257

Moravia, Alberto - Los Indiferentes

Embed Size (px)

Citation preview

  • Alberto Moravia, maestro narrador de la alienacinCAPTULO ICAPTULO IICAPTULO IIICAPTULO IVCAPTULO VCAPTULO VICAPTULO VIICAPTULO VIIICAPTULO IXCAPTULO XCAPTULO XICAPTULO XIICAPTULO XIIICAPTULO XIVCAPTULO XV

  • Alberto Moravia, maestro narrador de laalienacin

    Por Tedulo Lpez Melndez

    (Seudnimo de Alberto Pincherle) naci en Roma en 1907, en el seno deuna familia de media burguesa; su padre era arquitecto y pintor. Fue unnio muy enfermo, sufriendo, incluso, de tuberculosis sea, enfermedadque lo acompaar hasta avanzada la adolescencia. A los 16 aos y medio,como gustaba de precisar Moravia, comenz a escribir la que sera sunovela ms famosa, publicada en 1929. No tuvo ninguna preparacinacadmica, pero fue un voraz lector. Siempre vivi en Roma, ciudad queconsider tranquila y de buen clima, aunque en determinado momentocoment que si tuviera voluntad de cambiar de ciudad quizs vivira enPars. Fue un viajero impenitente, llegando, incluso, a residenciarse enMxico por un ao. Su vida sentimental fue agitada. En 1941 se cas con laescritora Elsa Morante, formando una pareja clsica de la literatura italianaque persisti a pesar de su separacin de muchsimos aos; la Morantefalleci en Roma luego de una larga enfermedad. Moravia vivi 20 aoscon Dacia Maraini y se le contaron numerosas amantes. Finalmente se cascon Carmen Llera, una espaola de treinta aos, boda que ocup espacio noslo en las pginas especializadas en tales sucesos sino en las literarias,pues numerosos poetas y escritores escribieron sobre el acontecimiento.Moravia fue extraordinariamente prolfico y sus obras completas comonarrador y ensayista, incluso teatrales, son de difcil enumeracin. Enrelacin a su obra, he llegado a contar ms de 560 libros o artculos defondo, slo en Italia, haciendo notar que fue traducido a numerososidiomas y despertado el inters de numerosos crticos extranjeros.

    Su obra narrativa ms famosa es la primera, El joven Moravia sepropuso una tragedia a la manera de Shakespeare, pero le sali una novelacon evidente influencia de la estructura teatral. Emple tres aos en el

  • esfuerzo, para encontrarse con el rechazo de las editoriales. Al fin lapublica y comienza un perodo que tiene su primera escala en Suiza.Moravia es, pues, ese tipo de escritor cuya obra ms importante es laprimera.

    La novela tuvo un gran xito, fundamentalmente por resultar bastanteescabrosa para su tiempo, lo que llev a las acusaciones de inmoralidadque los puritanos pronuncian en estos casos. Aqu se encuentra ladescripcin de un universo negro y un enredo de existencias oscuras deautnticos enfermos morales. En verdad puede decirse que este librodesmitificaba el moralismo fascista y mostraba la carencia de todo valortico de la sociedad italiana. En aquellos aos era la poesa lapredominante y la aparicin insospechada de un escritor realista quedescriba un tipo humano incapaz de vivir y sumergido en laindiferencia, paradigmtica actitud existencial, fue recogida por buenaparte de la literatura europea. Esto ha llevado a decir que Moravia fue elprecursor de una especie de existencialismo literario que recoge Sartre15 aos despus. Era, por lo dems, una prosa clara y precisa quecontrastaba con la literatura dominante del momento.

    Como ocurre en estos casos de primera obra imprescindible, se harepetido mucho que Moravia no hizo otra cosa que escribir siempre elmismo libro. Borges se hubiese sentido a gusto con esta afirmacin, perotambin el propio Moravia que admite la cuestin como cierta, no sin dejarde observar que la diferencia est en que cada ao cambia su manera de verlos mismos temas. Desde esta primera novela la crtica lo comenz allamar poeta de la indiferencia y el aburrimiento, calificativo reforzadocon La Noia, novela-ensayo de 1960. Moravia, en mi ptica, es elgrannovelista de la alienacin, fenmeno de nuestro tiempo. Comenzamosa verlo en donde prevalece una insuficiencia, una incapacidad deadecuarse a la realidad, al tiempo que la realidad misma es escasa.Oscuridad y vaco rondan desde la primera hasta la ltima pgina. Losprotagonistas se debaten en la incapacidad para la comunicacin, paramorder la realidad, mientras todo es presidido por lo que bien pudierallamarse una enfermedad de los objetos, dado que es imposibleestablecer un verdadero contacto con ellos y una autntica relacin con loshombres. Al tomar una tpica familia de la burguesa romana para sunovela, Moravia hace una escogencia que se repetir a lo largo de toda suobra. Bien se puede hablar en l de un realismo novedoso y alguna crtica

  • llega a dudar si es un escritor realista alguien que vive en el sueoafirmando que parece ms bien un escritor onrico, duda que Sanguineti(Murcia, 1977) resuelve cuando asegura que esta es una opinin de quienesno comprenden el realismo burgus, fatalmente condenado a unadimensin absolutamente fantstica en una honesta dimensin del sueo(como puede proponrselo el honesto Michelle de o el Agostino de lanovela del mismo nombre, un sueo del pas inocente). Entre 1935 y1940 escribe una serie de obras consideradas como no muy relevantes. Sonpropiamente digresiones sobre la problemtica moral de Le ambizionisbagliate (1935) se caracteriza por la aparatosidad. La mascherata (1941)es de pura polmica poltica. L'epidemia (1944) nos presenta una visinsurrealista. En este mismo ao aparece Agostino, donde se hace mspatente la bsqueda del pas inocente, en la ptica diversa de cada uno delos personajes. Este tema, caracterstico de la literatura italiana del pasadosiglo (incluso en la poesa), asoma una obvia imposibilidad de adaptacin.Para Michelle, el protagonista de el pas inocente es uno como aqul dela sociedad burguesa anterior a la irrupcin fascista; para Agostino se tratams bien de una sociedad natural, de una sociedad sin historia, ms allde la historia. Moravia haba dicho, hablando de (en Storia dei miei libri,Epoca Lettere, N 231, 28 de marzo de 1953), que era el drama de labsqueda de una razn absoluta para la accin y la vida, bsqueda que entales condiciones y circunstancias estaba evidentemente destinada alfracaso.

    Esta novela, publicada en 1929, tiene la, digamos, desvergenza deatreverse a ser una novela existencialista aos antes de que Sartreinventara el Existencialismo. Por supuesto, esto se descubri a posteriori ysin merma alguna de la fama de Sartre como padre de este movimientofilosfico. Hasta entonces, pas por una arriesgada novela de denunciasocial.

    La accin de la obra transcurre en un fin de semana, tres das que secorresponden con los tres actos del teatro clsico y sus funciones deplanteamiento, nudo y desenlace. Los protagonistas, los miembros de unafamilia bien venida a menos que ven cmo su pasividad y su pocacapacidad para conciliarse con su mundo emocional (que o bien reprimen obien dejan totalmente al mando) los arrastra poco a poco al centro de unatelaraa tejida por Leo, el villano manipulador amante de la madre,seductor de la hija, sometedor del hijo y nico personaje de la novela que

  • muestra una autntica energa vital.Pero esta falta de vida de los personajes no se debe a una carencia del

    autor, sino a una voluntad de estilo. Moravia nos muestra cmo lainaccin, el dejarse llevar, es el curso vital elegido por la mayora de lamasa burguesa que no tiene un verdadero motivo para luchar y, as, se vearrastrada a un gris en el que se es una fcil vctima de todo depredadordispuesto a aprovecharse de esta inercia para conducir a su presa por loscaminos ms ventajosos para l.

    Estilsticamente, como ya se ha visto en la organizacin de la obra,Moravia sigue los pasos de la tcnica teatral, adaptndola a la novelstica,con una prosa ms descriptiva que valorativa y haciendo un uso frecuentede la introspeccin y la expresin directa de los pensamientos de lospersonajes para presentarnos la multiplicidad de puntos de vista y susestados emocionales al modo de monlogos y apartes, todo de un modocoherente y efectivo que hace perdonar algunos (pocos) errores achacablesa la edad e inexperiencia del autor en las fechas en las que compuso lanovela.

  • CAPTULO I

    Entr Carlota. Llevaba un vestido de lanilla pardo, con la falda tancorta, que bast el movimiento que hizo al cerrar la puerta para que selevantara un buen palmo por encima de los flojos pliegues que formabanlas medias alrededor de sus piernas; pero ella no lo advirti, y avanz conprecaucin, mirando misteriosamente ante s, desmadejada e insegura. Unasola lmpara estaba encendida e iluminaba las rodillas de Leo, sentado enel divn. Una gris oscuridad envolva el resto del saln.

    Mam se est vistiendo dijo ella acercndose. Vendr dentrode un momento.

    La esperaremos juntos repuso el hombre, Inclinndose haciadelante. Ven, Carlota. Sintate aqu.

    Pero Carlota no acept este ofrecimiento. De pie al lado de la mesitade la lmpara, contemplando el cerco de luz de la pantalla, en el cual laschucheras y los dems objetos, al contrario de sus compaeros muertos einconsistentes esparcidos en la sombra del saln, revelaban todos suscolores y solidez, empujaba dulcemente con el dedo la movible cabeza deuna porcelana china: un pequeo asno muy cargado Sobre el cual, entre doscestos, estaba sentado una especie de Buda campesino, un aldeano gordocon el prominente abdomen cubierto por un quimono floreado. La cabezase mova arriba y abajo, y Carlota, con los ojos bajos, las mejillasiluminadas y los labios apretados, pareca absorta en esta ocupacin.

    Te quedas a cenar con nosotros? pregunt al fin, sin alzar lacabeza.

    Claro! contest Leo encendiendo un cigarrillo. Es que acasono quieres?

    Sentado, encorvado, en el divn, observaba a la muchacha con atentaavidez: sus piernas, de pantorrillas torcidas; su vientre plano, la pequeasenda umbrosa entre los grandes senos, sus brazos y sus espaldas frgiles yaquella cabeza redonda sobre el fino cuello.

    Qu hermosa nia! repiti para sus adentros. Qu hermosania!

    La lujuria adormecida aquella tarde empezaba a despertarse. La

  • sangre se le suba a las mejillas. Hubiera gritado de deseo.Ella dio otro golpecito a la cabeza del asno.Te diste cuenta de lo nerviosa que estaba hoy, mam durante el t?

    Todos nos miraban.Cosas suyas dijo Leo. Avanz ligeramente el cuerpo y, como sin

    querer, levant el borde de la falda. Sabes que tienes unas piernas muybonitas, Carlota? dijo, mirndola con una cara estpida en la que sereflejaba su excitacin, sin poder conseguir plasmar en ella una falsasonrisa jovial. Pero Carlota no enrojeci ni respondi, y con un secoademn se baj la falda.

    Mam est celosa de ti dijo mirndolo. Por eso nos hace lavida Imposible a todos.

    Leo hizo un gesto que significaba: No es culpa ma!; luego se echsobre el divn y cruz ambas piernas.

    Haz como yo dijo framente. Apenas veo que se avecina latormenta, me callo... Luego pasa, y todo ha terminado.

    Para ti, terminado dijo ella en voz baja, y fue como si laspalabras del hombre despertaran en ella una antigua y ciega clera. Parati... Pero para nosotros, para m exclam con los labios temblorosos ylos ojos desorbitados por la ira, apoyando un dedo en su pecho, para m,que vivo con ella, no ha terminado nada... Call un momento. Si tsupieras continu en voz baja, en la que el resentimiento recalcaba laspalabras y les prestaba un singular acento como extranjera, si supieras lodeprimente, miserable y srdido que es todo esto, y qu vida tan amarga esasistir a ello cada da, todos los das...

