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Monseñor Quijote, de Graham Greene, o la crucifixión del texto cervantino según el Evangelio de Unamuno ISABEL CASTELLS Universidad de La Laguna C UANDO PIERRE MENARD hablaba de reescribir el Qutjote, nos prevenía de antemano contra e! peligro de pretender adaptarlo a nuestra época. Si, a los ojos de! sesudo personaje de Jorge Luis Borges, la resurrección de don Quijote, por ejemplo, en Wall Street sólo servía para alimentar «el plebe- yo placer del anacronismo» 1, no quiero ni imaginar lo que pensaría de la metempsicosis a la que somete Graham Gree- ne a la pareja de héroes cervantinos en la novela que ahora mismo me propongo denostar. Semejante tentativa bien merece una explicación previa y quiero aclarar de antemano que esta no es una comunica- ción contra Graham Greene -autor bastante alejado de mis preferencias lectoras y prácticamente desconocido por hasta ahora-, ni siquiera se trata de un trabajo sobre este autor o su obra -cuyo valor artístico global ni siquiera vaya discu- tir-: al contrario, los minutos que siguen están dedicados a revisar y execrar una apropiación del universo cervantino en 1 JORGE LUIS BORGES, «Pierre Menard, autor delQHijote», en Ficcio- nes, ObroJ Completas, Volumen JI (1941-1960), Barcelona, Círculo de Lecto- res, 199 2, p. 34.

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Monseñor Quijote, de Graham Greene, o la crucifixión del texto

cervantino según el Evangelio de Unamuno

ISABEL CASTELLS

Universidad de La Laguna

CUANDO PIERRE MENARD hablaba de reescribir el Qutjote, nos prevenía de antemano contra e! peligro de pretender

adaptarlo a nuestra época. Si, a los ojos de! sesudo personaje de Jorge Luis Borges, la resurrección de don Quijote, por ejemplo, en Wall Street sólo servía para alimentar «el plebe­yo placer del anacronismo» 1, no quiero ni imaginar lo que pensaría de la metempsicosis a la que somete Graham Gree­ne a la pareja de héroes cervantinos en la novela que ahora mismo me propongo denostar.

Semejante tentativa bien merece una explicación previa y quiero aclarar de antemano que esta no es una comunica­ción contra Graham Greene -autor bastante alejado de mis preferencias lectoras y prácticamente desconocido por mí hasta ahora-, ni siquiera se trata de un trabajo sobre este autor o su obra -cuyo valor artístico global ni siquiera vaya discu­tir-: al contrario, los minutos que siguen están dedicados a revisar y execrar una apropiación del universo cervantino en

1 JORGE LUIS BORGES, «Pierre Menard, autor delQHijote», en Ficcio­nes, ObroJ Completas, Volumen JI (1941-1960), Barcelona, Círculo de Lecto­res, 199 2 , p. 34.

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IS.\BEL CASTELLS

una novela contemporánea concreta, con total independen­cia -repito- del resto de la producción narrativa del escritor encausado.

Resumiré brevemente el argumento de Monseñor Quijote, novela redactada en I982 y, por lo tanto, en un momento suficientemente reciente como para exigir cierta cautela a la hora de abordar una labor de reescritura. El padre Quijote -más tarde nombrado, a su pesar, Monseñor- ejerce su ministerio en El Toboso, pueblo cuyo ex alcalde es Enrique Zancas, un comunista a quien nuestro protagonista, no se sabe muy bien por qué, denomina Sancho. Por razones que ahora no vienen al caso, ambos personajes emprenden un viaje en un destartalado Seat propiedad del cura y al que éste se refiere como Rocinante. Primer capítulo, este punto de partida y ya podemos empezar a temblar. En efecto, no hace falta seguir leyendo demasiado para adivinar el propósi­to de esta novela, y más si pensamos que está escrita por un autor como Graham Greene, cuyas preocupaciones existen­ciales son sobradamente conocidas: el padre Quijote será el representante del yelmo de la fe; el comunista Sancho, de la bacía del materialismo; Rocinante, el medio que posibilita el viaje y, con él, el diálogo entre los antagonistas y el más que previsible acercamiento final entre ambos.

Aclaraba antes que no tengo nada contra Graham Gree­ne y advertiré ahora que tampoco lo tengo contra la reescri­tura, las continuaciones o las recreaciones contemporáneas delQuijote, tema al que he dedicado algunos años de estudio y que me parece uno de los aspectos más atractivos de la obra de Cervantes, que sigue prolongándose incesantemente aún en nuestros días. Entonces, ¿por qué me ha molestado tanto esta novela de Graham Greene?, ¿por qué mi lectura de la misma ha oscilado entre el bostezo paciente y el más expedi­tivo deseo de lanzarla por la ventana o condenarla tal vez a una más que merecida hoguera? Sencillamente, y de momen­to, por una sola razón: porque no es baciyelmo todo lo que reluce y porque no se es cervantino sólo con bautizar con los nombres de don Quijote y Sancho a otros personajes poste­riores que nada tienen que ver con ellos. Y se me objetará que no es sencillo dictaminar en qué consiste ser cervantino y que nada tiene de malo homenajear al Quijote en un texto que -no lo niego- rezuma simpatía hacia nuestro primer

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MON,RÑORQU/jOTE, DE GR!\HAM GREENE

novelista. Antes de examinar con cierto detenimiento algu­nos momentos de la novela, comparémosla con otras empresas similares por parte de otros autores y quizás vea­mos en qué medida supone una de tantas manipulaciones tendenciosas e interesadas del texto de Cervantes que, por más abierto que pueda resultar, merece -exige- ser visitado con muchísima más cautela.

