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Soledad Patrick White Morelia, Mich. | Noviembre-Diciembre | Año 2015 | Núm. 6

Soledad - revistaseismil83.files.wordpress.com · cultura oficial después de que obtuviera el premio y reseña que en 1941 se alistó en la RAF, la aviación Nobel militar británica,

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SoledadPatrick White

Morelia, Mich. | Noviembre-Diciembre | Año 2015 | Núm. 6

Editorial

Edgar Ruiz

Dirección

Carlos E. Juárez (nefelibata gris)

Diseño

Contenido:

Semblanza________________________________________ Pág. 2

Literatura

Narrativa_________________________________________ Pág. 4

Prosa _____________________________________________ Pág. 15

Poesía ____________________________________________ Pág. 18

Artes visuales

Dibujo ____________________________________________ Pág. 28

Cine________________________________________________ Pág. 33

Fotografía_________________________________________ Pág. 35

Humanidades

Filosofía __________________________________________ Pág. 38

Psicología ________________________________________ Pág. 41

Semblanza

Patrick White (Londres, 1912 – Sydney, 1990) Escritor

australiano que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1973.

Pertenecía a una familia de pastores que estaba establecida en

Australia desde muchas generaciones atrás. Ingresó en el Kings

College de Cambridge para estudiar historia, pero decidió

dedicarse a las lenguas modernas, por lo que hizo frecuentes

viajes a Francia y Alemania. Después de varios años en que

escribió poesía y cuentos para periódicos de Inglaterra, en 1939, durante un largo viaje a Estados Unidos,

escribió su primera novela, El valle feliz, publicada en 1941.

White empezó su obra literaria en un estilo muy británico-colonialista antes de desarrollar una

escritura y una temática indudablemente australianas. La ambivalencia acerca de los datos biográficos del

escritor alimenta el misterio sobre su auténtica vida, intriga que él mismo contribuyó a crear cuando ordenó a

sus amigos que quemaran toda su correspondencia. Una de las vertientes lo sitúa como un exponente de la

cultura oficial después de que obtuviera el premio Nobel y reseña que en 1941 se alistó en la RAF, la aviación

militar británica, y fue oficial de inteligencia en Oriente Medio durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1946, cuando regresaba a Australia, completó otra de sus novelas a lo largo de la travesía marítima.

Durante años vivió en Sidney, casi sin hacerse notar, pero cuando su conciencia lo movilizó, realizó diversas

apariciones públicas. Protestó contra la participación de Australia en la guerra de Vietnam, contra la política

estatal con respecto a los aborígenes y contra el daño al medio ambiente.

White fue un hombre problemático por su condición de australiano y homosexual, circunstancias que

contribuyeron al sentimiento de soledad que es uno de los temas principales de su ficción. Él complicó la tarea

de éstos manteniendo en compartimentos estancos muchos aspectos de su vida. En relación con sus

novelística, merece señalarse A Finge of Leaves, que más allá de ser una vigorosa historia de acción es, sobre

todo, el retrato de una virtuosa y compasiva mujer atormentada por conflictivas lealtades. En The Twyborn

Affair retrata a una mujer rica, de mediana edad, víctima de dudas sociales y sexuales, catapultada hacia la

toma de decisiones fatales. En 1981 publicó su autobiografía, titulada Sombras en el espejo: un autorretrato.

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Literatura

Narrativa

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No están solos

Abraham Martínez G. Psicoanalista y profesor

No contento con producir el aislamiento, el sistema engendra su deseo, deseo imposible que, una vez

conseguido, resulta intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez más solo y simultáneamente no se soporta a

sí mismo, cara a cara. Aquí el desierto ya no tiene ni principio ni fin.

Gilles Lipovetsky. La era del vacío

La tierra desolada, áspera y dura azotada por ráfagas de calor, soportaba montones de esqueletos con la

quijada abierta en una expresión que se les quedó cuando todo se fue al infierno. El horizonte desolado

expedía los aromas a muerte que dejó la noche en que todo lo incendió. Las altas temperaturas hacían

imposible el retorno de la naturaleza, y sin embargo, allá íbamos, en búsqueda de otros humanos para traerlos

al Centro de sobrevivencia.

Después de recibir la llamada de auxilio, Vincent, Aura y yo, tomamos nuestros equipos de expedición

para emprender la búsqueda. Y a pesar de que sabíamos que la llegada de otros seguramente menguaría

nuestras bodegas de alimentos, teníamos la convicción de que ayudar permitía expandir nuestro sentido de

humanidad, de identidad, acaso, por eso manteníamos la alerta.

Los tres con nuestros equipos puestos salimos del complejo que nos albergaba. Portábamos un

conjunto deportivo de dos piezas tapizado de pliegos de papel aluminio, con lo cuales los rayos ardientes del

sol se reflejaban. Además, nuestras cabezas las protegíamos con cascos de motociclista, asimismo cubiertas de

aluminio. A lo lejos brillábamos, por dentro, el calor era apenas soportable. Cargábamos una mochila con

botes llenos de agua y unos cuantos dulces que no corrieran el riesgo de derretirse. Las expediciones debían

ser cortas, un día cuando mucho; los suministros y nuestras propias fuerzas no daban para más. Con mucha

suerte, conseguimos una radio de comunicación local. Nada sabíamos del resto del mundo, sólo podíamos

saber de una fracción del país, y a duras penas lográbamos conectarnos con el otro centro de sobrevivencia

del que teníamos noticia. La Central de nuestro refugio estaba al pendiente de nosotros cada hora, nosotros a

través de Vincent, contestábamos.