    De las sombras que llenaban la otra mitad del saln, la onda muertadel rencor se movi, se desliz por el pecho de Carlota y desapareci,negra y sin espuma; ella quedose con los ojos muy abiertos, sinrespiracin, muda bajo esta rfaga de odio.

    Se miraron. Diablo! pensaba Leo, un poco atnito ante tantaviolencia; esto es serio. se inclin y sac la pitillera.

    Un cigarrillo? ofreci con simpata. Carlota acept, lo encendiy entre una nube de humo avanz un paso hacia l.

    Entonces pregunt l mirndola de abajo a arriba, no puedesms? La vio asentir un poco Intimidada por el tono confidencial queasuma el dilogo. Sabes qu se hace cuando no se puede ms aadi. Se cambia.

  • Es lo que acabar haciendo dijo ella con cierta teatral decisin;pero tena la impresin de estar recitando un papel falso y ridculo. As,era aqul el hombre a quien esta pendiente de exasperacin la ibainsensiblemente llevando? Lo mir: ni mejor ni peor que los otros; es ms,mejor, sin duda alguna, pero con la ayuda de cierta fatalidad que habaesperado durante diez aos a que ella se desarrollara y madurase pararodearla de asechanzas ahora, aquella tarde, en aquel saln oscuro.

    Cambia repiti l. Ven a vivir conmigo.Ella sacudi la cabeza:Ests loco...Qu va! Leo se incorpor y la cogi por la falda.

    Prescindiremos de tu madre; la mandaremos al diablo..., y t tendrs todolo que quieras, Carlota...

    Tiraba de la falda. Sus ojos excitados miraban ya aquel rostroasustado y vacilante, ya aquella parte de pierna desnuda que entrevea all,sobre la media.

    Llevrmela a casa pensaba; poseerla... se entrecortaba surespiracin.

    Todo lo que desees: vestidos, muchos vestidos; viajes... S, viajaremosjuntos... Es una verdadera lstima que una muchacha tan hermosa como tsea sacrificada de este modo... Vente a vivir conmigo, Carlota...

    Todo lo que dices es imposible repuso ella, intentando intilmenteliberar la falda de sus manos, Est mam... Es imposible.

    Prescindiremos de ella... insisti Leo, agarrndola esta vez por lacintura; la mandaremos al pueblo; ya es hora de que acabe... Y t tequedars conmigo, que soy tu nico y verdadero amigo, el nico que tecomprende y sabe lo que quieres.

    La estrech con ms fuerza, a pesar de sus atemorizados ademanes.Si estuviera en mi casa pensaba, y estas rpidas ideas eran como

    relmpagos luminosos en la tempestad de su deseo, entonces leenseara qu es lo que quiere.

    Alz los ojos hacia aquel rostro asustado y sinti el deseo de decirleuna terneza para tranquilizarla: Carlota, amor mo...

    Ella hizo de nuevo un vano movimiento para rechazarlo, pero an conmenos entereza que antes. Vencala ahora una especie de resignadavoluntad. Por qu rechazar a Leo? Esta virtud la dejara en brazos delaburrimiento y del mezquino disgusto de lo cotidiano. Le pareca, adems,

  • que, debido a un gusto fatalista de simetras morales, aquella ventura casifamiliar sera el nico epilogo que su vieja vida mereca. Despus, todosera nuevo: la vida y ella misma. Contemplaba la cara del hombre, all,pendiente de la suya. Acabar pensaba, echarlo todo a rodar... Y lacabeza le daba vueltas como si se dispusiera a dejarse caer en el vaco.

    Sin embargo, suplic:Djame e intent de nuevo desasirse. Pensaba vagamente

    rechazar primero a Leo y luego ceder, no saba por qu, quiz para tenertiempo de considerar todo el riesgo que afrontaba, quiz por un poco decoquetera. Debatiose en vano. Su voz queda, ansiosa y desconfiada,repeta apresuradamente el intil ruego: Seamos buenos amigos, Leo,quieres? Buenos amigos, lo mismo que antes de...

    Pero la falda subida le dejaba al descubierto las piernas, y haba entoda su reacia actitud, en aquellos ademanes que haca para cubrirse y paradefenderse, en aquella voz que le sala ante los libertinos abrazos delhombre, una vergenza, un rubor, un desorden que ninguna liberacinhabra podido abolir.

    Buenos amigos repeta Leo, casi con alegra, y retorca en sumano aquel pedazo de lana. Muy buenos amigos, Carlota... Apretabalos dientes. Todos sus sentidos exaltbanse con la proximidad de aquelcuerpo deseado. Al fin te tengo, pensaba ladendose en el divn paradejar sitio a la muchacha; y ya iba a besar aquella cabeza, all, en el cercode luz, cuando, del fondo del oscuro saln, un tintineo de la puerta vidrierale advirti que alguien entraba.

    Era la madre. La transformacin que su presencia oper en la actitudde Leo fue sorprendente: recostose de pronto sobre el respaldo del divn,cruz las piernas y mir a la muchacha con indiferencia; es ms, llev laficcin hasta el punto de decir gravemente, con ese tono de voz que ponefin a una conversacin:

    Creme, Carlota; no hay otra solucin.La madre se acerc. No se haba cambiado de traje, pero se haba

    peinado, empolvado abundantemente y pintado. Avanz desde la puertacon su pas inseguro. En la sombra, aquel rostro inmvil, de rasgosindecisos y de vivos colores, pareca una mscara estpida y pattica.

    Os he hecho esperar mucho? pregunt. De qu estabaishablando?

    Leo seal indolentemente a Carlota, que estaba de pie en medio del

  • saln:Estaba precisamente diciendo a su hija que esta noche no hay ms

    remedio que quedarse en casa.Es cierto aprob la madre con sosiego y autoridad, sentndose en

    un silln frente a su amante. Ya hemos estado hoy en el cine, y en todoslos teatros ponen cosas que ya hemos visto... Me habra gustado ir a verSeis personajes..., de Pirandello, pero, francamente, no puede ser. Es unavelada popular.

    Y, adems, le aseguro que no pierde usted nada observ Leo.Ah, eso no! protest blandamente la madre. Pirandello tiene

    cosas muy buenas. Cmo se llamaba aquella comedia suya que vimoshace poco? Espera... ah, s! la mscara y el rostro. Me divert mucho.

    Bah! Es posible dijo Leo repantigndose en el divn, pero yome he aburrido siempre mortalmente. Puso los pulgares en los bolsillosdel chaleco y puso su mirada primero en la madre y despus en Carlota.

    De pie detrs del silln de la madre, la muchacha recibi aquellamirada inexpresiva como un golpe que hizo pedazos su cristalino estupor.

    Entonces, por vez primera, se dio cuenta de lo vieja, habitual yangustiosa que era la escena que tena ante los ojos: la madre y el amantecharlando uno frente a la otra; aquella sombra, aquella lmpara, aquellosrostros inmviles y estpidos, y ella misma, afablemente apoyada en elrespaldo del silln para escuchar y para hablar. La vida no cambia pens No quiere cambiar. Hubiera querido gritar. Baj las manos y se lasretorci contra el vientre, con tanta fuerza que las muecas llegaron adolerle.

    Podemos quedarnos en casa continu la madre, con ms razn,teniendo en cuenta que todos los das de esta semana los tenemoscomprometidos. Maana iremos a aquel t danzante a beneficio de lainfancia abandonada; pasado maana, al baile de mscaras del GrandHotel; los otros das estamos invitadas a un sitio y a otro... Carlota, hevisto a la seora Ricci. Est muy envejecida. La he observado atentamente;tiene dos profundas arrugas que comienzan en los ojos y le llegan hasta laboca. Y los cabellos ya no se sabe de qu color son... Un horror!

    Torci la boca y agit las manos en el aire.No ser tanto dijo Carlota avanzando y sentndose cerca del

    hombre. La embargaba una ligera y dolorosa impaciencia. Prevea que, porcaminos indirectos y tortuosos, la madre conseguira al fin hacer, como

  • siempre, su pequea escena de celos al amante; no saba cundo ni de qumodo, pero estaba tan segura de ello como de que el sol brillara al dasiguiente y de que la noche le sucedera. Esta clarividencia le daba unasensacin de temor. No haba remedio. Todo estaba dominado por unamezquina fatalidad.

    No ces de charlar continu la madre. Me dijo que hanvendido el coche viejo y que han comprado uno nuevo, un Fiat... Sabe?Mi marido se ha convertido en el brazo derecho de Paglioni, en la BancaNacional... Paglioni no puede prescindir de l. Paglioni lo propone comosu probable socio. Paglioni por arriba, Paglioni por abajo... SiemprePaglioni. Innoble!

    Por qu innoble? observ Leo contemplando a la mujer a travsde sus prpados semicerrados Qu hay de innoble en todo esto?

    Sabe usted pregunt la madre mirndolo con agudeza, comoinvitndolo a sopesar bien las palabras que Paglioni es el amigo de laRicci?

    Lo sabe todo el mundo repuso Leo, y sus turbios ojos posronsesobre Carlota, resignada y ausente.

    Sabe usted tambin insisti Mara Engracia recalcando laspalabras que antes de conocer a Paglioni los Ricci no tenan uncntimo... y ahora tienen automvil?

    Ah! Es por eso? exclam Leo, volviendo la cabeza. Y qumal hay en ello? se enriquecen.

    Fue lo mismo que si hubiera prendido fuego a una mechacuidadosamente preparada.

    Ah, s? dijo la madre abriendo irnicamente los ojos.Justifica usted a una desvergonzada, ni siquiera hermosa, un manojo dehuesos, que explota sin escrpulos a su amante, que se hace pagar loscoches y los vestidos y encuentra an el modo de hacer que prospere sumarido, que no se sabe lo que es ms, si imbcil o taimado? Tiene ustedesos principios? Ah, perfectamente, perfectamente! Entonces, no hay msque hablar. Todo se explica... A usted, evidentemente, le gustan esta clasede mujeres...

    Ya est, pens Carlota. Un ligero estremecimiento de impacienciarecorri su cuerpo. Cerr los ojos y apart la cabeza de aquella luz y deaquellas conversaciones; a la sombra.

    Leo se ech a rer.

  • No; francamente, no es sa la clase de mujeres que me gustan. Lanz una rpida y penetrante mirada a la muchacha que estaba a su lado;vio su pecho florido, sus mejillas en flor, su anatoma joven. He aqu a lasmujeres que me gustan, hubiera querido gritarle a su amante.

    Eso lo dice ahora insisti la madre, pero cuando la tiene cerca,como el otro da, por ejemplo, en casa Sidoli, la llena de cumplidos, y ledice una sarta de tonteras. Le conozco. Sabe lo que es usted? Unmentiroso...

    Ya est, se repiti Carlota. Aquella conversacin poda continuar,pero ella haba reconocido ya que la vida incorregible y habitual nocambiaba; y esto le bastaba. Se levant:

    Voy a ponerme un jersey dijo. Vuelvo enseguida. Y sinmirar hacia atrs, a pesar de sentir los ojos de Leo clavados en su espaldacomo dos sanguijuelas, sali.

    En el pasillo encontr a Miguel:Est Leo ah? le pregunt a Carlota. sta mir a su hermano.S repuso.Precisamente vengo de ver al administrador de Leo continu

    tranquilamente el chico. Me he enterado de un montn de cosasinteresantes... y la primera de ellas es que estamos arruinados.

    Qu quieres decir? pregunt la muchacha extraada.Quiero decir explic Miguel que tendremos que ceder la villa a

    Leo, como pago de la hipoteca, y marcharnos sin un cntimo a cualquierparte.

    Se miraron. El muchacho esboz una forzada y dbil sonrisa.Por qu te res? pregunt ella. Es que te hace gracia?Que por qu me ro? repiti l. Porque todo esto me es

    indiferente... Es ms, casi me gusta.No es cierto.Claro que es cierto insisti l, y sin aadir una palabra, dejndola

    all asombrada y vagamente asustada, entr en el saln.La madre y Leo seguan discutiendo an. Miguel tuvo tiempo de or

    un t que se transform en usted a su entrada, y sonri con asqueadapiedad.

