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La gran aventura de 2ºC 1 Prólogo Un solitario cuervo planeaba, recto como una flecha, sobre la bahía de Santander. Cabalgando de corriente en corriente, batía las alas un par de veces y dejaba que las columnas de aire caliente le impulsaran hacia arriba, de una forma mucho más propia de aves de mayor tamaño. Se cruzó con una bandada de sus congéneres, que graznaban y alborotaban en una caótica danza en torno a algo que flotaba en las aguas. Se dio cuenta de que gritaban en su dirección, pero los ignoró. “Estúpidas criaturas”. De pronto, algo grande tapó el sol, detrás, desde arriba, y supo que una mirada muy distinta, afilada y voraz, se había posado sobre él: un depredador. El halcón no se había atrevido contra la bandada de ruidosos cuervos, eran muchos y volaban en círculos constantemente: no podía ganar velocidad para atacar. Pero este ejemplar no tenía nada que ver, era el bocado perfecto. Ya casi lo tenía, extendió las garras y... De pronto, su presa giró la cabeza ciento ochenta grados y le miró directamente. Sus ojillos eran de un carmesí violento y contaban historias terribles de matanza y agonía, de sangre y carnicería. Un escalofrío paralizó al halcón, que perdió estabilidad y se precipitó hacia las aguas. El cuervo siguió su camino, con indiferencia, y, un rato más tarde, entró por un ventanuco a una habitación polvorienta y tenebrosa. Planeó, agitó las alas y se posó sobre una mesa de madera. Encima de ella había un plato con apetitosa carne cruda. —¿Y bien? —inquirió un hombre apenas visible en la oscuridad. El pico del cuervo tintineó sobre la campana de cristal que protegía su premio. —Está hecho —respondió. —Bien. —¿Puedo comerme la carne ya? —¡Claro, claro! —exclamó el hombre con súbita alegría, y retiró el obstáculo. Capítulo 1 El despertador llevaba horas gritando. Un locutor de noticias vomitaba torrentes de palabras que se me clavaban en los oídos y martilleaban sobre mi dolorida cabeza. Gruñí de nuevo e intenté ponerme más cómodo, pero no encontraba la manera, era como si algo me empujara por la espalda. —Interrumpimos la programación habitual —otra voz, llena de urgencia, tomó la palabra—. Fuentes anónimas nos han comunicado que algo iba a ocurrir en el Museo Marítimo de

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La gran aventura de 2ºC

1

Prólogo

Un solitario cuervo planeaba, recto como una flecha, sobre la bahía de Santander. Cabalgando

de corriente en corriente, batía las alas un par de veces y dejaba que las columnas de aire

caliente le impulsaran hacia arriba, de una forma mucho más propia de aves de mayor tamaño.

Se cruzó con una bandada de sus congéneres, que graznaban y alborotaban en una caótica danza

en torno a algo que flotaba en las aguas. Se dio cuenta de que gritaban en su dirección, pero los

ignoró.

“Estúpidas criaturas”.

De pronto, algo grande tapó el sol, detrás, desde arriba, y supo que una mirada muy distinta,

afilada y voraz, se había posado sobre él: un depredador.

El halcón no se había atrevido contra la bandada de ruidosos cuervos, eran muchos y volaban

en círculos constantemente: no podía ganar velocidad para atacar. Pero este ejemplar no tenía

nada que ver, era el bocado perfecto. Ya casi lo tenía, extendió las garras y...

De pronto, su presa giró la cabeza ciento ochenta grados y le miró directamente. Sus ojillos eran

de un carmesí violento y contaban historias terribles de matanza y agonía, de sangre y carnicería.

Un escalofrío paralizó al halcón, que perdió estabilidad y se precipitó hacia las aguas.

El cuervo siguió su camino, con indiferencia, y, un rato más tarde, entró por un ventanuco a una

habitación polvorienta y tenebrosa. Planeó, agitó las alas y se posó sobre una mesa de madera.

Encima de ella había un plato con apetitosa carne cruda.

—¿Y bien? —inquirió un hombre apenas visible en la oscuridad.

El pico del cuervo tintineó sobre la campana de cristal que protegía su premio.

—Está hecho —respondió.

—Bien.

—¿Puedo comerme la carne ya?

—¡Claro, claro! —exclamó el hombre con súbita alegría, y retiró el obstáculo.

Capítulo 1

El despertador llevaba horas gritando. Un locutor de noticias vomitaba torrentes de palabras

que se me clavaban en los oídos y martilleaban sobre mi dolorida cabeza. Gruñí de nuevo e

intenté ponerme más cómodo, pero no encontraba la manera, era como si algo me empujara

por la espalda.

—Interrumpimos la programación habitual —otra voz, llena de urgencia, tomó la palabra—.

Fuentes anónimas nos han comunicado que algo iba a ocurrir en el Museo Marítimo de

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La gran aventura de 2ºC

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Santander. Marisa Montes se ha desplazado hasta allí para intentar averiguar qué ha pasado.

¿Marisa?

—Buenos días, Juan. Todos los medios se han concentrado en la entrada del Museo. La Policía

ha acordonado la zona y no ha hecho declaraciones todavía. Cada vez hay más curiosos que se

acercan para intentar, como nosotros, averiguar el motivo de este gran despliegue de las fuerzas

del orden. ¡Un momento! Parece que un oficial va a hacer una declaración.

—Señores de los medios de comunicación, están provocando una alarma infundada. Por favor,

retírense y esperen a que emitamos una nota de prensa —dijo una voz familiar.

Los aludidos protestaron y avasallaron al policía a preguntas.

—¡Todos hemos recibido informes anónimos acerca de que algo grave iba a ocurrir hoy aquí!

¿¡Qué tiene que responder a eso!? —inquirió uno de ellos.

—Nosotros no hemos recibido esos informes —respondió con rotundidad. Definitivamente la

conocía, me había gritado muchas veces.

—¿En qué estado se encuentran los alumnos del Colegio “Las Llamas” que estaban haciendo

una visita al Museo? —preguntó otro periodista. El policía carraspeó, claramente incómodo.

—Sin comentarios —respondió, por fin.

—¿No puede al menos decirnos si los niños están bien? ¡Piense en sus familias, que nos están

escuchando ahora mismo!

Niños. Un temblor me recorrió el cuerpo. Imágenes. Dolor. Pérdida.

—¡No diga sandeces, esas familias están en sus empleos, como todo ciudadano de bien! ¡Se

emitirá un comunicado oficial cuando hayamos reunido información relevante! ¡Y ahora váyanse

y déjenme trabajar!

La radio siguió haciendo ruido, pero no podía oírla. Me estaba entrando un sudor frío, el corazón

latía cada vez con más fuerza, rápido, aporreando ansiedad en mi pecho. Me agité con un grito

subiéndome por la garganta e intenté levantarme, pero me caí y algo me golpeó la cabeza.

Las imágenes y los alaridos cesaron. Abrí los ojos y el sol que entraba por la ventana me

deslumbró. Estaba con medio cuerpo en el suelo y una botella vacía de whisky junto a la cabeza.

Bajé las piernas despacio y me puse en pie con dificultad. La resaca me atacó con fuerza y me

tambaleé hacia la cocina. Cogí un par de ibuprofenos y los engullí con un café maloliente y frío

de a saber cuándo. Me dolía todo el cuerpo, pero no podía quedarme quieto, tenía que averiguar

qué había pasado. Cogí la gabardina y salí a la calle.

Una nube de inquietos periodistas seguía pululando en torno a la entrada del Museo Marítimo.

Me abrí paso entre ellos murmurando algo ininteligible y me colé por debajo de la cinta amarilla

del precinto policial. Un joven agente se me acercó al instante.

