iluminado el último recuerdo”. Al levantar sus ojos y sus poderosas manos al cielo; se despejó el firmamento y salió el sol radiante y hermoso, ante las miradas atónitas de los sacerdotes y de los romanos, y aún de sus seguidores, quienes ya estaban acostumbrados a los milagros. Hubo un silencio entre la gente y luego les habló así el Maestro:

“Hermanos míos: estoy muy complacido de volver a verlos. Feliz de repasar sus rostros, y me siento honrado de ver aquí a los sacerdotes y a la guardia romana. Deseo que haya paz y alegría entre vosotros”. Y continuó diciendo: “Hermanos la bendición de mi Padre será para todos. Todo el que venga a mí, tendrá gracia ante los ojos Dios”. Y diciendo esto levantó sus brazos hacia el cielo y luego los dirigió hacia los enfermos que estaban en todas partes y les manifestó: “Levantaos hijos míos, y sed felices, y haced felices a vuestros familiares, porque el poder me ha sido dado para curar a todos”. A su voz se levantaron los enfermos y aún los paralíticos que gritaban: “Bendito seas entre todos los hombres por habernos sanado”. Los sacerdotes no sabían qué hacer. Eran milagros ante sus ojos. Pensaron muchas cosas y hasta dudaron de sus propósitos en contra del Nazareno, pero las fuerzas ocultas volvieron a darles la falsa razón de que Jesús era un enviado del diablo y que tenía que morir. Los romanos callaron y dijeron: “Jesús es el Rey de los Judíos”.

Al terminar el murmullo de todos y las alabanzas de los sanados, dijo Jesús: “Mis últimas palabras para todos son una exhortación al amor. Ámense unos a otros, no digo como esposo a esposa; sino como hermano a hermanos que son. El amor tiene que ser espiritual, no corporal. Ese amor puro es como el que tiene un anciano para un niño, o como el amor de padres a hijos. Ese amor debe trasladarse a todos,

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como si se tratase de una gran familia, viviendo todos bajo el mismo techo. Todos somos iguales y todos fuimos creados a imagen y semejanza de nuestro Padre. Nadie tiene derecho ni potestad sobre la vida de los demás, porque el destino está en ellos, en cada uno, y aquel que quite la vida a otro también a él se le quitará, ya sea en su persona o en su familia. Toda obra mala será cobrada diez veces más en su valor, por ley natural; porque nadie debe engañar a los demás, ni robarles sus pertenencias o quitarle su honra. Cuando hay un enfermo, curadlo pidiendo a mi Padre, y al oír sus súplicas se sanará. También cuando hay necesidades, levantad los ojos al cielo y pedid con todas las fuerzas y con toda la fe, para que se realice el milagro. Si no tienen fe en sí mismos, no tendrán nada a favor. Todos tenemos un juez en el corazón y no nos podemos ocultar en parte alguna, ni después de la muerte, porque el juez estará en el día del juicio y él dirá lo que hizo bueno y lo que hizo malo. Muchos hacen el mal ocultamente y dicen: “Como nadie me vio”; y es verdad: Nadie vio, pero la conciencia o juez ve todo y sabe todo. Para mi Padre no hay ninguna religión; ya sea judía, musulmana, romana o cualquier otra. Tampoco cuenta el color de la piel: blanco, cobrizo, negro; todos son iguales y tienen derecho a estar junto a Dios. Todos los caminos conducen al Padre. Para orar no se necesita templo alguno, ni estatuas o imágenes. Se ora calladamente, en soledad, con la naturaleza, en un lugar de recogimiento u oratorio; lo que cuenta es la comunicación interna y de corazón con nuestro Padre, así las palabras se escuchen de los labios o se hagan en silencio.

Cuando el arrepentimiento brota sincero del espíritu, el perdón de Dios llega libremente y todos pueden arrepentirse y ser perdonados. Al morir, el espíritu sale del cuerpo y se guía según su destino, pero el cuerpo material queda y no importa si lo entierran o lo creman, ya no vale nada. Oigan

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mis súplicas porque el tiempo llegará a todos y a la tierra en silencio, y cobrará la naturaleza todo el mal y toda la sangre regada sobre ella injustamente. Habrá terremotos, maremotos, ciclones y fuego. Todo se destruirá. Yo vine a aplacar la ira de mi Padre con mi muerte que está cercana. Yo los perdono a todos y ruego por ustedes cuando esté en el Reino de Dios. El tiempo pasaba y Pedro le dijo: “Maestro, ¿No puedes hacer el milagro que hiciste de los pescados y del pan para esta gente que veo que tiene hambre? Y Jesús contestó: “Pedro, tienes razón. No tengo hambre, pero ellos sí, y les daré el milagro de la naturaleza que es tan bondadosa con ellos y conmigo” y a continuación, dirigiéndose a la multitud les dijo: “Para despedirme de ustedes, los invito a una cena y a un brindis por este día tan bello, y ésta paciencia por oírme, por el amor tan grande de ustedes. Quiero en nombre de mi Padre, y con la ayuda de la naturaleza, regalarles en el día de hoy una consagración diferente”. Quienes conocían de sus milagros se maravillaron una vez más porque, aunque ya en otra ocasión pudieron saciar su hambre, ahora el brindis era un nuevo milagro, una sorpresa más. Un murmullo de admiración y de agradecimiento se escuchó entre la multitud. Diciendo estas últimas palabras el Maestro Jesús, cerró los ojos, oró internamente, levantó sus brazos al cielo y luego los extendió sobre un pan y un pescado y dijo:”Que este pan y este pez sirvan para saciar a todos” y así fue que la canasta de peces y la cesta de pan parecían no tener fondo y de ellas comieron todos, inclusive los sacerdotes y romanos. Luego que terminaron de comer, Jesús nuevamente los invitó diciendo: “Quiero brindar para todos con vino y pan para esta gran fiesta en honor a ustedes” y para ello pidió traer una botella de vino, una copa y más pan. Todos maravillados recibieron su copa de vino y su pan. Quiso Jesús de esta manera sellar con este sermón un pacto con el pueblo, lo mismo que hizo con sus

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discípulos. Nadie supo en este momento de dónde salieron: El pan, los peces y el vino con sus copas para todos. Los sacerdotes no recibieron nada y salieron de allí. Así terminó su última estadía con los hombres.

Su madre María lo abrazó, ya que sabía que estos eran los últimos momentos que compartiría con su hijo. Sus ojos lloraron, al igual que los de Jesús, porque ambos sabían que el tiempo se acababa para él y también la última oportunidad para los habitantes de la tierra. Triste es decirlo. Pero ni en ese momento, ni aún en nuestros días, se ha reconocido y apreciado sacrificio tan caro.

Judas Iscariote, quien también hizo presencia en el lugar, manteniéndose a cierta distancia del grupo, tuvo su gran tristeza, pero animado por el dinero y la adulación de los sacerdotes, se daba valor para justificar su culpa, pero siempre fue más grande la pena.

Finalmente, Jesús levantó los ojos al cielo y allí estaban, como lo prometieron: Moisés, Elías y Sanat Kumara, sonrientes por sus palabras y el desarrollo de los hechos. Era una forma de dar valor al Maestro. Jesús los saludó e inició el descenso de la colina, junto con sus discípulos y los numerosos enfermos sanados, dando gracias. Mientras bajaban Jesús les dijo “Nunca digan cómo fueron sanados, para que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.

Al terminar el descenso el Maestro se despidió de la multitud y se fue con sus discípulos nuevamente hacia el Monte de Los Olivos. Luego que estuvo allí se retiró en soledad y dijo a sus apóstoles “Quiero estar sólo, para orar por última vez y estar con mi Padre. Allí llegará el que entregue”. Ellos le contestaron: “Maestro, nosotros llevamos espadas y lo defenderemos de los romanos y no tenemos miedo” y Jesús respondió: “ya es tarde, ustedes no son culpables, es la voluntad de mi Padre y la

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culpa es mía, para poder defender la tierra de un cataclismo” y en silencio se retiró al lugar donde estaban los árboles de olivos más altos. Allí les dijo: “Hermanos míos velad y orad para que todo se dé como es” y agregó: “Dejadme sólo, debo estarlo. Enseguida se arrodillo junto a un olivo y empezó a orar pidiendo por última vez la presencia de sus hermanos. Los Maestros ya mencionados llegaron al lugar. De lejos los discípulos vieron como esa parte del bosque se iluminó con un gran resplandor, y tuvieron miedo de acercarse, porque era una luz más fuerte que el mismo sol. No se movieron a ningún lado y ante esta manifestación tan extraña se pusieron a orar.

Entre tanto Jesús dijo a sus Maestros: “Ya se llegó la hora” y ellos contestaron. “Si, y tú ya lo sabes. También te llevarán ante el Sanedrín esta noche, donde comenzará tu suplicio físico” A lo cual repuso el Maestro Jesús. “¿No podré hacer algo para mitigar este sufrimiento de la carne? Y ellos contestaron: “Es la voluntad tuya y de nuestro Padre ese sufrimiento, para así cumplir tus palabras y evitar en la tierra un cataclismo, y a la vez dar la oportunidad a unos pocos seres de recibir sabiduría con el propósito de seguir adelante, aunque tú, Jesús, sabes que es perdido, porque no harán caso y siempre llegará este momento luego”.

Jesús callaba y oía los argumentos de sus hermanos y contestó: “Tienen razón, pero yo volveré luego con poder justiciero y no como llegué ahora. Los hombres no entienden nada”. “Les pido hermanos que en todo los momentos de sufrimiento que voy a padecer, cuando yo levante los ojos al cielo estén los tres presentes y ello fortalecerá mi espíritu, y por lo tanto mi cuerpo que es vulnerable a todo dolor”. Para atenuar la tristeza del momento, repasaron la vida en otros planetas y en el suyo de origen, donde la paz y el amor en que se vive en ellos son infinitos, los viajes en sus naves, los traslados en

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cuerpo físico a diferentes lugares. No como le tocó a Jesús en sus tres años de vida pública y sus veinte años de niñez, y juventud, y sus picardías y alegrías de la infancia. Hubo risas y comentarios entre los cuatro personajes. Muy lejos estaban sus discípulos de imaginar los sucesos que acontecían alrededor de la oración de Jesús en el huerto, junto al olivo.

Jesús nuevamente les preguntó a sus hermanos por su padre adoptivo en la tierra, el Maestro José y ellos le dijeron. “Está gozando de nuestra paz en su planeta”. A continuación les preguntó qué sucedería con su madre María y ellos le dijeron: “María, tan pronto termine su sufrimiento aquí en la tierra, será llevada como José en cuerpo y alma al mundo donde está el Maestro José. Como ser superior que ella es en nuestro sistema, fue escogida para ser madre tuya en la tierra, y también madre de la naturaleza. Cuando ella ascienda, recuperará sus poderes y los seres humanos podrán acudir a ella para pedir los favores que requieran, y se les concederá la gracia que soliciten. Tu madre María se presentará en múltiples apariciones posteriores a la humanidad, por ello se le reconocerá con muchos nombres diferentes, pero independiente del lugar donde se presente y el nombre que se le llame, siempre será la misma, ella, una sola”.

Al terminar los Maestros esta conversación, le dijeron: “Hermano, estaremos contigo hasta cuando llegues a nosotros, aunque suframos por los martirios que te van a ocasionar, no podremos intervenir”. Diciendo esto se alejaron, dejando a Jesús sólo y triste. En su angustia clamó diciendo: “Padre mío, aparta de mí si es posible este cáliz de dolor” y oyó una voz profunda que contestó: “Hijo mío, es tu voluntad y tendrás que cumplirla, como tú lo prometiste. Luego de tu muerte, estarás disfrutando de la paz y el amor que tenías aquí y todos tus poderes” Luego no se oyó más.

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Al terminar éstos diálogos, se iluminó nuevamente el espacio y apareció Luzbel, como un ángel, y le dijo: “Maestro, vi todo, y me da tristeza de pensar que un ser con el poder que tú tienes, esté pidiendo ayuda a tus padres y hermanos y no te lo puedan dar; en cambio yo si puedo dártelo, y tengo el permiso del que fue mi Padre, y por eso vengo a proponerte que yo te doy todo el poder sobre la tierra y nadie te tocará, no tendrás que sufrir nada, y te daré dominio sobre estos seres impotentes, sin valor; son como niños. Y tú podrás ser el rey de toda la tierra, solamente si me adoras como a nuestro Padre, porque yo tengo mando sobre todos. Un día me revelé; quise tomar el control, como Dios, pero fui castigado y rechazado, y encontré refugio en la tierra. Desde entonces me dieron licencia para gobernarla. Sin embargo la humanidad no está desamparada y el Padre sigue reinando en ella con sus seres espirituales, por eso es la lucha de fuerzas opuestas. Yo represento en este caso la parte contraria que hoy te favorece, porque, aunque no lo quieras admitir, estás completamente sólo, empeñado en un sacrificio inútil. Eso lo saben los hermanos y maestros desde hace miles de años, sin poder tener remedio, porque las religiones encierran maldad, no dan la importancia que merece el cuerpo espiritual, ni practican el amor como debe ser. Tu, Maestro Jesús, con tu muerte en la cruz, los quieres redimir, pero solamente atajarás la destrucción de la tierra. Saldré ganando en esta ocasión con una nueva muestra de la crueldad humana. Una vez más la ingratitud se repite contigo ahora con tu crucifixión. Tu sufrimiento será, segundo a segundo, y yo estaré cerca, y me verás, porque yo gozaré con tu sufrimiento, y entre mayor sea tu dolor más se incrementará mi poder, ya que mis ejércitos se fortalecen y se alimentan con la perversidad de los hombres. Si todos los seres humanos fueran buenos y justos se apartarían de mí y yo no tendría opción; por eso yo trato de hacerlos

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caer con tentaciones de la carne y la verdad no me cuesta trabajo, porque son muchas, y los hombres se dejan seducir fácilmente. Esa es la razón de las guerras entre naciones; el poder atrae y lleva a los gobiernos a atacarse entre sí, a costa del sufrimiento y muerte de los inocentes. Las religiones no pueden hacer nada, porque también están contaminadas. Yo hago presencia en las iglesias y conventos, y ellos llamarán la muerte con la cruz, que será impuesta finalmente con mi ayuda. Será tomada como símbolo de salvación y siempre en ella te recordarán a Ti Maestro”.

