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1 Delfos. El lugar.- El santuario de Apolo en Delfos es uno de los santuarios oraculares más célebres de la Antigüedad, con el de Zeus en Dodona y el Apolo en Delos. Está siuado en la pendiente del Mte. Parnaso, dominando el valle del Plisto. Se construyó en época arcaica como sede del culto de la Diosa Madre, bajo forma de la serpiente Pitón. El lugar recibió su nombre actual con la introducción del culto de Apolo Delfinio, procedente de Creta; el dios era honrado bajo forma de delfín. Sin embargo, muchos elementos del antiguo culto sobrevivieron: la sacerdotisa que daba las respuestas oraculares conserva su antiguo nombre de Pitia. Muy tempranamente el santuario juega un papel político importante. Era administrado por una de las más poderosas antictionías o confederaciones sagradas, y era punto de referencia obligado para aquellos que partían a fundar colonias en Occidente. El santuario fue honrado lo mismo por el rey de Lidia Creso que por el faraón egipcio Amasis. Fue motivo de varias guerras sagradas libradas para obtener el control del santuario, pero su prestigio se mantuvo inalterado. Cuando en el 373 a.C. un temblor de tierra lo dañó seriamente, varias ciudades colaboraron en su reconstrucción. En época romana fue venerado, primero, por los generales, luego por emperadores (Augusto, Nerón, Adriano); posteriormente, comenzó una lenta decadencia hasta que, en el 358 d.C., el emperador Teodosio ordena la supresión del oráculo. A partir de 1892 una expedición arqueológica francesa se encarga de los trabajos de excavación. Durante la Antigüedad el prestigio del santuario tenía un fundamento objetivo, que derivaba de su eficacia profética. Los fieles acudían a consultar a la Pitia por motivos diversos; podían hacerlo a título particular, para pedir al dios opinión acerca de asuntos domésticos, o bien

Santuario de Apolo en Delfos

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Delfos.

El lugar.- El santuario de Apolo en Delfos es uno de los santuarios oraculares más célebres de la Antigüedad, con el de Zeus en Dodona y el Apolo en Delos. Está siuado en la pendiente del Mte. Parnaso, dominando el valle del Plisto. Se construyó en época arcaica como sede del culto de la Diosa Madre, bajo forma de la serpiente Pitón. El lugar recibió su nombre actual con

la introducción del culto de Apolo Delfinio, procedente de Creta; el dios era honrado bajo forma de delfín. Sin embargo, muchos elementos del antiguo culto sobrevivieron: la sacerdotisa que daba las respuestas oraculares conserva su antiguo nombre de Pitia. Muy tempranamente el santuario juega un papel político importante. Era administrado por una de las más poderosas antictionías o confederaciones sagradas, y era punto de referencia obligado para aquellos que partían a fundar colonias en Occidente. El santuario fue honrado lo mismo por el rey de Lidia Creso que por el faraón egipcio Amasis. Fue motivo de varias guerras sagradas libradas para obtener el control del santuario, pero su prestigio se mantuvo inalterado. Cuando en el 373 a.C. un temblor de tierra lo dañó seriamente, varias ciudades colaboraron en su reconstrucción. En época romana fue venerado, primero, por los generales, luego por emperadores (Augusto, Nerón, Adriano); posteriormente, comenzó una lenta decadencia hasta que, en el 358 d.C., el emperador Teodosio ordena la supresión del oráculo. A partir de 1892 una expedición arqueológica francesa se encarga de los trabajos de excavación.

Durante la Antigüedad el prestigio del santuario tenía un fundamento objetivo, que derivaba de su eficacia profética. Los fieles acudían a consultar a la Pitia por motivos diversos; podían hacerlo a título particular, para pedir al dios opinión acerca de asuntos domésticos, o bien