—Por favor, retroceda y espere detrás de la cinta amarilla.

—Chico, que soy del Cuerpo —le respondí con voz rasposa pero autoritaria.

—¡Ah, perdone, no le había reconocido!

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—No pasa nada. Anda, ve a tu puesto y vigila a esos buitres —apunté con un dedo hacia atrás.

—¡Al instante, señor detective!

Había tenido suerte, debía de ser novato. Abrí la puerta de entrada al edificio con una mano

temblorosa y me enderecé todo lo que pude; caminé con todo el aplomo que conseguí reunir y

entré a un gran recibidor. Los ecos de policías lejanos y cercanos rebotaban en el enorme

recinto, me aturdían y acababan por perderse en el aire.

Miré a mi alrededor. No era la escena habitual de un crimen: un grupo de niños llorosos estaba

retenido por varios uniformados; los detectives apuntaban en sus libretas lo que los maestros,

pálidos como la cal, les iban diciendo; y un gran desorden reinaba en la primera sala de

exposiciones. Las representaciones de animales estaban tiradas por toda la sala, como si

hubieran corrido en estampida, y formaban un camino caótico hacia un pequeño bulto blanco y

rojizo rodeado de una miríada de cristales rotos. Varios forenses de bata blanca se afanaban a

su alrededor en busca de pistas.

Me acerqué con pies de plomo y el estómago atenazado. Ya sabía lo que iba a encontrar, pero

era incapaz de detener mis pies, algo tiraba de mí hacia aquel bulto.

Me agaché y levanté una esquina de la sábana manchada de sangre. Me encontré con la mirada

de un niño de unos seis años. Sus ojos aterrorizados me entraron como si fueran fuego y la

vorágine de gritos y alaridos estalló de nuevo, el hueco enorme que sentía en mi interior se abrió

de pronto como si fuera a devorarme…

—¡García! —tronó alguien.

Unas manos fuertes me agitaron. Parpadeé, confuso.

—¡García, no puede usted estar aquí! —insistió.

—Pero… los niños… tenía que saber qué había pasado —balbuceé.

Un cachete restalló en mi mejilla. Volví de pronto a la realidad.

—¡Despiértese de una maldita vez, García! ¡Usted ya no es un policía, no puede estar aquí!

Me aclaré la garganta intentando responder.

—¡No me replique! ¡Méndez, Alvarado, llévense a este borracho antes de que vomite en la

escena! ¡Que duerma la mona en otro sitio!

Otros dos agentes uniformados, antiguos compañeros míos, me agarraron cada uno por un

brazo y me sacaron por una puerta de servicio del lateral del edificio sin mediar palabra.

-David López-

Capítulo 2

Después de varios amaneceres sin noticias; oí el murmullo por las calles de la ciudad, de que

uno de los profesores del centro había sido arrestado en la comisaría ubicada en la Avenida del

Deporte.

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4

Sin lugar a dudas, emprendí camino a dicha comisaría; tratando de conocer nuevos datos sobre

el oscuro caso que rondaba la ciudad.

Nada más llegar, observé a lo lejos un hombre de pequeña estatura y un plomizo cabello;

sentado sobre una silla de ruedas eléctrica que al parecer hacía uso de ella para desplazarse.

Más tarde pude escuchar una argumentación del arrestado:

—Ya he dicho que yo no cometí ese asesinato, ¿cómo lo iba a hacer sentado en esta dichosa

silla? Es inútil… — dijo el hombre, apoyándose en su obvia discapacidad física.

— ¿Cómo fue la visita guiada por el museo? ¿Hubo alguna cosa que usted quiera resaltar? Nos

ayudaría en la investigación— añadió el policía.

La sala estuvo varios segundos en mudez; y el hombre no quiso añadir nada a la pregunta del

agente.

Me fui sigilosamente del edificio, tratando de no ser descubierta mi presencia en dicho

momento. Volví a casa con aún mayor curiosidad, que con la que había salido de ella.

Me encontraba en mi salón, tirado indiferentemente en el desbaratado sofá; y rodeado de unas

seis o siente botellas de diferentes marcas de alcohol.

Amanecí la mañana siguiente, con ansias de saber más en cuanto a lo ocurrido los anteriores

días; por lo tanto decidí acercarme al museo marítimo.

Cuando llegué allí, una voz que creí haber oído me dijo:

— ¡García! ¿Otra vez estás aquí? Ya te dije que ya no puedes formar parte de las investigaciones

realizadas por el cuerpo de Policías— me dijo la familiar voz del actual gerente de la comisaria.

Sin hacer mucho caso a sus palabras, me adentré en el edificio; y tras diversos minutos

indagando por la sala principal encontré unos documentos posados sobre una vidriera del

museo. Claramente, no tuve ninguna duda en iniciar su lectura.

En dichos papeles se encontraban declaraciones de los amigos y compañeros de asesinado niño.

También se podían ver algunos datos que los familiares de los estudiantes quisieron aportar a la

policía sobre la relación y el comportamiento de los profesores junto a sus hijos o hijas.

Doblé esas dos hojas, y las guardé en mi bolsillo izquierdo; tratando de que únicamente

estuvieran a mi alcance.

Durante unas tres horas, me dejé llevar por las diversas salas del edificio; buscando y rebuscando

como cualquier policía autorizado para estar allí; y sin causar ningún tipo de desvelo.

-Ana Huerta Montalvo-

Capítulo 3

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—Aquí no hay nada —pensé y emprendí la retirada hacía ese cutre apartamento al que llamo

“hogar”.

Una vez en casa me quité los incómodos zapatos y los tiré por el pasillo sin siquiera importarme

la limpieza de mi hogar.

Me tiré en el uniforme sofá del salón y encendí la televisión con la mano izquierda, mientras

tanto con mi mano derecha rebuscaba por debajo del sofá con el fin de encontrar alguna botella

de whisky pero sin suerte.

—¡Menuda mierda! —grité, con las pocas fuerzas que me quedaban después de ese pesado día.

Al cabo de unos minutos mis párpados se empezaron a cerrar y luego todo se volvió oscuro.

Un teléfono sonaba, me desperté y me fijé en que era el teléfono fijo, me levanté

perezosamente y lo cogí.

—¡Diga, diga! —dije, somnoliento.

—¿Es usted el señor Alfonso García? —me preguntó una joven voz.

—Sí, ese soy yo, el mismo que viste y calza, ¿por qué pregunta por mí?

—Quería proponerle la nueva tarifa... —corté, al instante.

—¡Joder! Yo sin alcohol y encima me quitan el sueño estos imbéciles, ¿hasta dónde vamos a

llegar? —dije, la ira se apoderó de mí, haciendo que diese una patada a la puerta, la cual se salió

de sus goznes.

—Y ahora esto... — dije, de pronto el teléfono volvió a sonar.

Lo cogí con tal remango que tiré una botella vacía al suelo haciéndose añicos.

—¿Sí? —pregunté con desgana.

—¿Es el señor Alfonso García? —preguntó una masculina voz.

—Sí, sí, soy yo ¿qué sucede? —pregunté, esperando una respuesta anterior a la de la

conversación anterior.

—Soy Manuel, Manuel Mendoza, soy militar y he oído que usted es ex-policía y que está

investigando un caso a la par que la policía, ¿es eso cierto? —me dijo, con una firme voz.

—Sí, ¿pero cómo lo sabe si sólo comparto palabra conmigo mismo y con las botellas de alcohol?

—dije, alucinado.

