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Alteridades ISSN: 0188-7017 [email protected] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa México RODRÍGUEZ LÓPEZ, JUAN Reseña de ''El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación'' de Georges Balandier Alteridades, vol. 5, núm. 9, 1995, pp. 99-104 Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74711352010 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Alteridades

ISSN: 0188-7017

[email protected]

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad

Iztapalapa

México

RODRÍGUEZ LÓPEZ, JUAN

Reseña de ''El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación'' de

Georges Balandier

Alteridades, vol. 5, núm. 9, 1995, pp. 99-104

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

Distrito Federal, México

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Page 2: teatrocracia

En su libro El poder en escenas. De

la representación del poder al poder

de la representación, Georges Ba-

landier (1994) ilustra y analiza el

modo en que el poder político se ha

representado y ha actuado para

demostrarse y ejercerse, tanto en

periodos de manifiesto conflicto

como de aparente calma en las

más diversas sociedades, tomando

ejemplos desde la Edad Media. El

antropólogo, autor también de An-

tropología Política (1969) y El desor-

den (1989) entre muchas otras

obras, encuentra y explica trasfon-

dos políticos constitutivos de una

“teatrocracia” en las fiestas, los

carnavales, las bufonadas, las sá-

tiras, las coronaciones, las entra-

das triunfales a las ciudades, los

desfiles, los sacrificios, las acusa-

ciones de brujería, la oratoria y el

silencio, la arquitectura y el dise-

ño de las ciudades, la ópera, los

mítines, las marchas o manifesta-

ciones, los debates políticos televi-

sados, etcétera.

En el debate sobre la relación

entre política y medios de comu-

nicación de masas en el mundo de

la posmodernidad o “sobremoder-

nidad”, en el que algunos asegu-

ran que lo político ha quedado

disuelto y subordinado por lo me-

diático, y otros que “la televisión

pública permite el advenimiento

de la ‘democracia de masas’” (pp.

183-184)1, Balandier llega a la

conclusión de que lo político no ha

desaparecido ni pasado a segun-

do término, sino tan sólo ha cam-

biado de forma: el poderío de las

apariencias crece y la eficacia sim-

bólica del poder se incrementa

gracias al desarrollo de las tecno-

logías mediáticas. Ello, a pesar de

que los medios contribuyen a una

desideologización, a una pasividad

de la enorme mayoría, a la partici-

pación en la política desde la sala

doméstica del exciudadano con-

vertido en espectador, a la sobreva-

loración de la imagen en el proceso

político adecuado al star system,

en suma al “anestesiamiento ca-

tódico de la vida política” (p. 13).

Por debajo de las cualidades di-

ferentes de las relaciones de poder

en las sociedades tradicionalmen-

te estudiadas por los antropólogos

y en las de la “edad mediática”, Ba-

landier encuentra una continui-

dad fundamental: el poder recurre

siempre a símbolos, imágenes, ce-

remonias, ritos y demostraciones

públicas para hacerse patente, con-

solidarse y lograr la aceptación de

los subordinados, a la vez que éstos

acuden a recursos similares para

resistirse, oponerse, demandar, po-

ner límites a los poderosos.

Para nuestro autor el poder y

su demostración o representa-

ción, su dramatización o escenifi-

cación, son indisociables en todas

las épocas y tipos de sociedades.

Esta tesis no es nueva. Está en el

trasfondo de trabajos de escritores

de varias tendencias, e incluso se

había enunciado ya explícitamen-

te. El mérito de su libro es argu-

mentarla, documentarla y preci-

sarla de modo claro, coherente y

muy convincente. Si otros han me-

recido la observación de que sus

ideas y alegatos vagan dispersos

entre muchos artículos sobre va-

riados temas, sin la sistematiza-

ción de un texto que integre lo fun-

damental de un asunto y evite sus

derivaciones secundarias, el an-

tropólogo francés establece aquí

con prolijidad y cohesión lo que en

otros trabajos se intuye, insinúa o

simplemente se apunta.

