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TERRORISMO Y COMUNISMO León Trotsky Fundación Federico Engels olección Clásicos del Marxismo Primera edición: junio 2005 © 2005, Fundación Federico Engels ISBN: 84-96276-07-4 Depósito Legal: M-25235-2005 Impreso en España - Printed in Spain Publicado y distribuido por la Fundación Federico Engels C/ Hermanos del Moral 33, bajo 28019 Madrid Teléfono: 914 283 870 · Fax: 914 283 871 E-mail: [email protected] · Web: www.engels.org

Terrorismo y comunismo. león trotsky

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TERRORISMOY COMUNISMO

León Trotsky

Fundación Federico Engels

olección Clásicos del Marxismo

Primera edición: junio 2005

© 2005, Fundación Federico Engels

ISBN: 84-96276-07-4Depósito Legal: M-25235-2005Impreso en España - Printed in Spain

Publicado y distribuido por la Fundación Federico EngelsC/ Hermanos del Moral 33, bajo28019 MadridTeléfono: 914 283 870 · Fax: 914 283 871E-mail: [email protected] · Web: www.engels.org

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Índice

Prólogo. Un clásico del marxismo revolucionario . . . 7

Prefacio del Autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

I. La correlación de fuerzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29II. La dictadura del proletariado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

III. La democracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45O democracia o guerra civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45El renacimiento imperialista de la democracia . . . . . . . . . 48Metafísica de la democracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53La Asamblea Constituyente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58

IV. El terrorismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63La libertad de prensa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73La influencia de la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

V. La Comuna de París y la Rusia de los Sóviets . . . . . . . 83Los partidos socialistas de la Comunano estaban preparados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83La Comuna de París y el terrorismo . . . . . . . . . . . . . . . . . 87El Comité Central Absoluto y la Comuna ‘democrática’ . 91La Comuna democrática y la dictadura revolucionaria . . . 93El obrero parisiense de 1871.El proletario petersburgués de 1917 . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

VI. Marx y Kautsky . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105VII. La clase obrera y su política sovietista . . . . . . . . . . . . . 113

El proletariado ruso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113Los sóviets, los sindicatos y el partido . . . . . . . . . . . . . . . . 119Política seguida con respecto al campesinado . . . . . . . . . . 126El Poder Soviético y los especialistas . . . . . . . . . . . . . . . . . 130La política internacional del Poder Soviético . . . . . . . . . . 134

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VIII. Las cuestiones de organización del trabajo . . . . . . . . . 141El Poder Soviético y la industria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141Informe sobre la organización del trabajo . . . . . . . . . . . . . 145El trabajo obligatorio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146La militarización del trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150Los ejércitos del trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162El plan económico único . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168Dirección colectiva y dirección unipersonal . . . . . . . . . . . 171Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176

IX. Carlos Kautsky, su escuela y su libro . . . . . . . . . . . . . . 187

ApéndicesI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197

II. Francia en la encrucijada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200III. Prefacio a la segunda edición inglesa (extractos) . . . . 217

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PRÓLOGO

Un clásico del marxismo revolucionario

La primavera y el verano de 1918 fueron extraordina-riamente difíciles para nosotros (...). A ratos parecíacomo si todo se desmoronase, como si no hubiera nadasobre lo que apoyarse. No estábamos seguros de queaquel país agotado, devastado, desesperado, tuvierabastantes fuerzas como para sostener el nuevo régimen,ni siquiera para salvar la independencia frente a cual-quier invasor.

León Trotsky, Mi Vida

Mostradme otro hombre capaz de organizar en un añoun ejército ejemplar y además conseguir el reconoci-miento de los especialistas militares.

Palabras de Lenin citadas en las memorias deMáximo Gorki

La I Guerra Mundial, una carnicería organizada por las potencias im-perialistas para repartirse el mundo, había colocado a la civilizaciónal borde del colapso. Millones de proletarios y campesinos de todaEuropa dejaron sus vidas en las trincheras para beneficio de un pu-ñado de capitalistas, respaldados por los “democráticos” parlamen-tos de sus respectivos países y los no menos “democráticos” partidosde la burguesía y la socialdemocracia.

El triunfo de Octubre, producto directo de la guerra, provocó lareacción militar contra la revolución por parte de todos los imperia-listas de Europa. Una santa alianza que incluía desde Alemania, a la

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civilizada Francia y la democrática Gran Bretaña. Todos unidos con-tra la revolución y sobre todo contra la amenaza de su contagio.

El proletariado ruso tuvo que soportar, después de una cruel gue-rra imperialista, la invasión de 21 ejércitos extranjeros que intentaronaplastar sus conquistas revolucionarias y liquidar el régimen de losSóviets. Combatiendo directamente al joven estado obrero, o bienrespaldando a las bandas de los contrarrevolucionarios blancos, losdefensores de los terratenientes, de la autocracia zarista y de los co-merciantes e industriales enriquecidos con el negocio de la guerra,ensangrentaron el territorio de la república soviética

Al cabo de tres años de encarnizados combates, las fuerzas de lacontrarrevolución sufrieron una derrota humillante. ¿Cómo se pue-de explicar que un Estado obrero en un país atrasado, colapsadoeconómicamente, con una tecnología arruinada, pudiese vencer laacción combinada de potencias militares económicas mucho másdesarrolladas?

LA REVOLUCIÓN, AMENAZADA

En la primavera de 1918 una gran parte del territorio ruso estaba ocu-pado por fuerzas militares hostiles a la revolución. Los alemanes do-minaban Polonia, Lituania, Letonia, Bielorrusia, y un buen pedazo deRusia. Ucrania se había convertido en una colonia de Austria y Ale-mania gracias a la colaboración de los nacionalistas burgueses de laRada ucraniana.

En abril, los japoneses entraron en Vladivostok y se estableció un“Gobierno Panruso” en Omsk, que al cabo de dos meses fue derroca-do por un golpe que colocó al almirante Kolchak como dictador. Pocomás tarde, en el verano de 1918, los cuerpos de tropa checoslovacos,compuestos por prisioneros de guerra, se sublevaron a instancia delalto mando francés y del británico. En el sur del país se atizaba la su-blevación de los blancos comandados por Krásnov y en los Urales lastropas de Dutov combatían la revolución, mientras en el norte los bri-tánicos ocupaban Murmansk y Arjangelsk.

En ese momento el territorio ocupado por la República de los Só-viets estaba limitado al antiguo Principado de Moscú y las fuerzas dela contrarrevolución amenazaban Petrogrado.

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PRÓLOGO 9

Pronto, las masas de campesinos rusos comprendieron en su pro-pia carne que los objetivos de guerra de los guardias blancos y susgenerales zaristas no eran otros que reponer en el poder a los anti-guos terratenientes y su régimen de servidumbre y opresión que tanbien conocían.

Durante meses la revolución se encontró al borde del abismo. Losejércitos blancos, aprovechándose de la desorganización de los restosdel antiguo Ejército, infligieron derrotas importantes a los bolchevi-ques: la toma de Kazan primero y posteriormente de Simbirsk fue ungolpe muy duro; más tarde le llegó el turno a Nizhni-Nóvgorod, conlo que el camino a Moscú estaba despejado para las tropas blancas.

Y sin embargo la revolución se salvó.En aquellos momentos críticos el partido bolchevique emprendió

la movilización de las mejores fuerzas de la clase obrera y de los cam-pesinos, de la juventud y de las mujeres, en la defensa militar del ré-gimen soviético, al tiempo que organizaba una intensa campaña deagitación entre el proletariado europeo para socavar la acción de losimperialistas y dar un impulso a la revolución europea.

La construcción de un nuevo ejército revolucionario desde unabase tan precaria suponía una tarea titánica; para lograrlo, los bolche-viques y Lenin en particular, confiaron este objetivo a la misma per-sona que había dirigido la insurrección de Octubre al frente del Co-mité Militar Revolucionario; esa persona era León Trotsky.

EL PAPEL DE LA VIOLENCIA EN LA HISTORIA

El marxismo nunca ha dejado de explicar que la violencia ha jugadoy juega un papel fundamental en las relaciones sociales. Ninguna cla-se dominante se sostiene en el poder sin recurrir a la violencia y sincrear consecuentemente un aparato represivo en defensa de sus inte-reses de clase. La burguesía ha perfeccionado durante siglos este apa-rato de represión y coerción: ejército, policía, cárceles, jueces, todo esaestructura al servicio del capital, que conforma el aparato del Estadoburgués y que está consagrada a perpetuar la explotación del hombrepor el hombre. Lógicamente la clase dominante envuelve su posiciónen la supuesta defensa de la democracia y la civilización... mientrasle es útil; cuando la movilización del proletariado amenaza los pun-

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tos vitales de su poder, abandona sin el menor prejuicio su careta de-mocrática y se lanza a una política de represión y violencia extrema.España en 1936, Indonesia en 1965, Chile en 1973 o Argentina en 1976son algunos ejemplos sobresalientes, pero la lista es interminable.

A pesar de esta realidad incontestable muchos dirigentes obrerosque actúan como filisteos en las filas de los trabajadores no se cansande demostrar con todo tipo de hechos su disposición a colaborar conla burguesía, al tiempo que condenan “la violencia venga de dondevenga”. Estos dirigentes de hoy, los mismos que apoyaron o se inhi-bieron en el ataque imperialista a Yugoslavia o contra el pueblo deIraq, por poner dos ejemplos, son los herederos de aquellos socialde-mócratas que votaron los créditos de guerra en 1914 justificando lamatanza imperialista y, que, como Kautsky o Bernstein, condenaronla revolución rusa por “antidemocrática”.

Por el contrario, los marxistas siempre hemos defendido el dere-cho que asiste a la clase trabajadora y a los pueblos a luchar contra laopresión del capital y a liberarse de las cadenas que la burguesía im-pone al género humano. Nuestra posición respecto a la violencia notiene nada que ver con una visión moral ideal, ni con el imperativocategórico de Kant. En una sociedad de clases tomamos posición, eneste asunto como en todos los demás, en función de los intereses declase que están en juego: En la guerra, los marxistas siempre se posi-cionan con las aspiraciones de los oprimidos.

La clase obrera a lo largo de su historia ha desarrollado métodospara combatir a la burguesía: las manifestaciones, las huelgas, lasocupaciones de fábricas, las huelgas generales y la insurrección. Harealizado propaganda socialista y antimilitarista entre los soldados ycreado comités de autodefensa contra las agresiones de las bandasfascistas, que en momentos determinados alcanzaron un tamaño con-siderable, como en España o Alemania en los años treinta. Pero todosestos métodos, para que se que conviertan en instrumentos útilespara los trabajadores, tienen que estar al servicio de una política re-volucionaria.

Los bolcheviques comprendían en su totalidad el papel de la vio-lencia y la guerra en la lucha de clases. Tomando como punto de par-tida la brillante frase de Clausewitz, “la guerra es la continuación dela política por otros medios”, nunca confiaron en la bondad de la bur-guesía para resolver los conflictos sociales.

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PRÓLOGO 11

LA FORMACIÓN DEL EJÉRCITO ROJO

Desde 1905 los bolcheviques poseían una organización militar propiaque se orientaba, fundamentalmente, a la propaganda revolucionariaentre las tropas. Después de la revolución de Febrero de 1917 los bol-cheviques fueron ganando influencia entre los soldados, lo que equi-valía a ganarla dentro del campesinado, y la existencia de la organi-zación militar permitió una selección de los primeros cuadros queposteriormente jugaron un papel decisivo en Octubre. La organiza-ción militar bolchevique extendió su influencia, primero en Petrogra-do y sobre todo en el frente norte y en la flota del Báltico. El 15 deabril de 1917 apareció el primer número del diario La verdad del solda-do, órgano central de la organización militar. En el congreso de orga-nizaciones militares que se celebró el 16 de julio en Petrogrado estu-vieron presentes representantes de 500 unidades, que contaban conunos efectivos de 30.000 bolcheviques. La organización militar llevóa cabo directamente la insurrección, bajo la dirección del Comité Mi-litar Revolucionario, presidido por Trotsky.

Sin embargo, las dificultades para poner en pie un ejército revo-lucionario con el que combatir a la contrarrevolución zarista y a susaliados imperialistas eran muy importantes. La revolución surgiódirectamente de la guerra, de un ejército deshecho que ansiaba lapaz. Este hecho fue la piedra de toque en las conversaciones deBrest-Litovsk. Lenin tomaba muy en serio esta actitud de la tropapara combatir la posición de los llamados ‘comunistas de izquierda’,que abogaban por una guerra revolucionaria contra los imperialistasalemanes. Consciente de la moral del Ejército ruso, Lenin sabía per-fectamente que una acción de ese tipo acabaría en una aventura des-dichada. En una situación en la que el Ejército se componía de jironeshumanos cansados y ansiosos de volver a casa con sus familias, se ha-cía inevitable la firma de la humillante paz de Brest-Litovsk.

Partiendo de esta consideración, los bolcheviques no se decidie-ron en los primeros meses por el reclutamiento obligatorio, sino porel voluntariado, lo que dio a los nuevos regimientos un carácter ines-table y poco seguro, algo que quedó confirmado con las pérdidas deKazan y Simbirsk. A partir de ese momento se recurrió al método dela movilización masiva de comunistas y al reclutamiento obligatorioen Moscú y en la región del Volga.

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Tras las primeras vacilaciones, la movilización adquirió un ca-rácter muy amplio gracias a la agitación de los cuadros comunistas,la política de reclutamiento, y las medidas severas contra los deser-tores y traidores. En ese periodo se conforman nuevos cuadros mi-litares, los comisarios, y se establecen los tribunales militares revo-lucionarios.

UN NUEVO EJÉRCITO AL SERVICIO DE LA REVOLUCIÓN

Es difícil imaginar las dificultades de crear sobre la base de un ejérci-to descompuesto otro que pudiese combatir eficazmente a los blan-cos. Como consecuencia de la revolución, en el viejo ejército se habí-an creado comités electos de soldados, y mandos electos, que estabansubordinados a los comités: “El Ejército había realizado en su seno larevolución social, expulsando al cuerpo de oficiales burgueses y te-rratenientes y creado órganos de autogestión revolucionaria: los só-viets de diputados soldados. Estas medidas político-organizativaseran justas y necesarias desde el punto de vista de la descomposicióndel viejo ejército. Pero de ellas no emergió directamente un nuevoejército capaz de combatir” (León Trotsky, Escritos militares, Edit.Ruedo Ibérico, pág. 8).

Como Trotsky reiteró en numerosas ocasiones no había posibili-dad alguna de dirigir las fuerzas a través de los comités elegidos, yde jefes elegidos, sometidos a los comités y susceptibles de ser cam-biados en cualquier momento. Lo que había sido extremadamenteútil en la agitación revolucionaria dentro del antiguo Ejército zarista,se convertía ahora en un obstáculo cuando se necesitaba un ejércitocombatiente contra la contrarrevolución.

La postura de Trotsky y los bolcheviques en la guerra civil no te-nía, sin embargo, ningún parecido con la de Stalin y los dirigentes es-talinistas durante la revolución española de los años treinta. Bajo laexcusa de la centralización y la disciplina, los dirigentes del PCE, ac-tuando a las órdenes de la burocracia del Kremlin, liquidaron las con-quistas de la revolución española, las milicias obreras, los comités defábrica, las colectivizaciones, y en todo momento restringieron la ac-ción militar y política de la clase obrera a la “defensa de la Repúbli-ca”, es decir, a la legalidad burguesa.

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PRÓLOGO 13

En la guerra civil que recorrió Rusia desde 1918, la moral de loscombatientes del Ejército Rojo provenía precisamente de los objetivosque este perseguía: barrer Rusia de capitalistas y terratenientes y es-tablecer una sociedad socialista. Su lucha no era para defender la “re-pública democrática” burguesa de Kerensky y compañía, sino paraacabar con ella y lograr una sociedad igualitaria sobre la base de laeconomía socialista, a través de la expropiación de los medios de pro-ducción y de la tierra bajo control democrático de los trabajadores.Cuando estas ideas, unidas a la perspectiva internacionalista de la re-volución, penetraron en la conciencia de los soldados rojos, se trans-formaron en una fuerza imparable.

Los obstáculos que los bolcheviques se encontraron en su esfuer-zo por dar al Ejército Rojo un carácter disciplinado y centralizado te-nía mucho que ver con la base campesina de la sociedad rusa: “Deja-do a sí mismo, el campesinado no es capaz de crear un ejército cen-tralizado. No va más allá de los destacamentos guerrilleros locales,cuya ‘democracia’ primitiva encubre frecuentemente la dictadurapersonal de los atamanes. Estas tendencias guerrilleristas, reflejo delespontaneísmo campesino en la revolución, encontraron su expre-sión en los socialrevolucionarios de izquierda y en los anarquistas,pero incluyeron también a parte considerable de los comunistas, so-bre todo entre los ex soldados y suboficiales de procedencia campe-sina” (Ibíd., pág. 9).

A medida que se iba ampliando el escenario de la guerra, peoresconsecuencias tenían los métodos guerrilleros y la tendencia a la or-ganización de destacamentos autónomos. El año 1918 y parte de 1919fueron escenario de una lucha continua por la disciplina, la organiza-ción y la centralización del Ejército.

En esta tarea la utilización de mandos provenientes del antiguoEjército zarista provocó choques y enfrentamientos en las filas bolche-viques. Trotsky defendió la necesidad de que el poder obrero, y enconsecuencia el nuevo Ejército, se aprovechara de los conocimientostécnicos y militares de los antiguos oficiales. Evidentemente una par-te de ellos trabajarían como saboteadores y traidores, pero otros mu-chos podían ser ganados a la causa de la revolución y prestar grandesservicios. Pensar en la imposibilidad de esto era declarar la impoten-cia de las ideas socialistas y de la propia revolución para atraerse a lomejor de estos mandos militares. Lenin, a pesar de sus dudas inicia-

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les, se convenció de la eficacia de esta medida que fue completada conla actuación de los comisarios comunistas para garantizar la lealtadde las decisiones militares a la causa de la revolución.

NO PASARÁN. LA BATALLA DE PETROGRADO

En el mes de junio de 1919 los blancos ocuparon una importante po-sición militar en el golfo de Finlandia: Yudenitch, nombrado generalen jefe del Ejército blanco del Noroeste, amenazaba Petrogrado ani-mado por la ayuda militar que franceses y británicos prometieronbrindarle. Paralelamente, Denikin había conquistado Orel y amena-zaba con apoderarse de Tula, centro de la industria de guerra, desdedonde podía marchar sobre Moscú con rapidez.

En aquel momento Lenin y la mayoría de los dirigentes comunis-tas concluyeron que no había otra posibilidad que abandonar Petro-grado y replegarse hacia Moscú. Su opinión era harto pesimista sobrela capacidad de resistencia frente a la superioridad militar de losblancos y sus aliados imperialistas.

Trotsky fue llamado desde su tren blindado a la capital de los Só-viets para debatir esta propuesta; su postura fue de oposición frontala tal decisión. Petrogrado, según Trotsky, ofrecería grandes reservasindustriales y material humano a los blancos; dejarles ocupar la ciu-dad no salvaría Moscú. Había que defender Petrogrado a toda costa.Lenin y los bolcheviques aceptaron una vez más la propuesta deTrotsky.

Igual que ocurriera en la heroica resistencia madrileña ante elavance del ejército franquista, cuando la población de Petrogrado seconvenció de que el enemigo no tomaría la ciudad sin una lucha amuerte, todo empezó a cambiar. Destacamentos de hombres y muje-res equipados con palas y herramientas, abandonaron las fábricas ylos talleres. En los suburbios y a lo largo del río Neva se cavaron trin-cheras, en las calles y plazas se levantaron barricadas. A partir del 21de octubre la situación se transformó; desde las fortificaciones de Pul-kovo, el Ejército Rojo pasó a la ofensiva. Los blancos se batieron enretirada durante catorce días a lo largo de toda la frontera con Esto-nia. Con la victoria de Petrogrado, el Ejército Rojo consiguió una se-rie de éxitos decisivos en la frontera sur.

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PRÓLOGO 15

EL TREN BLINDADO

Trotsky pasó dos años y medio en el famoso tren blindado, con elque recorrió todos los frentes de guerra. El tren constaba de impren-ta, biblioteca, garaje y baños. En el tren se publicaba un periódico, Enruta, y se encargaba fundamentalmente de la organización, la educa-ción y administración del Ejército, así como de elevar la moral de lastropas y visitar los frentes más peligrosos. El tren realizó 36 viajes,en total más de 105.000 kilómetros, y a pesar de la formidable ten-sión de esos momentos Trotsky pudo escribir miles de proclamas,centenares de artículos y una obra maestra dedicada a analizar la na-turaleza de la guerra civil: Terrorismo y Comunismo, también conoci-do como el Anti-Kautsky, por la refutación que Trotsky realiza de losataques que el dirigente reformista alemán lanzó contra la revolu-ción rusa y sus métodos.

EL ‘TERROR ROJO’

La insurrección del 7 de noviembre fue casi incruenta, porque la ma-yoría de la población respaldaba la acción de los bolcheviques.

Sin embargo, la guerra civil desatada por las fuerzas de la reacciónzarista y las potencias imperialistas produjo incontables sufrimientosal pueblo de Rusia. Algunos filisteos del tipo de Kautsky, no perdieronel tiempo en ponerse al servicio de la burguesía y del zarismo para de-clamar contra la “violencia bolchevique” y los excesos de la revolu-ción. En realidad, la revolución, enfrentada a la dura prueba de la su-pervivencia, no hizo sino utilizar los recursos que sus enemigos le de-jaban para no perecer. La violencia contra los terratenientes, burguesesy colaboracionistas fue mucho menor que las atrocidades que los blan-cos cometieron contra centenares de miles de campesinos, obreros ysoldados rojos. En cualquier caso una violencia se desataba contra lasfuerzas del progreso y del socialismo y la población inocente; la otra,contra los representantes de un régimen cruel que había esclavizado acasi doscientos millones de seres humanos durante generaciones.

“El terror es impotente —aunque sólo en ‘último extremo’— si esaplicado por la reacción contra el partido que se rebela siguiendo lasleyes del desarrollo histórico. En cambio, el terror es eficaz contra la

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16 TERRORISMO Y COMUNISMO

clase reaccionaria que no se decide a abandonar el campo de batalla.La intimidación es el medio más poderoso de acción política tanto enla esfera internacional como en el interior. La guerra, como la revolu-ción, se basan en la intimidación. Una guerra victoriosa, en general,no extermina más que a una ínfima parte del ejército vencido, perodesmoraliza a las restantes y quebranta su voluntad. La revoluciónactúa del mismo modo: mata a unas cuantas personas, aterra a miles.En este sentido el terror rojo no se diferencia, en principio, de la insu-rrección armada, de la que tan sólo es continuación. Sólo se puedecondenar ‘moralmente’ el terror gubernamental de la clase revolucio-naria quien en principio repruebe (de palabra) toda violencia en ge-neral. Pero para esto es preciso ser un hipócrita. ‘¿Cómo distinguirentonces vuestra táctica de la autocracia?’, nos preguntan los pontífi-ces del liberalismo y el kautskismo.

“¿No lo comprendéis, falsos devotos? Pues os lo explicaremos.El terror del zarismo estaba dirigido contra el proletariado. La poli-cía zarista estrangulaba a los trabajadores que militaban a favor delrégimen socialista. Nuestras comisiones extraordinarias fusilan alos grandes propietarios, a los capitalistas, a los generales que inten-tan restaurar el régimen capitalista. ¿Percibís ese... matiz? ¿Sí? Paranosotros, los comunistas, es suficiente” (León Trotsky, Terrorismo yComunismo).

La campaña militar del Ejército Rojo fue un prodigio de la histo-ria. Nunca antes se levantó un ejército de la nada y batió a una fuer-za enemiga incomparablemente mejor armada y entrenada.

La clave de esta victoria residió precisamente en el factor políti-co, que transformó la correlación de fuerzas en beneficio de la revo-lución, no sólo dentro de Rusia, también en el resto de Europa. Larevolución alemana de 1918, el estallido de la revolución en Hun-gría en 1919, la ocupación de fábricas en Italia en 1920 o los movi-mientos huelguísticos en España y Gran Bretaña, desmoralizaron alos imperialistas, aterrorizados por un triunfo del proletariado ensu propia casa.

Lenin, Trotsky y los bolcheviques disponían de una estrategia re-volucionaria que encarnaba las aspiraciones de las masas y fueron ca-paces de movilizarlas, demostrando que la clase obrera, cuando esperfectamente consciente de sus intereses, no escamotea ningún sa-crificio y puede tomar, parafraseando a Marx, el cielo por asalto.

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PRÓLOGO 17

UN CLÁSICO DEL MARXISMO

La Fundación Federico Engels tiene el honor de presentar a las nue-vas generaciones de luchadores un texto que, aunque poco conocido,constituye sin duda una de las más brillantes exposiciones de la teo-ría marxista. En esta obra de Trotsky se condensa de una forma ge-nial y con toda profundidad las ideas esenciales que el socialismocientífico ha desarrollado sobre conceptos tan polémicos como Esta-do, democracia, dictadura del proletariado, violencia revolucionaria,a la vez que un sistemático análisis sobre las realizaciones de la Re-pública de los Sóviets en sus años heroicos.

El libro de Trotsky fue escrito en mayo de 1920, en plena guerracivil, como respuesta al texto de Kautsky Terrorismo y Comunismo. Elque fuera líder indiscutible de la socialdemocracia alemana tras lamuerte de Engels se convirtió en un encarnizado enemigo de la revo-lución rusa y máximo exponente de la bancarrota burguesa de la Se-gunda Internacional. Kautsky, capituló de forma vergonzosa ante laburguesía alemana en vísperas de la I Guerra Mundial junto con elgrueso de los dirigentes socialdemócratas alemanes. El partido máspoderoso de la clase obrera mundial no resistió la prueba de fuegode la guerra imperialista. Pero no fue un caso aislado. Salvando hon-rosas excepciones —entre las que figuran los bolcheviques, el alamarxista de la socialdemocracia alemana agrupada en torno a la LigaEspartaquista, los tribunistas holandeses, los socialistas serbios yfracciones reducidas de la socialdemocracia italiana y búlgara—, lamayoría de las direcciones nacionales de la Segunda Internacionalrespaldaron a sus respectivas burguesías en la carnicería militaristaque comenzó en 1914. En aquel momento, la bandera del socialismofue arrastrada por el lodo de la colaboración de clases y la traición ala causa del proletariado.

Kautsky, como teórico de este revisionismo vergonzoso, intentóocultar su renuncia a los principios marxistas con un ropaje “teórico”.Ungido por el prestigio del pasado, pretendió dar cobertura “socialis-ta” a la crítica burguesa de la revolución de octubre y a la osadía delos bolcheviques por llevar a termino la toma del poder por la claseobrera revolucionaria y la expropiación de los capitalistas y terrate-nientes. Pocos meses después del triunfo de octubre, Kautsky escribióun famoso texto, La dictadura del proletariado, donde no sólo atacaba

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con furia a los bolcheviques, sino que echaba por tierra toda la teoríade Marx y Engels respecto al derrocamiento y destrucción de la ma-quinaria estatal burguesa y su sustitución por la clase obrera organi-zada como clase dominante. Este texto fue contestado por Lenin enuna de sus obras más sobresalientes, La revolución proletaria y el renega-do Kautsky, en la que, al igual que hiciera en El Estado y la Revolución,restituye los principios del marxismo respecto a la teoría del Estado,tergiversada y distorsionada por los reformistas hasta convertirla enuna caricatura al servicio del parlamentarismo burgués. Las palabrasde Lenin en el sentido de que “sólo es marxista aquel que hace exten-sible el reconocimiento de la lucha de clases al de la dictadura del pro-letariado” fueron confirmadas proféticamente por los hechos.Kautsky, defendiendo una concepción de la democracia “pura”, abs-trayéndose en todo momento de su contenido de clase, critica con ve-hemencia el hecho de que la clase obrera tome la organización de lasociedad en sus manos y comience la tarea de construir una nueva de-mocracia basada en los órganos de poder obrero, los sóviets.

El libro de Lenin tuvo una honda repercusión en las filas del mo-vimiento obrero internacional y Kautsky lo contesto con otro folleto,Terrorismo y comunismo: una contribución a la historia natural de la revo-lución. En esta nueva obra Kautsky se convierte en el ariete de la de-magogia burguesa contra el terror rojo en plena guerra civil.

El nuevo texto de Kautsky recibió una respuesta a la altura, enesta ocasión por parte de Trotsky mientras comandaba la campañadel Ejército Rojo contra las bandas contrarrevolucionarias de los ejér-citos blancos e imperialistas. Esta obra de Trotsky, Terrorismo y Comu-nismo, completa los escritos de Lenin anteriormente mencionados,dando una forma acabada a la crítica marxista contra el revisionismoen una época revolucionaria. Sus páginas suponen un estudio com-pleto de la revolución, incluyendo las experiencias históricas de lasrevoluciones francesa y americana y deteniéndose pormenorizada-mente en la Comuna de París, la primera forma de Estado obrero queKautsky intenta contraponer a la revolución soviética.

Podría parecer que la obra de Trotsky tiene un interés meramen-te histórico. Nada más lejos de la realidad. En momentos como losque vivimos, donde la revolución socialista se hace presente en paí-ses como Venezuela, Bolivia y en otros del continente latinoamerica-no, el trabajo de Trotsky ofrece un programa actual para la acción re-

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PRÓLOGO 19

volucionaria. En él se condensa toda la experiencia teórica y prácticade la revolución y se responde a las críticas de sus adversarios, críti-cas que siguen repitiéndose hoy en día como si de un mantra se tra-tase cada vez que las masas oprimidas tratan de liberarse de las cade-nas de su esclavitud.

Desde la Fundación Federico Engels estamos convencidos de quela lectura de este texto marcará profundamente al lector y le ofreceráuna visión amplía, en toda su dimensión, del valor de la teoría mar-xista y su aplicación viva a la lucha de clases.

Juan Ignacio RamosMayo de 2005

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Prefacio del Autor

Este libro nos ha sido sugerido por el sabio libelo de Kautsky, publi-cado con el mismo título. Nuestro trabajo, comenzado en el momen-to en que más encarnizadas eran las luchas contra Denikin y Yude-nitch, ha sido interrumpido con frecuencia por los acontecimientosdel frente. En los penosos días en que escribíamos sus primeros capí-tulos, toda la atención de la Rusia de los Sóviets estaba concentradaen obras puramente militares. Importaba ante todo salvaguardar si-quiera la posibilidad de una obra económica socialista. Apenas podí-amos ocuparnos de la industria sino en lo que se refería a las necesi-dades del frente. Nos hallábamos en la obligación de descubrir lascalumnias de Kautsky en las cuestiones económicas, haciendo resal-tar su analogía con sus calumnias en materia política. Al empezareste trabajo —hace ya casi un año— podíamos refutar las afirmacio-nes de Kautsky sobre la incapacidad de los obreros rusos de impo-nerse una disciplina de trabajo y sufrir económicamente, señalandola alta disciplina y el heroísmo de estos obreros en los frentes de laguerra civil. Esta experiencia era suficiente para desmentir las ca-lumnias burguesas. Pero hoy, a algunos meses de distancia, pode-mos citar además datos y hechos tomados de la vida económica de laRusia de los Sóviets.

Tan pronto como el esfuerzo militar se hubo aplacado un tanto,después de la derrota de Kolchak y de Yudenitch, a poco de haberdado a Denikin los primeros golpes decisivos, concluida la paz conEstonia y entablado negociaciones con Lituania y Polonia, se hizosentir en todo el país la necesidad de una vuelta a la vida económica.Y el sólo hecho de que la atención y la energía del país se concentra-ran rápidamente en otra obra, profundamente distinta, es una prue-

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ba indiscutible de la poderosa vitalidad del régimen soviético. A pe-sar de todas las experiencias políticas, de todas las miserias, de todoslos horrores físicos, las masas obreras rusas están muy lejos de la des-composición política, del desfallecimiento moral o de la apatía. Gra-cias a un régimen que, si les ha impuesto duras obligaciones, ha dadoun sentido y un elevado fin a su vida, han conservado una notableelasticidad moral y la aptitud, sin par en la historia, de concentrar suatención y su voluntad en obras colectivas. Actualmente se está rea-lizando en todos los ramos de la industria una campaña enérgica, en-caminada a la institución de una disciplina rigurosa de trabajo y a laintensificación de la producción. Las organizaciones del Partido y delos sindicatos, las administraciones de las fábricas y talleres rivalizanen esta campaña y cuentan con el concurso incondicional de la opi-nión pública de toda la clase obrera. Unos tras otros, los talleres deci-den, por medio de las asambleas generales de trabajadores, la prolon-gación de la jornada de trabajo. Petrogrado y Moscú dan el ejemplo;y las provincias siguen a Petrogrado. Los “sábados” y “domingos co-munistas” —es decir, el trabajo gratuito consentido voluntariamenteen las horas de reposo— son cada vez más practicados por centena-res de miles de trabajadores de los dos sexos. La intensidad y produc-tividad del trabajo de los sábados y domingos comunistas son, enopinión de los especialistas y según el testimonio de los mismos, ver-daderamente sorprendentes.

Las movilizaciones voluntarias del Partido y de las Uniones de laJuventud Comunista para el trabajo, se realizan con tanto entusias-mo como hasta ahora para el frente. El voluntariado del trabajo com-pleta, vivifica el trabajo obligatorio. Los Comités del Trabajo Obliga-torio, creados recientemente, cubren todo el país. La participación delas poblaciones en el trabajo colectivo de las masas (limpieza decarreteras o caminos obstruidos por la nieve, reparación de las víasférreas, tala de árboles, preparación y transporte de madera combus-tible, simples trabajos de construcción, extracción de la pizarra y dela turba) reviste un carácter más serio y racional cada día. La movili-zación para el trabajo de las unidades militares, cada vez más fre-cuente, sería absolutamente imposible sin un verdadero ardor por eltrabajo…

Vivimos, es cierto, en una terrible ruina económica, entre el ago-tamiento, la pobreza y el hambre. Pero esto no puede emplearse

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PREFACIO DEL AUTOR 23

como argumento contra la República de los Sóviets: todas las épocasde transición se han caracterizado por los mismos aspectos trágicos.En toda sociedad (feudal, capitalista) donde una clase domina, éstano abandona buenamente la escena, una vez terminada su función; espreciso separarla por una ruda lucha interior, que causa con frecuen-cia a los combatientes sufrimientos y privaciones mayores que aque-llas contra las cuales se rebelan.

El paso de la economía feudal a la economía burguesa —cuyo sig-nificado era enorme para el progreso— es un calvario inusitado. Cua-lesquiera que hayan sido los sufrimientos de las masas sujetas al feu-dalismo, por penosas que sean las condiciones de existencia del pro-letariado bajo el capitalismo, nunca fueron tan terribles lascalamidades experimentadas por los trabajadores como en la épocaen que la vieja sociedad feudal, deshecha por la violencia, cedía elpuesto a un nuevo orden de cosas. La revolución francesa del sigloXVIII, que adquirió su inmensa amplitud gracias a la presión de lasmasas exasperadas por el sufrimiento, aumentó la miseria de éstasdurante un largo período y en proporciones extraordinarias. ¿Podíaser de otro modo?

Los dramas de Palacio, que terminan con cambios realizados enlas cumbres del poder, pueden ser breves y no tener casi influenciasobre la vida económica del país. Cosa distinta es una revolución quearrastra en su torbellino a millones de trabajadores. Cualquiera quesea la forma de una sociedad, siempre se basa en el trabajo. Arran-cando a las masas del trabajo, lanzándolas a la lucha por un largo pe-riodo, rompiendo la trama de la producción, la revolución descom-pone la economía, rebajando el nivel del desarrollo económico conrelación al que tenía antes de empezar. Cuanto más profunda es larevolución social, más arrastra a las masas, y cuanto más larga, másdeteriora el mecanismo de la producción y agota las reservas de lasociedad. No se puede deducir de esto sino una cosa que no tiene ne-cesidad de ser demostrada: que la guerra civil es perjudicial para laeconomía. Pero convertirlo en censura contra la economía soviética,viene a ser lo mismo que imputar al recién nacido los dolores de lamadre durante el parto. Se trata de abreviar la guerra civil, y estosólo puede conseguirse por la firme resolución al actuar. Ahora bien,precisamente contra esa resolución revolucionaria está dirigido todoel libro de Kautsky.

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Desde la publicación del libro que examinamos, han ocurrido,no sólo en Rusia, sino también en el mundo entero, especialmenteen Europa, grandes acontecimientos; han tenido lugar procesosprofundamente significativos, que destruyen los últimos reductosdel kautskismo.

La guerra civil en Alemania reviste un carácter cada vez más en-carnizado, la potencia aparente de la antigua organización socialde-mócrata del Partido y de los sindicatos, lejos de facilitar el tránsitopacífico y “humanitario” al socialismo —lo que resultaría de la teoríaactual de Kautsky—, ha sido, por el contrario, una de las principalescausas de la prolongación de la lucha y de su encarnizamiento cre-ciente. A medida que la socialdemocracia se ha hecho inerte y conser-vadora, y el proletariado, traicionado por ella, ha tenido que gastarfuerzas, sangre y vida, en sus ataques perseverantes contra la socie-dad burguesa para forjarse, en el curso de esta lucha, una nueva or-ganización capaz de conducirle a la victoria definitiva, el complot delos generales alemanes, su éxito momentáneo y sus sangrientas con-secuencias han revelado de nuevo a qué ruin e insignificante masca-rada se reduce lo que se llama democracia en las condiciones creadaspor el derrumbamiento del imperialismo y por la guerra civil. La de-mocracia, persistiendo, no resuelve ningún problema, no borra nin-guna contradicción, no cura ninguna herida, no evita las insurreccio-nes de la derecha ni de la izquierda: es impotente, insignificante, fa-laz, y sólo sirve para engañar a las masas atrasadas de la población yespecialmente a la pequeña burguesía.

La esperanza, expresada por Kautsky en la última parte de su li-bro, de que los países de la Europa Occidental, las “viejas democra-cias” de Francia e Inglaterra, coronadas por los laureles de la victoria,nos ofrezcan el ejemplo de un desenvolvimiento normal, sano, pací-fico, verdaderamente kautskiano, hacia el socialismo, es la más ab-surda de las ilusiones. La llamada “democracia republicana” de laFrancia victoriosa es hoy el gobierno más reaccionario, sanguinario ydelincuente que haya existido nunca. Su política interior, como la ex-terior, se funda en el miedo, la avaricia y la violencia. Por otra parte,el proletariado francés, más engañado que ninguno, va desviándosecada día más hacia la acción directa. Las represalias del gobierno con-tra la CGT muestran perfectamente que, en la democracia burguesa,no hay un hueco legal ni para el sindicalismo kautskista; es decir,

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PREFACIO DEL AUTOR 25

para una hipócrita política de conciliación. La evolución de las masashacia una política revolucionaria, el encarnizamiento de los poseedo-res y la destrucción de los grupos intermedios —tres procesos quecondicionan y hacen presagiar, para un porvenir próximo, una luchasocial implacable— han aumentado rápidamente, ante nuestros ojosen el curso de los últimos meses en Francia.

En Inglaterra, los acontecimientos siguen el mismo curso de for-ma diferente. En este país, cuya clase gobernante oprime y expolia elmundo entero hoy más que nunca, las fórmulas democráticas hanperdido todo significado, incluso en la farsa parlamentaria. El espe-cialista más cualificado a este respecto, Lloyd George, no invoca lademocracia, sino la coalición de los posesores, conservadores y libe-rales, contra la clase trabajadora. No hay señales, en sus argumentos,de las efusiones democráticas del “marxista” Kautsky. Lloyd Georgese coloca en el terreno de la realidad de clase y emplea, por esta ra-zón, el lenguaje de la guerra civil. La clase obrera inglesa va a abrir,con el fuerte empirismo que la caracteriza, un capítulo de la historiade sus luchas que hará empalidecer las más gloriosas páginas del car-tismo, del mismo modo que el próximo alzamiento del proletariadofrancés hará empalidecer hasta los fastos de la Comuna de París.

Precisamente porque los acontecimientos históricos se han desarro-llado en el curso de los últimos meses con una rigurosa lógica revo-lucionaria, el autor de este libro se ha preguntado si su publicaciónrespondía aún a una necesidad, si era preciso todavía refutar teórica-mente a Kautsky y si el terrorismo revolucionario tenía necesidad deser justificado teóricamente.

Por desgracia, sí, es necesario. La ideología desempeña, por sumisma naturaleza, en el movimiento socialista, un papel inmenso.Hasta en Inglaterra, tan inclinada al empirismo, empieza un períodoen que la clase obrera exigirá cada vez más el estudio teórico de susexperiencias y sus realizaciones. La psicología, incluso del proletaria-do, comporta, no obstante, una terrible fuerza de inercia conservado-ra; tanto más cuanto que se trata de la ideología tradicional de los par-tidos de la Segunda Internacional, que despertaron al proletariado yque, recientemente aún, tenían una fuerza efectiva. Después de ladestrucción del socialpatriotismo oficial (Scheidemann, Víctor Adler,Renaudel, Vandervelde, Henderson, Plejánov), el kautskismo inter-nacional (la plana mayor de los independientes alemanes, Fritz Adler,

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Longuet, una importante fracción de los socialistas italianos, los “in-dependientes” ingleses, el grupo Mártov, etc.) es el principal factorpolítico gracias al cual se mantiene el equilibrio inestable de la socie-dad capitalista. Puede asegurarse que la voluntad de las masas traba-jadoras del mundo civilizado, desplegada sin cesar por el curso de lossucesos, es infinitamente más revolucionaria que su conciencia, nodesembarazada todavía de los prejuicios parlamentarios y las teoríasconciliadoras. La lucha por la dictadura de la clase obrera significa eneste momento la acción más despiadada contra el kautskismo en elseno de la clase trabajadora. Las mentiras y prejuicios conciliadoresque aun envenenan la atmósfera, hasta en los partidos que gravitanen torno de la Tercera Internacional, deben ser rechazados. Este libroestá destinado a servir a la causa de los que en todos los países com-baten sin piedad al medroso kautskismo, equívoco e hipócrita.

P. S.- En estos días (mayo de 1920) las nubes se amontonan denuevo sobre la República de los Sóviets. Con su agresión contra Ucra-nia, la Polonia burguesa ha inaugurado una nueva ofensiva del im-perialismo mundial contra la Rusia soviética. La revolución está otravez amenazada por los mayores peligros; los inmensos sacrificiosque la guerra impone a la clase trabajadora, incitan otra vez a loskautskistas rusos a oponerse abiertamente al poder de los Sóviets;esto es, a ayudar a los asesinos internacionales de la Rusia soviética.La misión de los kautskistas consiste en auxiliar a la revolución pro-letaria cuando su seguridad ofrece garantías, y en oponerla todasuerte de obstáculos cuando mayor necesidad tiene de que la apoyen.Kautsky ha anunciado ya muchas veces nuestra derrota, que debe serla mejor prueba de la exactitud de su teoría. Este “heredero de Marx”ha caído tan bajo que su programa político no es más que una espe-culación sobre el fracaso de la dictadura del proletariado.

Una vez más se engaña. La derrota de la Polonia burguesa por elEjército Rojo, que dirigen obreros comunistas, manifestará la fuerzade la dictadura del proletariado y dará un nuevo golpe al escepticis-mo pequeñoburgués (kautskismo) del movimiento obrero. A pesarde la absurda confusión de las apariencias y los lemas, la historia con-temporánea ha simplificado enormemente su proceso esencial, redu-

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PREFACIO DEL AUTOR 27

ciéndolo al duelo entre el imperialismo y el comunismo. No es sólopor las tierras de los magnates polacos en la Ucrania y la Rusia Blan-ca, por la propiedad capitalista de la Iglesia católica, por lo que Pil-sudski hace la guerra, sino también por la democracia parlamentaria,por el socialismo evolucionista, por la Segunda Internacional, por elderecho de Kautsky a seguir siendo, en crítica, el acólito de la burgue-sía. Nosotros, frente a él, combatimos por la Internacional Comunis-ta, por la revolución internacional del proletariado. La batalla serádura y difícil. Pero nosotros confiamos en la victoria, porque tenemossobre ella todos los derechos históricos.

L. TrotskyMoscú, 29 mayo de 1920

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I. La correlación de fuerzas

Un argumento constantemente repetido en la crítica al régimen so-viético, y sobre todo en las críticas que se hacen de la transición revo-lucionaria al régimen de los Sóviets en otros países, es el referente ala correlación de fuerzas. El régimen soviético en Rusia es utópico por-que no se corresponde con la “correlación de fuerzas”. La atrasadaRusia no puede emprender obras que serían, si acaso, “propias de laavanzada Alemania”. Hasta para el proletariado alemán sería, porotra parte, una locura conquistar el poder político, porque, en estemomento, tal cosa significaría romper la “correlación de fuerzas”. LaLiga de Naciones no es perfecta, pero responde a la “correlación defuerzas”. La lucha por la abolición del régimen capitalista es utópica;mas algunas modificaciones del Tratado de Versalles corresponderí-an a esa correlación de fuerzas: Cuando Longuet marchaba a la zagade Wilson, no lo hacía por debilidad política, sino por la gloria de laley de la “correlación de fuerzas”. El presidente austriaco Seidtz y elcanciller Renner deben, según Federico Adler, ejercer su trivialidadpequeñoburguesa en las primeras magistraturas de la república bur-guesa, a fin de que no se rompa la correlación de fuerzas. Unos dosaños antes de la guerra mundial, Renner, que a la sazón no era toda-vía canciller, sino un simple abogado “marxista” del oportunismo,me demostraba que el tradeunionismo, es decir, el régimen de los ca-pitalistas y propietarios de tierras, coronado por una monarquía, semantendría inevitablemente en Rusia durante toda una época histó-rica, puesto que correspondía a la correlación de fuerzas.

¿Qué es, pues, esta correlación de fuerzas, fórmula sacramentalque debe definir, dirigir y explicar todo el curso de la historia, en lí-neas generales y detalladamente? ¿Y por qué, de modo más preci-

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so, esta correlación de fuerzas sirve invariablemente a la actual es-cuela de Kautsky para justificar la indecisión, la inercia, la traicióny la cobardía?

La correlación de fuerzas significa todo cuanto se quiera: el nivelde la producción, el grado de diferenciación de las clases, el númerode los obreros cualificados, los fondos en caja de los sindicatos, a ve-ces el resultado de las últimas elecciones parlamentarias, en otrasocasiones el grado de condescendencia del ministerio o del impudorde la oligarquía financiera, y también, lo más frecuentemente, la im-presión política de conjunto de un pedante semiciego, que se llamapolítico realista, que se ha asimilado quizá la fraseología marxista,pero que, en realidad, se inspira en las más bajas combinaciones, enlos prejuicios más extendidos y en vicios parlamentarios. Después deuna pequeña charla confidencial con el Director General de Seguri-dad, el político socialdemócrata austriaco sabía siempre exactamen-te, en los buenos tiempos viejos, si la “correlación de fuerzas” permi-tía celebrar en Viena, el día Primero de Mayo, una manifestación pa-cífica. Los Ebert, los Scheidemann, los David medían, no hace mucho,la correlación de fuerzas por los dedos que les tendían Bethman-Hol-weg y Ludendorff cuando les encontraban en el Reichstag.

El establecimiento de la dictadura de los Sóviets en Austria habríaroto desastrosamente, según Federico Adler, la correlación de fuer-zas, y la Entente habría dejado que el país se hubiese muerto de ham-bre. Como prueba de ello, Federico Adler nos designaba a Hungría,donde los Renner magiares aún no habían conseguido, en aquel mo-mento, destruir con el concurso de los Adler el poder de los Sóviets.A primera vista, parece que a Federico Adler le asistía la razón. Ladictadura del proletariado en Hungría no ha tardado en ser suplan-tada, sustituyéndola el ministerio ultrarreaccionario de Friedrich.Pero ¿puede preguntarse si esto respondía a la correlación de fuer-zas? En todo caso, ni Friedrich ni Hutzar hubiesen podido tomar elpoder, siquiera momentáneamente, si no hubiera existido el ejércitorumano. Se ve por esto, que al explicar los destinos de Hungría, con-viene por lo menos tener en cuenta la “correlación de fuerzas” en dospaíses: Hungría y Rumania. Pero es evidente que no hay motivo paradetenerse aquí. Si la dictadura de los Sóviets se hubiera implantadoen Austria antes de la crisis húngara, el derrocamiento del poder so-viético en Budapest hubiese sido muy difícil. Henos, pues, obligados

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a tomar en consideración en la “correlación de fuerzas” que determi-nó la caída momentánea del gobierno de los Sóviets húngaros, a Aus-tria y a la política de traición de Federico Adler.

El propio Federico Adler no busca la clave de la “correlación defuerzas” en Rusia o en Hungría, sino en Occidente, en Clemenceau yLloyd George: tienen el pan y el carbón; ahora bien, hoy, en el meca-nismo de la “correlación de fuerzas”, el pan y el carbón son factorestan importantes como los cañones en la constitución de Lasalle. Ape-ada de las alturas en que se refugia, la opinión de Federico Adler esque el proletariado austriaco no debe tomar el poder mientras no selo permita Clemenceau (o Millerand, es decir, un Clemenceau de se-gunda clase).

Pero, en este punto, se puede preguntar una vez más: ¿responderealmente la política de Clemenceau a la correlación de fuerzas? Aprimera vista, puede parecer que si los gendarmes de Clemenceau nodemuestran tal correlación, bastan para asegurarla disolviendo lasreuniones obreras, deteniendo y fusilando a los comunistas. Y a esterespecto no podemos dejar de recordar que las medidas de terror delgobierno de los Sóviets —pesquisas, detenciones y fusilamientos—,dirigidas exclusivamente contra los enemigos de la revolución, seconsideran, por parte de diversas personas, como la prueba de que elgobierno de los Sóviets no responde a la correlación de fuerzas. Pero,hoy, buscaremos en vano en el mundo entero un régimen que nohaya recurrido a terribles represalias masivas. Y es que las fuerzas delas clases enemigas, al desgarrarse la apariencia de todos los dere-chos, incluso los “democráticos”, tienden a fijar sus nuevas correla-ciones a través de una lucha implacable.

Cuando se estableció en Rusia el sistema de los Sóviets, los políti-cos capitalistas no fueron los únicos en considerarlo como un insolen-te desafío a la correlación de fuerzas: los socialistas oportunistas de to-dos los países también eran de esa opinión. A ese respecto, no habíadesacuerdo entre Kautsky, el conde habsburgués Czernin y el premierbúlgaro Radoslavov. Desde entonces, las monarquías austrohúngaray alemana se han hundido, el militarismo más poderoso se ha disgre-gado. El gobierno de los Sóviets se ha mantenido. Las potencias victo-riosas de la Entente han movilizado y arrojado contra él todo lo quehan podido. El gobierno de los Sóviets se sigue manteniendo. Si, hacedos años, Kautsky, Federico Adler y Otto Bauer hubiesen podido pre-

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dicar que se mantendría la dictadura del proletariado en Rusia, pri-mero, a pesar de los ataques del imperialismo alemán y, a continua-ción, a pesar de una lucha ininterrumpida contra la Entente, los sabiosde la Segunda Internacional habrían considerado tal predicción comoprueba de un ridículo desconocimiento de la correlación de fuerzas.

En cada momento dado, la correlación de fuerzas políticas es la re-sultante de diversos factores de potencia y de valor desiguales y sólose determina, en el fondo, por el grado de desarrollo de la produc-ción. La estructura social de un pueblo difiere considerablemente deldesarrollo de las fuerzas productivas. La pequeña burguesía y la cla-se campesina subsisten mucho tiempo después que sus métodos hansido superados y condenados por el desarrollo industrial y técnico dela sociedad. La concurrencia de las masas tarda, a su vez, mucho enformarse, con relación al fomento de las relaciones sociales que la daorigen; la conciencia de los antiguos partidos socialistas es de unaépoca anterior al actual estado de espíritu de las masas; la concienciade los antiguos líderes parlamentarios y tradeunionistas, más reaccio-naria de la de sus partidos, forma una especie de coágulo endureci-do, que la historia, hasta hoy, no ha podido digerir ni vomitar. En lostiempos del parlamentarismo pacífico, dada la estabilidad de las re-laciones sociales, el factor psicológico podía ser situado —sin expo-nerse a gruesos errores— en la base de todos los cálculos; y se pensa-ba que las elecciones parlamentarias expresaban suficientemente lacorrelación de fuerzas. La guerra imperialista, rompiendo el equili-brio de la sociedad burguesa, ha revelado la insuficiencia radical delos antiguos criterios que no tenían en cuenta profundos factores his-tóricos lentamente acumulados por el pasado y que brotan ahora a lasuperficie para dirigir el curso de la historia.

Los políticos rutinarios, incapaces de abarcar en su complejidad,en sus contradicciones y discordancias internas el proceso histórico,se han figurado que la historia prepararía simultanea y racionalmen-te, en todos los lugares a la vez, el advenimiento del socialismo, desuerte que la concentración de la industria y la moral comunista delproductor y el consumidor hubiesen podido evolucionar y madurarcon los arados eléctricos y las mayorías parlamentarias. De aquí, laadopción de una actitud puramente mecánica frente al parlamenta-rismo internacional, indicaba el grado de preparación de la sociedadpara el socialismo, del mismo modo que un manómetro señala la pre-

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I. LA CORRELACIÓN DE FUERZAS 33

sión del vapor. Nada hay más absurdo, sin embargo, que esta repre-sentación mecánica del desenvolvimiento de las relaciones sociales.

Si de la producción, fundamento de las sociedades, nos elevamosa las superestructuras —clases, Estados, derechos, partidos, etc.—,puede establecerse que la fuerza de la inercia de cada escalón en lasuperestructura no se añade simplemente a la de los escalones infe-riores, sino que, en ciertos casos, es multiplicada por ella. Como re-sultado, la conciencia política de grupos que han fingido ser durantemucho tiempo los más avanzados, aparece en el período de transi-ción como un obstáculo terrible al desenvolvimiento histórico. Estáabsolutamente fuera de duda que los partidos de la Segunda Interna-cional, colocados ahora a la cabecera del proletariado, al no haberseatrevido, al no haber sabido, al no haber querido conquistar el poderen el momento más crítico de la historia de la humanidad, al haberconducido al proletariado al exterminio mutuo, han sido la fuerzadecisiva de la contrarrevolución.

Las poderosas fuerzas de la producción, ese factor decisivo delmovimiento histórico, se ahogaban en las superestructuras socialesatrasadas (propiedad privada, Estado nacional), en donde la evolu-ción anterior las había encerrado. Intensificadas por el capitalismo,las fuerzas de la producción chocaban contra los muros del Estadonacional y burgués y exigían su emancipación mediante la organiza-ción universal de la economía socialista. La inercia de los grupos so-ciales; la inercia de las fuerzas policíacas que se mostraron incapacesde destruir las antiguas agrupaciones de clase; la inercia, la inteligen-cia y la traición de los partidos socialistas, que asumían de hecho ladefensa de la sociedad burguesa, dieron por resultado la rebelión es-pontánea, elemento de las fuerzas productoras, bajo el aspecto de laguerra imperialista. La técnica humana, el factor más revolucionariode la historia, con su poder acumulado durante décadas, se alzó con-tra el conservatismo nauseabundo y la vil ineptitud de los Scheide-mann, Kautsky, Renaudel, Vandervelde, Longuet, y, con ayuda desus ametralladoras, de sus dreadnoughs, de sus aviones, desencadenócontra la cultura humana un espantoso pogromo.

La causa de las calamidades que la humanidad padece hoy reside,por tanto, precisamente en el hecho de que el poder técnico del hom-bre estaba ya, desde hace tiempo, maduro para la economía socialis-ta, que el proletariado ocupaba en la producción una situación que

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aseguraba su dictadura, mientras que las fuerzas productoras másconscientes de la historia —los partidos y sus líderes— estaban toda-vía por completo bajo el yugo de los viejos prejuicios y alimentabanla desconfianza de las masas con respecto a ellas mismas. Kautsky locomprendía hace años. “El proletariado —escribía en su folleto El ca-mino del poder— se ha fortalecido de tal modo que puede esperar contranquilidad la guerra que se aproxima. No debe pensarse siquieraen una revolución prematura a la hora en que el proletariado ha ex-traído de los actuales fundamentos del Estado cuanto podía sacar yen que su transformación ha llegado a ser la condición de su eleva-ción ulterior”. Desde el momento en que el crecimiento de las fuerzasproductoras, saliéndose de los límites del Estado nacional-burgués,ha abierto para la humanidad una era de crisis y turbaciones, el equi-librio relativo de la conciencia de las masas en el curso de la épocaprecedente ha sido roto por amenazadoras convulsiones. La rutina einercia de la marcha cotidiana, la hipnosis de la legalidad, han perdi-do ya toda su influencia sobre el proletariado. Pero éste no ha entra-do todavía de forma consciente y sin reservas en la senda de las fran-cas luchas revolucionarias. En sus últimos momentos de equilibrioinestable vacila. El papel de las élites, del gobierno por una parte ydel partido revolucionario por otra, adquiere, en este momento psi-cológico una significación colosal. Basta un impulso decisivo —dederecha o izquierda— para dar al proletariado —durante un períodomás o menos largo— una u otra orientación. Lo hemos visto en 1914,cuando la presión de los gobiernos imperialistas y de las partidos so-cialpatriotas unidos, rompió instantáneamente el equilibrio de la cla-se obrera, lanzándose en la vía del imperialismo. Vemos, además,cómo los trastornos de la guerra, el contraste entre sus resultados ysus propósitos primitivos, conmueven a las masas, haciéndolas cadavez más aptas para la rebelión abierta contra el capital. En estas con-diciones, la existencia de un partido revolucionario que conozcaexactamente las fuerzas directoras de la época actual, que compren-da el papel exclusivo que ocupa entre ellas la clase revolucionaria,que conozca los recursos inagotables de ésta, que crea en ella y co-nozca todo el valor del método revolucionario en épocas de relacio-nes sociales inestables, que esté dispuesto a aplicar este método has-ta el final; la existencia, digo, de semejante partido en tales condicio-nes constituye un factor histórico de inapreciable importancia.

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I. LA CORRELACIÓN DE FUERZAS 35

En cambio, un partido socialista que viva al amparo de cierta in-fluencia tradicional pero que no se dé cuenta de lo que ocurre en tornosuyo, que, no comprendiendo la situación revolucionaria, no pueda en-contrar la clave de ella, que no tenga fe ni en sí mismo ni en la clase obre-ra, un partido de esta suerte constituye en nuestra época el obstáculohistórico más grave y origina un caos y una turbación abrumadora.