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podían acudir en representación de un estado o comunidad para consultar al dios acerca de asuntos graves y transcendentes, como la oportunidad y ubicación de la fundación de una colonia, o sobre decisiones políticas, como una declaración de guerra. Ejecutados los ritos preliminares, que incluían una ofrenda al santuario, formulaban su pregunta a los sacerdotes del santuario, que lo transmitían a la Pitia. La respuesta de ésta, emitida en estado de trance, era incomprensible; correspondía al clero del santuario darle una forma comprensible, e incluso forma métrica. El acierto de las predicciones no era fortuito. Delfos era visitado por una riada de particulares y embajadas que provenían del todo el Mediterráneo, griego y bárbaro. En Delfos se concentraba la información más abundante y actualizada de que podía disponerse en todo el Mediterráneo acerca de la vida de sus pueblos ribereños. De hecho, a fines de la Antigüedad, Delfos era sólo usado para consultas acerca de asuntos domésticos nimios: Roma era ahora el centro del Mediterráneo y era allí donde residía la fuente de información.

El mito.- El santuario de Delfos estaba consagrado a la diosa Temis (una advocación de la Gran Diosa Madre Tierra). Encargado de su protección estaba una serpiente (o dragón) a la que se llama unas veces Pitón y otras Delfine. Pero cometía desmanes en el país, enturbiando manantiales y arroyos, robando ganados y aldeanos, asolando la llanura de Crisa y asustando a las Ninfas. Este monstruo había surgido de la Tierra. Apolo le dio

muerte con sus flechas, y como recuerdo, o quizá para aplacar la cólera del monstruo muerto, fundó en su honor unos juegos fúnebres, que se llamaron Juegos Píticos y se celebraban en Delfos. Tomó posesión del santuario y allí consagró un trípode. Es emblema de Apolo, y, sentada sobre él, pronunciaba la Pitia

sus oráculos. Allí los delfios cantaron por primera vez el Peán, un himno en honor de Apolo. Pero Apolo hubo de marchar al valle de Tempe, en Tesalia, para purificarse de la mancha de la muerte del dragón. Cada ocho años, una solemne fiesta conmemoraba en Delfos la muerte de Pitón y la purificación del dios. Se dice que más tarde el dios tuvo que defender su oráculo contra Heracles. La

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Pitia se había negado a responderle, y él quiso saquear el templo, llevarse el trípode y establecer un oráculo propio en otro lugar; Zeus separó a los contendientes –hijos suyos- con un rayo.

Sin embargo, el gran dios de Delfos lo abandonaba cada invierno para su viaje anual al País de los Hiperbóreos, del que no regresaba hasta principios de primavera. Durante ese tiempo tomaba posesión del santuario el otro gran dios de Delfos, Dióniso. Se cuenta, para empezar, que Apolo se había enamorado de una ninfa llamada

Tía, hija de Castalio, el que dio nombre a la fuente Castalia. De ambos nació Delfo, que dio nombre al lugar. Tía fue la primera sacerdotisa de Dióniso en la zona, la que llevó las orgías del dios a las pendientes del Parnaso. Por ello, las seguidoras del dios, llamadas Ménades (“enloquecidas”) en otros lugares, fueron aquí llamadas Tíades, que también significa “las posesas”. Dióniso es el dios de la noche, la locura, la música enloquecedora, la orgía, es el dios asociado a la vid y a vino y a sus efectos. Pero el de Delfos tiene otra faceta: es el “primer Dióniso”, Zagreo. Se cuenta que Zeus tuvo de Persefone, la diosa del Hades, el mundo subterráneo de los muertos, un hijo al que llamó Zagreo. Para evitar la amenaza de su esposa celosa, escondió al niño, encomendando su crianza a Apolo, quien, con la ayuda de los dioses Curetes, los mismos que criaron a Zeus en el Mte. Ida, criaron al recién nacido Zagreo en las faldas del