No es la intención de este ensa-

yo resumir la información y las re-

flexiones de Balandier acerca de

todo ello, sino agregar algunas ob-

servaciones y hacer ciertas com-

paraciones entre lo propuesto por

el libro y algunos aspectos de la

vida política de México, nación en

la que pueden hallarse muchos

ejemplos de la mayoría de los pro-

cesos estudiados por nuestro autor,

pero en la que también se observan

contrastes, excepciones o diver-

gencias, quizá porque algunos de

nuestros ámbitos, sectores o ten-

dencias corresponden ya plena-

mente a la posmodernidad, mien-

tras que otros aún se resisten crea-

tivamente a los embates uniforma-

dores de los poderosos —por ejem-

plo el “proyecto Televisa” y el “pro-

yecto pluralista” analizados por

Bonfil Batalla (1986)—, y otros más

se enorgullecen de ser modernos.

JUAN RODRÍGUEZ LÓPEZ*

Teatrocracia en México:el poder en escena

* Facultad de Antropología, Universidad Veracruzana.

Page 3: teatrocracia

Teatrocracia en México: el poder en escena

100

La importancia de la “actuación”

de la élite política mexicana, enca-

bezada por la aparentemente om-

nipotente figura presidencial, con

su efecto generador de creencias y

actitudes, fue implícitamente re-

conocida por Arnaldo Córdova

cuando afirmaba que las masas

populares “Aterrorizadas y aco-

bardadas por la posibilidad de

perder cuanto se les ha concedido

[o se les ha presentado como conce-

sión, J.R.L.] o de sufrir las más

terribles represiones, y escépticas

frente a un poder leviatánico... en

ellas sigue dándose el culto más

empedernido y más desenfrenado

a la autoridad del poder...” (1979:

20). Sin embargo, aquí no es del

todo valido el contraste señalado

por Balandier entre, por un lado,

los poderes dependientes de la con-

nivencia de los dioses o del respe-

to por la tradición, o de la irrupción

del héroe y el control sobre las co-

rrientes de la historia, y, por otro,

los basados en el arte de la persua-

sión, en el debate y la capacidad

de crear efectos que favorezcan la

identificación del representado con

el representante, como ordinaria-

mente sucede en las sociedades

democráticas (p. 20). Esta distin-

ción puede ser válida en los tipos

puros de estilo weberiano, pero en

nuestro caso el poder depende de

todos esos recursos simultánea-

mente y en grado semejante, pues

aunque el poder actúa y “el con-

sentimiento resulta, en gran me-

dida, de las ilusiones producidas

por la óptica social.” (p. 16), no

siempre se consigue el efecto bus-

cado (a veces se quiere asustar y

se provoca risa, se quiere hacer

reír y se da lástima, lo cual parece

soslayar Balandier), y el Estado

mexicano no ha logrado configu-

rar una imagen democrática con-

vincente, y en esa medida no es

democrático y debe acudir a otros

medios simbólicos de dominación.

Mientras en otros países un can-

didato o gobernante se beneficia

políticamente si su condición físi-

ca logra manifestarse espectacular-

mente mediante el deporte o cual-

quier otra hazaña (p. 36), y si no se

le descubre un adulterio, en Méxi-

co la hazaña traducible en admira-

ción popular no es deportiva sino

donjuanesca (recuérdense López

Mateos y López Portillo).

Balandier señala la importan-

cia del bufón de la corte en muchos

tiempos y lugares, como el que “e-

duca al príncipe... le señala los

límites y los artificios del poder”, le

da las informaciones que su en-

torno le oculta (p. 67), le dice bur-

lonamente lo que de él piensa el

pueblo, le obliga a ver “las trampas

que implica la carga del poder...

