VIII Domingo Después de Pentecostés. Forma Extraordinaria del Rito Romano. Sugerencias para la homilía

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    VIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS 

    SUGERENCIASPARA LA HOMILÍA

    Iglesia del Salvador de Toledo(ESPAÑA)

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    TEXTOS DE LA SANTA MISA Introito. Salm. 47.10-11,2.- Hemosrecibido, ¡oh Dios!, tu misericordia enmedio de tu templo; como tu nombre,¡oh Dios!, así tu gloria llega hasta losconfines de la tierra; tu diestra da lasalvación. Salmo. Grande es el Señor y

    dignísimo de alabanza en la ciudad denuestro Dios, en su monte santo. V/.Gloria.Colecta-. Te rogamos, Señor, nosconcedas propicio la gracia de pensar yobrar siempre con rectitud; y, pues sinti no podemos subsistir, llevemos unavida conforme a tu voluntad. Por ntro.Sr. Jxto.

    Epístola. Rom 8.12-17.- Hermanos:Nada debemos a la carne, para quevivamos según la carne. Si vivís según lacarne, moriréis; mas si con el espírituhacéis morir las obras de la carne,viviréis. Todos cuantos se dejan guiarpor el Espíritu de Dios son hijos deDios. No habéis recibido el espíritu deservidumbre para obrar todavía contemor, habéis recibido el Espíritu de

    adopción de hijos, en virtud del cualclamamos: ¡Abba, Padre! El mismoEspíritu testifica, a una con nuestroespíritu que somos hijos de Dios. Hijos,luego herederos; herederos de Dios ycoherederos de Cristo.Gradual. Salm. 30.3; 70.1.- Sé para mí elDios que protege y un lugar de refugio,para que me salves. V/. En ti, Señor, he

     buscado amparo; no sea jamás

    confundido.Aleluya. Salm. 47.2.- Aleluya, aleluya.V/. Grande es el Señor y muy digno dealabanza en la ciudad de nuestro Dios,en su monte santo. Aleluya.Evangelio. Luc. 16.1-9.-.  En aqueltiempo: Dijo Jesús a sus discípulos estaparábola: Érase un hombre rico, quetenía un mayordomo, y éste le fueacusado como dilapidador de sus

     bienes. Llamóle, pues, y le dijo ¿Qué esesto que oigo de ti? Rinde cuentas de

    tu gestión; en adelante ya no podrás sermi mayordomo. Entonces elmayordomo se dijo: ¿Qué haré, pues miseñor me quita la gerencia? Para cavarno valgo, mendigar me causavergüenza. Mas ya sé lo que he de

    hacer, para que, una vez removido demi gerencia, halle quienes me recibanen su casa. Llamó, pues, a cada uno delos deudores de su amo; y dijo alprimero: ¿Cuánto debes a mi señor? Yéste le respondió: Cien barriles deaceite. Díjole: Toma tu escritura;siéntate luego, y escribe cincuenta.Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto

    debes? Y él respondió: Cien cargas detrigo. Díjole: Toma tu obligación yescribe ochenta. Y alabó el amo a estemayordomo infiel por su previsión,porque los hijos de este siglo son ensus negocios más sagaces que los hijosde la luz. Así os digo yo a vosotros:Haceos amigos con el inicuo dineropara que cuando él os faltare, aquellosos reciban en las eternas

    moradas. CREDO. Ofertorio. Salm. 17.28.32.-  Tú salvas alpueblo humilde, y humillas los ojos delos soberbios, porque ¿qué otro Dioshay fuera de ti, Señor?Secreta.- Te rogamos, Señor, aceptespropicio los dones que recibidos de tusmanos, te ofrecemos, para que,mediante la operación de tu gracia, nossantifiquen estos sacrosantos misterios

    en la presente vida, y nos conduzcan alos goces eternos. Por nuestro Señor.Prefacio de la Santísima Trinidad.Comunión. Salm. 33.9.- Gustad y vedcuán suave es el Señor; dichoso el varónque en él confía.Poscomunión.-  Sírvanos, Señor, estecelestial misterio para reparación dealma y cuerpo; para que al celebrarlo,experimentemos sus saludables efectos.Por nuestro Señor.

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    TEXTO 1Catena aurea

    BedaDespués que el Salvador reprendió en tres parábolas a los que murmurabanporque daba buena acogida a los penitentes, ahora añade la cuarta ydespués la quinta para aconsejar la limosna y la moderación en los gastos,

    porque la buena doctrina enseña que la limosna debe de seguir a lapenitencia. Por esto continúa: "Decía a sus discípulos: Había un hombrerico", etc.CrisóstomoUna opinión errónea, agravada en los hombres, que aumenta sus pecados ydisminuye sus buenas obras, consiste en creer que todo lo que tenemos paralas atenciones de la vida debemos poseerlo como señores y, porconsiguiente, nos lo procuramos como el bien principal. Pero es todo locontrario, porque no hemos sido colocados en la vida presente como

    señores en su propia casa, sino que somos huéspedes y forasteros llevadosa donde no queremos ir y cuando no pensamos. El que ahora es rico, en breve será mendigo. Así que, seas quien fueres, has de saber que eres sólodispensador de bienes ajenos y se te ha dado de ellos uso transitorio yderecho muy breve. Lejos, pues, de nosotros el orgullo de la dominación yabracemos la humildad y la modestia del arrendatario o casero.BedaEl arrendatario es el que gobierna la granja o caserío, por lo que toma elnombre de ella. El ecónomo es el administrador, tanto del dinero como de

    los frutos y de todo lo que tiene el Señor.San AmbrosioEn esto conocemos que no somos los dueños, sino más bien arrendatariosde bienes ajenos.TeofilactoAhora bien, cuando en vez de administrar a satisfacción del Señor los bienesque nos han sido confiados, abusamos de ellos para satisfacer nuestrosgustos, nos convertimos en arrendatarios culpables. Y prosigue: "Y éste fueacusado delante de él", etc.

    CrisóstomoEntonces se le quita la administración, conforme a lo que sigue: "Y le llamó yle dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu administración,porque ya no podrás ser mi mayordomo". Todos los días nos dice lo mismoel Señor, poniéndonos como ejemplo al que gozando de salud a mediodíamuere antes de la noche y al que expira en un festín. Así es como dejamos laadministración de varios modos. Pero el buen administrador, que tieneconfianza debida a su administración, desea ser separado de este mundo yestar con Cristo, como San Pablo ( Flp  3,20), mientras que el que se fija en

    los bienes de la tierra, se encuentra lleno de angustia a la hora de su salidade este mundo. Por tanto, se dice de este mayordomo: "Entonces elmayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré yo, porque mi señor me quita laadministración? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza". Cuando

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    falta fuerza para trabajar es porque se lleva una vida perezosa. Nadahubiera temido en esta ocasión si se hubiese acostumbrado al trabajo. Sitomamos esta parábola en sentido alegórico, comprendemos que despuésque hayamos salido de esta vida, no será ya tiempo de trabajar. La vidapresente es para el cumplimiento de los mandamientos y la venidera para elconsuelo. Si aquí no hacemos nada, en vano esperamos merecer en la otra

    vida, porque ni el mendigar nos servirá. Prueba de esto son las vírgenesimprevisoras que en su necedad pidieron a las que eran prudentes, peronada alcanzaron ( Mt  25). Cada uno, pues, se reviste de sus obras como deuna túnica y no puede quitársela, ni cambiarla por otra. Pero el mayordomoinfiel perdona a los deudores, sus compañeros, lo que deben, para tener enellos el remedio de sus males. Sigue, pues: "Yo sé lo que he de hacer paraque cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas";porque todo el que, previendo su fin, alivia el peso de sus pecados con

     buenas obras (perdonando al que debe o dando a los pobres buenas

    limosnas) y da generosamente los bienes del señor, se granjea muchosamigos, que habrán de dar buen testimonio de él delante de su juez, no conpalabras sino manifestando sus buenas obras. Y habrán de prepararleademás con su testimonio, la mansión del consuelo. Nada hay que seanuestro, pues todo es del dominio de Dios. Prosigue: "Llamó, pues, a cadauno de los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a miseñor? Y él le respondió: Cien barriles de aceite".BedaUn barril es entre los griegos el ánfora que contenía dos cántaros 1. 

    Prosigue: Y le dijo: "Toma tu escritura y siéntate luego y escribe cincuenta",perdonándole así la mitad. Prosigue: "Después dijo a otro: ¿Y tú, cuántodebes? Y él respondió: Cien coros de trigo". Un coro tiene treinta modios ocelemines. "El le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta", perdonándole laquinta parte. Este pasaje da a entender que al que alivia la miseria del pobreen la mitad o en la quinta parte, se le recompensará por su misericordia.San Agustín, De quaest. Evang. 2,34 Respecto a lo que dice que de cien barriles de aceite hizo que el deudorescribiese sólo cincuenta y que al que debía cien coros de trigo le hizo

    escribir sólo ochenta, creo que debe entenderse en el sentido de que lo quecada judío daba a los sacerdotes y a los levitas debe aumentarse en la Iglesiade Cristo. Es decir, que si aquéllos daban la décima parte, éstos den lamitad, como hizo de sus bienes Zaqueo ( Lc   19), quien daba dos décimaspartes (o una quinta) para superar a los judíos.Notas1. Cada cántaro es equivalente aproximadamente a 13,13 litros.San Agustín, ut sup  El señor alabó al mayordomo a quien despedía de su administración, porque

    había mirado al porvenir. Prosigue: "Alabó el señor al mayordomo infiel,porque lo hizo prudentemente". No debemos, sin embargo, imitarlo en todo,porque no debemos defraudar a nuestro señor para dar limosnas de lo quele quitemos.