Parnaso. Pero Hera lo descubrió y encargó su venganza a los Titanes, que lo descuartizaron cuando estaba bajo la apariencia de un toro. Este descuartizamiento es el precedente del rito dionisiaco del diasparagmós (“descuartizamiento”), que practicaban sus seguidoras con animales vivos, cuya carne, también cruda, devoraban. Este rito se da como precedente antropológico de la comunión cristiana, y prefigura al dios cristiano que

muere para renacer. En efecto, Atenea alcanzó a salvar el corazón de la criatura, igual que Apolo rescató otras partes de su cuerpo que enterró en su templo de Delfos bajo el trípode sagrado. Del corazón, su padre

haría renacer a Dióniso, que tiene por ello el nombre de “el nacido dos veces”. Su tumba se mostraba en el aditon del templo délfico de Apolo. Los dioses que resucitan suelen estar asimilados a la tierra, cuyo ciclo estacional anual (floración/agostamiento) simbolizan. Otro mito referido a Delfos es el que hace referencia al Onfalos (ombligo). Era éste la piedra que la diosa Rea había entregado entre pañales a su marido Crono en sustitución del recién nacido

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Zeus, para evitar que lo devorara. Criado Zeus a escondidas de su padre, cuando fue mayor, hizo a Crono vomitar a los hijos que había ido devorando (sus hermanos), y , con ellos, la piedra. Más tarde, para determinar el centro de la tierra hizo que dos águilas salieran cada una de un extremo de la tierra; una de ellas llevaba entre sus garras la piedra. Cuando se encontraron ambas, la portadora de la piedra la dejó caer sobre la tierra para marcar el centro y fue a parar a Delfos. Los Juegos Píticos.- Cuenta el mito que fueron fundados en honor de la serpiente Pitón como juegos fúnebres. Eran, con los Olímpicos, los más famosos del mundo griego. En principio se celebraban cada ocho años y consistían en un concurso musical, en que cada candidato cantaba una composición en honor de Apolo (peán), acompañado de lira. Pero en el año 528 adquirieron su forma definitiva. Se celebraban cada cuatro años, como los Olímpicos, en agosto/septiembre. Desde seis meses antes se anunciaban por mensajeros en toda Grecia, que proclamaban la tregua sagrada, por la que quedaba suspendido todo conflicto que hubiera entre estados. Duraban entre seis y ocho días. Se dedicaban los tres primeros a sacrificios, ritos, procesiones y un banquete; el cuarto, tenían lugar los concursos musicales: poemas acompañados de cítara, una larga pieza con acompañamiento de flauta sobre la lucha del dios con la serpiente, un solo de flauta y de cítara, concursos de poesía, representaciones de tragedia y espectáculos de danza. Las competiciones deportivas incluían la carrera larga, la doble, el pancracio, la lucha, la carrera con armas, el pentatlón, y se celebraban el quinto día. Las competiciones hípicas, carreras de cuádrigas y bigas, eran el sexto día. Era normal que las competiciones deportivas se extendieran a dos días, con lo que se ocupaban ocho. Los vencedores recibían una corona de laurel el árbol de Apolo.

El santuario de Atenea Pronaia.- En medio de dos grandes paredes rocosas del Parnaso, llamadas rocas Fedríades, por resplandecer con los rayos solares, manan aún las aguas del la fuente Castalia, antes consagrada al dios y protegida por una balaustrada con cabezas de león en bronce. La zona arqueológica se extiende desde aquí hacia el este sobre terrazas, y hacia el oeste sobre las pendientes del monte. El santuario de Atenea Pronaia se encuentra en una de

estas terrazas llamada Marmaria (cantera de mármol), por su función al final de la Antigüedad. Aquí se alinean los restos de cinco edificios sagrados. El primero, el viejo templo de Atenea, períptero y jónico, con seis columnas en la fachada y en la parte posterior, construido en piedra porosa a principios de s. V a.C. en el lugar de un templo precedente

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más antiguo. Enseguida se encuentran dos Tesoros, dos pequeños templos votivos, con dos columnas in antis en su fachada. Se construyeron uno en los años 490 a 460 a.C. y el otro hacia el 530 a.C. Siguen los restos de un gran edificio circular, el tholos. Es una gran base circular con tres peldaños sobre la que se yergue un círculo de 20 esbeltas columnas dóricas. Aún hoy la estructura general del monumento es clara. Tres de las columnas exteriores se reconstruyeron en 1938. El edificio era de mármol pentélico que contrastaba con la piedra calcárea negra usada