    Me parece que ya es hora de cenar dijo dirigindose a su madre,sin saludar, sin siquiera mirar al hombre. Pero esta fra actitud nodesconcert a Leo.

  • Oh! A quin veo? grit con su acostumbrada jovialidad. Sies nuestro Miguel! Ven aqu, Miguel. Hace tanto tiempo que no nosvemos!

    Dos das solamente repuso el chico mirndolo fijamente,esforzndose en parecer fro y vibrante, a pesar de que no se senta ms queindiferente. Habra querido aadir: Y cuanto menos nos veamos, mejor,o cualquier cosa semejante, pero no tuvo rapidez ni sinceridad parahacerlo.

    Te parece poco dos das? grit Leo. Se pueden hacer tantascosas en dos das! Inclin su larga cara triunfante hacia la luz de lalmpara: Qu bonito traje llevas! Quin te lo ha hecho?

    Era un traje de estofa azul de muy buen corte, pero muy usado, queLeo deba de haberle visto por lo menos cien veces; pero, herido por esteataque directo a su vanidad, Miguel olvid al instante todos sus propsitosde odio y frialdad.

    T crees? pregunt sin poder evitar una sonrisa de satisfaccin. Es un traje viejo... Hace mucho tiempo que lo llevo. Me lo hizo Nino,sabes?

    E instintivamente se volvi para ensear la espalda al hombre, dandoun leve tirn a los bordes de la chaqueta para que se ajustara al cuerpo. Viosu imagen en el espejo veneciano colgado en la pared de enfrente. El corteera perfecto, no haba duda, pero la pareci que su actitud estaba llena deridcula estupidez, parecida a la de los maniques bien vestidos que, con elletrerito del precio en el pecho, se ven en los escaparates de las tiendas.Una ligera inquietud serpente por sus pensamientos.

    Bueno... Muy bueno. Leo, inclinndose, toc la tela. Luego seirgui. Es estupendo nuestro Miguel dijo golpendole el brazo.Siempre impecable. No hace ms que divertirse. No tiene preocupacionesde ninguna clase.

    Entonces, por el tono de estas palabras y por la sonrisa que, lasacompa, Miguel comprendi demasiado tarde que haba sidoastutamente adulado y, en definitiva, burlado: Dnde estaban laindignacin y el resentimiento que haba imaginado que sentira enpresencia de su enemigo? Lejos, en el limbo de sus intenciones.Odiosamente turbado por su vana actitud, mir a su madre.

    Qu lstima que no hayas venido con nosotros! dijo sta.Hemos visto una pelcula magnfica.

  • Ah, s? dijo el chico. Luego, dirigindose a Leo, aadi, con lavoz ms seca y vibrante que encontr: He estado en casa de tuadministrador, Leo...

    Pero el otro le interrumpi con un ademn.Ahora no... Comprendo... Hablaremos luego, despus de cenar...

    Cada cosa a su tiempo.Como quieras repuso el muchacho con instintiva mansedumbre.

    Inmediatamente advirti que haba sido dominado por segunda vez. Tenaque haber dicho: No, ahora pens. Cualquiera lo habra hecho as enmi lugar. S, enseguida, y discutir y hasta quizs insultar. Habra gritadode rabia. En pocos minutos, Leo haba sabido hacerle caer en las dosmezquinas vorgines de la vanidad y la indiferencia.

    Los dos, la madre y el amante, se haban levantado.Tengo apetito dijo Leo abrochndose la chaqueta. Un apetito

    terrible.La mujer sonrea. Miguel la sigui maquinalmente. Pero despus de

    cenar pensaba, intentando en vano dar crdito a sus distradas ideas,no lo pasars tan bien. En la puerta se detuvieron.

    Por favor dijo Leo, y la madre sali. El hombre y el muchachoquedaron cara a cara. Se miraron: Pasa, pasa insisti Leo cortsmente,ponindole la mano en el hombro. Cedamos el lugar al dueo de lacasa...

    Y con un ademn paternal, con una sonrisa tan amistosa que parecaburlona, empuj dulcemente al chico.

    El dueo de la casa pens ste sin sombra de ira. sta s que esbuena! El dueo de la casa eres t. Pero no dijo nada y sali al pasillodetrs de su madre.

  • CAPTULO II

    Bajo la lmpara de tres brazos, el blanco tablero de la mesa brillaballeno de pequeas esquirlas de luz los platos, las botellas, los vasos,como un bloque de mrmol recin arrancado de la cantera. Haba manchas:el vino era rojo; el pan, de color pardo; una sopa de legumbres humeabadesde el fondo de los platos. Pero aquella blancura lo abola todo yresplandeca inmaculada entre las cuatro paredes, en las cuales, porcontraste, todo, muebles, cuadros, confundanse en una sola sombra negra.Sentada en su sitio, con los ojos atnitos fijos en el vapor de la sopa,Carlota esperaba sin impaciencia.

    La primera en entrar fue la madre, con la cabeza vuelta hacia Leo, quela segua, declarando con voz irnica y exaltada:

    No se vive para comer, pero se come para vivir. En cambio, ustedhace todo lo contrario...

    Oh, no! dijo Leo entrando a su vez y tocando con ademndistrado, por pura curiosidad, el radiador apenas tibio. No me hacomprendido usted. Yo he dicho que cuando se hace una cosa no hay quepensar en otra. Por ejemplo, cuando trabajo no pienso ms que en trabajar;cuando como, no pienso ms que en comer, y as sucesivamente... Entoncestodo marcha perfectamente.

    Y cundo robas?, le habra gustado preguntarle Miguel, que ibadetrs de l; pero no saba odiar a un hombre a quien envidiaba a pesarsuyo. En el fondo, tiene razn se dijo, dirigindose a su sitio. Yopienso demasiado.

    Feliz usted dijo la madre, sarcstica. En cambio, a m todo meva mal. Sentose, adopt un aire de triste dignidad y, con los ojos bajos,removi la sopa con la cuchara para que se enfriase.

    Y por qu todo le va mal? pregunt Leo sentndose tambin.Yo, en su lugar, sera feliz. Tiene una hija hermosa, un hijo inteligente ylleno de prometedoras esperanzas, una casa esplndida... Qu ms puededesearse?

    Usted me entiende perfectamente repuso la madre ahogando unsuspiro.

  • Yo no. Arriesgndome a pasar por ignorante, le confieso que nocomprendo nada. La sopa se haba terminado. Leo dej la cuchara:Adems, todos estn descontentos. No crea, seora, que es usted sola...Quiere verlo? Vamos, Carlota, di la verdad. Ests contenta?

    La muchacha levant los ojos. Aquel espritu jovial y bonachnexasperaba su impaciencia. Estaba sentada a la mesa familiar, como tantasotras noches. Haba las acostumbradas conversaciones, las mismas cosas,ms fuertes que el tiempo, y, sobre todo, la misma luz sin ilusiones y sinesperanzas, particularmente habitual, gastada por el uso lo mismo que latela de un vestido, y tan inseparable de sus rostros que a veces, alencenderla bruscamente sobre la mesa vaca, haba tenido la clarsimaimpresin de ver sus cuatro rostros, el de su madre, el de su hermano, el deLeo y el suyo, all, suspendidos en aquel mezquino halo. Estaban, pues,todos los objetos de su aburrimiento, y, a pesar de ello, Leo heralaprecisamente en el lugar donde ms le dola. Pero se contuvo.

    En efecto, podra estarlo ms admiti, y volvi a bajar la cabeza.Lo ve? grit Leo triunfante. No se lo dije? Tambin

    Carlota... Pero no basta. Tambin Miguel est descontento. No es ciertoque tambin a ti te van mal las cosas?

    El muchacho lo mir antes de contestarle. Ahora pensaba seraoportuno contestarle con un insulto, ocasionar una buena ria y rompertoda relacin con l. Pero no tuvo la suficiente sinceridad. Calma mortal,irona, indiferencia...

    Y si acabaras con tanta pregunta? dijo tranquilamente. Sabesmejor que yo cmo me van las cosas.

    Vamos, pcaro grit Leo. El pcaro de Miguel! Quiere evitarla respuesta, quiere salirse por la tangente... Pero es evidente que ttambin eres un descontento. Si no, no tendras esa cara tan larga como laCuaresma. Sirviose de la fuente que la doncella le ofreca. Luegocontinu: En cambio, yo, amigos mos, tengo que afirmar que todo meva muy bien. Es ms, estupendamente bien. Estoy contento y satisfecho, ysi tuviera que volver a nacer no querra ser otra cosa que lo que soy y llevarmi nombre: Leo Merumeci.

    Hombre feliz! exclam Miguel con irona. Pero al menoshablas como piensas.

    Como pienso? repiti el otro con la boca llena. As es. Pero,queris saber, en cambio aadi l sirvindose vino, por qu vosotros

  • tres no sois como yo?Por qu?Porque os acaloris por cosas que no merecen la pena...Se call y bebi. Sigui un minuto de silencio. Los tres, Miguel,

    Carlota y la madre, sentanse ofendidos en su amor propio. El muchachovease como era, miserable, indiferente y desalentado, y decase a smismo: Ah! Ya quisiera yo verte a ti en estas condiciones! Carlotapensaba en la vida que no cambiaba, en aquellas insidias del hombre, ysenta ganas de gritar: Yo tengo verdaderas razones. Pero fue su madre,impulsiva y locuaz, la que habl por los tres.

    El que la mezclaran con sus hijos en aquella tendencia general aldescontento, teniendo el gran concepto que tena de s misma, la habaherido como una traicin. Su amante no slo la abandonaba, sino que,adems, se burlaba de ella.

    Est bien dijo al fin rompiendo el silencio, con la irnica ymalvola voz del que quiere pelea. Pero yo, querido amigo, tengo muybuenas razones para no estar satisfecha.

    No lo dudo repuso Leo tranquilamente.Y Miguel corrobor:No lo dudamos.Ya no soy una nia como Carlota continu la madre en un tono

    resentido y conmovido. Soy una mujer que ha pasado por durasexperiencias, que ha sufrido. Oh, s, he sufrido mucho! aadi, excitadapor sus palabras ; que ha tenido que afrontar muchas dificultades... Apesar de ello, he sabido conservar intacta mi dignidad en todo momento ymantenerme siempre superior a todos. S, querido Merumeci exclamamarga e irnicamente, a todos, incluso a usted...

    No he pensado nunca que... comenz Leo. Ahora todoscomprendan que los celos de la madre haban encontrado un camino, querecorreran enteramente. Todos prevean con aburrimiento y fastidio lamezquina tempestad que se cerna bajo la suave luz de la cena.

    Y usted, querido Merumeci continu Mara Engracia, clavandosus colricos ojos en los de su amante, ha hablado hace poco muysuperficialmente. Yo no soy una de esas elegantes amigas suyas sinescrpulos, que no piensan ms que en divertirse y en seguir adelante, hoycon uno y maana con otro tal vez peor... No, se equivoca usted. Yo soymuy distinta de esa clase de seoras.

  • No quera decir...Soy una mujer continu la madre con creciente exaltacin que

    podra ensear a vivir a usted y a muchos otros como usted, pero que tienela rara delicadeza o la estupidez de no ponerse nunca en primera fila, dehablar muy poco de s misma, y por esta razn casi siempre soy ignorada oincomprendida... Pero no por eso aadi alzando la voz; no porque soydemasiado buena, demasiado discreta y generosa, no por eso, repito, tengomenos derecho que las otras a pedir que no me insulte cualquiera a cadamomento... Lanz una ltima y centelleante mirada a su amante y luegobaj los ajos y empez a juguetear maquinalmente con los objetos quetena delante.

    En los rostros de los dems se reflej una gran consternacin.Pero yo no he tenido ni la ms leve intencin de insultarla dijo

    Leo con calma. Solamente he dicho que, entre todos nosotros, soy yo elnico que no est descontento.

    Y es natural respondi la madre con intencin. Esnaturalsimo que usted no est descontento.

    Realmente, mam intervino Carlota, l no ha dicho nadainsultante.