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    OrígenesPero como los gentiles dicen que la prudencia es una virtud y la definencomo el conocimiento de lo bueno, de lo malo y de lo indiferente, o elconocimiento de lo que se debe hacer o dejar de hacer , es precisoconsiderar si esta definición significa muchas cosas o una sola. Se dice,pues, que Dios dispuso los cielos con prudencia. Entonces es cierto que es

     buena la prudencia, porque con ella dispuso el Señor los cielos. Se dicetambién en el libro del Génesis ( Gén 3,1) según los Setenta, que la serpienteera prudentísima, y no se llama virtud a esta prudencia, sino astucia que seinclina a obrar mal. En este sentido, pues, se dice que el amo alabó almayordomo porque obró con prudencia, esto es, con astucia y ligereza. Yacaso se usó por error la palabra alabó y no en su verdadera significación;como cuando decimos que alguno se deja llevar por cosas mediocres eindiferentes y que deben admirarse las disputas y agudezas en que brilla elvigor del ingenio.

    San Agustín, ut sup  Estas parábolas se llaman contradictorias para que comprendamos que sipudo ser alabado por su amo aquél que defraudó sus bienes, deben agradara Dios mucho más los que hacen aquellas obras según sus preceptos.OrígenesLos hijos de este siglo se dice que no son más sabios, pero sí más prudentesque los hijos de la luz esto no en sentido absoluto ni sencillamente, sino ensu generación. Sigue pues: "Porque los hijos de este siglo son más prudentesen su generación".

    BedaSe llaman hijos de la luz e hijos de este siglo, como hijos del reino e hijos dela perdición, porque cada uno se llama hijo de aquél cuyas obras hace.TeofilactoLlama hijos de este siglo a los que piensan en adquirir las comodidades dela tierra, e hijos de la luz a los que obran espiritualmente, mirando sólo alamor divino. Sucede, pues, que en la administración de las cosas humanasdisponemos con prudencia de nuestros bienes y andamos solícitos en altogrado para tener un refugio en nuestra vida si llega a faltarnos la

    administración, pero cuando debemos tratar las cosas divinas, nomeditamos lo que para la vida futura nos conviene.San Gregorio, Moralium 18,11 super Iob 27,19  Para que los hombres encuentren algo en su mano después de la muerte,deben poner antes de ella sus riquezas en manos de los pobres. Prosigue: "Yyo os digo que os ganéis amigos de la mammona  de la iniquidad", etc.San Agustín, De verb. Dom. serm. 35  Llaman mammona  los hebreos, a lo que los latinos llaman riquezas. Comosi dijese: "Haceos amigos de las riquezas de la iniquidad". Interpretando mal

    estas palabras, roban algunos roban lo ajeno y de ello dan algo a los pobresy creen que con esto obran según está mandado. Esta interpretación debecorregirse. Dad limosna de lo que ganáis con vuestro propio trabajo. Nopodréis engañar al juez, que es Jesucristo. Si de lo que has robado al

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    indigente das algo al juez para que sentencie a tu favor, es tanta la fuerza dela justicia, que, si lo hace así el juez, te desagradará a ti mismo. No quierasfigurarte a Dios así, porque es fuente de justicia. Por tanto, no des limosnadel logro y de la usura. Me dirijo a los fieles, a quienes distribuimos elcuerpo de Jesucristo. Pero si tales riquezas tenéis, lo que tenéis es malo. Noqueráis obrar más de este modo. Zaqueo dijo ( Lc  19,8): "Yo doy la mitad de

    mis bienes a los pobres". He aquí cómo obra el que se propone hacerseamigos con la riqueza de la iniquidad y para no ser considerado como reo,dice: "Si he quitado algo a otro, le daré el cuádruple". También puedeentenderse así: Riquezas de la iniquidad son todas las de este mundo,procedan de donde quiera. Por esto, si quieres la verdadera riqueza, buscaaquella en que Job abundaba cuando, a la vez que estaba desnudo, tenía sucorazón lleno de Dios. Se llaman riquezas de iniquidad las de este mundoporque no son verdaderas, estando llenas de pobreza y siempre expuestas aperderse, pues si fuesen verdaderas te ofrecerían seguridad.

    San Agustín, De quaest. Evang. 2,34 También se llaman riquezas de iniquidad, porque no son más que de losinicuos y de los que ponen en ellas la esperanza y toda su felicidad. Mascuando son poseídas por los justos, son ciertamente las mismas, pero paraellos no son riquezas más que las celestiales y espirituales.San AmbrosioLlama inicuas las riquezas, porque sus atractivos tientan nuestros afectospor la avaricia, para que nos hagamos esclavos suyos.San Basilio

    Si heredases un patrimonio, recibirás lo acumulado por los injustos, porqueentre tus antepasados necesariamente debe encontrarse alguno que las hayaadquirido por usurpación. Supongamos que ni aun vuestro padre lo hayarobado, ¿de dónde tienes el dinero? Si dices de mí , desconoces a Dios noteniendo noticia del Creador. Si dices quede Dios , dinos la razón por qué lashas recibido. Por ventura ¿no es de Dios la tierra y cuanto en ella secontiene? ( Sal   23,1). Luego si lo que nosotros tenemos pertenece al Señorde todos, todo ello pertenecerá también a nuestros prójimos.Teofilacto

    Se llaman riquezas de la iniquidad, todas las que el Señor nos ha concedidopara satisfacer las necesidades de nuestros hermanos y semejantes pero quereservamos para nosotros. Debíamos, por tanto, entregarlas a los pobresdesde el principio. Pero, como en verdad fuimos administradores deiniquidad, reteniendo inicuamente todo aquello que se nos ha concedidopara la necesidad de los demás, no debemos continuar de ningún modo enesta crueldad, sino dar a los pobres para que seamos recibidos de ellos enlos tabernáculos celestiales. Prosigue, pues: "Para que cuando falleciereis osreciban en las eternas moradas".

    San Gregorio, Moralium 21,24 Si adquirimos las eternas moradas por nuestra amistad con los pobres,debemos pensar, cuando les damos nuestras limosnas, que más bien lasponemos en manos de nuestros defensores que en las de los necesitados.

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    San Agustín, De verb. Dom. serm. 35  ¿Y quiénes son los que serán recibidos por ellos en las mansiones eternas,sino aquellos que los socorren en su necesidad y les suministran con alegríalo que les es necesario? Estos son los menores de Cristo, que todo lo handejado por seguirlo y todo lo que han tenido lo han distribuido entre lospobres, para poder servir a Dios desembarazados de los cuidados de la

    tierra y, libres del peso de los negocios mundanos, levantarse como en alashacia el cielo.San Agustín, De quaest. Evang. 2,34 No debemos entender que aquellos por quienes queremos ser recibidos enlos eternos tabernáculos, son deudores de Dios, puesto que son los santos ylos justos a quienes se alude en este lugar y que serán los que introduzcan aaquellos de quienes recibieron en la tierra remedio para sus necesidades.San AmbrosioHaceos amigos de la riqueza de la iniquidad, con el fin de que, dando a los

    pobres, podamos conseguir la gracia de los ángeles y de los demás santos.Crisóstomo, hom. 33 ad pop. Antioch Obsérvese que no dijo: para que os reciban en sus mansiones, porque noson ellos mismos los que admiten. Por esto cuando dice: "haceos amigos",añade "con las riquezas de la iniquidad", para manifestar que no nos bastarásu amistad si las buenas obras no nos acompañan y si no damos en justiciasalida a las riquezas amontonadas injustamente. El arte de las artes es,pues, la limosna bien ejercida. No fabrica para nosotros casas de tierra, sinoque nos procura una vida eterna. Todas las artes necesitan unas de otras,

    pero cuando conviene hacer obras de misericordia, no es necesario otroauxilio que la sola obra de la voluntad.San CiriloAsí, enseñaba Jesucristo a los ricos que estimasen sobre todo la amistad delos pobres, y que atesorasen en el cielo. Conocía también la pereza de lahumanidad, que es causa de que los que ambicionan riquezas no haganninguna obra de caridad con los pobres. Manifiesta, por tanto, con ejemplosclaros, que éstos no obtendrán ningún fruto de los dones espirituales,añadiendo: "El que es fiel en lo menor, también lo es en lo mayor; y el que es

    injusto en lo poco, también lo es en lo mucho". En seguida nos abre el Señorlos ojos del corazón aclarando lo que había dicho antes, diciendo: "Pues sien las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo que esverdadero?". Lo menor son, pues, las riquezas de iniquidad, esto es, lasriquezas de la tierra, que nada son para los que se fijan en las del cielo.Creo, por tanto, que es fiel alguno en lo poco cuando hace partícipes de suriqueza a los oprimidos por la miseria. Además, si en lo pequeño no somosfieles, ¿por qué medio alcanzaremos lo verdadero, esto es, la abundancia delas mercedes divinas, que imprime en el alma humana una semejanza con la

    divinidad? Que sea éste el sentido de las palabras del Señor, se conoceclaramente por lo que sigue: "Y si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo que esvuestro, ¿quién os lo dará?", etc.San Ambrosio

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    Son para nosotros ajenas las riquezas, porque están fuera de nuestranaturaleza y no nacen y mueren con nosotros. Jesucristo es nuestro porquees la vida de los hombres y vino a lo que es suyo.