En su estudio sobre las imitaciones y continuaciones del Quijote, Santiago López Navia nos muestra distintas novelas que, a pesar de no tener un valor literario demasiado elogia­ble, constituyen simpáticos asedios al hipotexto cervantino: así sucede, por ejemplo, en Don Quijote en la gloria, de Carlos Bolívar Sevilla, escrito en 1928 " o en La resurrección de don Quijote de la Mancha, de Higinio Suárez Pedreira, de 19463, textos ambos en los que se permite al caballero y su escudero contemplar admirados la valoración que la posteridad ha hecho de sus andanzas, o en La vuelta de don Quijote, de Tor­cuato Miguel, escrita sólo un año antes que Monseñor Quijote y que, una vez más, nos muestra el regreso del caballero a nuestro siglo, con las lógicas reacciones de jactancia, asom­bro, inadaptación o regocijo ante las nuevas costumbres. Lo que poseen en común estos tres ejemplos (y existen bastantes otros que no puedo nombrar aquí) es que don Quijote y San­cho siguen, dentro de las lógicas limitaciones de cada autor, siendo ellos mismos, sólo que emancipados del texto de Cervan­tes y trasplantados a otra época.

Esta audacia, en principio, no tiene por qué ser negativa: ya Cervantes se apropió de palabras o personajes ajenos cuando la aventura de la escritura desatada lo demandaba (pensemos sólo en Álvaro Tarfe, por más que lo haya robado en defensa propia), aparte de permitir, quizás sin sopesar las consecuencias, que otras plumas se hicieran cargo de sus per­sonajes no sólo al autodefinirse como «padrastro» de don Quijote sino muy especialmente en las conocidas palabras con que finaliza la Primera Parte de su novela. (Otra historia distinta supone, como sabemos, la Segunda Parte, cuyo

2 CARLOS BorlVAR SEVILLA, Don Quijote en la gloria. Cuento jantástico, Ambato-Ecuador, Imprenta de L. A. Miño T" 1928.

3 HIGINIO SUÁREZ PEDRElRA, La resurrección de don Quijote de la Man­cha, La Coruña, editoríal Moret, 1946.

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canto final a la pluma supone una ya inquebrantable interde­pendencia de Cide Hamete-Cervantes y su personaje.)

Veamos lo que dice Cervantes a don Quijote en la nove­la mencionada de Torcuato Miguel:

Hace ya luengos siglos que no me perteneces tan exclusi­vamente a mí hasta el punto que esté en mi mano el per­mitirte vivir y conducirte con propia iniciativa ... o anate­matizarte con un fulminante abracadabra y reducirte a la nada. Sé que ha habido otros quienes, a medida que ha ido transcurriendo el tiempo, han ido concibiendo dere­chos sobre ti, del mismo modo que la sociedad otorga derechos al hijo emancipado que en su minoría de edad sólo dependía de su padre ... 4

¿Tiene o no tiene razón este desconocido continuador al poner en boca del maestro tan arriesgadas palabras? Porque, a tenor de estas consideraciones, don Quijote deja de ser patrimonio de Cervantes para convertirse en una criatura susceptible de ser recuperada por quien desee. No hace falta llegar a la reciente noción de la «muerte del autor» para dar­nos cuenta de que empezamos a pisar terreno resbaladizo: si la obra literaria no pertenece tanto a quien la escribe por vez primera como a quienes, en momentos distintos y con pro­pósitos variables, la reactivan, se nos hace imposible hablar de un texto, y mucho menos de unos personajes, cuyo signi­ficado se pueda apreciar con precisión.

Todos sabemos que el Quijote es una novela que, quizás más que ninguna otra, ha sido objeto, cuando no víctima, de los peligros del llamado desconstruccionismo, tanto crítico como creativo. Ya hemos concedido que, por el propio talan­te irónico y lúdico de su autor, se trata de una opera aperta, pero esto no significa que no posea un tema y unas caracte­rísticas fácilmente reconocibles y fijables, aun eon el paso del tiempo y con la lógica evolución en la mentalidad del lector. No creo que sea necesario recordar ahora los excesos a los que ha conducido lo que Anthony Clase ha denominado «la aproximación romántica» al Quijote, desde el momento en que se superpone el horizonte de expectativas del lector o

4 TORCUATO MIGUEL, La vuelta de don Quyote, Barcelona, Plaza Janés, 1979, p. 31.

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MONSEÑOR QUIJOTE, DE GRAHAM GREE0IE

coautor al que determinó el nacimiento de un texto que, pese a ser enormemente autoconsciente y contener todo un siste­ma de valores de rotunda trascendencia, es, ante todo, cómi­co, paródico, iconoclasta, irónico y antidogmático.

