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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL CENTRO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS CARRERA DE HISTORIA
FRAGMENTOS DEL PASADO, SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA
Y REPRESENTACIÓN SOCIAL DEL LEGADO PATRIMONIAL
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN EL ESPACIO URBANO DE
BUENOS AIRES.
(1700-1767)
TESISTA: YESICA AMAYA
DIRECTORA: Dra. ANDREA REGUERA
SEPTIEMBRE DEL 2007
2
INDICE
AGRADECIMIENTOS 4
INTRODUCCION 5
1- PRIMERA PARTE: 7
CONSIDERACIONES TEÓRICO-METODOLOGICAS E HISTORIOGRAFICAS
1.1- Planteo del problema
- Los enfoques historiográficos sobre la Compañía de Jesús
- Los criterios de la periodización
- Las dimensiones de la investigación
1.2- El estado de la cuestión historiográfica
- Los estudios sobre los bienes temporales de los Jesuitas
- Algunas consideraciones sobre los estudios de las Misiones Jesuitas
- El surgimiento de los estudios sobre el clero regular y secular
1.3- Las Fuentes
2- SEGUNDA PARTE: CONTEXTO HISTÓRICO 42
2.1- Los orígenes de la Compañía de Jesús
2.2- El surgimiento de los Colegios y su función en el seno de la Orden
2.3- La Compañía de Jesús en América
2.4- Las Reformas Borbónicas en el Río de la Plata: La Reforma Eclesiástica del
siglo XVIII
2.5- La expulsión de la Compañía de los territorios americanos
3- TERCERA PARTE: LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN BUENOS AIRES 62
3.1- La Compañía de Jesús en el Río de la Plata
3.2- Los Colegios en la Provincia Jesuita del Paraguay
3
3.3- El Colegio de Buenos Aires:
- Dimensión Social: influencia de la Orden en la ciudad de Buenos Aires.
- Dimensión Económica: Vinculación del Colegio a la economía local o regional.
- Dimensión Política: la relevancia de Colegio y de la Orden en el proceso de expansión de
mediados del siglo XVIII.
- Dimensión Cultural: El legado patrimonial de la Compañía de Jesús.
CONSIDERACIONES FINALES: 98
Los cambios del siglo XVIII: redefiniciones del Colegio en vísperas de la expulsión
ANEXO 103
Imágenes y Mapas.
BIBLIOGRAFIA Y FUENTES 112
4
AGRADECIMIENTOS
En el proceso de elaboración de esta tesis de licenciatura, profesores, colegas, amigos
y familiares, me acompañaron incondicionalmente. A ellos les debo un profundo
agradecimiento.
A Miriam, quien me transmitió desde un principio su gusto y apasionamiento por la
Historia Colonial y me brindo a su lado un espacio de crecimiento intelectual y personal. Le
debo a mi Directora, Andrea las palabras de aliento y el acompañamiento académico
necesario. A mis amigos y colegas, su paciencia, y acompañamiento y la confianza que me
transmitieron en todo momento. En lo personal, a mis padres, mi hermana y Sergio, quienes
siempre apoyan con amor e incondicionalmente todas mis decisiones.
5
INTRODUCCION
Abordar el estudio de la presencia de la Compañía de Jesús en la ciudad de Buenos
Aires, es el desafío de esta Tesis de Licenciatura. El periodo escogido es entre los años 1700 y
1767, momento de la expulsión de la Orden de los territorios españoles en América. Para
centrar luego la atención en el Colegio de la Compañía en el contexto del Buenos Aires
colonial.
Se analizan, principalmente, las relaciones del Colegio con la sociedad local, el poder
político, y los vínculos económicos forjados en la ciudad y en la región. Todo ello en el marco
de los cambios que, a partir del siglo XVIII, introducen los Borbones en el Río de la Plata.
Las fuentes disponibles, Crónicas y Diarios de Viaje de los jesuitas que recorrieron la
Provincia Jesuita del Paraguay desde principios del siglo XVIII, aportan información
sustancial sobre el rol y las funciones del Colegio de Buenos Aires en el contexto de la
política de la Corona y en relación a la sociedad local. Así como permiten dimensionar los
intereses de la Orden, en la ciudad portuaria y en la expansión territorial iniciada en las
primeras décadas del 1700.
En principio, la producción historiográfica se ha concentrado casi exclusivamente en
las Misiones Jesuitas, reduciendo la importancia de los Colegios en el proyecto total de la
Compañía y, junto con ello, el rol desempeñado por la Orden en las ciudades
hispanoamericanas.
Los Colegios constituían para la Compañía una estrategia de supervivencia, una
solución práctica para la formación de sus miembros, un instrumento de acción al servicio de
la modernidad, y un objetivo claramente definido ante los ojos de la sociedad, el Papa y la
Corona. Los jesuitas logran conquistar un lugar que ninguna otra Orden religiosa había
ocupado, y responder a una demanda social. Para los intereses de la Corona, representan un
soporte de la acción evangélica, y para la sociedad local, son los creadores de las primeras
escuelas y Universidades, principalmente en las ciudades Hispanoamericanas.
Planteado como objetivo central el estudio de la dimensión social, política y
económica que atraviesa a la Compañía de Jesús en Buenos Aires, nos proponemos también
un análisis que contemple las representaciones existentes en el pasado y en el presente sobre
la Orden de San Ignacio. Para ello, tomamos consideración de la mirada actual sobre el lugar
6
ocupado por los jesuitas en el espacio urbano de Buenos Aires, definido hoy como la
“Manzana de las Luces Jesuita”, y considerado patrimonio histórico de la ciudad.
Sin duda, las temáticas planteadas se complementarían y enriquecerían con el análisis
de fuentes más diversas, en este sentido, el objetivo es desarrollar, en la Tesis de Doctorado,
muchas de las cuestiones que aquí se exponen.
El desarrollo de la tesis se estructura de la siguiente manera: una primera parte teórico
metodológica e historiográfica, donde se plantean los temas y las problemáticas a tratar, la
crítica historiográfica correspondiente, y la presentación y tratamiento de las fuentes
disponibles a utilizar.
Una segunda parte, referida al contexto histórico en el que surgió la Compañía de
Jesús, la creación y función de los Colegios de la Orden, seguido por un breve recorrido de la
llegada de los jesuitas a América, y las Reformas introducidas por la Dinastía de los
Borbones, que afectaron directamente a la Compañía en América.
Por último, una tercera parte, que constituirá el corpus central de la tesis, donde
abordaremos, la presencia de la Compañía en la ciudad de Buenos Aires, esto implicará tener
en cuenta el contexto de la Orden en la Provincia Jesuita del Paraguay, para introducirnos en
las relaciones que a un nivel social, económico y político mantuvieron los ignacianos, en el
contexto de los cambios del siglo XVIII, para finalmente demostrar las redefiniciones que la
Orden se plantea como estrategia de supervivencia y adaptación.
7
1- PRIMERA PARTE
1.1-Planteo del problema
La presente temática de investigación surge de plantear la siguiente inquietud del
presente: ¿cuál es el rol que actualmente cumplen aquellos lugares que la memoria ha
designado como parte del patrimonio histórico? En particular, ¿cuáles son los significados que
se le atribuyen hoy a la denominada “Manzana de las Luces Jesuita” en la ciudad de Buenos
Aires?
Para el desarrollo de esta investigación, planteamos un estudio de historia
retrospectiva del legado patrimonial de la Orden del presente hacia el pasado. De allí surge la
segunda problemática, ¿cuál era, en la Colonia, la relevancia del proyecto de la Compañía de
Jesús en la ciudad de Buenos Aires?
En principio, proponemos cuatro instancias de desarrollo que constituyen, al mismo
tiempo, un principio de periodización:
1) La presencia de la Orden desde su llegada hasta su expulsión
2) El momento de la expulsión y el periodo virreinal
3) El periodo independiente, el retorno de la Orden durante el rosismo,
hasta la etapa de construcción y consolidación del Estado Nación
4) Y el presente para comprender la resignificación del legado jesuita
como parte del patrimonio histórico de la ciudad y del país.
De todas estas posibles dimensiones, que se plantean como una investigación a futuro,
en esta instancia, nos concentraremos en los últimos momentos de la Orden en Buenos Aires
y en su expulsión, dependiendo para ello de los criterios que surjan, de las fuentes
disponibles. Principalmente, las crónicas y diarios de viaje que dejaron los padres jesuitas
que recorrieron el Río de la Plata entre los siglo XVIII y XIX. En la continuidad de la
investigación, abordaremos las representaciones construidas luego de su expulsión.
Uno de los objetivos del presente proyecto de investigación es analizar los usos y
significaciones del legado patrimonial de la Compañía de Jesús en la ciudad de Buenos Aires.
Para ello, partimos de una mirada contemporánea de la “Manzana de las Luces”, considerada
8
patrimonio histórico,1 para remontarse al período colonial y al accionar de la Orden jesuita en
las últimas décadas del siglo XVIII hasta el momento de la expulsión de la Compañía. En este
sentido, el desafío es estudiar las representaciones que dan sentido al universo jesuita en el
Buenos Aires colonial, así como avanzar en el análisis de la construcción y posterior
percepción de ese universo luego de la expulsión.
En la actualidad, la denominada “Manzana de las Luces” forma parte del patrimonio
histórico de la ciudad de Buenos Aires y de la cultura argentina, es decir, aquello que Pierre
Nora ha denominado “los lugares de la memoria”,2 que cumplen la función de transmitir de
generación en generación los recuerdos no vividos que arraigan en una identidad
determinada. Será preciso indagar en el o los momentos históricos en los que se da sentido a
dicha noción de lo patrimonial como lugares, sitios y objetos que es necesario preservar del
paso del tiempo.
Las representaciones del universo jesuita, producidas en múltiples contextos que le
dan sentido, se estudiarán a partir del marco teórico propuesto por Roger Chartier,3
considerando que los usos e interpretaciones de los espacios controlados por la Orden se
inscriben en las prácticas que las producen e implican una construcción de sentido particular.
El accionar y las prácticas de la Orden en la ciudad de Buenos Aires no pueden comprenderse
fuera de los grupos –la sociedad colonial porteña– que le dan sentido. Así como tampoco
podemos dejar de contemplar a la Compañía como un grupo social, e incluso al clero regular
en su conjunto.4
Según Roger Chartier, no existen prácticas ni estructuras que no sean producidas por
las representaciones, contradictorias y enfrentadas, por las cuales los individuos y los grupos
dan sentido al mundo que les es propio. Argumenta que las diferencias culturales no se
1 En 1971 se crea la Comisión Nacional de la Manzana de las Luces, dependiente de la Dirección Nacional de
Patrimonio y Museos de la Secretaria de Cultura de la Nación. Dicha comisión se platea como objetivos
principales: la restauración y conservación de los edificios históricos, la investigación con relación a las
instituciones y personajes que desfilaron por la Manzana de las Luces, y la refuncionalización de los edificios a
través de la actividad cultural. 2 Pierre Nora, “La fin de l’histoire.mémoire” y André Chastel, “La notion de patrimoine”, ambos en Pierre Nora
(Dir.), Les lieux de mémoire, Paris, Gallimard, T. I: La République y T. II: La Nation. También, Jacques Le
Goff, Pensar l’historia, Barcelona, Altaya, 1995. 3 Roger Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural, Barcelona, Gedisa, 1995 y Au
bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude, Paris, Albin Michel, 1998. También, Bernard
Lepetit, Carnet de croquis. Sur la connaisance historique, París, Albin Michel, 1999. 4 De esta manera es analizado por: Susan Socolow, Los mercaderes del Buenos Aires virreinal: Familia y
Comercio, Buenos Aires, Ediciones De la Flor, 1991; y Ganster, Paul, “Religiosos”, en L. Hoberman y S.
Socolow (comps.), Ciudades y Sociedad en Latinoamérica Colonial, Buenos Aires, FCE, 1992.
9
explican necesariamente por divisiones sociales previas. Por lo tanto, la “historia social de
usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e inscriptos en
las prácticas específicas que las producen…” permite, “prestar así atención a las condiciones
y los procesos que muy concretamente llevan las operaciones de construcción de sentido… es
reconocer, en contra de la antigua historia intelectual, que ni las inteligencias ni las ideas son
desencarnadas y, contra los pensamientos de lo universal, que las categorías dadas como
invariables, ya sean filosóficas o fenomenológicas deben construirse en la discontinuidad de
las trayectorias históricas.”5
A partir de estas nociones, Chartier postula la importancia de privilegiar un análisis
que atienda a las representaciones colectivas e identidades sociales, de esta forma surgen dos
interpretaciones: una, que piensa en la construcción de las identidades sociales como
resultantes de una relación forzada entre las representaciones impuestas por aquellos que
poseen el poder de clasificar y designar, y la definición que cada comunidad produce de sí
misma; y otra, que considera la división social como la traducción que cada grupo hace de sí
mismo, y por lo tanto de su capacidad de hacer reconocer su existencia a partir de una
exhibición de unidad.
Esto implica trabajar en las “luchas de representación”, en un alejamiento de la
historia social dedicada al estudio de las luchas económicas, para regresar a lo social a partir
de las estrategias simbólicas que determinan posiciones, relaciones, y que construyen para
cada grupo o clase un ser-percibido constitutivo de su identidad.
En este sentido, se intentará analizar a la Compañía de Jesús en el espacio urbano del
Buenos Aires colonial, considerando a la sociedad porteña, y el contexto de representaciones
en el cual la Orden actúa. Esto nos permitirá abordar diferentes dimensiones que atraviesan
nuestro análisis, para avanzar hacia la comprensión de las representaciones construidas en el
seno de la propia Orden.
Por otra parte, se considera importante contemplar un nivel de análisis que atienda,
desde el presente, a la significación histórica del legado patrimonial de la Compañía de Jesús.
Es decir, contemplar, desde una perspectiva histórica, los sucesivos procesos de significación
y resignificación que influyen actualmente en la percepción que existe sobre la presencia de la
Orden en Buenos Aires. Este proceso se halla mediado por aquello que la memoria tendió a
5 Roger Chartier, El mundo como representación… op. cit., pp. 53.
10
preservar merced a lo que olvidó, y puede permitir una mayor comprensión de las
representaciones y significaciones que en el pasado y en el presente se construyen en torno a
la Compañía de Jesús. Estas cuestiones se plantean como un aspecto central para el desarrollo
de una investigación futura, en esta instancia nos limitamos a enunciarla de una forma mas
retorica que especifica de esta etapa de la investigación.
Existe además, otra dimensión de la memoria6 que es necesario contemplar.
Generalmente, se hace referencia a la influencia de los jesuitas en la cultura de América –
principalmente en el ámbito educativo e intelectual–, a partir de su importante presencia desde
los tiempos coloniales. Tanto es así que los miembros de la Compañía aparecen como los
portavoces de la propia historia de la Orden –así lo veremos en las innumerables obras
escritas por los Padres jesuitas desde el siglo XVI hasta el presente–, este fuerte influjo en la
construcción de la memoria histórica se hace presente, con diferentes grados de importancia,
en las áreas donde los jesuitas se asentaron durante la colonia. En este sentido, creemos
importante incluir algunos elementos de comparación entre la influencia de los jesuitas en el
Río de la Plata, y en Buenos Aires en particular, en relación con la presencia y la acción de los
jesuitas desplegada en Brasil7, en particular en el área denominada como Región Platina. Cabe
aclarar que este nivel de análisis se espera desarrollar con mayor profundidad en estudios
posteriores.
Los enfoques historiográficos sobre la Compañía de Jesús
La historiografía abocada al estudio de la Compañía de Jesús, y surgida en el seno de
la misma Orden, ha generado, desde el siglo XVIII, numerosas obras realizadas por los
mismos ignacianos, que encontraron en la imagen misma de autonomía, autosuficiencia,
cohesión, obediencia y jerarquía, que ellos demostraban, un arma de doble filo. Fueron estos
mismos argumentos, exaltados, de los cuales se valieron sus detractores en el siglo XVIII,
para conformar una corriente antijesuítica en Europa, con especial fuerza en Portugal.
6 Para una ampliación bibliográfica: Michel Pollak, “Memória e identidade social”, en Revista de Estudos
Históricos, Río de Janeiro, Vol. 5, Nº 10, 1992 y “Memória, esquecimento, silencio”, en Revista de Estudos
Históricos, Río de Janeiro, Vol. 2, Nº 3, 1989, y François- Xavier Guerra, “Memórias en transformação”,
traducción y adaptación de la introducción de Guerra, F. J. (org.), Memoires en devenir. Amérique Latine, XVI e
XIX siêcle, Bordeaux, Maison des Pays Ibériques, 1994, traducción de Jaime de Almeida, en Revista ANPHLAC,
Nº 3, 1995. 7 A modo de ejemplo para esta cuestión mencionamos: Leandro Karnal, “Memória infinita para gloria de Deus:
os jesuítas e a construção da memória”. Em Revista Tempo Brasilero, N° 135, octubre-noviembre, 1998, y
Socorro de Fátima Pacífico Vilar, A invenção de uma escrita. Anchieta, os jesuítas e suas Histórias, Porto
Alegre, Edipucrs, 2006.
11
Durante gran parte del siglo XIX y XX, ambas posturas se desarrollaron por caminos
irreconciliables. Alejadas de las posturas apologéticas, el panorama historiográfico de la
segunda mitad del siglo XX favorece el surgimiento de numerosos estudios dedicados a la
Compañía de Jesús en América. Sin duda, por entonces el centro de interés se hallaba en las
Misiones Jesuíticas, reducto principal de la “utopía jesuita”.
Al mismo tiempo, la Historia de la Iglesia transitaba por caminos que iban desde
visiones estrictamente teológicas a historias de la Iglesia centradas en la acción de la jerarquía
eclesiástica desde una perspectiva institucional. El inicio, –hacia las décadas de 1970 y 1980–,
de lo que R. Di Stéfano8 denomina como “Nueva Historia de la Iglesia” –en la medida que la
historia y la teología se independizan–, y de la mano de las nuevas perspectivas provenientes
de la Historia Social y de la Nueva Historia Cultural, propician una renovación en los estudios
de la Iglesia.
Paralelamente, los estudios sobre las Misiones Jesuitas se enriquecen con los nuevos
métodos y perspectivas provenientes de la Etnohistoria, la Historia Social y la Historia de las
Mentalidades. Esto ha permitido conocer más sobre las sociedades indígenas que vivían en las
misiones, y una mayor comprensión de la “mentalidad del misionero”. Los trabajos sobre las
misiones incorporan el espacio de frontera como objeto de estudio al incluir la dimensión de
las relaciones interétnicas.
Lo que podríamos definir como una “Nueva Historia de las Misiones”, y la “Nueva
Historia de la Iglesia”, confluyen en una visión que permite repensar el rol de los misioneros y
arrojar luz sobre el clero regular en una dimensión social y relacional.
Un enfoque de estas características, que permita analizar el rol de los jesuitas en el
contexto del Buenos Aires colonial y la relevancia del Colegio de Buenos Aires en el proyecto
de la Compañía de Jesús en el Río de la Plata, carece de antecedentes claros, si bien podemos
tomar algunas referencias importantes al respecto.
Si bien la producción historiográfica sobre la Compañía de Jesús ha permitido conocer
la existencia, funcionamiento y organización de los Colegios de la Orden, la mayoría de ellos
tienden a reducir la importancia de los Colegios en el proyecto total de la Compañía en
América, y en el Río de la Plata en particular.
8 Roberto Di Stéfano, “De la teología a la historia: un siglo de lecturas retrospectivas del catolicismo argentino”,
Prohistoria, año VI, Nº 6, Rosario, 2002.
12
Por un lado, se afirma que la educación, como forma de apostolado, se halló presente
desde los inicios de la Orden de San Ignacio. Así, se relaciona la creación de los primeros
Colegios en Europa con la necesidad de formar miembros para la Compañía. Por otro lado,
gran parte de esta bibliografía se concentra en la filosofía educacional de la Orden9 y en la
importancia de los Colegios en estrecha vinculación con las ideas del humanismo vigentes por
entonces.
Sin duda, el origen y la fundación de los Colegios en América respondieron a
contextos diferentes y a motivaciones específicas del lugar y la época. Las obras existentes
sobre los Colegios Jesuitas en América ocupan un lugar de menor importancia si se compara
con el énfasis puesto en las Misiones.
Gran parte de la bibliografía sobre los Colegios de la Orden se concentran en la
filosofía educacional de la Compañía, en la importancia de los Colegios, en la estrecha
relación con las ideas del humanismo vigente por entonces. Al mismo tiempo, se desarrollan
los principios rectores de los establecimientos educativos, donde se pone de relieve la
importancia del mensaje ignaciano en la formación de los espíritus.
Las referencias más específicas al accionar de la Orden en Buenos Aires, se las
debemos al clásico trabajo de Magnus Mörner.10
Mörner elabora una obra general sobre las
actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Río de la Plata, trabajo que constituye,
sin lugar a dudas, una obra de referencia ineludible. Comienza con el desarrollo de la
Compañía en el Río de la Plata (1585), pasa luego por la constitución de la Provincia Jesuítica
del Paraguay, y concluye con la expulsión de la Orden en 1767. Es destacable la amplísima
información documental y crítica de fuentes que aporta sobre los jesuitas, constituyendo un
trabajo que aborda las actividades de la Orden en estrecha relación con el contexto de la
economía de la región, que actualmente comprende Brasil, Bolivia, Argentina y Paraguay.
La información aportada por entonces sobre los cambios políticos y económicos de la
Provincia Jesuítica del Paraguay, constituye un sustancial aporte sobre la situación de los
Colegios y las Misiones de la Orden en dicho territorio. A los efectos de nuestra
investigación, es sustancial la información que, de manera general, el autor aporta sobre la
9 Egídio Schmitz, Os Jesuítas e a Educação, a filosofia da Companhia de Jesús, São Leopoldo, Unisinos, 1994.
También, Leonel Franca, O metodo pedagogico dos jesuitas, Río de Janeiro, Agir, 1952. 10
Magnus Mörner, Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Río de la Plata, Buenos Aires,
Hyspamérica, 1986.
13
situación económica del Colegio de Buenos Aires, en el contexto de la economía local y
regional. Aunque su análisis no incluye los aspectos culturales y sociales de la Compañía en
el Río de la Plata.
Por otra parte, el historiador jesuita Guillermo Furlong, S. J.,11
desarrolla una extensa
obra que aborda la “Historia del Colegio del Salvador” desde sus orígenes hasta 1943. El
autor desarrolla la historia del Colegio en cuatro períodos: primero, desde 1606 a 1662,
cuando se hallaba ubicado en la Plaza de Mayo; segundo, de 1662 a 1767, fecha de la
expulsión, que incluye desde el traslado a la calle Bolívar, entre Alsina y Moreno, y el
crecimiento de esos años; tercero, desde el regreso de la Compañía de Jesús durante el
gobierno de Rosas, la reapertura del Colegio y su marcha desde 1836 a 1841; y finalmente, la
reapertura del Colegio en la calle Callao, en 1868, hasta el año 1943. Como se observa, el
recorte temporal responde principalmente a los cambios de ubicación del Colegio y a la
situación interna de la Compañía, no permitiendo contemplar el contexto en que ocurrieron
los hechos.
El autor destaca principalmente aquellas cuestiones que permiten comprender el
funcionamiento interno del Colegio, constituyendo una historia lineal de dicha institución,
aporta referencias específicas sobre la labor de los jesuitas en la enseñanza primaria y
secundaria, y posteriormente universitaria, el funcionamiento de la botica, los diferentes
rectores que tuvo el Colegio, entre otros aspectos. Se comprenderá que desde la publicación
de dicho libro hasta el presente, el conocimiento y las formas de abordar la temática han
variado ampliamente y se han diversificado.
Por otra parte, hallamos en los trabajos de Beatriz Vasconcelos Franzen,12
sobre los
jesuitas portugueses y españoles, importantes referencias a los Colegios en el sur de Brasil y
Paraguay y, concretamente, en Buenos Aires. La autora ha desarrollado diferentes obras que
abordan la cuestión de los Colegios Jesuitas, en muchas ocasiones desde una perspectiva
comparada entre Brasil y Paraguay. De ellos, rescatamos un análisis riguroso, basado en las
cartas anuas de la Provincia Jesuítica del Paraguay.
11
Guillermo Furlong S. J., Historia del Colegio del Salvador y sus irradiaciones culturales y espirituales en la
ciudad de Buenos Aires, 1617- 1943, Tomos I y II, Buenos Aires, Edición del Colegio del Salvador, 1944. 12
Franzen, Beatriz Vasconcelos, Jesuítas portugueses e espanhóis no sul do Brasil e Paraguai coloniais, São
Leopoldo, Unisinos, 2003, y Os Jesuítas portugueses e espanhóis e a sua ação missionária no Sul do Brasil e
Paraguai (1580- 1640). Um estudo comparativo, São Leopoldo, Unisinos, 1999.
14
Al mismo tiempo, la autora llama la atención sobre las diferencias en el proceso de
evangelización en el Brasil y en el Paraguay y, relacionado con ello, el rol que desempeñaron
los jesuitas en uno y otro caso. Si bien el centro de su interés se halla en la función de los
Colegios en la América portuguesa, y su vinculación con los intereses de la monarquía y los
colonos, aporta interesantes parámetros de comparación para pensar la situación de los
Colegios del Paraguay.
Finalmente, es necesario llamar la atención sobre las limitaciones encontradas a la
ahora de avanzar en la búsqueda y análisis de la producción bibliográfica existente sobre los
Colegios de la Compañía en la Provincia Jesuítica de Paraguay. Se considera muy importante
para el desarrollo posterior de esta investigación, avanzar en el conocimiento sobre los
Colegios en otros espacios cómo: Corrientes, Santiago del Estero, Santa Fe, y principalmente
el Colegio Máximo de Córdoba. Al respecto la producción historiográfica parece haber dejado
un vacio importante, si bien nuestro conocimiento sobre estos aspectos se halla aun en una
etapa exploratoria.
Los criterios de la periodización
El recorte temporal escogido responde, en parte, a una perspectiva que contemple el
accionar de la Orden en el contexto de la situación de la Corona española en Hispanoamérica.
Para ello, se presenta una importante diferenciación entre el siglo XVII y el siglo XVIII,
considerado una bisagra en la historia de los jesuitas en territorio americano, a partir de la
llegada al trono de la dinastía de los Borbones en España y, debido a la expulsión de la Orden
en 1767, una de las manifestaciones más claras y contundentes del regalismo borbónico.
Cuál fue el impacto para la Orden, y más aún, cómo fueron recibidos los cambios
introducidos por los Borbones por los ignacianos en la ciudad de Buenos Aires. Sin duda, y
tal como lo establece Magnus Mörner, los inicios del siglo XVIII encontraban a la Orden en
un momento de progresos pero, al mismo tiempo, en un período de redefiniciones,
fuertemente vinculado al mayor control ejercido desde España. La Compañía, se hallaba por
entonces, encabezando un gran número de viajes de exploración y conquista, vinculados, en
muchos casos, a los intereses de la Corona, que no necesariamente coincidían con los
intereses de los miembros de la Orden.
15
A partir de este marco general, tomamos la periodización propuesta por Magnus
Mörner, quien establece un período de progresos para la Orden entre 1669 y 1700,
íntimamente vinculado al crecimiento de Buenos Aires, y la “Era Borbónica” de 1700 a 1767,
claramente el período menos estudiado y, en el cual, queremos poner énfasis.
Tal como afirma Mörner, la historia económica de cada establecimiento jesuita se
inscribe en el contexto de la economía local, y el dinamismo económico del Colegio en
Buenos Aires reflejaba el desarrollo de la ciudad.13
Siguiendo el análisis del mismo autor, las
últimas décadas del siglo XVII se destacan como un período de progresos para la Orden en el
Río de la Plata, y en Buenos Aires en particular.
Desde su llegada a Buenos Aires, la Orden cumple un rol destacado en el comercio vía
Perú y con Brasil, así como otorgando préstamos y créditos a los comerciantes.14
Esta
cuestión se estudiará a la luz de lo propuesto por Susan Socolow para el Buenos Aires
virreinal.15
Básicamente, los vínculos que la autora analiza para el período virreinal entre la
Iglesia y las ordenes religiosas de la ciudad con los comerciantes porteños, permite conocer el
destino de algunas de las propiedades de los jesuitas luego de la expulsión en 1767. Por
ejemplo, los betlehemitas instalaron, en lo que formaba parte del sector de residencia de la
Orden, un hospital y la Hermandad de la Caridad recibió propiedades que habían pertenecido
a la Orden. ¿Será posible pensar que el control de las construcciones y de las propiedades de
los jesuitas en la ciudad de Buenos Aires implicó también un traspaso de vínculos y
relaciones sociales y de poder?
Por otra parte, el proceso analizado por Susan Socolow, en el período en el cual los
comerciantes se consolidan como un grupo social importante y poderoso en Buenos Aires, y
resultan los principales beneficiarios de la política borbónica, los coloca en roles destacados
vinculados al orden social, político, económico y religioso.16
Para el período que aquí se
13
Magnus Mörner, Actividades Políticas… op. cit pp. 27. Para una ampliación bibliográfica, véase, Joaquín
Gracia, Los jesuitas en Córdoba, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1940; Hermes Tovar Pinzón, “Elementos
constitutivos de la empresa agraria jesuita en la segunda mitad del siglo XVIII en México” y artículos de Tulio
Halperín Donghi y Juan Carlos Garavaglia, en E. Florescano (Comp.), Haciendas, Latifundios y Plantaciones en
América Latina, México, Siglo XXI, 1975; Nicholas Cushner, Lords of the Land: Sugar, Wine and Jesuit Estates
of Coastal Peru, 1600-1767, State University of New York Press, 1980 y Jesuit Ranches and the Agrarian
Development of Colonial Argentina, 1650-1767, State University of New York Press, 1983; Ana María Presta,
“Ingresos y gastos de una hacienda jesuítica altoperuana: Jesús de Trigo Pampa (Pilaya y Paspaya), 1734-1767”,
Anuario IEHS, n° 4, Tandil, 1989; Carlos Mayo, La historia agraria del interior. Haciendas jesuíticas de
Córdoba y el Noroeste, Buenos Aires, CEAL, 1994. 14
Ibíd., pp. 100-102. 15
Susan Socolow, Los mercaderes del Buenos Aires virreinal… op. cit. 16
Ibíd., Introducción.
16
analizará, 1700 a 1767, se plantea que la Compañía de Jesús, en Buenos Aires, mantenía
estrechos vínculos de poder económico y político con ese –por entonces incipiente– grupo de
comerciantes. ¿Se encontraría la Orden preparando el terreno para los cambios del siglo
XVIII?