    TEXTO 2LA JUSTICIA SOCIAL

    Catecismo de la Iglesia Catolica

    1928. La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condicionesque permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debidosegún su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al biencomún y al ejercicio de la autoridad.I. El respeto de la persona humana 1929. La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respetode la dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último

    de la sociedad, que está ordenada al hombre:«La defensa y la promoción de la dignidad humana nos han sido confiadaspor el Creador, y [...] de las que son rigurosa y responsablemente deudoreslos hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia» (SRS 47).1930  El respeto de la persona humana implica el de los derechos que sederivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a lasociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de todaautoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislaciónpositiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf  PT 65). Sin este

    respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violenciapara obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesiarecordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos dereivindicaciones abusivas o falsas.1931 El respeto a la persona humana supone respetar este principio: «Quecada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como “otroyo”, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios paravivirla dignamente» (GS 27). Ninguna legislación podría por sí misma hacerdesaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de

    egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamentefraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cadahombre un “prójimo”, un hermano. 1932 El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamentese hace más acuciante todavía cuando éstos están más necesitados encualquier sector de la vida humana. “Cuanto hicisteis a uno de estoshermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt  25, 40).1933 Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamentede nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas.

    Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos losenemigos (cf Mt  5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio esincompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odioal mal que hace en cuanto enemigo.

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    II. Igualdad y diferencias entre los hombres 1934 Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma almaracional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismoorigen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados aparticipar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto deuna misma dignidad.

    1935 La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidadpersonal y de los derechos que dimanan de ella:«Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda [...] formade discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya seasocial o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua oreligión» (GS 29,2).1936 Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesariopara el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás.Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la

    edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a lascircunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de lasriquezas (GS 29). Los “talentos” no están distribuidos por igual (cf  Mt  25, 14-30, Lc  19, 11-27).1937 Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada unoreciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos”particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Lasdiferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a lamagnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas

    a enriquecerse unas a otras:«¿Es que acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno todas odándole a éste una y al otro otra particular? [...] A uno la caridad, a otro la

     justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva [...] En cuanto a los bienestemporales, las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido conla mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le eranecesario, para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, depracticar la caridad unos con otros [...] He querido que unos necesitasen deotros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las

    liberalidades que han recibido de mí» (Santa Catalina de Siena, Il dialogodella Divina provvidenza, 7).1938. Existen también desigualdades escandalosas  que afectan a millones dehombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio:«La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación devida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicasy sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humanaresultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a ladignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional»

    (GS 29).

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    III. La solidaridad humana 1939 El principio de solidaridad, expresado también con el nombre de“amistad” o “caridad social”, es una exigencia directa de la fraternidadhumana y cristiana (cf  SRS 38-40; CA 10):Un error capital, “hoy ampliamente extendido y perniciosamente propalado,consiste en el olvido de la caridad y de aquella necesidad que los hombres

    tienen unos de otros; tal caridad viene impuesta tanto por la comunidad deorigen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres,cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio deredención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo,en favor de la humanidad pecadora” (Pío XII, Carta enc. Summi pontificatus ).1940 La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de

     bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favorde un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejorresueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución

    negociada.1941 Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con laayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí,de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios ylos empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. Lasolidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buenamedida, la paz del mundo depende de ella.1942 La virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales.Difundiendo los bienes espirituales de la fe, la Iglesia ha favorecido a la vez

    el desarrollo de los bienes temporales, al cual con frecuencia ha abierto víasnuevas. Así se han verificado a lo largo de los siglos las palabras del Señor:“Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán porañadidura” (Mt  6, 33):«Desde hace dos mil años vive y persevera en el alma de la Iglesia el sentidode responsabilidad colectiva a favor de todos, que ha impulsado e impulsatodavía a las almas hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores,de los libertadores de esclavos, de los que atienden enfermos, de losmensajeros de fe, de civilización, de ciencia, a todas las generaciones y a

    todos los pueblos con el fin de crear condiciones sociales capaces de hacerposible a todos una vida digna del hombre y del cristiano (Pío XII, Mensajeradiofónico del 1 de junio de 1941).Resumen 1943 La sociedad asegura la justicia social procurando las condiciones quepermitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que les es debido. 1944 El respeto de la persona humana considera al prójimo co mo “otro yo”.Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de ladignidad intrínseca de la persona. 

    1945 La igualdad entre los hombres se vincula a la dignidad de la persona ya los derechos que de ésta se derivan. 

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    1946 Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiereque nos necesitemos los unos a los otros. Esas diferencias deben alentar lacaridad. 1947 La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo parareducir las excesivas desigualdades sociales y económicas. Impulsa a ladesaparición de las desigualdades inicuas. 

    1948 La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio decomunicación de los bienes espirituales aún más que comunicación de bienesmateriales. 

    TEXTO 3EL AMOR A LOS POBRES

    Catecismo de la Iglesia Catolica2443 Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que seniegan a hacerlo: “A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no levuelvas la espalda” (Mt  5, 42). “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt  10, 8).

    Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres(cf Mt  25, 31-36). La buena nueva “anunciada a los pobres” (Mt  11, 5;Lc  4,18)) es el signo de la presencia de Cristo.2444 “El amor de la Iglesia por los pobres [...] pertenece a su constantetradición” (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas(cf Lc  6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt  8, 20), y en su atención a lospobres (cf Mc  12, 41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivosdel deber de trabajar, con el fin de “hacer partícipe al que se halle ennecesidad” (Ef  4, 28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las

    numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de lasriquezas o su uso egoísta:«Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias queestán para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestrosvestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados deherrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorarávuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días queson los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que

    segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores hanllegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierraregaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestroscorazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él noos resiste» (St  5, 1-6).2446 San Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: “No hacer participara los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida; [...] lo queposeemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (In Lazarum, concio 2, 6).Es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no

    se of rezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia”(AA 8):«Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemosliberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que

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    realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia»(San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 3, 21, 45).2447 Las obras de misericordia  son acciones caritativas mediante las cualesayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales yespirituales (cf. Is  58, 6-7; Hb  13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar,son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y

    sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consistenespecialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene,vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a losmuertos (cf Mt  25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres(cf Tb  4, 5-11; Si  17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridadfraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt  6, 2-4):«El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tengapara comer que haga lo mismo» (Lc  3, 11). «Dad más bien en limosna lo quetenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros» (Lc  11, 41). «Si un

    hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, yalguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no lesdais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St  2, 15-16; cf Jn 3, 17).2448 “Bajo sus múltiples formas —indigencia material, opresión injusta,enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte—, la miseriahumana  es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que seencuentra el hombre tras el primer pecado de Adán y de la necesidad quetiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de CristoSalvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los «más

    pequeños de sus hermanos». También por ello, los oprimidos por la miseriason objeto de un amor de preferencia  por parte de la Iglesia, que, desde losorígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesadode trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho medianteinnumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúansiendo indispensables” (Congregación para la Doctrina de la Fe,Instr. Libertatis conscientia , 68).2449  En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año

     jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda,

    obligación del diezmo, pago cotidiano del jornalero, derecho de rebuscadespués de la vendimia y la siega) corresponden a la exhortación delDeuteronomio: “Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto tedoy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de lostuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt   15, 11). Jesús hace suyasestas palabras: “Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí nosiempre me tendréis” ( Jn 12, 8). Con esto, no hace caduca la vehemencia delos oráculos antiguos: “comprando por dinero a los débiles y al pobre porun par de sandalias [...]” (Am 8, 6), sino que nos invita a reconocer su

    presencia en los pobres que son sus hermanos (cf Mt  25, 40):El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres yenfermos, santa Rosa de Lima le contestó: “Cuando servimos a los pobres ya los enfermos, somos buen olor de Cristo”. 

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    Resumen 2450 “No robarás” ( Dt 5, 19). “Ni los ladrones, ni los avaros  [...], ni losrapaces heredarán el Reino de Dios” ( 1Co 6, 10). 2451 El séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de lacaridad en el uso de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de loshombres. 