Tal es el papel actual de Kautsky y sus discípulos. Enseñar al pro-letariado a no creer en sí mismo, sino a tener por verdadera la imagenque de él da el espejo distorsionado de la democracia, hecho pedazospor la bota del imperialismo. En su opinión, la política revolucionariadel proletariado no debe estar determinada por la situación internacio-nal, por la destrucción efectiva del capitalismo, por la ruina social con-siguiente, por la necesidad objetiva del dominio de la clase obrera queclama por su rebelión entre los escombros humeantes de la civilizacióncapitalista; nada de esto debe determinar la política del partido revo-lucionario proletario, que ha de depender únicamente del número devotos que le reconozcan después de sus prudentes cálculos los escri-bas del parlamentarismo. Pocos años antes, Kaustky comprendía, alparecer, la esencia del problema revolucionario. Escribía en el folletoya citado (El camino del poder): “Siendo el proletariado la única clase re-volucionaria de una nación, resulta que el derrumbamiento de la so-ciedad actual, revista un carácter militar o un carácter financiero, sig-nifica la bancarrota de los partidos burgueses, sobre los cuales recaetoda la personalidad y que no se puede escapar de este callejón sin sa-lida más por el gobierno del proletariado”.

Pero hoy, el partido de la apatía y el miedo, el partido Kautsky, dicea la clase obrera: “La cuestión no consiste en saber si tú eres en este mo-mento la única fuerza creadora de la historia, si eres capaz de expulsara la banda de malhechores, producto de la degeneración de las clasesposeedoras que gobiernan; no se trata de que nadie pueda hacerlo másque tú, ni de que la historia no te conceda ninguna prórroga —pues lasconsecuencias del actual caos sangriento amenazan sepultarte a ti tam-bién bajo las últimas ruinas del capitalismo—. El problema es otromuy distinto: consiste en que los bandidos que gobiernan han con-seguido ayer u hoy engañar, violentar, frustrar la opinión pública, al-canzando, gracia a ello, el 51 por ciento de los votos, contra el 49 porciento. ¡Perezca el mundo, pero viva la mayoría parlamentaria!”.

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II. La dictadura del proletariado

“Marx y Engels forjaron la noción de dictadura del proletariado, te-nazmente defendida por Engels en 1891, poco antes de su muerte; esdecir, el ejercicio exclusivo del poder político por el proletariado, úni-ca forma bajo la que puede instituir un poder gubernamental”.

De ese modo escribía Kautsky hace unos diez años. Entonces, con-sideraba como la única forma socialista de poder el ejercicio exclusi-vo del poder político por el proletariado, a la dictadura, y no a la ma-yoría socialista en un parlamento democrático. Y es evidente que, sise asigna como tarea la abolición de la propiedad individual de losmedios de producción, no hay otra manera de realizarla que concen-trando todos los poderes del Estado en manos del proletariado, cre-ando un régimen de excepción durante el cual la clase gobernante nose dejaría guiar por la observación de normas calculadas para untiempo muy largo, sino por consideraciones revolucionarias acordescon sus objetivos.

La dictadura es indispensable porque no se trata del cambio de uncarácter privado, sino de la existencia misma de la burguesía. Sobreesta base no es posible acuerdo alguno. Únicamente puede decidir lafuerza. Naturalmente, el poder único del proletariado no excluye laposibilidad de acuerdos parciales o de grandes concesiones, sobretodo en contra de la pequeña burguesía y del campesinado. Pero elproletariado sólo puede fijar esos acuerdos después de apoderarsedel aparato material del poder y asegurarse la posibilidad de decidirlibremente las concesiones que tiene que hacer o rechazar, en interésde la causa socialista.

Hoy, Kautsky repudia absolutamente la dictadura del pro-letariado, “violencia ejercida por una minoría contra la mayoría”; es

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decir, que para definir el régimen del proletariado revolucionario sesirve de los mismos términos de que invariablemente se servían lossocialistas honestos de todos los países para condenar la dictadurade los explotadores, aunque estuviese encubierta por el velo de lademocracia.

Al renegar de la dictadura del proletariado, Kautsky diluye lacuestión de la conquista del poder por el proletariado, en la de la con-quista de una mayoría socialdemócrata en el curso de una próximacampaña electoral. Según la ficción jurídica del parlamentarismo, elsufragio universal expresa la voluntad de los ciudadanos pertene-cientes a todas las clases de la sociedad, y permite conseguir la ma-yoría para el socialismo. Mientras no se realice esa posibilidad teóri-ca, la minoría socialista debe inclinarse ante la mayoría burguesa. Elfetichismo de la mayoría parlamentaria no implica solamente el re-chazo violento de la dictadura del proletariado, sino también delmarxismo y de la revolución en general. Si hay que subordinar enprincipio la política socialista al rito parlamentario de mayorías y mi-norías, no queda margen, en las democracias formales, para la lucharevolucionaria. Si una mayoría elegida por sufragio universal toma,en Suiza, medidas draconianas contra los huelguistas; si el poderejecutivo, producto de la voluntad de una mayoría formal fusila enAmérica a los trabajadores, ¿tienen derecho los obreros suizos y ame-ricanos a protestar con una huelga general? Indudablemente, no. Lahuelga política ejerce una presión extraparlamentaria sobre la “vo-luntad nacional”, expresada por el sufragio universal. Kautsky duda,es cierto, de llevar hasta este extremo la lógica de su nueva posición.Atado aún por algunas supervivencias de su pasado, se ve obligadoa admitir la acción directa como correctivo del sufragio universal. Laselecciones parlamentarias no fueron nunca, al menos en principio,por los socialdemócratas, un sustitutivo de la lucha de clases, de suschoques, de sus ofensivas, de sus insurrecciones; fueron tan sólo unmedio auxiliar empleado en esta lucha —desempeñando un papel demás o menos importancia, según las ocasiones—, que había de abo-lirse por completo en la época de la dictadura del proletariado.

En 1891, esto es, poco antes de su muerte, Engels defendía tenaz-mente —según acaba de decírsenos— la dictadura del proletariadocomo única forma para su poder gubernamental. Esta definición laha repetido muchas veces Kautsky. Esto, entre paréntesis, demues-

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tra toda la indignidad de sus actuales tentativas encaminadas a fal-sificar la dictadura del proletariado hasta el punto de hacer de ellauna invención rusa.

Quien desea el fin no puede rechazar los medios. La lucha debetener la suficiente intensidad como para asegurar efectivamente alproletariado la exclusividad del poder. Siendo necesaria la dictadurapara la transformación socialista, “única forma bajo la cual puede ins-tituir el proletariado un poder gubernamental”, esta dictadura debeser a toda costa asegurada.

Para escribir un folleto sobre la dictadura del proletariado hayque tener tintero, papel y, naturalmente, algunas ideas en la cabeza.Pero para establecer y afianzar la dictadura del proletariado es preci-so impedir que la burguesía destruya el poder de los trabajadores.Kautsky supone, sin duda alguna, que se puede alcanzar este resul-tado con folletos lacrimógenos. Su experiencia personal debería ha-berle convencido, no obstante, de que no basta con perder toda in-fluencia sobre el proletariado para adquirirla sobre la burguesía.

La exclusividad del poder de la clase obrera sólo se puede garan-tizar si se consigue hacer comprender a la burguesía, acostumbradaa gobernar, todo el peligro que ofrece rebelarse contra la dictaduradel proletariado, minar sus cimientos mediante el sabotaje, los com-plots, los alzamientos, la intervención de los ejércitos extranjeros.Debe obligarse a la burguesía, arrojada del poder, a que se someta.Pero ¿cómo? Los sacerdotes intimidan al pueblo por medio de loscastigos de ultratumba. Nosotros no poseemos este recurso. Por otraparte, el infierno no es el único medio de acción de los sacerdotes; loasocian a los fuegos materiales de la Santa Inquisición o a los escor-piones del Estado democrático. ¿No estará inclinado Kautsky a creerque se puede dominar a la burguesía por medio del imperativo cate-górico de Kant que, en sus últimos escritos, desempeña casi el mis-mo papel que el Espíritu Santo? Nosotros, por nuestra parte, no po-dríamos prometerle nuestro concurso más que si se decidiera a en-viar una misión humanitaria y kantiana al país de Denikin y deKolchak. Allí tendría ocasión de convencerse de que la naturaleza noha privado a los contrarrevolucionarios de cierto carácter templadopor los seis años vividos entre las llamas y escombros de la guerra.Todo guardia blanco está convencido de esta sencilla verdad: que esmás fácil encarcelar a un comunista que convertirle haciéndole leer a

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Kautsky. Estos señores no sienten una veneración supersticiosa porlos principios democráticos ni terror alguno ante las llamas del in-fierno, tanto menos cuanto que los pontífices de la Iglesia y de laciencia oficial obran en concierto con ellos y lanzan sus rayos conjun-tos exclusivamente contra los bolcheviques. Los guardias blancos ru-sos se parecen a los guardias blancos alemanes —y a todos los de-más— en que no es posible convencerles ni avergonzarles. Hay queconquistarles por el terror o aplastarlos.

El que en principio renuncia al terrorismo, esto es, a las medidasde intimidación y represión con respecto a la contrarrevolución ar-mada, debe renunciar también a la dominación política de la claseobrera, a su dictadura revolucionaria. Quien renuncia a la dictaduradel proletariado, renuncia a la revolución social y pone una cruz so-bre el socialismo.

* * *

Kautsky no tiene, en este momento, ninguna teoría sobre la revolu-ción social. Cada vez que intenta generalizar sus ideas sobre la revo-lución y la dictadura, no hace sino servirnos un refrito de los viejosprejuicios del jauresismo y del bernsteinismo.

“La propia revolución de 1789 —escribe— suprimió las causasmás importantes que le dieron un carácter tan cruel y violento yprepararon el terreno para que las revoluciones sucesivas tuviesenformas más dulcificadas”. Admitámoslo, aunque para ello sea pre-ciso olvidar el recuerdo de las jornadas de junio de 1848 y de loshorrores de la represión de la Comuna. Admitamos que la gran re-volución del siglo XVIII, por su terrorismo implacable, al destruirel absolutismo, el feudalismo y el clericalismo, preparó para el por-venir la posibilidad de resolver pacíficamente, sin choques, lascuestiones sociales. Aun admitiendo esta afirmación puramente li-beral, nuestro adversario está completamente equivocado, pues larevolución rusa, culminada con la dictadura del proletariado, haempezado precisamente realizando la misma obra que la revolu-ción hizo en Francia a fines del siglo XVIII. Nuestros antepasadosno se preocupaban de preparar —mediante el terror revoluciona-rio— las condiciones democráticas que hubieran debido suavizarlas costumbres de nuestra revolución. El mandarín Kautsky, tan

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moralista, debería tener en cuenta este hecho y no acusarnos, sinoacusar a nuestros predecesores.

Parece, por lo demás, que nos consiente una ligera concesión eneste sentido.

Escribe: “Cierto que nadie podía poner en duda la necesidad deemplear medios violentos para derribar una monarquía militarcomo la alemana, austriaca o rusa, pero ya no se pensaba (¿quién?)en la fuerza de las armas, sino en el instrumento de fuerza caracte-rístico del proletariado: la huelga general... Pero nadie podía esperarque parte considerable del proletariado, conseguido el poder, vol-viese a emplear los mismos métodos sangrientos y vengativos queempleó a fines del siglo XVIII, porque esto hubiera destruido toda laevolución histórica”.

Como se ve, ha sido necesaria la guerra y toda una serie de revo-luciones para poder echar una ojeada sobre la bóveda craneana de al-gunos teóricos y averiguar lo que ocurría en ella. Ahora ya lo sabe-mos: Kautsky no creía que se pudiese alejar del poder, por la persua-sión, a los Románov o los Hohenzollern; pero se figuraba muy en serioque una monarquía militar podía ser derribada por una huelga gene-ral; es decir, por una manifestación pacífica de brazos cruzados. A pe-sar de la experiencia rusa de 1905 y de la discusión mundial que so-brevino, Kautsky, como se advierte, había conservado su punto devista anarco-reformista sobre la huelga general. Podríamos recordarleque su propio periódico, la Neue Zeit, demostraba hace una docena deaños, que la huelga general no es más que la movilización delproletariado opuesta a las fuerzas enemigas del gobierno, y que nopuede resolver por sí misma nada, porque agota las fuerzas del pro-letariado antes que las de su adversario, obligando a aquél a reanudarel trabajo. La huelga general no puede tener influencia decisiva másque cuando es el preludio de un conflicto entre el proletariado y lafuerza armada del enemigo; es decir, si es el preludio de una insurrec-ción. El proletariado no puede resolver el problema del poder, proble-ma fundamental de toda revolución, sino quebrantando la voluntaddel ejército que se opone. La huelga general lleva aparejada la movili-zación por ambas partes, y permite una primera apreciación seria delas fuerzas de resistencia de la contrarrevolución; pero sólo los des-arrollos posteriores de la lucha determinan el precio de sangre que hade costarle al proletariado la conquista del poder. Que haya que pa-

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gar con sangre; que, en su lucha por tomar el poder y conservarlo, elproletariado debe saber morir y matar, ningún verdadero revolucio-nario lo ha puesto nunca en duda. Declarar que la aspereza de la lu-cha entre el proletariado y la burguesía —lucha a muerte— “destruyela evolución”, prueba únicamente que las cabezas de algunos ideólo-gos respetados son cámaras oscuras —camera obscura— donde lasimágenes aparecen invertidas.

Por lo que toca a los países más adelantados y cultos, sometidos ala influencia de antiguas tradiciones democráticas, nada acredita laexactitud de las teorías históricas de Kautsky. Estas, por otra parte,no son nuevas. Los revisionistas las conferían antes un carácter deprincipios más serio. Demostraban que el crecimiento de las organi-zaciones proletarias en el seno de la democracia, garantizaba el pasogradual e imperceptible —reformista, evolucionista— al régimen so-cialista, sin necesidad de huelgas generales, de insurrecciones ni dedictadura del proletariado.

En esta época —la del apogeo de su actividad— Kautsky mostra-ba los antagonismos de clase de la sociedad capitalista, que se acen-tuaban a pesar de las formas de la democracia y que tenían que con-ducir a la revolución y a la conquista del poder por el proletariado.

Naturalmente, nadie ha intentado calcular por adelantado el nú-mero de víctimas de la insurrección y la dictadura proletaria. Pero es-taba clarísimo que ese número dependería de la fuerza de resistenciade las clases poseedoras. Si el libro de Kautsky trata de probar que laeducación democrática no ha suavizado el egoísmo de clase de laburguesía, se lo concederemos inmediatamente.

Si quiere añadir que la guerra imperialista, que ha durado cuatroaños a pesar de la democracia, ha fomentado la brutalidad en las cos-tumbres, ha habituado a la violencia y ha enseñado a la burguesía ano sentir ningún embarazo por el exterminio de las masas, tambiéntendrá razón. Esa es la verdad. Pero tenemos que combatir en estascondiciones. No se trata de un duelo entre hombrecillos proletarios yburgueses salidos del cerebro de Wagner-Kautsky, sino de una bata-lla entre un proletariado real y una burguesía real, tales como los haformado la gran matanza imperialista.

En la despiadada guerra civil que tiene lugar en el mundo entero,Kautsky ve el nefasto resultado de... el abandono de la “táctica ensa-yada y victoriosa” de la Segunda Internacional.

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“En efecto —escribe—, desde que el marxismo domina el movi-miento proletario, éste no ha sufrido hasta la guerra ninguna gran de-rrota, y la idea de imponerse por el régimen del terror había desapa-recido enteramente de sus filas.

“Mucho contribuyó a esto la circunstancia de que, al mismo tiem-po que el marxismo se hizo la doctrina socialista dominante, arraigóen la Europa occidental la democracia, que dejó de ser un objetivo delucha para convertirse en la base firme de la vida política”.

Esta “fórmula del progreso” no contiene ni un átomo de marxis-mo: el proceso real de la lucha de clases, de sus conflictos materia-les, se resuelve en la propaganda marxista que, gracias a las condi-ciones de la democracia, parece garantizar el tránsito indoloro a for-mas sociales “más racionales”. Vulgarización extrema del viejoracionalismo del siglo XVIII, en que las ideas de Condorcet son sus-tituidas por una versión miserable del Manifiesto Comunista. La his-toria no es más que el despliegue de una cinta de papel impreso; yen el centro de este proceso “humanitario” proceso se ve la mesa detrabajo de Kautsky.

Se presenta como ejemplo el movimiento obrero de la época de laSegunda Internacional, que, enarbolando la bandera marxista, nuncaha experimentado derrotas en sus ofensivas conscientes. Pero todo elmovimiento obrero, todo el proletariado mundial y con él toda la cul-tura humana, han sufrido en agosto de 1914, en el momento en quela historia hacía el balance de las fuerzas y aptitudes de todos los par-tidos socialistas, dirigidos, según nos dicen, por el marxismo “sólida-mente apoyados en la democracia”, una espantosa derrota. Las ca-racterísticas de su trabajo anterior, que Kautsky querría inmortalizarahora: facilidad para adaptarse a las circunstancias, abandono de laacción ilegal, alejamiento de las luchas abiertas, esperanza en la de-mocracia, camino de una transformación social sin traumas, han sidoarrastradas por el viento. Por temer las derrotas, deteniendo en todaslas ocasiones a las masas inclinadas a la lucha franca, por disolver ensus decisiones hasta la huelga general, los partidos de la Segunda In-ternacional se han preparado por sí mismos su propia ruina; pues nohan sabido mover un dedo para evitar la inmensa catástrofe de laguerra mundial que ha determinado el carácter encarnizado de laguerra civil. ¡Hay que tener una venda no sólo sobre los ojos, sino so-bre los oídos y las narices, para oponernos ahora, después del

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derrumbamiento de la Segunda Internacional, después de la banca-rrota del partido que la dirigía —la socialdemocracia alemana—, des-pués de la sangrienta estupidez de la guerra mundial y la inmensaamplitud de la guerra civil, a la profundidad de pensamiento, la leal-tad, el amor a la paz y la lucidez de la Segunda Internacional, cuyaherencia liquidamos hoy!

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III. La democracia

O DEMOCRACIA O GUERRA CIVIL

Kautsky no conoce más que un camino de salvación: la democracia.Basta con que sea reconocida por todos y todos consientan en someter-se a ella. Los socialistas de la derecha deben renunciar a las sanguina-rias violencias a que han recurrido, a gusto de la burguesía. La mismaburguesía debe renunciar a la idea de mantener hasta el fin su situaciónprivilegiada gracias a Noske y a los sargentos Vogel. El proletariado,en fin, de una vez para siempre, debe abandonar el propósito de hacerdesaparecer la burguesía de otro modo que por las vías constituciona-les. Si estas condiciones se cumplen, la revolución social se resolverásin dolor en el seno de la democracia. Basta, como se comprende sin di-ficultad, con que nuestra borrascosa historia consienta en ponerse el bi-rrete de Kautsky y en extraer la sabiduría de su tabaquera.

“No hay más que dos alternativas —expone nuestro sabio—, o de-mocracia o guerra civil”. Sin embargo, en Alemania, donde se hallanreunidos los elementos de una democracia formal, la guerra civil noconoce interrupción: “Seguramente Alemania no puede esperar nadade la actual Asamblea Nacional. Pero no se favorece el progreso ale-mán, sino que se va en contra suya, convirtiendo la lucha contra la ac-tual Asamblea en una lucha contra el sufragio universal”.

¡Como si en Alemania la cuestión fuesen las formas de escrutinioy no la posesión efectiva del poder!

La actual Asamblea Nacional —Kautsky lo reconoce— no puededevolver la salud al país. ¿Qué se deduce de esto? Que hay que vol-ver a empezar.

¿Lo consentirán nuestros camaradas? Puede ponerse en duda. Sila partida no es ventajosa para nosotros, es que lo es para nuestrosenemigos.

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La Asamblea Nacional, incapaz de “devolver la salud al país”, esmuy capaz de preparar con la dictadura reticente de Noske la dicta-dura seria de Ludendorff. Así ocurrió con la Asamblea Constituyen-te que preparó el camino a Kolchak. La predestinación histórica deKautsky es precisamente escribir después del golpe de Estado el libroque explique el fracaso de la revolución por todo el curso precedentede la historia, desde el mono a Noske y desde Noske a Ludendorff.Muy distinta es la tarea de un partido revolucionario: consiste en pre-ver el peligro a tiempo, y prevenirlo mediante la acción. Para este fin,sólo hay que hacer una cosa: arrancar el poder de manos de sus au-ténticos detentadores, los terratenientes y capitalistas que se ocultantras de Ebert y Noske. La ruta se bifurca, pues, al salir de la AsambleaNacional: o dictadura de una clase imperialista o dictadura. No seabre ningún camino hacia la “democracia”. Kautsky no lo compren-de. Expone con excesiva prolijidad la impotencia de la democraciapara el desenvolvimiento político y la educación organizadora de lasmasas, y hace notar que puede conducir al proletariado a su totalemancipación. ¡Como si no hubiera ocurrido nada importante en elmundo desde que se escribió el programa de Erfurt!

El proletariado francés, alemán y de algunos otros países impor-tantes, ha militado, no obstante, durante décadas, aprovechándosede todas las ventajas de la democracia para crear potentes organiza-ciones políticas. Esta evolución del proletariado hacia el socialismoha sido interrumpida, sin embargo, por un acontecimiento de consi-derable importancia: la guerra imperialista mundial. El Estado de cla-se, en el momento en que la guerra estallaba por su culpa, ha podidoengañar al proletariado con la ayuda de los organismos directores dela democracia socialista y meterlo dentro de su órbita. Los métodosdemocráticos han dado pruebas por este procedimiento, a pesar delas ventajas indiscutibles que procuraban en cierta época, de su ac-ción sumamente limitada, puesto que la educación democrática dedos generaciones proletarias no habían preparado el terreno políticopara la comprensión y apreciación de un acontecimiento de la índolede la guerra imperialista mundial. Esta experiencia no permite afir-mar que si la guerra hubiese estallado diez o veinte años más tardehubiera encontrado al proletariado mejor preparado políticamente.El Estado democrático burgués no se limita a conceder a los trabaja-dores mejores condiciones de desarrollo, con relación al absolutismo;

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III. LA DEMOCRACIA 47

con la legalidad limita este mismo desenvolvimiento, acumula yafianza con arte los hábitos oportunistas y los prejuicios legales entrelas pequeñas aristocracias proletarias. En el momento en que la catás-trofe —la guerra— se hizo inminente, la escuela de la democracia re-veló su incapacidad completa para conducir al proletariado a la revo-lución. Fueron necesarias la bárbara escuela de la guerra, las esperan-zas social-imperialistas, los mayores éxitos militares y una derrota sinigual. Después de estos sucesos, que impusieron algunas mo-dificaciones al programa de Erfurt, emplear los viejos lugares comu-nes sobre la significación del parlamentarismo para la educación delproletariado equivale a volver políticamente a la infancia. Y esta es ladesgracia de Kautsky. Este escribe:

“El proudhonismo estaba animado de una profunda desconfian-za hacia las luchas políticas; no veía con buenos ojos la intervencióndel proletariado en la política. Se renuevan hoy análogos razona-mientos (!!), que se presentan como el nuevo evangelio del pensa-miento socialista, como un resultado de la experiencia que Marx noconocía ni podía conocer. Y en el fondo no son sino variaciones sobreideas que cuentan más de medio siglo de vida, que Marx conocía per-fectamente y que fueron por él combatidas y derrotadas”.

Así pues, el bolchevismo no es más que... ¡un refrito de proudho-nismo! Desde el punto de vista teórico, esta desvergonzada afirma-ción es una de las más imprudentes del libro.

Los proudhonianos rechazaban la democracia por la misma razónpor la que rechazaban la política. Eran partidarios de la organizacióneconómica de los trabajadores sin intervención del poder del Estado,sin conmociones revolucionarias; eran partidarios de la mutualidadobrera sobre la base de una economía comercial. En la medida en quela fuerza de las cosas les empujaba a la lucha política, preferían —como ideólogos burgueses— la democracia a la plutocracia e inclusoa la dictadura revolucionaria. ¿Qué tienen de común en esto con nos-otros? Mientras nosotros rechazamos la democracia en nombre de unpoder proletario centralizado, los proudhonianos, en cambio, esta-ban enteramente dispuestos a aliarse a una democracia, algo tocadade federalismo, para evitar el poder obrero revolucionario exclusivo.Kautsky hubiera podido compararnos con mucha más razón con losblanquistas, adversarios de los proudhonianos, que comprendíanperfectamente la importancia del poder revolucionario y se guarda-

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ban muy mucho, al plantear el problema de su conquista, de tener encuenta religiosamente los aspectos formales de la democracia. Peropara justificar la comparación de los comunistas con los blanquistassería preciso añadir que nosotros disponemos de una organizaciónrevolucionaria como nunca soñaron los blanquistas: los Sóviets de losDiputados Obreros y Soldados; que nuestro partido es un organismopolítico directivo incomparable, dotado de un programa completo derevolución social; y, en fin, que nuestros sindicatos, agrupados entorno de la bandera comunista y defendiendo abiertamente el gobier-no de los Sóviets, constituyen un potente instrumento de transforma-ción económica. En estas condiciones no se puede hablar de la resu-rrección de los principios proudhonianos por el bolchevismo, másque perdiendo hasta los últimos residuos de sentido histórico y dehonradez en materia de doctrina.

EL RENACIMIENTO IMPERIALISTA DE LA DEMOCRACIA

No sin razón la palabra “democracia” tiene en el diccionario un do-ble significado. Por una parte, designa el régimen fundado en el su-fragio universal y demás atributos de la “soberanía popular” formal.Por otro lado, designa a las mismas masas populares, en la medidaen que tienen una vida pública. En estos dos sentidos la noción dedemocracia se eleva por encima de las consideraciones de clase. Es-tas particularidades terminológicas tienen un profundo significadopolítico. La democracia, régimen político, es más inquebrantable,más acabada, más firme cuanto la masa pequeñoburguesa de las ciu-dades y los campos, insuficientemente diferenciada desde el puntode vista de clase, ocupa más espacio en la vida social. La democraciaha llegado a su apogeo en el siglo XIX en los Estados Unidos de Amé-rica y en Suiza. Más allá del Océano, la democracia gubernamental dela República Federativa se fundaba en la democracia agraria de loscolonos. En la pequeña república helvética, la pequeña burguesía delas ciudades y los campesinos ricos formaban la base de la democra-cia conservadora de los cantones.

Nacida de la lucha del tercer estado contra el feudalismo, la de-mocracia se convirtió pronto en un arma contra los antagonismos declase que empezaban a desarrollarse en la sociedad burguesa. La de-

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mocracia burguesa consigue realizar tanto mejor su obra cuanto másapoyada está por una capa más profunda de pequeña burguesía,cuanto mayor es la importancia de esta última en la vida económicadel país y más bajo, por consiguiente, el nivel del antagonismo de cla-se. Pero la clase media, cada vez más atrasada con respecto al des-arrollo histórico, perdía, no obstante, el derecho a hablar en nombrede la nación. Sus doctrinarios (Bernstein y consortes) han podido afir-mar con satisfacción que la clase media está muy lejos de desapare-cer tan rápidamente como la escuela marxista suponía. Y se puedeconvenir, en efecto, en que los elementos pequeñoburgueses de lasciudades y los campos ocupan todavía un puesto importantísimo nu-méricamente. Pero la significación capital del desenvolvimiento con-siste en la pérdida de su importancia en la producción; el valor de lasriquezas que la pequeña burguesía vierte en el activo de las nacionesha bajado mucho más pronto que su importancia numérica. El des-arrollo histórico se ha basado siempre, y cada vez más, en los polosopuestos de la sociedad —burguesía capitalista y proletariado—, yno en las capas conservadoras legadas por el pasado.

Cuanto más perdía su importancia social la pequeña burguesía,menos capaz era de desempeñar con autoridad la función de árbitroen el gran conflicto histórico entre el capital y el trabajo. Numérica-mente grande, la pequeña burguesía de las ciudades, y más aún delos campos, seguía, sin embargo, hallando su expresión en la estadís-tica electoral del parlamentarismo burgués. La igualdad formal de to-dos los ciudadanos en calidad de electores no hacía más que ates-tiguar claramente, en esta situación, la incapacidad del “parlamenta-rismo democrático” para resolver los problemas esenciales quegeneraba el desarrollo histórico. La igualdad de los sufragios del tra-bajador, del campesino y del gran propietario hacía del campesino elintermediario entre ambos antagonistas. Pero de hecho, el campesi-nado, doblemente atrasado desde el punto de vista de la cultura y lavida social, políticamente impotente, servía siempre de apoyo a lospartidos más reaccionarios, más osados y más corrompidos, finali-zando invariablemente por sostener al capital contra el trabajo.

Precisamente contra todas las profecías de Bernstein, de Sombart,de Tugan-Baranovski, la vitalidad de las clases medias no ha reduci-do la intensidad de las crisis revolucionarias de la sociedad burgue-sa, sino que más bien las ha hecho más dolorosas. Si la proletarización

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de la pequeña burguesía y de los campesinos revistiese formas máspuras y precisas, la conquista pacífica del poder por el proletariado,por medio del mecanismo parlamentario, hubiese sido mucho másprobable de lo que lo es hoy. El hecho a que se agarraban los partidosde la pequeña burguesía —su vitalidad— ha sido fatal, incluso paralas formas externas de la democracia, tan pronto como el capitalismohubo deshecho sus fundamentos. Ocupando en la política parlamen-taria el puesto que había perdido en la producción, la pequeña bur-guesía ha comprometido definitivamente al parlamentarismo, redu-ciéndolo a una charlatanería difusa y a la obstrucción legislativa.

Este solo hecho imponía al proletariado el deber de conquistar elpoder del Estado, independientemente de la pequeña burguesía e in-cluso contra ella, no contra sus intereses, sino contra su ineptitud y supolítica inconsistente, hecha de accesos impotentes e impulsivos.

“El imperialismo —escribía Marx a propósito del Imperio de Na-poleón III— es la forma más prostituida y perfecta de poder guber-namental, que... la burguesía, al alcanzar su apogeo, ha transformadoen instrumento de opresión de trabajo por el capital”. Esta definiciónexcede al segundo Imperio francés, y abarca al nuevo imperialismo,necesario en el mundo entero a causa de la voracidad del capital na-cional de las grandes potencias. En el dominio económico, el impe-rialismo suponía el fracaso definitivo del papel de la pequeña bur-guesía; en el campo político, significaba el aniquilamiento total de lademocracia, por la transformación de su contextura propia y por lasubordinación de todos sus medios e instituciones a los fines del im-perialismo. Abarcando a los países, independientemente de su desti-no político anterior, el imperialismo mostró que todos los prejuiciospolíticos le eran ajenos y que estaba dispuesto (y era capaz de hacer-lo) a servirse igualmente, después de haberlas transformado social-mente y sometido, de las monarquías de Nicolás Románov o de Gui-llermo Hohenzollern, de la autocracia presidencial de los EstadosUnidos y de la impotencia de algunos cientos de legisladorescorrompidos del parlamento francés. La gran matanza —baño desangre en que la burguesía ha intentado rejuvenecerse— nos ha ofre-cido el cuadro de una movilización sin ejemplo de todas las formasde Estado, de administración, de orientación política, de escuelas re-ligiosas o filosóficas, al servicio del imperialismo. Entre los mismospedantes, cuyo enorme letargo de docenas de años no había sido tur-

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bado por el progreso del imperialismo y que seguían considerando lademocracia, el sufragio universal, etc., desde su punto de vista tradi-cional, ha habido muchos que acabaron por darse cuenta durante laguerra de que las ideas cotidianas tenían ya un nuevo contenido. Ab-solutismo, monarquía parlamentaria, democracia; para el imperialis-mo, como sin duda para la revolución que acaba de sucederle, todaslas formas gubernamentales de dominación burguesa, desde el zaris-mo ruso al federalismo casi democrático de la América del Norte, go-zan de iguales derechos y forman parte de combinaciones en las cua-les se completan indisolublemente unas a las otras. En un momentode crisis, el imperialismo consigue someter por todos los medios deque dispone y sobre todo por los parlamentos —cualquiera que seala aritmética de los escrutinios—, a la pequeña burguesía de las ciu-dades y los campos y hasta a la aristocracia obrera. La idea nacional,que guiara al tercer estado en su advenimiento al poder, tuvo en elcurso de la guerra su período de renacimiento con la “defensa nacio-nal”. La ideología nacional se incendió una vez más con claridad des-lumbradora, en detrimento de la ideología de clases. El naufragio delas ilusiones imperialistas primero en los países vencidos y más tar-de, con algún retraso, en los países vencedores, ha destruido las ba-ses de lo que fue en otro tiempo la democracia nacional y de su prin-cipal herramienta: el parlamento democrático. La debilidad, la malacalidad, la impotencia de la burguesía aparecieron en todas partescon horrible certeza. En todos los países se planteó claramente lacuestión del poder gubernamental entre la clase capitalista, que reinaabiertamente o no y dispone de una casta de oficiales templados yaguerridos —a veces de cientos de miles de hombres—, y, el proleta-riado revolucionario insurrecto, en presencia de las clases medias es-pantadas, aterradas y postradas. ¡Buenas tonterías las que puedendecirse, en estas circunstancias, sobre la conquista pacífica del poderpor el proletariado por medio del parlamentarismo democrático!

El esquema de la situación política en el mundo está absolutamenteclaro. Habiendo llevado a los pueblos, agotados y doloridos, al bordedel abismo, la burguesía, sobre todo de los países vencedores, ha de-mostrado su incapacidad absoluta para sacarles de su terrible situacióny la incompatibilidad de su existencia con el progreso futuro de la hu-manidad. Todos los grupos políticos intermedios, los socialpatriotassobre todo, se pudren en vida. El proletariado, engañado por ellos, se

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manifiesta cada día más hostil y se confirma en su misión revoluciona-ria como la única fuerza que pueda salvar a los pueblos de la barbariey de la muerte. La historia, sin embargo, no otorga al partido de la re-volución social una mayoría parlamentaria formal. En otros términos,no ha transformado a las naciones en clubes que votan solemnemen-te, por mayoría de votos, la revolución social. Por el contrario, la revo-lución violenta ha llegado a ser una necesidad, precisamente porquelas exigencias inevitables de la historia no podían ser satisfechas porel mecanismo de la democracia parlamentaria. La burguesía capitalis-ta se dice: “Mientras posea las tierras, los talleres, las fábricas, los ban-cos, la prensa, las escuelas, las universidades; mientras tenga —pueses lo esencial— el ejército, el mecanismo de la democracia, sea el quefuere el modo como se le maneje, seguirá a mi voluntad. La pequeñaburguesía inepta, conservadora y desprovista de carácter, está tam-bién sometida a mí espiritual y materialmente. La reduzco y la redu-ciré por el poder de mis empresas, de mis beneficios, de mis proyectosy de mis crímenes. Cuando prorrumpa en murmuraciones de descon-tento, crearé pararrayos a centenares. Suscitaré cuando lo necesitepartidos de oposición, que desaparecerán tan pronto como hayancumplido su misión, facilitando a la burguesía el modo de manifestarsu indignación, sin causar el más leve perjuicio al capitalismo. Man-tendré para las masas populares el régimen de instrucción primariaobligatoria, que las detiene en el límite de la ignorancia y no las permi-te elevarse intelectualmente por encima del nivel tenido por inofensi-vo por mis técnicos. Seduciré, engañaré e intimidaré a las capas másprivilegiadas y a las más atrasadas del proletariado. Mientras los ins-trumentos de opresión e intimidación continúen en mis manos, la co-ordinación de todas estas medidas no permitirá que la vanguardia dela clase obrera ilumine la conciencia del mayor número”.

A lo cual el proletariado revolucionario responde: “Indudable-mente, la primera condición para conseguir nuestra emancipación esarrancar los instrumentos de dominio de manos de la burguesía. Nohay esperanza de conquistar pacíficamente el poder mientras la bur-guesía conserve todos los instrumentos de dominación. La esperanzade llegar al poder por el camino que la misma burguesía señala y obs-truye simultáneamente: la democracia parlamentaria, es una locura.No existe más que un camino: arrancar el poder de manos de la bur-guesía, arrebatándole los instrumentos materiales de su dominación.

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Cualquiera que sea la correlación aparente de fuerzas en el parlamen-to, yo haré de los medios más importantes de producción un bien so-cial. Daré la libertad a la conciencia de las clases pequeñoburguesashipnotizadas por el capitalismo. La demostraré con hechos lo que esla producción socialista. Cuando lo hayan visto, las capas más atrasa-das de la población me sostendrán, viniendo voluntaria y consciente-mente en auxilio de la obra de edificación socialista”.

Cuando el gobierno de los Sóviets ruso disolvió la AsambleaConstituyente, los directores socialdemócratas de Europa considera-ron este hecho si no como el preludio del fin del mundo, sí por lo me-nos como una ruptura arbitraria y brutal con todo el desarrollo ante-rior del socialismo. Sin embargo, no era más que una consecuenciainevitable de la situación creada por el imperialismo y la guerra. Si elcomunismo ruso ha sido el que primero ha sacado sus conclusionesteóricas y prácticas, obedece esto a las mismas razones por las cualesel proletariado ruso ha sido el primero que ha entablado la lucha porla conquista del poder.

Todo lo que después ha acontecido en Europa nos demuestra queteníamos razón. Creer en la posibilidad de restaurar la democracia entoda su inconsistencia es alimentarse de pobres utopías reaccionarias.

METAFÍSICA DE LA DEMOCRACIA

Sintiendo que el suelo histórico se hundía bajo sus pies, Kautsky pasade la democracia a la filosofía trascendental y pone a epilogar sobrelo que debía ser.

Los principios democráticos —soberanía del pueblo, sufragio uni-versal, libertades— se le muestran en la aureola del deber moral. Sedesprenden de su contenido histórico y, considerados en su natura-leza abstracta, parecen invariables y grados. Este pecado metafísicono es un hecho fortuito. El difunto Plejánov, después de haber sido,en las mejores épocas de su vida, un adversario irreductible del kan-tismo, trató también, hacia el fin de sus días, cuando la ráfaga del pa-triotismo le inflamaba, de asirse al espantajo del imperativo categóri-co, y esto es muy característico...

A la democracia real, que el pueblo alemán acaba de conocer,Kautsky opone una democracia ideal, como se opone fenómeno vul-

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gar la cosa en sí. Kautsky no nos indica con seguridad ningún paísdemocrático cuya democracia garantice el tránsito sin dolor al socia-lismo. En cambio, está firmemente convencido de que este país debeexistir. A la actual Asamblea Nacional alemana —ese instrumento dela impotencia, de perversidad reaccionaria, de los viles expedientes—,Kautsky opone otra Asamblea Nacional dotada de todas las cualida-des, salvo una, sin duda de poca importancia: la existencia.

La doctrina de la democracia formal no la ha creado el socialismocientífico, sino el derecho natural. La esencia del derecho natural re-side en el reconocimiento de normas jurídicas eternas e invariablesque encuentran, en las diversas épocas y en los distintos pueblos, ex-presiones restringidas y deformes. El derecho natural de la historiamoderna, tal como lo ha producido la Edad Media, significaba antetodo una protesta contra los privilegios de las castas, contra los abu-sos sancionados por la legislación del despotismo y contra otrosproductos “artificiales” del derecho positivo feudal. La ideología deltercer estado, débil aún, expresaba su interés propio por medio de, al-gunas normas ideales que habían de ser más tarde la enseñanza de lademocracia y adquirir al mismo tiempo un carácter individualista. Lapersonalidad es un fin en sí; todos los hombres tienen derecho a ex-presar sus ideas por la palabra y por la pluma; todo hombre goza deun derecho de sufragio igual al de los demás. Como emblemas decombate contra el feudalismo, las reivindicaciones de la democraciamarcaban un progreso. Pero cuanto más seguimos, más pone de ma-nifiesto su aspecto reaccionario la metafísica del derecho natural (te-oría de la democracia formal); que consiste en el control de una nor-ma ideal sobre las exigencias reales de las masas obreras y de los par-tidos revolucionarios.

Si se echa una ojeada sobre la sucesión histórica de las filosofías,la teoría del derecho aparece como una transposición del espiritualis-mo cristiano desembarazado de su misticismo grosero. El Evangelioanunció al esclavo que tiene un alma semejante a la de su dueño, einstituyó así la igualdad de todos los hombres ante el tribunal celes-tial. En la práctica, el esclavo siguió siendo esclavo y la sumisión seconvirtió para él en un deber religioso. Hallaba en la enseñanza cris-tiana una satisfacción mística a su oscura protesta contra su con-dición. Al lado de la protesta, el consuelo. “Aunque te parezcas a unasno que rebuzna, tienes un alma eterna”, le decía el cristianismo. Re-

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sonaba en ello una nota de indignación. Pero el cristianismo añadía:“Hasta siendo parecido a un asno que rebuzna, tu alma inmortal re-cibirá una recompensa eterna”. Estas dos notas se han soldado en elcristianismo de diversas maneras, según las épocas y clases. De unmodo general, el cristianismo, como todas las demás religiones, setransformó por tanto en un medio para adormecer la conciencia delas masas oprimidas.

El derecho natural, convertido en teoría de la democracia, le decíaal obrero: “Todos los hombres son iguales ante la ley, cualquiera quesea su origen, su calidad de poseedores o de no poseedores y el pa-pel que desempeñen; todos gozan de un derecho igual a decidir porsufragio los destinos del pueblo”. Esta norma ideal ha realizado unalabor revolucionaria en la conciencia de las masas, en la medida enque condenaba el absolutismo, los privilegios aristocráticos y el su-fragio censatario. Aparte de esto, no ha hecho más que adormecerprogresivamente la conciencia de las masas, legalizar la miseria, laesclavitud y la humillación.

Rothschild, que ha sabido acuñar la sangre y el sudor del mundoen buenos napoleones de oro, no tiene más que un voto en las eleccio-nes parlamentarias. El oscuro minero que no sabe firmar, que duermetoda la vida sin desnudarse y lleva en la sociedad la existencia de untopo, es también detentador de una parcela de la soberanía popular,es igual a Rothschild ante los tribunales y durante esos períodos deelecciones. En las condiciones reales de la vida, en las relaciones socia-les, en las costumbres, los hombres son cada vez más desiguales: aquíla acumulación extraordinaria de riquezas, allá una miseria sin espe-ranzas. Pero, en la estructura periódica del Estado, estas terribles con-tradicciones desaparecen; en ella no se encuentran más que sombraslegales desprovistas de cuerpos. Propietario, jornalero, capitalista,proletario, ministro, limpiabotas, todos son iguales en cuanto “ciuda-danos” y “legisladores”. La igualdad mística del cristianismo ha des-cendido de los cielos bajo la forma de la igualdad en derecho naturaldemocrático. Pero no ha descendido hasta la tierra misma, hasta elfundamento económico de la sociedad. Para el oscuro jornalero queen ningún momento de su vida deja de ser una bestia de carga, explo-tada por el capitalismo, el derecho ideal de influir sobre los destinosdel pueblo por las elecciones parlamentarias apenas es más real que lafelicidad que hace poco se le prometía en el reino de los cielos.

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Guiado por los intereses prácticos de la clase obrera el partido so-cialista, en un momento dado, entró en la vía del parlamentarismo. Loque no quiere decir en modo alguno que haya reconocido como prin-cipio la teoría metafísica de la democracia, fundada en un derecho su-perior a la historia y a las clases sociales. La doctrina proletaria consi-deraba la democracia como un instrumento al servicio de la sociedadburguesa, perfectamente adaptado, por otra parte, a las necesidades ypropósitos de las clases dominantes. Mas, como vivía del trabajo delproletariado y no podía, so pena de arruinarse, negarse a legalizar al-gunos aspectos cuando menos de la lucha de clases, la sociedad bur-guesa ofrecía de este modo a los partidos socialistas la posibilidad deutilizar en cierta medida y en períodos determinados, el mecanismo dela democracia, sin perjudicar lo más mínimo su principio intangible.

La tarea esencial del partido socialista, en todas las épocas de sulucha, ha consistido en crear las condiciones de una igualdad econó-mica efectiva, de una igualdad de costumbres entre los miembros dela comunidad humana, fundada en la solidaridad. Precisamente poresto, era el deber de los teóricos del proletariado desenmascarar lametafísica de la democracia, velo filosófico tendido sobre lasmixtificaciones políticas.

Si el partido democrático, al descubrir en la época de su entusias-mo revolucionario la mentira del dogma de la Iglesia, le decía a lasmasas: “Os alimentan con la promesa de una felicidad ultraterrena,mientras que aquí en el mundo carecéis de derechos y estáis encade-nados por la arbitrariedad”, el partido socialista no tenía menos ra-zón para decir unas docenas de años más tarde: “Os adormecen conuna ficción de igualdad y de derechos políticos; pero la posibilidadde gozar de estos derechos os es negada; la igualdad jurídica, apa-rente y convencional, se convierte en una cadena ideal que os ata a larueda del capital”.

Con objeto de realizar su obra fundamental, el partido socialistamovilizó también a las masas para la acción parlamentaria, pero nun-ca se comprometió en ninguna parte a no conducir al proletariado ha-cia el socialismo más que por la democracia. Al adaptarnos al régi-men parlamentario en la época precedente, nos limitábamos a desen-mascarar teóricamente la democracia, que todavía no podíamossuperar prácticamente por falta de fuerza. Pero la curva ideológicadel socialismo, que se destaca a pesar de las desviaciones, de las caí-

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das y hasta de las traiciones, acaba con la negación de la democraciay su sustitución por un mecanismo proletario, tan pronto como la cla-se obrera dispone de las fuerzas necesarias.

Sólo daremos una prueba de ello, pero bastante contundente. En1888, Paul Lafargue escribía en El Socialdemócrata (ruso):

“El parlamentarismo es un sistema gubernamental que da al pue-blo la ilusión de que rige por sí mismo los destinos del país, cuandorealmente todo el poder está concentrado en manos de la burguesía,y ni siquiera de toda la burguesía, sino de algunas capas sociales liga-das a esa clase. En el primer periodo de su dominación, la burguesíano comprende o no siente la necesidad de dar al pueblo esta ilusión.Por eso todos los países parlamentarios de Europa han empezado porel sufragio restringido; en todas partes, el derecho a dirigir los desti-nos políticos del país eligiendo diputados, ha pertenecido primero alos propietarios más o menos ricos, y sólo después se ha extendido alos ciudadanos menos favorables por la fortuna, hasta el momento enque el privilegio de algunos ha llegado a ser el derecho de todos ycada uno, en determinados países.

“En la sociedad burguesa, cuanto más considerable es el patrimo-nio social, menor es el número de los que se lo apropian. Lo mismoocurre con el poder: a medida que crece la masa de ciudadanos quegozan de derechos políticos y de gobernantes nombrados por elec-ción, el poder efectivo se concentra y llega a ser el monopolio de ungrupo de personalidades cada vez más reducido”. Tal es el misteriodel régimen de mayorías.

A los ojos del marxista Lafargue, el parlamentarismo subsiste mien-tras dura el dominio de la burguesía. “El día —escribe— en que el pro-letariado de Europa y América se apodere del Estado, deberá organi-zar un poder revolucionario y regir dictatorialmente la sociedad, mien-tras la burguesía, en tanto que clase social, no haya desaparecido”.

Antes Kautsky conocía esta estimación socialista del valor del par-lamentarismo y hasta la repitió muchas veces, aunque sin esta espiri-tual claridad francesa. La abjuración teórica de Kautsky consiste preci-samente en abandonar la dialéctica materialista para volver al derechonatural, reconociendo intangible y absoluta el principio democrático.Lo que el marxismo consideraba como un mecanismo transitorio de laburguesía, lo que no podía ser utilizado en política más que tem-poralmente, con el fin de preparar la revolución proletaria, nos lo pre-

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senta Kautsky como un principio original, situado por encima de lasclases y al cual se subordinan sin discusión los métodos de la luchaproletaria. La degeneración contrarrevolucionaria del parlamento haencontrado su expresión más acabada en la divinización de la demo-cracia por los teóricos de la decadencia de la Segunda Internacional.

LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE

De un modo general, la obtención de una mayoría democrática en unparlamento burgués no es absolutamente imposible. Pero este hecho,aunque se realizara, no modificaría en nada el curso de los aconteci-mientos. Bajo la influencia de la victoria parlamentaria del proletaria-do, los intelectuales pertenecientes a la clase media quizás ofrecieranuna resistencia menor al nuevo régimen. Pero la resistencia esencialde la burguesía estaría determinada por hechos como el estado de áni-mo del ejército, el grado de armamento de los obreros, la situación enlos países vecinos; y la guerra civil seguiría su curso bajo la influenciade estos factores reales y no de la frágil aritmética parlamentaria.

Nuestro partido no se negaba a conducir al proletariado a la dic-tadura pasando por la democracia; se daba exacta cuenta de las ven-tajas que ofrecía a la propaganda y a la acción política semejante tran-sición “legalizada” al orden nuevo. De ahí nuestra tentativa de con-vocar la Asamblea Constituyente. La tentativa fracasó. El campesinoruso, a quien la revolución acababa de despertar a la vida política, sevio en presencia de una docena de partidos, cada uno de los cualesparecía tener por finalidad confundir sus ideas. La Asamblea Consti-tuyente se enfrentó a la revolución, y fue barrida.

La mayoría “conciliadora” de la Asamblea Constituyente sólo re-flejaba la insuficiencia de pensamiento y de carácter de las capas inter-medias de las ciudades y los campos y de los elementos atrasados delproletariado. Si nos colocáramos en la óptica de las posibilidadeshistóricas, podríamos decir que la crisis hubiese sido menos dolorosasi la Asamblea Constituyente, mediante un trabajo de un par de años,hubiera desacreditado definitivamente a los socialistas revoluciona-rios y a los mencheviques por su coalición con los cadetes, provocadoasí un cambio formal en favor de los bolcheviques, demostrando a lasmasas que no hay en realidad más que dos fuerzas: el proletariado

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revolucionario, dirigido por los comunistas, y la democracia con-trarrevolucionaria, a la cabeza de la cual están los generales y almiran-tes. Pero el nudo de la cuestión estaba en otra parte: la situación inter-na distaba mucho de evolucionar paralelamente a la situación interna-cional. Si nuestro partido se hubiese dejado guiar por la políticaobjetiva del “curso de las cosas”, los acontecimientos militares hubie-ran podido bastarnos para decidirnos. El imperialismo alemán podíahaberse apoderado de Petrogrado, cuya evacuación había comenzadoel gobierno de Kerensky. La pérdida de Petrogrado habría sido enton-ces mortal para el proletariado ruso, cuyas mejores fuerzas eran enaquel momento la flota del Báltico y la capital roja.

No puede, pues, reprocharse a nuestro partido que haya queridoremontar el curso de la historia, sino, antes bien, que haya saltado al-gunos grados de la evolución política. Se adelantó a los socialistas re-volucionarios y a los mencheviques, para no permitir que el militaris-mo alemán se adelantase al proletariado ruso y concertara la paz conla Entente en detrimento de la revolución, antes de que ésta hubiesetenido tiempo de desplegar sus alas.

No es difícil deducir de lo que procede las respuestas a las doscuestiones que nos planteaba insidiosamente Kautsky. En primer tér-mino, ¿por qué hemos convocado la Asamblea Constituyente, si des-eábamos la dictadura del proletariado? Y seguidamente, si la prime-ra Asamblea Constituyente, cuya convocatoria creíamos que debía-mos hacer, se ha mostrado reaccionaria y no ha correspondido a losintereses de la revolución, ¿por qué nos negamos a convocar unanueva Asamblea Constituyente? La sospecha de Kautsky es que noshemos opuesto a la democracia, no por razones de principio, sinoporque se manifestaba en contra nuestra. Restablezcamos los hechospara darnos mejor cuenta de esta insinuante burrada.

La consigna de nuestro partido, desde el comienzo de la revolu-ción, es decir, mucho antes de la disolución de la Asamblea Constitu-yente y hasta de la aparición del decreto en que se convocaba, fue“¡Todo el poder para los Sóviets!”. No oponíamos, es cierto, los Só-viets a la futura Asamblea Constituyente, cuya convocatoria hacíamuy problemática el gobierno de Kerensky, retrasándola sin cesar;pero tampoco considerábamos la futura Asamblea Constituyente almodo de los demócratas pequeñoburgueses, que veían en ella al árbi-tro del país ruso, llamado a decidir todo. Hacíamos comprender a las

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masas que sus propias organizaciones revolucionarias —los Sóviets—debían y podían ser auténticamente las dueñas de la situación. Si nohabíamos rechazado formalmente por adelantado la Asamblea Cons-tituyente, es sólo porque no se presentaba como oposición al poder delos Sóviets, sino al de Kerensky, que no era más que el monigote depaja de la burguesía. Habíamos decidido, previamente, que si alcan-zábamos la mayoría en la Asamblea Constituyente, ésta se disolvería,transmitiendo sus poderes a los Sóviets, como hizo posteriormente laDuma municipal de Petrogrado, elegida sobre la base del más ampliosufragio democrático. En mi libro sobre la Revolución de Octubre me heesforzado por mostrar las razones que hacían de la Asamblea Consti-tuyente el reflejo tardío de una época superada ya por la revolución.No viendo el órgano del poder revolucionario más que en los Sóvietsy detentando éstos ya, cuando se convocó la Asamblea Constituyente,el poder efectivo, la cuestión estaba resuelta para nosotros, disolvien-do por la fuerza la Asamblea Constituyente, que no podía estar dis-puesta a hacerlo por sí misma en beneficio del poder de los Sóviets.

Pero ¿por qué —nos pregunta Kautsky— no convocáis una nuevaAsamblea Constituyente?

Porque no sentimos la necesidad de ello. Si la primera AsambleaConstituyente podía desempeñar momentáneamente un papel pro-gresivo, sancionando a los ojos de la pequeña burguesía el régimende los Sóviets que acababa de fundarse, ahora, después de dos añosde victoriosa dictadura del proletariado, después del fracaso total detodos los intentos “democráticos” en Siberia, en las costas del marBlanco, en Ucrania, en el Cáucaso, el poder soviético no tiene necesi-dad de ser santificado por la autoridad dudosa de la Asamblea Cons-tituyente. Pero Kautsky la siente de interrogar con el tono de LloydGeorge: ¿no tenemos derecho, puesto que eso ocurre, a afirmar que elgobierno de los Sóviets se mantiene por la voluntad de una minoría,ya que evita el control de una consulta popular?

Esta pregunta deja a un lado lo principal.Mientras que el régimen parlamentario, hasta en la época de su

desarrollo “pacífico” y seguro, no refleja más que groseramente el es-tado de espíritu del país y en los días de tempestades revolucionariaspierde por completo la facultad de seguir la lucha y la evolución dela convivencia política, el régimen de los Sóviets establece un contac-to infinitamente más estrecho, más orgánico, más honrado, con la

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mayoría de los trabajadores. Su característica más importante no esreflejar estáticamente la mayoría, sino formularla dinámicamente.Dentro ya de la dictadura revolucionaria, la clase obrera rusa ha dadoa entender con ello que, en período de transición, no construye su po-lítica sobre el arte inconsistente de rivalizar con partidos camaleones,para arrancarles algunos votos campesinos, sino de pleno acuerdocon el proletariado en la administración del país, hecha conforme alos verdaderos intereses de los trabajadores. Y ésta es una democra-cia bastante más profunda que la parlamentaria.

En este momento en que la obra esencial de la revolución —cues-tión de vida o muerte— consiste en rechazar el ataque de las bandasblancas, ¿pensará Kautsky que una “mayoría” parlamentaria cual-quiera podría crear una organización más enérgica, abnegada y vic-toriosa de la defensa revolucionaria? Las condiciones de la lucha re-saltan tan claramente en el país oprimido por el bloqueo infame, quelas clases intermedias y los grupos sociales no pueden elegir más queentre Denikin y el gobierno de los Sóviets. ¿Se necesitan nuevas prue-bas, después de haber visto a los partidos centristas, mencheviques ysocialistas revolucionarios, dividirse así?

Al proponernos un nuevo escrutinio para la Constitución, ¿acasocree Kautsky que se interrumpirá la guerra civil durante el períodoelectoral? Si abriga el propósito de hacer obrar en este sentido a la Se-gunda Internacional, apresurémonos a comunicarle que carece decrédito tanto para Denikin como para nosotros. Si la guerra entre lasbandas del imperialismo y el ejército de obreros y campesinos conti-núa, si las elecciones deben limitarse necesariamente al territorio delos Sóviets, ¿exigirá Kautsky que otorguemos a los partidos que de-fiendan a Denikin el derecho de libre propaganda? Vana y desprecia-ble charlatanería: nunca puede permitir ningún gobierno, en circuns-tancia alguna, que las fuerzas del enemigo contra quien combate mo-vilicen la retaguardia de sus ejércitos.

El hecho de que la flor de nuestra población trabajadora esté eneste momento en el frente no es de los menos importantes para resol-ver la cuestión. Los proletarios avanzados, los campesinos más cons-cientes, los que en todas las elecciones y acciones políticas de masasse colocan en primera fila y dirigen la opinión pública de los trabaja-dores, están en este instante en alguno de los frentes en el EjércitoRojo donde, como comisarios, comandantes o soldados, se baten y

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1. Con el fin de convencernos de la necesidad de la Asamblea Constituyente, Kautsky apo-ya su argumentación fundada en el imperativo categórico, en consideraciones tomadasdel curso de los cambios. Citemos: “Rusia necesita urgentemente el auxilio del capital ex-tranjero. Pero la República da los Sóviets no lo obtendrá si no convoca una Asamblea Na-cional y concede libertad de prensa. Y no porque los capitalistas sean idealistas de la de-mocracia, pues no tuvieron escrúpulos en prestarle al zarismo muchos miles de millones,sino porque no tienen confianza en un gobierno revolucionario”.Hay una gran verdad en este galimatías. En efecto, la Bolsa ha sostenido al gobierno deKolchak cuando se apoyaba en la Asamblea Constituyente. Pero lo defendió más enérgi-camente cuando disolvió ésta. La experiencia de Kolchak, ha confirmado su opinión deque el mecanismo de la democracia burguesa puede ser utilizado para servir a la causadel capitalismo y desechado luego como un vestido viejo. Puede ocurrir que la Bolsa con-sienta a la Constituyente nuevos préstamos, en la esperanza, plenamente justificada porla experiencia anterior, de ver a esta Asamblea restablecer la dictadura capitalista. Nos-otros no pensamos pagar a este precio la “confianza” de la Bolsa; preferimos resueltamen-te la confianza inspirada a toda la Bolsa por las armas del Ejército Rojo.

mueren. Si los gobiernos de los Estados democráticos burgueses,cuyo régimen se funda en el parlamentarismo, no han creído que po-dían proceder a las elecciones mientras ha durado la guerra, es total-mente absurdo pedir semejante cosa a la Rusia de los Sóviets, en don-de el parlamentarismo no existe. No basta con que el gobierno revo-lucionario ruso no haya impedido, ni aun en las horas más graves, larenovación mediante elecciones de sus Sóviets locales y centrales.

Diremos, por fin, como última conclusión —la última pero no la me-nos importante— para ilustrar a Kautsky, que los mismos kautskistasrusos, los mencheviques Mártov y Dan, no creen posible reclamar ac-tualmente la convocatoria de la Asamblea Constituyente, y abandonaneste hermoso proyecto para tiempos mejores. ¿Pero será necesario en-tonces? Nosotros lo dudamos. Una vez terminada la guerra civil, la cla-se revelará su fuerza creadora y enseñará a las masas más atrasadas loque puede darlas. Por la aplicación racional del trabajo obligatorio ypor una organización centralizada del reparto de productos, toda lapoblación del país ocupará un puesto en el engranaje del sistema eco-nómico y de la autogobernación soviética. Los mismos Sóviets, órga-nos del poder hoy, se transformarán en organizaciones puramenteeconómicas. En estas condiciones, dudamos de que la idea de coronarel edificio real de la sociedad socialista con una arcaica Asamblea Cons-tituyente tenga ninguna realidad; tanto más cuanto que esta Asambleano podría hacer otra cosa que consignar la “creación, ante ella y sin ella,de todas las instituciones de que tuviera necesidad el país1.

