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Pateando mundo

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Una historia.

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Maet Sot es un pequeño pueblo de montaña pegado a la frontera con Myanmar , lo que hace que halla una intensa actividad fronteriza y mezcla étnica. Hombres Byrmanos, mujeres Mong y karen con sus atuendos tradicionales de tribu de montaña, barbudos Indios, Byrmanos, soldados Tailandeses algún que otro turista y Tais. Las religiones también se mezclan; musulmanes, budistas y cristianos y por la ciudad se pueden leer carteles Tai, Byrmano y chino. La principal fuente de ingresos es el mercado negro y las piedras preciosas. La tensión que hay entre el gobierno de Myanmar y los insurgentes Karen y Kayah, provoca que muchos refugiados crucen ilegalmente la frontera. En Maet Sot hay campos de refugiados y están mezclados con le resto de casas y edificios del pueblo, a menos de cincuenta metros de mi guest house había uno y varias veces al día llegaban camiones con decenas de personas que se han visto obligadas a abandonar sus pueblos para cruzar una frontera camino de un barracón donde tendrán que convivir en poco espacio, rodeados de vallas y candados en las puertas. Mi primera idea era pasar varios día en el pueblo, pero después de patearmelo entero y pasar una tarde noche algo extraña, al despertarme, decidí continuar hacia Um Pang. El trayecto, cuatro horas,160km, pasas de los 600m de altitud a estar por encima de los 1200m.

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A diferencia del sawngthaew que me llevo a Maet Sot, este era abierto y sus asientos, dos bancos alargados de madera que van de un extremo a otro de la furgoneta, perfectos para un trayecto de dos horas y ocho personas. Empezamos dieciseis personas de las cuales cuatro iban de pie en un saliente de hierro fijado al culo de la furgoneta y agarrados a la vaca. Completaban el espacio cajas y sacos de arroz entre las piernas. A la hora, de la nada aparecieron ocho personas mas, que rápidamente se subieron y se hicieron hueco en el poco espacio que quedaba libre, a los veinte minutos, se repitió la situación para llegar a ser mas de treinta. Afortunadamente para mis piernas, la mayoría hacen trayectos cortos entre poblados de montaña, alguno de ellos tienes que saltar velozmente de la furgoneta debido a los controles esporádicos de inmigración. La mayoría hablan dialectos y algunas mujeres mascan una raíz que les enrojece la boca. Me miraban y me observaban, yo a ellos y sonreíamos. El trayecto, quitando la incomodidad del poco espacio, es una pasada. Grandes montañas, estrechas carreteras que atraviesas túneles formados por la densa vegetación de la jungla, valles poblados de casas de bambú, ríos, infinidad de sonidos de pájaros e insectos y humo, debido a la quema de restos de cosechas, que hacia perder el horizonte con facilidad.

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Llegamos a la base del parque natural de Um Phang, donde se encuentra la cascada mas grande de Tailandia. Una caminata por la jungla nos llevo a su encuentro, cuatrocientos metros de altura y un autentico desfase de vegetación. Un buen baño y una exploración de la cascada por sus rocas hasta donde la naturaleza nos permitió. August y Mr Chang empezaron a cocinar una sabrosa cena con verduras, pollo, arroz, sopa, todo cocinado con un wok y una gran maceta llena de carbón. Completamente de noche, con algo de abrigo charlamos hasta que poco a poco nos fuimos retirando a las tiendas a dormir. Es alucinante dormir en la jungla, cualquier sonido te despierta el mayor interés, yo mezcle todos estos sonidos con la música de Sigur Ros que salía de mis pequeños altavoces y a pesar del cansancio del largo día, tarde en dormirme ya que disfrutaba del pequeño concierto de sonidos de animales y la música. A las 6 de la mañana, después de una fría ducha con un cazo, insectos y agua del río, disfruté de mi segundo amanecer en la jungla, desayunamos abundantemente y comenzamos una marcha entre estrechos senderos, multitud de especies de plantas, árboles con formas retorcidas, insectos merodeando entre brazos, piernas y cabezas, mucho bambú, por momentos, el río, pájaros y sus sonidos, y lo que no vimos pero estaban, monos, serpientes y tigres.