Finalmente, a la luz de la bibliografía y del marco interpretativo escogido, se plantea
que el período que se extiende de 1700 a 1767 se puede denominar como un momento de
redefiniciones para la Orden en el ámbito local, a raíz de los cambios que en el siglo XVIII
comienzan a operarse en el seno de la monarquía española. Asimismo, los inicios del siglo
XVIII encuentran a la Orden en Buenos Aires planteando nuevas estrategias en relación a sus
vínculos económicos y ocupando un nuevo lugar en el emplazamiento de la ciudad. La
expulsión de la Orden significó el inicio de una nueva etapa en las representaciones del
universo jesuita dentro de la ciudad. Cabe preguntarse, y dilucidar, si el olvido o la “presencia
silenciada” dentro del ámbito del Buenos Aires virreinal, y durante el período independiente,
signaron el nuevo tiempo de la Orden.
Las dimensiones de la investigación
A los fines de esta investigación, se analiza, en el contexto del Buenos Aires colonial,
la función, relevancia y significado del Colegio de la Orden de San Ignacio a partir de
diferentes dimensiones. Se considera que, en el contexto de los inicios del siglo XVIII, el
Colegio Jesuita de Buenos Aires, desempeñaba un rol fundamental para las autoridades
españolas y para el proyecto de la Compañía en su conjunto, resta aun definir el alcance del
proyecto de la Orden en Buenos Aires, y la vinculación con los intereses de la Corona
española.
Cabe aclarar que denominamos “Colegio” al conjunto de edificaciones que poseía la
Orden en el Buenos Aires colonial, que comprende: la Iglesia, el Colegio, la biblioteca, las
residencias, la procuraduría y los claustros. Así como remite también, al sitio donde los
miembros de la Compañía se establecen en las ciudades. Los Colegios se hallaban a cargo de
rectores y cumplían, según los principios de la Orden, funciones educativas, se dedicaban al
cuidado de enfermos y a difundir la fe católica en las ciudades. Los Colegios basaban su
manutención en los alquileres de propiedades que poseían en la ciudad o en sitios cercanos y,
principalmente, en los ingresos provenientes de las haciendas. Esta dinámica permitía
17
mantener la tan preciada autonomía y autosuficiencia económica, uno de los principios
rectores de la Compañía.
Para analizar los diferentes ámbitos de influencia y las vinculaciones de la Orden de
San Ignacio con otros sectores de la sociedad porteña, se establecen diferentes dimensiones de
análisis:
- Una dimensión política, para establecer la relevancia de Colegio y de la Orden en la
ciudad de Buenos Aires como sitio estratégico para el control y el avance hacia territorios más
australes (esta constituiría la variable principal). Para ello, tomaremos como indicadores de tal
importancia, la existencia o no de expediciones hacia el interior del territorio, que partan
desde Buenos Aires. Así mismo, consideraremos el impulso dado a tales empresas por los
diferentes actores involucrados, ya sean los mismos jesuitas, la Corona o la sociedad local.
- Una dimensión económica, que toma como variable central el grado de vinculación
del Colegio con la economía local o regional, a partir de la producción de uno de los
productos mas importantes destinado al comercio que es el ganado, y el grado de
participación en el comercio de esclavos con los territorios portugueses. El Colegio Jesuita de
Buenos Aires, en muchas ocasiones, se menciona como un factor clave en el comercio ilegal,
que constituía la base del desarrollo de la ciudad. Resulta complejo definir su importancia en
esta actividad, así como el rol que cumplieron otorgando préstamos.
- Por otra parte, e íntimamente relacionado a lo anterior, una dimensión social, que
contribuya a determinar el grado de vinculación de los miembros de la Orden en la ciudad de
Buenos Aires con la sociedad porteña. Para ello, intentaremos analizar la influencia que la
Compañía ejercía a través de la educación, y fundamentalmente, indagar en los vínculos, más
difusos y complejos de definir, que la Compañía establecía con los diferentes sectores de la
sociedad colonial porteña, como: mulatos, negros, mujeres, indios, etc. Situación que los
colocaba generalmente en un rol de preeminencia dentro de la ciudad. Esta dimensión
enunciada en el desarrollo de la tesis, requiere de un análisis más minucioso, que constituye
también una proyección a futuro de dicha investigación.
- Por último, se considera relevante el análisis de una dimensión cultural o simbólica,
íntimamente vinculada a la influencia de la Compañía en el espacio urbano de Buenos Aires.
Se sugiere en esta dimensión de análisis, una perspectiva tendiente a analizar el rol de la
18
Compañía de Jesús en la construcción de una memoria histórica sobre la Orden que influye
aparentemente hasta nuestros días.
1.2-El Estado de la Cuestión Historiográfica
Las actividades y la presencia de los hombres de la Compañía de Jesús en el territorio
americano, desde su llegada hasta su expulsión, es un tema ampliamente estudiado. Sin
embargo, estos trabajos se focalizan generalmente en los grandes centros donde se
establecieron las principales Misiones Jesuíticas, como Perú, México, Paraguay y Brasil, y en
cuestiones tales como: la labor misionera, el funcionamiento de las reducciones, los modos de
evangelización de la Orden y el impacto de la misma, sin dejar de lado los aspectos políticos y
económicos vinculados al gobierno de la Orden.
Abordar el tema del accionar de la Orden Jesuita en la ciudad de Buenos Aires, es una
cuestión escasamente estudiada, más aún si se considera que la mayoría de los trabajos sobre
el Buenos Aires colonial se ocupan del período virreinal cuando la Compañía había
abandonado los territorios españoles.
El objetivo de este proyecto de investigación es analizar las representaciones sociales
de la Compañía en el Buenos Aires colonial, y sus vinculaciones y relaciones con otros
actores de la sociedad porteña. Para establecer algunas líneas de investigación a futuro, que
permitan considerar, luego de la expulsión en 1767, las posteriores resignificaciones del
legado material e inmaterial de la Orden, desde una perspectiva que contemple, como ya lo
dijimos, un estudio regresivo del presente hacia el pasado del legado patrimonial de la Orden.
Consideramos necesario, para enmarcar los estudios existentes sobre la Compañía de
Jesús en América, incluir, en principio, algunas referencias generales del estado actual de los
estudios sobre la Iglesia en América Latina.
La historia de la Iglesia en territorio americano se inicia, prácticamente, con la
conquista. De la misma manera, la historia de los jesuitas en América comienza con la llegada
de la Orden al continente. Desde los inicios, los relatos constituían narraciones, exposiciones
de la actividad de la Iglesia en América, o crónicas y biografías de personajes eclesiásticos. El
19
objetivo de estas obras era generalmente resaltar el brillo de la propia Orden, implícita o
explícitamente, deducido de la actuación de sus miembros.
La historia de los jesuitas en las Indias, en un principio, fue objeto de estudio de
eruditos o historiadores no profesionales. Muchos de estos trabajos son parciales en sus
análisis, constituyendo apologías de las actividades de la Orden en una época determinada.
Dichos trabajos, según algunos historiadores, destacan el rol civilizador de los misioneros y
encubren, trivializan o ignoran los aspectos negativos de ese rol. Asimismo, la historia de las
Misiones que la Iglesia realiza de sí misma, presenta la acción de los misioneros divorciada
del contexto de la política del gobierno colonial y de las relaciones sociales, políticas y
económicas.
Una diversidad de obras existentes sobre la Compañía de Jesús en América, responde
a las características mencionadas y son, en muchos casos, obras realizadas por los mismos
padres jesuitas. Ocupados, en un principio, en la realización de crónicas y diarios de viaje
(siglos XVII y XVIII), y luego en relatos apologéticos (siglos XIX y XX).17
En otras
ocasiones se trataba de historias de carácter general sobre la Compañía de Jesús en América,
en las que se resaltaban la difícil tarea de los misioneros y los modos de conversión por medio
de la persuasión y el buen trato hacia los pueblos reducidos.
La literatura basada en la exaltación de la labor de los jesuitas, focaliza su atención en
la actuación educacional, espiritual, en los conflictos entre ignacianos y colonos y en la acción
evangélica. Todo ello imbuido de un tono apologético que marca la lucha de los discípulos de
San Ignacio. La Orden y los historiadores ignacianos impusieron una literatura de las
prácticas y acciones de la Compañía a partir de una perspectiva unilateral.
Un capítulo importante de estas historias, se dedica al origen de la Compañía de Jesús
que, en ocasiones, se extienden hasta mediados del siglo XX, haciendo un repaso por los
diferentes momentos de la Orden. A esto se suman las numerosas obras sobre la vida y acción
17
Entre las historias escritas por los Misioneros jesuitas que, al mismo tiempo constituyen fuentes para el estudio
de las misiones, podemos mencionar, entre otras, Antonio Ruiz de Montoya, La conquista espiritual del
Paraguay, Rosario, Edición del Equipo Difusor de Estudios de Historia Iberoamericana, 1989; Pedro Lozano,
Descripción Chorographica del terreno, ríos, arboles y animales de las dilatadísimas provincias del Gran
Chaco Gualamba: y de los ritos y costumbres de las innumerables naciones bárbaras, e infieles que las habitan,
Córdoba, 1973; Antonio Muratori, El cristianismo feliz en las Misiones de la Compañía de Jesús (1743);
Hanisch Espíndola, W. Historia de la Compañía de Jesús en Chile (1593-1955), Buenos Aires, Ed. Francisco de
Aguirre, 1974; y Serafim Leite, História da Companhia de Jesús no Brasil, Río de Janeiro, 1938, obra que
comprende nueve tomos que recorren aspectos muy variados de la historia de la orden en Brasil.
20
de su fundador, Ignacio de Loyola, sobre el que se han escrito también numerosas biografías,
donde se destaca la importancia del mensaje ignaciano, su influencia en la educación y la
actividad misionera.18
Por otra parte, existe, desde el siglo XVIII, una importante corriente de pensamiento
antijesuita centrada en la crítica a las manifestaciones culturales y políticas de los ignacianos.
Surgida en el contexto de la expulsión de los jesuitas de los territorios de Portugal y España, y
centrada fundamentalmente, en el “mito negro antijesuítico”, dicha corriente se hizo más
fuerte en Portugal a lo largo del siglo XIX.
De la misma manera, trabajos de estas características abundan a la hora de dar cuenta
de la Historia de la Iglesia en América. Existe una variedad de trabajos que, inspirados en un
espíritu teológico, reducen, en muchos casos, su historia a la acción de su jerarquía desde una
perspectiva excesivamente institucional y monolítica, apuntando a una historia general de la
Iglesia en Hispanoamérica.19
La historia de la Iglesia en América, o de lo que algunos han llamado “Historia del
cristianismo”, y de la religión, constituye un área de investigación compartida y, en ocasiones,
en disputa entre la historia y la teología. Desde la teología, se afirmaba que “la Historia de la
Iglesia era la historia, del desarrollo en el tiempo y en el espacio de la Iglesia fundada por
Cristo”20
y, por lo tanto, revestía connotaciones fuertemente apologéticas. A partir del
Concilio Vaticano II, comienza a reivindicarse una aproximación estrictamente histórica a las
temáticas vinculadas a la Iglesia y la religión. A partir de entonces, la historia y la teología se
definen más claramente como dos campos de investigación autónomos, aunque se continúan
planteando dos posturas, las que propician el diálogo y la colaboración entre historiadores
católicos y “laicos”, y aquellos que defienden la independencia de ambas disciplinas.
Entre la variedad de obras para abordar el estudio de la Iglesia en América,
consideramos importante destacar aquellas que proponen romper con la mirada
excesivamente española sobre la Iglesia. Como la obra de Antonio Ybot León, la obra de
18
Entre las obras sobre la historia de la Compañía de Jesús y su fundador, mencionamos: Lacouture, J., Jesuitas
I-II, Buenos Aires, Paidós, 1991; Wright, J., Missões, Mitos e Historias, Rio de Janeiro, Relume -Dumará, 2006;
T. Lino de Assumpção (coord.), Historia Geral dos Jesuítas, Lisboa, Moraes Editores, 2° Edición 1982; William
V. Bangert, S. J. Historia da Companhia de Jesus, São Paulo, Ed. Loyola, 1985; André Ravier, S. J., Santo
Inácio funda a Companhia de Jesus, São Paulo, 1982. 19
Di Stefano, R., “De la teología a la historia… op. cit. 20
Guasco, Mauricio, “Storia della Chiesa, Sociología, Teología”, en Cestaro, A., Studi di storia sociale e
religiosa scritti in onore di Gabriele De Rosa, Nápoles, Ferraro, 1980.
21
Enrique Dussel, publicada por el CEHILA, signada por una manera estrictamente teológica de
entender la historia, y la obra de Hans-Jüren Prien, que representa un cambio desde la Historia
de la Iglesia a una “historia del cristianismo”.21
Intentan los tres autores romper con la óptica
eurocéntrica y españolista, planteando la construcción de una historia “desde América”.
Todas estas posibles perspectivas de análisis coincidían en un aspecto, presentar a la
Iglesia como una institución que concentraba el poder político, económico y social, en el cual
los sujetos históricos, agentes de la evangelización, frailes, misioneros, miembros del clero
secular o regular, se desdibujaban del tiempo histórico excesivamente concentrado en lo
colectivo.
Estas visiones son propiciadas por la primacía que, hacia las décadas de 1960 y 1970,
tiene el paradigma de la corriente de Annales. Este tipo de análisis influye en el tipo de
temáticas y de obras sobre la Iglesia que se producen desde entonces.
De esta manera, se hace evidente la importancia de las categorías socio-étnicas y
socio-profesionales para referirse al estudio de la sociedad latinoamericana. Así, los análisis
se concentraban en los españoles, indios, mestizos, encomenderos, comerciantes,
terratenientes, etc. Lo cual se creía que correspondía a la efectiva división social en América.
Muchos de estos trabajos se concentraban en el origen y la importancia de la fortuna para la
elite, en la mentalidad de su época, e intentaban elaborar un análisis en términos de estructura
social.
Al mismo tiempo, se multiplicaban los trabajos que analizaban la estructura
administrativa colonial, lo cual constituía en parte una historia social de las instituciones en la
América colonial. La historiografía de la administración de tipo jurídico e institucional se
propuso reconstruir las normas y las estructuras sociales, la organización jurídica e
institucional de los órganos de la colonia, para luego abordar, en segunda instancia, a los
“grandes personajes”: virreyes, visitadores, oidores, etc. Los análisis de estas características
21
Entre las obras generales sobre la Iglesia, cabe mencionar: Antonio Ybot León, La Iglesia y los eclesiásticos
españoles en la empresa de Indias, Barcelona, 1954-1963, comprende dos volúmenes: “Las ideas y los hechos”,
donde se expone el rol de la Iglesia en los inicios de la conquista, la relación con los naturales y con el Estado
español; y “La obra y los artífices”, donde expone la actividad misional de cada una de las órdenes y concluye
en los años previos a la emancipación. La publicación del CEHILA, Historia general de la Iglesia en América
Latina, Salamanca, 1983, el primer tomo corresponde a Enrique Dussel, “Introducción general a la Historia en
América Latina; y Hans-Jaüren Prien, La historia del Cristianismo en América Latina, Salamanca, Ed.
Castellano, 1985. Una versión más reciente, pero que no renuncia al espíritu enciclopedista es: Pedro Borges
(Dir.), Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas, Vol. I y II, Madrid, Biblioteca de Autores
Cristianos, Quinto Centenario, 1992.
22
estuvieron acompañados por estudios sobre el funcionamiento económico del sistema colonial
en base a los temas clásicos: minería, agricultura, ganadería, etc.22
Así como la sociedad y la economía se analizaban en términos estructurales, lo mismo
ocurrió con los estudios sobre la Iglesia en el período colonial. Si bien la historia de la Iglesia
puede constituir un campo de investigación en sí mismo, en cuyo seno surgen y se
contraponen diferentes tendencias, se pueden mencionar algunos enfoques, que predominaban
por entonces, para abordar la historia de la Iglesia durante la colonia.
Durante mucho tiempo, la Iglesia fue estudiada como una mera estructura de control
social e ideológico, basada en un ascendiente superior al de cualquier otra institución; como
un agente económico; como una continuación del poder político; como una filosofía o
conjunto de planteamientos éticos o morales, más o menos aceptados o permeados en el
imaginario colectivo; como un agente de caridad pública o como una entidad de dinamización
cultural y artística. Otros estudios, finalmente, se enfocaron en el análisis del clero, muchas
veces entendidos como simples funcionarios eclesiásticos.
Sin embargo, superadas estas visiones, trabajos dedicados a la historia de la Orden de
San Ignacio, cayeron con facilidad en la tentación de exaltar la labor de los jesuitas como
misioneros, educadores, etc. Si bien para las décadas de 1980 y 1990 se desarrollan y
consolidan nuevas perspectivas historiográficas que dan cuenta de aspectos diferentes de la
historia de la Iglesia en América, en general, y de la Compañía de Jesús, en particular. No por
ello, se interrumpen los trabajos inspirados en la teología o surgidos del seno de la Iglesia
católica, que se conforman como campos de investigación autónomos. Ello encuentra su
correlato en lo que R. Di Stefano denomina “Nueva Historia de la Iglesia”, una historia que
es nueva en la medida en que se independiza de las disciplinas teológicas y permite pensar a
la Iglesia en términos estrictamente históricos.
22
Cabe mencionar a algunos autores referentes de estas posturas: Chevallier, François, La formation des grands
domaines au Méxique. Terre et société aux XVIe-XVIIe siècles, Paris, Institut d´Ethnologie, 1952; Gibson,
Charles, Los Aztecas bajo el dominio español. México, Siglo XXI, 1967; Sánchez Albornoz, Nicolás, La
población de América Latina. Desde los tiempos precolombinos al año 2000, Madrid, Alianza, 1973; Fisher, J.,
Gobierno y sociedad en el Perú colonial. El sistema de intendencias, México, FCE, 1976; Sánchez Albornoz, N.,
Indios y tributos en el Alto Perú, Lima, IEP, 1978; Lockhart, James, El mundo hispanoperuano, 1552-1560,
México, FCE, 1982; Flores Galindo, Alberto, Aristocracia y Plebe. Lima, 1760-1830, Lima, Mosca Azul, 1984;
Guevara Gil, Jorge, Propiedad agraria y derecho colonial. Los documentos de la hacienda San Totis. Cuzco,
(1543-1822), Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1993.
23
Los estudios sobre los bienes temporales de los Jesuitas
Las actividades de la Orden en el ámbito temporal constituyen aún un tema polémico y
poco conocido en todas sus facetas. Si bien en las últimas décadas del siglo XX, el tema ha
comenzado a ser analizado, el objetivo principal era comprender las relaciones económicas de
los Colegios y Residencias Jesuitas en diversas partes de América. Colocando las actividades
económicas de la Compañía de Jesús sobre un telón de fondo que destacaba, la autonomía
económica, la ordenada administración de los bienes por parte de los jesuitas, y minimizando
las ganancias y los beneficios de las variadas actividades económicas en que estuvieron
involucrados los ignacianos durante la colonia.
En otras ocasiones se estudio la economía de la Orden en América a partir de las
estructuras económicas de la colonia. Es decir, se analizó, pero en un rol secundario, el papel
de los jesuitas como propietarios de tierras, haciendas y plantaciones. Surge así, el interés por
analizar el rol de la Iglesia como un gran propietario de tierras durante la colonia y, en
particular, el estudio de las propiedades rurales de la Compañía, facilitado por la existencia de
numerosos archivos que la Orden dejó luego de su expulsión. En este contexto se ubican
algunos trabajos sobre las propiedades jesuitas, como los que se mencionan a continuación.
En el marco de los estudios que analizan la conformación de la gran propiedad en
América Latina, se presentan las primeras referencias a las haciendas jesuitas.23
El libro de
Enrique Florescano,24
publicado en 1975, dedica dos importantes artículos a las haciendas
jesuitas. El de Hermes Tovar Pinzón analiza la empresa agraria jesuita a partir de sus
elementos constitutivos: tierra, trabajo y producción. Y el de James Denson Riley analiza el
desarrollo y funcionamiento de la hacienda de Santa Lucía.
Nicholas Cushner25
, por su parte, examina las actividades económicas de los Jesuitas
en tres regiones de la América española, destacando la especificidad de cada región y el
modelo productivo implantado por la Corona española y practicado por los religiosos.
Estudia, además, cómo fue la adquisición de las propiedades por parte de los Jesuitas, por
medio de compra y herencia testamentaria. Logra dilucidar la complejidad de las empresas
jesuitas, destacando el papel desempeñado por los ignacianos en el sistema agrario comercial
23
Chevalier, F. Land and Society in colonial México, Univerrsity of California Press, 1963. 24
Florescano, E. (comp.), Haciendas… op. cit.; se pueden mencionar además las siguientes obras: Presta, A. M.,
“Ingresos y gastos…”, op. cit.; y Konrad, Herman W., Una hacienda de los jesuitas en el México colonial: Santa
Lucia, 1576-1767, México, FCE, 1995 (2ª ed.). 25
Cushner, N., Lords of the Land… op. cit. y Jesuit Ranches… op. cit
24
de Hispanoamérica, en el cual fueron agentes importantes de la administración de
propiedades, estimulando y reinvirtiendo en la producción.
Por otra parte, el desarrollo de la historiografía sobre las haciendas jesuitas del interior
del Río de la Plata, recibe un importante impulso a partir del libro de Carlos Mayo,26
quien al
mismo tiempo se refiere a la escasez de estudios preexistentes sobre este tema. Menciona a
aquellos que, siendo escritos por los mismos historiadores jesuitas, tienden a obviar y a no dar
demasiadas precisiones sobre los negocios y propiedades de la Orden. Hasta el libro de
Magnus Mörner,27
que ofrece las primeras referencias claras sobre las actividades económicas
de la Compañía, no llega a constituir un trabajo específico sobre las haciendas.
En el mencionado trabajo, Mayo presenta un estudio sobre diferentes haciendas de
Córdoba y el Noroeste y hace un análisis preciso sobre la utilización de la mano de obra
esclava, la fuerza de trabajo libre, las formas de producción, los ingresos y circulación de la
plata, entre otros aspectos.
Dentro de los trabajos que se ocupan de las actividades económicas de los jesuitas,
mencionamos una obra que se ocupa principalmente de los negocios jesuíticos en el Brasil
colonial y que representa un estudio muy novedoso y completo de los bienes temporales de la
Compañía de Jesús en la América portuguesa. Paulo de Assunção28
explora la actuación
económica de la Orden, penetrando en las estrategias financieras de la Compañía, los
negocios y las competencias temporales en el contexto de la expulsión de los jesuitas de las
tierras de Portugal. Al preguntarse sobre, ¿cuáles eran los negocios de la Compañía de Jesús?,
el autor desarrolla un trabajo que introduce en una historia social de la Orden religiosa, al
tiempo que trata un tema polémico como las cuestiones vinculadas a las prácticas económicas
utilizadas para la manutención de las residencias y los colegios. Este extenso trabajo sobre
Brasil, aporta un análisis muy completo para pensar la acción económica de los jesuitas en
otros espacios y para otros tiempos.
Algunas consideraciones sobre los estudios de las Misiones Jesuitas
Numerosos autores dedican especial atención a las Reducciones Jesuitas localizadas en
territorio español y portugués. En términos generales, analizan la acción de los ignacianos a 26
Mayo, C., La historia agraria… op. cit. 27
Mörner, M., Actividades políticas… op. cit. 28
Paulo de Assunção, Negócios Jesuíticos, o cotidiano da administração dos bens divinos, São Pablo, Edusp,
2004.
25
partir de las Misiones, desde su formación hasta su expulsión. Los autores contemplan las
estructuras socioeconómicas de las misiones, las formas de evangelización, la organización
del trabajo, el problema de la mano de obra, la política encomendera, las relaciones de
producción, a veces se refieren a temas vinculados a las culturas aborígenes de cada área,
analizando también, las misiones en el marco de las relaciones fronterizas.
Un interés particular han despertado las Misiones Jesuíticas de Paraguay. Se ha
destacado su carácter de experimento único, dando lugar a una vasta producción que se
detuvo en aspectos de la cultura y la vida de los Guaraníes y, fundamentalmente, en el
funcionamiento del sistema económico y social implantado por los jesuitas.
Los antecedentes se remontan al pensamiento iluminista. “La llamada República
Jesuita del Paraguay fue, en la historia de la cultura del siglo XVIII, un ejemplo excepcional
de colonización, y uno de los más importantes modelos del imaginario social a los que tuvo
acceso el pensamiento del Iluminismo.”29
En la obra del abate Muratori, “El cristianismo feliz
en las misiones de los padres de la Compañía de Jesús en el Paraguay”, publicada en
Venecia en 1743,30
se destacan las realizaciones de los misioneros, en el contexto de
renovación surgido de la contrarreforma, y como una expresión de la “primitiva iglesia
cristiana”, constituyendo un claro ejemplo de las producciones apologéticas que caracterizan
gran parte de la producción de los jesuitas.
En el siglo XIX, los románticos, colaboran en fomentar el mito de la utopía clásica y
renacentista, buscando analogías entre el estado sistematizado por Platón y las reducciones
paraguayas. De la misma manera, Chateaubriand, en su visión romántica, atribuía gran
importancia al papel de la música en la conquista del corazón de los salvajes.31
Por último, dentro del pensamiento socialista, existen posturas que consideran la obra
de los Jesuitas en Paraguay, como la primera realización histórica del comunismo cristiano.
A la luz de estas posturas, surgen interpretaciones parciales y sesgadas, que buscan ser
superadas por trabajos que se presentan como objetivos aunque rigurosamente históricos.
29
Messmacher, M., La búsqueda del signo de Dios. Ocupación jesuita en la Baja California. México, FCE,
1997, pp. 113. 30
Armani, A., Ciudad de Dios y ciudad del sol. El “Estado” jesuita de los guaraníes, México, FCE, 1982, pp.
10. 31
Messmacher, M., La búsqueda… op. cit., pp. 114.
26
Una cuestión que es objeto de revisión, son las características del sistema económico
desarrollado en las Misiones Jesuíticas. Así, se replantean los tópicos centrales del
iluminismo, romanticismo y socialismo, oponiendo el tradicionalismo de la economía
misionera al racionalismo, la solidaridad al individualismo, lo colectivo a la propiedad
privada, y la autosuficiencia a la economía de tráfico y monetaria.32
Una obra de referencia obligada es la de Alberto Armani,33
publicada en italiano en
1977 y en su primera edición en castellano en 1982. En ella, el autor analiza la conformación
del “Estado” Jesuita de los Guaraníes, en el contexto de la conquista de América, la
instauración de la Iglesia católica, y la política de la Corona española. Se remonta a la llegada
de los jesuitas al Paraguay, al establecimiento de las primeras reducciones, la expansión, el
apogeo y la decadencia de las mismas. Este recorrido le permite concentrarse en los aspectos
políticos, económicos, sociales y culturales del “Estado” Jesuita. De su obra, se deduce un
claro balance positivo del “sacro experimento” y del legado jesuita para los guaraníes.
Un nuevo capítulo en la historiografía Jesuita se inicia, hacia las décadas de 1980 y
1990, de la mano de los nuevos enfoques que, desde la Historia Social y la Nueva Historia
Cultural, contribuyen al desarrollo de una producción bibliográfica más diversificada.
Desde los años 80, investigaciones que, con nuevos métodos y perspectivas de análisis
provenientes de la historia social y la etnohistoria,34
han colocado en el centro de los estudios
a las sociedades indígenas que vivieron en las Misiones, en un esfuerzo por comprender el
impacto del establecimiento de las misiones sobre dichas sociedades. Así, la nueva historia de
la Misión examina los cambios en diversas áreas: en la organización económica y social, en la
cultura, incluyendo cambios en la visión del mundo, y en la demografía. Aspectos que antaño
tendían a resaltar el saldo positivo de dichos cambios. Al mismo tiempo, los trabajos sobre las
Misiones, al incorporar la dimensión de las relaciones interétnicas incluyen el espacio de
frontera como objeto de estudio.
Dentro de esta línea de investigación, que pone énfasis en las relaciones interétnicas,
se mencionan algunos trabajos relevantes. El trabajo colectivo editado por Gutiérrez Estévez, 32
A modo de ejemplo: Popescu, O., El sistema económico en las Misiones Jesuíticas, Bahía Blanca, Pampa Mar,
1952, y Sistema económico en las Misiones Jesuitas. Un vasto experimento de desarrollo indoamericano,
Barcelona, Ariel, 1967. 33
Armani, A., Ciudad de Dios… op. cit. 34
Sobre la importancia de la etnohistoria para el estudio de las sociedades americanas, y para una mayor
comprensión de las Misiones Jesuitas, véase, M. Cristina Bohn Martins, “Teoría, historia e etnohistoria”, Revista
de Estudios Leopoldenses, Serie Historia, Unisinos, Vol. 1, n° 2, julio-diciembre, 1997.