Las del aislamiento del poderoso,

que pueden hacerle desembocar

en el ejercicio de un poder insen-

sato” (p. 68). El gobernante percibía

la conveniencia de tomar en serio

las mofas de su bufón, al grado de

que en algunos casos lo consideró

su censor y consejero en el estricto

sentido de este último término.

Balandier habla de la frecuencia

de su aparición, pero no de una

estructura elemental del pensa-

miento que la determine, no de

una universalidad; aunque, al re-

ferirse a la actualidad, se limita a

decir que ese tipo de “desvanece-

dores de apariencias, que... des-

velan parte de lo oculto... no dejan

de estar siempre presentes en el

juego político”, en cada partido,

incluidos aquellos que detentan el

poder (pp. 70-71), mas no señala

donde están ni quiénes son.

En relación con lo anterior, me

interesa hacer notar que en el Mé-

xico contemporáneo pocos gober-

nantes han comprendido que los

halagos son el instrumento más

eficaz para destruir la lucidez de

un humano, y no se ha permitido el

bufón de la corte. Quizá su ausen-

cia contribuya a que el aislamien-

to de los más poderosos, los presi-

dentes, les convenza, como al em-

perador romano, primero de que

son hombres extraordinarios, de

que cada uno es un semidiós, luego

un dios y, finalmente, el más gran-

de de los dioses, o por lo menos el

hombre más sensato, o el más re-

volucionario (por ejemplo, el presi-

dente López Portillo ante la gran

multitud en la Plaza de la Revo-

lución de La Habana) o el más

Page 4: teatrocracia

Juan Rodríguez López

101

merecedor de las riquezas prohi-

bidas al resto de los mortales (a la

manera del artista de Bullets over

Broadway de Woody Allen, que se

considera genial y con derecho a

crear su propio “universo moral”

privado). Su poder leviatánico sirve

a los presidentes, pero acaba por

volverlos insensatos, por engañar-

los con su propia imagen escenifi-

cada, a la inversa del que se asusta

con su propia sombra (y éste es

otro aspecto del poder descuidado

por Balandier). Al igual que a Ca-

lígula, quien designó cónsul a In-

citatus, su caballo, tal vez porque

nunca presenciaría una burla por

eso, a cada superpresidente mexi-

cano le faltó un bufón de la corte,

en sustitución del secretario al que,

según el chiste, preguntaba “¿Qué

horas son, señor secretario?”, ob-

teniendo por respuesta: “las que

usted ordene, señor presidente”.

Hemos contado con la sátira

política más o menos tolerada de

cómicos como Palillo y muchos

otros, hasta la pareja de Salinas y

Lechuga, así como excelentes cari-

caturistas, todos ellos personajes

que corresponden a lo que Ba-

landier llama “bufón popular”. El

autor afirma que la sátira pública

ha sustituido a los bufones de la

corte: “El bufón no está ya en las

cortes, sino en la calle” (p. 70). No

obstante, el caso mexicano mues-

tra claramente que la distinción

entre el bufón de la corte y el bufón

popular es pertinente no sólo en

cuanto a la forma y el tiempo, sino

también en cuanto a la función,

pertinencia que Balandier pasa por

alto aunque se deriva igualmente

de sus propios datos. El bufón po-

pular ofende a los poderosos con lo

mordaz y lo cómico, ataca ante el

pueblo para que éste no agreda di-

rectamente, “libera una crítica que

la risa desactiva” (p. 69), suplanta

“la transgresión real por la trans-

gresión ficticia” (p. 73), y el pueblo

lo ve así como su representante.

Su papel de válvula de escape es

consentido por los gobernantes,

quienes (al menos en nuestro

país) no lo toman en serio, no lo

ven como su censor y consejero,

sino como “un liberador de tensio-

nes que trabaja para reparar las

relaciones sociales” (p. 58). El sitio

del bufón de la corte ante los exce-

sos del poder quedó pues vacante.