Pasó un día de expedición sin mucha suerte, llegó la noche y Central se comunicó para avisar que

desparecería por algunas horas, con la intención de ahorrar energía. Antes de pronunciar el “cambio y fuera”,

nos dijo: “mucha suerte, que descansen los cuatro”. Se cerraron las comunicaciones y volteamos a vernos

Vincent, Aura y yo. Pregunté: “¿los cuatro?” Hicimos cara de extrañeza, pero no hablamos más. Preparamos

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los sleeping y nos dispusimos a dormir. Localizamos unas rocas que servirían de pared para contrarrestar los

vientos calurosos que aún por la noche se sentían.

Todo era calor, un calor insoportable que no tenía límites. Cuando éste se dejaba sentir, el miedo

explotaba en la persona. Un calor que llegaba directamente al corazón; lo hacía latir con una velocidad que

daba miedo. El cuerpo se bañaba en sudor, la cabeza se inundaba de dolor, y el olor, aquel olor que rodeaba

todo. Un olor que no sabíamos si se desprendía de uno, o se hallaba afuera, o provenía del sol. Pensaba en eso

mientras me disponía a descansar.

Esa noche una pesadilla me acompañó. Estaba con mis hijos en la playa. Yo miraba el mar y a mis niños

que jugaban en las tranquilas olas. Se lanzaban agua, nadaban, corrían levantando altas sus rodillas. Una

botella de cerveza que escurría un sudor frío y el cielo azul salpicado por una que otra nube. De pronto, el mar

bullía, la cerveza hervía desde el fondo de la botella y el líquido salía disparado por la boquilla a la par de un

ruido escandaloso. Mis hijos eran arrasados no por olas, sino por ráfagas de fuego que se los tragaba mientras

yo me quedaba en la orilla lleno de terror, paralizado de dolor.

Despertamos al siguiente día. Aura realizó sus oraciones de cada mañana. Vincent nos apuró para

continuar con la travesía, ya únicamente disponíamos de pocas horas antes de regresar a nuestro refugio.

Central se comunicó y preguntó sobre el estado de los cuatro. Vincet respondió que no existían cuatro

exploradores, repitió el nombre de los tres y Central aseguró que en su pantalla aparecían cuatro integrantes

de la exploración. Los tres asentimos que se trataba de un error en las maquinas. Además sabíamos que un

animal no podía ser, pues éstos no eran vistos desde hacía meses, y menos en las condiciones que aquejaban

a la región. En la Central aseguraron que mantendrían la comunicación, y que revisarían de qué trataba aquel

error que aparecía en sus pantallas.

Antes de continuar y abandonar el espacio que sirvió como dormitorio, Aura me regaló un beso que

me sacó del sopor que ya sentía en tempranas horas. Con la mirada le agradecí y me coloqué el casco. Sujeté

el suyo y me aseguré que no se colara el viento ardiente que soplaría apenas abandonáramos el lugar,

aplicando un par de vueltas extras de cinta entre su cuello y el casco. Caminamos unos pasos tomados de la

mano, mientas Vincent delante de nosotros miraba un aparato que le indicaba por donde seguir. Continuamos

el recorrido, Vincent al frente, Aura siguiéndole, yo detrás de ellos, con un rifle en las manos que aseguraba

con todas mis fuerzas. Sin embargo, no se me quitaba de la mente la idea de “los cuatro”. Eso no me dejaba

quieto y me hizo voltear en repetidas ocasiones atrás y hacía los lados.

Vincent era un tipo que respetaba mucho, un hombre grande, unos cincuenta años se cargaban en su

espalda. Su presencia, sin el traje de aluminio, era imponente. Parecía una estrella de cine, un tipo de un físico

envidiable a pesar de su edad. Yo a su lado, no era más que un chiquillo que se adhería a él. Aura en cambio,

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además de ser hermosa, lucía atlética, unos labios que a pesar de la escases del líquido vital, se mantenían

rojos, impresionantes, los cuales yo siempre quería besar. Yo un tipo flaco, de mediana estatura, unos brazos

largos y un rostro que no sabría cómo describirlo; me parecía imposible tener el amor de una mujer como

Aura. Y sin embargo, ella me amaba, y claro, yo a ella. Sería estúpido en las circunstancias que nos

encontrábamos, no amar a alguien como ella. Cuando le hacía el amor, entregaba todo, le ofrecía todo mi ser,

que en cierto sentido, era nada. Pero ella se mostraba satisfecha. Yo por dentro, me preguntaba qué me veía,

qué le atraía de un tipo como yo. Era una incógnita para mí mismo.

Ya cuando nos acercábamos al lugar de donde provenía la llamada de auxilio, Vincent miró detrás de

unos autos calcinados, algo había a la distancia. Nos detuvo y colocó su mano izquierda cerca del casco con la

señal de que guardáramos silencio. Yo me alisté, colocándome a un lado de ellos y preparando el rifle en

posición de disparo. Aura sostuvo el aparato de rastreo de Vincent, mientras él sacaba su pistola. De pronto,

algo me tiró, pasó como una bala, me arrolló, literalmente. Vincent se quedó inmóvil, y yo me llené de terror,

pues mi rifle había caído a varios metros de distancia. Aura ya no estaba, no pudo correr tan rápido, mi

angustia fue indescriptible; algo se la había llevado.

Me tiré el casco desesperadamente. Nada importaba ya. Pude distinguir una forma humana,

incorpórea pero con cierta consistencia. Era como un ser hecho de líquido blanco. Vincent salió volando por

los aires infernales, cayó al piso desértico bañado en sangre, sin casco y sin vida. Alcancé a escuchar por la

radio dentro del casco de Vincent cuando preguntaban en la Central, ¿que dónde estábamos, que de qué se

trataba todo el alboroto? “De acuerdo a nuestras pantallas ustedes están alrededor de otros humanos, ¡no

están solos!”. Yo rendí los brazos mientras el calor ardiente comenzaba su trabajo en mi cuerpo, mi

respiración se hacía difícil y el olor a muerte se me metía hasta en el pensamiento. Cerré los ojos.