—No se lo diré, sólo le puedo decir que le quiero ayudar en el caso, el niño fallecido es mi

sobrino, así que si no tiene problema en venirse a vivir a mi casa, se la dejaré para investigar sin

que nadie lo sepa, ¿qué me dice, acepta? —me dijo.

Miré a mi alrededor, vi la puerta tirada en el suelo, las botellas esparcidas por el suelo, los

cristales rotos y sin dudarlo le dije:

—Deme la dirección y en una hora estaré allí —dije, con gran ilusión.

—La dirección es: Calle Castilla, portal 34, 4ºC —contestó.

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— Nos vemos en una hora, por cierto, compra whisky que me encanta ahogar las penas en

alcohol —dije, entre carcajadas y colgué.

Fui a mi habitación, cogí una maleta sucia y desgastada y metí en ella un poco de ropa al tuntún.

Bajé las escaleras hasta llegar a la calle, metí la maleta en el maletero de mi coche y arranqué el

motor.

-Jesús Amelibia Baizán-

Capítulo 4

Apenas treinta minutos más tarde me encontraba estacionando mi destartalado vehículo a las

puertas de la dirección que me había facilitado Manuel Mendoza.

Conocía bien la zona ya que justo al lado de su vivienda se encontraba situada una comisaría de

la policía local de Santander a la que había acudido en varias ocasiones cuando ejercía mi

profesión.

Después de llamar al interfono y que abrieran sin mediar palabra alguna, subí andando para

poner en orden mis ideas.

¿Cómo es que me conocía el tal Manuel Mendoza?

¿Quién le había hablado de mí?

Al llegar al cuarto piso comprobé que me estaba esperando en la puerta. Debía medir cerca del

metro noventa, moreno y de complexión atlética, su semblante era serio. Al acercarme me

tendió la mano a modo de saludo:

—¡Buenas tardes Sr. García, encantado de conocerle!

Yo estreché su mano con fuerza.

—¡Lo mismo digo, Sr. Mendoza!

Me hizo un gesto invitándome a entrar en su domicilio.

Su casa era totalmente opuesta a la mía, se respiraba orden y limpieza por todos los sitios.

—Antes de empezar esta conversación quiero que quede clara una cosa: ¡¡nada de bebida!!

Necesito que se comprometa a cumplir esta regla porque si no es así no pienso perder el tiempo

con usted.

Después de meditarlo un par de minutos asentí con la cabeza

—Prometo intentarlo al menos —le contesté.

Al mirar con detenimiento la estancia en la que nos encontrábamos me fijé en varios detalles.

En la pared derecha del salón había una vitrina con diversas medallas y condecoraciones

militares. La mesa del salón estaba cubierta por multitud de libros, alcancé a ver distintos dibujos

de símbolos extraños y el título de uno de ellos: La Biblia Satánica.

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—Lo que voy a contarle ahora puede sonar increíble pero le puedo asegurar que no puede ser

más cierto. Como ya le dije por teléfono mi sobrino es el niño que apareció muerto en el Museo

Marítimo en extrañas circunstancias. Sé que usted perdió a su hijo de forma trágica y por eso

confío en que después de escuchar todo lo que tengo que contar, se decida a ayudarme a

encontrar a los culpables de la muerte de niños inocentes, y digo niños porque el caso de mi

sobrino no es el primero del que tengo noticia. No sé si le he mencionado que soy militar y

debido a mi profesión he estado destinado en diversos lugares de África. Fue allí donde por

primera vez vi por oí hablar de los ritos satán…

Justo en ese preciso momento sonó un disparo dejándonos con la conversación en el aire. Nos

asomamos a la ventana y vimos a multitud de policías congregados en torno a algo que yacía en

el suelo.

—Vamos a ver qué ha pasado —dije, apresurándome hacia la puerta. Luego seguimos con la

conversación.

Salimos con tanta prisa que no nos percatamos de la ventana abierta, ni del cuervo que en ese

preciso instante se posaba en el alféizar.

-Iker Larrauri Gutiérrez-

Capítulo 5

Al bajar vi lo que me esperaba y a la vez más temía. El cadáver de una niña yacía en el suelo, miré a mi compañero y pude predecir que él también estaba aterrorizado pero los policías taparon el cuerpo tan rápido que no pudimos observar ningún detalle. Estuvimos andando por las calles de Santander y fuimos a un bar estaba a punto de pedir un whisky grande cuando el Sr. Mendoza me observó con una mirada penetrante, entendí que no quería que por algún casual me emborrachara por lo que pedí agua. Se hizo tarde y volvimos a casa, me enseñó mi habitación y dijo que me quedaría en este cuarto hasta que resolviéramos el caso o hasta que nos cansásemos, entonces me eché a dormir sin apenas taparme con la enorme sábana que cubría mi cama y me dormí en unos pocos minutos. Al despertarme fui a la cocina donde mi compañero había preparado el desayuno.

—¡He tenido una pesadilla horrible!

—De qué se trata.

Me respondió con toda la tranquilidad del mundo

—Estaba todo lleno de sangre, todo el cuerpo de Policía muerto, todos mis relativos muertos, toda la ciudad en llamas, los gritos de sufrimiento de la gente acababan por volverte loco y encima de todos los cadáveres había una figura joven que me daba la espalda con aire de superioridad y que parecía disfrutar de toda esta masacre y cuando se giró me dijo: “No me busques, no me vas a encontrar”. Eso es todo lo que recuerdo

—¿Parece horrible?

Me respondió con la misma tranquilidad, yo le pregunté con una voz un poco agresiva y subida de tono

—¿¡Por qué estás tan tranquilo!?

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Entonces el Sr. Mendoza me respondió con una voz aún más elevada

—¡Porque nada de eso fue real!-

Su furia acabó por callarme, pero tuve una mala cara durante prácticamente todo el día el único momento en el que mi rostro cambió al asombro fue cuando en las noticias dijeron que se había identificado a la última víctima de un posible asesino esta era una niña llamada Martha Fernández, los médicos especificaron de que se trataba de la hija del jefe de Policía y que este había tenido que acudir a un psicólogo, y seguidamente sin mostrar ninguna imagen explicaron el estado actual de la víctima sin ninguna interferencia que no fuera la del asesino lo que dijeron me dejó completamente asombrado: la pierna derecha estaba seccionada, la cara calcinada como si la hubieran arrojado a la chimenea y la parte del torso estaba arrancada además dijeron que no habían encontrado ninguna herida de bala aunque el cuerpo de Policía asumía haber oído un tiro.

Lo único que me vino a la cabeza en ese momento fue:

—Nos estamos enfrentando a un monstruo.

Miré al Sr. Mendoza, él también estaba horrorizado y me dijo:

—Ven al sótano.

Y sin decir palabra le seguí hasta el sótano, ahí tenía dos pequeñas pistolas que juraría que podrían caber en el bolsillo de una chaqueta y le dije:

—¿Crees que son realmente necesarias?

Él me respondió:

—Ya has visto lo que ese monstruo puede hacer.

Acabé por aceptar la pistola y me dijo:

—Salimos mañana ahora descansa.

A la mañana siguiente le dije:

—Han dicho en las noticias que ha habido otro asesinato.

-Óscar Palazuelo San Román-

Capítulo 6

Mendoza no salía de su asombro. Entonces nos pusimos a ver las noticias:

—En el Paseo Pereda, se ha dado lugar otro terrible hecho, la muerte de una joven de 25 años

de nacionalidad española. La joven yacía en el suelo e inmediatamente los testigos llamaron a

la policía, al cabo de un rato la policía tapó el cuerpo ensangrentado con una sábana blanca y

cortaron el acceso al paseo. Al parecer…

Entonces apagué la televisión.

—Vamos, vístete y monta en mi coche —le dije con prisa.