En algunos casos de bufones o

clowns que, protegidos por la más

absoluta de las impunidades, no

respetan a nada ni a nadie, ponen

en ridículo a los notables y provo-

can escándalos extremos, “La libe-

ración deviene grotesca por exceso,

lo sagrado queda fortalecido por el

sacrilegio, la ruptura del orden co-

tidiano adopta el aspecto de un

espectáculo de risa” (pp. 53-54).

En su función catártica, el bufón

público “presenta una imagen en-

loquecida y heroica de la aventu-

ra individual, capaz de trascender

las convenciones sociales”, “Por la

vía de lo imaginario y del espec-

táculo, transforma los factores

reales de ruptura en figuras de

drama. Se convierte en portador

de lo antisocial —lo que lo hace

emparentable con la víctima pro-

piciatoria—... Muestra a qué que-

daría sometida una sociedad si se

disolvieran las normas, las prohi-

biciones y los códigos... Difícilmen-

te podríamos reconocer en él la

prefiguración del revolucionario,

ni siquiera la del insurgente” (pp.

57-58). En algunos casos el trans-

gresor ataca la decencia y la sepa-

ración entre lo puro y lo impuro,

incurriendo en obscenidades y

comportamientos que provocan el

asco o la vergüenza. Y a esto pode-

mos agregar ahora que si la vio-

lación del orden es ligada al asco,

a la vergüenza o al ridículo, la gen-

te tenderá a sentir asco, vergüenza

o ridículo con sólo pensar en violar

el orden; de esta forma se contri-

buye a hacer y mantener deseable

lo obligatorio. Considerando todo

lo anterior, habría que preguntar-

se hasta qué punto Superbarrio, el

Chupacabras (el enmascarado),

Marco Rascón y similares, a quie-

nes yo llamaría —respetuosa y

antropológicamente— “bufones

anticorte”, coadyuvan a tornar vi-

sibles los defectos y errores del

régimen y estimular y esparcir su

oposición, como se supone es

su honesta intención, o bien, con

la oportuna intervención de la

propaganda oficial y oficiosa, aso-

cian cierta oposición con el ridícu-

lo, se identifican con lo inacepta-

ble o “antisocial” y exhiben teatral-

mente a qué quedaría sometida la

sociedad con ellos en el poder.

Habría que reflexionar si, en pala-

bras de Balandier, “sigue siendo la

ridiculización desactivadora lo

que somete a procesamiento... las

verdades huidas. Se convierten en-

tonces en sueños de poeta o de

idealista, propósitos que no se co-

rresponden con la realidad, inicia-

tivas no gobernadas por la razón o

por el simple sentido común” (p.

73).

Muy probablemente esa refle-

xión nos indicaría que a muchos

ciudadanos y consumidores los

bufones anticorte les sirven como

índice de las lacras de la élite y de

un camino de oposición y cambio,

pero también que para muchos

más son una muestra de lo pre-

ferible que es un orden defectuo-

so que un desorden ridículo. Estos

personajes al ridiculizar se ridicu-

lizan, y entonces, del mismo modo

que en los encuentros pugilísti-

cos en los cuales se disputa un

título, en caso de empate, el cam-

peón retiene la corona. Señalo esto

como un caso típico de disenso en

las reacciones ante las inversio-

nes dramáticas del orden social y

cultural, vivamente contrastante

con el supuesto del consenso u ho-

mogeneidad de los efectos de las

escenificaciones, desde la fiesta

hasta las representaciones de los

Page 5: teatrocracia

Teatrocracia en México: el poder en escena

102

medios masivos, que parece per-

mear casi siempre el discurso de

Balandier.