La pesadilla de anoche, donde vi a mis hijos ser devorados por un mar de fuego me impulsó a

incorporarme. Quise correr hasta el rifle para dirigirme a la entrada del edificio que teníamos como objetivo.

La piel de mi cara ardía, el olor a cabello quemado resultaba abrumador. Miré el complejo y varias formas

humanas salieron de su interior. No eran humanos los que me rodeaban, al menos no los que esperábamos.

Miré a mi alrededor y varias de esas criaturas se desplazaron hacía mí. Me sentí solo. Ya no estaba Aura, el

cuerpo de Vincent yacía incendiado a la distancia. Al momento de esa incertidumbre, un líquido se metió por

la nariz y la boca, y me ahogaba; una de esas criaturas mantenía lo que parecía un brazo pegado en mi cara. El

calor se disipó. Unas ganas incontenibles de quitarme las ropas con el aluminio me invadieron. Miré mis

manos y cómo las uñas de los dedos se caían una a una. Observé más de cerca la piel de los brazos y se

tornaba clara, a la vez que los bellos de los mismos se adelgazaban y se escurrían. La piel se transparentaba

lentamente, todo se hizo humedad.

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Sigo sorprendido con la transformación que sufre mi cuerpo. Los dientes ya se han caído también, por

eso es que mi voz suena de esta forma. Dejó esta grabación sin saber para qué, resulta obvio lo que sucede;

¿ya quién podría escucharme y ver esta transformación? He visto a esos seres, y estoy seguro que pronto seré

uno más de ellos. No hablan, parece no ser necesario. Se evaporan a voluntad y se desplazan como ríos a

donde halla rastros humanos, como si un odio a su recuerdo los obligara a matar. Tienen la sutilidad de un

arroyo y el poder del mar; son rápidos y primitivos. ¿Qué los mueve, cuál es su destino? No lo sé aún, pues

todavía estoy en esta habitación grabando lo que serán mis últimas palabras, con la mitad de mi cuerpo

flotando, humeando y un brazo sosteniendo la grabadora. Y creo que mi pecho y cabeza se conservan, se

resisten a convertirse en ese líquido blanco. Siento cómo mi corazón se rebela y expulsa cantidades del

líquido, pero éste es irrefrenable, no se detiene, sabe que debe de llenarlo todo. Y veo el mar, a mis dos hijos

jugando con las olas, luego aparece Aura en mi pensamiento, y me pregunto si podré reconocerla

transformada. Y lloró recordando a Vincent ya sin vida, y también ellos en mis recuerdos se tornan blancos.

Las lágrimas se confunden con la piel, la piel ya húmeda va inundando mis memorias, arrastrándolas a una

bastedad, donde sin embargo, me siento terriblemente solo.

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Último gesto

Edgar Fernández

Atravesarás la noche que te dará su peor cara. Como si quisiera escupirte, como si te vilipendiara por el simple

hecho de pisar su suelo. Mirarás las nubes negras, te detendrás en una esquina y tirarás el cigarro que estará

consumido a la mitad, que se quedará emitiendo un hilo finísimo de humo antes de que el viento lo apague.

Cerrarás los ojos y dispararás sobre tu sien.

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Memorias de otoño

Cinthia Citlali Gaspar Ruiz Facultad de Letras (UMSNH)

El primer recuerdo que tengo es cuando me lanzaron una piedra en la cabeza. Estaba solo, como era mi costumbre en esos años, en la parte trasera de los salones del kinder, haciendo líneas sobre la tierra con una vara y tuve la oportunidad de ver como se acercaba el modesto proyectil. Lloré. Quizá esa piedra sería un aviso para mis infortunios siguientes.

No entiendo qué es la rareza. La gente dice que soy raro o que pienso raro; si es así, quizá por eso no pueda comprenderlo... ¿Quién ve en lo cotidiano algo diferente? Nadie, absolutamente nadie porque siempre ha estado ahí. En otras palabras, se normaliza.

¿Y a qué se debe que hable de lo raro? Bueno, varios tildan a lo raro como causa de la soledad; y puede que sea así, pero no en todos los casos. En mi caso, esa forma diferente de pensar me llevó a sufrir lo que los medios masivos llaman bullying, y puedo asegurar que fue el bullying lo que hizo que guardara mi distancia con las personas.

En la secundaria, cada año, nos hacían pruebas psicológicas para detectar quién sabe qué. Aunque no me acuerde del motivo, la tensión del momento regresa hacia mí a través de la memoria. Nos sentaban con una banca de distancia y el bendito examen de rellenar circulitos duraba horas. Al final, yo contestaba lo más rápido posible porque ya no aguantaba estar sentado.

Luego de unas semanas nos llamaban al departamento psicopedagógico para dar los resultados. La psicóloga Paulina, a la que la mayoría llamaba Pau, se quejaba de mi acentuado aislamiento: ''Pablito, intégrate con los demás'', solía decirme; y si no era eso, agregaba: “¿Por qué no haces lo de los demás niños?''.

