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(Diario De Una Invasion Zombie 3) Rescat - J.l. Bourne

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J. L. BOURNE

Rescate. Diario de una invasiónzombie

Diario de una invasión zombie Nº3

Traducción de

Joan Josep Mussarra

Timunmas

Título Original: Day by dayarmageddon

Traductor: Mussarra, Joan JosepAutor: Bourne, J. L.©2013, TimunmasISBN: 9788448008505Generado con: QualityEbook v0.63

Nota del autor Si habéis llegado hasta aquí, lo másprobable es que previamente hayáispasado cierto tiempo en el mundopostapocalíptico de mis dos primerasnovelas de la serie Diario de unainvasión zombie. Ante todo, querríadaros las gracias a todos vosotros, losseguidores fieles, por haber validado unnuevo billete en esta línea de tren quecamina sin reposo por los parajesdesolados del armagedón de los nomuertos.

Tomad asiento, poneos cómodos ypreparaos para lo que podría ser elúltimo capítulo de la saga Diario de unainvasión zombie. Esta vez va a ser

distinto. Pronto lo veréis.Aunque la mejor manera de

disfrutar de esta serie es leerla en suorden cronológico, os haré un breveresumen de la saga por si acabáis deconocerla.

Una explicación en dos minutos:El primer libro de la serie Diario

de una invasión zombie nos sumergía enla mente de un oficial del ejército, unsuperviviente que, al llegar el AñoNuevo, se decidía a escribir un diario.Persistía en su resolución y narraba díaa día la extinción de la humanidad. Leseguíamos en su transición desde unavida similar a la que vivimos todosnosotros hasta la perspectiva de tenerque luchar por su mera supervivencia

contra abrumadoras hordas de muertos.Lo veíamos sangrar, lo veíamos cometererrores, asistíamos a su evolución.

En el primer libro de Diario deuna invasión zombie, el protagonista ysu amigo John sobrevivían con penas ytrabajos a la destrucción nuclear de SanAntonio (Texas) efectuada por decisióndel gobierno. Lograban ponerse a salvopor un período limitado de tiempo en undesembarcadero del golfo de México ypoco más tarde captaban una débil señalde radio.

Una familia de supervivientes (unhombre llamado William, su mujer Janety su joven hija Laura, los únicos vecinosde una localidad que seguían con vida)se había refugiado en la buhardilla de su

casa para protegerse de una horda deincontables criaturas no muertas queesperaba abajo. Tras un milagrosorescate, la familia unía fuerzas connuestro protagonista para tratar de seguircon vida. Mientras exploran el entornoen busca de suministros, encuentran auna mujer llamada Tara, atrapada y enpeligro de muerte dentro de un cocheaveriado y circundado de no muertos.

Acaban por refugiarse en una basede lanzamiento de misiles que suspropios ocupantes, muertos desde hacíatiempo, habían conocido por el nombrede Hotel 23. Aunque tal vez las fuerzasunidas del grupo de supervivientes nobastaran en un mundo muerto, una tierraimplacable, postapocalíptica, en la que

un mero corte infectado, por no hablarde los millones de no muertos, podíasignificar la muerte.

La situación había empujado aalgunas personas a dar lo peor de símismas...

Sin previo aviso, una cuadrilla debandoleros, en busca de víctimasfáciles, lanza un asalto inmisericordecontra el Hotel 23 con la intención demasacrar a sus habitantes y quedarse conel refugio y con los suministros yprovisiones que contenía. Lossupervivientes estuvieron a punto desucumbir pero, al final de la primeranovela, lograron derrotar a los agresoresy conservaron el Hotel 23.

En la segunda parte, Exilio, el

protagonista lograba contactar con losrestos de las fuerzas militares de tierraque aún se encontraban en Texas. Altratarse, al parecer, del último oficialmilitar que seguía con vida en elcontinente, se puso en seguida al mando.Inició comunicaciones con el jefe deOperaciones Navales en funciones, quetenía su base en un portaaviones nuclearestacionado en el golfo de México.

Descubrió, también, una notaescrita a mano que le informaba acercade una familia, los Davis, que seocultaban en un aeropuerto alejado delos centros urbanos, pero lo bastantecerca como para poder ir por aire desdeel Hotel 23. La misión de rescate tuvoéxito y el protagonista logró salvar a la

familia Davis: un muchacho llamadoDanny y su abuela Dean, una piloto civilmuy competente.

El grupo de combate naval leasignó al protagonista un helicóptero deexploración y él y sus hombres partieronhacia los territorios que se hallan alnorte del Hotel 23 en busca de recursos.Hacia la mitad de Exilio, el protagonistasufría un catastrófico accidente con elhelicóptero, cientos de kilómetros alnorte de su base. Tan sólo elprotagonista sobrevivió, aunque conserias heridas.

Aun cuando apenas le quedabanprovisiones, logró avanzar hacia el sur.Contactó con Remoto Seis, unamisteriosa organización cuyas

motivaciones no quedaban claras y queparecía decidida a ayudarlo a llegar alHotel 23. Poco más tarde se encontrócon un tirador afgano llamado Saien.Apenas llegó a saber nada sobre la vidaanterior de Saien, y el secretismo deéste se añadió al misterio. Al principio,ninguno de los dos confiaba de verdaden el otro pero, al fin, Saien y elprotagonista cooperaron y lograronllegar al Hotel 23 bajo la miradavigilante de Remoto Seis.

Remoto Seis ordenó al protagonistaque disparara la última cabeza nucleardel Hotel 23 contra el portaaviones. Elprotagonista no obedeció, y asíempezaron las represalias contra elHotel 23. Remoto Seis lanzó una arma

sónica conocida como Proyecto Huracánque atraía a legiones de criaturas nomuertas a la región.

Finalmente, los protagonistaslograron destruir el arma sónica, pero yaera demasiado tarde.

Una nube de polvo de casi doskilómetros de altitud se levantaba bajolos pies del ejército de no muertos quese aproximaba y hacía evidente lanecesidad de una apresuradaevacuación. Así empezó una enconadabatalla por salir al golfo de México,donde les aguardaba el portaavionesGeorge Washington para hacerse cargode todos los supervivientes.

Poco después de que elprotagonista embarcara en el

portaaviones llegó una orden del mandosupremo. Se le daban instrucciones paraque se incorporara a un submarino deataque rápido del Ejército de EstadosUnidos llamado Virginia y estacionadoen las aguas al oeste de Panamá.

¿Su destino? China. ¿Su misión?Empezad a leer la novela y pronto losabréis. Pero antes...

Pero antes id a ver la puerta de lahabitación. Os conviene tenerla biencerrada.

J. L. BourneJLBourne.com

1

1 de noviembre

Panamá — FuerzaExpedicionaria Clepsidra

Caos. Total y absoluto. La escenaque se divisaba en tierra recordaba a lade una región que acaba de sufrir unhuracán de la categoría 5 o unbombardeo aéreo. Las numerosasinstalaciones del canal que habíansobrevivido al capricho de loselementos exhibían las señalesprogresivas del deterioro y el abandono.La jungla había empezado a adueñarsede las regiones del canal y había

iniciado el largo envite por borrar todaprueba de que el hombre hubieralogrado separar los continentes hacíacien años.

Figuras sin alma iban de un ladopara otro, buscaban, reaccionaban a lasseñales de sinapsis muertas.

Un cadáver, vestido tan sólo conuna camisa de trabajo de mecánico,arrastraba los pies por el lugar. Elmecánico había hallado la muerte frenteal cañón del rifle de un soldadopanameño cuando el toque de queda aescala nacional todavía estaba en vigor.Se había transformado en aquella cosapoco después de que el corazónperforado se detuviera y la temperaturacorporal empezara a descender y se

pusiera en marcha el misterio que hacíaque los muertos se levantaran. Laanomalía, como se la solía llamar, sehabía difundido con rapidez por elsistema nervioso del mecánico y habíaalterado zonas cruciales de su anatomíasensorial. Había arraigado y se habíareplicado en el cerebro, pero sólo en lassecciones donde se desarrollaban losinstintos primarios, y se habíaalmacenado por medio del ADN y deseñales electroquímicas procedentes delargos milenios de evolución. Alavanzar por su camino de autorréplica einfección, la anomalía se había detenidobrevemente en el canal auditivo. Unavez allí, había alterado la estructurafísica de los huesecillos del oído interno

y le había mejorado el sentido del oído.Los ojos eran la última parada. Al cabode unas pocas horas de reanimación, laanomalía había concluido la réplica ysustitución de ciertas estructurascelulares en el interior del ojo y así lehabía proporcionado una rudimentariasensibilidad térmica de corto alcance,con lo que compensaba el sentido de lavisión degradado por la muerte.

La criatura que había sido unmecánico se detuvo y ladeó la cabeza.Oía un sonido lejano, un sonido familiar.Durante un nanosegundo, sus oídos loreconocieron; luego el nanosegundopasó y la criatura olvidó. El sonidocreció en intensidad, enardeció a lacriatura, le provocó salivación. Un

fluido gris y traslúcido le chorreaba delmentón y se le derramaba sobre lapierna descarnada y casi esquelética. Elmecánico dio un paso corto en direcciónal sonido; los tendones que teníaabiertos en la parte de arriba del pie seflexionaban y tiraban de los huesecillosal caminar. La criatura sintió que elsonido cada vez más intenso no eranatural, que no eran los ruidos del vientoni de la lluvia incesante, de los que solíahacer caso omiso. El caminar de lacriatura se aceleró al acercarse a unapequeña y frondosa arboleda de laselva. Cuando el mecánico se adentró enel follaje, una serpiente se asomó, atacóla carne muerta y dejó dos pequeñosorificios en el músculo casi

desaparecido de la pantorrilla. Lacriatura no prestó ninguna atención ysiguió adelante con andares trabajosos,casi llevándose por delante el follaje.De pronto, cuando la criatura entró en elclaro, el coro de las almas malditasestalló desde todas las direcciones.

Doscientos mil no muertos que sehabían quedado en la misma orilla delcanal de Panamá donde se encontraba elmecánico bramaron al cielo. Unhelicóptero militar de color gris lossobrevoló a cien nudos en direcciónsureste, por la ruta del canal. Elmecánico reaccionó instintivamente alsonido del motor y levantó la mano,como si hubiera pretendido cazar alvuelo la gigantesca ave y comérsela

cruda. Frenético a causa del hambre,siguió al pájaro de alas giratorias, conlos ojos puestos en la máquina voladora.Diez pasos más adelante, la criatura secayó a las aguas del canal.

El trazado sinuoso del canal noestaba ya repleto de aguas fangosas yparduzcas ni de barcos. Los cadávereshinchados cegaban la ruta marina antañotan transitada. Algunos de aquelloscuerpos repulsivos aún se movían. Ni elcalor y la humedad de Panamá ni lasaguas infestadas de larvas de mosquitolos habían descompuesto por completo.Las incontables hordas que seencontraban en una de las orillas delcanal les rugían y gimoteaban a susdobles del otro lado como en un

enfrentamiento entre clanes que seprolongaba de uno a otro océano.

Antes de la anomalía, el mundoprestaba toda su atención al índice DowJones, a las tasas de paro falsificadaspor el gobierno, a los precios corrientesdel oro, a los tipos de cambio de divisasy a la crisis mundial de la deuda. Lospocos que habían sobrevivido rezabanpor volver a un Dow Jones de 1000 y aun 80% de desempleo; por lo menoshabría sido algo.

La situación se había degradado aun ritmo exponencial desde que se tuvoconstancia de la primera manifestaciónde la anomalía en China. En los iniciosde la crisis, los elementos

supervivientes del Ejecutivoestadounidense había tomado la decisiónde lanzar bombas nucleares sobre lasprincipales ciudades del continente, enun intento de «frenar, impedir odegradar la capacidad de los no muertospara eliminar a la poblaciónsuperviviente de Estados Unidos».Detonaciones nucleares a gran escaladevastaron las ciudades. Muchas de lascriaturas se desintegraron al instante,pero el resultado final fue catastrófico.Los muertos que se hallaban fuera de laszonas relativamente pequeñas afectadaspor las explosiones absorbieron talcantidad de partículas alfa, beta ygamma que la radiactividad exterminólas bacterias que habrían provocado la

descomposición de la carne muerta.Como consecuencia, las criaturas iban aconservarse durante un período detiempo que los científicos estimaban endécadas.

Sin embargo, quedaban unos pocossupervivientes humanos dispersos y aúnexistía un mando militar. En ese mismomomento se había dado inicio a unaoperación para aclarar la cadena desucesos que había llevado a lahumanidad hasta el borde de laextinción, y tal vez más allá.

A puerta cerrada, se discutía laposibilidad de crear una arma dedestrucción masiva que pudiera sereficaz contra las criaturas, porque noquedaban en el planeta municiones

suficientes para exterminarlas con armasde mano, ni tampoco personas capacesde tirar del gatillo. A puerta todavía máscerrada, se hablaba de otros asuntos mássiniestros.

El piloto del helicóptero profirióun grito de respuesta a los pasajeros.Tenía uno de los carrillos lleno detabaco de mascar.

—¡Tres cero kilómetros hastaposarnos sobre el Virginia!

Hacía varios meses que el sistemade comunicaciones internas delhelicóptero no funcionaba como teníaque funcionar. Ya sólo servía para queel piloto y el copiloto pudieran hablardentro de la cabina.

El piloto debía de tener sesenta ypico años según se deducía de sucabello gris, patas de gallo muypronunciadas y gorra de béisbol de AirAmerica vieja y estropeada. El hombreque ocupaba el asiento del copiloto noformaba parte de la tripulación delhelicóptero, sino que era uno de losmiembros del equipo que figuraba en labitácora como «Fuerza ExpedicionariaClepsidra».

Los pilotos habían llegado aescasear durante los últimos meses. Lamayoría de ellos había desaparecido enel curso de misiones de reconocimiento.Los pocos aviones militares que aúnvolaban estaban hechos con millares decomplejas piezas móviles, todas las

cuales exigían inspección ymantenimiento rigurosos porque, si no,las máquinas se habrían transformado alcabo de poco tiempo en dardos para elcésped muy caros. El viejo pilotoparecía disfrutar de la compañía quetenía a su derecha: alguien que moriría asu lado si la situación se complicaba, locual era frecuente.

El acompañante estaba tenso y muypendiente de cuanto le rodeaba. Llevabapuesto un arnés demasiado estrecho parasu cuerpo, tenía la mano apoyada sobreel pestillo de la portezuela y observabacon nerviosismo los instrumentos delhelicóptero. Se arriesgó a echar unamirada a tierra: volaban bajo y a muchavelocidad. Una ilusión óptica hacía que

pareciera que el helicóptero se hallaba ala misma altitud que ambas orillas. Lascriaturas chillaban y se debatíanestrepitosamente cuando se caían alagua, incapaces de competir con elensordecedor estruendo de la máquina.El acompañante cubría los huecos sindificultad, aunque también sin quererlo,y se imaginaba las canciones de losmuertos que se oirían abajo. El estréspostraumático crónico que sufría a causade los acontecimientos de los últimosaños se abría paso en su conciencia.Instintivamente, se dio un manotazo en elmuslo en busca de la carabina,preparándose para estrellarse de nuevo.

El piloto se dio cuenta y gritó almicrófono:

—He oído lo que te sucedió. Tuhelicóptero se estrelló en mal lugar.

El acompañante activó su propiomicrófono.

—Sí, fue algo de ese estilo.El piloto gruñó.—Acabas de hablar por radio. Si

quieres hablar sólo conmigo, tienes queponer el interruptor hacia abajo, y haciaarriba para hablar con el resto delmundo.

—Ah, lo siento.—No te preocupes; dudo mucho

que te haya oído nadie. Tan sólo esascriaturas. Ahora mismo, un montón decompañeros pilotos rondan por ahíabajo. Estas incursiones se vuelven cadavez más peligrosas. Los pajaritos se

caen al suelo, no tenemos piezas derecambio... ¿A qué te dedicabas antes?— gritó el viejo al micrófono, paraimponerse el rumor de las turbinas queno gozaban de un buen mantenimiento.

—Soy oficial del ejército.—¿De qué cuerpo?El acompañante guardó unos

momentos de silencio y luego dijo:—De la armada. Soy tenient...

hum... comandante.El piloto, al oírle, se rió.—¿Cuál de los dos, muchacho? Los

tenientes están muy por debajo de loscomandantes.

—Es una historia larga y aburrida.—Eso último lo dudo, muchacho.

¿Qué especialidad tenías dentro de la

armada?—Aviación.—Diablos, ¿quieres pilotar tú

durante el resto del trayecto?—No, gracias. Digamos que no soy

un as del helicóptero.El piloto soltó una risilla.—Antes de que tú nacieras, cuando

pilotaba aviones de alas pequeñas yfijas sobre Laos, yo tampoco sabíamanejar una máquina como ésta.

El acompañante miró a tierra, a lasmasas de no muertos, y murmuró:

—No sabía que hubiéramos voladosobre Laos.

El viejo sonrió y le dijo:—Es que no volamos sobre Laos.

Pero ¿cómo crees tú que los

francotiradores del Programa Fénix seacercaban lo bastante como para tenertrato personal con los oficiales delejército norvietnamita? ¿Crees querecorrían a pie los doscientoskilómetros de jungla cargados con elfusil de cerrojo? Joder... ¡Tío, si creesque Fénix sólo se utilizó en Vietnam, tevendo un chalé en la costa de Panamá!

Los dos hombres rieron concarcajadas que se hicieron oír pese alrítmico estruendo de las palas de rotorque giraban sobre las cabezas de ambos.El acompañante metió la mano dentro dela mochila y sacó un chicle que habíarescatado de un paquete de comidapreparada del ejército y le ofreció lamitad al piloto.

—No, gracias, es muy malo para ladentadura postiza, y además me hequedado sin Fixodent. Pero ¿quién esése que te acompaña?

El acompañante le miró con elceño fruncido.

—No te cuentan nada, ¿verdad? Eltío con pinta de árabe es amigo mío. Losdemás son del Comando de OperacionesEspeciales, o, mejor dicho, de lo quequeda de él.

—Del Comando de OperacionesEspeciales, ¿eh?

—Sí, hay «ranas» y gente de esetipo. No sé si puedo decirte mucho másy, a decir verdad, yo mismo no estoymuy bien informado.

—Entiendo, no quieres contárselo

al abuelo.—No, no es eso, es que...—Lo decía en broma, no te

preocupes. Yo también tuve que guardarun par de secretos en su día.

Aún pasaron unos pocos minutosbajo el estruendo del rotor hasta que elpiloto señaló al horizonte con su dedoarrugado y dijo:

—Eso de ahí es el Pacífico. Lascoordenadas del Virginia están en esatarjeta que llevo en la pernera. ¿Podríasintroducirlas en los inerciales?

—Desde luego.En cuanto las coordenadas

estuvieron introducidas, el piloto alterósu rumbo unos pocos grados a estribor yse mantuvo en línea recta.

—¿Cómo te llamas, muchacho?—El amigo de ahí dentro me llama

Kilroy, Kil para acortar. ¿Y tú?—Sam. Un placer conocerte,

aunque puede que ésta sea la primera yla última vez.

—Oye, Sam, eres una hachaanimando a la gente.

Sam levantó la mano, dio unosgolpecitos sobre la pantalla delindicador de arriba, y dijo:

—Ya conoces los riesgos, Kilroy.No tengo ni idea de adónde irás con tusubmarino negro. Pero, dondequiera quevayas, puedes apostar a que será igualde peligroso que todo eso que vemos ahíabajo. Ya no quedan zonas seguras.

2

Un portaaviones de Estados Unidos, unode los últimos símbolos del moribundopoderío militar estadounidense. Habíaotros, pero llevaban meses ancladoslejos de la costa. Los habíanabandonado. Se habían reservadoincluso uno de los portaaviones paraemplearlo como central nuclear flotante.Proporcionaba gigavatios deelectricidad a bases insulares cada vezmás maltrechas y a algunos aeródromossituados en franjas costeras remotas. Enotro tiempo se había llamadoEnterprise, y ahora se le conocía comoReactor Naval Posición Tres. Un

pequeño contingente de ingenieroseléctricos era todo lo que quedaba de suantigua tripulación de cinco milmarineros. No todas aquellasgigantescas embarcaciones seencontraban en paradero conocido. Unpuñado de gigantes de acero se habíaquedado en ultramar cuando las alarmassonaron y la sociedad entera se vinoabajo. El Ronald Reagan se hallaba enel fondo del mar y la mayoría de sutripulación estaba no muerta, y aúnflotaba por los oscuros compartimentosde los pecios. Al principio huboreproches que volaron de un lado paraotro cual yunques de herrero... mientrashubo hombres vivos que pudieranarrojarlos. Circulaban cables

confidenciales en los que se decía que elRonald Reagan se había ido a piquecomo consecuencia de los ataquessimultáneos de varios submarinos diéselnorcoreanos en los días inmediatamenteposteriores a la aparición de laanomalía. Nadie lo sabía con certeza. ElGeorge H. W. Bush había sido avistadopor última vez, difunto, en aguaspróximas a Hawaii. Observadorespresenciales que se hallaban en undestructor estadounidense cercanoinformaron de que su cubierta estabaplagada de criaturas no muertas. Sehabía transformado en un mausoleoflotante y lo sería hasta que una oladesconsiderada o un tifón de granmagnitud lo mandara a los brazos de

Poseidón.Una parte de las tripulaciones de

los portaaviones restantes se habíasalvado y se había refugiado en elGeorge Washington . Este último seguíaactivo en el golfo de México. Ladiáspora de los militaresestadounidenses perduraba.

* * * Las veinte mil toneladas del GeorgeWashington surcaban las aguas delgolfo y patrullaban a diez millas de lainfestada costa panameña. El gobiernoen funciones aún perduraba, y susórdenes principales eran claras y

concisas. «Recuperar al Paciente Cero atoda costa.»

El almirante Goettleman,comandante de la Fuerza ExpedicionariaClepsidra y jefe de OperacionesNavales en funciones, estaba sentado ensu camarote y veía el circuito detelevisión por cable del portaavionesmientras desayunaba. Hacía una semanaque pasaban una y otra vez una películatitulada El final de la cuenta atrás.Tendría que llamar a alguien paracomentárselo, o quizá mejor dejarlocorrer. «Quizá la tripulación disfrutacon esa historia de un portaaviones queviaja atrás en el tiempo y tiene laoportunidad de cambiar la historia.»Una fuerte llamada en la puerta anunció

la presencia de Joe Maurer, investigadorde la CIA y asistente de Goettlemandesde el inicio del desastre.

—Buenos días, almirante —dijoJoe con alegría, aunque también concierta insinceridad.

—Buenos días, Joe. ¿Nuestrosmuchachos han logrado llegar alVirginia? —preguntó el almiranteGoettleman al tiempo que masticaba elúltimo bocado de huevo en polvo.

—No tardarán en estar allí, señor.La central de radio informa de que estánsobrevolando el Pacífico y se guían porla señal del Virginia.

—Yo no sería almirante si no mepreocupara por el tiempo que hace. ¿Elhelicóptero ha comunicado algún tipo de

problema?—No, señor, la mar está en calma,

no hay turbulencias. Me imagino que hoyhemos tenido suerte.

—Tendríamos que poder ahorrarsuerte para otro día. Falta mucho paraque Clepsidra se ponga en marcha.Estoy muy preocupado por cómo puedasalirnos esto. Aunque te lo hayapreguntado cien veces, ¿qué te parece ati? Quiero que me digas la verdad y nolas cuatro chorradas de turno.

—Almirante, lo primero quetendrán que hacer es llegar hasta allí. Encaso de que sobrevivan al viaje hastaPearl, a la operación Kunia en Hawaii yal largo trayecto hasta las aguasterritoriales chinas, todavía les faltará lo

peor. El mundo entero se ha quedado sinluz y no hemos tenido noticias deninguna de las Regiones MilitaresChinas desde el pasado invierno. Todoel país está a oscuras. No tenemosoperadores de radio de alta frecuenciaque controlen esa franja. Puede quehayan tratado de comunicarse connosotros en una docena de ocasiones yno nos hayamos enterado. Nos faltanintérpretes de la lengua china. Si nuestragente captara una retransmisión, quizácontaríamos con cinco hombres a bordocapaces de descifrarla. Demos porhecho que nuestro equipo lograráatravesar el Pacífico hasta Bohai y queentrará en el río. Y luego ¿qué? Ustedsabe muy bien lo mal que está todo en

los Estados Unidos continentales. Haceun año, debíamos de contar unapoblación de trescientos veintemillones. Las operaciones cinéticasrealizadas hasta este momento hanacabado con algunas de las criaturas,pero no se puede decir que las armasnucleares contribuyeran a la causa.

Al oír el comentario de Joe, elalmirante Goettleman retrocedió en eltiempo por unos instantes hasta el día enel que se había decidido arrojar bombasnucleares sobre los centros depoblación. En aquel momento, él mismohabía estado de acuerdo. Había oídodesde el puente de su nave los vítoresque lanzaba la tripulación mientras lasbolas de fuego nocturno iluminaban los

cielos y sacudían las ciudades a las queestaban destinadas. También habíaaplaudido y gritado, qué diablos. Losgigantescos hongos eran muy distintos delos de las viejas filmaciones de pruebasnucleares. Todos los colores del arcoiris recorrían el pilar que sostenía laenorme seta. Un gran rayo azul refulgía ycentelleaba a través de la pared verticalde escombros, polvo y restos humanos.

—¿Qué tal anda nuestrainvestigación sobre los especímenes deNueva Orleans? —preguntó Goettleman.

—Bueno, señor, ya ha leído lo queocurrió en el navío Reliance. Hemoscaptado, por medio de inteligencia deseñales, datos con buenasgeolocalizaciones de cientos de

retransmisiones de radio procedentes deNueva Orleans y de otras ciudades quepuedo listarle y que también sufrieronbombardeo nuclear. Las retransmisionesse produjeron después de que tuvieranlugar las detonaciones. De acuerdo contoda la información que hemos podidoconseguir, esos cabrones, en númeromoderado, son casi imparables.Funciones cognitivas más elevadas,agilidad, velocidad... No son susmordiscos y arañazos lo único quemata..., es la radiación de esos ingeniosnucleares de elevada potencia que ahorase desprende de los cadáveres. Losespecímenes Carretera y Centro no sondiferentes.

—No había perdido la esperanza

de que me dieras buenas noticias,¿sabes? —dijo Goettleman, casi contristeza.

—Aún contamos con propulsión,agua fresca y algo de comida, señor.

El almirante se obligó a sonreír.—Supongo que ya es algo.Joe tomó un trago y tosió, y dijo:—Los hombres de ese helicóptero

que está a punto de llegar al submarinoni siquiera saben lo que tienen quebuscar.

—Pronto lo van a saber. El oficialde inteligencia del Virginia les pondráen antecedentes.

—Señor, sé que lo hemos discutidoya, pero mi postura no ha cambiado. Sise lo contamos todo, podemos

encontrarnos con que el asunto secomplique en algún nivel. Tal vezconsideren que no merece la penarecobrar al Paciente, si es que consiguenlocalizarlo. Tal vez les parezca que setrata de un derroche de tiempo y derecursos.

—Joe, puede que el Paciente Cerosea la clave que nos permita salir deeste embrollo. Estoy dispuesto asacrificar un submarino de millones ymillones de dólares y a todos loshombres que viajen en él si con esotenemos una oportunidad... Y además,también tenemos que pensar en latecnología.

Joe se acercó a la barra y se sirvióotro dedo de bebida.

—Hace setenta años quedisponemos de esa tecnología y nohemos dado grandes saltos adelantesalvo, quizá, el estado sólido, una ciertainvisibilidad, una levitación magnéticaprimitiva y láseres. Tardamos décadasen reproducirla con nuestrasimitaciones, que eran ridículas ydemasiado grandes. Además, ¿de quénos va a servir la tecnología contra sietemil millones de depredadores andantes?

—Todos esos argumentos son muyconvincentes, pero, ¿qué alternativatenemos?

—Podríamos reunir a todos lossupervivientes y trasladarnos a una isla,almirante. Fortificarla y vivir el resto denuestras vidas en un lugar donde, al

menos, correríamos menos peligro queaquí.

—¿Que abandonemos EE. UU.?¿Que los dejemos en manos de esascriaturas?

—Señor, con el debido respeto, enel continente no queda nada salvomillones de criaturas de ésas. Muchasde ellas han recibido tanta radiactividadque no pueden descomponerse. Auncuando ninguna de ellas se hubieraexpuesto a la radiación, los expertoscalculan que podrían caminar duranteotros diez años, o más, y serían unaamenaza durante un tiempo todavía máslargo. No tenemos ni idea de cuántotiempo van a durar. Hay quien dice quetreinta años o más.

El almirante parecía mirar a lapared a través del cuerpo de Joe.Parecía haber entrado en trance y serepetía a sí mismo:

—Treinta años. Treinta años, Diosmío.

Joe prosiguió:—A menos que lancemos un asalto

coordinado en pinza contra ambas costasy acabemos con ellos, con lacolaboración de todos los hombres,mujeres y niños capaces de luchar, noregresaremos a los Estados Unidoscontinentales en un futuro previsible, talvez jamás. Eso es lo que hay. Nosenfrentamos a una plaga que no sólocontamina a los muertos, sino también alos vivos. Todos nosotros estamos

contagiados. Los únicos humanos que noson portadores de la anomalía son esospobres diablos de la estación espacialinternacional. Hace semanas que laestación no nos envía ráfagas de datos.

Los ojos del almirante se apartaronde Joe para contemplar un rincóniluminado del camarote en el que habíauna pintura muy antigua del generalGeorge Washington colgada en un lugarvisible en el mamparo.

—¿Qué habría hecho el generalWashington?

—Probablemente habría defendidoMount Vernon con tajos, disparos,explosiones e insultos. A puñetazos, sihubiera sido necesario.

—Exacto, muchacho. Exacto.

3

Fuerza Expedicionaria Fénix

Un equipo de operacionesespeciales constituido por cuatrohombres viajaba sentado en la parteposterior del C-130, a 6700 metros dealtitud, por los cielos del sureste deTexas. Los hombres contemplaban la luzque parpadeaba cerca de la portezuelade carga y tiraban de las correas delparacaídas con el deseo de que dejarade parpadear. Sorbían oxígeno puromediante el sistema O2 del ingeniovolador con el objetivo de eliminar elnitrógeno de la sangre y tal vez evitar

una hipoxia que podía ser mortal.Faltaban cinco minutos.

Los hombres tenían experiencia ensaltar de aeroplanos, pero no sentíanningún deseo de hacerlo durante unanoche fría y oscura, a 6700 metros sobreuna zona infestada, sin apoyo terrestre niaéreo. No lograban convencerse de quefuese una buena idea, ni de quemereciera la pena el esfuerzo. Lasextremidades les temblaban a todosellos con tal violencia que a duras penaslograban enganchar el cable estático. Noera por el salto; era por lo que pudieseocurrirles después de que sus pies,rodillas, culos, espaldas y finalmentesus hombros absorbieran el impacto deldescenso a siete metros por segundo

cuando llegaran al suelo. Muchos de suscompañeros habían realizado saltosesenciales del mismo tipo en busca demateriales o de información que seconsideraba crucial para lasupervivencia de la población civil y lasinfraestructuras estadounidenses que aúnexistían. Algunos de los paracaidistasiban a por objetos tales como fórmulasde insulina, manuales y maquinaria; aotros los enviaban a grandes tiendasespecializadas en material tecnológicoen busca de herramientas manualesalimentadas con baterías de litio.Algunos se dirigían a camposabandonados. Los había que se posabanen tejados de edificios en zonas con grandensidad de infectados. Muchos se

arrojaban a los brazos de los muertos ose rompían una pierna al llegar al sueloy se veían obligados a tragarse cápsulasde veneno de fabricación casera,píldoras que no siempre lograban elefecto deseado.

De acuerdo con las cámaras aéreasde infrarrojos, muchos de ellos seguíancon vida cuando las criaturas losencontraban, aunque aturdidos yentorpecidos por el veneno. Quéironía... Todos los paracaidistasllevaban su propio paracaídas y seconfeccionaban sus propias cápsulas. Aveces era mejor no pensar en ello.

