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SEGON A L ECTURA DE LLENGUA CA STELLANA NO PASA NADA… Al entrar ese lunes en lo que se suponía tenía que ser el espacio reservado a pupitres, estanterías rebosantes de libros, pizarra digital, láminas educativas y demás elementos propios de una clase cualquiera y ver solo el vacío, Judit ni se inmutó. Se desplazó hacia el centro del aula desnuda, se acurrucó sobre sí misma y murmuró: <<No pasa nada…>>. Y es que a Judit le daba igual que su clase hubiera desaparecido. De hecho, siempre adoptaba la misma actitud ante cualquier situación adversa que la vida le presentaba… Cuando Joan Pau, su padre, la amonestaba severamente porque su habitación estaba siempre desordenada, patas arriba y parecía una pocilga, Judit respondía desde el sofá con total parsimonia, <<No pasa nada…>>; cuando Núria, su sufrida madre, le indicaba que ya estaba harta de tener que lavar su ropa siempre manchada de chocolate, tomate y otras sustancias pegajosas que en lugar de acabar en su boca terminaban sobre jerséis y blusas, Judit respondía perezosamente, mientras comía un cremoso helado de chocolate a puñados, <<No pasa nada…>>. Su profesor, Ramon, se quedaba sin voz a menudo al tener que repetirle iracundo, por activa y por pasiva, que le era muy necesario estar atenta. Ella, con una cachaza impresionante, replicaba con la cabeza apoyada en la mano <<No pasa nada…>>. Judit tenía la facultad de no percibir jamás de los jamases la sensación de tener un nudo en el estómago cuando una situación comprometida o de cierto riesgo se le avecinaba: no se preocupaba por nada. Nunca había tenido que fruncir el ceño porque conservaba siempre una expresión angelical, con una mueca a medio camino entre la sonrisa amable y la burla. Nunca sabías si Judit te estaba escuchando o no.

Lectura segona castellà

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Page 1: Lectura segona castellà

S E G O N A L E C T U R A D EL L E N G U A C A S T E L L A N A

N O PA S A N A D A …Al entrar ese lunes en lo que se suponía tenía que ser el espacio reservado a pupitres,

estanterías rebosantes de libros, pizarra digital, láminas educativas y demás elementos propios de

una clase cualquiera y ver solo el vacío, Judit ni se inmutó. Se desplazó hacia el centro del aula

desnuda, se acurrucó sobre sí misma y murmuró: <<No pasa nada…>>. Y es que a Judit le daba

igual que su clase hubiera desaparecido. De hecho, siempre adoptaba la misma actitud ante cualquier

situación adversa que la vida le presentaba… Cuando Joan Pau, su padre, la amonestaba

severamente porque su habitación estaba siempre desordenada, patas arriba y parecía una pocilga,

Judit respondía desde el sofá con total parsimonia, <<No pasa nada…>>; cuando Núria, su sufrida

madre, le indicaba que ya estaba harta de tener que lavar su ropa siempre manchada de chocolate,

tomate y otras sustancias pegajosas que en lugar de acabar en su boca terminaban sobre jerséis y

blusas, Judit respondía perezosamente, mientras comía un cremoso helado de chocolate a puñados,

<<No pasa nada…>>. Su profesor, Ramon, se quedaba sin voz a menudo al tener que repetirle

iracundo, por activa y por pasiva, que le era muy necesario estar atenta. Ella, con una cachaza

impresionante, replicaba con la cabeza apoyada en la mano <<No pasa nada…>>.

Judit tenía la facultad de no percibir jamás de los jamases la sensación de tener un nudo en el estómago cuando una situación comprometida o de cierto riesgo se le avecinaba: no se preocupaba

por nada. Nunca había tenido que fruncir el ceño porque conservaba siempre una expresión

angelical, con una mueca a medio camino entre la sonrisa amable y la burla. Nunca sabías si Judit te

estaba escuchando o no.

Una vez examinada el aula, Judit se levantó de la posición fetal que había adoptado en mitad de

la clase y se dispuso a desandar sus pasos para volver a casa y poder disfrutar de un lunes festivo,

sin agobios ni deberes. Puesto que todo había desaparecido, no iba a ser ella quien se preocupase

por lo que le hubiera podido suceder a la escuela.

Al abandonar el aula de sexto, sin embargo, el colegio pareció cobrar vida… Minutos antes, Judit

había entrado atropelladamente en el Jaume Miret pensando que llegaba tarde a la primera clase de

la mañana, temiéndose lo peor, y viendo en su retina la iracunda cara encendida de su maestro.

Ahora, al poner el primer pie en el pasillo, todo volvía a parecer normal. Judit cerró la puerta de su

aula y se dirigió hacia la salida. Esperaba no ser vista por nadie. El destino, sin embargo, le tenía

reservado un encuentro con tres personas…

Page 2: Lectura segona castellà

Al girar, al final del pasillo, la niña casi chocó con el señor Ramon, su maestro. No llegó a

tropezar con él, pero sí se quedaron mirando mutuamente. Judit empezó a morderse las uñas

esperando lo peor… Lógicamente, Judit se preparó para recibir la bronca correspondiente a su

ausencia de clase a aquellas horas. Tenía que ser fuerte y tratar de sobreponerse al chaparrón de

gritos que se avecinaba. Contrariamente a lo que ella esperaba recibir, el maestro se la quedó

mirando con cara de estupefacción, como si no supiera qué decir. Fue entonces cuando Judit,

sorprendida, le dijo al profesor: <<Señor Ramon, ¿no va usted a decirme nada?>>. El maestro, con

expresión cándida, simplemente dio respuesta a la pregunta formulada: <<Por supuesto, querida

Júlia… ¡No pasa nada!>>.

La niña salió corriendo del colegio, desconcertada ante lo que le acababa de suceder… ¡Era

imposible que el maestro la hubiese dejado marchar con total impunidad, sin tan siquiera espetarle

una de sus sonoras broncas!

Judit llegó a casa sobresaltada, con el corazón en un puño. Accedió al recibidor y, ya desde allí,

percibió un ligero aroma similar al que emana del chocolate caliente, recién hecho. La muchacha

asomó la nariz a la puerta del comedor y, entonces, contempló una escena dantesca: todo,

absolutamente todo, televisor, cuadros, chimenea, alfombra, paredes… Todo era como una enorme

pintura surrealista sin sentido, hecha con manchurrones de fresa, chocolate y tomate frito. Judit quedó

consternada, con la boca abierta y los ojos desorbitados: en el centro de la sala de estar, repantigada

en el sofá, estaba su querida madre, con un bote de diez quilos de helado de chocolate, intentado

hablarle pero ahogada a la vez en litros y litros de cremoso helado. Cuando Judit quiso preguntarle

qué demonios era aquello solo logró captar lo que su madre se esforzaba en farfullar: <<No paha naa,

Hudit…>>.

En ese momento Judit bajó los brazos. Se dispuso a subir a su habitación para tumbarse en la

cama y tratar de dormir un poco para olvidar toda la locura que había vivido esa mañana: la clase

vacía, su maestro convertido en un ser amable, su madre transformada en una sucia foca

comehelados... Sin embargo, cuando se apoyó en la baranda de madera y escaló el primer peldaño

se detuvo enseguida. Algo le dijo que no debía entrar en su habitación porque, siguiendo el hilo de lo

ocurrido, seguramente allí encontraría a Joan Pau, su padre. Judit supo en un santiamén qué le diría y

en qué estado se encontraría su cuarto…

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