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Y es que al tiempo que las ciudades del mundo contemporáneo, se han vuelto crecientemente complejas, con ello pareciera que junto a sus innegables virtudes, avanzaran y se desdoblaran, lamentablemente, males que las van haciendo inhóspitas en más de un sentido. Esa hostilidad toma cuerpo en las formas mismas en las que se materializa la ocasión para formar parte de la vida urbana: grandes e impresionantes circuitos viales que no admiten el paso del transeúnte no suicida, colonias cerradas y fraccionamientos privados, recelosos de todo aquel que no ha sido rigurosa y tramitosamente bienvenido, montados sobre ancestrales barrios y vecindades donde cada día se compartían anteriormente, desde los tendederos hasta la fiesta popular en turno, el velorio o la “cascarita” en la calle. Las de hoy son ciudades que suelen marcar su progreso urbanístico a favor del interminable soliloquio en el auto privado y los grandes recorridos diarios en contra del tiempo vital de cada uno; ciudades de multifamiliares y edificios departamentales en los que confundidos, solemos felicitarnos de no conocer a nuestros vecinos, donde el gris se suma cada vez más al gris que antes era tan verde, tan transparente y tan lleno de horizonte. Nuestras ciudades crecen a paso acelerado sobre territorios virtualmente finitos, desencadenando procesos cada vez más excluyentes, pero también exclusivos en el uso y disfrute de la ciudad. Construimos ciudades fragmentadas pero también desmesuradamente extendidas, cada vez más pobladas pero cada vez más segregadoras y diferenciadas, en las que junto con el menoscabo de la premisa del bienestar privado de la mayor parte de sus habitantes, el espacio público ha perdido muchas e importantes batallas. La pérdida de oportunidad que han tenido las ciudades contemporáneas para ser reconcebidas y asumidas por sus habitantes como bienes públicos, ha permitido a su vez que los mercados inmobiliarios se dediquen a satisfacer o ¿imponer? Justamente modelos urbanos en los que ese espacio público no encuentra suficiente razón de ser. El reto de toda política pública abiertamente comprometida con la viabilidad misma de las ciudades así como de todo ciudadano conciente es reconsiderar los impactos adversos que abona la inercia en curso. Retomar la noción de que la ciudad en la que vivimos es de todos, amplía los horizontes y las capacidades de articular políticas y acciones que logren convertirse en potencialidades para beneficio común, y a nuestras ciudades en los bienes públicos que deberían ser. Urge una plataforma inicial dirigida a la recuperación de las capacidades de encuentro, de corresponsabilidad y participación activa de sus habitantes, una plataforma que permita que el sentido de pertenencia e inclusión derive en orgullo de los ciudadanos acerca de lo que su ciudad alberga y da. Es ante este escenario que resulta urgente reformular la importancia que tiene la recuperación de la calidad del espacio público en nuestras ciudades. La calle, la avenida, el parque, los jardines y las plazas públicas, pero también, porqué no, todos aquellos lugares que, como las bibliotecas y deportivos públicos, los paraderos de autobús público, las casas de cultura, abocados al encuentro social, donde nos divertimos, estudiamos, nos ejercitamos y resolvemos un mil asuntos de la vida cotidiana, deben ser revisados y rehabilitados. En un primer caso, en aras de brindar seguridad, oferta diversificada y calificada de servicios, espacios acompañados de verde suficiente, adecuadamente forestadas, facilidades de acceso, etc. En un segundo caso, igualmente importante, para “volver” a ser parte sustantiva de nuestras ciudades; tomar cuerpo creciente en ellas en cuanto a su dotación de contenidos como por su número y dimensiones por persona y/o kilómetro cuadrado, de manera de resarcir el atraso que actualmente presentan en este tipo de indicadores, que sin duda, Boletín N o 3. Mayo 2008 Ciudades que futuro El espacio público en las ciudades contemporáneas: ¿un bien a reconstruir? Claudia Lorena Galindo Las de hoy son ciudades que suelen marcar su progreso urbanístico a favor del interminable soliloquio en el auto privado y los grandes recorridos diarios en contra del tiempo vital de cada uno – Las ciudades, espacios construidos por siglos para habilitar la convivencia y el intercambio social en nuestro planeta y sustrato físico de las más variadas y valiosas formas de civilización humana son en la actualidad objeto de incisivos y legítimos cuestionamientos que en buena medida guardan relación particular con esas, sus más nobles capacidades fundacionales: las de dar oportunidad para el encuentro y la concertación ciudadana a favor del derecho de todos a acceder a una cada vez mejor calidad de vida y un auténtico sentido de pertenencia. buscan

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Y es que al tiempo que las ciudades del mundo contemporáneo, se han vuelto crecientemente complejas, con ello pareciera que junto a sus innegables virtudes, avanzaran y se desdoblaran, lamentablemente, males que las van haciendo inhóspitas en más de un sentido.