El resto de los operativos lellamaba Doc. Un año antes había tenidoque tragar arena y balas de 7,62 mm en

las montañas de Afganistán en busca depresas muy valiosas. Antes de que seordenara el regreso de todas las tropas.Sólo el 35% de las fuerzas militaresdesplegadas por el globo logró volver alcontinente antes de que todoenloqueciera. Doc y Billy Boy, amigosuyo desde hacía tiempo y compañero enla fuerza de operaciones especialesSEAL, fueron los últimos en abandonarlas provincias del sur de Afganistán.Pasaron por un infierno para abrirsepaso hasta el mar de Omán, desde dondepudieron regresar a Estados Unidos abordo del Pecos, un navío paratransporte de suministros que aguardabafrente a la costa. Tuvieron que nadarmucho.

Doc se mecía, sentado sobre unared de carga, cerca de Billy Boy y de lacortina del baño del C-130. Llevabapuestos unos auriculares de color verdeclaro marca David Clark y escuchaba lacharla del piloto.

El piloto abrió el micro y hablócon el copiloto.

—Esos tíos sí que tienen huevos.Van a saltar a oscuras sobre la mierdade abajo.

—Yo no me presentaría voluntarioni borracho para esa mierda. Qué coño,si pilotar esta tumba volante ya espeligroso. ¿Cuántos hemos perdidodurante los últimos tres meses? ¿Cuatro?¿Cinco?

—Siete.

—Mierda. ¿Siete? Nunca hemoslogrado rescatar a la tripulación de losartefactos caídos. Me pregunto si algunode esos pobres diablos aún estará entierra luchando por sobrevivir.

—Eso espero.—Yo también lo espero, tío.Doc interrumpió la charla:—¿Podríais hacerme un control de

posición inercial?El sistema de comunicaciones

interno de la cabina de los pilotoscrepitó.

—Te quedan dos minutos, Doc.—Entendido. Ya podéis volver a la

base, muchachos, nos vemos luego.Como no disponían de personal

suficiente, los cuatro miembros de la

Fuerza de Operaciones Especialestendrían que saltar al vacío sin laasistencia de un instructor. Mientrascada uno de los cuatro inspeccionabalos paracaídas de los otros tres, Docactivó la rampa de carga y el gélido aireque se encontraba a altura mediana entróen tromba en la bodega.

Tras una ojeada al reloj, Doc miródirectamente a Billy Boy, momentosantes de que la luz que brillaba en loalto dejara de parpadear. El aire estabaenrarecido y frío cuando Billy Boy searrojó desde la portezuela al cieloabierto de Texas. Los otros dosmiembros de la Fuerza ExpedicionariaFénix, Hawse y Disco, saltaron acontinuación. Hawse se había unido al

equipo después de escapar del Distritode Columbia en circunstanciasparticularmente difíciles. Disco, unoperativo Delta, era el fichaje másreciente. Lo habían asignado a su nuevaunidad después que Doc perdiera a unhombre en las zonas altamenteradiactivas de Nueva Orleans.

Doc vio a Hawse desaparecer porla puerta y abrió el micrófono parahablar con la cabina de pilotaje.

—El último saldrá dentro de diezsegundos.

Se despojó de los auriculares yregresó a la portezuela, su portal yascensor de ida hasta el infierno.Contempló el paisaje que se encontrabakilómetros más abajo, divisó indicios

seguros de que había habido incendios,pero no atisbó rastro alguno de la redeléctrica; estaba oscuro. Al saltar de laportezuela de carga y precipitarse en lanoche, pensó en las imparables oleadasde espantosas criaturas que habríaabajo. El paracaídas de Doc se desplegóy le obligó a concentrarse.

Buscó con la mano el micrófonoque llevaba en la garganta y gritó parahacerse oír, a pesar del viento.

—¿Billy?—Te escucho, Doc.—¿Disco?—Aquí estoy, jefe.—¿Hawse?—Aquí, joder.Doc gruñó al micro.

—Muy bien, todo el mundo a lasdos noventa con los anteojos puestos ylos proyectores de infrarrojos a punto.Tratemos de encontrarnos.

Doc distinguía la curvatura de latierra a través de los anteojos de visiónnocturna. Aún se encontraba a más detres mil metros de altitud y, aldescender, sentía el sutil inicio de lahipoxia. En circunstancias normales, nohabrían saltado a tanta altura sin botellade oxígeno. Pero ése era un lujo delpasado. Doc tenía la esperanza de que elpoquito de oxígeno que su equipo habíaaspirado dentro del avión antes del saltode Gran Altitud / Gran Abertura lespermitiera evitar, al menos en parte, losefectos secundarios.

Mientras echaba una mirada a labrújula que llevaba en la muñeca, Docdescubrió un débil centelleo algo másabajo, y luego otro en una posicióndistinta.

—Veo dos señales luminosas...,¿estáis todos haciendo señales?

—Disco hace señales.—Billy hace señales.Doc resopló y dijo con desdén:—Coño, Hawse, ¿qué problema

tienes?—Esto... Yo... es que no encuentro

el aparato.—¿Por lo menos te has traído la

brújula, gilipollas?—Sí, estoy en las dos noventa. Voy

a encender dos veces seguidas la

linterna. Si os quemo, sabréis que hesido yo.

—Qué simpático eres, Hawse.—Ya me imaginaba que te gustaría.Doc exploró el campo visual y

consultó el altímetro. Cinco milquinientos metros.

—Ya te he visto, Hawse. Apaga lalinterna..., nos estás jodiendo por losanteojos.

—Vale, tío... ¿A qué altitud estás?—le preguntó Hawse a Doc.

—A unos cinco mil doscientos.¿Por qué?

—Yo estoy a cinco mil trescientos.—Vete a tomar por culo, Hawse.Los hombres prosiguieron con el

descenso en paracaídas. La temperatura

empezaba a subir a un ritmo de dosgrados centígrados por cada trescientosmetros. A cuatro mil quinientos dealtitud, Doc les ordenó que seexaminaran en busca de síntomas dehipoxia.

—Buscad señales de hipoxia.—Aquí Disco, sin problemas.—Aquí Billy, sin problemas.—Aquí Hawse, sin problemas.—Estupendo, muchachos. Nos

quedan unos doce minutos hasta quetoquemos tierra. Los de Inteligenciadicen que el enjambre se ha desplazadoun trecho hacia el oeste, en dirección alos restos de San Antonio. Eso no quieredecir que vayamos a posarnos en unhotel de la costa tropical. Podéis apostar

a que esas garras muertas tratarán depellizcaros el culo antes de que podáisabriros el arnés del paracaídas.Preparaos. Quiero las M-4 con elcargador a punto, sin obstrucciones, elsilenciador en su sitio y el láseractivado.

Los hombres no lo dijeron, perotocaron tierra paralizados por el miedo,temerosos de que se materializara lapeor de las posibilidades.

«¿Y si llegamos a tierra en mediode un enjambre? En su mismo centro,rodeados por no muertos hasta unkilómetro de distancia en todas lasdirecciones.»

No había entrenamiento niexperiencia de combate que pudiera

haberlos preparado para semejantesituación.

Cuando las suelas de sus botasllegaron a tres mil metros de altura, Docretransmitió de nuevo:

—Control de hipoxia.—Aquí Disco, sigo despierto.—Aquí Billy, sin problemas.—Aquí Hawse, tengo frío.—Repite, Hawse.Hawse dijo con lentitud:—Tengo crío, quiero decir, frío.Doc empezó a hacerle las preguntas

médicas estándar.—Hawse, nos quedan ocho minutos

hasta tocar tierra. Empieza a decirme elalfabeto empezando por el final.

Hawse le respondió con la voz

pastosa.—Pero tío...—Empieza —le insistió Doc.—Rrrecibido. Zeta, y griega, uve

doble, uve... joder, tío, lo siento mucho,no me sale.

—Tienes hipoxia, Hawse. Estamosa menos de tres mil metros. Tienes querecobrarte antes de que lleguemos atierra. Disco, Billy, id por Hawse tanpronto como os hayáis sacado losparacaídas.

Disco respondió al instante.—Se hará.Billy murmuró:—Estoy en ello. Espera, ¿cómo

vamos a saber dónde se encuentra?Hawse se ha olvidado el aparato.

Doc le respondió:—Tienes razón. Hawse, enciende

el láser infrarrojo. Será la única manerade que te encontremos. Cuando estés entierra, empieza a hacer señales en todaslas direcciones tan pronto como te libresdel arnés.

No hubo respuesta.—¡Joder, Hawse, di algo! —gritó

Doc.Una voz pastosa y débil murmuró:—Rreshibiiddo.Mil quinientos metros.—Control de hipoxia.—Disco, estupendo.—Billy, sin problemas.Doc, nervioso, dijo por radio:—Será mejor que estemos

pendientes de Hawse. Nos hallamos amenos de mil quinientos y ya les huelo.¡Cuatro minutos!

Disco y Billy retransmitieron alunísono:

—¡Recibido!Forzaron la vista en busca de

indicios de que las criaturas pudieraninfestar la zona en la que iban a tocartierra. Aún no habían descendido losuficiente como para poder ver el suelocon precisión mediante sus instrumentosópticos.

Los anteojos les proporcionabantan sólo una falsa percepción deprofundidad. Las normas eran: mantén lamirada fija en el horizonte, con lasrodillas ligeramente dobladas, no trates

de adelantarte al impacto. Variacionesde estas normas se repetían en elsubconsciente mientras bajaban losúltimos treinta metros. La fetidez de lascriaturas se les hizo casi abrumadoracuando cayeron a plomo en el corazóndel páramo de los no muertos.

Disco fue el primero de losoperativos que llegó a tierra. Se recobróal instante, miró a su alrededor en buscade amenazas y abrió el arnés delparacaídas. Todos ellos se imaginabanque Hawse debía de estar inconsciente,o aturdido por la hipoxia. Hawse noparaba de tocarles los huevos a los otrosmiembros del equipo, pero los demás lerespetaban. Había logrado escapar

entero de Washington D. C. Lo másimportante de todo: a nadie le gustaba laidea de perder a un hombre cuando elequipo entero tenía cuatro. Y todavíamenos en un momento como aquel.

Mientras Disco se ajustaba elintensificador de los anteojos, Billy Boyllegó a tierra, siete metros a suizquierda, con una palabrota y el sonidosuave del golpe. Doc hizo impacto diezsegundos más tarde. Se reagruparon entorno a Disco y miraron en derredor, enbusca del láser infrarrojo de Hawse. Novieron nada, hasta que el destello de unacarabina con silenciador los atrajo haciauna loma.

Hawse se había desmayado en

algún punto a menos de trescientosmetros, y no se había enterado de queiba a posarse sobre una gran picea. Elparacaídas se le había enredado en unarama y se había oído un fuertechasquido. Se quedó colgado duranteunos minutos, aturdido, hasta que lacriatura empezó a roerle la punta deacero de la bota izquierda. Las dosmanos huesudas del cadáver leagarraban el pie. La carabina colgaba enun ángulo incómodo, por lo que Hawsetuvo que disparar con el brazo másdébil. La primera vez estuvo a punto deabrirse un orificio en el pie pero a latercera le hizo estallar el cerebro a lacriatura, y los sesos se desparramaronpor el suelo como si se vaciara una

bolsa de hojas húmedas.Hawse activó el láser infrarrojo y

apuntó con él en una y otra dirección. Alcabo de un minuto, se dio cuenta de queel auricular se la había salido de lugardurante el descenso. Tras palparse enbusca del cable enrollado, volvió acolocárselo en el oído.

Doc retransmitía.—Estoy viendo el láser de Hawse.

Parece que está en una colina. Nosdesplegamos a lo largo de veinte metros.Iré al frente con Disco. Billy, tú te ponesa las seis.

Disco confirmó verbalmente laorden.

Billy replicó por radio tan sólo con«seis».

La brevedad en las comunicacionesera la norma en el mundo de los nomuertos. Hawse no intervendría en laconversación, a menos que fueraabsolutamente necesario. Los hombresoían el crujido de la maleza que lesindicaba que no estaban solos.Cubrieron rápidamente los cincuentametros que les separaban del lugardonde Hawse había quedado colgado dela picea.

La radio de Doc crepitó con la vozde Billy Boy.

—Tango siete y nueve, treintametros, fuerza cinco.

Había cinco no muertos treintametros más allá del árbol.

Doc dio la orden.

—Mátalos, Billy.El sonido de la carabina con

silenciador de Billy al vomitar plomo acorta distancia fue como un bálsamopara sus oídos.

—Tangos eliminados —informóBilly.

Al llegar a lo alto de la loma,vieron a Hawse colgado del árbol,esforzándose por mantener las piernasrecogidas contra el pecho.

Doc meneó la cabeza y dijo:—¿Qué coño te ocurre, Hawse?—Me he desmayado mientras

bajaba, tío, y al despertar me heencontrado con que esa cosa me dabamordiscos en las botas —dijo Hawse, ehizo un gesto en dirección al cadáver—.

¿Qué quieres de mí?—Córtale los cables, Disco —

ordenó Doc.—Será un placer.Disco trepó por el árbol hasta una

altura suficiente para cortarle los cablesy Hawse se cayó ruidosamente al suelo.Aterrizó a apenas unos metros delcadáver.

—¡Disco, gilipollas! ¡Podría haberaterrizado sobre la cara de esa criatura!¡Deja de hacer el subnormal!

—No te ha pasado nada. No hacefalta que seas tan borde.

—Estás en inferioridad numérica,Disco —bromeó Doc.

—Ya me lo imagino, pero de todosmodos un Delta vale lo mismo que tres

«ranas» —replicó Disco con sarcasmo,y además se lo creía.

—Bueno, basta de hacer el ganso,vamos por los paracaídas yexaminaremos el terreno para saber aqué distancia estamos —ordenó Doc.

Tres confirmaciones se oyeron alunísono en los auriculares.

Billy sacó el mapa y la brújula.Marcó en el mapa el punto donde habíansaltado y anotó el viento con el quehabían descendido, guiándose por ladirección del humo que brotaba de loslugares donde no se habían extinguidolos incendios. Refinó y precisó suposición mediante la observación de losaccidentes del terreno, y a continuacióntodos los demás expresaron su acuerdo.

—Doc, vamos a tener quearrastrarnos cinco kilómetros endirección norte-noroeste para poderubicar de manera aproximada laspuertas de acceso —dijo Billy.

—Mejor de lo que había esperado.Recogieron los paracaídas, los

metieron cada uno en una gran bolsa debasura que formaba parte de su equipo ymarcaron en los mapas el lugar dondelos dejaban. Los paracaídas les vendríanbien más adelante, pero no valía la penameterlos en las mochilas y tener quecargar con el peso extra. El tiempo eraesencial. En aquellos parajes habríasido muy peligroso que lossorprendiesen en pleno día.

4

Tara estaba echada sobre la cama ymiraba al techo. No habría mirado demanera muy distinta a un profesoraburrido en la universidad, en un tiempoque le parecía ya pertenecer a otra vida.Los fluorescentes rectangulares estabande color rojo. La litera se mecíalevemente mientras el barco avanzabapor aguas revueltas.

El estruendo que surgía del baflemontado sobre la puerta la obligó arecuperar la concentración. Algunos delos miembros de la tripulación lollamaban 1MC. Ese término estaba en lalista de lo que debía aprender. Tenía

tanto por asimilar... Hacía tan sólo unosdías que su novio se había marchado.Había pasado una semana desde laevacuación del Hotel 23..., a ella leparecía que hacía mucho más tiempo. Elrecuerdo era tan borroso...

Aún creía oír la señal sonoradentro de su cabeza. Todos losdemonios del infierno no habrían podidoasustarla más. No creía en el infierno talcomo aparecía representado en lasiglesias y en las novelas de terror. Sóloconocía el infierno de verdad que habíavisto con sus propios ojos el día en elque huyeron del Hotel 23.

Habían hecho subir a Tara a bordode un helicóptero junto con Dean, Jan,Laura y al resto. Laura se aferraba a la

perrita blanca de John, Annabelle, porpuro miedo. Cuando los evacuaron delúltimo sitio que por un breve período detiempo habían llamado hogar, ningunode ellos sabía lo que podían encontrarmás adelante.

Saien la había empujado a bordo yle había dicho, para darle ánimos:

—No te preocupes, cuidaré de Kilpor ti. Estará a salvo conmigo. ¡Vamos!

Las imágenes de la batalla que sehabía librado pocos días antes en elcamino entre el Hotel 23 y el golfohabían quedado marcadas comocicatrices en su consciencia y habíanalimentado sus sueños recientes. Elhelicóptero se había elevado sobre elcomplejo y Tara había empezado a ver

lo que parecían millones de no muertosque se acercaban. Pura muerte queconvergía en el nexo, el Hotel 23. Lossupervivientes se habían marchado en unconvoy de vehículos militares, así comoen coches y camiones, e incluso a pie.Solamente las mujeres y los niñoshabían viajado por el aire a fin degarantizar su seguridad.

Tenía un vívido recuerdo de losMarines que disparaban contra lashordas, que dispersaban en un instante amasas de no muertos, que con sus balasarrojaban miembros cadavéricos entodas las direcciones. Algunas de lasbalas parecen rayos láser, pensómientras los marines segaban a millaresde víctimas en la hilera frontal de no

muertos. Con todo, legiones de estoslograban superar las líneas de fuego.

Eran demasiados como paradetenerlos.

El helicóptero voló hacia el sur yTara tuvo el primer vislumbre del navíoGeorge Washington , una mancha en elhorizonte que creció en cuestión desegundos mientras volaban hacia él.

Un hombre llamado Joe Maurer lehabía tomado el parte en el día anterior.Le había pedido educadamente queempezara desde el principio..., desdemeses atrás, desde el coche donde lahabían encontrado y la habían rescatado.Sintió un asomo de vergüenza cuandoJoe le preguntó cómo había podidosobrevivir durante tanto tiempo en el

interior del vehículo.Se ruborizó todavía más cuando el

hombre le dijo:—¿Cómo hacías tus necesidades?No sólo por vergüenza, sino por el

miedo que la golpeó como un rayocuando el hombre le hizo la pregunta.Recordaba a las criaturas. Laobservaban en el interior del cochemientras dormía, la observaban mientraslloraba, la observaban mientras lesmaldecía y les escupía, y la observaban,incluso, cuando hacía sus necesidadesen una taza grande de McDonald's.Gracias al cielo, no tenían la fuerza ni lainteligencia suficientes para romper loscristales con rocas, como Tara habíavisto en otras ocasiones. Golpeaban sin

cesar los cristales con muñonessanguinolentos e hinchados de pus...: loque había quedado de sus manos.Llegaron al extremo de emplear lascabezas como arietes en un intento porabrirse paso hasta ella. A uno habíanllegado a saltarle los dientes de su bocapodrida cuando trató de morder elcristal para llegar hasta ella a través dela ventanilla agrietada. «Se guían porimpulsos primarios», pensó Tara en esemomento.

Estaba en las primeras fases de unainsolación cuando la encontraron. Kil nohabía sido su único salvador, pero sí erala primera persona a la que había vistoal mirar desde el borde de la muerte. Yahora se había marchado, lo habían

mandado a una misión queprobablemente no serviría para nada. ATara, en realidad, no le importaba lamisión..., lo único que quería era quevolviese. Tara había llegado a entendercómo debió de sentirse su abuela cuandoel abuelo tuvo que marcharse a Vietnam.

Ella, por lo menos, tenía a John y alos demás.

Era John quien mantenía unido algrupo. Había estado con ellos en lashoras más negras: en el día que se vivióen el Hotel 23 cuando el helicóptero noregresó. Tara estuvo llorando durantevarios días. Sin rendirse jamás, vivíajunto a la radio. Mientras estabadespierta, se pasaba todo el tiempoatenta a las señales de socorro; obligó a

John a prometerle que haría lo mismomientras ella dormía. John lo hizo, sinquejarse ni cuestionarla. Casi concerteza, John habría muerto también, deno ser por Kil.

A decir verdad, lo más probableera que todos ellos hubieran muerto deno ser por el propio John. Susconocimientos en ingeniería de redes yen el manejo del Linux habían hechoposible que los supervivientes del Hotel23 pusieran en funcionamiento, por lomenos, una parte de los complejossistemas clasificados de éste. Sudestreza en el control de las cámaras deseguridad, recepción de imágenes porsatélite y equipamiento decomunicaciones habían sido esenciales

para que el grupo estuviera al tanto desu propia situación.

Tara oyó una vez más la señal y sepreguntó qué significaría esta vez.

John se había propuesto mantenerseactivo después de que Kil se marchara.Todavía estaba algo enfadado, y quizáun poco dolido, pero comprendía losmotivos por los que Kil había elegido aSaien. Había dejado atrás esa cuestión yse había presentado como voluntariopara ayudar a la División deComunicaciones a mantener enfuncionamiento sus vitales circuitos. Lossistemas de correo electrónico de laembarcación eran inútiles, porque noexistía ya una World Wide Web a la que

pudieran conectarse. Con todo, sí existíauna sólida red de comunicaciones porradio que enlazaba al GeorgeWashington con varios otros nodos deinformación que seguían activos en elmar y en tierra firme. Aunque no lehubieran autorizado el acceso directo alos circuitos, era cuestión de tiempo quelos técnicos de comunicaciones delbarco se familiarizasen con John,bajaran la guardia y le permitieranacceder sin restricciones. Susconocimientos en teoría básica deradiofrecuencias y en sistemasinformáticos le otorgaban unaimportancia fundamental entre losrecursos humanos de la nave.

* * * Unos pocos pisos más abajo, más cercade la popa que el puesto decomunicaciones, se hallaba laenfermería del portaaviones. Antes de laanomalía, había tenido el aspecto de unsimple ambulatorio, pero en esemomento se asemejaba más bien a uncentro de atención para heridos deguerra. La mayoría de los médicos habíamuerto en el cumplimiento de su deberdespués de que se detectara la anomalíaen Estados Unidos. No costaba nadaentender por qué, puesto que losmédicos que viajaban a bordo solían serlos primeros en acercarse a losinfectados. La nave había transportado

cinco médicos antes de que sepresentara la anomalía. Los cadáveresreanimados infectaron en seguida a losdos primeros. Resultaba irónico que losmismos médicos que habían certificadola defunción muriesen a manos de lascriaturas que los habían engañado. Untercero murió después de que unmarinero infectado se pegara un tiro enla cabeza y salpicara con su sangre uncorte en la cara que el médico se habíahecho al afeitarse. El médico pidió quele disparasen a la cabeza también a él ylo sepultaran en el mar. El cuartomédico evitó la violencia mediante unasobredosis de morfina. Por lo menostuvo para con sus compañeros ladecencia de atarse la mitad inferior del

cuerpo a la camilla con correas antes deadministrarse la inyección. La nota quedejó al suicidarse era tan turbadora queel oficial de seguridad de laembarcación la confiscó y la destruyó,por miedo de que provocara nuevosintentos de suicidio, o incluso un motín.

El único médico que seguía convida era el Dr. James Bricker,profesional excelente y graduado en laAcademia Naval, así como capitán decorbeta. Cualquiera que haya pasadotiempo en la armada os dirá que losmédicos constituyen una categoría aparteentre los oficiales. A muchos de losmédicos que ocupan posicioneselevadas en el escalafón les da igual queles llamen señor, señora, con

tratamiento de rango, sin tratamiento derango. Tan sólo les preocupa su trabajo:que sus pacientes se encuentren mejor.

Cuando Jan llegó del Hotel 23,Bricker se encontraba al borde de lalocura, y quizá también del viejo yfiable gotero de morfina. Después deque embarcaran y pasaran unaentrevista, se les pidió a los nuevospasajeros que rellenaran un formulariodonde se les preguntaba por sushabilidades prácticas. Losseleccionadores sabían a quiénbuscaban y tenían claro cuáles iban a seren todo momento las prioridades. Alleerse los formularios y encontrarse conuna estudiante de cuarto curso deMedicina, el equipo de selección

prácticamente arrancó a Jan de su silla yse la llevó lejos de su marido y de suhija, en dirección a la enfermería.

Nada más llegar, Jan se sintiócomo si hubiera entrado en unmanicomio. Pacientes vivos, peroinfectados, chillaban en las camas yforcejeaban en su delirio por librarse desus ataduras. Los voluntarios iban de unlado para otro como abejas por entre lascamas del hospital. Un único médico,con pinta de loco y el cabello revuelto,estaba inclinado sobre un microscopio ylanzaba maldiciones contra lo que fueraque había visto en el portaobjetos.

El seleccionador le interrumpió.—Dr. Bricker, tengo...

—Ahora no.El seleccionador aguardó durante

unos segundos. Parecía que no sedecidiera a interrumpirlo de nuevo.

—Señor, he encontrado...Sin separar los ojos de los cristales

del microscopio, el Dr. Brickerparpadeó.

—A ver si lo adivino, haencontrado usted a una Eagle Scout conla medalla al mérito sanitario, o quizá auna graduada en primeros auxilios, o...hummm... ¿o se ofrecía por catálogocomo transcriptora de historialesmédicos?

—Era estudiante de cuarto demedicina, señor.

Bricker calló por unos instantes,

sin dejar de mirar al microscopio y a lossecretos que se ocultaban bajo suscristales.

—¿Está usted seguro?—La tengo aquí, señor. La dejo en

sus manos, entrevístela, hágale un...hum... ¿un examen? Lo que a usted leparezca bien. Tengo muchos otrosformularios por leer, así que tendría quemarcharme. Toda para usted.

Jan se volvió hacia elseleccionador, molesta por su descaro.

—Disculpe, señorita, me pareceque he hablado como si no estuvierausted presente. Es que he pasado un díamuy largo.

La expresión en el rostro de Janpasó del enojo a la comprensión.

—No se preocupe.La entrevista empezó en seguida y

duró un buen rato.—¿Dónde estudió..., qué

experiencia tiene con enfermedadesvíricas..., tiene alguna teoría a propósitodel origen..., cuánto tardó en verlos...,de dónde le parece que sacan su...?

Jan estaba ya exhausta cuando Willle dio unas palmadas en la espalda einterrumpió la entrevista estiloInquisición en la que se habíaenfrascado Bricker. Más bien parecía uninterrogatorio por asesinato.

—¿Quién es su amigo, señoritaGrisham?

—Soy señora, y él es el señorGrisham. Pero no tendrá problemas en

que le llame William.Bricker tendió torpemente la mano

para estrechar la de Will; Will se laagarró como una tenaza. Jan se diocuenta y le dio a entender con laexpresión del rostro que no apretaratanto.

—Encantado de conocerle, doctor.¿Le importaría explicarme por qué sehabía puesto a hacerle preguntas a mimujer como si fuese una terrorista en unasala de interrogatorios?

—Uh... Bueno, tendría que entenderusted... Entienda usted que soy el últimomédico que queda a bordo. Ahora ya nopodemos contentarnos con un proceso deselección normal, señor Grisham.

—Puede usted llamarme Will.

—Gracias, Will. Tenemos suertede contar con la señora Grisham...espero que no le importe si la llamo Jan.

Jan asintió con la cabeza.—Tengo contactos limitados con

médicos del extranjero por medio de lasredes de radiofonía del portaaviones.Por desgracia, como le decía antes, soyel único médico de esta ciudad flotante.Mucho me temo que su mujer, Jan, seencontrará ahora en una posicióndelicada. Acaba de entrar en la lista delos tripulantes de alta prioridad, los quehay que defender a toda costa, por losque hay que matar si es necesario. Ella yyo, los altos mandos, los ingenierosnucleares, los soldadores, los expertosen comunicaciones y unos pocos más

tenemos una importancia vital para elmantenimiento y la supervivencia deesta base.

Jan calló por unos instantes, hastaque hubo asimilado lo que acababa deoír, y entonces preguntó:

—¿Qué se hace aquí exactamente,doctor?

—Las órdenes son tan simplescomo los oficiales que comandan estaembarcación. Descubrir qué es lo quehace que los muertos se levanten ybuscar una manera de detenerlo. Almenos, si fuera posible, impedir que seproduzcan nuevas infecciones.

—¿Y la salud de las personas quese encuentran ahora a bordo? —preguntóJan, al tiempo que los chillidos de los

pacientes subrayaban sus palabras.—Lo siento, pero queda en segundo

plano —dijo el Dr. Bricker, y suspiró—. De acuerdo con mis cálculos, hemossuperado desde hace mucho el punto deno retorno. La humanidad se encuentra albordo del abismo; lo único que puedesalvarnos es la buena labor científica.Un centenar de barcos en el mar,armados hasta los dientes y bienaprovisionados, apenas si representaríannada. No es ningún secreto que enEstados Unidos hay millones decriaturas como ésas, y miles de millonesen el resto del mundo.

5

Submarino Virginia — Fuerza deCombate Clepsidra

Seis gruesas cuerdas de descensoen rápel bajaron casi al mismo tiempodesde las portezuelas del helicóptero.La fuerte corriente de aire creada por elrotor azotaba a los miembros delequipo, al tiempo que las cuerdas sedesenrollaban cual mambas y seestrellaban sobre la cubierta delVirginia detrás de la torreta. Laembarcación se ladeaba, obediente a lasazarosas corrientes del Pacífico. Elcasco del submarino no estaba diseñado

para reposar en la superficie; era muchomás adecuado para la infiltración degrupos de operaciones especiales y parallevar en silencio la muerte a las puertasde los submarinos enemigos.

Pocos segundos después de que lascuerdas golpearan la cubierta, bajaronlos seis pasajeros. Los primeros cuatrodescendieron con el ritmo y lacomodidad que tan sólo se alcanzan alcabo de muchos años de práctica enoperaciones especiales. Los dos quebajaron luego, en comparación, parecíantorpes y sin experiencia. A mediodescenso, uno de los dos perdió elequilibrio y se estuvo agitando en elaire, sujeto por el arnés, como un animalque ha caído en una trampa, y al

debatirse estuvo a punto de arrear unapatada en uno de los mástiles.

Al cabo de un rato de sufrir el airecálido propulsado por el rotor y dehacer torpemente el payaso en lascuerdas, Kil y Saien se unieron a losotros cuatro que ya estaban en cubierta.El jefe del equipo se erguía allí, y elaire que desplazaban los potentesmotores les agitaba la ropa. Sus pies ypiernas de marinero se aferraban a lacubierta de acero como otros tantosimanes, y se mantenía en equilibrio sinninguna dificultad. Le hizo una señal conla mano al jefe de tripulación que sehallaba en el helicóptero. Unos segundosmás tarde, cinco grandes talegos de lonarepletos de armas y equipamiento

bajaron poco a poco hasta la cubierta.Los hombres le hicieron una señal deconformidad al piloto y el jefe detripulación empezó a jalar los cablesnegros. El piloto hizo un saludo a loshombres que se quedaban sobre lasuperficie del submarino y tiró deinmediato del control cíclico. Elhelicóptero voló hacia el norte.

El estruendo y la corriente de airedel rotor desaparecieron rápidamente enla lejanía. Los hombres quedaban a lamerced del Pacífico. Los operativos sedespidieron de la superficie y caminaronsobre el espinazo de la embarcación,por la áspera pasarela antideslizante,hasta llegar a la torreta.

Kil y Saien les seguían, y uno de

ellos le dijo al otro en voz baja:—Allá donde fueres...Recorrieron lo que les pareció una

distancia considerable, bajaron por laescalerilla, entraron por la escotilla y seadentraron en el vientre del submarino.Descendieron hasta la zona de mandos,la luz del cielo se extinguió y elalumbrado interior de color rojo ganó enintensidad. Los cuatro operativosdesaparecieron en dirección a proa,hacia los complejos órganos internos delsubmarino, y dejaron a Kil y Saien en elpuente, entre desconocidos.

Un hombre vestido con un monoazul arrugado, zapatillas de tenis y unagorra con visera de la armada se lesacercó y le tendió la mano a uno de los

dos.—Soy el capitán Larsen, oficial al

mando del Virginia.Uno de los recién llegados tendió

la mano y estrechó con fuerza la deLarsen.

—Nosotros somos...—Ya sé quiénes son ustedes y por

qué están aquí —le interrumpió Larsen.Kil tuvo que esforzarse por ocultar

su reacción y no impedir que Larsencontinuara.

—El almirante me retransmitió unmensaje personal hace tres días. Tuvo lagentileza de proporcionarmeinformación acerca de usted y de suamigo, el Sr. Saien. Nos han hablado deusted y de su extraña experiencia con

Remoto Seis, trátese de lo que se trate.—Bueno, pues parece que el

almirante nos ha ahorrado tiempo —respondió Kil.

—Sí lo ha hecho. El contramaestrede la armada los va a acompañar a sucamarote —dijo Larsen, y acontinuación dio los primeros pasospara marcharse.

—¿Una pregunta rápida, señor?—Dígame, comandante.—¿Qué es lo que vamos a buscar

en China?—Les informaremos en la sala para

reuniones de carácter reservado. Estén apunto para una reunión a las dieciochohoras.

—Sí, capitán.