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IV. El terrorismo

“La revolución —se lamenta Kautsky— nos ha traído el más san-griento terrorismo ejercido por gobiernos socialistas. Comenzaronlos bolcheviques rusos, que fueron severamente juzgados por los de-más socialistas no partidarios del bolchevismo, entre ellos los mayo-ritarios alemanes. Pero apenas estos sintieron amenazado su poder,acudieron a los mismos medios que tan duramente habían condena-do en Oriente”.

Parece, pues, que de estas premisas debería deducirse la concl-usión de que el terrorismo está ligado a la naturaleza de la revoluciónmucho más profundamente de lo que habían pendo algunos teóricos.Kautsky saca por sí mismo una conclusión diametralmente opuesta.El desarrollo formidable del terrorismo de blancos y rojos en las últi-mas revoluciones —rusa, finlandesa, alemana, austriaca, húngara—es para él la prueba de que esas revoluciones se han apartado delbuen camino y no se han mostrado como hubieran debido , conformea sus fantasías teóricas. Sin pararnos a discutir acerca de la “inma-nencia” del terrorismo considerado “en sí” en la revolución, entendi-da también “en sí”, detengámonos en el ejemplo de algunas revolu-ciones, tales como nos las muestra la historia viva de la humanidad.

Recordaremos en primer lugar la Reforma, que traza una especiede demarcación entre la historia de la Edad Media y la Moderna:cuanto más abarcaba los intereses profundos de las masas populares,más amplitud tomaba, más encarnizada se hacía la guerra civil quese desarrollaba bajo los estandartes religiosos y más despiadado erael terror por ambas partes.

En el siglo XVII, Inglaterra hizo dos revoluciones: la primera, quepromovió violentas conmociones sociales y largas guerras, llevó, sobre

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todo, a la ejecución de Carlos I; la segunda, finalizó con el feliz adveni-miento al trono de una dinastía nueva. La burguesía inglesa y sus his-toriadores consideran estas dos revoluciones desde puntos de vistamuy diferentes: la primera es, a sus ojos, una abominable jacqueríe, una“Gran Rebelión”; la segunda, ha sido bautizada con el nombre de “Re-volución Gloriosa”. El historiador francés Agustín Thierry ha indicadolas causas de esta diversidad de apreciación. En la primera revolucióninglesa, en la “Gran Rebelión”, el pueblo actuaba, mientras que en lasegunda permanecía casi “callado”. La conclusión es que en un régi-men de esclavitud de clase es muy difícil enseñar buenos modales a lasmasas oprimidas que, exasperadas, se baten con chuzos y piedras, confuego y cuerda. A los historiadores al servicio de los monarcas y explo-tadores, les ofende esto a veces. Advirtamos, no obstante, que en la his-toria de la nueva Inglaterra (burguesa) es la “Gran Rebelión” y no la“Revolución Gloriosa” la que aparece como un suceso definitivo.

El acontecimiento más considerable de la historia moderna des-pués de la Reforma y la “Gran Rebelión” —acontecimiento que porsu impotencia deja muy por bajo a los dos precedentes— ha sido laRevolución Francesa.

La Revolución clásica ha engendrado el terrorismo clásico.Kautsky está dispuesto a excusar el terror de los jacobinos, recono-ciendo que ninguna otra medida les hubiese permitido salvar la Re-pública. Pero para nadie vale esta justificación tardía. Para losKautsky de fines del siglo XVIII (los dirigentes girondinos franceses),los jacobinos personificaban el mal. He aquí, en toda su vulgaridad,una comparación de los girondinos con los jacobinos bastante ins-tructiva. La encontramos trazada por la pluma de uno de los historia-dores burgueses franceses. “Tanto unos como otros querían la Repú-blica...”. Pero los girondinos “querían una República legal, libre, ge-nerosa. Los montañeses deseaban (!) una República despótica yterrible. Unos y otros eran partidarios de la soberanía del pueblo;pero los girondinos, justamente entendían por pueblo el conjunto dela nación, mientras que para los montañeses no había más pueblo quela clase trabajadora, por lo cual sólo a ella debía pertenecer el poder”.La antítesis entre los caballeros paladines de la Asamblea Constitu-yente y los sanguinarios que han establecido la dictadura del proleta-riado está bastante bien señalada en ese párrafo, naturalmente en lostérminos políticos de la época.

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La dictadura de hierro de los jacobinos había sido impuesta por lasituación sumamente crítica de la Francia revolucionaria. He aquí loque de ella dice un historiador burgués: “Los ejércitos extranjeros ha-bían entrado en territorio francés por cuatro lados al mismo tiempo:al norte, los ingleses y austriacos; en Alsacia, los prusianos; en Dau-phiné y hasta Lyon, los piamonteses; en el Rosellón, los españoles. Yesto en el momento en que la guerra civil hacía estragos en cuatropuntos diferentes, en Normandía, en La Vendée, en Lyon y en To-lón”. A esto hay que añadir los enemigos del interior, los innu-merables defensores ocultos del viejo orden de cosas, prestos a ayu-dar al enemigo por todos los medios.

El rigor de la dictadura del proletariado en Rusia —diremos nos-otros ahora— ha sido condicionado por circunstancias no menos crí-ticas. Teníamos un frente ininterrumpido desde el Norte hasta el Sur,del Este al Oeste. Además de los ejércitos contrarrevolucionarios deKolchak, de Denikin, etc., la Rusia soviética era atacada simultánea-mente por los alemanes, austriacos, checoslovacos, rumanos, france-ses, ingleses, americanos, japoneses, finlandeses, estonios y lituanos.En el interior del país, bloqueado por todas partes y consumido porel hambre, había incesantes complots, levantamientos, actos te-rroristas, destrucciones de depósitos, de ferrocarriles y puentes. “Elgobierno, que se había encargado de cambiar al enemigo del exteriory el interior, no tenía dinero, ni ejército suficiente, no tenía nada enuna palabra, salvo una energía sin límites, un apoyo caluroso de loselementos revolucionarios del país y la audacia de recurrir a todas lasmedidas para la salvación de la patria, cualesquiera que fuesen su ar-bitrariedad, ilegalidad y vigor”. En estos términos caracterizaba an-taño Plejánov el gobierno de los jacobinos (El Socialdemócrata: Resu-men político y literario de un período de tres meses. Febrero, tomo I;Londres, 1890. Artículo sobre el “Centenario de Gran Revolución”,páginas 6-7.)

Pero fijémonos en la revolución ocurrida en la segunda mitad delsiglo XIX, en los Estados Unidos, país de la “democracia”. Aunque nose tratara de la abolición de la propiedad privada sino dé la trata denegros, las instituciones democráticas no fueron por ello menos inca-paces de resolver el conflicto pacíficamente. Los Estados del Sur, de-rrotados en las elecciones presidenciales de 1860, habían decidido re-cobrar a cualquier precio la influencia que hasta entonces habían ejer-

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cido para el mantenimiento de la esclavitud de los negros; y, pronun-ciando, como de costumbre, discursos grandilocuentes sobre la liber-tad y la independencia, fomentaban la rebelión de los esclavistas. To-das las consecuencias posteriores de la guerra civil fueron el resulta-do inevitable de esto. Desde que empezó la lucha, el gobierno militarde Baltimore encerraba en el fuerte de Mac Henry, a pesar del hábeascorpus, a muchos partidarios de la esclavitud. La cuestión de la lega-lidad o ilegalidad de estos actos era objeto de una calurosa discusiónentre los “principales notables” de la comarca. El juez supremo, Tei-ney, declaró que el presidente de la República no tenía derecho a sus-pender la acción de hábeas corpus ni a conferir semejantes poderes alas autoridades militares. “Tal es, según toda probabilidad, la solu-ción normal de esta cuestión —dice uno de los primeros historiado-res de la guerra americana—. Pero la situación era tan crítica y tanimperiosa la necesidad de tomar medidas radicales contra la pobla-ción de Baltimore, que el gobierno y el pueblo de los Estados Unidosreclamaba las medidas más enérgicas” (Historia de la guerra americana,por Fletcher, teniente coronel de Infantería de la Guardia; traducidadel inglés. San Petersburgo, 1867)

Los escasos objetos que necesitaba el Sur revolucionario le eransuministrados secretamente por los comerciantes del Norte. En estascondiciones, a los ciudadanos del Norte no les quedaba otro remedioque recurrir a la represión. El 6 de agosto de 1861 fue ratificado porel Presidente un proyecto del Congreso sobre la confiscación de lapropiedad privada empleada para fines insurreccionales. El pueblo,representado por los elementos más democráticos, era partidario delas medidas extremas; el partido republicano tenía en el Norte unamayoría decisiva, y todos los sospechosos de secesionismo, esto es,de favorecer a los Estados disidentes del Sur, eran objeto de violen-cias. En algunas ciudades del Norte, y hasta en los Estados de la Nue-va Inglaterra, que se vanagloriaban de su buen orden, la poblaciónasaltó en varias ocasiones los locales de los periódicos que defendíana los partidarios de la esclavitud insurrectos, y rompió sus máquinas.No era raro ver a los editores insurrectos untados de alquitrán, en-vueltos en plumas y paseados por las calles hasta que consentían enjurar fidelidad a la Unión. La personalidad del propietario de unplantío untado de alquitrán no tiene nada de común con “la cosa ensí”, y en este sentido el imperativo categórico de Kant sufrió en el cur-

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so de la guerra civil americana más de un fracaso de esta índole. Perono es esto todo. “Por su parte, el gobierno —nos refiere el mismo his-toriador— dictó también diversas medidas de represión contra laspublicaciones que no adoptaban su punto de vista. Y la prensa ame-ricana, que había gozado hasta entonces de la mayor libertad, se en-contró de pronto en una postura tan molesta como la de las monar-quías absolutas de Europa. La libertad, de palabras corrió la mismasuerte. Así, pues —sigue el teniente coronel Fletcher—, el puebloamericano se vio privado en el mismo momento de la mayor parte desus libertades. Es de notar —añade moralizando— que la mayoría dela población estaba de tal modo absorta por la guerra y tan profun-damente dispuesta a realizar todos los sacrificios por alcanzar su finque, lejos de lamentar la pérdida de sus libertades, parecía no darsecuenta de ello” (Historia de la guerra americana).

Los sanguinarios esclavistas del Sur y su turba desencadenada decriados procedieron con un furor mucho más grande aún. “En todaspartes —refiere el conde de París— donde se formaba una mayoría enfavor de los propietarios esclavistas, la opinión pública obraba despó-ticamente frente a la minoría. A todos los que echaban de menos labandera nacional, se les obligaba a guardar silencio. Pero esto no pa-reció bastante. Como ocurre en todas las revoluciones, se obligó a losindiferentes a que manifestaran su adhesión a la nueva causa. Los quese negaban a ello eran abandonados el odio y la violencia del popula-cho... En todos los centros de la civilización naciente (Estados del Sud-oeste) se constituyeron Comités de Vigilancia, integrados por todoslos que se habían destacado por su extremismo en el curso de la luchaelectoral... La taberna era el sitio ordinario de las reuniones, y, en ella,a la orgía se mezclaba una desdichada parodia de las formas sobera-nas de la justicia. Algunos energúmenos, sentados alrededor de unmostrador por el que corría el whisky, juzgaban a sus conciudadanospresentes y ausentes. El acusado, antes de ser interrogado, veía yapreparar la cuerda fatal. Y el que no comparecía ante el Tribunal, sa-bía su condena al caer baja la bala del verdugo oculto entre las male-zas del bosque...”. Este cuadro evoca las escenas que ocurren a diarioen las regiones donde operan Denikin, Kolchak, Yudenitch y los otroscampeones de la “democracia” franco-inglesa y americana.

Como se planteaba la cuestión del terrorismo bajo la Comuna deParís, lo veremos más abajo. Sea como quiera, los esfuerzos que hace

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Kautsky por oponer la Comuna a nuestra Revolución no tienen elmenor fundamento y le obligan a recurrir a una ruin fraseología.

Parece que deben considerarse las capturas de rehenes como “in-herentes” al terrorismo de la guerra civil. Kautsky, adversario del te-rrorismo y de la captura de rehenes, es, sin embargo, defensor de laComuna de París (verdad es que ocurrió hace cincuenta años). La Co-muna, empero, había cogido rehenes. Esto parece que debía originara nuestro autor cierto embarazo. Pero ¿para qué serviría la casuísticasi no fuese para estas ocasiones?

Los decretos de la Comuna sobre los rehenes y su ejecución comorespuesta a las crueldades de los versalleses fueron motivados —se-gún la profunda explicación de Kautsky— por el deseo de conservarlas vidas humanas y no por un deseo de crimen. ¡Admirable descu-brimiento! No falta más que ensancharlo. Se puede y se debe hacercomprender que en tiempos de guerra civil exterminamos a los guar-dias blancos con el objeto de que ellos no exterminasen a los trabaja-dores. Nuestro propósito, pues, no es suprimir vidas humanas, sinopreservarlas. Si ocurre que para su preservación tenemos que comba-tir paradójicamente con las armas en la mano, y si esto nos lleva a ha-cer exterminios, hay en ello un enigma cuyo secreto dialéctico ha sidopuesto en claro por el viejo Hegel, para no hablar de sabios pertene-cientes a escuelas más antiguas.

La Comuna no hubiera podido sostenerse y afianzarse más quehaciendo una guerra sin cuartel a los versalleses. Estos tenían buennúmero de agentes en París. En guerra con las bandas de Thiers, laComuna no hubiera podido hacer otra cosa que exterminar a los ver-salleses, tanto en el frente como en retaguardia. Si su autoridad se hu-biese extendido fuera de París, habría chocado —en el curso de laguerra civil contra el ejército de la Asamblea Nacional— con enemi-gos mucho más peligrosos, en el seno mismo de la población. La Co-muna no hubiese podido, haciendo frente a los realistas, conceder lalibertad de palabra a sus agentes de retaguardia.

Kautsky, a pesar de los grandes acontecimientos actuales, no tie-ne ninguna idea de la guerra en general ni de la guerra civil en parti-cular. No llega a comprender que todo partidario de Thiers en Parísno era más que un simple “adversario” ideológico de los comuneros,pero que un espía o agente de Thiers era un enemigo mortal que ace-chaba el momento para herirles a traición. Ahora bien, al enemigo se

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le debe poner en condiciones de que no pueda hacer daño, lo que entiempo de guerra no puede traducirse más que por su supresión.

En la revolución, como en la guerra, se trata de quebrantar la vo-luntad del enemigo, de obligarle a capitular aceptando las condicio-nes del vencedor.

La voluntad es, seguramente, un hecho de orden psicológico, peroa diferencia de un mitin, de una reunión pública o de un congreso, larevolución persigue sus fines echando mano de medios materiales,aunque en menor medida que la guerra.

La burguesía conquistó el poder insurreccionándose, y lo afianzócon la guerra civil. En tiempo de paz, lo conserva con la ayuda de uninstrumento de coerción muy complejo. Mientras haya una sociedadde clases, basada en los antagonismos más profundos, el uso de lasrepresiones será indispensable para someter a la parte adversa.

Aunque la dictadura del proletariado naciese, en algunos países,en el seno de la democracia, la guerra civil no se habría evitado poresto. La cuestión de saber a quién pertenecerá el poder en el país, esdecir, si la burguesía debe sobrevivir o perecer, se resolverá no porreferencias a los artículos de la Constitución, sino recurriendo a todaslas formas de la violencia. Haga lo que quiera Kautsky para analizarel alimento del antropopiteco y demás circunstancias próximas o re-motas que le permitan determinar las causas de la crueldad humana,no hallará en la historia otro medio de quebrantar la voluntad de cla-se del enemigo que el recurso enérgico de la fuerza.

El grado de violencia de la lucha depende de toda una serie decondiciones interiores e internacionales. Cuanto más obstinada y pe-ligrosa sea la resistencia del enemigo de clase vencido, más inevita-blemente será la transformación del sistema en sistema de terror.

Pero aquí Kautsky toma inesperadamente una nueva posición enla lucha contra el terrorismo soviético; finge ignorar la furiosa resis-tencia contrarrevolucionaria de la burguesía rusa. “No se ha observa-do —dice— semejante encarnizamiento en Petrogrado y Moscú ennoviembre de 1917 y menos aún en Budapest recientemente”.

Como resultado de este gracioso modo de plantear la cuestión, elterrorismo resulta ser simplemente un producto del espíritu sangui-nario de los bolcheviques, que rompen al mismo tiempo con las tra-diciones del herbívoro antropopiteco y las lecciones de moralidad del“kautskismo”.

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La conquista del poder por los Sóviets a principios de noviembrede 1917 (nuevo calendario) se efectuó a costa de pérdidas insignifi-cantes. La burguesía rusa se sentía tan alejada de las masas popula-res, tan impotente, tan comprometida por el curso y la terminaciónde la guerra, tan desmoralizada por el régimen de Kerensky, que nose arriesgó, por decirlo así, a resistir. En Petrogrado, el gobierno deKerensky fue derribado casi sin lucha. En Moscú se prolongó la resis-tencia, sobre todo por el carácter indeciso de nuestras propias accio-nes. En la mayor parte de las capitales de provincia, el poder pasó amanos de sus Sóviets sólo con la llegada de un simple telegrama dePetrogrado o Moscú. Si las cosas no hubiesen pasado de ahí, no ha-bría existido terror rojo. Pero desde noviembre de 1917 fui testigo deun comienzo de resistencia por parte de los poseedores. Es cierto quefue necesaria la intervención de los gobiernos imperialistas de Occi-dente para dar a la contrarrevolución esa confianza en sí misma y ala resistencia una fuerza siempre creciente, lo que puede demostrar-se por los hechos cotidianos secundarios o importantes que ocurrie-ron durante toda la revolución soviética.

El “Gran Cuartel General” de Kerensky sabía que no le apoyabanlas masas de soldados. Estaba tan dispuesto a reconocer sin resisten-cia el poder soviético, que entraba en negociaciones con los alemanespara concertar el armisticio. A esto debía seguir una protesta de lasmisiones militares de la Entente, acompañada de amenazas directas.El GCG se atemorizó. Bajo la presión de los oficiales “aliados” inau-guró la resistencia, suscitando de este modo un conflicto armado y elasesinato del general Donzhonin, jefe del Estado Mayor, por un gru-po de marineros revolucionarios.

En Petrogrado, los agentes oficiales de la Entente y especialmentela Misión militar francesa, obrando de concierto con los socialistas re-volucionarios y los mencheviques, organizaba abiertamente la resis-tencia desde el segundo día de la revolución. Movilizaron, armarony dirigieron contra nosotros a los alumnos de las Academias Milita-res (junkers) y a la juventud burguesa. La rebelión de los junkers del10 de noviembre ocasionó más pérdidas que la revolución del 7 delmismo mes. La aventura Kerensky-Krásnov contra Petrogrado, pro-vocada por la Entente, debía introducir en la lucha los primeros ele-mentos de encarnizamiento. El general Krásnov, sin embargo, fuepuesto en libertad bajo palabra. La insurrección de Yaroslav (en el

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curso del verano de 1918), que costó tantas víctimas, fue organizadapor Savinkof, a las órdenes de la Embajada de Francia y a costa deésta. Arjangelsk fue conquistado conforme el plan de los agentes mi-litares y navales ingleses, con el concurso de los barcos de guerra yaeroplanos de la misma nación. El advenimiento de Kolchak, el hom-bre de las finanzas americanas, ha sido cosa de las legiones extranje-ras, checoslovacas, a sueldo del gobierno francés. Kaledin y Krass-nov, primeros jefes de la contrarrevolución del Don, a quienes habí-amos puesto en libertad, no pudieron conseguir más que algunoséxitos parciales gracias al apoyo financiero y militar de Alemania. EnUcrania, el poder soviético fue destruido a principios de 1918 por elmilitarismo alemán. El ejército contrarrevolucionario de Denikin hasido creado con los recursos financieros y técnicos de Francia y laGran Bretaña. Sólo por la esperanza de una intervención de Inglate-rra y como consecuencia de su ayuda material fue organizado el ejér-cito de Yudenitch. Los políticos, diplomáticos y periodistas de los pa-íses de la Entente debaten con toda franqueza desde hace dos anos lacuestión de saber si la guerra civil en Rusia es una empresa lo bastan-te ventajosa para que se la pueda sostener. En tales condiciones se ne-cesita una cabeza dura como una piedra para encontrar las causas delcarácter sangriento de la guerra civil en Rusia en la mala voluntad delos bolcheviques y no en la situación internacional.

El proletariado ruso ha sido el primero que ha hecho la revoluciónsocial, y la burguesía rusa, políticamente impotente, ha tenido la au-dacia de no consentir en su expropiación política y económica, sóloporque veía en todas partes a las burguesías de más rancio abolengodueñas del poder y provistas de toda la potencia económica y, encierta medida, militar.

Si nuestra Revolución de Octubre hubiere ocurrido algunos meseso siquiera algunas semanas después de la conquista del poder por elproletariado en Alemania, Francia e Inglaterra, sin duda de ningúngénero, nuestra revolución hubiera sido la más pacífica, la menos“sangrienta” de las revoluciones posibles en el mundo. Pero este or-den histórico —a primera vista el más natural y en todo caso el másventajoso para la clase revolucionaria rusa— no ha sido infringidopor culpa nuestra, sino por culpa de los acontecimientos: en lugar deser el último, el proletariado ruso ha sido el primero. Precisamenteesta circunstancia ha sido la que ha dado, después del primer perío-

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do de la confusión, un carácter encarnizadísimo a la resistencia de lasantiguas clases dominantes de Rusia y ha obligado al proletariadoruso, en el momento de los mayores peligros, de las agresiones delexterior y los complots y alzamientos en el interior, a recurrir a lascrueles medidas del terror gubernamental.

Nadie puede sostener actualmente que estas medidas hayan sidoineficaces. Pero acaso se pretenda considerarlas como “inadmisibles”.

La misión y el deber de la clase obrera que se ha adueñado del po-der tras una larga lucha era fortalecerlo inquebrantablemente, conso-lidar definitivamente su dominación, cortar todo intento de golpe deEstado por parte de sus enemigos y procurarse, por ello, la posibili-dad de realizar las grandes reformas socialistas. Para otra cosa no va-lía la pena conquistar el poder. La revolución no implica “lógicamen-te” el terrorismo, como tampoco implica la insurrección armada. ¡So-lemne vulgaridad! Pero, en cambio, la revolución exige que la claserevolucionaria haga uso de todos los medios posibles para alcanzarsus fines: la insurrección armada, si es preciso; el terrorismo si es ne-cesario. La clase obrera, que ha conquistado el poder con las armas enla mano, debe deshacer por la violencia todas las tentativas encami-nadas a arrebatárselo. Siempre que se halle en presencia de un com-plot armado, de un tentado, de un levantamiento, su represión serádespiadada. ¿Es que Kautsky ha inventado otros procedimientos? ¿Oreduce toda la cuestión al grado de coerción y propone en este casoque se recurría al encarcelamiento antes que a la pena de muerte?

La cuestión de las formas y del grado de la represión no es segu-ramente una cuestión “de principio”. Es un problema de medidaspara conseguir el fin. En una época revolucionaria, el partido que hasido arrojado del poder o que no quiere admitir la estabilidad delpartido que dirige y lo prueba sosteniendo una furiosa lucha contraél, no se dejará intimidar por una amenaza de encarcelamiento encuya duración no cree. Sólo por este simple hecho decisivo se explicala frecuente aplicación de la pena de muerte en la guerra civil.

Pero ¿acaso quiere decir Kautsky que la pena de muerte no está engeneral conforme con el fin que se desea alcanzar, y que es imposibleaterrar a las “clases”? Esto tampoco es cierto. El terror es impotente—aunque sólo en último extremo— si se aplica por la reacción contrael partido que se rebela en virtud de las leyes de su desarrollo histó-rico. En cambio, el terror es eficaz contra la clase reaccionaria, que no

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se decide a abandonar el campo de batalla. La intimidación es el me-dio más poderoso de acción política, tanto en la esfera internacionalcomo en el interior de cada país. La guerra, como la revolución, se ba-san en la intimidación. Una guerra victoriosa no extermina, por reglageneral, más que a una parte ínfima del ejército vencido, pero desmo-raliza a las restantes y quebranta su voluntad. La revolución procededel mismo modo: mata a unas cuantas personas, aterra a miles. Eneste sentido, el terror rojo no se diferencia en principio de la insurrec-ción armada, de la que no es más que su continuación. No puede con-denarse “moralmente” el terror gubernamental de la clase revolucio-naria, sino aquel que, en principio repruebe (de palabra) toda violen-cia en general. Pero para esto es preciso ser un hipócrita.

¿Cómo, pues, distinguir vuestra táctica de la autocrática?, nos pre-guntan los pontífices del liberalismo y del “kautskismo”.

¿No lo comprendéis, falsos devotos? Pues os lo explicaremos. Elterror del zarismo estaba dirigido contra el proletariado. La policíazarista estrangulaba a los trabajadores que luchaban por el régimensocialista. Nuestras Comisiones Extraordinarias fusilan a los grandespropietarios, a los capitalistas, a los generales que intentan restable-cer el régimen capitalista. ¿Percibís este... matiz? ¿Sí? Para nosotros,los comunistas, es por completo suficiente.

LA LIBERTAD DE PRENSA

Kautsky, autor de un gran número de libros y artículos, se siente par-ticularmente afligido por los ataques a la libertad de prensa. ¿Es ad-misible suprimir los periódicos?

En tiempo de guerra, todas las instituciones, órganos del podergubernamental y de la opinión pública se convierten directa o indi-rectamente en órganos para la dirección de la guerra. Esto ocurre enprimer término con la prensa. Ningún gobierno que sostenga unaguerra seria puede permitir la impresión en su territorio de publica-ciones que abiertamente o no favorezcan al enemigo. A mayor abun-damiento, en período de guerra civil. La naturaleza de esta última esde tal suerte que ambos bandos tienen en la retaguardia de sus tro-pas poblaciones que hacen causa común con el enemigo. En la gue-rra, donde la muerte sanciona los éxitos y los fracasos, los agentes

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enemigos que se han introducido en la retaguardia de los ejércitosdeben sustituir la pena de muerte. Ley inhumana sin duda, pero na-die ha considerado todavía la guerra como una escuela de humanis-mo; con menos motivo aún, la guerra civil. ¿Puede exigirse en serioque durante la guerra contra las bandas contrarrevolucionarias deDenikin, se permita que aparezcan sin dificultad en Petrogrado yMoscú las publicaciones que los apoyan? Proponerlo en nombre de la“libertad” de prensa, equivaldría a exigir en nombre de la publicidadla publicación de los secretos militares. “Una ciudad sitiada —escri-bía el comunalista Arturo Arnoux— no puede admitir ni que el de-seo de verla capitular se exprese en su seno, ni que se excite a la trai-ción a sus defensores, ni que se comuniquen al enemigo los movi-mientos de sus tropas”. Tal ha sido, sin embargo, la situación de larepública soviética desde su establecimiento. Escuchemos, no obstan-te, lo que dice Kautsky a este respecto.

“La justificación de este sistema (se trata de la supresión de laprensa) descansa sobre la ingenua concepción de que existe una ver-dad absoluta (!) poseída exclusivamente por los comunistas (!!)... Yademás —continúa Kaustky—, en la creencia de que el resto de losescritores son embusteros (!!) y sólo los comunistas fanáticos de laverdad (!!). Pero en realidad en todos los campos se encuentran em-busteros y fanáticos de lo que como verdad consideran”. Etcétera.

Así, pues, para Kautsky, la revolución en su fase aguda, cuandose trata de vida o muerte para las clases, continúa siendo como anta-ño una discusión literaria con el fin de establecer... la verdad. ¡Quéprofundo es esto!... Nuestra “verdad” seguramente no es absoluta.Pero como actualmente estamos vertiendo sangre en nombre suyo,no tenemos razón ni posibilidad alguna de entablar una discusión li-teraria sobre la relatividad de la verdad con los que nos “critican”echando mano de todo. Nuestra misión no consiste en castigar a losfalaces y alentar a los justos de la prensa de todos los matices, sino ex-clusivamente en ahogar la mentira de clase de la burguesía y en ase-gurar el triunfo de la verdad de clase del proletariado, independien-temente de que haya en los dos campos fanáticos y mentirosos.

“El poder soviético —sigue lamentándose Kautsky— ha des-truido la única fuerza capaz de extirpar la corrupción: la libertad deprensa. El control mediante una libertad de prensa ilimitada hubierasido el único medio de contener a los bandidos y aventureros, que in-

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evitablemente querrán aprovecharse de todo poder ilimitado, dicta-torial...”. Y así sucesivamente. ¡La prensa, arma segura contra la co-rrupción! Esta receta liberal suena muy triste cuando se piensa en losdos países de mayor “libertad” de prensa: América del Norte y Fran-cia, que son al propio tiempo los mismos donde la corrupción capita-lista alcanza su apogeo.

Alimentado por los viejos chismes de los bajos fondos políticos dela Revolución Rusa, Kautsky se figura que, privada de la prensa de loscadetes y mencheviques, la organización soviética será pronto des-truida por los “bandidos y aventureros”. Tal era la voz de alarma delos mencheviques hace año y medio... A la hora presente, no se atre-verían a repetirla. Gracias al control soviético y a la selección que hacesin cesar el partido en un ambiente de lucha encarnizada, el poder so-viético ha dado buena cuenta de los bandidos y aventureros, puestosal descubierto en el momento de la revolución, incomparablementemejor que lo hubiera hecho en otro momento cualquier poder.

Hacemos la guerra. Luchamos, no en broma, sino a muerte. Laprensa no es el arma de una sociedad abstracta, sino de dos camposirreconciliables que combaten con las armas en la mano. Suprimimosla prensa de la contrarrevolución como destruimos sus posicionesfortificadas, sus depósitos, sus comunicaciones, sus servicios de es-pionaje. Nos privamos de las revelaciones de los cadetes y menchevi-ques sobre la corrupción de la clase obrera. Pero, en cambio, desha-cemos victoriosamente las bases de la corrupción capitalista.

Kautsky va más lejos en el desarrollo de su tema: se lamenta deque impidamos la publicación de los periódicos de los socialistas re-volucionarios y de los mencheviques y hasta de que —lo que tam-bién ocurre— detengamos a sus directores. ¿Es que aquí no se tratade “matices” que existen en el proletariado o en el movimiento so-cialista? Nuestro pedagogo, detrás de estas palabras, no ve los he-chos. Los mencheviques y socialistas revolucionarios no constituyenpara él más que tendencias políticas, mientras que en el curso de larevolución se han transformado en organizaciones íntimamente liga-das con los contrarrevolucionarios y que nos hacen una guerra abier-ta. El ejército de Kolchak ha sido formado por los socialistas revolu-cionarios (¡cuán falso y vacío suena hoy este nombre!) y apoyado porlos mencheviques. En el frente norte, unos y otros combaten contranosotros hace año y medio. Los directores mencheviques del Cáuca-

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so, antiguos aliados de los Hohenzollern, aliados hoy de Lloyd Ge-orge, detenían y fusilaban a los bolcheviques de perfecto acuerdocon los oficiales ingleses y alemanes. Los mencheviques y los socia-listas revolucionarios de la Rada de Kouban han creado el ejército deDenikin. Los mencheviques estonios, miembros del gobierno, hantomado parte directamente en la última ofensiva de Yudenitch con-tra Petrogrado.

Tales son las “tendencias” del socialismo... Kautsky cree que sepuede estar en guerra declarada con los mencheviques y socialistasrevolucionarios, que, con ayuda de los ejércitos de Yudenitch, de Kol-chak, de Denikin, creados gracias a su concurso, obran en contra nues-tra, y conceder al mismo tiempo, en la retaguardia de nuestro frente,la libertad de prensa a estos “inocentes matices”. Si el conflicto entrelos socialistas revolucionarios y los mencheviques hubiese podido serresuelto por la persuasión y el voto, es decir, si no estuviesen detráslos imperialismos rusos y extranjeros, no habría guerra civil.

Kautsky, naturalmente, está dispuesto a “condenar” (superfluagota de tinta) el bloqueo, el apoyo otorgado a Denikin por la Enten-te, y el terror blanco. Pero desde la altura de su imparcialidad no pue-de dejar de hallar circunstancias atenuantes a este último. El terrorblanco, fíjense ustedes bien, no viola sus principios, mientras que losbolcheviques, al aplicar el terror rojo, son infieles al “valor sagrado”de la vida humana, proclamado por ellos.... Pero Kautsky se abstienede explicar lo que en la práctica significa el respeto al valor sagradode la vida humana y en qué se diferencia del mandamiento “No ma-tarás”. Cuando un bandido levanta su cuchillo sobre un niño, ¿sepuede matar al primero para salvar al segundo? ¿No es esto un aten-tado contra el “valor sagrado” de la vida humana? ¿Se puede matara un bandido para salvar la propia vida? ¿Es admisible la insu-rrección de los esclavos contra sus dueños? ¿Lo es que un hombre al-cance la libertad a costa de la vida de sus carceleros? Si la vida huma-na es en general sagrada e inviolable, hay que renunciar a recurrir nosólo al terror, a la guerra, sino también a la revolución. Kautsky no seda cuenta del significado contrarrevolucionario del “principio” quetrata de imponernos. Veremos, por otra parte, que nos reprocha el ha-ber concentrado la paz de Brest-Litovsk. En su opinión, debíamos ha-ber seguido la guerra. Pero entonces, ¿en qué se convierte el “valorsagrado” de la vida humana? ¿Dejará de ser sagrada la vida cuando

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IV. EL TERRORISMO 77

se trata de individuos que hablan otro idioma? ¿O considera Kautskyque los asesinatos en masa, organizados conforme a las reglas de laestrategia y la táctica modernas, no son asesinatos? A decir verdad,es difícil afirmar en nuestra época un principio más hipócrita e inep-to. Mientras la mano de obra y, por consiguiente, la vida sea un artí-culo de comercio, de explotación y dilapidación, el principio del “va-lor sagrado de la vida humana” no será sino la más infame de lasmentiras, cuyo objeto es mantener a los esclavos bajo el yugo.

Hemos luchado contra la pena de muerte introducida por Ke-rensky, porque era aplicada por los Tribunales marciales del antiguoejército contra los soldados que se negaban a continuar la guerra im-perialista. Hemos arrancado esta arma de manos de los antiguosConsejos de Guerra. Hemos destruido estas instituciones y licencia-do al antiguo ejército que las había creado. Al exterminar en el Ejér-cito Rojo y en todo el país en general a los conspiradores revolucio-narios, que trataban de restablecer el viejo régimen mediante la insu-rrección, el asesinato, la desorganización, hemos procedido enconformidad con las férreas leyes de la guerra, por las cuales que-remos asegurar nuestra victoria.

Si se buscan las contradicciones formales ni que decir tiene quehay que observar, ante todo, el terror blanco, arma de las clases quese tienen por cristianas, que protegen la filosofía idealista y están fir-memente convencidas de que la personalidad (la suya) es la persona-lidad humana, fin en sí. Por lo que a nosotros se refiere, nunca hemosperdido el tiempo en las charlatanerías de los pastores kautskistas yde los cuáqueros vegetarianos acerca del “valor sagrado” de la vidahumana. Siempre hemos sido revolucionarios y hoy, dueños ya delpoder, lo seguimos siendo. Para que la personalidad humana lleguea ser sagrada es necesario destruir primero el régimen social que laoprime. Y esta obra no puede realizarse más que a sangre y fuego.

Existe, además, otra diferencia entre el terror blanco y el terrorrojo. El actual Kautsky lo ignora, pero para un marxista tiene una im-portancia capital. El terror blanco es el arma de una clase histórica-mente reaccionaria. Mientras afirmábamos la impotencia de las repre-siones del Estado burgués contra el proletariado, no hemos negadonunca que mediante los arrestos y las represalias las clases dirigentespuedan, en ciertas condiciones, retrasar temporalmente el estallido dela revolución social. Pero estábamos convencidos de que no lograrían

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evitarlo. Nuestra certeza provenía de que el proletariado es una clasehistóricamente ascendente, y que la sociedad burguesa no puede des-envolverse sin aumentar las fuerzas del proletariado. La burguesía enlos momentos actuales es una clase en decadencia. No sólo no desem-peña el papel esencial en la producción sino que, por sus métodos im-perialistas de apropiación, destruye la economía nacional y la culturahumana. No obstante, la vitalidad histórica de la burguesía es colosal.Se sostiene en el poder y no quiere soltar la presa. Gracias a esto, ame-naza arrastrar en su caída a toda la sociedad. Es necesario arrancárse-lo de las manos, y de cortarle éstas para conseguirlo... El terror rojo esel arma empleada contra una clase condenada a perecer y que no seresigna a ello. Si el terror blanco sólo puede retardar la ascensión his-tórica del proletariado, el terror rojo no hace más que precipitar la ca-ída de la burguesía. En ciertas épocas, la aceleración —que hace ganartiempo— tiene una importancia decisiva. Sin el terror rojo, la burgue-sía rusa, aliada con la burguesía mundial, nos hubiera aplastado mu-cho antes del advenimiento de la revolución en Europa. Hay que serciego para no verlo, o un falsario para negarlo. Quien concede impor-tancia revolucionaria histórica a la existencia misma del poder sovié-tico debe sancionar igualmente el terror rojo. Y Kautsky, después dehaber emborronado montañas de papel contra el comunismo y el te-rrorismo de estos dos últimos años, se ve obligado a reconocer al finalde su libro que el poder de los Sóviets rusos representa actualmenteel factor principal de la revolución mundial. “Piénsese como se pien-se de los métodos bolcheviques, el hecho de que en una gran naciónno sólo haya subido al poder un gobierno proletario, sino que lleve yaen él más de dos años sosteniéndose en las más difíciles circunstan-cias, tiene que elevar enormemente el sentimiento de su fuerza en lasclases proletarias de todos los países. Por este hecho, los bolcheviqueshan trabajado muy eficazmente por la causa de la revolución mun-dial”. Esta declaración nos sorprende profundamente, como el reco-nocimiento de una verdad histórica que sobreviene en el momento enque menos se esperaba. Haciendo frente al mundo capitalista coaliga-do, los bolcheviques han realizado una obra histórica considerable.No se han mantenido en el poder sólo por la fuerza de la idea, sinotambién por la fuerza de las armas. La confesión de Kautsky es su san-ción involuntaria de los métodos del terror rojo y, al mismo tiempo, lamás severa condena de sus propios procedimientos críticos.

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IV. EL TERRORISMO 79

LA INFLUENCIA DE LA GUERRA

Kautsky ve en la guerra, en su espantosa influencia sobre las costum-bres, una de las causas del carácter sangriento de la lucha revolucio-naria. Esto es indiscutible. Semejante influencia, con todas las conse-cuencias que de ella derivan, podía preverse ya en la época en queKautsky no sabía todavía si debía votarse en pro o en contra de loscréditos militares.

“El imperialismo rompió a viva fuerza el equilibrio inestable de lasociedad —escribíamos hace unos cinco años en un libro alemán so-bre La Guerra y la Internacional—. Destruyó las esclusas por las cualesla socialdemocracia contenía el torrente de energía revolucionaria ylo canalizó en su cauce. Esta formidable experiencia histórica, que hadeshecho de un golpe la Internacional Socialista, lleva en su seno, almismo tiempo, un peligro mortal para la sociedad burguesa. Se haarrancado el martillo de manos del obrero para sustituirlo por la es-pada. El obrero, ligado por completo al engranaje de la economía ca-pitalista, se ha encontrado de pronto alejado de su medio y aprendea ver los fines de la colectividad por encima del bienestar domésticoy de la vida.

“Como empuña en sus manos las armas que ha forjado él mismo,se coloca en tal situación que la suerte política del Estado depende in-mediatamente de él. Los que normalmente le oprimían y desprecia-ban, le halagan ahora y buscan sus favores. Al mismo tiempo, apren-de a conocer íntimamente a los cañones que, según Lassalle, consti-tuyen una de las partes más importantes de la Constitución.Franquea los límites del Estado, toma parte en las requisiciones vio-lentas, ve pasar las ciudades de unas manos a otras bajo sus golpes.Se producen cambios que su generación no había presenciado nunca.

“Si los obreros avanzados supiesen teóricamente que la fuerza esla madre del derecho, su modo político de pensar les llenaría, por su-puesto, de un espíritu de posibilismo y adaptación a la legalidad bur-guesa. Ahora, la clase obrera aprende a despreciar profundamente ya destruir por la violencia esta legalidad. Los enormes cañones incul-can a la clase obrera la idea de que cuando no se puede desviar unobstáculo, queda aún el recurso de romperlo. Casi todos los adultospasan por esa horrorosa escuela de realismo social que es la guerra,creadora de un nuevo tipo humano.

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“Sobre todas las normas de la sociedad burguesa —con su dere-cho, su moral y su religión— está suspendido hoy el puño de la ne-cesidad de hierro: ‘La necesidad no reconoce ley’, declaraba el canci-ller alemán el 4 de agosto de 1914. Los monarcas bajan a la plaza pú-blica a hablar como carreteros, a acusarse de perfidia los unos a losotros. Los gobiernos pisotean las obligaciones que han contraído so-lemnemente, y la Iglesia nacional, como un forzado, encadena a suDios y Señor al cañón nacional.

“¿No es evidente que estas circunstancias deben provocar loscambios más profundos en la vida psíquica de la clase obrera, des-pués de haberla curado radicalmente del hipnotismo de la legalidad,resultado de una época de política estancada? Las clases poseedorashabrán de convencerse pronto de ello, horrorizadas. El proletariado,que ha pasado por la escuela de la guerra, al primer obstáculo serioque surja en su propio país, sentirá la necesidad imperiosa de emple-ar el lenguaje de la fuerza. ‘La necesidad no reconoce ley’ lanzará alrostro de los que traten de detenerlo con las leyes de la sociedad bur-guesa… Y la terrible necesidad que ha reinado en el curso de estaguerra, sobre todo al final, incitará a las masas a pisotear muchas,muchas leyes”.

Todo esto es indiscutible. Pero hay que añadir además que la gue-rra no ha ejercido menos influencia sobre la psicología de las clasesdominantes; en la misma medida en que las masas se han vuelto exi-gentes, la, burguesía se ha hecho intratable.

En tiempo de paz, los capitalistas aseguraban sus intereses por elrobo “pacífico” del salario. En tiempo de guerra, se han procuradoestos mismos intereses haciendo exterminar multitudes de vidas hu-manas, lo que ha añadido a su espíritu de dominación una nueva ca-racterística “napoleónica”.

Durante la guerra, los capitalistas se habían acostumbrado a en-viar a la muerte a millones de esclavos, nacionales y coloniales, ennombre de los beneficios que obtenían de las minas, ferrocarriles, etc.

En el curso de la guerra han salido de la alta, media y pequeñaburguesía cientos de miles de oficiales, de combatientes profesiona-les —hombres cuyo carácter, templado en la guerra, se ha libertadode todas las conveniencias externas—, de soldados cualificados, dis-puestos y capaces de defender con encarnizamiento rayano en el he-roísmo la situación privilegiada de la burguesía que les ha elevado.

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IV. EL TERRORISMO 81

La revolución hubiese sido probablemente más humana si al pro-letariado se le hubiera ofrecido la posibilidad de librarse de “toda esabanda”, como Marx decía. Pero el capitalismo, en el curso de la gue-rra, ha hecho caer sobre los trabajadores una carga de deudas dema-siado aplastante; arruinó excesivamente la producción para que sepueda hablar en serio de esta libertad, a costa de la cual la burguesíaconsentiría en admitir la revolución sin murmurar mucho. Las masashan perdido mucha sangre; han sufrido excesivamente, se han in-sensibilizado demasiado para tomar semejante decisión, económica-mente irrealizable.

Otras circunstancias que actúan en el mismo sentido vienen a aña-dirse a éstas. La burguesía de los países vencidos, enfurecida por laderrota, están dispuestas a cargar con las responsabilidades al pue-blo, a los obreros y campesinos que no han sido capaces de seguir “lagran guerra nacional” hasta el final. Desde este punto de vista, las ex-plicaciones de una insolencia sin ejemplo, dadas por Ludendorff enla Comisaría de la Asamblea Constituyente, son de lo más instructi-vo. Las bandas de Ludendorff ardían en deseos de lavarse de la ver-güenza de su rebajamiento internacional con la sangre de su propioproletariado. En cuanto a la burguesía de los países victoriosos, llenala arrogancia, está más dispuesta que nunca a defender su situaciónsocial recurriendo a los abominables medios que la han dado la vic-toria. Hemos visto que la burguesía internacional se ha mostrado in-capaz de organizar el reparto del botín sin guerras ni ruinas. ¿Puede,en general, renunciar sin combate al botín? La experiencia de los cin-co últimos años no permite ninguna duda a este respecto; si antes,por el más puro utopismo, se había podido esperar que la expropia-ción de las clases poseedoras —gracias a la “democracia”— pasaseinadvertida, se realizara sin dolor, sin alzamiento, sin choques arma-dos, sin tentativas de contrarrevolución y sin encarnizadas represio-nes, hoy nos vemos obligados a admitir que la situación tan diferen-te que nos ha sido legada por la guerra imperialista no hace más queduplicar y triplicar el carácter despiadado de la guerra civil y de ladictadura del proletariado.

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V. La Comuna de Parísy la Rusia de los Sóviets

Corto episodio de la primera revolución hecho por ypara el proletariado y que terminó con el triunfo de susenemigos. Este episodio (desde el 18 de marzo al 28 demayo) duró setenta y dos días.P. Lavrov,La Comuna de París del 18 de marzo de 1871

LOS PARTIDOS SOCIALISTAS DE LA COMUNA NO ESTABAN PREPARADOS

La Comuna de París de 1871 fue el primer ensayo histórico, débilaún, de dominación de la clase obrera. Nosotros veneramos el recuer-do de la Comuna a pesar de su experiencia demasiado limitada, de lafalta de preparación de sus militantes, de la confusión de su progra-ma, de la ausencia de unidad entre sus directores, de la indecisión desus proyectos, de la excesiva turbación en las ejecuciones y del espan-toso desastre que resultó de ella. Saludamos en la Comuna —segúnuna expresión de Lavrov— a la aurora, aunque pálida, de la primerarepública proletaria. Kautsky no lo entiende así. Habiendo consagra-do la mayor parte de su libro Terrorismo y Comunismo a establecer unparalelo, groseramente tendencioso, entre la Comuna y el poder so-viético, ve las cualidades predominantes de aquélla allí donde nos-otros vemos sus desdichas y sus equivocaciones.

Kautsky procura demostrar con gran ardor que la Comuna de Pa-rís de 1870-71 no fue “artificialmente” preparada; antes bien, quesurgió espontáneamente, cogiendo de improviso a los revoluciona-rios, mientras que la Revolución Rusa de octubre-noviembre, por elcontrario, fue preparada minuciosamente por nuestro partido. Esto

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es indiscutible. Como no tiene el valor de formular con claridad susideas profundamente reaccionarias, Kautsky evita decirnos confranqueza si los revolucionarios de París de 1871 merecen ser apro-bados por no haber previsto la insurrección proletaria y, por lo tan-to, por no estar preparados para ella, o si nosotros debemos ser con-denados por haber previsto lo inevitable y por habernos adelantadoconscientemente a los acontecimientos. Toda la exposición deKautsky está escrita de tal modo que produce la siguiente impresiónen el espíritu del lector: ha caído una desgracia sobre los comuneros(¿no manifestó un día su pesar el filisteo bávaro Volmar porque loscomuneros en vez de irse a la cama se adueñaron del poder?), y poreso merecen toda nuestra indulgencia; los bolcheviques, por su par-te, se han adelantado conscientemente a la desgracia (la conquistadel poder), y eso no se les perdonará ni en este mundo ni en el otro.Plantear la cuestión de este modo puede parecer un absurdo increí-ble. Pero no por eso deja de ser menos cierto que es una consecuen-cia inevitable de la posición de los “independientes kautskistas”,que meten la cabeza entre los hombros para no ver nada, y que nopueden dar un paso hacia adelante si antes no han recibido un gol-pe en la espalda.

“La principal preocupación —escribe Kautsky— de la AsambleaNacional y del jefe de Ejecutivo elegido por ella, Thiers, fue la de hu-millar a París, quitarle su primacía de capital, su administración au-tónoma y, finalmente, desarmarle para lanzarse con seguridad al gol-pe de Estado. De esta situación nació el conflicto que produjo lainsurrección parisiense. Se ve claramente que esta insurrección fuetotalmente distinta del golpe de Estado del bolchevismo, que sacabasu fuerza del deseo vivo de paz, que tenía detrás de sí a los campesi-nos, que en la Asamblea no tenía enfrente a ningún monárquico, sinotan sólo a socialistas revolucionarios y mencheviques.

“Los bolcheviques alcanzaron el poder por un golpe de Estado sa-biamente preparado, que les hizo dueños de una vez de toda la ma-quinaria política, la que utilizaron del modo más enérgico y descon-siderado para desposeer política y económicamente a sus adversa-rios, incluso los proletarios.

“En cambio, los más sorprendidos por la sublevación de la Comu-na fueron los revolucionarios mismos. Y a una gran parte de ellos elconflicto se les vino encima cuando menos lo deseaban”.

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V. LA COMUNA DE PARÍS Y LA RUSIA DE LOS SÓVIETS 85

Con el fin de que se formen una idea perfectamente clara del sen-tido real de lo dicho aquí por Kautsky a propósito de los comunerosaportaremos el siguiente testimonio interesantísimo:

“El 1 de marzo de 1871 —escribe Lavrov en su instructivo libro so-bre la Comuna—, esto es, seis meses después de la caída del Imperioy algunos días antes de la explosión de la Comuna, los directores dela Internacional en París seguían sin tener un programa político”.

“Después de 18 de marzo —escribe este mismo autor— París es-taba en manos del proletariado; pero los jefes de éste, desconcertadospor su inesperado poder, no tomaron las medidas de seguridad máselementales”.

“No estáis a la altura de vuestro papel, y vuestra única preocu-pación es esquivar las responsabilidades”, declaró un miembro delComité Central de la Guardia Nacional. “Había en ello mucha deverdad —escribe Lissagaray, miembro e historiador de la Comu-na—; pero la falta de organización previa y de preparación, en elmomento mismo de la acción, obedece generalmente a que los pa-peles incumben a hombres que no tienen la suficiente altura paradesempeñarlos”.

Resulta por lo que precede (más tarde aparecerá con más eviden-cia aún) que la carencia de un programa de lucha directa en los socia-listas parisinos para la conquista del poder se explica por su amorfis-mo teórico y su desorden político, pero en modo alguno por conside-raciones de táctica superiores.

Está fuera de duda que la fidelidad del mismo Kautsky a las tra-diciones de la Comuna se manifestará sobre todo por la profundasorpresa con que acogerá la revolución proletaria en Alemania, en laque él no ve más que un conflicto “profundamente indeseable”. Nos-otros dudamos, no obstante, de que las generaciones futuras le hon-ren por eso. La esencia misma de su analogía histórica no es más queuna mezcla de confusiones, de reticencias y de arabescos.

Las intenciones que abrigaba Thiers con respecto a París, las abri-gaba también Milyukov, sostenido por Chernov y Tsereteli, con res-pecto a Petrogrado. Todos, de Kornílov a Potrésov, repetían a diarioque Petrogrado se había aislado del país, que no tenía nada de comúncon él, y que, depravado hasta la médula, quería imponer su volun-tad a la nación. Desacreditar y rebajar a Petrogrado, tal era la tareaprimordial de Milyukov y sus acólitos. Y esto ocurría en una época

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en que Petrogrado era el verdadero foco de la revolución, que no ha-bía logrado afianzarse en ninguna otra parte del país. Para dar a la ca-pital una buena lección, Rodzyanko, ex presidente de la Duma, ha-blaba francamente de entregar Petrogrado a los alemanes, como sehabía hecho ya con Riga. Rodzyanko no hacía más que precisar loque constituía el propósito de Milyukov, que Kerensky apoyaba contoda su política.

Como Thiers, Milyukov quería desarmar al proletariado. Pero lopeor era que por mediación de Kerensky, Chernov y Tsereteli, en ju-lio de 1917, casi se había desarmado al proletariado petersburgués.Este había recuperado las armas en agosto, cuando la ofensiva deKornílov contra Petrogrado. Este nuevo armamento del proletariadofue un factor importante para la preparación de la revolución de oc-tubre-noviembre. Así, pues, los puntos por los cuales opone Kautskyla insurrección de marzo de los obreros parisinos a nuestra revolu-ción de octubre-noviembre coinciden en cierto modo.

¿Pero en qué se diferencian? Ante todo, en que Thiers realizó sussiniestros propósitos, en que París fue tomado y fueron asesinadosmiles de obreros, mientras que Milyukov fracasó lamentablementeya que Petrogrado ha continuado como la ciudadela inexpugnabledel proletariado, y los jefes de la burguesía rusa tuvieron que acudira Ucrania a solicitar la ocupación de Rusia por los ejércitos del káiser.Esto ha ocurrido evidentemente, en gran parte, por culpa nuestra yestamos dispuestos a afrontar la responsabilidad que ello suponga.La diferencia esencial consiste también (y esto se ha hecho sentir másde una vez en el curso ulterior de los acontecimientos) en que mien-tras los comuneros partían con preferencia de consideraciones patrió-ticas, nosotros nos colocábamos invariablemente en el punto de vistade la revolución internacional. La derrota de la Comuna provocó ladestrucción de facto de la Primera Internacional. La victoria del po-der soviético ha conducido a la fundación de la Tercera Internacional.

¡Pero Marx —en vísperas de la revolución— aconsejaba a los co-muneros no la insurrección, sino la organización! En rigor se com-prendería que Kautsky aportase este testimonio para demostrarcómo se daba cuenta Marx de la gravedad de la situación en París.Más Kautsky, como todos los mandarines en la socialdemocracia,ve en la organización principalmente un medio de detener la acciónrevolucionaria.

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V. LA COMUNA DE PARÍS Y LA RUSIA DE LOS SÓVIETS 87

Aunque nos limitemos al problema de la organización, convieneno olvidar que la revolución de noviembre estuvo precedida por losnueve meses de existencia del gobierno de Kerensky, en el curso delos cuales nuestro partido se ocupó, no sin éxito, de tareas de agita-ción y organización. La Revolución de Noviembre estalló después deque hubimos alcanzado una aplastante mayoría en los Sóviets deobreros y soldados de Petrogrado, de Moscú y, en general, de todoslos centros industriales del país y transformado los Sóviets en pode-rosas organizaciones dirigidas por nuestro partido. En fin, teníamosdetrás de nosotros a la heroica Comuna de París, de cuyo aplasta-miento habíamos deducido que es misión de los revolucionarios pre-ver los acontecimientos y prepararse para recibirlos. Una vez más, es-tos son nuestros errores.

LA COMUNA DE PARÍS Y EL TERRORISMO

Kautsky no presenta un amplio paralelo entre la Comuna y el podersoviético más que para calumniar y menospreciar la viva y triunfan-te dictadura del proletariado en favor de una tentativa de dictaduraque se remonta a un pasado ya remoto.

Kautsky cita con excesiva satisfacción una declaración del Comitécentral de la Guardia Nacional, fechada el 19 de marzo, sobre el ase-sinato de los generales Lecomte y Clement Thomas, cometido por lossoldados: “Lo decimos indignados. Es una mancha de sangre con quequiere mancillar nuestro honor. Es una miserable calumnia. Nosotrosno hemos ordenado nunca el crimen; la Guardia Nacional no ha par-ticipado en lo más mínimo en la perpetración del asesinato”.

El Comité central, naturalmente, no tenía por qué cargar con laresponsabilidad de un asesinato en que no había intervenido paranada. Pero el tono patético y sentimental de la declaración caracteri-za perfectamente la timidez política de estos hombres ante la opiniónpública burguesa. ¿Deberíamos sorprendernos por ello? Los repre-sentantes de la Guardia Nacional eran, en su mayor parte, hombresde calibre revolucionario muy modesto. “No hay uno cuyo nombresea conocido —escribe Lissagaray—. Son pequeñoburgueses, tende-ros de ultramarinos, ajenos a las organizaciones, reservados y casi to-dos extraños a la política.

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“Un discreto sentimiento, algo temeroso, de terrible res-ponsabilidad histórica y el deseo de sustraerse a ella lo más prontoposible —escribe Lavrov a este respecto— se transparenta en todaslas proclamas del Comité central, en cuyas manos cayó París”.

Después de haber citado, para vergüenza nuestra, esta declara-ción sobre la efusión de sangre, Kautsky, como Marx y Engels, cri-tica la indecisión de la Comuna: “Si los parisinos —es decir, los co-muneros— hubiesen perseguido a Thiers, quizá hubiesen logradoapoderarse del gobierno. Las tropas que salían de París no hubie-ran ofrecido la menor resistencia... Pero Thiers pudo escapar sin di-ficultad. Se le permitió que se llevase sus tropas y que las reorga-nizase en Versalles, donde las fortaleció, animándolas de un nuevoespíritu”.

Kautsky no puede comprender que son los mismos hombres ypor las mismas causas quienes publicaron la citada declaración del19 de marzo y los que permitieron a Thiers que se retirara salvo yreorganizara su ejército. Si los comuneros hubieran podido vencercon sólo ejercer una influencia moral, su declaración hubiese tenidouna gran importancia. Pero no fue éste el caso. En el fondo, susentimentalismo humanitario no era más que el reverso de su pasi-vidad revolucionaria. Los hombres a quienes por el capricho delazar les cayó en suerte el gobierno de París y que no comprendieronla necesidad de aprovecharse de él inmediata y totalmente para lan-zarse en persecución de Thiers, para aplastarle sin remedio, para co-ger el ejército en sus manos, para efectuar la limpieza necesaria enel cuerpo de mando, para apoderarse de la provincia; estos hom-bres, digo, no podían, naturalmente, estar dispuestos a castigar conrigor a los elementos contrarrevolucionarios. Hay una conexión es-trecha entre las cosas. Era imposible perseguir a Thiers sin detenera sus agentes en París y fusilar a los espías y conspiradores. Conde-nando el asesinato de los generales contrarrevolucionarios como uncrimen abominable, hubiese sido pueril querer desarrollar la ener-gía entre las tropas que hubieran perseguido a Thiers, mandadaspor generales contrarrevolucionarios.

En la revolución, una energía superior equivale a una huma-nidad más elevada. “Precisamente los hombres que conceden tantovalor a la vida humana, a la sangre humana —escribe muy atinada-mente Lavrov—, son los que deben hacer cuanto esté en sus manos

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V. LA COMUNA DE PARÍS Y LA RUSIA DE LOS SÓVIETS 89

por obtener una victoria pronta y decisiva y actuar después con lamayor rapidez posible para la sumisión enérgica de los enemigos;pues sólo procediendo de este modo se puede tener el mínimo depérdidas inevitables y de sangre derramada”.