    Ahora, despus de esta ltima escena, una aterrorizada desesperacinse haba apoderado de la muchacha. Acabar pensaba, mirando a sumadre, pueril y madura, que, con la cabeza baja, pareca rumiar sus propioscelos. Acabar con todo esto, cambiar a cualquier precio. Resolucionesabsurdas pasaban por su cabeza: marcharse, desaparecer, diluirse en elmundo, en el aire. Record las palabras.

    Leo: T tienes necesidad de un hombre como yo. Era el fin. l uotro, pens. El fin de su paciencia. De la cara de su madre, susatormentados ojos pasaron a la de Leo: all estaban los rostros de su vida,duros, incomprensibles. Entonces baj los ojos al plato, en donde la carneenfribase en la rasa coagulada de la salsa.

    T te callas orden su madre. No puedes comprender.Mi querida seora protest el amante, tampoco yo he

    comprendido nada.Usted dijo la madre acentuando las palabras y arqueando las

    cejas me ha entendido incluso demasiado.Quizs... empez Leo encogindose de hombros.Pero cllese..., cllese ya le interrumpi la mujer con despecho

  • . Es mejor que no hable... Yo, en su lugar, tratara de hacerme olvidar, dedesaparecer.

    Silencio. La doncella entr y quit los platos. Bueno pensMiguel, viendo que la expresin airada del rostro de su madre ceda poco apoco, el temporal ya ha pasado. Vuelve el buen tiempo. Levant lacabeza y pregunt sin alegra:

    Bien... Ha concluido ya el incidente?Del todo respondi Leo con seguridad. Tu madre y yo hemos

    hecho las paces. Volviose hacia Mara Engracia: No es cierto, seora,que hemos hecho las paces?

    Una sonrisa pattica insinubase en el pintado rostro de la mujer. Ellaconoca aquel tono y aquella voz insinuante de sus tiempos mejores, decuando ella todava era joven y el amante era fiel.

    Cree, Merumeci pregunt, mirndose coquetonamente lasmanos, que es tan fcil perdonar?

    La escena volvase sentimental. Carlota se estremeci y baj los ojos.Miguel sonri con desprecio. Bien pens, ya estamos. Abrazaos y nose hable ms del asunto.

    Perdonar dijo Leo con burlona gravedades deber de todo buencristiano.

    Que el diablo se la lleve! pensaba entretanto. Afortunadamente,est la hija para compensarme de la madre. Observ a la muchacha desoslayo, sin mover la cabeza; ms sensual que su madre; labios rojos,carnosos... Era casi seguro que estaba dispuesta a ceder. Era necesariotantearla despus de la cena, batir el hierro mientras estuviera caliente; alda siguiente sera tarde.

    Entonces dijo la madre tranquilizada del todo, somoscristianos y perdonamos. La sonrisa hasta entonces contenidaensanchose, pattica y brillante, sobre dos hileras de dientes de una dudosablancura. Su cuerpo desecho palpit. Y, a propsito aadi con unimprevisto amor maternal, no hay que olvidarlo: maana es elcumpleaos de nuestra Carlota.

    Ya no es costumbre celebrarlo, mam dijo la muchachalevantando la cabeza.

    Sin embargo, nosotros lo celebraremos respondi su madre consolemnidad, y usted, Merumeci, puede considerarse invitado paramaana por la maana.

  • Leo hizo una especie de reverencia sobre la mesa.Agradecidsimo. Luego dirigindose a Carlota, pregunt:

    Cuntos aos?Se miraron. La madre, sentada frente a la muchacha, alz dos dedos y

    movi la boca como para decir veinte. Carlota lo vio y comprendi.Dud. Luego, una repentina dureza asol su alma. Quiere pens queme quite aos para no envejecerla a ella. Y desobedeci.

    Veinticuatro respondi sin enrojecer.Una expresin de contrariedad pas por el rostro de su madre.Tan vieja? exclam Leo burln.Carlota asinti.Tan vieja repiti.No deberas haberlo dicho le reproch su madre; la naranja agria

    que estaba comiendo aumentaba la acidez de su expresin. Se tiene laedad que se aparenta... En este momento, t no aparentas ms dediecinueve aos. Se llev a la boca el ltimo gajo; la naranja se habaterminado.

    Leo sac la pitillera y ofreci cigarrillos a todos; el humo azul subitenue de la mesa en desorden. Permanecieron un instante inmviles,mirndose a los ojos, atnitos. Despus, la madre se levant.

    Vamos al saln dijo.Y uno tras otro, salieron los cuatro del comedor.

  • CAPTULO III

    Corto, pero angustioso trnsito al cruzar el pasillo. Carlota miraba alsuelo pensando vagamente que aquel paso cotidiano deba de haber gastadola vieja alfombra que ocultaba el pavimento. Tambin los espejos ovaladoscolgados en las paredes deban de conservar las huellas de sus rostros y desus personas, que reflejaban varias veces al da desde haca muchos aos,apenas un instante, el tiempo que su madre y ella invertan en examinar susafeites y Miguel el nudo de su corbata. En aquel pasillo, la monotona y elaburrimiento estaban al acecho y apualaban el alma de los que pasabanpor l, como si los espritus malvolos surgieran de los mismos muros.Todo era inmutable: la alfombra, la luz, los espejos, la puerta vidriera a laizquierda del vestbulo, el atrio oscuro de la escalera a la derecha... Todoera una repeticin. Miguel, que se paraba un instante para encender uncigarrillo y soplaba sobre la cerilla; su madre, que con complacenciapreguntaba al amante: No es cierto que tengo cara de cansancio estanoche?; Leo, que con indiferencia, sin quitarse el cigarrillo de la boca,responda: Oh, no! Por el contrario, jams la he visto tandeslumbradora; y ella misma, que sufra por ello. La vida no cambiaba.

    Entraron en el fro y oscuro saln rectangular, que un arco divida endos partes desiguales, y sentronse en el ngulo opuesto a la puerta. Lascortinas de sombro terciopelo ocultaban las ventanas cerradas. No habalmpara, sino solamente unos candelabros fijados en las paredes a igualdistancia unos de otros. Tres de ellos estaban encendidos y difundan unaplida luz en la mitad ms reducida del saln; la otra mitad, ms all delarco, permaneca sumida en negras sombras, en las cuales distinguaseapenas los reflejos de los espejos y la forma alargada del plano.

    Guardaron silencio durante un momento. Leo fumaba gravemente. Lamadre observaba con afligida dignidad sus manos de esmaltadas uas.Carlota, casi agachada, intentaba encender la lmpara del rincn. Miguelmiraba a Leo. Cuando logr encender la lmpara, Carlota se sent yMiguel dijo:

    He estado en casa del administrador de Leo y me ha contado unmontn de cosas... En resumen, si hemos de dar crdito a sus palabras,

  • dentro de una semana vence la hipoteca y ser necesario que nosmarchemos y vendamos la villa para poder pagar a Merumeci.

    La madre abri desmesuradamente los ojos:Ese hombre no sabe lo que dice. Ha actuado por cuenta propia.

    Siempre he dicho que nos tena ojeriza.Hubo una pausa.Ese hombre ha dicho la verdad dijo al fin Leo sin alzar los ojos.Pero, Merumeci suplic la madre juntando las manos, supongo

    que no querr usted echarnos a la calle, as, sin ms... Concdanos unaprrroga...

    Ya he concedido dos repuso Leo. Basta ya. Y ms teniendo encuenta que no podra evitar la venta aunque se la concediera.

    Por qu? pregunt la madre.Leo levant al fin los ojos y la mir:Me explicar. A menos que no consigan reunir ochocientas mil

    liras, no veo cmo podran pagarme sino vendiendo la villa...La madre comprendi. Un miedo inmenso abriose ante sus ojos, como

    un abismo. Palideci y mir a su amante. Pero Leo, completamente absortoen la contemplacin de su cigarro, no la tranquiliz.

    As que dijo Carlotatendremos que dejar la villa e ir a vivir aun piso de pocas habitaciones, verdad?

    As es respondi Miguel.Silencio. El miedo de la madre agigantbase. Jams haba querido

    saber nada de los pobres, ni siquiera conocerlos de nombre. Se habanegado siempre a admitir la existencia de las gentes humildes quetrabajaban duramente y vivan de un modo miserable. Viven mejor quenosotros haba dicho siempre. Nosotros tenemos ms sensibilidad yms inteligencia, y por eso sufrimos ms que ellos. Y ahora, de pronto,vease obligada a engrosar la turba de los miserables. La misma sensacinde repugnancia, de humillacin, de miedo, que haba experimentado un daal pasar en un coche por entre una muchedumbre harapienta y amenazadorade huelguistas, oprimala ahora. No la aterraban las incomodidades y lasprivaciones que la amenazaban, sino el pensar cmo la trataran y lo quediran sus conocidos, gente rica, apreciada y elegante. Se vea pobre, sola,con aquellos dos hijos, abandonada de sus amigos, sin diversiones, bailes,luces, fiestas, conversaciones. Slo oscuridad, absoluta, desnuda oscuridad.

    Su palidez aumentaba. Sera conveniente que le hablara a solas

  • pensaba asindose a la idea de la seduccin, sin que Miguel ni Carlotaestn presentes. Entonces comprendera.

    Mir a su amante.Concdanos otra prrroga, Merumeci propuso vagamente, y

    encontraremos el dinero de un modo u otro.De qu modo? pregunt Leo, con irona.Los Bancos... arriesg la madre.Leo se ech a rer.Oh, los Bancos! Se inclin y mir fijamente a su amante. Los

    Bancos slo prestan dinero con garantas seguras, y ahora, adems, conesta crisis, apenas prestan a nadie. Pero supongamos que se lo llegaran aprestar. Qu clase de garanta poda dar usted, mi querida seora?

    Este razonamiento no viene al caso observ Miguel. Habraquerido apasionarse por aquella cuestin vital, protestar. Veamos pensaba, se trata de nuestra existencia. De un momento a otro podemosencontrarnos sin saber materialmente de qu vivir. Pero por muchosesfuerzos que hiciera, aquella ruina le era extraa; era lo mismo quecontemplar a alguien que se est ahogando, y no mover un dedo.

    Todo lo contrario le suceda a su madre.Denos usted esa prrroga dijo con orgullo, irguindose y

    recalcando las palabras, y puede estar seguro de que el da delvencimiento tendr su dinero. No lo dude. Hasta el ltimo cntimo.

    Leo ri dulcemente, inclinando la cabeza:Estoy seguro de ello. Pero, entonces, para qu sirve la prrroga?

    Por qu no emplea ahora los medios que adoptar dentro de un ao paraobtener el dinero, y as me paga inmediatamente?

    Aquel rostro inclinado era tan sagaz y calmoso que la madre sintioseatemorizado. Sus indecisos ojos pasaron de Leo a Miguel y luego aCarlota: all estaban sus dos dbiles hijos, que conoceran las angustias dela pobreza. Le invadi un exaltado amor maternal:

    Oiga, Merumeci empez con voz persuasiva, usted es unamigo de la familia. A usted puedo decrselo todo. No se trata de m; no espara m para quien pido esta prrroga. Yo estara incluso dispuesta a viviren una buhardilla... Levant los ojos al cielo y aadi: Dios es testigode que no pienso en m... Pero he de casar a Carlota. Usted conoce elmundo... El mismo da en que dejase la villa y me fuera a vivir a un pisocualquiera, todos nos volveran la espalda... La gente es as... Y entonces,

  • me solucionara usted el matrimonio de mi hija?Su hija repuso Leo con falsa seriedadtiene una belleza que

    encontrar siempre pretendientes. Mir a Carlota y le sonriamistosamente.

    Pero una rabia contenida y profunda embargaba a la muchacha.Cmo quieres que me case senta deseos de gritar a su madre, coneste hombre en casa y t en estas condiciones? la ofenda y la humillabala desenvoltura con que su madre, que habitualmente no se preocupaba loms mnimo de ella, la meta en aquel asunto para poder solucionar elproblema de un modo favorable a ella. Era necesaria acabar. Se entregaraa Leo y as nadie la querra como esposa.