* * *

Larsen se marchó a toda prisa, al mismotiempo que decía por una radio en formade ladrillo unas palabras que Kil noentendió, y luego desapareció por unestrecho pasillo adyacente. Elcontramaestre de la armada, el Sr.Rowe, maniobraba en torno a los doshombres, los inspeccionaba con ojosque probablemente se habían calibradoa lo largo de muchos años en el mar. Eraun hombre no muy alto, quizá de unmetro setenta y seis, con un mostachoimpresionante. Los marineros másveteranos de la armada tenían unaexpresión que decía: «Este hombre habaldeado más agua salada que la que

haya pasado jamás por debajo de estebarco.» Sin saber por qué, Kil se quedócon la sensación de que aquella frasedebía de haberse inventado paradescribir al contramaestre de la armadaRowe.

—Bueno, me han dicho que uno deustedes tiene rango de comandante.Debe de ser usted —dijo Rowe, altiempo que señalaba a Kil—. ¿Quiere ununiforme? Nos sobran algunos, aunqueno tenemos ninguno con galones.

Kil se dio cuenta de que elcontramaestre de la armada habíavenido con los deberes hechos.

—Me iría bien un par de monos detrabajo, si es que pueden permitírselos,contramaestre.

—No habrá problema, señor. Yasabe usted mi nombre. ¿Usted sellama...?

—Kil.—Póngase usted cómodo,

comandante Kil.Saien se rió sin querer.—¿Y tú cómo te llamas, Alí Babá?

—le preguntó Rowe a Saien.Kil se mordió los labios.—Me llamo Saien.Rowe los observó a ambos con

mirada crítica, como si les hubierajuzgado y pasado sentencia a bordo delVirginia.

—Comandante Kilroy y señorSaien, bienvenidos a bordo delVirginia. Síganme, por favor.

Saien y Kil siguieron alcontramaestre de la armada Rowe por ellaberinto de pasadizos y escalerillas.Kil empezaba a darse cuenta de que eltiempo y el espacio adoptaban una formapeculiar y fluida a bordo de lossubmarinos. Pensó que la embarcaciónno se había visto tan grande desde elexterior. Habían llegado a su nuevohabitáculo. Lo delimitaban unas lonastendidas contra los mamparos queformaban un rectángulo irregular, conuna litera para dormir y baúles paraguardar las cosas.

—Disfruten de su nuevoapartamento. Tienen corriente de aire,pero con un poquito de cinta aislante ylas cremalleras cerradas quedará bien.

Yo estoy al mando de esta embarcación;si les apetece, pueden llamarmecontramaestre. Es más corto quecontramaestre de la armada.

Kil asintió con la cabeza.—Gracias, contramaestre.—Muy bien, señor.El contramaestre de la armada

Rowe se marchó con pasos enérgicos, ymientras estaba en el pasillo gritó algoacerca de unos monos y de tener lasinstalaciones limpias.

Saien y Kil se habían conocido encircunstancias interesantes. Kil habíadescubierto, algún tiempo después deque se encontraran, que Saien le habíaseguido la pista durante varios días y lehabía observado mientras se abría

camino hacia el sur después de sufrir ungrave accidente con el helicóptero.Mientras le rastreaba las huellas, Saienhabía descubierto una nota que Kil habíaescrito a mano, junto con un alijo dearmas y suministros varios que habíadejado en la nevera de una casa quellevaba mucho tiempo abandonada.

«Kilroy estuvo aquí.»El apodo se le había grabado en la

memoria antes de que empezara elespectáculo.

Kil sentía que se le encogía elestómago al recordar aquel día. Habíantenido que luchar por arrancar el cocheal mismo tiempo que millares decriaturas avanzaban hacia ellos.Trescientos metros, doscientos metros...,

polvo, gemidos, los tenían aún máscerca. En un ataque de pánico yconfusión, Saien lo llamó Kilroy, por lanota que había dejado. El nombre deKilroy evolucionó durante los días quesiguieron hasta quedarse simplemente en«Kil».

Deshicieron los fardos con los quehabían venido y guardaron el materialpor todos los huecos que encontraron.Las camas eran pequeñas y el espacioreducido. Metieron una parte de susefectos personales bajo los colchones;no había sitio para todas las cosas quese habían traído desde el espaciosoportaaviones. Ni el uno ni el otro habíanvivido jamás en un submarino y lodemostraron por la manera como

desaprovecharon el poco espacio quetenían a su disposición.

Kil se sentó sobre la litera yescuchó los sonidos del submarino. Éstehabía sido diseñado para desplazarse ensilencio y parecía una biblioteca públicaen comparación con el arrastre decadenas, la ruidosa ventilación y lasválvulas solenoides del portaaviones.Oyó «inmersión, inmersión, inmersión»,y entonces la proa se inclinó unos pocosgrados hacia abajo y el Virginiadescendió a las profundidades. Kil sabíaa qué se enfrentaba, y que muyprobablemente no regresaría con vida.Era una sencilla cuestión de números,lógica. Eran demasiados. Esta vez no seenfrentaría a unos pocos cientos, sino a

miles de millones.Al cabo de cuatro horas, les

informaron de la peligrosa misión queles aguardaba.

Ésta es la primera anotación en eldiario desde que estoy a bordo delVirginia. Han pasado dos horas desdeque he abordado el submarino. La marestaba picada momentos antes de quenos sumergiéramos. El oficial al mandome informa de que vamos a permaneceren esta zona durante las próximas veintehoras mientras nos preparamos para elviaje hasta Pearl Harbor. A Saien y a mínos han instalado en una de las salas deliteras de a bordo, arreglada para queparezca una especie de camarote. Qué

suerte que no nos hayan puesto a dormiren el compartimiento de los torpedos,que es lo que se suele hacer con lamayoría de los extraños y los que notienen experiencia en el manejo desubmarinos, con los novatos.

Aunque haya servido en barcos dela armada en multitud de misiones,nunca había pensado que llegara a oírsemejante cosa por 1MC:

—Que todo el personal disponiblecomparezca para su formación en elmantenimiento de reactores nucleares.

Era totalmente lógico. Ahora laarmada ya no forma especialistas enembarcaciones nucleares, así que hayque educar al personal sobre la marcha,porque, si no, llegaría un momento en el

que nadie sabría encargarse delmantenimiento de los reactores.

Las embarcaciones de motornuclear se concibieron para situacionesapocalípticas como esta. Recuerdocuando servía a bordo de unportaaviones convencional. Cada pocosdías teníamos que ir a repostar. Ese tipode embarcaciones no podría sobreviviren este mundo nuevo. No quedanrefinerías activas que puedan producircombustible suficiente paraabastecerlas.

Las únicas debilidades efectivasd e l Virginia son el mantenimientogeneral del casco, la provisión dealimentos y la reparación de losreactores. El entrenamiento que se lleva

a cabo en el área del reactor podríareducir una de esas debilidades. ElVirginia genera su propia agua ypurifica su propio aire medianteequipamiento que lleva a bordo,alimentado por el reactor. No le faltaelectricidad. De la misma manera quealgunos de los portaaviones conreactores activos se emplean comocentrales eléctricas, el Virginia podríaproporcionar electricidad sin granesfuerzo a una población pequeña.

Me han dicho que Saien y yo vamosa reunirnos con el oficial de Inteligenciadel submarino para que nos informen dela operación. La única pista de lo quetendremos que hacer me la ha dado Joeantes del viaje en helicóptero de esta

mañana.Joe se ha hecho oír a gritos entre

los rotores cuando esta mañana salíamosdel puente del portaaviones ycaminábamos hacia el helicóptero por lacubierta de acero y materialantideslizante.

—No te lo vas a creer,comandante. Ve con mente abierta.

Aún no me había acostumbrado aque me llamaran comandante. No eracomandante de verdad. Ni siquiera mepagaban por ello, aunque me imaginoque la moneda tampoco vale ya paranada. En cualquier caso, ahora mismo notengo ni idea de qué es lo que podríasorprenderme después de todo lo que hepasado durante los últimos once meses.

Esto es como la primera noche en elcampamento militar. Estoy fuera de miambiente, un poco asustado, y no tengoni idea de lo que va a suceder.

6

Hotel 23 — Fuerza ExpedicionariaFénix

—¡Date prisa, Doc! —gritó uno delos hombres desde la penumbra.

—Este pequeño chorro de plasmano tiene la velocidad de un carro decorte; voy tan rápido como puedo.

—Los tenemos encima, tío... ¡Comono abras la puerta se nos van a follar!Los veo con los anteojos. Dan bastantemiedo.

—Mira, tío, no me ayudas nada.Serénate.

Doc se concentró en el rayo

incandescente de plasma que observabaa través de la protección ocular. Seguíael rastro de la soldadura y cortaba pocoa poco. Mientras trabajaba, oía laspisadas y gemidos de los no muertos asus espaldas, pero no se detenía. Si nolograba pasar a través de la pesadapuerta de acceso, lo detendrían las fríaszarpas de los no muertos, que loarrancarían de la entrada. Las criaturasse acercaban, atraídas por la luzbrillante y el sonido del rayo de plasmay de los disparos de las carabinas consilenciador.

Billy, muy agitado, le gritaba almismo tiempo que disparaban.

—De prisa, Doc. Te lo digo enserio. ¡Si ya noto su aliento!

—Tío, hago lo que puedo. Sólounos minutos —respondió Doc.

—El tiempo se nos acaba. ¡Disco,lánzales una granada de fragmentación!—murmuró Billy.

Disco se sacó una granada delchaleco, le extrajo la anilla y la arrojócontra la masa creciente de criaturas quese acercaban.

—¡Explosión! —gritó Discocuando la granada se detuvo entre lamasa de cadáveres andantes.

Los cuatro hombres se arrojaron alsuelo. Los segundos pasaron comominutos hasta que el estallido sacudió elárea inmediata y arrojó por los airesjirones de carne podrida y hueso. Laexplosión se llevó por delante a un buen

número de no muertos, o por lo menoslos dejó incapaces de moverse.

Hawse se empleó a fondo contralos rezagados con la carabinasilenciada. Le gritó a Disco:

—¡A partir de hoy vas a trabajar enla lavandería, gilipollas!

—¿Qué? —le respondió Disco, altiempo que se sacaba un tapón degomaespuma del oído derecho.

Hawse siguió disparando y almismo tiempo le abroncó.

—Tío, por Dios, tira ya lasporquerías esas. Te van a pegar unmordisco en el trasero y ni siquiera losvas a oír cuando se te acerquen.

—Cómo voy a tirarlas, tío. Tú yasabes lo que ocurrió aquí. Cuando salga

el sol, puede que veas medio artefactosobresaliendo del suelo —respondióDisco.

Los no muertos salían de entre losárboles del bosque que se encontrabamás allá, atraídos por la explosión. Nopasaría mucho tiempo antes de que elequipo no pudiera salvarse ni con uncentenar de granadas de fragmentación.Como mucho, unos minutos.

A Doc y a los demás les habíanexplicado en qué consistiría la misiónpoco antes de que saltaran. Hacía algúntiempo, un ingenio enorme en forma dejabalina, concebido para generar ungigantesco estrépito, se habíaprecipitado sobre aquellasinstalaciones. Lo que quedaba de los

servicios de Inteligencia había llegado ala conclusión de que el arma estabadiseñada para exterminar toda vida quepudiera quedar en el área, por medio delmegaenjambre de no muertos queatraería con el intenso sonidoomnidireccional que proyectaba. Se leconocía tan sólo por el nombre encódigo que se le dio en un informeclasificado de Inteligencia: ProyectoHuracán. Había habido que recurrir auna escuadrilla de Thunderbolts A-10 ysus armas de 30 mm para inutilizar lamáquina.

Al tiempo que escuchaba las burlasque intercambiaban Disco y Hawse, Docseguía trabajando con las soldaduras dela gruesa puerta de hierro de la entrada.

Disco y Hawse seguían diciéndosegilipolleces, disparaban entre frase yfrase, y se daban a sí mismos tiempopara pensar insultos mejores. Doc sabíaque tan sólo hacían el payaso. Enrealidad, sentían terror.

—Estoy a la mitad —dijo Doc parasí mismo, en voz alta.

Le pegó un grito a Billy Boy yforzó el cuello para mirar por encimadel hombro izquierdo.

—Billy, repítemelo para que estéseguro; los de Inteligencia han dicho queaquí dentro no hay, ¿verdad?

Billy le respondió, al mismotiempo que hacía un reconocimientovisual en busca de infiltrados: nomuertos que hubieran logrado pasar la

línea de defensa. —Sí, los marinesdespejaron las instalaciones antes desoldar la puerta. No habrá nada dentro,salvo quizá unas pocas ratas muertas yalguna cucaracha.

—Recibido.Por un instante, Doc pensó en ratas

no muertas, y luego descartó esa ideapor absurda. «De todas maneras, seríandemasiado lentas, a menos que...»;mejor no pensar en ello. Se concentróuna vez más en el rayo de plasma.

La herramienta de corte de Docseguía avanzando por el borde de lapuerta de acero mientras los disparos seintensificaban a sus espaldas. Disco yHawse dispararon hasta que el calor dela recarga por gas empezó a afectar al

aceite de las armas. El olor a lubricantequemado le trajo a Doc recuerdos de lalarga guerra contra el terrorismo quehabía definido su vida adulta. Unaguerra que había terminado en pocosdías cuando se alzaron los no muertos.Disco y Hawse disparaban sin piedadcontra las criaturas que avanzaban;huesos y cerebro explotaban, y losdespojos se esparcían sobre las filas deno muertos cada vez más numerosas quesurgían de la oscuridad. Lo que habíanatraído era ya una multitud.

Los informes de Inteligencia dabanmuchos detalles acerca de aquel lugar.No hacía mucho tiempo, el área habíaestado ocupada por cientos de millaresde criaturas. Sus habitantes anteriores a

duras penas habían logrado escapar convida. Algunos de los no muertos sehabían quedado después de que elingenio sónico resultara destruido. Elresto había deambulado en direccionesdesconocidas, en una marcha de muerteque se perpetuaba a sí misma, una plagade langostas que devoraba a los vivos.

Doc acabó con los últimoscentímetros de soldadura y dejó caer laherramienta de corte al suelo, al lado desus propios pies.

—Vamos a entrar, muchachos.Billy, vigila a las seis; avanzamos.

—Recibido.Los anteojos se ajustaron

automáticamente a la luz pasada porfiltro infrarrojo que emitían sus armas y

que refulgía en el oscuro compartimientointerior. Doc entró por la puerta e indicóa Billy que le siguiera.

—Voy a ser el último —dijo Billy.—Recibido, cierra la marcha —

respondió Doc.Billy empujó la gruesa puerta de

acero y trató de echar los cerrojos, paraque aguantara como la caja fuerte de unbanco. La mayoría funcionaron, peroalgunos no. «Con esto bastará», pensóDoc.

Los hombres se quitaron losanteojos y se acostumbraron a la nuevailuminación. Doc sacó el plano de labase, mientras los otros tresdesactivaban los filtros infrarrojos delas luces.

—Lo dibujó a mano el antiguocomandante mientras informaba en elportaaviones. Marcó una X para indicarla posición de una botella de whiskeyque metió en el conducto de ventilaciónde la sala de control ambiental. Tendríaque ser incentivo suficiente paraapoderarnos de esta base.

—Tú lo sabes bien —dijo Hawse,con una sonrisa.

—Bueno, pues os voy a explicar elplan: Hawse, tú vas a controlar lashabitaciones y los pasillos que conducenhasta ellas. Disco, tú irás a la sala decontrol ambiental. Billy, tú me cubrirásmientras dirijo la misión.

Hawse avanzó a paso ligero por el

corredor a oscuras. Su primeraimpresión coincidió con los informes deInteligencia. Las instalaciones habíansido abandonadas de manera precipitadapocas semanas antes. Cientos de milesde criaturas habían convergido haciaaquella posición como resultado delarma diseñada para atraerlas. Habíaropa, basura y efectos personales tiradospor todas partes. Un polvoriento álbumde fotos familiares había quedadoabierto en una de las habitaciones y losespacios en blanco que habían quedadoaquí y allá contaban una historia; alguienhabía arrancado a toda prisa unas pocasfotos elegidas. No se detectaban rastrosde vida ni de muerte.

Hawse prosiguió con el

reconocimiento en el exterior de lashabitaciones. Un sonido mecánico lesobresaltó y le hizo ver lucecitas,porque la sangre se le había acumuladoen los ojos. Anduvo poco a poco,controlando la respiración, en un intentode identificar el sonido. Se oían pisadasal otro lado de la esquina.

Hawse pegó un grito a laoscuridad.

—¿Eres tú, Disco?Corrió hacia la esquina, al tiempo

que preparaba el arma. Pensaba que seencontraría con un cadáver de cara, perovio que el pasillo no tenía salida. Laspisadas eran de antes, de cuandoaquellas instalaciones aún estabanhabitadas. Hawse siguió adelante hacia

su objetivo primario: la botella dewhiskey oculta en el sistema deventilación. La encontró allí, dondeindicaba el plano.

El lugar estaba completamenteabandonado, pero eso no teníaimportancia para ninguno de ellos.Montaron guardia y patrullaron como sihubiera habido peligro en todas lashabitaciones. Todos eran amigos y noquerían ser responsables de la muerte deningún compañero en las fauces de losno muertos. Durante los últimos meseshabían visto más no muertos quehumanos vivos. No les costabaimaginarse semejante situación.

Durante la última reunión con

Inteligencia, les habían revelado que losno muertos debían de ascender adoscientos noventa y cinco millones enEstados Unidos, y que su número seacrecentaba día a día. Habíasupervivientes que resistían enbuhardillas y sótanos por todo elterritorio estadounidense, pero no eranmuchos, de acuerdo con lasestimaciones de los analistas. Su númerodisminuía sin cesar, y después demuertos se sumaban al colectivoenemigo.

Doc retransmitió:—Hawse, ¿estás muy cerca del

generador?—Hum, a unos diez metros, creo.—¿Crees que podrías ponerlo en

marcha?—Dependerá del combustible que

quede en las cisternas.—Haz todo lo que puedas, tío, voy

a necesitar corriente.—De acuerdo, trabajo en ello.Billy proseguía con el

reconocimiento.—¿Has oído eso, Doc? —dijo.—No.—Esas cosas han empezado ya a

golpear la puerta por la que hemosentrado.

—Hijos de puta inmisericorde.¿Crees que habrá alguno irradiado,Billy?

—Según decían los de Inteligencia,en esta zona deben de ser uno de cada

diez.Doc oyó que la radio encriptada se

sincronizaba.—Podría activar el generador en un

segundo, tío; pero la cisterna decombustible tan sólo está llena hasta laoctava parte. Yo recomendaría que lopusiéramos en marcha durante un par dehoras al día, por lo menos hasta queencontremos más combustible —informóHawse.

—De acuerdo. Los marines nos handejado un plano de esta zona con lospocos lugares que merece la penacontrolar. Tendremos que traer uncamión cisterna hasta aquí, o buscar otramanera de obtener combustible.

Doc oyó que Hawse abría el

disyuntor principal y preparaba elgenerador; el sonido se hizo oír en loscorredores de acero como si Hawsehubiera estado en la habitación contigua.

Hawse habló de nuevo.—He encontrado las instrucciones,

inicio la secuencia.La batería debía de haber

conservado carga suficiente a pesar dela evacuación; el generador se puso enmarcha al primer intento. Los humos deolor acre llenaron los espacios vacíoshasta que se impuso una presión positivay los gases residuales fueron expulsadoshacia el aire libre por los conductos deventilación. Doc oyó que el disyuntorprincipal actuaba de nuevo.

—Vamos bien, Doc —gritó Hawse

por el corredor.—Estupendo, poned en marcha el

ordenador principal.Todos ellos regresaron a la sala de

controles para observar mientras lossistemas se activaban uno tras otro.

Doc inició el proceso de mediahora que consistía en activar lasinstalaciones por orden de prioridad. Lamisión fracasaría si no lograba reactivarel ordenador principal y conectarse conel portaaviones. Los cuatro hombreshabían memorizado todas y cada una delas contraseñas y, para mayor seguridad,las habían anotado en un bloc de papel aprueba de agua. El sistema estabasincronizado y encriptado para que sepudiera acceder con la tarjeta de acceso

ordinario del comandante anterior. Docextrajo dicha tarjeta de un estucheprotector sellado y la contempló porprimera vez. ¿Un teniente de la armada?Le habían dicho que tenía rango decomandante. Había oído hablar por aquíy por allá de promociones relámpagodesde que el asunto empezó.

Frotó con el pulgar el chip de oroincorporado a la tarjeta para asegurarsede que estuviera limpio antes deinsertarlo en el lector. Se encendió unapantalla de acceso que le solicitó unacontraseña. Doc lo había memorizado,pero consultó igualmente el bloc denotas para estar seguro. Si se producíandemasiados intentos de acceso fallidos,el sistema se bloquearía. Marcó

cuidadosamente «7270110727». Oyógirar los discos duros RAID enrespuesta. El sistema aceptó lacontraseña y el estado de los sistemasempezó a aparecer en pantalla.

Aunque no fuese necesaria para lamayoría de funciones de la base, latarjeta daba pleno acceso a losmiembros del equipo. Doc clicó sobreel icono de seguridad. Un escaparate deocho pantallas quedó al descubierto enel escritorio. Tan sólo cinco de ellasfuncionaban. Las pantallas marcadascomo «SE», «SILO» y «ENTRADA B»no se encendieron. Las otras parecíanfuncionar, puesto que mostraban loscontornos oscuros del terreno y de lasvallas. Doc clicó sobre el icono para

pasar las cámaras operativas a modo devisión nocturna y luego a modo térmico.La cámara marcada como «PUERTAPRINCIPAL» no logró funcionar enmodo térmico, pero sí con visiónnocturna, sin problema alguno.

Billy echó una mirada al reloj.—Jefe, el sol va a salir dentro de

dos horas. Vamos a necesitar enlaces decomunicación.

—Encárgate tú, Disco, yo vigilarédesde aquí. Ve con él, Hawse. Ningunode nosotros tiene que quedarse solo alotro lado de la alambrada.

Como oficial de comunicaciones,Disco había tenido la responsabilidadde cargar con la caja Pelican de tamaño

medio a lo largo de todo el camino quehabían recorrido después de tocar tierra.Antes de que los no muertos caminaran,las Fuerzas de Operaciones Especialeshabían empleado aquel particularsistema para establecer bases decomunicaciones encubiertas en lo másprofundo del territorio enemigo. Cuandoestaban cerradas, eran las típicas cajasduras de material compuesto. Cuando seabrían, bastaba con pulsar un botón paraque se desplegara una pequeña antena degran alcance y los paneles solares decolor negro y baja visibilidad quedaranal descubierto. El sistema deretransmisión se conectó, por medio deuna señal Wi-Fi 802.11n encriptada yenmascarada, con el ordenador portátil

de la sala de controles. Éste, a su vez,estaba conectado por cable con unaantena de superficie ya existente.

Si se instalaba de la maneraadecuada, el ingenio era inmune a lascondiciones climáticas y autosuficiente,podía aguantar mucho tiempo enfuncionamiento y proporcionaba unsistema seguro y bidireccional detransmisión de texto y ficheros medianteráfagas de datos que les conectaba conlos mandos del portaaviones. Tambiénera resistente a las interferencias deradio, porque el transmisor-receptorsaltaba de frecuencia diez veces porsegundo. Era un sistema de seguridadpuntero, diseñado para impedir laintercepción de señales de

comunicaciones por expertos hostilesdel Primer Mundo, y se concibió para unenemigo más civilizado, provisto detecnología más avanzada.

Hawse rozó a Disco en el corredory volvió el rostro para decirle:

—Yo voy en cabeza.—Estaba esperando a que lo

dijeras. Diviértete con los vendedores adomicilio que te esperan en la puerta.

—Mierda, los había olvidado. ¿Yoabro la puerta y tú disparas?

—Estupendo. Tendrán que pasarpor tu lado para llegar hasta mí.

Los hombres doblaron la esquina.Sus botas se hacían oír sobre lasbaldosas del suelo. El sonido perdíafuerza frente al estrépito cada vez más

intenso de los no muertos que golpeabanla puerta de acero por fuera.

—Esto puede ser difícil.—Ya lo sé, hombre que va en

cabeza.Hawse siguió el plan a la manera

absurda que era su marca personal.—Bueno, voy a atar esta cuerda a

la rueda. Cuando haya hecho girar larueda y tire, empieza a disparar.

—Hawse, ¿por qué no dejamosesto a oscuras? Apagamos las luces ynos ponemos los anteojos. En laoscuridad no nos van a ver, so idiota.

—Es lo mismo que iba a decir yo.Por supuesto que eso es lo que tenemosque hacer.

—Sea como fuere, acabemos con

esto para que podamos regresar adentro.No quiero estar allí fuera en laoscuridad ni un segundo más de lonecesario.

Los hombres apagaron las luces yse pusieron los anteojos de visiónnocturna. Pareció que con la oscuridadse intensificaran los golpes y aullidos delas criaturas. El barullo de los nomuertos competía con los sonidos decierre de cargadores, comprobacionesde recámara, respiración nerviosa ylatidos del corazón. Disco se imaginó lapura maldad que podía caminar en esemismo momento al otro lado de lapesada barrera de acero. Se rezó a símismo que no fuera suficiente paraarrancar el batiente de su marco

abovedado.Hawse ató con fuerza la cuerda a la

puerta.—¿A punto? —gritó Hawse.—¡Hazla girar!Hawse tiró de la rueda y así abrió

el cerrojo de la puerta por la quesaldrían al salvaje y despiadado mundoexterior.

7

Tres fuertes golpes en el mamparoquebraron el silencio.

—Pase.Un joven militar apartó la lona que

aislaba el improvisado camarote de Kily Saien y entró.

—Señor, el oficial de Inteligenciadesearía verle en este mismo momento.Sígame, por favor.

—¿Y qué pasa con mi amigo? —dijo Kil, e hizo un gesto en dirección aSaien.

—Lo siento, señor, me hanordenado que lo acompañe a usted a laN-2, a usted y a nadie más.

—Si él no viene, yo tampoco voy.El suboficial se puso nervioso y

accedió a acompañarles a los dos paraque sus superiores decidieran lo quehabía que hacer, y los tres anduvieronhasta una Sala de Reuniones de CarácterReservado cuidadosamente aislada delresto del submarino.

Mientras caminaban por laembarcación, Kil se fijó en los detalles.Al pasar por un área de ejercicio concintas ergométricas y otra maquinaria,vio que todo el equipamiento estabamontado sobre amortiguadores de goma.Lo mismo podía decirse de las tuberíasque cubrían el techo. A bordo no sepermitían chirridos, ni otros sonidos quepudieran delatar su posición acústica a

los cordiales enemigos rusos y chinos detiempos pasados.

Saien le dio unas palmadas en elhombro a Kil y le preguntó:

—¿Dónde están las bombasnucleares?

—Aquí no hay bombas nucleares,Saien; es una embarcación de ataquerápido. No tengo ni idea de dónde puedeestar el submarino de misiles balísticosmás cercano, ni siquiera sé si nos quedaninguno.

Pasaron un ensamblaje tras otro decamino a la popa. Después de pasar porcorredores tortuosos y muy estrechos,llegaron a lo que el suboficial habíallamado la puerta verde.

El joven descolgó el teléfono y

aguardó unos segundos.La señal en el auricular era audible

también para los demás; al cabo de trespitidos llegó la respuesta.

—Señor, los tengo a los dos frentea la puerta verde y...

Los gritos que surgían delescandaloso auricular se oyeron portodo el corredor.

—Sí, señor. Ha insistido en quevinieran los dos... Sí, señor.

En cuanto hubo colgado elauricular, el humillado suboficial dijo:

—Un agente de la Sala paraReuniones de Carácter Reservado losacompañará en breve, señor. Lamentoverme obligado a dejarles en el pasillo,pero tengo guardia dentro de dos horas y

no he dormido en veinticuatro.—Descuida. Echa una cabezada en

la litera y que tengas buena guardia —dijo Kil, más que nada para despedir aljoven con una nota positiva.

—Roger, señor. Gracias.En cuanto hubieron perdido de

vista al joven, Saien preguntó:—¿Qué quiere decir «roger»?—Significa...La puerta verde se abrió y salió un

hombre mayor con unas gruesas gafasreglamentarias del ejército, zapatillas detenis y un mono azul con los galones decomandante de la armada sobre elhombro. La etiqueta con el nombre decía«Monday».

«Odio los lunes», pensó Kil.

El hombre se acercó a Kil casi depuntillas y pareció que le observara consus enormes gafas convexas.

—¿Qué es eso que he oído?¿Insiste usted en que su amigo extranjeroasista a la reunión en la sala reservadaen la que se le va a informar de sumisión?

—Señor, el almirante Goettlemanme autorizó a elegir un compañero entrelos tripulantes del George Washington .Escogí a Saien, y si puede darse lacircunstancia de que le confíe mi vida,quiero que también esté bien informadode lo que vamos a hacer. Además,pienso contarle lo que me cuente usted,así que, ¿cuál es la diferencia?

Monday rumió por unos instantes lo

que acababa de oír.—Ya me esperaba que diría eso. El

capitán Larsen me ordenó que lesexplicara a usted y a su hombre contraqué iban a luchar. Como sé muy bien aqué peligros se expondrá, quería ver sipodía persuadirle a usted de algún modopara que viniera solo. No me parececorrecto dejarlo entrar a él en la salareservada. Estoy seguro de que loentenderá usted.

—Saien, ¿te importaría quedarte alotro lado de la esquina durante unminuto?

—Por supuesto, Kil. No tardesmucho, luego tengo una cita para unmasaje.

Kil se rió y luego recurrió a su

franqueza más diplomática para hacerleentender su punto de vista a Monday.

—Sí, lo entiendo, pero ustedtambién tiene que entenderlo. Yorespondo por él. Es extranjero,ciertamente, pero ha venido por mí y, eneste momento, es el único de lospasajeros de este submarino en quienconfío plenamente.

—Está bien, comandante. Deacuerdo. Sólo quiero que comprendausted lo delicada y seria que es lainformación que recibirá una vezpasemos por esa puerta. Los cuatrooperativos con los que llegó también seencuentran dentro y les vamos ainformar acerca de su misión. A nadie legusta tener que revelar información de

esta naturaleza.Kil, escéptico, farfulló:—¿Es que puede contarme algo

todavía más delirante que lo que yahemos visto? Este invierno pasado, losmuertos se echaron a andar y ahoratratan de comerse todo lo que se mueve.

Monday le respondió con unapregunta retórica:

—¿Hasta dónde estaría dispuesto allegar usted?

Saien regresó al pasillo y se quedóal lado de Kil.

Monday prosiguió con el sermón.—Esta mierda es increíble. Esto es

mucho más difícil que volar por ahí conel avioncito espía en tiempos de guerra,escuchar las llamadas eróticas del

enemigo y escribir informes sobreinteligencia de señales. Antes de entrar,tengo que hacerles a ustedes una últimapregunta.

Kil y Saien le preguntaron casi almismo tiempo:

—¿Cuál?Monday se lamió los labios, sus

ojos bizquearon tras las gafas Hubble, yhabló:

—Una vez hayamos pasado por esapuerta y les haya dicho lo que tengo quedecirles, no podremos retirarlo. ¿Les haquedado claro? No tenemos hombres denegro para borrarles la memoria. Lo queoigan les va a cambiar la vida.

—Estoy preparado —dijo Kil.—Yo también —murmuró Saien,

aunque su voz no sonara tan firme comola de su compañero.

—Pues muy bien, caballeros.Síganme.

Monday se volvió hacia la puertaverde por la que se entraba en la salareservada y pulsó una contraseña en unpanel de botones numerados. Se oyeronlos clics de cinco botones. Al cabo deuna breve pausa, el sonido de loscerrojos magnéticos le dio la señal aMonday para que abriese la puertaverde por la que entrarían en otro mundode posibilidades. Los tres hombresentraron y, una vez dentro, la situaciónse volvió más y más curiosa.

8

—¿Has sido tú?

—¿Si he sido qué?—¿Has arrojado algo?—No, pero ¿qué te pasa?—Da igual, será que hay moscas.—En este lugar y en esta época del

año, no.Se oyó un coro de risillas en el

corredor adyacente al centro de mandoen combate del portaaviones.

—Esos putos críos. Ojalá pudieseecharlos por la borda. ¿Quieres ir tú aasustarlos, o lo hago yo? —dijo unhombre que estaba sentado en la silladel operador de radar.