Esa hostilidad toma cuerpo en las formas mismas en las que se materializa la ocasión para formar parte de la vida urbana: grandes e impresionantes circuitos viales que no admiten el paso del transeúnte no suicida, colonias cerradas y fraccionamientos privados, recelosos de todo aquel que no ha sido rigurosa y tramitosamente bienvenido, montados sobre ancestrales barrios y vecindades donde cada día se compartían anteriormente, desde los tendederos hasta la fiesta popular en turno, el velorio o la “cascarita” en la calle. Las de hoy son ciudades que suelen marcar su progreso urbanístico a favor del interminable soliloquio en el auto privado y los grandes recorridos diarios en contra del tiempo vital de cada uno; ciudades de multifamiliares y edificios departamentales en los que confundidos, solemos felicitarnos de no conocer a nuestros vecinos, donde el gris se suma cada vez más al gris que antes era tan verde, tan transparente y tan lleno de horizonte.

Nuestras ciudades crecen a paso acelerado sobre territorios virtualmente finitos, desencadenando procesos cada vez más excluyentes, pero también exclusivos en el uso y disfrute de la ciudad. Construimos ciudades fragmentadas pero también desmesuradamente extendidas, cada vez más pobladas pero cada vez más segregadoras y diferenciadas, en las que junto con el menoscabo de la premisa del bienestar privado de la mayor parte de sus habitantes, el espacio público ha perdido muchas e importantes batallas.

La pérdida de oportunidad que han tenido las ciudades contemporáneas para ser reconcebidas y asumidas por sus habitantes como bienes públicos, ha permitido a su vez que los mercados inmobiliarios se dediquen a satisfacer o ¿imponer? Justamente modelos urbanos en los que ese espacio público no encuentra suficiente razón de ser.

El reto de toda política pública abiertamente comprometida con la viabilidad misma de las ciudades así como de todo ciudadano conciente es reconsiderar los impactos adversos que abona la inercia en curso.

Retomar la noción de que la ciudad en la que vivimos es de todos, amplía los horizontes y las capacidades de articular políticas y acciones que logren convertirse en potencialidades para beneficio común, y a nuestras ciudades en los bienes públicos que deberían ser.

Urge una plataforma inicial dirigida a la recuperación de las capacidades de encuentro, de corresponsabilidad y participación activa de sus habitantes, una plataforma que permita que el sentido de pertenencia e inclusión derive en orgullo de los ciudadanos acerca de lo que su ciudad alberga y da. Es ante este escenario que resulta urgente reformular la importancia que tiene la recuperación de la calidad del espacio público en nuestras ciudades.

La calle, la avenida, el parque, los jardines y las plazas públicas, pero también, porqué no, todos aquellos lugares que, como las bibliotecas y deportivos públicos, los paraderos de autobús público, las casas de cultura, abocados al encuentro social, donde nos divertimos, estudiamos, nos ejercitamos y resolvemos un mil asuntos de la vida cotidiana, deben ser revisados y rehabilitados. En un primer caso, en aras de brindar seguridad, oferta diversificada y calificada de servicios, espacios acompañados de verde suficiente, adecuadamente forestadas, facilidades de acceso, etc. En un segundo caso, igualmente importante, para “volver” a ser parte sustantiva de nuestras ciudades; tomar cuerpo creciente en ellas en cuanto a su dotación de contenidos como por su número y dimensiones por persona y/o kilómetro cuadrado, de manera de resarcir el atraso que actualmente presentan en este tipo de indicadores, que sin duda, hacen de la vida en las ciudades algo digno.

El éxito de este esfuerzo, sin embargo, estará en función de la capacidad de ir fortaleciendo, estrategias que permitan “hacer ciudad” sobre la ciudad construida, como lo señala Jordy Borja.

Claudia Lorena Galindo, es miembro de CEGAM. Economista con estudios de maestría en desarrollo urbano y amplia experiencia en gestión pública.

Boletín No 3. Mayo 2008

Ciudades que

futuro

El espacio público en las ciudades contemporáneas: ¿un bien a reconstruir?

Claudia Lorena Galindo

Las de hoy son ciudades que suelen marcar su progreso urbanístico a favor del interminable soliloquio en el auto privado y los grandes recorridos diarios en contra del tiempo vital de cada uno –

Las ciudades, espacios construidos por siglos para habilitar la convivencia y el intercambio social en nuestro planeta y sustrato físico de las más variadas y valiosas formas de civilización humana son en la actualidad objeto de incisivos y legítimos cuestionamientos que en buena medida guardan relación particular con esas, sus más nobles capacidades fundacionales: las de dar oportunidad para el encuentro y la concertación ciudadana a favor del derecho de todos a acceder a una cada vez mejor calidad de vida y un auténtico sentido de pertenencia.

buscan