    2452 Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Elderecho a la propiedad privada no anula el destino universal de los bienes. 2453 El séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación delbien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. 2454 Toda manera de tomar y de usar injustamente un bien ajeno escontraria al séptimo mandamiento. La injusticia cometida exige reparación.La justicia conmutativa impone la restitución del bien robado. 2455 La ley moral prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios,llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y

    cambiarlos como si fueran mercaderías. 2456 El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales,vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de lasobligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de lasgeneraciones venideras. 2457 Los animales están confiados a la administración del hombre que lesdebe benevolencia. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades delhombre. 2458 La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo

    exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.Cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación alsupremo Bien, nuestro fin último. 2459 El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica ysocial. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creadospor Dios para todos lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayudade la caridad. 2460 El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la

    creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor. 2461 El desarrollo verdadero es el del hombre en su integridad. Se trata dehacer crecer la capacidad de cada persona a fin de responder a su vocación y, por lo tanto, a la llamada de Dios (cf CA 29) . 2462 La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; estambién una práctica de justicia que agrada a Dios. 2463 ¿Cómo no reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola,en la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria? (cf Lc 16, 19- 31). ¿Cómo no escuchar a Jesús que dice: “A mi no me lo hicisteis?” ( Mt 25,

    45). 

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    TEXTO 4LA VIDA EN EL ESPÍRITU

    (Rm/08/12-17)12 Por consiguiente, hermanos, deudores somos: pero no de lacarne, para vivir según ella. 13 Pues si vivís según la carne,tendréis que morir; pero si con el espíritu dais muerte a las obras

    del cuerpo, viviréis. 14 Porque todos los que se dejan guiar por elEspíritu de Dios, éstos son hijos suyos. 15 Y vosotros no recibisteisun espíritu de servidumbre, que os lleve de nuevo al temor, sinoque recibisteis un espíritu de adopción, en virtud del cualclamamos: «¡Abbá!, ¡Padre!» 16 El Espíritu mismo da testimonio anuestro espíritu de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, tambiénherederos: herederos de Dios, y coherederos de Cristo, puesto quepadecemos con él y así también con él seremos glorificados. Como quienes están «en el espíritu» (v. 9) y viven ahora según la

    norma del espíritu, ahora somos libres gracias a la acción liberadorade Dios. Y por ello, precisamente en cuanto libres, somos «deudores»,aunque nunca deudores de la «carne». Pues, la vida de quien confía ensu «carne», es decir, en sí mismo, conduce necesariamente a lamuerte. Por el contrario, nos oponemos a ella cuando, «con elEspíritu, dais muerte a las obras del cuerpo». La idea que aquí late esla práctica pecaminosa en la que el «cuerpo» -o, lo que es lo mismo, elyo del hombre- encuentra siempre placer. Tal práctica debe sermuerta por el Espíritu, que nos capacita y nos guía hacia una nueva

    práctica cristiana (v. 14).En el v. 13, la muerte y la vida aparecen como las dos posibilidadesque se presentan al cristiano. Pero ¿se le brindan realmente a su libreelección, de tal modo que pueda decidir entre ambas? Si puede darsela libertad psicológica de elección o de decisión, ello se debe a queesta libertad está ya intrínsecamente condicionada de forma bienexplícita por el poder del Espíritu que guía al cristiano en la fe. Todolo que ahora le interesa es mantenerse en la libertad que le haotorgado el Espíritu. Así pues, la elección que el cristiano debe hacer

    de conformidad con todo ello, consiste en adherirse al Espíritu, endejarse guiar por el Espíritu. Si no se mantiene firme ahí,necesariamente sucumbirá al impulso mortífero del pecado.Puesto que somos libres, somos realmente hijos de Dios (v. 14). Pues,el espíritu que hemos recibido no es el «espíritu de servidumbre»,sino el de «adopción», con el que nos otorgan nuevas relaciones comohijos adoptivos de Dios (v. 15). Al acto liberador del Hijo de Dios (v.24) responde el nuevo estado de liberados como hijos de Dios, quepor la acción salvífica divina han entrado en posesión plena de sus

    derechos de hijos adoptivos (v. 16s)34. Pablo recuerda estas nuevasrelaciones con Dios, que los cristianos han obtenido, para referirseuna vez más a la libertad refrendada por Dios como base de la nuevapráctica de vida cristiana.

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    Así como la adopción de los cristianos lograda en el Espíritu se fundaen el acto del Hijo de Dios, así también éstos le dan una respuestaadecuada en su vida, por lo que se refiere al padecer con él en elpresente como a la glorificación con él en el futuro. Es curioso quePablo, de cara a la salvación, defina el presente como un «padecer conél», que tiene asegurada la promesa de la gloria futura. Por lo que

    hace a la glorificación de los hijos de Dios, en su nueva vida ellos sólola experimentan de momento como un «todavía no» dentro de «lo queya han logrado». Lo cual no equivale precisamente a una ilusión, sinoa una promesa y esperanza. Pues, es justo el conocimiento seguro dela promesa de Dios en la experiencia del Espíritu lo que no solamentehace que nos mantengamos firmes frente a los trabajos del presente,sino que además nos mantiene esperanzados. Por todo lo cual elcaminar según el Espíritu hace que no despreciemos con unentusiasmo exaltado la existencia en el mundo transitorio, sino que

    nos la presenta a una luz completamente nueva y llena de sentido................34. Cf. Ga 4,4-7...........

    TEXTO 5Rm 8, /12-17

    En este texto el autor nos habla del binomio "carne-espíritu",insistiendo en la prioridad de la acción de Dios en la santificación

    del hombre. No son las obras de la "carne" las que nos salvan, sinola presencia del Espíritu en el hombre que le orienta hacia unaexistencia nueva.a) La primera dimensión de esta existencia es la de hijo de Dios (vv.14-15). Dios ha dado al hombre su Espíritu para que este acceda ala casa paterna. Por tanto, el hombre no debe dejarse dominar porun espíritu de temor -espíritu normal para quien cree que la

     benevolencia divina depende de su propio esfuerzo-; se tratasimplemente de vivir en unas relaciones filiales que, por sí mismas,

    ahuyentan el temor.El privilegio del hijo de Dios consiste en poder llamar a Dios Padre(Abba alude, quizá, a la oración del Padre Nuestro, que quizáalgunos de los interlocutores de Pablo conocían en arameo: v. 15).El hijo de Dios no tiene que fabricarse una religión en que, comosucede en la religión judía, sería necesario contabilizar los propiosesfuerzos ante un Dios-Juez, o, como en la religión pagana,acumular los ritos para ganarse la benevolencia de un Dios-terrible.El cristiano puede llamar Padre a su Dios, con todo lo que esto

    supone de familiaridad y, sobre todo, de iniciativa misericordiosapor parte de Dios. b) La segunda dimensión de esta existencia es la de heredero deDios (v. 17). Al ser hijo, el hombre tiene derecho a una vida de

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    familia y dispone de los bienes de la casa. El término "heredero" nodebe comprenderse aquí en el sentido moderno (el que dispone delos bienes del padre, después de la muerte de éste), sino en elsentido hebreo de "tomar posesión" (Is 60, 21; 61, 7; Mt 19, 29; 1Cor 6, 9). El pensamiento de Pablo se asocia a la concepción que elAntiguo Testamento se hacia de la herencia, pero la completa al

    unirla a la idea de la filiación. Los hombres adquieren de ahora enadelante la herencia, en relación con su unión al Hijo porexcelencia, el único que goza, efectivamente, de todos los bienesdivinos, por su naturaleza. Efectivamente, el hijo de Dios hereda lagloria divina, irradiación de la vida de Dios en la persona de Cristo.

    SFT/GLORIA: Pero la herencia solo se obtiene mediante elsufrimiento. Se hereda con Cristo si se sufre con El. El sufrimientoconduce a la gloria, no como condición meritoria, sino como signo

    de vida-en-Cristo, prenda de herencia de la gloria con El. c) ElEspíritu de Dios en nosotros no está simplemente como doctor deverdades; su papel propio es el de mover y animar todo nuestro ser(v. 14); tiene, pues, una resonancia ontológica que no puede serpercibida más que en la participación del misterio de la personamisma de Cristo y de su Pascua (v. 17). En efecto, la obediencia deCristo hasta la muerte manifiesta que reconoce dependerradicalmente de Dios y que, en esta dependencia, descubre suconsistencia propia de criatura abocada al sufrimiento y a la

    muerte. Pero esta obediencia de la criatura a su condición es almismo tiempo, en Jesús, la obediencia del Hijo único a su Padre:tiene, pues, una repercusión eterna que, glorificando al hombre,más allá de toda esperanza su aspiración más íntima.Ahora bien: en el Espíritu, el cristiano, sin renegar de su condiciónhumana y de su dependencia, se encuentra a su vez establecido enla filiación divina y, por consecuencia, capaz de dar a su obedienciauna dimensión casi divina que le glorifica a él también. El papel delEspíritu en él es asegurar esta filiación y esta repercusión divina de

    la obediencia (v. 16).TRINIDAD/JUSTIFICACION: Por tanto, toda la Trinidad actúa en la

     justificación del hombre: el Padre aporta su amor para hacer de loshombres hijos suyos; el Espíritu viene a cada uno de ellos adominar su miedo e iniciarlos paulatinamente en uncomportamiento filial; finalmente, el Hijo, el único Hijo pornaturaleza, el único heredero de derecho, viene a la tierra a hacerde la condición humana y del sufrimiento el camino de acceso a la

    filiación, revelando así a sus hermanos las condiciones de laherencia.Según habían anunciado los profetas, el don del Espíritu impregnatodos los corazones de un amor filial hacia el Padre y de un amor

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    fraternal hacia todos los hombres. La misma ley adquiere un nuevoaspecto. Deja de ser yugo pesado, porque el hombre ha recibido elEspíritu de los últimos tiempos que le libera del pecado y lo armapara combatir victoriosamente contra las obras de la "carne". Esteenvío del Espíritu está unido a los sufrimientos y a la resurrecciónde Cristo; por ser el Hijo de Dios, este hombre respondió

    perfectamente a la iniciativa del Padre y determinó el envío delEspíritu sobre todos aquellos que Dios llama a ser hijos suyos. Deesta manera, el hombre, vivamente unido a Jesucristo en la Iglesia,se convierte en hijo de Dios y participa de los bienes familiares queofrece la Eucaristía.