—Ahora es mi turno, déjamelos amí —respondió su colega, con unasonrisa en los labios. El marinero buscódentro de un caja de cartón que tenía allado de la terminal de radar y sacó unagrotesca máscara de Halloween,semejante al rostro de un cadáver. Se lapuso en la cabeza y la ajustó para poderver por las pequeñas aberturas de losojos.

—¡Mirad esto!Dio un paso hasta la puerta abierta

y saltó sobre el umbral, rugiendo comoun demonio. El grupito de niños se pusoa chillar, temeroso por su vida, yempezó a dispersarse... Tan sólo sequedó uno.

El niño le dio una patada rápida y

directa en la entrepierna al operador deradar y lo derribó al suelo. El otrooperador de radar estalló en carcajadaspero se calló al ver que el niño seacercaba al hombre tumbado en tierracon la evidente intención de emplear latotalidad de sus escasas fuerzas en unanueva patada, esta vez a la cabeza. En elúltimo momento, una mujer de cabellopelirrojo y rizado llegó al lugar,intrigada por los gritos y el alboroto.

—¿Qué es lo que sucede aquí,Danny? —preguntó la mujer en tono deautoridad.

—Abuela Dean, es que he pensadoque era...

El hombre se sacó poco a poco lamáscara y se quedó tumbado en posición

fetal, gimiendo de dolor.El muchachito, avergonzado, dijo:—Lo siento, señor, es que no lo

sabía. Había pensado que estaba ustedmuerto.

La mujer se acercó al hombre queestaba tendido en el suelo y lo ayudó aponerse en pie.

—¿Qué es esto? ¿Te pasas todo eltiempo asustando a los niños o lo hacestan sólo cuando estás de servicio?

Al tiempo que se retorcía, aturdidotodavía por el dolor, el hombrerespondió:

—Lo siento, señora. Esos niños noparaban de hacer ruido y nos estabanvolviendo locos, y pensé que seríadivertido...

—¡Será divertido hasta que alguiense confunda y te pegue un tiro en lacabeza! Dame eso. Lo voy a tirar ahoramismo por la borda. Has tenido suertede que no vaya a contárselo al almirante.

El hombre hizo al instante el gestode entregarle la máscara. Dean se laarrebató de la mano como si hubierasido una serpiente venenosa.

—Y más vale que te vayasacostumbrando a los niños. Les doyclase en una sala de este mismo pasilloy tendrán que ir y venir por aquí.

—Sí, señora. Lo siento.—Y ya que nos hemos puesto a

pedir disculpas, Danny, ¿verdad que tútambién podrías decirle algo?

—Siento haberle dado a usted una

patada en los cojon..., quiero decir,entre las piernas. Es que me había dadousted un susto.

—Lo siento, niño.—No se preocupe —dijo el

arrepentido Danny.Dean habló de nuevo con

autoridad:—Danny, ve por el resto de los

niños y acompáñalos de vuelta a clase.Dentro de quince minutos, uno de losmédicos irá a enseñaros primerosauxilios.

No tuvo tiempo para explicarle aDanny la diferencia entre un enfermerode combate y un médico.

—Sí, abuela. Será como jugar alescondite. ¡Apuesto a que la primera que

encontraré va a ser Laura!Se oyó la voz de una niñita que

decía «¡de eso nada!» desde detrás deuna manguera contra incendios que habíaen el pasillo, y empezó la persecución.

Con una mirada de desaprobacióndirigida a los operadores de radar, Deanse marchó y siguió a Danny hasta elaula.

—Qué pena de juventud —dijo.

9

Disco tiró de la cuerda sólidamenteatada a la puerta. No ocurrió nada.

—Hawse, la puerta se abre haciafuera. Tendrás que darle una patada.

—Está bien, retrocede, voy a...Los pesados goznes de la puerta

empezaron a chirriar y a crujir. Se abriópoco a poco; unos dedos blancos yhuesudos se colaron por entre los bordesde acero oscuro cual pinzas de cangrejoermitaño que emergieran de una concha.

—¡Joder, prepárate, llama por laradio! —gritó frenéticamente Hawse.

Disco informó de la situación a lasala de controles y, al mismo tiempo,

apoyó la carabina en el hombro. Unamano en el arma, la otra en busca deotro cargador lleno.

La puerta se abrió un poco más queantes y rostros perversos aparecieron enla penumbra, justo al otro lado delbatiente de frío acero.

—Voy a disparar —anuncióHawse.

—Mátalos.—¡Pero si ya están muertos!Hawse empezó a disparar contra

los no muertos. Les apuntaba justoencima de los ojos. Disco se sabía elplan, porque ya lo habían practicado.Hawse tenía la intención de acabar enseguida con las criaturas a fin deimprovisar una barricada con cadáveres,

y así impedir que los monstruos abrierantodavía más la puerta.

—¡Esto no vale para una putamierda, tío! —gritó Hawse.

Los disparos de las carabinas consilenciador les ensordecieron durante unrato. Retumbaban sin cesar en losconfines del corredor con paredes deacero. En la vida real, los silenciadoresno funcionan como en las películas.Hawse tiró del gatillo en fuegocontrolado hasta que se le acabaron loscartuchos; instintivamente, Disco sepuso frente a él y le entregó el cargadorlleno que tenía. Hawse metió elcargador en el arma y se sacó otro de labolsa para pasárselo a Disco cuandotuvieran que cambiar de nuevo.

Parecía que el sistema funcionarabien. Disco estaba curtido en tácticascomo aquellas, porque habíapresenciado combates en el curso de laoperación Libertad Duradera en lasFilipinas. Con base en CampGreybearde, en la isla de Jolo, habíaasesorado (y colaborado) en un buennúmero de enfrentamientos armados conla organización terrorista Abu Sayaf. Amenudo, intercambiaban cargadores deesa manera después de disparar losveintiocho cartuchos a los fantasmas dela jungla que se escondían más allá de laalambrada. Aquellas criaturas no eran elgrupo terrorista Abu Sayaf, pero síigualmente mortíferas.

En todo momento, el grupo había

tenido miedo de quedarse sin munición.Si se quedaban sin cartuchos para lascarabinas, tendrían que contentarse conlos calibres de pistola de corto alcance.Cuando éstas también se les quedaransin balas, deberían pelear cuerpo acuerpo. Todos ellos sabían cómoterminaría probablemente la pelea.

Disco contó quince cartuchos hastaque los rostros putrefactos de lascriaturas dejaron de asomarse por lapuerta a medio abrir. Aguardaron conlas armas a punto, aún ensordecidos porlos disparos en el espacio cerrado.Disco aprovechó unos segundos parauna recarga táctica: colocó un cargadornuevo en su arma.

Ambos estuvieron a punto de pegar

un salto cuando Doc y Billy irrumpieronen la sala desde atrás con armas defuego y cuchillos, dispuestos a luchar.

—¡En buen momento llegáis, sogilipollas! —masculló Hawse.

—A ver, capullos, nos habéisllamado antes y llorabais como niños depecho, y nosotros hemos venido. ¿Quéos pasa ahora?

—Creo que nos los hemoscepillado a todos —dijo Disco.

—Ha sido una mierda... He vistoun montón de dedos en el borde de lapuerta —dijo Hawse, nervioso. Girósobre sí mismo con el arma en ristre,como si el lugar hubiera estado repletode arañas de tamaño humano.

—Bueno, vale, ya que estamos

todos aquí, vamos a montar el sistemade comunicaciones. Billy, agarra elespejo y mira qué hay al otro lado de lapuerta.

Se oyó un ligero roce a través delresquicio de la puerta, y todos ellosempuñaron los rifles con mayor fuerzaque antes.

Billy metió la mano en la mochila,sacó un pequeño espejo de señales y losujetó al extremo del silenciador conuna goma gruesa. Anduvo hasta lapuerta, poco a poco y con sigilo, ysostuvo el espejo en la oscuridad. Susanteojos se adaptaban electrónicamentea los diversos niveles de penumbra. Vioen el pequeño espejo un mínimo de tresdocenas de cuerpos tendidos en el suelo

al aire libre.Una de las criaturas aún se agitaba

espasmódicamente en tierra. Billy habíavisto varias veces cosas semejantes.

—No es nada, Doc. Uno que aún seagita a unos pocos metros, y montonesde cadáveres inmóviles apilados al otrolado de la puerta. Vamos a tener que serdos para abrirla.

—Pues muy bien, empezad aempujar. Billy, tú te vas a quedar detrásde nosotros, por si en ese montónhubiera alguno que se te haya escapado.

—Recibido.—Muy bien, cuando yo lo diga...:

uno, dos, empujad.La puerta avanzó unos treinta o

cuarenta centímetros y desplazó el

montón de cadáveres putrefactos en lamedida suficiente para que los hombrespudieran pasar de uno en uno por elresquicio encogiendo el cuerpo.

Los cuatro salieron por la puerta, ala noche oscura que gracias a latecnología les parecía luminosa. Billy sedio cuenta, repentinamente, de que lomás probable era que esa tecnología notuviera ya posibilidades deperfeccionarse.

—Un rezagado —susurró Billy,con voz casi inaudible. Empuñó lacarabina, hipnotizado durante unmilisegundo por la manera como leshabía acechado la criatura.

Ésta avanzaba con la resoluciónque da el hambre, con los brazos

tensados, las garras a punto. Billy sepercató de que no tenía labios. Susdientes sucios brillaban con fuerza,porque reflejaban e intensificaban la luzde luna. Tiró al instante del gatillo. Elfogonazo amplificado iluminó elimpacto de la bala. Billy estaba tancerca que sintió el golpe bajo sus piescuando la criatura llegó al suelo.

«Éste era de los grandes», pensóBilly.

—Gracias, tío —dijo Hawse convoz demasiado fuerte. Hawse estabamás cerca de la criatura que Billy.

Billy le hizo el gesto de shaka conla mano que sostenía el arma paradecirle «de nada».

—¿Quién tiene los aparatos de

comunicación? —susurró.—Mierda.Disco volvió corriendo a la puerta;

Billy le siguió sin necesidad de que selo dijeran. Ninguno de ellos debía irsolo a ninguna parte...; ésa era la normamás importante. Pasaron unos pocosminutos hasta que los hombresregresaron con el pesado equipamientode comunicaciones.

Se pusieron a trabajar en seguida.Eligieron un lugar alejado del paso, paraque los no muertos no averiaran elequipamiento por accidente. Emplearonlos restos de un tramo de cercadestruido para improvisar una pequeñavalla. Disco trabajó dentro de susestrechos confines. Abrió la caja de

comunicaciones y dispuso los panelessolares para que tuvieran la máximaexposición en dirección sur. Puso enmarcha el sistema con la electricidad dela batería y a los pocos segundos loconectó con el portátil de cajareforzada.

Entonces envió una ráfaga de datosa l George Washington : «GW DE TFP,INT ZBZ... k/disco.»

Repitió el mensaje: «GW DE TFP,INT ZBZ... k/disco.»

Al cabo de unos minutos, el portátilemitió un fuerte pitido. Indicaba quehabía recibido una nueva ráfaga de datosprocedente del portaaviones:

«TFP DE GW, cómo estáis, tíos...el almirante pregunta por vuestra

situación... k/IT2.»Disco respondió:«DE TFP, Hotel 23 activo y

conectado, sistemas en verde,confirmación cero uno (01) todo bien...k/disco.»

«DE GW, recordad que el solsaldrá en 58 minutos... base pideinforme en 24 horas... AR/IT2.»

Disco cerró el ordenador y volvióa guardárselo en la mochila.

—Comunicaciones plenamenteactivas, Doc.

—Me alegro de saberlo. Vámonosabajo antes de que salga el sol ycerremos las instalaciones. Que nadiesalga durante el día. Es demasiadopeligroso, por esas criaturas y por eso

otro que ocurrió aquí. No retransmitáispor radio, si no es por medio de unaráfaga de datos. No creo que vayamos atener tanta suerte como para que no nosdetecten, pero, en la medida de loposible, trataremos de pasarinadvertidos.

—Pues vaya plan de mierda.Espero que no nos caiga encima uno deesos dardos gigantes —dijo Hawse,medio en broma.

Nadie se rió de buena gana.Ninguno de ellos quería pensar en elposible despliegue de lo que los agentesde Inteligencia habían llamado ProyectoHuracán, porque no habría convoy nihelicóptero que fuese a evacuarlos. Elportaaviones se hallaba mucho más al

sur, cerca de las aguas panameñas.Billy se quedó una vez más en el

último lugar, para hacer girar la ruedacon la que se cerraba la puerta que losaislaría del mundo exterior. A partir deaquel momento, todos ellos iban a vivircomo vampiros.

10

Doc estaba echado en su litera ydeambulaba entre la vigilia y el sueño.Desde el desastre, la mayoría de sussueños habían girado en torno a los nomuertos. Las autoridades militares de lanación habían formado su equipo deoperaciones especiales con miembrosdispares después de que el propio Docescapara de Afganistán con Billy.Cuando su nave llegó por fin a las aguasterritoriales estadounidenses, unenjambre de no muertos se habíacongregado en la costa oriental pararecibirles.

Antes de que se llegara a aquella

situación tan mala, Doc había oídohistorias de personas que quemabandinero para protegerse del frío y queempleaban deportivos de doscientos mildólares para levantar barricadas en lascalles. Hawse le había contado lahistoria de un vendedor callejero deWashington D. C. que habíaintercambiado velas y antibióticos de uncoche blindado por municiones y aguaembotellada. Eso había ocurrido antesde que la población de no muertoscreciera hasta el punto de que ya no eraseguro ni siquiera mirar a la calle desdelas ventanas entabladas.

Hawse se había unido a ellos trasescapar de Washington D. C. Discoapareció después de que perdieran a

Hammer. Doc se durmió poco a pocomientras recordaba la última misión deHammer.

Un helicóptero avanzaba con granestruendo por la costa de Louisiana, muyadentro de la zona de peligro de NuevaOrleans. Doc conocía a Sam, su piloto,porque no era la primera vez que ibanjuntos.

—Quiero que esto sea rápido, Doc—le dijo Sam por los auriculares.

—Yo también. Tal como estamosahora, tengo las mismas ganas de bajar atierra que tú.

—La semana pasada perdimos aotro pajarito. Un amigo mío, Baham, ibade piloto. Ojalá esté bien.

Doc sabía que lo más probable eraque no estuviese bien pero parareconfortarle le dijo:

—Me imagino que tratará deregresar a pie.

—Sí, si tú lo dices... —Sam no selo creía—. Tengo a la vista esas jaulasde acero y sé lo que buscamos, pero telo voy a decir ahora mismo, Doc, no megusta esta mierda. Al primer indicio depeligro, lanzas las jaulas por la puerta ynos largamos, ¿estás de acuerdo?

—Sí, no hace falta que nos loexpliques. Hawse piensa lo mismo.Tampoco tiene ganas de tomar parte enesto —dijo Doc—. Además, nuestramisión consiste en sacarlos de ahí. Nosabemos a dónde los vas a llevar. ¿Te

importaría decírmelo?Sam le miró con sonrisa de

conspirador y le dijo:—Lo vais a saber igualmente

cuando lleguemos. Os garantizo unanoche de lujo y comodidades comorecompensa por transportar a esasbolsas de pus radiactivo. En cuanto loshayamos recogido, los llevaremos alportaaviones. Los investigadoresquieren hurgar en ellos. Quierendescubrir qué es lo que los hacecaminar.

Doc se enderezó en el asiento.Habían avistado la orilla del lagoPontchartrain.

—Sam, ni los muchachos ni yoquerremos quedarnos en el portaaviones

cuando esas criaturas estén a bordo. Nome importa lo blandas que sean lascamas, ni lo agradable que sea el aireacondicionado, ni lo caliente que esté elagua de las duchas.

—No podéis elegir. Tendremosque quedarnos para llenar el depósito deeste pajarito y hacerle el mantenimiento,porque no quiero acabar perdido ahíabajo como le ocurrió a Baham... bueno,ya estamos cerca. Muchachos,comprobad que los trajes HAZMATestén bien, y poneos los capuchones,joder. No os acerquéis demasiado a loscoches ni camiones, ni a nada que estéhecho de metal. Desprenderán radiación.¿Quién se quedará aquí para accionar elcabrestante y cuidar de la jaula?

—Hammer se acaba de presentarvoluntario —Doc se volvió haciaHammer a tiempo para ver cómo éstelevantaba el pulgar en aprobación.

—Recibido. Mantendré laestabilidad mientras Hammer arroja elgarfio. Las fotos que tomaron durante elreconocimiento muestran a varios deellos atrapados en la carretera elevada.Vamos a llegar dentro de un par deminutos. Preparaos.

—Recibido. —Doc se desabrochóel cinturón de seguridad y se volvió parapasar a la parte de atrás. Sam lo agarróun momento por el brazo.

—No te metas en líos y que te vayabien.

—Que te vaya bien a ti también —

respondió Doc.Doc pasó revista al equipo y les

probó los arneses.—Tú ya estás bien, Billy. Hawse,

ajústate esa mierda.Hawse se ajustó el arnés con las

manos. Doc miró a Hammer. No llevabaarnés. No iba a bajar a tierra.

—¡Poneos los capuchones! —gritóDoc—. Sam nos va a bajar. El polvo noserá respirable. Dentro de treinta años,cuando hayamos vuelto a la vida normal,acabaréis como esos veteranos queponen demandas cuando sufren cáncer.

—Ja, ja y una puta mierda de ja —decía Hawse mientras se colocaba lamáscara.

Billy y Hammer hicieron lo propio.

—Probad las radios —ordenó Doc.Les funcionó bien a todos. Las

voces quedaban amortiguadas por loscapuchones del HAZMAT. Elhelicóptero estaba suspendido sobre ellago Pontchartrain y sobre la carreteraelevada que pasaba por encima del granestuario de Louisiana. El aparato sufrióuna leve sacudida. Sam siguiópilotándolo con las rodillas mientras secolocaba el capuchón. El helicópteroinició su descenso. La carretera elevadapareció agrandarse a medida que Samreducía altitud. Al fin, el helicópteroquedó suspendido a poca altura. Docmiró por la puerta y vio que Sam habíaencontrado una buena posición. Habíatres criaturas en un trecho de cien metros

de longitud, atrapadas entre dosmontañas de chatarra que habíanformado los coches al chocar. Elhelicóptero estaba quieto entre las dosbarreras metálicas. Detrás de estashabía cientos de nerviosas criaturas quecontemplaban el helicóptero suspendidoen el aire, atraídas por el estruendo, ylevantaban las manos al cielo.

Las criaturas empezaron a treparpor los coches para llegar al trecho decarretera que se encontraba bajo elhelicóptero. Riadas de no muertosconvergían desde ambas direcciones.Los cadáveres se movían con rapidez.

El equipo no iba a tener muchotiempo.

Los tres hombres se sujetaron con

los garfios a la cubierta del helicópteroy empezaron a descender con elinstrumental. Mientras bajaban, las trescriaturas atrapadas entre las dosmontañas de chatarra empezaron aacercarse al punto donde tenían quellegar a tierra. El rotor empujabapartículas de polvo radiactivo en todaslas direcciones. Sin los trajes, losoperativos habrían muerto al cabo depocas horas a causa de la exposición yhabrían vuelto a levantarse poco mástarde. Las órdenes eransorprendentemente sencillas: extraer dosespecímenes no muertos de dos áreasradiactivas distintas: uno que hubieraestado expuesto a radiación de nivelmedio y otro en la zona cero de una de

las explosiones nucleares.En el mismo segundo en el que las

suelas de sus botas tocaron tierra,soltaron los garfios de los cables.Hammer se hallaba quince metros másarriba y manejaba los controles delcabrestante; éste bajó poco a poco supropio cable hasta que el garfio tocótierra.

Las tres criaturas se acercaron más.Hawse disparó a la más pequeña, y

Billy a la siguiente más pequeña.Querían el mejor espécimen. No teníanlas más mínimas ganas de repetir lamisión por haber llevado un espécimendefectuoso.

El alfa que seguía en pie no pareciódarse cuenta de que los otros dos ya no

formaban parte de la manada. Lo másprobable era que los tres hubieranestado atrapados en aquel trecho decarretera en ruinas desde hacía casi unaño, desde que la bomba nuclear habíadestruido Nueva Orleans. Doc apuntócon su arma a la última de las criaturas ytiró del gatillo.

La red de kevlar salió disparadadel fusil de aire comprimido, a unavelocidad de más de treinta metros porsegundo. Cayó sobre la criatura y,visiblemente, la derribó sobre elhormigón. La criatura se debatió en unfurioso esfuerzo por desgarrar la red dekevlar. Hawse corrió hacia ella enbusca de un punto donde no pudieranllegar los dientes y las manos de la

criatura. Lo encontró y entonces arrastrórápidamente al monstruo hasta el garfioque colgaba del cable del cabrestante.El rotor seguía azotándolos con lacorriente de aire que provocaba. Lossonidos de la arena y las partículas depolvo radiactivas se hacían oír en losvisores de sus capuchones, pese alestruendo del helicóptero. Trasasegurarse de que el garfio estaba biensujeto al cable, Doc lo enganchó a la redde kevlar y retrocedió, y levantó elpulgar para que Hammer lo viese desdearriba. Hammer le respondió con lamisma señal y el cabrestante empezó aizar hacia el pajarito a la furiosacriatura prisionera en la red.

Al cabo de poco, Hammer se

comunicó por radio con Doc:—Ya lo tenemos bien encerrado.—Recibido. Baja el cable del

cabrestante. No desciendas. Se meteríamás polvo en el helicóptero.

Hammer bajó el cable y subió a lostres operativos hasta el helicóptero.Dentro del pajarito, el monstruo sedebatía en su jaula e hincaba los dientesen el metal. Sus ojos blancos y carentesde expresión siguieron a los hombresmientras estos preparaban la extraccióndel siguiente espécimen.

El helicóptero voló dandobandazos hacia las ruinas de NuevaOrleans, en dirección al sur, hacia lazona cero. Ningún edificio ni antena demás de ocho metros se mantenía en pie.

La explosión nuclear que ordenó elgobierno a modo de último recurso lohabía destruido todo, incluso las presas.Nueva Orleans se había transformado enuna marisma putrefacta y radiactiva.Mientras avanzaban hacia el sur por lacosta, Sam y el equipo trataron deavistar un sitio de donde pudieranextraer el siguiente y último espécimen.

—La Interestatal 610 está ahíabajo. No querría descender tanto comoen la carretera elevada. Aquí la cosaestá mucho más fea —le dijo Sam aDoc.

—No te lo voy a criticar, Sam.Mira esa rampa de acceso —dijo Doc, yseñaló desde detrás del cristal de lacabina.

Sam hizo bajar el helicóptero hastaque estuvo cerca de la rampa de accesoI-610.

—Sí, seguramente nos irá bien.Primero tendrás que encargarte delproblema de ahí abajo.

—Hawse ya trabaja en ello —dijoDoc, y señaló al área de carga, dondeHawse se había tumbado boca abajofrente a una portezuela lateral abierta,con un rifle de francotirador LaRueTactical 7.62 pegado a la mejilla. Lamira amplificaba por diez y debía dedarle a Hawse vistas excelentes de lasituación sobre el terreno. Sam empezóa girar en torno a la zona de aterrizajecomo si hubiera sido un cañonero AC-130 Spectre. Hawse se puso manos a la

obra. Billy llevaba un macuto con veintecargadores de 7.62 listos para proveeral arma.

Billy miraba por los prismáticos.Empezó a indicar objetivos yestimaciones de distancia.

—Al norte del Subaru Forester decolor negro, cerca de la capota, dos-cien.

Hawse hizo estallar el cuello y elrostro de la criatura, y la cabeza salióvolando en una trayectoria de serviciode voleibol. Blancos fragmentos dehueso saltaron sobre la capota delSubaru. Quedaron como una de esasobras de arte que años antes sesubastaban por millares de dólares.Hawse soltó aire poco a poco antes del

siguiente disparo. Billy seguíalocalizándolos y Hawse seguíavolándoles la cabeza, y se le escapabanalgunos cuando el helicópterocabeceaba y daba vueltas. No era fácildisparar de ese modo.

El estruendo del helicóptero atraíaahora a los no muertos, y la mayoría sehabían alejado del área objetivo.

El equipo tenía que actuar conrapidez, porque el sonido del motoratraería rápidamente a las criaturas alpunto de extracción. Hawse apartó elarma 7.62 y descolgó la carabina M-4sobre la que había pintado una franja decolor anaranjado. Cuando todo el mundolleva carabina, es fácil perderla en laconfusión. Sam avanzó en línea recta

con el pajarito y los hombres seprepararon una vez más para descenderen rápel hasta el infierno. Se ajustaronlas máscaras para el descenso cuando sehallaban a poco más de treinta metrosdel desastre radiactivo.

—¡Vale, engánchalo y acabemoscon esto! —gritó Doc a la radio, confuerza para hacerse oír pese al estruendodel rotor.

—Sí, qué diablos. Hagámoslo deuna vez. ¡Ducha caliente, voy a tuencuentro! —gritó Hawse al cerrar elgarfio y saltar al viento desde elhelicóptero.

Los otros dos le siguieron ydejaron atrás a Hammer. En estaocasión, el descenso fue doblemente

largo: una precaución adecuada, debidaa los niveles de radiación en los que sesumergían. Una vez en el suelo, lascorrientes de aire causadas por el rotorno fueron tan fuertes como lo habíansido antes, pero las mortíferas partículastodavía daban vueltas cual letalesdiablos de polvo en torno a sus rostros.

Billy contemplaba Nueva Orleans,o, más bien, lo que había quedado deella. Estaba cubierta en su mayor partede agua y fango radiactivo. Veíamillares de criaturas que caminabantrabajosamente hacia ellos por ladelgada capa de mugre, oleadas decriaturas, que convergían todas ellas enel epicentro del sonido de las palas delrotor y de los motores del helicóptero.

Las criaturas dejaban un rastro en uve asus espaldas al caminar por las aguascenagosas, plagadas de infecciones yradiactivas. Los vértices de todosaquellos rastros apuntaban en una mismadirección.

—Putas tierras devastadas —dijoBilly en voz alta mientras preparaba elAK-47.

Las criaturas irradiadas seacercaban velozmente.

Hawse empuñó la carabina yapuntó con la mira ACOG. La miraestaba calculada para la trayectoria demuniciones del 5.56, y el punto de miraestaba graduado para dicha trayectoria.No se precisaban más cálculos. Sólohabía que ajustar la anchura del retículo

ACOG a la criatura, apuntar a la cabeza,tirar del gatillo, y entonces la criatura sedesplomaba... en teoría. Hawseneutralizó a cuatro. Billy puso manos ala obra con el AK-47 que se habíatraído como trofeo de Afganistán yderribó a otros tres.

No habían traído silenciadorespara la misión... no hacían falta. Elestruendo del helicóptero hacía quefueran inútiles. Doc tumbó a otros cuatrocon la carabina y quedaron tan sólo dos.Se colgó la M-4 al hombro y agarró elfusil de aire comprimido, se aseguró deque la red de captura estuviese en susitio y apuntó con el arma. Doc y Billydispararon al mismo tiempo. Billy acabócon la criatura que se acercaba a Doc, y

Doc arrojó la red sobre el espécimenelegido. Misión cumplida..., casi.

Estaban agachados, de espaldas ala criatura atrapada en la red, ycontemplaban el enjambre de no muertosque avanzaba desde todas lasdirecciones cual plaga de la langosta.Una racha de viento empujó el garfiocontra el prisionero y provocó en ésteuna violenta reacción. Abrió los ojoscomo platos y bramó y trató de arañar,presa de la ira. La estática delhelicóptero que se acumulaba en elgarfio habría podido derribar a unhombre si no lo descargaban en tierraantes de tocarlo. Pero se habíadescargado ya, y entonces Hawse sujetóla red con el garfio y contempló a la

criatura presa mientras esta giraba sobresí misma y ascendía hasta la portezueladel helicóptero, treinta metros másarriba. El enjambre de Nueva Orleanscrecía y se acercaba, los gemidosocultaban ya el sonido de las palas delrotor. El agua que llegaba a las rodillasparecía hervir de movimiento hastadoscientos metros más allá.

Billy empezó a disparar con el AK-47. Los cartuchos de 7,62 × 39golpeaban un poco más fuerte que los delas carabinas M-4 de Doc y Hawse,pero el AK tenía menos precisión.Aunque, como era Billy quien loempuñaba, no se notaba mucho... Losderribaba a más de doscientos metroscon mira metálica.

Las criaturas se acercabanvelozmente, a centenares, quizá amillares ya.

Billy vio algo de reojo y saltó lejosdel resto del grupo. Hawse y Doc secayeron al suelo, el aire se les escapóde los pulmones... La criatura quehabían capturado momentos antes eizado al helicóptero había saltado lostreinta metros que la separaban delsuelo, libre de las redes, y tenía en susgarras a Hammer.

Visiblemente, Hammer se habíaroto el brazo izquierdo: el huesoastillado le sobresalía del antebrazo.Doc no sabía si la fractura se debía a lacaída o si se la había infligido lacriatura. El monstruo le había abierto

serias heridas con sus mordiscos. Lemanaba sangre del cuello, al ritmo de sucorazón acelerado.

Hammer se llevó la mano a lacintura para tratar de empuñar la únicaarma que llevaba encima durante lacaída..., su tomahawk.

La criatura irradiada forcejeabacon Hammer.

El enjambre de Nueva Orleans sehallaba a unos noventa metros.

Lágrimas de miedo y rabiabrillaban en los ojos de Hammer.Agarró el tomahawk por el mangoforrado con placas de Micarta y loblandió, lo hundió en el cráneo de lacriatura y soltó el arma. La criaturahabía desgarrado la máscara de Hammer

antes de la caída. Hammer estaba heridode muerte, expuesto a las letales dosisde radiación presentes en NuevaOrleans.

Mientras Doc y Hawse serecobraban y se levantaban del suelo,Billy sacó agente coagulante delbotiquín y se lo aplicó rápidamente en elcuello a Hammer. Le puso un vendajepara que ejerciera presión sobre laherida. Por lo menos le permitiría ganaralgún tiempo.

Antes de que nadie se lo pidiera,Hammer se sujetó con gran esfuerzo laherida del cuello y dijo:

—Son rápidos y veloces. Ha...desgarrado la red.

Mientras hablaba, le salía sangre

por la boca.Hammer miró a Billy.—Hagamos un intercambio. —Le

entregó a Billy el tomahawkensangrentado y Hammer se quedó elAK de Billy—. La misión sigue en pie.No voy a vivir mucho tiempo. Dejarépasar sólo a uno para que podáisllevároslo. Volved a cargar la red en elfusil y vamos allá.

Doc se quedó consternado ante elaspecto de fantasma que tenía Hammer.No entendía cómo era posible que semantuviera consciente. Doccompartimentó el horror de ver cómo lafuerza vital de su camarada se extinguíaante sus ojos. De algún modo, logróguardarse las emociones para más tarde.

Los tres abrazaron a Hammer y leestrecharon la mano antes de decirleadiós. No les quedaba tiempo para más.Hammer les asintió con la cabeza a cadauno de ellos como única respuesta y sevolvió para ir a la lucha. Logróacercarse al frente de no muertos máscercano y empezó a disparar.

Doc volvió a cargar la red y le dijopor radio a Sam:

—¡Baja o moriremos todos!Sam no se lo discutió. Al cabo de

treinta segundos, el helicóptero estabasuspendido a treinta metros sobre elgrupo, agitando el polvo, los escombrosy los muertos andantes en todas lasdirecciones.

Hammer peleó con todas las

fuerzas que le quedaban, vació elcargador, y dejó pasar a una de lascriaturas para que atacase a los demáscerca del helicóptero suspendido en elaire. Doc capturó a la criatura con la redy los tres hombres se apresuraron acargarla en la máquina voladora.Hammer tenía razón: aquellasabominaciones irradiadas eran másfuertes que cualquier otra que hubieranencontrado. Estuvo a punto de desgarrarla red nueva en el tiempo quenecesitaron los tres hombres parameterla en la jaula de acero. No sepreguntaban ya cómo era posible que elsegundo espécimen hubiera logradoescapar de la red; había contado contreinta metros de ascenso al extremo del

cable durante los cuales pudo romper yarañar cuanto quiso antes de encararsecon Hammer. Doc estimó que la fuerzadel segundo espécimen debía deequivaler a muchas veces a la del quehabía quedado atrapado en la carreteraelevada.