La declaración del 19 de marzo puede, no obstante, ser apreciadamás exactamente si se considera, no como una profesión de fe abso-luta, sino como la expresión de un estado de ánimo pasajero sobreve-nido al día siguiente de una victoria inesperada, obtenida sin el me-nor derramamiento de sangre. Totalmente ajeno a la comprensión dela dinámica de la revolución y al estado de ánimo que se modifica rá-pidamente a consecuencia de las condiciones interiores, Kautskypiensa por medio de fórmulas muertas y deforma la perspectiva delos acontecimientos con analogías arbitrarias. No comprende queesta generosa indecisión es, generalmente, propia de las mases en laprimera época de la revolución. Los obreros no inauguran la ofensi-va más que bajo el imperio de una necesidad férrea, como no estable-cen el terror rojo sino ante la amenaza de los asesinatos contrarrevo-lucionarios. Lo que Kautsky describe como el resultado de la moralelevada del proletariado parisiense de 1871, en realidad no hace másque caracterizar la primera etapa de la guerra civil. Hechos parecidosse han observado igualmente entre nosotros.

En Petrogrado, conquistamos el poder en octubre-noviembrecasi sin derramamiento de sangre y hasta sin detenciones. Los mi-nistros del gobierno de Kerensky fueron puestos en libertad inme-diatamente después de la revolución. Aún más; después de que elpoder hubo pasado a manos del Sóviets, el general cosaco Krásnov,que se había dirigido contra Petrogrado de acuerdo con Kerensky yhabía sido hecho prisionero en Gátchina, fue puesto en libertad, bajopalabra de honor, al día siguiente. “Magnanimidad” parecida a laque se ve en los primeros días de la Comuna. Pero que no por esodejó de ser un error. El general Krásnov, después de haber com-batido contra nosotros en el Sur, cerca de un año, después de haberasesinado a muchos miles de comunistas, ha atacado recientementeotra vez a Petrogrado; pero ahora en las filas del ejército de Yude-nitch. La revolución proletaria se hizo más violenta después de lasublevación de los junkers en Petrogrado y, sobre todo, después dela rebelión —tramada por los cadetes, socialrevolucionarios y men-cheviques— de los checoeslovacos en la región del Volga, donde

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fueron degollados miles de comunistas, después del atentado con-tra Lenin, el asesinato de Uritsky, etc.

Estas mismas tendencias, aunque sólo en sus primeras fases, lasobservamos también en la historia de la Comuna. Impedida por la ló-gica de la lucha, adoptó en principio el procedimiento de las amena-zas. La creación del Comité de Salud pública fue dictada por muchosde sus partidarios, por la idea de terror rojo. Este Comité estaba des-tinado a “cortar la cabeza de los traidores” (Journal Officiel, núm. 123),y a “castigar la traición” (el mismo periódico, núm. 124). Entre losDecretos de “amenaza” conviene señalar la disposición del 3 de abrilsobre el secuestro de los bienes de Thiers y sus ministros, la demoli-ción de su casa, la destrucción de la columna Vendôme y, en especial,el Decreto sobre los rehenes. Por cada prisionero o partidario de laComuna fusilado por los versalleses, debía fusilarse triple número derehenes. Las medidas tomadas por la Prefectura de Policía, dirigidapor Raoul Rigault, eran de carácter puramente terroristas, aunque nosiempre conformes al fin perseguido. Su realidad era sofocada por elespíritu de conciliación informe de los directores de la Comuna, porsu deseo de armonizar, mediante frases vacías, a la burguesía con elhecho acaecido, por sus oscilaciones entre la ficción de la democraciay la realidad de la dictadura. Esta última idea ha sido admirablemen-te formulada por Lavrov en su libro sobre la Comuna.

“El París de los ricos y de los proletarios indigentes, de los con-trastes sociales, en cuanto Comuna política, exigía en nombre de losprincipios liberales una completa libertad de palabra, de reunión, decrítica del gobierno, etc. El París que acababa de hacer la revoluciónen interés del proletariado y que se había comprometido a realizarlaen las instituciones, reclamaba, en cuanto Comuna del proletariadoobrero emancipado, medidas revolucionarias, dictatoriales, contralos enemigos del nuevo régimen”.

Si la Comuna de París no hubiese fracasado, si hubiera podidosostenerse en una lucha ininterrumpida, se habría visto obligada, sinduda alguna, a recurrir a medidas cada vez más rigurosas para aplas-tar la contrarrevolución. Es verdad que, entonces, Kautsky no hubie-ra podido oponer los humanitarios comuneros a los bolcheviques in-humanos. Pero, en cambio, tampoco Thiers hubiese podido cometersu monstruosa sangría del proletariado de París. La historia, de todosmodos, habría salido mejor parada.

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V. LA COMUNA DE PARÍS Y LA RUSIA DE LOS SÓVIETS 91

EL COMITÉ CENTRAL ABSOLUTO Y LA COMUNA ‘DEMOCRÁTICA’

“El 19 de marzo —refiere Kautsky—, en la reunión del Comité cen-tral de la Guardia Nacional, pedían unos que se marchase inmediata-mente sobre Versalles; otros, que se apelase a los electores, y otros,que lo primero era adoptar medidas revolucionarias. Como si cadauno de estos pasos —según nos enseña nuestro autor con una granprofundidad de pensamiento— fuesen excluyentes, y no igualmentenecesarios”.

En las líneas siguientes a éstas, que tratan de estos desacuerdos enel seno de la Comuna, nos ofrece Kautsky una serie de trivialidadessobre las relaciones recíprocas entre las reformas y la revolución. Enrealidad, la cuestión se planteaba así: si se quería tomar la ofensivacontra Versalles y hacerlo sin perder un minuto, era necesario reor-ganizar inmediatamente la Guardia Nacional y poner al frente de ellaa los elementos más combativos del proletariado parisino, lo que hu-biese provocado una deliberación temporal de París en su posiciónrevolucionaria. Pero organizar las elecciones en París, haciendo salirde sus muros a la élite de la clase obrera, hubiese estado desprovistode sentido, desde el punto de vista del partido revolucionario. Escierto que la marcha sobre Versalles y las elecciones en la Comuna nose contradecían en lo más mínimo teóricamente, pero en la prácticase excluían: para el éxito de las elecciones había que suspender lamarcha sobre Versalles; para el éxito de ésta, era preciso suspenderlas elecciones. En fin, si se ponían en campaña, el proletariado debi-litaba provisionalmente a París, por lo que resultaba indispensableprevenirse contra todas las posibilidades de sorpresas contrarrevolu-cionarias en la capital; pues Thiers no se habría detenido ante nadacon tal de encender, a espaldas de los comuneros, el incendio de la re-acción. Era necesario establecer en la capital un régimen más militar;esto es, más riguroso. Los comuneros “se veían obligados a luchar —escribe Lavrov— contra una multitud de enemigos interiores queabundaban en París y que ayer mismo se sublevaron en los alrededo-res de la Bolsa y la plaza de la Vendôme, que tenían representantessuyos en la Guardia Nacional, que disponían de prensa, que celebra-ban asambleas, que mantenían casi al descubierto relaciones con losversalleses, y que se hacían más resueltos y audaces a cada nueva im-prudencia o fracaso de la Comuna”. Era también preciso tomar si-

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multáneamente una serie de medidas de orden económico y financie-ro para atender, sobre todo, a las necesidades del ejército revolucio-nario. Todas estas medidas —las más indispensables de la dictadurarevolucionaria— difícilmente hubieran podido armonizarse con unagran campaña electoral. Pero Kautsky no comprende absolutamentenada de lo que es de hecho una revolución. Cree que conciliar teóri-camente significa realizar prácticamente.

El Comité Central había fijado las elecciones para el 22 de marzo,pero carente de confianza en sí mismo, horrorizado de su ilegalidad,queriendo obrar de acuerdo con una institución más “legal”, entró ennegociaciones, inútiles e interminables por otra parte, con la asam-blea, desprovista de autoridad, de los alcaldes y diputados de París,dispuesto a repartirse el poder con ella, aunque no fuese más quepara llegar a una acuerdo. Así se perdió un tiempo precioso.

Marx, sobre el cual Kautsky trata de apoyarse siempre, conformea una vieja costumbre, no ha propuesto nunca que se eligiera la Co-muna v se lanzara simultáneamente a los obreros a una campaña mi-litar. En su carta a Kügelmann del 12 de abril de 1871, Marx escribíaque el Comité Central de la Guardia Nacional había abandonado de-masiado pronto sus poderes para dejar el campo libre a la Comuna.Kautsky, según sus propias palabras, “no comprende” esta opiniónde Marx. La cosa; sin embargo, es bien sencilla. Marx se daba perfec-ta cuenta de que lo que debía hacerse no era correr tras la legalidad,sino dar un golpe mortal al enemigo. Si el Comité Central hubiese es-tado compuesto de verdaderos revolucionarios —dice con gran acier-to Lavrov—, habría actuado de muy distinto modo. Hubiera sido im-perdonable, por su parte, conceder diez días a sus enemigos antes dela elección y convocatoria de la Comuna, para que pudieran triunfarde nuevo en el momento en que los directores del proletariado aban-donaban su misión y no se creían con derecho a dirigir al proletaria-do. La fatal falta de preparación de los partidos populares ocasiona-ba la creación de un Comité que consideraba obligatorios estos diezdías de inacción.

Las aspiraciones del Comité Central, deseosos de entregar el po-der lo más pronto posible a un gobierno “legal”, estaban dictadas me-nos por las supersticiones de una democracia formal, que, por otraparte, no faltaban, que por el miedo a las responsabilidades. So pre-texto de que no era más que una institución provisional, el Comité

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Central, aunque tenía en sus manos toda la maquinaria del poder, senegó a tomar las medidas más necesarias y urgentes. Pero la Comu-na no volvió a conceder todo el poder político al Comité Central, quesiguió, sin molestarse mucho, inmiscuyéndose en todos los asuntos.De donde resultó una dualidad de poderes sumamente peligrosa, so-bre todo en lo tocante a la situación militar.

El 3 de mayo el Comité envió a la Comuna una delegación queexigía que se le entregara de nuevo la dirección del Ministerio de laGuerra. Como dice Lissagaray, fue planteada otra vez esta cuestión:“Si convenía disolver el Comité Central o detenerlo, o si era necesa-rio volverle a conceder la dirección del Ministerio de la Guerra”.

De un modo general se trataba, no de los principios de la demo-cracia, sino de la ausencia de un programa de acción en ambas par-tes, y del deseo común, tanto a la organización revolucionaria abso-luta, personificada en el Comité Central, como a la organización “de-mocrática” de la Comuna, de que la parte opuesta, cargara con lasresponsabilidades, no renunciando por ello enteramente el poder. Se-mejantes relaciones políticas no son dignas de imitación.

“Pero el Comité Central —así se consuela Kautsky— nunca in-tentó discutir el principio de que el poder supremo corresponde alos elegidos por el sufragio universal... En este punto, pues, la Co-muna de París fue lo contrario que la República de los Sóviets”. Nohubo en ella unidad de voluntad gubernamental, como tampoco au-dacia revolucionaria, pero sí dualidad de poder, y el resultado fue suderrocamiento rápido y espantoso. En cambio —¿no es éste sufi-ciente consuelo?— no se atacó en lo más mínimo al “principio” de lademocracia.

LA COMUNA DEMOCRÁTICA Y LA DICTADURA REVOLUCIONARIA

El camarada Lenin ha demostrado ya a Kautsky que pretender des-cribir la Comuna como una democracia formal no es más que charla-tanismo teórico. La Comuna, tanto por las tradiciones como por lasintenciones de sus dirigentes —los blanquistas—, era la expresión dela dictadura revolucionaria de una ciudad sobre el país entero. Asíocurrió en la Gran Revolución francesa; lo mismo hubiera ocurridoen la revolución de 1871, si la Comuna no hubiese caído tan pronto.

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1. No carece de interés hacer notar que en las elecciones comunales de 1871, en París, forma-ron parte 230.000 electores. En las elecciones municipales de Petrogrado del 9 de noviem-bre de 1917, a pesar del boicot que las declararon todos los partidos, excepto el nuestro yel de los socialistas revolucionarios, que casi no tenía ninguna influencia en la capital, to-maron parte 400.000 electores. París en 1871 tenía 2.000.000 de habitantes. Petrogrado en1917 tenía los mismos habitantes que París en 1871. Hay que tener presente, además, quenuestro sistema electoral era incomparablemente más democrático, pues el Comité cen-tral de la Guardia Nacional había hecho las elecciones sobre la base de la ley electoral delImperio.

El hecho de que en el mismo París el poder fuese elegido sobre labase del sufragio universal no excluye este hecho mucho más impor-tante: la acción militar de la Comuna, de una ciudad, contra la Fran-cia campesina; es decir, contra toda la nación. Para que el gran demó-crata Kautsky pudiera estar satisfecho con razón habría sido precisoque los revolucionarios de la Comuna hubieran consultado con ante-lación, por medio del sufragio universal, a toda la población francesapara saber si debían o no hacer la guerra a las bandas de Thiers.

En fin, en el mismo París, las elecciones se efectuaron después dela huida de la burguesía, partidaria de Thiers, o por lo menos de suselementos más activos, y tras la evacuación de los ejércitos del orden.La burguesía que quedaba en París, a pesar de toda su impertinencia,no temía menos las batallas revolucionarias, y bajo la impresión deeste temor —presentimiento del inevitable terror rojo del porvenir—se celebraron las elecciones. Consolarse con que el Comité Central dela Guardia Nacional, bajo cuya dictadura —por desgracia, blanda einforme— se efectuaron las elecciones, no haya atacado el principiode sufragio universal, es, en realidad, dar estocadas en el aire.

Multiplicando las comparaciones inútiles, Kautsky se aprovechade la ignorancia de sus lectores. En noviembre de 1917 elegimostambién en Petrogrado una Comuna (la Duma municipal) sobre labase del mismo sufragio “democrático”, sin restricciones para laburguesía. En estas elecciones, a consecuencia del boicot que nos de-clararon los partidos burgueses, obtuvimos una aplastante mayoría1.La Duma, elegida democráticamente, se sometió por su propia vo-luntad al Sóviet de Petrogrado; es decir, creyó que el hecho de la dic-tadura del proletariado estaba muy por encima del “principio” delsufragio universal; y algún tiempo después se disolvía por iniciativapropia en favor de una de las Secciones del Sóviet petersburgués. Deeste modo el Sóviet de Petrogrado —verdadero padre del poder so-

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viético— tiene, por gracia divina, una aureola “formalmente” demo-crática que no cede en nada a la Comuna de París.

En las elecciones del 26 de marzo fueron elegidos noventa miem-bros de la Comuna, quince de los cuales pertenecían al partido delgobierno (Thiers) y otros seis eran radicales burgueses, que no por seren todo adversarios del gobierno, censuraban menos la insurrecciónde los obreros parisinos.

“Una república soviética no hubiera permitido que semejanteselementos hubieran presentado su candidatura, y menos toleradoque fuesen elegidos. Pero la Comuna, respetuosa como era con la de-mocracia, no presentó el menor obstáculo a, su elección”. Ya hemosvisto más arriba cómo disparataba Kautsky en todos los sentidos. Enprimer lugar, en la fase análoga de desenvolvimiento de la Revolu-ción Rusa se han celebrado elecciones democráticas en el Municipiode Petrogrado, durante las cuales el poder soviético dejó en plena li-bertad a los partidos; y si los cadetes, los socialistas revolucionarios ylos mencheviques, que tenían su prensa con la que invitaban abierta-mente a la población a que derribara el gobierno de los Sóviets, boi-cotearon estas elecciones y fue exclusivamente porque entonces creí-an que iban a acabar pronto con nosotros por la fuerza de las armas.En segundo término, no hubo en la Comuna de París democracia queagrupara a todas las clases. No había sito en ella para los diputadosburgueses, conservadores, liberales y gambettistas.

“Casi todos estos individuos —escribe Lavrov—, instantá-neamente o no, pero pronto de todos modos, salieron de los Conse-jos de la Comuna; es verdad que hubieran podido ser los represen-tantes de París —de la ciudad libre bajo la administración de la bur-guesía—, pero fueron destruidos por completo en la Comuna que, degrado o por fuerza, completa o incompletamente, encarnaba sin dis-puta la revolución del proletariado y la tentativa, aunque débil, decrear las formas de una sociedad que armonizasen con esa revolu-ción”. Si la burguesía petersburguesa no hubiera boicoteado las elec-ciones comunales, sus representantes habrían entrado en la Duma dePetrogrado. Hubiesen permanecido en ella hasta la primera insurrec-ción de los socialistas revolucionarios y cadetes, después de la cual—con o sin el permiso de Kautsky— habrían sido probablemente de-tenidos si no hubiesen abandonado la Duma a tiempo, como hicieronen cierto momento los miembros burgueses de la Comuna de París.

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El curso de los acontecimientos habría sido el mismo, excepto algu-nos episodios que hubiesen transcurrido de otro modo.

Glorificando a la democracia de la Comuna y acusándola al mis-mo tiempo por haber carecido de audacia en lo referente a Versalles,Kautsky no comprende que las elecciones comunales que se efectua-ron con la participación en doble sentido de los alcaldes y diputados“legales”, reflejaban la esperanza de la conclusión de un acuerdo pa-cífico con Versalles. Este es, sin embargo, el fondo de las cosas. Losdirectores querían una alianza, no la lucha. Las masas no habían ago-tado aún sus ilusiones. Las pseudoautoridades revolucionarias toda-vía no habían tenido tiempo de ser lamentablemente derribadas. Atodo esto se llamaba “democracia”.

“Debemos dominar a nuestros enemigos por la fuerza moral...—preconizaba Vermorel—. No hay que atentar contra la libertad nila vida del individuo...”. Vermorel, que aspiraba a conjurar la “gue-rra civil”, invitaba a la burguesía liberal —a la que antes estigmatiza-ra tanto— a constituir un “poder regular, reconocido y respetado portoda la población parisiense”. El Journal Officiel, publicado bajo la di-rección del internacionalista Longuet, escribía: “El lamentable errorque, en las jornadas de junio de 1848, armó a dos clases sociales unacontra otra, no puede ya reproducirse más. El antagonismo de clasesha cesado de existir” (30 de marzo). Y más tarde: “En lo sucesivo yano habrá discordias, porque nunca ha existido tan poco odio ni ha ha-bido tan pocos antagonismos sociales” (3 de abril). En la sesión de laComuna del 25 de abril, no sin razón se vanaglorió Jourde de que “laComuna no hubiera nunca atacado en lo más mínimo a la propie-dad”. Así creían ganarse la confianza de los medios burgueses y en-caminarse hacia un acuerdo.

“Estas seguridades —dice muy atinadamente Lavrov— no des-armaron en modo alguno a los enemigos del proletariado, que sabí-an perfectamente la amenaza que suponía el triunfo de este último;al contrario, quitaron al proletariado toda energía combativa, y locegaron, intencionadamente, en presencia de enemigos irreducti-bles”. Pero estas debilitantes garantías estaban indisolublementeunidas a la ficción de la democracia. La forma de pseudolegalidadhacía creer que la cuestión podía resolverse sin lucha. “Por lo quetoca a las masas de la población —escribe un miembro de la Comu-na, Arthur Arnoult—, estaban convencidas, no sin razón, de la exis-

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tencia de una acuerdo tácito con el gobierno”. Los conciliadores,impotentes para atraerse a la burguesía, inducían, como siempre, aerror al proletariado.

Que en las condiciones de la inevitable guerra civil que empezabaya, el parlamentarismo no expresaba sino la impotencia conciliadorade los grupos directores, es lo que acredita del modo más evidente laforma insensata de las elecciones complementarias para la Comuna(16 de abril). En aquel momento “no había más que votar”, escribeArthur Arnoult. La situación era trágica, hasta el extremo de que nose tenía ni el tiempo, ni la sangre fría necesarias para que las eleccio-nes generales pudiesen dar el resultado apetecido. “Todos los hom-bres fieles a la Comuna estaban en las fortificaciones, en los fuertes,en los puestos avanzados. El pueblo no concedía ninguna importan-cia a estas elecciones complementarias. En el fondo, no pasaban deser parlamentarismo. No era aquél el momento de contar los electo-res, sino de tener soldados; no de saber si habíamos ganado o perdi-do en consideración para la opinión de París, sino de defender Paríscontra los versalleses”. Estas palabras hubieran podido hacer com-prender a Kautsky por qué no es tan fácil combatir en la realidad laguerra de clases con una democracia que las integre a todas.

“La Comuna no es una Asamblea Constituyente —escribía Millié-re, una de las cabezas más finas de la Comuna—, es un Consejo deguerra. No debe tener más que un fin: la victoria; un arma, la fuerza;una ley, la salvación pública”.

“Nunca pudieron comprender —escribe Lissagaray, acusando alos líderes— que la Comuna era una barricada y no una administra-ción”. No empezaron a darse cuenta hasta el fin, cuando ya era de-masiado tarde, Kautsky no lo ha comprendido aún. Y nada hace pre-ver que pueda llegar algún día a comprenderlo.

La Comuna fue la negación viva de la democracia formal, pues ensu desarrollo marcó la dictadura del París obrero sobre la nacióncampesina. Este hecho se impone a todos los demás. Cualesquieraque fuesen los esfuerzos dé los políticos rutinarios en el seno mismode la Comuna para asirse a la visibilidad de la legalidad democráti-ca, cada acción de la Comuna, insuficiente para la victoria, era bas-tante para convencer de la ilegalidad de su naturaleza.

La Comuna, esto es, el Municipio parisiense, abrogó la cons-cripción nacional. Tituló a su órgano oficial Journal Officiel de la Répu-

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blique Francaise (Diario Oficial de la República Francesa). Aunque tí-midamente, puso las manos en la Banca de Francia. Proclamó la se-paración de la Iglesia y el Estado y suprimió el presupuesto de cul-tos. Entabló relaciones con las Embajadas extranjeras, etc. Todo ello,en nombre de la dictadura del proletariado. Pero el demócrata Cle-menceau, que vivía ya entonces y era ya hombre de vigor, se negó areconocer este derecho.

En la asamblea del Comité Central declaró Clemenceau: “La insu-rrección tiene un origen ilegal. Pronto parecerá ridículo el Comité, ysus Decretos serán despreciables. Además, París no tiene derecho asublevarse contra Francia, y debe aceptar formalmente la autoridadde la Asamblea”.

La misión de la Comuna era disolver la Asamblea Nacional. Pordesgracia, no pudo conseguirlo. Y Kautsky, ahora, trata dé buscar cir-cunstancias atenuantes a estos criminales designios.

Arguye que los comunistas tenían adversarios monárquicos en laAsamblea Nacional, mientras que nosotros, en la Asamblea Constitu-yente, teníamos en contra a... socialistas: socialistas revolucionarios ymencheviques. ¡Esto es lo que puede calificar un eclipse total de es-píritu! Kautsky habla de los mencheviques y socialistas revoluciona-rios, pero olvida al único enemigo serio: los cadetes. Precisamenteellos constituían nuestro partido “versallés” ruso; esto es, el bloquede los propietarios en nombre de la propiedad, y el profesor Milyu-kov parodiaba cómo mejor podía al pequeño gran hombre. Desdemuy pronto —mucho tiempo antes de la revolución de Octubre—Milyukov había empezado a buscar un Gallifet que creía haber en-contrado, uno tras otro, en las personas de los generales Kornílov,Alexéyev, Kaledin, Krásnov; y después de que Kolchak hubo relega-do a segundo término los partidos políticos y disuelto la AsambleaConstituyente, el partido cadete, único partido burgués serio, no sólono le negó su apoyo, sino que, por el contrario, le dispensó una sim-patía cada vez más grande.

Los mencheviques y socialistas revolucionarios no desempeñaronen Rusia ningún papel autónomo, como le ocurre por otra parte alpartido de Kautsky en los sucesos revolucionarios de Alemania. Ha-bían basado toda su política en la coalición con los cadetes, asegurán-doles así una situación preponderante, que en modo alguno corres-pondía a la correlación de fuerzas políticas. Los partidos socialrevo-

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lucionario y menchevique no eran más que un aparato de transmi-sión, destinado a conquistar en los mítines y las elecciones la confian-za política de las masas revolucionarias despiertas, para beneficiarcon ello al partido cadete imperialista y contrarrevolucionario, inde-pendientemente, claro está, del resultado de las elecciones. La depen-dencia de la mayoría menchevique y socialrevolucionaria con respec-to a la minoría cadete no era más que una burla de la democracia maldisimulada. Pero esto no es todo. En todos los lugares del país don-de el régimen “democrático” se perpetuaba lo bastante, sobreveníainevitablemente un golpe de Estado contrarrevolucionario que aca-baba con ello. Así ocurrió en Ucrania, donde la Rada democrática,que había vendido el poder soviético al imperialismo alemán, se viodeshecha a su vez por la monarquía de Skoropadsky. Así ocurrió —y es la experiencia más importante de nuestra “democracia”— en Si-beria, donde la Asamblea Constituyente, oficialmente gobernada porlos socialrevolucionarios y mencheviques —a causa de la ausencia delos bolcheviques—, y dirigida de hecho por los cadetes, provocó ladictadura del almirante zarista Kolchak. Así ocurrió en el Norte, don-de los miembros de la Constituyente, personificada por el gobiernodel socialrevolucionario Tchaikovsky, no fueron más que figuronesen presencia de los cuales actuaban los generales contrarrevoluciona-rios rusos e ingleses. En todos los pequeños gobiernos limítrofes ocu-rrió u ocurre lo mismo: en Finlandia, en Estonia, en Lituania, en Po-lonia, en Georgia, en Armenia, donde, bajo el pabellón aparente de lademocracia, se afianza el régimen de los propietarios, de los capita-listas y del militarismo extranjero.

EL OBRERO PARISIENSE DE 1871.EL PROLETARIO PETERSBURGUÉS DE 1917

Uno de los paralelos más ruines, que nada justifica y que es política-mente vergonzoso, trazado por Kautsky entre la Comuna y la Rusiasoviética, es el que se refiere al carácter del obrero parisiense de 1871y del proletariado ruso de 1917-1919. Kautsky nos describe al prime-ro como un revolucionario entusiasta, capaz de la más elevada abne-gación, mientras que al segundo nos lo presenta como un egoísta, unutilitario y un desenfrenado anarquista.

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El obrero parisiense tiene detrás de sí todo un pasado perfecta-mente definido como para necesitar de recomendaciones re-volucionarias, o para tener que defenderse de las alabanzas del actualKautsky. Con todo, el proletariado de Petrogrado no tiene ni puedetener por qué renunciar a compararse con su hermano mayor. Lostres años de lucha ininterrumpida de los obreros petersburgueses,primero por la conquista del poder, luego por su mantenimiento yafianzamiento, en medio de sufrimientos como no se han visto nun-ca, a pesar del hambre, del frío, de los peligros constantes, constitu-yen un hecho excepcional en los anales del heroísmo y la abnegaciónde las masas. Kautsky, como demostraremos, considera, para compa-rarlos con la élite de los comuneros, a los elementos más oscuros delproletariado ruso. En nada se distingue, en este punto, de los sicofan-tes burgueses para los cuales los muertos de la Comuna son muchí-simo más simpáticos que los vivos. El proletariado petersburgués hatomado el poder cuarenta y cinco años más tarde que los obreros deParís. Este lapso de tiempo nos ha dotado de una inmensa superiori-dad. El carácter pequeñoburgués y artesano del París viejo y, en par-te, del nuevo, es totalmente ajeno a Petrogrado, centro de la industriamás concentrada del mundo. Esta última circunstancia nos ha facili-tado considerablemente la labor de agitación y organización y el es-tablecimiento de régimen de los Sóviets. Nuestro proletariado estámuy lejos de poseer las ricas tradiciones del proletariado francés.Pero, en cambio, en los primeros días de la presente revolución, el re-cuerdo de la gran experiencia fracasada de 1905 estaba todavía vivoen la memoria de la generación actual, que no olvidaba el deber devenganza que la habían legado. Los obreros rusos no han pasado,como los franceses, por la larga escuela de la democracia y del parla-mentarismo que, en ciertas épocas, fue un factor importante para lacultura política del proletariado. Pero, por otro lado, la amargura delas decepciones y el veneno del escepticismo (que paralizan la vo-luntad revolucionaria del proletariado francés, hasta una hora quecreemos próxima) no habían tenido tiempo de infiltrarse en el almade la clase obrera rusa.

La Comuna de París sufrió una derrota militar antes de que sur-gieran, en toda su gran magnitud, los problemas económicos. A pe-sar de las excelentes cualidades guerreras de los trabajadores parisi-nos, la situación militar de la Comuna fue muy pronto desesperada:

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la indecisión y el espíritu de conciliación de las esferas superiores ha-bían engendrado la desagregación de las capas inferiores.

Se pagaba el sueldo de Guardia Nacional a 162.000 soldados rasosy 6.500 oficiales; pero el número de los que realmente combatían, so-bre todo después de la salida infructuosa del 3 de abril, oscilaba en-tre 20 y 30.000 soldados.

Estos hechos no comprometen nada a los obreros parisinos, ni dana nadie derecho a negar su valor o a considerarlos como desertores,aunque los casos de deserción no faltaran. La capacidad guerrera deun ejército requiere sobre todo la existencia de un organismo directorregular y centralizado. Los comuneros no tenían siquiera la más pe-queña idea de ello.

El Departamento de Guerra de la Comuna ocupaba, según la ex-presión de un autor, una cámara sombría donde todo el mundo seatropellaba. El despacho del ministro estaba lleno de oficiales, deguardias nacionales que exigían ora pertrechos militares, bien provi-siones, o que se quejaban de que no se les relevase. Allí se les manda-ba que fueran a ver al comandante de la plaza. “Algunos batallonespermanecían en las trincheras de veinte a treinta días, mientras otrosestaban siempre de reserva. Este abandono mató muy pronto todadisciplina. Los más valientes sólo querían depender de sí mismos; losdemás se retiraban. Los oficiales hacían otro tanto; unos aban-donaban sus puestos para correr en auxilio del compañero expuestoal fuego del enemigo; otros se iban a la ciudad” (P. Lavrov, La Comu-na de París del 18 de marzo de 1871).

Semejante régimen no podía seguir impune. La Comuna fue aho-gada en sangre. Pero halláis en Kautsky un consuelo, único en su gé-nero: “Nunca la guerra —dice, meneando la cabeza— ha sido el fuer-te del proletariado”.

Este aforismo, digno de Pangloss, está a la altura de otro apoteg-ma de Kautsky, a saber: que la Internacional no es un arma de épo-cas de guerra, sino por naturaleza “un instrumento de paz”.

Todo el Kautsky de hoy se resume en el fondo en esos dos aforis-mos, cuyo valor apenas es superior al cero absoluto. “Nunca ha sidola guerra, ya ven ustedes, el fuerte del proletariado; tanto más cuan-to que la Internacional no ha sido creada para un período de guerra”.El barco de Kautsky ha sido construido para navegar sobre las aguasmansas de los estanques, no para afrontar la plena mar y soportar los

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temporales. Si empieza a hacer agua y a irse a pique, lo fuerte sin dis-puta es la tempestad, son los elementos, la inmensidad de las olas ytoda una serie de circunstancias imprevistas a las que no destinabaKautsky su magnífico instrumento.

El proletariado internacional se ha impuesto la misión de conquis-tar el poder. Sea o no la guerra civil “en general” uno de los atributosindispensables de la revolución “en general”, de todos modos es in-discutible que el movimiento liberador del proletariado, en Rusia, enAlemania y en determinadas partes de la antigua Austria-Hungría,ha revestido la forma de una guerra civil a muerte, y no sólo en losfrentes del interior, sino en los frentes exteriores. Si la guerra no es elfuerte del proletariado y si la Internacional obrera no vale más quepara las épocas pacíficas, hay que hacer una cruz sobre la revolucióny el socialismo, pues la guerra es uno de los fuertes del gobierno ca-pitalista, que, con toda seguridad, no permitirá que el obrero con-quiste el poder sin guerra. Ya sólo falta considerar lo que se llama“democracia socialista” como un parásito de la sociedad capitalista ydel parlamentarismo burgués; es decir, sancionar claramente lo quehacen en política los Ebert, los Scheidemann, los Renaudel, y aquellocontra lo cual creemos que Kautsky se eleva todavía.

La guerra no era el fuerte de la Comuna. Por esta razón fue aplas-tada. ¡Y cuán despiadadamente!

“Hay que remontar —escribía en su tiempo el escritor liberal mo-derno Fiaux— hasta las proscripciones de Sila, de Antonio y de Oc-tavio para encontrar asesinatos parecidos en la historia de las nacio-nes civilizadas; las guerras religiosas bajo los últimos Valois, la nochede la Saint-Barthélemy, la época del terror, no eran, en comparación,más que juegos de niños. Sólo en la última semana de mayo se levan-taron en París 17.000 cadáveres de federados insurrectos... El 15 de ju-nio se seguía matando todavía....

“...La guerra, en general, nunca ha sido el fuerte del pro-letariado...”.

¡Qué falso es esto! Los obreros rusos han demostrado que son ca-paces de dominar también la “máquina guerrera”. Esto significa unenorme progreso sobre la Comuna. No es una abjuración de la Co-muna —pues la tradición de la Comuna no es impotencia—, sino lacontinuación de su obra. La Comuna era débil. Para llevar a cabo sumisión, nosotros nos hemos hecho fuertes. La Comuna fue aplastada.

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V. LA COMUNA DE PARÍS Y LA RUSIA DE LOS SÓVIETS 103

Nosotros asestamos golpe tras golpe a sus verdugos, la vengamos ytomamos el desquite.

* * *

De los 162.000 guardias nacionales que cobraban su sueldo, 20 ó30.000 iban a la lucha. Estas cifras sirven de materia interesante paralas deducciones que pueden sacarse del papel de la democracia for-mal en período revolucionario. La suerte de la Comuna no se decidióen las elecciones, sino en los combates contra los ejércitos de Thiers.

En el fondo, fueron estos 20 ó 30.000 hombres —la minoría másabnegada y luchadora— los que fijaron en los combates los destinosde la Comuna. Esta minoría no era una cosa aparte, no hacía más queexpresar con más valor y abnegación la voluntad de la mayoría. Pero,de todos modos, no pasaron de ser la minoría. Los demás guardiasnacionales, que se ocultaron en el momento crítico, no eran adversa-rios de la Comuna, no; la defendían activa o pasivamente, pero eranmenos conscientes, menos resueltos. Sobre la arena de la democraciapolítica, la inferioridad de su sentido social hizo posible la ilusión delos aventureros y de los caballeros de industria, de los parlamenta-rios pequeñoburgueses y de los tontos honrados que se engañaban así mismos. Pero cuando se vio que se trataba de una clara guerra declases, siguieron, más o menos, a la abnegada minoría. Esta situaciónencontró su expresión en la creación de la Guardia Nacional. Si laexistencia de la Comuna se hubiese prolongado, las relaciones re-cíprocas entre la vanguardia y la masa del proletariado se habrían re-forzado cada vez más. Y la organización que se hubiese constituido yconsolidado en el proceso de una lucha declarada se habría converti-do en cuanto organización de las masas trabajadoras, en el órgano desu dictadura, en el sóviet de los delegados del proletariado en armas.

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VI. Marx y Kautsky

Kautsky rechaza desdeñosamente la opinión de Marx sobre el terror,expuesta por éste en la Nueva Gaceta Renana. En aquel tiempo Marxera demasiado “joven”, ya ven ustedes (es Kautsky quien nos lo hacenotar); sus opiniones, pues, no habían tenido tiempo de suavizarse,no experimentaban todavía, diremos nosotros, ese reblandecimientogeneral característico que se observa en cierto número de teóricoscuando llegan a los setenta años. Para establecer un contraste con elMarx de 1841-1849, que estaba a la sazón en todo su apogeo (era elautor de El manifiesto comunista), Kautsky prefiere citar al Marx de lamadurez, al contemporáneo de la Comuna; bajo la pluma deKautsky, este buen Marx, despojado por otra parte de su blanca me-lena de viejo león, nos aparece como un razonador venerable, devo-tamente inclinado ante los altares de la democracia, que nos lanza unsermón sobre la sagrada inviolabilidad de la vida humana y hablacon todo respeto sobre la seductora política de Scheidemann, de Van-dervelde y, sobre todo, de su sobrino Jean Longuet. En una palabra,convertido a la sabiduría por la experiencia, Marx no es más que unbravo y honrado partidario de Kautsky.

De la inmortal La guerra civil en Francia, cuyas páginas reviven conparticular intensidad en nuestra época, Kautsky no cita más que unpequeño número de líneas —aquellas en las cuales el profundo teó-rico de la revolución social traza un paralelo entre la generosidad delos comuneros y la ferocidad burguesa de los versalleses—. Estas lí-neas han sido laceradas por Kautsky, que no las ha dejado más queen un sentido general. ¡Marx, predicador de una caridad abstracta,apóstol de la filantropía universal! Dijérase que se trata de Buda o deTolstoi... Para reaccionar contra una campaña de calumnias interna-

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cionales que trataba de presentar a los comuneros —a los defensoresy mujeres de la Comuna— como seres prostituidos; contra estas infa-mes calumnias que atribuían a los vencidos rasgos de salvajismo, fru-to de la imaginación pervertida de los burgueses triunfadores, Marxdaba a conocer y subrayaba algunos actos de clemencia y de grande-za de alma, que, a decir verdad, no eran generalmente sino las conse-cuencias lamentables de cierta irresolución en la conducta de los co-muneros. Se concibe, por lo demás, que Marx haya procedido así: dehacerlo, continuaba siendo fiel a sí mismo. No era ni un pedante vul-gar ni el procurador de la revolución: al trazar un análisis puramen-te científico de valor de la Comuna, sabía hacer de paso una apologíade la Revolución. No se contentaba con explicar y criticar; defendía,combatía también. Pero cuando hacía resaltar la clamencia de la Co-muna que había perdido la partida, no tenía duda alguna a sobre lasmedidas que para ganar esta misma partida habría de tomar una fu-tura Comuna.

El autor de La guerra civil en Francia acusa al Comité Central, queera entonces lo que hoy llamaríamos el Sóviets de los delegados de laGuardia Nacional, de haber cedido el puesto prematuramente a laComuna nombrada por elección. Kautsky “no comprende” las razo-nes de esta censura. Esta confesión consciente de incapacidad de sucomprensión es un especial indicio de la estupidez que invade aKautsky cuando quiere juzgar las cosas de la revolución. El primerpuesto, según Marx, debía pertenecer a un órgano de combate, quehubiese sido el centro de la insurrección y de las operaciones milita-res contra los versalleses, y no a una administración autónoma de laclase obrera. Esta sólo debía entrar en funciones más tarde.

Marx acusa a la Comuna de no haber tomado inmediatamente laofensiva contra Versalles, de haberse mantenido en una actitud defen-siva, que si produce, es cierto, una impresión “más agradable” y per-mite apelar a la ley moral y a los derechos sagrados de la vida huma-na, en épocas de guerra civil nunca conduce a la victoria. Y Marx ha-cía votos ante todo por la victoria de la revolución. No dice unapalabra para poner el principio de la democracia por encima de los in-tereses de la clase militante. Al contrario, con ese profundo desprecioque caracteriza en él al revolucionario y comunista, Marx —no el jo-ven redactor de La Gaceta del Rhin, sino el espíritu maduro, el autor deEl Capital, en suma, el Marx potente de la melena leonina no cortada

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aún por los barberos de la escuela de Kautsky— nos habla, con pro-fundo desprecio, de “la atmósfera artificial del parlamentarismo” endonde los pequeños Thiers (cuerpos pequeños, pequeñas almas) apa-recen como gigantes. El libro La guerra civil, después del sofístico, ári-do y pedante folleto de Kautsky, nos refresca como una tempestad.

A pesar de la afirmación calumniosa de Kautsky, Marx no partici-pa en modo alguno de la opinión que tiene a la democracia por la úl-tima palabra, por la solución incondicionada y suprema de la histo-ria. El desarrollo de la sociedad burguesa, del que ha surgido la de-mocracia contemporánea, no constituye en modo alguno lademocratización gradual con que soñara, antes de la guerra, el másgrande utopista de la democracia socialista, Jean Jaurés; con que sue-ña ahora el más sabio de todos los pedantes, Karl Kautsky. Marx con-sidera el imperio de Napoleón III como “la única forma de gobiernoaceptable en una época en que la burguesía ha perdido la capacidadde gobernar al pueblo y en que la clase obrera todavía no ha adquiri-do esta capacidad”. Así, pues, no es la democracia, sino el bonapar-tismo lo que, desde el punto de vista de Marx, representa la fase úl-tima del poder de la burguesía. Los que se atienen a la letra sincomprender el contenido dirán que Marx se engañaba, pues el impe-rio de Bonaparte ha sido sustituido por la “república democrática”. Yla sustitución dura ya cincuenta años. Pero Marx no se engañaba; enel fondo tenía razón. La tercera república ha sido la época de la des-composición total de la democracia. El bonapartismo ha hallado en larepública financiera de Poincaré y Clemenceau una expresión másacabada que la que había encontrado en el Imperio. Cierto que la ter-cera república no se ceñía la corona imperial, pero velaba sobre ella,en cambio, la sombra del zar de Rusia.

En su apreciación de la Comuna, Marx evita cuidadosamente elempleo de la terminología democrática —moneda deteriorada porun uso demasiado largo—. “La Comuna era, escribe, una institución,no parlamentaria, sino obrera, y reunía las funciones de los dos po-deres, ejecutivo y legislativo”. Lo que Marx estima, sobre todo, no esla forma democrática, tan cara a Kautsky, sino el carácter esencial declase. Como se sabe, la Comuna había suprimido la política y el ejér-cito regular y decretado la secularización de los bienes eclesiásticos.Hizo todo esto saliéndose del derecho revolucionario-dictatorial deParís, sin consultar con el poder soberano de la democracia que, du-

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rante ese período, si nos atenemos a las formas establecidas, hallabauna expresión mucho más “legal” en la Asamblea Nacional deThiers. Mas la revolución no se hace con los votos. “La Asamblea Na-cional —dice Marx— sólo desempeñaba un papel episódico en estarevolución, cuyo representante auténtico seguía siendo París arma-do”. ¡Qué lejos está todo esto del formalismo democrático!

“Hubiera bastado que el régimen comunero —sigue diciendoMarx— se estableciera en París y en los centros secundarios, paraobligar al antiguo poder central a ceder el puesto, aun en las provin-cias, a administraciones autónomas de productores”. La tarea del Pa-rís revolucionario consistía pues, según Marx, no en pedir para suvictoria el consentimiento poco firme de una Asamblea Constituyen-te, sino en cubrir toda Francia de una red de municipios, agrupadosalrededor del centro y no constituidos con arreglo a los principios en-gañosos de la democracia, sino basados en una indiscutible autono-mía administrativa de los productores.

Kautsky reprochaba a la Constitución Soviética la multiplicidadde grados de sistema electoral, opuesta a las recetas de la democraciaburguesa. Marx caracteriza la estructura de la Francia obrera, talcomo la había esbozado la Comuna, del modo siguiente: “Una geren-cia general de los asuntos de todas las comunas rurales de cada dis-trito debía estar confiada a una Asamblea autorizada de personascompetentes, que residiera en la cabeza del distrito; las Asambleas dedistritos debían, a su vez, estar representadas en la Asamblea Nacio-nal, residente en París”.

Como se ve, Marx no tenía nada que oponer a la multiplicidad degrados del sistema electoral, cuando se trataba de organizar el Esta-do proletario. En una democracia burguesa, esta multiplicidad borralas líneas distintivas de los partidos y las clases. Pero el sistema de“autonomía administrativa de los productores”, esto es, en el Estadopuramente proletario, la multiplicidad de grados es una cuestión queinteresa no a la política, sino al mecanismo de la administración au-tónoma y, con ciertas restricciones, puede ofrecer ventajas análogas alas que ya tiene en el dominio de la organización profesional.

Los filisteos de la democracia se indignan al ver la desigualdadque existe entre los obreros y campesinos en lo que toca al derecho deestar representados, desigualdad que en la Constitución de los Só-viets hace patente la diferencia de los papeles que desempeñan en la

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revolución la ciudad y el campo. Marx escribe: “La Comuna queríaque los productores del campo estuvieran subordinados a la direc-ción de la cabeza de distrito y asegurarles en la persona de los obre-ros de la ciudad la representación de sus intereses”. En efecto, no setrata de decretar sobre el papel la dignidad del campesino y el obre-ro, sino de poner aquél al nivel intelectual de éste. Todas las cuestio-nes referentes al Estado proletario son estudiadas por Marx desde elpunto de vista de la dinámica revolucionaria de las fuerzas vivas, nocomo un juego de sombras chinescas sobre la pantalla de feria delparlamentarismo.

Para llegar al límite máximo de su caducidad intelectual, Kautskyniega el poder soberano de los Sóviets obreros, diciendo que no exis-te distinción jurídica entre el proletariado y la burguesía. Del hechode no estar establecidas legalmente las distinciones sociales, deduceKautsky la arbitrariedad de la dictadura soviética. Marx dice exacta-mente lo contrario: “La Comuna era una forma de gobierno muyelástica, mientras que todas las formas gubernamentales que la habí-an precedido se distinguían por su rigidez. El secreto de la Comunaconsiste en que era, por esencia, el poder de la clase trabajadora, el re-sultado de la lucha sostenida entre productores y acaparadores, laforma política tanto tiempo buscada que permitía realizar la emanci-pación económica del trabajo”. El secreto de la Comuna consistía enque era, en esencia, el poder de la clase trabajadora. Este secreto, tanbien explicado por Marx, es hoy todavía para Kautsky un secretoguardado con siete llaves.

Los fariseos de la democracia hablan con indignación de las re-presiones ejercidas por el poder soviético, de la suspensión de losperiódicos, de los arrestos y las ejecuciones. Marx replica “a las mez-quinas intenciones de los lacayos de la prensa” y a los reproches “delos retóricos burgueses bien intencionados” con respecto a las repre-siones dictadas por la Comuna, con estas palabras: “No contentoscon sostener abiertamente una guerra sangrienta contra París, losversalleses trataban en secreto de penetrar en la ciudad mediante lacorrupción y los complots. ¿Podía la Comuna, en semejante momen-to, sin cometer una traición del modo más ignominioso, observar, lasformas convencionales del liberalismo, como si la paz, en tornosuyo, nunca hubiese sido turbada? Si hubiera animado al poder dela Comuna el mismo espíritu que al poder de Thiers, efectivamente

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no habría existido razón alguna para prohibir la publicación de losperiódicos del partido del orden: en París y los periódicos de la Co-muna en Versalles”. Así pues, lo que Kautsky exige en nombre delos más sagrados principios de la democracia, lo denuncia Marxcomo una traición ignominiosa.

En cuanto a las devastaciones que se han echado en cara a la Co-muna, como se echan en cara ahora al poder soviétivo, Marx las cree“de la necesidad ineluctable, cuyas consecuencias son relativamentede poca importancia en la lucha, gigantesca, entablada entre la nue-va sociedad que se eleva y la antigua que acaba de caer”. Las devas-taciones, las crueldades, son siempre inevitables en la guerra. Sólo lossicofantes pueden considerarlas como crímenes “en la guerra de losoprimidos contra sus opresores, única guerra justa que haya presen-ciado la historia” (son las palabras de Marx). Y sin embargo, nuestrotenaz acusador Kautsky, en su libro, no piensa ni un momento en re-cordar que tenemos la obligación de defender sin descanso la revolu-ción y que estamos sosteniendo la guerra más encarnizada contra losopresores del mundo entero “única guerra justa que haya presencia-do la historia”.

Una vez más Kautsky se golpea el pecho al ver que el poder so-viético, en el curso de la guerra civil, no retrocediendo ante ningúnmedio riguroso, captura rehenes. Con su inconsciencia y mala fe ha-bituales, establece otro paralelo entre el poder soviético, tan cruel, yla Comuna, tan humana. He aquí clara y concisamente expresado loque Marx piensa sobre este asunto: “Cuando Thiers, desde el princi-pio de la guerra civil dejó que se manifestara el hábito tan humano defusilar a los comuneros prisioneros, a la Comuna no la quedo otro re-curso, para salvar la vida de éstos, que coger rehenes, conforme a lapráctica introducida por los prusianos. Como los versalleses no deja-ban de fusilar a los prisioneros, sacrificaban, naturalmente, a los re-henes. ¿Cómo se les iba a seguir respetando, después de la matanzaincreíble con que los pretorianos de Mac Mahon festejaron su entra-da en París?”. ¿Cómo —preguntaremos nosotros con Marx—, cómose podría proceder de otro modo durante la guerra civil, cuando lacontrarrevolución, dueña de una parte considerable del territorio na-cional, se apodera donde puede de los obreros desarmados, de susmujeres, de sus madres, y los fusila y ahorca? ¿Qué hacer, sino cogerrehenes entre las personas en quienes la burguesía deposita su con-

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fianza, y suspender sobre sus cabezas la espada de Damocles? No se-ría muy difícil probar que todas las crueldades cometidas por el po-der soviético han sido precisas para atender a las necesidades de ladefensa revolucionaria. No creemos, empero, que debamos entraraquí en debates de esta demostración. Pero con el fin de facilitar laapreciación de las condiciones de la lucha, mencionaremos solamen-te un hecho: mientras los guardias blancos, como sus aliados anglo-franceses, fusilan, sin excepción, a todo comunista que cae en sus ma-nos, el Ejército Rojo perdona la vida a todos los prisioneros sin excep-ción, incluso a los oficiales superiores.

“Consciente en el más alto grado de su misión histórica, suelta,heroicamente decidida a quedar a la altura de su misión —escribíaMarx—, la clase obrera puede responder con una sonrisa de despre-cio a las bajas invectivas de los lacayos e la prensa y a los aires pro-tectores de los teóricos burgueses bien intencionados, cuya ignoran-cia radical lanza el cliché, el lugar común y las estupideces propiasde su casta, con la fatídica entonación de los oráculos de una cienciainfalible”.

Si los teóricos burgueses bien intencionados desempeñan a vecesel papel de teóricos retirados de la Senda Internacional, esto no quie-re decir que hayan privado a las estupideces de su casta del derechoa seguir siendo que son: estupideces.

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VII. La clase obreray su política sovietista

EL PROLETARIADO RUSO

La iniciativa de la revolución socialista ha partido, por la fuerza de lascircunstancias, no del viejo proletariado de la Europa occidental, consus potentes organizaciones políticas y profesionales, con sus fuertes yserias tradiciones del parlamentarismo y tradeunionismo, sino de la jo-ven clase obrera de un país atrasado. La historia, como siempre, ha se-guido la línea de menor resistencia. La época revolucionaria ha hechoirrupción por la puerta que se había atrincherado menos cuidadosa-mente. Las dificultades extraordinarias, sobrehumanas —nos atreve-mos a decir— con que ha chocado el proletariado ruso, han prepara-do, apresurado y facilitado considerablemente la obra revolucionariadel proletariado de la Europa occidental, todavía pendiente.

En vez de considerar la revolución rusa como el punto de partidade una época revolucionaria del mundo entero, Kautsky sigue deli-berando sobre la cuestión de saber si el proletariado ruso no se haprecipitado demasiado al hacerse dueño del poder.

He aquí su explicación: “Junto con un alto nivel de la educaciónpopular, es condición previa del socialismo una moral elevada en lasmasas, una moral que se expresa... en fuertes instintos sociales, senti-mientos de solidaridad, etc... Ya hemos visto (añade Kautsky paradarnos una lección) que en los proletarios de la Comuna parisiensehabía una moral semejante. En cambio le falta a la masa que da hoyel tono al proletariado bolchevique”.

Dado el fin que persigue Kautsky, le importa poco desacreditarante sus lectores a los bolcheviques en cuanto partido político. Sa-

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biendo que el bolchevismo y el proletariado ruso son una sola y mis-ma cosa, Kautsky hace cuanto puede por desacreditar al proletariadoruso en su conjunto, presentándolo como una masa informe, sin ide-ales, ávida de satisfacciones inmediatas y dirigida sólo por sus instin-tos y las sugestiones del minuto presente. En el curso de su libro,Kautsky suscita muchas veces la cuestión del nivel intelectual y mo-ral de los obreros rusos y siempre para oscurecer sus colores, para ca-racterizar mejor su ignorancia, su estupidez y su barbarie. Con el finde que el contraste con la época de la Comuna resalte más, cita amodo de ejemplo, el de una industria de guerra en que los represen-tantes obreros habían establecido un servicio nocturno con objeto deque siempre hubiese en la fábrica un obrero para entregar armas re-paradas a quien fuera a pedirlas. “Y —decía el reglamento— como enlas presentes circunstancias es apremiantemente necesario ahorrar eldinero de la Comuna, estas guardias nocturnas no tendrán remune-ración... Sin duda —concluye Kautsky—, estos obreros no considera-ban la época de su dictadura como una coyuntura favorable para sa-tisfacciones personales y para la elevación de las salarios”. En cuan-to a la clase obrera rusa, es harina de otro costal. No tiene concienciade sus deberes, sus ideas no tienen estabilidad, carece de resistencia,abnegación, etc. No es más capaz de darse jefes dignos de este nom-bre (son los chistes de Kautsky) que lo era el barón de Munchausende salir del pantano, tirándose él mismo de la cabellera. Esta compa-ración entre el proletariado ruso y el señor alemán de Crac es su-ficiente para dar una idea clara de la insolencia con que Kautsky tra-ta a la clase obrera rusa.

Extrae de nuestros discursos y artículos pasajes en que denuncia-mos algún lado malo, ciertos defectos de nuestro mundo obrero y seesfuerza por demostrar que la pasividad, la ignorancia y el egoísmobastan para caracterizar las facultades y la conducta del proletariadoruso en una época, de 1917 a 1920, que es la época de la más grandede todas las épocas revolucionarias.

Diríase que Kautsky ignora, que no ha oído nunca, que no puedeadivinar ni suponer siquiera que, durante la guerra civil, el proletaria-do ruso ha tenido más de una vez ocasión de efectuar un trabajo des-interesado y establecer “totalmente gratis” un servicio nocturno, y noel de un obrero durante una noche, sino el de millares y millares deobreros durante una larga serie de noches transcurridas entre conti-

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VII. LA CLASE OBRERA Y SU POLÍTICA SOVIETISTA 115

nuas alarmas. Cuando Yudenitch marchaba sobre Petrogrado, basta-ba con un telefonema del Sóviet para que millares de obreros acorda-ran velar en sus puestos días y semanas enteras, en todas las fábricasy cuarteles de la ciudad. Y no era el entusiasmo de los primeros díasde la Comuna de Petrogrado lo que les impulsaba a ello; ocurría estodespués de dos años de guerra, cuando imperaban el frío y el hambre.

Nuestro partido moviliza dos o tres veces por año a un númeroconsiderable de sus miembros para enviarles al frente. En una exten-sión de 8.000 verstas, estos hombres van a hacerse matar y a enseñara morir a los demás. Y cuando en Moscú, el Moscú que padece ham-bre y frío, que ha dado ya la élite de sus obreros para las necesidadesdel frente, se notifica la “semana de la partida”, las masas proletariasmandan a nuestras filas, en un espacio de siete días, destacamentosde 15.000 hombres. ¿Y en qué momento? En el momento en que al po-der soviético le amenazaba el mayor peligro, cuando acababan dequitarnos Orel, cuando Denikin se acercaba a Tula y a Moscú. En unode los períodos más graves, cuando Yudenitch amenazaba a Petro-grado, el proletariado de Moscú dio en una semana a nuestro parti-do 15.000 hombres, que se preparaban de un día para otro a ser mo-vilizados y enviados al frente. Puede decirse, sin temor a equivocar-se, que el proletariado de Moscú no se ha mostrado nunca, salvo enla semana de la gran insurrección, en noviembre de 1917, tan unáni-me en su entusiasmo revolucionario, en su abnegación para comba-tir, como lo fue en esos días de riesgo y sacrificios.

Cuando nuestro partido puso a discusión el trabajo suplementa-rio del sábado y domingo, el idealismo revolucionario del proletaria-do halló su expresión más elevada en el voluntariado del trabajo. Alprincipio, fueron decenas y centenares, luego miles, más tarde dece-nas y cientos de miles de obreros los que, renunciando a todo salario,consagraron todas las semanas unas horas de trabajo a los interesesde la regeneración económica del país. Los que de esta suerte proce-dían eran hombres insuficientemente alimentados, con las botas ro-tas, con la ropa interior sucia, porque el país carece de calzado y ja-bón. Así es ese proletariado bolchevique al que Kautsky aconseja re-cibir lecciones de abnegación. Pero para aclarar más los hechos y suencadenamiento, nos basta recordar que todos los elementos egoís-tas, burgueses, bajamente interesados del proletariado; todos los quetratan de no ir al frente ni realizar el trabajo del sábado, que se ocu-

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pan del contrabando y que, en las semanas de hambre, excitan a lahuelga a los obreros; todos esos dan en las elecciones a los Sóviets susvotos a los mencheviques, esto es, a los partidarios rusos de Kautsky.

Kautsky cita nuestras propias palabras para hacer notar que yaantes de la Revolución de Noviembre nos dábamos cuenta de las fal-tas de educación del proletariado ruso; pero que, considerando inevi-table el paso del poder a manos de la clase obrera, nos creíamos conderecho a esperar que en el curso mismo de la lucha, gracias a la ex-periencia que nacería y con la ayuda del proletariado de los demáspaíses, conseguiríamos vencer las dificultades y asegurar el estable-cimiento definitivo del régimen socialista en Rusia. A este respecto,Kautsky abre la interrogación siguiente: “¿Se atrevería Trotsky a su-bir en una locomotora y ponerla en marcha, confiando en que mien-tras tanto aprendería a conducirla?... Antes de ponerse a dirigir unalocomotora hay que saber manejarla. Antes de hacerse cargo de laproducción, el proletariado necesita capacitarse para dirigirla”.

Esta comparación edificante podría honrar a un pastor de aldea,aunque no por eso sería menos estúpida. Tendría mucho más funda-mento decir: “¿Se atrevería Kautsky a montar a caballo antes de haberaprendido a sostenerse en la silla de montar y a llevar a su cuadrúpe-do al paso, al trote, al galope, a toda marcha?”. Tenemos razones paracreer que Kautsky no se atrevería a realizar esta experiencia tan peli-grosa y enteramente bolchevique. Pero, por otra parte, tememos queKautsky, no atreviéndose a montar a caballo, experimente alguna di-ficultad en aprender los misterios de la equitación. Pues el principalprejuicio bolchevique consiste en creer que para aprender a montar acaballo se tiene que hacer un primer ensayo sin preparación.

Por lo que toca a la conducción de una locomotora, nuestro pre-juicio no es tan persuasivo de primera intención; pero, con todo, esigualmente verdadero. Nadie ha aprendido a conducir una locomo-tora sin moverse de su despacho. Hay que subir a ella, poner lamano en el regulador, hacerlo girar. Cierto que el estudio de la mar-cha en una locomotora se hace prácticamente, en maniobras dirigi-das por un mecánico experimentado, como a montar a caballo seaprende en un picadero bajo la dirección de un picador. Pero paragobernar un pueblo es imposible recurrir a estos procedimientosartificiales de estudio. La burguesía no ha creado para el prole-tariado escuelas de Administración Pública y no le confía, para en-

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sayos temporales, la palanca del Estado. Además de que, hasta paramontar a caballo, los obreros y campesinos no necesitan picaderos nilecciones de picadores.