    MAERTENS-FRISQUENUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII

    MAROVA MADRID 1969.Pág 187 

    TEXTO 6Romanos 8Introducción. Es importante tratar de localizar este capítulo en la totalidadde esta epístola. Desde el cap. 5 Pablo habla de los frutos preciosos de la

     justificación por la fe; en los capítulos 6 y 7 responde a 2 preguntas: "¿Elevangelio que tú, Pablo, predicas, no es un mensaje peligroso? El creyentepuede pensar que su conducta no importa". "No", dice Pablo, "porque nopertenecemos al pecado (hemos muerto al pecado). Tampoco pertenecemosa la ley, porque por medio de la ley no podemos ser salvos". Esto suena casi

     blasfemo, sobre todo para los judíos. Por eso Pablo responde a la segundapregunta que dice: "¿Tu evangelio no menosprecia y anula la ley de Dios?""No", dice Pablo otra vez, "la ley es santa, justa y buena, el problema no estáen ella, sino dentro de nosotros". La ley produce, por causa de nuestranaturaleza, pecado.En el capítulo 8 Pablo retoma el hilo de capítulo 5. Aquí nos dice claramenteque la salvación es completamente segura para los creyentes, porque:

    a. no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, (1) b. los creyentes están libres de la ley -que era un muro infranqueable

    para los creyentes- porque ella fue cumplida por Jesús, (2-3)c. el Espíritu Santo obra dentro de nosotros, para santificarnos (4-13);por este Espíritu los creyentes recibirán un cuerpo nuevo (11),d. la presencia del Espíritu Santo es la prueba de que somos hijos deDios, porque es el Espíritu de la adopción; por eso somos herederos deDios y coherederos con Cristo, (14-17)e. Dios está preparando para nosotros una herencia, y también paratoda la creación, (18-25).f. aunque ahora estemos gimiendo, por causa de las dificultades que

    sufrimos en este mundo, el Espíritu Santo nos ayuda con suspeticiones, orando al Padre, dentro de nosotros (26-27)

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    g. la salvación está completamente enraizada en Dios mismo. Lasalvación es el plan de Dios, y Él la desarrolló desde la predestinaciónhasta la glorificación (28-30),h. la salvación es tan segura porque Cristo, entregado por Dios, es laprueba del amor de Dios para con nosotros; con Él recibiremos todas lacosas (31-34),

    i. ninguna cosa puede separarnos del amor de Dios (35-39).Por otra parte, Pablo también muestra en este capítulo que la ley nopuede llevar a la obediencia a Dios, pues eso lo logra el Espíritu Santo.

    1. (8,1-18) Mientras que Pablo en el cap.5 había hablado del fruto de la justificación en forma positiva, ahora enfoca varias veces el peligro del cualCristo salvó a los suyos: de la condenación. Esta bendición está destinadapara aquellos que están `en Cristo'. Estas palabras indican la relación de feque existe entre los creyentes y Cristo. En v.3 Pablo muestra que Dios sí ha

    condenado nuestro pecado; sin embargo, dicha condenación cayó sobre supropio Hijo.El no ser condenados por Dios incluye una segunda bendición: la liberaciónde la ley del pecado y de la muerte. En virtud del cap. anterior, la palabra`ley' debe referirse a la santa ley de Dios. El que Pablo la llamara `ley delpecado y de la muerte' no es de ninguna manera una descalificación de ella,sino de nosotros, ya que la santa ley de Dios produce -a causa de nuestranaturaleza corrompida- pecado y muerte en nosotros. La liberación esefectuada por "la ley del Espíritu de vida"; podemos tomar esta expresión

    como una referencia al evangelio (comp. algo parecido en2 Cor 3,7 y 8:ministerio de muerte y ministerio del Espíritu). En el evangelio, Dios nospromete hacer lo que no podíamos hacer jamás por la debilidad de nuestracarne (= nuestro ser dominado por el pecado). Es, entonces, Dios quien tomóla iniciativa para rescatarnos del yugo y de la condenación de la ley.La iniciativa divina se ve claramente en Jesús, quien fue enviado por elPadre para hacerse igual a nosotros (salvo en el pecado), para sufrir lasentencia de la muerte y condenación que descansaba sobre nosotros.El gran propósito de la venida de Jesús fue: devolver a la ley sus derechos.

    Al liberarnos de su condenación, nos capacita a través de su Espíritu paravivir conforme a sus requerimientos. Aunque el fiel cumplimiento de la leynunca puede ser la base de nuestra justificación, sí es el fruto y granpropósito de ella.En los versículos 5-9a, Pablo contrasta la vida de la carne (nuestranaturaleza corrompida por el pecado) con la vida del Espíritu.

    a. La carne no puede hacer sino lo que es malo; en cambio, la vidaque está bajo el control del Espíritu produce los frutos del Espíritu, quees una vida dirigida hacia la voluntad de Dios.

    b. La manera de pensar y actuar de la carne es muerte (no hay vidaen ella que glorifique a Dios) y lleva a la muerte (estar eternamenteexcluídos de la presencia de Dios). En cambio, los que son dominadospor el Espíritu, están vivos y tienen paz con Dios.

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    c. Todo lo que piensa y hace la carne, en el fondo no es nada másque enemistad contra Dios. No hay sometimiento a Dios, ni tampocoel poder para sujetarse a Él. La vida sin el Espíritu, por muy bonita queparezca por fuera, no hace nada más que desagradar a Dios. Loscreyentes, sin embargo, tienen otro principio: el del Espíritu de Dios.Pablo dice: "¡El Espíritu, pues, está en vosotros!". Es como un estímulo,

    para recordar que así es nuestra (nueva) situación, gracias a Dios.Vemos, entre paréntesis, que todos los creyentes tienen el EspírituSanto. No hay dos clases de creyentes, unos con el Espíritu, y otros sinÉl. Por un momento Pablo menciona la posibilidad de que hayan,dentro de la iglesia, personas sin el Espíritu. La verdad es que ellos nopertenecen al Señor. Han de saber su triste realidad.

    Ahora (9b-14), Pablo elabora lo que sucede si Cristo está dentro de nosotros:a.  "el cuerpo está muerto". Esto significa: sometido a la muerte por elpecado. Pero nuestro espíritu tiene, por la morada del Espíritu en

    nosotros, la vida eterna debida a la justicia de Cristo ante Dios, por lacual nosotros somos justos ante Él. Pablo aclara esto en el versículosiguiente (11), al decir que tan cierto como el Espíritu de Dios resucitóel cuerpo de Jesús, así mismo, por este Espíritu que mora en nosotros,nuestros cuerpos serán vivificados.b. Esta gloriosa promesa es un gran aliciente que nos lleva a vivirpara la gloria de Dios. No le debemos nada a la carne para vivir en elpecado. Librados del pecado por el Señor, la única `deuda' quetenemos, es con el Señor.

    c. Una vez más, Pablo destaca el gran contraste entre la vidaconforme a la carne y la vida conforme al Espíritu. Si vivimosconforme a la carne, nuestra vida terminará en la muerte, en cambio, sivivimos por el Espíritu y hacemos morir las obras de la carne a travésde su obra en nosotros, viviremos. Es importante notar que lasantificación es enteramente obra del Espíritu, ya que Él destruye lasobras de la carne. Por otro lado, no somos pasivos: le damos a Él, elcontrol de nuestras vidas. Todas las cosas las ponemos ante la luz delEspíritu, preguntándonos si ellas están de acuerdo a su voluntad. En

    esta lucha, la oración toma un lugar importante. Confesamos nuestradebilidad y confiamos en la obra del Espíritu. Esta vida, dominada porel Espíritu Santo, es la prueba fehaciente de que somos hijos de Dios.Ser guiados por el Espíritu se refiere primeramente al control que tieneel Espíritu sobre nuestras vidas en cuanto al pecado. Ser hijos de Dioses un gran privilegio.