El resto quedaba desdibujado. Losdos robustos especímenes rugían en lassólidas jaulas de acero, separados y sinposibilidad de escapar. El helicópteroganó altitud. Doc le pidió a Sam que semantuviera a sesenta metros. El equipocontempló la escena que tenía lugar entierra: Hammer luchaba hasta el finalcon los no muertos, armado ya tan sólocon un machete. Apuñaló y rajó y mató aotros tres antes de que lo doblegaran.

Doc fue al estante, agarró el LaRue 7.62con mira telescópica y se echó devientre a tierra. La mira le confirmó queHammer había muerto y que las criaturasdevoraban con avidez sus restos cálidosy radiactivos. La cólera se adueñó detodo el cuerpo de Doc, y maldijo a todaslas criaturas, y le presentó los últimosrespetos a Hammer con una bala defrancotirador en el cráneo. Así Hammerno se transformaría en un monstruo más.Pensaba que Hammer habría tenido elmismo detalle con él. Doc contempló ladevastada y ruinosa ciudad de NuevaOrleans.

Doc se sentó en la litera y, por purohábito, miró el reloj. Eran las 14.00.

Tuvo un instante de confusión.«¿Hammer sigue vivo? ¿Dónde estoy?»,se preguntó a sí mismo, hasta que elrecuerdo volvió a ocultarse en losrincones más recónditos de su cerebro.Doc había regresado a la litera delHotel 23, Hammer estaba muerto y losno muertos todavía reinaban.

11

Kil, Saien y Monday entraron en el áreaseparada del resto del submarino quehacía las veces de Departamento deInformación. En su interior no habíanada especial, ni superordenadores quemurmuraran en un rincón, ni imágenes entiempo real transmitidas por satélite conel correspondiente ejército de analistasdispuestos a estudiarlas. Elequipamiento era antiguo y demasiadorebuscado como para resultar práctico.Kil entró en una habitación marcadacomo «SSES».

Los cuatro hombres que habíanabordado el submarino con ellos

también estaban allí.—Conozco este sitio —dijo Kil.—¿De qué lo conoce? —preguntó

Monday.—Les había transmitido varios

mensajes en tiempos más felices —respondió Kil, de mala gana.

—Bueno, hoy en día apenas nosdedicamos a descifrar señales de paísesextranjeros. Tenemos a un intérprete enese rincón que entra en el sarao cada vezque lo necesitamos, pero diríamos queapenas si queda nadie que retransmitanada.

—¿Qué idioma habla? —preguntóKil.

—Chino.—Me imagino que nos vendrá bien

dentro de unas semanas, ¿eh? —tanteóKil.

—Sí, y quizá mucho antes.Pónganse cómodos..., les voy a dar unaalegría: estamos al borde delapocalipsis y la armada aún hace suspresentaciones con PowerPoint. Antesde empezar, tendremos que arrancarnuestros sistemas y acceder alordenador de JWICS. Puede quetardemos un minuto.

Saien se arrimó a Kil y le susurró:—¿Qué es eso de JWICS?—Es una Internet paralela, una

Internet en la que no has entrado nunca.Es probable que tampoco hayas oídohablar de ella. El gobierno no lamantenía en secreto antes del desastre.

Lo que sí se mantiene en secreto es lainformación que se comparte en ella. Note imagines conspiraciones; antes de queempezara esto, la mayoría de suscontenidos se encontraban también en laprensa convencional y en fuentes deInternet.

—¿Y decía quién mató a Kennedy ycosas así?

—En absoluto —dijo Kil, que porbreves instantes había recordado a sumadre. Ésta tenía la costumbre depreguntarle por teorías conspirativas deese tipo, porque creía que su hijotrabajaba en ellas—. Nada de eso, sólola típica información confidencial. Lobueno de verdad se tenía que ver en lared de área local de la Sala de

Emergencias de la Casa Blanca, o enuna intranet alojada en un edificiosecreto de Virginia del Norte. Yo nuncaquise acceder a ese tipo de material.Habría perdido unas cuantas uñas sillegan a pillarme.

Monday se plantó al frente de losque estaban allí reunidos e interrumpió aKil.

—Buenas tardes. Para los que nome conocen, soy el comandante Monday.Voy a hablarles durante un rato antes decomunicarles formalmente lasinstrucciones. Podría contar con losdedos de una mano las veces que herevelado la información que ahorapondré a su alcance. Ante todo, quieroagradecerles sus servicios a los cuatro

hombres que pertenecen a nuestracomunidad de especialistas enoperaciones especiales.

Uno de los cuatro asintió con lacabeza, a modo de respuesta, desde elfondo de la habitación.

Monday señaló a Kil y a Saien.—Añadiré, para quienes no lo

sepan..., que esos dos hombres lograronsobrevivir en el continente durante casiun año. Ciertamente meritorio, sitenemos en cuenta la situación.

—Qué chorrada —murmuró uno delos otros.

Monday prosiguió.—Vayamos al grano. Puede que no

resulte nada ortodoxo que un oficial deInteligencia de la armada les haga una

pregunta de este tipo, pero, por favor,que levanten la mano quienes crean enDios.

Ni Kil ni Saien levantaron la mano;tan sólo uno de los miembros del otrogrupo se apartó del consenso. Kil habríaquerido hacerlo también, pero aún noestaba preparado.

—Ya veo. Me imagino que así, porlo menos, les va a resultar más fácil.Verán, lo que voy a decirles no se podráretirar. Y les voy a repetir esto mismodentro de unos pocos minutos. Debencomprender que muchos de ustedes,durante su infancia y adolescencia, hastallegar a la edad adulta, se criaron deacuerdo con ciertos paradigmas yprincipios inquebrantables..., normas

culturales establecidas. El sol sale porel este y se pone por el oeste, todo loque sube tiene que bajar, el que organizalas apuestas siempre gana, etcétera,etcétera. A veces, cuando tenemos queenfrentarnos a datos que cambiannuestros presupuestos másfundamentales y no podemos refutarlos,se producen efectos extraños en nuestramente. ¿Alguno de ustedes recuerda eldía en el que descubrió que no existíaSanta Claus?

Todos los que estaban en la salaasintieron para indicar que sí lorecordaban, aunque no fuera cierto en elcaso de Saien.

—Bueno, pues imagínense esomismo multiplicado varias docenas de

veces. —Monday hizo una pausa que seprolongó durante un largo minuto y fuemirando a todos y cada uno de los quese encontraban en la sala—. Puede queésta sea la última vez que se lo digo, opuede que se lo diga otras cien veces, siconsidero necesario que vuelvan a oírlo.Una vez se lo haya dicho, no se podráretirar. ¿Todos ustedes lo hanentendido?

Todos ellos asintieron como si loentendieran, pero Monday no parecíamuy convencido.

—Bueno, vamos allá. Van a sufrirustedes un puñetazo en sus entrañasfilosóficas. He estudiado el historial detodos ustedes, excepto el suyo, Saien,pero eso ya lo hemos discutido. Si

puede ver esto es tan sólo porautorización directa del almirante y,subsidiariamente, del capitán de estaembarcación. Si de mí dependiese, ustedno estaría aquí, quiero que quede bienclaro.

Saien no reaccionó a lasafirmaciones de Monday. Los cuatrooperativos especiales susurraban entreellos. Kil no lograba entender lo quedecían.

—Muy bien, vamos allá.Monday activó el cañón. Unos

recuadros amarillos en los extremossuperior e inferior de una pantalla LEDmuy ancha montada en la paredmostraron numerosas advertencias.

«La clasificación general de esta

información es Alto Secreto, SI, TK, G,H, SAP Horizonte, y todo lo demás quese le pueda ocurrir. Querría darles labienvenida a todos ustedes al ProgramaHorizonte.» Monday clicó para mostrarla imagen siguiente.

08 DE JULIO DE 1947 -ACTIVIDAD DE RECUPERACIÓN Cuenca de Uintah, Utah. ALTO SECRETO // CRÍTICOCRÍTICO CRÍTICO

YANQUI 08 DE JULIO DE 1947 DE: SECRETARIO DE GUERRA A: PRESIDENTE DE LOS ESTADOSUNIDOS ASUNTO: ACTIVIDAD DERECUPERACIÓN

EMBARCACIÓN RECUPERADA.CUATRO EN ENCIERRO. UNO VIVO,DE CAMINO, WRIGHT FIELD. OPERACIÓN DE ENGAÑO ENMARCHA. SIMULACIÓN DEESCOMBROS, ROSWELL, NM. ...PATTERSON ENVÍA... ALTO SECRETO // CRÍTICOCRÍTICO CRÍTICO

12

Algún lugar en el Círculo Polar Ártico— Base Cuatro

70 grados bajo cero. Suficientespara congelarle la cara a un hombre encuestión de segundos. La Base deInvestigación Cuatro de Estados Unidostodavía albergaba vida, aunque ésta sehallara a merced de la tecnología y debidones de combustible diésel dedoscientos litros. Había pasado casi unaño desde que los muertos quebrantaronlas leyes de la naturaleza y la físicaconocidas hasta entonces. Lossupervivientes que quedaban en la base

afrontaban su segundo invierno sin haberrecibido ni siquiera suministros. Lamayoría de los cuarenta y cincomiembros del equipo había abandonadoel puesto durante la primavera anterior,con el propósito de recorrer cientosesenta kilómetros en dirección al sur,hasta la zona de hielo delgado máscercana, donde pensaban que podríanencontrar algunos reductos decivilización. No volvieron a ver a lamayoría de ellos. Unos pocos regresarona la base, quizá por instinto, o porhábito. Tenían el mismo aspecto quetodos los demás: ojos blancos como laleche y cubiertos de escarcha, lascabezas heladas y gachas, hambriento.

La Base Cuatro siguió la caída de

la civilización al ritmo de las noticiasque les llegaban por radio de altafrecuencia. Tan al norte, la altafrecuencia era el único medio decomunicación medianamente fiable. Losteléfonos por satélite habían funcionadodurante los primeros meses después dela anomalía, pero terminaron porenmudecer, junto con el resto de latecnología dependiente de unainfraestructura compleja y frágil.

Los brutales e implacablesinviernos del Ártico tenían una solaventaja: las voraces criaturas abundabanmucho menos que en las tierras que seencontraban fuera del gran círculohelado. Al principio, los muertos lesparecían un problema lejano, algo de lo

que habían oído hablar por onda corta, ohabían contemplado con horror mediantela televisión por satélite. Aún no eranmotivo de preocupación en la BaseCuatro.

Al llegar la primavera después delinicio de la anomalía, uno de losinvestigadores murió porcomplicaciones de una diabetes. Elequipo cada vez más reducido se diocuenta en seguida de que había llegadola anomalía; había atacado su refugio declima controlado. Tuvieron queimprovisar un hacha de hielo yclavársela en la cabeza a la criaturapara dejarla fuera de combate, pero noantes de que ésta se cobrara otra vida.Lanzaron los cadáveres a un barranco de

setenta y cinco metros de altura cercanoa la base. Era allí donde todavíaarrojaban a todos los muertos. Muchoscuerpos, rotos y helados, yacían en elfondo de lo que los supervivientesllamaban el Barranco de las AlmasTranquilas.

Más al sur, en el mundo real, losseres humanos luchaban y morían contralas suertes del destino. Más al norte,dentro del Círculo Polar Ártico, lossupervivientes combatían contra lasbajas temperaturas corporales y laoscuridad constante. Llevaban semanassin ver el dorado fulgor del sol yalgunos de ellos pensaban en silencioque no volverían a verlo. Racionaban elaceite de la calefacción y el combustible

como si se hubiera tratado de agua abordo de una balsa perdida en elPacífico. Todos ellos sabían que podíandarse por muertos si no abandonaban enun máximo de sesenta días aquella rocahelada. Para entonces habría llegado elenero, lo más gélido del invierno.Ningún avión (si es que quedaba alguno)se arriesgaría a volar hasta allí, nihabría nadie capaz de ir a pie hasta elsur. Tenían perros y trineos, perotampoco les habrían servido de nada.Estaban demasiado al norte.

Crusow Ramsay era el jefe nooficial de la Base Cuatro..., el líder delos pocos supervivientes que habíanquedado. No era el mayor ni el que tenía

más experiencia, pero sí el másrespetado. Crusow tenía un nombre quesonaba raro, más antiguo que los típicosnombres de los años cincuenta, comoDick y Florence; también su abuelo sehabía llamado así. Hacía treinta y cincoaños, su padre le había pasado elnombre sin apenas discusión. Tenía susraíces en una larga dinastía de robustosinmigrantes escoceses, machos alfa quese habían abierto un camino en la vida.

La espartana manera con que supadre le demostraba su afecto habíahecho de Crusow un hombre duro, másduro que la mayoría. Su padre habíasido siempre indulgente con las chicas,pero nunca con Crusow. Sus hermanashabían tenido dinero cada vez que lo

habían necesitado, coches gratis,mensualidades, pero Crusow, no. Habíatenido que trabajar para él en elaserradero desde los diecisiete años.

Como necesitaba dinero para sumujer embarazada, Crusow se presentóa una entrevista para un trabajo que lollevó hasta el lugar donde se encontrabaentonces, en el frío abrazo del Ártico.Los tiempos de crisis no le habíandejado otra opción. Le dijeron que, siconseguía el trabajo, tendría que ir tansólo durante cinco meses al año. Losenigmáticos requisitos que senecesitaban para obtenerlo le intrigaron.

«Ingeniero mecánico con tres añosde experiencia en el manejo demáquinas / experiencia con motores

diésel. Se requiere obtención previa dehabilitación de seguridad SSBI...»

La Base Cuatro tenía sus secretos.La mayor parte de las tareas deinvestigación por las que había sidonecesario establecer una base en elÁrtico habían terminado hacía variasdécadas. Oficialmente, la Base Cuatrotenía como objeto estudiar lapropagación de las ondaselectromagnéticas en la zona del PoloNorte. Crusow no formaba parte de losequipos de investigación y, antes de queel mundo se fuera al diablo, no leimportaba un pepino lo que pudieranbuscar bajo el hielo. Con todo, no podíadejar de extrañarse cada vez quetomaban provisiones para tres días,

informaban al (ahora difunto)comandante de la base acerca de lugardonde se dirigían y luego desaparecíanen la nieve con los perros.

Lo que se contaba a lostrabajadores de la base era que salían enbusca de rocas marcianas. Los expertosdecían que Marte había sufrido elbombardeo de incontables meteoritoshacía siglos y milenios, y que las rocasque se habían desprendido habíanacabado en la Tierra, habían entrado enla atmósfera y habían aterrizado poralguna parte del Ártico.

Crusow no tuvo nunca noticia deque el equipo hubiera regresado conalgo interesante. Lo que hacían siempreera guardar el instrumental, limpiar e

informar al jefe. La misma historia, unay otra vez. Crusow no llegó a tener tratocercano con los investigadores; loscambiaban cada vez que el avión militarhacía su vuelo rutinario a la base.

En realidad, lo que pudieran buscarlos equipos de investigación en el hielohabía dejado de importar.

Incluso antes de la anomalía,Crusow había pensado que el mundo sehallaba cerca del desastre. La economíaestaba al borde del colapso; eldesempleo había llegado al quince porciento. El precio del oro se aproximabaa los sesenta y cinco dólares el gramo, yen las noticias se hablaba de paísesenteros que se hundían. La tarea que sele había asignado en el Ártico era

sencilla. Si lograba sobrevivir a uno, talvez a dos inviernos, quizá podríapagarse la mudanza al Oeste y criar allía su familia, libre de la corrupción de lasociedad, de la decadencia y deldesastre.

Crusow contemplaba las estrellas,una de las pocas distracciones que sepermitía desde que se había terminadoel mundo. Había perdido todo lo que sepodía perder con aquella sacrílegaplaga. Su esposa, su hijo que no llegó anacer, su hogar... Todo.

Lo único que le quedaba y quetenía algún valor para él se hallaba en sucinturón, o cruzado sobre su espalda: unbuen machete Bowie con empuñadura decuerno, una pistola Smith & Wesson M

& P de 9 mm y una carabina M-4 bienconservada. Las propiedades no teníanya ningún valor, porque el mundo que sehallaba más al sur pertenecía aquienquiera que pudiese sobrevivir asus desafíos. ¿Un reloj Rolex? Sí, alalcance de todo el que estuvieradispuesto a que lo infectaran alarrastrarse por un centro comercial.¿Lingotes de oro? Fort Knox estabaplagado de criaturas, pero, si alguienlograba hacer estallar la cámaraacorazada, podría llevarse todos loslingotes de oro rellenos de tungsteno quele apeteciesen. Nadie trataría dedetenerlo. ¿Dinero? Quien tuvierabilletes, podía emplearlos para encenderuna hoguera o para conservarlos en la

cartera y fingir que aún existía el mundonormal. Es muy difícil fingir cuando losmuertos caminan y tratan de devorarte, yesto último era muy habitual en el lejanosur, en el mundo de verdad.

Crusow hacía cuanto le era posiblepor no volverse loco. Leía libros,escribía cartas a personas queprobablemente habían muerto y, a veces,rezaba. El frío consumía poco a poco laenergía de la base, energía que no sepodría reemplazar. La Base Cuatro erauna estrella moribunda que no tardaríaen quedarse helada y totalmente vacía.El alma de Crusow estaba ya próxima alcero absoluto, y se acercaba todavíamás a éste cada vez que pensaba en ella.

Hacía unos meses, había tenido

noticias de su mujer mediante el teléfonopor satélite. En aquel momento, elmundo entero se había sumido ya en laanarquía. Los supervivientes de la BaseCuatro seguían las noticias y escuchabanla radio de alta frecuencia. El caos másabsoluto se había apoderado de lasondas. Primero, los disturbios seadueñaron de las ciudades más grandes.Las gentes se movían entre las masas deno muertos, robaban televisores ytabletas, se los llevaban a casas que yano tenían electricidad.

En circunstancias normales, seconfiaba el número de teléfono porsatélite de la Base Cuatro a cónyuges yallegados por si se producía unaemergencia familiar. Los supervivientes

se turnaban junto al teléfono como partede su rotación en las tareas del centro deoperaciones.

Después de que el mundo se fuera ala mierda, los supervivientes aúnmontaban guardia junto al teléfono,como si hubiesen querido mantener unaapariencia de normalidad, pero lasllamadas eran extremadamente raras. Lared telefónica estadounidense funcionótan sólo de manera esporádica durantelos días que siguieron a la Nochevieja yal levantar de los no muertos. Era unamedianoche de febrero cuando elcompañero de habitación y mejor amigode Crusow, Mark, recibió la frenéticallamada.

—Hola, soy Trisha, tengo que

hablar con Crusow.—Trish, por Dios bendito, ¿los

teléfonos de ahí aún funcionan?—¡Joder, Mark, que no tengo

tiempo! ¡Están a la puerta y la casa estáardiendo!

—Vale, vale, voy corriendo abuscarle..., no cuelgues.

Para cuando Crusow logró llegar ala sala de radio, lo único que se oía eranlos alaridos de Trisha, que resonaban alotro extremo de la línea, y al otroextremo del mundo. La estabandescuartizando. Crusow se desplomó aloír por última vez la voz de su mujer. Sequedó echado durante largo rato,después de que el fuego interrumpiera laconexión y dejara tan sólo un tono

monótono en el auricular. Crusow no semovió durante horas. Deseó la muerte,tuvo la esperanza de que el dolordesgarrador de la pena se lo llevara. Nofue así.

13

Crusow estaba sentado en la sala deoperaciones junto con Mark, un amigoíntimo a quien había conocido al iniciarsu estancia en la base. Habían racionadoel empleo del generador, porque eldiésel sin impurezas era, literalmente, unrecurso no renovable, y elbiocombustible no les daba muy buenresultado. Era sucio, olía, y hacía que eltrabajo de Crusow fuera todavía másarduo, pero ayudaba a mantener elcuerpo a temperaturas de, como mínimo,treinta y seis grados centígrados ymedio.

Crusow se hartaba de desmontar,

volver a montar y encargarse delmantenimiento del motor diésel quehabían construido en la base para poderemplear biocombustibles. Pero sabíaque, sin él, la estación entera setransformaría en un bloque de hielomacizo. Cada vez que terminaba unnuevo día en el que había logradomantener la estación con vida,experimentaba una frágil sensación deéxito y triunfo, y era esa sensación laque le daba un propósito, una razón paravivir. Se sentía dolorosamente solo. Amenudo se preguntaba si el fuego habríaterminado con aquello, pero tan sólopensarlo le dolía tanto como imaginarseque Trish se había transformado en unode ellos.

Hacía poco, él y Mark habíanterminado las reparaciones del sistemade alta frecuencia de la estación,después de que uno de los cables desoporte se partiera bajo los fuertesvientos del Ártico. Se habían servidodel Sno-Cat para recobrar el cable ysujetarlo a su nuevo anclaje en el hielo.Sin la radio de alta frecuencia, nopodían saber lo que ocurría en elcontinente. La sintonización de la altafrecuencia era muy trabajosa para eloperador y exigía, por lo menos, algúnconocimiento básico de la teoría defrecuencias de radio. Había frecuenciasque, en el Ártico, funcionaban unos ratossí y otros no. Dicha sintonización ya eracomplicada en condiciones atmosféricas

normales, pero, tan al norte, losproblemas se incrementaban a un ritmoexponencial. A veces, cuando lascondiciones atmosféricas eran buenas,captaban un mensaje en onda corta de laBBC que aún se repetía de maneraautomática desde algún remoto centro deretransmisión, probablementealimentado con energía alternativa.

«Permanezcan en sus hogares.Todos los refugios conocidos estánllenos. Si han sufrido alguna herida amanos de los infectados, o conocen aalguien que la haya sufrido, pónganseinmediatamente en cuarentena...»

Era Mark quien tenía a su cargo losauriculares de la alta frecuencia cuandose establecieron comunicaciones con el

George Washington . El enlace se cortópor culpa de los daños provocados porel viento. Una vez terminadas lasreparaciones, empezaron a buscar portodo el espectro en busca de laembarcación, o de cualquier otro quepudiera escucharles.

Aunque un portaaviones habríatenido escasas posibilidades de llevar acabo un rescate tan al norte, podía serque estuviera en contacto con unidadescapaces de llegar hasta Crusow, Mark yel resto de los supervivientes.

La única esperanza que les quedabaa los habitantes de la Base Cuatro era lade encontrar medios para mantenerse encalor, para mantener la temperaturacorporal. Crusow sabía que el invierno

estaba en lo más crudo y que no teníanmanera de escapar de aquel infierno,salvo un milagro.

Aparte de sí mismo, Mark era elúnico de los cinco supervivientes enquien confiaba. Quedaban muy pocosmilitares en el grupo. Crusow tenía untrato amistoso con ellos, pero sinverdadera confianza. «Son comopolicías», pensaba a menudo.Protegerían a los suyos por todos losmedios necesarios.

Crusow se quedó con Markmientras sintonizaba la 8992 de suprograma de transmisiones.

—A cualquier posición, acualquier posición, aquí Base Cuatro deEstados Unidos en el Ártico, cambio.

En un primer momento, tan sólo lerespondió la estática, pero luego sesobrepuso al ruido una señal en altafrecuencia que era muy potente, como sise hubiese originado en la habitación deal lado.

—Base Cuatro, les habla elportaaviones estadounidense GeorgeWashington. Recibimos una señal débil,pero comprensible, y nos alegramos devolver a oírles.

Crusow y Mark saltaron de alegría,y estallaron en silbidos y gritos, en unbreve momento de optimismo... que notardó en extinguirse.

14

Los mandos militares acudieron por lamañana a la sala de reuniones delalmirante Goettleman para que éste lespusiera al día. Como el portaavionesfuncionaba con una tripulación mínima,los oficiales superiores cabían todosjuntos en el pequeño auditorio, un lugarque normalmente habría estadoreservado para reuniones formales. Elalmirante mantenía la tradición deinformar exhaustivamente por lasmañanas de la situación de la flota o,mejor dicho, de lo que quedaba de ella.

John se sentó en la última fila.Tenía en las manos una nueva bitácora

militar de color verde editada hacíapoco tiempo. Era una adición reciente alas reuniones matutinas. No asistía porvoluntad propia; se le considerabaesencial para las operaciones. Si elalmirante necesitaba información sobreel estado de los sistemas decomunicaciones del portaaviones, habíaque dársela sin excusas. Durante elbreve período de tiempo que llevaba abordo, John había llegado a dominarmuchas de las complejas redesinformáticas y sistemas de radio, asícomo los enlaces y nodos entre los unosy los otros.

En sus notas había informaciónconfidencial acerca de frecuencias,sintonización y diagramas de circuitos.

Como los técnicos de la últimageneración, en su mayoría, nodominaban ya la teoría de la radio, teníaque ser John quien transmitiera susconocimientos en el departamento decomunicaciones del portaaviones. Loscircuitos de comunicaciones por satéliteestaban reservados para el enlace confuerzas expedicionarias y no se podíanemplear en retransmisiones de menorprioridad entre barco y barco.

John estudiaba sus notas, sentadoen la última fila desde la que podíacontemplar todo el auditorio. Trazó undiagrama con los dedos y pensó para símismo: «¿Un circuito Romeo? ¿O...?»

Alguien, enfrente de todos ellos,les gritó:

—¡Atención..., todo el mundofirmes!

Todo el mundo se puso en pie,incluido John. Había aprendido estapeculiar costumbre del ejército pocosdías antes, en su primera reuniónmatutina.

El almirante Goettleman anduvocon pasos marciales hasta el asiento quele correspondía, enfrente del auditorio.En la sala había tan sólo un puñado deciviles, aparte del propio John. JoeMaurer, uno de los que pudo reconocer,se sentaba a un lado del almirante.

—Buenos días —dijo el almiranteGoettleman.

La sala murmuró:—Buenos días, almirante.

El almirante miró de reojo alhombre que ocupaba en ese momento laposición de capitán de guardia y le hizoun gesto con la cabeza para indicarleque procediera.

—Almirante, jefe del EstadoMayor, oficiales, tripulantes, les doy losbuenos días. Esta mañana lesinformamos de que el GeorgeWashington prevé un desplazamientohasta cien millas al norte de Panamá yuna posterior navegación hasta un puntosituado todavía más al norte, y máscercano a la costa de Texas, con el finde brindar apoyo a la FuerzaExpedicionaria Fénix.

—¿Cuál es la situación de dichafuerza? —le interrumpió el almirante.

—La última comunicación conFénix tuvo lugar hace ocho horas. Todocontrolado, sistemas activos. La radioinformó esta mañana de que prevénexplorar el área esta misma noche,cuando se haya puesto el sol. Fénixinforma que no ha habido indicios deactividad no habitual, ni de presencia deaeronaves en las cercanías del Hotel 23.

—Muy bien —dijo el almirante,mientras se acariciaba la mejilla—.Prosiga.

—Clepsidra está en marcha yavanza hacia el oeste, en dirección aOahu. Informan que todos los sistemasestán activos y disponen de unsuministro de alimentos moderado. Sealimentan con tres cuartos de las

raciones habituales, a modo deprecaución.

—Esa gente del submarino van aestar de mal humor para cuando lleguena Diamond Head —bromeó Goettleman.

Se oyeron algunas risas en elpequeño auditorio; se habían vueltomenos frecuentes en los últimos tiempos.

—Una vez dicho esto, tengámoslospresentes en nuestras oraciones. Hanemprendido una de las misiones másdifíciles de toda la historia militar.

La escasa energía positiva presenteen la sala se despolarizó, como si unamortaja de seriedad hubiera caído sobreellos desde el techo.

El oficial prosiguió:—Ésta es toda la información que

puedo proporcionarle acerca de lafuerza expedicionaria en el día de hoy,almirante, y quedo a la espera de suspreguntas y comentarios.

Goettleman no respondió nada ypareció que se daba por contento. Eloficial llamó por orden a losrepresentantes de los diversosdepartamentos para preguntarles sitenían algo que añadir a la sesión.

—¿Armamento?—Nada que añadir.—¿Aire?El encargado en funciones de Aire

sí intervino:—Seguimos trabajando en un plan

para restablecer la plena operatividaddel portaaviones pero, por ahora, tan

sólo disponemos de capacidad dereconocimiento. Nos faltan combustibley aviones. No tenemos manera decumplir con el calendario demantenimiento de los reactores; tan sólohay un puñado de Hornets encondiciones para salir, y debemosreservarlos para posibles ataques condrones. Aún contamos con un númerorespetable de helicópteros, peroandamos escasos de pilotos. Lascatapultas y el equipo de sujeciónprecisan de mantenimiento en el hangary ya tan sólo nos quedan cuatro cablesde parada. Eso es todo lo que puedodecirle, señor.

—¿Reactores?—Todos ellos están disponibles.

No ha habido cambios.—¿Ingeniería?—Estamos teniendo algunos

problemas con las piezas de lasmáquinas. La situación no es crítica,pero nos faltan ciertos tipos de metal.Recomiendo que incluyamos el metal enla lista de materiales a buscar durantelas incursiones en el continente. Nadamás que informar.

—¿Suministros?—Contando con la tripulación

actual, nos quedan provisiones paranoventa días, almirante. La situación escrítica. Ninguna novedad.

—Siempre malas noticias deSuministros. Visto que el jefe de Aire noconsigue que los aviones vuelen, ¿qué

les parecería si ustedes dos plantaran unhuerto en las pistas de despegue? —bromeó Goettleman—. Prosigamos.

—Sí, señor. Comunicaciones.Tuvieron que pasar unos segundos

para que John se diese cuenta de que eloficial de comunicaciones no se hallabaen el auditorio.

—¿Comunicaciones? —insistió eloficial, nervioso y molesto.

John se puso en pie y abrió elcuaderno verde.

—Almirante..., hum... como ustedya sabe, las comunicaciones por satélitecon la Fuerza Expedicionaria Fénix semantienen estables. He estadotrabajando con varias teorías detransmisión de ondas y radio de alta

frecuencia para restablecer lascomunicaciones con la base del Ártico.Ahora mismo, mi gente trata de contactarcon ellos por radio. Nos falta poco paraencontrar unas pautas de propagación delas ondas que nos permitan hacer rebotarlas señales de radio hasta ese puesto.Las redes locales están activas yestables para tráfico de correoelectrónico. Sé que esto último no erauna prioridad, pero lo hemos arreglado.Creo que eso es todo, señor.

El almirante Goettleman enarcó unaceja y asintió para indicar suaprobación.

«Hoy va a ser un buen día», se dijoJohn para sus adentros, de pie en mediode la reunión con su bloc de notas verde

y gastado.—Con esto concluye la orden del

día, almirante, y quedamos a la esperade sus preguntas y comentarios.

Como a propósito, para coincidircon el final de la reunión, uno de losencargados de las radios entró y dejó unmensaje en papel sobre la mesa de losoficiales superiores.

Goettleman se puso las gafas yempezó a leerlo en voz alta.

—«Se ha establecido contacto porradio de alta frecuencia con la BaseCuatro en el Ártico.» Es una buenanoticia. Que los oficiales superiores sequeden y los demás vayan a cumplir consus tareas diarias. Eso es todo.

John salió del auditorio con la

confianza en sí mismo acrecentada.Regresó a las radios con zancadas másenérgicas, dispuesto a solucionar másproblemas imposibles y a leerse elmensaje que había llegado desde elÁrtico. «Buen trabajo, radio. Hoy va aser un buen día», pensaba John una vezmás, como si hubiera tratado deconvencerse a sí mismo...

15

Faltaba poco para diciembre. Habíapasado casi un año desde que lascriaturas empezaron a aparecer en losEstados Unidos continentales. De noche,el aire era frío y los sonidos no separecían a nada que Doc y Billy Boyhubieran oído en las montañas deAfganistán durante lo que ahora lesparecía una vida anterior.

Los talibanes no delataban suposición con gimoteos. No se quedabanociosos, ni dormidos hasta que alguienpasaba por la noche frente a unaventanilla de automóvil abierta y tentabaa sus garras. Aunque en Afganistán

hubiera muchos que llamaban «píldorade veneno» al cartucho de rifle ruso decalibre 5.45, éste no era venenoso comoel mordisco de un no muerto. No habíanada que pudiera salvar a los infectados.Los mejores médicos del planetaestaban desconcertados. Ni siquiera loscirujanos dispuestos a amputar un brazoo una pierna infectados podían cortar lafiebre, ni impedir la muerte ni laconsiguiente reanimación.

Los muertos no se escondían encuevas, ni ponían bombas al borde delas carreteras. Doc lo pensó por unbreve instante: «Los no muertos, almenos, jugaban limpio.» Jamásengañaban a propósito. Como en lafábula del Escorpión y la Rana, todo se

reducía a su naturaleza, que se habíatransformado; eran asesinos,destructores de almas.