Conviene añadir a estas consideraciones otra que posiblemente esla más importante: nadie deja elegir al proletariado entre montar acaballo o no montar, entre conquistar el poder inmediatamente o de-jarlo para más tarde. Hay circunstancias en que la clase obrera se veobligada a adueñarse del poder, ante la amenaza de su propia des-aparición, políticamente hablando, para un largo período histórico.Una vez dueña del poder, es imposible aceptar, a capricho, determi-nadas consecuencias de ese acto y rechazar las restantes. Si la burgue-sía capitalista se sirve, consciente y malignamente, de la desor-ganización de la producción como medio de lucha política para recu-perar el poder soberano, el proletariado está obligado a socializar lasEmpresas de toda suerte, sin preguntarse si esto es o no ventajosopara él en aquel momento dado. Y cuando se ha encargado de la pro-ducción, se ve precisado, bajo la presión de una necesidad férrea, aaprender, a realizar por experiencia esta obra tan difícil, a organizarel sistema económico socialista. Cuando va a caballo, el jinete tieneque guiar al animal, so pena de romperse la cabeza.

Para dar a sus devotos partidarios y a sus devotas una idea preci-sa del nivel moral del proletariado ruso. Kautsky cita, en la página115 de su obra, el siguiente mandato, entregado, según él, por el Só-viet obrero de Mourzilovka: “El Sóviet, por la presente, otorga plenospoderes al camarada Gregorio Sareief para requisar a su gusto y con-ducir a los cuarteles, con objeto de satisfacer las necesidades de la di-visión de artillería, a 60 mujeres y muchachas elegidas de entre la cla-se de los burgueses y especuladores. 16 de septiembre de 1918” (Pu-blicado por el doctor Nath. Wintch-Maleieff en su libro What are theBolchevists doing. Lausanne, 1919).

Sin poner en duda un solo instante la falsedad de este documen-to y el carácter mendaz de semejante comunicación, di orden de pro-ceder a una investigación detallada para conocer los hechos o episo-dios que hubieran podido servir de pretexto a esta ficción. He aquí loestablecido por una investigación sumamente escrupulosa:

1. En el distrito de Briansk no existe ninguna localidad conocidacon el nombre de Mourzilovka. Tampoco se encuentra este nombreen los distritos próximos. El nombre más parecido al citado es el de

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Mouraviofka, pueblo del distrito de Briansk. Pero nunca ha habidoen él ninguna división de artillería ni ha ocurrido nada que pudieratener algo de común con el “documento” más arriba citado.

2. La investigación se ha hecho en todos los regimientos de artille-ría, y en ninguna parte se ha podido descubrir el menor indicio querecordase, ni de lejos, el hecho que cita Kautsky en los mismos térmi-nos que su inspirador.

3. En fin, en la investigación se ha preguntado si se había oído ha-blar, en la localidad, de alguna ciudad que se llamase Mourzilovka, yno se ha descubierto nada. ¡Y no por falta de ganas! Pero el conteni-do de la calumnia en cuestión está en contradicción demasiado evi-dente con las costumbres y opinión pública de los obreros y campe-sinos que dirigen los Sóviets, hasta en las regiones más atrasadas.

Así pues, este documento puede ser tenido por una calumnia debaja estofa.

En el momento en que se procedía a la información de que acabode hablar, el camarada Zinóviev me envió un número de un periódi-co sueca (Svenska Dagbladet), del 9 de noviembre, donde se reprodu-cía, en facsímil, un mandato en los términos siguientes:

“El portador de la presente, el camarada Karaseief, está investidodel derecho a socializar en la ciudad de Ekaterin... (en este espaciovacío hay una tachadura) a todas las mujeres de 16 a 36 años que de-signe el camarada Karaseief.

“El Glavkom Ivatchef”.Este documento es aún más ridículo, más impúdico que el que

cita Kautsky. La ciudad de Ekaterinodar, centro de la región de Kou-ban, sólo ha estado, como se sabe, poco tiempo en poder de los Só-viets. Poco atento, evidentemente, a la cronología revolucionaria, elautor de esta calumnia ha omitido la fecha en su documento, pormiedo a indicar que el tal Glavkom Ivatchef había socializado a las mu-jeres de Ekaterinodar en la época en que la ciudad estaba ocupadapor la soldadesca de Denikin. Que este documento haya podidoengañar a algún burgués sueco de los más obtusos no tiene nada deextraño. Pero el lector ruso verá inmediatamente que no sólo es unacalumnia, sino una calumnia fabricada por un extranjero con un dic-cionario en la mano. Es curioso advertir que los nombres de los dos“socializadores” de mujeres —Gregorio Saréief y el camarada Kara-seief— tienen una consonancia totalmente ajena a la lengua rusa. La

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terminación -eief en los nombres de familia rusos se encuentra rara-mente y sólo en ciertas combinaciones. Pero el acusador de los bol-cheviques, el autor del folleto inglés que cita Kautsky, tiene precisa-mente un nombre que termina en -eief (Wintsch-Maleief). Es eviden-te que este individuo, este espía anglo-búlgaro, encerrado en sudespacho de Lausanne, crea “socializadores” de mujeres a su imagen(en el sentido más rigurosamente exacto de la palabra).

¡En todo caso, los compañeros e inspiradores de Kautsky son muyextraños!

LOS SÓVIETS, LOS SINDICATOS Y EL PARTIDO

Los sóviets, en cuanto forma de organización de la clase obrera, re-presentan para Kautsky, con relación a los partidos y a las organiza-ciones profesionales de los países más adelantados, no una forma su-perior de organización, sino una falsificación, un ir de mal en peor(Notbekelf), con que nos contentamos a falta de organizaciones políti-cas. Pongamos que esto sea cierto para Rusia. ¡Pero explicadnos en-tonces por qué los Sóviets han hecho su aparición en Alemania! ¿Noconvendría renunciar a ellos por completo en la república de Ebert?Sabemos que, a pesar de esto, Hilferding, cuyas opiniones se aproxi-man tanto a las de Kautsky, proponía, no ha mucho, que se introdu-jeran los sóviets en la constitución. Kautsky no dice nada de ello.

Si se tiene a los sóviets por una institución demasiado “primitiva”,debe reconocerse también, para ser justos, que la lucha abierta, la lu-cha revolucionaria es un procedimiento más “primitivo” que la ac-ción parlamentaria. Pero ésta es artificial y complicada, y sólo puedeinteresar, por consiguiente, a una clase superior poco numerosa. Larevolución no es posible más que allí donde las masas están directa-mente interesadas. La Revolución de Noviembre ha movilizado atantas masas como nunca hubiera pensado en reunir el partido so-cialdemócrata. Por vastas que fuesen las organizaciones del partido yde los sindicatos en Alemania, la revolución los ha superado en ex-tensión de un solo golpe. Las masas revolucionarias han hallado surepresentación inmediata en una organización muy sencilla y accesi-ble a todo el mundo: en sus Sóviets de delegados. Se puede confesarque el Sóviet de delegados no se eleva a la altura del partido o del sin-

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dicato, en lo que se refiere a la claridad del programa o la reglamen-tación de la organización. Pero está, y con mucho, muy por encimade los sindicatos y del partido en cuanto al número de hombres ca-paces de aportar a la lucha revolucionaria, y esta superioridad numé-rica proporciona al Sóviet, en épocas de revolución, ventajas indiscu-tibles. El Sóviet engloba a los trabajadores de todas las industrias, detodas las profesiones, cualquiera que sea el grado de su desenvolvi-miento intelectual o el nivel de su instrucción política, por cuyo mo-tivo se ve objetivamente obligado a formular los intereses generalesdel proletariado.

El Manifiesto del Partido Comunista consideraba que la misión delos comunistas consistía precisamente en formular los intereses gene-rales, los intereses históricos de la clase obrera al completo.

“Los comunistas se distinguen de los demás partidos proletarios—según los términos del manifiesto— en que, por un lado, en la luchade los proletarios de las diferentes naciones, hacen valer y defiendenlos intereses de toda la masa proletaria independientemente de las na-cionalistas; y en que, por otra parte, en todas las fases de la lucha enta-blada entre el proletariado y la burguesía, son los representantesconstantes del interés del movimiento, tomado en su conjunto”. La or-ganización de clase de los sóviets personifica este movimiento conside-rado “en su conjunto”. Por donde se ve cómo y por qué los comunis-tas han podido y debido llegar a ser el partido director de los sóviets.

Pero también se ve cuán falsa es la apreciación de los Sóviets he-cha por Kautsky, según la cual éstos son una especie de “falsifica-ción” del partido, y la estupidez de la tentativa realizada por Hilfer-ding para introducir los Sóviets, en calidad de instrumento secunda-rio, en el mecanismo de la democracia burguesa. Los Sóviets son unaorganización proletaria revolucionaria y tiene un valor, bien comoórgano de lucha para la conquista del poder, bien como instrumentodel poder de la clase trabajadora.

Como no puede concebir la función revolucionaria de los Sóviets,Kautsky presenta como un defecto fundamental lo que constituye suprincipal mérito. “La distinción entre burgués y obrero —dice— nopuede hacerse en ninguna parte exactamente; es algo arbitrario, loque hace que el sistema de Consejos sea muy apropiado para fundaruna dictadura arbitraria, pero muy inadecuado para instaurar unaconstitución política clara y sistemática”.

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Si entonces creemos a Kautsky, una dictadura de clase no puedecrear instituciones que convengan a su naturaleza, porque no existedemarcación irreprochable entre las clases. Pero entonces, hablandoen términos más generales, ¿qué haremos de la lucha de clases? Por-que ha sido precisamente en la multiplicidad de grados de la escalasocial que separan a la burguesía del proletariado, donde los ideólo-gos de la pequeña burguesía han encontrado siempre su argumentomás firme contra el “principio” de la lucha de clases. Kautsky se de-tiene, embargado por una duda, en el momento en que el prole-tariado, después de haber rebosado el amorfismo e inestabilidad delas clases intermedias, arrastrando en pos suyo a una parte de estasclases y enviando al resto al campo de la burguesía, organiza de he-cho su dictadura en el régimen gubernamental de los Sóviets. Los Só-viets son un instrumento de dominio proletario que no pueden sersustituidos por nada, precisamente porque sus cuadros son flexiblesy elásticos y todas las modificaciones no sólo sociales, sino tambiénpolíticas que se producen en la posición relativa de las clases, puedenhallar inmediatamente su expresión en el mecanismo soviética. Em-pezando por las grandes fábricas, los sóviets hacen entrar luego en suorganización a los obreros de los talleres y a los empleados de comer-cio; de ahí se trasladan a los pueblos, organizan la lucha de los cam-pesinos contra los terratenientes, y alzan más tarde a las capas infe-riores y medias del mundo campesino contra los labradores ricos (los“personajes importantes”). El Estado obrero toma a su servicio innu-merables empleados que pertenecen, en ciertos aspectos, a la burgue-sía y al mundo intelectual burgués. A medida que se acostumbran ala disciplina del régimen soviético, adquieren la posibilidad de hacer-se representar en el sistema de los Sóviets. Ensanchándose y redu-ciéndose a veces, según se extienda o disminuyan las posiciones so-ciales conquistadas por el proletariado, el sistema soviética siguesiendo el instrumento de gobierno de la revolución social en su diná-mica interna, en sus errores y en sus éxitos. Cuando la revolución so-cial haya triunfado definitivamente, el sistema soviético se extenderáa toda la población, perdiendo por lo mismo desde entonces su carác-ter gubernamental, y se transformará en una poderosa cooperaciónde productores y consumidores.

Si el partido y los sindicatos han sido organismos destinados apreparar la revolución, los Sóviets son el arma de esta revolución.

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Después del triunfo de ésta, los sóviets se convierten en órganos delpoder. El papel del partido y de los sindicatos, sin disminuir de im-portancia, se modifica esencialmente.

La dirección general de los asuntos está concentrada en manos delpartido. Esto no quiere decir que el partido gobierne de una manerainmediata, pues su estructura no es la adecuada para este género defunciones. Pero tiene voto decisivo en todas las cuestiones de princi-pio que se presentan. Aun más: la experiencia nos ha obligado a de-cidir que en todos los problemas polémicos, en todos los conflictosque puedan surgir entre administraciones y en los conflictos entrepersonas dentro de las administraciones mismas, la última palabrapertenezca al Comité Central del partido. Esto ahorra mucho tiempoy energía, y, en las circunstancias más difíciles, en las discusionesmás embarazosas, garantiza la indispensable unidad de acción. Se-mejante régimen no es posible más que si la autoridad del partido esindiscutible y si su disciplina no deja nada que desear. Por fortunapara la revolución, nuestro partido cumple igualmente estas dos con-diciones. En cuanto a saber si en otros países, cuyo pasado no les halegado una fuerte organización revolucionaria, templada en el com-bate, se podrá disponer, cuando llegue la hora de la revolución pro-letaria, de un Partido Comunista tan autorizado como el nuestro, escosa difícil de decir por adelantado. Mas es evidente que la soluciónde este problema ejercerá una influencia considerable sobre la mar-cha de la revolución en cada país.

El papel excepcional que desempeña el Partido Comunista cuan-do triunfa la revolución proletaria es perfectamente comprensible. Setrata de la dictadura de una clase. La clase se compone de diferentescapas, cuyos sentimientos y opiniones no son unánimes y cuyo nivelintelectual varía. Ahora bien, la dictadura presupone unidad de vo-luntad, unidad de tendencia, unidad de acción. ¿Por qué otro proce-dimiento podría implantarse? La dominación revolucionaria del pro-letariado supone dentro del proletariado mismo la dominación de unpartido dotado de un programa definido de acción y de una discipli-na interna indiscutible.

La política de bloque está en íntima contradicción con el régimende la dictadura proletaria. Nos referimos, no a un bloque constitui-do con los partidos burgueses, del que ni siquiera podría hablarse,sino a un bloque de comunistas con otras organizaciones “socialis-

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tas” que representan, en diversos grados, las viejas ideas y los pre-juicios de las masas laboriosas.

La revolución destruye rápidamente todo lo inestable, acaba conlo artificial; las contradicciones encubiertas por el bloque se ponen demanifiesto bajo la presión de los acontecimientos revolucionarios. Lohemos comprobado en el ejemplo de Hungría, donde la dictadura delproletariado tomó la forma política de una coalición de los comunis-tas con los socialistas, que eran tan sólo los partidarios disfrazados deuna alianza con la burguesía. La coalición se desmembró en seguida.El Partido Comunista ha pagado caro la incapacidad revolucionariay la traición política de sus compañeros de aventura. Es absoluta-mente evidente que hubiera sido más ventajoso para los comunistashúngaros conquistar el poder más tarde, dando previamente a los so-cialistas de la izquierda (los de la alianza con la burguesía) el tiemponecesario para comprometerse a fondo. Cierto que puede preguntar-se si dependía de ellos el obrar así. De todos modos, el bloque con es-tos socialistas, que no ha servido más que para ocultar provisional-mente la debilidad de los comunistas húngaros, les ha impedidoafianzarse, en detrimento de sus intempestivos aliados, y les ha con-ducido a una catástrofe.

La misma idea se confirma con el ejemplo mismo de la revolu-ción rusa. El bloque de bolcheviques y socialrevolucionarios de laizquierda, después de haber durado algunos meses, terminó conuna ruptura sangrienta. Verdad que en esta cuestión no hemos sidonosotros, los comunistas, quienes hemos pagado la mayor parte delos gastos, sino nuestros infieles compañeros. Es evidente que unbloque en el que éramos los más fuertes y donde, por consiguiente,no corríamos demasiado riesgo al pretender utilizar, por una etapasolamente, a la extrema izquierda de la democracia (la de los peque-ñoburgueses), es evidente, digo, que este bloque, desde el punto devista táctico, no daba motivos para censurarnos. No obstante, esteepisodio de nuestra alianza con los socialrevolucionarios de la iz-quierda muestra claramente que un régimen de transacciones, deconciliaciones, de concesiones mutuas —y en esto consiste el régi-men del bloque— no puede durar mucho en una época en que lassituaciones cambian con suma rapidez, en una época en que es so-bre todo necesaria la unidad de miras para hacer posible la unidadde acción.

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Más de una vez se nos ha acusado de haber practicado la dictadu-ra del partido en lugar de la dictadura de los Sóviets. Y, sin embargo,puede afirmarse, sin miedo a equivocarse, que la dictadura de los Só-viets no ha sido posible más que gracias a la dictadura del partido.Gracias a la claridad de sus ideas teóricas, gracias a su fuerte organi-zación revolucionaria, el partido ha asegurado a los Sóviets la posibi-lidad de transformarse de informes parlamentos obreros que eran, enun instrumento de domino del trabajo. En esta sustitución del poderde la clase obrera por el poder del partido no ha habido nada casual,e incluso, en el fondo, no existe en ello ninguna sustitución. Los co-munistas expresan los intereses fundamentales de la clase trabajado-ra. Es perfectamente natural que en una época en que la historia ponea debate la discusión de estos intereses en toda su magnitud, los co-munistas se conviertan en los representantes reconocidos de la claseobrera en su totalidad.

Pero ¿quién os garantiza —nos preguntan algunos espíritus malé-volos— que vuestro partido será precisamente el que exprese los in-tereses del desenvolvimiento histórico? Suprimiendo o hundiendo enla sombra a los demás partidos, os habéis desembarazado de su riva-lidad política, fuente de emulación, y, gracias a ello, os habéis priva-do de la posibilidad de comprobar vuestra línea de conducta.

Esta observación está dictada por una idea puramente liberal de lamarcha de la revolución. En una época en que todos los antagonismosde clase aparecen francamente y la lucha política se transforma con ra-pidez en guerra civil, el partido dirigente tiene en la mano bastantesmateriales y criterios, aparte de la tirada posible de los periódicosmencheviques, para comprobar su línea de conducta. Noske aniquila alos comunistas alemanes y, no obstante, su número no deja de aumen-tar. Nosotros hemos aplastado a los mencheviques y socialrevoluciona-rios, y no queda ni rastro de ellos. Este criterio nos basta. En todo caso,nuestra misión no consiste en evaluar a cada minuto, por medio de unaestadística, la importancia de los grupos que representan cada tenden-cia, sino en asegurar la victoria de nuestra tendencia propia —la de ladictadura proletaria— y en hallar en el proceso de esta dictadura, en losdistintos razonamientos que se oponen al buen funcionamiento de sumecanismo interior, un criterio suficiente para avalar nuestros actos.

La conservación prolongada de la “independencia” del mo-vimiento profesional en la época de revolución proletaria es tan im-

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posible como la política de los bloques. Los sindicatos pasan a ser, enesta época, los órganos económicos más importantes del proletariadodueño del poder. Por este mismo hecho, están bajo la dirección delPartido Comunista. El Comité Ejecutivo de nuestro partido se encar-ga de resolver, no sólo las cuestiones de principio sobre el movimien-to profesional, sino también los conflictos serios que pueden surgiren el interior de estas organizaciones.

Los secuaces de Kautsky acusan al poder soviético de ser la dic-tadura “de una parte” únicamente de la clase obrera. “¡Si al menos—claman— fuese la dictadura de toda la clase”. No es difícil darsecuenta exactamente de lo que quieren decir con esto. La dictadura delproletariado significa, en esencia, la dominación inmediata de unavanguardia revolucionaria que se apoya en las masas y que obliga alos rezagados a que se unan cuando es preciso. Esto concierne tam-bién a los sindicatos. Después de la conquista del poder por elproletariado, los sindicatos adquieren un carácter obligatorio. Debenagrupar a todos los obreros industriales. El partido sigue asimilándo-se sólo a los más conscientes y abnegados. Es muy circunspecto cuan-do se trata de ensanchar sus filas. De ahí la función directora que des-empeña en los sindicatos la minoría comunista; función que corres-ponde al dominio ejercido por el Partido Comunista en los Sóviets, yque es la expresión política de la dictadura del proletariado.

Las uniones profesionales o sindicatos de oficio cargan con elpeso inmediato de la producción. Expresan no sólo los intereses delos obreros industriales, sino los de la misma industria. Al principiose manifiestan a veces en los sindicatos tendencias tradeunionistas, ex-citando a éstos a comerciar en sus relaciones con el Estado Soviético,a poner condiciones, a exigir garantías. Cuanto más tiempo pasa,más cuenta se dan los mismos de que son los órganos productoresdel Estado Soviético, y, entonces, respondiendo de su suerte, no seoponen a él: se confunden con él. Las uniones cuidan de establecer ladisciplina del trabajo. Exigen de los obreros una labor intensiva enlas más penosas condiciones, hasta tanto que el Estado proletariocuente con los recursos precisos para modificar estas condiciones.Los sindicatos se encargan de ejercer represiones revolucionariascontra los indisciplinados, contra los elementos turbulentos y parási-tos de la clase trabajadora. Abandonando la política de las TradeUnions, que es, en cierta medida, inseparable del movimiento profe-

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sional en una sociedad capitalista, los sindicatos se suman totalmen-te a la política del comunismo revolucionario.

POLÍTICA SEGUIDA CON RESPECTO AL CAMPESINADO

Los bolcheviques “querían —vitupera Kautsky— vencer en los cam-pos a los campesinos pudientes no concediendo derechos políticosmás que a los campesinos pobres. Algún tiempo después, sin embar-go, se los concedieron también a los primeros”.

Kautsky enumera las “contradicciones” exteriores de nuestra po-lítica con respecto a los campesinos sin tocar la cuestión de su orien-tación interna y de las contradicciones inherentes la situación econó-mica y política del país.

El campesinado ruso, en el momento en que se implantó el régi-men soviético, comprendía tres capas: los campesinos pobres, que ensu mayor parte vivían de la venta de su trabajo y necesitaban com-prar los alimentos para poder mantenerse; los de clase intermedia,que tenían cubiertas todas sus necesidades, gracias a los productos desus tierras, cuyos sobrantes vendían; los ricos, los potentados [kulaks,en ruso], que compraban sistemáticamente la mano de obra y vendí-an los productos de sus explotaciones agrícolas. No hay necesidad dedecir que estos grupos no se distinguen ni por signos particulares nipor su homogeneidad lo largo de todo el país. La campesinado pobre,no obstante, era en su conjunto indiscutiblemente el aliado naturaldel proletariado de las ciudades, mientras que los campesinos ricoseran también sin disputa su enemigo irreconciliable; las capas inter-medias, las mayores en número, vacilaban extraordinariamente.

Si el país no hubiese estado tan agotado, si el proletariado hubieratenido la posibilidad de suministrar a las masas campesinas los artícu-los de primera necesidad y lo preciso para satisfacer sus necesidadesintelectuales, la asimilación de las grandes masas campesinas al nue-vo régimen hubiese sido mucho menos dolorosa. Pero la desorganiza-ción económica del país, que no era consecuencia de nuestra políticaagraria y de, abastecimientos, sino que derivaba de causas anteriores,privo las ciudades de toda posibilidad de abastecer al campo de pro-ductos de la industria textil o metalúrgica, de artículos coloniales, etc.La industria, con todo, no podía renunciar a sacar de los campos algu-

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* Narodniki: literalmente, populistas.

nos productos, aunque pocos. El proletariado exigía a los campesinosadelantos de víveres, préstamos garantizados por las riquezas que sedisponía a crear. La moneda fiduciaria, desacreditada después, repre-sentaba estas riquezas futuras. Pero las masas campesinas no son ca-paces de elevarse hasta el punto de vista histórico. Ligadas al poder delos Sóviets por la liquidación de las grandes propiedades y viendo enél una garantía contra la restauración del zarismo, no es raro sin em-bargo, que le nieguen sus cereales, encontrando poco ventajosa suventa mientras no reciban en cambio tejidos, petróleo, etc.

El poder soviético quería, naturalmente, que todo el peso del im-puesto de abastecimientos recayera sobre los labradores ricos. Peroen las amorfas relaciones sociales del campo, los campesinos ricos einfluyentes habituados a ello, encontraban mil estratagemas paradesprenderse del peso del impuesto y cargar con él a los campesinosacomodados de la clase intermedia, haciéndoles así enemigos del po-der de los sóviets.

Se imponía sembrar la desconfianza en las masas campesinas,despertar su hostilidad contra los “ricos”. Los Comités de la Pobre-za Rural sirvieron para ello. Se creaban en los bajos fondos y loscomponían los oprimidos de antes, los últimos, los rechazados a unsegundo plano, los privados de todo derecho. Había entre ellos, na-turalmente, elementos medio parásitos, lo que brindó una excelenteocasión para la propaganda demagógica de los “socialistas” narodni-ki*, cuyos discursos hallaban un eco lleno de gratitud en el corazónde los potentados. El hecho mismo del paso del poder a los campe-sinos pobres en los campos tenía una profunda significación revolu-cionaria. Con el fin de dirigir a los semiproletarios del campo, el par-tido enviaba allí a obreros avanzados de las ciudades, que realizabanun trabajo inapreciable. Los Comités de la Pobreza Rural contra loscampesinos ricos. Apoyados por el gobierno, pusieron a las capas in-termedias de la clase campesina en la obligación de elegir no sólo en-tre el poder de los sóviets y el de los propietarios, sino también en-tre la dictadura del proletariado y de los elementos y la arbitrariedadde los ricos. Por una serie de lecciones, algunas muy crueles, loscampesinos de las capas intermedias se convencieron de que el régi-men de los sóviets, que había expropiado a los propietarios y disuel-

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to a los policías, imponía a su vez a los campesinos nuevas obliga-ciones y sacrificios. Semejante experiencia de pedagogía política,concerniente a decenas de millones de campesinos de esta clase, nofue agradable ni cómoda, ni dio tampoco resultados inmediatos e in-discutibles. Hube alzamientos de campesinos acomodados (los de laclase intermedia), aliados con los ricos y que caían acto seguido bajola dirección de los grandes propietarios; los agentes del poder localy más especialmente los Comités de la Pobreza Rural cometieronabusos. Pero se consiguió el fin político esencial. Si los campesinosricos no fueron aniquilados, quedaron al menos quebrantados pro-fundamente y perdieron la confianza en sí mismos. Continuandopolíticamente amorfa, como lo es económicamente, la categoría in-termedia de campesinos se ha acostumbrado a tener por represen-tante suyo, no al charlatán rico de la aldea, sino al obrero adelanta-do. Una vez alcanzado el resultado capital, los Comités de la Pobre-za, por su calidad de institución temporal, tuvieron que ceder elpuesto de los Sóviets, en donde los campesinos de la categoría inter-media están representados al mismo tiempo que los pobres. EstosComités habían desempeñado el papel de una cuña afilada metidaen la masa de campesinos.

Los Comités de la Pobreza campesina vivieron cerca de seis me-ses, de junio a diciembre de 1918. Tanto en su creación como en su su-presión, Kautsky no ve más que “vacilaciones” de la política de losSóviets. Se abstiene, empero, de hacer la menor alusión a ningún me-dio práctico. Por lo demás, ¿de dónde lo sacaría? La experiencia queestamos viviendo no tiene precedentes, y los problemas que resuelveel poder soviético en la práctica no tienen solución en los libros. Don-de Kautsky denuncia contradicciones políticas, hay en realidad ma-niobras activas del proletariado que actúa sobre la masa campesinatodavía confiada y delicada. El velero tiene que maniobrar con vien-to, y nadie cree ver contradicciones en los movimientos que le permi-ten seguir su rumbo.

En la cuestión de las comunas agrícolas y explotaciones soviéticas,se pueden igualmente advertir “contradicciones” que indican a la vezerrores aislados y distintas etapas en la revolución. ¿Cuántas tierrasconservará en Ucrania el Estado soviético y cuántas entregará a loscampesinos? ¿Qué orientación se dará a las comunas agrícolas? ¿Enqué medida deben apoyarse para no fomentar el parasitismo? ¿Cómo

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asegurar el control en ellas? He aquí una serie de problemas nuevosplanteados por la obra económica socialista, cuya solución no prejuz-ga ni la teoría ni la práctica, y en la solución de las cuales la línea deconducta principal, trazada por el programa, debe también hallar suaplicación práctica y su comprobación experimental a costa de des-viaciones momentáneas inevitables, ora hacia la derecha, ora hacia laizquierda.

Pero el hecho de que el proletariado ruso haya encontrado unapoyo en la clase campesina, Kautsky lo vuelve contra nosotros pues“introduce en el régimen soviético un elemento reaccionario, elimi-nado (!) en la Comuna parisiense, porque su dictadura no se funda-ba en Sóviets campesinos...”.

¡Como si nos fuese posible recoger la herencia del régimen feudalburgués eliminando a nuestro antojo el “elemento económico reac-cionario”! Pero no es esto todo. Después de haber envenenado el po-der soviético con un elemento reaccionario, la clase campesina nosprivó de su apoyo. Hoy “execra” a los bolcheviques. Kautsky lo sabede buena fuente: por las radios de Clemenceau y las habladurías delos mencheviques.

De hecho, las grandes masas campesinas padecen la falta de pro-ductos manufacturados de primera necesidad. Mas también es ciertoque todos los demás regímenes, sin excepción —y se han visto mu-chos en algunas partes de Rusia en estos tres últimos años—, dejaroncaer sobre los hombros de los campesinos una carga todavía más pe-sada. Ni el gobierno monárquico ni el democrático han podido au-mentar el stock de mercancías. Uno y otro necesitaban el trigo y loscaballos que poseían los campesinos. Los gobiernos burgueses —con-tando entre éstos a los kautskistas-mencheviques— empleaban uninstrumento puramente burocrático, que contaba con las necesidadesde la economía rural menos que el soviético, formado por los obrerosy campesinos. El campesino de la categoría intermedia dedujo comoconclusión, a pesar de sus vacilaciones, de su descontento y hasta desus alzamientos, que, cualesquiera que fuesen las dificultades que sele presentasen en el régimen bolchevique, la vida le sería infinitamen-te más dura en cualquier otro régimen. Es totalmente exacto que laayuda de los campos fue “eliminada” en la Comuna parisiense. ¡Pero,en cambio, no fue eliminada por el ejército campesino de Thiers!Mientras tanto, nuestro ejército, cuyas cuatro quintas partes son cam-

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pesinos, se bate con entusiasmo —alcanzando victorias— por la Re-pública de los Sóviets. Y este solo hecho, desmintiendo a Kautsky y alos que le inspiran, es la mejor apreciación de la política seguida porel poder soviético con respecto a los campesinos.

EL PODER SOVIÉTICO Y LOS ESPECIALISTAS

“Los bolcheviques —refiere Kautsky— creían al principio que podrí-an prescindir de los intelectuales, de los especialistas”. Convencidosdespués de la necesidad de su concurso; abandonaron sus crueles re-presalias y procuraron su cooperación apelando a todos los procedi-mientos, sobre todo ofreciendo sueldos elevados. Y Kautsky dice iró-nicamente: “Así, pues, el mejor procedimiento para atraer al trabajoa los intelectuales consiste en maltratarles despiadadamente al prin-cipio”. Y así es. Con permiso de todos los filisteos, la dictadura delproletariado empieza precisamente maltratando a las clases antes do-minantes para obligarlas a reconocer el nuevo régimen y a sometersea él. Educados en el prejuicio de la omnipotencia burguesa, los inte-lectuales profesionales tardaron mucho en creer, en poder creer, enquerer creer que la clase obrera fuese capaz de administrar el país,que no hubiese conquistado el poder por azar, que la dictadura delproletariado fuese un hecho ineludible. Los intelectuales burguesesconsideraban, pues, con gran ligereza sus obligaciones para con el Es-tado obrero, aun cuando entraban a su servicio, y les parecía comple-tamente natural, dentro de un régimen proletario, bien entregar a losimperialistas extranjeros o a los guardias blancos los secretos milita-res y los recursos materiales, bien recibir para la propaganda antiso-viética subsidios de Wilson, de Clemenceau o de Mirbach. Era nece-sario demostrarles con hechos —y demostrárselo firmemente— queel proletariado no había tomado el poder para permitir a su costabromas de gusto tan dudoso.

En nuestras medidas de rigor contra los intelectuales, nuestro pe-queñoburgués ve: “la consecuencia necesaria, pero no justa, de unapolítica que trató de ganarse a los intelectuales no por convicción,sino a puntapiés”. Kautsky piensa seriamente pues que puede ganar-se el concurso de los intelectuales para la obra de construcción socia-lista con la persuasión como única arma, y esto mientras impera aún

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en los demás países una burguesía que no retrocede ante el empleode ningún procedimiento para intimidar, corromper o seducir a losintelectuales rusos con objeto de convertirles en instrumentos de laservidumbre, de la colonización de Rusia.

En vez de analizar las fases de la lucha, Kautsky propone, con res-pecto a los intelectuales, recetas escolares. Es completamente falsoque nuestro partido, por no comprender el papel de los intelectualesen la obra de reorganización económica y cultural que tenemos querealizar, haya intentado prescindir de ellos. Al contrario. Cuando lalucha por la conquista y el afianzamiento del poder estaba en su pe-ríodo más agudo, en el momento en que casi todos los intelectualesformaban un batallón de la burguesía, luchando abiertamente contranosotros o saboteando nuestras instituciones, el poder soviético sos-tenía una guerra despiadada contra los “especialistas” porque sedaba cuenta de su extraordinaria capacidad organizadora mientras,limitándose a cumplir las misiones que les confía una de las clasesfundamentales, no alimentan la idea de tener su política “democráti-ca” personal. Sólo después de haber quebrantado la resistencia de es-tos elementos por una lucha implacable, se nos ofreció la posibilidadde invitar al trabajo a los especialistas. Y lo hicimos inmediatamente.La cosa no era tan sencilla. En virtud de las relaciones existentes en lasociedad capitalista entre el obrero y el director de fábrica, entre elempleado de oficina y el administrador, entre el soldado y el oficial,subsistía una profunda desconfianza de clase con respecto a los espe-cialistas, desconfianza aumentada aún durante el primer período deguerra civil. Los intelectuales se habían propuesto matar la revolu-ción obrera por hambre y por frío, les costara lo que les costara. Erapreciso aplacar los resentimientos de los trabajadores, pasar de la ba-talla encarnizada a una colaboración pacífica; y la cosa no era fácil.Las masas tenían que acostumbrarse a ver en el ingeniero, en el agró-nomo, en el oficial, no al explotador de ayer, sino al colaborador útilde hoy, al especialista indispensable puesto a la disposición de la Re-pública de los Sóviets. Ya hemos mostrado el error de Kautsky al atri-buir al poder soviético la intención de sustituir los especialistas porproletarios. Pero en las grades masas proletarias sí se manifestabacierta inclinación en este sentido. Una clase joven que acaba de darpruebas de su aptitud para vencer los mayores obstáculos, que acabade romper el encanto místico que protegía a la soberanía de los pose-

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edores, que se ha convencido de que “las artes humanas no son cosade dioses”, una clase de tal naturaleza revolucionaria debía inclinar-se necesariamente —por lo menos, sus elementos más atrasados— avalorar demasiado, de primera intención, su aptitud para zanjar to-das las cuestiones sin tener que recurrir a los especialistas cultos dela burguesía.

Siempre que se han manifestado estas tendencias de modo algopreciso, las hemos combatido.

“A la hora presente, afianzado ya el poder de los Sóviets —decía-mos en la Conferencia Urbana de Moscú, el 28 de marzo de 1918—,la lucha contra el sabotaje debe tender a transformar a los saboteado-res de ayer en servidores, en agentes, en directores técnicos, en todaspartes donde los necesite el nuevo régimen. Si no lo conseguimos, sino atraemos a todas las fuerzas que nos son necesarias, sino las po-nemos al servicio de los Sóviets, nuestra lucha de ayer contra el sabo-taje, militar y revolucionario, será por eso mismo condenada; se ha-brá demostrado su inutilidad, su esterilidad.

“Los técnicos, los ingenieros, los médicos, los maestros, los oficia-les de ayer contienen, como máquinas inanimadas, una parte denuestro capital nacional, que tenemos derecho a explotar, a utilizar,si queremos resolver de un modo general los problemas esencialesque se nos plantean.

“La democratización —y esto es el abecé de todo marxista— noconsiste en negar el valor de las competencias, el valor de las perso-nas que poseen conocimientos especiales, y en sustituirlas siempre yen todas partes por colegios (burós) formados por elección.

“Estos burós, integrados por los mejores elementos de la clase tra-bajadora, pero que no poseen conocimientos técnicos, no pueden re-emplazar al técnico procedente de las Escuelas especiales y que saberealizar un trabajo especial. La difusión del sistema de los burósnombrados por elección que observamos en todos los dominios es lareacción muy natural de una clase joven, revolucionaria, oprimidahasta ahora, que rechaza la autoridad personal de sus dueños deayer, de los patronos y directores, y los sustituye en todas partes porrepresentantes suyos nombrados por elección. Es —digo— una reac-ción revolucionaria perfectamente natural y sana en sus orígenes,pero no la última palabra acerca de la construcción económica del Es-tado proletario.

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1. El trabajo, la disciplina y el orden salvarán a la República Socialista de los Sóviets. Moscú, 1918.Kautsky conoce este folleto, que cita en diversas ocasiones, lo que no le impide abando-nar los pasajes que nosotros citamos y que ponen de manifiesto la actitud del poder so-viética frente a los intelectuales.

“Nuestra marcha ulterior requiere la limitación propia de esos bu-rós, una sana y saludable autorrestricción de los poderes de la claseobrera que discierna en qué casos pertenece la última palabra al re-presentante elegido por los obreros, y en qué otros conviene ceder elpuesto al técnico, al especialista, dotado de conocimientos especiales,al que puede imponerse una gran responsabilidad y a quien debe vi-gilarse cuidadosamente en materia política. Pero es indispensableconceder al especialista plena libertad de acción para realizar una la-bor creadora, porque ningún técnico, por poco capaz que sea, puedetrabajar en su dominio propio si está subordinado a un buró com-puesto por personas incompetentes.

“Los que temen esta necesidad acreditan una profunda des-confianza inconsciente con respecto al régimen soviético. Los que sefiguran que al confiar puestos técnicos a los saboteadores de ayer po-nemos en peligro los fundamentos mismos del régimen, olvidan queningún ingeniero ni general alguno pueden hacer tambalearse al ré-gimen soviético —invencible en el sentido económico y político—, yque no puede hallar su piedra de escándalo más que en su propia in-capacidad de resolver los problemas de organización creadora.

“Este régimen necesita sacar de las antiguas instituciones cuantotienen de viable y valioso, y emplearlo todo en la obra nueva.

“Si no lo hiciésemos, camaradas, no realizaríamos nuestras tareasesenciales, pues nos sería imposible rechazar todas las fuerzas acu-muladas por el pasado y encontrar en nuestro propio entorno todoslos especialistas precisos.

“Esto vendría a ser, en suma, lo mismo que renunciar a servirnosde todas las máquinas que hasta hoy han contribuido a la explotaciónde los trabajadores. La locura de semejante determinación es manifies-ta. Hacer trabajar a los especialistas competentes es tan necesario paranosotros como poner en nuestro activo todos los medios de produc-ción y transporte y, en términos generales, todas las riquezas del país.Debemos hacer sin tardanza el recuento de los técnicos especialistas ysometerles de hecho al trabajo obligatorio, ofreciéndoles un gran cam-po de actividad y ejerciendo un control político sobre ellos”1.

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La cuestión de los especialistas se planteaba, desde el principio, deun modo singularmente agudo en lo concerniente al dominio militar.Y aquí fue resuelto en primer término ante la presión de una necesi-dad ineludible.

En la administración de la industria y transportes, las formas deorganización indispensables no se han perfeccionado del todo aún.Esto obedece a que en los dos primeros años hemos tenido que sacri-ficar los intereses del transporte y la industria a los de la defensa mi-litar. El curso tan cambiante de la guerra civil ha sido, por otra parte,un obstáculo contra el establecimiento de relaciones normales entrelos especialistas y el poder soviético. Los técnicos competentes de laindustria y transporte, los médicos, los maestros, los profesores sealiaban a los ejércitos derrotados de Denikin y Kolchak, o eran lleva-dos a la fuerza. Sólo ahora, cuando la guerra civil toca a su término,los intelectuales se reconcilian con el poder soviético o se inclinanante él. Los problemas económicos aparecen en el primer plano. Laorganización científica de la producción es uno de los más importan-tes. Un inmenso campo de actividad se abre ante los especialistas, yla dirección general de la industria se concentra en las manos del par-tido proletario.

LA POLÍTICA INTERNACIONAL DEL PODER SOVIÉTICO

“Los bolcheviques —razona Kautsky— conquistaron el poder políti-co porque su partido fue el que con más energía pidió la paz, la paza cualquier precio, la paz separada, sin cuidarse del efecto que estopodía producir en la situación general internacional, ni de si favore-cían con su actitud la victoria de la monarquía militar alemana, entrecuyos protectores se contaron durante largo tiempo, lo mismo que losrebeldes indios o irlandeses o los anarquistas italianos”.

Kautsky, pues, no sabe más que una cosa sobre las causas de nues-tra victoria: que representábamos la aspiración a la paz. No explica lasolidez del poder soviético cuando éste volvió a movilizar una parteconsiderable del ejército imperial para rechazar victoriosamente, du-rante dos años, a sus enemigos políticos.

Sin duda, la consigna “paz” ha desempeñado un enorme papel ennuestra lucha, pero era precisamente porque atacaba a la guerra im-

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perialista. No eran los soldados fatigados quienes lo defendían másvigorosamente, sino los obreros avanzados, para los cuales la paz sig-nificaba, no el reposo, sino una lucha irreconciliable contra los explo-tadores. Estos mismos obreros iban a dar sus vidas más tarde en elfrente soviético en nombre de la paz.

Afirmar que exigíamos la paz sin preocuparnos del efecto que po-dría producir en la situación internacional, es repetir con bastante re-traso el calumnioso dicho de los cadetes y mencheviques. El paralelotrazado entre nosotros y los nacionalistas germanófilos de la India eIrlanda se basa en que el imperialismo alemán intentó, en efecto, uti-lizarnos como a los indios e irlandeses. Pero los patrioteros franceseshan trabajado también para utilizar en su interés propio a Liebk-neckt, a Rosa Luxemburgo y hasta a Kautsky y Bernstein. Se trata,ante todo, de saber si permitimos que nos utilizasen. ¿Ha dado nues-tra línea de conducta, aunque sólo sea una vez, a los obreros europe-os, el menor motivo para que se nos haya creído vinculados al impe-rialismo alemán? Basta con recordar la marcha de las negociacionesde Brest-Litovsk, su ruptura y la ofensiva alemana de febrero de 1918para descubrir el cinismo de la acusación de Kautsky. Hablando conpropiedad, no hubo paz entre nosotros y los imperialistas alemanes,no la hubo ni un solo día. En los frentes de Ucrania y del Cáucaso ha-bíamos proseguido la guerra, en la medida en que nuestras fuerzasnos lo permitían, sin decirlo en voz alta. Éramos demasiado débilespara hacerla en todo el frente ruso-alemán; y, aprovechándonos de lapartida del grueso de las fuerzas alemanas para el frente occidental,sostuvimos durante algún tiempo una ficción de paz. Si el imperialis-mo alemán era en 1917 y 1918 lo bastante fuerte para imponernos lapaz de Brest-Litovsk, a pesar de todos los esfuerzos que hicimos conel fin de librarnos de aquel nudo corredizo, la culpa estaba principal-mente en la vergonzosa actitud de la socialdemocracia alemana, cuyaornamento necesario era Kautsky. La cuestión de la paz de Brest-Li-tovsk fue zanjada el 4 de agosto de 1918. Entonces, Kautsky, en vezde declarar la guerra al imperialismo alemán —guerra que exigiómás tarde al poder soviético, impotente aún en 1918 desde el puntode vista militar—, propuso votar los créditos de guerra “en ciertascondiciones”, y se condujo de tal modo, en general, que fueron pre-cisos meses para poner en claro su actitud y saber si era o no partida-rio de la guerra. Este cobarde político, que en el momento decisivo

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abandonó todas las posiciones fundamentales del socialismo, se atre-ve a acusarnos de habernos visto obligados a dar, en cierto momen-to, un paso atrás —puramente material—, y eso que lo hicimos por-que nos había traicionado la socialdemocracia alemana, depravadapor el kautskismo; es decir, por una postración política teóricamentedisimulada.

¡Que no nos cuidábamos de la situación internacional! Lo que ocu-rre es que en lo concerniente a esta situación teníamos un criterio másprofundo que nadie, y que no nos ha engañado. Como fuerza militaractiva, el ejército ruso no existía desde antes de la Revolución de Fe-brero. Su desagregación definitiva era una cosa inevitable. Si la Revo-lución de Febrero no hubiese estallado, el régimen zarista habría aca-bado por transigir con la monarquía alemana. Pero la Revolución deFebrero, que hizo abortar esta transacción, precisamente porque erauna revolución verdadera, deshizo definitivamente el ejército, basadoen un principio monárquico. Mes antes o mes después, este ejército te-nía que pulverizarse. La política militar de Kerensky era la del aves-truz. Cerraba los ojos ante la descomposición del ejército y lanzabafrases sonoras y amenazaba con elocuencia al imperialismo alemán.

En estas condiciones, no nos quedaba más que una salida: procla-mar la necesidad de la paz, que era una conclusión inevitable de laimpotencia militar de la revolución y hacer de este lema un medio deacción revolucionaria en todos los pueblos de Europa; en vez de es-perar pasivamente con Kerensky la catástrofe militar que se avecina-ba, y que hubiera podido enterrar bajo sus ruinas a nuestra propia re-volución, apoderarnos de este lema de la paz y arrastrar al proletaria-do europeo, sobre todo a los obreros austro-alemanes. Con esteespíritu hemos proseguido nuestras negociaciones de paz y redacta-do nuestras notas a los gobiernos de la Entente.

Prolongamos en lo posible las negociaciones de paz para dar tiem-po a que las masas obreras de Europa comprendieran precisa y clara-mente lo que era el poder soviético y cuál su política. La huelga deenero de 1918 en Alemania y Austria nos demostró que habíamosobrado bien. Esta huelga fue el primer preámbulo serio de la revolu-ción alemana. Los imperialistas alemanes se dieron cuenta de que éra-mos para ellos un peligro mortal. El libro de Ludendorff lo da a en-tender claramente. Cierto que los imperialistas alemanes no empren-dieron más cruzadas abiertas contra nosotros; pero donde podían

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hacernos una guerra clandestina, engañando a los obreros con el con-curso de la socialdemocracia alemana, no desperdiciaban la ocasión;por ejemplo, en Ucrania, en la cuenca del Don, en el Cáucaso. El con-de Mirbach, desde Moscú, en la Rusia central, había convertido la ca-pital moscovita, a raíz de su llegada, en el centro de todos los com-plots contrarrevolucionarios contra el poder soviético, del. mismomodo que el camarada Joffe estaba en Berlín en estrecho contacto conla revolución alemana. La extrema izquierda de esta revolución, elpartido de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, estaba de acuerdocon nosotros. La revolución alemana revistió, desde el principio, laforma soviética, y el proletariado alemán, a pesar de la paz de Brest-Litovsk, no dudó ni un instante de que estábamos con Leibknecht yno con Ludendorff. Este, compareciendo en noviembre de 1910 antela Comisión de Reichstag, refirió que “ el Alto Mando había exigidola creación de una institución que tuviera por objeto descubrir lasalianzas que existían entre las tendencias revolucionarias rusa y ale-mana. Después de la llegada de Joffe a Berlín se constituyeron Con-sulados rusos en numerosas ciudades alemanas. Este hecho tuvo con-secuencias desastrosas para la flota y para el ejército”. Kautsky, noobstante, tiene la osadía de escribir tristemente: “Si las cosas han lle-gado hasta una revolución en Alemania; la culpa, en verdad, no es deellos” (de los bolcheviques).

Si en 1917 y 1918 hubiésemos tenido la posibilidad de mantener,por medio de una abstención revolucionaria, el viejo ejército zarista,en vez de activar su destrucción, habríamos prestado nuestro concur-so a la Entente, ayudándola a arruinar y expoliar a Alemania, a Aus-tria y a los demás países del mundo. Con semejante política, nos hu-biéramos encontrado, en el momento decisivo, tan completamentedesarmados como ahora Alemania, mientras que hoy, gracias a la Re-volución de Octubre y a la paz de Brest-Litovsk, nuestro país es elúnico que sigue en pie con las armas en la mano, frente a los aliados.No sólo no ayudamos a los Hohenzollern con nuestra política inter-nacional a ocupar una posición mundial predominante sino que, porel contrario, con nuestro golpe de Estado de Octubre, contribuimospoderosamente a su caída definitiva. Al mismo tiempo conseguimosuna tregua militar que nos hizo posible la creación de un ejércitofuerte y numeroso, el primer ejército proletario que registran los ana-les del mundo y al que no pueden vencer los chacales de la Entente.

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En otoño de 1918, después de la derrota de los ejércitos alemanes,atravesamos el momento más crítico de nuestra situación internacio-nal. En lugar de dos campos poderosos, que se neutralizaban más omenos mutuamente, teníamos ante nosotros a una Entente victorio-sa, en el apogeo de su poder mundial, y a Alemania aplastada, cuyacanallesca burguesía hubiese considerado como una dicha saltar a lagarganta del proletariado ruso por un hueso arrojado desde la cocinade Clemenceau. Propusimos la paz a la Entente y estábamos dispues-tos (porque obligados) a firmar las condiciones más duras. Pero Cle-menceau, cuya rapiña imperialista había conservado intactos todoslos rasgos de su estupidez burguesa, negó a los junkers alemanes elhueso que solicitaban y decidió al mismo tiempo adornar el Hotel delos Inválidos con los trofeos de los jefes de la Rusia soviética. En po-lítica nos prestó un servicio enorme. Nos defendimos con éxito y has-ta hoy continuamos firmes.

¿Cuál era, pues, la idea directriz de nuestra política exterior des-pués de que los primeros meses de funcionamiento del gobierno delos Sóviets revelaron la estabilidad bastante considerable de los go-biernos capitalistas de Europa? Esto es precisamente lo que Kautsky,confundido, quiere explicar ahora como un resultado de la casuali-dad: nuestro deseo de sostenernos el mayor tiempo posible. Nosotroscomprendíamos con perfecta claridad que el hecho mismo de la exis-tencia del poder soviético era un acontecimiento de la mayorimportancia revolucionaria. Y esta idea luminosa nos dictó concesio-nes y retrocesos temporales, no en materia de principios, sin embar-go, sino en el dominio de las conclusiones prácticas, que derivan dela apreciación justa y sobria de nuestra propia fuerza. Nos replegába-mos cuando era necesario, como un ejército que abandona una ciu-dad al enemigo y hasta una fortaleza, con el fin de recobrar alientosdespués de esta retirada, no sólo para la defensiva, sino también parala ofensiva. Nos replegábamos como huelguistas que no tuviesen hoyfuerzas ni recursos, pero que, con los dientes apretados, se preparanpara reanudar la lucha al día siguiente. Si no hubiésemos tenido unafe inquebrantable en la importancia mundial de la dictadura soviéti-ca, no hubiéramos consentido todos los duros sacrificios de Brest-Li-tovk. Si nuestra fe hubiese estado en contradicción con la realidad delas cosas, el tratado de Brest-Litovsk habría sido señalado en la histo-ria como la capitulación inútil de un régimen condenado a la perdi-

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2. El periódico vienés Arbeiter-Zeitung opone, como de costumbre, los comunistas rusos, pru-dentes y razonables, a los austriacos. “¿No ha firmado Trotsky —escribe el periódico—,con su perspicaz golpe de vista y su comprensión de lo posible, la paz forzada de Brest-Litovsky, aunque haya servido para la consolidación del imperialismo alemán? La paz deBrest-Litovsk fue tan cruel y vergonzosa como la de Versalles. ¿Se puede seguir de aquíque Trotsky debía haber continuado la guerra contra Alemania? De haberlo hecho, ¿nohabría perecido la Revolución Rusa hace mucho tiempo? Trotsky se inclinó ante la nece-sidad inevitable, y, previendo la revolución alemana, firmó el tratado vergonzoso”. El mé-rito de haber previsto todas las consecuencias de la paz de Brest-Litovsk pertenece a Le-nin. Pero esto, claro es, no cambia en nada la argumentación del órgano kautskista vienés.

ción. Así apreciaban entonces la situación, no sólo los Kuhlmann,sino también los Kautsky de todos los países. En cuanto a nosotros,habíamos apreciado con exactitud nuestra debilidad de entonces ynuestra potencia futura. La existencia de la república de Ebert, con susufragio universal, su engaño parlamentario, su “libertad” de prensay sus asesinatos de líderes obreros, no hace más que añadir un esla-bón a la cadena histórica de la esclavitud y la ignominia. La existen-cia de la República de los Sóviets es un hecho de importancia revolu-cionaria inconmensurable. Era necesario mantenerla, aprovechándo-se del conflicto de las naciones capitalistas, de la continuación de laguerra imperialista, de la arrogancia de los Hohenzollern, de la estu-pidez de la burguesía mundial en todas las cuestiones fundamenta-les concernientes a la Revolución, del antagonismo entre América yEuropa y de las relaciones inexplicables de los países aliados; era ne-cesario conducir el navío soviético, aún inacabado, a través de unmar proceloso entre rocas y escollos y, siempre navegando, acabar suconstrucción y su armamento.

Kautsky se decidió a acusarnos, una vez más, por no haber idocontra un enemigo poderoso a principios de 1918, cuando éramos dé-biles y estábamos desarmados. Si lo hubiésemos hecho, habríamossido vencidos2. La primera tentativa importante del proletariadopara conquistar el poder habría sufrido un fracaso completo. La iz-quierda revolucionaria del proletariado europeo habría recibido ungolpe de los más dolorosos. La Entente habría firmado la paz con losHohenzollern ante el cadáver de la Revolución Rusa, y el capitalismomundial habría obtenido una tregua de muchos años. Kautsky noscalumnia, sin pizca de vergüenza, cuando dice que, al firmar la pazde Brest Litovsk, no pensamos en la influencia que debía ejercer so-bre los destinos de la revolución alemana. En aquellos días discuti-

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mos la cuestión desde todos los puntos de vista, sin tener presentemás que un solo criterio: el de los intereses de la Revolución mundial.Llegamos a la conclusión de que estos intereses exigían imperiosa-mente el mantenimiento del poder de los Sóviets, solo y único en elmundo entero. Y nos asistía la razón. Pero Kautsky esperaba nuestracaída, acaso sin impaciencia, pero con una seguridad inquebrantable,y en esta supuesta caída había basado toda su política internacional.

El proceso verbal de la sesión del gobierno de coalición del 19 denoviembre de 1918, publicado por el ministerio Bauer, habla de lo si-guiente:

Primero, reanudación de la discusión acerca de la actitud de Ale-mania con respecto a la República de los Sóviets. Haase recomiendauna política de contemporización. Kautsky se adhiere a la opinión deHaase: “Es preciso —dice— aplazar la decisión definitiva acerca deesto, porque el gobierno soviético no podrá sostenerse y caerá inevi-tablemente dentro de unas semanas...”.

Así, pues, en el momento en que la situación del poder soviéticoera, en efecto, más precaria y penosa, pues la derrota del militarismoalemán parecía dar a la Entente la posibilidad de aniquilarnos “enunas semanas”, Kautsky no manifiesta ningún deseo de socorrernosy, no limitándose a lavarse las manos en este asunto, toma parte ac-tiva en la traición contra la Rusia Revolucionaria. Para facilitar el pa-pel de Scheidemann —convertido en el defensor fiel de la burguesía,en vez de ser su enterrador, conforme a la función que le asignaba suprograma propio—, Kautsky se apresura a convertirse él mismo en elenterrador del poder soviético. Pero este poder está vivo y sobrevivi-rá a todos sus sepultureros.

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VIII. Las cuestiones de organizacióndel trabajo

EL PODER SOVIÉTICO Y LA INDUSTRIA

Si en el primer período de la revolución soviética los más graves re-proches del mundo burgués se dirigían contra nuestra crueldad, con-tra nuestro espíritu sanguinario, después, cuando este argumento sehubo debilitado por el uso, se empezó a hacernos responsables de ladesorganización económica del país. Conforme a su misión actual,Kautsky traduce metódicamente en un idioma que tiene la preten-sión de ser marxista, todas las acusaciones de la burguesía, que im-puta al poder soviético la ruina de la industria rusa: los bolcheviqueshan dado comienzo a la socialización sin plan preconcebido, han so-cializado lo que no estaba maduro para la socialización; la clase obre-ra rusa no está preparada todavía para dirigir la producción, etc.

Repitiendo y combatiendo estos diversos motivos de acusación,Kautsky se obstina en silenciar las causas esenciales de nuestra des-organización económica: la matanza imperialista, la guerra civil, elbloqueo.

Desde el principio de su existencia, el gobierno de los Sóviets sevio privado de carbón, de petróleo, de algodón y de metal. El impe-rialismo austro-alemán primero, el imperialismo de la Entente des-pués, actuando de acuerdo con los grandes blanco-rusos, despojarona Rusia del yacimiento hullero y metalúrgico de Donetz, de las regio-nes petrolíferas del Cáucaso; del Turkestán, que nos suministraba elalgodón; del Ural y sus inmensas riquezas en metales en bruto; de laSiberia, rica en ganado y cereales. El yacimiento de Donetz suminis-traba normalmente a nuestra industria el 94 por ciento del combusti-

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* Pud: equivalente a 16,38 kg.

ble mineral y el 74 por ciento de los metales en bruto que aquélla con-sumía. El Ural daba el complemento: 20 por ciento de metales en bru-to y 4 por ciento de hulla. En el curso de la guerra civil perdimos es-tas dos regiones. Al mismo tiempo perdimos los 500 millones depuds* de carbón que recibíamos del extranjero. Simultáneamente nosquedamos sin petróleo, porque el enemigo se había apoderado de to-dos los pozos. Es preciso no tener vergüenza para hablar, dadas estascondiciones, de la influencia disolvente de las socializaciones “pre-maturas”, “bárbaras”, etc., sobre una industria totalmente privada decombustible y de materias primas. Pertenezca una fábrica a un trustcapitalista o a un Estado proletario, esté o no socializada, sus chime-neas no pueden echar humo sin carbón y petróleo. Algo de esto sepuede aprender en Austria y hasta en Alemania. Ninguna empresatextil, administrada conforme a los más sabios métodos de Kautsky—admitiendo un instante que con los métodos de Kautsky pueda ad-ministrarse algo más que un tintero—, producirá tejidos de algodónde ninguna índole si no cuenta con provisiones de algodón en bruto.Ahora bien, nosotros estábamos privados del de Turkestán a la vezque del de América. Además —repetimos— nos faltaba combustible.

Cierto que el bloqueo y la guerra civil han sido consecuencias de larevolución proletaria en Rusia. Pero no se sigue de aquí de ningúnmodo que las innumerables ruinas amontonadas por el bloqueo anglo-francés y por las campañas de bandidaje de Kolchak y Denikin, puedanser imputadas a la ineficacia de los métodos económicos soviéticos.