Me cansaban las quejas de ese aislamiento mío, sobre todo porque cada bimestre mandaban citatorio a mis padres para que fueran a consulta, cosa que nunca hicieron. Además, se notaba que esa psicóloga Paulina sólo estaba en su oficina, ya que no vio cuando jugaba con mis compañeros fútbol o cuando buscaba a mis amigos en la salida para irnos a casa. Ahora que he tirado algo de tierra, he de reconocer que sí tiendo a estar solo. Aparte del episodio del bullying que ya mencioné, me cansa estar rodeado de mucha gente y los lugares con demasiado ruido roban mi energía —excepto si se trata de un concierto o un partido de fútbol—. Eso sí: que en varias ocasiones esté solo no quiere decir que no disfrute conviviendo con los demás, salvo que en las reuniones prefiero que sean pocas personas.

Siguiendo con las quejas, si mis padres no pusieron el grito en el cielo, mis hermanos sí. Mi hermana mayor salía con un discurso mareador como: “No está bien estar solo. Un egoísta estará solo o se sentirá solo''. Admito que me quedaba con un gran signo de interrogación en la cabeza y entre la confusión, los dolores de cabeza y los cambios hormonales de la adolescencia, prefería hacerme a un lado y retirarme a mi cuarto. No salía de ahí hasta que me cansaba de tocar batería o hasta que alguien me pedía que dejara de hacer ruido.

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En cuanto a la batería, aprendí por mi cuenta. Mi hermano mayor sabía tocarla, pero no tenía tiempo. Me prometía que en vacaciones podría enseñarme y la verdad es que en vacaciones viajaba por algún encargo de mi padre —regularmente para ver las huertas de aguacate o a visitar a mis abuelos paternos—, de tal manera que la promesa quedaba en intención. Al final terminó regalándome el instrumento, para disgusto del resto de los integrantes de mi familia, haciéndome la recomendación de que recubriera mi recámara con cartón para que el ruido no fuera tan intenso e incomodara a otros.

Ya que he realizado un breve recorrido por mi accidentada vida, falta tratar el asunto amoroso. Comienzo por decir que lo amoroso es una fuente de chisme para el ser humano. Pareciera que lo relacionado a él fuera motivo para una borrachera o material digno para ser divulgado, de tal manera que todos los participantes cuentan sus experiencias —como si se tratara de una sesión de alcohólicos anónimos— y se apoyan entre todos.

He de confesar que me he enamorado dos veces y en ninguna me han correspondido. En la primera vez, la chica se portó amable conmigo y me permitió ser su amigo; en la segunda me tocó una mujer cínica y con poca empatía, que aún a la fecha me reclama abandono cuando ella decidió marcharse sin explicación alguna. Lo curioso es que era de esas personas que daban cuerda y al final salían con un “es que no sé porque me miras así'', como si uno viera cosas a lo bruto. Respecto a este episodio, digo que a pesar de que “no fuimos nada'', quedó un vacío por lo que hubiera deseado que sucediera; y para algunas personas, ese vacío también es soledad

En ambas ocasiones, a pesar de ser reservado, conté con el apoyo de mis amigos. Salimos a beber un par de tragos y a bromear sobre las situaciones adversas. Es en esos momentos se valora que haya personas cercanas que te saquen del hoyo.

Ahora me encuentro en el parque y veo como juega mi sobrino con los niños del vecindario. Estoy próximo a cumplir los treinta y la barba de tres días exige ser rasurada a la brevedad.

Es otoño y las hojas de los árboles se van tiñendo de amarillo para después acomodarse como tapetes en el suelo, dando un espectáculo con las diferentes coloraciones que tienen.

No sé qué será de mí en los próximos años. Por ahora me dedico a dar clases de biología e inglés en una preparatoria cercana y aún vivo en casa de mis padres, a los cuales miro envejecer lentamente. Desconozco si el matrimonio sea para mí o si el día de mañana cambiaré de trabajo. Nada más terminaré por decir que aunque tienda a mis ratos de aislamiento no me siento solo; en ese aspecto, solo debería sentirse aquel ser que estando rodeado de gente pareciera como si no tuviera a nadie. Ese, definitivamente, es el peor tipo de soledad.

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Martina

Jazz del Castillo

Hoy, Martina, te recordé como todos los días justo cuando caminaba hacia la vieja plaza del pueblo a donde

me llevabas en secreto. Me dirigía a comprar un helado de queso de esos que tanto nos gustaban, de repente

escuché el inicio de Viajera, una melodía de Luis Alcaraz, Mi corazón comenzó a latir fuerte y mis vellos se

erizaron como la primera vez que me enseñaste a bailar danzón.

Me percaté de seguir el sonido y justo al lado de la parroquia estaban unos viejos bailando, Me senté

de lejos para observarlos, algunos traían a su pareja, otros esperaban sentados el momento de su turno, pero

todos coincidían en andar bien trajeados; los hombres con sus pantalones pachucos, saco largo de un botón al

frente cruzado y claro no podía faltar su sombrero Panamá. Y las bellas damas con vestido ajustado y un ligero

escote dejando entrever sus piernas cansadas y el cuero colgando, aunque todas compartían la misma alegría,

podía percibir en sus ojos que bailaban ausentes mirando hacia el pasado.

Observaba como se movían al compás de la música mientras yo pensaba cómo te hubieras divertido,

Martina; y en tu mente lúcida me hubieras contado por décima vez la historia de tu primer baile de danzón.

Siempre lo recuerdo, decías que ya estabas destinada para ser bailarina, fue esa vez que te fuiste de pinta a la

capital a tus dieciocho años y que por casualidad o porque alguna fuerza espiritual así lo quiso, llegaste en el

momento exacto y te encontraste a un muchacho muy apuesto vestido estilo Tin Tán. Tú llevabas un vestido

pegado color rojo y; aunque ya eras casada te arriesgaste. Te invitó a bailar una pieza de danzón pero esa

pieza se extendió hasta el anochecer.