para la base del muro de la cella y para el suelo. Aquí, sin embargo, el círculo central era blanco. La decoración del techo en forma de cono era muy rica. El arquitecto del tholos fue Teodoro de Samos, a principios del IV a.C.: creó un modelo que, siendo completo en si mismo, estaba también insertado en el paisaje y que fur enseguida imitado por la thymele de Epidauro y por el Filipeion de Olimpia. El templo contiguo, de Atenea Pronaia, inmediatamente el este del tholos, iba a producir un contraste evidente con la novedad de este: se trata de un edificio dórico con 6 columnas en la fachada, construido

hacia el 360 a.C. sobre el lugar de anteriores residencias de sacerdotes. Las terrazas entre la Marmaria y la fuente Castalia fueron ocupadas por diferentes construcciones que están siendo excavadas, entre las que cabe señalar un enorme gimnasio del s. IV a.C.

El santuario de Apolo. El santuario más grande, con el oráculo de Apolo Pitio, se encuentra algo más al oeste. Está formado por un gran recinto sagrado de forma rectangular, construido en la pendiente nivelada de la montaña; la vía sagrada entraba en el santuario cerca del ángulo sureste y subía al templo siguiendo un camino

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en zig-zag, bordeando los tesoros y otros monumentos votivos. Junto a la entrada había un toro en bronce, obra de Teopropo de Egina, dedicado en el 480 a.C. por los habitantes de Corfú tras una pesca muy fructuosa. Aún puede verse la base. A la izquierda, una larga plataforma sostenía 16 estatuas de Fidias, que habían

sido dedicadas el año 450 a.C. por los atenienses para honrar a Milciades en el 30º aniversario de la batalla de Maratón. Se supone que dos estatuas en bronce halladas cerca de Riace prodrían haber pertenecido a este monumento. Los espartanos, tras haber batido a su rival Atenas en la guerra del Peloponeso, erigieron justo delante de este conjunto de exvotos un monumento aún más majestuoso, con 37 estatuas en bronce de dioses, almirantes y generales espartanos, entre ellas, la de Lisandro, vencedor en la batalla

de Egospótamos. Aún se conservan otras dos bases en semicírculo que debían sostener estatuas dedicadas por los argivos. Siguen otros monumentos descritos una vez más con minuciosidad por Pausanias. Enseguida el espacio estrecho entre la vía sagrada y el recinto meridional del santuario es ocupado por los restos de tres pequeños templos votivos, los tesoros dedicados por los sifnios, sicionios y atenienses. El tesoro de los sifnios, construido

en 526-525 a.C. con el producto de las minas de oro de la isla, era un pequeño templo de estilo jónico con dos cariátides in antis. y un largo friso continuo en mármol de Paros, de una altura de 0,65m. rodeaba todo el edificio. Se conserva hoy en el Museo de Delfos, y representa una obra maestra de la escultura arcaica. En ambas fachadas se representan los mitos relacionados con la guerra de Troya; al sur estaba el levantamiento de los Leucípides; al norte, en el lado principal, la Gigantomaquia. En el frontón, estatuas en altorrelieve recordaban la lucha de Heracles y Apolo por el trípode sagrado, tema muy expandido en la cerámica ática contemporánea. La gracia típicamente jónica de esta verdadera joya contrastaba seguro con la severidad dórica de los tesoros vecinos. Tras un primer giro del camino, nos vemos ante otro tesoro, construido por los atenienses en el 490 a. C. con el botín de la batalla de Maratón. El edificio, restaurado entre 1904 y 1906, tiene el aspecto de un pequeño templo dórico (9,70 x 6,70) con dos columnas in antis y un friso dórico con alternancia de metopas y triglifos típico de este estilo. Las metopas que se ven en el lugar son copias; los originales

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se guardan en el Museo de Delfos. Representan los trabajos de Heracles y las empresas de Teseo, el héroe ateniense por excelencia. Una representación de Apolo debió de decorar el frontón. Más de 150 inscripciones se grabaron en los muros, en particular decretos a favor de atenienses e himnos a Apolo. Tras la desgraciada expedición ateniense a Sicilia (415 – 413 a.C.), los siracusanos también erigieron un tesoro justo enfrente, pero de él sólo quedan restos.