Jesús, callado, oía el sermón y sabía el poder que tenía. Dijo a Luzbel: “La voluntad fue mía, y yo espero este sufrimiento porque soy distinto; Tú lo sabes, tan pronto termine este martirio seré más poderoso que tú y ese es el miedo que tienes. No quieres que te venza y en este momento, aprovechándote de mi sufrimiento tampoco lograrás que renuncie a mi propósito. Si yo aceptara, es cierto que tendría el dominio sobre la tierra y tus ejércitos estarían conmigo, pero no es posible, insisto en que es mi decisión. Luzbel, también sé que es cierto lo que afirmas respecto a la cruz y se mantendrá por siglos; pero algún día los hombres entenderán que el triángulo piramidal, orientado al firmamento es un signo cerrado, símbolo de protección. En la señal de la cruz el lugar del Padre se designa en la parte superior, arriba; y el Hijo se destina abajo que en otro sentido es el sitio de Luzbel. Este es un signo abierto que no protege, por ello es que no ofrece ningún peligro para ti. La cruz es invento de Roma y tú sabes que durante cientos de años, y más aún al final de los tiempos, Roma ha estado y seguirá estando bajo tu dirección. Mi Padre, mis hermanos y yo lo sabemos. Ahora te pido que te retires y me deje en paz, y que nunca me vuelva a pedir nada, ni a mortificar, porque tu tiempo está llegando a su final. Tendrás

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que ser trasladado por la Junta Cósmica a otro sistema, y de allí si no podrás salir nunca”.

Al decir estas últimas palabras Jesús, y siendo ya casi las seis de la tarde, Luzbel desapareció, no sin antes sentir un fuerte temblor, mezcla de rabia y desilusión, porque no pudo vencer a Jesús como hombre. Otro que no hubiera sido el Maestro Jesús habría caído en las redes de Luzbel. Jesús oró nuevamente. pidiendo que llegara pronto el que lo iba entregar, y terminar así lo antes posible este suplicio. Bajó de la cima del monte y encontró a sus discípulos durmiendo y les dijo: “Hermanos míos: ¿así es como me cuidan, así es como oran para evitar que el mal llegue a ustedes?”. Y ellos se levantaron asustados y dijeron: “Nosotros no quisimos molestarlo y cansados nos dormimos, pero Maestro, tenemos a algunos de nosotros vigilando para que no llegue nadie a hacerle daño” y diciendo esto sacaron sus espadas en señal de que sí estaban listos, y Pedro dijo: “Pasarán sobre mi cadáver”, y los demás repitieron lo mismo. Jesús tan sólo respondió: “Ya vienen por mi y les pido que no hagan nada por salvarme, porque ni mi Padre me podrá salvar y si yo quisiera llamo a mis ejércitos y me defenderán, pero yo no quiero y es mi voluntad”. Diciendo esto y mostrando unas luces que subían en el monte en dirección a ellos les añadió: “Ya llegan”.

A Jesús lo rodearon los once discípulos y sacaron sus espadas. Jesús les dejó hacer esto porque sabía que lo querían pero era inútil todo. Así fue que se presentó Judas de primero y luego un sacerdote y una legión de soldados romanos dirigidos por el comandante que era amigo de Jesús. Al llegar se detuvo Judas y luego se acercó a Jesús, lo abrazó y le dio un beso en la mejilla, a lo cual tristemente Jesús le dijo:”¿Judas, con un beso entregas al Hijo de Dios, sin temor de lo que pueda sucederte?” Ante ello Judas se apartó, lleno

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de terror, y los discípulos trataron de cogerlo, pero él se les escabulló”. Entonces Jesús pregunto: “¿A quién buscan? Y el sacerdote respondió: “Al que se hace llamar “Hijo de Dios”. Y el Maestro, delante del sacerdote y los romanos le contestó: “Tú lo has dicho: Soy Yo” En ese momento se iluminó el cuerpo de Jesús y todos los romanos y el sacerdote cayeron al suelo, sin poderse levantar, y los apóstoles aprovecharon ese momento para lanzarse espada en mano y herirlos a todos y los hubieran podido matar, porque eran solamente quince hombres, pero Jesús alzó sus manos y las extendió sobre ellos y les dijo:”Deteneos, porque el problema es conmigo” y ellos, por un poder extraño quedaron inmóviles. Luego, dirigiéndose a los romanos y al sacerdote les dijo: “Levantaos y cumplid vuestro mandato, y llevadme lo antes posible para principiar mi sufrimiento”. Los romanos se levantaron, se acercaron y el jefe de ellos dijo: “Perdóname Maestro, es un malentendido, pero yo se que mañana estará libre de toda culpa, porque Roma no es responsable, sino los sacerdotes del Sanedrín que lo piden”.

Jesús salió con ellos, y los apóstoles no se dieron cuenta en qué momento se llevaron a su Maestro.

Jesús, en compañía del Comandante de los romanos, el sacerdote del Sanedrín y Judas Iscariote; salieron para Jerusalén. Era de noche y nadie sabía que Jesús iba con ellos.

Al llegar a Jerusalén, Judas se dirigió al templo donde estaban todos los sacerdotes esperando a Jesús con su escolta, pero al llegar Judas le preguntaron: “¿Y Jesús donde está?” a lo cual respondió: “No sé a dónde lo llevaron, lo que si les digo es que ya cumplí con lo pactado de entregar al Maestro”. El sentimiento de culpa no le permitía estar tranquilo y no lo abandonaba un momento. Los sacerdotes le entregaron su dinero. Era el precio que recibía por comprar su conciencia.

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Al recibir Judas el dinero les dijo: “Malditos sean todos, porque entregué al Hijo de Dios sin ningún derecho de mi parte, sin que Él me hubiera hecho daño. Siempre habló la verdad. Si Él hubiera querido, los soldados romanos habrían sido destruidos, y yo lo vi cuando Jesús dijo: ¿Es a mí a quien buscas?” y después de que le di el beso en la mejilla Jesús se iluminó, y los soldados cayeron hacia atrás, y quedaron como muertos sin haberlos tocado. Luego dijo “Levantaos y cumplid la orden que tienen, porque ustedes no son culpables. Al mismo tiempo, los apóstoles que estaban armados con espadas en esta única ocasión, ya que existía la sospecha de que Jesús sería aprehendido, sacaron las espadas, y habrían podido atacar a los romanos, a no ser porque el Maestro los detuvo y extendió sus manos sobre ellos, de tal suerte que quedaron paralizados, hasta cuando nos vinimos”. Judas con una mirada de odió, les lanzó a los pies de todos el dinero y salió corriendo, huyendo de sí mismo. Los sacerdotes se miraron unos a otros al oír lo referido y comentaron entre sí: “¿Será que Jesús es el hijo de Dios?” pero luego se retractaron diciendo: “Es un blasfemo, un idólatra. Hay que juzgarlo cuando llegue”. Se entraron para esperar a Jesús con su comitiva de soldados.

Judas por su lado, salió corriendo a buscar a Jesús para pedirle perdón, pero no lo encontró, y desesperado huyó hacia el campo. Pensó es mejor morir ahora, terminar todo, y por ello en su zozobra se colgó de un árbol para cumplir la última misión a Luzbel; no así éste, quien no pudo vencer a Jesús.

El comandante de la guardia romana le dijo a Jesús: “Maestro, perdóname, yo no estoy de acuerdo con todo lo que le hacen, pero los sacerdotes influenciaron para que lo arrestáramos y vino con nosotros un miembro del Sanedrín para cerciorarse de que cumpliéramos con lo dicho. Si yo hubiera venido solo,

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no lo arresto. La orden es de llevarlo al Sanedrín, pero yo lo llevaré a la presencia de Poncio Pilato”. Jesús le contestó: “Yo los perdono, pero la ley de mi Padre se cumplirá” entonces el comandante le dijo: “Tengo orden de llevarlo a Poncio Pilato y luego a los sacerdotes del Sanedrín”. En esto intervino el judío para decir: “Llevémoslo al templo para juzgarlo y no a Poncio Pilato”, a lo cual el romano contestó disgustado: “Yo doy las órdenes, si quiere acompañarme; bien. Si no váyase”. El sacerdote calló y siguió con ellos, ya que la orden era no apartarse de Jesús. Jesús no iba encadenado y al llegar al palacio de Poncio Pilato, él los estaba esperando en el gran salón de reuniones. Jesús entró solo. Poncio Pilato se le acercó y le pregunto: “¿Tú eres Jesús, el hijo de Dios?” y el maestro contestó “Tú lo has dicho”. Pilato replicó: “Si eres el hijo de Dios y tienes tanto poder, ¿por qué no te salvas y traes tus ejércitos?” Entonces el Maestro contestó: “Es la orden de mi Padre, y es el destino mío. Nadie lo puede cambiar”. Pilatos siguió: “Jesús, yo no veo peligro en ti. Nunca se ha levantado contra Roma. Es problema con los sacerdotes que tienen miedo que les quites el liderazgo”. Jesús continuó: “Es verdad esto, pero mi reino no es de aquí. Vengo a enseñar a los seres humanos que tengan amor y actúen con sabiduría, que haya igualdad entre todos y no juzguen a los demás por las apariencias, sino que hay que buscar la causa y la verdad” Pilato dijo a Jesús: “¿Me permite que lo invite a una cena, antes de enfrentarse a esos buitres?” El maestro contestó: “Sí, acepto”. A continuación se sentaron a degustar una gran cena. Hablaron de la vida y de los dioses que había. Al terminar; Jesús y Poncio Pilato se despidieron. Pilato dijo al comandante. “Yo no veo culpa en Jesús, por mí puede quedar libre. Pero di una palabra al Sanedrín y la orden de Roma es no meterse en los asuntos de ellos. Yo no quiero ver al Maestro Jesús sino como un invitado mío”. Diciendo esto

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se despidió y se retiró. Ni el comandante ni el sacerdote se enteraron nunca de ésta conversación.

Se dirigieron todos hacia el Templo y el sacerdote le dijo entonces al romano: “Amarre a ese hombre”. Pero el romano se negó diciendo “No lo amarro, ni lo maltrato, si usted no se calla, a usted si lo amarro”. Al llegar, ya se sabía que vendría y los apóstoles estaban esperándolo, así mismo su madre María, Magdalena y otras personas amigas, de ellos y seguidores de Jesús. Se dobló la guardia para evitar una tragedia. Unos defendiendo a Jesús y otros en contra de Él. Abrieron las puertas del Templo y entró Jesús en compañía del sacerdote. Todos los miembros del Sanedrín estaban como en el circo romano, ubicados en bancas a la espera de Jesús. El Maestro entró con humildad, pero en toda su majestad y poder. Los miró y su cuerpo se iluminó, y ellos tuvieron que cerrar los ojos, porque el resplandor era tal que impedía verlo de frente. Jesús fue el primero en hablar diciendo: “Vengo a cumplir la orden de mi Padre, delante de ustedes. Preguntarles y que me pregunten la razón por la cual estoy aquí, delante de ustedes, sacerdotes y sabios que dirigen al pueblo de Israel”. Todos allí tenían miedo de hablar con Jesús. No sabían cómo empezar y menos debatir cualquier pregunta. Jesús nuevamente rompió el silencio y les dijo: “No teman, todo se cumplirá según las leyes de ustedes”. De esta manera les dio el valor para iniciar el juicio en su contra. Al recibir esa fuerza, uno se levantó y dijo: “Explíquenos Jesús, ¿por qué ha venido a perturbar la paz del pueblo de Jerusalén, que antes lo perturbaba Juan el Bautista, diciendo que llegaría el Rey de los Judíos para gobernarnos a todos?”. Y Jesús le respondió: “Sí, fui enviado a ustedes y escogido su pueblo, porque en él estaban cometiendo muchas injusticias y estaban siendo guiados mal. El amor nunca existió en ustedes sino en lo material. Ustedes tienen los mandamientos que les dejó Moisés, pero