27
M. L. Portilla, G. H. Gossen y J. Klor de Alva, explora, a partir de una diversidad de estudios
fuertemente vinculados a la antropología, el impacto de la conquista, los encuentros y
desencuentros entre indígenas y misioneros, los mecanismos de resistencia y adaptación, entre
otros temas. Se dedican varios artículos a las Misiones Jesuitas en diferentes áreas del Nuevo
Mundo, que responde a la necesidad de comprender, desde la mirada de la sociedad indígena,
los complejos procesos de reducción y conversión.35
Paralelamente, se desarrolla una serie de obras que conjugan el interés por las
Misiones Jesuitas con el mundo fronterizo. A partir de la nueva concepción de frontera,
entendida como un espacio de interacción, al mismo tiempo se permite que las
investigaciones se enfoquen hacia nuevos espacios de América Colonial. Durante la década de
1990 proliferan los estudios que analizan a las misiones y reducciones establecidas en las
fronteras, como parte de las políticas fronterizas de la Corona española y portuguesa, como
mecanismos de expansión y control territorial y de la población indígena.36
Por último, los estudios sobre las Misiones Jesuitas renuevan sus enfoques y
perspectivas a partir de la influencia de la Nueva Historia Cultural y la Historia de las
Mentalidades, que permiten indagar en la vida cotidiana de las misiones y logran una mayor
comprensión de la “mentalidad del misionero” y de los pueblos indígenas reducidos. En el
primer caso, los trabajos se basan en las cartas y crónicas de los misioneros que facilitan una
aproximación a la mentalidad y percepción que los padres jesuitas se construyeron del Nuevo
Mundo y sus habitantes, como del plan evangelizador ideado en el discurso y su puesta en 35
Stanley Brabdes, “Las misiones de la Alta California, como instrumento de conquista”; Del Río, I., “La guerra
de la Chichimeca y la misión de la Baja California”; Cañedo-Arguelles, T., “Las reducciones en el Alto Paraná”;
Rodrigues Brandáo, C., “Los Guaraníes: religiosos, resistencia y adaptación”, en Gutiérrez Estévez, León
Portilla, G. H. Gossen y J. Klor Alva, (eds.) De palabra y obra en el Nuevo Mundo. Encuentros interétnicos,
España, Siglo XXI, 1992. También se puede mencionar una serie de trabajos de las mismas características,
como: García Cabrera, J. C., Ofensas a Dios pleitos e injurias. Causas de idolatrías y hechicerías, Cajatambo
siglo XVII-XVIII, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos “Bartolomé de las Casas”, 1994; Santamaría,
Daniel, Del tabaco al incienso. Reducción y conversión en las Misiones jesuitas de las selvas sudamericanas,
siglos XVII y XVIII, CEIC, San Salvador de Jujuy, 1994; Maeder, E., “Las misiones de Chiquitos. Su evolución
demográfica en la etapa jesuítica y pos jesuítica, 1710-1767 y 1768-1830”; Levinton, N., “Las primeras iglesias
de los pueblo misionales. Grupos étnicos del tronco lingüístico Tupí-Guaraní”, en E. Normando Cruz (comp.),
Iglesia, Misiones y Religiosidad Colonial, Anuario CEIC, San Salvador de Jujuy, 2000. 36
Forster, R., Jesuitas y Mapuches, 1593-1767, Santiago de Chile, Edición Universitaria, 1996; Negro, S. y
Marzal, M., Un reino en la frontera. Las misiones jesuitas en la América Colonial, Lima, Pontificia Universidad
Católica del Perú, Abya-Yala, 1999; Pinto Rodríguez, J. (ed.), Araucanía y Pampas. Un mundo fronterizo en
América del Sur, Temuco, Ediciones Universidad de la Frontera, 1996; Santamaría, D., “Fronteras indígenas del
oriente boliviano. La dominación colonial en Moxos y Chiquitos, 1675-1810”, Boletín Americanista, n° 36,
Barcelona, 1986; Vitar, Beatriz, “Las relaciones entre los indígenas y el mundo colonial en un espacio
conflictivo: la frontera Tucumano-Chaqueña en el siglo XVIII”, Revista Española de Antropología Americana,
n° 21, Madrid, 1991; Barriera, D., Baravalle, M. y Peñalba, N., “Misioneros de frontera, los jesuitas durante el
siglo XVIII”, en D. Barriera (DIR.), Nueva Historia de Santa Fe. Economía y Sociedad (Siglos XVI a XVIII),
Rosario, Prehistoria-La Capital, 2006.
28
práctica. También permite abordar las estrategias de los jesuitas en tanto sujetos históricos y
actores sociales de su época.37
En este sentido, si bien la imagen que la propia Compañía de Jesús construyó sobre
sí misma –la imagen de una institución fuertemente cohesionada y homogénea, basada en el
mutuo control y abocada a la evangelización y a la educación–, determinó, en gran medida,
los estudios existentes sobre la misma, y , más allá de las visiones idealizadas que hablan de
un Estado teocrático, de una “profética experiencia comunista”, y del modelo de una
sociedad igualitaria, es necesario matizar esos conceptos a la luz de los nuevos
conocimientos. De la misma manera deben ser reconsiderados los enfoques que reproducen
una imagen de eficiencia y éxito en todas las empresas acometidas por los jesuitas.
Las nociones sobre la Compañía y la actividad misionera, en América, pueden ser
repensadas a la luz de trabajos como los de Lía Quarleri.38
La autora llama la atención sobre
el escaso interés prestado por la historiografía jesuita a los desórdenes y heterogeneidades
internas así como a las tensiones entre los mismos jesuitas. Esto responde, por un lado, a la
propia imagen que la Compañía de Jesús construyó de sí misma, la imagen de una
institución fuertemente cohesionada y homogénea, basada en el mutuo control y abocada a
la evangelización y educación. Por otro lado, a las características de la documentación,
consistente en un corpus normativo y propagandístico generado por la misma Orden. En
consecuencia, la historiografía reprodujo en muchas ocasiones ciertas características
institucionales, tales como la uniformidad interna, la organización, la disciplina y la
eficiencia, asentadas en los cuerpos normativos de la Compañía de Jesús.
En contraste con estas posturas, Lía Quarleri se concentra en la diversidad de los
comportamientos y concepciones existentes para indagar en la dinámica interna y en la vida
37
Sobre la vida cotidiana en las Misiones Jesuitas, pueden mencionarse los siguientes trabajos: Díaz, Sandra
Liliana, “Lo diario y lo extraordinario en el entorno material del Guaraní de las misiones”, en II Congreso
Argentino de Americanistas 1997, Sociedad Argentina de Americanistas, Buenos Aires, 1998. Además, una
colección de reciente publicación dedicada a la historia de la vida cotidiana en México, en particular:
Hausberger, B., “La vida en el noroeste. Misiones Jesuitas, Pueblos y reales de minas”, en Escalante Gonzalbo,
P. (coord.), Historia de la Vida Cotidiana en México, México, FCE-Colegio de México, 2005, t. I; Frost, E. C.,
“Los colegios jesuitas”, en Rubial García, A. (coord.) Historia de la Vida Cotidiana en México, México, FCE-
Colegios de México, 2005, t. II. Sobre la historia de las mentalidades, véase, Deckmann Fleck, E. C., “As
reduções Jesuítico-Guaranís na perspectiva da Historia das Mentalidades” y Bohn Martins, M. C., “Tempo, festa
e espaço na reducto dos Guaraní”, en Negro, S. y Marzal, M. (coord.), Un reino… op. cit. 38
Quarleri, L., “Autonomía y buen gobierno. Conflictos internos de la orden jesuita en la provincia del Paraguay
(Córdoba y La Rioja, 1680-1720)”, Cuadernos de Historia, Serie Economía y Sociedad, Nº 7, Córdoba, 2005; y
Los jesuitas en Córdoba La Rioja colonial. Construcción de poder, diferenciación y manifestaciones de
oposición y resistencia en la interacción social, Tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de
Buenos Aires, 2003.
29
cotidiana de los jesuitas de las provincias. Centrándose en el período que se extiende de
1680 a 1720 en la Provincia del Paraguay, concretamente en Córdoba y La Rioja, intenta
desentrañar el complejo equilibrio existente entre la operatividad de la autonomía local y la
cristalización de un buen gobierno provincial.
En el mismo sentido, gran parte de la producción de Eliane Deckmann Fleck,39
nos
permite una mayor comprensión del funcionamiento de las Misiones Jesuitas. La autora
desarrolla una serie de nociones que permiten entender a las misiones como un espacio de
resignificación cultural, resultado de la conjunción de acervos culturales diferentes.
Tradicionalmente, se consideró que el proceso ocurrido en las misiones fue una mezcla de
aculturación, resistencia y adaptación, resultado de la cual los indígenas guaraníes aceptaron
la religión cristiana y diluyeron su propia identidad. Justamente, lo contrario a ésta visión es
lo que propone Deckmann Fleck, para quien no se puede hablar de absoluta conversión de
los indígenas a la religión católica y a la civilización occidental, sino de un proceso muy
complejo de resignificación de la tradición cultural guaraní.
La autora analiza este proceso a partir del propio discurso de los jesuitas, en
expresiones como el baile, el canto, la utilización de la medicina, las nociones sobre la
muerte, etc., de esta manera pueden observarse los intersticios entre una y otra cultura.
Dentro de la misma visión teórica y metodológica se pueden mencionar los trabajos
de M. Cristina Bohn Martins.40
En una línea de pensamiento que propicia la relación entre la
historia y la antropología, la autora analiza las fiestas y celebraciones en las reducciones del
Paraguay entre los siglos XVII y XVIII. En su obra analiza las fiestas “como un conjunto de
rituales colectivos y no rutinarios de una sociedad: celebraciones que envuelven a todo un
grupo o comunidad en un determinado tiempo, cíclico o excepcional.”41
Para ello, se
pregunta ¿qué aportan los guaraníes a esta experiencia? Considera que los pueblos reducidos
no fueron simples receptores de la cultura europea, sino que le imprimían a la vida en
reducciones sus propios atributos, acabando por definir las características de las Misiones de
indios guaraníes. Por lo tanto, en su trabajo, es central el estudio de las respuestas activas y
creativas de los guaraníes para la vida en las reducciones.
39
En este caso, destacamos el siguiente trabajo, además de los artículos mencionados anteriormente, Deckmann
Fleck, E. C. “Las reducciones jesuitico-guaranies –un espacio de creación y resignificación (Provincia Jesuítica
de Paraguay, siglo XVII)”, Cuadernos de Historia, nº 7, CIFFyH-UNC, Córdoba, 2005. 40
M. Cristina Bohn Martins, Sobre festas e Celebrações, as reduções do Paraguai (séculos XVII e XVIII), Passo
Fundo, UPF, 2006. 41
Ibíd. pp. 12.
30
El surgimiento de nuevos estudios sobre el clero regular y secular
A partir de la utilización y búsqueda de nuevos conceptos para referirse a la sociedad
latinoamericana en general, y a la colonial en particular, se comienza a hablar de grupos, elite,
clase dominante y familia.
Al mismo tiempo, y sumado a la crisis del estructuralismo y el marxismo, se producen
múltiples desplazamientos fundamentales: de estructuras a redes, de sistemas de posición a
situaciones vividas, y de normas colectivas a estrategias singulares. El objeto de la Historia ya
no son las estructuras y los mecanismos que rigen fuera de toda intención subjetiva las
relaciones sociales, sino las racionalidades y las estrategias que ponen en práctica las
comunidades, las parentelas, las familias y los individuos.
Esta perspectiva de análisis e investigación es la que permite, junto con la “Nueva
Historia de la Iglesia” y la de las Misiones, proponer un enfoque diferente para el estudio de
la Compañía de Jesús en la ciudad de Buenos Aires.
Al mismo tiempo, se produjo un fuerte vínculo entre la Historia Social y la
denominada “Nueva Historia Cultural”, en particular la historia de las mentalidades que
permitió la identificación de los grupos sociales a partir de su comportamiento, actitudes,
decisiones y deseos específicos de esos actores colectivos. Según R. Chartier, “se afirmó una
forma inédita de historia a la vez social y cultural, centradas en las desviaciones y
discordancias existentes, por una parte, entre los diferentes sistemas de normas de una
sociedad y, por la otra, en el interior de cada uno de ellos. La mirada se desplazó de las reglas
impuestas a sus usos imaginativos, de las conductas obligadas a las decisiones permitidas por
los recursos propios de cada uno [...] Habituada a reconocer jerarquías y a construir colectivos
(categorías socioprofesionales, clases, grupos) la historia de las sociedades se dio nuevos
objetos, que deben ser estudiados a pequeña escala”.42
Sin duda, la historia social se vio influenciada por la Microhistoria. El cambio en la
escala de observación permitía abordar la historia social desde las distintas escalas de análisis,
permitiendo un retorno al sujeto social y, por consiguiente, a la dinámica social a partir de las
interrelaciones entre los individuos. Tal como afirma Chartier, la reducción de escala permite
42
Chartier, R., “La historia hoy en día: dudas, desafíos, propuestas”, en I. Olabarri y F. J. Caspistegui (Dir.), La
nueva historia cultural: la influencia del posestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad, Madrid,
Editorial Complutense, s/f., pp. 21.
31
comprender las relaciones entre los sistemas de valores, creencias y representaciones y las
pertenencias sociales.43
La primacía otorgada al actor social dentro de la historia ha dado lugar a un interés
mayor por captar las interacciones entre los individuos y los contextos sociales en los que se
encuentran inmersos. Esta consideración implica aceptar la pluralidad de experiencias y
pertenencias de un mismo individuo. Así como remite, implícitamente, a una diversidad de
grupos a los que los individuos pueden pertenecer, plantea el problema de la noción de grupo
social.
Según François-Xavier Guerra, “los grupos propiamente dichos no son realidades
puramente clasificatorias sino conjuntos estructurados de individuos. La afirmación tiene una
doble dimensión. Que la unidad elemental de todo análisis social es el individuo, pues solo él
tiene conciencia y solo él actúa. Pero también que este individuo tiene una capacidad
relacional que se despliega en múltiples dimensiones y que lo hace capaz de construir grupos.
Ahora bien, la existencia de relaciones entre individuos no implica de por sí la existencia de
un grupo”.44
La acción surge como requisito indispensable para captar al grupo, lo cual no implica
que todos los miembros actúen de la misma manera, ni que un individuo pertenezca a un solo
grupo social. Es aquí donde la pluralidad de pertenencias y el campo estratégico en que se
sitúa la acción tienen que ser tomados en cuenta, ellos son los que permiten las estrategias
individuales, con un grado de libertad que varía mucho según el tipo de grupo. Como los
grupos, las identidades también son múltiples, tanto por el contexto como por la mirada del
observador.
Puesto que lo único que físicamente existe son los individuos, pareciera que todo
análisis de lo social se ve obligado a conceptualizar, formalizar o modelizar sus estructuras y
funcionamiento. De esta manera, muchos historiadores apuntan a un enfoque relacional de la
sociedad, a partir del análisis de redes. La diversidad de posturas sobre la importancia y la
forma adecuada de plantear el análisis de redes sociales, sus alcances y resultados, condujeron
a los historiadores a nuevos debates y polémicas.
43
Chartier, R., El mundo… op. cit., pp. 32-33. 44
Guerra, François-Xavier, “El análisis de los grupos sociales: balance historiográfico y debate crítico”, Anuario
IEHS, nº 15, Tandil, 2000, pp. 118.
32
Colocamos aquí el acento porque es esta nueva perspectiva, proveniente de la Historia
Social, la que permite una renovación en los estudios sobre la Iglesia y el clero durante la
colonia, admitiendo estudiar a los religiosos y al clero en una dimensión social y relacional.
Dimensión que permite pensar el rol de la Orden de San Ignacio, en el Buenos Aires colonial,
en el contexto de la sociedad porteña y de las políticas emanadas por la Monarquía española,
en una perspectiva que contemple el accionar de la Compañía en su conjunto, sin perder de
vista, a los sujetos históricos, sus actitudes, intereses y percepciones, es decir, a los seguidores
de San Ignacio, en tanto actores activos de la sociedad colonial.
El libro compilado por Louisa Hoberman y Susan Socolow,45
que analiza a los
diferentes grupos sociales que habitaban en las ciudades coloniales, dedica un capítulo a los
“Religiosos” y otro a las “Religiosas”.
Cada uno de los artículos dedicados al análisis de los grupos sociales de
Latinoamérica, intenta proponer una noción de grupo, no necesariamente vinculado a
principios como: riqueza, ocupación, residencia, raza, título y cargo público. Incorpora otras
variables como: las corporaciones, los vínculos familiares y de compadrazgo, y ciertos
elementos que definían al grupo en términos identitarios, que permiten una aproximación
diferente a las divisiones sociales existentes en Hispanoamérica.
De la misma manera, el libro publicado posteriormente por Susan Socolow,46
realiza
un estudio mas específico sobre el Buenos Aires virreinal, analiza concretamente al grupo de
los comerciantes, su origen, las formas de reproducción del grupo, vinculadas a las estrategias
matrimoniales y a las pautas de movilidad social, su mentalidad y formas de vida, la
participación y los vínculos políticos, económicos y sociales. Entre los cuales cobran una
primacía esencial las relaciones entre los comerciantes porteños y el grupo del clero secular y
los miembros de las órdenes religiosas.
Por último, cabe mencionar un libro de publicación reciente, compilado por Valentina
Ayrolo,47
en el cual es evidente la intención de cada uno de los autores por proponer una
mirada diferente sobre el clero latinoamericano. Para ello, se considera al clero como un
45
Hoberman, L. y Socolow, S., (comps.), Ciudades y Sociedad en Latinoamérica Colonial, Buenos Aires, FCE,
1992. 46
Socolow, S., Los mercaderes… óp. cit. 47
Ayrolo, V. (Comp.), Estudios sobre el clero iberoamericano, entre la independencia y el Estado-Nación,
Salta, Universidad Nacional de Salta, CEPIHA, 2006.
33
grupo dentro de la sociedad en la cual se encontraba inmerso, distinguiendo además su
actuación como individuo particular.
Tal como se expuso anteriormente, los estudios tradicionales de la Iglesia y el proceso
evangelizador en América, han sido enfocados desde una perspectiva meramente institucional
y estrictamente peninsular. A la luz de las corrientes historiográficas vinculadas a la Historia
Social (análisis de grupos y sistemas relacionales), la “Nueva Historia Cultural” y la Historia
de las Mentalidades, es posible proponer un nuevo nivel de análisis para los estudios de la
Iglesia, el clero, las órdenes religiosas y los jesuitas, en particular, que contemplen el accionar
de los actores sociales como protagonistas y partícipes de la sociedad colonial.
La estrecha vinculación entre la teología y la historia de la Iglesia, que durante mucho
tiempo marcó el camino de las investigaciones, y el devenir de los cambios historiográficos,
condujeron, finalmente, a una amplia diversificación de los estudios sobre la Iglesia y el clero,
con el objeto de dejar atrás las visiones excesivamente estructurales.48
Si bien es complejo definir una línea de investigación teórica y metodológica en la que
confluyan las perspectivas antes mencionadas, se pueden distinguir múltiples enfoques, entre
los que cabe mencionar:
1- El desarrollo incipiente de una historia de la Iglesia “desde abajo”, desde lo que
constituiría la “perspectiva de los pobres”. Así, se busca superar el abordaje de las
dimensiones institucionales, en particular las instancias del gobierno eclesiástico superiores,
para priorizar las formas de religiosidad, la vida pastoral, el mundo del clero y de los laicos
“militantes”.
2- Otro conjunto de investigaciones apuntan al estudio de las representaciones en una
sociedad de Antiguo Régimen como la colonial, en particular las formas que adoptaba la
lucha política, a partir de conflictos por cuestiones de etiqueta y ceremonial. Trabajos
generalmente inspirados en las obras de Roger Chartier, Norbert Elias y François-Xavier
Guerra, entre otros.49
48
Saranyana, Joseph-Ignasi, “El siglo de la teología latinoamericana”, Prohistoria, nº 6, Rosario, 2002. 49
Un ejemplo de ello son: Garavaglia, Juan Carlos, “El teatro del poder: ceremonias, tensiones y conflictos en el
Estado colonial”, Boletín del Ravignani, nº 14, Buenos Aires, 1996; Di Stefano, R., “Poder episcopal y poder
capitular en lucha: los conflictos entre el obispo Malvar y Pinto y el cabildo eclesiástico de Buenos Aires por la
cuestión de la liturgia”, Memoria Americana, nº 8, 1999; Urquiza, F., “Etiquetas y conflictos: el obispo, el virrey
34
3- Otra vertiente, comienza a abordar el análisis de los diferentes grupos sociales
existentes en América durante la colonia, arrojando una visión mucho más satisfactoria y
planteando, al mismo tiempo, el problema de la dimensión religiosa, del funcionamiento de
las asociaciones de laicos –cofradías, hermandades, terceras órdenes, y las formas de
articulación entre instituciones eclesiásticas y la sociedad.50
4- En relación con lo anterior surgieron estudios sobre las estrategias familiares, en
particular del personal eclesiástico, el clero secular, las órdenes religiosas y las comunidades
monásticas. Estas temáticas comenzaron a despertar interés y ofrecieron material para la
producción de un número significativo de trabajos y de investigaciones actualmente en curso.
Ya no se trataba de biografiar las grandes figuras del catolicismo, y en particular la de los
eclesiásticos notables, sino de encarar aproximaciones prosopográficas y biografías
colectivas.51
Los enfoques expuestos no corresponden necesariamente a una línea de investigación
definida. Si bien podríamos afirmar que la “Nueva Historia de las Misiones Jesuitas” y la
“Nueva Historia de la Iglesia” que se perfilan, confluyen en una visión que permite repensar
el rol de las misiones en América y arrojar luz sobre sus protagonistas. De la misma manera,
los nuevos enfoques sobre la evangelización y la Iglesia en la colonia permiten una mayor
comprensión de la multiplicidad de visiones y percepciones, dejando entrever a los sujetos
históricos por sobre las instituciones y las estructuras.
Otra dimensión que se debe considerar es el rol y las características del clero regular
en América. Grupo que tradicionalmente se definió como un habitante de la campaña rural y
de las fronteras. Su organización e historia hacían de las órdenes regulares organismos
particularmente adaptados a la nueva actividad misionera en las indias. Según Paul Ganster, a
y el cabildo en el Río de la Plata en la segunda mitad del siglo XVIII”, Anuario de Estudios Americanos, Tomo
L, n° 1, Sevilla, 1993. 50
Socolow, S., Los mercaderes del Buenos Aires Virreinal: familia y comercio, Buenos Aires, Ediciones de la
Flor, 1991; Hoberman, L. y Socolow, S. (Comp.), Ciudades y Sociedad en Latinoamérica Colonial, Buenos
Aires, FCE, 1992. en esta obre se analizan los diferentes grupos sociales de las ciudades latinoamericanas,
dedicándole dos capítulos al estudio de los “Religiosos” y las “Religiosas”. 51
Acosta, Antonio, “La Iglesia en el Perú colonial temprano. Fray Jerónimo de Loaysa, primer obispo de Lima”,
Revista Andina, nº 1, 1996; Adrián, Mónica, “Estrategias políticas de los curas de Charcas en un contexto de
reformas y conflictividad creciente”, Andes, nº 11, Salta, 2000; Braccio, G., “Para mejor servir a Dios. El oficio
de ser monja”, en F. Devoto y M. Madero (comp.), Historia de la vida privada en la Argentina, Tomo I: “País
antiguo de la colonia a 1870”, Buenos Aires, Taurus, 1999; Ayrolo, V., “Curas de almas. Aproximación al clero
secular de la diócesis de Córdoba del Tucumán, en la primera mitad del siglo XIX”, Anuario IEHS, n° 19,
Tandil, 2004; Fraschina, A., “La clausura monacal: hierofanta y espejo de la sociedad”, Andes, Antropología e
Historia, n° 11, 2000.
35
lo largo de todo el período de la conquista, los sacerdotes regulares, al igual que los seculares,
se inclinaban por abandonar la campaña, donde eran necesarios, y congregarse en las
ciudades. La mayoría de los miembros de las órdenes religiosas se establecieron en la
estructura de las ciudades coloniales, cada orden tejió rápidamente una gran cantidad de lazos
en todos los niveles de la sociedad local.52
Sobre la participación de las órdenes religiosas en la vida urbana, el mismo autor
explica que sus actividades se limitaban a la educación, al cuidado de enfermos, y tareas
sociales y de caridad en las que sus órdenes participaban; también se desempeñaban como
hombres de negocios. Según Ganster, las actividades comerciales y los negocios de sacerdotes
y clérigos se aceptaban como naturales dentro de la sociedad hispanoamericana. El tipo social
y económico, representado por el sacerdote-hombre de negocios, estuvo presente desde la
conquista. Se vinculaban al comercio, poseían propiedades rurales y urbanas, administraban
bienes y haciendas familiares, y se dedicaban a prestar dinero a interés, ya sea el propio, el de
parientes o el de viudas y solteronas.
Este análisis coloca a los miembros de las órdenes religiosas como actores sociales
muy activos y dinámicos dentro de las ciudades coloniales. Sin embargo, estudios de estas
características no se encuentran para la ciudad de Buenos Aires, solamente el clásico trabajo
de Magnus Mörner, que analiza las actividades políticas y económicas de los Jesuitas en el
Río de la Plata, y sugiere varias líneas de investigación futura vinculadas al rol de los jesuitas
en las ciudades, la importancia estratégica de los colegios, y la vinculación con las
propiedades rurales y otros agentes de la sociedad colonial.
Sí podemos hacer referencia a algunas obras de estas características para el período
posterior del Buenos Aires Virreinal, o referidas a otras órdenes religiosas o al clero secular.53
52
Ganster, Paul, “Religiosos”, en L. Hoberman y S. Socolow (comps.), Ciudades… op. cit., pp. 143-145. 53
De la misma autora, Socolow, S., “Religious Participation of the Porteño merchants: 1778-181”, The
Americas, Vol. 32, 1976. Tríos Melean, J., “Mercedarios, franciscanos y dominicos en el Río de la Plata.
Estructura etaria, procedencia geográfica y patrones de carrera. Fines del periodo colonial”, Estudios-
Investigaciones, nº 22, La Plata, 1995; Di Stefano, R., “Abundancia de clérigos, escasez de párrocos: las
contradicciones del reclutamiento del clero en el Río de la Plata, (1777-1784)”, Boletín del Ravignani, nº 16-17,
1998; “Magistri clericorum. Estudios eclesiásticos e identidades sacerdotales en Buenos Aires a fines de la época
colonial”, Anuario IEHS, nº 12, 1997; y “Dinero poder y religión: el problema de la distribución de los diezmos
en la diócesis de Buenos Aires (1776-182)”, Quinto Sol, nº 4, 2000; Mayo, C., “Los betlemitas en Buenos Aires:
convento, economía y sociedad (1748-1822), Excama, Diputación provincial de Sevilla-Junta de Andalucía,
Sevilla, 1991; Mayo, C. y Peire, J., “Iglesia y crédito colonial: la política crediticia de los conventos de Buenos
Aires (1767-1810)”, Revista de Historia de América, nº 112, 1991; Avella Chàfer, F., “La situación económica
del clero secular de Buenos Aires durante los siglos XVII y XVIII”, Investigaciones y Ensayos, nº 29-30, Buenos
Aires, 1980-1981.
36
Por último, cabe mencionar un libro de publicación reciente, compilado por Valentina
Ayrolo,54
en el cual es evidente la intención de cada uno de los autores por proponer una
mirada diferente sobre el clero latinoamericano. Para ello, se considera al clero como un
grupo dentro de la sociedad en la cual se encontraba inmerso, distinguiendo además su
actuación como individuo particular.
1.3-Las Fuentes
Consideramos necesario partir de un diseño de investigación cualitativo en donde se
utiliza la “observación documental” como estrategia metodológica y el análisis de contenido
como procedimiento analítico. El tipo de diseño de investigación que se utilizará es flexible,
donde los interrogantes serán el centro de la investigación y determinen los métodos y las
características del muestreo.
Al mismo tiempo, se contempla un análisis sobre la base de la misma temática para
otros espacios. Tendiente a enriquecer dicha investigación mediante un análisis comparativo
que permita complementar u oponer la situación de la Compañía de Jesús en Buenos Aires
con otros espacios de América, y la región platina en particular.
Las fuentes que permitirán abordar el tema propuesto son variadas y diversas, como
los repositorios donde se encuentran. Estos documentos fueron escritos, generalmente, por los
propios jesuitas o por funcionarios del gobierno, que informaban minuciosamente, por
diferentes razones, del desarrollo de las misiones y del accionar de la Orden. Muchos de ellos
aparecen transcriptos en obras realizadas por sacerdotes de la Orden que adquieren en sí
mismos el carácter de documentos.
Será necesario, para el desarrollo posterior de esta investigación, el análisis de los
documentos administrativos y militares relativos al período colonial disponibles en el Archivo
General de la Nación [en adelante AGN]. En particular, el fondo documental de la Compañía
de Jesús y las Disposiciones del Cabildo de Buenos Aires, así como las colecciones privadas
de Carlos Casavalle (1544-1904), Mario César Gras (1577-1883), y Andrés Lamas (1549-
1894).
54
Ayrolo, V. (Comp.), Estudios… op. cit.
37
Para el período posterior a la expulsión de la Orden, consideramos relevantes las
disposiciones de la Junta de Temporalidades (en AGN), y los relativos a la Orden de los
Betlehemitas. También se prevé un relevamiento de documentación icnográfica y fotográfica
del Colegio Jesuita en Buenos Aires en los siglos XIX y XX.
Al mismo tiempo, se considera una fuente fundamental para el estudio del Colegio
Jesuita de Buenos Aires, las Cartas Anuas de la Compañía de Jesús, que constituyen extensos
informes anuales donde se informaba a los superiores de la Orden de las actividades
desarrolladas en Colegios, Residencias, Misiones, Haciendas, etc.
Asimismo, y dadas las características del proyecto de investigación, en esta instancia
se analizarán, especialmente, los Diarios de Viajeros de los siglos XVIII y XIX, así como las
crónicas de los misioneros que recorrieron el territorio por entonces.
La utilización de los diarios de viajeros para el estudio de la historia remite al real
aporte de los mismos, ya que poseen algunas limitaciones que es necesario tener en cuenta.
Entre las más importantes nos interesa destacar las siguientes:
- El escaso tiempo en que muchos de estos viajeros estuvieron en los territorios que
describen, a fin de considerar si sus juicios surgen de un conocimiento acabado de la sociedad
que describen. Será una de las consideraciones a tener en cuenta. También es necesario
considerar, cuánto de sus opiniones y juicios de valor no están influenciados por sus
sociedades de origen y procedencia y con qué intenciones se hicieron las relatorías, además de
sumar las dificultades idiomáticas y los prejuicios (religiosos, raciales, sociales, etc.), lo
mismo que el tiempo mediado entre el momento de la observación, vivencia y
experimentación, la fecha de regreso, y el momento en que decidieron escribir sus notas y el
año de publicación.
- Sumamente importante en este sentido es diferenciar los motivos de los viajes: de
navegación, actividades científicas, funciones diplomáticas y militares, fines religiosos,
intereses empresariales, comerciales o mineros.
- También es necesario tener en cuenta la nacionalidad y algunos datos biográficos que
nos permita conocer su procedencia y formación, profesión, año de llegada y de partida,
itinerarios y, finalmente, sus apreciaciones sobre determinados temas a través de sus relatos o
38
notas de viaje. En nuestro caso, la mayoría de las Crónicas de viaje son de Padres jesuitas que
recorrieron el Río de la Plata en la segunda mitad del siglo XVIII.
- Al mismo tiempo, es interesante contemplar aquello que Mary Louise Pratt55
define
como “ojos imperiales”, refiriéndose a la visión que los mismos americanos transmiten a los
viajeros.
Entre las temáticas que acapararon la atención de los Jesuitas viajeros, se encuentran,
en primer lugar, las descripciones geográficas. Sus detallados informes, escritos y grabados
han ayudado a ajustar la cartografía existente sobre el continente. En estas descripciones es
posible encontrar características geológicas, mediciones de latitudes y longitudes, condiciones
climáticas, observaciones del paisaje y medio ambiente, flora, fauna, etc. En segundo lugar,
referencias específicas sobre los aborígenes que habitaban las regiones que visitaban. Además
de importantes apreciaciones sobre la forma de vida, no sólo de los aborígenes sino también
de los colonos que habitaban en las ciudades y en las áreas rurales. Allí aparecen, en algunos
casos, importantes estimaciones y descripciones demográficas y sociales. Las crónicas
Jesuitas se caracterizan, en este período, por el especial énfasis puesto en las descripciones
geográficas, con un pretendido carácter “científico”.