Hablemos entonces de lo que sucede cuando se incorpo­ran al texto de partida propósitos que poco tienen que ver con él y mucho con las preocupaciones, normalmente mora­les, de quienes lo someten a una apropiación tendenciosa, Sigamos con algunos ejemplos de los estudiados por López Navia, que nos permitirán situar en su contexto lo que encontramos en Graham Greene.

Recordemos primero algunos hechos bien conocidos. 1898: desastre nacional; 19°5: centenario de la publicación de la Primera Parte del Quijote. ¿Por qué estos dos acontecimien­tos aislados se unieron? ¿Por qué el derrotado hidalgo pasó a ser emblema de la nación española o portavoz de valores que, desde Unamuno y Azorín, constituyen lo que se quiere consi­derar como el espíritu hispánico? No es este el momento de averiguarlo, pero sí de recordar que, antes de introducirnos en el estudio de Monseñor Quijote, debemos volver los ojos hacia esa recuperación (llamémosla así) de la novela de la que, sin duda alguna, se sigue nutriendo Graham Greene.

Veamos lo que dice el padre Valbuena en el comentario preliminar a su obra La resurrección de don Quijote, redactada justamente en [906:

¿De modo que, mientras un Cervantes del siglo XVII

prohíbe la exhumación de su difunto caballero, pretextando aquello de paz a los muertos y guerra al extranjero, la flor y nata de los intelectuales de ahora, con el señor U namuno a la cabeza, afirman que el tal personaje tiene la vida asegurada, goza de salud perfecta y merece vivir una eternidad?

Pues dé enhorabuena el señor de Saavedra por ente­rrado a su don Quijote, que no dándome yo por enterrado de lo dicho en su prefacio, y después de personarme en el lugar de La Mancha ... , desentierro tranquilamente a mi hombre y a su escudero Sancho, les doy una inyección de vivificante suero marca Fierabrá.r y los llevo y los traigo de la mano por donde en gana me viene j.

5 VALBUENA, J"tl resurrección de don Quijote, Barcelona, Imprenta de Antonio López, 19°6, p. 6.

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Dos ideas esenciales encontramos en esta jactanciosa confesión de un autor que convierte en su novela a don Qui­jote en paladín de una más que panfletaria exaltación de la causa catalanista: de una parte, la voluntad de hacer con el personaje de Cervantes lo que le venga en gana y, de otra, la justificación de este comportamiento en la actuación de Miguel de Unamuno.

y llegamos así a donde quería llegar desde el principio, porque la culpa de todo lo que estamos viendo la tiene nada más y nada menos que el autor de la más irrespetuosa reescri­tura (después de la de Avellaneda) que se ha hecho del Quijo­te hasta la fecha: me refiero, naturalmente, a la Vida de don Quijotey Sancho, se!!,ún Miguel de Cervantes Saavedra, explicaday comentada por Mi!!,uel de Unamuno, cuyo título habla por sí solo ya la que él mismo se refiere en estas conocidísimas palabras:

Escribí aquel libro para repensar el Quijote contra cervantistas y eruditos, para hacer obra de vida de lo que era y sigue siendo para los más letra muerta. ¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobre­pongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos. Quise allí rastrear nuestra filosofia 6.

No es este el momento de detenemos en el análisis de esta Vida, auténtica paráfrasis de nuestra primera novela basada en una triple operación de resumen, comentario y corrección 7, ni tampoco de realizar el recorrido por la osci­lante relación que el autor de Niebla mantuvo con el univer­so cervantino, desde su inicial aversión a la locura del caba­llero en un texto como «¡Muera don Quijote!» 8 hasta la final

6 MIGUEL DE UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida en los hombresy en Jos pueblos (1913), prólogo de Fernando Savater, Madrid, Alianza Editorial, '986, pp. 278-279. En adelante, todas las citas de esta obra corresponderán a esta edición, indicándose la página entre paréntesis en el mismo texto.

7 Para las interesantísimas apreciaciones de Genette sobre esta obra, véanse las páginas 402 y sigs. de sus Palimpsestos. La literatura en segundo grado, Madrid, Taurus, 1989.

8 El texto, redactado en 1898, habla de don Quijote como represen­tante de la soberbia, mientras Alonso Quijano lo es de la cordura y la bon­dad, lo que lo lleva a concluir que «España, la caballeresca España histórica,

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MONSENORQL'ljOTE, DE GRAll.\M GREENE

recuperaclOn del personaje como símbolo de su idea de España 9 o como escudo en su personal cruzada contra la muerte y el olvido 10 o, en fin, la utilización, en textos como Niebla 11 y Cómo se hace una novela de técnicas metafictivas que indudablemente tienen su origen en el Quijote 12. Destacaré, por tanto, únicamente aquellos aspectos que podemos encontrar plasmados en la novela de Graham Greene que ahora nos ocupa.