Hecha esa consideración, el

trabajo de Balandier es muy útil

para analizar el sentido de algunos

otros fenómenos de la realidad me-

xicana. Nuestro antropólogo des-

cribe lo que sucedía desde la muer-

te de un rey hasta el final de sus

funerales entre los agni de Costa

de Marfil: se desataba la violencia

y el abuso; el desorden se manifes-

taba de manera ceremonial con la

entronización de un fugaz rey pa-

ródico, un poder al revés en manos

de los descendientes de cautivos,

que gobernaba y sancionaba bajo

el signo de la transgresión, la irre-

verencia, el exceso, la arbitrarie-

dad y la revancha. Al término del

breve periodo, “...el poder ‘malo’ es

eliminado y las gentes del lugar

acogen al nuevo rey con un deseo

de orden... se nos muestra, a través

de la dramatización ritual, que no

existe otra alternativa al orden es-

tablecido por la ley que la befa, lo

arbitrario y el acecho del caos” (pp.

86-87). Aunque con diferencias en

la forma y el alcance, esa inversión

temporal del orden social tiene que

ver con varios hechos mexicanos.

Luego de varias décadas de guerras

por el poder, entre incertidumbre,

desorden y asolamiento de los ca-

minos por bandas de asaltantes,

fue fácil atribuir la culpa al régi-

men civil juarista de amplias li-

bertades políticas republicanas,

con separación y equilibrio efecti-

vos de poderes; Porfirio Díaz obtuvo

así apoyo popular suficiente para

establecer y consolidar un régimen

militar dictatorial y fuertemente

represivo, que ofrecía, entre otras

cosas, paz y orden.

Esa experiencia ha sido apro-

vechada de diversos modos. Des-

pués de la Revolución Mexicana

(diez años de sangrientas luchas y

un millón de muertos), se estable-

ció un sistema político que, en pa-

labras del “ideólogo” Jesús Reyes

Heroles, se justificaba porque su

única alternativa posible era “el

México bronco”. En esa lógica se

inscriben ciertos desórdenes tole-

rados en muchas ciudades mexi-

canas, protagonizados por grupos

de “estudiantes” que secuestran

autobuses, destruyen ventanas,

aparadores y coches y saquean co-

mercios ante la vigilante mirada

pasiva de la policía. Un ejemplo

son los Desfiles de los pelones que

se realizaban en la ciudad de Ve-

racruz hasta fines de los setenta.

Los líderes estudiantiles (“porros”)

del Ilustre Instituto Veracruzano

(conocido popularmente como “La

Prepa”), la Facultad de Ingeniería

y la Facultad de Veterinaria de la

Universidad Veracruzana, por se-

parado y en total secreto organi-

zaban cada año una novatada sor-

presiva para los alumnos de nuevo

ingreso, consistente en obligarlos

a marchar —amarrados si era ne-

cesario— rapados, embadurnados

con grasa para zapatos y humilla-

dos de varias maneras, hasta las

calles céntricas, donde los alumnos

de ingreso anterior los exhibían al

tiempo que destruían y robaban

todo cuanto se les antojaba a su

paso, con la más completa impu-

nidad. Si alguien prevenía a un no-

vato de la fecha secreta del desfile

para que faltara a la escuela, el de-

lator recibía una terrible golpiza.

El efecto es aproximadamente el

mismo que en otros casos en que

el motivo expreso de los distur-

bios juveniles es festivo-deportivo,

festivo-musical, de protesta políti-

ca o tiene que ver con rivalidades

entre escuelas o bandas: el desor-

den hace que los desprestigiados

policías luzcan como benéficos

agentes del orden y que su inter-

vención sea exigida por la población

directa o indirectamente afectada.

En cuanto a la violencia terro-

rista, Balandier dice que “Se trata

de un modo de intervención políti-

ca que pone en juego los medios

colectivos, dramatizado con el ob-

jetivo de propiciar su contagio...

Algunos de ellos [sus ejecutores]

han podido convertirse en héroes

de la rebelión, idealizados por una

parte de la juventud...” (p. 149).