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Al instante se vistió, y se montó en mi coche y emprendimos un largo viaje a lo que yo

denominaba “el cuartelillo”.

Al llegar un hombre nos recibió con asombró y me dijo:

—¡Cuánto tiempo sin verte García!

—Rápido ponme con vuestro jefe.

—Perdone, ¿a qué viene tanta prisa?

—Es algo importante no puedo esperar.

-Vale síganme.

Cuando Mendoza y yo nos sentamos en su despacho, le dije:

—Hola Luis —le saludé con mucha confianza, puesto que había sido mi ex jefe.

—¡Cuánto tiempo García!, ¿qué desea?

—Debido a los continuos asesinatos que se han producido en los últimos días, quiero proponerle

algo…

—¿Qué se te ha ocurrido hacer?

—Sería conveniente que se aumente el personal que está investigando estos casos, se les está

yendo de las manos.

—Buena reflexión García, pero creo que va a ser que no.

—Si te das cuenta está muriendo un montón de niños y la última víctima es una joven de 25

años, esto no puede seguir así, de lo contrario acabará matando a más personas inocentes.

—Está bien, ampliaremos el personal en 15 agentes más, con esto sería más que suficiente para

que acaben dando caza con el asesino.

—Es un placer hablar con usted Sr. Luis.

—Igualmente.

Nos despedimos y tomamos rumbo hacía un restaurante para comer y hablar del caso.

Aparcamos el coche en un parking y fuimos caminando hacía un restaurante para apaciguar el

hambre.

Entonces, al cruzar la esquina divisé una sombra a lo lejos que parecía ser un hombre con una

especie de cuchillo u objeto punzante, que sostenía en su mano derecha, y otra sombra mucho

más pequeña, que por el tamaño deduje que podía ser una niña que sujetaba con su otra mano.

Me quedé perplejo, y yo miré a Mendoza con cara de asombro, y le dije que mirara al fondo del

callejón.

Cuando miramos se vio una sombra correr y un cuerpo que yacía sobre el suelo.

Inmediatamente, fuimos corriendo hacia el cuerpo, al llegar nos encontramos a una niña muy

joven de unos ocho años ensangrentada, estaba llena de puñaladas en el cuello y el tronco.

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Nada más verla, fuimos por el otro callejón donde había visto escapar a un hombre, vimos una

hilera de gotas de sangre, y para nuestro asombro un par de plumas negras que parecían de un

cuervo.

-Óscar Fernández Aja-

Capítulo 7

Raudamente volvimos junto al cuerpo de la inocente niña, comprobamos que ya nada se podía

hacer por salvar su vida, fue en ese preciso momento cuando nos percatamos de que al cuerpo

le faltaba parte del antebrazo derecho y la oreja izquierda, le habían extraído ambas partes con

una maestría digna del mejor cirujano.

Mendoza me dijo:

—García, llame ahora mismo a la policía.

Rápidamente saqué mi teléfono móvil y me puse en contacto con la comisaría.

—Por favor pónganme rápidamente con el comisario jefe —dije nervioso.

Al instante oí su voz al otro lado del auricular,

—¿Con quién hablo? —preguntó el comisario.

—Con Alfonso García Sr. Comisario, acabo de presenciar un asesinato —dije.

Apenas me había dado tiempo a guardar mi teléfono y volver junto al cadáver donde me

esperaba Mendoza cuando llegaron varias patrullas de la policía, les explicamos lo que habíamos

visto y tomaron nota de todo ello.

Permanecimos allí hasta que el juez levantó el cadáver, fue en ese preciso momento cuando

Mendoza me dijo:

—Nos vamos.

Nos dirigimos velozmente a su casa, en cuanto abrimos la puerta fue como una exhalación hacia

la mesa del salón que permanecía oculta tras un montón de libros.

Después de rebuscar durante un buen rato, se dirigió hacia mí con un libro en cuya portada se

podía ver la desgastada ilustración de un tétrico cuervo.

—¿Qué sucede? —le espeté ansioso a Mendoza.

—Siéntese y póngase cómodo, la historia que tengo que contarle no tiene desperdicio —dijo.

Obedecí y rápidamente tomé asiento, la curiosidad me estaba consumiendo.

Mendoza comenzó a hablar:

—Como puede ver, me apasionan los temas esotéricos y devoro toda la literatura que cae en

mis manos relacionada con ello. Hace tiempo compré en un mercadillo este libro —y señaló la

portada del mismo en la que se podía leer, La leyenda del cuervo—, en él cuentan la existencia

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de un individuo, el cual mataba a sus víctimas para alimentar con su carne a su sanguinario

cuervo.

En ese momento se hizo un profundo silencio entre los dos, y un escalofrío recorrió mi espalda.

-Mario Navarrete Expósito-

Capítulo 8

Con mi mirada puesta en la portada de aquel libro que me dejó la sangre helada, alargué

el brazo firme para recibirlo, su mano temblorosa al cedérmelo casi provoca que este

caiga al suelo.

La primera impresión fue nefasta, noté cómo me sobrevenía un sudor frio.

Mendoza dijo:

—Sospecho que este libro está relacionado con los asesinatos.

—¿Por qué dices eso? —preguntó García.

—Por la forma de amputar partes del cuerpo de los niños y las plumas encontradas en

la escena del último crimen, entiendo un poco de aves y esas son de cuervo.

Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando, me costaba asimilar que durante mis

quince años de servicio y ocho meses relevado del cargo era la primera vez que me

topaba con un caso tan insólito ocurrido en Santander.

Cuando Mendoza iba a continuar la conversación sonó el móvil de García.

Como activado por un resorte sacó el teléfono del bolsillo del pantalón y dijo:

—¿Quién es?

—Buenas noches García, soy Luis.

La voz de Luis era débil y lenta como con miedo a expresarse.

—Tengo noticias sobre los asesinatos ocurridos y me temo que te vas a sorprender.

—¡Dime! Creo que a estas alturas nada me sorprendería.

—Estoy en el hospital Marqués de Valdecilla y acabo de darle un vistazo al resultado de

las autopsias.

Le cortó García.

—¿Ya tenéis alguna pista?

—No mucho la verdad, pero ha aparecido hace una hora un miembro corporal que

podría ser de la niña asesinada, y a su lado una nota y la pluma de un cuervo.

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—¿Dónde?

—En el puerto pesquero.

Se hizo un breve silencio, pero tras ese breve instante Luis retomo la conversación:

—No te estaría contando esto si no fuera porque el anónimo encontrado junto a esa

parte del cuerpo de la víctima está relacionado con un caso que resolviste tiempo atrás.

Creo que deberías acudir al hospital con la mayor brevedad posible, ¡ya sabes!, ya que

no eres integrante del caso deberías ir con gran cautela.

—¡Ahora mismo voy!

Y colgó.

Mendoza, testigo de que García palidecía por momentos, preocupado preguntó:

—¿Malas noticias?

—He de irme.

—Te acompaño.

—No sé, podría ser peligroso.

—Como estoy ya hasta el cuello, no me importa el peligro, llegaré hasta el final.

Recuerda que uno de los niños era mi sobrino.

García pensativo y con la mirada perdida, le contestó:

—Entonces no hay tiempo que perder, ¡vámonos!, te explicaré todo de camino al

hospital.

Salieron raudos como alma que lleva el diablo, dejando tras de sí la puerta del piso

cerrada con un vigoroso portazo.

-Rubén González Martín-

Capítulo 9

Mendoza y yo bajamos las escaleras tan rápido como el viento. Al salir a la calle avisté en un

balcón una especie de cuervo, aunque parecía más grande y rudo, la verdad que no le di mucha

importancia y proseguimos la marcha.