Respecto a la visión que ellos se hacían de las ciudades, aparece, constantemente y de
forma inmediata, una primera impresión sobre la visión de conjunto, para dar luego paso a la
descripción de vivencias, apreciaciones e intercambios. Finalmente, y de acuerdo a la fineza
de las observaciones, aparece el ritmo de la ciudad, las calles, las actividades, los comercios,
el mercado, las casas de familia, las iglesias, y los edificios públicos, entre otras cosas.
Tratándose de los viajeros Jesuitas, las referencias más importantes sobre las ciudades
están referidas a las Iglesias y Colegios que la Orden tenía en cada uno de los lugares
visitados. Incluso, se dan precisiones sobre la forma de vida de la Orden, así como de las
actividades del Colegio, residencia e Iglesia, entre otras cosas.
Cuando aparecen juicios de valor, remarcando la bondad de ciertas virtudes y la
malevolencia de algunos vicios, es necesario tomar en consideración las características de
personalidad, la situación circunstancial en la que se encontraban, y el grado de subjetividad a
la hora de emitir una opinión. Esto está en relación directa a las expectativas generadas por el
55
Pratt, Mary Louise, Ojos Imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Universidad Nacional de
Quilmes, Buenos Aires, 1997.
39
viaje, sus finalidades y la consecución o no de sus objetivos, que los llevará a la satisfacción o
a la frustración, y que, de alguna manera, influirá en sus impresiones y recuerdos.
Obviamente, en sus juicios de valor, tanto objetivos como subjetivos, la comparación con los
cánones de vida europeo es inevitable y casi constante en todas las crónicas de viajes.
Por otro lado, es necesario tener en cuenta la dimensión literaria de muchos de estos
relatos. La observación y la escritura los lleva a un doble juego de realidad-ficción que
condiciona tanto la forma como el fondo de la narración. En este momento, dejan de ser
viajeros para pasar a ser escritores-autores que se relacionan con editores y escriben-publican
para un determinado tipo de lector. Aquí, pasaríamos al campo de la literatura de viajes, lo
cual implica que, en ocasiones, tienden a transformarse en textos literarios que incluyen la
ficción.
En este sentido, se deben tener en cuenta los variados propósitos que motivaron los
viajes por América del sur, y el Río de la Plata, como así también quiénes eran los
destinatarios de sus diarios o crónicas de viaje. Muchos de ellos recorren y exploran el
territorio desde mediados del siglo XVIII, en el contexto de una Europa que se lanzaba hacia
una nueva “conciencia planetaria” y hacia las primeras “expediciones científicas”.56
Tal como
afirma M. L. Pratt, “[…] las ideologías dominantes establecían una clara distinción entre la
(interesada) búsqueda de riquezas y la (desinteresada) búsqueda de conocimiento; y por la
otra, la competencia entre naciones seguía siendo el motor de la expansión europea de
ultramar.”57
Sin duda, este será una de los elementos a discernir a la hora de analizar los
diarios de viaje seleccionados.
En lo que respecta a los Diarios de Misioneros jesuitas, además de las consideraciones
antes realizadas, se debe tener en cuenta el propósito principal, expresado por los Misioneros,
de evangelizar y establecer Misiones, así como de informar a los superiores de la Orden del
desarrollo y funcionamiento de las Misiones, de los Colegios y de las haciendas jesuitas. En
muchos casos, los viajes podían ser impulsados por la Orden, por la iglesia o por la Corona
española. En cada uno de estos casos, se entrecruzan claramente los intereses de los diversos
sectores involucrados.
56
Pratt, Mary Lousie, Ojos Imperiales… op.cit. 57
Ibíd., p. 43.
40
Durante el período que abarca esta investigación, un sinnúmero de viajes y
expediciones partieron de un punto a otro del nuevo mundo. Quienes encabezaban muchos de
esos viajes de exploración eran misioneros jesuitas, quienes, para Guillermo Furlong, eran
“hombres que parecían nacidos para todo lo arduo y arriesgado”.58
Esta presencia activa en el territorio americano de distintos actores, en particular los
representantes de las Ordenes Regulares de la Iglesia, viene a sumarse a la no menos activa
presencia del Gobierno Colonial en estos territorios, con el objeto de incorporar a los mismos
al control de la metrópoli.
La presencia de los misioneros jesuitas en el Río de la Plata se hace efectiva a partir de
1740, aproximadamente, cuando se inicia la "conquista espiritual" del centro y sur del ámbito
bonaerense. A partir de mediados del siglo XVIII, es notable el creciente interés de la
Compañía y de la Corona en lo que, hasta entonces, se consideraban los confines del territorio
americano. El fin de estos viajes de exploración nos remite a la confluencia de intereses de la
Orden y la Corona que, en tiempos del siglo XVI, estaban vinculados al "descubrimiento" y
conquista de América, y en el siglo XVIII a la más "moderna" práctica de estudio e
investigación de los territorios conquistados.
Como vemos, a lo que podríamos definir como "viajes de fundación" de misiones,
debemos agregar los viajes de exploración e investigación del territorio. Tal es el caso de la
empresa acometida por el jesuita Cardiel, en cuatro oportunidades al sur de la actual Bahía
Blanca, y la del padre Quiroga, por mar. Este último conocido como el primer viaje científico
a la Patagonia. Sobre esto da cuenta el relato recogido por Furlong Cardiff.59
A los fines de esta investigación, se seleccionaron:
- El diario de viaje del Padre Quiroga, quien arriba a Buenos Aires en 1745,
cumpliendo diversas funciones en el territorio del Río de la Plata y, principalmente, dedicado
a realizar un expedición por las costas de la Patagonia.
- Un relato sobre la “Misión al Río del Sauce”, del padre J. Cardiel, que constituye, al
mismo tiempo, una suerte de biografía y recorrido por las diversas actividades del jesuita en
58
Furlong, Guillermo, Los Jesuitas y la Cultura Rioplatense, Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación,
1994, pp. 24. 59
Furlong, Guillermo, EL Padre José Quiroga, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1930.
41
las misiones de los Guaraníes, en Paraguay, en el Colegio de Corrientes y de Santa Fe y en
Buenos Aires, así como en las diferentes expediciones que emprende.
- Las biografías de Guillermo Furlong Cardiff sobre el Padre Jesuita Tomas Falkner,
Domingo Muriel y Manuel Querín. Este último, permite un mayor conocimiento del accionar
de la Orden en el Río de la Plata, a través de los informes que el jesuita enviaba al rey entre
1747 y 1750.
42
2- SEGUNDA PARTE: CONTEXTO HISTÓRICO
2.1- Orígenes de la Compañía de Jesús.
Jean Lacouture, en su obra “Jesuitas”,60
sostiene que “el acceso a la verdad –dice el
padre jesuitas Michel de Certau–, esta condicionado por el encuentro con el otro”, así como la
educación fue “una forma de apostolado que estuvo presente desde los orígenes de la
Compañía”. Estas expresiones reúnen algunos de los principios fundantes de la Orden creada
por San Ignacio de Loyola. De la misma manera, el Padre Serafim Leite,61
concuerda con esta
visión cuando afirma que “los jesuitas no fueron sólo misioneros, sino también
colonizadores”.
Acordar con estas expresiones es altamente tentador para un lector interesado en
conocer el derrotero de la Orden creada en 1534 por quien finalmente fuera conocido como
Ignacio de Loyola,62
originario de Azpetía, pequeña y fértil aldea vasca, en donde los señores
de Loyola habían servido, desde el siglo XIII, a la Corona de Castilla. En este marco de
reciprocidades se inscribe, seguramente, la entrega, por parte de su madre, del joven Iñigo al
albacea de la Reina Isabel, Don Juan Velázquez de Cuellar.
No sólo cerca del poder, sino también abierto a las vivencias que este ofrece, el joven
Iñigo “[...] aunque era aficionado a la fe, no vivía conforme a ella ni se guardaba de pecados.”
De estos tiempos cortesanos, Ignacio de Loyola recogerá innumerables amistades que lo
vincularán con el transcurso de los años a las monarquías europeas, emparentadas, muchas de
ellas, por las estrategias matrimoniales de las casas gobernantes.
Esta práctica habrá de contar con la fiel y efectiva disposición del fundador de la
Compañía de Jesús y sus sucesores, convertidos en pacientes expertos en recorrer el difícil
entramado de intereses europeos. Así, una de las características de la naciente Compañía será
la influencia, en lo más alto del poder político, con independencia del resto de las estructuras
del poder eclesiástico y basada en una organización vertical cuyos integrantes, “…tanto más
ávidos de disciplina y jerarquía cuanto que emergen del más exaltado vagabundo”, (así se
refiere J. Lacouture a Ignacio de Loyola), responden sólo y finalmente al General de la Orden
y al Papa. 60
Jean Lacouture, Jesuítas, I y II, España, Paidos, 1993. 61
Serafim Leite, Historia de Companhia de Jesus no Brasil, 1943, Prefacio, p. XII. 62
Fue bautizado con el nombre de Vasco de Eneko, traducido al castellano como Iñigo. Será en París, cuarenta y
tres años más tarde, cuando el hijo de los Loyola elegirá el nombre de Ignatius.
43
Ignacio de Loyola, cuya conversión data del año 1521, cuando decide “trocar una
caballería por otra, el amor cortés por el amor de Dios y los copiosos beneficios del
feudalismo por la indigencia de los caminos de Jerusalén,”63
habrá de transitar por un
profundo cambio interior, en donde el sacrificio corporal, la reflexión y la prédica callejera y,
finalmente, la necesidad de profundizar en el conocimiento, lo llevarán, en “esta búsqueda del
saber”, a las aulas universitarias de España y Francia, convirtiéndose, este último, en un punto
de inflexión en la vida de Ignacio y de la futura Sociedad Ignaciana. Si bien respetuoso de las
normas establecidas y de la autoridad de Roma, su prédica en las esquinas pronto lo
convertirían en una amenaza al poder clerical, lo que, en esos tiempos de ebullición
reformista, lo habrán de poner en más de una oportunidad en las puertas de la Inquisición
española.
Por esos años, Ignacio de Loyola, se reúne con siete de sus primeros seguidores, el 15
de agoto de 1534, en el subsuelo de la capilla de Notre Dame, ubicada en las faldas de la
colina de Montmartre. Allí reunidos, tomaron la determinación de partir hacia Jerusalén y de
regreso ponerse bajo la autoridad del sumo Pontífice. El lugar elegido y los planes trazados en
ese encuentro, permiten marcar dos cuestiones. Una, el carácter simbólico de realizar los
votos en Jerusalén, y otra, que Loyola, “eligió estar en el centro de un concilio de vagabundos
y mártires.”
A esto debemos agregar un tercer elemento, lo posible, escogida la opción Roma, será
necesario tiempo y despliegue de influencias para que, en 1540, la Orden sea finalmente
aceptada. Tres puntos se destacan en su constitución: la obediencia, la exaltación de la
pobreza y la castidad. La obediencia se traducía en la abolición de la voluntad, docilidad
absoluta, “indiferencia”, y anulación radical en manos del General de la Orden y, a través de
él, del Papa Romano. Según Lacouture, este precepto esta simbolizado en la fórmula perinde
ac cadaver –como un cadáver muerto–.
Sin duda, el tema de la obediencia, dentro de la Orden y en particular del pensamiento
y la acción de su fundador, ha sido, a través del tiempo, una de las cuestiones más discutidas
por la historiografía jesuita.
La estricta obediencia se desarrolla en prácticas que se deslizan en el marco de una
incuestionable jerarquía encabezada por el Prepósito General, seguido de los asistentes,
63
Lacouture, J, Jesuítas..., op. cit. pp. 33.
44
provinciales, superiores, prefectos, y garantizada por el admonitor, quien deberá estar atento a
los posibles excesos de la máxima autoridad. Esta estructura jerárquica funcionaba de manera
tal que, el General de la Orden, de carácter vitalicio, designaba a los Provinciales y Rectores,
pudiendo, además, enviar visitadores para la inspección de una provincia y cuando fuera
necesario hacerse cargo de la administración general. Designa también a un Procurador
General, que lo asiste en la consideración de problemas económicos y legales.
Sin embargo, el General no era la única autoridad capaz de tomar decisiones que
comprometían el porvenir de la Compañía. Periódicamente, se convocaba a una
Congregación General (asamblea que no se reúne en una fecha determinada, sino en caso de
muerte del general o por orden del Papa, cuyas funciones específicas eran las de elegir a un
nuevo general y hacer modificaciones en la constitución de la Orden). También se designaba
un admonitor y asistentes, cuya misión era informar o asesorar sobre cada una de las
assintenciae –distritos integrados por varias provincias.
La estructura de la Orden se subdividía en distritos denominados Provincias, dirigidas
por un Provincial, cuyo desempeño en el cargo era objeto de un informe anual presentado por
su secretario. Sus funciones específicas eran las de dirigir la Compañía, destinar a los
hombres a los puestos disponibles o que van a crearse, nombrar a una parte de los superiores
locales, seguir la evolución de las obras emprendidas y asegurar la relación constante con la
jerarquía.
Cada tres años, el provincial convocaba y presidía una Congregación Provincial
integrada por los superiores locales y ciertos jesuitas experimentados, destinada al planteo de
las proposiciones y necesidades de la provincia y a la elección de los procuradores, que
habrían de presentarse ante el General de la Orden en Roma. Estos últimos se reunían en
Roma para constituir, junto con el general, la Congregation Procuratorum.
De la misma manera, todos los rectores, los praepositi y los superiores eran
secundados por los consultores, a quienes debían recurrir en busca de consejo ante cualquier
asunto de importancia, informar al general acerca de las actividades del provincial, a quien
pueden interpelar, en caso de ser necesario en calidad de admonitor.
Dicho todo esto, es imposible no preguntarse cuales fueron los niveles de obediencia
alcanzados por la Orden a medida que se expandían por el mundo. En este sentido, los
45
Colegios jesuitas habrían de jugar un rol sumamente importante en la formación de la
obediencia de sus servidores. Efectivamente, lo que el fundador consideró una excepción,
pronto fue regla. La “formación sistemática de los espíritus”, la educación como práctica de la
Orden, según Lacouture, no fue pensada como un principio que caracterizara a la Sociedad de
Jesús, a pesar de que algunos de los fundadores, provenientes de las universidades francesas,
pensaran lo contrario. Su implantación definitiva se debe a que Ignacio de Loyola
vislumbrará, en la educación sistemática, la formación de formadores que por miles habrían
de inundar las distintas latitudes. Efectivamente, la férrea formación en los principios
ignacianos será el reaseguro de esta Orden, inmiscuida como casi ninguna en los problemas
del siglo.
Establecida oficialmente el acta de nacimiento de la Compañía de Jesús el 27 de
septiembre de 1540, la Orden, recientemente fundada, necesitaba de una carta fundacional y
de un dirigente. Conforme a lo cual, en 1541, Ignacio de Loyola se convierte en el “primer
General de la Orden” y se establecen las Constituciones de la Compañía, que sufren algunas
modificaciones hacia el año 1600, durante el generalato del Padre Aquaviva y, desde
entonces, los reglamentos no han sufrido modificaciones esenciales.
Desde entonces, los ignacianos “dirán que están unidos para dispersarse y responder
así a las necesidades de la Iglesia y del mundo en expansión”. La Compañía se abría a las
exigencias de un mundo en expansión. Cuando muere San Ignacio, los jesuitas son un millar
repartidos en París, Varsovia, Brasil, Japón, México y el Congo. La relación fraterna que
existía entre los primeros jesuitas subsiste, en teoría, al vínculo institucional, en particular el
voto de obediencia actúa como salvaguarda.
Según Lacouture, la Compañía es, en su origen, misionera, creada por un vagabundo.
La Orden es, en esencia, vagabunda y, en segundo lugar, surge la vocación de educar. Los
jesuitas han escogido la movilidad y han acabado por ser vagabundos, a pesar del relativo
sedentarismo impuesto por los Colegios. La Compañía de Jesús estará signada, a lo largo de
toda su historia, por el pragmatismo de su creador, dando primacía a la acción por sobre todas
las cosas.
La autoimposición del éxito en la empresa de misionar habrá de caracterizar a los
integrantes de la Sociedad Ignaciana, siendo un ejemplo de la actitud tomada en la incursión
por lejanas latitudes, en donde el supremo objetivo de instalar a la Orden llevará a sus
46
integrantes a mostrarse permeables a las creencias de otras culturas, utilizando un camino
inverso al resto del clero, como fue el aprender las distintas lenguas de los pueblos orientales
o americanos, incorporar algunas prácticas religiosas y culturales de los lugares, o el “detalle
menor” de adaptar sus vestimentas.
Probablemente, esta idea deba ser considerada cautelosamente, con el objeto de buscar
las respuestas adecuadas a los distintos problemas planteados alrededor de la historia de los
jesuitas, que van desde el respeto al otro hasta la convicción de crear un estado con base al
poder que otorga la apropiación del excedente producido por el otro. Estas cuestiones invitan
a una reflexión más profunda, que será retomada más adelante en relación a nuestro objeto de
estudio.
2.2- El surgimiento de los Colegios y su función en el seno de la Orden
Cualquiera fuera el motivo que dio a los Jesuitas impulso dentro de la estructura de la
educación sistemática –hecho que se verifica hasta en la actualidad–, sirvió en tiempos
cercanos a su fundación a resistir el vacío de los sectores nobles españoles.
Más allá del sentido estratégico que pudiera tener la fundación de los Colegios, el
interés por el conocimiento, la búsqueda del saber, será la marca del fundador extendida a
través de los siglos por toda la Orden. Sin embargo, las relaciones entre la ciencia y la
Compañía fueron durante mucho tiempo trágicas. La falta recae sobre el fundador, profeta
contradictorio de la libidio sciendi y la obediencia absoluta a la Iglesia Romana.
Todo el ambiente de Loyola conduce, desde la ruta de Manresa, y más aún en París, y
mejor todavía en Roma, a la búsqueda del conocimiento. Y todas las prescripciones
contenidas en las “Constituciones” y “Para sentir con la Iglesia”, imponen una práctica, una
disciplina rigurosa, que, ejerciéndose en el marco de una religión revelada, sólo podía
provocar, al decir de Lacouture, tensiones o coaliciones entre el dinamismo impulsado allí y
la docilidad manifestada aquí, entre la investigación del conocimiento, que no es más que un
movimiento, cuestionamiento e interrogación perpetua, y una estructura religiosa,
completamente armada de respuestas consideradas como definitivas.
47
Así, abierta al humanismo y a su optimismo vital, mejor aún, al diálogo de las culturas
iniciado, desde su origen, en Japón, y afinado sin cesar, la Compañía no se atreve a
comprometerse de entrada en el combate de la autonomización de la ciencia con relación a la
teología.
En el siglo XVI, la educación sistemática fue una estrategia de supervivencia de la
Orden, también lo será el obviar las discusiones sobre la autonomía de la ciencia y la teología
durante los siglos XVII y XVIII. En este sentido, la Compañía preferirá adoptar un perfil bajo,
en relación a la astronomía, y dará preeminencia al estudio de la matemática y avanzará
decididamente hacia el campo de la geografía. Es aquí donde nuevamente aparece su
participación en lo que Lacouture denomina ciencia de alto riesgo: vinculada a navegaciones
aventuradas, plantea los problemas de la naturaleza del hombre, de la humanidad de los
“salvajes”, de la esclavitud y de la “colonización de los bárbaros”. Bajo la forma de la
cartografía, estrechamente imbricada con el poder, la diplomacia y la estrategia, veremos a los
jesuitas recorrer por mar y tierra, a mediados del siglo XVIII, parte del actual territorio
argentino. Nos quedará saber, cuáles fueron los objetivos de muchos de esos viajes y cuál fue
el rol que cumplían los jesuitas de Buenos Aires y qué relación tenían con muchos de esos
viajes. Sin embargo, no pretendemos adentrarnos aquí en la cuestión de los conocimientos
impartidos en los Colegios, ni en las características de la educación jesuita en sí misma.
Se ha mencionado mucho el carácter humanista de la Compañía de Jesús vinculado, en
parte, al contexto de su origen. De acuerdo a la visión creada desde los mismos ignacianos, se
consideraba que la educación jesuita era profundamente humanista, porque la concepción
ignaciana lo era. Aunque el humanismo pensado por su fundador fuera aquel que “no
respondía simplemente al estudio de los clásicos, los estudios humanistas eran tales por la
preocupación esencial por el hombre como ente complejo con diversas dimensiones que
parecían ser entendidas armoniosamente.”64
Asimismo, se debe tener en cuenta que la Compañía fue el instrumento ideal para
lograr los objetivos del Concilio de Trento. A ambos lados del océano, en las Indias
occidentales y en el extremo oriente, en la Europa cristiana y en las regiones de fuerte
influencia protestante, las escuelas de los jesuitas se abrieron para educar a los jóvenes. El
surgimiento de los Colegios, por tanto, responde a un contexto que lo favorece, y a la
64
Schmitz, Egidio, Os Jesuítas e a educação. A filosofia educacional da Companhia de Jesús, São Leopoldo,
Unisinos, 1994, p. 138.
48
necesidad de la Orden de incrementar rápidamente el número de miembros. Con lo cual, los
Colegios constituían al mismo tiempo una necesidad, y representaban una solución práctica,
por la falta de miembros para la recientemente fundada Compañía de Jesús.
Siguiendo los preceptos del fundador, la educación debía ser adaptada a las
circunstancias de tiempo y lugar. Esto explica, y nos permite pensar en las variadas
características que tuvieron los Colegios en América, Europa y Asia.
Cada uno de los Colegios surgieron respondiendo a diferentes demandas, en general el
interés de la Orden estaba puesto en la creación de Colegios para la formación de nuevos
miembros, mientras que para la Corona, los Colegios servían de soporte para la acción
evangélica y para la sociedad local –principalmente en las sociedades hispanoamericana–,
respondiendo a la necesidad de educar a sus hijos y de fundar las primeras universidades en
tierras americanas. Aunque sin duda estos intereses se superponían u oponían por momentos,
cambiaron y se transformaron al ritmo de los tiempos que corrían y de las situaciones
concretas de espacio y lugar.
Los principios rectores de la educación quedaron contenidos en el Ratio Studiorum,
que respetaba fielmente las Constituciones Ignacianas. El Ratio Studiorum, comienza a
formularse en 1548, quedando definitivamente consagrado en el año 1599, durante el
generalato de Aquaviva. En palabras de Egídio Schmitz, “el espíritu del Ratio Studiorum
consiste en un grupo de principios comprensivos de la educación católica que San Ignacio
expresó en la cuarta parte de las constituciones”.65
Los Colegios nacieron rápidamente. Para 1550, sólo diez años después de la
consagración formal de la Orden, existían Colegios en India, Portugal, África, Brasil,
Salamanca y Francia. Y para 1606 ya existían ciento noventa y tres Colegios de los cuales
treinta y ocho se hallaban en América.
Los Colegios surgieron bajo cuatro formas diferentes de funcionamiento. Primero,
aquellos creados como Residencia, sólo para futuros jesuitas, de manera que los miembros
hacían sus estudios en las universidades civiles y completaban su formación en las residencias
a partir del estudio de los Ejercicios Espirituales. Este tipo de Residencia funcionó
principalmente en Europa durante los primeros años de la Orden. Segundo, los Colegios
65
Schmitz, E, Os Jesuítas… op. cit.
49
docentes para jesuitas, en ellos los ignacianos formaban a miembros de las universidades
civiles, que también predominaron en Europa. Y tercero, los Colegios para jesuitas y para
alumnos seculares, o mixtos, que fueron los más comunes. Los que predominaron en
América, junto con los Colegios de educación primaria y secundaria.
Si bien se destaca la importancia que los Colegios adquieren dentro de la estructura de
la Orden, hay quienes postulan que la Compañía se vio arrastrada, casi contra su voluntad, en
un torbellino de fundaciones, ampliaciones y transformaciones de Colegios de internos, y en
menor número de universidades. Algunos podrán tener una vida efímera, ya sea porque no se
reciben las donaciones suficientes, o por la mala evaluación de la situación local y de los
apoyos previstos.
¿Cómo se explica entonces el ardor fundacional de los Colegios? y la rápida
expansión, a pesar de las dificultades que afrontan, cuando además los fundadores no tuvieron
esta intención previa y cundo los primeros compañeros no estaban preparados para ello. Por
un lado, esta aventura pone fin a la incertidumbre de los comienzos, uniéndose en un objetivo
definido, reconocible en la esfera pública y en un campo que no era propio de ninguna otra
orden religiosa. Por otro lado, los Colegios satisfacen las intenciones del comienzo,
permitiendo a la Orden establecerse en cualquier lugar del mundo.
Responden al deseo de universalismo inscrito en el corazón del proyecto jesuita, y
concuerda muy bien con la vocación “del deber de inteligencia”. Procuran así, un instrumento
privilegiado para aunar los intereses espirituales con los políticos, económicos y financieros,
que les permite mantener estrechos vínculos con los poderosos. Al abrir los Colegios, e
“inventar un modelo educativo”, la Compañía responde a una demanda social y encuentra allí
un instrumento de acción al servicio de la modernidad.
La educación dentro de la Orden fue contemplada también como un mecanismo para
“formar líderes”. “No fue por casualidad que los Jesuitas asumieran el apostolado de la
educación. Como se habían colocado enteramente al servicio de la Iglesia, comprendieron
fácilmente que sería a través de de la educación, especialmente de líderes, que podrían ayudar
a la Iglesia a reconquistar gradualmente gran parte de los países y naciones que habían
adherido o estaban adhiriendo a nuevas doctrinas.”66
66
Schmitz, E, Os Jesuítas… op. cit.
50
A pesar del énfasis puesto en el carácter elitista de la educación jesuita, Pilar Gonzalbo
Aizpuru, considera que la educación no fue sólo una educación para la elite, “ya que hablar
del elitismo de la Compañía es caer en un lugar común”, partiendo del prejuicio de que los
jesuitas nunca se interesaron en la educación de los pobres, ni de los indios, mestizos y negros
de América colonial. Al mismo tiempo advierte que las escuelas eran gratuitas y argumenta a
favor de la existencia de una “educación popular de los jesuitas”, que se desarrollaba, “fuera
de las aulas, donde los jesuitas formaban a los niños que asistían a la catequesis, a las mujeres
que escuchaban sermones, a los presos en las cárceles, a los enfermos de los hospitales, a los
indios que vivían en las ciudades, y a los campesinos y negros”.67
Pilar Gonzalbo Aizpuru,68
destaca asimismo, la acción de los ignacianos desplegada
en los púlpitos, el confesionario y las repercusiones de su labor en el clero diocesano,
planteando que la labor educativa de la Orden se desenvolvió en otros ámbitos además de la
educación estrictamente formal.
Sin duda, estas palabras son esclarecedoras de la función prevista por la Compañía
para la educación y permite pensar que gran parte de los Colegios creados en América, y en
Buenos Aires en particular, respondió a la conjunción de intereses de la Orden, la Corona y la
sociedad local, y que tuvieron incumbencias mucho más amplias de las esperadas.
Las diversas funciones y dimensiones previstas por y para los Colegios Jesuitas, nos
permiten pensar que bajo la forma de la educación, la Compañía sirve a la Iglesia, a los
Príncipes, a la sociedad civil, y se sirve así misma haciéndose indispensable. Encuentra una
manera legítima de asociarse al esfuerzo de revitalización de la catolicidad deseado por el
Concilio de Trento. Sin duda, los Colegios aseguraron a la Orden una excelente inserción en
la Sociedad Moderna. La institución y su fundador supieron captar esa oportunidad y las
generaciones siguientes la continuaron por doquier. Más allá de que muchos de sus “éxitos”
se transformaron luego en argumentos en su contra.
67
Gonzalbo Aizpuru, Pilar, La educación popular de los Jesuitas, México, Universidad Iberoamericana, 1989. 68
Ibíd. pp. 4-6.
51
2.3- La Compañía de Jesús en América
Serafim Leite, en su historia de los Jesuitas en Brasil, afirma: “los jesuitas en América
tuvieron que hacer todo, bajo el riesgo de no hacer nada. Esta fue su cruz y su gloria. Los
jesuitas fueron maestros, labradores, constructores, mecánicos, profesores de facultades
académicas, criadores de ganado, enfermeros y médicos, exploradores de ríos y tierras,
confesores y consejeros de los gobernadores y virreyes”.69
Estas palabras resumen claramente lo que para muchos fue el accionar de la Compañía
en territorio americano. Aún a riesgo de simplificar excesivamente la cuestión, pretendemos,
en esta sección, revisar cuáles fueron las formas generales de establecimiento de la Orden y su
importancia. Si bien uno de los preceptos de San Ignacio era respetar y adaptar las Misiones y
Colegios al lugar y la época de su establecimiento, veremos que más allá de eso siguieron en
muchos casos un patrón preestablecido.
En el contexto del proyecto de evangelización en América, a los jesuitas les cabía un
rol de gran importancia, siendo, sin embargo, una de las últimas Órdenes en llegar al
continente. No por ello se vieron desplazados de los beneficios otorgados por la Corona de
España, ni relegados de los ámbitos de influencia social, política y económica. Tan importante
fue el establecimiento de Misiones y Reducciones tanto en Hispanoamérica como en América
Portuguesa, que aún hoy siguen generando discusiones y polémicas.
Según Beatriz Franzen fue la instalación de los jesuitas en Portugal, y la gran amistad
granjeada junto a la Corte de João II, la que permitió la entrada oficial de la Orden en España.
Los primeros jesuitas que llegaron a la América Española se instalaron en la Florida en
1566. Desde un principio, la Orden comienza a sentir la escasez de miembros frente a la
demanda creciente desde Europa y América. Dice el general de la Orden, Francisco de Borja,
“Devesé procurar yr a pocas partes, para que no se repartan en muchas los pocos que por
ahora pueden ser enviados […] pero si todavía fuere servido que vayan a outras partes,
desde luego no ay que hazer sino obedecer.”70
Desde luego que esto permite tomar dimensiones de la magna empresa a la que hacen
frente los jesuitas. Las instrucciones de Francisco de Borja para la evangelización de América,
69
Leite, S., História… op. cit., p. X. Prefacio. 70
Citado en Beatriz Vasconcelos Franzen, Os jesuitas…op. cit. pp. 62.