    A continuación, Pablo sigue mostrándonos otro aspecto de la obra delEspíritu Santo: Dios nos da una profunda seguridad de la salvaciónpormedio de su Espíritu. No nos dio un espíritu de esclavitud (tal como era el

    caso bajo el yugo de la ley), sino de adopción. Por su propio Espíritu, quiennos lleva a la plena certeza de que somos hijos de Dios, podemos clamar a boca llena `Abba', `Padre'. En la oración podemos clamar a Dios, teniendo laplena confianza que Él es nuestro Padre, ya que a través del Espíritu

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    tenemos la franqueza de que podemos llamar a Dios `Papá'. La palabra`abba' es muy familiar, era la palabra que Jesús usó en comunión íntima consu Padre. El Espíritu Santo testifica a nuestro espíritu de que somos hijos deDios. Él hace que las promesas del Señor sean reales para nosotros, como siDios mismo se dirigiera directamente a nosotros y derramara su amor ennuestros corazones (cap. 5,5). "El Espíritu Santo es llamado sello y arras para

    confirmar la fe de los piadosos, porque mientras Él no ilumine nuestroespíritu, no hacemos más que titubear y vacilar." (Calvino).La adopción se usó en aquel tiempo para tener a alguien como heredero. Espor eso que Pablo habla de otra certeza: la salvación será incompletamientras no recibamos la herencia de Dios y de Cristo: su reino en lapresencia de Dios. Los sufrimientos no impiden que seamos glorificados,sino que lo confirman. Los creyentes comparten en este sentido el caminode Cristo.* Meditemos en los grandes privilegios de los creyentes: recibir el Espíritu

    Santo, ser hijos de Dios, clamar a Dios `Papá' y tener acceso a la gloriaeterna. 

    TEXTO 7ABBA, PADRE

    BENEDICTO XVI23 de mayo de 2012  

    El miércoles pasado mostré cómo san Pablo dice que el Espíritu Santo es el

    gran maestro de la oración y nos enseña a dirigirnos a Dios con los términosafectuosos de los hijos, llamándolo «Abba, Padre». Eso hizo Jesús. Inclusoen el momento más dramático de su vida terrena, nunca perdió la confianzaen el Padre y siempre lo invocó con la intimidad del Hijo amado. EnGetsemaní, cuando siente la angustia de la muerte, su oración es: «¡Abba,Padre! Tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yoquiero, sino como tú quieres» (Mc  14,36).Ya desde los primeros pasos de su camino, la Iglesia acogió esta invocacióny la hizo suya, sobre todo en la oración del Padre nuestro, en la que decimos

    cada día: «Padre..., hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt  6, 9-10). En las cartas de san Pablo la encontramos dos veces. El Apóstol, comoacabamos de escuchar, se dirige a los Gálatas con estas palabras: «Comosois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clamaen nosotros: “¡Abba, Padre!”» (Ga 4, 6). Y en el centro del canto al EspírituSanto, que es el capítulo octavo de la Carta a los Romanos, afirma: «Nohabéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino quehabéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba,Padre!» (Rm 8, 15). El cristianismo no es una religión del miedo, sino de la

    confianza y del amor al Padre que nos ama. Estas dos densas afirmacionesnos hablan del envío y de la acogida del Espíritu Santo, el don delResucitado, que nos hace hijos en Cristo, el Hijo unigénito, y nos sitúa enuna relación filial con Dios, relación de profunda confianza, como la de los

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    niños; una relación filial análoga a la de Jesús, aunque sea distinto su origeny su alcance: Jesús es el Hijo eterno de Dios que se hizo carne, y nosotros,en cambio, nos convertimos en hijos en él, en el tiempo, mediante la fe y lossacramentos del Bautismo y la Confirmación; gracias a estos dossacramentos estamos inmersos en el Misterio pascual de Cristo. El EspírituSanto es el don precioso y necesario que nos hace hijos de Dios, que realiza

    la adopción filial a la que estamos llamados todos los seres humanos,porque, como precisa la bendición divina de la Carta a los Efesios, Dios «noseligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santose intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio deJesucristo (...) a ser sus hijos» (Ef 1, 4-5).Tal vez el hombre de hoy no percibe la belleza, la grandeza y el consueloprofundo que se contienen en la palabra «padre» con la que podemosdirigirnos a Dios en la oración, porque hoy a menudo no estásuficientemente presente la figura paterna, y con frecuencia incluso no es

    suficientemente positiva en la vida diaria. La ausencia del padre, elproblema de un padre que no está presente en la vida del niño, es un granproblema de nuestro tiempo, porque resulta difícil comprender en suprofundidad qué quiere decir que Dios es Padre para nosotros, De Jesúsmismo, de su relación filial con Dios podemos aprender qué significapropiamente «padre», cuál es la verdadera naturaleza del Padre que está enlos cielos. Algunos críticos de la religión han dicho que hablar del «Padre»,de Dios, sería una proyección de nuestros padres al cielo. Pero es verdad locontrario: en el Evangelio, Cristo nos muestra quién es padre y cómo es un

    verdadero padre; así podemos intuir la verdadera paternidad, aprendertambién la verdadera paternidad. Pensemos en las palabras de Jesús en elSermón de la montaña, donde dice: «Amad a vuestros enemigos y rezad porlos que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt  5,44-45). Es precisamente el amor de Jesús, el Hijo unigénito —que llega hastael don de sí mismo en la cruz— el que revela la verdadera naturaleza delPadre: Él es el Amor, y también nosotros, en nuestra oración de hijos,entramos en este circuito de amor, amor de Dios que purifica nuestrosdeseos, nuestras actitudes marcadas por la cerrazón, por la autosuficiencia,

    por el egoísmo típicos del hombre viejo.Así pues, podríamos decir que en Dios el ser Padre tiene dos dimensiones.Ante todo, Dios es nuestro Padre, porque es nuestro Creador. Cada uno denosotros, cada hombre y cada mujer, es un milagro de Dios, es querido porél y es conocido personalmente por él. Cuando en el Libro del Génesis  sedice que el ser humano es creado a imagen de Dios (cf. 1, 27), se quiereexpresar precisamente esta realidad: Dios es nuestro padre, para él nosomos seres anónimos, impersonales, sino que tenemos un nombre. Hayunas palabras en los Salmos que me conmueven siempre cuando las rezo:

    «Tus manos me hicieron y me formaron» (Sal 119, 73), dice el salmista. Cadauno de nosotros puede decir, en esta hermosa imagen, la relación personalcon Dios: «Tus manos me hicieron y me formaron. Tú me pensaste, mecreaste, me quisiste». Pero esto todavía no basta. El Espíritu de Cristo nos

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    abre a una segunda dimensión de la paternidad de Dios, más allá de lacreación, pues Jesús es el «Hijo» en sentido pleno, «de la misma naturalezadel Padre», como profesamos en el Credo. Al hacerse un ser humano comonosotros, con la encarnación, la muerte y la resurrección, Jesús a su vez nosacoge en su humanidad y en su mismo ser Hijo, de modo que tambiénnosotros podemos entrar en su pertenencia específica a Dios. Ciertamente,

    nuestro ser hijos de Dios no tiene la plenitud de Jesús: nosotros debemosllegar a serlo cada vez más, a lo largo del camino de toda nuestra existenciacristiana, creciendo en el seguimiento de Cristo, en la comunión con él paraentrar cada vez más íntimamente en la relación de amor con Dios Padre, quesostiene la nuestra. Esta realidad fundamental se nos revela cuando nosabrimos al Espíritu Santo y él nos hace dirigirnos a Dios diciéndole «¡Abba,Padre!». Realmente, más allá de la creación, hemos entrado en la adopcióncon Jesús; unidos, estamos realmente en Dios, somos hijos de un modonuevo, en una nueva dimensión.

    Ahora deseo volver a los dos pasajes de san Pablo, que estamosconsiderando, sobre esta acción del Espíritu Santo en nuestra oración;también aquí son dos pasajes que se corresponden, pero que contienen unmatiz diverso. En la Carta a los Gálatas , de hecho, el Apóstol afirma que elEspíritu clama en nosotros «¡Abba, Padre!»; en la Carta a los Romanos  diceque somos nosotros quienes clamamos «¡Abba, Padre!». Y san Pablo quieredarnos a entender que la oración cristiana nunca es, nunca se realiza ensentido único desde nosotros a Dios, no es sólo una «acción nuestra», sinoque es expresión de una relación recíproca en la que Dios actúa primero: es

    el Espíritu Santo quien clama en nosotros, y nosotros podemos clamarporque el impulso viene del Espíritu Santo. Nosotros no podríamos orar sino estuviera inscrito en la profundidad de nuestro corazón el deseo de Dios,el ser hijos de Dios. Desde que existe, el homo sapiens siempre está en buscade Dios, trata de hablar con Dios, porque Dios se ha inscrito a sí mismo ennuestro corazón. Así pues, la primera iniciativa viene de Dios y, con elBautismo, Dios actúa de nuevo en nosotros, el Espíritu Santo actúa ennosotros; es el primer iniciador de la oración, para que nosotros podamosrealmente hablar con Dios y decir «Abba» a Dios. Por consiguiente, su

    presencia abre nuestra oración y nuestra vida, abre a los horizontes de laTrinidad y de la Iglesia.Además —este es el segundo punto—, comprendemos que la oración delEspíritu de Cristo en nosotros y la nuestra en él, no es sólo un actoindividual, sino un acto de toda la Iglesia. Al orar, se abre nuestro corazón,entramos en comunión no sólo con Dios, sino también propiamente contodos los hijos de Dios, porque somos uno. Cuando nos dirigimos al Padreen nuestra morada interior, en el silencio y en el recogimiento, nuncaestamos solos. Quien habla con Dios no está solo. Estamos inmersos en la

    gran oración de la Iglesia, somos parte de una gran sinfonía que lacomunidad cristiana esparcida por todos los rincones de la tierra y en todoslos tiempos eleva a Dios; ciertamente los músicos y los instrumentos sondistintos —y este es un elemento de riqueza—, pero la melodía de alabanza