El joven además de quedarse enamorado de ti, también te enseñó la delicadeza y el romance que hay

en el baile, ahí descubriste tu pasión y aunque duró poco, regresaste con el abuelo y se fueron a clases de

danzón. Te volviste una experta, eras la mejor del pueblo o al menos eso me contaste la última vez que dijiste

que no podías ni mover las manos. Ya que tu esposo y tus amigos habían partido, lo único que te consolaba de

no morir de tristeza era bailar. Por eso entendí las desveladas por sintonizar la radio escuchando las viejas

canciones que alguna vez interpretaron un montón de historias que viviste con los que te amaron y que

seguías guardando para ti sola. Y aun cuando yo seguí tus pasos —insisto mi Martina—, sigues esparciéndote

en cada paso lento y elegante de ritmo dancístico que me encuentro, en las sonrisas ajenas y en las miradas

que veo hay una pequeña parte de ti que me susurra que sigues ahí como la primera vez.

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Buena compañía

Karen Martínez

¿Por qué, en general, se rehúye la soledad? Porque son muy pocos los que encuentran

compañía consigo mismos.

Carlo Dossi

El humo se disipa, se funde con la noche. Sólo alcanzo a distinguir la rojiza e incandescente punta del cigarrillo

y veo cómo se mueve entre mis dedos, hacia mi boca.

Los días se van consumiendo en monotonía, en rutinas que uno mismo construye. Un día no muy

lejano estaba yo trabajando en aquél puente, hoy falta comida en la mesa. Hace tiempo que me veía casada y

con una hermosa familia y ahora me agobia tener a mis sobrinos cerca. “¿Qué sabes tú de la felicidad si a ti lo

que te gusta es estar sola?”, me dice mi hermana, ¿Desde cuándo la soledad se convirtió en el mismísimo

infierno para la gente? La menosprecian como si fuese algún castigo o algún pecado. Sales a la calle sin más

compañía que tú mismo y la gente te ve como si fueses un bicho raro. Si te sientas en algún café a leer un libro

te pesa la mirada de lástima de los meseros que a cada instante te preguntan si esperas a alguien “¡Carajo,

vengo sola no me hace falta nadie, traiga la cuenta!”. Y ahí va una mala propina. Cuando doy mis paseos

semanales observo a las personas y me recito una y otra vez las historias que podrían contarme, las invento,

las imagino. Lo que más me invita a estar atenta a ellos es cómo evitan a toda costa estar consigo mismos,

como los jóvenes que esperan sentados a sus parejas en los parques y voltean de lado a lado. Se desesperan y

cuidan el teléfono, ansiosos, más por tener a alguien conocido a cerca que por la dulce emoción de

encontrarse con el ser amado.

Se acerca cautelosa la pequeña fierecilla, esa que no tolera mi presencia. Cinco metros lejos de mí. Y

bueno, empiezo a divagar como cada noche, ahí vienen las figuras del humo, una bailarina que grácil salta de

piedra en piedra y se esconde de pronto tras una de las macetas. Ahora se desprende una medusa, con sus

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extremidades se impulsa hacia el cielo, hasta perderse. El ratón avanza surcando la tierra como si fuese real, la

estúpida bestia se abalanza hacia ella y se desmorona en el viento, a dos metros de distancia.

Yo sigo preguntándome que sería de la mujer que fui en el pasado, que sería de los sueños que había

levantado bloque a bloque como aquella barda que separa al huerto del lugar en el que estoy sentada. Las

cosas como esas deben de ir a algún lugar, no pueden perderse así como a sí en la nada ¿cierto?

Es noviembre y el frío aun no cala, aún se puede estar bien sin necesidad de abrigarse. ¿Cuándo fue la

última vez que vi a mis hermanos? Van ya unos siete meses, desde ese día que Agustina vino llorando porque

su papá le había pegado, maldito cabrón. Mi hermana no sabe estar sola, volvemos a la soledad. Mi hermana

escogió a Enrique porque hacía ya un mes desde que Javier la había dejado, la soledad la deprime, pero ¿qué

culpa tenía la pobre Agustina de que su padre fuera un irresponsable y su madre no supiera estar sola? Ahora

ella es la que aguanta a ese cabrón de Enrique. Se armó un lío ese día, Agustina no quería que le dijera a su

madre que estaba conmigo y unas horas después llega mi hermana con Enrique y de paso Gerardo a gritarme

sandeces.

El cigarrillo se va acabando, ya queda solo la última calada. Es tiempo de dejar los recuerdos a un lado y

volver a la realidad. A medio metro de distancia.

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Prosa

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Manual del buen suicida

Edgar Fernández

A continuación se expondrá una breve guía de seis pasos sobre lo que debe realizar una persona antes de

suicidarse. ADVERTENCIA: el suicidio es un tema delicado, así que pido mucha seriedad por parte del lector. De

ninguna manera se incita a que cometan semejante atrocidad; sin embargo no está de más considerar este

manual en caso de que se haya decidido a llevarla a cabo. Aclarado esto, comencemos con el manual.

Paso uno.- Antes que nada, el posible suicida debe reconocerse, si es una de las personas que al

mínimo brote de sangre o malestar físico teme arduamente por su vida; debe olvidar el tema del suicido y

acudir a un psiquiatra, psicólogo o sólo dejar de hacerse el payaso.

Paso dos.- Si la persona ya concluyó que es un suicida en potencia, entonces deberá determinar sus

peores y mejores cualidades, con el objetivo de elegir la mejor manera de encontrar su muerte. Por ejemplo:

si el suicida no sabe nadar y le teme a los cuerpos grandes de agua como los ríos o lagos, sería una pésima

decisión intentar suicidarse ahogado.