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no los cumplen como debe ser. Por ese motivo es que aquí sabían de mis enseñanzas. Pero no se preocupen, que yo ya terminé mi obra y ustedes seguirán la suya hasta el fin de los tiempos”. Otro sacerdote se levantó y dijo: “Jesús, por qué haces milagros, porque el único que hace milagros es el demonio para crear confusión” y Jesús dijo: “Yo hice milagros y hasta el último momento los haré para que sepan el poder de mi Padre por medio de mí, y si lo hago es para sanar y darle una oportunidad a todos, que es lo que no pueden hacer ninguno de ustedes y sí creen en los milagros de Moisés porque él fue otro enviado para ayudar a su pueblo y lo hizo por amor, dado que era un pueblo inconforme, decadente, muy malo, tenía que cambiarlo. Entonces sí había milagros, que no vieron, pero sí creyeron hasta éste momento”. Se levantó entonces otro sacerdote y dijo: “Jesús, usted por qué no nos buscó primero a nosotros que somos los elegidos de Moisés sino a pobres pescadores que no saben ni escribir y no entienden nada. Jesús respondió: “Si no los busqué a ustedes eran porque estaban ya contaminados de lo material, de las orgías, del irrespeto y de no tener amor, de sentirse sabios sin serlo, de explicar los mandamientos sin ninguna razón valedera, de inclinarse al más fuerte por conveniencia y de hacer pactos que no son lo correcto”. Jesús continuó: “¿Que por qué elegía a los pescadores? Porque son seres humildes, son trabajadores de la naturaleza; son personas de corazón grande, con deseos de aprender mucho, que creyeron en mí y que nunca me juzgaron, y si predicaron amor, que nunca se asustaron de dejar sus familias, que pidieron para comer y dieron lo que tenían. Eran humildes y sanos porque el trabajo de pescadores no permite que su mente piense nada malo. Pero ustedes que lo tienen todo, ¿En qué piensan si no es en quitarles a los demás lo poco que poseen, en aumentar los impuestos y en juzgar sin ninguna causa?” Otro sacerdote se

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levantó y dijo:” ¿Por qué los romanos hasta este momento, no lo cogieron y lo amarraron en todos los recorridos que hizo?” Jesús le contestó. “Yo no vine aquí a cambiar la religión a Roma, y pobres de ellos en los últimos tiempos. Si no me metí con ellos a juzgarlos, me dejaron en paz; yo respeté las leyes y ellos me respetaron a mí. Y si ellos volvieron contra mí fue por influencia de ustedes y por miedo de ser destruidos, porque pensaron los sacerdotes que yo levantaría a todos los que me seguían, contra Roma y que yo sería un rey. Se equivocaron, porque no vengo a ser rey pero sí volveré con mis ejércitos a gobernar la tierra”. Se levantó el jefe de ellos. “Dígame Jesús: ¿por qué se hace llamar el Hijo de Dios? Sabemos que la única ley es la de Moisés y nadie más”. Este sacerdote se puso en frente de Jesús porque era la pregunta para condenarlo. Jesús dijo: “Tú lo has dicho, yo soy el Hijo de Dios, y vine a cumplir una misión muy grande. Después de que me crucifiquen, resucitaré al tercer día y estaré con mi Padre. En este reino yo no vivo sino en otro mundo y todo se cumplirá. Ustedes me mandan a crucificar por encima de Roma, luego esto se destruirá y la muerte mía se llevará a todas las generaciones de la raza judía, porque fue un privilegio el que tuvieron y no lo vieron así” El sacerdote estaba poseído de la ira ante las afirmaciones de Jesús y sin que mediara otro pensamiento dijo: “Te condenamos a la muerte en la cruz por blasfemo, y todos votaron que sí”. Caifás se dirigió a Jesús y le dijo: “Si nos pide perdón a todos y niega ser hijo de Dios, lo soltamos y nos olvidamos de usted”. Contestó Jesús: “Es la ley de mi Padre y a ninguno le pediré perdón. Ya empezó a cumplirse la ley Divina y la espero con todo el amor, aún para ustedes” Enseguida calló.

El murmullo de todos fue grande. Solamente el sacerdote Nicodemus no estaba de acuerdo con lo que le iban a hacer a Jesús. Muchas veces lo acompañó de lejos y entendía sus

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mensajes. Intentó de muchas maneras convencerlos de la inocencia del Nazareno. Enfatizó en sus mensajes de amor y de justicia por medio de parábolas sencillas y sabias. Se manifestó en contra de juzgarlo, ya que no había delito en él, y dejó muy en claro que su voto era a favor de Jesús y opuesto a las decisiones de los demás sacerdotes que se inclinaran en condenarlo; pero ante tan numerosa cantidad de sacerdotes en contra de Jesús, fue imposible siquiera intentar defenderlo. Como último recurso, sin embargo, se dirigió a los sacerdotes y les dijo: “Nada se puede hacer sin contar con Poncio Pilato o Herodes, y todos estuvieron de acuerdo en llevarlo nuevamente ante Pilato”.

Jesús salió nuevamente con la comitiva de todos los sacerdotes y el cuerpo militar de los romanos hacia Pilato para pedirle que fuera juzgado por Roma. Al salir, Jesús vio a sus discípulos, los saludó y les dijo: “No teman que la ley de mi Padre ha comenzado. Tengan paciencia y resignación”. María, su madre, María Magdalena y otras mujeres amigas se quisieron acercar, pero la guardia y los sacerdotes no las dejaron, y se dirigieron al palacio de Poncio Pilato. Allí nuevamente fue recibido Jesús y los sacerdotes. Pilato dejó entrar a todos los sacerdotes y a Jesús, para preguntarles porqué lo traían de nuevo, y dijo: “A Jesús yo no lo hallo culpable de nada. Ustedes van a juzgar a un ser que no debe nada, que no ha hecho daño y que no viene con un ejército armado sino con gente del pueblo que lo quiere por todo el saber que tiene, por el amor que da, y la ayuda y sanación que hace a los enfermos. Yo no puedo juzgarlo y para mí Jesús debe ser liberado”. Ante esa respuesta de Pilato, el principal de los sacerdotes, Caifás dijo: “Jesús es un blasfemo y trató de destruir las leyes de Moisés diciendo que es hijo de Dios y que tiene todo el poder sobre nosotros, que tenemos un pacto de respeto entre nosotros los sacerdotes del Sanedrín y

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Roma que debe cumplirse. Si le pedimos permiso es porque la ley de Roma dice que para toda ejecución se debe contar con la aprobación que está representada en la persona de Poncio Pilato”. Al oír a Caifás, Pilato se llenó de ira y dijo: Es cierto todo, pero mientras esté en el mando no permitiré esta injusticia y para ello deben contar con Herodes, quien tiene más autoridad que yo, y tendrán que ir a presentarse ante él”. Llamó al comandante y le dijo:” Vayan a ver a Herodes, pero no encadenen a Jesús que él no huirá, porque él me dijo que el destino ya estaba marcado hasta el final”. Enseguida le dio la orden para ir a Herodes y se retiró lleno de ira contra los sacerdotes. Estos se quedaron mudos ante la orden de no tocar a Jesús, ni encadenarlo, por ello mayor fue su ira y salieron con destino al Palacio de Herodes. Al salir, sus seguidores se alegraron de verlo sin cadenas y pensaron que el juicio se había suspendido, pero Jesús con su mirada triste les dio a entender que todo esto era un paso más para el sufrimiento que vendría luego de hablar con Herodes. La comitiva se dirigió al palacio. Al llegar allí ya Poncio Pilato había alertado a Herodes en contra de los sacerdotes y por ello él mandó a seguir solamente a Jesús y al comandante de la guardia, y los sacerdotes del Sanedrín se quedaron por fuera llenos de ira. Herodes recibió a Jesús en el salón y le dijo: “Sigue, buen hombre. ¿Por qué quieren maltratarte y aún crucificarte a la ley de Roma, como un vil asesino, si nunca has hecho nada? “ Entonces el Nazareno respondió: “Herodes, la ley de la vida y la de mi Padre me tienen esto preparado. Llegué a la tierra durante el reinado de Roma, y tanto Herodes como Pilato estaban en mi vida de sufrimiento sin que tengan nada que ver, pero con el paso de los siglos se verá que todo sigue lo mismo que ahora. Primero es el dominio de la fuerza militar y luego será el poder espiritual (las religiones), destruyendo todo a su paso”. Herodes quedó como si no hubiera entendido nada

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y dijo: “Jesús, usted tiene la razón. En la vida hay seres que juzgan a la ligera y que lejos de buscar la paz y la armonía sólo alcanzan una aparente tranquilidad, basándose en un supuesto respeto, pero en verdad no consiguen nada, porque cometen injusticias” y a continuación le invitó diciéndole: “Jesús, ven y siéntate conmigo, cenemos y háblame de ti y de tus obras aquí, y la causa del odio de los sacerdotes”. Jesús se sentó a la mesa y dijo:”Yo vengo de otro mundo, no pertenezco aquí, y vine para enseñar a este pueblo de Israel a guiarlos por el camino del bien, y que se tuvieran amor entre todos; pero los sacerdotes tienen su modo de guiar a su pueblo y someterlo a todo lo material y no espiritual. Las enseñanzas de Moisés tienen su límite, y no las supieron explicar y entender como debe ser”. Herodes continuó preguntando: “Maestro, ¿por qué dicen que usted es el hijo de Dios si nosotros tenemos muchos dioses y eso molesta a los sacerdotes que no creen en ellos?” y Jesús le respondió. “Tú lo has dicho. Soy hijo de Dios, y Dios no hay sino uno solo para todos. Que tengan muchos dioses es lo mismo” Yo vine fue por un mandato divino así como usted ordena a uno de sus comandantes atacar a cualquier población por no cumplir. Pero yo ataco de diferente manera: con amor, con justicia, con igualdad, con sabiduría; no con armas. Podría haber llegado con mis ejércitos que no son de la tierra, pero no lo hago, sino que cumplo la voluntad de mi Padre que está en otro sistema del cosmos, o cielo que ustedes llaman”. Herodes quedó admirado de su sabiduría y tuvo que aceptar que realmente Jesús sí se gano al pueblo con su sabiduría y no con armas; que nunca atacó a Roma y al mismo tiempo comprobar tristemente que ellos, los romanos, serían los intermediarios para la crucifixión de Jesús. Herodes dijo a Jesús: “Maestro, yo no hallo ninguna culpa para condenarlo. Como yo no tengo esta jurisdicción, se lo devuelvo a Poncio Pilatos. Yo no quiero llevar este peso

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de injusticia con usted, Maestro”. Llamó al comandante y le dijo: “Escóltalo, pero no lo encadenes, hasta el palacio de Poncio Pilatos” y añadió: “Yo no hallé ninguna culpa sobre este gran hombre. Que decida él lo que tiene que hacer”. Luego se despidió de Jesús y se retiró.

Nuevamente salió Jesús hacia su propio calvario, que ya estaba a punto de iniciarse. Volvió los ojos hacia arriba y allí estaban los maestros dándole ánimos, sin poder hacer nada. La ley Divina se cumplía para Jesús.

Los sacerdotes estaban felices presintiendo que el Maestro saldría encadenado, pero fue grande su desilusión al ver que salía libre de cadenas, escoltado por la guardia romana hacia el palacio de Poncio Pilato.

Ante los ojos de Jesús se presentó una visión súbita de todo el sufrimiento que ya estaba próximo a iniciarse en el palacio de Pilato. La marcha fue triste, tanto para Jesús como para los que lo acompañaban. Luzbel miraba con satisfacción por su sufrimiento, pero con tristeza, porque Jesús lo había vencido y no había aceptado su ayuda. Los sacerdotes estaban llenos de ira, primero contra Poncio Pilato y luego contra Herodes, pues se sentían burlados. Ya nunca tuvieron acceso a ninguno de los “Juicios” que aparentemente le hicieron. En ese momento decidieron que serían ellos quienes lo juzgarían. Entre tanto, Herodes envió un mensajero a Poncio Pilato responsabilizándolo de la ejecución de Jesús.

El recorrido del Maestro fue rápido, y al llegar junto con sus seguidores a donde Poncio Pilato, se encontró con un personaje totalmente cambiado en su actitud con ellos. Los hizo entrar a todos y les dijo: “Por última vez, Jesús es inocente y ustedes deben juzgarlo. Pero para que no digan nada; yo me comprometo a darle a Jesús un castigo ejemplar y mostrárselo, para que tengan compasión de Él”. Dio la orden

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al comandante para que atara con cadenas a Jesús y lo llevara al patio de los suplicios que tenían los romanos para la gente que no cumplía las leyes.

En ese momento se vio la felicidad de los sacerdotes que al fin vencieron a Jesús, y le pusieron delante de ellos las cadenas en los pies y en las manos. Poncio Pilato, les dijo: “¿Están satisfechos, o quieren más?” Y a una voz contestaron: “Queremos más, y que lo coronen “El rey de los Judíos”. Poncio Pilato se dirigió a Jesús y le peguntó: “¿Maestro, no quiere defenderse?” y Jesús respondió. “Terminé lo que empezó. Ya no se puede parar y ningún ser humano podrá hacerlo”. No habló más. Lo llevaron a latigazos y a empujones al suplicio de sus carnes. Los sacerdotes se quedaron afuera y entró Jesús con la guardia de Poncio Pilato, y fue llevado al interior de un patio donde se hacen los suplicios de los reos para hacerlos hablar o mandarlos a la crucifixión. Poncio Pilato llamó al jefe de su escolta y le dio la orden de martirizarlo lo más fuerte posible, sin llegar a matarlo, y también de que lo coronaran, y así salvar su responsabilidad y su conciencia ante sí mismo, y de esta manera lograr que los sacerdotes lo dejaran libre de culpas. Poncio Pilato se retiró a sus habitaciones con la reina y pidió que lo molestaran solo cuando ya estuviera castigado, para presentarlo al pueblo que lo reclamaba.