    No pienses en m, mam dijo con firmeza. Yo no tengo niquiero tener nada que ver en todo esto.

    En aquel momento, una risa agria, falsa, que daba dentera, sali delrincn en donde estaba sentado Miguel. Su madre se volvi. Miguel,intentado con gran esfuerzo dar una entonacin sarcstica a su indiferentevoz, le dijo:

    Sabes quin ser el primero que nos abandone cuando dejemos lavilla? Adivina.

    Yo qu s?Leo exclam el muchacho sealndolo, nuestro Leo.Leo movi la mano protestando.Merumeci? dijo la madre indecisa e impresionada, mirando a su

    amante como si hubiera querido leer en su cara si sera capaz de semejantetraicin. Luego, de repente, con los ojos y la sonrisa inflamados de patticosarcasmo aadi: Qu estpida! Claro! S, Carlota aadidirigindose a su hija, Miguel tiene razn... El primero que fingir nohabernos conocido nunca, despus de haberse embolsado el dinero, serMerumeci. No proteste continu con una sonrisa Insultante. No esculpa suya. Todos los hombres son as. Podra jurarlo... Pasar con algunade esas amigas suyas, tan simpticas y elegantes, y apenas me vea volverla cabeza hacia otro lado... Seguro... Querido Leo, pondra la mano en elfuego... Call un instante. Claro concluy con amarga resignacin, claro... Tambin Cristo fue traicionado por sus mejores amigos.

    Cercado por aquel torrente de acusaciones, Leo dej el cigarro:T dijo volvindose hacia Miguel eres un muchacho, y por eso

    no te tomo en consideracin. Pero que usted, seora aadi mirando a la

  • madre, pueda creer que yo, por una venta cualquiera, pueda abandonar amis mejores amigos, esto, la verdad, no lo esperaba... No; realmente, no loesperaba. Movi la cabeza y volvi a coger el cigarro.

    Qu falso es!, pens Miguel, divertido. Luego, bruscamente, seacord de que era un hombre ultrajado, robado, burlado en su patrimonio,en su dignidad, en la persona de su madre. Insultarle pens, haceruna escena. Comprendi que durante aquella velada haba dejado pasarmil ocasiones ms favorables para un altercado; por ejemplo, cuando Leose haba negado a conceder una prrroga. Pero ahora era demasiado tarde:

    No lo esperabas, eh? dijo, recostndose en el silln y cruzandolas piernas. Luego, sin moverse ni pestaear exclam: Canalla!

    Todos le miraron: su madre, con sorpresa; Leo, lentamente,quitndose el cigarro de la boca.

    Cmo has dicho?Quiero decir repuso Miguel, agarrndose con las manos a los

    brazos del silln y no encontrando en su indiferencia la razn que lo habaempujado a aquella injuria tan vehemente que Leo... nos ha arruinado...y ahora finge ser amigo nuestro... Pero no lo es.

    Silencio; desaprobacin.Oye, Miguel dijo Leo fijando en el muchacho los ojos

    inexpresivos, me he dado cuenta hace rato que esta noche quieres pelea,no s por qu... Lo siento, pero te advierto que no la habr.

    Si fueras un hombre sabra cmo contestarte, pero eres un chico sinresponsabilidad... Por eso, lo mejor que puedes hacer es irte a la cama ydormir. Hizo una pausa y cogi y el cigarro de nuevo. Luego aadibruscamente: Y me dices eso precisamente cuando iba a proponeros lascondiciones ms favorables.

    Merumeci tiene razn dijo la madre. Verdaderamente, l no nosha arruinado y ha sido siempre un buen amigo nuestro. Por qu insultarlode ese modo?

    Ah, ahora lo defiendes!, pens el chico. Una fuerte irritacin contras mismo y contra los dems se apoder de l. Si supierais lo indiferenteque me es todo!, hubiera querido decirles. Su madre, excitada einteresada; Leo, falso, y Carlota, que, atnita, lo contemplaba, leparecieron en aquel momento ridculos y envidiables precisamente porquese aferraban a aquella realidad y consideraban la palabra canalla comoun insulto, mientras que, para l, gestos, palabras, sentimientos, todo era

  • un juego de ficciones vano e intil.Pero quiso llegar hasta el final del camino emprendido.Lo que he dicho es la pura verdad dijo sin conviccin.Leo Merumeci se encogi de hombros con marcado disgusto.Hazme el favor... Se interrumpi, sacudi con violencia la ceniza

    de su cigarro y repiti: Hazme el favor...La madre iba a apoyar a su amante con un Te equivocas, Miguel,

    cuando all, a la escasa luz que llegaba desde el rincn en donde estaban,se entreabri la puerta y una cabeza rubia de mujer se asom.

    Se puede? pregunt una voz. Todos se volvieron.Oh, Lisa! exclam la madre. Entra, entra, por favor.La puerta se abri del todo y Lisa entr. Un abrigo azul cubra su

    cuerpo opulento y le llegaba casi hasta los minsculos pies; la cabeza,tocada con un sombrerito cilndrico azul y plateado, pareca ms pequeaan sobre las anchas espaldas que el ropaje invernal redondeaba; el abrigoera amplio, y, sin embargo, el pecho y las caderas ceanse a l, formandolneas curvas y majestuosas; en cambio, las extremidades de aquel cuerpollamaban la atencin por su delgadez, y debajo de la amplia falda delabrigo distinguase con estupor la finura de los tobillos.

    No molesto? pregunt Lisa acercndose. Es tarde, lo s, perohe cenado cerca de aqu, y como pasaba por vuestra calle no he podidoresistir la tentacin de haceros una visita. Por eso he entrado...

    Por Dios! exclam la madre levantndose y yendo a suencuentro. No te quitas el abrigo? le pregunt.

    No respondi la otra. Estar slo un momento, me marchoenseguida. Me lo desabrochar para no tener demasiado calor.

    Se desat el cinturn, dejando al descubierto un vistoso y brillantevestido de seda negra adornado con grandes flores azules, y salud aCarlota: Buenas noches, Carlota; a Leo: Ah! Est tambin Merumeci.Sera raro no encontrarlo aqu, y a Miguel: Cmo te va, Miguel?Luego sentose en el divn al lado de la madre.

    Qu vestido ms bonito llevas! dijo sta levantndole un poco elabrigo. Bien, qu noticias nos traes?

    Ninguna respondi Lisa mirando en torno suyo. Pero, qucaras ms raras tenis! Cualquiera dira que estabais discutiendo y que yohe interrumpido la discusin con mi llegada.

    No, no exclam Leo, dirigiendo a Lisa una mirada burlona a

  • travs del humo de su cigarro. Hasta ahora reinaba aqu la mayor alegra.Hablbamos del ms y del menos; eso es todo dijo la madre.

    Cogi una caja de cigarrillos y se la ofreci a la amiga. Fumas?En aquel momento, Miguel Intervino con su acostumbrada

    oportunidad:Es la pura verdad dijo, inclinndose y mirando atentamente a

    Lisa. Estbamos riendo, y t nos has interrumpido.Oh! exclam Lisa sin levantarse, con una sonrisa forzada y

    maliciosa. Entonces me voy. Ni por todo el oro del mundo quisierainterrumpir un consejo de familia.

    Ni soarlo! protest la madre, y haciendo una mueca exclamdirigindose a Miguel: Tonto!

    Yo, tonto? repiti el muchacho.Me est bien empleado pens. Tonto... S, tonto por quererme

    apasionar a la fuerza por estos asuntos. Una horrible sensacin defutilidad y de aburrimiento le oprimi. Mir en torno suyo, hacia lassombras hostiles del saln; luego contempl aquellos rostros. Le parecique Leo le miraba, Irnicamente; una sonrisa apenas perceptible distendasus carnosos labios; aquella sonrisa era insultante. Un hombre fuerte, unhombre normal, se habra ofendido y protestado; l, en cambio, no... l,con una humillante sensacin de superioridad y de compasivo desprecio,permaneca indiferente. Pero quiso por segunda vez ir contra su propiasinceridad. Protestar pens, insultarle otra vez.

    Mir a Leo:Qu necesidad hay de sonrer? exclam.Yo... Palabra de honor... empez a decir Leo fingiendo un gran

    asombro.S, qu necesidad hay? repiti Miguel alzando la voz con penoso

    esfuerzo. Era as como deba discutir. Recordaba haber asistido en untranva a un altercado entre dos seores gordos e importantes; despus dehaber tomado cada uno por testimonio a los presentes y citado con palabrasresentidas su propia honorabilidad, su propia profesin, las propias heridasde guerra y, en general, todos aquellos elementos que pudieran conmoveral auditorio, haban terminado por gritar, por insultarse, llegando a ciertogrado de clera sincera. As deba hacer tambin l. No creas que porqueha llegado Lisa no soy capaz de repetir lo que te he dicho antes. Es ms,fjate como lo repito: canalla!

  • Todos le miraron estupefactos.Pero, vamos a ver... estall su madre, Indignada.Lisa observaba con curiosidad a Miguel.Por qu...? Pero, qu ha sucedido? pregunt.Leo, en cambio, no se movi ni se mostr ofendido. Slo ri fuerte y

    despreciativamente.Ah! Estupenda salida! dijo. Estupenda! No podemos ni

    siquiera sonrer en tu presencia... Luego, bruscamente, aadi,levantndose del silln y dando un puetazo sobre la mesa: Bien estnlas bromas, pero basta ya. O Miguel me presenta sus excusas o me marcho.

    Todos comprendieron que el asunto empezaba a ponerse serio y queaquella risa no haba sido ms que el lvido relmpago que precede elestallido del trueno.

    Merumeci tiene toda la razn dijo la madre, con el ceo fruncidoy la voz imperiosa. Senta contra su hijo una cruel irritacin, porque temaque su amante aprovechara aquella ocasin para romper sus relaciones:Tu conducta ha sido incalificable. Te ordeno que le presentes excusas...

    Pero... No comprendo... Por qu Merumeci es un canalla? preguntaba Lisa con el evidente deseo de complicar las cosas.

    Solamente Carlota no se mova ni hablaba. Un fastidio mezquino laoprima; tena la impresin de que la angustiosa marea de los pequeosacontecimientos de aquel da estaba a punto de rebosar y de anegar supaciencia. Entorn los ojos y a travs de las pestaas observ con malestarlos estpidos rostros de los otros cuatro.

    Oh, oh! exclam Miguel irnicamente, sin moverse. Me loordenas, eh? Y si yo no obedeciera?

    Entonces respondi Mara Engracia no sin cierta pattica yteatral dignidad daras un disgusto a tu madre.

    Por un instante, Miguel la mir en silencio. Daras un disgusto a tumadre..., repetase, y la frase le pareca al mismo tiempo ridcula yprofunda. Vamos pens con superficial disgusto, se trata de Leo... desu amante, y, sin embargo, no vacila en hacer prevalecer su cualidad demadre. Pero aquella frase: Daras un disgusto a tu madre, erarepugnante e irrefutable. Apart los ojos de aquella cara sentimental yolvid repentinamente todos sus propsitos de sinceridad y de clera. Alfin y al cabo pens, todo me es indiferente. Por qu no pedirleexcusas y ahorrarle este disgusto? Levant la cabeza. Sin embargo, quera

  • decir la verdad, dar a conocer toda su insultante indiferencia:Y vosotros creis que no soy capaz de presentar excusas a Leo?

    dijo. Si supierais cun indiferente me es todo esto...Es muy bonito lo que dices le interrumpi a madre.Lo poqusimo que me importa... continu Miguel, exaltndose.

    No os lo podis imaginar. As, pues, no tengas miedo, mam. Si quieres, nosolamente le presento mis excusas, sino que le besar incluso los pies.

    No, no pidas perdn observ en aquel momento Lisa, que habaseguido toda la escena atentamente.

    Todos la miraron.Te lo agradezco mucho, Lisa dijo la madre ofendida y teatral.