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    es única y en armonía. Así pues, cada vez que clamamos y decimos: «¡Abba,Padre!» es la Iglesia, toda la comunión de los hombres en oración, la quesostiene nuestra invocación, y nuestra invocación es invocación de la Iglesia.Esto se refleja también en la riqueza de los carismas, de los ministerios, delas tareas que realizamos en la comunidad. San Pablo escribe a los cristianosde Corinto: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay

    diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad deactuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos» (1 Co 12, 4-6). Laoración guiada por el Espíritu Santo, que nos hace decir «¡Abba, Padre!» conCristo y en Cristo, nos inserta en el único gran mosaico de la familia deDios, en el que cada uno tiene un puesto y un papel importante, enprofunda unidad con el todo.Una última anotación: también aprendemos a clamar «¡Abba, Padre!» conMaría, la Madre del Hijo de Dios. La plenitud de los tiempos, de la que hablasan Pablo en la Carta a los Gálatas  (cf. 4, 4), se realizó en el momento del

    «sí» de María, de su adhesión plena a la voluntad de Dios: «He aquí laesclava del Señor» (Lc 1, 38).Queridos hermanos y hermanas, aprendamos a gustar en nuestra oración la

     belleza de ser amigos, más aún, hijos de Dios, de poderlo invocar con laintimidad y la confianza que tiene un niño con sus padres, que lo aman.Abramos nuestra oración a la acción del Espíritu Santo para que clame ennosotros a Dios «¡Abba, Padre!» y para que nuestra oración cambie, para queconvierta constantemente nuestro pensar, nuestro actuar, de modo que seacada vez más conforme al del Hijo unigénito, Jesucristo. Gracias.

    TEXTO 8"ABBÁ"

     JUAN PABLO II1 de julio de 1987

    1. Posiblemente no haya una palabra que exprese mejor a autorrevelación deDios en el Hijo que la palabra “Abbá - Padre”. “Abbá” es una expresiónaramea, que se ha conservado en el texto griego del Evangelio de Marcos (14,36). Aparece precisamente cuando Jesús se dirige al Padre. Y aunque esta

    palabra se puede traducir a cualquier lengua, con todo, en labios de Jesús deNazaret permite percibir mejor su contenido único, irrepetible. 2. Efectivamente, “Abbá” expresa no sólo la alabanza tradicional de Dios “Yote doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (cf. Mt  11, 25), sino que,en labios de Jesús, revela asimismo la conciencia de la relación única yexclusiva  que existe entre el Padre y Él, entre Él y el Padre. Expresa la mismarealidad a la que alude Jesús de forma tan sencilla y al mismo tiempo tanextraordinaria con las palabras conservadas en el texto del Evangelio deMateo (Mt 11, 27) y también en el de Lucas (Lc  10, 22): “Nadie conoce al Hijo

    sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijoquisiere revelárselo”. Es decir, la palabra “Abbá”  no sólo manifiesta elmisterio de la vinculación recíproca entre el Padre y el Hijo, sino quesintetiza de algún modo toda la verdad de la vida íntima  de Dios en

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    su profundidad trinitaria : el conocimiento recíproco del Padre y del Hijo, delcual emana el eterno Amor.3. La palabra “Abbá”  forma parte del lenguaje de la familia y testimonia esaparticular comunión de personas  que existe entre el padre y el hijoengendrado por él , entre el hijo que ama al padre y al mismo tiempo esamado por él. Cuando, para hablar de Dios, Jesús utilizaba esta palabra,

    debía de causar admiración e incluso escandalizar a sus oyentes. Un israelitano la habría utilizado ni en la oración. Sólo quien se consideraba Hijo deDios en un sentido propio podría hablar así de Él y dirigirse a Él comoPadre.“Abbá”  es decir, “padre mío” , “papaíto ”, “papá”. 4. En un texto de Jeremías se habla de que Dios espera que se le invoquecomo Padre: “Vosotros me diréis: ‘padre mío’” ( Jer   3, 19). Es como unaprofecía que se cumpliría en los tiempos mesiánicos. Jesús de Nazaret la harealizado y superado al hablar de Sí mismo en su relación con Dios como deAquel que “conoce al Padre”, y utilizando para ello la expresión filial “Abbá”.

    Jesús habla constantemente del Padre, invoca al Padre como quien tienederecho a dirigirse a Él sencillamente con el apelativo: “Abbá-Padre mío”. 5. Todo esto lo han señalado los Evangelistas. En el Evangelio de Marcos, deforma especial, se lee que durante la oración en Getsemaní, Jesús exclamó:“Abbá, Padre, todo te es posible. Aleja de mí este cáliz; mas no sea lo que yoquiero, sino lo que tú quieras” (Mc  14, 36). El pasaje paralelo de Mateo  dice:“Padre mío”, o sea, “Abbá”, aunque no se nos transmita literalmente eltérmino arameo (cf. Mt  26, 39-42). Incluso en los casos en que el textoevangélico se limita a usar la expresión “Padre”, sin más (como en  Lc  22, 42

    y, además, en otro contexto, en Jn 12, 27), el contenido esencial es idéntico.6. Jesús fue acostumbrando a sus oyentes para que entendieran que en suslabios la palabra “Dios” y, en especial, la palabra “Padre”, significaba “Abbá - Padre mío”. Así, desde su infancia, cuando tenía sólo 12 años, Jesús dice asus padres que lo habían estado buscando durante tres días: “¿No sabíaisque es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?” (Lc  2, 49). Y al finalde su vida, en la oración sacerdotal  con la que concluye su misión, insiste enpedir a Dios: “Padre, ha llegado la hora, glorifica tu Hijo, para que tu Hijo teglorifique a ti” ( Jn 17, 1). “Padre Santo, guarda en tu nombre a éstos que me

    has dado” ( Jn 17, 11). “Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo teconocí...” ( Jn 17, 25). Ya en el anuncio de las realidades últimas, hecho con laparábola sobre el juicio final, se presenta como Aquel que proclama: “Venida mí, benditos de mi Padre...” (Mt  25, 34). Luego pronuncia en la cruz susúltimas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).Por último, una vez resucitado anuncia a los discípulos: “Yo os envío lapromesa de mi Padre” (Lc  24, 49).7. Jesucristo, que “conoce al Padre” tan profundamente, ha venido para “dara conocer su nombre a los hombres que el Padre le ha dado” (cf . Jn 17, 6)

    Un momento singular de esta revelación del Padre lo constituye la respuestaque da Jesús a sus discípulos cuando le piden: “Enséñanos a orar” (cf. Lc  11,1). Él les dicta entonces la oración que comienza con las palabras “Padrenuestro” (Mt 6, 9-13), o también “Padre” (Lc 11, 2-4). Con la revelación de esta

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    oración los discípulos descubren que ellos participan de un modo especialen la filiación divina, de la que el Apóstol Juan dirá en el prólogo de suEvangelio. “A cuantos le recibieron (es decir, a cuantos recibieron al Verboque se hizo carne), Jesús les dio poder de llegar a ser hijos de Dios” ( Jn 1,12). Por ello, según su propia enseñanza, oran con toda razón diciendo“Padre nuestro”. 

    8. Ahora bien, Jesús establece siempre una distinción entre “Padre mío”  y“Padre vuestro”. Incluso después de la resurrección, dice a María Magdalena:“Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y avuestro Dios” ( Jn 20, 17). Se debe notar, además, que en ningún pasaje delEvangelio se lee que Jesús recomendar los discípulos orar usando lapalabra“Abbá”.  Esta se refiere exclusivamente a su personal relación filialcon el Padre. Pero al mismo tiempo, el “Abbá” de Jesús es en realidad elmismo que es también “Padre nuestro”, como se deduce de la oraciónenseñada a los discípulos. Y lo es por participación  o, mejor dicho, por

    adopción, como enseñaron los teólogos siguiendo a San Pablo, que en laCarta a los Gálatas escribe: “Dios envió a su Hijo... para que recibiésemos laadopción” (Gál  4, 4 y s.; cf. S. Th. III q. 23, aa. 1 y 2).9. En este contexto conviene leer e interpretar también las palabras quesiguen en el mencionado texto de la Carta de Pablo a los Gálatas: “Y puestoque sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo queclama ‘Abbá, Padre’  (Gál  4, 6); y las de la Carta a los Romanos: “No habéisrecibido el espíritu de siervos... antes habéis recibido el espíritu deadopción, por el que clamamos: ‘Abbá, Padre’ ” (Rom 8, 15). Así, pues,

    cuando, en nuestra condición de hijos adoptivos (adoptados en Cristo):“hijos en el Hijo”, dice San Pablo (cf . Rom 8, 19), gritamos a Dios “Padre”,“Padre nuestro”, estas palabras se refieren al mismo Dios a quien Jesús conintimidad incomparable le decía: “Abbá..., Padre mío”. 