De todos es sabido que Cervantes es para Unamuno el biógrafo, cuando no el evangelista, de quien, en una de las principales barbaridades de su reescritura, denomina «Nues-

tiene como Don Quijote que renacer en el eterno hidalgo Alonso el Buenm" «¡Muera don Quijote», en Quijotúmoy Cervantismo. ¡¿!9J-I9j2, en MIGUEL DF UNAMUNO, Obras Completas. Meditacionesy hnsayosespirituales, ed. de Manuel García Blanco, Madrid, Escelicer, 1967, pp. 1194-5.

9 Reproduciré tan sólo uno de los más conocidos párrafos de la Vida de donQuijotey Sancho: «Ríense los más de los que leen tu historia, loco subli­me, y no pueden aprovecharse de Su meollo espiritual mientras no la lloren. ¡Pobre de aquel a quien tu historia, Ingenioso Hidalgo, no arranque lágri­mas, lágrimas del corazón, no ya de los ojos! En una obra de burlas se con­densó el fruto de nuestro heroísmo; en una obra de burlas se eternizó la pasa­jera grandeza de nuestra España; en una obra de burlas se cifra y compendia nuestra filosofía española, la única verdadera y hondamente tal; con una obra de burlas llegó el alma de nuestro pueblo, encarnada en hombre, a los abismos del misterio de la vida». Cito por la edición de Madrid, Espasa­Calpe, '98" pp. 172-173.

10 «El ansia de gloria y renombre es el espíritu mismo del quijotis­mo, su esencia y su razón de ser ... El toque está en dejar nombre por los siglos, en vivir en la memoria de las gentes. ¡El toque está en no morir! ¡En no morir! ¡No morÍr! Ésta es la raíz última, la raíz de las raíces de la locura quijotesca. ¡No morir! ¡no morir! Ansia de vida; ansia de vida eterna es la que te dio vida inmortal, mi señor Don Quijote; el sueño de tu vida fue y es sueño de no morin>, leemos, por ejemplo, en su comentario al capítulo LXVII de la segunda parte. MIGUEL DE Ur-;AMUNO, Vida de don Quijote y Sancho, ed. cit., p. 200.

n Existen, en efecto, trabajos que resaltan esta coincidencia. Por ejemplo, de WILLARD F. KING, «Unamuno, Cervantes y Niebla», Revista de Occidente, n.O 47 (febrero '967), pp. 219-23°, Y de JAMES DAYTON GUNN, «The crearíon of the self: the influence of don Quixote on LJnamuno's Nie­bla», Romance Notes, 21 (1980), pp. 54-57.

1 2 Véase, en efecto, el capítulo dedicado a esta obra en el libro de CARLOS JAVIER GARdA, Metanovela: Luis Coytisolo, Azorin y Unamuno, Madrid, Júcar, '994, pp. 6,-79, que, a pesar de no establecer un cotejo explícito con Cervantes, sí analiza procedimientos que se inauguran en el Quijote.

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tro Señor don Quijote» (y salta a la vista ya la filiación del personaje de Greene: Nuestro Señor don Quijote-Monseñor Quijote).

Aparte de la Vida de don Quijote y Sancho, hay un texto de Unamuno que me interesa más en esos momentos: se trata del ensayo con que conduye Del sentimiento trágico de la vida y que lleva el título de «Don Quijote en la tragicomedia euro­pea contemporánea», donde nos aconseja:

Convertid a Don Quijote a la especulación religiosa, como ya él soñó alguna vez en hacerlo cuando encontró aquellas imágenes de relieve y entalladura que llevaban unos labradores para el retablo de su aldea, ya la medita­ción de las verdades eternas, y vedle subir al Monte Car­mela por medio de la noche oscura del alma (283).

[ ... ] Convertid el campo de batalla de Don Quijote a su

propia alma ... ; haced de él un don Quijote interior -con su Sancho, un Sancho también interior y también heroi­co, al lado- y decid me de la tragedia cómica (289-2.90).

Y, finalmente, concluye:

¿Cuál es, pues, la nueva misión de Don Quijote hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto. Pero el desier­to oye, aunque no oigan los hombres, y un día se conver­tirá en selva sonora, y esa voz solitaria que va posando en el desierto como semilla, dará un cedro gigantesco que con sus cien mil leguas cantará un hossana eterno al Señor de la vida y de la muerte (2.92).