Paso tres.- Una vez elegida la manera de perecer, es recomendable que antes de su partida, el suicida

intenté realizar al menos algunas cosas de aquéllas que siempre quiso hacer: como patear al perro del vecino

por orinar su puerta y ¿por qué no?, también al vecino; romper todos los objetos de la casa; o robarle un beso

a la mujer u hombre que siempre le gustó pero nunca se atrevió a declararle su amor.

Paso cuatro.- Hecho esto, el suicida debe planear con infinita exageración su suicidio: elegir el día

(deberá checar el clima y dependerá si le gusta el sol, el frío o la lluvia para elegirlo); la hora del día (mañana,

tarde o noche [se sugiere que sea de noche]); el lugar, si desea que sea privado no hay mejor lugar que la casa

(baño, cocina, sala, habitación, eso es lo de menos), si desea que el lugar sea publico hay más opciones

(puentes [aunque están más que trillados], parques, estaciones de metro, estadios, iglesia [en una iglesia sería

divertido y original], etc.); la vestimenta, debe elegirse una ropa adecuada, algunos detestarán el traje o los

vestidos largos, en ese caso al menos que sean prendas sobrias y limpias; la posición (ésta no aplica para todos

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puesto que las maneras de morir son muy diversas), pero para los que elijan morir acostados, es preferible

que lo hagan boca arriba y con las manos en el pecho; el último gesto, el suicida debe tener la suficiente

fuerza para aguantar el dolor o el miedo y así pueda morir con un gesto solemne, es desagradable ver

cadáveres con la lengua de fuera.

Paso cinco.- Planeado todo lo anterior, el suicida por ningún motivo deberá advertir a los demás o

dejar indicios de su inminente muerte. No querrá que alguien estropee sus planes y termine dentro de una

clínica psiquiátrica mordiéndose la lengua, jalándose el cabello y chocando la cabeza contra la pared.

Paso seis.- Antes de consumar el acto, es altamente recomendable dejar un texto de despedida (que

sea claro, conciso, sin drama y no exceda las cinco cuartillas,) donde se especifique los motivos, no importa si

son falsos o verdaderos, será sólo para calmar la curiosidad o rumores de las personas cercanas y dejen

descansar en paz al nuevo muerto.

Y ahora sí, el suicida deberá sonreír y suicidarse.

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Poesía

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Inevitable soledad

Las voces se van con el viento,

los ruidos huyen rojos de ira,

sólo queda un silencio abierto.

Cada pensamiento admira

a una soledad descalza,

donde el sentimiento gira.

Existe quietud en derroche:

luz de sol canario inunda

y luciérnagas de noche.

Saltan recuerdos moribundos,

la mente abraza las estrellas

queriendo abarcar los mundos.

Codiciados y aborrecibles

callan tiempo y soledad,

pues los dos son inevitables.

Amparo Gonzales Aguilar

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Ojos

Tus ojos claros

que me dicen tanto,

tu piel canela tan suave

que mis ojos extrañan.

Manos de artista que

a veces son mías,

te pienso y me sonríes.

Con el tiempo vas formando parte de mí,

serás inolvidable.

Sol García

Tormenta en el crepúsculo Los árboles gimen

remolinos de arena.

La culpa devora

a un alma atormentada.

Luz María Morales Salazar

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Pero no

Un niño violinista,

un sofocante sol.

Un paletero

pero no se derrite.

Un adolescente moribundo,

una hambrienta paloma

buscando migajas de compasión.

Una niña sosteniendo

una muñeca de ojos azules.

Un tren de nubes

impulsado por el viento.

Una mujer que nació

de las lágrimas de Venus.

Una fiera guitarra

enjaulada en una funda.

Un espíritu oscuro

que empieza a difuminarse.

Una abeja haciéndole el amor

a una flor persa.

Una bailarina estremeciendo

un tutú sonrosado:

parvada de soledades

acechándome…

Todo esto pasa

frente a mis ojos,

pero el tiempo

no...

Mauricio Dueñas

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Despedida

En una tarde gris de otoño

abrió mi corazón su vez primera,

emociones se soltaron en torrente

al sonido de tu voz.

Palabras, cascada de agua fresca

llenaron mis esperanzas de ilusión,

abrigué un nuevo amanecer,

mi corazón de cariño a ti se dio.

Nuestros íntimos momentos

arrullo entre caricias y besos,

noches de entrega en frenesí

durmieron en la noche oscura.

Hoy no estás ya junto a mí

cruzaste el umbral a otra vida,

en mi mente tu recuerdo vibra

y el adiós de mis labios va a ti.

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Olvidada

Hay días que me siento obsoleta;

extraño el crujir de unas bisagras,

un “tap tap” de zapatos rotos,

olor a tierra mojada en el jardín,

la fuente en su constante goteo,

trinos de aves apagadas por sonrisas.

Hoy guardo el murmullo de los grillos,

el zigzaguear de una serpiente perdida,

vientos que interrumpen mi silencio

y se burlan castigando las ventanas.

Los vándalos planean sus fechorías,

y bohemios ahogados en sus vicios

perpetran mis entrañas,

con fétidos olores me contaminan.

Ya no existen las hermosas bardas

sólo crecen las plagas en hierbajos,

se perdieron los colores,

el sol y la lluvia hicieron su trabajo,

esta noche la luna… sola como yo,

triste me contempla.

María de los Ángeles León Valero

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Soledad

Son estos desfallecientes latidos

de un corazón cansado de entregarse,

que lucha por vivir y no romperse

al recuerdo de besos olvidados.