    Te parece bien incitar a mi hijo contra m?Y quin incita a tu hijo? respondi Lisa tranquilamente. Pero

    me parece que no vale la pena...Leo la mir de soslayo.No me gusta que un muchacho me insulte de ese modo dijo con

    voz dura. He pedido explicaciones y las tendr.No sera mejor olvidarlo todo y reconciliarse? pregunt Carlota

    avanzando su rostro atnito y cndido.No respondi su madre. Merumeci tiene razn. Es necesario

    que Miguel se excuse.Miguel se levant:Lo har, no lo dudis... Bien, Leo aadi dirigindose a ste: te

    presento mis excusas por haberte insultado. Hizo una pausa. Qufcilmente haban salido de su boca estas humillantes palabras!. Teprometo que no lo har ms termin con su voz tranquila y con laindiferencia de un nio de seis aos.

    Est bien, est bien dijo Leo sin mirarlo.Imbcil, le hubiera gustado gritar a Miguel al verlo tan seguro de s

    mismo. Ms satisfecha an estaba la ilusa de su madre.Miguel es un buen hijo dijo mirando al muchacho con repentina

    ternura. Miguel ha obedecido a su madre.La vergenza y la humillacin que Miguel no haba sentido al

    excusarse le sofocaron ahora ante esta falta de comprensin.He hecho la que has querido dijo bruscamente, y ahora

    permitid que me vaya a la cama, pues estoy cansado. Gir sobre smismo, como un tigre, y sin saludar a nadie sali al pasillo.

  • Pero en el momento en que cruzaba el vestbulo advirti que alguienle segua. Era Lisa.

    He venido adrede dijo jadeante, lanzndole una mirada curiosa yapasionada, para decirte que, cuando quieras, te presentar a aquelpariente mo... l podr encontrarte alguna cosa, en su despacho o en otrositio.

    Muchsimas gracias repuso Miguel mirndola.Pero has de ir a casa. As os encontraris de un modo aparente

    casual.Est bien. A medida que Lisa se turbaba, el muchacho pareca

    escucharla con ms atencin y calma. Cundo quieres que vaya?Maana dijo Lisa. Vente maana por la maana, pero

    temprano. l llegar hacia medioda, pero no importa. Entretanto, nosotrospodremos charlar un rato, no te parece? Ambos callaron, mirndose.Por qu has pedido excusas a Leo? pregunt Lisa de pronto,audazmente. No debiste haberlo hecho.

    Por qu? pregunt l. Y pens: Ah, era esto lo que queraspreguntarme!

    Sera demasiado largo decrtelo ahora, y los del saln podranpensar mal repuso Lisa volvindose misteriosa de pronto, pero si vasmaana a casa te lo dir.

    Est bien. Hasta maana, pues dijo Miguel, y, estrechndole lamano, comenz a subir la escalera.

    Lisa regres al saln. Los otros tres estaban sentados all, en el rincn,alrededor de la lmpara. La madre, a quien la luz daba de lleno sobre susafeites, hablaba de Miguel.

    Es evidenteexplicaba a su amante, el cual, completamente echadosobre su silln, la escuchaba con expresin embrutecida, sin pestaear que le ha costado mucho pedirte excusas. No es de esos que se dobleganfcilmente. Es orgulloso aadi con aire desafiante. Tiene un almaaltiva y recta como la ma.

    No lo dudo dijo Leo alzando los prpados y mirando largamentea Carlota, pero esta vez ha hecho muy bien en doblegarse.

    Los tres guardaron silencio. El incidente haba terminado.Silenciosamente, con el aspecto ms indiferente del mundo, se acerc aLisa.

    Ha trado el coche, Merumeci? pregunt.

  • Los tres se volvieron.El coche? repiti Leo incorporndose. S, lo he trado.No le molestar acompaarme? pregunt Lisa.Tendr un gran placer. Leo se levant y se abroch la chaqueta

    . Vmonos dijo. Senta una clera sorda. No solamente no habaconseguido nada de Carlota, sino que, adems, vease obligado aacompaar a Lisa.

    Pero los incomprensibles celos de la madre le salvaron. Leo y Lisahaban sido novios haca ya muchos aos; incluso estuvieron a punto decasarse. Pero lleg ella, ya viuda, y le rob a su mejor amiga el futuroesposo. Era una historia muy vieja, pero, y si a ellos dos se les ocurrieracomenzar de nuevo?

    No, no te marchas an dijo a Lisa, volvindose hacia ella.Tengo que hablarte.

    Est bien repuso Lisa, mirndola con fingida turbacin. Perodespus no estar Merumeci para llevarme a casa.

    Oh, no se preocupe por eso! exclam Leo, y esta vez su placerera sincero. Puedo aguardar en el pasillo, o aqu... Hable usted con laseora. La esperar. Carlota aadi mirando a la muchachame harcompaa.

    Carlota se levant indolentemente y se acerc moviendo la cabeza.Si ahora me quedo con l pensaba, todo habr terminado... Leo lamiraba maliciosamente, y esta complicidad anticipada le pareci odiosa.Pero, de qu servira resistir? Una dolorosa impaciencia la embargaba.Acabar, se repeta, mirando aquel saln oscuro en donde tantos das defuego habanse convertido en cenizas, y al grupo solemne y ridculosentado alrededor de la lmpara. S, acabar con todo esto. Sentase caeren un vacilante abandono lo mismo que una pluma por el hueco de unaescalera.

    Por esta razn no protest, no dijo nada.Oh, no sabe usted el tiempo que entretendr a Lisa! exclam la

    madre. Vyase, vyase, por favor. Mandar a buscar un taxi para Lisa.Su voz era insinuante, voz de celos.

    Leo, fue amable, pero inflexible.Esperar dijo. Qu importa un minuto ms o un minuto

    menos? Esperar con mucho gusto.La madre comprendi que le sera imposible evitar que se fueran

  • juntos.Es evidente... Quiere esperarla pens mirando inquisitivamente

    aquellos dos rostrospara luego ir los dos juntos a su casa. Esta idea lepareci atroz. Palideci ms an y los celos brillaron sin disimulo en susojos.

    Est bien dijo al fin. Vaya, vaya a esperar al pasillo. Ledevolver enseguida a su Lisa. No tema. Se la devolver enseguida repiti, haciendo con la mano un ademn como de amenaza. Una risaamarga y mala aleteaba por sus labios pintados, Leo la mir fijamente.Luego se encogi de hombros y, en silencio, sali seguido de Carlota.

    En el pasillo, como quien no hace nada, le pas un brazo alrededor dela cintura. Ella se dio cuenta, pero resisti a la tentacin de rechazarlo. Esel fin de mi vieja vida. Los espejos que brillaban en la sombra reflejaron,al pasar, sus dos figuras alargadas.

    Has visto? dijo en voz alta. Mam est celosa de Lisa.No obtuvo respuesta; slo una presin en el brazo que la incit a

    aproximar su cadera a la del hombre. As, unidos, entraron en el cuadradovestbulo de altas paredes blancas.

    Quin sabe! aadi Carlota con una humillante sensacin defutilidad. Quin sabe! Tal vez est en lo cierto.

    Esta vez Leo se detuvo y, sin soltarla, se coloc ante ella.En cambio dijo con una sonrisa estpida, desmaada y excitada

    , sabes de quin tendra que estar celosa? De ti... S, precisamente de ti.Ya estamos pens ella.

    De m? Por qu? pregunt con voz ciara. Se miraron.Irs a mi casa? pregunt Leo casi paternalmente.La vio bajar la cabeza sin responder. Es el momento oportuno,

    pens. Y en el momento en que la atraa haca s e iba a inclinarse parabesarla, un rumor de voces en el pasillo le advirti de que la madre seacercaba. La clera se apoder de l. Era la segunda vez en aquel da quesu amante le estropeaba sus ms vivos deseos en los momentos msdelicados. Qu el diablo se la lleve!, pens. Oase a Mara Engraciahablar y discutir con Lisa en el corredor, y aunque todava no habanaparecido, Carlota, inquieta, hizo un movimiento para desasirse.

    Furioso, Leo mir en torno suyo, sin decidirse an a dejar aquellacintura flexible. Cuando sus ojos tropezaron con una cortina que a laderecha del vestbulo disimulaba una puerta, alarg un brazo y apag la

  • luz.Ven murmur en la oscuridad, intentando arrastrar a Carlota

    hacia aquel escondrijo. Ven aqu detrs... Le daremos una broma a tumadre.

    Carlota no comprenda. Resistase, y sus ojos brillaban en laoscuridad:

    Por qu? Pero, por qu? repeta, pero al fin cedi. Seencogieron detrs de la cortina, pegndose a la puerta. Leo pas un brazoalrededor de la cintura de la muchacha.

    Ahora vers murmur. Pero Carlota no vea nada; erguida, rgida,cerraba los ojos en la noche de aquella cortina amplia y polvorienta, ydejaba que la mano de Leo vagara por sus mejillas, por su garganta: Ahora vers repiti l.

    La cortina se estremeci. Carlota not que los labios del hombre seposaban en su pecho, deslizndose vidamente hasta la barbilla, paraacabar en la boca. Fue un beso profundo pero corto. Las voces seacercaron. Leo irguiose de nuevo.

    Aqu estn murmur en la oscuridad, y su brazo estrech aCarlota con una fuerza confidencial e ntima, con una seguridad que notena al principio.

    La puerta de cristales se abri. Carlota apart levemente la cortina ymir: en el cuadro luminoso de la puerta abierta, la figura de su madre,llena de sombras y relieves, expresaba estupor e incomprensin.

    Pero si no estn! exclam; y Lisa, en el pasillo, invisible paraella, pregunt:

    Adnde habrn ido?La pregunta no obtuvo respuesta. La cabeza de la madre se asom

    como para explorar el vestbulo. Las sombras hacan resaltar sus facciones,convirtiendo aquella cara blanducha y pintada en una mscara petrificadaen una expresin de pattico espanto. Cada arruga, su boca entreabierta ycubierta de pintura, sus ojos desorbitados, su rostro todo, pareca gritar:Leo no est! Leo me ha abandonado! Leo se ha ido! Carlota la mirabaentre curiosa y compasiva. Intua el miedo que se esconda tras aquellamscara, y le pareca estas contemplando el mismo rostro en los dasprximos, cuando su madre supiese la traicin de su amante y de su hija.Este espectculo dur un instante. Luego, la cabeza desapareci.

    Es extrao la oyeron decir. El abrigo de Merumeci est todava

  • aqu, y, sin embargo, han desaparecido.Quizs estn en el recibidor respondi Lisa, y as, entre

    suposiciones y extraezas, se alejaron.Has visto? murmur Leo una vez ms. Inclinose de nuevo y

    estrech a la muchacha contra su pecho. Es el fin, pens Carlota denuevo, ofrecindole los labios. Le complaca aquella oscuridad que leimpeda ver al hombre y que le dejaba intactas todas sus ilusiones. Lagustaba aquella intriga. Separronse.

    Ahora, salgamos murmur ella apartando la cortina. Salgamos,Leo. Pueden darse cuenta.

    l cedi de mala gana, y ambos salieron de su escondrijo lo mismoque dos ladrones. La luz brill. Mirndose.

    Estoy despeinada? pregunt Carlota. l neg con la cabeza. Yahora, qu le diremos a mam? pregunt ella.

    Una grosera malicia resplandeci en el rostro congestionado yexcitado de Leo. Se golpe el muslo y se ech a rer.

    Ah! sta s que es buena! exclam. Que qu le diremos?Pues que hemos estado aqu. Naturalmente. Que no nos hemos movido unmomento de aqu.

    No, Leo dijo Carlota dubitativamente mirndole y juntando lasmanos sobre el vientre. De veras?

    De veras repiti l. Mira, aqu estn.La puerta se abri y apareci la madre.Pero si estn aqu! exclam volvindose hacia Lisa. Y

    nosotros que los hemos buscado por la casa... En dnde estabais?Leo hizo un gesto de extraeza.No nos hemos movido de aqu.La madre le mir como quien mira a un pobre loco.No diga tonteras... Hace un momento he estado aqu y no haba

    nadie. Estaba completamente oscuro.Entonces repuso Leo plcidamente, descolgando el abrigo del

    perchero, eso significa que sufre usted alucinaciones... Hemos estadoaqu todo el tiempo. No es cierto, Carlota? pregunt dirigindose a lamuchacha.