52
recolectadas por Beatriz Franzen, nos permiten tomar una mayor dimensión de lo ocurrido por
entonces. El general recomendaba “prudencia en la acción misionera”, intentando no abarcar
más de lo que se puede tratar, “procurar una residencia cerca de donde el gobernador tiene la
suya”, priorizar la conquista de los principales de entre el gentío, así como procurar “servir y
dar ayuda a los que gobiernan en nombre de su Majestad, como a los demás cada uno en su
grado.” La actividad misionera y el método de evangelizar debía ser lento, de tal modo que
“sean bien probados y catequizados y que no tornen fácilmente a sus idolatrías.”
Por otra parte, atendiendo al devenir de los hechos, podemos decir que la presencia de
los jesuitas se establece primero en Brasil en 1553, luego en Florida en 1566, en Perú en
1568, y en México en 1568. Estos dos virreinatos fueron los centros desde donde comenzaron
a extenderse hacia otros territorios. Lima fue el centro para América del sur, y Nueva España
el punto de partida hacia el norte y América central.
La forma principal de penetración y asentamiento en América de la Compañía se
expreso de dos maneras, una a partir de las Misiones y Reducciones, y otra a partir de la
educación.
Las primeras dedicadas a la conversión de los pueblos aborígenes, adquirieron
características muy diversas en los territorios de Hispanoamérica y del Brasil, seria muy
complejo discernir aquí las diferentes formas de evangelización y reducción llevadas a cabo
por los jesuitas, así como las características que dicho proceso adquirió en relación al contexto
de cada área. Tal como se mencionara, a la hora de referirse a las Misiones Jesuitas, las
visiones utópicas e idealizadas se imponen por sobre las situaciones concretas de cada
espacio. Sin embargo aquí, solo queremos llamar la atención sobre las especificidades del
proceso de reducción llevado a cabo por los jesuitas. De la misma manera, los trabajos citados
desde lo que denominamos como los “Nuevos Estudios sobre las Misiones”, aportan
información sustancial que contribuye a pensar en las diferentes dimensiones presentes en el
estudio de las Misiones Jesuitas.
La educación, y el establecimiento de Colegios, formaron parte intrínseca del proceso
de evangelización en América por parte de los jesuitas. De manera general podemos decir que
los Colegios se establecieron en Hispanoamérica básicamente en las zonas urbanas, y con
población europea, y criolla. Los primeros y mas importantes Colegio se establecieron en las
principales capitales de los virreinatos, es decir en México y Perú. A la fundación de dichos
53
Colegios se sumo el establecimiento de instituciones educativas, en casi todas las ciudades de
la América española. En muchas ocasiones la presencia de los jesuitas comenzaba con
modestas Residencias que con le correr de los años y ante la escasez de ámbitos de educación
concluían transformándose en Colegios.
En la tercera parte de la tesis se desarrolla específicamente la presencia de los jesuitas
en el Río de la Plata, aspecto que consideramos más relevante para contextualizar el rol de la
Compañía de Jesús en la ciudad de Buenos Aires. Para ello se presta especial atención a los
Colegios de la Provincia Jesuítica del Paraguay, y en menor medida a las Misiones de los
Guaraníes.
2.4- Las Reformas Borbónicas en Hispanoamérica
Una amplia producción historiográfica se ha detenido en el estudio del siglo XVII,
considerado tradicionalmente como un período de crisis, y en el siglo XVIII, considerado
como un período de crecimiento a partir del impulso reformista de los Borbones. El desarrollo
de la historiografía ha profundizado el estudio de estos antagonismos permitiendo una mayor
comprensión de la situación política, económica y social. Esto se tradujo en estudios
específicos sobre la minería en el siglo XVII en diferentes regiones de América, los cuales
matizan la situación de crisis del siglo XVII, y hacen hincapié en la recuperación
demográfica, en el intenso proceso de mestizaje, así como en el desarrollo del contrabando y
la corrupción en las Indias; entendidos, todos estos factores, como claros indicadores del
crecimiento y la autonomía de la América española.
Asimismo, se cuestiona el crecimiento del siglo XVIII, permitiendo matizar el período
borbónico con los resultados concretos de las reformas en el plano económico y social. Lo
cual permite reconsiderar, entre otras cosas, las causas de las revueltas del siglo XVIII en
Hispanoamérica.
Un aspecto central del siglo XVIII es el denominado “Regalismo Borbónico”, cuya
mayor expresión parece haber sido la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767. Dentro de
este panorama general, se intenta ubicar el accionar de la Orden en el Río de la Plata y en
Buenos Aires en particular.
54
Considerando qué, el contexto de la política borbónica afectó e influyó en el accionar
de la Orden, creemos oportuno referirnos a las implicancias de las Reformas Borbónicas.
Con la muerte de Carlos II de España, el último Habsburgo, los Borbones ascenderán
al trono español con Felipe V en 1700, luego de haber trascendido la guerra de Sucesión
Española. La Monarquía Borbónica impondría innovaciones en un reino que presentaba
importantes y marcados signos de atraso económico y donde este imperio, a pesar de poseer
América y sus riquezas, no podía ponerse a la par de Francia y Gran Bretaña, consideradas las
nuevas grandes potencias del momento debido a su desarrollo industrial.
Las Reformas Borbónicas no se impusieron directamente sobre el continente
americano. La experiencia reformadora se dio primero en la propia España. En la Península,
las reformas se orientaron a unificar y centralizar los territorios que componían el imperio
español y que se habían descentralizado.
Las Reformas afectaron todos los aspectos de la vida política, económica, social y
cultural, tanto en España como en América, y cumplieron con los objetivos de dar un nuevo
impulso a la economía americana e incrementar el aporte de ésta al imperio español. Sin
embargo, también afectaron los intereses de las elites locales, por lo que su arbitraria
aplicación provocará un clima de resentimiento que finalmente derivará en la emancipación
política de América.
En una breve descripción de tales reformas se hará hincapié en aquellas cuyas
acciones significaron un cambio destacado en la vida de las colonias. En el plano
administrativo, se concentraron en un ministerio, que abarcara todos los asuntos relativos a las
Indias; es importante resaltar la creación de los virreinatos del Río de la Plata y Nueva
Granada; así como la instauración de un régimen más burocrático: el de Intendencias en
diversas provincias, esto suponía el reemplazo de funcionarios criollos por peninsulares más
calificados.
En el ámbito económico, se aplicaron estímulos para que se favoreciera el desarrollo
de la agricultura y la minería y a su vez, lentamente, se comenzó a eliminar el monopolio
comercial de la metrópoli sobre sus dominios americanos, esto sin dejar de reestructurar el
sistema tributario para mejorar el incremento de la recaudación en las aduanas reales.
55
En materia eclesiástica, se quitaron las objeciones sobre la primacía que la Corona
quería tener con la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios de los Borbones
españoles. Esta reacción respondida no permitiría avanzar a aquellas órdenes que habían
alcanzado cierto grado de autarquía económica y autonomía política, al igual que atacar los
privilegios corporativos de los que estos gozaban.
Y finalmente, en el ámbito militar, las antiguas milicias fueron reemplazadas por
ejércitos profesionales para cuya formación se enviaron oficiales y tropas desde Europa, para
ello fue incorporada la concesión de fueros militares.
Se puede decir entonces que las Reformas Borbónicas cumplieron un papel destacado
para la implantación de la nueva política española en sus colonias. Dicha política de
administración, que recayó sobre las estructuras de América, posibilitó la inclusión de nuevos
pensamientos, movimientos sociales y una reubicación de las posiciones estratégicas que se
habían consolidado durante el período de los Habsburgo.
Sin duda, todo el andamiaje reformador de los Borbones permitió, y de hecho así fue,
que los intereses de los españoles se dirigieran a la búsqueda de lugares en la administración
colonial. Estas acciones eran visibles en las contiendas que sucederían, primero en España y
luego en América a principios del siglo XIX, desembocando en nuevas formas de adquisición
de autonomía por parte de América ante un Imperio español que se resquebrajaba cada vez
más.
La Reforma Eclesiástica del siglo XVIII
La tradicional y simbiótica alianza entre el altar y el trono se alteró considerablemente
como consecuencia de las reformas eclesiásticas del absolutismo ilustrado. Si desde el siglo
XVI la Corona ejercía el patronato de la Iglesia en América, a partir de una serie de
concesiones, este regalismo se reforzará durante la dinastía de los Borbones.
Todo comenzará con la expulsión de los jesuitas en 1767. Los jesuitas representaban la
ortodoxia impuesta por el Concilio de Trento y defendían el poder Papal contra los avances
del Estado Monárquico. Por lo tanto, Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos
sus dominios y prohibió la enseñanza y la defensa de su doctrina.
56
El “Regalismo” Borbónico llevó a la práctica lo que en el plano teórico comenzaba a
definirse como el poder real, emanado de Dios y transmitido directamente a la monarquía, que
llevaba implícito el encargo de conquistar y evangelizar nuevas tierras y velar por el
sostenimiento y difusión de la Iglesia. El monarca se convertía así en vicario de Dios, sin
subordinación alguna a la Santa Sede. Una de las consecuencias de ello era que, los
eclesiásticos seleccionados por la corona para sus respectivos puestos y subordinados a las
autoridades civiles, quedaban reducidos a simples funcionarios del aparato estatal.
Con el objetivo de limitar el rol de la Iglesia en las cuestiones espirituales del dogma,
la liturgia y los sacramentos, se restringió el marco de actuación de los eclesiásticos,
comenzando por los obispos.
Otro terreno al que se prestó especial atención fue el de la jurisdicción eclesiástica,
donde se intentó regular su sistema judicial, endurecer el control de las comunicaciones
directas de los eclesiásticos con Roma, reforzar el uso del pase regio y resolver las
apelaciones de los casos dentro del ámbito del Imperio. En lo que se hizo especial hincapié
fue en la inmunidad eclesiástica: debido al fuero especial, los tribunales eclesiásticos
intervenían en muchas causas no exclusivamente religiosas, mientras que el clero era
intocable aunque estuviera involucrado en problemas de naturaleza civil.
En 1765 una Real Cédula fijaba el derecho a intervenir en las controversias emanadas
del Patronato Universal, como las referidas a los límites de las diócesis, las parroquias, los
conflictos en el interior de los cabildos, etc.
Como en la Indias, la vida religiosa se encuadraba en los ámbitos definidos por los
obispados y las provincias de las órdenes religiosas. Las décadas finales del siglo XVII y la
primera mitad del siglo XVIII, transcurrieron sin que se fundara ninguna nueva diócesis. Pero
para el gobierno religioso no sólo era importante el número de diócesis, sino la presencia y
dedicación de las máximas autoridades: los obispos.
A partir entonces, se estableció en diez años el período de permanencia máxima de un
obispo en su sede. Lo cual se tradujo en ausencias, estancias cortas y períodos vacantes, que
implicaron un menor control y seguimiento de la actividad de las Iglesias.
Tal situación, favoreció la consolidación de intereses personales por sobre las
instituciones, y con ello la tendencia a la reafirmación de grupos al interior del clero a escala
57
local, representados por los cabildos eclesiásticos, párrocos y doctrineros de indios. Frente al
reforzamiento de los intereses sociales y económicos regionales, la figura y actuación de los
obispos, cuya presencia en el entorno social era pasajera, a veces se veía contestada, hasta el
punto de debilitarse su posición.
A diferencia de los obispos, los miembros de los cabildos eclesiásticos permanecían en
general períodos más largos en sus cargos, y por eso solían desarrollar intereses, tanto sociales
como económicos, mas sólidos en sus distritos. Esta tendencia se reforzaba al ser cortos los
mandatos de los obispos, y más aún, durante los períodos de sede vacante. Así, los cabildos
llegaban a consolidarse como auténticos grupos de poder en la gestión eclesiástica de las
diócesis, y en tanto grupos en disputa por el poder, no era extraño que surgieran divisiones en
su interior. El ámbito de influencia social, económico y político del cabildo era, como puede
suponerse muy extenso. En consecuencia, los canónicos de algunas sedes relevantes se
rehusaban a ascender a prelados en diócesis de menor importancia que aquellas donde
residían. En muchas ocasiones, algún obispo recién llegado a su sede, se encontraba
desplazado y con escaso margen de actuación en el gobierno de la diócesis.
El control del gobierno de la Iglesia colonial dio lugar a conflictos entre obispos y
miembros de los cabildos de las catedrales, o entre aquellos y las órdenes religiosas, que
defendían sus privilegios cuando se intentaba visitar sus jurisdicciones o reformarlas.71
Por otra parte, en el siglo XVIII, el mundo urbano y con él la Iglesia, seguía
mostrando un marcado contraste con el rural, como ocurría desde el comienzo de la
colonización. Las ciudades concentraban en torno a las estructuras de poder el mayor
volumen de población religiosa. Puede pensarse que eran las zonas urbanas donde abundaban
las oportunidades de trabajo, pero con frecuencia un buen número de clérigos y religiosos
carecían de una actividad determinada y de ingresos.
La atención religiosa de la población era cubierta también por las órdenes, que estaban
presentes por toda la geografía americana, y tenían las cabeceras de sus provincias en las
ciudades más importantes de Hispanoamérica. Las principales autoridades de las órdenes
religiosas, provinciales y superiores, formaban parte de la estructura del poder eclesiástico
71
Un ejemplo de trabajos que destacan estos conflictos son: Di Stefano, Roberto, “Poder episcopal y poder
capitular en lucha…op. cit., Garavaglia, Juan Carlos, “El teatro del poder: ceremonias, tensiones… op. cit.,
Urquiza, F., “Etiquetas y conflictos: el obispo, el virrey y el cabildo… op. cit.
58
indiano, junto con los representantes del clero secular, obispos y cabildos, frente a los que
mantenían ciertos pruritos de autonomía.
En el siglo XVIII, además de las órdenes iniciales, había en el continente carmelitas,
benedictinos, betlehemitas, hermanos de San Juan de Dios y capuchinos. En general, los
conventos urbanos de las órdenes religiosas se sostenían con el mismo tipo de ingresos que
las parroquias diocesanas, aunque en muchos casos poseían haciendas.
Las ordenes religiosas se han analizado, muchas veces, como un clero problemático,
relajado en sus costumbres, excesivamente numeroso, falto de disciplina, con escaso control
en la selección de sus miembros y en el funcionamiento de muchas de sus casas. Situación
agravada por las pugnas entre el clero secular y el regular. Por ello, y porque constituían un
fuero específico dentro del propio fuero eclesiástico que afectaba la concentración del poder
absoluto, no escaparon a los intentos de reforma de Carlos III. Aunque como en otros aspectos
de la Reforma, no se dieron los resultados esperados.
La vida religiosa en el ámbito urbano reflejaba la riqueza y heterogeneidad de la
sociedad colonial, las diferencias entre las ciudades mas ricas y las mas modestas, y el
contraste entre el dogma y la expresión popular de la religión, que siempre tenía algo de
festivo. Cualquier acontecimiento social o político daba a lugar a celebraciones religiosas con
procesiones o misas solemnes, por ejemplo durante la llegada de un virrey, un arzobispo, o la
entronización o muerte de un monarca.
En el siglo XVIII prosiguió la tendencia al cambio de titularidad de las doctrinas a
favor del clero secular, proceso que se aceleró durante el reinado de los Borbones. El
mecanismo de control de los curas rurales desde los obispados, eran las visitas que los
prelados debían hacer anualmente a sus diócesis, aunque en la práctica no era algo habitual.
Una consecuencia de lo infrecuente e ineficaz de las visitas era una gran autonomía de los
doctrineros.
Desde comienzos de la colonia, la actuación económica de los doctrineros había sido
destacada, llegando a generar rentas, varias veces superior al valor del tributo indígena. Para
poner límites a esta situación, el virrey propuso que cualquier actuación de los curas debía ser
controlada por los corregidores, como autoridad civil inmediata. Esto, además de provocar un
conflicto de naturaleza regalista, no era una solución real, puesto que la ambición de los
59
corregidores en cuanto a la apropiación del excedente indígena era idéntica o más acentuada
que la de los curas.
La situación llevó a importantes polémicas en las que intervinieron el obispo Liñean y
el obispo de Arequipa a favor de la inmunidad eclesiástica, y Juan Luís López a favor del
virrey. La polémica se apagó, pero el estado de cosas continuó en Perú y en toda América,
hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando nuevas circunstancias modificaron la situación.
En las diócesis de escasos recursos económicos, la posibilidad de conflictos por
problemas de esta naturaleza, eran menores. Al normal aislamiento de la Iglesia rural con
respecto a las autoridades urbanas, se suma la lejanía derivada de ser áreas marginales en la
colonia.
Para el mismo período, la intensa actividad de los curas de indios y,
consiguientemente, los intereses que desarrollaban en la esfera rural, los llevaron a
involucrarse en revueltas sociales de toda índole. Muy frecuentemente, en su base se
encontraba la presión económica a que era sometida la población aborigen por agentes
coloniales como los corregidores, los encomenderos y los propios curas, que se disputaban la
distribución del excedente económico indígena.
En este contexto de Reformas y conflictos se produce la expulsión de la Orden, restará
ver cual fue el impacto inmediato de dichas reformas en Buenos Aires y avanzar hacia una
mayor comprensión de la situación posterior a la expulsión de la Compañía, que permita
arrojar luz sobre la posterior resignificación del legado jesuita en el período virreinal.
2.5- La expulsión de la Compañía de los territorios americanos
Desde mediados del siglo XVIII, muchos parecían coincidir en que “había acabado el
tiempo de los jesuitas”, se pensaba que los jesuitas, tan hábiles en conciliar poderes, tan
prontos a sentarse con los poderosos, tan eficientes en actuar como intermediarios,
comenzaban a pagar el precio de su estrategia.
Durante el siglo XVII y XVIII, la Compañía se crea un número mayor de enemigos:
unos, les reprochan su humanismo; otros, en una época en que la Santa Sede representa una
60
potencia política, ven en ella una fuerza papista más con la que hay que acabar para
disminuir el poder de la Iglesia; muchos concluirán en que hay que acabar con la Compañía
por su íntima relación con el Papado.
El cambio de dinastía en España, la exclusión de los jesuitas como confesores reales,
y el ascenso de un nuevo grupo de burócratas, coincidió con la divulgación de obras
filosóficas y políticas, y con un momento en que la sociedad tendía a la secularización y
racionalización de sus creencias.
A estos argumentos, se suma un contexto que favorece su propagación. A lo largo
del siglo XVII y XVIII, el fortalecimiento de los Estados Nacionales, cada vez más
centralizados y burocratizados, surgen como una barrera para los “hombres de negro” –así
se referían a los jesuitas. Eran incompatibles el universalismo y el pluriculturalismo de la
“República de los Guaraní”, con las nacientes afirmaciones de los Estados Nacionales.
La Compañía de Jesús fue primero expulsada de los territorios de Portugal bajo el
argumento de “preservar la autoridad real y la soberanía del Estado Lusitano, colaborando
también con la armonía de la sociedad amenazada por los religiosos. La expulsión asumía,
por tanto, aires de protección y defensa de los súbditos a merced de los religiosos corruptos
y cooptadores, que no median esfuerzos para conseguir sus intereses.”72
En Hispanoamérica, la “utopía” jesuita es interrumpida en 1767, cuando la Corona
de España establece la expulsión de la Orden de todos los territorios españoles. Los motivos
de la expulsión son variados y muy complejos. Lo cierto es que, desde mediados del siglo
XVIII, la Orden encontró oposiciones en todos los frentes, tanto en América como en
España.
Por un lado, se hallaban las quejas de los colonos y de las autoridades que llegaban
una y otra vez a la Corte de España. Quienes acusaban a los jesuitas de quitar a los colonos
la fuerza de trabajo indígena, de haber demostrado escasa fidelidad al Monarca, y de haber
constituido un “imperio dentro del imperio”, un “Estado dentro del Estado.”
Por otro lado, la política de los Reinos europeos busca cada vez más la autonomía
con respecto al poder pontificio, como parte del lento proceso de construcción de un poder
72
Paulo de Assunção, Negócios Jesuíticos... op. cit. pp. 42.
61
estatal centralizado. En este contexto, se mira con desconfianza no sólo a la curia pontificia
sino también a las órdenes religiosas. Entre ellas, los jesuitas son considerados los “más
peligrosos”, por el voto de fidelidad al Papa, por su rol en la educación de los nobles, y
como confesores de los reyes.
Se ha dicho que después de la expulsión de la Orden, las misiones cayeron y pronto
desaparecieron. Sin duda, muchas familias abandonaron las misiones y la población se
redujo notablemente, en parte porque los administradores laicos fueron corruptos o porque
no contaban con el personal adecuado. Esta visión de rápido deterioro es cuestionada por
quienes postulan: el flujo de migrantes hacia el litoral que fue común y el proceso de
emigración de las reducciones que es anterior a la expulsión. En realidad, para otros, los
pueblos jesuitas fueron parte de un proceso general de disolución paulatina de los pueblos
indios por la vía del mestizaje. No podemos decir qué hubiera ocurrido si los jesuitas no
hubiesen sido expulsados, ni tampoco afirmar que la Corona española trató de abortar la
experiencia misionera. La Corte supuso que con otros religiosos las reducciones habrían
continuado su existencia, pero las medidas que tomó fueron generalmente torpes e
ignorantes de la realidad del Mundo Jesuítico del Paraguay.
Lo cierto es que son escasos los estudios que analizan el impacto de la expulsión de
la Compañía de Jesús, sin duda podemos suponer que la expulsión generó reacciones a favor
y en contra dentro de las sociedades locales. Estos son aspectos muy poco conocidos, si bien
se habla de un enorme vacío dejado por los jesuitas en las Misiones, y también en las
ciudades, donde se presentaban como “la” Orden religiosa en materia educativa. Estos
supuestos pueden también conducir a conclusiones apresuradas si no conociéramos que gran
parte de los documentos y relatos que recogen la experiencia de esos años son producidos
por los mismos Padres Jesuitas. Sería interesante reflexionar sobre estas cuestiones, a la luz
de la influencia de los jesuitas luego de su expulsión, influencia que, sin duda, llega hasta
nuestros días, a través de la educación y de lo que podemos denominar la existencia de una
memoria histórica de la Compañía, que influye en nuestra percepción de la misma.
62
3- TERCERA PARTE: LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN BUENOS AIRES
3.1- La Compañía de Jesús en el Río de la Plata
La llegada de los jesuitas al Río de la Plata se inicia a fines del siglo XVI, arribando
por dos vías, una por el Perú, que les permite instalarse en Tucumán en 1585, y otra desde
Brasil, a partir de 1587. Por entonces, existía un fuerte interés de establecer misiones en el
Paraguay unidas a Brasil. Sin embargo, atendiendo al Soberano español, el 24 de enero de
1587, el general de la Compañía decidió que la Misión del Paraguay, entonces creada, fuese
subordinada a la Provincia Jesuítica del Perú.
Quedaban establecidas Lima y Asunción como las dos ciudades más importantes, sin
embargo, las crecientes dificultades en la comunicación entre ambos centros, determinan la
creación de la Provincia Jesuítica del Paraguay. (Ver mapa 1)
En 1605, el superior de la Orden de San Ignacio, Claudio Aquaviva, decreta la
creación de la Provincia Jesuítica del Paraguay, que comprendía: el este de Bolivia, el
sudoeste de Brasil, Argentina, Uruguay y algo de Chile, conformando parte de los
denominados treinta pueblos jesuítico guaraníes. De ellos, ocho se hallaban entre los ríos
Alto Paraná y Paraguay (hoy territorio paraguayo): San Ignacio Guazú (la primera de las
misiones fundadas), Santa María de la Fe, Santa Rosa, Santiago, San Cosme, Itapúa,
Trinidad y Jesús. Quince se encontraban en la actual República Argentina: Candelaria
(cabeza de reducciones), Santa Ana, Loreto, San Ignacio Miní, Corpus, San Carlos, San
José, Mártires, Concepción, Apóstoles, Santa María Mayor, San Javier, Santo Tomé, la Cruz
y Yapeyú. Al este del río Uruguay (actual territorio de Brasil), había siete: San Borja, San
Nicolás, San Luis Gonzaga, San Miguel Arcángel, San Lorenzo, San Juan Bautista y San
Ángel. (Ver mapa 2)
El trazado urbanístico de las Misiones tenía un modelo fijo: una plaza central
constituía el corazón de cada poblado, en ella se erigía una cruz imponente, acompañada
generalmente de la Virgen y el Santo patrono de la reducción. Este último era muy venerado
por los habitantes, que lo promovían casi al rango de divinidad local. En la plaza se centraba
la vida social de la comunidad, allí se encontraba la Iglesia, la escuela, el cementerio, las
viviendas de los misioneros, la “zona industrial”, los asilos de huérfanos y viudas y otros
edificios públicos. Sobre los lados restantes se ubicaban las casas de los guaraníes,
63
dispuestas en largas filas paralelas que partían desde el centro de la reducción hacia la
periferia. (Ver imagen 1)
Al principio las construcciones fueron en general precarias, de barro, troncos y paja,
pero más tarde se llegaron a realizar obras maestras de arquitectura, en particular en la
construcción de las iglesias. Los templos debían ser lo suficientemente amplios como para
albergar a poblaciones que oscilaban entre los mil quinientos y los siete mil habitantes.
Primero las iglesias y luego las demás construcciones publicas y, en algunos casos, las casas
de los indios se edificaron o reconstruyeron con ladrillos, bloques de piedras y tejas. En el
período de esplendor de las Misiones, se perfeccionaron las técnicas de construcción y se
elaboró un estilo particular de arte barroco en el que confluían motivos, técnicas y criterios
europeos e indígenas.73
Es necesario tener en cuenta que, durante la centuria y media que duró esta
experiencia, cada Misión pasó por diferentes estadios de evolución, que en muchos casos no
coinciden cronológicamente entre sí, y que además cada una tuvo características propias,
signadas por el carácter de sus habitantes, por el momento de su fundación, por las
vicisitudes a que se vio sometida y hasta por su emplazamiento topográfico.
Desde la fundación de San Ignacio Guazú las misiones atraviesan momentos de
crecimiento y de crisis. Hacia la década de 1620 las Reducciones Jesuíticas del Paraguay
comienzan a llamar cada vez más la atención de la Iglesia y las autoridades españolas. Las
reducciones mas antiguas comenzaban perder el carácter de misiones, y de acuerdo con los
principios de la Orden se imponía su entrega a sacerdotes seculares. Sin embargo, la
ausencia de dichos sacerdotes en el Río de la Plata justifico la permanencia de los jesuitas.
Al mismo tiempo, durante la década de 1620 las reducciones cumplieron el plazo de diez
años de exención de encomiendas para los indios, situación que pese a la constante presión
de los colonos continuo extendiéndose.
Para 1627, los jesuitas habían fundado catorce reducciones, sin embargo, las
primeras se hallaban bajo el asedio de los paulistas, quienes procuraban esclavos entre los
indígenas de las Misiones. Esto generó que las reducciones que sobrevivieron fueran
trasladadas a través de un gran éxodo hacia el suroeste. Aun así, los misioneros decidieron
73
Para ampliar el tema del arte barroco en las Misiones, véase: Jáuregui y Penhos, “Las imágenes en la
Argentina colonial. Entre la devoción y el arte”, en José E. Burucúa (Dir.), Arte, sociedad y poética. Nueva
historia Argentina, Buenos aires, Sudamericana, 1999, vol. I, en particular pp. 45-103.
64
organizar la defensa militar, olvidando las prohibiciones españolas respecto a la posesión de
armas de fuego por parte de los indígenas. Ya que en dicha ocasión, el Padre Montoya
consiguió un permiso especial de la Corona para autorizar la utilización de armas por parte
de los aborígenes reducidos. Como consecuencia de la nueva organización militar, y en
respuesta a las agresiones de los paulistas, en 1639 ocurren los primeros enfrentamientos
entre los bandeirantes y los guaraníes.
Hacia 1641, con la incursión de los bandeirantes y luego de la batalla de Mbororé, las
reducciones del Guayrá entran en crisis y se inicia una nueva migración de los pueblos.
Desde 1641 y hasta 1750 comienza una etapa de crecimiento y consolidación de las
misiones concentrándose en torno de los ejes fluviales Paraná y Paraguay. Hasta entonces no
se fundarán nuevas reducciones sino que se reforzarán las ya existentes, facilitando el
intercambio entre todas ellas e intensificando las comunicaciones en una red fluvial y
terrestre. Para comienzos del siglo XVIII cristaliza el apogeo del experimento misionero:
treinta pueblos, todos ellos modelos de urbanización, estratégicamente repartidos en zonas
fértiles, a los ojos de los jesuitas y del mundo occidental la obra se hallaba en su cenit. Las
imágenes majestuosas de las ruinas que hoy se tienen, rescatadas de la selva, pertenecen a
construcciones de fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII. Es decir, del período de
consolidación de las misiones y de la renovación urbana con la introducción del estilo
barroco.
La Compañía de Jesús construyó sobre sí misma, la imagen de una institución
fuertemente cohesionada y homogénea, basada en el mutuo control y abocada a la
evangelización y a la educación. En consecuencia, la mayoría de las visiones tienden a
profundizar en explicaciones sobre la estructura estatal y la administración civil, donde se
destaca el respeto a los caciques locales y el mantenimiento de las estructuras tribales y de
clanes. Los jesuitas aparecen calificados como “protectores de los guaraníes”, que
cumplían la función de sacerdotes, padres, madre y juez. Tal como afirma Armani: “fue la
veneración la que permitió a un cuerpo de no más de cien misioneros, privados de toda
protección por parte del ejército español, mantener sólidamente en sus manos el estado
guaraní por más de 150 años, a pesar de las vicisitudes”.74
Sin embargo, más allá de las visiones idealizadas que hablan de un “Estado
teocrático”, de una “profética experiencia comunista” y del modelo de una sociedad 74
Armani, A., Ciudad de Dios… op. cit., p. 107.
65
igualitaria, es necesario matizar estos conceptos a la luz de los nuevos conocimientos. De la
misma manera deben ser reconsiderados los enfoques que reproducen una imagen de
eficiencia y éxito en todas las empresas acometidas por los jesuitas.
3.2- Los Colegios en la Provincia Jesuita del Paraguay
Según Beatriz Franzen,75
los Colegios eran establecidos allí donde se concentraban las
actividades desarrolladas por los ignacianos en el área donde se encontraban instalados. En
América servían tanto a los intereses de la Compañía como a la Corona en su afán por
conquistar y pacificar a las poblaciones nativas. En el continente americano adquirieron
características diferentes a las existentes en otras partes del mundo.