Desde el momento en que nos habla de «convertir» a don Quijote, el apóstol Unamuno ya está dirigiéndonos hacia un cambio, una traslación de la novela en función de unos inte­reses determinados, saltándose uno por uno esos «protoco­los de la lectura» que con tan buen criterio aconseja Robert Scholes 'l. Sin ánimo de entrar en el cenagoso tema de la reli-

'l Veamos lo que nos dice en su obra Protoco/, 01 reading (Yale Univer­sity Press, '989, p. jO): «Interpretation is a problem because human beings live in time. The person who reads a text is never the person who wrote it -even if they are the «same» persono [oo.] Reading is also -and always- an attempt to grasp meanings that are no ours, meanings that are interesting preeisely because they come from outside uso In reading we find ourselves,

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MONSEIVORQUI]OTE, DE GRAHA~l (~REENE

giosidad de Cervantes y su supuesta plasmación en el Quijote, sí considero, sin embargo, que no es ocioso recordar que en el capítulo referido por Unamuno don Quijote aclara tajan­temente que su profesión es la de las armas, como lo hace también en el capítulo octavo de la misma Segunda Parte, cuando el indolente Sancho le propone trocar la profesión de caballero por la de santo, consiguiendo así la fama de una manera menos trabajosa. Nada de eso interesa, como sabe­mos, a quien prefiere ser recordado por temerario que por prudente y a quien sólo vemos rezar en una ocasión, y más por imitación que por otra cosa, ese tan polémico y debatido «millón de avemarías» de su estancia en Sierra Morena.

De manera que tan desproporcionado resulta, en mi opi­nión, convertir a don Quijote en símbolo de España y sus valores castellanos, tal como realiza Azorín en La ruta de don Quijote, también de 19°5, o el mismo Rubén Daría en un cuento fantástico titulado con las iniciales de nuestro caba­llero '4, como hacer de él paladín de una revuelta espiritual

to be sure, but only through the language of the Other, whose existence we must respect ... because, as human beings, we have a dimension that is irre­ducibily social.» [La interpretación es un problema porque los seres huma­nos viven en el tiempo. La persona que lee un texto no es nunca la persona que lo escribió -ni siquiera si son la «misma» persona-o Leer es también-y siempre- un intento de apresar significados que no son nuestros, significa­dos que son interesantes precisamente porque vienen de fuera de nosotros. En la lectura nos encontramos a nosotros mismos, seguro, pero sólo a tra­vés del lenguaje del Otro, cuya existencia debemos respetar porque, como seres humanos ... tenemos una dimensión que es irreductiblemente social.] El problema es que Unamuno no ha respetado el lenguaje de ese «Otro» que en este caso es Cervantes.

14 El relato, titulado «D. Q.», se desarrolla justo en el momento de la pérdida de las colonias en Santiago de Cuba. En la guarnición hay un extra­ño y silencioso soldado que sólo responde a las iniciales D. Q. Transcribire­mos el final del relato, que habla por sí solo: «Cuando llegó e! momento de la bandera, se vio una cosa que puso en todos espanto glorioso de una ines­perada maravilla. Aquel hombre extraño, que miraba tan profundamente con una mirada de siglos, con su bandera amarilla y roja, dándonos una mirada de la más amarga despedida, sin que nadie se atreviese a tocarle, fuese paso a paso al abismo y se arrojó en él. Todavía de lo negro de! precipicio, devolvieron las rocas un ruido metálico, como el de una armadura. [ ... ] De pronto creí aclarar el enigma. Aquella fisonomía, ciertamente, no me era desconocida. -D. Q .... está retratado en este viejo libro». El cuento termina con el narrador leyendo las palabras con las que Cervantes define a su

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que tiene más que ver con las tribulaciones del Unamuno agonista que con la deliciosa ironía de la obra cervantina.

y regresemos por fin a Graham Greene, cuyo Mon.reñor Quijote debe mucho, si no todo, a esta reutilización del texto cervantino capitaneada por Unamuno, autor que, como han señalado Jean Canavaggio 15 y Patrick Henry 16, ocupa un lugar esencial en esta novela, llegando incluso a ser homena­jeado en una parada que realizan Monseñor Quijote y el ex alcalde Sancho en Salamanca. Asistamos a la conversación que mantienen los personajes ante su estatua, que puede ser­virnos para iniciar nuestro pequeño análisis de la obra:

«Unamuno», El Padre Quijote repitió el nombre y contempló con respeto el rostro de piedra ....

-Usted sabe cómo amó a su antepasado y estudió su vida. Si hubiera vivido en aquella época quizá habría seguido a Don Quijote, en lugar de Sancho, sobre la mula llamada Torda. Muchos curas suspiraron de alivio cuan­do se enteraron de su muerte. A lo mejor hasta el Papa, en Roma, se sintió más cómodo sin Unamuno. y Franco también, desde luego, si fue lo bastante inteligente para reconocer la fortaleza de su enemigo, porque me mantu­vo en el seno de la iglesia durante varios años, con aquella fe a medias que él tenía y que por un tiempo pude com­partir.