La guerra imperialista que precedió a la revolución dañó muchomás a nuestra joven industria, con sus insaciables exigencias técnicasy materiales, que a la de los más poderosos Estados capitalistas.Nuestros transportes, sobre todo, sufrieron una crisis espantosa. Laexplotación de los ferrocarriles aumentó considerablemente, provo-cando en consecuencia la usura del correspondiente material, cuan-do su renovación estaba reducida al mínimo. La ineluctable regla-mentación de cuentas fue precipitada por la crisis de combustible. Lapérdida casi simultánea del carbón del Donetz y del petróleo delCáucaso nos obligó a recurrir al empleo de la madera para los ferro-carriles. Como las reservas de madera no habían sido preparadaspara esto, fue preciso usar la madera recién cortada, húmeda, y su ac-

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VIII. LAS CUESTIONES DE ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO 143

ción sobre las locomotoras, ya gastadas, fue deplorable. Vemos, pues,cómo las causas principales de la ruina de los transportes rusos actú-an desde antes de noviembre de 1917. E incluso aquellas que se enla-zan directa o indirectamente con la Revolución de Octubre, aunquedeban mencionarse entre las consecuencias políticas de ésta, no tie-nen nada que ver con los métodos de economía socialista.

Ni que decir tiene que el efecto de las sacudidas políticas no semanifestó sólo en la crisis de los transportes y del combustible. Si laindustria mundial tendía, sobre todo en el curso de los últimos dece-nios, a formar un solo organismo único, esta tendencia se manifesta-ba más aún en la industria nacional. Sin embargo, la guerra y la revo-lución, dividían, desmembraban la industria. La ruina industrial dePolonia, de las regiones del Báltico y Petrogrado, empezó bajo el za-rismo, y durante el gobierno Kerensky siguió extendiéndose sin cesara nuevos distritos.

Las evacuaciones indefinidas, simultáneas a la ruina de la indus-tria, significaban también la ruina de los transportes. Durante la gue-rra civil, cuyos frentes eran móviles, las evacuaciones revistieron uncarácter aún más febril y destructor. Los dos beligerantes, al abando-nar temporalmente algún centro industrial, tomaban todas las medi-das imaginables para inutilizar las fábricas o servicios que iban acaer en manos del enemigo: se llevaban las máquinas más útiles osus piezas más delicadas, como también a los mejores técnicos yobreros. La evacuación iba seguida de una reevacuación que aca-baba con frecuencia en la ruina, tanto de los artículos transportadoscomo de los ferrocarriles. Varios distritos industriales de primeraimportancia —sobre todo en Ucrania y en la región del Ural— pasa-ron así de unas manos a otras repetidas veces.

Añadamos a esto que en el momento en que la destrucción de laherramienta industrial revestía proporciones inusitadas, cesó porcompleto la importación de máquinas extranjeras, que antes habíadesempeñado un papel decisivo en nuestra industria.

Pero los elementos materiales de la industria —edificios, máqui-nas, rieles, combustible— no han sido los únicos que han sufrido es-tas terribles consecuencias de la guerra y la revolución; la fuerza viva,creadora de la industria, el proletariado, ha padecido más o, por lomenos, tanto. El proletariado ha hecho la Revolución de Octubre-No-viembre, ha implantado y defendido el régimen de los Sóviets, ha sos-

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tenido una lucha ininterrumpida contra los blancos. Ahora bien, losobreros competentes son, por regla general, los más avanzados. Laguerra civil privó al trabajo industrial, por mucho tiempo, de los me-jores trabajadores, por decenas de miles; muchos miles se han perdi-do para siempre. Las cargas más pesadas de la revolución socialistarecaen sobre la vanguardia proletaria y, por tanto, sobre la industria.

Durante dos años y medio toda la atención del gobierno de los Só-viets se ha concentrado en la resistencia por las armas; sus mejoresfuerzas, sus recursos más importantes eran consagrados al frente.

La lucha de clases, generalmente, origina perjuicios a la industria.Todos los filósofos que se han hecho apóstoles de la armonía social selo han reprochado hace ya mucho tiempo. En períodos de huelgaseconómicas ordinarias, los obreros consumen sin producir. La luchade clases, en su forma más intensa —la lucha con armas—, da golpestanto más terribles. Pero es evidente que no se puede considerar enmodo alguno la guerra civil como un método de economía socialista.

Las causas que hemos indicado son más que suficientes para ex-plicar la precaria situación económica de la Rusia de los Sóviets. Sincombustible, sin metales, sin algodón, con los transportes deshechos,con la maquinaria estropeada, con la mano de obra desparramadapor el país después de haber sido diezmada en los frentes, ¿es preci-so todavía buscar en el utopismo económico de los bolcheviques unacausa suplementaria de la ruina de nuestra industria? No, cada unade las causas indicadas basta para sugerir esta cuestión: ¿Cómo hapodido conservarse, en estas condiciones, cierta actividad en las fá-bricas y manufacturas?

Y esta actividad existe sobre todo en la industria militar, viva hoya costa de las otras. El poder soviético ha tenido que crearla, como suejército, con las ruinas que había recogido. La industria militar, resta-blecida en estas condiciones inverosímilmente difíciles, ha cumplidoy continúa cumpliendo su misión: el Ejército Rojo está vestido, calza-do, armado. Tiene fusiles, cartuchos, obuses y todo lo que necesita.

Tan pronto como entrevimos la paz, después de la derrota de Kol-chak, Yudenitch y Denikin, nos planteamos en toda su magnitud losproblemas de la organización de la industria. Y tres o cuatro mesesde intensa labor en este sentido bastaron para poner fuera de dudaque el poder soviético, gracias a su estrecho contacto con las masaspopulares, gracias a la flexibilidad de su aparato de Estado y a su ini-

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ciativa revolucionaria, dispone para el renacimiento económico derecursos y métodos que ningún otro Estado posee ni poseyó nunca.

Cierto que se presentaron ante nosotros nuevas cuestiones, quetuvimos que hacer frente a nuevas dificultades. La teoría socialista notenía ni podía tener respuestas preparadas para todas estas cuestio-nes. Hay que encontrar las soluciones por experiencia, y por la expe-riencia comprobar su validez. El kautskismo pertenece a una épocaanterior a los inmensos problemas resueltos por el poder soviético.Bajo la forma del menchevismo sigue una marcha embarazada, opo-niendo a las medidas de nuestra obra económica los prejuicios de unescepticismo pequeñoburgués, intelectual, burocrático.

Con el fin de poner al lector al corriente de la esencia misma de lascuestiones referentes a la organización del trabajo, como las que sepresentan ahora ante nosotros, el autor de este libro cree hacer unacosa útil reproduciendo el informe que presentó al tercer CongresoPanruso de los sindicatos. Para mayor claridad, estará completadopor numerosos pasajes tomados de los informes presentados por elautor al Congreso Panruso de los Sóviets de Economía Popular y alIX Congreso del Partido Comunista Ruso.

INFORME SOBRE LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO

¡Camaradas! La guerra civil termina. En el frente oeste la situaciónsigue siendo incierta. Aún es posible que la burguesía polaca desafíea su propio destino... Pero si esto ocurriera —y nosotros no hacemosnada para provocarlo—, la guerra no exigirá de nosotros la abruma-dora tensión de fuerzas que la lucha simultánea en cuatro frentes harequerido. La terrible presión de la guerra se debilita. Las necesida-des y labores económicas atraen cada vez más nuestra atención. Lahistoria nos coloca directamente frente a nuestra obra fundamental:la organización del trabajo sobre nuevas bases sociales. En el fondo,la organización del trabajo constituye la organización de la nuevasociedad, porque toda sociedad descansa en el trabajo. Si la sociedadvieja estaba basada en una organización del trabajo que beneficiabaa la minoría, la cual disponía del instrumento de presión guberna-mentalmente contra la inmensa mayoría de los trabajadores, noso-tros realizamos ahora la primera tentativa que la historia universal

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registra de organización del trabajo en beneficio de la clase obrera.Esto, sin embargo, no excluye el instrumento de presión en todas susformas, de las más suaves a las más rudas. El elemento de presión,de coerción, no sólo no abandona la escena histórica, sino que, por elcontrario, desempeñará un papel importantísimo durante un perio-do bastante considerable.

Siguiendo la regla general, el hombre procurará librarse del traba-jo. La asiduidad no es una virtud innata en él; se crea por la presióneconómica y por la educación del medio social. Puede afirmarse queel hombre es un animal bastante perezoso. En el fondo, en esta cuali-dad, principalmente, se ha fundado el progreso humano. Si el hom-bre no hubiese tratado de ahorrar sus fuerzas, si no se hubiese esfor-zado por conseguir con el mínimo de energía el máximo de produc-tos, no habría habido un desarrollo de la técnica ni cultura social.Considerada, pues, desde este punto de vista, la pereza del hombrees una fuerza progresista. El viejo marxista italiano Arturo Labriolaha llegado a imaginar al hombre futuro como un “holgazán genial yfeliz”. Sin embargo, no hay que deducir de esto que el partido y lossindicatos deban preconizar esta cualidad como un deber moral. Noes necesario. En Rusia, la pereza es excesiva. La obra de organizaciónsocial consiste precisamente en introducir la “pereza” en cuadros de-finidos, para disciplinarla, y en estimular al hombre con el auxilio delos medios y medidas que él mismo imaginó.

EL TRABAJO OBLIGATORIO

La clave de la economía es la mano de obra, sea ésta cualificada, pococualificada, bruta, etc. Hallar los medios para llegar a conocerla conexactitud, para movilizarla, repartirla, utilizar de modo productivo,significa resolver prácticamente el problema de nuestra reconstruc-ción económica. Esta es la obra de toda una época; obra grandiosa. Sudificultad aumenta porque tenemos que reorganizar el trabajo sobrebases socialistas, en condiciones de una enorme y espantosa pobreza.

Cuanto más se gasta la herramienta y más se deterioran el mate-rial móvil y los ferrocarriles, menos posibilidades tenemos de recibirdel extranjero en plazo breve una cantidad algo respetable de má-quinas, y la cuestión de la mano de obra adquiere más importancia.

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VIII. LAS CUESTIONES DE ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO 147

Al parecer, disponemos de una mano de obra muy considerable.Pero ¿cómo reunirla? ¿Cómo llevarla al pie de la obra? ¿Cómo orga-nizarla industrialmente? Cuando este invierno emprendimos la la-bor de quitar la nieve que hacia impracticables las vías férreas, cho-camos ya con grandes dificultades, que no pudimos vencer con lacompra de mano de obra por la depreciación del dinero y la ausen-cia casi completa de artículos manufacturados. Las necesidades decombustible no pueden satisfacerse, ni aun parcialmente, sin la utili-zación de una tal cantidad de fuerza obrera como nunca se ha em-pleado para la tala de árboles y la extracción de la turba y la hulla.La guerra civil ha destruido las vías férreas, los puentes, las estacio-nes. Para la producción en gran escala de madera de arder, de turba,como para otros trabajos, se necesitan locales para los trabajadores,aunque sólo sean campamentos provisionales de barracas. De aquíse infiere, además, la necesidad de una importante mano de obrapara los trabajos de construcción. También es necesaria una conside-rable cantidad de mano de obra para la organización del servicio flu-vial. Y así sucesivamente.

La industria capitalista se alimentaba en grandes proporciones demano de obra auxiliar entre los elementos que emigraban del campo.La falta de tierras de labor, que se hacía notar cruelmente, lanzaba almercado constantemente cierto sobrante de mano de obra. El Estado,por el establecimiento de impuestos, la obligaba a venderse. El mer-cado ofrecía mercancías al campesino. A la hora presente, esta situa-ción ha desaparecido. El campesino tiene más tierra, pero como le fal-tan los instrumentos agrícolas, necesita más fuerza obrera.

El principio de la obligación del trabajo es indiscutible. Además,la industria no puede dar casi nada al campo, y el mercado no ejerceninguna atracción sobre la mano de obra.

Esta, no obstante, nos es más necesaria que nunca. No es sólo elobrero quien tiene que dar su fuerza al poder soviético, para que laRusia trabajadora y, con ella, los trabajadores mismos no sean aplas-tados; necesitamos también la fuerza de los campesinos. El único me-dio de procurarnos la mano de obra precisa para las labores econó-micas actuales es la implantación del trabajo obligatorio.

El principio de la obligación del trabajo es indiscutible para los co-munistas: “Quien no trabaja, no come”. Y como todos tienen que co-mer, todos están obligados a trabajar. El trabajo obligatorio está fija-

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do en nuestra Constitución y en el Código del Trabajo. Pero hasta hoysólo era un principio. Su aplicación no había tenido más que un ca-rácter accidental, parcial, episódico. Sólo ahora, frente a las cuestio-nes que origina la reorganización del país, se ha impuesto ante nos-otros en su realidad implacable la necesidad de la obligación deltrabajo. La única solución regular, tanto en principio como en la prác-tica, consiste en considerar a toda la población del país como una re-serva necesaria de fuerza obrera —como una fuente casi inagotable—, y en organizar en un orden rigurosamente establecido el recuento,la movilización y la utilización.

¿Cómo organizar en la práctica la mano de obra sobre la base deltrabajo obligatorio?

Hasta hoy, sólo el Ministerio de la Guerra tenía experiencia en loque se refiere a censo, movilización, formación y traslado de grandesmasas. Nuestro Departamento de la Guerra ha heredado, en granparte, del pasado sus métodos y reglas técnicas. No hemos podidoconseguir semejante herencia en el dominio económico, porque aquíintervenía un principio de derecho privado y la mano de obra afluíadirectamente a las diversas empresas industriales del mercado deltrabajo. Era, pues, natural, desde el momento en que estábamos obli-gados a ello y, sobre todo, al principio, que utilizáramos, en gran es-cala, la maquinaria del Ministerio de la Guerra para la movilizaciónde las fuerzas obreras.

En el centro y en provincias hemos creado órganos especialespara poner velar por el cumplimiento del trabajo obligatorio; a esterespecto, funcionan ya Comités en los gobiernos, en los distritos, enlos cantones. Se apoyan principalmente en los órganos centrales ylocales del Departamento de la Guerra. Nuestros centros económi-cos: el Consejo Superior de Economía Popular, el Comisariado deAgricultura, el Comisariado de Transportes, el Comisariado deAbastecimientos, determinan la mano de obra que necesitan. El Co-mité Central de la Obligación del Trabajo recibe todas estas deman-das, las coordina, las pone en relación con las fuentes locales demano de obra, da las instrucciones correspondientes a sus órganoslocales y realiza, por medio de ellos, la movilización de las fuerzasobreras. En las regiones, gobiernos y distritos, los órganos localesejecutan autónomamente este trabajo, para satisfacer las necesida-des económicas locales.

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Toda esta organización no ha sido más que ligeramente esbozada.Dista mucho de ser perfecta. Pero el camino emprendido es indiscu-tiblemente el correcto.

Si la organización de la nueva sociedad tiene por base una organi-zación nueva del trabajo, esta organización requiere a su vez la im-plantación regular del trabajo obligatorio. Las medidas administrati-vas y de organización son insuficientes para realizar esta obra queabarca los fundamentos mismos de la economía pública y de la exis-tencia, que choca con los prejuicios y hábitos psicológicos. La efecti-vidad del trabajo obligatorio supone, por una parte, una obra colosalde educación, y, por otra, la mayor prudencia en el modo práctico derealizarla.

La utilización de la mano de obra debe ser hecha con la mayoreconomía. Cuando hayan de verificarse movilizaciones de fuerzaobrera, es indispensable tener presente las condiciones de vida eco-nómica de cada región y las necesidades de la industria agrícola de lapoblación local. Hay que tomar en consideración, en lo posible, losrecursos que existían antes, los elementos emigrantes locales, etc. Espreciso que los traslados de la mano de obra movilizada se hagan apequeñas distancias, es decir, que se tome ésta de los sectores máspróximos al frente del trabajo. Es menester que el número de los tra-bajadores movilizados corresponda a la magnitud de la obra econó-mica. Es necesario que los trabajadores movilizados sean provistos atiempo de víveres y de instrumentos de trabajo y que tengan al fren-te a técnicos competentes, dotados de espíritu de iniciativa. Hay queconvencer a los trabajadores de que su mano de obra se utiliza conprevisión y sin parsimonia y que no se gasta en vano. Siempre quesea posible, deberá sustituirse la movilización directa por el trabajo:es decir, imponer a un determinado cantón la obligación de suminis-trar, en un tiempo dado, tanta cantidad de madera, o transportar has-ta tal o cual estación tantos quintales de minerales, etc. En este domi-nio, es preciso aprovecharse particularmente de la experiencia adqui-rida, dar al sistema económico la mayor flexibilidad posible, tener encuenta los intereses y costumbres locales. Pero es igualmente indis-pensable creer firmemente que el principio mismo del trabajo obliga-torio ha sustituido tan radical y victoriosamente al del reclutamientovoluntario como la socialización de los medios de producción a lapropiedad capitalista.

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LA MILITARIZACIÓN DEL TRABAJO

El trabajo obligatorio sería imposible sin la aplicación —en algunamedida— de los métodos de militarización del trabajo. Esta expre-sión nos introduce de un golpe en el dominio de las más grandes su-persticiones y de los clamores de oposición.

Para comprender lo que se entiende por militarización del trabajoen el Estado obrero y cuáles son sus métodos, hay que tener una ideaclara del modo como se ha efectuado la militarización del ejércitomismo que, según todos recuerdan, estaba muy lejos de poseer en elprimer período las cualidades “militares” requeridas. En estos dosúltimos años, el número de soldados que hemos movilizado no es tanalto como el de sindicados en Rusia. Pero los sindicados son obreros,y sólo un 15 por ciento de ellos forma parte del Ejército Rojo; el restode éste está constituido por la masa campesina. No obstante, sabe-mos, sin que esto ofrezca lugar a dudas, que el verdadero organiza-dor y creador del Ejército Rojo es el obrero avanzado, procedente delas organizaciones sindicales o del partido. Cuando la situación enlos frentes de combate se hacía difícil, cuando la masa campesina re-cientemente movilizada no daba pruebas de firmeza bastante, nos di-rigimos a la vez al Comité Central del Partido Comunista y al Sóvietde los Sindicatos. De estos dos organismos salieron los obreros avan-zados que marcharon al frente a organizar el Ejército Rojo a su ima-gen, a educar, templar, militarizar a la masa campesina.

Es éste un hecho que debe recordarse con claridad, porque arrojamucha luz sobre la idea misma de la militarización, tal como se con-cibe en el Estado obrero y campesino. La militarización del trabajo hasido proclamada más de una vez y realizada en diferentes sectoreseconómicos de los países burgueses, tanto en occidente como en Ru-sia zarista. Pero nuestra militarización se distingue de esas otras porsus fines y métodos, como el proletariado consciente y organizadopara conseguir su emancipación se distingue de la burguesía cons-ciente y organizada para la explotación.

De esta confusión, tan inconsciente como mal intencionada, de lasformas históricas de la militarización proletaria y socialista con la mi-litarización burguesa, dimanan la mayor parte de los prejuicios, erro-res, protestas y gritos provocados por esta cuestión. En este modo deinterpretar las cosas se ha basado totalmente la actitud de los men-

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cheviques, nuestros kautskistas rusos, tal como manifiesta en su de-claración de principios, presentada al actual Congreso de Sindicatos.

Los mencheviques no hacen más que declararse enemigos de lamilitarización del trabajo, como también del trabajo obligatorio. Re-chazan estos métodos como “coercitivos”. Proclaman que el trabajoobligatorio provocará una bajada de la productividad. En cuanto a lamilitarización, no tendrá; según ellos, otro efecto que un gasto inútilde mano de obra.

“El trabajo obligatorio ha sido siempre poco productivo”, tal es laexpresión exacta de la declaración de los mencheviques. Esta afirma-ción nos traslada al centro mismo de la cuestión. Porque, en nuestraopinión, no se trata en modo alguno de saber si es prudente o insen-sato declarar tal o cual fábrica en estado de guerra; si debe conceder-se al Tribunal Revolucionario Militar derecho a castigar a los obreroscorrompidos que roban las materias primas y los instrumentos quenos son tan útiles o que nos sabotean. No, la cuestión está planteadapor los mencheviques de un modo mucho más profundo. Al afirmarque el trabajo obligatorio es siempre poco productivo, se esfuerzanpor destruir toda nuestra obra económica en la época de transición,porque no puede pensarse en pasar de la anarquía burguesa a la eco-nomía socialista sin recurrir a la dictadura revolucionaria y a los mé-todos coercitivos de organización económica.

En el primer punto de la declaración de los mencheviques se afir-ma que vivimos en la época de transición de las formas de produccióncapitalista a las formas de producción socialista. ¿Qué quiere deciresto exactamente? Y, sobre todo, ¿de dónde proceden semejantes afo-rismos? ¿Desde cuándo creen esto nuestros kautskistas? Nos han acu-sado (y éste fue el motivo de nuestros desacuerdos) de utopismo so-cialista; afirmaban (y esto constituía el fondo de su doctrina) que nopuede realizarse en nuestra época el paso al socialismo, que nuestrarevolución no es más que una revolución burguesa, que nosotros, co-munistas, no hacemos otra cosa de destruir el sistema económico capi-talista, que no hacemos adelantar un paso a la nación, que la hacemos,por el contrario, retroceder. En esto consistía el desacuerdo fundamen-tal, la divergencia profunda, incompatible, de la que derivaban todaslas restantes diferencias. Ahora, los mencheviques nos indican depaso, en los preliminares de su resolución, como algo que no necesitaprueba, que estamos en el período de transición del capitalismo al so-

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cialismo; confesión totalmente inesperada, que se parece mucho a unacompleta capitulación de ideas, y hecha con tanta facilidad y ligerezaque, como toda la declaración demuestra, no impone ninguna obliga-ción revolucionaria a los mencheviques. Estos siguen siendo en bloqueprisioneros de la ideología burguesa. Después de haber reconocidoque caminamos hacia el socialismo, los mencheviques luchan con todoel furor posible contra estos métodos, sin los cuales, en las actualescondiciones graves y penosas, es imposible el paso al socialismo.

“El trabajo obligatorio —nos dicen— es poco productivo”. Nos-otros les preguntamos: ¿Qué entendéis por trabajo obligatorio al ha-cer esa afirmación? Dicho de otro modo, ¿a qué trabajo es antinómi-co? Aparentemente al trabajo libre. ¿Qué debe entenderse en estecaso por trabajo libre? Esta idea ha sido formulada por los ideólogosprogresistas de la burguesía en su lucha contra el trabajo obligatorio,es decir, contra la servidumbre de los campesinos y contra el trabajoregularizado, reglamentado, de los artesanos. Por trabajo libre se en-tendía el que podía comprarse “libremente” en el mercado del traba-jo. La libertad se reducía a una ficción jurídica sobre la base de la ven-ta libre del asalariado. No conocemos en la historia otra forma de tra-bajo libre. Que los pocos mencheviques que asisten a este Congresonos expliquen lo que entienden por trabajo libre, no coercitivo, si noes la libre venta de la mano de obra.

La historia ha conocido la esclavitud, la servidumbre, el trabajoreglamentado de las corporaciones de la Edad Media. Hoy, en todoel universo, impera el salario, que los escritorzuelos amarillos de to-dos los países oponen como una libertad superior a “la esclavitud”soviética. Nosotros, en cambio, oponemos a la esclavitud capitalistael trabajo social y regulado, basado en un plan económico, obligato-rio para todos y, por consiguiente, obligatorio para todo obrero delpaís. Sin él es imposible hasta pensar en el advenimiento del socialis-mo. El elemento de presión material, física, puede ser más o menosgrande; esto depende de muchas condiciones: del grado de riqueza opobreza del país, del nivel cultural, del estado dé los transportes y delsistema de dirección, etc.; pero la obligación y, por consiguiente, lacoerción es la condición indispensable para refrenar la anarquía bur-guesa, para la socialización de los medios de producción y de los ins-trumentos de trabajo y para la reconstrucción del sistema económicocon arreglo a un plan único.

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VIII. LAS CUESTIONES DE ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO 153

Para un liberal, libertad significa, en último resultado, venta librede la mano de obra. ¿Puede o no comprar un capitalista a un precioaceptable la fuerza de trabajo? Esta es la única unidad de medida dela libertad de trabajo para un liberal, y esta medida es falsa, no sólocon respecto al porvenir, sino también con respecto al pasado.

Sería absurdo creer que cuando existía la servidumbre se efectuabael trabajo solamente ante la amenaza de la presión física, y que el jefede galeras estaba, látigo en mano, detrás del pobre campesino. Las for-mas económicas de la Edad Media se debían a ciertas condiciones eco-nómicas y originaban costumbres a las que el campesino se habíaadaptado, que en determinados momentos había creído justas, o cuyaperennidad, por lo menos, había admitido siempre. Cuando bajo el in-flujo del cambio de las condiciones materiales, adoptó una actitud hos-til para con ellas, el gobierno le sujetó por la fuerza material, probandode este modo el carácter coercitivo de la organización del trabajo.

Sin las formas de coerción gubernamental que constituyen el fun-damento de la militarización del trabajo, la sustitución de la econo-mía capitalista por la economía socialista no sería más que una pala-bra falta de sentido. ¿Por qué hablamos de militarización? Ni que de-cir tiene que sólo por analogía, pero por una analogía muysignificativa. Ninguna organización social, aparte del ejército, se hacreído con derecho a subordinar tan completamente a los ciudada-nos, a dominarlos tan totalmente por su voluntad, como el gobiernode la dictadura proletaria. Sólo el ejército (precisamente porque haresuelto a su manera las cuestiones de vida y muerte de las naciones,de los Estados, de las clases dirigentes) ha adquirido el derecho a exi-gir del individuo una sumisión completa a los trabajos, a los fines, alos mandatos y a las ordenanzas. Y lo ha conseguido sobre todo por-que los trabajos de organización militar coincidían con las necesida-des del desarrollo social.

Hoy, la cuestión de vida o muerte de la Rusia de los Sóviets se de-cide en el frente de trabajo. Nuestras organizaciones económicas connuestras organizaciones profesionales e industriales tienen derecho aexigir de sus miembros toda la abnegación, toda la disciplina, toda lapuntualidad que hasta ahora sólo ha exigido el ejército.

Por otra parte, la actitud del capitalista con respecto al obrero, nose funda sólo en un contrato “libre”; contiene también poderosos ele-mentos de reglamentación gubernamental y de presión material.

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La concurrencia entre capitalistas ha presentado un semblante derealidad a la ficción de la libertad de trabajo. Pero esta concurrencia,reducida el mínimo por los sindicatos y los trusts, ha sido destruidacompletamente por nosotros al abolir la propiedad privada de losmedios de producción. El tránsito al socialismo, reconocido de pala-bra por los mencheviques, significa el paso del reparto desordenadode la mano de obra, gracias al juego de la compraventa, de las oscila-ciones de los precios en el mercado y de los salarios, a una dis-tribución racional de los trabajadores, hecha por los órganos de dis-trito, de provincia, de todo el país.

Este género de reparto supone la subordinación de los obreros so-bre quienes recae al plan económico del gobierno. Y en esto consisteel trabajo obligatorio, que, como elemento fundamental, entra inevi-tablemente en el programa de la organización socialista del trabajo.

Si es imposible una organización sistemática de la economía pú-blica sin el trabajo obligatorio, éste, en cambio, es irrealizable sin laabolición de la ficción de la libertad de trabajo y su sustitución por elprincipio de la obligación, que completa la realidad de la coerción.

Cierto que el trabajo libre es más productivo que es obligatorio enlo referente al paso de la sociedad feudal a la sociedad burguesa. Peroes preciso ser un liberal, o un kaustskista en nuestros días, para eter-nizar esta verdad y extenderla a la época actual de transición del ré-gimen burgués al socialista. Si es cierto, como dice la declaración delos mencheviques, que el trabajo obligatorio es siempre y cualesquie-ra que sean las circunstancias, menos productivo, nuestra reorga-nización económica está condenada a la ruina: pues no puede haberen Rusia otro medio para llegar al socialismo que una dirección auto-ritaria de las fuerzas y los recursos económicos del país y un repartocentralizado de la fuerza de trabajo, conforme al plan general del go-bierno. El Estado proletario se considera con derecho a enviar a todotrabajador adonde su trabajo sea necesario. Y ningún socialista serionegará al gobierno obrero el derecho a castigar al trabajador que seobstine en no llevar a cabo la misión que se le encomiende. Mas —yesta es la razón de todo— la vía menchevique de paso al “socialismo”es una vía láctea, sin monopolio del trigo, sin supresión de los merca-dos, sin dictadura revolucionaria y sin militarización del trabajo.

Sin trabajo obligatorio, sin derecho a dar órdenes y a exigir sucumplimiento, los sindicatos pierden su razón de ser, pues el Estado

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socialista en formación los necesita, no para luchar por el mejora-miento de las condiciones de trabajo —que es la obra de conjunto dela organización social gubernamental—, sino con el fin de organizarla clase obrera para la producción, con el fin de educarla, de discipli-narla, de distribuirla, de agruparla, de establecer ciertas categorías yfijar a ciertos obreros en sus puestos por un tiempo determinado, conel fin, en una palabra, de introducir autoritariamente a los trabajado-res, de acuerdo con el poder, en el plan económico único. Defender,en estas condiciones, la “libertad” de trabajo, equivale a defender labúsqueda inútil, ineficaz e incierta de mejores condiciones; el pasocaótico, sin sistema, de una a otra fábrica en un país hambriento, enmedio de la más espantosa desorganización de los transportes yabastecimientos. Aparte de la desagregación de la clase obrera y unacompleta anarquía económica, ¿cuál podría ser el resultado de estainsensata tentativa de combinar la libertad burguesa de trabajo con lasocialización proletaria de los medios de producción?

La militarización del trabajo no es pues, camaradas, en el sentidoque he indicado, un invento de algunos políticos u hombres de nues-tro Departamento Militar, sino que aparece como un método inevita-ble de organización y disciplina de la mano de obra en la época detransición del capitalismo al socialismo. Si es cierto, como se afirmaen la declaración de los mencheviques, que todas estas formas (repar-to obligatorio de la mano de obra, su empleo pasajero o prolongadoen determinadas empresas, su reglamentación conforme al plan eco-nómico gubernamental) conducen a una disminución de la producti-vidad, haced una cruz sobre el socialismo, pues es imposible fundarel socialismo en la baja de la producción. Toda organización social sebasa en la organización del trabajo. Y si nuestra nueva organizacióndel trabajo da por resultado una disminución de la producción, la so-ciedad socialista que se está formando camina fatalmente, por esemismo hecho, hacia la ruina, cualquiera que sea nuestra habilidad ycualesquiera que sean las medidas de salvación que imaginemos.

Por estas razones, he dicho desde el principio que los argumentosmencheviques contra la militarización nos trasladan al centro mismode la cuestión del trabajo obligatorio y de su influencia sobre la pro-ducción. ¿Es verdad que el trabajo obligatorio ha sido siempre im-productivo? No hay más remedio que responder que éste es el máspobre y liberal de los prejuicios. Todo el problema se reduce a saber

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quién ejerce una presión, contra quién y por qué: qué Estado, quéclase, en qué circunstancias, por qué métodos. La organización de laservidumbre fue, en determinadas condiciones, un progreso y trajoaparejado un aumento de la producción. La producción aumentótambién considerablemente bajo el régimen capitalista y, por consi-guiente, en la época de la compraventa libre de la mano de obra enel mercado del trabajo. Mas el trabajo libre y el capitalismo al com-pleto, una vez dentro de la fase imperialista, se han arruinado defi-nitivamente por la guerra. Toda la economía mundial ha entrado enun período de sangrienta anarquía, de terribles conmociones, de mi-seria, de agotamiento, de destrucción de las masas populares. En es-tas condiciones, ¿se puede hablar de la productividad del trabajo li-bre, cuando los frutos de este trabajo desaparecen diez veces más de-prisa que se crean? La guerra imperialista, con sus consecuencias, hademostrado la imposibilidad de la existencia ulterior de una socie-dad basada en el trabajo libre. ¿O posee alguien el secreto que permi-ta separar el trabajo libre del delirium tremens del imperialismo, dichoen otros términos, de hacer retroceder a la humanidad cincuenta ocien años atrás? Si fuese cierto que nuestra organización del trabajo—que ha de sustituir al capitalismo—, que nuestra organización,establecida conforme a un plan y, por consiguiente, coercitiva, origi-nará la ruina de la economía, esta organización significaría el fin detoda nuestra cultura, un retroceso de la humanidad hacia la barbariey el salvajismo.

Por fortuna, no sólo para la Rusia de los Sóviets, sino para toda lahumanidad, la filosofía de la escasa productividad del trabajo obliga-torio “siempre y cualesquiera que sean las condiciones en que se re-alice” está contenida en un viejo refrán liberal. La productividad deltrabajo es una cantidad arbitraria en el conjunto de las circunstanciassociales más complejas, y no puede ser medida nunca, ni definida poradelantado como forma jurídica del trabajo.

Toda la historia de la humanidad es la historia de la organizacióny de la educación del hombre social para el trabajo, con el fin de ob-tener una mayor productividad. El hombre, como ya me he atrevidoa decir, es un perezoso; es decir, se esfuerza instintivamente por ob-tener con el mínimo de esfuerzo el máximo de productos. Sin estatendencia humana, no habría progreso económico. El desenvolvi-miento de la civilización se mide por la productividad del hombre,

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y toda forma nueva de relaciones sociales debe soportar la pruebacon esta piedra de toque.

El trabajo “libre” no ha nacido con toda su potencia productiva;sólo ha alcanzado una gran productividad progresivamente, por laaplicación prolongada de métodos de organización y educación deltrabajo. Esta educación empleó los medios y procedimientos más di-versos, que se modifican además según las épocas. Al principio, laburguesía expulsaba de su pueblo a latigazos al mujik [campesino], yle dejaba en medio del camino después de haberle despojado de sustierras. Y cuando no quería trabajar en la fábrica, le señalaba con unhierro candente, le ahorcaba, le enviaba a galeras, y acababa por acos-tumbrar al desdichado al trabajo de fábrica. En nuestra opinión, estafase del trabajo “libre” difiere muy poco de los trabajos forzados, tan-to desde el punto de vista de las condiciones materiales como desdeel punto de vista legal.

En diversas épocas y en proporciones diferentes, la burguesía haempleado simultáneamente el hierro candente, la represión y los mé-todos persuasivos. A este efecto, los sacerdotes la han presentado uninestimable concurso. En el siglo XVI se reformó la antigua religióncatólica, que defendía el régimen feudal, y adaptó a sus necesidadesuna religión nueva —la Reforma—, que combinaba la libertad delalma con la del comercio y el trabajo. Formó nuevos sacerdotes, quefueron sus guardianes espirituales y servidores devotos. Adoptó laescuela, la prensa, los municipios y el parlamento a su propósito demodelar las ideas de la clase trabajadora. Las diversas formas de sa-lario (con jornal, a destajo, por contrato colectivo) no constituían ensus manos sino medios diversos de conseguir que el proletariado tra-bajara. A esto hay que añadir distintas formas de fomento del traba-jo y de excitación al servilismo. En fin, la burguesía ha sabido apode-rarse de las Trade Unions —organizaciones de la clase obrera— yaprovecharse de ellas para disciplinar a los trabajadores. Ha aplaca-do a los líderes, y, por medio de ellos, ha convencido a los obreros dela necesidad del trabajo apacible, de que su obra sea irreprochable,de estricto cumplimiento de las leyes del Estado burgués. La culmi-nación de toda esta labor ha sido el sistema Taylor, en el cual los ele-mentos de organización científica del proceso de la producción secombinan con los procedimientos más perfeccionados del sistemadiaforético.

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De lo dicho se deduce claramente que la productividad del traba-jo libre no es algo determinado, establecido, presentado por la histo-ria en bandeja de plata. ¡No! Es el resultado de una larga política te-naz, represiva, educadora, organizadora, estimulante de la burguesíacon respecto a la clase obrera. Poco a poco aprendió a exprimir unacantidad cada vez más mayor de productos del trabajo de los obreros,y el reclutamiento voluntario, única forma de trabajo libre, normal,sana, productiva y saludable, fue en sus manos un arma poderosa.

Una forma jurídica de trabajo que asegure por sí misma la pro-ductividad no ha existido nunca en la historia ni puede existir. La for-ma jurídica del trabajo corresponde a las relaciones e ideas de la épo-ca. La productividad del trabajo se desenvuelve sobre la base del des-arrollo de las fuerzas técnicas, de la educación del trabajo, en virtudde la adaptación progresiva de los trabajadores a los medios de pro-ducción, que se modifican constantemente, y a las nuevas formas derelaciones sociales.

El establecimiento de la sociedad socialista significa la or-ganización de los trabajadores sobre nuevas bases y su adaptación aéstas, su educación con el fin de aumentar constantemente la produc-tividad. La clase obrera, bajo la dirección de su vanguardia, debe dar-se a sí misma su educación socialista. Quien no comprenda esto, noentiende una palabra del abecé de la realización socialista.

¿Cuáles son, pues, nuestros métodos de reeducación de los traba-jadores? Desde luego, son más vastos que los de la burguesía, y, ade-más, honrados, justos, francos, limpios de toda hipocresía y de todoembuste. La burguesía tenía que echar mano de la mentira para pre-sentar su trabajo como libre, cuando en realidad no sólo era social-mente impuesto, sino que estaba hasta esclavizado, puesto que era eltrabajo de la mayoría en beneficio de la minoría. En cambio, nosotrosorganizamos el trabajo en interés de los obreros mismos, y por esonada puede incitarnos a ocultar o encubrir el carácter socialmenteobligatorio de su organización. No tenemos que contar cuentos de sa-cerdotes, de liberales ni de kautskistas. Decimos clara y francamentea las masas que no pueden salvar, educar y llevar al país socialista auna situación brillante sino a costa de un trabajo riguroso, de una se-vera disciplina y de la mayor puntualidad por parte de todo trabaja-dor. El principal procedimiento que empleamos es la acción de laidea, la propaganda no de la palabra, sino del hecho. El trabajo obli-

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gatorio reviste un carácter coercitivo, pero esto no quiere decir quesuponga ninguna violencia contra la clase obrera. Si el trabajo obliga-torio hubiese chocado con la oposición de la mayoría de los trabaja-dores, habría quedado herido de muerte el régimen soviético. La mi-litarización del trabajo, cuando se oponen a ella los trabajadores, esun procedimiento a lo Arakcheief. La militarización del trabajo por lavoluntad propia de los trabajadores mismos es un procedimiento dedictadura socialista. Que la obligación y militarización del trabajo novan en contra de la voluntad de los trabajadores, como ocurría con eltrabajo “libre”, lo atestigua más que todo cuanto pudiera decirse laconsiderable afluencia de obreros voluntarios a los “sábados comu-nistas”, hecho único en los anales de la humanidad. Nunca ha pre-senciado el mundo una cosa semejante. Por su trabajo voluntario ydesinteresado —una vez por semana y aún más en ocasiones— losobreros demuestran brillantemente que están dispuestos no sólo a so-portar el peso del trabajo “obligatorio”, sino a dar al gobierno un su-plemento de trabajo por añadidura. Los “sábados comunistas”, antesque manifestaciones espléndidas de solidaridad comunista, son lagarantía más segura del éxito de la implantación del trabajo obligato-rio. Y es preciso, por medio de una activa propaganda, aclarar, am-pliar y fortalecer esta tendencia tan profundamente comunista.

El arma moral más fuerte de la burguesía es la religión, mientrasque la nuestra es la explicación del verdadero estado de cosas, la difu-sión de los conocimientos naturales, históricos y técnicos, la iniciaciónen el plan general de la economía gubernamental, sobre cuya basedebe utilizarse la mano de obra de que dispone el poder soviético.

La economía política fue, en otro tiempo, el principal motivo denuestra agitación: el régimen social capitalista era un enigma, y esteenigma lo hemos descifrado ante las masas. Ahora, el mismo meca-nismo del régimen soviético, que llama a los trabajadores a los pues-tos más distintos, ha revelado a las masas los enigmas sociales. A me-dida que avancemos, la economía política adquirirá una importanciahistórica, y las ciencias, que sirven para escrutar la naturaleza y bus-car los medios de someterla al hombre, ocuparán el primer plano.

Los sindicatos deben emprender, en la más grande escala, unaobra de educación científica y técnica para que a todo obrero su pro-pio trabajo le obligue a desarrollar la actividad teórica del pensamien-to. Esta última, girando alrededor del trabajo, lo perfecciona y hace

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más productivo. La prensa debe ponerse a la altura de la misión delpaís, no sólo como lo hace hoy, es decir, en el sentido de una agitacióngeneral en favor de un recrudecimiento de la energía obrera, mas tam-bién de la discusión y examen de los trabajos, planes y medios econó-micos concretos, del modo de resolverlos y, sobre todo, de comprobary apreciar los resultados adquiridos. Los periódicos deben seguir díaa día la producción de las fábricas más importantes, registrando loséxitos y fracasos, ensalzando unos y denunciando los otros...

El capitalismo ruso, por su carácter atrasado, su independencia ylos rasgos parasitarios que de ello resultan, había conseguido, en mu-cho menor grado que el capitalismo de Europa, instruir, educar téc-nicamente y disciplinar industrialmente a las masas obreras. Esta la-bor incumbe hoy exclusivamente a las organizaciones sindicales delproletariado. Un buen ingeniero, un buen mecánico o un buen ajus-tador deben gozar de tanta celebridad y tanta gloria como antes losmilitantes revolucionarios, los agitadores más conocidos, y en nues-tros días los comandantes y comisarios del pueblo más bravos y ca-paces. Los grandes y pequeños directores de la técnica deben ocuparun puesto de honor en el espíritu público y hay que obligar a los ma-los obreros a que se avergüencen de no estar a la altura de su misión.

El pago de los salarios obreros en Rusia se hace todavía en dineroy es de presumir que así ocurra durante mucho tiempo. Pero cuantomás progresemos, más importante resultará satisfacer las necesida-des de todos los miembros de la sociedad. Entonces los salarios per-derán su razón de ser. Hoy no somos lo bastante ricos para hacer unacosa semejante. El aumento de la cantidad de artículos manufactura-dos es la obra principal a que todas las demás se subordinan. En elmomento actual, tan sumamente difícil, los salarios no son para nos-otros un medio de hacer más grata la existencia personal de cadaobrero, sino un medio de apreciar lo que cada obrero aporta con sutrabajo a la república proletaria.

Por esta razón, los salarios, tanto en dinero como en especie, de-ben ponerse en la mayor concordancia posible con la productividaddel trabajo individual. En el régimen capitalista, el trabajo a destajo,la implantación del sistema Taylor, etc., tenían por objeto aumentarla explotación de los obreros y robarles la plusvalía. Una vez sociali-zada la producción, el trabajo a destajo, etc., tiene por fin el acrecen-tamiento de la producción socialista y, por consiguiente, un aumen-

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to del bienestar común. Los trabajadores que contribuyen más albienestar común adquieren el derecho a recibir una parte mayor delproducto social que los perezosos, indolentes y desorganizadores.

El Estado obrero, en fin, al recompensar a los unos, no puede me-nos de castigar a los otros, es decir, a los que con todo conocimientode causa quebrantan la solidaridad obrera, destruyen el trabajo co-mún y causan un daño considerable a la reorganización socialista delpaís. La represión que tiene por objeto realizar las labores económi-cas es un arma necesaria de la dictadura socialista.

Todas las medidas enumeradas, con algunas otras, deben asegu-rar el nacimiento de la emulación en el dominio de la producción.Sin esto, nos sería imposible elevarnos nunca por encima de un ni-vel demasiado bajo. La emulación se basa en un instinto vital —la lu-cha por la existencia— que en el régimen burgués reviste un carác-ter de concurrencia. La emulación no desaparecerá en la sociedadsocialista perfeccionada, pero revestirá, a medida que esté más ase-gurado el bienestar necesario a todos, un carácter cada vez más des-interesado y puramente ideológico. Se traducirá en una tendencia aprestar los mayores servicios posibles al pueblo, al distrito, a la ciu-dad y a la sociedad toda, y será recompensada con la popularidad,con el reconocimiento público, con la simpatía, o, tal vez, simple-mente, con la satisfacción interna, resultado del sentimiento delbuen cumplimiento de una obligación. Pero en el período de transi-ción, lleno de dificultades, en condiciones de extrema pobreza mate-rial y escaso desarrollo del sentimiento de solidaridad social, la emu-lación ha de ir fatalmente ligada en cierto modo al deseo de asegu-rarse objetos de uso personal. Tal es, camaradas, el conjunto demedios de que dispone el gobierno proletario para aumentar la pro-ductividad del trabajo. Como vemos, no hay una solución al alcancede la mano. La solución no figura en ningún libro. Por otra parte, nopuede haber aún libro de soluciones. Nosotros no hacemos más queempezar a escribir con el sudor y la sangre de los trabajadores. Y osdecimos: obreros y obreras, defended el trabajo reglamentario. Sóloperseverando en él llegaréis a construir la sociedad socialista. Os en-contráis frente a una obra que nadie realizará por vosotros: el au-mento de la productividad del trabajo sobre nuevas bases sociales.No resolver el problema es perecer. Resolverlo, es hacer progresar ala humanidad considerablemente.

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LOS EJÉRCITOS DE TRABAJO

Empíricamente y en modo alguno basándonos en consideraciones te-óricas. Hemos llegado a plantear la cuestión de la utilización del ejér-cito para el trabajo (cuestión que ha adquirido entre nosotros unagran importancia teórica). Por fuerza de las circunstancias, en algu-nos lugares apartados de la Rusia soviética habían permanecido cier-to tiempo grandes contingentes del ejército sin tomar parte en ningu-na operación militar. Llevarlos a otros frentes donde se combatía era,sobre todo en invierno, muy difícil, dada la desorganización de lostransportes. Este fue el caso, por ejemplo, del III Ejército, que se en-contraba en la región Ural. Los militantes que lo dirigían, compren-diendo que no nos era posible desmovilizar, plantearon por sí mis-mos la cuestión de su paso a la obra del trabajo y enviaron un proyec-to más o menos perfecto de ejército del trabajo.

La cosa era nueva y poco fácil. ¿Estaban dispuestos a trabajar lossoldados rojos? ¿Sería su trabajo bastante productivo? ¿Se justifica-ría? A nosotros nos asaltaban las dudas a este respecto. No hay nece-sidad de decir que los mencheviques abundan en el sentido de laoposición. En el Congreso de los Sóviets de Economía Nacional, cele-brado, si no me equivoco, en enero o a principios de febrero, es decir,cuando la cuestión no pasaba de ser un proyecto, Abramovitch pre-decía que nos íbamos a llevar irremisiblemente un chasco, que estaempresa insensata era una utopía digna de Arakcheief, y así sucesi-vamente. Nosotros debíamos considerar las cosas de otro modo. Lasdificultades eran grandes, cierto; pero no se distinguían en principiode todas las demás dificultades de la obra soviética en general.

Veamos realmente lo que representaba este III Ejército. Quedabanen él muy pocas tropas: en total, una división de cazadores y otra decaballería (entre las dos, quince regimientos), más dos cuerpos espe-ciales. El resto de las tropas había sido distribuido mucho antes entrelos demás ejércitos en los frentes de combate. Pero el organismo di-rector del ejército seguía intacto y nosotros creíamos muy probableque necesitáramos enviarlo en la primavera, por el Volga, hasta elfrente del Cáucaso, contra Denikin, que por aquel entonces no habíasido todavía derrotado por completo. El contingente total de este IIIEjército ascendía a unos 120.000 hombres. En esta masa, donde pre-dominaba el elemento campesino, había cerca de 16.000 comunistas

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y simpatizantes, en su mayor parte obreros del Ural. Era, pues, porsu composición, una masa campesina convertida en organización mi-litar y dirigida por obreros de vanguardia. Trabajaban allí numerososespecialistas militares, que ocupaban importantes puestos y estabanbajo el control político general de los comunistas. Si se echa una oje-ada de conjunto sobre el III Ejército, se verá que es el reflejo de todaRusia soviética. Lo mismo si consideramos al Ejército Rojo en sutotalidad que la organización del poder soviético en un distrito, enuna provincia o en toda la República, hallaremos siempre el mismoesquema de organización: miles de campesinos adaptados a nuevasformas de vida política, económica y social por el esfuerzo de los tra-bajadores organizados que llevan la dirección en todos los campos dela actividad soviética. A los especialistas de la escuela burguesa se loscoloca en puestos que requieren conocimientos especiales, se les con-cede la autonomía necesaria; pero su trabajo es inspeccionado por laclase obrera, personificada en el Partido Comunista. Desde nuestropunto de vista, sólo es posible la implantación del trabajo obligatorioa condición de que se haga un reclutamiento entre el proletariado delcampo bajo la dirección de los obreros avanzados. Por esto ni hubo nipudo haber ningún obstáculo de principio que se opusiera a la apli-cación al trabajo del ejército. En otros términos, las objeciones deprincipio de los mencheviques contra los ejércitos del trabajo no eranen el fondo sino objeciones contra el trabajo obligatorio y contra losmétodos soviéticos de edificación socialista. Y éste es el motivo deque no nos haya costado refutarlas.

Quede bien entendido que no es que se haya adaptado el organis-mo militar a la dirección del trabajo. Por otra parte, nunca hemos he-cho nada en ese sentido. La dirección seguía en manos de los órganoseconómicos correspondientes. El ejército suministraba la mano deobra necesaria en forma de unidades compactas y organizadas, aptaspara la ejecución de los trabajos homogéneos más sencillos: retiradade las nieves, tala de árboles, obra de construcción, etc.

Hoy tenemos ya una experiencia considerable en lo tocante a lautilización del ejército del trabajo y en lo sucesivo podemos hacermás que previsiones. ¿Qué conclusiones sacar de esta experiencia?Los mencheviques se han apresurado a sacarlas. El mismo Abramo-vitch, su orador, ha declarado en el Congreso de Mineros que nos he-mos llevado un chasco, que el ejército del trabajo no es más que una

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organización parasitaria en que cien hombres no valen lo que dieztrabajadores. ¿Es esto cierto? No. Es exclusivamente una crítica odio-sa formulada a la ligera por gentes que se mantienen alejadas, que ig-noran los hechos, que no hacen más que recoger en todas partes losdesperdicios y basuras, lo mismo cuando comprueban nuestro chas-co que cuando lo anuncian. En realidad, no sólo no han fracasado losejércitos del trabajo, sino que por el contrario han hecho importantesprogresos, han demostrado su vitalidad, y maniobran ahora fortale-ciéndose más cada día. Quienes han fracasado son los profetas quenos pronosticaban la inutilidad de esta empresa, que nos anunciabanque no trabajaría nadie, que los soldados rojos no irían al frente deltrabajo, sino que se volverían a sus casas tranquilamente.

Estas objeciones estaban dictadas por el escepticismo pequeño-burgués, por la falta de confianza en la masa y en una audaz iniciati-va organizadora. Pero, en el fondo, ¿no eran las mismas objecionesque teníamos que refutar cuando iniciábamos las grandes moviliza-ciones con fines exclusivamente militares? También entonces se trata-ba de espantarnos agitando el espectro de una deserción unánime(inevitable, se decía), después de la guerra imperialista. Ni que decirtiene que la deserción ha sido cruelmente castigada. Pero la experien-cia ha demostrado que no ha revestido, ni con mucho, un carácter en-démico ni la importancia que nos habían anunciado.

No ha destruido el ejército. El lazo espiritual y organizador, elvoluntariado comunista y la presión gubernamental han hecho, po-sible movilizar a millones de hombres, constituir numerosas unida-des y realizar las obras militares más complejas. En último extremo,el ejército ha vencido. Por lo que toca al trabajo, esperábamos idén-ticos resultados. Y no hemos sufrido desilusiones. Los soldados ro-jos no han desertado cuando hemos pasado del frente guerrero alfrente del trabajo, como nos pronosticaban algunos escépticos. Gra-cias a una agitación bien encauzada, esta transición ha despertadoun gran entusiasmo. No negamos que algunos soldados hayan que-rido abandonar el ejército, pero esto ocurre siempre que se trasladangrandes unidades militares de un frente a otro o desde la re-taguardia a la vanguardia y, en general, cuando se las pone en mo-vimiento y la deserción potencial se transforma en deserción activa.Mas cuando sucedían hechos semejantes, intervenían las seccionespolíticas, la prensa, los órganos especiales de lucha contra la deser-

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1. Marzo de 1920.2. Desde el momento en que escribíamos hasta hoy, este porcentaje ha disminuido conside-

rablemente.

ción y el porcentaje actual de la deserción en los ejércitos del trabajono es mayor que el de los ejércitos en combate.

Se había afirmado que a consecuencia de su estructura interna, losejércitos del trabajo no podrían dar más que un pequeñísimo tantopor ciento de trabajadores. Esto sólo en parte es verdad. El III Ejérci-to ha conservado, como ya he dicho, su organismo director con unnúmero reducidísimo de unidades militares. Mientras, por conside-raciones de orden militar y no económico, hemos conservado intactoel Estado Mayor del ejército y su dirección, el porcentaje de los tra-bajadores que suministraba era excesivamente bajo. De los 100.000soldados rojos ocupados en las labores administrativas y económicas,sólo había un 21 por ciento de trabajadores; los servicios diarios deguardia (facción, etc.), a pesar del gran número de instituciones y de-pósitos militares no ocupaban más que el 16 por ciento; el número deenfermos, atacados de tifus sobre todo, como el personal médico y sa-nitario no pasaba del 13 por ciento; el de ausentes por diversas razo-nes (misiones, permisos, ausencia ilegal) se elevaba al 25 por ciento.Así, pues, la mano de obra disponible no era más que el 23 por cien-to. Este era el máximo de fuerzas que el III Ejército podía suministraral frente de trabajo. En realidad, al principio, no dio más que el 14 porciento de trabajadores, sobre todo si consideramos las divisiones decazadores y caballería.

Pero tan pronto como se supo que Denikin estaba derrotado y queno necesitaríamos enviar al frente del Cáucaso, en la primavera, al IIIEjército, empezamos enseguida a liquidar los diferentes servicios delejército y a adoptar de modo racional sus instituciones a los nuevostrabajos. Aunque todavía no hayamos acabado esta transformación,los resultados dados ya por ella no son menos considerables. Hoy1, elantiguo III Ejército suministra un 38 por ciento de trabajadores conrelación a sus efectivos. En cuanto a las unidades militares que traba-jan a su lado en la región del Ural, dan ya un 49 por ciento. Estos re-sultados no son despreciables si se comparan con lo que ocurre en lasfábricas, en muchas de las cuales las ausencias, justificadas o no, pa-san todavía del 50 por ciento2. Añadamos a esto que, con frecuencia,

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* Sagéne: Medida rusa, equivalente a 3,13 metros.

sostienen el funcionamiento de las fábricas los padres de los trabaja-dores, mientras que los soldados del Ejército Rojo tienen que atendera su propio sostenimiento.

Si enviamos a estos jóvenes de 19 años, movilizados por el ejérci-to del Ural, a talar árboles, veremos que de unos 30.000, más del 75por ciento van al trabajo. Esto es ya un enorme progreso, y además laprueba de que utilizando el instrumento militar para su movilizacióny formación podemos introducir en las unidades de trabajomodificaciones que aseguren un alza considerable del porcentaje delos participantes en el proceso de la producción.

De ahora en adelante podremos hablar de la productividad de losejércitos del trabajo basándonos en la experiencia adquirida. Al prin-cipio, la productividad en los distintos sectores del trabajo, a pesardel enorme entusiasmo, era, a decir verdad, demasiado baja. Y la lec-tura de los primeros comunicados del ejército del trabajo podía pare-cer claramente desalentadora. En los primeros tiempos, se ne-cesitaban de trece a quince jornadas de trabajo para la preparación deuna sagéne* cúbica de madera, cuando la media fijada, que aun hoysólo se alcanza raramente, es de tres días.

Haya que añadir que los especialistas de la materia son capaces,en condiciones favorables, de preparar una sagéne cúbica en un día.¿Qué ha sucedido de hecho? Las unidades militares estaban destaca-das lejos de los bosques de tala. Ocurría a menudo que para ir al tra-bajo y volver de él había que recorrer de ocho a diez verstas, lo queabsorbía una parte importante de la jornada de trabajo. En los bos-ques faltaban las hachas y sierras. Muchos soldados rojos originariosde la estepa no conocían el bosque, no habían abatido árboles nuncay no estaban familiarizados con la sierra y el hacha. Los Comités Fo-restales de las provincias y distritos distaban mucho de haber apren-dido, desde el comienzo, a utilizar las unidades militares, a dirigir-las adonde fuese necesario, a ponerlas en buenas condiciones. En es-tas circunstancias, nada tiene de sorprendente la poca productividaddel trabajo. Pero una vez que se hubieron corregido estos defectosfundamentales, se obtuvieron resultados mucho más satisfactorios.Con arreglo a los últimos datos, la sagéne cúbica en este mismo IIIEjército requiere cuatro días y medio de trabajo, lo que no se aleja

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mucho de la norma actual. El hecho de que la productividad aumen-te sistemáticamente a medida que se mejora el trabajo, es altamenteconsolador.

Los resultados a que puede llegarse en este sentido han sido de-mostrados por la experiencia breve pero rica del batallón de ingenie-ros de Moscú. La plana mayor del cuerpo que dirigía las operacionesempezó por fijar una norma de tres días de trabajo por sagéne cúbicade madera. Esta norma fue pronto superada. En el mes de enero unasagéne cúbica no necesitaba más que dos jornadas y media de trabajo;en febrero, 21; en marzo: 1,5, lo que representa una productividadelevadísima. Semejante resultado se ha obtenido gracias a una acciónmoral, a la especificación del trabajo de cada uno, a haberse desper-tado el amor propio del trabajador, a la concesión de primas a losobreros que producen más, o, para emplear el lenguaje de los sindi-catos, a una tarifa móvil adaptada a todas las fluctuaciones indivi-duales de la productividad. Esta experiencia casi científica nos seña-la el camino que debemos seguir en adelante.

En el momento actual poseemos muchos ejércitos del trabajo enacción: el primer ejército, los ejércitos de Petrogrado, de Ucrania, delCáucaso, del Volga, de reserva. Este último, como se sabe, ha contri-buido a aumentar la capacidad de transporte del ferrocarril de Ka-zan-Ekaterinenburg. Y en todas partes donde la experiencia de la uti-lización de las unidades militares se ha hecho con alguna inteligen-cia, los resultados se han encargado de demostrar que semejantemétodo es indiscutiblemente practicable y óptimo.

En cuanto al prejuicio sobre el inevitable parasitismo de las orga-nizaciones militares, cualesquiera que sean las condiciones en que seencuentren, ha quedado definitivamente deshecho. El Ejército Rojoencarna las tendencias del régimen soviético gubernamental. No hayque pensar ya más en la ayuda de estas ideas muertas de la épocadesaparecida: “militarismo”, “organización militar”, “improductivi-dad del trabajo obligatorio”, sino considerar sin prevención lasmanifestaciones de nueva época y no olvidar que el sábado existepara el hombre, no el hombre para el sábado; que todas las formasde organización, incluso la militar, no son más que armas en manosde la clase obrera dueña del poder, que tiene derecho y puede adop-tar, modificar, rehacer sus armas, mientras no haya obtenido los re-sultados deseados.