    Certsimo respondi sta vacilando.Un silencio amenazador sigui a estas palabras. La madre tena la

    impresin de que todos se estaban burlando de ella, pero no consegua

  • descubrir la causa. Sospechaba fines recnditos y tenebrosos. Indecisa eirritada, teja una red de escrutadoras miradas entre Leo, Carlota y Lisa.

    Est usted loco dijo al fin. No hace cinco minutos que heestado aqu y no haba nadie... Lisa es testigo de ello porque vino conmigoaadi sealando a su amiga.

    Es cierto. No haba nadie asinti sta con calma.Hubo una pausa.Y Carlota es testigo de que estbamos aqu .repuso Leo mirando

    a la joven. Es la pura verdad. No es cierto, Carlota?Es verdad contest la muchacha, confusa ante la realidad del

    hecho: era verdad que cuando su madre fue a buscarlos ellos estaban all,en el vestbulo.

    Est bien dijo la madre con amargura, est muy bien...Vosotros tenis razn. Lisa y yo estamos locas. Se detuvo un momento yluego exclam dirigindose a Carlota: Si Leo se permite esas bromas,all l, pero que t te burles de m... Debera darte vergenza. Bonitorespeto el que le tienes a tu madre!

    Pero si es la pura verdad, mam! protest Carlota. Ahora labroma hacasele dolorosa; ahondbasele como una espina en aquellaimpaciencia que la embargaba. Estbamos aqu, en el vestbulo. Lehubiera gustado aclarar: Detrs de la cortina, abrazados, e imaginaba laescena que estas palabras habran producido. Pero hubiera sido la ltima.Despus, todo habra terminado. Entretanto, Lisa, con cara deaburrimiento, deca:

    Nos vamos, Merumeci?Leo, dispuesto ya a salir, tendi la mano a la madre y, sonriendo, dijo

    sin poderlo evitar:Pinselo bien. Pinselo toda la noche.A lo que la madre respondi, encogindose de hombros:Por la noche suelo dormir. Luego abraz a Lisa, murmurndole

    : Entonces, acurdate de lo que te he dicho.La muchacha abri la puerta. Una rfaga de aire fro penetr en el

    vestbulo. Lisa y Leo salieron.

  • CAPTULO IV

    La madre y la hija subieron juntas al piso de arriba. En el rellano, lamadre, que ofendida por la broma del vestbulo, no haba despegado loslabios, pregunt a su hija qu pensaba hacer al da siguiente.

    Ir a jugar al tenis respondi Carlota. Despus, sin abrazarse, semarch cada una a su dormitorio.

    En el de Carlota, la lmpara estaba encendida. Se haba olvidado deapagarla, y en aquella blanca iluminacin pareca que todos los muebles ydems objetos estuvieran esperando su llegada. Cuando entr se acercmaquinalmente al gran espejo del armario. No haba nada anormal en surostro, aparte la fatiga de sus ojos, cansados y, sin embargo,misteriosamente brillantes. Un halo negro azulado los cercaba, y susmiradas, profundas y llenas de esperanza y de ilusiones. La turbaban comosi fueran de otra persona. Permaneci un instante as, con las manosapoyadas en el espejo. Luego se apart y se sent en la cama. Mir entorno suyo. La habitacin, en muchos aspectos, pareca la de una nia detres o cuatro aos. Los muebles eran blancos, bajos, higinicos. Lasparedes tambin eran blancas, con franjas azules. Una hilera de muecas,con las cabezas torcidas y los ojos bizcos, usadas y radas, sentbanse en elcanap, debajo de la ventana. Los muebles eran los mismos que tenacuando era nia. Su madre, por falta de dinero, nunca haba podidosustituirlos por otros ms adecuados a su edad; adems, qu necesidadtena de un nuevo mobiliario? Ella se casara y abandonara la casa. As,Carlota haba crecido en el augusto rincn de sus lejanos aos infantiles.Pero la habitacin era acogedora, cmoda e ntima, pero de una intimidadambigua, a veces madura (por ejemplo, el tocador con su descoloridotapete, atestado de perfumes, polvos, pomadas, coloretes, y aquellas dosligas rosadas colgadas al lado del espejo ovalado), a veces pueril. Lasprendas abandonadas sobre las sillas, los frascos abiertos, los zapatosdiseminados por el suelo, daban a la estancia un aspecto de desorden muyfemenino y ayudaban a complicar el equvoco. Carlota miraba aquellosobjetos con tranquilo estupor. Ningn pensamiento turbaba sucontemplacin. Estaba sentada en la cama, en su habitacin. La luz estaba

  • encendida. Todas las cosas estaban en su sitio, como las dems noches.Esto era todo... Empez a desnudarse. Se quit los zapatos, el vestido, lasmedias... Mientras ejecutaba estos movimientos habituales mirabafurtivamente en torno suyo. Ahora vea la hirsuta cabeza de una mueca;ahora, el perchero lleno de vestidos; ahora, el tocador; ahora, la lmpara...Y aquella luz, aquella luz especial, tranquila, familiar, que despus detanto iluminar pareca surgir de los objetos mismos esparcidos por lahabitacin, y que, junto con la ventana bien cerrada y oculta tras unascortinillas inmaculadas, daba una sensacin agradable y ligeramenteangustiosa de seguridad. S, no haba lugar a dudas... Ella estaba en suhabitacin, en su casa. Era probable que ms all de aquellas paredesreinase la oscuridad, pero ella estaba separada de la noche por aquella luz,por aquellas cosas, y poda ignorarla y pensar que estaba sola, s,completamente sola y fuera del mundo.

    Acab de desnudarse y, completamente desnuda, moviendo su cabezaensortijada, se levant y se acerc al armario para sacar un pijama limpio.Dio aquellos pocos pasos con ligereza, sobre las puntas de los pies; abri elcajn y not que sus exuberantes senos movanse por su cuenta, all, bajosus ojos. Al erguirse se vio en el espejo. Le choc su desmaada actitud ycasi se avergonz de su cuerpo totalmente desnudo. Observ ladesproporcin entre su cabeza demasiado grande y la brevedad de susespaldas. Quiz se debiese a la abundancia de los cabellos; tom un espejode mano del tocador y se lo puso detrs de la nuca; eran muy largos. Esnecesario que vaya al peluquero, pens.

    Continu mirndose. S, las piernas eran un poco torcidas oh, sloun poco!, de las rodillas para arriba. Y el pecho? Estaba demasiadocado. Lo levant un poco con las dos manos. Debera ser as, se dijo.Lade la cabeza e intent mirarse por detrs. Entonces, mientras sus ojosesforzbanse en contemplar por encima de su espalda su otra figura, pensen lo ftil de su actitud con respecto a los graves acontecimientosocurridos durante el da. Leo la haba besado haca poco. Dej el espejo yvolvi a la cama.

    Se sent y durante un instante permaneci inmvil, con los ojos fijosen el suelo. Empiezo realmente una nueva vida, pens al fin. Alz lacabeza, y de pronto, le pareci que aquella habitacin tranquila, pura y sinsospechas, aquellas costumbres suyas mezquinas y tontas, eran algo vivo,una sola persona de perfiles definidos a cuyo encuentro iba ella, no dejando

  • entrever nada, preparando furtivamente una saudita traicin. Dentro depoco os dir adis para siempre, se dijo con una alegra triste y nerviosa,y esboz un ademn de saludo a aquella cama, a aquellos objetos que larodeaban, como si se alejara un arco. Por su mente pasaron locos, tristespensamientos. Le pareca como si una fatal cadena uniera estosacontecimientos. No es raro? preguntbase. Maana me entregar aLeo y as podr empezar una nueva vida. Y precisamente maana es elda de mi cumpleaos. se acord de su madre. Y con tu amante pens, con tu amante, mam. Hasta esta innoble coincidencia, esta rivalidadcon su madre, le gustaba. Todo deba ser impuro, sucio, bajo. No debaexistir ni amor ni simpata; solamente una sombra sensacin de desastre.Crear una situacin escandalosa, imposible, llena de escenas y vergenzapensaba. Destrozarme del todo... Tena la cabeza baja. Al levantar losojos se vio en el espejo del armario, y sin saber por qu empez a temblar.Tena ganas de llorar y de rezar. Le pareca como si estos tristespensamientos la hubieran perdido ya irremediablemente. Adnde va mivida? preguntbase mirando su imagen. Adnde?

    Al fin, estas dolorosas palabras perdieron todo su significado. Seencontr con el pensamiento vaco, desnuda, sentada al borde del lecho.Brillaba la lmpara. Alrededor, todos los objetos estaban en el sitio desiempre. De la exaltacin de haca unos momentos no le quedaba ms queun amargo vaco. Le pareca haberse acercado con gran esfuerzo el centropuro de su problema para despus perderlo inexplicablemente de vista.

    Suceder lo que suceder, pens. Luego cogi el pijama, se lo pusoperezosamente, se desliz debajo de las sbanas, apag la luz y cerr losojos.

  • CAPTULO V

    Ningn sirviente dorma en casa de Lisa. Ella no lo quera, y para lasfaenas indispensables, como cocinar y hacer la limpieza, haca ir a unamujer diligente: la portera de la casa. Este sistema no era muy cmodo,pero Lisa, que haca una vida muy libre e irregular, lo prefera as.

    Aquella maana se despert tarde. Haca varios das que no seacostaba antes de medianoche. Dorma sin placer alguno, y se levantabams cansada nerviosa que la vspera. Despertose con dificultad, y inmoverse ni levantar la cabeza, mir. Una oscuridad polvorienta, agujereadacomo un cedazo por mil hilillos de luz, llenaba la habitacin. Entre lassombras adivinbanse, mudos y muertos, los viejos mueles, los espejossilenciosos, las cortinas y la mancha oscura de la puerta. El aire estabaenrarecido por olor del sueo. La ventana estaba cerrada. Lisa salt de lacama y, apartando los cabellos que le caan sobre la cara, se acerc a laventana y levant persiana. Una luz blanca invadi la habitacin. Separ unpoco la cortina; los cristales estaban empaados por el vapor. Deba dehacer fro. A travs de aquel roco adivinbanse los colores vagos, tenues ypuros: un blanco, un verde como disuelto en un lago de agua... Borr con lamano este velo lquido y vio inmediatamente un trozo de alero rojizo, deaspecto tan poco luminoso, tan indiferente y opaco, que no tuvo necesidadde mirar hacia arriba para saber que el cielo era gris. Se apart y diomaquinalmente unos pasos por la desordenada habitacin. La gran cama dematrimonio, sombra y vulgar, con las blancas sbanas arrugadas, ocupabamucho sitio, y estaba tan cerca de la ventana rectangular que a veces, en lasnoches de invierno, proporcionbale un extraordinario placer, mientrasyaca bajo las mantas, ver all, a un metro de distancia, las rfagas de lluviacayendo de la inmensidad torrencial de la noche sobre los cristalescuadrados. Adems de la cama haba dos grandes armarios de la mismamadera barata y maloliente, con unos espejos inmensos y amarillentos. Lahabitacin era espaciosa, pero, con aquellos muebles, el sitio que quedabapara moverse era bastante reducido.

    Se acerc al perchero. No llevaba ms que una transparente camisitaque acentuaba ms an las curvas de su cuerpo. Las piernas estaban

  • completamente al descubierto hasta el profundo pliegue que separaba laredondez de las nalgas de los muslos blancos y sin pelos; los senosmusculosos, apenas ms cados que cuando tena veinte aos, sobresalan amedias como dos hinchazones lisas y veteadas de azul. Se vio en un espejoas, medio desnuda e inclinada hacia delante, como si quisiera esconderbajo aquel velo demasiado corto la mancha oscura del regazo, y pens quehaba adelgazado. Se puso una bata y entr en el cuarto de bao.