-y ahora tiene usted una fe absoluta, ¿verdad? En el profeta Marx. Ya no tiene que pensar más por sí mismo. Isaías ha hablado. Usted está en manos de la historia futu-

personaje en las primeras páginas delQuijote, así como la indeterminación de su nombre anterior a la conversión en caballero, que acaba aplicándose al abanderado. RUBÉN DARlo, «D. Q.», en Cuentosjantásticos, selección y pró­logo de José Olivio Jiménez, Madrid, Alianza Editorial, '990, pp. 61 -65. El relato, publicado en 1899, pudo haber sido redactado, por su contenido, perfectamente tanto por Unamuno como por Azodn, porque, según vemos, la identificación entre el caballero y el destino de España es tan absoluta que la acción culmina con un suicidio simhólico protagonizado no tanto por el personaje como por la patria.

1) «Monseñor Quijote, de Graham Greene, o el penúltimo avatar del quijotismo», en Theodor Bcrchem y Hugo Laintenberger (cds.), Actas del coloquio cervantino, Münster, Westfalen, 1987, pp. 1-10.

16 «Cervantes, Unamuno, and Graham Greene's Monsignor Quixote», Comparative Literatl/re Studies, vol. 23, n. º 1 (spring 1986), pp. 12-22.

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MOI'lSENORQUljOTF, DE GRAHAMGRFF1';E

ra. Qué feliz debe ser con su fe completa. Sólo hay una cosa que le faltará siempre: la dignidad de la desesperación.

El padre Quijote hablaba con una furia insólita ... ¿o -se preguntó a sí mismo- acaso era envidia?

-¿Tengo una fe completa? -interrogó Sancho-. A veces me lo pregunto. El espectro de mi maestro me obse­siona. Sueño que estoy sentado en su aula y que él nos está leyendo uno de sus propios libros. Le oigo decir: «Hay una voz tapada, voz de incertidumbre, que le cuchichea al oído espiritual: ¿Quién sabe? ¿Cómo podríamos vivir, si no, sin esa incertidumbre?»

-¿Él escribió eso? -Sí 17.

Acabamos de asistir a una de las tantas conversaciones que constituyen el núcleo de la novela: novela de ideas antes que de acciones, de debate antes que de aventuras. Vemos cómo Sancho dice deber a Unamuno su transitoria duda religiosa 18 y el padre Quijote le reprocha el haber suplido esa falta de fe con la devoción, igualmente religiosa, hacia la causa marxista. Este es el núcleo del debate de toda la novela: tanto Monseñor Quijote como el alcalde Sancho precisan de su respectivo oPio filosófico: el primero, el de la creencia en una salvación de carácter espiritual; el segundo, el que traslada esa demanda a conflictos materiales y sociales 19.

Pero detengámonos en las palabras que le dirige Sancho a Monseñor Quijote, en las que se refiere al personaje de Cer­vantes como su «antepasado» y a Unamuno como autor de su «vida». Nos situamos, así, de lleno en el universo de los per­sonajes autónomos que, desde Cervantes hasta Pirandello, existen, viven, con independencia de quienes escriben sobre

17 GRAHAM GREENE, Monseñor Quijote, Barcelona, Seix-Barral, 1989, pp. 98-99.

18 Recordemos que La agonía del cristianismo, texto enormemente pre­sente aquí, Unamuno afirmaba que <<fe que no duda es fe muerta», Obras Completas. Meditacionesy ensayos espirituales, cit., p. 311.

19 Pero no es ocioso recordar aquí que en un texto titulado «El supuesto cristianismo socia!>., recogido igualmente en La agonía del cristianis­mo, el propio Unamuno desconfia de la posibilidad de conciliar religión y política, de manera que no parece que el Rector salmantino fuese a estar muy convencido con la aparente unión baciyélmíca de estos dos contrarios que simboliza la pareja de protagonistas de Greene.

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ellos, convertidos, pues, no tanto en sus inventores como en sus biógrafos, o en sus intérpretes.

Todos sabemos que esta constituye una de las principales «gracias» de Migue! de Unamuno: la de independizar a don Quijote de su creador, interpretando, como bien indica Anthony Clase, de forma literal lo que en Cervantes no es más que un ejercicio de ironía 20, un prodigioso juego de prestidigitación que trae consigo una divertida interferencia entre los planos real y ficticio que nos permite contemplar a los personajes de la novela simultáneamente como indivi­duos históricos y como criaturas imaginarias. ¿Y qué es lo que consigue Unamuno llevando al extremo el juego cervantino? Pues sencillamente, convertir a Cervantes en uno más de los tantos intérpretes de lo que en todo momento considera una biografía. Y un intérprete cuyo punto de vista no tiene por qué, según él, ser e! correcto. Así pues, e! hecho de que Cervantes sea e! primer -o más famoso- biógrafo de don Quijote no sig­nifica nada porgue, y cito las palabras textuales de Unamuno, «no es e! que lleva a cabo una hazaña el que mejor conoce los motivos por que la cumplió» 21, afirmación esta gravísima por las funestas consecuencias que tuvo a la hora de prolon­gar el apelativo de «ingenio lego» que tan caro resultó para el cervantismo hasta gue e! pionero América Castro en El pen­samiento de Cervantes y, en menor medida, el Ortega de Medi­taciones del «Quijote)) nos devolvieran al escritor en su justa dimensión y en su rotunda autoconsciencia.