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Mr Chang, es el otro guía que nos acompañaba, buena y atenta persona que a pesar de su pequeña estatura y sus cortas piernas, encabezaba la expedición y tiraba con fuerza dejando con facilidad al grupo atrás. Tras alguna parada para observar la gran y variada actividad de insectos y observar los alrededores, llegamos a Kotak, un pequeño poblado de montaña donde viven no mas de doscientas personas en cabañas construidas con bambú, que se levanta a metro y medio del suelo, sobre gruesos troncos de madera. Cada cabaña tiene dos habitaciones y una zona común que se mezcla con un pequeño espacio dividido por piedras donde con maderas hacen fuego para cocinar. Tienen electricidad que obtienen de pequeñas placas solares y que solo utilizan cuando llega la noche y para escuchar música. Alrededor y por debajo de la casa, viven los animales, cerdos, perros, gallinas, gallos, bueyes, que se mezclan con la vida cotidiana. El pueblo cuenta con dos tiendas con escaso genero y una escuela con no mas de cuarenta niños que es atendida por dos profesores. Viven del cultivo de arroz, ganadería y confección de ropa. Su hospitalidad es inmensa. Nos alojamos en una de las casas y en la zona común extendimos sacos e instalamos mosquiteras.

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Cada paso y cada cruce de mirada es una invitación a pasar buenos momentos. En la escuela mantuve conversaciones con unos chicos y chicas de unos doce años que hablaban ingles y estaban pasando unos días en el poblado. Eran de Bangkok y pasaban sus días de vacaciones ayudando en la escuela. Mucha curiosidad por ambas partes en conocer y preguntar. Adorables, simpáticos, pacientes, humildes, sencillos, sonrientes… es lo primero que se me pasa por la cabeza al recordar a este pueblo. Después de comer, nos visitaron unas mujeres de una tribu de montaña que venían a ofrecernos coloridos y trabajados tejidos y prendas de vestir. Mas tarde Mr Chang nos llevo a explorar la zona entre densa vegetación , complicadas pendientes, campos de cultivo, caminos entre arboles de formas extravagantes misioneros llevan tiempo y hasta una pequeña iglesia abandonada, donde unos misioneros intentaron convertir a esta gente al cristianismo sin mucho éxito. hasta llegar a un río donde nos bañamos e hicimos el tarzan tirándonos al agua impulsados y subidos a largas y gruesas raíces que colgaban de los árboles. Me desperté con la sensación que durante toda la noche mis sueños se habían mezclado con los sonidos de la jungla y de los animales de la casa.

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Desayunando de repente, aparecieron cinco elefantes con sus cuidadores sentados en sus cabezas que venían a buscarnos. Es increíble tener a un animal tan grande de cerca y mas increíble estar subido en el y si vas descalzo, sentir su piel gruesa y los movimientos de su gigantesca espalda en la planta de los pies. Después de despedirnos de la gente del poblado, empezamos el ascenso a una montaña “acomodados” en las sillas que fijan al elefante. En le grupo de elefantes venia una cría que constantemente se paraba a comer todo tipo de ramas e intentaba amamantarse de su madre. Los elefantes son guiados por momentos de una forma un tanto violenta, el criador va sentado en la cabeza y para dar ordenes, le da pequeños golpes con los talones detrás de las orejas a la vez que va emitiendo sonidos. Si el animal no obedece le clavan un afilado pico en su piel hasta que obedezca. Tienen heridas en sus cabezas y marcas de otras pasadas. Lo cuidadores dicen que no les hace nada, pero cuando utilizan el pico y oyes al animal gritar te queda la sensación de lo contrario. Es increíble ver como alargan la trompa y son capaces de arrancar varios metros de corteza de árbol. Me despedí de August y Mr chang con tristeza y con gratitud por su dedicación, sus comidas, su explicaciones y sus historias. El viaje de vuelta a Maet Sot fue como el de ida excepto por una gran tormenta que nos pillo a mitad de camino. Cuando llegamos, celebre junto con mis compañeros de expedición una cena de despedida y al día siguiente continué junto con dos de ellos por la maravillosa y peligrosa carretera 1095.

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