El templo de Apolo.- La vía sacra bordea el muro que sirve de base a la terraza del templo de Apolo, escondida de la vista por un pórtico jónico en mármol de Paros, que los atenienses hicieron construir tras las Guerras Médicas. La terraza delante del templo estaba también llena de ofrendas votivas. Entre otras los trípode

ofrecidos el 480 a.C. por Gelón e Hierón, tiranos de Siracusa tras la batalla de Himera, en que vencieron a los cartagineses; así como el trípode en oro con un caldero, sostenido por una columna en bronce formada por tres serpientes entrelazadas, ofrecido en el mismo periodo por los plateenses. Este último objeto fue transportado a Constantinopla y aún se encuentra en la Mezquita Azul de esta ciudad.

En la terraza se construyó un primer templo en el s.VII a.C., pero un incendio lo destruyó en el 548 a.C.; antes de fines del VI a.C. fue reemplazado por un nuevo templo, por obra del clan ateniense de los Alcmeónidas, entonces exiliados. Las

esculturas de los frontones fueron obras de Antenor, que ya había trabajado en la Acrópolis de Atenas. Cuando este templo fue destruido, en el 373 a.C., los arquitectos Jenodoro y Agatón reconstruyeron inmediatamente uno idéntico. El que vemos hoy es el resultado de las restauraciones de 1939 a 1941. Las bases de las columnas y muros de

la cella sen hoy bien y forman dos rectángulos, uno dentro de otro. El templo era dórico, períptero, de 60, 32 m. x 23,82m., con 6 columnas en piedra calcárea estucada, en los lados cortos, y 15 en los largos. La cella, presentaba dos columnas in antis, lo mismo en el pronaos que en el opistodomos, completamente simétricas. En el interior tenía un adyton, un recinto de acceso prohibido,

la zona más sagrada, donde estaba guardado el ónfalos (ombligo), piedra que señalaba a Delfos como centro del mundo. Los arquitrabes fueron adornados con los escudos cogidos a los persas en la batalla de

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Platea, y a los gálatas en el s. III a.C. El techo estaba cubierto de tejas de mármol. Había también, probablemente, un espacio subterráneo reservado a los oráculos, donde se encontraba la Pitia. La parte de la terraza que sube a la montaña, a la derecha del templo, corría riesgo de desplome; una vez, quizá en el 373 a.C., el exvoto consistente en una cuádriga en bronce, ofrecido el 474 a.C. por el tirano de Siracusa Polizalo, fue derrumbado. La estatua del auriga, de tamaño natural, obra maestra del fin del arcaísmo, fue encontrada por las excavaciones modernas: se trata de una de las piezas más célebres del Museo de

Delfos. Una escalera conducía de la escalera al teatro, construido en el IV a.C. modificado en época helenística o romana. La cavea, con 35 filas de gradas y aforo para 5.000 espectadores, fue excavada en la montaña. La orquesta con su enlosado y los cimientos del edificio de la escena, adornado con un friso en

mármol con la representación de los trabajos de Heracles son hoy visibles. El friso se conserva en el Museo. En la parte más alta del recinto sagrado es todavía posible ver los cimientos de una construcción dividida en tres naves por dos filas de cuatro pilares: es la lesche de los cnidios, construida en el V a.C. por las pinturas de Polignoto que decoraban sus muros.

Por encima del recinto sagrado, un sendero estrecho conduce a un ancho valle donde se encuentra el estadio. Fue construido a partir del s. V a.C. y restaurado varias veces. Al norte, en dirección a la montaña, doce filas de gradas fueron excavadas directamente en la roca; hacia el valle, otras seis filas estaban sostenidas por andamiajes. Cada cuatro años los cursos gimnásticos de los Juegos Píticos se desarrollaban en este estadio. Los Juegos comprendían también

concursos de música y de recitado, que tenían lugar en el teatro, así como carreras de carros que se celebraban en el valle. En el 528 a.C., tras la Primera Guerra Sagrada, estos Juegos se dotaron de nuevas reglas. Tras este periodo, aunque siguieron celebrándose hasta el fin de la Antigüedad, lo hicieron a intervalos menos regulares.