Por el retrovisor pude ver el mismo cuervo de antes, me preocupé y se lo conté a Mendoza.

—¿Has visto esa especie de cuervo que nos está siguiendo? —pregunté con algo de

preocupación.

—Sí, lo he visto hace rato pero no creo que sea nada, hay muchos cuervos por esta zona —me

respondió con firmeza.

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La gran aventura de 2ºC

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Al llegar nos encontramos con Luis en la puerta del hospital.

—Buenas tarde Sr. García y…

—Sr. Mendoza, encantado – respondió Mendoza.

—Igualmente Sr. Mendoza, ¿por favor, serian ustedes tan amables de acompañarme?.

—Claro —respondí.

Luis nos llevó por pasillos que ni yo conocía del hospital, hasta una sala donde encontramos el

brazo derecho de la niña y una nota ensangrentada. Luis nos afirmó que él había intentado leer

la nota pero no entendía en el idioma que estaba, por eso nos había llamado a nosotros.

Yo no me atreví a abrir la nota así que la abrió Mendoza. Él, que parecía entender algo de la

situación nos dijo que este lenguaje no era de este mundo, en cuanto dijo estas palabras el

cuervo que nos había seguido entró a la habitación, se comió de un bocado el brazo de la niña y

se llevó la nota, nos quedamos petrificados y yo me desmayé.

Al despertar estaba confuso.

—¿Qué acaba de pasar aquí Sr. Mendoza? – pregunté algo confuso.

No estoy muy seguro pero ese cuervo no es un cuervo de verdad, me da la corazonada que el

asesino y el cuervo están poseídos por un demonio, por los destrozos que hace a los cuerpos de

las víctimas.

Luis y yo nos miramos mutuamente, aunque esa idea fuera algo rara tenía algo de sentido.

Nos despedimos de Luis y nos volvimos para casa. Al llegar me eché a la cama y al instante me

dormí pensando en lo que había pasado en esa sala. A las cinco de la mañana oí un grito,

Mendoza entró en mi habitación y me dijo que pusiera las noticias. Había vuelto a pasar, esta

vez había sido un chaval de diecinueve años que venía de fiesta, nos dimos cuenta rápidamente

en las fotos que pusieron que a la víctima le faltaba el mismo brazo que a la anterior y en el

pecho tenía un símbolo de un triángulo. Rápidamente llamé a Luis y nos dijo que fuéramos a su

casa. Nos pusimos las chaquetas y nos fuimos como un rayo a la puerta.

-Jorge Cuesta Rocillo-

Capítulo 10

Llegamos a mi coche. La noche era abrumadoramente gélida, el coche estaba cubierto por una

fina capa de hielo. Tuve una idea, saqué de mi cartera de cuero una de mis tarjetas y quite la

capa de hielo.

De camino, una estremecedora sensación me recorrió de pies a cabeza, poniéndome incluso

algún que otro vello de punta. Me pareció ver al hombre discapacitado que me encontré en

comisaría, cuando ya arrancaba después del semáforo vi al cuervo detrás suyo, Mendoza y yo

nos miramos quedándonos perplejos.

—¡García, sigámosle! —exclamó Mendoza muy intrigado.

—No, debemos ir donde Luis me dijo que era importante.

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Nos bajamos del coche, a nuestra izquierda estaba el destino, por lo que subimos

apresuradamente. Estaba tan nervioso que al abrir la puerta ni si quiera me sacudí los pies en el

felpudo.

—García, antes de nada. ¿Os pongo un café?

—¿ Y un Martini ? —García miro riéndose a Mendoza.

—Luis pónmele con azúcar. García, García… el ultimo que tomas delante mío.

—Bueno, a lo que íbamos. Al parecer en una de las cámaras del museo marítimo se vio a un

hombre discapacitado en frente de la muchedumbre de niños. El presunto asesino se podría

decir que es el famoso cuervo que todos hemos visto alguna vez por Santander. Pero ahí no

termina todo. Cuando el cuervo atacó a algunos de los niños, el discapacitado hacía unos gestos

muy extraños. Mi hipótesis es que el hombre controla a esa ave sanguinaria.

—¡García te lo dije le deberíamos de haber seguido, joder!

—¡Mierda! Vamos a por él ahora mismo.

Luis arrancó su Lexus negro mate. Ya estaba casi amaneciendo, Luis iba por la carretera

sorteando los demás coches como si de conos se trataran.

—Aquí era aquí en este semáforo. Demos una vuelta a ver si hallamos algo por aquí.

—Siento interrumpiros, pero… aquí hay una estación de autobuses por lo que podría haber

cogido un autobús a cualquier sitio —exclamó Luis decepcionando a los demás.

—Miremos qué opciones podría haber cogido a la hora que le vimos. Reinosa, Laredo, Castro o

Somo.

—Es difícil saber dónde ha ido…

—Volvamos a casa, aunque sea a echar una cabezadita —sugerí bostezando.

Todos asintieron desquiciados.

Acababa de despertar, me quité la sábana de encima y abrí la ventana. Me aproximé a la cocina

y encendí mi Mac. No creía lo que acaba de ver.

—¡Mendoza dios mío, ven aquí ahora mismo —grité horrorizado.

-Aymar Escarda Soladana-

Capítulo 11

— ¿Este no es el paralítico que estábamos persiguiendo? – preguntó Mendoza con cara de

extrañado a García

—Principal sospechoso dicen todas ellas ¿no García?

—¡Sí¡ Tenemos que ir detrás de él Mendoza

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Entonces nos fuimos velozmente hacia el coche y nos posicionamos en el mismo sitio donde le

vimos el anterior día. Pasaban las horas y nadie sospechoso se acercaba al lugar… Pero de

repente ahí estaba con su cuervo y exclamé:

—¡Ahí está vamos detrás de él!

Rápidamente nos bajamos lentamente del coche para que no se alertara y le seguimos hasta la

estación de autobuses. Se metió al autobús con dirección Somo, seguimos al autobús hasta el

punto donde le dejó era en las afueras de dicho pueblo. Era un sitio bastante tranquilo con tres

casas a los lados, se metió en la del medio.

—Mendoza baja del coche creo que este es su domicilio –dije bastante al tanto de todo.

—Espera, coge las pistolas por si acaso tenemos que actuar como policía – dijo Mendoza.

Entramos a su jardín y varios cuervos echaron a volar con nuestra presencia tiramos la puerta y

entramos vigilando todas las habitaciones que pasaban por nuestra vista . Hasta que vimos algo

moverse y era su hijo, que tenía todo punto para darle una nota al cuervo que decía… mata a la

niña y quítale el brazo.

—Mendoza llama a Luis que nos ayude a descubrir todo esto –dije.

—Vale, hay que resolver esto –dijo Mendoza

—Rápido necesito que no se entere la Policía quiero resolver esto para que me vuelvan a meter

al cuerpo.

—Eso está hecho García

Salimos de la casa con camino hacia el portal de Luis para comentarle lo que había sucedido.

Nos dijo que él tenía algo pero todavía no nos lo podía comunicar porque todavía no lo sabía

exactamente… Pero de repente en ese momento pasó un cuervo a toda velocidad con brazo y

detrás también bastante rápido él.

-Raúl Sañudo Fernández-

Capítulo 12

Rápidamente llamamos a Luis para comunicarle lo que estaba sucediendo y que no podíamos

acudir a la cita que nos habíamos propuesto ya que el brazo era una prueba vital. En ese

momento García propuso seguir al cuervo antes de que perdiéramos su pista.

—Tenemos que reaccionar rápido o se nos escapará —dije.