Busca tu piel en campos desolados

noche tras noche sin lograr dormirse,

y al amanecer el sol estremece

al somnoliento rostro fragmentado.

La lóbrega demencia ya sin freno,

desborda las pasiones miserables

en pavorosa noche refulgente.

¡Oh soledad terrible! Cual tirano

impulsas corazones exorables,

no temer la elocuencia de la muerte.

Lucina Ortega Iñiguez.

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Un día sin ti

Tantos años ya pasaron dejándome eternidades, turbulentas mocedades que en sólo un día se esfumaron.

Decías: ¡que el amor no falle!… ¿Pero qué nos queda ahora? Un día con triste aurora, un amor que al punto calle.

Un sueño que no llegó, la mariposa perdida, esa tarde en que murió y se fue sin despedida.

Madrugadas en silencio, un mar con olas ficticias, palmeras sin movimiento un amante sin caricias.

Mil palabras, pienso en ellas, no se pudieron decir, qué triste se quedó el mundo sin tu amoroso existir.

Ven a mis días sin reposo, amargos, tristes tal vez, sin destellos luminosos, los de tus ojos cafés.

Sin la risa de tus labios, sin tus manos que embelesan, sin tu pecho en que dormía donde mis sueños se mezan.

Y sin ti, la soledad hace de mí, triste presa, sin tu mitin de colores un blanco y gris ya progresa.

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Sin el son que bailaba tu ritmo suave y ligero, adornando tus latidos que guardaron el silencio.

Hoy escribo así a tu amor que me dejó adormecida, se adelantó sin querer en el viaje de partida.

Un día sin ti, piensa en eso, es como una eternidad, un mundo de soledad sin la gloria de tu beso.

Pregunto y nadie contesta, ¿a quién le debo tu ida? Me abandonaste en silencio para el resto de mi vida.

María Reyes

Belén

Tus abrazos me asustan Belén, son violentos y desgarradores. Tienes los dedos fríos como la nieve y te sacudes el cabello como si fuera escoba de bruja fea.

Escupes plumas a la gente, imponiendo a los débiles acercarse a las nubes, y dejas caer hojas que aplastan los murmullos asesinos que persignan a las niñas.

Belén, ya no te detengas tu vuelo con las urracas, colorea de amarillo los techos de las casas, que se inundan con la lluvia. Juguetea con los rayos y deslízate como goma de caramelo en panza de niño obeso.

Morelia Ruiz Fernández

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Artes visuales Rafael Flores Correa

Dibujo

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Por: Nefelibata gris Técnica: Lápiz

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Por: Nefelibata gris Técnica: Lápiz

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Soledad (ilusión) Por: Alexi

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Por: Alan Joel Ramírez Técnica: prisma color

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Cine

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FERATUM: Tales of Halloween

Alberto Bautista Reyna

El mes de Octubre comenzó con la 4ta edición del Festival Internacional de Cine Fantástico, Horror y Sci-fi, FERATUM, y entre los estrenos que se presentaron (como Turbo Kid y Ladrona de almas), hubo uno muy significativo, divertido e interesante. Se trató de la película Tales of Halloween, conformada por un total de diez cortometrajes (de once directores). La antología que rinde tributo a la festividad de Halloween y al cine de terror, se proyectó el segundo día del festival. Su estreno fue acompañado por la presencia de Axelle Carolyn (directora del cortometraje titulado: Grim grinning ghost – A young woman) y Mike Mendez (director del cortometraje titulado: Friday the 31st), quienes al final ofrecieron una sesión de preguntas y respuestas.

En resumen, la película narra una serie de hechos que se suscitan durante la noche de halloween, en una misma ciudad. Son diez historias de humor negro, que manejan diferentes enfoques y sub-géneros del cine de terror.

Las historias son diferente una de otra pero relacionadas por algunos elementos en la puesta en escena, que en parte resultan secundarios. En general, es todo un delirio de situaciones trilladas e irónicas, de manera que vemos a un demonio hacer travesuras, muertes absurdas, un asesino siendo perseguido por un extraterrestre, etc. Y es que, la película fue hecha en ese sentido, el cual queda muy marcado desde el primer cortometraje. Y si bien, actualmente es una tendencia las antologías de cortometrajes (recordemos The ABCs of death 1 y 2, VHS: Viral, V/H/S/2 o Trick ´r treat), Tales of halloween destaca por su corte humorístico y el tributo que hace al cine de terror (no sólo por los cameos, también por el contenido de las obras). En fin, es una película que vale la pena ver y disfrutar, sobre todo para los amantes del cine terror y sus subgéneros.

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Fotografía

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Soledades Por: Edgar Fernández

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Humanidades Estefanía Hernández Padilla

Filosofía

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La Soledad Poética

Edel Zavala Regalado

Me he procurado un reposo tranquilo en apartada soledad1

Como René Descartes también yo habré de alojarme en la soledad. Está proposición con la cual Descartes

inicia sus Meditaciones Metafísicas oscila del psicologismo a la lógica pura. Al igual que el solitario, "…la

reducción al mínimo de hipótesis de sus elementos."2, en la meditación metafísica de Descartes, fungirán en la

deducción de su lógica pura. Infiriendo que todos los hombres son solitarios, la negación de sustancias que no

sean solicitas al hombre y la afirmación de sustancias que sean solidarias al hombre, se ha de concluir que sólo

las sustancias retiradas y únicas son las que logran purificar al hombre.

¿Cuáles son esas sustancias? Ni más ni menos que las que recoge el poeta. Aquellas que llegan a ser

parte de su culto. Gaston Bachelar hace referencia al sentido en el Soñador de Palabras. Son palabras que

cautivan y exaltan por su sonoridad y dinamismo en la ensoñación poética. La sustancia pensante ha de

volverse un recogimiento en el soñador, la sustancia pensante de un bien ha de ser el recogimiento del

soñador de bien.