No pretendo sugerir que Graham Greene suscribe la peculiarísima y dañina interpetación (más bien provocación, en realidad) de Unamuno, pero sí que su texto sigue prolon­gando en cierta medida sus ideas. No escasean, en efecto, las ocasiones en que se habla del «relato verídico de Cervantes» (31), a quien se alude como «biógrafo» (106) del supuesto antepasado de este «Monseñor andante» (41). La figura de don Quijote, así, actúa a veces como aval suyo, lo que le granjea la inmediata simpatía de otros personajes (195) y otras como modelo de su conducta cuando ésta empieza a ser temeraria, como sucede, por ejemplo, cuando arremete con-

20 The Romantic Approach fo «Don Quijote», Cambridge University Press, 1978, p. 146.

21 Vida de don Quijote y Sancho, p. 74.

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MONSEÑORQUIJOTE. DE GRAHAM GREENE 18 5

tra unos falsos católicos que hacen negocios con la figura de una virgen (capítulo 3). Sin embargo, hay otros momentos en los que monseñor reclama derechos de independencia res­pecto al caballero:

¿Por qué me está emparejando siempre con mi antepa­sado?

[ ... ] Usted habla de él siempre que puede, sostiene que mis

libros de santos son como sus libros de caballerías, y com­para nuestras aventurillas con las suyas. Aquellos guar­dias eran guardias, no molinos de viento. Yo soy el padre Quijote, no Don Quijote. Yo existo, se lo aseguro. Mis aventuras son mis aventuras, no las de don Quijote. Yo sigo mi camino, el mío, no el suyo. Tengo libre albedrío. No estoy atado a un antecesor que lleva muerto cuatro­cientos años (141).

Hemos de conceder que, al menos en esto, el personaje de Greene lleva toda la razón. Porque, en efecto, si regresa­mos a la conversación anterior frente al busto de Unamuno, observamos una referencia a «la dignidad de la desespera­ciófl», una oscilación entre la furia y la envidia y una defensa de la incertidumbre que lo emparentan directamente con otro personaje que probablemente está en la mente de todos desde hace rato: me refiero al escéptico, aunque bienhechor, sacerdote de aldea que protagoniza San Manuel Bueno, mártir, del mismo Unamuno. En efecto, los dos sacerdotes compar­ten bastantes características: ambos defienden la fe a capa y espada a pesar de su sangrante duda interior, ambos recha­zan -o, al menos, no persiguen- cargos y ambos cuentan con la veneración de sus feligreses hasta el momento de su muer­te, con la que terminan ambos textos. Bien es cierto que el monseñor de Greene es más problemático, precisamente por la presencia que tienen en su A J) N algunos genes del héroe cervantino.

Lo cierto es que la mezcla de textos que conviven en esta novela resulta explosiva: de una parte, reproduce los peores excesos de Unamuno, tanto en la Vida de don Quijote y Sancho como en otros textos de carácter más filosófico en los que se refiere al hidalgo cervantino; de otra, hereda el atribulado y dubitativo carácter de Manuel Bueno y, por último, revive

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algunos episodios de la locura de don Quijote aunque apli­cándolos a los suyos propios. Y, como es lógico, llega un momento en el que el desolado lector ya no sabe a dónde mirar: si hacia Cervantes, cuyo tono difícilmente reconoce; hacia Unamuno, cuya complejidad tampoco vislumbra o, en fin, hacia el mismísimo Avellaneda, pionero de un tipo de reescritura desvirtuadora que, aunque con una finalidad beli­gerante y descalificadora ausente aquí, supone el primer momento significativo en el que se reutiliza la novela de Cer­vantes con una finalidad que le es completamente ajena.

Porque, en efecto, lo que hace Graham Greene en Monse­ñor Quijote es reproducir bastantes de los episodios más céle­bres de la novela de Cervantes, que encuentran un correlato directo y fácilmente reconocible en las poco convincentes aventuras de este sacerdote que se nos aparece como un cruce entre santo y soldado, entre ideólogo y loco, entre ingenuo y descreído: un Santiago mezclado con Nieztsche y San Igna­cio de Loyola, con don Manuel el Bueno y don Quijote el temerario. Y, naturalmente, es bien dificil, por más que nos agrade la intertextualidad, encontrar consistencia y pedigree a un cachorro literario nacido de tantas razas.

Revisemos, si no, brevemente los episodios de esta novela, episodios que sólo con muy buena voluntad pode­mos considerar aventuras. Ya dije al principio que este era un libro de viajes y de diálogos, como lo es el Quijote. Pero, mientras en Cervantes observamos un crescendo que atenúa las diferencias entre la pareja de héroes hasta unirlos en la nie­bla de la amistad, la libertad y la poesía y vemos cómo las sucesivas aventuras van curtiendo sus caracteres, en Graham Greene la correspondencia con momentos determinados del hipotexto resulta elemental y esquemática y el camino que conduce al padre Quijote hasta la homilía onírica con la que concluyen tanto su vida como, por suerte, la novela, no parece demasiado creíble.