—Estoy de acuerdo pero antes de iniciar la persecución asegurémonos de no dejar ninguna

prueba que nos delate por haber estado aquí —dijo Mendoza algo alterado.

—Tienes razón tenemos que darnos mucha prisa para que no sospeche el padre ni su hijo de

nuestra presencia en la casa —le contesté.

Mientras tanto el padre del niño observaba escondido todo lo que estaba sucediendo dentro de

la casa puesto que estaba oculto en la única habitación que no habían mirado Mendoza y García.

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Salimos de la casa para intentar alcanzar al cuervo. El cual se dirigía a una zona boscosa situada

no muy lejos de las tres casas. A medida que nos aproximábamos nos percatamos de que al

cuervo se le había caído el brazo y el niño se nos escapaba de las manos.

Mientras tanto cogimos el brazo muy sutilmente y con mucha delicadeza ya que era una prueba

muy importante.

—¿Y ahora qué hacemos? —pregunté algo alterado.

—Debemos llevarle el brazo a Luis inmediatamente —me contestó Mendoza

De repente me sonó el móvil, era Luis con alguna información sobre quién vivía en la casa donde

iniciamos la persecución.

—García ya sabemos quién es el padre del niño y obviamente también quién es el niño —nos

informó Luis.

—Estupendo, donde nos reunimos para recibir la información y darte el brazo para que lo

examines en el departamento de la policía—

—Primero debéis esperar a que lleguen unos refuerzos que pedí, ya deberían estar ahí y luego

cuando terminen con la casa los refuerzos, os reuniréis conmigo—dijo Luis

Mendoza no expuso ninguna queja ya que estaba totalmente de acuerdo con Luis. Pero yo no

me contuve y solté:

—Espero que no tarden los refuerzo que has pedido Luis o todo se nos fastidiará y no quiero

que sea un esfuerzo en vano.

—Claro que no García confía en mí, como en los viejos tiempos los refuerzos estarán ahí en

menos de un minuto —intentó animarme Luis

Nos dignamos a esperar a que los refuerzos llegaran y por supuesto Luis tenía razón, llegaron en

un minuto.

-Laura Incera Eguren-

Capítulo 13

Un montón de policías irrumpió en la casa y meticulosamente, fueron mirando habitación por

habitación a ver si encontraban alguna pista. Todas las habitaciones estaban bastante sucias y

descuidadas. Mendoza y yo también nos quedamos inspeccionando la casa; más tarde

acudiríamos a la cita con Luis.

—García mira la trampilla que he encontrado debajo de la alfombra.

—Mendoza ayúdame a levantar la trampilla que pesa mucho.

Al hacerlo encontraron una especie de elevador que les condujo a un sótano.

—Señores agentes —dijo García— bajen y vean todo lo que hay aquí.

El sótano estaba lleno trastos sucios y polvorientos pero entre todo ese desorden escondido en

un esquina descubrimos algo insólito.

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—¿Mendoza eso es lo que creo que es?

—García no puede ser, es una especie de maniquí reconstruido con las partes de las personas

asesinadas y decapitadas.

¡Qué horror¡ No podíamos creer lo que veíamos. De pronto descubrimos una puerta que daba

a la calle, salimos por ella y observamos en el suelo huellas de una silla de ruedas .

—Seguro que han huido por aquí, deprisa agentes sigan estas huellas —y emprendimos la

búsqueda.

Estuvimos andando por unas zonas muy cercanas a la playa, pero sin ningún resultado .

Nos dirigimos a casa de Luis y sobre mi cabeza todo el rato rondaba un algo.

—Mendoza, Luis, yo creo que todo lo que pasa tiene relación conmigo. Ya que hace años intente

detener a un asesino le dispare y al poco tiempo me enteré que se había quedado en una silla

de ruedas, no sé si será casualidad pero es todo muy raro.

De repente sonó mi teléfono y una voz muy desagradable me dijo que si en veinticuatro horas

no le ingresaban un millón de euros en un número de cuenta seguiría matando y decapitando a

más niños y personas.

-David Rubio Valero-

Capítulo 14

Mientras escuchaba aquella voz, mi mente iba pensando qué hacer, si seguir las instrucciones

de la voz del teléfono o colgar e intentar atraparlo por otros medios, finalmente decidí colgar.

Rápidamente le informé a Mendoza sobre la llamada y decidimos llamar a Luis.

—Hay novedades, tenemos que hablar —dijo García— el asesino ha contactado conmigo, quiere

dinero, si no seguirá matando.

Los tres pasamos toda la noche hablando, intentando dar un sentido a los últimos

acontecimientos ocurridos, pero no encontraban respuestas.

Tristemente la amenaza se había llevado a cabo. No habían pasado ni veinticuatro horas, cuando

nos informaron del hallazgo de otro cuerpo. Al parecer se trataba de un niño de

aproximadamente ocho años al que supuestamente el asesino había dado por muerto.

García, Mendoza y Luis comentaron los hechos.

—Al parecer el asesino se pensaba que el niño estaba muerto —dijo García.

—Las prisas le están llevando a cometer errores —dijo Mendoza.

—Quizás se vio sorprendido y tuvo que salir huyendo —dijo Luis.

—Tenemos que preguntar a la gente de la zona por si han visto algo de lo ocurrido —dijo

Mendoza.

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Entre tanto nos llamaron del hospital, diciendo que el niño ya había despertado.

Corriendo fuimos al hospital a preguntar si podríamos hablar con el niño y hacerle algunas

preguntas que nos podrían ayudar con el caso.

Cuando llegaron los médicos nos dejaron entrar y hablar con él.

—¿Cómo te llamas hijo? —preguntó Mendoza.

—Daniel —dijo el niño.

—¿Te acuerdas de cómo era la persona que te hizo esto Daniel?

—No mucho —dijo él— solo recuerdo estar en el parque jugando con la pelota y de repente se

me acercó un hombre en silla de ruedas empujado por otro hombre de pelo canoso.

-Beatriz Castro Cacho-

Capítulo 15

El niño todavía un poco aturdido por las puñaladas, les puedo decir algo más sobre los hechos y

el asesino.

—En el hombro de el señor que iba montado en la silla de ruedas iba un cuervo negro.

—Gracias por tu información Daniel —dijo Mendoza.

Cuando Mendoza y yo nos disponíamos a irnos a buscar más pistas el niño nos paró.

—Una cosa más, la vecina Dolores pasaba por allí cerca cuando me cogieron —dijo el niño.

Mendoza y yo nos fuimos corriendo al aparcamiento a coger el coche cuando vi al cuervo volar

por encima de su coche a unos cuantos metros en círculos, cuando soltó un papel en nuestras

cabezas que decía:

“Esta vez he fallado dentro de poco quedará otro cadáver sin vida”

Rápido Mendoza ya estaba marcando el número de Luis para informarle de la carta.

—¿Diga? —dijo Luis.

—Le llamamos para informar de una carta del asesino amenazando con otra muerte no dentro

de mucho —dijo Mendoza.

—¿Hace cuánto que les llegó esa carta? —preguntó Luis

—Ahora mismo, no tenemos mucho tiempo, hemos hecho unas preguntas a Daniel el último

niño que ha intentado asesinar, nos ha dado algo de información. Tenemos que ir a interrogar a

una vecina cercana que probablemente le vio, no tenemos mucho tiempo —le dijo Mendoza.

—Vale, infórmeme de más novedades —dijo Luis.

Se despidieron y colgaron.

Mendoza y yo montamos al coche y fuimos corriendo a la casa de Dolores.

Cuando llegamos a su casa le hicimos algunas preguntas, Dolores les respondió con amabilidad.