Volvió el Jefe de la Guardia y dio la orden de amarrarlo a un poste que servía para el suplicio de los reos. Después de quitarle su túnica y quedar casi sin ropa, salvo, una especie de pañal que cubría sus partes íntimas; se intensificó su suplicio ya que los golpes los recibiría directamente en su ya maltratada piel. En este instante Jesús alzó sus ojos nuevamente a donde estaban sus hermanos, y ellos le dijeron: “Jesús, ha llegado tu hora. Haz de tener toda la fuerza humana porque sentirás el dolor como cualquier humano y nadie te ayudará, sino tú mismo, con la fuerza de tu voluntad” Jesús sólo contestó:

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“Haré la voluntad de mi Padre y la mía, para salvar la tierra y dejar enseñanzas de amor a los hombres”. Jesús agachó la cabeza para esperar el suplicio de la carne y en ese momento se le presentó Luzbel y le dijo: “Maestro, todavía te puedo ayudar y quitarte este sufrimiento”. Jesús levantó los ojos y le dijo: “Vete lejos de mi, porque la ley Divina se cumple”.

El fuete que traía el verdugo, un hombre especialista en desgarrar la piel de sus prisioneros; consistía en un látigo terminado en tres cordones de cuero retorcido y cada una tenía varios garfios de metal que al golpear, arrastraban consigo tiras de piel. Esta arma era temida por todos, y el verdugo, antes de iniciar las torturas, mostraba detalladamente el látigo para intimidar a la víctima y obligarla a decir todo. A los asesinos se les vendaba los ojos y se les empezaba a castigar con éste, fuete hasta ocasionarles la muerte. A Jesús le fueron a vendar los ojos, pero ‘Él no quiso diciendo: “Empiecen ya”. A cada latigazo se desprendía algo de su ser. El dolor era intenso. Eran como garras destruyéndole su espalda y sus piernas. Por más de que intentaba buscar en sí el poder de no sentir el dolor, lo sentía intensamente. Sus hermanos, que observaban desde las alturas, no podían hacer nada para ayudarlo. Fueron treinta y tres latigazos, en nombre de sus treinta y tres años de vida.

Al terminar no tenía piel sobre su espalda y sus piernas. Sólo se apreciaban tiras en medio de una masa de carne y sangre.

El Nazareno quedó colgado de sus brazos, como muerto. De allí lo alzaron entre cuatro personas, de sus manos y sus pies, le pusieron su túnica y lo sentaron en una piedra en el patio. La guardia y su jefe no podían creer que no hubiera muerto por el azote tan fuerte que recibió. Se callaron, y en silencio pasaron todos a verlo. Jesús, con su cabeza doblada contra el pecho, no se movía. Llegó un médico a cerciorarse si estaba vivo y la

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sorpresa fue grande porque al acercársele al Divino Maestro, éste lo miró fijamente y le dijo muy pasito: “Deja que prosiga lo que ya empezaron los verdugos”. El médico saltó hacia atrás y dijo: “Este hombre está vivo y pide que continúen”. El verdugo se asustó y lo miró a la cara, y vio a Jesús con los ojos abiertos quien, ya casi exánime, le dijo:”Termine de una vez”. Igualmente se sorprendió el verdugo ya que ningún reo aguantaba la mitad de los latigazos y moría de una vez, pero la orden de Poncio Pilato era la de infringirle el mayor daño a su cuerpo, para salvarlo de los sacerdotes.

Había una ley que decía que, cuando el reo superaba una flagelación de tal intensidad, se le dejaba libre. El verdugo fue a traer una corona de espinas que se tenía lista y sin ninguna consideración se la colocaron sobre sus sienes, clavándole esas espinas de hierro mientras le gritaba: “Que viva El Rey de Los Judíos”. En su mano derecha le pusieron un palo, semejando un báculo, para que gobernara. Los soldados gritaban y vociferaban con el fin de que los sacerdotes oyeran y se compadecieran de Jesús; pero ellos tan sólo se sonreían por todo lo que veían y oían; Su corazón era duro de convencer. Al terminar de coronarlo lo levantaron los verdugos y se dirigieron hacia el palco, para mostrarlo a los sacerdotes, intentando con ello demostrar toda la fuerza de la agresión y la intensidad del dolor, como un último intento de clemencia y obtener su perdón. El Jefe de la guardia llamó a Poncio Pilato para que viera el estado lamentable en que se encontraba Jesús, casi de rastra, con su corona y su báculo en una mezcla de dolor y de burla.

Poncio Pilato, al ver al Maestro en ese estado por su culpa, pensó que esa sería una medida de salvación, sus ojos se encontraron con los de Jesús y al verlo así; su dolor fue muy grande, y Pilato no quiso verlo. Sentía que él era el responsable de todo el sufrimiento y vergüenza del Rabino.

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Aún así todavía, guardaba la esperanza de que se salvara de la muerte.

La ley se repite. Roma acabó la vida de Jesús y hoy nuevamente Roma intenta destruir las enseñanzas de Jesús y por esto será aniquilada por la ley del cosmos.

Al ver a Jesús, la muchedumbre, incluidos sacerdotes, discípulos y seguidores, todos callaron al ver cómo su rostro apenas se veía en medio de ríos de sangre que bajaban de las sienes y la frente por las heridas de las espinas. Su cuerpo estaba cubierto por la túnica. Poncio Pilato dio la orden de retirarla, para que todos pudieran apreciar y sentir el dolor y la fuerza del escarmiento, y les dijo: “Les pido que lo dejen libre, porque ningún hombre aguantaría éste suplicio. Al retirar la tela ya adherida al cuerpo del Maestro por la sangre que se empezaba a secar, tiras de piel y de carne se desprendían con la ropa. Un grito de dolor se escapó de los labios de Jesús quien sentía que más que, junto sus carnes, se le desgarraba el alma. También entre la muchedumbre se escuchó otro grito doloroso y profundo, acompañado de un profuso llanto. Era María, la madre, quien no pudo soportar esta escena desgarradora y lamentable. Un dolor superior a sus fuerzas le hizo perder el sentido y cayó al suelo. Los discípulos la sacaron de ese escenario de dolor.

Algunos, compadecidos, gritaban: “libérenlo”. Los sacerdotes se miraban entre sí y no sabían qué hacer. Pero pudo más el odio y la rabia, y gritaron despiadadamente “Crucifíquenlo, y que muera definitivamente”. Le pusieron la túnica de nuevo, y Jesús abrió un instante los ojos y dijo: “Padre mío: ¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen. Que la ley Divina y del Cosmos se cumplan hasta el final. No pido perdón ni compasión para mí, sino para ellos, que sufrirán por todos los siglos de los siglos” Esta voz se oyó, no como un murmullo,

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sino fuerte, como voz de trueno. Fue percibida por todos los presentes, aún quienes se encontraban más retirados. Al oírlo Poncio Pilato preguntó a Jesús: “¿Maestro, de dónde saca tanta fuerza para soportar este suplicio que he causado?” Y Jesús, con su voz normal, le contesto: “De mi Padre que está en los cielos. Y no habrá hombre en la tierra que me salve”. A ello Pilato le dijo: “Maestro, existe una última oportunidad para salvarlo y para darle gusto al pueblo judío, éste puede escoger a quien crucificar, dado que hay otro reo que también espera la misma condena y hay la opción de perdonar una de las vidas, si el pueblo así lo quiere”. Enseguida mandó traer el reo más peligroso que ese día iba a ser flagelado y crucificado. Era un asesino llamado Barrabás, a quien trajeron y pusieron a la izquierda de Jesús.

Al llegar Barrabás vió a Jesús y le dijo: “Maestro, Tú no mereces la muerte porque no has hecho nada, y yo si he matado. Si el pueblo me nombra a mí para morir, muero con satisfacción por salvarte. Pero si quedo libre, prometo creer en ti y no hacer más daño al prójimo”.

Poncio Pilato se ubicó en medio de los dos y dirigiéndose a la multitud les dijo: “A mi derecha está Jesús, que para mí es inocente, y a mi izquierda está Barrabás, que es un asesino. Decida el pueblo de Israel a quien se le condena y a quien se le salva”. Hubo un silencio de muerte y luego un estruendo grande y el pueblo decidió enardecido: “Crucifiquen a Jesús y liberen a Barrabás”. En ese momento el cielo se oscureció, como presagiando el crimen que se iba a cometer, y el castigo que cargaría sobre sí el pueblo judío.

Pilato dijo: “Se comete una gran injusticia contra este hombre y yo, Pilato, me lavo las manos, porque no me hago responsable, y ustedes sacerdotes son los culpables de esta crucifixión”. Los sacerdotes gritaron: “Que la sangre de Jesús

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caiga por todas las generaciones hasta el final de los tiempos, sobre la gran familia judía”. Jesús al oír esto dijo: “Que la voluntad de Dios y la ley se hagan sobre ustedes, hasta los últimos tiempos, cuando llegue la nueva generación. Luego de mi muerte en la cruz, al tercer día resucitaré y estaré con mi Padre”.

Los sacerdotes gritaron: “Blasfemo, crucifíquenle, está rompiendo la ley de Moisés”. Pilato, se levantó dijo: “Si siguen vociferando, los mando a sacar con mi guardia” Luego dio la orden para que lo custodiaran hasta el lugar donde iría a ser crucificado, y ordenó que el mismo Jesús debería llevar la cruz a cuestas por el camino del calvario. Los sacerdotes quisieron darle las gracias a Poncio Pilato y él les dijo: “Si no desalojan, daré orden de apresarlos y crucificarlos a todos. Salgan de aquí y no vuelvan a pedir nunca nada”.

Los sacerdotes salieron felices a esperar a Jesús cuando saliera por la puerta del palacio, y una gran muchedumbre también esperaba. Los apóstoles estaban llorando al pensar que tal vez ellos lo habrían podido salvar. La virgen María y María Magdalena estaban dispuestas a seguirlo hasta el lugar de la crucifixión. Al salir Jesús, iba adelante el jefe de la guardia, y alrededor de Él iban diez soldados a cada lado. El verdugo iba detrás del Maestro, con un látigo normal, para que el pueblo viera que era un castigo ejemplar para El Rey de los Judíos.

Jesús se detuvo a la salida, miró a los sacerdotes y les dijo: “¿Están satisfechos por el suplicio que recibí? Recuerden esto: Mi Padre castigara más al Pastor del rebaño que a las ovejas”. Y a los apóstoles les digo: “Han de tener paciencia que después del tercer día los buscaré, después de mi resurrección, para darles las últimas instrucciones, antes de partir al reino de mi Padre y de mis hermanos. A ti madre mía te pido tener paciencia y estar cerca de mí para recibir tu amor

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de madre a hijo hasta el último instante. Tus amigas también serán bendecidas hasta tu muerte”. Al decir esto terminó su despedida y sin decir más volvió los ojos al cielo, vio a sus hermanos y les dijo: “Pronto estaré con ustedes”, palabras estas que sólo pudieron escuchar los más cercanos pero que posiblemente no comprendieron a quienes se refería.

Los verdugos se acercaron con la cruz y la colocaron sobre sus hombros. La túnica adherida a la piel, por la sangre recién vertida, aumentaba el suplicio del peso de la cruz. La sangre que aún manaba de su frente caía sobre sus fatigados párpados y le impedía ver con claridad el camino a recorrer. Todo estaba entre brumas de luz y sangre. El desfile del martirio estaba dispuesto así: Presidía el triste cortejo un tamborilero que, a manera de pregón, iba anunciando la crucifixión. Le seguían, con paso arrogante, dos sacerdotes dirigiendo el camino. Detrás de los sacerdotes venía el jefe de la guardia romana, y a continuación doble fila de soldados, en un total de veinte, dispuestos a ambos lados, para evitar el acercamiento a Jesús. En el centro de ellos el Maestro Jesús, con la cruz de madera a cuestas, o más bien la muerte simbolizada por la cruz. Detrás de ellos el verdugo, con un látigo de tres fuetes en la mano. La multitud se agolpaba como en calle de honor al paso de Jesús. Había entre ellos seguidores del Maestro, seguidores del Sanedrín y el pueblo en general. Jesús caminaba silencioso en medio de la muchedumbre, iba descalzo, con sus pies completamente desprovistos de cualquier protección o calzado, para que el camino se le hiciera aún más doloroso. El madero le iba moliendo sus escarnecidos hombros ya que por la fuerza del dolor tenía que alternar los dos lados, derecho e izquierdo.

Jesús, al iniciar el recorrido de la ciudad de Jerusalén hacia el Monte de la Calavera, alzó los ojos hacia su Padre y dijo:

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“Padre, te pido que me des fuerza para resistir como hombre este sufrimiento, porque me siento débil”. Allí estaban sus hermanos, como siempre, en cuarta dimensión, los vio Jesús y ellos, con sus ojos, le daban fuerzas a Él. No podían hacer más porque no les estaba permitido ayudarle. También entre sí, los maestros meditaban los horrores de los humanos, la falta de amor y el abuso del poder de ellos, lo cual al parecer es lo único que les satisface, así como la indiferencia por el sufrimiento ajeno y la frialdad ante los derramamientos de sangre, injustos e inútiles. En estos momentos de dolor y de escarnio, no faltó Luzbel, quien lo tentaba con el sufrimiento que él insistía era inútil. Jesús le dijo: “Luzbel, usted ya no tiene nada que hacer delante de mí. Retírese si quiere gozar con mi muerte porque luego llegará su turno en la tierra y con los siglos tendrá que abandonarla y buscar otro sitio para el suplicio de los hombres que no han encontrado esa paz interna para otra vida mejor”.