En América española, el poblamiento, la colonización y la urbanización comienzan
mucho antes de la llegada de los jesuitas, con lo cual la presencia de los ignacianos vino a
suplir la falta de escuelas y clérigos. Constituían un instrumento fundamental para la
formación de futuros miembros, ya que muchos jesuitas llegaban de Europa sin haber
concluido sus estudios. Los Colegios impartían una educación media y superior e incluso, en
algunos casos, se transformaban en escuelas donde se enseñaba a leer y a escribir.
Los jesuitas aparecen como los referentes en materia educativa en las ciudades
coloniales, dice Guillermo Furlong, “tenían los jesuitas escuelas en casi todas las ciudades
argentinas, paraguayas y uruguayas. Las había en Buenos Aires, Corrientes, Santa Fe, Tarija,
Catamarca, La Rioja, Asunción, Montevideo, San Luís, San Juan, Mendoza, Tucumán,
Córdoba y Santiago del Estero.”76
De todas estos colegios, algunos funcionaban como
escuelas primarias, donde se enseñaba catecismo, lectura, aritmética y escritura (lo que en
algunos casos aparecen como escuelas donde se enseñaba a leer, escribir y contar), y colegios
de segunda enseñanza, además de los seminarios diocesanos –que existían en Buenos Aires y
en Córdoba. (Ver Mapa 3)
Desde principios del siglo XVII los Colegios de Córdoba y Asunción ocupaban una
posición central en la Provincia Jesuítica, tanto en el aspecto espiritual como en el material. El
75
Vasconcelos Franzen, Beatriz, Jesuítas portugueses e espanhóis..., op. cit. y Os Jesuítas portugueses..., op. cit. 76
Guillermo Furlong, S. J. Los jesuitas y la cultura rioplatense, Bs. As., Ediciones Universidad del Salvador,
1984. pp. 125.
66
desarrollo y la creación de nuevos Colegios se hizo más contundente a partir de la década de
1610, los jesuitas lograron por esos años establecerse en casi todas las comunidades de la
región del Río de la Plata. En 1613 se fundo el Colegio de San Miguel de Tucumán, por la
misma época se creo el Colegio de Santiago del Estero, ciudad donde los jesuitas ya
administraban un seminario real. Para 1617 los establecimientos de la Orden existentes en
Santa Fe, Mendoza y Buenos Aires, fueron transformados en Colegios, y adquieren
propiedades que le permiten asegurar su subsistencia.
Si bien los años que transcurren entre fines de la década de 1620 y hasta 1648,
constituyeron años de inestabilidad para las Misiones Jesuíticas del Paraguay, los Colegios
siguieron en parte un desarrollo independiente, que los condujo a la adquisición de nuevas
tierras, a la obtención de nuevas propiedades urbanas, y a incrementar las donaciones
recibidas. Desde entonces y hasta fines de la década de 1660, los Colegios Jesuitas
continuaron creciendo.
El Colegio de Córdoba, llego a albergar entre sesenta y setenta jesuitas, y a contar con
aproximadamente doscientos cincuenta esclavos77
, pudiendo sostener una buena situación
financiera gracias al comercio de ganado en pie con el Perú. De la misma manera el Colegio
de Buenos Aires participaba del comercio de ganado con el Perú, actividad que era combinada
con la venta de cueros a los barcos extranjeros que transitaban por la ciudad portuaria.
Por su parte, los Colegios de Santa Fe y Asunción, continuaron por esos años
intentando incrementar sus tierras. Santa Fe, procuraba consolidar su posición como
exportador de ganado en pie hacia el Perú, situación compleja de sostener debido a la
presencia conflictiva de los indios del Chaco. Mientras que Asunción, lograba sobrevivir
mediante la cría de ganado, el desarrollo de las manufacturas de tela de algodón y el cultivo
de la vid.
Luego de 1670 y hasta 1700, aproximadamente, la situación económica de los
Colegios continuo siendo prospera, contamos para ello con las únicas referencias disponibles
aportadas por Magnus Mörner. El autor afirma que a partir de la creación del Colegio de
77
Magnus Mörner, Actividades Políticas… op.cit. pp. 76.
67
Corrientes en 1690, las instituciones educativas de la Orden pasaban por un buen momento a
excepción de Santiago del Estero, si bien desconocemos las causas de esa situación78
.
A la labor en las escuelas, colegios y universidades, se suman las bibliotecas
pertenecientes a la Orden, al decir de Furlong, “en todos los colegios, escuelas y residencias
(incluso en las reducciones) poseían una sala dedicada a la biblioteca.”
En Paraguay, los Colegios fueron creados a partir de la demanda de la población de las
ciudades, por ello los grupos locales estaban generalmente predispuestos a realizar las
donaciones necesarias para la creación de los mismos. Sobre esta cuestión llama la atención
Beatriz Franzen, quien marca un punto de comparación con los Colegios establecidos en
Brasil, donde generalmente no existía una población urbana asentada y, por lo tanto, el apoyo
de la Corona era el estímulo fundamental para el establecimiento de la Orden.
Según la misma autora, los Colegios se transformaban rápidamente en centros
irradiadores de cultura y conocimiento, de propagación de la fe y la doctrina católica, de
restauración de la moral, y de misión junto a los indios infieles que buscaban convertir. Allí
eran formados los profesores y los misioneros, era el sitio donde los Padres se dedicaban a
confesar, peregrinar, practicaban acciones de caridad y, atendían a los enfermos, consolaban a
los moribundos e instruían a los presos. En América, los Colegios fueron en muchos casos los
únicos establecimientos existentes para que los niños aprendieran a leer y a escribir.
La instalación de Colegios dependía de la autorización real. El proyecto, y todo lo
relativo a la construcción, mantenimiento y recursos, eran examinados minuciosamente por el
Consejo de Indias.
En estas oportunidades, los Jesuitas buscaban apoyo de varias fuentes de poder:
gobernador local, obispo, cabildo y personajes influyentes. También, procuradores jesuitas
eran enviados a Madrid para ejercer presión sobre el Rey, siempre con la colaboración de
autoridades jesuitas en España y, en ocasiones, con la propia intervención del General.
Los Colegios centraban todas las actividades de los religiosos en las ciudades,
asistencia social y religiosa. Los jesuitas tenían también el control de los remedios existentes
78
Magnus Mörner, Actividades Políticas… op.cit., pp. 97-98.
68
almacenados en sus boticas, en las cuales se hallaban las drogas utilizadas en Europa y
aquellas que los jesuitas habían conocido en contacto con los indios.
En los Colegios se realizaban también importantes fiestas, siguiendo algunas datas
conmemorativas de la Iglesia, como Pascua, Navidad, San José y, la más importante, era la
fecha de beatificación de San Ignacio, motivo de grandes festejos en todos los Colegios. Las
fiestas eran utilizadas por los religiosos como estrategia para un mayor acercamiento al
pueblo con un claro fin pedagógico.
No sólo eran centros educativos y culturales, también de los Colegios salían
anualmente misiones que recorrían las áreas vecinas o cercanas, aldeas, minas, etc.
Pregonando siempre la palabra de Cristo, esta actividad de los jesuitas aparece fuertemente
vinculada a los intereses de las autoridades civiles, como instrumento político para garantizar
la tranquilidad interna.
Según Beatriz Franzen, la instalación de Colegios en el Paraguay, era en general el
resultado de los pedidos elevados por los colonos, quienes reclamaban la necesidad de
establecimientos educativos que atendieran la educación de sus hijos.
Hay que tener presente que la fundación de Colegios estaba siempre sujeta a la
existencia de recursos necesarios para su funcionamiento, y normalmente dependía de las
donaciones hechas por fieles y por el propio rey, para poder ser construidos y luego subsistir.
En general, la estructura administrativa de los Colegios respondía a una jerarquía que
se iniciaba con el Padre Provincial, que tenía bajo su mando a los Padres Rectores de los
Colegios de sus provincias y a los Padres Procuradores. Los Padres Rectores controlaban a
los Hermanos de los Colegios y a los Padres Administradores de las propiedades que
estuvieran ligadas al Colegio. La función de los Padres Visitadores era verificar si las
constituciones de la Compañía de Jesús se estaban cumpliendo. El Padre Procurador, además
de suplir las necesidades de los bienes del Colegio y las Residencias, era responsable de las
cuentas enviadas por los administradores de las propiedades.
Como ya se ha mencionado, esta ordenada estructura administrativa debía procurar la
autosuficiencia de los Colegios, y el control jerárquico y centralizado de los bienes. Como es
posible suponer, dicha organización significaba la existencia de un sistema económico
69
fuertemente vinculado a la economía local, ya que como en varias ocasiones repiten los
jesuitas, para garantizar su subsistencia debían vender los excedentes de la producción.
Según autores como Paulo de Assunção, “los aspectos y las prácticas de los negocios
jesuíticos indican que los religiosos administraban sus propiedades para aumentar la
productividad y obtener resultados, siguiendo los movimientos y la dinámica de la economía
colonial.”79
Al mismo tiempo afirma, que los ignacianos, conscientes de que “la
evangelización, la catequización, la asistencia espiritual y otros ejercicios de caridad debían
continuar”, procuraban luchar para preservar lo que habían conquistado y acrecentar el
patrimonio de la Orden. Esto se traduce en una preocupación por la fluctuación de los precios,
prácticas que garanticen más lucro, preocupación por la mano de obra, etc. Cuestiones que,
según el autor, no estaban en consonancia con el modelo idealizado de caridad cristiana
construido por la sociedad y por la Orden.
Cabría analizar si los jesuitas estaban atentos a un complejo sistema productivo que
involucraba el cultivo de la tierra, la mano de obra, el comercio, el abastecimiento de los
Colegios y las Residencias, y el envío de productos al mercado local y regional. Tal era la
situación en el Colegio de Buenos Aires, situación que nos remite a la existencia de un
importante flujo comercial con el Alto Perú y Brasil.
Otra cuestión que destaca el autor sugiere importantes líneas de reflexión. Es
ampliamente conocida la existencia de un estricto voto de pobreza entre los miembros de la
Compañía de Jesús, situación que conducía a los ignacianos a la necesidad de afianzar la
manutención de los Colegios y las Residencias, ya que sus miembros no podían poseer bienes
para su sustento particular.
Por lo tanto, los estrechos vínculos con la Monarquía y la Corte española y lusitana,
así como las cuantiosas donaciones que recibían, aparecen casi como una “necesidad
indispensable para la Orden.”
Según Paulo de Assunção, la ayuda material y financiera que recibieron los jesuitas –
de la Corona y donantes privados–, les permitieron tener recursos para su manutención,
conformar un importante patrimonio y obtener privilegios reales. Tal situación, a lo largo del
79
Paulo de Assunção, Negócios Jesuíticos… op. cit., pp. 84.
70
siglo XVIII, merece la atención de la Corona que demuestra un fuerte interés por regular las
injerencias de los bienes temporales de los jesuitas.80
3.3- El Colegio de la Compañía de Jesús en Buenos Aires
Al decir de Guillermo Furlong Cardiff, la historia de los Jesuitas en la ciudad de
Buenos Aires se halla íntimamente unida al desarrollo de una de las ciudades más australes de
la Corona española en América.
La llegada de los jesuitas a Buenos Aires data del año 1600, cuando la ciudad aún
estaba escasamente poblada por ranchos y la fisonomía del lugar hacía dudar de los progresos
de dicha ciudad.
En esas condiciones, los jesuitas se instalaron, en un principio, en los terrenos
ubicados donde actualmente se halla la Plaza de Mayo (Ver Imagen 2). Allí estuvieron hasta
1662, cuando se trasladaron al predio que actualmente ocupa la Iglesia en la ciudad de Buenos
Aires.
Aún hacia fines del siglo XVII, cuando la ciudad portuaria comenzaba paulatinamente
a definir su rumbo, las impresiones de los viajeros continuaban estando dominadas por el
asombro. Así lo relata el Padre jesuita Antonio Sepp, cuando arriba a Buenos Aires en 1691, y
es recibido por una comitiva de jesuitas del Colegio y autoridades de la ciudad. Mas allá de
describir lo sinuoso del arribo y la llegada al puerto, la atención del jesuita se concentra en los
hombres y mujeres que habitaban la ciudad. “En las márgenes se veían algunas compañías de
guardas españolas a caballo y a pie, así como incontables americanos, con sus instrumentos
musicales. Las indígenas con sus hijos menores, dos en una mano, y dos sobre el brazo, los
negros con sus negras, jóvenes y viejos, grandes y pequeños, negros y blancos, desnudos y
vestidos, bautizados y no bautizados, todos venían a nuestro encuentro, nos saludaban
alegremente y nos besaban la mano sagrada.” Continua describiendo la llegada al Colegio,
“acompañados de la multitud de nativos, así como del reverendo Padre Provincial Gregorio de
Orosco y todos los Padres del Colegio, salimos del puerto en dirección a nuestra Iglesia. Allí
80
Paulo de Assunção, Negócios Jesuíticos… op. cit., pp. 146.
71
rendimos las gracias a Dios todopoderoso y su dolorosa Madre y asistimos al Te Deum
Landamus, que los indios no cantaron mal, en tanto sonaba la campana en toda la ciudad.”81
Su relato nos permite ver como el Colegio no era solamente un ámbito de las elites,
como tradicionalmente se considera, sino que, en ciudades mas pequeñas como Buenos Aires,
el Colegio llego a constituir un espacio donde confluían diferentes sectores sociales. Situación
que retomaremos mas adelante.
Por otra parte, los conocimientos existentes sobre la labor de los jesuitas en Buenos
Aires, destacan principalmente la labor educativa, poniendo énfasis en su rol de pioneros en la
educación primaria y secundaria. Entre los cuantiosos relatos sobre las tareas de los
ignacianos en la ciudad, se mencionan y trivializan las actividades económicas de los jesuitas
en la ciudad. Tanto es así que Furlong justifica el comercio de la Compañía como una
actividad “indispensable para su supervivencia”. Tendiéndose a destacar la importancia de la
recepción de limosnas y donaciones por sobre las actividades económicas que desarrollaban
los ignacianos.
Sin embargo, de a cuerdo a nuestros conocimientos las actividades económicas de los
jesuitas en Buenos Aires eran casi igual de importantes a sus tareas educativas y espirituales.
Actividades económicas que ya se mencionaron el momento de referirnos a los Colegios en la
Provincia Jesuítica del Paraguay. Es innegable que dicha situación económica permitió el
crecimiento del Colegio desde la segunda mitad del siglo XVII. Tanto es así, que los cambios
dentro de la Orden, se pueden observar también a partir de las nuevas construcciones y del
crecimiento de las ya existentes.
En 1661, la Compañía se traslada a un nuevo predio, cedido por Isabel de Carvajal,
situado en la manzana limitada por las actuales calles Bolívar, Moreno, Perú y Alsina. Cuando
los jesuitas estuvieron ubicados en su nuevo emplazamiento, comenzó el período de mayor
expansión económica y cultural, que coincide con el desarrollo de las nuevas construcciones.
Iniciaron la edificación de una iglesia provisoria, en 1686 comenzaron las obras del templo
definitivo que se construyó de acuerdo a los planos del arquitecto Juan Kraus S. J. quien,
asimismo, trazó los que correspondían al Colegio de San Ignacio, quedando la Iglesia de San
Ignacio consagrada en 1734. (Ver Imagen 3).
81
Antonio Sepp, Viagem ás Missões jesuíticas e trabalhos apostólicos, Belo Horizonte, Itatiaia, 1980. pp. 101-
102.
72
En 1662, el Colegio de San Ignacio se traslada a la actual Manzana de las Luces,
ocupando una construcción provisional. En 1710, el ya citado arquitecto Kraus, realizó los
planos del Claustro del Colegio e inició su obra, que se completó hacia 1729. (Ver Imagen 4).
Al Colegio se le asignó, además, la totalidad del ala norte de la Procuraduría de
Misiones, este conjunto edilicio se construye en 1730 y los planos se atribuyen al arquitecto
jesuita Juan Bautista Prímoli.
La Procuraduría de Misiones, cuyas oficinas estaban ubicadas en el sector norte de la
Manzana de las Luces, se encargaba de administrar y capitalizar los beneficios del comercio
de las misiones. Tenía además a su cargo alojar y mantener a los indígenas de las reducciones
que venían a Buenos Aires para desempeñar diferentes tareas. El beneficio económico que de
ello se derivaba, estaba destinado a las comunidades indígenas y a prestar apoyo al Colegio de
San Ignacio. En la Procuraduría funcionaban además la escuela y botica o farmacia, en el
sector norte, y las oficinas, depósitos y aposentos, en el sector oeste y sur. La escuela de
primeras letras tenía dos aulas en el piso bajo y cuatro en el alto.
Sin embargo, no debemos sobredimensionar las mejoras del Colegio, sino que deben
ser comprendidas en el contexto de los cambios que comienzan a vislumbrarse en la ciudad, y
a los cuales los jesuitas no son ajenos. Los relatos de los cronistas, influenciados o no por las
imágenes de sus países de origen, insisten en las dificultades del Colegio. Según Antonio
Sepp, “los cuatro conventos de ordenes religiosas que aquí hay pertenecen a Franciscanos,
Dominicos, Trinitarios y a la Compañía Jesús. Viven todos en extrema pobreza y privación,
porque las carencias son aquí muchas. Las casas e iglesias no son de piedra, sino de barro y
lama, y tienen todas un solo piso […]” Luego refiriéndose a los jesuitas en particular dice,
“los padres pretenden construir una nueva Iglesia. Ya comenzaron con la construcción de una
grande y linda torre de piedra y cal. La mitad de la torre ya fue levantada. Los arquitectos son
jesuitas y los operarios indios que fueron mandados de las reducciones para Buenos Aires.”82
Los restantes relatos de jesuitas que tomamos como referencia destacan una y otra vez
las privaciones de los Padres de la Compañía residentes en Buenos Aires, generalmente en las
primeras impresiones esta presente la inmediata comparación con los Colegios e Iglesias
europeos de la Orden. Sin embargo, cuando sus estadías en el territorio son mas extensas y
entran en contacto con la situación de otros Colegios del Paraguay, los parámetro de
82
Antonio Sepp, Viagem as… op. cit., pp. 103-104.
73
comparación tienden a cambiar y a destacar entonces los Colegios de Córdoba y Buenos Aires
por sobre lo precario y humilde de otras residencias.83
Las funciones e incumbencias del Colegio de la Orden de San Ignacio en la ciudad de
Buenos Aires, en el contexto de la sociedad y economía local serán analizadas con
detenimiento a continuación. Aquí solo queremos resaltar que los jesuitas poseían importantes
vinculaciones económicas, políticas, y su ámbito de acción no se reducía a la función
educativa de una elite.
Finalmente, creemos importante destacar dos características del Colegio de la Orden
en Buenos Aires, por un lado, su función estratégica como lugar de paso y avance hacia otros
territorios, y por otro, su importancia como lugar de formación para miembros de la
Compañía. Ambos aspectos aquí enunciados, serán desarrollados en las cuestiones relativas a
la relevancia y la importancia de la Orden en la ciudad porteña.
Dimensión Social: Influencia de la Orden en la ciudad de Buenos Aires
La Compañía de Jesús, surgida como una Orden en las ciudades, gustaba del medio
urbano y de su influencia sobre los grupos criollos y mestizos.
Allí donde los jesuitas se encontraban, contribuían a activar la economía de la ciudad,
desarrollando actividades en extensas zonas agrícolas, y como agentes de la educación
humanística. Como educadores de la juventud y renovadores de la vida cristiana, los jesuitas
adquirieron ante la sociedad porteña un prestigio superior al de cualquier otra congregación
religiosa. Eso parecía responder a la función educativa desempeñada por los jesuitas.
Hacia 1619, en una carta del Gobernador Góngora al Rey que informaba sobre las
comunidades religiosas existentes en Buenos Aires decía: se hallan en la ciudad,… “la de San
Francisco con solo el Guardián y algunos frailecitos, hijos de vecinos; los catequiza e instruye
sirviéndose de ellos para el culto divino. La de Santa Domingo con solo el Prior y un
compañero lego […] La de Nuestra Señora de las Mercedes con solo el Comendador y su
compañero que es predicador de la casa. La Compañía es la de mas religiosos y que mas
trabaja en esta ciudad así en la educación de los hijos de sus vecinos como en la frecuentación
83
Referencias de este tipo se hallan en: José Cardiel, José Cardiel, Diario de viaje y Misión al Rio Sauce
realizado en 1748, con prólogo de G. Furlong Cardiff y F. Outes, Buenos Aires, 1930, pp. 17-22, y G. Furlong
Cardiff, Manuel Querín y sus informes el Rey 1747-1750, Buenos Aires, Theoria, 1967, pp. 21-29.
74
de las confesiones. Tienen además del rector otros tres religiosos de misa y un lego, personas
de grande religión, mucha erudición y doctrina […]”84
Los jesuitas tuvieron sus Colegios y Residencias en las ciudades, allí donde la
presencia de familias criollas hacía previsible la afluencia de limosnas y donaciones, y donde
se auguraba éxito en las celebraciones religiosas y la asistencia de educandos a las escueles
que se abrían. Según la importancia de la ciudad, las peculiaridades de la población
predominante, la prosperidad económica, y la posible competencia de otras Ordenes, es de
esperar que los establecimientos hayan tenido características diferentes. Algunos se
orientaban con preferencia a la educación de la juventud, otros atendían las necesidades
espirituales de los vecinos españoles, y algunos se dedicaban a la organización de misiones
entre los indígenas. Existieron amplios Colegios y suntuosos templos en las ciudades más
ricas y más pobladas, pero también modestos edificios donde las rentas no eran tan
abundantes y, por lo tanto, era frecuente que se realizaran obras de reparación y ampliación
para adaptar las instalaciones a las necesidades de cada momento.
Tanto es así que el Colegio de Buenos se hallaba desde su traslado en 1661 hasta el
momento de la expulsión en constantes reformas y ampliaciones de sus edificios. Según el
relato del Padre Antonio Sepp, a fines del siglo XVII aun se utilizaba en ocasiones la Iglesia
ubicada en el antiguo predio.85
Los Jesuitas escogieron Buenos Aires sin saber si era la mejor opción.
Preferentemente, buscaban establecerse en ciudades con población española numerosa y
situación económica óptima, pero no por ello abandonaron otros lugares en los que esperaban
conseguir frutos espirituales o convertirse en enclaves importantes para sus actividades. Es el
caso, por ejemplo, del Colegio de Buenos Aires desde inicios del siglo XVIII.
En las ciudades coloniales, grandes o pequeñas, los jesuitas pasaban a formar parte de
la vida social e intelectual de la comunidad, contribuían a modificar sus diversiones, estimular
las acciones literarias y servir de modelo para la preparación de fiestas y solemnidades
religiosas. De la misma manera, colaboraban con la población cuando era necesario remediar
situaciones dramáticas, o cuando era necesario intervenir en situaciones lamentables como
epidemias o inundaciones, y también participaban de todo tipo de actividades cotidianas en la
84
Citado en G. Furlong Cardiff, Historia del Colegio… op. cit., pp. 63-64. 85
Antonio Sepp, Viagem as… op. cit., pp. 100.
75
vida de las ciudades. Ya sea para reconciliar a vecinos enemistados, o para concluir con
amancebamientos y legalizar o separar a las parejas unidas irregularmente.
Un ejemplo de ello son las actividades desarrolladas por el Padre jesuitas José Quiroga
en su paso por Buenos Aires durante cinco meses. Durante esa estadía relata Furlong se le
encarga al Padre una actividad conforme a sus antecedentes. “Los vecinos de la campaña de
Buenos Aires (y aun los de la misma ciudad) se encontraban enredados en cuestiones sobre
los limites de sus propiedades territoriales, por falta de una regla, científica, acertada y
general, sobre el arrumbamiento que debía darse a los deslindes de sus fundos. El Cabildo se
encontraba perplejo para tomar una resolución sobre la materia, y permanecía en este
embarazo administrativo cuando se presento en el año 1745 el Padre José Quiroga de la
Compañía de Jesús, con el titulo de maestro de matemáticas.”86
El cabildo conforma por
entonces una Junta encargada de resolver dicha situación que cuenta con el “asesoramiento
inigualable de Quiroga”.
Sin duda, esto permite tomar dimensión del grado de influencia y el rol que
desempeñaban los jesuitas en las ciudades coloniales. En una ciudad como Buenos Aires, los
jesuitas aparecen muchas veces como los únicos especialistas, y poseedores de un
conocimiento que los colocaba en un rol diferencial.
De la misma manera, hacia 1750 encontramos, al Padre Quiroga participando en la
comisión conformada para definir los límites entre España y Portugal, que se plasmarían en el
Tratado de Madrid. En esta ocasión, lo hallamos desempeñando una actividad íntimamente
vinculada a las esferas de poder político y diplomático.
Quiroga acompañaría a los comisionados españoles encargados de establecer los
límites entre la jurisdicción hispana y lusitana, en calidad de capellán. Cuando la misión de
demarcadores llego a Buenos Aires se comunicaron con le Padre provincial de los jesuitas
solicitando un geógrafo, es en esa ocasión que es recomendado José Quiroga. En la crónica de
Quiroga, a propósito de su participación en la demarcación de limites, se destaca el
comentario del Marqués de Valdelirios quien en 1754 dice: “solo los jesuitas conocían el país
86
G. Furlong Cardiff, El padre José Quiroga, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1930. pp. 28.
76
y eran por ende los mejores, sino los únicos capaces de juzgar el verdadero valor del
tratado.”87
Como resultado de su participación en las disputas sobre el Tratado de Límites, dos
años después publica un estudio donde intenta demostrar los “Inconvenientes que resultan de
la demarcación contratada”, hecho que le genera muchas críticas.
Por otra parte, sería muy interesante rastrear la influencia de los jesuitas en la
catequesis urbana, en cuyo ámbito la Orden tiene una extensa tradición. Si bien siempre se ha
puesto énfasis en las Misiones, es importante destacar la acción de la Compañía en las
ciudades, lo cual remite al escaso interés otorgado a las diversas prácticas de evangelización
desarrolladas por los jesuitas, que creemos, no sólo se reducían a la “educación de la elite”,
sino que dedicaban también atención a los negros e indios que vivían en las ciudades, a los
enfermos y a los presos de las cárceles. Grupos sociales que tradicionalmente se consideraron
ajenos a los intereses de la Orden, pero cuya importancia en el plan evangelizador es posible
de ser percibida.
Furlong Cardiff, en su historia del Colegio del Salvador, se refiere a los “Ministerios
Especiales”, si bien no contamos con mayores datos al respecto los jesuitas dedicaron especial
atención a catequizar a los indios y negros que vivían en la ciudad o en las aéreas cercanas,
principalmente a los esclavos traídos de Angola y a los Charrúas de la Banda Oriental. Al
mismo tiempo pareciera, que al ser Buenos Aires una ciudad puerto de paso, los ignacianos
también se ocupaban de “la gente de mar y pasajeros que van y vienen”.
Las noticias sobre las diversas tareas desarrolladas por los padres de la Compañía en
relación a los esclavos, indios, españoles y viajeros o navegantes, se hallan generalmente
relacionadas con los constantes pedidos de mas miembros, lo cual nos permite pensar en
cuales eran las reales dimensiones de ese alcance, o si se trataba simplemente de una situación
exagerada por los jesuitas para obtener lo que solicitaban una y otra vez.
Asimismo, a los ministerios especiales que los jesuitas de la ciudad realizaban se
suman algunas noticias sobre las “Beatas de de Compañía”, quienes independientemente de la
estructura organizativa de la Orden realizaban por su cuenta votos de castidad y obediencia, y
87
G. Furlong Cardiff, El padre José Quiroga… op. cit., pp. 38.
77
realizaban actividades vinculadas al cuidado de niños en hospicios y orfanatos, al cuidado de
enfermos y presos, y a la asistencia espiritual a las prostitutas.
Las fuentes disponibles no brindan la información necesaria al respecto, si bien
encontramos interesante para desarrolla a futuro, la existencia de un ámbito de educación y de
“formación no formal”88
que le permitió a los miembros de la Compañía de Jesús llegar a
influir en diversos sectores y esferas de la vida social en la ciudad. Cuestión que nos remite al
mismo tiempo, a la posible competencia entre los jesuitas con otras ordenes religiosas de la
ciudad y con el clero secular.
Dimensión Económica: vinculación del Colegio a la economía local o regional
Como se ha expresado anteriormente, la situación económica de la Compañía de Jesús
en Buenos Aires se hallaba necesariamente relacionada con el contexto de la economía local y
regional, no puede lograrse una comprensión acabada de la economía de la Orden sin
contemplar los factores que marcaban el ritmo de la economía porteña en la primera mitad del
siglo XVIII. Situación que al mismo tiempo nos remite a períodos posteriores en los cuales se
definen algunas de dichas características.
Constituye una cuestión ampliamente estudiada la existencia de un intenso
contrabando en el Río de la Plata, desde fines del siglo XVI, durante el siglo XVII, y en
menor medida a partir del siglo XVIII.
En 1618 se crea la Provincia del Río de la Plata y la Provincia del Paraguay, hechos
que respondía a la necesidad, por parte de la Corona española, de garantizar las rutas
comerciales, afirmando su control sobre núcleos urbanos que tenían una función vital.
Por su parte, la posición asumida por Buenos Aires, respondía en parte, a su
vinculación con Potosí. Desde la segunda mitad del siglo XVI, el gran mercado potosino de
plata ejercía una gran atracción sobre las ciudades de Tucumán y del Río de la Plata, la base
económica de la mayoría de estas poblaciones era la cría de ganado y la agricultura. A lo
largo de los siglos XVII y XVIII, cuando las ciudades de la pampa comienzan a desarrollar
más fuertemente el comercio de mulas, las limitaciones económicas de Asunción, Tucumán y
88
Nos referimos aquí a “formación no formal”, en el sentido de la influencia que mas allá de las aulas los
jesuitas ejercían sobre otros ámbitos de la sociedad colonial. Sectores sociales, que probablemente, quedaban
exentos de la educación impartida por los Colegios de la Orden, pero que quizás no eran ajenos a la influencia
ejercida desde los pulpitos, los sermones, las confesiones, etc.
78
Buenos Aires siguen estando presentes. Esto se pone en evidencia a través de los continuos
intentos de establecer un puerto en el Atlántico que rompiese con la subordinación a Lima.
Situación que determinó una existencia bastante precaria para la ciudad de Buenos Aires
desde el siglo XVI al XVII.
El comercio en la ciudad portuaria se realizaba a través de navíos de registro que
circulaban con licencias especiales. A la sombra de este complejo comercio existía un
intercambio ilegal con Brasil y España. Estudios sobre el comercio indican que las actividades
de contrabando entre Brasil y el Plata fueron practicadas desde el siglo XVI, favorecidas por
la unión de las Coronas Ibéricas desde 1580 a 1640.