    Era una habitacin pequea, gris, desnuda, fra. Las caeras eranopacas; la baera, de metal esmaltado. No haba ms que un espejoempaado. Una sombra hmeda reinaba por los rincones. Lisa encendi laluz. Record que haca tres das que no se baaba, y que quiz fuesenecesario hacerlo. Dud. Era realmente indispensable? se mir los pies;las uas eran blancas y parecan limpias. No, no haba necesidad, y msteniendo en cuenta que si pasaba la noche con Miguel, lo cual era probable,tendra que baarse al da siguiente. Se decidi. Fue hasta el lavaboempotrado en la pared, abri el grifo y esper a que se llenara. Entonces sequit la bata, bajose la camiseta hasta la cintura y se lav. Primero la cara,estornudando y resoplando; luego, con movimientos desmaadosintentando que el agua no se escurriera por el pecho y por la espalda yllegando hasta las caderas, todava llenas de la tibieza nocturna, se lav lagarganta y los sobacos. Cada vez que se inclinaba senta que la camisabajaba un poco ms. Las baldosas del suelo exhalaban un fro ptreo. Alterminar, cegada, no encontr la toalla, y completamente mojada y desnudacorri a coger una en el dormitorio.

    Se sec y se sent ante el tocador. Su arreglo era muy breve. No usabani cremas ni colorete; slo tena que empolvarse un poco, perfumarse ypeinarse. Al fin volvi la espalda al espejo y empez a ponerse las medias.Dos pensamientos alternbanse ahora en su cabeza: el del desayuno y el deMiguel. Le gustaba por la maana comer buenas cosas con el caf:conservas, dulces, pasteles, mantequilla, turrn... Era golosa, y no seapartaba de la mesa hasta sentirse harta. Pero hoy tema quedarse enayunas. Si Miguel viene dentro de un rato pens, es mejor que no meencuentre comiendo. Paciencia. Otro da ser. se levant, se puso unacombinacin de color de rosa y luego una blusa muy estrecha, que le fajabael busto lo mismo que un corpio. Su fantasa, para consolarla, le pintabaun Miguel enamoradsimo y tmido, un adolescente inexperto al cual seentregara temblando de placer; un amor puro al fin! Despus de la vida

  • que he llevado pensaba convencidaviene muy bien un poco deinocencia. Noches de insomnio, placeres fatigados, excitaciones sinalegra, toda esta sucia niebla se disipaba. Miguel traera consigo el sol, elcielo azul, frescura, entusiasmo... La respetara como a unadiosa...Apoyara su cabeza sobre sus rodillas... Tena un insaciable deseode l, y no caba en s de gozo al pensar que bebera en esta fuente dejuventud, que volvera al amor nuevo, balbuciente, pdico de los veinteaos que casi ya haba olvidado. Miguel era la imagen de la pureza. Seentregara al muchacho sin lujuria, casi sin ardor. Completamente desnuda,se le acercara con pasos de danza y le dira: Tmame. Sera un amorextraordinario, un amor de los que ya no se estilan.

    Haba terminado de vestirse. Sali de la habitacin, cruz el pasillo aoscuras y entr en el boudoir lleno de luz. Esta habitacin era blanca yrosa; blancos los muebles y el techo, y rosados el tapizado y las cortinas.Tres grandes ventanas graciosamente veladas difundan una luz tranquila.A primera vista, todo apareca puro e inocente. Observbanse mil detallesgraciosos: aqu un cestito de labor, all una pequea estantera con librosmulticolores; delicadas flores sobre las mesillas laqueadas, acuarelas enlas paredes... En resumen, una serie de cosas que a primera vista hacanpensar: Qu rinconcito ms claro y sereno! Aqu no puede vivir nadiems que una jovencita. Pero si se observaba con ms atencin cambibasede idea. Entonces se adverta que el boudoir no era ms nuevo que el restodel piso. Velase que la laca de los muebles estaba desconchada yamarillenta, que el tapizado estaba descolorido y que en algunos sitiosdejaba al descubierto las entraas de los sillones, que las telas estabanradas y que srdidos almohadones cubran el divn del rincn. Una miradams y se llegaba al convencimiento: las cortinas estaban agujereadas; loscristales de las acuarelas, rotos; los libros, polvorientos; haba manchas dehumedad en el techo. Y si, adems, estaba presente la duea de la casa, noera necesario mirar tanto; toda esta corrupcin saltaba a la vista como si lapresencia de la mujer la pusiera de manifiesto.

    Lisa se sent delante del pequeo escritorio y esper. Ahora la ideadel desayuno la atosigaba de nuevo; tena mucho apetito. No saba quhacer. Si al menos supiera a qu hora vendr..., pens con despechoconsultando su reloj de pulsera. Al fin supo dominarse y renunci,volviendo a sus fantasas tiernas, crueles y excitantes. Le har sentar en eldivn pens de repentey me echar cerca de l...

  • Charlaremos un poco... Luego empezar a incitarlo con algn asuntoescabroso, y lo mirar. Si no es tonto, comprender enseguida. Observabael divn como un instrumento del cual se quiere valorar la eficacia. Si todomarchaba bien, hara esperar al adolescente por el gusto delicado de verlesuspirar, y finalmente, despus de unos das, lo invitara a cenar y loentretendra toda la noche. Qu cena! Habra golosinas, y, sobre todo,vino. Se pondra aquel vestido que le sentaba tan bien, el azul, y las pocasalhajas que haba podido salvar de las rapaces manos de su ex marido.Pondra all la mesa, atestada de cosas exquisitas: pescado, pastelillos decarne y de legumbres, dulces. Una mesa pequea, rica y brillante, para dos,slo para dos. Un tercero no cabra aunque se empeara... Con ojosrelucientes de alegra y ternura, ella se sentara frente a su queridomuchacho, y no cesara de mirarlo. Le servira vino, mucho vino. Lehablara con tono burln, curioso, insinuante, maternal; se interesara porsus devaneos y amoros. Lo hara ruborizar. Le dara palmaditas amistosas,se tocaran con el pie por debajo de la mesa. Despus de cenar levantaranjuntos la mesa, rindose, tocndose y escapndose, dominados por elirrefrenable deseo de poseerse.

    Luego, ella se pondra un salto de cama y hara que Miguel se pusieraun pijama de su marido; le sentara muy bien, pues los dos tenanaproximadamente la misma estatura, si bien el adolescente era un pocoms delgado. Sentados en el divn, ella y Miguel conoceran el avaro eirritante placer de la vigilia de la primera noche... Finalmente se iranjuntos a la cama.

    Excitada por estos pensamientos, segua sentada junto a la mesaescritorio. Tena la frente baja. De vez en cuando, como si quisiera apartarestos pensamientos, alisbase el cabello, o bien, sin dejar de pensar,adelantaba un poco los pies y contemplaba los zapatos. El ruido del timbreaceler los latidos de su corazn. Sonri, se mir al espejo y sali alpasillo.

    Antes de abrir la puerta encendi la luz. Miguel entr.He llegado quiz demasiado pronto? pregunt colgando el

    abrigo y el sombrero en el perchero.No, por Dios. Pasaron al boudoir y sentronse en el divn.

    Qu tal? pregunt Lisa. Cogi un paquete de cigarrillos y se lo ofrecial muchacho. ste los rechaz y se qued pensativo, con las manos sobrelas rodillas.

  • Bien dijo al cabo de un momento.Hubo una pausa.Si Me lo permites dijo la mujer, me echar en el divn. Pero

    t, qudate como ests... Ponte cmodo.Levant las piernas y se ech sobre los almohadones. Miguel pudo ver

    sus muslos gordos y blancos y sonri interiormente. La idea del daanterior volvi a su mente: Es evidente que quiere excitarme. Pero Lisano le gustaba. No, todo le era indiferente.

    Ella miraba al muchacho pensando en lo que tena que decirle.Aquellos pretextos para alcanzar mayor intimidad que unos momentosantes le haban parecido tan espontneos, se le escapaban ahora en suturbacin. Tena la cabeza vaca y el corazn palpitante. Record, sin saberpor qu, la, escena del da anterior, aquella disputa entre Leo y Miguel, quede momento le haba interesado. Quera hablar de ello, pero dudaba. Laidea de poderse vengar, aunque slo fuera un poco, de su antiguo amante,revelndole al muchacho el lo de su madre, la anim. Despus,indirectamente, podran llegar a una conversacin ms ntima y excitante.

    Jurara dijo mirndole que ests murindote por saber la causade que te pidiese ayer que no presentaras excusas a Leo.

    l la mir. Eres t quien ests deseando decrmelo, tena ganas decontestar, pero se contuvo. Tanto como morirme... Pero, en fin dime.

    Creo que tengo ms que nadie el derecho de abrirte los ojos comenz.

    No lo dudo.Una calla durante mucho tiempo, finge no ver..., pero al fin el

    exceso hace estallar. Lo que vi ayer por la noche me sublev.Perdona dijo Miguel. Qu fue precisamente lo que te

    sublev?Las excusas que presentaste a Leo. Le mir gravemente. Y,

    sobre todo, que tu madre, precisamente ella, exigiera de ti semejantehumillacin.

    Ah, ya comprendo! Y la cara de. Miguel reflej una extraairona. A lo mejor quiere darme la gran noticia de que mi madre tiene unamante, pens. Una aguda sensacin de asco le invadi. Tal vez nofuera, precisamente, una humillacin aadi.

    Lo fue de todos modos..., y ms cuando sepas lo que voy a decirte.Miguel la mir. Si ahora te cogiera por las caderas y te pellizcase la

  • espalda pens, cun rpidamente dejaras estos aires tan misteriososy dignos; cmo te agitaras!

    Te advierto dijo, y tuvo la sensacin de ser absolutamentesincero que no tengo ningn deseo especial de enterarme de nada.

    Muy bien respondi Lisa, sin desconcertarse lo ms mnimo.Tienes razn... Pero yo s que tengo que decrtelo. Despus me loagradecers. Debes saber que tu madre ha cometido un error...

    Slo uno?Lisa no saba si irritarse o rer, y opt por lo ltimo.Habr cometido muchos dijo sonriendo y acercndose al

    muchacho, pero ste es un gran error.Un momento le interrumpi Miguel. No s lo que vas a

    decirme, pero si, por lo que veo, se trata de algo grave, deseara antes saberqu es lo que te induce a revelrmelo.

    Se miraron.Por qu? dijo Lisa lentamente, entornando los ojos. Pues

    porque me interesas muchsimo y porque te quiero. Adems, ya te he dichoque cuando veo ciertas injusticias me sublevo.

    l conoca las relaciones que haban existido entre Leo y aquellamujer. O, mejor dicho pens, quiz te subleve que te lo hayanquitado, eh? Pero asinti gravemente con la cabeza..

    Tienes razn. No hay nada peor que las injusticias. Entonces,adelante. En qu consiste ese error?

    Hace diez aos, tu madre conoci a Leo Merumeci...Supongo la interrumpi Miguel con el ms falso de los espantos

    , que no vas a decirme que Leo es el amante de mi madre.Mirronse.Lo siento dijo Lisa con dolorosa simplicidad, pero as es.Silencio. Miguel miraba al suelo. Senta deseos de rer. Aquella

    sensacin de asco transformbase en amarga ridiculez.Ahora comprenders continu Lisa por qu me molest tanto

    que tu madre te pidiera que te humillases ante aquel hombre.l no se mova ni hablaba. Vea mentalmente a su madre, a Leo, a s

    mismo en el momento de disculparse. Imgenes pequeas, estpidas,perdidas sin esperanza en la inmensidad de la vida... Pero estas visiones nole ofendan ni despertaban en l ningn sentimiento. Habra deseado sercompletamente distinto, sentirse indignado, rebosante de rencor, lleno de

  • un odio inextinguible, y sufra por sentirse tan absolutamente indiferente.Vio cmo Lisa se levantaba y se sentaba a su lado.

    Anda le dijo ponindole una mano sobre la cabeza con unademn grotescamente consolador, anda, ten valor. Comprendo que teduela. V