Al iniciar la marcha los sacerdotes guiaban la procesión y lo llevaban por toda la ciudad. La gente lo insultaba y otros lo lloraban. Jesús, siempre agachado, no quería alzar su vista, para no sentir más tristeza. El verdugo lo golpeaba con el látigo si descansaba un momento. Jesús cayó por nueve veces. La primera cayó sobre sus rodillas, el dolor fue grande y no lo ayudaron con la cruz. Se levantó con esfuerzo y siguió por las calles tortuosas. Por fuera de la fila de soldados iban los apóstoles. María y sus amigas hacían lo posible para que Jesús las viera. La segunda caída fue de bruces y se golpeó en el costado derecho, donde llevaba la cruz. Esta cayó a un lado del Maestro, y lo levantaron a látigo y le volvieron a colocar la cruz. Jesús dejaba una estela pequeña de sangre a su paso y entre más sufría Jesús, la gente gritaba de gozo, era un espectáculo nunca visto. Los sacerdotes gritaban: “El hombre que creyó ser hijo de Dios. Es un blasfemo. Debe ser

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castigado como lo están haciendo” y añadían: “Viva Roma, que ha hecho justicia” La muchedumbre los aplaudía. La tercera caída fue hacia el lado izquierdo y la cruz que era llevada sobre el hombro derecho, le laceró el cuello al pasarla por encima de su cabeza. Jesús gritó de dolor, pero el mismo dolor era como anestesia de sus heridas. Se levantó solo, y le pusieron la cruz sobre el hombro izquierdo. La sangre que caía sobre su rostro le cerraba los ojos. En la cuarta caída cayó con todo y cruz hacia adelante. Hubo gritos de satisfacción de la muchedumbre, al estilo de los circos romanos, cuando la gente se encarnizaba con la sangre de los cristianos. Su rostro se golpeó contra las piedras y lo ayudaron a levantar, y le pusieron la cruz sobro el otro hombro. La quinta caída fue subiendo unas gradas, porque el deseo de los sacerdotes era que lo viera todo el pueblo de Israel. Se golpeó en la pierna izquierda y rodó unas escaleras. Allí lo levantaron a látigo y allí Jesús no pudo ponerse en pié. Llamaron a uno de los que gritaba y le dieron de subir la cruz hasta el último peldaño. Jesús subió con esfuerzo y al llegar al último peldaño, de nuevo pusieron su cruz en el hombro derecho. Al sentir el peso sobre sus carnes laceradas dejó escapar un grito de dolor, pero lejos de apiadarse, la muchedumbre siguió con su ritual de gritos diciendo: “Salve a Roma y a los sacerdotes, porque hicieron justicia. En la sexta caída Jesús cayó sobre su pierna derecha. El dolor fue muy grande. Allí lo azotaron hasta que el jefe dijo: “No más, o si no se nos muere, el éxito es crucificarlo vivo”. Lo ayudaron y le pusieron la cruz nuevamente sobre sus hombros. Sus hermanos veían la sevicia de los verdugos. Al que dio amor le devolvieron con sangre. De allí lo guiaron al templo donde los esperaban los sacerdotes. La séptima caída fue frente al templo. Allí cayó con todo el peso de la cruz sobre Él, y los sacerdotes la retiraron de encima. En ese momento llegó María Magdalena

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y le secó su rostro rápidamente para que pudiera ver donde andaba, y le dio a beber agua. Jesús le dijo “Bendita eres entre todas las mujeres. Dile a mi madre que ya es poco el tiempo que falta. Que no llore, porque estaré muy pronto al lado de mi Padre”. Luego Jesús volteó el rostro y vio el templo y vio a los sacerdotes que estaban allí, todos los del Sanedrín. Le dijeron: “¿Cómo es que dices que tú eres el Hijo de Dios y que destruirás el templo y al tercer día lo levantarás, cómo lo harás si estás que no puedes caminar y ya está cerca la hora de tu muerte? Mira, que el pueblo no te quiere y hasta tus mismos amigos te traicionaron, y un discípulo tuyo fue quien te entregó, ¡Qué tristeza! Maestro, Rey de los Judíos. Ahora como se ve, eres Rey de la Cruz y de tu propia sangre”. Jesús, a pesar del intenso dolor, se levantó y les dijo: “Que la justicia de mi Padre se haga”. Los sacerdotes callaron y ordenaron seguir la procesión del calvario. La marcha siguió y el día era de sol, pero de tristeza, porque cometieron el crimen más grande de todos los tiempos. La tierra se salvó, pero los humanos no, excepto muy pocos en los últimos tiempos. A medida que marchaban los gritos continuaban y el tambor iba anunciando el triste martirio. La octava caída sucedió al iniciar la subida, al salir de los muros de Jerusalén y lo guiaban hacia el Monte de la Calavera. El Maestro tropezó, ya sus piernas no daban más. Cayó nuevamente de bruces como muerto. El Jefe de los soldados se afanó y los sacerdotes también, porque la consigna era llevarlo vivo, que sintiera la crucifixión. Allí, de entre la multitud, salió un hombre fuerte que le ayudó a cargarla un tramo más. A Jesús lo levantaron y lo hicieron sentar un rato, le dieron agua para que retomara un poco el aliento.

En ese momento llevaban por otro camino, y sin tanta algarabía, a dos ladrones que también habían condenado a

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morir crucificados, quienes tenían que estar primero que Jesús. Ellos no llevaban la cruz sino que iban amarrados y acompañados de una guardia pequeña. Cuando Jesús se repuso le preguntaron:” ¿Estás listo?” y Él les contestó: “Que la voluntad de mi Padre y la mía se hagan”. Se levantó con esfuerzo y le colocaron la cruz nuevamente para iniciar el ascenso final. Novena y última caída. Jesús tropezó ya finalmente, casi imposibilitado para caminar. Su cuerpo y sus pies sangrantes, la visión era ya muy escasa a causa de la sangre y la extrema debilidad. Al caer, Jesús cerró los ojos y los abrió con susto. Ya llegaba la hora de despedirse de la tierra y de los hombres a quienes trató de salvar y enseñarles cómo debían amarse, pero no lo entendieron y convirtieron sus enseñanzas en ansias malignas de poder, y por ello obraron mal.

A Jesús lo levantaron entre dos soldados y lo llevaron casi de rastra hasta donde debían crucificarlo. La cruz la pusieron en el suelo. Los dos ladrones estaban atados en los pies y en las manos. El uno blasfemaba y el otro callaba. Ambos conocían a Jesús y sus milagros. Uno gritaba: “Soltadme, salvadnos, si en verdad eres el hijo de Dios”. Los apóstoles, María y sus seguidores miraban desde lejos, porque el cordón de soldados les impedía el paso. Los ladrones crucificados: Uno bueno y otro malo. Uno condenado porque sí era culpable y el otro condenado porque así lo quiso la justicia del hombre. O sea: El bien y el mal a la hora de la muerte, y detrás de ellos Luzbel, viendo los últimos momentos de Jesús. Callando y admirándolo por su amor y su fuerza de voluntad en un cuerpo humano débil y desprotegido. A Jesús lo sostuvieron unos y otros le quitaron la túnica. Fue el último grito de dolor de Jesús al desprenderse junto con la tela y la sangre algo de su piel. Lo pusieron sobre la cruz, con el cuerpo sobre el madero vertical, y los brazos extendidos sobre la madera horizontal, puesta sobre la parte superior de la primera. Fueron tres

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clavos grandes. Dos atravesaron las palmas de sus manos y el tercero lo enterraron sobre sus pies, acomodados uno sobre el otro. El dolor que sintió Jesús cuando levantaron la cruz para clavarla en la tierra fue espantoso. Todo su cuerpo se sacudió por el duro impacto. Puede expresarse que su piel y sus músculos se desgarraban y desprendían en los sitios cruciales que sostenían el cuerpo. Cada golpe que daban para afianzar o aprisionar la cruz en el suelo, se agigantaba en la humanidad del Maestro; más aún si pensamos que, un poco arriba de su cabeza, los verdugos martillaron y clavaron una tabla con la inscripción “INRI” o Rey de los Judíos, antes de ser izada la cruz sobre la tierra. El calvario era lamentablemente doloroso. Jesús ocupaba la parte central, con su cuerpo terriblemente torturado y destrozado, clavado sobre la cruz. A los lados los dos condenados con sus cuerpos atados, pero íntegros, afianzados con ataduras sobre las respectivas cruces.

En este instante Jesús alzó sus ojos al Padre y a sus hermanos, y exclamó: “Todo está consumado. La ley de mi Padre y la mía se han cumplido. Perdónalos Padre Mío, porque son como niños malos que no saben lo que hacen, que tienen la fuerza del mal inducidos por Luzbel”. Ya casi sin fuerzas, de nuevo alzó la vista y dijo: “Padre Mío en tus manos encomiendo mi espíritu”.

En lo alto del firmamento, en una nave, la que siempre siguió los pasos de Jesús, donde estaban sus hermanos vigilantes, observaban el desenlace de los acontecimientos. El cielo se oscureció súbitamente, fenómeno éste ocasionado a propósito por los Maestros que la ocupaban. Era una señal para los hombres, para demostrarles que en verdad era el hijo de Dios quien se moría. También se dio el poder a la naturaleza para reclamar la muerte de Jesús. En ese momento empezó a temblar. Uno de los ladrones se dirigió al Maestro y le dijo: “Acuérdate de mí en el reino de los cielos” y El

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Maestro le contestó: “Tu estarás conmigo hoy en el paraíso”. Y nuevamente miró a lo alto y agregó: “Padre Mío, ya cumplí con mi deber en la tierra, ahora que se haga tu voluntad”. Antes de cerrar sus ojos, en la agonía de la muerte dijo: “Tengo sed” y aún todavía en ese momento, nada movió a la piedad de los hombres. En vez de agua colocaron una estopa con ajenjo. La amargura de la humanidad. Finalmente, tal vez para precipitar la muerte, un soldado romano atravesó el costado izquierdo de Jesús con su lanza. Sólo un poco de agua y sangre salió de la herida, el Redentor ya había expirado.

Los sacerdotes, al ver el cambio súbito del clima, de sol a oscuridad, acompañado del fuerte temblor de tierra en el justo momento de la agonía y muerte de Jesús, salieron despavoridos huyendo del lugar diciendo: “Igual que los romanos, también hemos crucificado al Hijo de Dios”.

Allí, en el calvario, sólo permanecieron en su lugar los apóstoles, la madre de Jesús, María Magdalena y María Salomé, otra seguidora del Nazareno. Lloraban a Jesús y se quedaron cerca de Él, porque tenían la certeza de que estos fenómenos eran la respuesta de la tierra por el abominable crimen. Sintieron miedo como todos, pero se sentían seguros al lado de su Maestro.

Jerusalén toda se conmocionó. El temblor de tierra se sintió en toda la ciudad, El templo se resquebrajó y los sacerdotes continuaban con sus gritos de “Hemos matado al Hijo de Dios”. Poncio Pilato también se cuestionó diciendo: “¿Por qué no lo salvé si era inocente?

Una reflexión que vale considerar respecto a la Redención de Jesús y el final de los tiempos, es la siguiente: Para el final de los siglos, el cristianismo habrá tomado múltiples caminos, según el número de corrientes religiosas. Unas más, otras menos fieles al mandamiento único del amor pregonado

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y ejemplarizado por Jesús. En otras, siendo desvirtuado y acomodado según las conveniencias particulares de cada iglesia. Entre todas, Roma; bajo el signo de la cruz, en nombre de la Iglesia Católica, siguió mandando y gobernando con la conducción única del Pontificado.

Retornamos al momento de la crucifixión y repasamos que Jesús fue clavado en una cruz, convirtiéndose ella en símbolo de muerte y no de salvación. Sobre su cuerpo hay un triángulo de muerte conformado así: Una línea horizontal superior que va de extremo a extremo de sus dos manos y dos líneas oblicuas que parten de cada uno de los clavos de sus manos para converger en un solo punto sobe los pies. Es un triángulo con la punta orientada hacia abajo, hacia la tierra, de donde parten los sufrimientos del Maestro y que compendia todas las fuerzas del mal. No sucede así el considerar la Trinidad Santa; Padre, Hijo y Espíritu Santo, donde el Padre y el Hijo a su derecha, convergen en un ápice de luz sobre ellos, en un plano de dimensión espiritual.

Ha llegado la hora en que los elementos de la tierra le cobren todo su daño a los humanos porque no habrá religión que tenga la verdad. La verdad es cada uno de los hombres. En la comprensión y realización del amor. Donde hay amor hay justicia. Pero casi todos se inclinaron por la mente, que es poderosa, y a la vez engaña con la fascinación fugaz de la materia. Todo aquello que no se maneja con el corazón, pierde su finalidad. El templo es el corazón, pero se endurece y se cierra, obnubilado por el poder, los placeres, la ambición, el egoísmo y engendra la maldad. La mente es clara y brillante pero se deja deslumbrar y corromper, y por ello crea el mal que termina por destruir.

El Maestro Jesús, en sus últimos momentos de sufrimiento y dolor, no solamente físico sino espiritual, dejó su cuerpo

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y salió para unirse con su Padre y sus hermanos que lo esperaban en su nave. De allí vio el espectáculo de su cuerpo destrozado. Y los dos cuerpos de los hombres al lado de su cuerpo, muertos. Vio a los romanos huyendo, como también los sacerdotes y la gente del pueblo, corriendo asustados; quedando solo los apóstoles y las mujeres antes mencionadas. Un cuadro doloroso, pero real.