En este contexto económico y político, el comercio de esclavos adquiere cada vez
mayor relevancia. Buenos Aires abastece de esclavos a través del contrabando a toda el área
del Plata y el Alto Perú. Al mismo tiempo, las autoridades de Tucumán, Charcas y el Río de
la Plata solicitaban constantemente permiso al Monarca para importar esclavos. Una corriente
regular de esclavos traídos de Brasil, o directamente de África, por comerciantes portugueses
comenzó a fluir para Potosí por intermedio de Buenos Aires. Situación que generalmente
contó con la tolerancia de los gobernantes y funcionarios locales.
“El incremento del comercio ilícito por la ruta del atlántico en el siglo XVII, generó
algunos cambios y progresos materiales en el área del plata, y principalmente en Buenos
Aires.”89
En la segunda mitad del siglo XVII, la situación cambia sensiblemente con la
presencia de la marina holandesa en las costas del Atlántico.
Según H. Reichel e I. Gutfreind, en el siglo XVII, la noción de contrabando designaba
dos fenómenos que convivían: uno, que correspondía al fraude en el interior del sistema
monopólico español; y otro, a las actividades de los países europeos en las costas de la colonia
española.90
Un cambio significativo ocurre en el siglo XVIII, Buenos Aires comienza a
experimentar una serie de transformaciones que se reflejan en la sociedad, en las nuevas
iglesias y en las residencias de los porteños. Dicho crecimiento se relaciona con el aumento
del comercio, la creación de la Audiencia de Buenos Aires y el aumento de los navíos de
registro.
89
Heloisa J. Reichel e Ieda Gutfreind, As raízes históricas do Mercosul, Unisinos, 1996, p. 80. 90
Ibid, pp. 82.
79
Tal como se vislumbra a partir de los relatos de los misioneros jesuitas, el Colegio de
Buenos Aires tenía una participación importante en estos intercambios. En los relatos de los
jesuitas, esta cuestión aparece entrecruzada con expresiones que buscan constantemente
justificar el accionar de los ignacianos de la ciudad. Los relatos de Manuel Querín,91
algunos
de ellos volcados en informes al Rey, brindan referencias sobre la producción en las
haciendas, el consumo, los gastos, e incluso las necesidades financieras de algunos sitios,
argumentando que la coyuntura económica favorecía el desarrollo de todo tipo de actividades
comerciales.
En este contexto, la Compañía de Jesús mantenía como la gran mayoría de los
habitantes de la ciudad, y las restantes organizaciones religiosas, vinculaciones con el
comercio ilegal por cuyo intermedio se procuraba el aumento de los recursos accesibles por la
vía legal. Sin duda, la participación de los Jesuitas en el comercio de contrabando fue al ritmo
de las diferentes coyunturas políticas y económicas que se suscitaban entre España y Portugal.
Tanto es así, que Magnus Mörner rescata los comentarios de un visitador enviado por
la Audiencia de Charcas hacia 1623. Quien sostiene qué: el Colegio de Buenos Aires tenía
permiso para comprar en Brasil materiales de construcción y esclavos, destinados al Colegio,
pero que había importado secretamente, más esclavos y productos. 92
Corría la década de 1620 cuando la Compañía y las autoridades civiles se planteaban la
participación de los jesuitas de Buenos Aires en ciertas “ventas indebidas”. Hacia 1628, el
General de la Orden, se quejaba de alguna especie de contrabando que practicaban los
ignacianos. Al respecto Furlong se encarga de aclarar que “el buen nombre y crédito de la
Compañía no había corrido riesgo como suponía e indicaba el General de los Jesuitas ya que
esas negociaciones o granjerías eran poco menos que indispensables, sino se quería estar de
brazos cruzados… era menester construir aulas, agrandar la iglesia y pintar paredes.”93
Todo parece indicar que la Compañía participaba activamente de aquello que Zacarías
Moutoukias define como la “apacible cotidianeidad del contrabando”,94
nadie en la ciudad era
ajeno a la actividad económica que dinamizaba a los porteños, las ordenes religiosas y los
jesuitas en particular eran parte de esa sociedad que convivía con el contrabando.
91
G. Furlong Cardiff, Manuel Querín…, op. cit. 92
M Mörner, Actividades políticas y económicas…, op. cit., pp. 40. 93
G. Furlong Cardiff, Historia del Colegio…, op. cit., pp.54. 94
Zacarías Moutoukias, Contrabando y control colonial. Buenos Aires y el espacio peruano en el siglo XVII,
Buenos Aires, CEAL, 1989.
80
Aunque mas distante que el Colegio Jesuita de Córdoba, el Colegio de Buenos Aires
también participaba en el comercio de ganado con el Perú, actividad que durante mucho
tiempo se combino con la venta de cueros a los barcos extranjeros, como cualquiera de los
ganaderos de la ciudad.95
Afirma Magnus Mörner, refiriéndose a la situación económica del Colegio hacia 1680
y 1690, “el Colegio de Buenos Aires exportaba 20.000 cabezas de ganado a Perú cada dos
años. Con la mediación del Colegio, todo lo necesario para la Provincia Jesuítica era
comprado en los navíos de permiso; no es sorprendente, en consecuencia, que los jesuitas de
Buenos Aires se vieran obligados a conceder ciertos favores a los habitualmente
inescrupulosos capitanes para obtener artículos esenciales. Resulta evidente –dice Mörner–
que probablemente obligados por los vendedores, compraban artículos que, a su vez, debían
ofrecer en venta.”96
Se afirmaba por entonces que los jesuitas se hallaban particularmente facilitados a
practicar el contrabando a través de las reducciones limítrofes con Brasil. Situación que sin
embargo no conocemos en profundidad, más allá de suponer que en dicho contexto el rol
desempeñado por los jesuitas, sumado a la autosuficiencia y autonomía económica de las
Misiones, Residencias y Colegios de la Orden podría favorecer el desarrollo de esas
actividades.
Continua Mörner argumentando, el Colegio era un factor muy importante en la vida
económica de Buenos Aires –amén de otras razones, otorgaba créditos– como para ser
separado del comercio ilegal, que constituía la base del desarrollo de la ciudad.97
Existen importantes indicio que seria interesante rastrear detenidamente, de la
existencia de transacciones económicas realizadas entre los jesuitas paraguayos y sus colegas
brasileños y portugueses, al respecto Mörner dice: “cuando hubo que transportar desde Potosí
la paga para la guarnición de Buenos Aires, los jesuitas actuaron como intermediarios, por lo
menos en varias ocasiones. Los gobernadores de las Provincias del Río de la Plata depositaban
su dinero en los Colegios Jesuitas y, si era necesario, tomaban de ellos dinero en préstamo.
Resulta difícil obtener una imagen completa de las actividades bancarias de los jesuitas, que
95
M Mörner, Actividades políticas y económicas…, op. cit., pp. 76. 96
Ibíd., pp. 99. 97
Ibíd., pp. 99.
81
aun cuando probablemente tuvieron un alcance modesto, eran sin duda, únicas en las
primitivas provincias del Río de la Plata.”98
Al ritmo de la expansión económica de la primera mitad del siglo XVIII, los jesuitas
parecen encontrar un lugar de preeminencia en ese momento. La expansión económica de
Buenos Aires se vinculaba, fundamentalmente, a la valorización de los cueros y al efecto
estimulante del asiento francés e ingles. Al tráfico tradicional con las “provincias de arriba” y
al contrabando llegado desde Colonia o procedente de buques aislados; se añadía el comercio
de esclavos importados por los asientos franceses e ingleses. El proceso de expansión de
Buenos Aires contribuyo paulatinamente, a la conquista gradual del mercado de alto Perú.
Según Mörner, dentro de este contexto, se ubica la actuación económica de los jesuitas. “Más
perspicaces que muchos otros observadores contemporáneos, parecen haber captado las
nuevas tendencias y posibilidades. No obstante la diferencia de confesión no vacilaron en
vincularse económicamente con los ingleses del Asiento”.99
Al suspenderse este por primera vez en 1710, el procurador de las misiones en Buenos
Aires, presento un crédito de 16 mil pesos contra los bienes confiscados de los ingleses. En
otras ocasiones los jesuitas prestaban ayuda a los ingleses facilitándoles los servicios del padre
procurador de Potosí para la internación de esclavos. Los jesuitas misioneros aparecen como
compradores de un total de 120 esclavos del Asiento entre 1716 y 1733.
Sin duda todos estos datos son altamente significativos del rol desempañado por la
Compañía en el comercio ilegal, este panorama se completa si consideramos la presencia
activa de los misioneros jesuitas en este espacio. Presencia que se traduce en los estrechos
lazos de poder político y social que mantenían por entonces.
Existen dos aspectos que son complementarios de la situación económica de los
jesuitas en Buenos Aires, por un lado, el crecimiento y la expansión de la Orden que se
traduce en el afán por embellecer las iglesias y realizar nuevas construcciones. Por otro lado,
en la expansión territorial encabezada por los jesuitas a partir de la primera mitad del siglo
XVIII. Aspectos que se consideran también relevantes para analizar el rol de la Compañía de
Jesús en la ciudad de Buenos Aires, y que serán retomados más adelante.
98
M. Mörner, Actividades políticas y económicas…, op. cit., pp. 102. 99
Ibíd., pp. 125.
82
El Colegio de Buenos Aires constituía un sitio estratégico para el control de los
territorios más australes de la Compañía en América. De allí partían todas las expediciones
para controlar las posesiones de la Orden y para procurar la expansión hacia otros territorios,
conforme el interés de España por el sur se acrecentaba.
Se plantea que, parte de la relevancia del proyecto de la Compañía en el Buenos Aires
colonial, se relaciona con el accionar de la Orden en el contexto de la sociedad local y de las
vinculaciones con el comercio local y regional. La bibliografía consultada y las fuentes
disponibles, sugieren la participación en el comercio vía Perú y Brasil, lo cual los colocaría
como partícipes del contrabando en Buenos Aires. Estos aspectos mencionados por M.
Mörner, se encuentran escasamente estudiados. Las crónicas de jesuitas consultadas no
ofrecen todas las respuestas, y permiten pensar que el estricto control ejercido por los
asistentes y admonitores de la Orden, cumplían, al mismo tiempo, la función de controlar los
intensos intercambios comerciales que existían en el territorio.
Al tiempo que, los mismos principios rectores de la Compañía, parecieron favorecer el
poder económico de los jesuitas allí donde se establecieran. La autonomía económica de los
Colegios, Misiones y Residencias de la Orden, que los obligaba a subsistir
independientemente unos de otros, procurándose los medios necesarios, y existiendo en la
medida que lograban sostener dicha situación financiera, les otorgaba, sin duda un margen de
maniobra privilegiado. Asimismo, el voto de pobreza, que en teoría no les permitía poseer
bines individuales, los conducía necesariamente a la búsqueda de medios para continuar
desarrollando su acción misionera y educadora.
Por ultimo, creemos necesario, en estudios posteriores profundizar en estas cuestiones
a partir del análisis de fuentes de otras características, que aporten información mas
significativa sobre las actividades económicas del Colegio de Buenos Aires.
Dimensión Política: la relevancia del Colegio y de la Orden en el proceso de expansión de
mediados del siglo XVIII
La importancia estratégica de los territorios ubicados al sur de Buenos Aires y el rol de
los jesuitas en la ocupación de dichas tierras, permitirá dilucidar la relevancia del Colegio en
y como parte de dicho proceso.
83
Desde los primeros tiempos de la colonia, las particulares características económicas y
sociales de la parte más austral del continente americano –en el marco de una economía
basada en el descubrimiento de minas de oro y plata y en la explotación de la población
nativa– determinó, en parte, el carácter de la ocupación y colonización de la actual área
bonaerense. La ínfima proporción de la población blanca en relación a la gran extensión del
territorio, y la posibilidad de abastecerse cómodamente, favoreció una relación no siempre
conflictiva con los indígenas del área. Asimismo, influyó que el establecimiento de Misiones
Jesuitas en la región no se hiciera efectivo hasta entrado el siglo XVIII. Lo cual, sin duda, le
impartió a la presencia de la Compañía en Buenos Aires características particulares.
En nuestro intento por responder al rol de la Compañía en el Buenos Aires colonial,
creemos necesario tener en cuenta que Buenos Aires, desde su fundación, puso todo su interés
en afianzar la ruta hacia Potosí, por lo cual el sur no formó parte de sus objetivos hasta el
siglo XVIII, coincidentemente con el interés de la Orden. La política de Buenos Aires hasta
entonces, era principalmente defensiva y, en todo caso, de lentos movimientos hacia el sur.
Algunas crónicas aisladas dan cuenta de la geografía durante el siglo XVI, será recién en la
primera mitad del siglo XVIII cuando se dará un vuelco significativo en el conocimiento del
espacio, para lo cual fue de suma importancia la presencia de los misioneros jesuitas.
A la hora de pensar en el interés de Buenos Aires en los avances hacia el sur, e
íntimamente vinculado a ello el rol de los ignacianos de la ciudad, surge inmediatamente la
poca tradición en política de evangelización desarrollada por la ciudad de Buenos Aires que, a
diferencia de otras capitales, no se interesó durante años por la atracción de los nativos a la
fe.100
Los territorios ubicados al sur de Buenos Aires comienzan a revestir, a partir de fines
del siglo XVII y principios del XVIII, un carácter importante para la Corona española ante la
creciente competencia de portugueses e ingleses. Coincidentemente, los jesuitas, ubicados en
Buenos Aires, en lo que por entonces constituían los confines del territorio colonial,
comienzan a participar activamente en los viajes de exploración y conquista.
Las fuentes consultadas demuestran una activa presencia de los jesuitas en el territorio
desde 1740 en adelante. Tal es el caso de los viajes de T. Falkner, quien recorre la zona
100
Miriam Iglesias, “Las Misiones al sur del Río Salado y la frontera bonaerense en el siglo XVIII”, en S. Negro
y M. Marzal, Un reino…, op. cit., pp. 245.
84
central de la pampa bonaerense en 1747-1748; del Padre Strobel que viaja por la región que
comprende actualmente la ciudad de Mar del Plata en 1746-1747; del jesuita Cardiel, quien
recorre en cuatro oportunidades los territorios de la actual Bahía Blanca; y del Padre Quiroga,
quien junto a Strobel y Cardiel emprenden en 1745 la “primera expedición científica por la
Patagonia”. (Ver mapa 4)
La expedición por la Patagonia, es la empresa que más claramente encuentra a la
Corona interesada y financiando parte del recorrido, curiosamente es la expedición que menos
interés parece revestir para la Orden, quizás es posible ver en los resultados de este viaje una
pérdida de interés por parte de los jesuitas en el espacio patagónico. El objetivo de los jesuitas
estaba puesto más en la demarcación del territorio, que en el establecimiento de Misiones. En
la expedición, después de un par de entradas tierra adentro, parecen convencerse rápidamente
de la ausencia de indios para evangelizar. Dice: “[…] saltamos en tierra y subimos todos a lo
alto de un cerro, solamente quedaron los marineros para guardar la lancha; desde esta altura
registramos todo el contorno con Largomira; pero no descubrimos sino tierras estériles,
muchas quebradas y peñasquerías, sin arboles ni humanidad alguna; no hallamos señal alguna
de que al presente habiten indios en esta costa”.101
El Padre Quiroga, protagonista de esta travesía, parece ser el paradigma del “jesuita
cientista” del siglo XVIII. En su diario de viaje, Quiroga relata: “[…] al anochecer nos
hallamos cerca de la isla de los Reyes, y no habiendo hallado desde los 49 grados a los 48 la
entrada del Puerto de San Julián, determinamos conservar esta altura para volver al día
siguiente, recorriendo la costa en demanda de dicho puerto, por ser este el principal objeto de
la demarcación, que se me había encomendado”.102
Este espíritu científico es resaltado a la
hora de mencionar el bagaje de instrumentos científicos que Quiroga trajo consigo a América,
entre ellos se mencionan: dos relojes de faltriquera para la mensura del tiempo, dos
telescopios, una lámina de cobre para cuadrante, y dos compases, entre otras cosas.103
La presencia de los misioneros jesuitas en el sur del territorio bonaerense se hace
efectiva a partir de 1740, aproximadamente, cuando se inicia la "conquista espiritual" del
centro y sur del ámbito bonaerense. A partir de mediados del siglo XVIII, es notable el
creciente interés de la Compañía y de la Corona en lo que, hasta entonces, se consideraban los
101
G. Furlong Cardiff, José Quiroga…, op. cit., pp. 22. 102
Ibíd., pp. 23. 103
G. Furlong Cardiff, José Quiroga…, op. cit., pp. 19.
85
confines del territorio americano. El fin de estos viajes de exploración nos remite a la
confluencia de intereses de la Orden y la Corona que, en tiempos del siglo XVI, estaban
vinculados al "descubrimiento" y conquista de América, y en el siglo XVIII a la más
"moderna" práctica de estudio e investigación de los territorios conquistados.
Como vemos, a lo que podríamos definir como "viajes de fundación" de Misiones,
debemos agregar los viajes de exploración e investigación del territorio. Tal es el caso de la
empresa acometida por el jesuita Cardiel, en cuatro oportunidades al sur de la actual Bahía
Blanca, y la del padre Quiroga, por mar, este último conocido como el primer viaje científico
a la Patagonia.
La importancia estratégica de dichos territorios para la Corona, no se reduce sólo al
interés científico. Los viajes de mediados del siglo XVIII representan, principalmente, la
necesidad de controlar territorios antes considerados “marginales” por la Corona española. Al
tiempo que coinciden con los cambios operados en el seno de la Monarquía Borbónica y
marcan, asimismo, los años previos a la creación del Virreinato.
La expansión hacia el sur del área bonaerense, encuentra desde mediados del siglo
XVIII, a los Padres de la Orden, a la Corona española y a la sociedad porteña, como los
actores sociales principales involucrados en dicho proceso. Restará pensar, si los intereses
eran compartidos, entraban en disputa, o generaban solidaridades entre los sectores
involucrados. Para a partir de allí, intentar definir qué rol desempeñó el Colegio de Buenos
Aires en dicha expansión.
El desinterés de otras épocas devino en la necesidad, por parte de la Corona y de la
sociedad porteña, de diseñar políticas que abordaran la nueva realidad social y económica de
la campaña bonaerense. La ausencia del Estado Colonial, hasta entonces, no significaba
necesariamente la ausencia de relaciones de intercambio de todo tipo, entre individuos y
grupos, relaciones que, no siempre fueron homogéneas ni respondieron a un interés común de
definición general. En este contexto se entiende la creación de tres reducciones jesuitas,104
y
de los sucesivos avances hacia el sur de la Compañía. Hechos que remiten a la vinculación
entre los intereses de la Corona española, el interés local y los objetivos de expansión
104
En 1740 se funda la Misión de Nuestra Señora de la Concepción de las Pampas, luego se crean las Misiones
de Nuestra Señora del Pilar en 1747 y Madre de los Desamparados.
86
misional de la Orden, no siempre claramente expresados por los miembros de la Orden,
protagonistas de muchos de dichos viajes.
La política llevada a cabo por los jesuitas permitió, por un tiempo, mantener la
tranquilidad en la región, lo cual posibilitó al gobierno de Buenos Aires ocuparse de otros
frentes de conflicto dentro de su jurisdicción hasta tanto la política de Buenos Aires no
interfiriera en los intereses de los indios que “ya entraran en esta ciudad hechos amigos”,
porque estos indios son volubles y tan indómitos que no conocen mas sumisión que su propia
voluntad.” La presión ejercida por la presencia de grupos indígenas en busca de ganado, más
la valoración de la región como espacio productivo, creó una “imagen del otro” hasta
entonces desconocida. Así se comienza a construir la idea del indio como peligro, a la vez que
el sur se constituye en un campo propicio para el desarrollo de políticas ya puestas en práctica
en otros espacios del mundo colonial.105
La presencia de los indios en la ciudad de Buenos Aires fue trastocada por la nueva
realidad política y económica del Buenos Aires colonial, que por estas razones puso su mirada
en el sur al mismo tiempo que los jesuitas parecían dispuestos a una nueva empresa
misionera. Al mismo tiempo, es posible pensar que en el marco de las relaciones cada vez
más tensas entre la Corona y la Orden, la Compañía haya encontrado en la posibilidad de abrir
nuevas misiones, una estrategia de supervivencia y la posibilidad de descomprimir la tensa
situación política, perceptible ya a mediados del siglo XVIII, en vísperas de la expulsión.
Sin desestimar la idea de que los jesuitas se interesaron en el sur, y establecieron
misiones allí, como estrategia de supervivencia para la Orden, existen datos sobre el interés
jesuita –más allá de la coyuntura política–, por el futuro económico próspero de la región, tal
como dejan entrever Tomas Falkner y Cardiel.106
Dice Cardiel, “[…] los caballos alzados no
tienen dueños, y andan disparando en grandes manadas por aquellas vastas llanuras” advierte
además, “[…] la tierra es negra y profunda, sin arcilla, y siempre esta cubierta de tan buen
pasto y en tan abundancia, que las haciendas que por allí pastan engordan en muy poco
tiempo.”
Más allá de las cambiantes coyunturas políticas, los jesuitas se vieron involucrados,
desde mediados del siglo XVIII, en un intenso proceso de expansión. Si bien sus intereses no
105
Miriam Iglesias, “Las Misiones al sur…”, op.cit., pp. 247. 106
En las crónicas de Falkner y Cardiel se hallan importantes referencias sobre la abundancia de recursos, la
inmensa extensión de tierras y la cantidad de animales sin dueños. J. Cardiel, Misión al Rio…, op. cit., pp. 35.
87
siempre fueron claros, este hecho posicionó al Colegio de Buenos Aires en un lugar
destacado. Transformándose más decididamente en un sitio estratégico y lugar de paso de
todas las expediciones encabezadas por los jesuitas.
En muchas ocasiones, la Compañía necesitaba de asentamientos que le sirvieran de
alojamiento. Colegios que servían de punto de avance hacia otros territorios. Este es el caso
que Pilar Gonzalbo Aizpuru cita para México, en referencia al Colegio de Veracruz, que
servía de apoyo a la empresa colonizadora que se emprendía para el norte de Nueva España.
Sin intentar reducir la importancia del Colegio de Buenos Aires a esta sola cuestión,
por el contrario, creemos que durante la primera mitad del siglo XVIII, la Compañía de Jesús
en Buenos Aires, cumplió un rol estratégico para el avance hacia los territorios del sur. Prueba
de ello son los numerosos viajes que parten desde el Colegio, constituyéndose en paso
obligado para todos los ignacianos que se embarcaban en dichas empresas.
Desde el proceso de expansión iniciado a mediados del siglo XVIII, e incluso antes, el
Colegio de Buenos Aires, al ubicarse en una ciudad puerto, constituía el lugar de arribo de los
jesuitas enviados a las Provincias Jesuíticas del Paraguay. La mayoría de ellos pasaban allí
una temporada para reponerse de la fatiga del viaje. De ello da cuenta el P. Antonio Sepp,
quien arriba a Buenos Aires en abril de 1691, y dice “[…] después de descansar un mes en
Buenos Aires, un grupo se dirige a Córdoba, para que pudiesen proseguir sus estudios […] el
resto se embarcó siguiendo el curso del Rio Paraná y Uruguay hacia las Misiones”.107
De la
misma manera, relata Manuel Querín, quien arriba a Buenos Aires en 1717 en ocasión de
celebrarse una Congregación Provincial, “[…] fuimos grandemente agasajados por los
jesuitas bonaerenses, en la Congregación Provincial que se celebró ese año, bajo la égida del
entonces Provincial, Padre Luis de la Roca, dos meses pasamos en Buenos Aires
reponiéndonos de las fatigas del viaje, al cabo de las cuales marché hacia Córdoba”.108
Diferentes son los casos de Quiroga y Cardiel, ambos arriban al Colegio de la
Compañía en Buenos Aires con el objetivo de partir hacia viajes de expedición. El primero,
arriba a la ciudad en junio de 1745 como jefe de la expedición a la Patagonia, y permanece
allí durante seis meses preparando el viaje y participando, durante ese tiempo, de las
107
Antonio Sepp, Viagem as..., op. cit., pp. 109. 108
G. Furlong Cardiff, Manuel Querín ..., op. cit., pp. 21.
88
actividades del Colegio.109
El segundo, luego de recorrer, por más de diez años, diferentes
Colegios y Misiones en la Provincia del Paraguay, participa, en 1745, de la “expedición a la
Patagonia” junto a los padres Quiroga y Matías Strobel, partiendo ésta de Buenos Aires, y
finalizando la cual solicita autorización para realizar nuevas expediciones, “rumbo al sur hacia
el inmenso desierto que se abre rumbo al estrecho de Magallanes”.110
Expedición que se
concreta en 1748, y se repite en tres ocasiones más.
En las crónicas analizadas, las residencias de la Orden en Buenos Aires aparecen una y
otra vez como sitio de paso y punto estratégico para el avance hacia otros territorios, a pesar
de los constantes reclamos de nuevos miembros, los padres de la ciudad parecen no ser
escuchados. Esta situación nos remite a dos cuestiones intrínsecas a la Compañía y al Colegio
de Buenos Aires en particular. Por un lado, la existencia de ciertas preferencias de los
misioneros hacia sitios considerados más relevante que otros, y por otro lado, a la alta
movilidad de los miembros de la Orden.
En principio, las crónicas permiten entrever que existían preferencias, no siempre
expresadas, entre los ignacianos que arribaban a la Provincia Jesuítica del Paraguay, por
algunos sitios en detrimento de otros. Lo cual puede ser comprendido también como parte de
la política general de la Compañía, cuyo principal objetivo se hallaba en las Misiones, o bien
como consecuencia del interés creciente de la Corona española por el establecimiento de
Misiones.
De las crónicas analizadas, a excepción de Manuel Querín, que es designado
Gobernador del Colegio de Buenos Aires entre 1743 y 1747, y permanece durante esos años
en la ciudad, un recorrido por la carrera de los restantes jesuitas nos indica que ninguno de
ellos permaneció en la ciudad por un tiempo superior a los seis meses.
José Quiroga arriba a la ciudad de Buenos Aires en junio de 1745, en diciembre del
mismo año lo encontramos partiendo hacia su expedición por la Patagonia, de la cual regresa
a Buenos Aires convencido de la imposibilidad de establecer Misiones por allí, y expresando
sus deseos de “consagrarse a las Misiones del Paraguay”. Luego lo encontramos en el Colegio
de Córdoba fundando la primera cátedra de matemática, pasando por Santa Fe hacia 1749, y
dos años después se encuentra nuevamente en la ciudad porteña en ocasión del Tratado de
109
G. Furlong Cardiff, José Quiroga…, op. cit., pp. 17-21. 110
José Cardiel, Misión al Río..., op. cit., pp. 33.
89
Límites entre España y Portugal. En esa ocasión es elegido, en 1752, como capellán de los
comisionados españoles. Entre 1755 y 1762, según los datos recogidos por Furlong, Quiroga
se encuentra viajando por el territorio y dedicado a la composición de algunos mapas. Al
momento de la expulsión, se encontraba temporalmente en Buenos Aires “dirigiendo obras de
construcción de la Iglesia y el Colegio.”
Domingo Muriel llega a Buenos Aires en diciembre de 1748, y rápidamente es
enviado a Córdoba, en 1757 es designado secretario del Rector del Colegio de Montserrat,
bajo esta función visita los Colegios y Residencias de Córdoba, Santa Fe, Asunción,
Corrientes, entre otros, y recorrió las Misiones de los mocobíes, abipones, lules, mataguayos,
vilelas, isistines, tobatines, tobas y chiriguanos. Luego de desempeñar otras funciones por
corto tiempo, en 1762 es designado maestro de novicios e instructor de tercerones, cargo que
ocupó hasta el momento de la expulsión.
El Padre José Cardiel, parece ser representativo del jesuita que arriba a las Provincias
del Paraguay sin haber concluido su formación, por lo cual lo encontramos desempeñando
funciones en diversos sitios, en lo que pueden considerarse como “cargos menores”. Arriba a
Buenos Aires y de allí es enviado a las reducciones guaraníticas, donde permanece por doce
años como vice párroco, ayudante y cura, respectivamente, de diferentes pueblos. En 1742
permanece un tiempo en el Colegio de Corrientes como huésped, colabora en 1743 con la
fundación de reducciones entre los indios mocobíes, y en 1745 es enviado al Colegio de Santa
Fe. Sin embargo, “[…] hombre de las actividades de Cardiel no podía concentrar sus energías
dentro de los limites de una ciudad, y esto explica que, poco después del citado
nombramiento, le hallamos entregado en cuerpo y alma a otra empresa singular”.111
Furlong
se refiere a la expedición a la Patagonia que emprende junto a Quiroga. Regresando a Buenos
Aires, solicita permiso para emprender las ya mencionadas expediciones al sur del Río
Salado.
Este breve recorrido por las carreras de algunos jesuitas nos permite ver claramente las
jerarquías existentes al interior de la Orden, por ejemplo, las funciones de Quiroga y Muriel se
diferencian sustancialmente de los cargos desempeñados por Cardiel, quien, evidentemente,
se hallaba en un escalón inferior a ellos. Situación altamente significativa si la contrastamos
con las opiniones del ex jesuita Bernardo Ibáñez, quien afirma que “[…] los jesuitas retenían
en los Colegios de las grandes ciudades a los miembros inteligentes y enviaban a los que eran 111
José Cardiel, Misión al Río…, op. cit., pp. 20.
90
tan cortos de inteligencia que no eran capaces de darse cuenta del reino jesuítico tan
hábilmente formado y conservado en las regiones del Paraguay […] pongo un ejemplo –
escribe Ibáñez– para explicar mi pensamiento y ver si atino con el de los que esto manipulan.
Yo conocí durante largos años en sus estudios de Castilla a los Padres José Quiroga, Domingo
Muriel, Lorenzo Casado, José Matillo […] Los tres primeros eran y son muy hábiles y
sobresalían en las letras; los tres últimos eran punto menos que negados”.112
Ahora bien, llegado a este punto podemos plantear que, la existencia de sitios
considerados más importantes por los miembros de la Compañía, condujo a que la mayoría de
los ignacianos se concentren, o tengan interés en permanecer en las Misiones Guaraníes.