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EL PLAN ECONÓMICO ÚNICO

La aplicación intensa del trabajo obligatorio, así como las medidasde militarización del trabajo, no pueden desempeñar un papel de-cisivo sino a condición de ser aplicadas sobre la base de un planeconómico único, que abarque a todo el país y a todas las ramas in-dustriales. Este plan debe elaborarse para un determinado núme-ro de años. Es natural que se divida en períodos, en consonanciacon las etapas inevitables de la reorganización económica del país.Debemos empezar por las labores más simples a la vez que másfundamentales.

Ante todo, es necesario garantizar a la clase obrera la posibilidadde vivir, aunque sea en las condiciones más penosas, y para ello, deconservar los centros industriales y salvar las ciudades. Este es elpunto de partida. Si no queremos que el campo absorba a la ciudady la agricultura a la industria, si no queremos “hacer campesino” atodo el país, tenemos que mantener, aunque sólo sea en un nivel mí-nimo, nuestros transportes, y asegurar a las ciudades el pan, combus-tible y materias primas y al ganado forraje.

Sin esto, no hay progreso posible. Por consiguiente, la obra másurgente del plan es mejorar el estado de los transportes, o, por lo me-nos, evitar su desorganización ulterior, y crear stocks de los artículosmás necesarios, de primeras materias y de combustibles. Todo el pe-ríodo siguiente se dedicará a la centralización y tensión de la manode obra para la solución de estos problemas esenciales, condiciónprevia del desenvolvimiento económico ulterior. ¿Se fijará por meseso por años cada uno de los períodos? Difícil es preverlo en este ins-tante, máxime teniendo en cuenta que esto depende de causas múlti-ples, desde la situación internacional hasta el grado de unanimidad yresistencia de la clase trabajadora.

En el curso del segundo período deberá procederse a la construc-ción de las máquinas necesarias para el transporte, y a proveerse deprimeras materias y de artículos. Aquí, la locomotora es lo esencial.Hoy día, la reparación de las locomotoras se efectúa conforme a pro-cedimientos primitivos, que requieren un gasto de fuerza y mediosmuy considerables. Es indispensable, por consiguiente, empezar areparar en masa, en lo sucesivo, las piezas de repuesto. Ahora quelos ferrocarriles y fábricas de Rusia están en manos de un solo pro-

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pietario —el gobierno obrero—, podemos y debemos establecer untipo de locomotora y de vagón para todo el país, unificar las piezasde repuesto, hacer que todas las fábricas necesarias se dediquen a lafabricación en masa de estas últimas, llegar a que las reparaciones nosean más que una simple sustitución de las piezas gastadas por otrasnuevas, y ponernos, por tanto, en condiciones de efectuar el monta-je en masa de las locomotoras. Ahora que disponemos otra vez decombustible y primeras materias, tenemos que concentrar nuestraatención especialmente en la construcción de locomotoras.

En el tercer período será necesario construir máquinas para la fa-bricación de objetos de primera necesidad.

Finalmente, el cuarto período, que se apoyará en los resultadosadquiridos por los tres primeros, permitirá pasar a la producción deobjetos de uso personal, en la mayor escala.

Este plan reviste una importancia considerable, no sólo en cuantoorientación general de nuestros órganos económicos, sino también encuanto línea de conducta para la propaganda de nuestras labores eco-nómicas entre las masas obreras. Nuestras movilizaciones para el tra-bajo serán letra muerta y no cobrarán consistencia si no tocamos elpunto sensible de todo lo que hay de honrado, consciente y entusias-ta en la clase trabajadora. Debemos decir a las masas toda la verdadsobre nuestra situación y nuestras intenciones futuras, y declararlasfrancamente que nuestro plan económico, aun con el esfuerzo máxi-mo de los trabajadores, no nos proporcionará mañana ni pasadomontes ni maravillas, pues en el curso del período más próximoorientaremos nuestra acción principal hacia el mejoramiento de losmedios de producción con objeto de obtener una mayor productivi-dad. Sólo cuando nos hallemos en estado de restablecer, aunque nosea más que en mínimas proporciones, los medios de transporte yproducción, pasaremos a la fabricación de objetos de consumo. Así,pues, el producto palpable del trabajo destinado a los obreros en for-ma de objeto de uso personal no se obtendrá sino en último término,cuando hayamos entrado en la cuarta fase del plan económico. Sóloen ese momento habrá una mejora importante que lime considerable-mente las asperezas de la vida. Para que las masas que han de sufriraún durante mucho tiempo penas y privaciones puedan soportar elpeso de esto, tienen que comprender en toda su amplitud la lógica in-evitable de este plan económico.

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El orden de estos cuatro períodos económicos no debe tomarse ensentido absoluto. No está dentro de nuestras intenciones paralizar porcompleto nuestra industria textil; aunque sólo fuera por razones deorden militar no podemos hacerlo. Pero con el fin de que la atencióny las fuerzas no se dispersen bajo la presión de necesidades que se ha-cen sentir cruelmente, importa conformarse al plan económico —criterio principal— y distinguir lo esencial de lo secundario. Ni quedecir tiene que no nos inclinamos en modo alguno hacia un estrechocomunismo social y nacional; el levantamiento del bloqueo y la revo-lución europea, sobre todo, impondrán profundas modificaciones anuestro plan económico, reduciendo la duración a las fases de su des-envolvimiento y haciéndolas más próximas unas a otras. Pero no po-demos prever cuándo sobrevendrán estos acontecimientos. Por estarazón hemos de sostenernos y fortalecernos nosotros mismos, sin te-ner en cuenta el desarrollo poco favorable, esto es, lentísimo, de la re-volución europea y universal. En caso de que reanudemos, en efecto,las relaciones comerciales con los países capitalistas, nos inspiraremosigualmente en el plan económico antes definido. Entregaremos partede nuestras materias primas a cambio de locomotoras y otras máqui-nas indispensables; pero en modo alguno a cambio de vestidos, calza-do o artículos coloniales pues lo que nos importa, en primer término,es la importancia de medios de transporte, no de objetos de consumo.

Seríamos ciegos, escépticos y unos tacaños pequeñoburgueses sinos figurásemos que la reconstrucción económica puede ser unatransición progresiva de la actual desorganización económica com-pleta al estado de cosas que la ha precedido, o, en otros términos, quepodemos volver a subir los mismos escalones que ya hemos descen-dido. Sólo después de un largo período pondremos nuestra econo-mía al nivel en que se hallaba en vísperas de la guerra imperialista.Semejante modo de ver las cosas no sólo no serviría de consuelo, sinoque sería, además, profundamente erróneo. La desorganización quedestruía innumerables riquezas, extirpaba al mismo tiempo muchasrutinas de la economía, muchas ineptitudes, muchas viejas costum-bres, abriendo así el camino a la nueva estructura económica conarreglo a los datos técnicos, que son hoy los idénticos a los de la eco-nomía mundial.

Si el capitalismo ruso se ha desarrollado no gradualmente, sino asaltos, construyendo fábricas a la americana en plena estepa, razón

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de más para que semejante marcha forzada pueda llevarla la econo-mía socialista. Tan pronto como hayamos vencido nuestra horriblemiseria, acumulado algunas reservas de materias primas y de artícu-los y mejorado los transportes, libres ya de las cadenas de la propie-dad privada, podremos franquear de un salto muchos grados y sub-ordinar todas las empresas y todos los recursos económicos al plande gobierno único.

Podremos también, seguramente, introducir la electrificación entodas las ramas fundamentales de la industria y en la esfera del con-sumo personal, sin tener que pasar de nuevo por “la edad del vapor”.El programa de la electrificación está previsto en Rusia en cierto nú-mero de etapas consecutivas, en conformidad con las etapas funda-mentales del plan económico general.

Una nueva guerra podría retardar la realización de nuestros de-signios económicos; nuestra energía y perseverancia pueden y debenapresurar el proceso de la reorganización económica. Pero sea cual-quiera la rapidez del curso de los acontecimientos, es indudable que,como base de nuestra acción (movilización para el trabajo, militariza-ción de la mano de obra, sábados comunistas y demás aspectos delvoluntariado comunista del trabajo), debe hacerse un plan económi-co único. El período en que entramos exigirá de nosotros una concen-tración completa de toda nuestra energía para las primeras laboreselementales: abastecimientos, combustible, primeras materias ytransportes. Mientras tanto, no debemos dispersar nuestra atención,desperdiciar nuestras fuerzas ni diseminarlas. Este es el único cami-no para la salvación.

DIRECCIÓN COLECTIVA Y DIRECCIÓN UNIPERSONAL

Los mencheviques tratan de otra cuestión, que parece ofrecerles oca-sión para acercarse de nuevo a la clase obrera. Nos referimos a la for-ma de dirección de las empresas industriales. ¿Debe ser ésta colecti-va o unipersonal? Afirman que la entrega de las fábricas a un direc-tor único en vez de a un Comité es un crimen contra la clase obrera yla revolución socialista. De todos modos, no deja de ser extraño quelos más ardientes defensores de la revolución socialista en contra delsistema unipersonal, sean los mismos mencheviques que, hace poco

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todavía, pensaban que hablar de revolución social era mofarse de lahistoria y cometer un crimen contra la clase obrera...

Ahora bien; ocurre que el gran culpable ante la revolución socia-lista es el Congreso de nuestro Partido Comunista, por haberse decla-rado partidario del sistema unipersonal en la dirección de la indus-tria, y especialmente en las fábricas. Sin embargo, sería un error de losmás grandes el creer que esta decisión puede causar algún perjuicio ala actividad de la clase obrera. La actividad de los trabajadores no sedefine ni se mide porque la fábrica esté dirigida por tres hombres opor uno, sino por factores y hechos mucho más profundos: por la cre-ación de órganos económicos en los que tengan participación activalos sindicatos, por la creación de todos los órganos soviéticos queconstituyen el Congreso de los Sóviets y representan a decenas de mi-llones de trabajadores; por el nombramiento para la dirección (o parael control de la dirección) de los mismos dirigidos. En esto reside laactividad de la clase obrera. Y si la clase obrera, en el curso de su ex-periencia propia, llega a pensar, por medio de los Congresos de suPartido, de sus Sóviets, de sus sindicatos, que es preferible poner alfrente de una fábrica a un director que a un Comité esta decisión suyaestá dictada por su actividad. Puede ser exacta o equivocada desde elpunto de vista de la técnica administrativa; en todo caso, nadie se laimpone al proletariado; se la dicta su propia voluntad. Y sería el ma-yor de los errores confundir la cuestión de la autoridad del proletaria-do con la de los Comités Obreros que administran las fábricas. La dic-tadura del proletariado se traduce por la abolición de la propiedadprivada de los medios de producción, por la subordinación de todo elmecanismo soviético a la voluntad colectiva de las masas; de ningúnmodo por la forma de dirección de las diversas empresas.

Antes de seguir adelante, vamos a refutar otra acusación lanzadacontra los defensores de la dirección unipersonal. Los adversarios de-claran: son los militaristas soviéticos quienes quieren utilizar su ex-periencia militar en los problemas económicos; tal vez en el ejército elprincipio de la dirección unipersonal sea excelente, pero en la econo-mía no vale nada. Esta afirmación es falsa en todos los sentidos. Enprimer lugar, es totalmente inexacto que hayamos empezadoimplantando en el ejército el sistema unipersonal; hoy mismo esta-mos muy lejos de haberlo adoptado íntegramente. Es igualmente fal-so que no hayamos empezado a defender las formas de dirección uni-

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personal con la participación de los especialistas en las empresas eco-nómicas más que basándonos en nuestra experiencia militar. En rea-lidad, partíamos y partimos en este asunto de una concepción pura-mente marxista de los problemas revolucionarios y de la misión delproletariado una vez dueño del poder.

No sólo desde el comienzo de la revolución, sino mucho antes, ha-bíamos comprendido la necesidad de aprovechar los conocimientosy las experiencias técnicas del pasado, la necesidad de llamar a los es-pecialistas, de utilizarlos todo lo posible, con el fin de que la técnicano retroceda, de que siga su progreso. Yo presumo que si la guerracivil no hubiese deshecho nuestros órganos económicos, privándolosde todo lo que tenían de vivo, en cuanto a iniciativa y actividad, ha-bríamos implantado mucho antes y sin dolor el sistema unipersonalpara la dirección económica.

Algunos camaradas consideran el órgano de la dirección econó-mica principalmente como una escuela. Esto es absurdo, la misión delos órganos directores es dirigir. Que quien desee y se sienta con ap-titud para dirigir vaya a las escuelas, asista a los cursos especiales deinstructores y trabaje con ellos como adjunto, con el fin de observar yadquirir experiencia. Pero el que puede dirigir una fábrica, que novaya a ella para aprender, sino para ocupar un puesto administrati-vo y económico de responsabilidad. Si aún se considera esta cuestióncon un criterio estrecho, diré que el sistema unipersonal representauna escuela diez veces mejor. Si, en efecto, os es imposible sustituirun buen trabajador por otros tres poco competentes, y si, a pesar detodo, formáis con ellos un Comité al que están confiadas las funcio-nes más importantes de la dirección, los colocáis así en la imposibili-dad de darse cuenta de lo que les falta. Cada uno de ellos cuenta conlos otros cuando se trata de tomar una decisión, y si se fracasa, seechan mutuamente la culpa unos a otros.

Que esto no es cuestión de principio lo demuestran los mismosadversarios del sistema unipersonal al no reclamar el sistema de Co-mités para los talleres, corporaciones y minas. Hasta llegar a declararque se necesita ser un insensato para exigir que un taller sea dirigidopor tres o cinco personas; según ellos, la dirección debe estar sólo acargo de un administrador del taller. ¿Por qué? Si la dirección colec-tiva es una escuela, ¿por qué no admitir también esa escuela elemen-tal? ¿Por qué no introducir igualmente en los talleres la administra-

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ción colectiva? Y si el sistema de Comités no es una condición sine quanon para los talleres, ¿por qué es indispensable para las fábricas?

Abramovitch ha afirmado que, puesto que en Rusia hay muy po-cos especialistas —por culpa de los bolcheviques, repite despuésKautsky—, tenemos que sustituirlos a la fuerza por Comités Obreros.Simples variantes. Ningún Comité formado por personas que no sa-ben el oficio puede sustituir a un hombre competente. Un colegio —oburó— de abogados no puede reemplazar a un simple guardagujas.La misma idea de esto es una idea falsa. El Comité por sí mismo nopuede enseñar nada a un ignorante. No puede hacer más que ocultarsu ignorancia. Si se coloca a una persona en un puesto administrati-vo importante, tiene la posibilidad de ver claramente, no sólo en losdemás, sino en sí mismo, lo que sabe y lo que ignora. Pero nada haypeor que un Comité de ignorantes, integrado por trabajadores malpreparados para la función que se les encomienda y que carecen deconocimientos especiales. Sus miembros están constantemente des-amparados y desconfían unos de otros, lo que origina la confusión yel desarreglo de toda su labor. La clase obrera tiene un profundo in-terés en aumentar su capacidad directora, esto es, en instruirse. Peroen el dominio industrial sólo puede conseguirlo si la dirección dacuenta de su actividad a todo el personal de la fábrica, y aprovechaestas ocasiones para poner a discusión el plan económico del trabajodel año o del mes corriente. Todos los obreros que se interesan seria-mente en la cuestión de la organización industrial son enviados a cur-sos especiales, íntimamente relacionados con el trabajo práctico de lafábrica misma. Luego se les obliga a ocupar puestos de importanciasecundaria, para elevarlos después a los más importantes. Así hemosformado miles y formaremos decenas de millares. La cuestión de ladirección de tres o cinco personas interesa, no a las masas obreras,sino a la burocracia obrera soviética, más retardataria, más débil ymenos apta para un trabajo independiente. Un administrador avan-zado, firme y consciente, procura tomar en sus manos toda la fábricapara probar a los demás y convencerse él mismo de que es capaz dedirigir. Más si el administrador es débil, intentará unirse a otros paraque su debilidad pase inadvertida. El sistema de Comités está llenode peligros, porque en él desaparece la responsabilidad personal. Siel obrero es capaz pero inexperimentado necesita un director. Bajo sudirección adquirirá los conocimientos que le faltan, y mañana podre-

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mos convertirlo en director de una pequeña fábrica. Así seguirá sucamino. Pero si le ocurre caer en un Comité donde la fuerza y debili-dad de cada uno no se manifiestan con claridad, su sentimiento deresponsabilidad desaparecerá infaliblemente.

Ni que decir tiene que nuestra resolución no prevé una implanta-ción sistemática de la dirección unipersonal, efectuada de un simpleplumazo. Son posibles diversas variantes y combinaciones. Cuandoun obrero sea capaz de realizar la obra que se le ha encomendado, leharemos director de la fábrica, poniendo a su lado a un especialista.Si el especialista es hombre valioso, es a él a quien nombraremos di-rector, poniendo a su lado a dos o tres obreros. En fin, cuando el Co-mité haya dado pruebas de su capacidad, lo conservaremos. Este esel único modo serio de considerar el problema y sólo así podremosorganizar la producción de un modo regular.

Existe, además, una consideración, de cierto carácter social y edu-cativo, importantísima a mi juicio. En Rusia, la élite dirigente de laclase obrera es demasiado reducida. Esta élite ha practicado la acciónpolítica ilegal. Durante mucho tiempo ha sostenido una lucha revo-lucionaria. Ha vivido en países extranjeros. Ha leído mucho en lascárceles y en el destierro, ha adquirido una considerable experienciapolítica y una gran amplitud de criterio. Representa lo mejor de laclase obrera. Detrás de ella viene la generación más joven, que parti-cipa conscientemente en la revolución desde 1917. Es una parte muyvaliosa de la clase obrera. Dondequiera que dirijamos la mirada: a laorganización soviética, a los sindicatos, a la acción del partido frentea la guerra civil… el papel director lo desempeña esta elite del prole-tariado. La principal acción gubernamental del poder soviético en es-tos años y medio consistía en maniobrar con esa élite de trabajadores,que enviaba ora a un frente, ora a otro.

Las capas más bajas de la clase obrera, de origen campesino, aun-que de espíritu revolucionario, aún son muy pobres en iniciativa.¿Qué padece el mujik ruso? Un mal gregario: la ausencia de perso-nalidad, es decir, lo que ha sido cantado por nuestros narodnikis re-accionarios, lo glorificado por León Tolstoi, en la persona de PlatónKarateief: el campesino se disuelve en la comunidad y se somete ala tierra. Está claro que la economía socialista no se funda en los Pla-tón Karateief, sino en los trabajadores que piensan, dotados de espí-ritu de iniciativa y conscientes de su responsabilidad. Es preciso a

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toda costa desarrollar en el obrero el espíritu de iniciativa. El carác-ter dominante de la burguesía es un grosero individualismo junto alespíritu de concurrencia. El de la clase obrera no está en contradic-ción con la solidaridad y colaboración fraternales. La solidaridad so-cialista no puede basarse en la falta de individualidad y en la in-consciencia animal. Y es esta ausencia de individualidad precisa-mente la que se oculta en el sistema de los burós o Comités, en laadministración colectiva.

En la clase obrera hay muchas fuerzas, muchos talentos y aptitu-des. Es menester aprovechar todo esto, que la emulación despierte to-das las energías. La dirección unipersonal en el dominio administra-tivo y técnico contribuye a ello. Por esta razón es superior y más fe-cunda que la dirección colectiva.

CONCLUSIÓN

Camaradas: Los argumentos de los oradores mencheviques, especial-mente de Abramovitch, reflejan sobre todo un completo alejamientode la vida y de sus obras. Estos se hallan en el mismo caso de un ob-servador que, teniendo que atravesar a nado una corriente de agua,reflexiona primero profundamente sobre la calidad de las aguas y lafuerza de la corriente. ¡Hay que pasar el agua, sin embargo! ¡Tal estodo el problema! Y nuestro kautskista, ora sobre un pie, ora sobreotro, exclama: “Nosotros no negamos esa necesidad; pero vemos lospeligros que ofrece, pues son numerosos: la corriente es rápida, hayescollos, y estamos fatigados, etc. Pero es inexacto, completamenteinexacto que nosotros no admitamos la necesidad de pasar el agua.No nos negábamos a admitirlo ni hace veintitrés años...”.

De un extremo a otro, todo su razonamiento está construido así.En primer lugar dicen los mencheviques, nosotros no negamos ni he-mos negado nunca la necesidad de la defensa y, por consiguiente, delejército. En segundo término, tampoco rechazamos en principio eltrabajo obligatorio. Porque ¿han existido nunca, salvo en algunas sec-tas religiosas, hombres capaces de repudiar “de un modo general” lalegítima defensa? Empero, todos vuestros conocimientos abstractosno hacen que las cosas adelanten una pulgada. Cuando se trataba dela lucha y de la creación de un ejército contra los enemigos reales de

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la clase trabajadora, ¿cuál ha sido vuestra actitud? Os habéis opuestoa ello, lo habéis saboteado, sin negar, es cierto, la necesidad de defen-derse. Decíais y escribíais en vuestros periódicos: “¡Abajo la guerracivil!”, en el mismo momento en que los guardias blancos nos poní-an el cuchillo en la garganta. Y después de una aprobación tardía denuestra defensa victoriosa, os atrevéis aún a fijar vuestra mirada crí-tica en nuestras nuevas obras y a declarar: “Nosotros no nos oponía-mos, en términos generales, al trabajo obligatorio; pero... sin presiónjurídica”. ¡Qué formidable contradicción hay en estas palabras! Lanoción de “obligación” contiene en sí misma un elemento de presión.El hombre oprimido se ve obligado a hacer algo. Si no hace nada, evi-dentemente sufrirá la presión, o, en otros términos, el castigo. Quedapor saber cuál es la presión. Abramovitch declara: “La presión econó-mica, sí; pero no la presión jurídica”. El camarada Holzmann, repre-sentante del sindicato metalúrgico, ha puesto de manifiesto soberbia-mente todo el escolasticismo de semejante argumentación. En el régi-men capitalista, es decir, en el régimen del trabajo libre, la presióneconómica era ya inseparable de la presión jurídica. Ahora, con mu-cho más motivo.

He tratado de hacer comprender, en mi informe, que para instruira los trabajadores sobre nuevas bases sociales, acerca de nuevas for-mas de trabajo y conseguir una mayor productividad de trabajo, nohay más que un procedimiento: la aplicación simultánea de diversosmétodos, el del interés económico de la presión jurídica, el de la in-fluencia que puede ejercer la organización económica interiormentecoordinada, el de la coerción y, sobre todo, el de la persuasión, agita-ción y propaganda, y, por último, el de la elevación del nivel cultu-ral. Sólo con la combinación de todos estos medios puede alcanzarseun nivel elevado de economía socialista.

Si en el régimen capitalista el interés económico se combina infali-blemente con la presión jurídica, tras la cual se halla la fuerza materialdel Estado, con mayor razón deberá ser importante en el Estado sovié-tico, esto es, en el estado de transición al socialismo, vincular en gene-ral la presión económica con la presión jurídica. En Rusia, las empre-sas más importantes están en manos del Estado. Cuando al torneroIvanov le decimos: “Tienes que trabajar ahora en la fábrica de Sormo-vo; si te niegas, no recibirás tu ración”, ¿qué es esto? ¿Una presión eco-nómica o una presión jurídica? No puede irse a otra fábrica, pues to-

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das están en manos del Estado, que no permitiría semejante mudanza.La presión económica se confunde aquí con la represión gubernamen-tal. Abramovitch desearía aparentemente que el reparto de la mano deobra estuviese regularizado por el aumento de salarios, la concesiónde primas, etc., que bastaría para atraer a las Empresas más importan-tes a los trabajadores necesarios. Al parecer, éste es todo su pensa-miento. Pero si se plantea así la cuestión, todo militante honrado delmovimiento sindical comprenderá que ésa es una de las peores utopí-as. No podemos esperar la afluencia de mano de obra sobre el mer-cado de trabajo sin que el Estado tenga suficientes recursos de artícu-los alimenticios, alojamientos, transportes, es decir, recursos de lo queestá por crear precisamente. Sin el traslado en masa, regularmente or-ganizado por el Estado, de la mano de obra conforme a las necesida-des de los órganos económicos, no obtendremos ningún resultado.Para nosotros ha llegado la hora de la presión y comprendemos todasu necesidad económica. Os he leído un telegrama de Ekaterinemburgsobre la marcha de las operaciones en el primer ejército del trabajo. Enél se dice que más de 4.000 obreros cualificados han pasado por el Co-mité del Ural encargado de hacer efectivo el trabajo obligatorio. ¿Dedónde venían? La mayor parte del III Ejército. No les han enviado a sucasa, sino impuesto una nueva ocupación. Desde el ejército han pasa-do a manos del Comité de Trabajo Obligatorio, que les ha repartidopor categorías y distribuido entre las fábricas. Desde el punto de vistaliberal esto es una “violencia” contra la libertad individual. Sin embar-go, la mayoría de los obreros ha partido para el frente del trabajo comohabía partido antes para el frente militar, comprendiendo claramenteque lo exigían intereses superiores. Algunos, aún así, no han consenti-do de buen grado, por lo que ha habido que obligarles.

El Estado —no es necesario decirlo— debe colocar, por medio delsistema de primas, a los mejores trabajadores en condiciones de exis-tencia más favorables. Pero esto no excluye, antes al contrario, supo-ne que el Estado y los sindicatos (sin el concurso de los cuales el go-bierno soviético no podría reorganizar la industria) adquieren sobreel obrero ciertos derechos nuevos. El trabajador no comercia con elgobierno soviético; está subordinado al Estado, sometido a él en to-dos los respectos, porque es su Estado.

“Si se nos hubiese dicho simplemente —declara Abramovitch—que se trata de disciplina sindical, no habría habido motivo para en-

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tablar este debate. Pero ¿qué pinta aquí el militarismo?”. Seguramen-te se trata, sobre todo, de disciplina sindical, pero de la disciplinanueva de los nuevos sindicatos industriales. Vivimos en un país so-viético, donde la clase obrera es dueña del poder, lo que no compren-den nuestros kautskistas. Cuando el menchevique Roubtsof dice queen mi informe no queda casi nada de los sindicatos, no le falta razón.De los sindicatos, como él los entiende, es decir, del tipo tradeunionis-ta, queda a decir verdad, muy poca cosa; pero a la organización pro-fesional e industrial de la clase obrera rusa la incumben las más gran-des tareas. ¿Cuáles? Desde luego, no la de luchar contra el gobiernoen nombre de los intereses del trabajo. Se trata de una labor cons-tructora, de economía socialista, realizada en perfecta armonía con elgobierno. Esta especie de sindicato es un principio una organizaciónnueva, distinta no sólo de las Trade Unions, sino también de los sindi-catos revolucionarios que existen en los regímenes burgueses, comola dominación del proletariado es distinta del dominio de la burgue-sía. El sindicato industrial de la clase obrera dirigente no tiene losmismos fines, ni los mismos métodos, ni la misma disciplina que lossindicatos de la clase obrera oprimida. En Rusia, todos los tra-bajadores deben entrar en los sindicatos. Los mencheviques se decla-ran adversarios de este principio, cosa perfectamente comprensibleporque lo son en el fondo de la dictadura del proletariado. En últimoresultado, toda la cuestión se resume en esto. Los kautskistas se opo-nen a la dictadura del proletariado, y, por lo mismo, a todas sus con-secuencias. La presión económica, como la presión jurídica, no esmás que una manifestación de la dictadura de la clase obrera en dosdominios íntimamente relacionados. Abramovitch no nos ha demos-trado con tanta profundidad que puede haber presión en el régimensocialista y que la coerción es opuesta al socialismo, como que en elrégimen socialista el sentimiento del deber, el hábito del trabajo, elatractivo del trabajo, etc., serán suficientes. Esto es evidente. Bastacon ampliar esta verdad indiscutible. Lo cierto es que en el régimensocialista no habrá instrumento de presión ni Estado. El Estado sedisolverá en la comuna de producción y consumo. Con todo, el socia-lismo, en su proceso, atraviesa una fase de la más alta estatización.Precisamente en ese período nos encontramos nosotros. Así como lalámpara, antes de extinguirse, brilla con una luz más viva, el Estado,antes de desaparecer, reviste la forma de dictadura del proletariado;

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es decir, del más despiadado gobierno, de un gobierno que abrazaimperiosamente la vida de todos los ciudadanos Abramovitch y, engeneral, el menchevismo no han advertido esta bagatela, este peque-ño grado de la historia, que es lo que les hace titubear.

Ninguna otra organización, salvo el ejército, ha ejercido sobre elhombre una coerción más rigurosa que la organización gubernamen-tal de la clase obrera en la época de transición más dura. Precisamen-te por eso, hablamos nosotros de militarización del trabajo. El desti-no de los mencheviques es ir a remolque de los acontecimientos yaceptar las partes del programa revolucionario que ya han tenidotiempo de perder toda su influencia práctica. Hoy, el menchevismo—aunque prescinda de las reticencias— no discute ya la legalidad delas represiones contra los guardias blancos y los desertores del Ejér-cito Rojo. Ha tenido que admitirlas después de sus propias y desdi-chadas experiencias de “democracia”. Al parecer, ha comprendidomuy tarde que, frente a las bandas contrarrevolucionarias no se re-suelve el problema con afirmaciones en que se diga que el régimensocialista no tendrá que recurrir al terror rojo... Pero en el campo eco-nómico, los mencheviques tratan todavía de hacernos pensar ennuestros hijos y, sobre todo, en nuestros nietos. Y, sin embargo, de-lante de esta triste herencia que la sociedad burguesa y la guerra ci-vil inacabada nos han legado, tendremos que construir ahora sin pér-dida de tiempo.

El menchevismo, como todo el kautskismo en general, se pierdeen vulgaridades democráticas y en obstrucciones socialistas. Se con-vence una vez más de que para él no existe período de transición, esdecir, de revolución proletaria, que imponga sus obligaciones pro-pias. De aquí proviene la inerte monotonía de sus críticas, de sus in-dicaciones, de sus planes y de sus recetas. No se trata de lo que ocu-rrirá dentro de veinte o treinta años —ni que decir tiene que las cosasentonces irán infinitamente mejor—, sino de saber cómo remediar ladesorganización, cómo repartir en este momento la mano de obra,cómo aumentar hoy la productividad del trabajo, qué actitud adop-tar especialmente frente a los cuatro mil obreros cualificados que he-mos encontrado en el Ejército, en el Ural. ¿Abandonarles, diciéndo-les: “Marchaos donde queráis”? No, no podemos obrar así. Les he-mos incorporado a contingentes militares especiales y les hemosdistribuido entre las fábricas.

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“Entonces, ¿en qué se diferencia vuestro socialismo —exclamaAbramovitch— de la esclavitud egipcia? Casi por los mismos proce-dimientos construyeron las pirámides los faraones, obligando a lasmasas a que trabajaran...”. ¡Inimitable comparación para un “socia-lista”! También aquí nuestro menchevique ha perdido de vista unpequeño pecado: ¡la naturaleza de la clase que detenta el poder!Abramovitch no ve la diferencia que existe entre el régimen egipcioy el nuestro. Se le ha olvidado que en Egipto había Faraones, pro-pietarios de esclavos y esclavos. No fueron los campesinos egipciosquienes, por medio de sus Sóviets, decidieron construir las pirámi-des: había allí un régimen social jerárquico de castas y fue su enemi-go de clase el que les obligó a trabajar. En Rusia se aplica la presiónpor el poder obrero y campesino en nombre de los intereses de lasmasas laboriosas. He aquí lo que Abramovitch no ha notado. Nos-otros hemos aprendido en la escuela del socialismo que todo el des-envolvimiento social está basado en la existencia de clases y en su lu-cha, y que el curso de la vida depende de la clase que ocupa el po-der y de los fines en nombre de los cuales desarrolla su política. Peroesto no lo ha comprendido Abramovitch. Acaso conozca perfecta-mente el Antiguo Testamento; pero el socialismo es para él un libroherméticamente cerrado.

Siguiendo con las analogías liberales y superficiales, que no tie-nen en cuenta la naturaleza de clase del Estado, Abramovitch hu-biera podido (y ya los mencheviques lo han hecho muchas veces)identificar el Ejército Rojo con el Ejército Blanco. En uno como enotro, las movilizaciones se efectuaban con preferencia entre las ma-sas campesinas. En ambos se recurría a la presión. En uno y otrohabía muchos oficiales que habían servido en las filas zaristas. Enlos dos campos, los fusiles eran iguales, los cartuchos idénticos.¿Cuál es, entonces, la diferencia? Hay una, señores, y se manifies-ta por un indicio fundamental: ¿quién detenta el poder? ¿La claseobrera o la nobleza, los faraones o los mujiks, la canalla reacciona-ria o el proletariado de Petrogrado? Existe una diferencia, y lasuerte de Yudenitch, de Kolchak y de Denikin lo acredita. Aquí, losobreros han movilizado a los campesinos; en ellos, ha sido una cas-ta de oficiales reaccionarios. Nuestro ejército se ha fortalecido; losejércitos blancos han quedado deshechos. Hay una diferencia entreel régimen soviético y el de los faraones, y no en vano los proleta-

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3. Faraones: mote popular que designaba a los agentes de policía colocados, a finales defebrero, sobre los tejados de las casas y los campanarios por el ministro de Interior, Pro-topopov.

rios han empezado su revolución fusilando en los campanarios alos “faraones” de Petrogrado3.

Uno de los oradores mencheviques ha tratado de presentarmecomo abogado del militarismo en general. De los informes que pro-porciona resulta, ¡ya ven ustedes!, que yo defiendo nada menos queel militarismo alemán. Yo he demostrado —fíjense ustedes bien enesto— que el suboficial alemán es una maravilla de la naturaleza yque sus obras son tan perfectas que no pueden imitarse... ¿Cuál esexactamente mi afirmación? Únicamente que el militarismo en quetodos los caracteres del desenvolvimiento social hallan su expresiónmás absoluta, puede ser considerado desde dos puntos de vista: pri-mero, desde el punto de vista político o socialista —y aquí todo de-pende de la clase que ocupa el poder—; segundo, desde el punto devista de la organización, como un sistema estricto de distribución deobligaciones, de relaciones mutuas regulares, de responsabilidad ab-soluta, de ejecución rigurosa. El ejército burgués es un instrumentode opresión despiadada y de sumisión de los trabajadores, mientrasque el ejército socialista es un arma de emancipación y de defensa deéstos. Mas la subordinación absoluta de una parte a otra es un rasgocomún a todo ejército. Un régimen interno riguroso e indisoluble esla característica de la organización militar. En la guerra todo descui-do, toda ligereza, hasta una simple inexactitud, pueden ser causa deconsiderables pérdidas. De aquí la tendencia de la organización mili-tar a llevar a su más alto grado de precisión la exactitud de las rela-ciones y la responsabilidad. Estas cualidades “militares” son aprecia-das en todas partes donde aparecen. Y en este sentido he dicho quetoda clase sabía apreciar a los miembros a su servicio que, en condi-ciones análogas, han sufrido la disciplina militar. El campesino ale-mán que ha salido del cuartel con el grado de suboficial era para lamonarquía alemana —y lo sigue siendo para la república de Ebert—un elemento mucho más valioso que cualquiera de los restantes cam-pesinos que no han pasado por esta escuela. El mecanismo de los fe-rrocarriles alemanes ha sido considerablemente mejorado gracias a lapresencia de oficiales y suboficiales en los puestos administrativos

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del Departamento de Vías de Comunicación. En este sentido, tene-mos que aprender mucho del militarismo. El camarada Tsipérovitch—uno de los militantes más considerados de nuestros sindicatos—afirmaba aquí que un obrero sindicalista que ha pasado por la disci-plina militar durante años, que ha ocupado un puesto importante, decomisario, por ejemplo, no se ha inutilizado en lo más mínimo parala acción sindical. Después de haber combatido por la causa proleta-ria, ha vuelto al sindicato como antes pero más templado, más viril,más independiente, más resuelto, porque ha tenido que afrontargrandes responsabilidades. Ha dirigido a millares de soldados rojosde distinto nivel social, en su mayor parte campesinos. Con ellos havivido las victorias y las derrotas. Ha conocido los avances y los re-trocesos. Ha visto casos de traición bajo su mando, alzamientos decampesinos, oleadas de pánico; pero, siempre en su puesto, ha conte-nido a la masa menos consciente, la ha dirigido, la ha entusiasmadocon su ejemplo, sin dejar de castigar despiadadamente a los traidores.Es esto una experiencia grande y valiosa. Y así, cuando el ex militarvuelve al sindicato, es un magnífico organizador.

En la cuestión del sistema de Comités o Colegiados (burós) parala administración de la producción, los argumentos de Abramovitchson tan absurdos como en todos los demás casos. Son los argumen-tos de un observador extranjero que está al margen de todo.

Abramovitch nos explica que una buena dirección colectiva espreferible a una mala dirección unipersonal, y que en todo buró bienorganizado debe haber un excelente especialista. Esto es admirableen todos los sentidos. ¿Por qué los mencheviques no nos ofrecen al-gunos cientos de burós de esta naturaleza? Presumo que el ConsejoSuperior de Economía Popular los aceptaría gustosamente. Nosotrosno somos observadores, sino trabajadores que tenemos que construircon el material puesto a nuestra disposición. Disponemos de espe-cialistas, un tercio de los cuales es concienzudo e instruido; otro ter-cio a medias, y el otro totalmente inútil. La clase obrera es fecunda enhombres capaces, abnegados y enérgicos. Los unos —desgraciada-mente poco numerosos— poseen ya los conocimientos y experiencianecesarios. Los otros tienen carácter y aptitudes, pero no conocimien-tos ni experiencia. Los terceros carecen de ambas cosas. De este ma-terial hay que sacar los directores de fábricas, talleres, etc., cosa impo-sible de hacer con simples frases. Ante todo, es necesario seleccionar

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a los obreros que, en la práctica, han demostrado ser capaces de diri-gir empresas, y darles ocasión de probar sus aptitudes. Estos obrerosdesean una dirección unipersonal, pues las direcciones de fábricas noson escuelas para rezagados. Un obrero enérgico, al corriente de sunegocio, quiere dirigir. Si ha decidido y ordenado, su decisión debeser cumplida. Puede sustituírsele: esto es otro problema. Pero mien-tras sea el dueño —un dueño soviético y proletario—, dirige la em-presa en su totalidad. Si se le nombra miembro de un Comité com-puesto de personas más débiles que él y que se encargan también dela dirección, no se obtendrá ningún resultado positivo. Semejanteobrero administrador deberá tener al lado uno o dos especialistas, se-gún la importancia de la empresa. Si no se tiene a mano un adminis-trador de esta naturaleza y sí, en cambio, un especialista concienzu-do que conozca el negocio, le colocaremos al frente de la empresa, yen calidad de auxiliares pondremos a su lado a dos o tres obreros, conobjeto de que toda decisión del especialista sea conocida por sus ad-juntos, sin que éstos tengan, sin embargo, derecho a anularla. Segui-rán minuciosamente su trabajo, y de este modo adquirirán conoci-mientos. Al cabo de unos meses, gracias a este sistema, estarán encondiciones de ocupar puestos importantes por sí mismos.

Abramovitch, recogiendo mis palabras, ha citado el ejemplo de unbarbero que ha llegado a mandar una división y un ejército. Es ver-dad. Pero lo que no dice Abramovitch, es que si han empezado amandar divisiones y ejércitos algunos camaradas comunistas es por-que, antes, habían sido comisarios agregados a comandantes especia-les. Toda la responsabilidad incumbía al especialista, que sabía quehabía de responder íntegramente del menor error, sin poder discul-parse por su condición de “miembro consultor” de un buró...

Hoy, la mayor parte de los puestos de mando del ejército, sobretodo los inferiores, o sea los más importantes desde el punto de vistapolítico, están ocupados por obreros y campesinos avanzados. He-mos elevado a los oficiales a los puestos de mando, hemos hecho co-misarios a los obreros, y han aprendido a vencer.

Camaradas: entramos ahora en un período difícil, acaso el más di-fícil. A las épocas penosas de la vida de los pueblos y las clases lescorresponden medidas implacables. Cuanto más avancemos, más fá-cil será la obra, más libre se sentirá todo ciudadano, más insensibleserá la coerción del Estado obrero. Quizás entonces autoricemos a los

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mencheviques a publicar sus periódicos, admitiendo que haya toda-vía mencheviques. Pero ahora vivimos en una época de dictadurapolítica y económica. Y esta dictadura es la que los mencheviquesquieren destruir. Mientras luchamos en el frente de la guerra civilpara proteger la revolución contra sus enemigos, su periódico escri-be: “¡Abajo la guerra civil!”. Esto es lo que no podemos tolerar. Ladictadura es la dictadura, la guerra es la guerra. Y ahora que hemosllegado a la más alta concentración de fuerzas en el campo del rena-cimiento económico, los kautskistas rusos, los mencheviques, siguenfieles a su vocación contrarrevolucionaria: su voz resuena como an-tes, como la de la duda y la derrota; destruye y mina, siembra la des-confianza y la debilidad.

¿No es monstruoso, a la par que ridículo, oír, en este Congresodonde están reunidos 1.500 representantes de la clase obrera rusa, enque los mencheviques no figuran sino en una proporción del 5 porciento, mientras los comunistas constituyen las nueve décimas partesde la asamblea; no es monstruoso, a la vez que ridículo, oír a Abra-movitch aconsejarnos que “no nos dejemos apasionar por semejantesmétodos, mientras una minoría aislada sustituya al pueblo”? “¡Todopor el pueblo —dice el representante de los mencheviques—, la masalaboriosa no necesita tutores! ¡Todo por las masas laboriosas, todopor su acción!” Y después: “No se convence a la masa con argumen-tos”. ¡Pero ved a la clase en esta sala! ¡La clase obrera está aquí delan-te de nosotros y con nosotros, y sois vosotros, ínfimo puñado de men-cheviques, los que tratáis de convencerla con argumentos de peque-ñoburgués! Vosotros sois los que queréis haceros tutores de estaclase. Pero esta clase tiene su actividad propia, de la que ha dadopruebas cuando os ha rechazado, cuando ha seguido adelante su pro-pio camino.

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IX. Carlos Kautsky, su escuelay su libro

La escuela marxista austriaca (Bauer, Renner, Hilferding, Marx,Adler) se oponía antaño a la escuela de Kautsky, como representantede un oportunismo disfrazado frente al marxista auténtico. Esta opo-sición ha surgido como por un error histórico que ha turbado los es-píritus más o menos tiempo, pero que, por fin, ha sido puesto en cla-ro del modo más evidente: Kautsky es el fundador y más perfectorepresentante de la deformación austriaca del marxismo.

Mientras la verdadera enseñanza de Marx consiste en una fórmu-la teórica para la acción, de ofensiva, de desarrollo de la energía revo-lucionaria, de máxima intensificación de la lucha de clases, la escuelaaustriaca se ha transformado en una academia de pasividad y tergi-versación, se ha hecho vulgarmente histórica, ha reducido sus fines ala explicación y justificación de los hechos, se ha rebajado a desempe-ñar el papel de proveedora del oportunismo parlamentario y sindical,ha reemplazado la dialéctica por una astuta casuística y, por último, apesar de su fraseología ritualmente revolucionaria, se ha convertidoen el sostén más firme del Estado capitalista a la vez que del trono ydel altar, que dominaba a este último. Y si el trono ha caído, no hasido, desde luego, por culpa de la escuela marxista austriaca.

Lo que caracteriza al marxismo austriaco es la aversión y el miedoa toda acción revolucionaria. Un marxista austriaco es capaz de abrirun abismo de pensamientos y explicaciones profundas sobre el pasa-do y de mostrar una viril audacia en el dominio de las profecías alporvenir; pero nunca tiene ideas ni principios directores para juzgarde las grandes acciones del presente. El presente se desliza siempreestérilmente para él bajo el deseo de las pequeñas preocupaciones del

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oportunismo, que son ulteriormente interpretadas, presentadas comoel eslabón necesario entre el pasado y el porvenir. Un marxista aus-triaco es inagotable cuando se trata de averiguar las causas que obsta-culizan la iniciación y la acción revolucionaria. El marxismo austriacoes la teoría pedante y majestuosa de la pasividad y las capitulaciones.No es de forma accidental, claro está, que precisamente en Austria,esa Babilonia desgarrada por estériles oposiciones nacionales, ese Es-tado, que es la encarnación misma de la imposibilidad de existir y des-arrollarse, se haya engendrado y consolidado la filosofía pseudomar-xista de la imposibilidad de la acción revolucionaria.

Los marxistas austriacos más en boga presentan, cada uno a sumanera, una cierta “individualidad”. Hay con frecuencia, entre ellos,discrepancia de ideas acerca de diferentes cuestiones. A veces han lle-gado hasta a desacuerdos políticos. Más, de un modo general, puededecirse que son los dedos de una sola y misma mano.

Karl Renner es el representante más pomposo del género, el demás capacidad y más pagado de sí mismo. El talento del plagio, o conmás exactitud, de la falsificación, lo ha desarrollado en un grado ex-cepcional. Sus inflamados artículos en el Primero de Mayo han sido,desde el punto de vista del estilo, una obra maestra de reunión de laspalabras más revolucionarias. Y como las palabras y sus enlaces vi-ven en cierto modo con vida propia; los artículos de Renner han en-cendido en el corazón de muchos trabajadores el fuego de la revolu-ción que el autor, aparentemente, no ha conocido nunca.

El falso oropel de la cultura austro-vienesa con miras al efectismo,a la situación, ha sido particular a Renner más que a todos sus cama-radas. En realidad, no ha dejado de ser nunca un funcionario impe-rial y real que dominaba a fondo la fraseología marxista.

La metamorfosis del autor del artículo del jubileo de Marx, muyconocido por su grandilocuencia revolucionaria de canciller de ope-reta, que se deshace en sentimientos de respeto y reconocimientopara los escandinavos, ofrece uno de los ejemplos más sorprendentesde paradoja que la historia registra.

Otto Bauer es más erudito, más prosaico, más serio y más aburridoque Renner. No se le puede negar el arte de leer libros, de parangonarhechos y sacar deducciones —conforme a los fines que le señala la po-lítica práctica hecha por otros—. Bauer carece de voluntad política. Suvirtud principal consiste en suscitar a propósito de lugares comunes

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los problemas prácticos más agudos. Su pensamiento, pensamientopolítico, vive una vida paralela a su voluntad, desprovista de coraje.Sus trabajos nunca son más que la compilación erudita de un alumnode buenas dotes de seminario universitario. Las artes más vergonzo-sas del oportunismo austriaco, la domesticidad más vil con respectoal poder de la clase capitalista que practica la socialdemocracia aus-tro-alemana, han encontrado en Bauer su más profundo intérprete,que hasta ha llegado, en ocasiones, a declararse respetuosamente ad-versario de la forma, aceptando siempre el fondo. Si a veces ha dadopruebas de temperamento y energía políticas, ha sido exclusivamen-te en la lucha contra el sector revolucionario, en un maremágnum dededucciones, hechos y citas contra la acción revolucionaria. El mo-mento de su apogeo fue el período siguiente a 1907 cuando, demasia-do joven aún para ser elegido diputado, desempeñó el cargo de secre-tario de la fracción socialdemócrata, a la que alimentaba de materia-les, de cifras, de ideas adulteradas, a la que educaba, para la queescribía, a la que creía inspirar grandes acciones cuando, en realidad,no hacía más que proveerla de artificios y falsedades para uso deoportunistas parlamentarios.

Max Adler es el representante de otro matiz, bastante sutil, del tipomarxista austriaco. Es un lírico, un filósofo lírico de la pasividad,como Renner es su publicista y jurista, como Hilferding es su econo-mista y Bauer su sociólogo. Max Adler se encuentra a disgusto eneste mundo vulgar, aunque haya ocupado un puesto muy conforta-ble dentro del socialismo burgués húngaro y del estatismo hansbur-guiano. La alianza de la abogadería en los pequeños negocios y de lavillanía política, más las flores de papel baratas del idealismo, handado a Max Adler ese carácter especial meloso y repugnante a la vez.

Rodolfo Hilferding, una gloria también, entró en la socialdemocra-cia alemana casi como un rebelde, pero como un rebelde del “tipo”austriaco; es decir, presto siempre a capitular sin combate. Hilferdingha tomado la movilidad externa de la agitación política austriaca; ydurante un año ha estado exigiendo, en los términos más modestos,por descontado, una política más activa en la iniciativa a los directo-res de la socialdemocracia alemana. Pero la agitación austro-vienesaha desaparecido rápidamente, hasta en él. No ha tardado en someter-se al ritmo de Berlín y al carácter automático de la vida espiritual dela socialdemocracia alemana. Ha dado rienda suelta a su energía in-

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telectual para concentrarla en el campo de la pura teoría donde, na-turalmente, no ha dicho nada sensacional, porque ningún marxistaaustriaco ha dicho nunca nada sensacional en ningún campo, perodonde ha escrito, sin embargo, un libro serio. Cargado con este libro,como un mozo de cuerda encorvado bajo un enorme peso, ha entra-do en la época revolucionaria. Mas este libro erudito no puede susti-tuir la falta de voluntad, de iniciativa, de sangre fría revolucionaria,de decisión política, sin las cuales la acción es inconcebible... Hilfer-ding, médico de profesión, se inclina a la templanza y, a pesar de supreparación teórica, aparece en el campo de las cuestiones políticascomo el más primitivo de los empíricos. La labor principal de la obrapresente consiste para él en no salirse del plan de la víspera, y en ha-llar una justificación erudita de economía a esa actitud conservadoray a esa debilidad pequeñoburguesa.

Federico Adler es el representante peor equilibrado del tipo mar-xista austriaco. Ha heredado de su parte el temperamento político.En la lamentable lucha abrumadora contra el desorden del medioaustriaco, Federico Adler ha permitido que su escepticismo irónicodestruya los fundamentos mismos de sus convicciones revoluciona-rias. El temperamento heredado de su padre le llevó más de una veza oponerse a la escuela creada por este último. En algunos momen-tos, Federico Adler pudo aparecer directamente como la oposiciónrevolucionaria de la escuela austriaca. En realidad, fue y sigue sien-do su coronamiento necesario. Su violencia revolucionaria no eramás que la expresión de agudos accesos de desesperanza del oportu-nismo austriaco, asustado de tiempo en tiempo de su propia nulidad.Federico Adler es un escéptico hasta la médula de los huesos: no creeen las masas ni en su capacidad de acción. Cuando Karl Liebknecht,en el momento de mayor triunfo del militarismo alemán, descendía ala plaza de Potsdam para incitar a las masas oprimidas a una luchaabierta, Federico Adler entraba en un restaurante burgués para ase-sinar allí al presidente del Consejo. Con su atentado aislado, Adler,sin duda alguna, intentó deshacer su propio escepticismo. Pero des-pués de semejante esfuerzo histérico, ha caído en un estado de pos-tración más grande aún.

La banda negra y amarilla de los socialpatriotas (Austerlitzs,Chutner, etc....) inundó al terrorista Adler con todos los improperiosde su cobardía grandilocuente. Pero cuando desapareció el período

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agudo y el niño prodigio volvió de los trabajos forzados a la casa pa-terna con la aureola del martirio, resultó doble, triplemente valiosopara la socialdemocracia austriaca. La dorada aureola del terroristafue transformada por los hábiles monederos falsos del partido enmoneda sonante de demagogia. Federico Adler llegó a ser, ante lasmasas, la garantía valedera de los Austerlitz y de los Bauer. Por for-tuna, los obreros austriacos ven cada vez menos diferencia entre lavaguedad lírico-sentimental de Federico Adler, la depravación gran-dilocuente de Renner, la impotencia talmúdica de Max Adler o laanalítica autosatisfacción de Otto Bauer.

La cobardía de pensamiento de los teóricos de la escuela marxistaaustriaca se ha revelado completamente en su actitud frente a losgrandes problemas de la época revolucionaria.

Con su inolvidable tentativa de hacer entrar en la constitución deEbert-Noske el sistema de los sóviets, Hilferding ha dado un impulso,no sólo a su propio espíritu, sino también al de toda la escuela marxis-ta austriaca que, a partir del advenimiento de la época revolucionaria,ha tratado de colocarse a la izquierda de Kautsky en la misma medi-da en que antes de la revolución se había colocado a su derecha:

A propósito de esto, el punto de vista de Max Adler sobre el sis-tema de los Sóviets no puede ser más instructivo.

El ecléctico filósofo vienés reconoce la importancia de los Sóviets;su audacia llega hasta hacerla adoptarlos. Declara francamente queson el instrumento de la revolución social. Max Adler, por supuesto,es partidario de la revolución social. Pero lo que quiere no es la revo-lución violenta de las barricadas, del terror, la revolución sangrienta,sino una revolución razonable, arreglada, equilibrada, canonizada ju-rídicamente, y aprobada por la Filosofía.

A Max Adler no le asusta la idea de que los Sóviets violen el “prin-cipio” de la división constitucional de los poderes (en el seno de la so-cialdemocracia austriaca hay, en efecto, más de un imbécil que ve enesta violación una grave laguna del sistema soviético); al contrario,en la fusión de los poderes, Max Adler, el abogado de los sindicatosy jurisconsulto de la revolución social, advierte una superioridad quegarantiza la expresión inmediata de la voluntad de los trabajadores.Max Adler defiende la expresión inmediata de la voluntad de los tra-bajadores, pero no por medio de la conquista directa del poder porlos Sóviets. Preconiza un método más seguro. En toda ciudad, en

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todo barrio, los Consejos Obreros deben “controlar” a los funciona-rios de policía y restantes funcionarios, imponiéndoles la “voluntaddel proletariado”. ¿Cuál será, sin embargo, la situación “estatista-ju-rídica” de los Sóviets en la República de los Seidz, Renner y consor-tes? A esto, nuestro filósofo responde: “Los Sóviets obreros gozarán,en último resultado, de tanto poder político cuanto sepan conquistarpor su actividad” (Abeiter Zeitung, núm. 197, 1 junio 1919).

Los Sóviets proletarios deben transformarse progresivamente enpoder político del proletariado, como antes, conforme a la teoría re-formista, todas las organizaciones obreras debían desarrollarse hastaconvertirse al socialismo —socialismo, no obstante, que ha sido algocontrarrestado por los errores imprevistos sobrevenidos durante cua-tro años entre los Estados centrales y la Entente y por todo lo que haseguido—. Ha sido necesario renunciar al programa económico deproceso metódico hacia el socialismo sin revolución social. Pero, encambio, se ha descubierto la perspectiva de un desenvolvimiento me-tódico de los Sóviets hasta la revolución social, sin alzamiento arma-do ni toma violenta del poder.

Para que los Sóviets no vegeten en obras de distritos y barrios, elaudaz jurisconsulto propone la propaganda de las ideas socialdemó-cratas. El poder político sigue, como hasta ahora, en manos de la bur-guesía y sus acólitos; pero, en cambia, en los distritos y barrios, losSóviets controlan a los oficiales y suboficiales de Policía. Mas paracalmar a la clase obrera y, al mismo tiempo, para centralizar suspensamientos y su voluntad, Max Adler dará todos los domingosconferencias sobre la situación estatista-jurista de los Sóviets, comoantes daba conferencias sobre la situación estatista-jurídica de los sin-dicatos. “Así —promete Max Adler—, el orden en la regulación jurí-dico-estatista de la situación de los Sóviets, su peso y su importanciaestarían plenamente garantizados en el campo de la vida estatista pú-blica, y, sin la dictadura de los Sóviets, el sistema adquiriría unainfluencia mucho mayor de la que puede alcanzar en la misma Repú-blica soviética; además, no habría que comprar esta influencia a cos-ta de tempestades políticas y perturbaciones económicas”. Como ve-mos, pues, Max Adler sigue en armonía con la tradición austriaca:hace la revolución sin necesidad de conflicto con el señor procurador.

* * *

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El fundador de esta escuela y su suprema autoridad es Kautsky.Conservando celosamente, sobre todo después del Congreso del Par-tido de Dresde y de la primera revolución rusa, su reputación deguardián de la ortodoxia marxista, Kautsky tenía de vez en cuandogestos de desaprobación para las artes más comprometedoras de suescuela austriaca. Como el difunto Víctor Adler, todos los teóricos dela escuela austriaca en conjunto y cada uno particularmente —Bauer,Renner, Hilferding—, consideraban a Kautsky muy respetable, perodemasiado pedante, demasiado inflexible, si bien, por otra parte, eratenido por el padre y maestro perfecto de la iglesia del quietismo.

Kautsky empezó a inspirar serios temores a su propia escuela en elperíodo de su apogeo revolucionario, durante la primera revoluciónrusa, cuando reconoció la necesidad de la conquista del poder por lasocialdemocracia de este país y trató de inculcar a la clase obrera ale-mana las deducciones teóricas que dimanaban de la experiencia de lahuelga general en Rusia. El fracaso de la primera revolución rusa de-tuvo la evolución de Kautsky hacia el radicalismo. Cuando el curso delos acontecimientos reclamaba más imperiosamente la solución de losproblemas relativos a la acción de masas en el seno de la propia Ale-mania y la actitud de Kautsky frente a ella se hacía más equívoca,Kautsky volvió atrás, retrocedió, perdió la confianza de antes, y los ras-gos de pedantismo escolástico que se notaban en su manera de pensarpasaron a ocupar en él el primer plano. La guerra imperialista, quemató toda indecisión y planteó brutalmente todas las cuestiones fun-damentales, descubrió la completa quiebra política de Kautsky. Desdeel primer momento, fracasó sin remedio en la cuestión más sencilla: ladel votó de los créditos de guerra. Todas sus obras posteriores no sonmás que variaciones sobre un mismo tema: “Yo y mi embrollo”. La re-volución rusa mató definitivamente a Kautsky. Todo el curso anteriorde los acontecimientos le había hecho adoptar una actitud hostil fren-te a la victoria de noviembre del proletariado. Esta circunstancia le lle-vó al campo de la contrarrevolución. Perdió los últimos vestigios de susentido histórico. Sus escritos ulteriores se convirtieron, cada vez más,en literatura amarilla, en literatura barata para el mercado burgués.

El libro de Kautsky estudiado por nosotros posee todos los atribu-tos externos de lo que se ha convenido en llamar una obra objetiva ycientífica. Para profundizar la cuestión del terror rojo, Kautsky proce-de con toda la rigurosa exactitud que le es propia. Empieza por estu-

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diar las condiciones sociales que precedieron a la Gran RevoluciónFrancesa, así como las causas fisiológicas y sociales que han contribui-do al desarrollo de la crueldad en el mundo durante toda la historiade la raza humana. En el libro consagrado al bolchevismo —donde seexamina la cuestión en la página 154—, Kautsky refiere detalladamen-te cómo se alimentaba nuestro más remoto antepasado simiesco yemite la hipótesis de que, aunque comía principalmente productos ve-getales, devoraba también insectos y, a veces, ciertos pájaros. En otrostiempos, nada podía hacer pensar que un antepasado tan respetable ymanifiestamente inclinado al régimen vegetariano fuese a tener des-cendientes tan sanguinarios como los bolcheviques. He aquí la sólidabase científica sobre la cual Kautsky asienta la cuestión.

Pero, como ocurre con frecuencia en las obras de este género, de-trás de una fachada académico-escolástica, se oculta en realidad unlibelo político. Este es uno de los libros más miserables, más faltos deconciencia. ¿No es increíble, en efecto, de primera intención, queKautsky recoja las más despreciables calumnias antibolcheviques dela inagotable mina de las agencias Havas, Reuter y Wolf, dejando asípasar bajo el gorro del sabio la oreja del sicofante? Pero estos grose-ros detalles no son más que adornos de mosaico sobre el fondo delembuste erudito dirigido contra la República de los Sóviets y el par-tido que está al frente de ella.