Al reunirse con sus hermanos acordaron que su cuerpo maltratado debía reconstruirse, como se había predicho para la resurrección. Durante el tiempo que permaneció en la bóveda, ellos bajarían en otra dimensión, para no ser vistos, y se encargarían de rehacerlo, como efectivamente sucedió. También el Maestro Jesús repasó su vida pública con sus hermanos, y vio, como en una visión, su vida en la tierra: Sus milagros, sus sermones, todo cuanto fue su experiencia como humano y dijo: “Todo lo hice por amor a la tierra y a la humanidad, para darles una enseñanza de amor, pero nunca lo comprendieron y tampoco lo aprovecharon”.

Jesús y sus hermanos salieron fuera de la tierra y llegaron a Venus, su planeta de origen. Se efectuó una reunión de todos los Maestros que comandan grandes naves y acordaron que ésta sería la última ayuda a la tierra, hasta el final de los tiempos, cuando vendrá Jesús de nuevo para guiar a los escogidos y sus familias hacia una nueva vida en amor y sabiduría. Hicieron una visión futura, a dos mil años después de su nacimiento, para verificar el desarrollo de la humanidad durante todos esos siglos. El resultado fue muy triste. La tierra ya había sido condenada a su destrucción, junto con toda la humanidad. Con la muerte de Jesús se dio una tregua, una nueva oportunidad para qué la gente cambiara, pero al final sólo unos pocos entendieron el mensaje. Sólo ellos fueron salvados, sólo ellos fueron redimidos, junto con todos los justos que la habitaron y murieron en el transcurso del

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tiempo anotado. Pero lamentablemente el resultado final fue el mismo, o quizás mayor, si contamos con el multiplicado aumento de la población mundial.

Jesús había dicho a sus discípulos que al tercer día resucitaría. Algo similar sucede con los hombres al morir. Cuando el espíritu se desprende de su cuerpo, tarda ese tiempo en ser juzgado y definirse su reingreso a la rueda de las encarnaciones, o liberarse completamente de las cargas humanas y convertirse en un ser de luz.

Al terminar la oscuridad, los relámpagos, el temblor de tierra y la lluvia se acercaron a Jesús su madre, las mujeres que la acompañaban y los discípulos para bajarlo de la cruz. En ese momento llegó un sacerdote, de los pocos buenos entre los sacerdotes del Sanedrín. Nicodemus, quien ofreció prestar en su Jardín una tumba bajo tierra, que tenía para su familia. Nicodemus era un hombre influyente, tanto con los romanos como en el Sanedrín, por ello fue a él a quien se le concedió el permiso para entregarle el cuerpo de Jesús, con la condición de tenerle guardia permanente en su tumba, ante el peligro de que su cuerpo fuera rescatado por los discípulos y con ello ratificar falsamente que había resucitado.

Nicodemus trajo la tela para cubrirlo y envolverlo al ser descendido de la cruz. La corona de espinas no fue posible retirarla de sus sienes y su frente porque estaba muy incrustada y clavada, y destrozarían aún más su rostro en el intento. La tela usual para la mortaja tenía 4.50 mt de largo por 0.90 mt. de ancho. La extendieron sobre el suelo sin romperla, colocaron sobre ella el cuerpo de Jesús, de espalda contra el suelo en forma longitudinal, del tal forma que quedaba una mitad de tela libre para cubrir toda la parte anterior de la humanidad de Jesús. Luego, con tiras de tela adicional, se fue atando transversalmente hasta amortajarlo completamente. Durante

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todo este procedimiento siempre hubo una vigilancia de soldados romanos y dos sacerdotes del Sanedrín quienes estaban atentos al más leve movimiento. Luego, los discípulos trajeron una parihuela, especie de camilla, conformada por una lona del ancho aproximado de un metro por 2.50 metros de largo, sujetada en sus extremos por dos listones de madera sencilla, pero fuerte. En ella colocaron los despojos del Maestro y lo condujeron a la tumba cedida por Nicodemus, acompañados siempre por las mujeres y sus discípulos, y la guardia dispuesta para vigilarlos, junto con los sacerdotes.

Al llegar al sitio se apreciaba una gran piedra que tapaba completamente la puerta de entrada. A continuación se bajaba unas gradas y en el fondo, en una bóveda, había una tumba de piedra cavada en la roca y una gran losa dispuesta para tapar la sepultura. En ese espacio reducido entraron los dos sacerdotes, cinco soldados romanos, María la madre de Jesús,. Nicodemus y sólo uno de sus discípulos. Luego de ser colocado el cuerpo del Maestro en esta triste sepultura, entre todos lo taparon con la losa . Tan pesada era, que se necesitó de la fuerza de estas diez personas para moverla y ponerla en su lugar. Luego salieron todos, y de último los sacerdotes, quienes revisaron la bóveda y verificaron que no hubiera una salida secreta, y satisfechos dijeron: “De aquí no puede salir Jesús, pero si sale es el Hijo de Dios”. Cubrieron la puerta de salida con la piedra más grande que requirió de la fuerza de veinte personas. Entonces ayudaron los discípulos de Jesús que habían quedado afuera. Los primeros en retirarse fueron los discípulos y a continuación María y las mujeres, junto con Nicodemus. Los últimos en irse fueron los del Sanedrín, quienes advirtieron a los romanos que no permitieran el acercamiento de nadie, so pena de morir. Los sacerdotes se fueron a reunir con los demás miembros del Sanedrín y acordaron pedir permiso a Poncio Pilato para que

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se les permitiese a ellos también dejar dos representantes custodiando la tumba de Jesús, ante el temor de que los romanos pudieran ser fácilmente comprados o manipulados por los apóstoles para sacar el cuerpo de su Maestro.

Como dijimos anteriormente, este tiempo sería aprovechado por el Maestro y sus Hermanos para la reconstrucción del cuerpo de Jesús que tan maltratado había quedado por las múltiples heridas. Conforme a lo profetizado, a las setenta y dos horas cumplidas de su muerte se daría el milagro de la resurrección. Vamos a describir un poco cómo se hizo todo ello. Poco antes de cumplirse el plazo, la tapa de la tumba se retiró sola y Jesús volvió a ocupar de nuevo su cuerpo, para entonces ya completamente limpio de sangre y de heridas, como era antes de los martirios. Al tomar Jesús de nuevo su cuerpo, este resplandeció con una luz blanca y brillante, difícil de describir haciéndolo ver radiante y luminoso, como si nunca hubiera padecido un solo tormento. La mortaja y la corona de espinas quedaron en el lugar, como testimonio de todos los sufrimientos y prueba de la existencia de Jesús. Este lienzo, por procesos inexplicables de conservación que le fue aplicado por los Maestros, quedó incorruptible e indestructible hasta el final de los tiempos y se conserva en un museo de Europa.

Llegado el momento de la resurrección, los soldados oyeron ruidos en el interior de la bóveda y vieron como esta se iluminó, y sus resplandores alcanzaban a asomar por las grietas de la misma. La guardia se dispuso a enfrentar a quien había osado violar la tumba, y los sacerdotes se mantuvieron alerta. De pronto la gran piedra que cubría la entrada empezó a moverse por sí sola hasta quedar completamente libre la entrada. En ese momento fue saliendo Jesús, rodeado de una luz cegadora, y los soldados, sin poder evitarlo, cayeron hacia atrás. El campo magnético que circundaba la figura del

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Maestro los lanzó de espaldas y el Señor se fue elevando hacia el cielo, dejando tras de sí una fuerte estela de luz.

Ante una situación tan misteriosa e impactante, y frente a la más maravillosa visión celestial, los soldados romanos dejaron las armas, y presos de miedo y dolor huyeron gritando: “Matamos al hijo de Dios”, y era verdad. Lo mismo gritaron los sacerdotes quienes, rasgándose las vestiduras, presos de angustia y culpa, corrieron despavoridos hacia el Sanedrín, para dar cuenta de las últimas noticias. Al oír los relatos de los sacerdotes, los demás los juzgaron locos y se fueron todos a verificar los hechos hacia la tumba. Por su parte, los soldados romanos hicieron lo propio, buscando informar a Poncio Pilato, quien salió igualmente con su guardia, a constatar los hechos. Sacerdotes y romanos se encontraron en la tumba y verificaron la verdad de todo. No estaba ya El Divino Maestro. Ante ésta situación hicieron, las dos partes, el juramento de no decir nada y culpar a los discípulos diciendo que ellos habían atacado a los sacerdotes y a los romanos, y que posteriormente habían movido la roca y habían sacado el cuerpo de Jesús. A los soldados y sacerdotes que habían presenciado la resurrección los amenazaron de muerte y les dieron dinero para callarlos.

Con lo que no contaron los sacerdotes era que Nicodemus había regresado y había presenciado todo el proceso de la resurrección del Maestro Jesús. Vale la pena anotar que, cuando los discípulos se retiraron junto con María y los seguidores del Señor y la bóveda quedó solo con la guardia y los delegados del Sanedrín; Nicodemus se regresó, y oculto permaneció despierto y atento las setenta y dos horas previstas. Al ascender Jesús y luego de la huída de todos, habiendo quedado sola la tumba; entró en ella Nicodemus, tomó la mortaja y la corona de espinas y se la llevó para su casa, para luego mostrarla a los discípulos y a su madre María,

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y de ésta manera evitar que dichas prendas fueran destruidas o hurtadas.

Hubo otro testigo: Jesús, quien desde su lugar en cuarta dimensión observó y siguió los movimientos de Nicodemus y sonrió al ver como él recogió la mortaja para guardar su sufrimiento por los siglos de los siglos. Esa mortaja se cuida donde quiera que la lleven y le hagan todas las pruebas de verificación posibles.

Después de cumplida la prohibición de los romanos, que les impedía a los discípulos, la familia y los seguidores de Jesús, regresar a la tumba; Se presentaron en ella María y su dos compañeras, y cual sería su sorpresa al encontrar sola la tumba, abierta y sin ninguna vigilancia. Ellas corrieron hacia el interior y sólo sintieron un aroma delicado de rosas y una sensación de paz increíble. La tapa de la tumba estaba a un lado y no había ningún rastro, aparte de la fragancia fresca y delicada de las rosas. Ellas buscaron por todos lados. La Virgen María llamó a su hijo, pero nadie contestó. Entonces abandonaron el lugar y se dirigieron a sus casas, alarmadas, pensando que acaso los sacerdotes o los romanos se hubieran llevado el cadáver de Jesús. Tampoco atinaban a pensar en qué forma debían indagar con Poncio Pilato. Una de ellas, se regresó a la tumba, luego de dejar a la Madre de Jesús y la otra creyente en Jerusalén. Cuando se acercaba ya al lugar, vio a un ser de espaldas y se dijo: “Voy a preguntar a ese señor si supo qué pasó con el que estaba enterrado”, temiendo que este fuera enemigo de Jesús. Al llegar cual sería la sorpresa al oir que quien estaba de espaldas, con su túnica brillante y blanca como la nieve le dijo: “¿Mujer, a quién buscas? No pierdas tu tiempo buscándolo, que ya no está en ella” y se volvió. La mujer no pudo soportar el resplandor que irradiaba la presencia de Jesús y cayendo de rodillas dijo: “Maestro, perdóname por dudar de tus palabras cuando nos dijiste que

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al tercer día resucitarías con todo tu poder y gloria”. Jesús le contestó: “Mujer, levántate, y ve y dile a mis discípulos que se reúnan en el cenáculo para hablar con todos por última vez, para que sepan que mis palabras se cumplieron, así como todo los que aún les tengo que decir. Diles que tengan paciencia porque el día y la hora llegan y la reunión será dentro de tres días” Al final de éstas palabras desapareció de la vista de María Magdalena”.

¿Por qué esa mujer y no la otra, o más aún su madre María? Porque ella fue un ejemplo al redimir su cuerpo, que era la tentación de los hombres, y convertirse en un ser limpio, puro y bueno después de la agitada vida que llevó.

La mujer salió corriendo, llena de alegría. Parecía una niña, saltando para ir a dar la buena nueva, primero a los discípulos que estaban escondidos por temor a los romanos, y a los sacerdotes, y también por no creer completamente que su maestro después de muerto resucitara. No estaban preparados, aunque quien lo negó, que fue Pedro, sí creía en su resurrección. Cuando la mujer llegó y tocó a sus puertas, el susto fue muy grande porque el golpe fue fuerte dada la felicidad de Magdalena al venir a contarles las buenas nuevas del Maestro Jesús. Nadie quería abrir, todos estaban asustados, hasta que la mujer dijo: “Hermanos, ábranme, soy María Magdalena”. Así le abrieron y ella entró irradiando alegría. Ellos, asustados, preguntaron: “¿Qué pasó, quién la persigue?” A lo cual les contestó: “Nuestro Maestro Jesús ha resucitado y lo encontré muy cerca de donde fue enterrado” Todos replicaron al tiempo: “Mentirosa”. “Jesús no ha podido resucitar, lo sucedido es que los sacerdotes se lo llevaron para confundir al pueblo, y a nosotros y lo sepultaron en otra parte”. María Magdalena por segunda vez les dijo: “Es cierto, les mandó a decir que al tercer día de hoy estén reunidos en el cenáculo, como la primera vez, con la virgen y nosotras, para

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despedirse y decirles muchas cosas por última vez” Todos se volvieron y le dijeron: “Pobrecita, está alucinando, está loca, váyase de nosotros, déjenos en paz. Con la muerte de nuestro Maestro basta y de ahora en adelante será peor, por no tener nosotros ninguna prueba. A lo cual Magdalena les contestó: “Si no me creen vayan y cerciórense, y verán que la tumba está abierta, que la piedra grande que se movió con muchos hombres está a un lado”. Entonces Pedro se levantó y dijo delante de todos: “Ve mujer, yo te creo y esperaremos en el cenáculo dentro de tres días. Saldremos en silencio y llegaremos a la sombra de la noche, para que no nos cojan”.