La soledad crítica el censo de los hombres, porque ha de atenuar su apercepción, la aprehensión de

esas humanas palabras han de ser la aprehensión de un “yo” que se crítica en su sentido interno. El precepto

filosófico que llega hasta nuestra actualidad reduce la materia a la formalidad de la razón. Sin embargo esta

racionalidad aún necesita de un examen por el rationalisme appliqué. De una aprobación pues de la razón y de

la aplicación a su objeto. La razón aplicándose en busca de una colección de imágenes, cual explorador del

infinito, cual mente que surca su inmanente conciencia.

Si Descartes suma en su meditación metafísica lo infinito y lo real por la esencia atribuida y otorgada por Dios.

Gaston Bachelar postula a la imaginación por facultad que se analiza en una lógica psicológica propia. Por

tanto el Soñador de Palabras ha de demostrar que ha de tener un reducto mínimo de hipótesis en sus

elementos que nos lleven al cultivo de la poesía y la pureza.

Lo que se pinta en este acercamiento a la soledad es el recogimiento del soñador, solidario y

adherente, a su creación, palabras y ensueños. También desearía adicionar al solipsismo por carácter poético.

1 Descartes, René. Meditaciones Metafísicas, Aguilar, séptima edición 1973, pp. 47

2 Bachelard, Gaston. El compromiso racionalista, Siglo XXI, 8 edición, 2001, pp. 29

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Para nuestro afán de ser comprensivo y comprendido el solipsismo es tal vez la proposición subyacente a la

realidad infinita de Descartes representada en la somnolencia y el sueño en esa su disposición a meditar la

metafísica en el recogimiento del espíritu; por otra parte también es la reproducción en el cogito del soñador

de una Poética de la Ensoñación, dinámica la cual la lógica reduce al mínimo de sus elementos en la lógica

pura.

El solipsismo es la Intuición del Instante. Si el rationalisme appliqué ha de considerar la "soledad" por

actitud del poeta. Su experiencia de facto ha de ser la física elemental de no sólo a quien sea le es posible vivir

sino de cualquiera que lo "integre" al recogimiento del ensueño. La vida en la inmediatez e ingenuidad calienta

al fuego, pero sumergiéndose en el "reposo tranquilo en apartada soledad" lo público empieza por liberarse.

Los hechos empiezan por modificar sus necesidades imposibles a la mayoría en las contingentes a la

posibilidad del vuelo de la poesía. Por eso el poeta camina debajo del puente, lindando el puente, arriba y al

costado del puente. Con los faroles que lo aproximan a su escritura por su espesor somnífero de las noches

urbanas.

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Psicología

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La muerte, ese Otro que algunos añoran

Psicoanalista Blanca De Aldecoa Atención Psicológica y Psicoanálisis Lacaniano

… muerte implacable, muerte inexorable, misteriosa muerte,¡Muerte súbita!, muerte accidental, muerte en “cumplimiento del deber”.

¿Qué sería de voz sin mí?

En amplio sentido, es representada como una calavera, como un costal de huesos, tal cual es concebido el cuerpo en su último estadio de existencia.

El ser humano —a lo largo de la historia de la humanidad—, ha generado mitos y leyendas respectivas a <la muerte>, en ocasiones asociada a un ente al que se teme pero sobre todo como una fuerza que arrasa con todo lo vivo. En pocas palabras, la muerte es la antítesis de la vida, es decir, aquel reverso de la moneda, en cuanto el plano simbólico y el mundo de la representación nos permiten integrar, en tanto el lenguaje mismo en relación con el inconsciente humano.

Si se aplica el análisis lingüístico del significante a lo que inscribe la muerte en el inconsciente humano, se debe hacer hincapié en aquello que San Agustín promueve en torno a lo que es y lo que no es, siendo lo que es un signo completamente inteligible por medio de los sentidos y la razón, no así en el caso del no ser, que sería aquello que sólo es la representación de la ausencia. Ejemplificando lo anterior, se encuentran pares simbólicos muy a mano en el <todo> y la <nada>, en tanto que el todo es tangible y puede percibirse por medio de los sentidos aun antes de que se configure un concepto o significado del mismo, la nada sólo es la representación subjetiva de una ausencia objetiva; remitiéndonos al par <bien> y <mal> se desglosa que éste último es consecuencia de una ausencia del primero. Ya la Física nos arroja datos de este hecho lingüístico cuando nos presenta el ejemplo de la <luz> y la <obscuridad>, siendo ésta última representante de la ausencia de la primera.

Esta fórmula semántica y sintagmática alumbra la cuestión del par simbólico <vida> y <muerte>, siendo esta última el resultado de la ausencia objetiva de la vida.

El presente artículo podría extenderse en demasía alrededor de este significante que deja rastro y huella mnémica en el psiquismo de los seres humanos, traduciéndose en cultura, en ritos, mitos, leyendas y siendo una experiencia por algunos añorada (dado el caso del instinto de muerte, siendo éste el deseo de todo organismo por llegar al estado de reposo absoluto; corroborándose en los estados depresivos la nostalgia por el sueño, el deseo insaciable de dormir, siendo éste el representante por excelencia de la muerte, del reposo eterno, un restaurador de la vida anímica) y por otros temida en alto grado.

Dijo algún poeta que sólo es un puente, una mudanza, donde el cuerpo (con todos sus atolladeros y descomposturas) sólo interviene como investidura de lo que es realmente bello, de lo que es y no termina.

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Morelia, Michoacán

2016