Doc recordó los días vividosdespués de tomar junto con Billy ladecisión de escapar de Afganistán. Elviaje desde las provincias afganas delsur hasta el mar por las inmensidades dePakistán había estado plagado depeligros. Habría podido ser mucho peor.Pero la densidad de población deaquella zona, escasa en comparacióncon la del Primer Mundo, les había dadouna pequeña ventaja. No tuvieron queenfrentarse a cien mil criaturas... Por lomenos, aún no.

Eso no les impidió matar a unnúmero de no muertos que tal vez

superara a las cifras de víctimas dealgunas de las actuaciones que tuvieronlugar al inicio de la Operación LibertadDuradera. Masacraron a los talibanes nomuertos mientras andaban hacia el sur ya medio camino se quedaron sinmuniciones para las M-4. Liberaron tresAK-47 mientras huían y lucharondurante semanas contra contingentes deno muertos cada vez más numerosos.

El terreno y en algunos casos elaire enrarecido no les dieron cuartel. Nose atrevían a reposar más que unaspocas horas entre marcha y marcha; si sedetenían un poco más, los no muertossaldrían de detrás de un peñasco o deuna elevación del terreno paraperseguirlos. No habían experimentado

tal fatiga desde que habían seguido elprograma de entrenamiento BUD/S. Entodas y cada una de las etapasanduvieron a marchas forzadas durantehoras por lo que parecía un paisajelunar.

Doc recordaba que, en undeterminado momento, se había dormidomientras corría. Tuvo que caerse de carasobre las rocas para reanimarse y volvera luchar. Él y Billy masacrabancontingentes cada vez más grandes, y sedetenían para robar cargadores acriaturas que habían muerto días osemanas antes con el AK colgado a laespalda. Los no muertos se presentabanya por docenas, y a veces se lesacercaban grupos de un centenar o más.

Cuanto más se acercaban a la costa,más densas se volvían las hordas. Laanomalía era tan reciente que lascriaturas todavía no se habían alejadode las costas; la mayor parte de lapoblación mundial vivía en los litoralesy los no muertos se habían impuesto enesas regiones.

Espoleados por los rumores de quela flota había anclado frente a las costasde Pakistán en el mar de Omán, Doc yBilly lucharon con denuedo por llegarhasta el sur. No fue hasta el día antes deque llegaran a la costa cuando la radiodejó de sonar en sus auriculares.Finalmente contactaron con el Pecos, subillete de vuelta al hogar.

Doc corrigió el rumbo que seguían,

de acuerdo con las indicaciones que leshabían dado por radio desde el navío, ysiguieron ametrallando a no muertos a lolargo de los últimos kilómetros que lesquedaban hasta llegar al mar. El sol seponía y sus rifles requemados se habíanquedado ya sin munición en el momentoen el que las botas de ambos se llenaronde agua marina. Se apartaron de losmillares de criaturas que agitaban lasespumas con sus pisadas de no muertos.

E l Pecos era el último navío queseguía anclado en la costa para acoger arefugiados. Billy y Doc se dieron cuentaen seguida de que el oficial al mandodel Pecos estaba más que satisfecho conla seguridad adicional de contar conotros dos operativos especiales a bordo.

Después de llegar, comer y ducharse,Doc y Billy fueron informados de lasituación.

* * * Doc se enteró de los mortíferos actos depiratería que se producían en alta mar.Los piratas sacaban partido de la faltade seguridad marítima y atacaban sinmisericordia a todas las embarcacionesque encontraban. Chinos,estadounidenses, británicos..., todosellos eran víctima de los caciquessomalíes y demás escoria marina. Lospiratas actuaban con sangre fría en susataques y empleaban equipamientomilitar robado para hundir lasembarcaciones que no obedecían sus

órdenes al pie de la letra.Mientras viajaban con rumbo al sur

y destino final en Estados Unidos,adentrándose en el mar de Omán,confirmaron la veracidad de los másdesagradables informes. La red denavegación GPS fallaba. Estacircunstancia, aparejada a la falta decartas navales, obligó al oficial delPecos a virar hacia el oeste y a guiarsevisualmente por la costa africana. Lospiratas habían creado problemas en laregión del Cuerno de África desdemucho antes de que apareciesen los nomuertos, y en esos momentos se habíantransformado en una fuerza querivalizaba con estos.

E l Pecos sufrió un ataque mucho

antes de que avistaran África.La embarcación pirata era más

veloz y se les acercó rápidamente porlas agitadas aguas azules. En cuantoestuvo a distancia de tiro, empezó adisparar contra el Pecos conametralladoras que sus tripulantesmanejaban en equipo. Apuntaban contrala popa, justo por encima de la línea deagua. Por fortuna para el Pecos y para sutripulación, los piratas no eran buenostiradores.

Doc, Billy y el capitán de armasdel Pecos acabaron con el navío piratamediante una serie de disparos de altaprecisión. Cada vez que asomaba unacabeza por una pasarela para hacersecargo de una de las ametralladoras, o

atisbaba por una portilla, Billy la dejabafuera de juego. El barco pirata no tardóen entregarse y la tripulación del Pecoslo despojó de su armamento.

Hacía meses que Doc habíaabordado la embarcación junto a Billy, ylo recordaba muy bien. Era una de esasvivencias que le resultaría difícil, si noimposible de olvidar.

—Doc, mira eso —había dichoBilly, y le había señalado un montón dezapatos de dos metros de altura que seencontraba cerca de la proa del bajel.

—Vamos a echar una ojeada en labodega —dijo Doc, con la esperanza deque su primera suposición fuese errónea.

—Capitán de armas, abra esaescotilla; Billy y yo estaremos a punto

para disparar contra lo que salga.—Sí, señor.El capitán de armas abrió la

escotilla de un tirón y dejó aldescubierto bajo el sol del este deÁfrica una fosa putrefacta e infernal. Elhedor era tan intenso que el capitán dejócaer la portezuela entre maldiciones yarcadas. Se echó agua de cantimplorapor la cara y se cubrió la boca con unpañuelo antes de hacer un segundointento.

Doc se acercó al borde de laescotilla.

La bodega estaba abarrotada decriaturas descalzas y semidesnudas.Todas ellas levantaban una mano, unasola mano, en dirección a la luz, como

para pedir ayuda. Doc se dio cuenta deque el calor que se sentía al abrir laescotilla irradiaba de los cuerposrecalentados e hinchados. Los hombresexaminaron el juego de poleas instaladosobre la escotilla; apestaba, porqueestaba cubierto de restos humanos quese habían quemado al sol. Su propósitoera evidente.

Los piratas bajaban las víctimas ala fosa después de robárselo todo, desdelos dientes de oro hasta los zapatos quellevaban. Probablemente, los bandidosse valían de la fosa como medio deintimidación para que las víctimas lesdijesen dónde ocultaban sus objetos devalor. Doc, Billy y el capitán de armasjuzgaron y ejecutaron a los piratas que

habían quedado con vida. Los sepultaronen el mar y, a continuación, abrieron lasválvulas principales del casco ymandaron a pique la embarcación pirata.

Habían pasado varios meses peroel tiempo no borraría jamás el horror deaquella oscura bodega.

Doc y Billy salieron a las tierrasdevastadas de Texas en una noche sinluna. Mientras actuaban al otro lado dela alambrada, Disco y Hawse sequedaron atrás para encargarse de laseguridad y estar pendientes de la radio.Durante la sesión de información previaal vuelo con el C-130, la FuerzaExpedicionaria Fénix había recibidomapas en los que se indicaba la posición

de las cajas de equipamiento lanzadasdesde el aire y destinadas originalmenteal anterior comandante del Hotel 23.

A juzgar por los paquetesanteriores, Doc pensaba que elequipamiento que encontraran podíaresultarle útil a su equipo, y que tal vezarrojaría alguna luz sobre las cuestionesque los informes de Inteligencia noexplicaban: la identidad de laorganización responsable de las entregasy también de provocar una catástrofecontra los anteriores habitantes delHotel 23.

De acuerdo con la información quetenían, el equipamiento recuperado enocasiones anteriores consistía enmaquinaria notablemente avanzada. Se

había descrito en los informes como«diez años más avanzada que latecnología actual» y «herramientas quese podrían encontrar en el inventariosecreto del mando de operaciones deuna agencia gubernamental».

Las órdenes de la FuerzaExpedicionaria Fénix eran claras:

«Objetivos primarios de la misión:restablecer el control sobre el Hotel 23,comprobar que sus sistemas seanfuncionales, verificar la viabilidad delas cabezas nucleares que quedan allípara su eventual empleo como apoyo ala Fuerza Expedicionaria Clepsidra.

»Evitar la detección.»Objetivos secundarios de la

misión: recuperar equipamiento

abandonado con miras a su empleoulterior, formular hipótesis acerca de losorígenes de Remoto Seis, obtenersuministros que puedan emplearse en laactividad de puesta en marcha del Hotel23.»

Apenas si había posibilidad deequívocos. Habían llevado a cabo latarea primaria. Habían recobrado elcontrol sobre el Hotel 23, habíanestablecido comunicaciones seguras,todas las redes funcionaban, y elarmamento nuclear había superado conéxito todas las revisiones.

Aunque no tuviese claro cuálesiban a ser los objetivos de la FuerzaExpedicionaria Clepsidra, sabía que setrataba de algo importante, y que estaba

por encima de su sueldo de porquería.No importaba cuál fuera la misión deClepsidra, Doc tenía que cumplir elresto de los objetivos de su equipo.Nunca le faltaba el trabajo.

Su objetivo para aquella noche: unacarga arrojada desde el aire, catorcekilómetros al este del Hotel 23. Era lamás cercana entre las ubicacionesindicadas en los mapas. Anduvieron endirección al este, siempre codo concodo. Ni delantero, ni rezagado. Sabíanmuy bien que no contaban conoperativos suficientes para que aquellaexpedición fuese segura, así queinventaron tácticas para mitigar laamenaza extrema.

Sus ciclos de sueño y ritmos

circadianos se habían ajustado ya a lasoperaciones nocturnas. Había sidonecesario que normalizaran sus cuerposen sus nuevas condiciones de vida antesde salir afuera. Un reconocimientonocturno como ése les iba a exigir lamáxima consciencia y atención. Losanteojos de visión nocturna estabanliteralmente en luz verde. Los habíancargado con pilas de litio nuevas yllevaban repuestos en la mochila. NiDoc ni Billy veían en el cielo nocturnonada que se saliera de lo ordinario. Devez en cuando miraban hacia arriba,siempre pendientes de la posibilidad deque ingenios voladores vigilasen desdelo alto.

No habían traído agua suficiente,

porque no habían querido cargar conella a lo largo de los veinticincokilómetros que iban a recorrer entre iday vuelta. Las tabletas de yodo quellevaban matarían a todos los bichos quepudiera haber en el agua de río queencontrasen por el camino.

Se habían alejado a tan sólocuatrocientos cincuenta metros del Hotel23 cuando tuvo lugar el primerencuentro.

Billy le dio unas palmadas en elhombro a Doc y le susurró:

—Tres tangos atrapados en la vallaa unos noventa metros de aquí.

El campo tenía tal forma que a loshombres no les quedaba otro remedioque pasar cerca de las criaturas para no

tener que apartarse de su camino. Laotra opción consistía en marcharse porun sendero adyacente que pasaba por elbosque. No podían permitírselo, puesambos sabían que habría sido muchomás peligroso que enfrentarse con los nomuertos inmóviles. Si los dejabandebatiéndose en la cerca, llamaríandemasiado la atención. La únicaalternativa era acabar rápidamente conellos.

Se acercaron con precaución por eloeste, activaron los láseres y acabaroncon sus respectivas víctimas. Billy Boyeliminó a los dos de la izquierda y Docabatió al de la derecha. No teníanninguna necesidad de contar atrás ysincronizar los disparos, pero lo

hicieron por pura costumbre.Doc susurró:—Tres, dos...«Toc, toc.»Los dos primeros disparos fueron

simultáneos; Billy disparó entonces a lacriatura que seguía en pie. Un trabajoredondo. Los tres seguían enganchadosen la alambrada y seguirían allí hastaque el proceso de descomposición secompletara. Por alguna extraña razón,los animales salvajes no solían comersea los muertos.

Doc bajó el alambre de abajo conla bota y tiró del de arriba con la mano,que llevaba cubierta con un guante deprotección industrial. No queríaarriesgarse a sufrir un tétanos, o una

simple infección. Billy pasó agachadoentre los dos alambres y luego, a su vez,los mantuvo separados para que pasaraDoc. Ambos siguieron adelante.

—¿Cuántos pasos llevas, Billy?—Unos seiscientos, ¿y tú?—Sí, más o menos los mismos.Mientras caminaban hacia el este,

buscaron posibles refugios y rutas deescape, por si algún enemigo, muerto ono, los seguía o los abrumaba con elmero peso del número. Doc pensó en lasinstrucciones que les habían dado yrecordó: «No vayáis por las carreteras.Podéis guiaros por ellas, peromanteneos por lo menos a veinticincometros del borde. Las carreteras no sonseguras. Los muertos se amontonan en

ellas.»El informe del anterior comandante

del Hotel 23 les resultaba utilísimo. Unaparte de lo que decía eran obviedades,pero a Doc ya le valían. Conteníaninformación valiosa que podíaaprovechar en bien de su equipo, comola detallada narración por escrito delaccidente con el helicóptero que habíasufrido el comandante y del viaje deregreso subsiguiente hasta el complejo.Al leerse los informes, Doc no pudodejar de reconocer interesantesestructuras de pensamiento latentes enaquel hombre y en sus métodos desupervivencia.

Ya casi era medianoche. No seapartaban de la ruta prevista. Doc no

quería arriesgarse a que los autores delataque al Hotel 23 los detectaran; porello, las radios estaban apagadas yhabían prescindido de lascomunicaciones por radioomnidireccionales. La unidadtransmisora de ráfagas de datos quehabían instalado en el Hotel 23 evitaríala detección si se mantenía la disciplinaadecuada en su empleo, pero sí habríasido fácil interceptar y localizar susunidades Motorola, porque los sistemasde inteligencia de señales másrudimentarios habrían sido capaces dedeterminar su dirección.

Éste era el razonamiento con el queDoc justificaba que se atuvieranreligiosamente a la ruta planeada. Si

Doc y Billy no regresaban al alba, a lanoche siguiente Disco y Hawse echaríanel cerrojo y saldrían a buscarlos por elmismo camino.

Doc no sentía ningún entusiasmopor tener que ir en busca de aquelcargamento, así como del resto de loscargamentos marcados en el mapa, sintener ni la menor idea sobre sucontenido. Pero órdenes son órdenes.

—¡Chssst! —dijo Billy.Billy hizo señales con las manos

para indicarle a Doc que se ocultaradetrás de un cúmulo de rocas arrastradaspor las tormentas. Doc lo hizo sinvacilar y Billy lo siguió, caminandohacia atrás en cuclillas. En el mismoinstante en el que se hubieron escondido,

empezaron los aullidos y gimoteos.Vociferaban cual coro nocturno dedemonios de la noche de Halloween.

Billy le susurró a Doc:—Por lo menos son cien.—Te equivocas, Billy, yo creo que

deben de ser unos ciento cuatro.Sin pensar en lo que hacía, Billy le

arreó un golpe en el brazo a Doc, y éstetuvo que morderse la lengua parareprimir un gañido.

—Gracias, gilipollas.—No hay de qué, capullo.—Estamos a un kilómetro y medio

del punto donde la carga se posó entierra —dijo Doc.

Billy sonrió y le respondió:—No, yo creo que estamos a un

kilómetro ochocientos.Se quedaron a cubierto hasta que el

mini enjambre de criaturas hubo pasadode largo. Cuando estuvieron lo bastantelejos, Doc abandonó el refugio y cruzóla carretera por donde acababan depasar. El viento les traía ecos cada vezmás débiles de su hambre.

A bordo del Virginia El único abordo que sabe que llevo un diario esSaien. Con todo, siento aprensión alexplicar según qué cosas, porque podríaocurrir que perdiese el diario, o que melo robaran. Hace poco, nos han contadoa Saien y a mí ciertos acontecimientoshistóricos y actuales que si fueranciertos lo cambiarían todo, al menos

para mí. Me han dicho que EstadosUnidos tienen en su poder gran parte deun vehículo espacial que se encontró enlos años cuarenta, así como loscadáveres de cuatro criaturasextraterrestres. Primer pensamiento:gilipolleces y nada más que gilipolleces.Segundo pensamiento: tuvieron laexcelente idea de poner los restos delglobo meteorológico cuando la colisiónde Roswell, para ocultar la verdaderacolisión que tuvo lugar en Utah.

Según me han contado, científicosdel gobierno se quedaron con la nave yla estuvieron estudiando hasta quealcanzaron una barrera de caráctertecnológico en los años cincuenta. Nofueron capaces de hacer funcionar su

tecnología, aparte de circuitos básicos,rayos láser y características de bajopotencial de observación. Como sabíanque habían descifrado tan sólo unpequeño porcentaje de lo que podíanllegar a ser las verdaderas posibilidadesde aquel equipamiento, lo entregaron alcomplejo militar-industrial.

De acuerdo con lo que hedescubierto hoy, Lockheed Martin habíatenido en su poder los restos delvehículo durante más de sesenta años yhabía realizado progresos sustancialesen su tecnología y, como resultado, sellegó a construir una nave voladoranorteamericana de alto secreto conocidacomo Aurora. Recuerdo que leí algosobre triángulos voladores en los

periódicos y en las redes para compartirvídeos antes de que todo esto sucediera.No sucedía a menudo, pero de vez encuando había alguien que detectaba untriángulo que volaba en silencio por elcielo estrellado, lo filmaba con unacámara de visión nocturna y lo colgabaen Internet.

Aun cuando nadie pudierademostrar que se trataba del Aurora, laexistencia de la citada nave era unsecreto a voces en los pasillos delPentágono. Aunque me hayan reveladohoy el secreto del Aurora, nadie teníaque saber ni nadie habría creído queaquel proyecto de Skunkworks fuera unproducto de la imitación de tecnologíaalienígena por parte de Lockheed

Martin.La información obtenida por el

Aurora fue lo que condujo a laformación de la Fuerza ExpedicionariaClepsidra (la operación en la que ahora

mismo participamos Saien y yo).Desde antes de que se presentara laanomalía en enero, el Aurora habíasobrevolado China cuarenta y sieteveces llevando a cabo misiones dereconocimiento de alto secreto. Habíasacado millares de fotografías de altaresolución del escenario de colisión deun cuerpo procedente del espacioexterior, descubierto por el ejércitochino tan sólo una semana antes de quela anomalía se cobrara su primeravíctima entre los chinos comunistas.

Durante los primeros días en quelos servicios de espionajeestadounidenses llevaron a cabo susreconocimientos, la propulsiónhipersónica y la altitud extrema a la quevolaba el Aurora salvaron a éste de quelo derribaran los batallones de misilestierra-aire SA-20 Gárgola chinos aúnoperativos.

Los informes procedentes de losespías que teníamos en la RepúblicaPopular China, así como las imágenescaptadas por el Aurora y suscapacidades para la inteligencia deseñales, permitieron que el aparato deInteligencia estadounidense pudieratrazarse un esquema bastante bueno de lasituación en tierra, en torno al glaciar de

Mingyong.Los chinos habían descubierto su

propio escenario de colisión«Roswell», y ya en diciembre del añoanterior sus excavaciones estaban muyavanzadas. No disponemos deinformación completa (o no quierendárnosla) por lo que respecta a larelación entre la «anomalía» (todo elmundo insiste en llamarla así) y el puntode colisión en Mingyong. El comandanteMonday nos ha informado de que nosdirigimos a China para estudiar elorigen de la anomalía y ver si eso nosayuda a encontrar un medio paradetenerla. Mentiría si dijese que confíoen él, y sigo sin creerme la mitad de lasexplicaciones que nos ha dado hoy.

El gobierno y sus representanteselegidos han incurrido en un buennúmero de fiascos diplomáticos comoresultado directo de que lossorprendieran en sus mentiras. El golfode Tonkín, la Operación Northwoods, elWatergate, las armas de destrucciónmasiva en Iraq y el incumplimientomanifiesto de la Constitución alaprobarse la Ley Patriótica son unospocos ejemplos que recuerdo ahora. Eh,y ahora ya no puedo hacer una búsquedacon el Google para encontrar otroscientos, quizá millares de casos. Sabesuna cosa, las mentiras fueron las mismasdespués de que sufriéramos esta mierda.

«Quédense en sus hogares, lasituación se halla bajo control.»

La misma historia, con una mentiradistinta.

Si este antiguo secreto chino resultaser verdad (y ya sería mucho), notendría ninguna duda en añadirlo a lalarga lista de indicios que delatan laexistencia de una conspiración.

Un oficial escéptico de la armada

16

Base Cuatro de Estados Unidos —Algún lugar en el Ártico

—Te recibo, Lima Charlie. GeorgeWashington, ¿dónde estáis?

Al cabo de un minuto de estática, elportaaviones respondió:

—Lo lamentamos, B4, no podemosrevelaros nuestra localización exactamediante esta red. Estoy autorizado adecirte que en estos momentos operamosen el golfo de México, cambio.

A Mark y a Crusow se les encogióel corazón. Era lo mismo que si elportaaviones se hubiera hallado a rayos

luz de distancia. Se valían del reboteatmosférico para comunicarse, pero esefenómeno, en el mejor de los casos,funcionaba de manera intermitente. Markretomó el diálogo con los primerosestadounidenses vivos con los quehablaba desde que había conversado conla mujer de Crusow en el inviernoanterior. No sabía cuánto iba a durar elrebote atmosférico con el que en esemomento captaban las ondas de altafrecuencia.

—GW, aquí B4, entendido.Estamos en una base de investigacióncientífica en el Ártico. Nuestra situaciónes desesperada; tenemos combustible yprovisiones para menos de sesenta días.Hay cinco personas en la base, algunos

con mala salud, cambio.—B4, aquí GW, recibido,

informaré inmediatamente de vuestrasituación a los niveles más altos de lacadena de mando, cambio.

—GW, aquí B4, hacedlo, porfavor. ¿Cuál es la situación en elcontinente? Cambio.

—B4, aquí GW, la situación esmala de verdad. Los Estados Unidoscontinentales se consideran inhabitables.Muchas de las ciudades dominadas porlos no muertos han sido destruidas coningenios nucleares, sin ningún logrotangible. Los no muertos todavíadominan los cuarenta y ocho estadoscontiguos del continente. No tenemosinformación sobre Alaska.

—GW, aquí B4, recibido. Aquí sevive un invierno muy duro y severo. Lopeor todavía no ha llegado. Quizá osinterese saber que las criaturas nofuncionan muy bien aquí. El frío las dejabien congeladas. Al cabo de unos pocosminutos de exposición dejan demoverse, cambio.

—B4, aquí GW, entendido. Habrágente muy interesada en saberlo. Seríarecomendable que estableciéramos unhorario para contacto por radio, asícomo frecuencias primarias, secundariasy terciarias antes de perder la conexión.

—GW, aquí B4, nos parece unaidea estupenda.

Mark siguió hablando con el

portaaviones. Intercambiaronfrecuencias comunes de acuerdo con elSistema Mundial de Comunicaciones deAlta Frecuencia, así como horarios decontacto determinados mediante eltiempo medio de Greenwich. Markhabía acabado de establecer su horariode comunicaciones y empezaba aintercambiar noticias cuando latransmisión se transformó en ruido.

—Maldita sea —dijo Mark,enfadado.

—Anímate, muchacho, éstas son lasmejores noticias que hemos recibido envarios meses. Si ese portaaviones sigueen activo, puede que haya más. Quizáalguien pueda ayudarnos —respondióCrusow.

—No te esfuerces por seroptimista. Estamos a ciento sesentakilómetros de la zona de hielo delgadoy, además, con este tiempo de mierda nohabrá capitán en su sano juicio que seatreva a acercarse, a menos que su barcosea un rompehielos. Y aunque alguien seacercara, dime, Crusow, ¿cómo quieresque salgamos a cincuenta grados bajocero y atravesemos ciento sesentakilómetros de terreno lleno de barrancosy difícil de transitar?

—Tenemos el Cat, ¿verdad que sí?—Sí, creo que sí, lo tenemos.—Ya es algo. Yo no me voy a

rendir. Esto, por lo menos, me ha dadoun poco más de esperanza. No piensomorirme en el techo del mundo. Por

ahora me mantengo en treinta y sietegrados, y tú también. Ni tú ni yo nosiremos al otro barrio sin resistir, y queme maten si no salgo de este cubo dehielo antes de que me muera. Vamos aver de nuevo el sol. Tenemos muchotrabajo por hacer. Escribe tres copias deese horario que acababas de acordar conel portaaviones. Tú te quedas una, medas la otra a mí, y pones la tercera sobrela mesa, debajo del cristal. Tendremosque convocar una reunión para que losdemás se enteren.

—Muy bien. De acuerdo. Voy aempezar ahora mismo —dijo Mark, y seenderezó en su asiento, tan sólo un pocomás concentrado, un poco másesperanzado.

17

No pasó mucho tiempo hasta que Tara yLaura descubrieron cómo llegar a laenfermería y ver a Jan. Laura echaba demenos a su madre y quería saber por quésiempre estaba abajo con los enfermos.En el mismo momento de ver a Laura,Jan se quitó la bata de laboratorio y losguantes manchados de sangre, se sacó lamascarilla de la cara, agarró a Laura yla abrazó con fuerza.

—Lo siento, niña, mamá tiene quequedarse aquí. Es importante.

—Te echo de menos, mamá. ¿Nopodrías dejar esto? Siempre estás fuera.

—Lo sé, cariño. Es que mamá está

buscando una manera de detener a losmalos. Mamá está cansada de losmonstruos y quiere que desaparezcan.

—Yo también quiero quedesaparezcan —dijo Laura con el ceñofruncido.

Jan gruñó al dejar a Laura en elsuelo (estaba cada vez más grande) y lepreguntó a Tara cómo llevaba laausencia de Kil.

—Estoy bien —respondió Tara—.Si quieres que te diga la verdad, elcuidar a Laura hace que no piense tantoen él. Ayudo a Dean con las clases delos niños y eso me tiene ocupada duranteel día. ¿Sabías que Dean ya tiene casicien alumnos? Trabaja prácticamente atiempo completo.

—Sí, no te lo vas a creer, pero ayerDean bajó a la enfermería después declase y nos ayudó a poner orden. Notengo ni idea de dónde puede sacar lasenergías necesarias para dar clase a losniños durante todo el día y venir luegoaquí para trabajar como voluntaria.

Tara se rió y, sin aviso previo,estalló en lágrimas.

Jan la reconfortó.—No va a pasar nada, Kil volverá,

te lo prometo.—No es sólo eso, Jan. Hay otra

cosa.—Bueno, cariño, ¿te apetece

contármelo?—Estoy embarazada —exclamó

Tara, y nuevas lágrimas empezaron a

descenderle por las mejillas.—Dios mío —dijo Jan con los ojos

desorbitados.—¡Yujú! —Laura salió de debajo

de la mesa de laboratorio.

Danny odiaba a los monstruos.Todos los adultos lo veían de maneramuy distinta que él. Toda su familia,excepto su abuela, había muerto a manosde los monstruos. Así los llamaba suamiga Laura. Danny tenía más años ysabía que no eran monstruos de verdad,pero no le importaba. Actuaban como sifueran monstruos y perseguían a laspersonas como si fueran monstruos y selas comían como si fueran monstruos.Los adultos los trataban como si

hubieran sido serpientes o arañas. Losevitaban, y los hacían pedazos y lesdisparaban sólo cuando era necesario.Para Danny, en cambio, era una cuestiónpersonal. Danny sabía que habría muertode no ser por su abuela Dean. La abuelahabía volado con él tan lejos comohabía podido.

Danny había quedado atrapado enlo alto de una torre cisterna. Kil loshabía encontrado allí, hacía meses, en unmomento en el que Danny meaba desdelo alto de la torre sobre las cabezas delos monstruos. Recordaba que habíantenido un problema con la hélice antesde subir a la torre. Su abuela tuvo queaterrizar para poner combustible en eldepósito del avión. Casi habían agotado

el que llevaban cuando aterrizaron en elaeródromo. Creía recordar que en elúltimo momento el motor habíafuncionado a trompicones. Losmonstruos habían estado a punto decapturarlos, y entonces la abuela habíatenido la idea de cortarlos por la mitadcomo verduras con el avión. «Se cargó aun buen puñado», pensaba Danny. Losmonstruos habían destrozado el avión yDanny y su abuela habían tenido querefugiarse en la torre cisterna, exiliadosy sin la seguridad de estar en el aire.

Entonces Kil vino a salvarlos.

Danny ya no tenía escuela aquel díay le habían dado permiso para pasearsepor su cuenta hasta la hora de la cena,

siempre que no abandonara el tercernivel, no subiese a las pasarelas ni seinterpusiera en el camino de los demás.A Danny siempre le había encantadoesconderse y escuchar lo que decía lagente que pasaba. Pensó que le vendríabien practicar un poco. No habíaespiado a los adultos desde antes de quesus padres se transformaran enmonstruos. Ya no sufría mucho por ello,excepto cuando lo recordaba durantedemasiado rato. Nadie, aparte de élmismo, sabía cuán dura era la abuela. Lohabía salvado y había destrozado a losmonstruos. Nunca había oído que laabuela se lo hubiera contado a nadie, ypor eso él mismo tampoco lo contaba.Era dura, «quizá más dura que Kil»,

pensaba.Danny se encontraba en una de las

áreas menos frecuentadas del tercernivel; vio que el número pintado en lapared era el 250. Al oír a alguien quetropezaba con una de las compuertas deseguridad, Danny se escondió al lado deuna taquilla con material de prevenciónde incendios, detrás de una escotillaabierta.

Al acercarse los sonidos, oyó queuno de los hombres decía:

—¿Durante cuánto tiempo vamos allevar a bordo a esas cosas? Me danescalofríos, joder.

—Estoy de acuerdo contigo. Yopreferiría que las echáramos por laborda lo antes posible. No vamos a

sacar nada de ellas. No tenemos elequipamiento necesario. El almirantequiere retenerlas hasta que...

Tan pronto como hubieron dejadoatrás el escondrijo de Danny, las vocesse perdieron en la distancia. Durante unmomento, el niño pensó en ir tras ellos,pero luego recapacitó y se marchó por elmismo pasillo por el que habían venidolos hombres.

La poca estatura tiene sus ventajas;esconderse es mucho más fácil. Danny lehabía enseñado a Laura todos lossecretos que hay que conocer paraocultarse como un muchacho. Despuésde que Danny la descubriera variasdocenas de veces cuando jugaban al

escondite, la niña había aprendidoalgunos trucos de niño.

Danny le había dicho:—Ele, tienes que buscar lugares

menos fáciles. Te he encontrado en unpar de segundos.

Laura le ponía mala cara y sevolvía y empezaba a contar hasta treinta,más rápido de lo que habría sido justo.Estaba harta de tener que hacer siempreese papel. Danny se ocultaba como unninja y a Laura le costaba muchoencontrarlo, salvo cuando el muchachoquería elevarle la autoestima.

Danny acababa de oír una curiosaconversación entre dos hombres que lehabía parecido que eran soldados (nosabía la diferencia entre soldados y

marineros) en la que se había dicho quellevaban cosas a bordo. No habíapodido escucharlos más porque loshombres habían seguido adelante por elpasillo. Danny no se había acercadotanto a la popa como entonces.

«Esas cosas... a bordo... me danescalofríos... por la borda...» Laconversación entre los dos hombres serepetía una y otra vez en su mente.Danny aún no sabía lo que significabaarrojar algo «por la borda», y seimaginó que se trataría de lanzarlos alaire con un avión, o algo parecido. Se lopreguntaría a su profesora de inglés enla clase siguiente. «Es la mejor», pensópara sus adentros. Siguió avanzando endirección a la popa, buscando

escondrijos, saltando cada vez que oíael eco de unas pisadas.

Ya casi había llegado al finalcuando le llegó el momento de tomar unadecisión...: bajar por la escalerilla oregresar a su camarote. Danny nisiquiera lo pensó. Rápida ysilenciosamente, bajó por la escalerilla.Era un lugar oscuro y desconocido, yolía raro. Al llegar al último peldaño, elolor a esterilizante se intensificó.Cuando sus ojos se hubieronacostumbrado a la oscuridad, reconociólas luces de color rojo que a veces seencendían de noche en los pasillos delos dormitorios.