La mujer salió y fue a darle la noticia a María Salomé y ella sí le creyó. Después las dos salieron y fueron a darle la noticia a María, la madre de Jesús. Al escucharlas, la Virgen les dijo: “Bendito seas, Hijo mío. Cumpliste lo que prometiste a tu Padre aún desde antes de nacer”. Las dos mujeres se miraron y le dijeron: “María, si ya sabías, ¿por qué no huiste a Egipto junto con Jesús, y así lo habrías podido salvar del suplicio” A lo cual María les contestó: “Era la voluntad de Él, y la palabra empeñada a su Padre y a los demás hermanos, para proteger la tierra y salvar a los justos; Pero vendrá un día en que Jesús volverá de nuevo a la tierra, y entonces se iniciará una nueva vida en el planeta, donde mi hijo gobernará en amor”.

Las mujeres no salían de su asombro al ver la luz que irradiaba María y la felicidad que reflejaba, como si nunca hubiera pasado nada. Luego de este diálogo se despidieron, para volver a encontrarse al tercer día en el cenáculo.

El sacerdote Nicodemus fue a ver a María al día siguiente de la resurrección y le dijo: “María, era verdad que su hijo era el “Hijo de Dios”, y que resucitaría al tercer día, porque yo fui testigo de todo. Estuve, sin moverme, y llevé pan y agua para comer durante las 72 horas. Desde que tapamos entre

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todos la tumba y luego después que se marcharon quedando sólo la guardia, yo regresé sigilosamente y permanecí oculto todo el tiempo. Faltando sólo unos minutos para cumplirse el plazo, vi que se iluminó por dentro de la bóveda y salía la luz por las grietas de la piedra que tapaba la entrada. Luego, sin que nadie tocara la piedra, esta se deslizó sola hacia un lado, e inmediatamente salió el Maestro Jesús rodeado de una luz tan intensa que la guardia romana y los sacerdotes cayeron del susto y quedaron mudos, al ver ascender hacia el cielo a Jesús, y yo también. Lo vi luego, cuando Jesús desapareció y ellos reaccionaron, oí que ellos decían, entre soldados y sacerdotes, Vamos a informar de esto sólo a los superiores sin que nadie más lo sepa, y se fueron del lugar”. Luego prosiguió; “María, yo, al ver ya solo el sitio de la tumba, entré, recogí la corona y la mortaja, y la enrollé rápido, antes de que llegara más gente y la llevé a mi casa. Luego regresé para saber el resto. Llegó Poncio Pilato con una guardia pequeña y todos los sacerdotes del Sanedrín, y al ver que era verdad se pusieron de acuerdo en amenazar bajo pena de muerte a quienes se enteraron de los hechos reales, les dieron además dinero para callarlos y de esta manera poder inculpar a los apóstoles de la desaparición del cuerpo de Jesús”. Y siguió diciendo: “María, yo estuve en guardia, porque pasé inadvertido en el Sanedrín y soy amigo de Poncio Pilato, pero si los van a acusar, yo los defenderé aunque con poco éxito, pero haré todo lo posible, con la ayuda del Maestro Jesús”. Luego se despidió de María y se fue.

Todos los apóstoles salieron por la noche, escondiéndose hasta llegar al cenáculo, María, sus amigas y el Sacerdote Nicodemus también se fueron por su cuenta. Al llegar al sitio se congregaron en total quince personas. Esperaron alrededor de una gran mesa, unos incrédulos y otros sí muy creyentes. Cuando estaban reunidos la sala se iluminó súbitamente con una luz más fuerte que la que despedían las lámparas

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colocadas sobre las mesas. Casi enseguida empezó a formarse un cuerpo celeste y bello, que al fin tomó la forma de Jesús. Todos cerraron los ojos por la intensidad de la luz y se oyó una voz que les dijo: “Hermanos míos, abran los ojos para que podamos hablar como antes”. Al obedecer los presentes, con admiración vieron a Jesús como antes, como si no hubiera pasado nada. No tenía huellas en su cuerpo ni en su frente. Ya era el ser poderoso, intocable para el ser humano. Ya tenía todos sus poderes, facultades superiores y sabiduría, y les dijo: “Sentaos, hermanos míos, y tú madre, estad cerca de mi”. Los discípulos obedecieron, pero no se atrevían a hablar. Fue María, su madre, la que habló y dijo: “Hijo mío, me siento feliz de haber sido escogida para ser tu madre y deseo que nos digas qué debemos hacer ahora, cada uno de nosotros en bien de la humanidad, que es tan grande y llena de maldad” Jesús le contestó: “Madre, tú dentro de muy poco estarás conmigo en el reino de Dios, y ustedes todos estarán predicando el amor y la enseñanzas que les dejé”. Pedro fue el primero que habló y dijo “Maestro, yo fui el que te negó tres veces, el que no creyó en ti, y el que tuve miedo de decir que estaba contigo, sabiendo quien eres y el poder que tienes, perdóname Maestro pero nunca volverá a suceder hasta mi muerte”. Jesús le contestó: “Pedro, te perdoné antes de negarme tres veces. Tu tendrás que salir de Israel y partir para Roma con cinco apóstoles para predicar allí, y tus enseñanzas habrán de perdurar hasta el final de los tiempos” y añadió: “Yo estaré guiándolos y protegiéndolos hasta la última hora tuya y la de los apóstoles”. Juan se levantó y dijo: “Maestro: ¿Cómo podremos expresarnos con sabiduría y hacer milagros para que nos crean?” Jesús le contestó: “No temas que, antes de irme, visitaré a Poncio Pilato, a Herodes y al Sanedrín, y me verán en muchas partes de Israel, para atestiguar que sí resucité, y darles valor y credibilidad a ustedes. También

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les daré un poder especial a cada uno enviándoles al Espíritu Santo. Una llama de poder que penetrará en ustedes, y será su sabiduría y su don de hacer milagros. Las dos amigas de mi madre tendrán igual derecho y sabrán cómo hacerlo, esto por la gloria de nuestro Padre. Para dar crédito a sus palabras, si buscan en su interior, en el fondo de cada uno de los hombres, encontrarán que hay poder, sabiduría y amor, y harán milagros aún más grandes que los que yo hice” Al unísono los discípulos dijeron: “Imposible pasar sobre los poderes que Tú tienes”. Jesús les contestó: “Es verdad, estos poderes los tendrán, pero con el correr del tiempo. Muy pocos llegarán a descubrirlo, porque mi Padre escogerá al que lo merece”. El apóstol Pablo dijo: “¿Maestro, nosotros lograremos dejar algo de sus enseñanzas?” Y Jesús le contestó: “Sí, pero Roma seguirá gobernando en medio de equivocaciones, y en muchos casos de muerte. Mis enseñanzas y las de ustedes serán alteradas, según conveniencias de las personas y las épocas. Su poder se extenderá a todas las naciones y dará lugar para que en ella entren las fuerzas del mal, que tomarán partido en el gobierno y visión apostólica de la iglesia. Con el tiempo terminará muy mal, porque ese amor que yo enseñé y que es la ley más grande en el cosmos, la destruyeron. Correrá mucha sangre, sucederán muchas guerras, el odio se acrecentará en los corazones. El hombre desarrollará grandes poderes para destruirlo todo. Entonces será el fin”.

Después de estas dolorosas palabras, el Maestro Jesús calló por unos instantes, luego continuó: “Hermanos míos, yo os bendigo” y extendiendo sus manos sobre ellos agregó: “Yo os regalo éste poder”. En ese momento salieron de la nada una especie de llamitas de fuego y se posaron sobre cada uno de ellos, y penetraron sus cuerpos por la cabeza. Sucedió algo extraño: Todos empezaron a hablar otros idiomas. Ellos asustados le preguntaron: “Maestro, qué nos has hecho” y

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Jesús les dijo: “Es un regalo, para cuando viajen a cualquier lugar del mundo y se puedan hacer entender de todos, y habrá más fe en quien les oye, y de igual manera podrán hacer milagros, cuando su corazón se los diga”.

Judas Tadeo intervino diciendo: “¿Maestro, podremos resucitar muertos?” Y Jesús dijo: “Si, pero tendrán que saber el momento en que deban hacerlo, porque si no lo saben no podrán hacerlo y quedarán mal” y Judas continuó preguntando: “Pues, cómo lo sabremos”, a lo cual respondió el Señor: “Tu corazón te lo dirá”

Terminado que hubo estos diálogos, Jesús nuevamente les dijo a los presentes: “Brindemos por última vez con vino y pan porque tengo que hacer aún otras visitas antes de partir para mi reino, y luego visitaré Emaus. Estad atentos, porque les mandaré un mensaje a sus mentes para que vayan al Monte de la Ascensión y allí despedirme de todos por última vez”.

Cuando terminaron la cena levantó sus brazos delante de todos y desapareció dejando una estela de luz, y el salón quedó iluminado como antes. Todos quedaron en silencio, pues no atinaban a decir nada. Al fin María rompió el silencio y les dijo: “Salgan todos, que mi Hijo los protegerá y hará invisibles ante sus enemigos, porque después de que mi Hijo ascienda a los cielos quedarán solos en la tierra, pero protegidos por Jesús”.

Así fue. Todos salieron de noche por diferentes partes, sin correr, y ya con una seguridad única y una fe grande. María se fue a su casa y las dos mujeres también. Luego su madre María se quedó pensando en las palabras de Jesús cuando le anunció que pronto estaría con Él.

Jesús fue al palacio de Herodes y se le apareció en el salón donde estaba con su esposa. Los dos se sorprendieron mucho ante la

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súbita presencia de Jesús, y quedaron mudos y paralizados de espanto. Jesús entonces los tranquilizó diciendo: “No teman. Si he venido hasta aquí, es porque no estoy muerto. Estoy vivo. Prometí al tercer día resucitar, y aquí estoy para que crean que sí soy el Hijo de Dios. Seguiré protegiendo a mis apóstoles hasta que a cada uno le llegue su hora”. Herodes se arrodilló sobrecogido y dijo: “Perdóneme Maestro, por no creer lo que decía Juan el Bautista respecto a usted”. Y Jesús le dijo: “Tú estabas destinado para la misión que hiciste, y era tu destino. Con el paso del tiempo se te olvidará y todo seguirá igual”. Al final de estas palabras Jesús desapareció de la mirada de Herodes.

Al desaparecer Jesús, Herodes huyó, corriendo junto con su esposa, por los corredores del palacio, gritando que habían visto al Maestro Jesús.

Esta noticia recorrió el reino de Israel y se supo también en Roma, y por ello tanto el César como todo el gobierno, se preocuparon ante el temor de que después de la muerte de Jesús y las evidencias de la resurrección, el cristianismo se propagara hasta Roma, como era la sospecha ante la inminente labor evangelizadora de los apóstoles.

Luego Jesús se le apareció a Poncio Pilato quien con su esposa y el general de su guardia comentaban la desaparición del cuerpo de Jesús en la tumba. Cuál sería el susto que sintieron todos al aparecer Jesús ante ellos y hablarles. Jesús se presentó diciendo: “Poncio Pilato, vengo a corroborar mis palabras, cuando dije que al tercer día resucitaría. Aquí estoy, soy el Hijo de Dios y no un simple mortal. Usted no quería crucificarme, lo sé, pero la orden de mi Padre era que usted así debía cumplirla y permitir que el Sanedrín me crucificara”. Con éstas palabras Jesús se despidió, y desapareció. Ante esta visión tan súbita y rápida, Poncio Pilato, su esposa y el Jefe

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de la guardia quedaron mudos y luego de un rato, cuando ya pudieron recuperarse en parte del impacto, Poncio Pilato sólo dijo: “En Verdad que Jesús era el Hijo de Dios, por eso yo no quería crucificarlo”. Su esposa le replicó: “Usted es culpable, porque tenía el poder de salvarlo y no lo hizo”. Ellos, sin embargo, quisieron ocultar la visita del Maestro, pero fue imposible, ya que Jesús recorrió el mismo camino que había hecho cuando fue martirizado en vida, y pudo ser visto de nuevo, ya resucitado, por toda la guardia y las personas que estaban allí. Igualmente lo vieron cuando Jesús salió caminando por la puerta principal del Palacio.