Sumando a ello, el interés de las autoridades españolas en la fundación de nuevas misiones,
generó sin duda conflictos al interior de la Orden. Asimismo, el énfasis puesto por la Corona,
y directa o indirectamente por los seguidores de San Ignacio de Loyola en las Misiones,
colocó en un segundo plano a los Colegios. Tanto es así que los nuevos miembros que
arribaban al Río de la Plata o eran enviados a las Misiones o al Colegio de Córdoba,
considerado este también un lugar de consagración dentro de la carrera que un jesuita podía
realizar en la Provincia del Paraguay.
Más allá de los rígidos principios existentes, ya no es posible afirmar la ausencia de
conflictos al interior de la Compañía –los ya citados trabajos de Lía Quarleri contribuyen a
repensar esa visión. El análisis de las crónicas disponibles pone en evidencia el alto grado de
movilidad entre los miembros, acompañado de un creciente interés, e incluso competencia,
por los espacios de “mayor jerarquía”, o que permitían una carrera más destacada dentro de la
Orden. Las Misiones Guaraníticas constituyen el ejemplo más saliente, y en menor medida el
Colegio de Córdoba. Buenos Aires, por su parte, cumple más el rol de un lugar de paso –y
punto de partida de gran parte de los viajes–, que de sitio escogido para asentarse de manera
permanente. Todos los viajes que se analizan parten de Buenos Aires, y finalizan en la ciudad,
pero los jesuitas, luego de una corta estadía, abandonan rápidamente el Colegio.
Por último, así como se consideraba relevante el proyecto de la Corona, quizás revista
mayor importancia contemplar el proyecto total de la Compañía de Jesús. Un análisis
minucioso de los principios rectores de la Orden: organización vertical y jerárquica,
disciplina, obediencia al general de la Orden y al Papa, autonomía económica, y
112
G. Furlong Cardiff, Jose Quiroga ..., op. cit., pp. 2.
91
autoimposición del éxito en la empresa de misionar,113
permiten avanzar hacia algunas
conclusiones.
Consideramos que la rigurosa estructura de la Orden es puesta constantemente a
prueba a medida que los jesuitas se expandían por América y el mundo, es complejo definir
cuales fueron los niveles de obediencia alcanzados. A mediados del siglo XVIII, en el
contexto de las presiones ejercidas por la Corona para avanzar en la exploración y fundación
de nuevas Misiones, los ignacianos no siempre actuarían según los principios preestablecidos,
una gran dosis de improvisación y adaptabilidad acompañará a las empresas de la Orden.. En
este sentido, los Colegios habrían de jugar un rol sumamente importante en la formación de la
obediencia de sus servidores. Efectivamente, la formación sistemática de los espíritus, la
educación como práctica de la Orden, la férrea formación en los principios ignacianos, seño el
reaseguro de la Orden, así los Colegios en territorio americano contienen una importancia
estratégica fundamental para la propia subsistencia de la Orden.
Creemos también que el proceso de expansión reforzó esta función del Colegio en el
caso específico de la ciudad de Buenos Aires. El Colegio Jesuita de Buenos Aires cumplía, al
mismo tiempo, un rol central en la formación de nuevos miembros de la Orden. Constatamos
que tanto Thomas Falkner como José Cardiel arriban a la ciudad sin haber concluido su
adiestramiento y profesión, pudiendo completar su carrera en el Colegio, al tiempo que
suplían la escasez de miembros de la Compañía. En el caso de Falkner, es ordenado en 1732,
luego de varios años de adiestramiento entre Córdoba y Buenos Aires.114
Mientras que
Cardiel completa su adiestramiento en Buenos Aires y rápidamente parte hacia las
reducciones guaraníticas.115
Dimensión Cultural: Legado patrimonial de la Compañía de Jesús
Contemplar un análisis que atienda a la significación histórica del legado
patrimonial de la Compañía de Jesús en el espacio urbano de Buenos Aires, nos remite al
momento de la expulsión, al período inmediatamente posterior, y a las múltiples
representaciones construidas en la actualidad. Procesos que se hallan mediados por aquello
que la memoria tendió a preservar del paso del tiempo, y a las construcciones en torno a
las cuales se genera la memoria histórica de la Compañía de Jesús. Elementos que
113
J. Lacouture, Jesuitas..., op. cit., t. I. 114
G. Furlong Cardiff, La personalidad y la obra de Thomas Falkner, Buenos Aires, Peuser, 1930. 115
José Cardiel, Diario de viaje…, op. cit.
92
influyeron o condicionaron las percepciones actuales sobre el legado patrimonial de la
Orden.
Sin duda, un estudio de estas características requiere de una investigación mucho
más profunda, y de una diversidad de fuentes que exceden los objetivos de esta tesis. De
las múltiples dimensiones de la memoria, necesarias para avanzar hacia esta línea de
investigación, aquí nos limitamos a trazar sólo algunas líneas de reflexión a futuro.
En principio, la Compañía de Jesús ha desarrollo durante su presencia en el Río de
la Plata, y en Buenos Aires en particular, una diversidad de actividades que le permitieron
ser una de las órdenes religiosas más importantes de la ciudad y de la región. Tal como se
ha analizado, la influencia de los jesuitas fue desde lo social y económico a lo político. En
cada una de las empresas que los jesuitas iniciaron, la impronta de la Compañía se
imponía, al menos en un nivel ideal o “utópico”. Definiendo así un plano de las
representaciones existentes en el interior de la propia Orden, donde la autosuficiencia, el
éxito, los principios jerárquicos, el universalismo de sus objetivos, y el ideal de educación
cristiana, son parte de la visión que pretende proyectarse hacia toda la sociedad local.
Cabe preguntarse de qué forma y cuáles fueron los alcances de esta imagen que la
Orden intentó transmitir. Desde su llegada a Buenos Aires y luego de la expulsión, hasta
las miradas contemporáneas que recogen el legado de la Compañía, considerado ahora
patrimonio histórico de la ciudad de Buenos Aires, muchas nociones habrán surgido. Resta
saber, en base a los diferentes procesos históricos, cómo se construye dicha noción de lo
patrimonial, en una sociedad como la contemporánea que necesita y encuentra en lo
material una salvaguarda de su memoria e identidad.116
Para el período que aquí se analiza, el Buenos Aires colonial del siglo XVIII, la
Orden ejercía una gran influencia en el desarrollo de la ciudad y en la vida cotidiana de su
población. Donde mayormente se observa esto es en la formación de la elite,117
y en el rol
económico desempeñado por el Colegio. Sin embargo, aquí nos interesa resaltar la
influencia que la Compañía pudo haber ejercido desde otros ámbitos y sobre otros sectores
116
J. Ballart, El patrimonio histórico y arqueológico: valor y uso, Barcelona, Ariel, 1997. 117
A modo de ejemplo, mencionamos el trabajo de Beatriz H. Domíngues, quien analiza la influencia de los
jesuitas en la Baja California, y encuentra que la mayor impronta dejada en la sociedad colonial es sobre la vida
académica, que continua aún después de la expulsión. B. H. Domíngues, “Política missioneira e secular em
escritos jesuíticos sobre a Baixa Califórnia no século XVIII”, Revista Brasileira de Historia, ANPUH, Vol. 23,
nº 43, 2003.
93
de la sociedad colonial. Estas cuestiones nos permiten avanzar hacia un mayor
conocimiento de las percepciones y múltiples representaciones existentes sobre la Orden y
los miembros de la Compañía.
Asimismo, las intensas relaciones existentes entre la Compañía y la sociedad local
en el ámbito económico, político, y cultural, nos permiten pensar en el impacto que pudo
haber generado la expulsión. ¿Qué respuestas hubo? ¿Cuáles fueron las reacciones en los
diferentes sectores de la sociedad porteña? ¿Dejó la Compañía un vacío en la ciudad?
Sobre estos hechos existen escasos testimonios, a excepción de relatos míticos o heroicos
de jesuitas que huyen, o que cambian su identidad para sobrevivir en el territorio, historias
que parecen ser más el resultado de una construcción posterior para realzar a la Compañía,
o que dan cuenta de lo que implicó realmente la expulsión de la Orden.
De la misma manera, luego de expulsión, los Padres de la Compañía intentan
transmitir en innumerables obras los éxitos de la fantástica experiencia del Paraguay.118
Constituyendo una amplia producción que contribuye a conformar una imagen de la Orden
que llega hasta nuestros días.
Al decir de Lacouture, “la condena a muerte de la Compañía por cuatro
Monarquías Católicas europeas y por el papado es uno de los episodios más
desconcertantes del Siglo de las Luces”.119
La Orden de San Ignacio es expulsada en 1767
de España y sus reinos, por Carlos III, quien invita a su hijo, el rey de Nápoles, a hacer lo
mismo. Ya habían sido por entonces desterrados de Portugal y todas sus posesiones
territoriales por el Marqués de Pombal. En 1764, la Compañía había dejado de existir en
Francia, y 1773 son expulsados de América del Norte, el mismo año en que el Papa
Clemente XIV disuelve a la Sociedad Ignaciana. Deberán esperar hasta 1814 cuando el
Papa Pio VII, restituye todos los derechos de la Orden fundada por Ignacio de Loyola.
Luego de la expulsión, y hasta el regreso de la Orden al Río de la Plata, durante el
gobierno de Juan Manuel de Rosas, la Compañía fue silenciada prácticamente en todo el
mundo. Coincide con el momento de muchos escritos de los padres jesuitas que
reivindicaban su labor misionera. Es muy complejo analizar, en un contexto diferente
118
Algunos ejemplos de ello los encontramos en: Antonio Ruiz de Montoya, La conquista…, op. cit.; Pedro
Lozano, Descripción Chorographica del terreno…, op. cit.; Antonio Muratori, El cristianismo feliz…, op. cit;
Hanisch Espíndola, W. Historia…, op. cit.; y Serafim Leite, História da Companhia…, op. cit. 119
J. Lacouture, Jesuítas…, op.cit., pp. 591.
94
como el siglo XIX, el nuevo rol que la Compañía pudo desempeñar en Buenos Aires,
quien encontró seguramente en la educación su mayor reaseguro.
Otra dimensión de la memoria, que contribuye a analizar el legado de la Compañía,
es aquella que se encuentra íntimamente vinculada a la noción de patrimonio. A partir del
análisis de Josep Ballart, es posible comprender cómo en cada momento histórico, los
hombres han procurado preservar el patrimonio del daño y la destrucción para su
aprovechamiento, que no implica necesariamente una utilidad práctica inmediata, pero que
tiene un calado profundo porque hunde sus raíces en el tiempo.
A partir de fines del siglo XIX, el proceso de institucionalización y modernización
encabezado por el incipiente Estado Nacional encuentra su expresión a partir de lo que
Eric Hobsbawm ha denominado “la invención de la tradición”,120
es decir, si el estado se
estaba consolidando y haciendo sentir su influencia en las provincias del interior, llegaba
también la hora de construir una nación que respondiera al modelo de “orden y progreso”.
En esta época surge y se impone la visión de una Argentina homogénea. Según J. Ballart,
en Europa y en América, el Estado Nación del siglo XIX aparece por primera vez decidido
a intervenir como tal, en el legado material de la historia y en la “configuración de una
identidad nacional”. Aparecen los conceptos de patrimonio histórico y de bien cultural
como sujetos de atención y tratamiento jurídico y político, referidos a los restos materiales
del pasado. Empieza entonces una labor de ordenación e inventariación en la que
intervienen las instituciones y el estado. Esta labor no ha sido fácil, ni se ha hecho de
forma automática ni sistemática, el estado ha tenido que “descubrir” e “identificar”
convenientemente, separar y escoger los elementos, tradiciones y costumbres, determinar
qué parte del legado histórico material e inmaterial debía conservarse. Y todo ello en
función del progreso, de las visiones de la historia y de la cultura, de los intereses
concretos de los sectores dominantes, de los apremios coyunturales del estado y de la
madurez de las instituciones.
En las sociedades modernas (como la Argentina de fines del siglo XIX), donde se
reconoce el paso del tiempo y existe una conciencia del transcurrir de la historia, se busca,
por un lado, seleccionar determinado legado histórico material, determinadas tradiciones; y
por otro lado, se encara la construcción de pruebas y testimonios que den cuenta del paso
del tiempo y fijen en la memoria los hechos, sucesos y personas, que el Estado desea que 120
Eric Hobsbawm, Naciones y Nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1998.
95
sobrevivan: este rol le cabe generalmente a los monumentos. “Todos los monumentos
conllevan algo de trascendente, y por lo tanto de permanente en sí mismos, que los hace
particularmente útiles y estimados. Los monumentos son consagraciones a la memoria.
Con los monumentos pasa algo parecido a lo que sucede con la producción de relatos
históricos: los grupos manifiestan con ello una voluntad de trascender, asociando pasado
con futuro”.121
Constituiría el pasado colonial –encarnado entre otras cosas, en la presencia
de los jesuitas– un legado histórico destacable y rescatable, en la Argentina del siglo XIX.
Por el contrario, creemos que en el proceso de conformación del Estado Nación, y en el
marco de las ideas imperantes por entonces, el legado colonial no formaba parte de
aquellas “tradiciones que debían conservarse.”
Según J. Ballart, el ansia de pasado es una de las manifestaciones más significativas
que adopta la reacción de la sociedad contemporánea ante la conciencia de pérdida de
continuidad cultural que ha provocado la velocidad y escala del cambio que afecta al
entorno físico y cultural de la sociedad. “El pasado sigue teniendo hoy la fuerza potente
que siempre tuvo en los asuntos humanos, como fuente de identidad personal y colectiva y
como baluarte contra el cambio masivo y angustiante”.122
El pasado es también una fuente
de consuelo, alimenta la nostalgia y se erige como refugio de verdades y certezas, porque
nadie puede negar ni desautorizar lo que ha pasado.
Sin duda lo que mejor designa a los tiempos presentes es la palabra cambio. La
naturaleza dinámica de la civilización actual hace que los hombres dependan del sentido
del tiempo en mayor medida que el hombre de épocas pasadas. Todo el mundo se ve
necesitado de alguna pauta segura y fijada para orientarse en un entorno tan cambiante, y
esta pauta la proporciona muchas veces la memoria, el patrimonio, las ideas y tradiciones
de una sociedad o grupo social.
A partir de estas nociones generales sobre el patrimonio, consideramos que, el
valor adjudicado al legado patrimonial de la Compañía de Jesús, es un proceso complejo
de definir. Por un lado, sería preciso discernir entre la influencia de la Sociedad Ignaciana
en la ciudad de Buenos Aires, en un plano social, en la vida de las personas y en la
121
J. Ballart, Patrimonio Histórico…, ob. cit., pp. 34-35. 122
Ibíd., pp. 37.
96
educación.123
Y por otro lado, en la definición posterior, producto de la sociedad actual,
que le adjudica a la “Manzana de las Luces Jesuita” un valor patrimonial.
Finalmente, una última dimensión que se presenta, es aquella relacionada con la
construcción de la memoria histórica por parte de la Orden. Como ya se ha expresado, los
miembros de la Compañía aparecen como los portavoces de la propia historia de la Orden,
presentándose como los principales voceros de la Sociedad Ignaciana. Este fuerte influjo
en la construcción de la memoria histórica se hace presente, con diferentes grados de
importancia, en las áreas donde los jesuitas se asentaron durante la colonia. ¿Cuáles
podrían ser las implicancias de estos procesos en Buenos Aires? Si los relatos históricos,
expresan en parte, la voluntad de los grupos de trascender, asociando pasado con futuro, es
ampliamente perceptible esta voluntad en los escritos de los jesuitas. Desde los orígenes de
la Compañía, Ignacio de Loyola, supo encontrar en la escritura una forma predominante de
comunicación, acción y registro, era consciente de que había que producir una imagen de
la Compañía a través de las letras.124
En este sentido, creemos oportuno plantear un punto de comparación entre la
presencia e influencia de los Jesuitas en el Río de la Plata, y en Buenos Aires en particular,
con el rol que desempañaron y desempeñan los miembros de la Compañía en Brasil. Aún a
riesgo de generalizar excesivamente la cuestión, creemos interesante incluir algunas
cuestiones para ser reflexionadas.
A primera vista, surge una importante diferencia, entre el rol de los jesuitas en la
construcción de la memoria histórica en Brasil, donde sin duda siguen desempeñando un
rol central, y la menor importancia que en comparación parecen tener en Argentina.
Una reflexión de estas características remite al momento de la conquista y
colonización de Hispanoamérica y de Brasil, y más aún a las diferencias entre uno y otro.
En Brasil, encontramos a los jesuitas desde los inicios de la ocupación del territorio, con
un papel destacado en las relaciones políticas, económicas y financieras con la Corona de
Portugal, que les significó, en muchas ocasiones, ser “conquistadores” y misioneros.
123
Aquí nos referimos a la influencia de la Compañía sin distinguir entre un período histórico y otro, si bien el
rol de la Orden difiere profundamente entre el período colonial y el independiente. 124
La importancia de la escritura en los principios de la Orden es resaltada por: Fernando Torres Londoño,
“Escrevendo cartas, Jesuítas, escrita e missão no século XVI”, Revista Brasileira de Historia, Anpuh, Volumen
2, nº 43, 2002.
97
Por el contrario, en las áreas que conforman actualmente la Argentina, la llegada de
los jesuitas fue tardía, si se compara con su arribo a otras áreas del continente y de otras
Órdenes religiosas a dicho territorio.
Leandro Karnal,125
desarrolla el rol desempeñado por la Compañía de Jesús en la
construcción de la memoria histórica de Brasil. Para ello, se refiere centralmente a dos
cuestiones: una es la utilización de documentos producidos por la Orden para el estudio de
la historia del Brasil Colonial, y otra es la influencia de la Orden en la educación.
El autor llama la atención sobre la existencia de un doble proceso selectivo de la
memoria ligado a la Compañía, primero: los historiadores recuperan aquello que la
Compañía consagró en sus documentos; y segundo, los historiadores omiten períodos
posteriores de la Compañía y otras documentaciones. En otras palabras, afirma que existe
un doble proceso selectivo que puede estar nublando las líneas de investigación de la
historia colonial brasileña.126
Existiría, por lo tanto, un proceso relacionado con la construcción de la memoria
historiográfica a partir de los registros jesuitas, y una forma más sutil y permanente de
construir la memoria a través de la manera de concebir la educación a partir del modelo
jesuita, ampliamente impuesto en Brasil.
Esta visión es complementaria de aquellas que destacan la falta de “autonomía” de
la Historia de Brasil, perceptible en la influencia de los jesuitas en el discurso fundador de
la historia, de la literatura, de la pedagogía, de la ciencia, y de la religión. Por ello, según
S. Pacífico Vilar, quienes acusan a los jesuitas continúan moviéndose a partir del punto de
vista que ellos le dieron a la historia.127
125
Leandro Karnal, “Memória infinita para Gloria de Deus”..., op. cit. 126
Ibíd., pp. 80. 127
S. Pacifico Vilar, A invenção…, op. cit., pp. 15.
98
CONSIDERACIONES FINALES
4- Los cambios del siglo XVIII: redefiniciones del Colegio en vísperas de la expulsión
A partir de la problemática central y del marco teórico escogido, se plantean algunas
posibles proyecciones en base a las fuentes disponibles. Contando como fuente principal para
ello con los relatos y crónicas de jesuitas, se plantean algunas limitaciones ya esbozadas, lo
cual nos permite plantear las siguientes conclusiones.
En principio, la producción historiográfica se ha concentrado casi exclusivamente en
las Misiones Jesuitas, reduciendo la importancia de los Colegios en el proyecto total de la
Compañía y, junto con ello, el rol desempeñado por la Orden en las ciudades
hispanoamericanas. Sin embargo, luego de lo analizado, se observa que la Sociedad Ignaciana
surge, principalmente, en las ciudades, tiene desde sus orígenes una intensa vinculación con la
educación, y encuentra en los Colegios el ámbito por excelencia, que le permite vincularse a
los “poderosos”. Los Colegios de la Compañía responden, desde sus inicios, a las necesidades
de la Orden, de las Monarquías europeas, y de las sociedades locales.
Constituyen para la Compañía una estrategia de supervivencia, una solución práctica
para la formación de sus miembros, un instrumento de acción al servicio de la modernidad, un
objetivo claramente definido ante los ojos de la sociedad, el Papa y la Corona. Conquistan un
lugar que ninguna otra Orden religiosa había ocupado, y responden a una demanda social.
Para los intereses de la Corona, representan un soporte de la acción evangélica, y para la
sociedad local, los creadores de los primeros colegios y Universidades, principalmente en las
ciudades Hispanoamericanas.
Por otra parte, desde una perspectiva centrada en las relaciones de la Orden con la
sociedad local, y en los vínculos económicos y políticos con la ciudad de Buenas Aires,
rápidamente surge el escaso interés que la Corona y la Compañía demostraron hacia la ciudad.
Durante los primeros tiempos en la ciudad, los jesuitas dudaban de la prosperidad del Colegio,
en el contexto de un Buenos Aires que lentamente comenzaba ha descubrir las posibilidades
del comercio de contrabando.
Al ritmo del crecimiento de la ciudad, a lo largo del siglo XVII, los jesuitas participan
de casi la única actividad económica posible, al tiempo que su influencia se acrecienta, en la
educación, la catequesis urbana, la vida política, y en la cotidianeidad de sus habitantes. En la
99
nueva coyuntura que se inaugura con la llegada al trono de la Dinastía de los Borbones, la
situación de Buenos Aires, y junto con ella de la Compañía de Jesús, cambia sensiblemente.
En el marco de las Reformas que la Corona española inicia, Buenos Aires extiende sus
vínculos comerciales. El mayor control ejercido por España, tiene su expresión en el nuevo
rol asumido por el Colegio de la Orden, y en las redefiniciones expresadas en lo social,
político y económico.
En el plano económico, la relevancia del proyecto de la Compañía en el Buenos Aires
colonial, se relaciona con el rol desempeñado en el comercio local y regional. La bibliografía
consultada sugiere la participación en el comercio vía Perú y Brasil, lo cual los colocaría
como partícipes del contrabando en Buenos Aires. Estos aspectos mencionados por M.
Mörner, se encuentran escasamente estudiados. Las crónicas de jesuitas consultadas permiten
pensar que el estricto control ejercido por los asistentes y admonitores de la Orden, cumplían,
al mismo tiempo, la función de controlar los intensos intercambios comerciales que existían
en el territorio.
El siglo XVIII encuentra a la Orden, ocupando un lugar central en el comercio de
contrabando, y usufructuando los mayores beneficios del comercio de esclavos con el asiento
ingles y francés. La prosperidad económica del Colegio entre los años 1700 y 1767, se
manifiesta en las nuevas construcciones iniciadas que dan testimonio del crecimiento
económico. Sin embargo, estas cuestiones requieren de un análisis minucioso de los
documentos relativos a la Compañía, disponibles en el AGN.
Al mismo tiempo, consideramos que la prosperidad económica de los jesuitas se
relaciona con una mayor vinculación con la elite de Buenos Aires. Sin embargo, el
crecimiento, permite también percibir que con las Reformas dieciochescas, y principalmente a
partir del Regalismo Borbónico, la posición de la Sociedad de Jesús es cada vez más débil en
relación con los poderes de las Monarquías, los conflictos comenzaban a estar presentes y los
jesuitas de Buenos Aires no fueron ajenos a esa situación.
La autonomía económica y la prosperidad de muchas de sus empresas, la obediencia al
Papa y al General de la Orden, el humanismo, las Misiones en América, y la cercanía al poder
político, eran objeto de críticas. Aquello que antes había sido su estrategia de supervivencia:
la educación, era también cuestionado. Son alejados rápidamente de sus posesiones en
América, el lugar ocupado por ellos en las ciudades coloniales, cercano a la formación de la
100
elite, pero también a la influencia ejercida sobre otros sectores de la sociedad, en la
evangelización de indios, negros, mestizos, presos, etc., queda vacío.
Sería importante indagar entonces, en el impacto social que genera la expulsión, si
ellos eran tan importantes en la ciudad, ¿qué ocurre cundo los expulsan? ¿Qué reacciones se
generan en la sociedad porteña? La expulsión de la Compañía sin duda generó reacciones
entre la elite porteña, pero también en aquellos sectores que tradicionalmente se los piensa
alejados del ámbito de influencia de los Colegios. ¿Quién o quienes ocuparían su lugar?
Probablemente quede un vacío en la ciudad, en la educación, cuya influencia tal vez
sobreviva, y en las actividades de caridad y beneficencia, lugar que puede ser ocupado por
otras órdenes religiosas o por el clero secular.
Ahora bien, con respecto a los cambios que se plantean para el siglo XVIII, un
elemento central de dichos cambios, es el proceso de expansión territorial iniciado en la
primera mitad del siglo. Proceso que encuentra a la Compañía de Jesús, a la Corona y a la
sociedad local, participando. En este contexto, el Colegio de la Orden adquiere un mayor
protagonismo y refuerza su posición como sitio estratégico para el avance hacia el sur.
Sin duda, la coyuntura política cambia con la llegada de los Borbones. Ante ello,
cambian las condiciones de la ciudad de Buenos Aires y de los jesuitas. Las fuentes
consultadas demuestran la existencia de una mayor movilidad y un intento creciente por
ocupar y explorar el espacio. Al tiempo que este período coincide, con un momento de
progresos económicos para la Orden, y encuentra su correlato en la llegada constante de
nuevos jesuitas, y en la demanda de más misioneros.
Qué intereses se conjugaban detrás del proceso de expansión y exploración territorial,
concretado con la fundación de tres Misiones al sur del río Salado. Por un lado, se hallaba el
interés, transformado en necesidad por parte de la sociedad porteña, quien comenzaba a
percibir un “peligro” en las poblaciones indígenas del área, y demandaba al gobierno local y a
las autoridades de España una solución al respecto. Por otro lado, el interés, transformado en
respuesta necesaria por parte del Estado Colonial, y a través de él, del gobierno de Buenos
Aires. La Corona española se encuentra promoviendo, y en ocasiones financiando, viajes de
exploración, con el objeto de consolidar sus posesiones territoriales ante la posible
competencia de otras potencias europeas. De la misma manera, aunque apenas manifestado,
101
existe un interés “científico” por explorar el territorio, y fundamentalmente la posibilidad de
establecer Misiones.
Por último, se hallaba la estrategia de supervivencia, transformada en interés, por parte
de la Compañía de Jesús, quien ante el creciente control y la presión por parte de la Corona
para el establecimiento de nuevas Misiones, responde en forma vacilante.
Todo lo dicho, nos permite replantear algunos aspectos centrales de la estructura
general de la Orden, la alta movilidad, la intensa competencia entre sus miembros, la mayor
importancia de algunos sectores y la menor de otros, aspectos que se hallan presentes entre los
jesuitas que encontraban en el Colegio un lugar de paso. Motivos que contribuyen a repensar
las visiones tradicionales construidas en torno a la Compañía.
El Colegio de la Compañía será escenario y lugar de confluencia de muchos de estos
intereses contradictorios. En todo momento, la Orden, se demuestra más proclive a avanzar
hacia otros espacios, que a fundar Misiones al sur, o incluso a enviar jesuitas a establecerse
definitivamente en la ciudad. Más allá de la importancia del Colegio para la formación de sus
miembros, Buenos Aires, no constituía un sitio atractivo para los jesuitas que llegaban a
América.
En suma, aquello que expresamos como redefiniciones, se manifiestan en el plano
económico, a partir de vínculos comerciales más estrechos, y por consiguiente en un mayor
acercamiento a los comerciantes porteños. En lo político, ante los intereses de la Corona
española, la Compañía se ve obligada a responder, y encuentra, en un contexto cada vez más
tenso, una estrategia de supervivencia en el proceso de expansión iniciado, y en la fundación
de nuevas misiones al sur de Buenos Aires. Frente a esto, el Colegio de la Orden en Buenos
Aires, atraviesa por un período de crecimiento y expansión, asumiendo más decididamente un
rol en el Proyecto de la Sociedad Ignaciana, ahora más atenta a los requerimientos de la
Monarquía.
Más allá de las particularidades de cada zona, creemos que la expulsión de la
Compañía de la América española y portuguesa, generó reacciones, que no han recibido la
suficiente atención por parte de la historiografía. En la ciudad de Buenos Aires, considerada
un sitio marginal en relación a otras posesiones, las voces disidentes fueron minimizadas, el
olvido o la presencia silenciada signaron el nuevo tiempo de la Orden. El lugar ocupado por
102
ellos pasó sucesivamente por innumerables funciones,128
transformándose en 1971 en lo que
actualmente se conoce como la “Manzana de las Luces”. Hoy se considera, a más de
doscientos años de la expulsión, un sitio patrimonial.
Las múltiples dimensiones de la memoria, en un constante proceso dialéctico y en
permanente construcción, han influido en la percepción que actualmente tenemos de ese
lugar. Sin duda, la complejidad de los procesos históricos se hizo presente para definir aquello
que hoy es considerado patrimonio.
Si el patrimonio constituye una prueba evidente de la existencia de vínculos con el
pasado, alimenta en el ser humano una sensación de continuidad en el tiempo y de
identificación con una determinada tradición. Restará analizar qué representaciones y
significaciones son rescatadas del olvido cuando se decide preservar una tradición como la
jesuita.
128
Desde el período Virreinal, los edificios pertenecientes a la Compañía desempeñaron las siguientes funciones:
Tribunal, Casas Redituantes, Imprenta, perteneció al Regimiento de Patricios, y Biblioteca Pública. Allí funcionó
la Universidad de Buenos Aires, el Archivo General, el Banco de la Provincia de Buenos Aires, el Museo
Público de Buenos Aires, la Academia Nacional de la Historia, el Colegio Nacional de Buenos Aires, y la Sala
de Representantes, entre otras cosas.
103
Anexo de Imágenes y Mapas
104
Mapa 1
Tomado de Alberto Armani, Ciudad de Dios y ciudad del sol,… op. cit.
105
Mapa 2
Tomado de Alberto Armani,… op. cit.
106
Imagen 1
Tomado de Alberto Armani, … Op. cit.
107
Mapa 3
Principales pueblos fundados por los jesuitas entre 1610 y 1767: Universidades, Colegios,
Escuelas, Talleres, Residencias, Bibliotecas.
Tomado de G. Furlong, Los Jesuitas y la Cultura Rioplatense… op. cit.
108
Imagen 2
Ubicación del Colegio en la Plaza de Mayo.
Tomado de G. Furlong Cardiff, Historia Del Colegio Del Salvador… op. cit.
109
Imagen 3
Plano primitivo de la IgLesia.
Tomado de G. Furlong Cardiff. Historia del Colegio del Salvador… op. cit.
110
Imagen 4
Tomada de G. Furlong Cardiff. Historia Del Colegio Del Salvador… op. cit.
111
Mapa 4
Tomado de G. Furlong S. J. Los jesuitas y La cultura rioplatense… op. cit.
112
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