    TEXTO 9ASÍ ES NUESTRO DIOS: ES UN PAPÁ PARA NOSOTROS.

    PAPA FRANCISCO10 de abril de 2013  

    En la catequesis pasada nos detuvimos en el acontecimiento de laResurrección de Jesús, donde las mujeres tuvieron un papel especial. Hoyquisiera reflexionar sobre su alcance salvífico. ¿Qué significa la Resurrecciónpara nuestra vida? Y, ¿por qué sin ella es vana nuestra fe? Nuestra fe sefunda en la muerte y resurrección de Cristo, igual que una casa se asientasobre los cimientos: si ceden, se derrumba toda la casa. En la cruz, Jesús seofreció a sí mismo cargando sobre sí nuestros pecados y bajando al abismode la muerte, y en la Resurrección los vence, los elimina y nos abre elcamino para renacer a una vida nueva. San Pedro lo expresa sintéticamente

    al inicio de su Primera Carta, como hemos escuchado: «Bendito sea Dios,Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediantela resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para

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    una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable einmarcesible» (1, 3-4).El Apóstol nos dice que, con la resurrección de Jesús, acontece algoabsolutamente nuevo: somos liberados de la esclavitud del pecado y nosconvertimos en hijos de Dios, es decir, somos generados a una vida nueva.¿Cuándo se realiza esto por nosotros? En el Sacramento del Bautismo.

    Antiguamente, el Bautismo se recibía normalmente por inmersión. Quien ibaa ser bautizado bajaba a la gran pila del Baptisterio, dejando sus vestidos, yel obispo o el presbítero derramaba tres veces el agua sobre la cabeza,

     bautizándole en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Luego, el bautizado salía de la pila y se ponía la vestidura nueva, blanca: es decir,nacía a una vida nueva, sumergiéndose en la muerte y resurrección deCristo. Se convertía en hijo de Dios. San Pablo en la Carta a losRomanos  escribe: vosotros «habéis recibido un espíritu de hijos de Dios, enel que clamamos: “¡Abba, Padre!”» (Rm  8, 15). Es precisamente el Espíritu

    que hemos recibido en el Bautismo que nos enseña, nos impulsa, a decir aDios: «Padre», o mejor, «Abba!» que significa «papá». Así es nuestro Dios: esun papá para nosotros. El Espíritu Santo realiza en nosotros esta nuevacondición de hijos de Dios. Este es el más grande don que recibimos delMisterio pascual de Jesús. Y Dios nos trata como a hijos, nos comprende,nos perdona, nos abraza, nos ama incluso cuando nos equivocamos. Ya en elAntiguo Testamento, el profeta Isaías afirmaba que si una madre se olvidaradel hijo, Dios no se olvida nunca de nosotros, en ningún momento (cf. 49,15). ¡Y esto es hermoso!

    Sin embargo, esta relación filial con Dios no es como un tesoro queconservamos en un rincón de nuestra vida, sino que debe crecer, debe seralimentada cada día con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, laparticipación en los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía,y la caridad. Nosotros podemos vivir como hijos. Y esta es nuestra dignidad—nosotros tenemos la dignidad de hijos—, comportarnos como verdaderoshijos. Esto quiere decir que cada día debemos dejar que Cristo nostransforme y nos haga como Él; quiere decir tratar de vivir como cristianos,tratar de seguirle, incluso si vemos nuestras limitaciones y nuestras

    debilidades. La tentación de dejar a Dios a un lado para ponernos a nosotrosmismos en el centro está siempre a la puerta, y la experiencia del pecadohiere nuestra vida cristiana, nuestro ser hijos de Dios. Por esto debemostener la valentía de la fe y no dejarnos guiar por la mentalidad que nos dice:«Dios no sirve, no es importante para ti», y así sucesivamente. Esprecisamente lo contrario: sólo comportándonos como hijos de Dios, sindesalentarnos por nuestras caídas, por nuestros pecados, sintiéndonosamados por Él, nuestra vida será nueva, animada por la serenidad y por laalegría. ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!

    Queridos hermanos y hermanas, debemos tener nosotros, en primer lugar, bien firme esta esperanza y debemos ser de ella un signo visible, claro,luminoso para todos. El Señor resucitado es la esperanza que nunca decae,que no defrauda (cf. Rm 5, 5). La esperanza no defrauda. ¡La esperanza del

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    Señor! Cuántas veces en nuestra vida las esperanzas se desvanecen, cuántasveces las expectativas que llevamos en el corazón no se realizan. Nuestraesperanza de cristianos es fuerte, segura, sólida en esta tierra, donde Diosnos ha llamado a caminar, y está abierta a la eternidad, porque está fundadaen Dios, que es siempre fiel. No debemos olvidar: Dios es siempre fiel; Dioses siempre fiel con nosotros. Que haber resucitado con Cristo mediante el

    Bautismo, con el don de la fe, para una herencia que no se corrompe, noslleve a buscar mayormente las cosas de Dios, a pensar más en Él, a orarlemás. Ser cristianos no se reduce a seguir los mandamientos, sino que quieredecir ser en Cristo, pensar como Él, actuar como Él, amar como Él; es dejarque Él tome posesión de nuestra vida y la cambie, la transforme, la libere delas tinieblas del mal y del pecado.Queridos hermanos y hermanas, a quien nos pida razón de la esperanza queestá en nosotros (cf. 1 P  3, 15), indiquemos al Cristo resucitado.Indiquémoslo con el anuncio de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida

    de resucitados. Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, la libertad que nosda el vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la que nos salva  de laesclavitud del mal, del pecado, de la muerte. Miremos a la Patria celestial:tendremos una nueva luz también en nuestro compromiso y en nuestrasfatigas cotidianas. Es un valioso servicio que debemos dar a este mundonuestro, que a menudo no logra ya elevar la mirada hacia lo alto, no logra yaelevar la mirada hacia Dios.

    TEXTO 10EL PAN SUCIO DE LA CORRUPCIÓNPAPA FRANCISCO

    8 de noviembre de 2013Los administradores corruptos «devotos del dios soborno» cometen un«pecado grave contra la dignidad» y dan de comer «pan sucio» a sus propioshijos: a esta «astucia mundana» se debe responder con la «astucia cristiana»que es «un don del Espíritu Santo». Lo dijo el Papa Francisco en la homilíade la misa que celebró el viernes 8 de noviembre, por la mañana, en la

    capilla de la Casa de Santa Marta, en la que propuso una reflexión sobre lafigura del administrador deshonesto descrita en el pasaje evangélico de sanLucas (16, 1-8).«El Señor —dijo el Papa—  vuelve una vez más a hablarnos del espíritu delmundo, de la mundanidad: cómo actúa esta mundanidad y cuán peligrosaes. Y Jesús, precisamente Él, en la oración después de la cena del Juevessanto oraba al Padre para que sus discípulos no cayeran en la mundanidad»,en el espíritu del mundo.La mundanidad, recalcó el Pontífice, «es el enemigo». Y es precisamente «la

    atmósfera, el estilo de vida» característico de la mundanidad —o sea el«vivir según los “valores” del mundo»— lo que «tanto agrada al demonio».Por lo demás «cuando pensamos en nuestro enemigo pensamos primero enel demonio, porque es justamente el que nos hace mal».

  • 8/20/2019 VIII Domingo Después de Pentecostés. Forma Extraordinaria del Rito Romano. Sugerencias para la homilía

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    «Un ejemplo de mundanidad» es el administrador descrito en la páginaevangélica. «Alguno de vosotros —observó el Pontífice—  podrá decir: peroeste hombre hizo lo que hacen todos». En realidad «¡todos no!»; éste es elmodo de actuar de «algunos administradores, administradores de empresas,administradores públicos, algunos administradores del gobierno. Quizá noson tantos». En concreto «es un poco la actitud del camino más breve, más

    cómodo para ganarse la vida». El Evangelio relata que «el amo alabó aladministrador deshonesto». Y ésta —comentó el Papa— «es una alabanza alsoborno. El hábito de los sobornos es un hábito mundano y fuertementepecador». Ciertamente es una actitud que no tiene nada que ver con Dios.En efecto, prosiguió el Papa, «Dios nos ha mandado: llevar el pan a casa connuestro trabajo honesto». En cambio, «este administrador daba de comer asus hijos pan sucio. Y sus hijos, tal vez educados en colegios costosos, talvez crecidos en ambientes cultos, lo habían recibido de su papá comocomida sucia. Porque su papá llevando pan sucio a casa hab