Vio que más adelante había unasala de ventilación. Sus ojos jóvenes y

sanos alcanzaron a leer el rótulo de laescotilla de entrada. Al lado de la salade ventilación había otra puerta con uncartel de «acceso restringido». Y junto adicha puerta un pequeño panel debotones donde había visto que lossoldados introducían códigos. No en éseexactamente, sino en otro igual quehabía en el lugar donde trabajaba John,en las radios. El corazón se le aceleró amedida que se acercaba... Tan sólo lequedaba una compuerta de seguridadhasta llegar a la puerta.

A medio salto, oyó el sonidometálico del pomo de la puerta desde elotro lado. Rápidamente, abrió laescotilla de la sala de ventilación y semetió debajo del circulador de aire; no

tuvo tiempo para volver a cerrar.El moho acumulado bajo el

circulador había alcanzado un grosor demedio centímetro; la rápida transiciónentre el olor de hospital y el hedor delmoho le revolvió el estómago, aunquesólo fuera levemente. La luz del pasillose coló en la sala de ventilación, pero lasilueta de unas piernas se interpuso.Desde el lugar donde se encontraba, tansólo alcanzó a ver la silueta de unasbotas.

—¿Han pasado los demantenimiento?

—No, pero durante estas últimashoras hemos navegado por aguasbravías. Seguramente la escotilla se haabierto cuando el barco cabeceaba.

La escotilla se cerró de golpe yDanny quedó atrapado en la oscuridad;las voces se alejaron poco a poco, igualque antes. Encerrada en la negrura delfrío acero, la mente de Danny se hundióen zonas igualmente negras de suimaginación. Pensó en los monstruos y,por un segundo, se imaginó que quizáestuviesen con él en aquel lugar oscuro.Se colocó en posición fetal y se retorcióde miedo sobre el suelo húmedo ymohoso, hasta que estuvo seguro de queno había nadie cerca.

Su miedo se desvaneció después deque sus sentidos le dijeran que no habíaamenazas inmediatas. Se quedótumbado, a la escucha de todos lossonidos del barco, sonidos que había

empezado a clasificar durante el tiempoque llevaba a bordo. Había alguien másarriba que arrastraba cadenas sobre lacubierta, y luego una válvula se abrió alo lejos, y el sonido del vapor queescapaba ahogó el de las cadenas. Esteduelo de sonidos prosiguió durante unosinstantes, hasta casi hipnotizar a Danny...y luego se hizo el silencio. El miedo quele había agitado regresó cuando elsonido de algo familiar, definido yterrible llegó a sus oídos por elrespiradero.

Levantó los ojos y se metió por elrespiradero. Sus ojos se acostumbrabana la oscuridad. El respiradero conectabacon la pared, y luego con el espacioadyacente, el área restringida. Danny era

un muchacho de imaginación desbocada,eso era indiscutible, pero no le cabíaninguna duda de que había oído aquelsonido. El cabello que se le erizaba enla nuca lo confirmó.

18

A bordo del Virginia, Océano Pacífico,03.00 h. (tiempo me-dio deGreenwich)

Kil no lograba dormir. El Virginiahabía padecido las inclemencias deltiempo, aparentemente desde que habíanllegado a las aguas del Pacífico y habíandejado atrás las costas de Panamá.Seguían sumergidos, sin ver la luz delsol ni poder recibir transmisiones porradio.

Su reloj de muñeca marcaba eltiempo medio de Greenwich y Kil habíaolvidado la correspondencia entre esa

medida y el lugar donde podíaencontrarse el sol en ese momento. Sedeslizó desde la litera y sus piesencajaron perfectamente en laszapatillas de la ducha. Agarró el necesery se marchó por el pasillo, y se dio ungolpe en el hombro con uno de los milesde tubos y cajas de cables quesobresalían del mamparo. Así fue comollegó un poco más despierto a la ducha.El Virginia tenía menos de la mitad deespacio transitable que el portaaviones,y en la mayoría de sus áreas no podíanandar dos personas codo con codo.

En el momento de llegar ya estabadespierto del todo. Reconoció a variosde los miembros de la tripulación,soldados en su mayoría. Se dirigieron a

él como «comandante» y se ofrecieron adejarlo entrar primero. Kil declinó y seresistió al impulso de decirles que nohabía sido más que teniente hasta sureciente, extraña e instantáneapromoción. Se cepilló los dientes almismo tiempo que avanzaba hacia laducha por delante de los lavaderos.Como se había formado a sus espaldasuna larga cola de marineros queterminaban la guardia e iban a ducharse,se untó el cabello con jabón antes deentrar, a fin de ahorrar tiempo.

Una ducha de película habría sidomotivo suficiente para convertirle enobjeto de odio y descontento encualquier submarino. Les quedabamucha agua limpia (la purificaban a

bordo), pero el Virginia estabatripulado al 105% en el momento en elque Kil, Saien y el equipo deoperaciones especiales subieron abordo. En tanto que oficial, Kil pensóque sería mejor subrayar su propiaausteridad y discreción hasta que tuvieseclaro cómo funcionaba la vida a bordo.

De todos modos, faltaba poco paraque le llegase el turno a Kil.Moviéndose con ligereza, colgó elneceser en el gancho de la puerta y entróen la ducha. El agua estaba caliente...:mejor que la ducha caliente al cincuentapor ciento que había tenido en el Hotel23. Cantó mentalmente el himnonorteamericano; al llegar al verso quedice «hogar de los valientes», pensó que

ya era el momento de agarrar la toalla.Al salir de las duchas, Kil se fijó

en que uno de los marineros no se habíapuesto sandalias de goma y pensó parasus adentros: «será guarro»; Kil habríapreferido hacer lucha libre con un nomuerto antes que entrar descalzo en lasduchas de un submarino de la armadaestadounidense. Bueno, casi.

Al regresar al camarote, tuvo buencuidado de no despertar a Saien. Ésteaún roncaba y hablaba tan sólo ensueños. Se puso el mono, la gorra devisera y el cinturón con la pistola y sedirigió a la cantina. El comedor de losoficiales había cerrado por la necesidadde concentrar recursos. Para bien o paramal, los oficiales y los soldados rasos

comían juntos.Descolgó su taza de café del

gancho en la pared. Se alegró de ver queempezaba a formarse un poso respetableen el fondo del recipiente. Como todo elmundo se encargaba de sus propiosplatos, no había peligro de que nadie lelavara la taza por error. Muchos de losoficiales se burlaban de él, pero Kil eramás antiguo en el ejército y le gustabaque la taza estuviera recubierta pordentro con una costra de café antiguo.Así se conservaba el sabor. El café delsubmarino necesitaba toda la ayudaposible: se servía en cantidades escasasy sabía a agua de fregadero.

Le pidió un huevo en polvo y unatortilla de queso al muchacho que

trabajaba al otro lado de la parrilla.Mientras la tortilla se hacía, se sirviócopos de avena en un cuencodesportillado. Desde su primerdesayuno a bordo se había dado cuentade que había bichitos cocidos entre loscopos de avena, pero había llegado a laconclusión de que lo mejor sería tratarde no verlos. Se quedó sentado en lamesa, a solas, viendo el canal detelevisión del submarino. La serie quepasaban en la pantalla que colgabasobre el comedor era La fuga de Logan.Kil se acordaba de haberla visto hacíaaños y se rió con el robot reluciente queiba de un lado a otro por la pantalla alestilo de los años setenta.

El capitán Larsen, oficial al mando

del Virginia, entró en el comedor con labandeja de comida en el mismomomento en el que Kil se llevaba a laboca una cucharada de huevo en polvo yempezaba a masticar.

—¿Le importa si me siento conusted? —preguntó el capitán.

—No, señor —respondió Kil en unintento por hablar y comer al mismotiempo—. ¿Cómo anda todo, patrón?¿Hay alguna novedad?

—Sabe usted muy bien que nodebería llamarme patrón... Esto no es unbarco mercante —dijo el capitán conuna sonrisa—. Pero le voy a responder asu pregunta: el submarino aún seencuentra en perfectas condiciones parallevar a cabo su misión y falta solamente

una semana para avistar Diamond Headdesde la escotilla de la torreta. El únicopunto negativo del que tengo queinformarle es que nuestrascomunicaciones con el portaaviones seinterrumpen sin cesar. Sólo podemosinformarles de nuestra situación cuandolas caprichosas ondas de alta frecuenciade nuestras radios se deciden porrebotar en la dirección apropiada.

Kil pensó durante un momentoantes de preguntarle:

—¿Cuál va a ser nuestro objetivoprincipal en Hawaii? He oído rumoresentre la tripulación de que vamos enbusca de suministros, pero parece unaempresa muy arriesgada.

—Venga, explíqueme usted por qué

lo piensa —dijo el capitán.Aunque de mala gana, Kil se lo

explicó.—Bueno, pues, para empezar, se

trata de islas. Oahu y muy especialmenteHonolulu estaban muy pobladas cuandolos muertos empezaron a levantarse y,como son islas, las criaturas no habrántenido manera de marcharse de allí.Sería muy arriesgado tratar de conseguirsuministros con un número tan grande decriaturas de esas apelotonadas en loslugares donde deberíamos trabajar.Además, he oído lo que decían loscocineros en el pasillo. Si se establecenlas raciones adecuadas, el Virginia tieneprovisiones para seis meses; más quesuficientes para llegar a China y

regresar a Panamá, o a cualquier puertoa donde queramos dirigirnos.

El capitán asintió con la cabeza ydijo:

—Muy bien. Aunque en otro tiempoestas cuestiones se habrían clasificadocomo de alto secreto, me imagino que nocorreremos grandes riesgos deseguridad si las comentamos en la mesa.Conseguir suministros es uno denuestros objetivos, pero no elprioritario. Lo que necesitamos sonmedios para evaluar la situaciónmientras navegamos hacia el oeste desdeHawaii. Necesitamos indicaciones yadvertencias. No tenemos ni idea dequién ni de qué ha sobrevivido. Podríamuy bien haber una flota de barcos de

guerra chinos operando en las aguascosteras. Si se diera el caso, nosabríamos cuál es la política que sigueny, si no pudiéramos estudiar susintenciones antes de encontrarnos conellos, nos hallaríamos en seriadesventaja.

—¿Y qué tiene que ver Hawaii coneso? —preguntó Kil.

—Usted tendría que saberlo. Esusted quien en otros tiempos trabajó eninteligencia de señales desde el aire.

Al oír esta última frase, Kil se diocuenta de lo que quería decir.

—¿Kunia?—Sí, lo ha entendido usted.

Llevamos a bordo a un intérprete dechino que tal vez sea la única persona

viva que ha trabajado en lasinstalaciones del Centro Regional paraOperaciones de Seguridad de Kunia.Nuestro agente estuvo destinado allíhace dos años y conoce los sistemas.Proporcionará apoyo logístico a laFuerza Expedicionaria Clepsidra unavez hayamos despejado las instalacionesde la cueva.

—¿Y cómo vamos a despejarlas?Debe de haber unas ochocientas milcriaturas en esa isla, y apuesto a que lasituación en las instalacionessubterráneas no será distinta.

El capitán se tomó un largo tragode café y dijo:

—De acuerdo con las últimasestimaciones de Inteligencia, Oahu tiene

una población muy escasa, quizádoscientos mil en la isla entera.

Kil le replicó con escepticismo:—¿De dónde ha salido exactamente

ese número? No trabajo en el censo y yasé que este desastre tuvo lugar en enero,y por lo tanto era temporada baja, perode todas maneras me parece muy poco.

Larsen se arrellanó en la silla y sesacó un mapa del bolsillo de la camisa.

—Entonces, ¿no se lo habíacontado? Échele una mirada a esto.

Kil desplegó el plano y halló larespuesta a su pregunta.

Al tiempo que le tomaba el planode la mano, el capitán dijo:

—Como puede usted ver, una armanuclear estratégica terminó para siempre

con la temporada turística en Oahu.En ese momento, Kil perdió las

ganas de acabarse los huevos en polvo.

19

El trecho de carretera por el que seguiaban Doc y Billy estaba cubierto dehierbas altas en la mediana y en loslados. El camino que había de llevarloshasta el misterioso paquete deequipamiento, representado tan sólo porun símbolo pequeño en un enigmáticomapa, se adentraba en los desiertos deTexas. Veían la carretera tan sólo de vezen cuando, en lugares donde losescombros habían impedido que lavegetación creciera. Las heladas ydeshielos estacionales, y la absolutafalta de mantenimiento, habíantransformado algunos trechos en hoyos

repletos de grava. Doc recordó losrastros apenas reconocibles de lasantiguas vías de tren del siglo XIX en suciudad natal. «No pasará mucho tiempohasta que las carreteras queden igual»,pensó.

Doc llevaba un mapa en un estuchesujeto al antebrazo izquierdo, plegadopara que quedara a vista la zona que enese momento atravesaban. Seguíacontando sus propios pasos ycomprobaba cada cien metros laposición en la que se hallaban.

Doc informó en voz baja a Billy:—Mil metros hasta el objetivo.—Recibido —susurró Billy en

respuesta.Siguieron adelante por un antiguo

camino de ganado muy cercano a lacarretera. No se veían trazas de los nomuertos; tan sólo el viento nocturno y laparcial luz de luna los acompañaban.

—Billy, más adelante hay un pasoelevado. Tendremos que meternos en lacarretera y pasarlo, muchacho.

—Esto no me gusta, jefe. Es un malasunto.

—Bueno, ¿pues qué quieres hacer?—preguntó Doc, con lo que le pedía aBilly una alternativa. Lo hacía a menudocon sus hombres: los presionaba paraque tomaran decisiones tácticas sobre lamarcha. Pensaba que así los convertiríaen mejores líderes.

—Mantengámonos a unos metrosde la carretera y acerquémonos todo lo

posible al paso elevado, y luegomiremos abajo. Si es un lugar infestado,iremos por el paso. Y si no, por abajo.

—Pero ¿qué mierda es esa? ¿Nohas visto La Roca? No hay que ir nuncapor abajo —le replicó Doc, en broma.

Se rieron juntos con voz queda y seacercaron al paso elevado sin entrar enla carretera. Doc estaba al mando perono era idiota; escuchaba a sus hombres,especialmente a Billy Boy. Billy eraindio apache y tenía unos instintosasombrosos. Era cauto como un lobo; siBilly corría, empuñaba la carabina o searrojaba al suelo, Doc haría lo mismo, yal instante.

Doc echó una ojeada al otroextremo del paso elevado con la mira de

la carabina. El lugar estaba lleno decoches, tanto arriba como abajo. Estudiócuidadosamente los detalles a través delvisor; Billy, instintivamente, cubría suposición. Doc miró hacia uno y otrolado, pero descubrió tan sólo a unospocos cadáveres no muertos hibernandodentro de los coches, o atrapados entremontones de escombros.

De repente, Billy sintió un aroma apodrido en el aire y le dio una palmadaen el hombro a Doc para advertírselo.Billy se pellizcó la nariz, a modo deseñal silenciosa que tenía que aclararleel motivo de la alarma. Al cabo de unossegundos, ambos vieron la primera líneaque doblaba un recodo en la lejanía yavanzaba por la carretera.

—Vienen hacia aquí. Ahora el olores fuerte. Son un montón.

—Quedémonos quietos durante unminuto y veamos lo que sucede. Noquiero caer a ciegas entre sus garras —respondió Doc.

Al cabo de unos tensos minutos, sehizo evidente cuál era la situación. Unenjambre grande y vociferante seacercaba por el norte y caminaba haciaellos por la carretera que pasaba pordebajo del paso elevado.

Les quedaba poco tiempo.—Billy, tenemos que movernos

ahora mismo. No podemos quedarnosatrapados en este lado... Si nos viéramosen esa situación, no podríamos ir por elpaquete de equipamiento.

Ambos operativos se echaron acorrer. La adrenalina los empujabahacia la salida occidental del pasoelevado y, mientras duró, los casi treintakilos de equipaje les parecieron ligeroscomo una pluma. Corrieron en direcciónperpendicular sobre la carretera deabajo. Los gemidos de la horda que seacercaba sacaron de su hibernación a lascriaturas más próximas.

Billy volvió el rostro hacia Doc.—Fuego.La carabina con silenciador de

Billy acabó con tres criaturas que seencontraban sobre el ruinoso pasoelevado. Doc le siguió con disparoscontra otras dos; disparó bajo contra lasegunda y la bala atravesó el cuello de

la criatura sin perforarle la columnavertebral, y derramó músculo y grasamuertos sobre la baranda del paso. Docse despreció a sí mismo en silencio porno haber tenido en cuenta el punto demira y el punto de impacto de su arma.Como es habitual en las miras de puntorojo, su Aimpoint Micro estaba montadaunos centímetros sobre el cañón de laM-4, y por ello, si no se compensaba,tenía un punto de impacto bajo endistancias cortas. Disparó otra balacontra el remate de la cúpula y dio en elinterruptor de la criatura.

«Temporizadores e interruptores»,recordaba Doc. El cuerpo humano secomponía de varios temporizadores demuerte, pero de muy pocos interruptores.

Un disparo a la arteria femoral era comoactivar un temporizador. Un disparo alcorazón, o al cerebro, era como pulsarun interruptor. Pero tan sólo si se tratabade un ser humano vivo. Las normashabían cambiado y había que contar tansólo con un interruptor. Los no muertosno respetaban los temporizadores.

Las exigencias de precisión que serequerían de los equipos SEAL sehabían elevado desde que los muertosempezaron a caminar. Un disparo alcentro de masa, que en otro tiempohabría contado como interruptor, habíapasado a ser un tiro errado; el únicoimpacto válido era el que se producíapor encima de la nariz y por debajo delcuero cabelludo.

Doc y Billy atravesaron el pasoelevado a toda velocidad, comoladrones en la noche. Los anteojos devisión nocturna les permitieron vervarios coches apilados unos treintametros más allá. Tendrían que rodear lamontaña de chatarra para llegar al otrolado.

Los primeros elementos delenjambre empezaron a pasar por debajodel paso elevado. El río principal decadáveres se acercaba a toda velocidad.El viento cambió y el olor mareó a Doc.Las moléculas de podredumbre se lemetían por las fosas nasales.

Doc sabía que lo más peligroso yterrible de un enjambre como ése eraque la cabeza de la serpiente de no

muertos podía cambiar de rumbo ydejarse atraer por cualquier cosa. Unperro extraviado, un ciervo, una alarmade coche que aún pudiera dispararse...Cualquier cosa.

—Doc, lo mejor sería que nosquedáramos a la mitad del paso yviéramos hacia dónde se dirigen. Noquerría quedarme en el ladoequivocado. Podríamos llegar a vernosmuy mal —sugirió Billy.

Doc se imaginó por un instante lapeor de las posibles situaciones. «¿Y siel enjambre se divide y entran en el pasoelevado por ambos lados? Estaríamosperdidos.»

—Tenemos que sortear esos cochesy seguir adelante unos pocos centenares

de metros. Nos quedan unas dos horas,si es que queremos emprender el caminode vuelta a tiempo para llegar antes dela salida del sol. Esperaremos un poco,pero no porque me guste. Echa unamirada.

Los dos hombres se asomaron porla baranda y contemplaron la riada de nomuertos. Aunque los dispositivos devisión nocturna no proporcionarannitidez a largas distancias, sabían muybien que lo que estaban viendo era unamasa de criaturas de kilómetro y mediode largo y diez metros de ancho. Ni unoni otro querían ir más allá en el empleode las matemáticas.

Lo que había empezado por ser untorrente de no muertos se había

transformado en río caudaloso. A lamitad del paso elevado, Doc y Billy sepusieron a andar en cuclillas, no porquefuera a servirles para nada, sino porquetenían un miedo de muerte. Era comoagacharse al salir de un helicóptero enfuncionamiento...: no sirve para nada,pero tampoco es una mala idea.

Llegaron a la montaña de chatarra.El río andante que pasaba por debajohabía alcanzado su máximo caudal yhacía vibrar el paso elevado. Doc searriesgó una vez más a echar una ojeadapor encima de la baranda y vio, por lomenos, ochocientos metros de cuerposandantes a uno y otro lado del paso. Lascriaturas no parecían sospechar que unaposible presa las espiaba desde lo alto.

Algunos de los monstruos trataban desepararse de la jauría, pero regresabanen seguida, atraídos por el tumulto delenjambre.

—Hagamos una pausa y tomémonosun bocado —propuso Doc.

—A mí me parece una buena idea.Nos quedan por lo menos veinteminutos.

Mordisquearon unas barrasenergéticas caducadas y se bebieron elvino yodado mientras el pasoretemblaba bajo sus pies y el río demuertos, sin darse cuenta de nada,seguía adelante por una carreteraabandonada que no conducía a ningunaparte.

20

Círculo Polar — Ártico

Crusow, Mark y los otros tressupervivientes de la base se reunieronen la sala de juntas adyacente al centrode controles. Los asesores militares dela base, Bret y Larry, así como He-WeiChin, el científico, estaban de pie,embutidos todavía en pesados trajesaislantes cubiertos de escarcha. He-Weihablaba un inglés muy pobre y a vecespropiciaba momentos de humorpolíticamente incorrecto entre el restode supervivientes. Antes de que loasignaran al Ártico, el ciudadano chino

He-Wei había solicitado la nacionalidadestadounidense. Se había presentadovoluntario para el servicio en la BaseCuatro a fin de acelerar la tramitaciónde su solicitud. La adquisición expeditade la ciudadanía era uno de losincentivos que se ofrecían a cambio delarduo esfuerzo que requerían losprogramas estadounidenses deinvestigación en el Ártico. Todo elmundo lo llamaba Kung Fu, osimplemente Kung, por su pasablesemejanza con Bruce Lee.

Aunque Crusow, Mark y Kunghubieran convivido durante los últimosmeses con Larry y Bret en un espacioapenas si más grande que el de unaestación espacial moderna, no sabían

casi nada acerca de ellos, salvo queeran militares y que habían tomado parteen las labores que se desarrollaban enaquel lugar antes de que la mierdallegara a los hielos.

Antes de que los no muertos selevantaran, muchos operativosestadounidenses habían sospechado quehabía centenares de bases secretas portodo el mundo, y que en muchos casos seles asignaban funciones falsas paraocultar su verdadero propósito. Antes dela caída del hombre, la Base Cuatro, almenos en teoría, se dedicaba a perforarlos hielos en busca de muestras demineral, pero eso era lo mismo quehacía el resto de bases que había en elÁrtico... y que pertenecían a una docena

de países más.Larry y Bret no hablaban nunca de

su condición de militares, pero el cortede pelo y la manera de comportarse lohabían dejado bien claro desde elmismo momento de su llegada. Igual quetodos sus predecesores, los nuevosmiembros del equipo habían aterrizadoen un avión C-17 antes de que empezarael invierno. Cada vez llegaban carasnuevas, pero el corte de pelo y la actituderan los mismos.

Larry estaba muy enfermo y habíaempeorado durante las últimas semanas.Mark pensaba que Larry debía de habercontraído una neumonía de las malas. Lehabían administrado la mitad de losantibióticos que quedaban en la base, sin

efectos perceptibles. Durante la mayorparte del tiempo, Larry a duras penaslograba mantenerse en pie, y a menudose había visto que Bret le ayudaba a ir yvenir por diferentes zonas de la base. Almenos, Larry tenía la consideración dellevar puesta una mascarilla que lecubría el rostro.

No podían arriesgarse a que nadiemás se pusiera enfermo, especialmenteCrusow. Lo más probable era que todosellos se congelaran en dieciocho horassi Crusow moría o quedabaincapacitado. Era él quien lograba quelos generadores funcionaran de acuerdocon lo previsto, y también habíaconseguido producir biocombustiblesrudimentarios con los productos

químicos cada vez más escasos y lasgrasas que rescataban de la comida. Noera uno de los prescindibles, eso estabaclaro.

—Bien, gracias por haber venido—dijo Crusow, dirigiéndose al pequeñogrupo—. No voy a perder tiempo conpreámbulos. Hemos establecidocontacto.

—¿Con quién? —preguntó Bret,emocionado.

—Con el portaavionesestadounidense George Washington.

—¡Joder, estamos salvados! —exclamó Larry, y tosió con fuerza bajo lamascarilla.

Crusow frunció el ceño y dijo:

—En realidad, no. Se encuentran enel golfo de México y no podrían llegarhasta aquí, aunque quisieran. Nosotrosestamos en el Círculo Polar Ártico, porel lado del Pacífico. Aunque tuvieran unrompehielos, tardarían demasiado envenir. Para cuando llegaran, se noshabrían acabado las provisiones yestaríamos en estado sólido,literalmente. Tenemos que empezar apensar planes de contingencia.

Larry tosió de nuevo y ensució deporquería la tela que le cubría el rostro.Después de una ristra de palabrotas y uncambio de mascarilla, preguntó:

—¿Qué planes? Es como siestuviéramos en una base marciana. Sino acude una partida de rescate, dentro

de uno o dos meses nos habremostransformado en bloques de hielo.

—Sí, puede ser, pero yo no merindo —respondió Crusow, con voz másfuerte de lo que se había propuesto.Bajó un poco el tono y prosiguió—: Escierto que apenas nos quedacombustible, pero tengo un plan quepodría funcionar.

—Te escuchamos —dijo Bret.—He modificado el Sno-Cat para

que funcione con biocombustible. Asíahorraríamos combustible normal ypodríamos emplearlo en la calefacciónde esta base. Nos mantendríamos a unatemperatura suficiente para seguir convida, digamos que a unos diez grados.Tendríamos que acostumbrarnos a

dormir con el traje aislante para gastarmenos combustible y prescindir de lassalas exteriores. Ahora mismo contamoscon mucho espacio y desperdiciamos unmontón de combustible en mantenerlocálido. Larry, tú y Bret tendríais queconformaros y pasar a los dormitoriosde los civiles, y sellar las habitacionesque ocupáis ahora.

—¡Espera un momento, joder! —gritó Larry—. ¿Para qué tenemos quevenir aquí? ¿Por qué no lo hacemos alrevés?

—¡Escuchadme! ¡O los dos veníscon nosotros, u os congelaréis! Yocontrolo la temperatura, la oscuridad yla luz, y voy a dejar fuera vuestrashabitaciones dentro de cuarenta y ocho

horas. No es nada personal..., tengo queestar cerca del equipamiento y no piensomudarme al área militar contigo y connuestro amigo Pulmón de Hierro.

No le respondieron ni Larry niBret. Habían entendido la jugada.Crusow les vio volver los ojos a uno yotro lado, intranquilos. Ambos eranmilitares, y lo más probable era queentre ambos calcularan algún mediopara recuperar el poder. Crusow noconfiaba en ellos y probablemente noiba a confiar jamás.

Al cabo de un momento, Larry tosióy dijo:

—Tenemos menos biocombustibleque combustible normal. ¿Cómo podrásproducirlo en cantidades suficientes

para el Sno-Cat?—Ahí es donde mi plan se vuelve

raro, y tal vez un poco peligroso. Hastaeste momento, hemos preparado elbiocombustible con aceite de cocina yausado. Ahora tenemos poco porque lo heutilizado para alimentar uno de losgeneradores y ahorrar combustible deverdad. Creo que se me ha ocurrido unmedio para obtener grasa animal encantidades suficientes para recorrerciento sesenta kilómetros con el Sno-Cathasta la zona de hielo delgado. Si desdeallí pudiéramos contactar con alguienmediante la radio portátil...

Bret le interrumpió:—Si lo que quieres es matar a los

perros que tiran de los trineos, yo te

digo que...Crusow interrumpió a Bret a media

frase.—No, no se trata de matar a los

perros. Quizá vayamos a necesitarlos.Deja de preocuparte por la comida,Bret...; aquí tenemos provisionessuficientes para aguantar bastantetiempo, hasta que todos nosotros noshayamos ido, o muerto. De todos modos,la grasa que contienen esos perros nosería suficiente para producircombustible en cantidadessignificativas.

—Bueno, ¿pues entonces quéquieres hacer? —preguntó Larry,impaciente.

Crusow le miró a los ojos y le dijo:

—Vamos a tener que descender enrápel al barranco y volver a ver anuestros viejos amigos. Algunos de ellosestaban gordos. La grasa de su cuerpo secongeló y se habrá conservado. Allíabajo debe de haber cientos de kilos.Así podríamos producir combustiblesuficiente para salir de aquí y, sitenemos suerte, incluso nos quedaríapara luego.

—Estás como una puta cabra,Crusow —dijo Larry.

—No te digo que no, pero, si no sete ocurre otro procedimiento mejor paramantener los generadores en marcha yahorrar el combustible necesario paraque el Sno-Cat nos saque de este agujeroen el hielo..., será mejor que te calles.

Además, tú estás demasiado débil paradescender al barranco y volver a subiraunque sea una sola vez, así que mejorque no digas nada. Son más de sesentametros, la mayoría cortados a pico.Necesitaremos a dos personas en elfondo para que aten los cadáveres conlas cuerdas, y dos arriba con los perrospara tirar de ellos.

Se miraron los unos a los otros, ala espera de que alguien dijera algosobre aquel plan. Crusow no les diotiempo para pensarlo.

—Entonces, estamos de acuerdo. Aver, cabrones, ¿quién de vosotros va abajar conmigo?

A una semana de Oahu

Saien y yo nos hemos familiarizadopor lo menos con una parte de loscauces por los que discurre la vidacotidiana en el submarino. Entendemosla jerarquía de privilegios. Aunquetengo piernas de marinero desde lostiempos en los que serví en navíos de laarmada, el trabajo a bordo de unsubmarino implica un cambio cultural.He estado ayudando en la sala de radios,más que nada por razones egoístas. Heaprovechado la posibilidad de manejarlos aparatos para mandar mensajes alGeorge Washington , y así es como heinformado a mi familia del Hotel 23 deque estoy bien. Hasta ahora, ninguno delos que viajan a bordo se ha quejado.

El mensaje más reciente era de

John:«Tara envía recuerdos.»Aunque sólo sean cuatro breves

palabras, incluso estos mensajes tancortos me ayudan. Hace menos de dossemanas que me marché; parece quehaya pasado más tiempo. Al no tenercorreo electrónico, es como si volvieranlos tiempos en los que la comunicaciónera más personal y se valoraba más.

Me pregunto cuántos jóvenes de la«generación yo» morirían durante elestallido de la plaga mientras miraban sihabían recibido algo en el Smartphone ocolgaban actualizaciones anodinas en lapágina de una red social.

Seguro que decían algo de esteestilo:

«¡Joder, están echando la puertaabajo!»

Aunque esos chavales vivieran tansólo para sí mismos, ¡cuánto deseo quehubieran sobrevivido! Desde que todoesto empezó, por desgracia, he tenidoque devolver a un montón de criaturasen pantalón pitillo al polvo del quevinieron.

Hace unos pocos días, el capitánme informó de nuestra misión en la islade Oahu. A decir verdad, los detalles nome sorprenden, aunque sí el riesgo quevamos a correr, por lo poco quepodemos ganar en ello. De acuerdo conla Inteligencia militar, el ataque nuclearcontra Honolulu tuvo éxito y provocó latotal aniquilación de la ciudad y de las

áreas residenciales vecinas.Pero creo que Larsen peca de

excesivo optimismo al creer que elataque nuclear contra Hawaii habrátenido más eficacia en el exterminio delas criaturas que los que se lanzaron enlos Estados Unidos continentales.Apuesta a que la gran mayoría de losmonstruos debía de hallarse en Honoluluen el momento de la detonación. Deacuerdo con mi opinión profesional, esuna conjetura temeraria. Él es el capitánde este submarino y yo estoy aquí tansólo como asesor externo, pero novacilé en expresar mi desacuerdo alrespecto.

Mi opinión personal es que elintérprete de chino debería quedarse a

bordo, y que tendríamos que encargarleque maneje el equipamiento deinteligencia de señales para protegernosy para estar al tanto de cualquier indiciode actividad militar china. Es muyprobable que, si lo desembarcamos en laisla, las criaturas nos dejen sinintérprete. Además, no tenemos ningunagarantía de que los sensores de la basede Kunia todavía funcionen, tanto tiempodespués de que Hawaii se quedara aoscuras. Lo más grave es que notenemos ni idea de la situación actual enla base de Kunia. Se encuentra bajotierra en su mayor parte, y podríahaberse inundado, podría estarabarrotada de muertos irradiados, ytambién podría ocurrir que se hubiera

derrumbado bajo una cabeza nuclear maldirigida. No lo vamos a saber hasta quepongamos pie en tierra, y yo no piensoapoyar ese plan, ni ahora, ni nunca.

Máximo dominadas: 5Flexiones de brazos: 652,5 km en la cinta ergométrica:

11:15Ojalá que la rueda de andar siga

funcionando. Me he acostumbrado allujo de mover las piernas para hacerejercicio, y no para salvar la vida.