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—Les puedo decir que el señor de la silla de ruedas fue el que apuñaló al niño. Cuando lo vi, grité

lo más fuerte que pude. El asesino soltó niño y salió corriendo.

—Debemos ir ya —dijo Mendoza.

Mendoza y yo cogimos nuestras libretas de apuntes nos despedimos y nos fuimos a buscar el

coche para informar a Luis de la información.

-Lara Martínez Pérez-

Capítulo 16

Al llegar Mendoza y yo al lugar en el que se encontraba Luis sentí una mirada desde lo

lejos pero al girarme allí no había nada.

—Es muy raro todo lo que está pasando alrededor de este caso —pensé.

Aleje todos esos pensamientos de mi cabeza para poder centrarme completamente en

todos los misterios y asesinatos en los que estábamos envueltos.

Mendoza y yo le contamos todo lo que nos había dicho anteriormente Dolores. La cara

de Luis estaba muy pálida, Mendoza me miró muy extrañado.

—Luis, ¿qué pasa? —dijo, Mendoza.

—Desde que no estáis hemos encontrado muchas cosas… —Luis calló, parecía al filo del

llanto.

—Luis, cuéntanos —dije con impaciencia.

—El asesino… Tiene… Un diario con todas las víctimas… —Luis no pudo seguir hablando,

rompió a llorar.

—¿Cuál es el problema? —dijo Mendoza con una mirada compasiva.

—También están las posibles próximas victimas —dijo Luis cada vez más nervioso.

—Mejor, así podemos protegerles. ¿No? —dijo Mendoza a la vez que soltaba un gran

suspiro de alivio.

—No… —dijo Luis que no pudo continuar hablando.

Yo lo entendí, algo muy grave le pasaba a Luis.

—Enséñame el diario —dije seriamente

Con las manos temblorosas Luis me entregó un viejo cuaderno de cuero con las iniciales

R.T en la portada. Lo que vi al abrirlo me dejó petrificado.

—¿Qué pone? —me dijo Mendoza con una mirada de preocupación

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—Le conozco… Este hombre fue un asesino al que disparé, no llegué a matarlo, pero

quedó en silla de ruedas. Me tiene guardado rencor desde aquello. Aquí dice que todo

lo hace por darme una lección. Espera… Luis, esta “próxima víctima” es tu hijo… —miré

a Luis que asintió sollozando.

En ese preciso momento el teléfono de Luis comenzó a sonar.

—¿Quién es? —dijo Luis

Dejó de llorar, su cara cambió de tristeza a enfado. Tras decir alguna grosería, colgó.

—Será desgraciado… —dijo Luis con un gran cabreo.

-Esther García Iglesias-

Capítulo 17

Después de colgar nos contó todo a Mendoza y a mí, le dijimos que no se preocupara que todo iba a salir bien (de todas formas no podíamos decirle otra cosa para que dejara de llorar por un segundo.)

Decidimos volver al apartamento para estar más calentitos y secos ya que empezó a llover y de paso descansar un poco para el día siguiente aunque ninguno pudimos dormir tras aquel trágico momento.

Al día siguiente mientras desayunábamos Luis me pregunto si llegué a saber el nombre real de R.T. Yo le respondí:

—Tú le conoces muy bien, él se llama Ramón Torres.

—M... mi hermano, pe... pero no puede ser él quiere mucho a su sobrino —nos dijo conmocionado.

—Lo siento —contestó Mendoza.

—Un momento, ¿y si tu hermano no quiere hacerle daño y si solo lo hace para hacerte daño a ti? —le dije pensando en la situación.

—Pero ¿porque matar a otras personas? —dijo él con cierta duda.

—Igual tiene un a liado —dijo rápidamente Mendoza.

Tras la charla Luis decidió llamar a la policía como anónimo y enviarles a la casa de su hermano mientras nosotros íbamos en dirección a una cueva donde siempre jugaban su hijo y su hermano ya que dedujo que podían estar allí por los recuerdo pasados. Pasadas unas horas llegamos a la cueva pero no había nadie, decidimos investigar por si había pistas de si habían estado allí, Mendoza encontró una carta en la que ponía:

“Hola hermano por lo que he oído ya sabías que era yo así que no te puedo sorprender, una lástima por mi parte. Si has venido por mi sobrino llegas tarde, aunque voy hacer hoy algo bueno te voy a decir donde le encontrarás, estará en casa de madre y padre.

PD: Recuerda dónde nos escondíamos para que papá y mamá no nos encontrasen.”

—Ya sé dónde está —dijo con rapidez.

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—En la casa donde vivíais antes ¿no? —dije con duda.

—No, donde se escondían mi hermano y mi hijo —dijo con deducción.

—Pues vamos entonces —dijo con energía Mendoza.

Seguimos a Luis en todo el camino ya que no sabíamos a qué se refería. Al llegar vimos que era la casa donde vivían Dulce (la exesposa de Luis) y él. Fuimos a la tercera planta donde estaba la habitación de ellos, al entrar seguimos hasta un hueco en la pared donde vimos al niño llorando, tenía sangre por todas partes, no sabíamos de quién era la sangre pero estaba a salvo acabos de unos minutos a pareció Ramón y detrás la Policía y una ambulancia para ver cómo estaba el niño, cuando le estaban haciendo el chequeo vieron una cicatriz en el estómago y tras los rayos X vieron que tenía una bomba a distancia y desde uno de los coches de policía se oían unas carcajadas.

Después de unos días en el quirófano ocultado por una mascarilla estaba el aliado que se estaba asegurando de que no pudieran sacar la bomba y cuando estuvieron a punto de sacar la bomba el cuervo apareció y se llevó al niño y junto a él se fue el aliado experto en bombas o eso es lo que dijo la Policía para que la prensa parara de hacer daño con sus preguntas a Luis que estaba llorando en un banco después de ese día seguían apareciendo más cadáveres excepto el que Luis extrañaba.

-Sherezade López Cobo-

Capítulo 18

Pasaron semanas y meses desde la desaparición del hijo de Luis, a lo largo de bastantes

semanas, seguían apareciendo varios cadáveres, cada vez más frecuentemente, lo cual

no dejaba de molestarnos.

A día de hoy han desaparecido unos cuarenta niños y treinta jóvenes, la mayoría

menores de edad.

Notábamos que cada vez teníamos más pistas sobre por qué tenía tantas ganas de

descuartizar tanto a niños como a jóvenes.

De repente algo interrumpió mis reflexiones, ese algo fue el sonido de mi teléfono móvil.

—García, hace un rato me llamó Luis , diciéndome que… bueno , mejor que te lo diga él.

Hemos quedado ahora en el Sardinero , junto al campo de fútbol.

—Está bien , cogeré el coche e iré rumbo hacia allí —le respondí

—Hasta ahora —se despidió Mendoza

—Hasta ahora —me despedí yo .

Cogí el coche rumbo hacia el sardinero, llegue y me encontré a Luis llorando

desconsoladamente y a el Sr. Mendoza intentándole calmar .

—¿Qué ha pasado Luis? ¿ Te encuentras bien? —le pregunté preocupado

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—No, no está bien, estaba dando un paseo cuando llegó el cuervo y le dio una carta —

me respondió Mendoza entregándome la carta .

La leí y me estremecí. Ponía que el niño estaba perdiendo mucha sangre, estaba

luchando por sobrevivir y soñaba con volver a ver a su padre dentro de poco, también

ponía que si no encontrábamos el escondite del asesino en cuarenta y ocho horas, el

niño moriría y que las muertes seguirían acechando durante años .