Sin embargo, reconoce que el se-

cuestro y asesinato de Aldo Moro,

en un país con tanta libertad de

medios como Italia, “Entrañó una

reprobación general, el rechazo

total de la violencia como instru-

mento político y el repudio a la

sacralización por la sangre de un

eventual nuevo curso de la his-

toria.” (p. 138). En el México de los

setenta, con los medios casi total-

mente controlados por el régimen,

sucedió más bien lo del caso Aldo

Moro, a tal grado que, entre las

filas de la izquierda partidaria de

la organización de las masas y sus

cuadros por la vía pacífica, se de-

cía que los actos de organizaciones

guerrilleras urbanas, como la Liga

Comunista 23 de Septiembre, eran

terrorismo auspiciado, o al menos

aprovechado, por el Estado, para

crear una sicosis entre la población,

y así no sólo justificar sino hacer

deseable la represión policiaca

contra todo tipo de “comunistas” y

“anarquistas”: un terrorismo mayor

y de signo contrario, el signo de la

ley y el orden.

En este contexto, el reciente

debut en la escena del vado de

Aguas Blancas, Guerrero del lla-

mado Ejército Revolucionario Po-

pular es interesante por varias ra-

zones. Muestra claramente que un

actor político no existe para el

público mientras permanece tras

bambalinas, preparando su ves-

tuario y ensayando la ejecución

de su papel: se requiere la repre-

sentación pública de su existencia

y sus cualidades, su demostración

dramática de una voluntad de

ejercicio de cierta forma de poder,

para tener efectos en la dinámica

social, y entre más eficaz es esa

Page 6: teatrocracia

Juan Rodríguez López

103

inversiones de lo cotidiano que

hemos mencionado, “se integran

en este marco. Tienen a su cargo la

verdad; bajo el orden social, el de-

sorden; bajo las instituciones, la

violencia; bajo el poder que se in-

viste de la función de hacer que

todo se mantenga quieto, el mo-

vimiento; bajo la unidad, las rup-

turas irreductibles” (p. 72). Los

análisis que hace de dichos fenó-

menos en tales términos tiene se-

mejanza con los que hace Victor

Turner de lo que denomina limina-

lidad, en términos de estructura y

antiestructura. Incluso Turner

abarca a los bufones y los movi-

mientos milenaristas entre los

fenómenos liminales que estudia

(1988, pp. 116-119), y Balandier,

sin mencionarlo, parece aludir al

concepto turneriano de communi-

tas cuando dice del carnaval bra-

sileño que “Trastoca las clasifica-

ciones sociales... Crea una vasta

comunidad temporal en la que todo

pasa a ser posible, en la que las je-

rarquías y las convenciones de la

vida ordinaria se disuelven” (p.

102). Sin embargo, hay una im-

portante diferencia de énfasis

entre ambos autores. Aunque Ba-

landier anota que “En todas las

sociedades se dirige el juego del

orden y el desorden, del confor-

mismo (...) y del cambio (...). En

algunas de ellas ese juego no puede

ser controlado del todo. Con moti-

vo de situaciones de crisis grave y

duradera, cada uno de esos temas

busca la aniquilación del otro, en

un enfrentamiento que suele tender

a la guerra santa” (p. 72), su acento

está generalmente puesto más en

la función preservadora del orden

que tiene el desorden efímero, que

en la posibilidad de cambio que

abren las situaciones liminales; al

igual que Gluckman al analizar los

rituales de rebelión (Díaz Cruz,

1995, pp. 157 y ss.), ve mucho más

la continuidad de la estructura

que la antiestructura y el proceso.

En unos casos resalta el carácter

de “relajamiento regular de ten-

siones” de los desórdenes drama-

tizados, el efecto de “liberación con-

trolada, lo que podríamos llamar

‘desinflado’”; en otros casos “se

trataría del ajuste de la relación

entre fuerzas de conservación y fuer-

zas de movimiento, poder y con-

testación, orden y desorden” (p.