De allí Jesús partió para el Sanedrín. Sabía que todos estaban comentando lo sucedido, especialmente los daños ocasionados al templo por el fuerte temblor; así mismo por todos los extraños fenómenos ocurridos en su crucifixión y muerte. Más aún, estarían haciendo toda suerte de conjeturas por la desaparición de su cuerpo, pues todavía aún no creían que resucitaría sino que se inclinaban por suponer que su cuerpo había sido, de alguna manera a descubrir, sacado de allí por sus apóstoles. Efectivamente, todos estaban comentando con Caifás y de pronto se iluminó el recinto, y ante todos apareció el Maestro Jesús. El susto los invadió a todos sin excepción, y quedaron casi paralizados del miedo. Jesús se presentó ante ellos radiante, con su túnica blanca, muy blanca, resplandeciente y sin ninguna marca de sufrimiento en su cuerpo sino al contrario, extraña y hermosamente iluminado les dijo: “Sacerdotes del Sanedrín: Vengo a cumplir mi promesa de que al tercer día resucitaría, y que soy el Hijo de Dios. Cuando me bajaron de la cruz siempre tuve guardia romana, y la presencia de alguno de ustedes atento vigilando. Cuando me llevaron al sepulcro, igualmente vigilado, y todos pudieron cerciorarse que mi cuerpo había quedado allí bajo la pesada tapa que movieron entre varios hombres, y

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finalmente constataron que la entrada quedó sellada con una losa que requirió la fuerza de veinte personas para ser puesta en su lugar; Luego obligaron a todos los apóstoles a que, sólo hasta el cuarto día de mi muere, regresaran bajo la amenaza de muerte si no acataban el mandato, todo ello con el fin de atestiguar la verdad o la mentira mía. Cuando ustedes y los romanos se enteraron de la resurrección, tuvieron temor de mí y, no obstante haberlo confirmado con sus propios ojos, amenazaron a quienes me vieron salir y ascender, y luego procedieron a manipular a los fieles y al pueblo de Israel, culpando de todos sus engaños a mis discípulos. Por eso vine a ustedes para darles testimonio vivo y real de mi resurrección, y de que soy el Hijo de Dios. Esa es la única verdad”. Y añadió: “Vengo también a recordarles que durante mi juicio ustedes se maldijeron a sí mismos y a sus descendientes, hasta la consumación de los siglos, y así se hará”. Siguió hablándoles así: “Sacerdotes: la Justicia Divina caerá sobre ustedes, como guías o como pastores de los rebaños, y serán castigados más que cualquier hombre, porque su culpa es mayor. Mi palabra se extenderá, pero sus dirigentes llevarán al caos y a la perdición del verdadero sentido de ellas, que es el manifiesto del amor, porque ninguno de ustedes, ni hoy, ni por los siglos, conocerá el sentido de la expresión “Amaos los unos a los otros”. Estas fueron sus últimas palabras con ellos, sin dar lugar a súplicas o disculpas, y despareció del lugar dejando tras de Él una estela de luz.

Los sacerdotes depusieron su orgullo y llenos de miedo, rasgaron sus vestiduras y se lamentaron diciendo: “En verdad sí es el Hijo de Dios, y nosotros lo condenamos, y seremos malditos por ello por los siglos de los siglos. Es el crimen más grande que se ha cometido”

Jesús se fue para el Mar de Galilea y se sentó a la orilla a meditar sobre su paso por el pueblo de Israel. Algunos que

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lo conocían, al verlo decían. “Era cierto. Es el hijo de Dios y ha resucitado”. Luego el Maestro estuvo en el Mar Muerto, e igualmente contemplando sus orillas dijo: “Como este mar, así son los seres que no piensan, que están muertos espiritualmente, porque se aferran engañosamente a las cosas materiales”. Desde allí pasó a Masada, para admirar el paisaje desde su altura. Se dirigió luego a donde los Esenios, y estuvo con ellos despidiéndose. Siguió hasta Emaus, y allí recorrió el pueblo ante las miradas incrédulas de sus habitantes. De regreso se detuvo a hablar con algunos pastores que encontró en el camino y que eran conocidos suyos. Desde ese lugar se comunicó mentalmente con sus discípulos y los citó para encontrarse todos con Él en el Monte de la Ascensión.

Cabe anotar que todos estos recorridos hechos por Jesús, después de su resurrección, no fueron traslados como ser humano, como el hombre que tanto anduvo y se cansó, y tuvo hambre y frío. No. Era el hijo de Dios quien Amo y Señor del tiempo y del espacio, iba de un lugar a otro, no ya por la fuerza de sus músculos, sino por el impulso de facultades especiales sobrenaturales.

Al llegar Jesús al monte, encontró a muchas personas esperándolo, también sus discípulos, su madre y las dos amigas de María. Todos eran seguidores suyos. Jesús les dijo: “Hermanos míos, ya llegó el momento de partir para mi reino que no es este, sino junto a mi Padre y desde allí estaré vigilando y protegiéndolos hasta el momento en que sean llamados a mi reino. Y a ti Madre mía, muy pronto esperaré, y aquí mismo te verán ascender como a mí, en cuerpo y alma, para estar sentada conmigo a la diestra de mi Padre, y te estará esperando mi Padre terrenal, José” En ese momento todos los presentes se sintieron sobrecogidos por un extraño silencio y, justamente sobre sus cabezas, apareció una nube brillante, y sobre ella, suspendida en el firmamento, sin ser vista por

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ellos, se hallaba la nave que siempre acompañó al Maestro, donde lo esperaban sus hermanos. El fin era ascenderlo a la nave, a través de la nube, en un rayo de luz que lo iría izando, hasta que desapareciera entre las nubes y encontrarse así con sus hermanos.

El Maestro Jesús en tierra sabía que era ya su último instante con sus discípulos, su madre y sus seguidores. Sintió el rayo de luz sobre su cuerpo y la energía que lo elevaba. Por última vez levantó los brazos y, a manera de despedida, los bendijo. Luego despareció entre la blancura, el brillo de la nube y su propia luz. Nadie vio cuando, en forma vertical, el artefacto espacial que los llevaba, desapareció en un punto lejano del espacio. En la nave estaban sus hermanos: Moisés, Sanat Kumara y Elías. Se abrazaron con alegría, porque ya había terminado el sufrimiento y la angustia de Jesús durante treinta y tres años en la tierra, y había cumplido su palabra ante Dios, ante la junta cósmica y ante los hombres.

Con la Ascensión de Jesús al reino de los cielos se da por cumplida la misión suya en el mundo, y también la de su corta y dolorosa vida terrenal.

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asunción de la virgen María

Después de presenciar la Ascensión del Maestro Jesús, los discípulos, María y sus dos amigas, como los presentes, se retiraron y se fueron a Jerusalén. Las tres mujeres se reunieron en la casa de María y allí hablaron acerca de la Resurrección y luego la posterior Ascensión de Jesús. María les expresó a sus compañeras la tristeza que la embargaba por la ausencia de su Hijo y les manifestó que ella sabía que muy pronto iría a reunirse con Él, y les manifestó: “Mi deseo es el de que me entierren en una bóveda, cerca al monte de la Ascensión, y quiero que sean muy discretos todos, tanto ustedes como los discípulos, para que en Jerusalén no se sepa. De la misma manera que Jesús, yo también resucitaré al tercer día y las visitaré aquí en este lugar, para que me acompañen, junto con los discípulos que se encuentren y algunos fieles amigos míos para despedirme de todos en el Monte de la Ascensión, porque mi hijo vendrá por mí.

Las dos amigas salieron muy tristes porque comprendieron que la Virgen hablaba cosas que en verdad sucederían y que el día de su partida definitiva no estaba tan lejano. El tiempo estipulado fue impreciso. Tal vez para algunos sucesos demasiado pronto, y posiblemente para María demasiado largo, para reunirse con sus seres queridos. En pocos años suceden cambios definitivos en las sociedades y el proceso siguiente de transformación Cristiana fue muy largo.

Después de la conversación que María tuvo con sus dos inseparables compañeras; la Virgen María fue sintiéndose cada vez más triste y la soledad la abrumaba. Aunque era visitada con cierta frecuencia por sus amigas y los discípulos que

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quedaban aún en Jerusalén, pues a la partida de su Maestro, los apóstoles empezaron a emigrar a sitios diferentes para continuar la obra evangelizadora de Jesús; María se sentía cada vez más sola y deseosa de partir. En sus soledades pensaba que su obra ya había terminado, que su misión en la tierra ya había concluido. Pedía en sus oraciones al Padre y a su hijo que ya había llegado el momento de partir. Sus súplicas fueron escuchadas y un buen día se terminaron las soledades, las súplicas y las esperas. Sus amigas llegaron a saludarla y la encontraron muerta. Había fallecido muy poco antes de que ellas llegaran.

Las dos mujeres salieron a avisar inmediatamente a los pocos discípulos que quedaban, así como a los fieles amigos cercanos a María. En secreto llevaron su cuerpo a la bóveda que adquirieron entre todos, y que estaba situada muy cerca al monte de la ascensión. Al llegar al lugar depositaron su cuerpo en la urna de piedra y luego lo sellaron, igualmente, con una tapa de piedra. Los discípulos y familiares se dirigieron muy tristes a Jerusalén porque María, después de Jesús, era el apoyo más grande de ellos. Las dos amigas de la Virgen salieron a esperarla, como lo había anunciado, en la casa de la Virgen María. Ellas permanecieron los tres días esperando la llegada. Al tercer día justo, se presentó María, Venía radiante y feliz, con su túnica blanquísima, resplandeciente, y su cuerpo y su rostro completamente iluminados, con una luz intensa que emanaba desde su interior y que a su vez iluminaba completamente la estancia. Con voz dulce y tranquila, pero firme les dijo: “Avisen a los discípulos y a los más fieles amigos y allegados, con mucha discreción. Los espero hoy mismo en el Monte de la Ascensión”. No habló más y en medio del asombro de las mujeres, desapareció del lugar dejando, tras de sí una estela de luz blanca y brillante que fue desapareciendo lentamente.

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Las dos mujeres salieron rápidamente para cumplir la orden de avisar a todos para que se encontraran en secreto en el Monte de la Ascensión, conforme había sido dispuesto por la virgen María.

Cuando todos llegaron al Monte de la Ascensión, ya María estaba allí esperándolos. Así mismo, como sucedió en la Ascensión de Jesús; sobre las cabezas de todos los presentes había una inmensa nube blanca que ocultaba la presencia de una nave espacial que estaba sobre ella.

Sucedió que, de entre los nimbos de la nube, emergió una luz blanca y muy brillante. Por ese rayo de luz, fueron descendiendo: José, el esposo de María y Jesús, su hijo, quienes abrazaron con inmensa alegría a la Virgen, y ella a su vez los estrecho a los dos, con una dicha infinita y una gratitud que dejaba entrever la emoción que le proporcionaba el fin de su soledad y el inicio del reencuentro definitivo.

Después de éste emotivo reencuentro, los discípulos, amigos, seguidores y las constantes y fieles mujeres que siempre los acompañaron, se mantuvieron atentos y sumisos. Nunca imaginaron que, aparte de Jesús, volverían a ver al viejo carpintero su padre. Aunque no salían de su sorpresa, les embargaba la emoción de pensar en la alegría que los tres estarían sintiendo en ese momento, en que luego de tantos sufrimientos y ausencias volvían a encontrarse libres completamente de toda pesadumbre, y juntos de nuevo.

La Virgen María, por su parte, no cabía de la dicha. El momento tan esperado, había llegado. Miró a su familia, sus amigos, su gente, su pueblo. No dijo nada, todo estaba dicho y hecho. Dirigió una honda mirada de alegría y gratitud a todos y cada uno de los asistentes. Su sonrisa hablaba por ella. A manera de despedida levantó los brazos sobre todos. Se unieron en esta bendición, José y su hijo. María se iba, pero algo quedaba

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en el corazón de los presentes que hacía pensar que siempre estaría con ellos. Luego de este silencioso diálogo, fueron ascendiendo los tres, asidos de las manos, María en el centro de los dos Maestros: Jesús y José; hasta perderse de la vista de todos, en medio de la luminosidad de los cielos.

Luego que la Virgen María junto con Jesús y José llegaron a la Nave; se reunieron con los Maestros Elías, Moisés y Sanat Kumara, quienes los recibieron jubilosos. Una gran alegría reinaba ahora en ellos, un nuevo ser especial de la más brillante luz se unía al reino de Dios. La nave se perdió sigilosa en el firmamento, sin que nadie pudiera notarlo.

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Palabras del autor

Así terminó un ciclo de bendiciones para la raza humana, que no lo supo aprovechar. Jesús se inmoló de la forma más cruenta y dolorosa para proteger al planeta y a la humanidad. Infortunadamente, las fuerzas del mal fueron endureciendo el corazón de los hombres, y terminaron por invertir los valores y los fines, y de esta manera lograron dominar y dirigir las voluntades humanas hacia su propia destrucción.

La tierra reaccionará con sus elementos en defensa de ella misma, como el ser que se sacude para quitarse de encima lo que lo mortifica o estorba. Se avecinan grandes cataclismos en diferentes lugares de la tierra hasta que, finalmente, uno mayor, el último, que procede del cosmos, dará el golpe final a la vida sobre la tierra.

Hay una pequeña esperanza. Unos pocos serán elegidos para habitarla de nuevo. El sacrificio de la Redención no habrá sido inútil. En los días postreros, cuando el momento llegué, unos pocos serán seleccionados para la Gran Evacuación. Con ellos, cuando todo haya pasado y las condiciones vuelvan a ser las ideales, la tierra iniciará un nuevo ciclo, esta vez bajo la dirección única y feliz del Maestro Jesús.

Hermanos míos: Dios los bendiga a todos. El que crea en éste libro: que Dios lo guarde y le conserve la fe. El que no crea en él, que abra su mente y reflexione. El tiempo, aunque cercano, aún da lugar a la meditación y al cambio de actitud. Nunca es tarde, mientras se está vivo y hay buena voluntad hacia el prójimo. La palabra clave es el amor.

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