—¿ Qué hacemos? —preguntaron al mismo tiempo Mendoza y Luis

Yo me quedé pensando, casi petrificado, no podía hablar, estaba totalmente bloqueado.

-Aroa Gómez Gómez-

Capítulo 19

Todos estábamos muy asustados por la tremenda noticia recibida. Fuimos en busca del

asesino para que no acabara con la vida de muchas más personas inocentes, como

sentíamos que iba a pasar con el hijo de Luis. Cuando de repente vimos la sombra de un

hombre robusto, apagado. Fuimos detrás de este cuando sin esperarlo se giró

bruscamente, frunció el ceño y puso su mirada firme encima de nosotros y…

Como por arte de magia apareció de nuevo el cuervo tiró una carta, le miramos

fijamente y el hombre huyó.

Luis no se atrevía así que me dispuse a abrirla.

En ella decía: “estoy muy cerca de vosotros, más de lo que vosotros os pensáis”; por

último ponía la postdata: “os quedan veinticuatro horas para encontrarme de lo

contrario mataré al niño de la forma más cruel”.

Pasaban las horas y cada vez más desesperados por encontrar a ese maldito hombre

que ha destruido muchas vidas…

Un rato más tarde ocurrió algo muy raro y que obviamente no lo esperábamos vimos a

un niño, bueno más bien el hijo de Luis. Él fue corriendo hacia él ¡y se llevaron a Luis con

su hijo en una furgoneta destartalada! Al parecer ellos a quien de verdad querían era a

Luis.

La incertidumbre nos comía por dentro estábamos tan asombrados que ya no sabíamos

que poder hacer para encontrar al asesino y salvar a Luis y a su hijo.

Después de unos diez minutos largos pensando Mendoza y yo nos dimos cuenta que el

cuervo tenía que volver para advertirnos que se nos acababa el tiempo (o eso creíamos)

le estuvimos esperando hasta que volvió cómo no con otra carta, decidimos ponerle una

trampa pero al parecer no nos sirvió de mucho ese cuervo es más listo de lo que nosotros

creíamos, ¡ah! la carta en ella decía que nos quedaban doce horas, el tiempo pasa muy

rápido y no sabemos qué hacer.

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—Mendoza, ¿estás viendo eso?

—Pero… ¿esa no es la furgoneta en la que se llevaron a Luis y a su hijo?

—Sí Mendoza sí.

Inmediatamente cogimos nuestro coche y salimos tras ella, logramos alcanzarla ya que

era un poco vieja y no andaba muy bien que se diga, se dirigen hacia las afueras de la

ciudad.

—¡Mira García!

—¿Pe...pe...pero ese no es Luis?

—No veo muy bien Mendoza.

Pensábamos haber visto a Luis pero no estábamos al cien por cien seguros por ello

decidimos ir a mirar.

Esperamos a que aquella destartalada furgoneta se marchara y entramos en la casa

había un hombre muy parecido al que vimos hace poco (robusto, enfadado…) Mendoza

y yo creíamos que ese era el asesino nos quedaban tan solo dos horas pero teníamos la

esperanza de encontrar a ese asesino aunque pensamos bien y… Luis era policía quién

nos iba a decir a nosotros que Luis no haya logrado o no vaya a lograr escapar de donde

este (si es que está aquí) pero como por desgracia no sabíamos nada teníamos que

seguir buscándolos.

De repente encontramos a una chica deambulando por la casa cuando nos vio estuvo a

punto de gritar porque al parecer también intentaba escapar le dijimos:

—¿Tú alguna vez has visto en esta casa un niño junto con un hombre unos treinta años

mayor que él?

—No puedo decirte mucho porque me trajeron aquí ayer pero yo no he visto a nadie en

esta casa más que yo y otra niña de unos diez años.

—¿Puedes llamar a la otra chica?

Rápidamente y sin apenas hacer ruido nos las llevamos para que pudieran dar

testimonio de lo ocurrido o por lo menos describirnos al asesino, si es que era el que

habitaba en esa espeluznante casa.

Ellas nos dijeron que ayer trasladaron a alguien (ellas no sabían ni su aspecto ni su sexo

ni nada) a otro lugar al parecer ellas les escucharon decir que se iban a otro apartamento

corriente de la ciudad, para no levantar sospecha. Nosotros creímos que podían ser ellos

entonces llamé al cuerpo de Policía para que rastrearán que apartamento acababa de

ser comprado o alguna pista que sería clave para salvarles, tan solo teníamos veinte

minutos.

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Los del cuerpo de Policía me llamaron para decirnos que cada vez había más

muertos: dos hombres han aparecido junto a la playa muertos esta vez siendo

degollados.

Desgraciadamente al hijo de Luis ya le dábamos por muerto porque ya habría perdido

mucha sangre, diez minutos el tiempo se acababa y Mendoza y yo seguíamos intentando

buscar alguna pista por mínima que sea cuando de repente vimos algo muy muy muy

extraño…

-María Gutiérrez García-

Capítulo 20

Deambulando por las calles de Santander, con la desilusión de que Luis ya estaría

muerto, nos encontrábamos en un callejón sin salida, las pistas que teníamos no nos

ayudaban en nada a encontrar al niño, vivo o muerto.

Pero algo en mi interior me decía que todavía podíamos salvarle.

—¡La esperanza es lo último que hay que perder! —le dije a Mendoza mientras giramos

hacia un callejón sin salida.

En ese momento un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y un frío helador invadió la

calle, nos detuvimos y pudimos ver al final del callejón la silueta de un cuervo. Este se

giró hacia nosotros, nos miró con esos ojos de color fuego intenso y nos dijo entre

graznidos:

—El niño todavía no ha muerto, veo que no sois los hombres que esperaba, os dais por

vencidos enseguida, aquí tenéis una pista de donde podría estar.

Desapareció volando dejando caer algo con varias de sus plumas, nos acercamos

corriendo hacia lo que habíamos visto caer, era una foto antigua en blanco y negro en

una casa en la que se podía distinguir unos ventanales con barrotes. Parecía un hospital.

En ese momento recordé un caso antiguo que ocurrió en el hospital de Isla Pedrosa.

Fuimos corriendo a mi casa, estaba toda revuelta y olía a madera vieja mezclada con

olor a comida putrefacta y alcohol. Rebusque entre mis papeles y allí estaba “asesinato

en Isla Pedrosa”, antiguo hospital abandonado, caso sin resolver, no se supo cómo había

aparecido el cuerpo de aquella adolescente, maniatada y torturada. Mendoza se dirigió

a mí diciendo:

—Tenemos que ir corriendo hacia ese lugar —dijo con cara de preocupación.

—Cogemos mi coche, no hay tiempo que perder —le contesté.

Al llegar a aquel hospital abandonado pudimos ver a Luis atado a una silla

desangrándose y con un símbolo tatuado en la frente. Cuando lo vieron se dijeron entre

ellos:

Page 25: Prólogo · 2017-10-16 · Me abrí paso entre ellos murmurando algo ininteligible y me colé por debajo de la cinta amarilla del precinto policial. Un joven agente se me acercó

La gran aventura de 2ºC

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—¿De quién es esa letra? —dije.

—No sé, será del asesino o de otra persona que va a matar —dijo Mendoza

—Vamos a mi casa a investigar —dije.

—No, primero hay que llevar a Luis al hospital a que le curen las heridas —dijo Mendoza.

Primero fuimos al hospital a llevar a Luis y después acudimos a mi casa para investigar

el caso. Rebuscando entre los papeles comenzamos a creer que la letra podía ser la del

asesino porque vimos un archivo del caso y nos dimos cuenta de que la letra que tenía

Luis en la frente tatuada era la misma.

-Alejandra Araujo Muela-