Ya vimos antes que la época elegida para esta recreación es nada más y nada menos que la del inmediato final del fran­quismo, cuya estela represora teñirá las andanzas del cura y el alcalde de un carácter más o menos transgresor. Pero, ¿cuáles son esas aventuras?: ir a ver una película pornográfica, que pretende surtir el mismo efecto que el retablo de Maese Pedro y a la que el padre Quijote, engañado por el título (<<La

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MOl\'l'F.l\'ORQUIjOTE, DF, GRAHAM GREENE

plegaria de una virgen»), asiste con una ingenuidad que no se sostiene ni en un parvulario; ayudar a un nuevo Ginés de Passamonte cuya ingratitud hace que el padre Quijote pierda sus zapatos y se vea obligado a ocultarse en un burdel, corre­lato, también elemental, de las pestilentes ventas cervanti­nas, o, más adelante, en unos montes de Toledo que, como es lógico, remiten a la estancia de don Quijote en Sierra More­na. ¿Qué otros pecados comete? Prestar, en un inocente juego, a Sancho su pechera de Monseñor; leer, en un intento de acercarse a su interlocutor, algunos textos de Marx y, fundamentalmente, beber vino, quizás demasiado, vino que alimenta unas interminables conversaciones filosóficas V

políticas de variado signo y que acaba uniendo al cura y ~l alcalde en una embriaguez etílica e ideológica cuya resaca sufrimos los lectores. En todo caso, se supone que es este el crescendo que determina que el padre Quijote se vea encerrado en una ambulancia (como don Quijote en un carro) y reclui­do a su aldea y que decida huir, huir hacia adelante, metido en una supuesta carrera delictiva en la que la pareja de prófugos -convertida su hazaña en un inopinado road-movie: la pechera de Monseñor al volante; la hoz y el martillo en la guantera­se dedican a vivir la libertad. Libertad que lleva al padre Qui­jote a arremeter contra unos falsos cristianos como lo hizo su antepasado contra unos molinos, a recibir una paliza, a subir­se en el destartalado Rocinante (a quien se somete a una con­tinua personificación que resulta en todo momento empala­gosa) ya ser víctima de un incomprensible tiroteo por parte de la guardia civil a resultas del cual el ya incontrolable sacer­dote es herido de muerte. Pero antes de la claudicación final del personaje, Graham Greene nos regala con una homilía final de carácter delirante, última gota que colma el vaso -¿o el yclmo?- de nuestra ya menguada paciencia, en la que el padre Quijote convierte a Sancho haciéndole entrega de una hostia imaginaria: ¿hostia de la fe u hostia de la duda? No es mi intención averiguarlo aquí, porque, sea para hacer una defensa final del cristianismo, sea para corroborar una vez más la angustia de un escepticismo sangrante en un mensaje que acaba resultando, a la postre, del más profundo pesimis­mo, lo único cierto aquí es que la apropiación tendenciosa, partidista e interesada del original cervantino ha llegado a unos extremos, a mi juicio, absolutamente intolerables. Por-

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que, si le perdonamos esto a Unamuno es porque, al fin y al cabo, sigue siendo uno de nuestros autores más complejos, a quien debemos novelas, ensayos y poemas de indudable atractivo; si se lo perdonamos a Azorín es porque, a pesar de sus dosis de moralina, es responsable de asedios críticos a la obra global de Cervantes de notable agudeza y, en fin, si se lo perdonamos a los continuadores estudiados por Navia es porque sus obras tienen antes e! signo del homenaje o de! guiño cómplice que de la utilización descarada.

En un momento determinado de la novela, Graham Greene hace que el padre Quijote diga a su contertulio comunista: «El mundo es absurdo; de lo contrario, usted y yo no estaríamos aquí juntos» (77). No sé si el mundo es ese «concierto de desconciertos» al que se refería Gracián, pero sí estoy convencida de que e! adjetivo «absurdo» cuadra, mejor que ningún otro, al impulso que anima esta novela y que contrapone a dos personajes supuestamente antagónicos de forma tan esquemática.

Finalizaré reconociendo que, igual que hay diversas maneras de leer e! Quijote, también las haya la hora de acer­carse a esta obra de Greene, como a cualquier otra. Y la mía ha sido voluntariamente punzante y tal vez incisiva. Me jus­tificaré diciendo que, si e! autor de El factor humano se ha ser­vido de Cervantes para articular una vez más un discurso filosófico que no me he propuesto calibrar aquí, yo he hecho lo propio con su iW onseñor Quijote a fin de arremeter contra un ejemplo concreto de reescritura tendenciosa que nos recuer­da, una vez más, que la sombra de Avellaneda sigue siendo muy alargada. Y creo que, al menos, quedamos en paz y que los admiradores de Greene que pueda haber aquí sabrán per­donarme.