Kautsky pinta, con los colores más sombríos, el cuadro de nuestraferocidad para con la burguesía, que “no ha manifestado ningún aso-mo de resistencia”.

Kautsky condena nuestra actitud implacable con respecto a lossocialrevolucionarios y mencheviques, que representan “matices”del socialismo. Kautsky describe la economía soviética como un caoscatastrófico.

Kautsky presenta a los militantes soviéticos y, en general, a todala clase obrera rusa como un conglomerado de egoístas, perezosos ycobardes.

No dice una palabra de la inmensa cobardía, sin precedente en lahistoria, de la conducta de la burguesía rusa, ni tampoco de sus trai-ciones nacionales, de la entrega de Riga a los alemanes, con fines “es-tratégicos”; no dice una palabra de la preparación de una entregaanáloga de Petrogrado; pasa en silencio los llamamientos de esta bur-guesía a los ejércitos extranjeros, checoslovaco, alemán, rumano, in-

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glés, francés, japonés, árabe y negro, contra los obreros y campesinosrusos; se calla sus complots y asesinatos perpetrados y ejecutados acosta de la Entente, su bloqueo destinado a matar de hambre a nues-tros hijos y a desparramar sistemática, incansable, tenazmente por elmundo entero oleadas de mentira y calumnia.

No dice una palabra de las vejaciones y violencias indignas, infligi-das a nuestro partido por el gobierno de los socialrevolucionarios ymencheviques antes de la Revolución de Octubre; permanece mudoante las persecuciones criminales realizadas contra millares de militan-tes de nuestro partido en virtud del artículo sobre el espionaje en favorde la Alemania de los Hohenzollern; pasa en silencio la parte activa to-mada por los mencheviques y socialrevolucionarios en todos los com-plots de la burguesía, así como su colaboración con los generales y al-mirantes del zar, Kolchak, Denikin y Yudenitch; se calla los actos de te-rrorismo ejecutados por los socialrevolucionarios a las órdenes de laEntente, las insurrecciones organizadas por estos mismos socialrevolu-cionarios con el dinero de las embajadas extranjeras en nuestra ejérci-to, que vertía mares de sangre en su lucha contra las bandas monárqui-cas del imperialismo; no se digna recordar siquiera que no sólo hemosafirmado más de una vez, sino que hemos demostrado que estamosdispuestos, aun a costa de concesiones y sacrificios, a asegurar la paz anuestro país, y que, a pesar de esto, nos vemos obligados a seguir unaguerra implacable en todos los frentes para defender nuestra propiaexistencia y evitar la transformación de nuestro país en una colonia delimperialismo anglo-francés. Kautsky oculta igualmente que en el cur-so de esta lucha heroica, en la que combatimos por el porvenir del so-cialismo mundial, el proletariado ruso ha tenido que gastar lo mejor desu energía, lo mejor y más valioso de sus fuerzas, restándolo a la obrade construcción económica y de desenvolvimiento de la cultura.

En todo su libro, Kautsky no recuerda que el militarismo alemánprimero, con ayuda de sus Scheidemann y la complicidad de susKautsky, y luego el militarismo de los países de la Entente, con laayuda de sus Renaudel y la complicidad de sus Longuet, nos ha si-tiado, haciendo efectivo un bloqueo férreo; que, después de haberseapoderado de todos los puertos, nos ha aislado del resto del mundo,ha ocupado por medio de sus bandas mercenarias de guardias blan-cos inmensos territorios ricos en materias primas, nos ha privado, so-bre todo, por mucho tiempo, de la nafta de Bakú, del carbón de Do-

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netz, del trigo de Don y de Siberia y del algodón del Turkestán.Kautsky no hace notar que, en estas circunstancias extraordinaria-mente difíciles, la clase obrera rusa ha sostenido durante tres años, ysigue sosteniendo, una lucha heroica contra sus enemigos en un fren-te de 8.000 verstas; que la clase obrera rusa ha sabido trocar el marti-llo por la espada y crear un Ejército poderoso; que ha movilizado,para formar este Ejército, su industria ruinosa, y que, a pesar del ago-tamiento del país, cercado por el bloqueo y asolado por la guerra ci-vil —productos ambos de los verdugos del mundo entero—, viste,alimenta, arma y transporta hace tres años, por sus propios medios,un Ejército de un millón de hombres que ha aprendido a vencer.

Kautsky sabe permanecer mudo ante todo esto en un libro queconsagra al comunismo ruso. Y este silencio suyo es su mentira fun-damental, capital, probada; mentira pasiva, indudablemente, perodesde luego más criminal, más vil que la mentira activa de todos losbandidos de la prensa burguesa internacional.

Kautsky, calumniador de la política del partido comunista, nodice en ninguna parte lo que quiere ni lo que propone. Los bolchevi-ques no han actuado solos en la revolución rusa. En ella hemos vistoy vemos, en el poder o en la oposición, a los socialistas revoluciona-rios (entre los que hay cinco tendencias por lo menos), a los menche-viques (por lo menos de tres tendencias), a los discípulos de Plejánov,a los maximalistas y a los anarquistas.

Todos los “matices del socialismo” sin excepción (para hablar enlos términos de Kautsky) han probado sus fuerzas y mostrado lo quequerían y lo que podían. Estos “matices” son tan numerosos que esdifícil introducir la hoja de un cuchillo entre los más afines. El mismoorigen de estos “matices” no es accidental. Representan, en suma, lasdiversas variantes en la adaptación de los partidos socialistas de an-tes de la Revolución Rusa a las condiciones de la época revoluciona-ria más grandiosa.

Parece, pues, que Kautsky tenía ante sí un teclado político sufi-cientemente grande para indicar la tecla que, en la Revolución Rusa,da la nota marxista exacta.

Pero Kautsky se calla. Rechaza la melodía bolchevique, que le des-garra los oídos, pero no busca otra; el viejo pianista renuncia a tocar enel instrumento de la revolución.

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APÉNDICES

I

Este libro aparece en el momento en que va a reunirse el II Congresode la Internacional Comunista. El movimiento revolucionario hadado un enorme paso hacia adelante en los meses transcurridos des-de la celebración del primer Congreso. Las posiciones confesadas delos socialpatriotas oficiales van siendo en todas partes destruidas. Lasideas del comunismo adquieren una difusión cada vez mayor. Elkautskismo oficial, dogmático, está cruelmente comprometido. Elmismo Kautsky, en las filas del partido “independiente”, creado porél, parece una figura ridícula y mezquina.

No obstante, sólo ahora empieza a encenderse la lucha de ideolo-gías en las filas de la clase obrera internacional. Si, como acabamos dedecir, el kautskismo está en trance de muerte y los jefes de los parti-dos intermedios se apresuran a abandonarlo, también es verdad queel kautskismo, en cuanto modalidad espiritual burguesa, en cuantotradición de la pasividad, en cuanto pusilanimidad política, aún des-empeña un papel considerable en los medios directores de las orga-nizaciones obreras del mundo entero, incluso en los partidos que seorientan hacia la Tercera Internacional, y hasta en alguno de los queformalmente se han adherido a ella.

El partido independiente de Alemania, que ha inscrito en su ban-dera el lema de la dictadura del proletariado, tolera en sus filas al gru-po Kautsky, cuyos únicos esfuerzos tienden a comprometer teóri-camente y a desacreditar la dictadura del proletariado en su expresiónviva: el poder soviético. Las condiciones de la guerra civil no hacen po-sible esta suerte de cohabitación sino en tanto que la dictadura del pro-letariado aparece en los círculos directores de los socialdemócratas “in-dependientes” como un piadoso deseo, como una protesta amorfa con-tra la franca traición de Noske, Ebert, Scheidemann, etc. —aunque nohasta el extremo—, como un instrumento de demagogia parlamentaria.

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La vitalidad del kautskismo latente es visible sobre todo en los lon-guetistas franceses. Longuet se ha convencido y ha tratado mucho tiem-po de convencer a los demás de que estaba francamente a nuestro lado,y que sólo la censura de Clemenceau y las calumnias de nuestros amigosfranceses Loriot, Monatte, Rosmer y otros impedían la existencia de unaperfecta fraternidad de armas entre nosotros y él. Pero la verdad es quebasta conocer cualquiera intervención parlamentaria de Longuet paradarse cuenta de que el abismo que hoy le separa de nosotros es muchomás profundo del que nos distanciaba en el primer período de la guerraimperialista. Los problemas revolucionarios que surgen ahora ante elproletariado internacional son mucho más serios, inmediatos y grandio-sos, más directos y precisos que hace cinco y seis años; y el reaccionaris-mo político de los longuetistas —representantes parlamentarios de lapasividad eterna— aparece más claro que en cualquier otro momento,aunque estén formalmente colocados en la oposición parlamentaria.

El partido italiano, adherido a la Tercera Internacional, tampoco es-tá libre del kautskismo. Por lo que toca a sus jefes, muchos de ellos noenarbolan la bandera de la Internacional sino en razón de sus funcionesy obligaciones, impuestas por el empujón de las masas. En 1914-1919 lefue mucho más fácil al partido socialista italiano que a los demás euro-peos conservar una actitud de oposición en la cuestión de la guerra,puesto que Italia no intervino sino a los nueve meses de empezada y,además, porque su situación gubernamental había provocado la for-mación de un poderoso grupo burgués (los giolittistas) que fue enemigohasta el último momento de la entrada de Italia en cl conflicto mundial.Estas circunstancias permitieron al partido italiano, sin que hubiera porello profundas crisis interiores, rechazar los créditos de guerra y, de unmodo general, quedar fuera del bloque intervencionista. Pero tambiénoriginaron, indudablemente, un retraso en la depuración interna delpartido. Y así es posible que, después de ingresar en la Tercera Interna-cional, el partido italiano tolere en sus filas a Turati y sus adeptos.

Este grupo, muy considerable —por desgracia no podemos dar ci-fras precisas acerca de su importancia numérica en la fracción parla-mentaria italiana, en la prensa, en las organizaciones del partido y en lasprofesionales—, representa un oportunismo, sin duda, menos pedan-te, menos dogmático, más declamatorio y lírico, pero que no por eso de-ja de ser un oportunismo de los más nefastos, un kautskismo romanti-zado. Para explicar la actitud conciliadora frente a los grupos kautskis-

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APÉNDICES 199

tas, longuetistas, turatistas, se declara por lo general que en los países encuestión la hora de la acción revolucionaria no ha sonado todavía. Perono es justo este modo de plantear el problema. En efecto, nadie exige delos socialistas que aspiran al comunismo que fijen para una fecha inme-diata el golpe de Estado revolucionario. Pero lo que sí exige la TerceraInternacional a sus partidarios es que reconozcan, no de palabra, sinode obra, que la humanidad civilizada ha entrado en un período revolu-cionario, que todos los países capitalistas van camino de inmensas con-mociones y de la guerra de clases franca, y que la misión de los repre-sentantes revolucionarios del proletariado consiste en preparar para es-ta guerra inevitable, muy próxima, la provisión de ideas necesaria y lasorganizaciones que han de servir de puntos de apoyo. Los internacio-nalistas que creen posible colaborar hoy todavía con Kautsky, Longuety Turati, dirigir con ellos las masas obreras, renuncian por eso mismo ala preparación —en el campo de las ideas y de la organización— delalzamiento armado del proletariado, lo mismo si este alzamiento ha deser próximo o lejano, ha de ser cosa de años o de meses. Para que el alza-miento de las masas proletarias no se pierda en tardías buscas de un ca-mino, de una dirección, es menester que la multitud de los proletariosconozca desde ahora en su totalidad las tareas que le incumben y la ab-soluta oposición que existe entre estas tareas y las distintas formas dekautskismo y aliancismo oportunista. La izquierda verdaderamente re-volucionaria, es decir, comunista, debe oponerse ante las masas a todoslos grupos vacilantes y de doble actitud de teóricos, abogados, tenoresde la pasividad, fortificando sin descanso sus posiciones, en el campode las ideas primero, luego en el de la organización legal, semilegal o ex-clusivamente clandestina. La hora de la ruptura formal con los kauts-kistas reconocidos y disimulados, o la hora de su exclusión del partidoobrero, debe estar naturalmente determinada por consideraciones deoportunidad en función de la situación; pero toda la política de los co-munistas verdaderos debe tender a este fin: la ruptura final.

Por eso me parece que este libro, aunque no sale a su debido tiem-po —con gran pesar mío desde luego, si no desde mi punto de vistade autor, al menos, desde mi punto de vista de comunista—, no ve laluz, con todo, demasiado tarde.

L. Trotsky, junio de 1920.

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II. Francia en la encrucijada

Este libro está dedicado al esclarecimiento de los métodos de la polí-tica revolucionaria del proletariado de nuestra época. El discurso tie-ne un carácter polémico, como la propia política revolucionaria. Alllegar a las masas oprimidas, la polémica contra la clase dominante setransforma, en un momento dado, en revolución.

Comprender claramente la naturaleza social de la sociedad mo-derna, de su Estado, de su Derecho, de su ideología, constituye elfundamento teórico de la política revolucionaria. La burguesía operapor abstracciones (“nación”, “patria”, “democracia”) para camuflarla explotación, que es la base de su dominación. Le Temps, uno de losperiódicos más despreciables del universo, enseña diariamente a lasmasas populares francesas el patriotismo y el desinterés. Sin embar-go, para nadie es un secreto que el desinterés de Le Temps se valorasegún una tarifa internacional bien determinada.

E1 primer acto de política revolucionaria es desenmascarar las fic-ciones burguesas que intoxican el sentimiento de las masas po-pulares. Tales ficciones se hacen particularmente dañinas cuando seamalgaman con las ideas de “socialismo” y de “revolución”. Hoy,más que en cualquier otro momento, los fabricantes de este tipo deamalgamas son los que marcan la tónica en las organizaciones obre-ras francesas.

La primera edición de esta obra ejerció cierta influencia en la for-mación del partido comunista francés: el autor ha recibido de ellomuchos testimonios, cuya huella, a fin de cuentas, no será difícil deencontrar en L’Humanité hasta en 1924. Durante los doce años si-guientes se ha procedido en la Internacional Comunista —despuésde varios y febriles zigzags— a una revisión fundamental de valores:basta decir que, actualmente, esta obra figura en el índice de librosprohibidos. Por sus ideas y sus métodos, los actuales jefes del parti-

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do comunista francés (nos vemos obligados a conservar esta apela-ción, que está en completa contradicción con la realidad) no se dife-rencian en principio alguno de Kautsky, contra el que se dirige nues-tra obra; no obstante, son profundamente más ignorantes y cínicos. Elnuevo acceso de reformismo y de patriotismo que experimentan Ca-chin y compañía podría justificar por sí solo una nueva edición deeste libro. Sin embargo, hay otras razones más serias: tienen su raízen la profunda crisis prerrevolucionaria que sacude al régimen de laTercera República.

Tras dieciocho años de ausencia, el autor de esta obra ha tenido laposibilidad de pasar dos años en Francia (1933-1935), aunque comosimple observador provinciano que, además, era objeto de una es-trecha vigilancia. Durante ese período, en el departamento de Isère,donde el autor tuvo ocasión de residir, hubo un pequeño incidente,semejante a otros muchos que, sin embargo, dan la clave de toda lapolítica francesa. En un sanatorio perteneciente al Comité des Forges,un joven obrero, que estaba pendiente de una grave operación, sepermitió leer un periódico revolucionario (más exactamente: el perió-dico que ingenuamente se consideraba como revolucionario era L’-Humanité). La administración planteó este ultimátum al imprudenteenfermo y, seguidamente, a otros cuatro enfermos que compartíansus simpatías: o renunciaban a recibir publicaciones indeseables o losponían en la calle. Por más que los enfermos señalaron que en el sa-natorio se les entregaba a una propaganda clerical y reaccionaria,aquello no hizo, evidentemente, efecto alguno. Como se trataba desimples obreros, que no se juzgaban ni mandatos parlamentarios nicarteras ministeriales, sino simplemente su salud y su vida, el ultimá-tum no resultó: cinco enfermos, a uno de los cuales acababan de ope-rarle la víscera, fueron puestos a la puerta del sanatorio. Grenoble te-nía entonces un ayuntamiento socialista que presidía el doctor Mar-tin, uno de esos burgueses conservadores que generalmente marcanla tónica en el partido socialista y cuyo representante perfecto esLeón Blum. Los obreros expulsados trataron de encontrar defensa enel alcalde. En vano, a pesar de su insistencia, sus cartas, sus gestiones,ni siquiera los recibieron. Se dirigieron al periódico local de izquier-das, La Dépêche, donde radicales y socialistas forman una alianza in-disoluble. Al saber que se trataba del sanatorio del Comité des Forges,el director del periódico se negó categóricamente a intervenir: todo lo

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que quieran, pero eso no. Por su imprudencia hacia esa poderosaorganización, La Dépêche ya se quedó una vez sin publicidad, y porello sufrió una pérdida de 20.000 francos. A diferencia de los prole-tarios, el director del periódico de izquierdas, así como el alcalde, te-nían algo que perder: de ese modo renunciaron a una lucha desigual,abandonando a los obreros, con los intestinos y los riñones enfermos,a su propia suerte.

Una o dos veces por semana, el alcalde socialista, agitando vagosrecuerdos de juventud, da un discurso para celebrar las ventajas delsocialismo sobre el capitalismo. Durante las elecciones, La Dépêcheapoya al alcalde y a su partido. Todo va a pedir de boca. El Comitédes Forges mira con una tolerancia completamente liberal ese tipo desocialismo, que no causa el menor prejuicio a los intereses materia-les del capital. ¡Con 20.000 francos de publicidad al año (¡qué bara-to cuestan esos caballeros!), los feudales de la industria pesada y dela banca tienen prácticamente a su disposición un gran periódico dealianza! Y no solamente ese periódico: naturalmente, el Comité desForges tiene bastantes medios, directos o indirectos, para obrar so-bre los señores alcaldes, senadores, diputados, incluidos los alcal-des, los senadores y los diputados socialistas. Toda la Francia oficialestá situada bajo la dictadura del capital financiero. En el dicciona-rio Larousse, ese sistema se designa con el nombre de “Repúblicademocrática”.

Los señores diputados de izquierdas y los periodistas, no sólo deIsère, sino de todos los departamentos de Francia, creían que su pa-cífica cohabitación con la reacción no tendría fin. Se equivocaban.Carcomida desde mucho tiempo atrás, la democracia sintió repenti-namente el cañón de un revólver sobre su sien. Al igual que los arma-mentos de Hitler —violento acto material— produjeron una verdade-ra revolución en las relaciones entre los Estados, demostrando la va-nidad y el carácter ilusorio de lo que se ha venido en llamar el“derecho internacional”, del mismo modo las bandas armadas del co-ronel De la Rocque han perturbado las relaciones internas de Francia,obligando a reorganizarse a todos los partidos sin excepción, a limi-tarse y a reagruparse.

Federico Engels escribió un día que el Estado, incluida la Re-pública democrática, son bandas armadas para la defensa de la pro-piedad; todo lo demás sólo sirve para adornar o enmascarar ese he-

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cho. Los elocuentes defensores del “Derecho”, del tipo de Herriot ode Blum, se han sublevado siempre por ese cinismo. Pero Hitler, lomismo que De la Rocque, cada uno en su esfera, han demostrado denuevo que Engels tenía razón.

A principios de 1934, Daladier era presidente del Consejo por lavoluntad del sufragio universal directo y secreto: llevaba la soberaníanacional en el bolsillo, con el moquero. Pero, desde que las bandas deDe la Rocque, de Maurras y compañía demostraron que tenían la au-dacia de disparar tiros de revólver y de rajar las corvas de los caba-llos de la policía, Daladier y su soberanía dieron paso a la inválidapolítica que designaron los jefes de tales bandas. Este hecho tiene in-finitamente más importancia que todas las estadísticas electorales, yno puede borrarse de la reciente historia de Francia, pues es una in-dicación para el futuro.

Es cierto que cualquier grupo armado de revólveres no puede mo-dificar en cualquier momento la orientación política de un país. Sólolas bandas armadas que son órganos de determinadas clases pueden,en ciertas circunstancias, desempeñar un papel decisivo. El coronelDe la Rocque y sus partidarios quieren garantizar el “orden” contralas conmociones. Y como en Francia “orden” significa dominio delcapital financiero sobre la pequeña y media burguesía, y dominio delconjunto de la burguesía sobre el proletariado y las capas socialescercanas a él, las tropas de De la Rocque son, simplemente, bandasarmadas del capital financiero.

Esta idea no es nueva. Incluso se la puede encontrar frecuente-mente en Le Populaire y L’Humanité, aunque no hayan sido los prime-ros en formularla. Sin embargo, esas publicaciones sólo dicen mediaverdad. La otra media, no menos importante, es que Herriot y Dala-dier, con sus partidarios, son también un agente del capital financie-ro; de otro modo, los radicales no habrían podido ser el partido gu-bernamental de Francia durante decenas de años. Si no se quiere ju-gar al escondite, es preciso decir que De la Rocque y Daladiertrabajan para el mismo patrón. Evidentemente, esto no significa queentre ellos y sus métodos haya una identidad completa. Muy al con-trario. Se hacen una guerra encarnizada, como dos agentes especia-lizados que poseen, cada uno, el secreto de la salvación. Daladierpromete mantener el orden por medio de la misma democracia tri-color. De la Rocque considera que debe barrerse el parlamentarismo

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caduco en favor de una dictadura militar y policial declarada. Losmétodos políticos son antagonistas, pero los intereses sociales sonlos mismos.

La decadencia del sistema capitalista, su incurable crisis, su des-composición, forman la base histórica del antagonismo que existe en-tre De la Rocque y Daladier (tomamos estos dos nombres únicamen-te para facilitar la exposición). A pesar de los incesantes progresos dela técnica y de los notables resultados de ciertas ramas industriales,el capitalismo, en conjunto, frena el desarrollo de las fuerzas produc-tivas, lo que determina una inestabilidad extrema de las relacionessociales e internacionales. La democracia parlamentaria está íntima-mente vinculada a la época de la libre concurrencia v de la libertadde comercio internacional. La burguesía pudo tolerar el derecho dehuelga, de reunión, la libertad de prensa mientras las fuerzas produc-tivas estuvieron en plena ascensión, mientras se ensancharon las sa-lidas, mientras el bienestar de las masas populares, aunque restringi-do, se incrementaba, y mientras las naciones capitalistas pudieron vi-vir y dejar vivir a las otras. Pero hoy, no. La época imperialista secaracteriza, haciendo abstracción de la Unión Soviética, por un estan-camiento y una disminución de la renta nacional, por una crisis agra-ria crónica y un paro orgánico. Esos fenómenos internos son inheren-tes a la fase actual del capitalismo como la gota y la esclerosis a unadeterminada edad del individuo. Querer explicar el caos económicomundial a través de las consecuencias de la última guerra es darprueba de un espíritu desesperadamente superficial, a la manera delseñor Caillaux, del conde Sforza y otros. La guerra no fue sino unatentativa de los países capitalistas de que el crac, que amenazaba des-de aquel momento, recayera sobre la espalda del adversario. La ten-tativa fracasó. La guerra no hizo sino agravar las señales de descom-posición, cuya ulterior acentuación prepara una nueva guerra.

Por malas que sean las estadísticas económicas de Francia, que, in-tencionalmente, ocultan con el silencio los antagonismos de clase, nopueden disimular los signos manifiestos de descomposición social.Paralelamente a la disminución de la renta nacional, a la caída verda-deramente desastrosa del producto del campo, a la ruina de la gentehumilde de las ciudades, al incremento del paro, las empresas gigan-tes, al tener una cifra de negocios anual de 100 a 200 millones e inclu-so más, hacen brillantes beneficios. El capitalismo financiero, en toda

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la acepción del término, chupa la sangre del pueblo francés. Tal es labase social de la ideología y de la política de la “unión nacional”.

En el proceso de descomposición son posibles, léase inevitables,suavizaciones y mejoras; pero, por la conjetura, guardarían un ca-rácter estrictamente condicional. En cuanto a la tendencia general denuestra época, sitúa a Francia, así como a muchos otros países, anteesta alternativa: o el proletariado destruye el orden burgués, profun-damente gangrenado, o el capital, con vistas a su propio manteni-miento, reemplaza la democracia por el fascismo. ¡Por cuánto tiem-po! La suerte de Mussolini y de Hitler responderá a esta cuestión.

El 6 de febrero de 1934, bajo orden directa de la Bolsa, los fascis-tas se apoderaron de los bancos y de los trusts. Por esas mismas po-siciones de mando, Daladier se vio obligado a entregar el poder aDoumergue. Y si el ministro radical, presidente del Consejo, capituló—con la pusilanimidad que caracteriza a los radicales—, fue porquereconoció a las tropas de su propio patrón en las bandas De la Roc-que. Dicho de otra manera: Daladier, ministro soberano, cedió el po-der a Doumergue por la misma razón que el director de La Dépêche yel alcalde de Grenoble se negaron a denunciar la odiosa crueldad delos agentes del Comité des Forges.

Sin embargo, el paso de la democracia al fascismo lleva consigoriesgos de conmociones sociales. De ahí las vacilaciones y los des-acuerdos tácticos que se observan en las altas esferas de la burguesía.Todos los magnates del capital son partidarios de que se siga refor-zando a las bandas armadas, que podrían constituir una saludable re-serva a la hora del peligro. ¿Pero qué lugar hay que conceder, desdeahora, a esas bandas? ¿Debe permitirse que pasen al ataque inmedia-tamente o conservarlas a la expectativa como medio de intimidación?Cuestiones que aún no se han resuelto. El capital financiero ya nocree que los radicales puedan arrastrar tras ellos a las masas de la pe-queña burguesía y de mantener al proletariado, por la presión deesas masas, en los límites de la disciplina “democrática”. Pero tampo-co cree que las organizaciones fascistas, que todavía carecen de unaverdadera base de masas, sean capaces de apoderarse del poder y deestablecer un régimen fuerte.

Lo que ha hecho comprender a los dirigentes de la galería la nece-sidad de ser prudentes no es la retórica parlamentaria, sino la rebe-lión de los obreros, la tentativa de huelga, sofocada, no obstante, des-

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de el principio por la burocracia de Jouhaux, y posteriormente lasagitaciones locales (Tulón, Brest). Una vez que se llamó un poco al or-den a los fascistas, los radicales respiraron más libremente. El Temps,que en una serie de artículos ya había encontrado el medio de ofrecersu mano y su corazón a la “generación joven”, volvió a descubrir lasventajas del régimen liberal, apropiado, según él, al carácter francés.De ese modo se estableció un régimen inestable, transitorio, bastardo,no ya apropiado al carácter de Francia, sino al declive de la TerceraRepública. En este régimen, los rasgos que aparecen con más claridadson los bonapartistas: independencia del Gobierno respecto a parti-dos y programas, liquidación del poder legislativo a través de los ple-nos poderes; el Gobierno no se sitúa por encima de las facciones enlucha, es decir, efectivamente por encima de la nación, para desem-peñar el papel de “árbitro”. Los ministerios Doumergue, Fladin, La-val, los tres con la indefectible participación de los radicales humilla-dos y comprometidos, han representado pequeñas variantes sobre unsolo y mismo tema.

Cuando se constituyó el ministerio Sarraut, León Blum, cuyaperspicacia tiene dos dimensiones en lugar de tres, anunció: “Losúltimos efectos del 6 de febrero se destruyen en el plano parlamenta-rio” (Populaire, 2 de febrero de 1936). ¡Es lo que se llama pintar lasombra de una carroza con la sombra de un pincel! ¡Como si se pu-diera suprimir, “en el plano parlamentario”, la presión de las bandasarmadas del capital financiero! ¡Como si Sarraut pudiera no sentiresa presión y temblar ante ella! En realidad, el Gobierno Sarraut-Flandin es una variedad de ese mismo “bonapartismo” se-miparlamentario, aunque ligeramente inclinado a la “izquierda”. Elpropio Sarraut, al rechazar la acusación de que tomase medidas ar-bitrarias, contestó al Parlamento que no se podía hacer mejor: “Simis medidas son arbitrarias, es porque quiero ser árbitro. Ese aforis-mo no hubiera estado fuera de lugar en labios de Napoleón III. Sa-rraut se siente no ya el mandatario de un determinado partido o deun bloque de partidos en el poder, como mandan las reglas del par-lamentarismo, sino un árbitro por encima de las clases y de los par-tidos, como mandan las leyes del bonapartismo.

E1 agravamiento de la lucha de clases y, sobre todo, la entrada enescena de las bandas armadas de la reacción no han dejado de revo-lucionar las organizaciones obreras. El partido socialista, que desem-

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peña apaciblemente el papel de la quinta rueda en la carreta de laTercera República, se vio obligado a renegar a medias de su tradiciónasociacionista e incluso a romper con su ala derecha (neosocs). Almismo tiempo, los comunistas llevaron a cabo la evolución contraria,pero a una escala infinitamente más amplia. Durante años, esos seño-res soñaron con barricadas, con la conquista de la calle, etc. (ese sue-ño realmente tenía, sobre todo, un carácter literario). Tras el 6 de fe-brero, al comprender que el asunto era serio, los artesanos de las ba-rricadas se echaron a la derecha. Reflejo espontáneo de aquelloscharlatanes amedrentados que coincidió de modo sorprendente conla nueva orientación de la diplomacia soviética.

Ante el peligro que representa la Alemania hitleriana, la políticadel Kremlin se volvió hacia Francia. ¡Statu quo en las relaciones inter-nacionales! ¡Statu quo en el régimen interior de Francia! ¿Esperanzasde revolución socialista? ¡Quimeras! Los medios dirigentes del Krem-lin sólo hablan con desprecio del comunismo francés. Por tanto, hayque conservar lo que existe para no ir peor. Como en Francia no seconcibe democracia parlamentaria sin los radicales, hagamos de ma-nera que los socialistas los apoyen; ordenemos a los comunistas queno entorpezcan el bloque Blum-Herriot; si es posible, hagamos queellos mismos entren en ese bloque. ¡Ni conmociones ni amenazas! Tales la orientación del Kremlin.

Cuando Stalin renuncia a la revolución mundial, los partidos bur-gueses franceses no quieren creerle. ¡Muy mal hecho! Evidentemente,en política, una confianza ciega no es virtud superior. Pero no es pre-ferible una desconfianza ciega. Hay que saber confrontar las palabrascon los actos y discernir la tendencia general de la evolución para va-rios años. La política de Stalin, que está determinada por los interesesde la burocracia soviética privilegiada, ha llegado a ser profundamen-te conservadora. La burguesía francesa tiene motivos para confiar enStalin. El proletariado tiene otras tantas razones para desconfiar.

En el congreso unitario de Toulouse, el “comunista” Racamonddio una fórmula, digna de pasar a la posteridad, de la política delFrente Popular: “¿Cómo vencer la timidez del partido radical?”¿Cómo vencer el miedo que la burguesía tiene del proletariado? Muysencillo: los terribles revolucionarios deben arrojar el cuchillo queapretaban entre los dientes, darse crema en los cabellos y adoptar lasonrisa de la odalisca más encantadora; el último estilo de Vaillant-

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Couturier sería el prototipo de esto. Bajo la presión de los “comunis-tas” con crema, que con todas sus fuerzas empujaban hacia la dere-cha a los socialistas, que evolucionaban hacia izquierda, Blum debiócambiar una vez más de orientación. Afortunadamente, lo hizo en elsentido habitual. Así se forma el Frente Popular: compañía de segu-ros de radicales en quiebra, a expensas del capital de las organizacio-nes obreras.

El radicalismo es inseparable de la francmasonería. Lo que es de-cir todo. Cuando se llevaron a cabo los debates en la Cámara de Di-putados sobre las Ligas, el señor Xavier Vallat recordó que, en unaépoca, Trotsky “prohibió” a los comunistas que se adhirieran a las lo-gias masónicas. El señor Jammy Schmidt, que, según parece, es unaautoridad en la materia, se apresuró a explicar esa prohibición por laincompatibilidad del bolchevismo despótico con el “espíritu de liber-tad”. No vemos la necesidad de abrir una polémica sobre este temacon el diputado radical. Pero, actualmente, seguimos considerandoque el representante obrero que busca inspiración o consuelo en la in-sípida religión masónica de la colaboración entre las clases no mere-ce la menor desconfianza. No es casualidad que se haya completadola Alianza por una amplia participación de los socialistas en las logiasmasónicas. Pero para los comunistas arrepentidos ha llegado el mo-mento de ponerse el mandil de francmasón. Con mandil, después detodo, a los compañeros recién iniciados les será más cómodo servir alos viejos patronos de la Alianza.

No sin indignación, nos dicen que el Frente Popular no es unaalianza en absoluto, sino un movimiento de masas. Desde luego, nofaltan las definiciones pomposas, pero no cambian nada las cosas. Elobjetivo de la Alianza ha sido siempre frenar el movimiento de ma-sas, orientándolo hacia la colaboración entre las clases. El Frente Po-pular tiene exactamente el mismo objetivo. Su diferencia —y es deenvergadura— es que la Alianza tradicional se ha aplicado en épocasde estabilidad y de calma del régimen parlamentario. Pero hoy, cuan-do las masas están impacientes y dispuestas a estallar, se ha hecho in-dispensable un freno más sólido, con la participación de los “comu-nistas”. Los mítines comunes, los séquitos aparatosos, los juramen-tos, la unión de la bandera de la Comuna con la bandera de Versalles,el alboroto, la demagogia, sólo tienen un objeto: contener y desmora-lizar al movimiento de masas.

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Para justificarse ante las derechas, Sarraut declaró en la Cámaraque sus inofensivas concesiones al Frente Popular sólo constituían laválvula de seguridad del régimen. Esa franqueza podría haber pareci-do imprudente. Pero la extrema izquierda la cubrió de aplausos. Portanto, Sarraut no tenía razón alguna para molestarse. De todas mane-ras, quizá sin quererlo, logró dar una definición del Frente Popular:una válvula de seguridad contra el movimiento de masas. ¡En gene-ral, el señor Sarraut tiene buena mano para los aforismos!

La política exterior es la continuación de la política interior. Alabandonar completamente el punto de vista del proletariado, Blum,Cachin y compañía adoptan —bajo la máscara de la “seguridad co-lectiva” y del “derecho internacional”— el punto de vista del impe-rialismo nacional. Preparan la misma política de abdicación y de ba-jeza que la que siguieron de 1914 a 1918, añadiendo solamente: “Parala defensa de la URSS”. Sin embargo, de 1918 a 1923, cuando la diplo-macia soviética se vio frecuentemente obligada a andar con rodeos ya aprobar acuerdos, a ninguna sección de la Internacional Comunis-ta se le pasó por la cabeza que pudiera formar un bloque con la bur-guesía. ¿No es esto, por sí mismo, una prueba suficiente de la since-ridad de Stalin cuando rechaza la revolución mundial?

Por las mismas razones con que los actuales jefes de la Interna-cional Comunista se pegaron a los pechos de la “democracia” en el pe-ríodo de su agonía, éstos descubren el radiante rostro de la Sociedadde Naciones cuando ésta ya tiene el estertor de la muerte. De estemodo se ha creado una plataforma común de política exterior entrelos radicales de la Unión Soviética. El programa interino del FrentePopular es un conglomerado de lugares comunes que permiten unainterpretación tan libre como el Covenant [pacto] de Ginebra. El sen-tido general del programa es éste: nada de cambio. Ahora bien, lasmasas quieren cambio, y en eso reside el fondo de la crisis política.

Al desarmar políticamente al proletariado, los Blum, Paul Faure,Cachin, Thorez, ante todo procuran que no se arme físicamente. Lapropaganda de estos señores no se diferencia de los sermones re-ligiosos sobre la superioridad de los principios morales. Engels, queenseñaba que la posesión del poder del Estado es una cuestión debandas armadas, y Marx, que consideraba a la insurrección como unarte, les parecen a los actuales diputados, senadores y alcaldes delFrente Popular, salvajes de la Edad Media. El Populaire ha mostrado

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por centésima vez un dibujo que representaba a un obrero desarma-do, con esta leyenda: “Comprenderá usted que nuestros puños des-nudos son más sólidos que todas sus porras ¡Qué espléndido despre-cio hacia la técnica militar! A este respecto, el propio Negus tiene ide-as más avanzadas. Para esa gente, los golpes de Estado en Italia, enAlemania o en Austria no existen. ¿Dejarán de alabar a los “puñosdesnudos” cuando De la Rocque les ponga las esposas? ¡Se llega casia sentir, por un momento, que no se puede hacer pasar esa experien-cia a los señores jefes sin que las masas tengan que sufrir!

Considerado bajo el ángulo del régimen burgués, el Frente Po-pular es un episodio de la rivalidad entre el radicalismo y el fascismopara conseguir la atención y los favores del gran capital. Al fraterni-zar de una manera teatral con los socialistas y los comunistas, los ra-dicales quieren demostrar al patrón que el régimen no está tan enfer-mo como pretenden las derechas; que se exagera el peligro de revo-lución; que el propio Vaillant-Couturier ha cambiado su cuchillo porun collar; que, a través de los “revolucionarios” domesticados, sepuede disciplinar a las masas obreras y, en consecuencia, salvar de lacaída al sistema parlamentario.

Sin embargo, todos los radicales no creen en esa maniobra; losmás serios y los más influyentes, con Herriot a la cabeza, prefierenadoptar una actitud de espera. Pero, a fin de cuentas, ellos mismos nopueden proponer otra cosa. La crisis del parlamentarismo es, antetodo, una crisis de confianza del elector respecto al radicalismo.

Mientras no se descubra el medio de rejuvenecer el capitalismo nohabrá una receta para salvar al partido radical. Este sólo puede elegirentre diversas formas de muerte política. Un éxito relativo en las pró-ximas elecciones no impedirá, e incluso no retrasará por mucho tiem-po, su hundimiento.

Los jefes del partido socialista, los políticos más indiferentes deFrancia, no se preocupan de la sociología del Frente Popular: nadiepuede sacar nada interesante de los interminables monólogos de LeónBlum. En cuanto a los comunistas, que están extraordinariamente or-gullosos de haber tomado la iniciativa de la colaboración con la bur-guesía, presentan al Frente Popular como la alianza del proletariado conlas clases medias. ¡Qué parodia del marxismo! No, el partido radical noes el partido de la pequeña burguesía. Ya no es un “bloque de la me-dia y de la pequeña burguesía”, según la absurda definición de Prav-

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da. La media burguesía no solamente explota a la pequeña burguesía,tanto en el plano económico como en el político, sino que ella mismaes un agente del capital financiero. Designar a las relaciones políticasjerárquicas basadas en la explotación bajo el término neutro de “blo-que” es mofarse de la realidad. Un jinete no es un bloque entre elhombre y el caballo. Si el partido de Herriot y Daladier tiene sus raí-ces en las masas pequeñoburguesas y, en cierta medida, hasta en losmedios obreros, es únicamente con el fin de embaucarlos en interésdel régimen capitalista. Los radicales son el partido democrático delimperialismo francés; cualquier otra definición es una trampa.

Al arrebatarles los medios tradicionales que les permitía ador-mecer a la pequeña burguesía, la crisis del sistema capitalista desar-ma a los radicales. Las “clases medias” empiezan a sentir, si no acomprender, que la situación no se salvará a través de miserables re-formas, y que se ha hecho necesaria una audaz reestructuración delrégimen actual. Pero radicalismo y audacia armonizan como el aguay el fuego. El fascismo se alimenta, sobre todo, de la creciente descon-fianza de la pequeña burguesía hacia el radicalismo. Sin exagerar,puede decirse que la suerte política de Francia no tardará en decidir-se, en gran parte, según la manera en que se liquide el radicalismo ysegún le suceda el fascismo o el partido del proletariado, es decir, suinfluencia sobre las masas pequeñoburguesas.

Un principio elemental de la estrategia marxista es que la alianzadel proletariado con la gente humilde de las ciudades y del campodebe realizarse únicamente dentro de una lucha indomable contra larepresentación parlamentaria tradicional de la pequeña burguesía.Para atraer al campesino hacia el obrero hay que apartarle del políti-co radical que le somete al capital financiero. Contrariamente a esto,el Frente Popular, confabulación de la burocracia obrera con los peo-res explotadores políticos de las clases medias, es simplemente sus-ceptible de matar la fe de las masas en los métodos revolucionarios yarrojarlas en los brazos de la contrarrevolución fascista.

Cualquiera que sea la dificultad que haya en creerlo, no es menoscierto que algunos cínicos tratan de justificar la política del Frente Po-pular refiriéndose a Lenin, que, según parece, demostró que no sepuede prescindir de “compromisos” y, especialmente, de acuerdoscon otros partidos. Para los jefes de la Internacional Comunista dehoy, ultrajar a Lenin se ha convertido en una norma; pisotean la doc-

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trina del fundador del partido bolchevique y, seguidamente, van aMoscú a inclinarse ante su mausoleo.

Lenin comenzó su tarea en la Rusia zarista, donde no solamentecombatían al antiguo régimen los obreros, los campesinos y los inte-lectuales, sino también muchos burgueses. Si se pudiera justificar deuna manera general la política del Frente Popular, parece que sería,ante todo, en un país que aún no hubiera hecho su revolución bur-guesa. Los señores falsificadores harían bien en indicar en qué fase,en qué momento y en qué circunstancias ha realizado el partido bol-chevique un simulacro de Frente Popular en Rusia. ¡Que hagan tra-bajar a sus meninges y que escarben en los documentos históricos!

Los bolcheviques adoptaron acuerdos de orden práctico con lasorganizaciones revolucionarias pequeñoburguesas para la distribu-ción clandestina en común de escritos revolucionarios, a veces parala organización en común de una manifestación callejera o para re-plicar a las bandas de pogromistas. Cuando se realizaron las elec-ciones a la Duma, recurrieron en ciertas circunstancias, y en la segun-da vuelta, a bloques electorales con los mencheviques o con los socia-listas revolucionarios. Esto es todo. Ni “programas” comunes, niorganismos permanentes, ni renuncia a criticar a los aliados del mo-mento. Este tipo de acuerdos y de compromisos episódicos, estricta-mente limitados a fines precisos —Lenin no pensaba en otros—, notiene nada en común con el Frente Popular, que representa un con-glomerado de organizadores heterogéneos, una alianza duradera declases diferentes, vinculadas por todo un período —¡y qué período!—, por una política y un programa comunes, por una política de osten-tación, de declamación y de pólvora en los ojos. A la primera dificul-tad seria, el Frente Popular se romperá y todas sus partes constituti-vas surgirán con profundas resquebrajaduras. La política del FrentePopular es una política de traición.

La norma del bolchevismo, en lo que concierne a los bloques, erala siguiente: ¡Marchar separados, combatir juntos! La norma de los jefesde la Internacional Comunista de hoy es ésta: Marchar para ser venci-dos separadamente. Que estos señores se aferren a Stalin y a Dimitrov,pero que se las arreglen para dejar a Lenin en paz.

Es imposible dejar de indignarse cuando se leen las declaracio-nes de los jactanciosos jefes que pretenden que el Frente Popular ha“salvado” a Francia del fascismo; en realidad, eso significa sim-

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plemente que nuestros amedrentados héroes se han salvado de unespanto mayor por sus estímulos mutuos. ¿Por cuánto tiempo? En-tre el primer levantamiento de Hitler y su llegada al poder han pa-sado diez años marcados por alternativas de flujo y reflujo. En suépoca, los Blum y los Cachin alemanes proclamaron innumerablesveces su “victoria” sobre el nacional socialismo. No los creímos y nonos equivocamos. Sin embargo, esa experiencia no ha enseñadonada a los compadres franceses de Wels y de Thaelmann. Desdeluego, en Alemania, los comunistas no participaron en el Frente Po-pular, que agrupaba a la socialdemocracia, a la burguesía de iz-quierdas y al Centro católico (“¡alianza del proletariado con las cla-ses medias!”). En aquel tiempo, la Internacional comunista re-chazaba incluso los acuerdos de combate entre organizacionesobreras contra el fascismo. Se conocen los resultados. Nuestra máscalurosa simpatía para Thaelmann, en tanto que, prisionero de losverdugos, no impide que digamos que su política, es decir, la po-lítica de Stalin, ha hecho más por la victoria de Hitler que la políticadel propio Hitler. Al cambiarse la chaqueta, la Internacional Comu-nista aplica hoy, en Francia, la política suficientemente conocida dela socialdemocracia alemana. ¿Es verdaderamente tan difícil preversus resultados?

Cualquiera que sean sus resultados, las próximas elecciones par-lamentarias no aportarán, por sí mismas, cambios serios en la situa-ción; en definitiva, se invita a los electores a que escojan entre un ár-bitro tipo Laval y un árbitro tipo Herriot-Daladier. Pero como Herriotha colaborado tranquilamente con Laval y como Daladier los ha apo-yado a ambos, la diferencia que los separa es insignificante si se laconsidera a escala de los problemas históricos que se plantean.

Creer que Herriot-Daladier son capaces de declarar la guerra alas “doscientas familias” que gobiernan Francia es engañar cínica-mente al pueblo. Las doscientas familias no están suspendidas entreel cielo y la tierra; constituyen la realización orgánica del sistema delcapital financiero. Para vencer las doscientas familias hay que derri-bar el régimen económico y político, en cuyo mantenimiento Herrioty Daladier no están menos interesados que Tardieu y De la Rocque.No se trata de la lucha de la “nación” contra algunos “feudales”, talcomo lo presenta L’Humanité, sino de la lucha del proletariado con-tra la burguesía, de la lucha de clase, que sólo puede zanjarse por la

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revolución. En esa vía, la confabulación antiobrera de los jefes delFrente Popular se ha convertido en el principal obstáculo.

No puede decirse de antemano cuánto tiempo seguirán sucedién-dose en Francia los ministerios semiparlamentarios, semibonapar-tistas, y por qué fases precisas pasará el país durante el próximo pe-ríodo. Eso dependerá de la coyuntura económica nacional y mundial,de la atmósfera internacional, de la situación en la URSS, del gradode estabilidad del fascismo italiano y alemán, de la marcha de losacontecimientos en España y, en fin —sin que sea el factor menos im-portante—, de la clarividencia y de la actividad de los elementosavanzados del proletariado francés. Las crisis del franco pueden pre-cipitar el desenlace. Una cooperación más estrecha de Francia e Ingla-terra podría retrasarlo. De todas maneras, la agonía de la “democra-cia” puede durar en Francia mucho más tiempo que duró en Alema-nia el período prefascista Brüning-Papen-Schleicher; pero no dejarápor eso de ser una agonía. La democracia será barrida. La cuestión esúnicamente saber quién la barrerá.

La lucha contra las “doscientas familias”, contra el fascismo y laguerra —por la paz, el pan, la libertad y otras cosas hermosas— es ouna trampa o una lucha para derribar el capitalismo. Ante los trabaja-dores franceses, el problema de la conquista revolucionaria del poderse plantea no como objetivo lejano, sino como una tarea del períodoque se abre. Ahora bien, los jefes socialistas y comunistas no sólo seniegan a proceder a la movilización revolucionaria, sino que se opo-nen a ello con todas sus fuerzas. Al mismo tiempo que fraternizancon la burguesía, acosan y expulsan a los bolcheviques. ¡Tal es la vio-lencia de su odio a la revolución y el miedo que ésta les inspira! Enesta situación, el peor papel lo desempeñan los pseudorrevoluciona-rios del tipo de Marceau Pivert, que prometen derribar a la burgue-sía, ¡pero no sin el permiso de León Blum!

Durante los doce últimos años, toda la marcha del movimientoobrero francés ha puesto a la orden del día la necesidad de crear unnuevo partido revolucionario.

Pretender adivinar si los acontecimientos van a dejar “suficiente”tiempo para formar el nuevo partido es entregarse a la más estéril delas ocupaciones. En lo que respecta a posibilidades diversas, a las for-mas de transición, a las etapas, a las aceleraciones y a los atrasos, losrecursos de la historia son inagotables. Bajo el imperio de las dificul-

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tades económicas, el fascismo puede tomar la ofensiva prematura-mente y sufrir una derrota. De ello resultaría una tregua duradera.Por el contrario, puede adoptar durante mucho tiempo, por pruden-cia, una actitud de espera y brindar, por esa razón, nuevas oportuni-dades a las organizaciones revolucionarias. E1 Frente Popular puederomperse bajo estas contradicciones, antes de que el fascismo sea ca-paz de librar una batalla general: de esto se seguiría un período de re-agrupamientos y escisiones en los partidos obreros y una rápida cris-talización de una vanguardia revolucionaria. Según el ejemplo de Tu-lón y Brest, los movimientos espontáneos de masas pueden tomargran amplitud y crear un punto de apoyo seguro para la palanca re-volucionaria. Finalmente, incluso una victoria del fascismo en Fran-cia, lo que no es imposible teóricamente, no quiere decir que perma-necería en el poder mil años, tal como anuncia Hitler, ni que esa vic-toria le otorgaría un período como el atribuido a Mussolini. Si, enItalia o en Alemania, comenzara el crepúsculo del fascismo, no tarda-ría en extenderse a Francia. En la hipótesis menos favorable, cons-truir un partido revolucionario es precipitar la hora de la revancha.Los sabios que se desentienden de esta urgente tarea, pretendiendoque las “condiciones no están maduras”, no hacen sino demostrarque ellos mismos no están maduros para esas condiciones.

En cierto sentido, los marxistas franceses, como los de todos lospaíses, deben comenzar de nuevo, pero a un nivel histórico infinita-mente más elevado que sus predecesores. La caída de la Internacio-nal Comunista, más vergonzosa que la caída de la socialdemocraciaen 1914, obstaculiza considerablemente, al principio, la marcha haciaadelante. El reclutamiento de nuevos cuadros se hace con lentituddurante una lucha cruel en la clase obrera contra el frente unido de laburocracia reaccionaria y patriota. Por otro lado, tales dificultades,que caen sobre el proletariado por casualidad, constituyen un factorimportante para una buena selección y un sólido temple de las pri-meras falanges del nuevo partido y de la nueva Internacional.

Antes de la revolución de octubre, sólo una ínfima parte de loscuadros de la Internacional Comunista habían comenzado su educa-ción revolucionaria a principios de la guerra. Todos ellos, casi sin ex-cepción, se encuentran actualmente fuera de la Tercera Internacional.La hornada siguiente se adhirió a la revolución de octubre cuandoésta ya había triunfado: era más fácil. Pero de esta segunda hornada

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sólo queda poco. La mayoría de los actuales cuadros de la Internacio-nal Comunista se ha adherido no ya al programa bolchevique, no yaa la bandera revolucionaria, sino a la burocracia soviética. No son lu-chadores, sino dóciles funcionarios, ayudantes de campo, botones.De ahí viene que la Tercera Internacional se descomponga de unamanera tan poco gloriosa en una situación histórica rica en grandio-sas posibilidades revolucionarias.

La Cuarta Internacional se levanta sobre los hombros de sus tresantecesores. Recibe golpes de frente, de lado y por detrás. Los tre-padores, los cobardes y los filisteos no tienen nada que hacer en susfilas. Una parte, inevitable al principio, de sectarios y aventureros seirá yendo a medida que el movimiento vaya creciendo. Dejemos quelos pedantes y los escépticos alcen los hombros respecto a las “peque-ñas” organizaciones, que publican “pequeños” periódicos y lanzandesafíos al mundo entero. Los revolucionarios serios pasarán por sulado con desprecio. La revolución de octubre también empezó a ca-minar con zapatos de niño...

Los poderosos partidos rusos socialrevolucionario y menche-vique, que durante meses formaron un “Frente Popular” con los pe-queños, mordieron el polvo bajo los golpes de un “puñado de fanáti-cos” del bolchevismo. La socialdemocracia alemana, el partido comu-nista alemán y la socialdemocracia austriaca han encontrado unamuerte sin gloria bajo los golpes del fascismo. La época que va a em-pezar para la humanidad europea no dejará huella en el movimientoobrero de todo lo que es equívoco y corrompido. Todos los Jouhaux,Citrine, Blum, Cachin, Vandervelde y Caballero no son sino fantas-mas. Las secciones de la Segunda y Tercera Internacional abandona-rán sin ruido la escena, unas tras otras. Es inevitable un nuevo y gran-dioso reagrupamiento de las filas obreras. Los jóvenes cuadros revo-lucionarios cobrarán carne y sangre. La victoria sólo es concebiblesobre la base de los métodos bolcheviques, a la defensa de los cualesse dedica esta obra.

L. Trotsky, 28 de marzo de 1936

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III. Prefacio a la segunda edición inglesaExtractos

Este libro se escribió en 1920, en el vagón de un tren militar, en plenaguerra civil. El lector debe tener presente esta situación en la mentesi quiere hacerse una idea exacta no solamente del contenido funda-mental de la obra, sino también de sus alusiones a los acon-tecimientos de la época y, particularmente, del tono.

Bajo forma de polémica, se dirige contra Karl Kautsky. Este nom-bre dice poco a la generación joven, aunque Kautsky sea con-temporáneo nuestro: ha celebrado recientemente su ochenta aniver-sario. En la Segunda Internacional, como teórico del marxismo,Kautsky gozó de un inmenso prestigio. La guerra ha hecho aparecermuy deprisa que su marxismo era únicamente un método de inter-pretación pasiva del proceso histórico. Mientras la lucha de clasesdiscurrió entre los apacibles márgenes del parlamentarismo,Kautsky, como otros muchos, se permitió el lujo de la crítica re-volucionaria; prácticamente, aquello no comprometía a nada. Pero,cuando la guerra y la posguerra plantearon en términos categóricoslos problemas de la revolución, Kautsky tomó definitivamente posi-ción del otro lado de la barricada. Sin romper con la fraseología mar-xista, se hizo acusador de la revolución proletaria, el abogado de lapasividad y de la capitulación ante el imperialismo.

Antes de la guerra, Karl Kautsky y los jefes del Labour Party se si-tuaban, aparentemente, en los polos extremos de la Segunda In-ternacional. Nuestra generación, que representaba entonces a la ju-ventud, se sirvió muchas veces de armas sacadas del arsenal deKautsky para combatir el oportunismo de los MacDonald, Hender-son y otros. Es cierto que, en aquella época, íbamos más lejos de loque el vacilante maestro hubiera querido. Antes de la guerra, RosaLuxemburgo, que conocía a Kautsky mejor que nosotros, denunciabasu radicalismo de margarina. De todas maneras, la nueva época apor-

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tó plena claridad a la situación; Kautsky pertenece al mismo campopolítico que Henderson; si el primero continúa recurriendo a las citasde Marx, mientras que el segundo prefiere los salmos de David, esadiferencia de costumbres no obstaculiza para nada su solidaridad.

Por un objetivo de continuidad, mantengo en este libro el títulobajo el que apareció en la primera edición inglesa: Defensa del terroris-mo. Sin embargo, es preciso señalar inmediatamente que este título,que pertenece al editor y no al autor, es demasiado amplio, y quepuede dar lugar a malentendidos. No se trata en absoluto de defen-der el terrorismo como tal. Las medidas de coerción y de intimida-ción, incluida la aniquilación física de los adversarios, han servido yaún sirven en proporciones infinitamente más grandes a la causa dela reacción, personificada por las clases explotadoras condenadas,que a la causa del progreso histórico personificado por el proletaria-do. Los moralistas titulados que condenan el “terrorismo” en generalpiensan, sobre todo, en los actos revolucionarios de los oprimidosque aspiran a emanciparse. El mejor ejemplo de ello es el señor Ram-say MacDonald. Incansablemente ha condenado la violencia en nom-bre de los principios eternos de la moral y de la religión. Pero cuan-do la descomposición del sistema capitalista y el agravamiento de lalucha de clases pusieron a la orden del día, incluso en Inglaterra, lalucha revolucionaria del proletariado por el poder, MacDonald pasódel campo de los trabajadores al de la burguesía conservadora contanta facilidad como un viajero pasa del compartimento de fumado-res a un compartimento de no fumadores. Hoy, el devoto adversariodel terrorismo apoya, por medio de un aparato de violencia, al régi-men “pacífico” del paro, de la opresión colonial, de los armamentosa ultranza y de la preparación de nuevas guerras.

Por consiguiente, la presente obra está lejos de querer defender elterrorismo en general. Defiende las leyes históricas de la revoluciónproletaria. La idea fundamental de este libro es ésta: hasta el momen-to, la historia no ha encontrado otros medios para hacer avanzar a lahumanidad que proponer cada vez a la violencia de las clases conde-nadas la violencia revolucionaria de la clase progresista.

Evidentemente, los fabianos incurables dirán que si las conclu-siones de este libro pueden ser apropiadas para la Rusia atrasada, nopodrían aplicarse a los países avanzados, especialmente a viejas de-mocracias, como Gran Bretaña. Esa consoladora ilusión habría podi-

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do parecer poco convincente hace diez o quince años. Pero desde en-tonces una oleada de dictaduras fascistas o militar-policiacas han su-mergido a buena parte de los países europeos. A1 día siguiente de miexilio de la Unión Soviética, el 25 de febrero de 1929, escribía —a finde cuentas, no por primera vez— respecto a la situación en Europa:“Las instituciones democráticas han mostrado que no pueden resistirla presión de los actuales antagonismos, tanto de orden internacionalcomo de orden interior, más frecuentemente de los dos órdenes a lavez... Por analogía con la electrotécnica, puede definirse a la demo-cracia como un sistema de interruptores y de plomos contra las co-rrientes, demasiado fuertes, de la lucha nacional o social. Ningunaotra época de la historia, ni siquiera de lejos, ha estado tan cargada deantagonismos como la nuestra. La corriente sobrecargada se mani-fiesta cada vez con más frecuencia en los diferentes puntos de la redeuropea. Bajo la presión demasiado elevada de los antagonismos so-ciales e internacionales, los plomos se funden o saltan. Tal es la natu-raleza de los cortacircuitos de dictadura. Evidentemente, los plomosmás débiles son los primeros afectados. Ahora bien, la violencia delos antagonismos interiores y mundiales no disminuye, sino que, alcontrario, se incrementa. En vano se intentará consolarse con la ideade que el proceso sólo ha llegado a la periferia del mundo capitalis-ta. La gota comienza por el dedo gordo del pie, pero acaba por llegaral corazón”.

L. Trotsky, 10 de enero de 1935

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ESCRITOS DE TED GRANT1. · Por qué llegó Hitler al poder.

· Ascenso y caída de la Internacional Comunista.

2. · ¿Habrá una recesión?· ¿Resolverá la reflación nuestros problemas?

3. · La revolución china.· La revolución colonial y la división chino-soviética.

CUADERNOS DE FORMACIÓN MARXISTA1. Introducción al materialismo dia-

léctico.2. La república soviética húngara

de 1919. La revolución olvidada.3. De noviembre a enero. La revolu-

ción alemana de 1918.4. El marxismo y la religión.5. El marxismo y el arte.6. Breve historia del desarrollo capi-

talista y del movimiento obreroen Turquía.

7. Stalin: 50 años después de lamuerte del tirano.

8. Ascenso y caída de NapoleónBonaparte.

9. El Islam y EEUU,¿amigos o enemigos? /El resurgir del fundamentalismo