98); “en el peor [de los casos], los

actores del drama carnavalesco

se tomarán su papel en serio y su

oposición no será ya metafórica

sino real, como ocurriera en Ro-

mans, en 1580” (p. 101); “la drama-

tización no es siempre de signo

metafórico, y se convierte a veces

en una tragedia con víctimas de

verdad. El motín desempeña una

función política; está siempre con-

denado a frustrarse y muere con la

represión, pero, sin embargo, fija lí-

mites a las dominaciones” (p. 108):

tanto en el carnaval de Romans como

en los motines la oposición es real,

pero aplastada; el potencial trans-

formador del drama sigue consi-

derándose muy limitado.

En el último capítulo de El poder

en escenas, consagrado a la domi-

nación de la comunicación colecti-

va en la era de la sobremoderni-

dad, reina el modelo del complot:

dramatización mayor es el impacto

logrado. Para ello no son necesa-

rios la violencia ni el terrorismo en

sí. No es menester disparar los fu-

siles, pues al mostrarlos se usan

ya. Es más efectiva la lectura de un

manifiesto ante los reflectores y

micrófonos que el estallido de una

bomba, y más resonantes diecisie-

te salvas al aire que diecisiete mil

disparos a un cuartel. Aunque al-

gunos actores consagrados de las

tablas se unen en santa alianza

para llamar “grotesca pantomi-

ma” a esa irrupción teatral e invi-

tan a no aceptar imitaciones, cual

si prefirieran ver correr sangre como

medio de legitimación, los nuevos

actores, cualquiera que sea su ori-

gen y más intima intención, con-

quistaron un espacio en la obra y

en la marquesina que parecía ya

negociada.

Balandier establece que “ningún

sistema existe sin contrasiste-

ma(s). A las tendencias que pro-

vocan la más completa normali-

zación le responden, establecien-

do relaciones de exclusión recí-

proca, aquellas que expresan la

más radicalizada de las negacio-

nes”. Las fiestas, los carnavales,

las bufonadas, las sátiras, los mo-

vimientos milenaristas y otras

Page 7: teatrocracia

Teatrocracia en México: el poder en escena

104

sondeadores, politólogos, asesores

en comunicación y marketing, pe-

riodistas, tecnología y demás cons-

piran eficazmente “para dar vida a

una opinión pública que ellos

mismos han creado” (p. 156), para

manipular a los anestesiados con-

sumidores. Sólo una vez, ante las

críticas radicales que acusan a la

televisión de todos los males, abre

una rendija en su esquema: “Las

críticas modernas responden con

la duda, en cuanto al grado de in-

fluencia de la televisión, y con la

certeza, por lo que hace a la ca-

pacidad del público en oponer sus

propias respuestas.” (p. 168). Y re-

mata con una conclusión optimis-

ta pero diferida al futuro: “se hace

necesario elaborar un nuevo con-

trato político para la edad mediá-

tica, un contrato por el que las

ideologías y la confrontación ha-

brían de reencontrar una presen-

cia real y no ya simulada, un pacto

por el que las pasiones públicas no

serían ya sofocadas o enmascara-

das” (p. 179). Por el contrario, Tur-

ner insiste siempre en el proceso,

lo indeterminado, el cambio, la va-

riación, la creación de lo nuevo que

propicia el drama en sus partici-

pantes (Swartz, Turner y Tuden,

1966; Turner, 1964, 1971, 1988).

Por último, es notable que ante

la eficacia simbólica y política de

los medios, Balandier no parece

reconocer el papel político de los

sindicatos, los partidos, las orga-

nizaciones sociales y las masas es-

pontáneamente movilizadas para

un fin particular.

Notas

1 Todos los números de página anota-

dos corresponden a Balandier (1994),

salvo cuando se encuentren ense-

guida de la mención de otro autor.

Bibliografía

BALANDIER, GEORGES

l969 Antropología Política, Bar-celona, Ed. Península, 225pp., Nueva Colección Ibé-rica: 2, [edición en francésde1967].

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