21

Sureste de Texas

—Billy, ¿eso es lo que a mí meparece que es?

—¿Qué?Doc activó el láser y apuntó unos

pocos cientos de metros más allá, alcampo.

—Eso.—Parece como si alguien hubiera

venido hace poco con un arado yhubiese empezado a tirar. Losdispositivos de visión nocturna no mepermiten verlo bien.

—De acuerdo con el mapa, ése es

el lugar donde tendría que estar elequipamiento. Vamos allá. No te alejesde mí.

—Recibido.Los dos hombres saltaron sobre la

cerca y avanzaron de cuclillas endirección a la tierra donde se habíaabierto un surco. El viento cambió dedirección y sintieron el fétido olor delenjambre que se hallaba en la lejanía.

—Joder, qué mal huele este sitio,no nos lo discutiría nadie —dijo Doccon voz queda—. Un centenar de metros.Parece que la carga tocó tierra allí y quedespués alguien la arrastró por elparacaídas. Veamos a dónde llega eserastro.

—Te sigo... pero separémonos

unos metros, ¿de acuerdo? —dijo Billy.—Está bien, separémonos, pero no

lo suficiente como para perdernos devista, y mírame cada pocos segundos.Yo haré lo mismo.

—A mí me parece bien. Vamos.—Vamos.Siguieron la pista marcada en tierra

a lo largo de cuatrocientos metros hastaque llegaron a una loma baja. Alacercarse, oyeron un sonido como deropa que se agita en un tendedero con labrisa veraniega. Miraron desde lo altode la loma y vieron su objetivo. Unacarretilla envuelta en plástico, puesta delado, con un paracaídas desgarrado queondeaba en línea recta como si hubierasido la cola de un cometa enloquecido.

El sonido de la tela tendría quehaber atraído a las criaturas durante losdías y semanas que habían pasado desdeque la carga se posó allí. Había unasdos docenas al pie de la loma,hibernando, a la espera de una criaturaviva que activase sus primitivoscircuitos. Doc lo sabía por la maneracomo estaban plantados, cual centinelasde piedra. Habían llegado en busca decomida y se habían visto obligados aquedarse quietos para no consumir sudesconocida fuente de energía. Aquelera un misterio desconcertante. Docsospechaba que derivaban energía dealgo que no era la comida, cada vez másescasa, que cazaban y consumían.

—¿Cómo quieres que hagamos

esto, Billy?—Bueno, podríamos quedarnos

aquí y matarlos de uno en uno, siguiendoun cierto orden para evitar que sedespierten. Yo empezaré por el grupodel este, tú por el del oeste, y nosencontraremos en el centro. Si tenemossuerte, nos los cargaremos a todos sinque lleguen a oír un sonido más fuerteque el aleteo del paracaídas. A estadistancia, los silenciadores tendrían queser suficientes. Incluso podríamosretroceder unos pasos, si fueranecesario. Estamos tan lejos que elpunto de mira y el punto de impactotendrían que ser idénticos. Apúntales ala frente, de todos modos.

Doc sabía que Billy chuleaba con

su punto de mira.—De acuerdo, me gusta —dijo

Doc en tono de aprobación—. Estáoscuro, no nos van a ver, pero nosotrossí los veremos a ellos. Yo pienso quetendríamos que empezar.

—Espero la orden.—Yo por el oeste, tú por el este.

Empieza después que yo.—Recibido.Doc contempló la punta de la

carabina a través de la mira y vio elreflejo de la luz de luna en elsilenciador. Manipuló la amplificaciónde imagen para ver mejor el objetivo.Desde luego, en la noche parecíanterribles gárgolas. Siempre le habíaparecido que mientras estaban en ese

estado se mecían levemente, pero noestaba seguro. Nadie se quedaba cercade ellos durante el tiempo suficientepara comprobar la teoría.

«Tomar aire hasta el fondo,soltarlo poco a poco, con los dos ojosabiertos, matar.»

«Bam.»En cuanto Doc se hubo cargado a

su primera criatura, Billy Boy le imitó.Billy tenía en la mira a su primerobjetivo y tan sólo esperaba a oír eldisparo silenciado de Doc para derribara su propio monstruo.

Los cartuchos golpeaban loscráneos putrefactos emitiendo un golpesordo tras otro. Dispararon lenta ypausadamente. Un Mississippi, disparo,

dos Mississippis, disparo. El planfuncionaba; las criaturas no salían de suhibernación. Ya sólo quedaban seiscuando Doc volvió a disparar. Al tirardel gatillo, Doc notó al instante que algohabía cambiado. Se oyó un extraño eco,como si hubiese disparado contra unaseñal de tráfico o un coche. Doc habíaoído hablar de aquello, pero no lo habíavisto nunca. Algunas de las criaturasalbergaban placas de metal que leshabían implantado para solucionarleslesiones previas antes de que el mundose transformara en un infierno. Lacriatura se desplomó en el suelo. Doc sevalió de la amplificación de la mirapara verla mejor. El monstruo volvía aponerse en pie.

Doc siguió disparando contra susblancos. Otro disparo.

La criatura estaba de nuevo en piey se había irritado mucho. Empezó agritar, a gimotear, a llamar a los otros.Se movía con rapidez, reaccionaba a lossonidos, incluso a los disparossilenciados de sus carabinas. Se puso aavanzar hacia ellos por la loma.

—Sigue con los tuyos, Doc. yoseguiré metiéndole plomo en el cuerpo aése.

—¡Muy bien, Billy, manos a laobra! ¡Ése es rápido!

La criatura seguía caminando lomaarriba a una velocidad asombrosa. Doctenía razón..., era más rápido que losdemás. Billy disparaba sin cesar contra

la criatura y erraba la mayor parte de losdisparos.

—¡Tengo que recargar!—Yo te cubro, hazlo —dijo Doc.Billy sacó el cargador vacío y

buscó el nuevo que llevaba a la espalda.En situaciones de mucho estrés, Billyactuaba siempre bien, porque se decía así mismo lo que tenía que hacer, deacuerdo con su entrenamiento.

—Presionar, tirar, recámara,disparar —susurró con fuerza, al mismotiempo que hacía lo que estabapensando.

Después de presionar el cargadorpara que entrara en su sitio, tiró de élpara ver si había quedado bienencajado. Cargó un cartucho en la

recámara de la M-4 y tiró del gatillo. Eldisparo tuvo como efecto que el cráneode titanio rodara colina abajo y sequedara inmóvil en una pose torpe ytrágica.

—Por los pelos —dijo Doc—. Sillegas a esperar unos segundos más, esacriatura habría llegado hasta aquí yhabría venido a divertirse con nosotrosy a contarnos chistes.

—Sí, ya... Qué raro..., no estoyacostumbrado a verlos tan agresivos.

—Yo tampoco. Será mejor que nosquedemos aquí, en lo alto, y esperemosun par de minutos. Puede que allí abajohaya más. No quiero encontrarme conuna mordedura en el tobillo, ¿sabes loque quiero decir? —propuso Doc.

—Sí, lo sé.Aguardaron. Los minutos pasaron

poco a poco, sin que hubieramovimiento. Siempre ocurría lo mismodespués de un encuentro con ellos. Elhombre no estaba concebido para queviese caminar a los muertos. El hombretampoco estaba concebido paracombatirlos. En aquellos días el estréspostraumático era una enfermedad quepadecía todo el mundo, igual que elresfriado común. Desde el niño de dosaños que había visto a su propia madredevorada por su padre justo antes de quevinieran los SWAT a rescatarlo, hasta elviejo que había encerrado a su mujer enel sótano porque no tenía estómago paraacabar con ella... Todos ellos lo sufrían,

si es que lograban hacer acopio decoraje suficiente para seguir con vida.

—Parece que podemos bajar sinproblema —le dijo Billy a Doc.

—Sí, bajemos. Nos quedan treintaminutos hasta la hora de iniciar elregreso al Hotel 23, si es que queremosllegar antes de que salga el sol.

Mientras descendían por la loma,Billy preguntó:

—¿Qué piensas que ocurriría si nolográramos llegar antes del alba?

—Pienso que nos localizarían yque se nos vendría encima una cabezanuclear de doscientos treintakilogramos. Es evidente que no somosbienvenidos en el Hotel 23.

—No entiendo por qué ese grupo

quiere arrojar un artefacto nuclear sobreel portaaviones.

—Yo no tengo ni idea, Billy, perosí sé que durante el día nos pueden hacerdaño. Y no agobies a Disco y a Hawse,pero no estoy seguro de que no puedanlanzarnos la bomba durante la noche.

—Sí, yo también lo había pensado,pero no quería decirlo.

El montón de cadáveres que habíaal final era una visión horrenda, yalgunos de ellos aún se retorcían. Losdos hombres tuvieron buen cuidado deno acercarse mucho...; una bala en elcerebro no garantizaba siempre que laamenaza hubiera desaparecido. A vecesel reflejo de morder se mantenía inclusodespués de haber sufrido el trauma en el

cerebro. Lo que fuera que hacía que losmuertos se levantaran no se rendíafácilmente; había que tener precaucionesextremas incluso con las cabezascortadas.

Doc sacó el machete y seccionó lascuerdas que aún sujetaban el paracaídasa la carga. El tejido aleteó en laoscuridad, al capricho de los vientosnocturnos. Mientras se arrastraba sobrela loma, con las cuerdas colgando cualtentáculos urticantes, Doc se imaginóque veía una medusa.

Había unas letras blancas pintadaspor fuera sobre el envoltorio de plásticoque contenía la carga, pero loselementos y el paso del tiempo lashabían vuelto ilegibles. El paquete había

quedado puesto de lado sobre una cuñade tierra y piedras. Doc desgarró elenvoltorio con el machete y las cajas,hechas de un material duro y negro, sedesparramaron por el suelo.

—Billy, cubre el perímetromientras las examino.

—Ahora mismo.Doc fue abriendo las cajas de una

en una, con cuidado, como si temieraencontrar trampas-bomba en su interior.Al mismo tiempo que las abría,escuchaba, por si se oían los tirossilenciados de la carabina de Billy Boy.Todo estaba en silencio.

La primera de las cajas conteníauna arma que Doc encontró curiosa,marcada con un rótulo que decía

«control de enjambres». Los folletos deinstrucciones estaban escritos de manerasencilla y recordaban las ilustracionesacompañadas por textos que explican elmanejo del cinturón de seguridad en unavión de pasajeros. El arma resultabadifícil de llevar y requería que elusuario, literalmente, se vistiera conella: una de las ilustracionesrepresentaba a un hombre con el armasujeta a algo que parecía un arnés.

Las otras cajas que Docinspeccionó contenían los compuestosquímicos necesarios para alimentar elarma. De acuerdo con la documentación,había que ensamblar dos botellas. Sesuponía que el arma, al funcionar,proyectaría un chorro de espuma hasta

una distancia de quince metros. Los doscompuestos, una vez mezclados yexpuestos al aire y a la espuma, seendurecerían en un par de segundos. Docleyó una nota de advertencia queacompañaba a la documentación:

«ADVERTENCIA: ELCOMPUESTO DE ESPUMA SEENDURECERÁ

HASTA ADQUIRIR UNACONSISTENCIA COMPARABLE ALA

DEL FIBROCEMENTO CURADOO LA RESINA DE FIBRA.

EXTREMEN LAS

PRECAUCIONES AL APUNTAR.

ESTE PROYECTOR DE ESPUMAES LETAL.» Al proseguir con el estudio de lasinstrucciones, Doc encontró una secciónen la que se explicaban los posiblesempleos del arma.

-Inmovilización temporal einmediata de grupos numerosos.

-Inmovilización de vehículos enmovimiento y de blindaje pesado. -Cierre de puertas y de otros puntos deacceso.

-Unión química entre materiales

cualesquiera.

Doc estimó que el equipamientodebía de pesar un total de treinta y cincokilogramos. En aquel paquete no habíanada más. Doc llamó a Billy paradiscutir con él los costes y beneficios deacarrear aquella carga extra hasta elHotel 23.

Después de examinar los folletosque acompañaban al arma, Billycomentó:

—Mira, tío, si esta cosa puedehacer lo que dice aquí, yo mismo cargocon ella. Nuestras M-4 están bien paradisparar durante las misiones, y para laeliminación de enemigos y demás, perouna arma como ésta podría ayudarnos en

situaciones como la que acabamos devivir en el paso elevado. A mí no meimportaría nada tener una manguera quedispara cemento instantáneo a voluntad,¿y a ti?

—Claro que no. Nos repartiremosel equipamiento y lo llevaremos devuelta. Pero tendremos que salir aprobarlo otra noche. Falta poco para queamanezca.

Después de colocar en las mochilastodo el material que habían conseguido,iniciaron el camino de regreso al Hotel23. Doc marcó una X en el mapa paraindicar dónde habían encontrado lacarga y así la eliminó de la lista. Alllegar de nuevo a lo alto de la loma, Docse detuvo por unos instantes.

¿Lo que oía era el sonido de unmotor en la lejanía?

Estaba a punto de preguntarle aBilly si también lo había oído, pero elviento cambió y el sonido se desvaneciócomo un pensamiento fugaz.

22

A bordo del George Washington

La sala de juntas del GeorgeWashington estaba abarrotada degalones. El almirante Goettleman y JoeMaurer se habían sentado a la mesaenfrente del auditorio, de cara alpequeño grupo de oficiales y al puñadode soldados más veteranos.

El almirante se volvió hacia Joe.—Comprueba que las puertas estén

bien cerradas. Ya tenemos suficientesrumores en circulación por cubierta.

—Sí, señor.Joe se enderezó sin levantarse y le

dijo a uno de los oficiales de la primerafila que fuese a ver si las puertas deestribor estaban bien cerradas, y acontinuación se puso en pie paraexaminar él mismo las de babor y volvióa sentarse al lado del almiranteGoettleman.

—Todo en orden, señor.—Muy bien. Vamos a empezar.El almirante pulsó el botón del

micrófono.—Gracias por haber venido hoy...

No es que tuvieran ustedes otro lugar adonde ir.

Se oyeron algunas risas cansadaspor la sala.

—El motivo por el que heconvocado esta reunión es porque

quiero informarles acerca de la FuerzaExpedicionaria Clepsidra. Como yadeben de saber la mayoría de ustedes,dicha fuerza se halla en camino a bordodel submarino Virginia, y les falta unasemana para llegar a Oahu. En tanto queoficial responsable de dicha fuerza,dispongo de información privilegiadaacerca de todas las fases de la misiónClepsidra. Todos ustedes han leídoacerca del programa de acceso especial,SAP, que lleva por nombre Horizonte, ysobre de lo que probablemente ocurrióen China o, por lo menos, lo quepensamos que ocurrió. Hasta estemomento, la primera fase de Clepsidrase ha desarrollado con éxito, y elVirginia navega hacia el oeste con un

equipo de operativos especiales yasesores a bordo. La fase dos deClepsidra está a punto de empezar. Esees el motivo por el que hoy estamosaquí.

El almirante calló por unosinstantes y contempló a la pequeñamultitud mientras se tomaba un trago deagua.

—La fase dos está relacionada conlos especímenes de Nevada. El gobiernoen funciones ha decidido realizar unaprueba: exponer a uno de losespecímenes a la anomalía. No sabemossi CHANG es de la misma especie quenuestros especímenes pero, de todasmaneras, podríamos averiguar muchascosas con ese experimento. Por lo

menos, podríamos descubrir por quétodos nuestros recursos de inteligenciahumanos dejaron de funcionar pocodespués de que trasladaran a CHANG ala región de Bohai; en el mejor de loscasos, quizá descubramos una manera devolver a meter los males dentro de lacaja de Pandora.

Los murmullos que recorrían elauditorio se transformaron en oleadas ydespués en truenos. Uno de los oficialesque estaban más atrás levantó la mano.

—Dígame usted, comandante —leinstó el almirante.

El comandante empezó a hablar entono precavido:

—Señor, no tenemos ni idea de losefectos que eso podría tener en la

fisiología del espécimen de Nevada. Deacuerdo con las mediciones de loschinos, la anomalía de Mingyong teníaveinte mil años. La recuperación denuestros especímenes tuvo lugar en losaños cuarenta del pasado siglo. ¿Esteplan es de verdad un producto delgobierno en funciones? ¿O no es otracosa que arrojar una idea contra lapared para ver si se queda pegada?

El almirante miró al oficial conojos enfurecidos.

—Bueno, comandante, yo piensoque sus argumentos son buenos, pero esagente del gobierno en funciones tienemás cerebro que nosotros y está en elpoder, porque unas leyes que aprobaronunos parlamentarios elegidos hace

mucho tiempo dictan que ésta es lamejor manera de actuar. Además, lesugiero a usted lo siguiente: ¿Quésucederá si Clepsidra fracasa? ¿Quésucederá si el Virginia no consiguellegar a China? ¿Qué ocurrirá entonces?Estos son los motivos por los que vamosa llevar a cabo esos experimentos.Clepsidra podría fracasar.

El almirante contempló la sala deun extremo al otro, en busca dereacciones.

—Ahora mismo, mientras nosotrosestamos aquí, se están realizando lospreparativos para extraer a uno de losespecímenes dañados de su contenedorde almacenamiento a bajas temperaturas.Les llamaré de nuevo para informarles

de los resultados.Se oyeron murmullos agitados por

toda la sala.Otro de los oficiales interrumpió el

rumor de fondo y preguntó:—Almirante, ¿y si la exposición

del espécimen de Nevada fuese elcatalizador que provoca que la anomalíase difunda por medio del aire? Nosotrosno lo sabemos. ¡Es muy arriesgado!

—También lo son los muertosandantes. ¡Eso es todo! —gritóGoettleman.

—¡Todos firmes! —exclamó Joe, yentonces el almirante se puso en pie yabandonó bruscamente la sala.

23

Ártico

Diciembre. Afuera caía unimplacable bombardeo de nieve y dehielo. Crusow abrió la pesada escotillapor la que se emergía a la inclementeatmósfera. La nieve no les impedíatotalmente la visión, pero faltaba poco.No importaba, sería igual o peor duranteel resto del año y los inicios delsiguiente, hasta que llegase laprimavera. Si trataban de aguardar a quehubiese buenas condiciones, moriríanpor el hambre y la congelación. Hacíamucho que había empezado la larga

noche; probablemente les quedaban unosnoventa días de penumbra hasta que elsol retomara su trayecto habitual.

Bret salió detrás de Crusow. Kungy Mark empezarían a preparar a losperros para que tirasen de los cadáverescongelados que se encontraban en elfondo del barranco. Crusow y Bret ibana necesitar por lo menos una hora parallegar hasta el fondo y sujetar loscadáveres con cuerdas. Crusow habíadejado el rifle en la habitación y llevabatan sólo el machete Bowie y el hachacolgados de la cintura. Al no tenerpiezas móviles, no le fallarían acincuenta grados bajo cero. Todos loscadáveres del barranco estabanatrapados en bloques de hielo sólidos.

Quizá los osos polares hubieran tratadode devorarlos.

Crusow dio media vuelta sobre lasraquetas para la nieve y miró a Bret caraa cara.

—¿Estás preparado para esto? Va aser terrible. Espero que hayasdesayunado bien.

—Vete a tomar por culo, Crusow.Ahora no estoy de humor para tus...

—Lo mismo te digo, cabronazo,que tengas un buen día.

Crusow no logró sacar a Bret desus casillas. Llevaban cuerdas y arnesesde rápel en las mochilas. Crusowcargaba también con algo de agua eincluso comida para conservar laenergía. Con el frío que hacía y la

necesidad de moverse cargados depesadas pieles, quemarían cientos decalorías por hora. Por prudencia, habíatraído también una pieza de maderacomprimida para emplearla como leñasi fallaba algo y tenían que esperar aMark y a Kung.

Llegaron al borde del barranco;Crusow se preguntó por qué lo llamabanasí, y no precipicio. Se agachó en suestrecho margen y miró hacia abajo, altiempo que iluminaba en variasdirecciones con la linterna que llevabasujeta a la frente. Tenía visibilidad hastadiez metros más abajo... Habría quehacer la mayor parte del descenso aciegas.

—Yo me sentiría más seguro si

efectuáramos el descenso con lascuerdas atadas al Sno-Cat, en vez deemplear anclas de hielo y descender enmoulinette —le dijo Bret a Crusow, concierta preocupación en la voz.

—Sería una excelente idea si nonos quedara tan poco combustible.Necesitaríamos un litro de diésel paraque el Sno-Cat arrancara, se calentara yse acercara al borde del barranco.Además, no sabemos si este hielo tendrámucha estabilidad. Podríamosencontrarnos con que nos precipitamosen el abismo seguidos por el Cat.

Dicho esto, empezaron a darmartillazos sobre las anclas de lamoulinette para dejarlas bien clavadasen el hielo compacto. Emplearon tres

anclas para cada una de las cuerdas,clavadas en sitios distintos. El objetivoera reducir las posibilidades de que unade ellas se soltara. Una vez todas lasanclas estuvieron en su sitio, Crusow yBret arrojaron las cuerdas al fondo delbarranco. Oyeron el golpeteo contra lapared. Lo tuvieron difícil para sacar losarneses de las mochilas, porque losguantes que les protegían de lastemperaturas del Ártico también lesreducían la movilidad. Era como tratarde abrir una puerta con los codos. Elviento empezó a soplar con fuerzamientras se ponían los arneses. Cadauno de ellos revisó el arnés del otropara asegurarse de que estuviera encondiciones para el descenso. Crusow

se quitó las raquetas y se las ató a lamochila con un cordel. Entonces sacóunas suelas con pinchos afilados para lanieve y se las montó en las botas, y lashundió en un saliente de hielo para versi habían quedado bien puestas.

Crusow sacó la radio Motorola quellevaba en el abrigo y buscó el botónpara transmitir.

—Mark, Bret y yo estamos a puntopara iniciar el descenso. Probablementevamos a necesitar treinta minutos o máspara llegar al fondo y prepararlo todo,cambio.

Crusow estaba acostumbrado a laradio de alta frecuencia y se sorprendióa sí mismo finalizando la transmisióncon un «cambio», cuando con el «bip»

automático le habría bastado.Mark le respondió desde su propia

radio.—Recibido. Kung y yo estamos en

el trineo con los perros y los vamospreparando. Arrojaremos las otrascuerdas en cuanto vosotros lo digáis.Nuestro cabo estará atado a los perros, yel vuestro a... ya sabéis a qué. No creoque tengamos que subirlos con lasmismas cuerdas que acabáis de sujetar.

—¿Por qué no? Así ya lastendríamos abajo.

—Porque los perros podríandebilitar los puntos de anclaje y lafricción sobre el hielo podría desgastarlas cuerdas. Si eso sucediera, laexpedición terminaría mal.

—Tienes razón, gracias. Bueno,vamos a bajar. Dentro de poco os digoalgo.

Mark hizo dos clics en el botón detransmisión para confirmar.

Crusow no ponía en peligro supropia vida porque sí; la situación sehabía degradado hasta la desesperaciónextrema. Si no lograban extraersuficiente grasa corporal de loscadáveres que se hallaban en el fondodel abismo, no llegarían jamás a la zonade hielo delgado. En aquel mundo gélidoy hostil, el combustible era más valiosoque el agua.

Crusow se palpó los costados paraasegurarse de que las herramientashubieran quedado bien sujetas. Aun

cuando llevara puestos unos guantesdemasiado gruesos para sentir sutextura, sabía que el machete Bowie demango de cuerno y treinta centímetros dehoja estaba a salvo en la vaina de cuerode la cadera, y eso le hacía sentirse algomejor. Aquel arma le había resuelto susproblemas cada vez que la habíanecesitado.

—¿Estás preparado, Bret?—Sí, estoy preparado.—Vamos allá.Se asomaron al barranco, soltaron

cuerda e iniciaron el descenso alBarranco de las Almas Tranquilas, unode los muchos cementerios del hombre.

24

Kil estaba sentado en su camarote y leíaun libro, Túnel en el espacio, de RobertHeinlein. John le había pasado unejemplar antes de que subiera alhelicóptero y le había dicho que no loperdiese. Kil recordaba que John teníaotro ejemplar, con la misma cubierta ytodo igual. Había estado inmerso en lanovela desde que había tenido noticiadel destino de Oahu, porque lo ayudabaa evadirse de los peligros queseguramente encontrarían en el curso dela misión. Era la historia de un grupo dejóvenes estudiantes que iban a parar auna tierra extraña y luchaban por

sobrevivir. La ambientación del libroera mala, no se encontraba ni de lejos ala altura de lo que Kil había visto alquedarse solo después del accidente conel helicóptero. Hubo un momento en elque se palpó la cicatriz de la cabezamientras pensaba en todo esto, entrepárrafo y párrafo.

Saien estaba en la cama de abajode la litera y jugaba al solitario sobrelas sábanas con una vieja baraja decartas afgana de los Más Buscados.Saien se había esforzado por asimilartodo lo que había ocurrido en elsubmarino desde su llegada. Le habíadicho a Kil que jamás se habíaimaginado que llegaría a encontrarseentre los tripulantes de un submarino

nuclear de ataque rápido, e incluso sehabía prestado a trabajar durante elviaje, haciendo guardias junto a lasmáquinas. No tenía muchasresponsabilidades, tan sólo la decontrolar las válvulas para estar segurode que funcionaran dentro de losparámetros establecidos. Así, algunosde los ingenieros, ya sobrecargados detrabajo, pudieron permitirse las horas desueño que tanto necesitaban, y de pasose había ganado varios amigos. Ya no loveían como a un extranjero incómodo yfuera de lugar.

Kil quiso pasar página paraempezar el capítulo siguiente pero ellibro se le escapó de la mano y se lecayó. Cuando empezaba a bajar una

pierna para saltar al suelo, oyó a Saien.—Ya te lo recojo yo, Kil.—Gracias.Saien agarró la novela y echó una

ojeada al resumen argumental de lacontracubierta antes de devolvérsela aKil.

—¿Por qué lees estas cosas, tío?¿Te has vuelto loco? ¿No tienessuficiente con lo que has vivido?

—Entiendo que llevamos muchotiempo de viaje, pero, ¿ya te estásponiendo de mal humor, Saien? Aúnfalta mucho para que nos den un día decerveza.

—¿Qué es un día de cerveza?—Es una expresión que se emplea

en el ejército estadounidense. A veces,

cuando una expedición dura mucho, elejército autoriza a la tropa a tomarse unpar de cervezas.

—Yo no bebo, así que no meimporta. ¿Y si nos dieran un día de airefresco y luz del sol?

—Lo siento, Saien, en lossubmarinos no hay ningún día de esos.Pero, si tú quieres, le presentaré unapetición al capitán —dijo Kil, riéndose.

—Gracias. Te deseo que estanoche sueñes con las criaturas ésas.

Kil hizo como que no se enterabade los malos deseos de Saien y retomóla lectura del libro. Al cabo de cincopáginas, Saien le interrumpió.

—Perdona, no hagas caso de lo quete he dicho. No quiero que esta noche

sueñes con las criaturas. No tendría quehabértelo dicho. Es que me cuestaadaptarme a estas condiciones de vida.

—No te preocupes, tío. Todosnosotros acabamos con fobia alcamarote. Así es la vida en lossubmarinos.

—¿Fobia al camarote? No te hablode eso. Lo que pensaba ahora era lo quetú me habías dicho, lo que te dijo elcapitán acerca de nuestro próximodestino —respondió Saien.

—Sí, ¿qué ocurre con eso?—Bueno, pues que una bomba

atómica lo ha hecho pedazos. Tú y yosabemos muy bien lo que eso significa.Puede que haya cientos de miles decriaturas corriendo por allí. Sí, Kil, lo

he dicho en serio, corriendo.—A mí no me gusta más que a ti.

Tú y yo somos asesores, y hasta estemomento no hemos cumplido otrafunción. Le he explicado mis puntos devista al capitán, pero es él quien mandaen este submarino. Yo, personalmente,pienso que tiene que estar loco para quese le ocurra siquiera atracar en Hawaii.Si la decisión estuviera en mis manos,elegiría una de las islas más pequeñas yno irradiadas, y ordenaría a todos losbarcos de guerra supervivientes que sedirigieran hacia allí. Podríamosapoderarnos de ella y volver a empezar.Los mandatarios supervivientes no estánde acuerdo, y es por eso por lo que nosencontramos aquí, a bordo de un reactor

nuclear flotante, y salimos al encuentrode ejércitos de cadáveres radiactivos.

Saien miró a Kil con una sombra dedesdén en el rostro.

—Ahora eres tú quien me va ainspirar las pesadillas con las que tehabía maldecido. Cretino comecerdos.

Kil se rió de Saien y se echó denuevo para seguir leyendo el libro.

—Pero no se te ocurra pedirauxilio mientras duermas..., yo quieroleer.

Un fuerte puñetazo debajo delcolchón le confirmó que Saien habíacaptado el mensaje.

25

Las amistades no se forjaban ya pormedio de las redes sociales; no nacíanen iglesias, ni en fiestas, ni durantehoras alegres. Para mantenerse encontacto en el reino de los no muertos,había que regresar a los primerostiempos de la radio. Un puñado defamilias aún sobrevivía: los pocos quehabían tenido la clarividencia deprepararse para una calamidad. Pordesgracia, nadie había previsto quepudiera darse una situación comoaquella. La mayoría había temidoataques terroristas, o un derrumbefinanciero... Esto último había sido un

motivo generalizado de histeria antes deque los muertos empezaran a caminar.Europa y el Próximo Oriente habíanardido con los disturbios; las calles deEspaña, Francia, Irlanda, e incluso GranBretaña se habían llenado de cordonespoliciales y coches incendiados antes deque los no muertos las tomaran.

Los supervivientes se acurrucabanen silencio en las casas que habíanprotegido con tablones, o en los refugiossubterráneos y escondrijos de Idaho, yde otras regiones a donde no habíallegado la radiactividad. Sintonizabanlas radios de onda corta con cualquierfrecuencia que todavía transportaraseñales..., cualquier sonido o estáticamodulada que pudiese aliviar el

constante terror al que estabansometidos. En esto consistía la nuevanormalidad.

La mayoría de los escasoshabitantes de Estados Unidos queseguían con vida no disfrutaba de laseguridad que proporcionaba vivir abordo de un portaaviones o de un siloestratégico de misiles nucleares.Moraban en buhardillas, antiguoscentros de FEMA —la agencia de laadministración estadounidense para lagestión de emergencias—, prisiones,zonas valladas en torno a antenas ruralesde telefonía, pequeñas islas costeras, yhasta embarcaciones. Incluso los habíaque probaban suerte en vagones de trenabandonados y terraplenes, en los

confines de lo que en otro tiempo habíasido la civilización. Empleaban walkie-talkies, frecuencias de radio local yaparatos de radioaficionado paracontactar los unos con los otros, conquien fuese.

De vez en cuando, lo conseguían, nique fuera tan sólo por un instante fugaz.A veces, el sonido que se oía en elreceptor era el de la madera que seastillaba, o gritos, o el disparo de unaescopeta solitaria. Las últimas redessociales se apagaban, nodo a nodo.

A bordo del George Washington

A John ya se le considerabaformalmente oficial de comunicaciones

d e l George Washington y estabaautorizado a acceder a todos lossistemas de comunicaciones de laembarcación. Contaba con un pequeñocontingente de civiles y de soldados demenor rango para mantener enfuncionamiento los escasos recursos delos que disponían. Su función básicaconsistía en mantener contacto constantecon la Fuerza Expedicionaria Clepsidra,que tenía que llegar a las costas deHawaii al cabo de cinco días. Sufunción secundaria era mantener lascomunicaciones por satélite con laFuerza Expedicionaria Fénix, instaladaen el Hotel 23.

Le habían informado de que losobjetivos principales de la Fuerza

Expedicionaria Fénix consistían enponer bajo control las bombas nuclearesque quedaban y tratar de recuperar unaparte de los paquetes de equipamientoarrojados por Remoto Seis. Aparte desus deberes como oficial decomunicaciones del portaaviones, Johntenía que cargar con el apodo de «jefede sección» que le habían adjudicadolos supervivientes del Hotel 23, un títuloal que trataba de quitar importancia enpúblico, pero que en secreto leencantaba.

John hacía sus rondas a diario yvisitaba a Tara, Laura, Jan, Will, Dean,Danny, los marines y otros con los quehabía entablado amistad durante eltiempo que había pasado en el Hotel 23.

Annabelle, su hembra de galgo italiano,aún vivía feliz y satisfecha a su ladocuando Laura no la tomaba prestada. Nose le habían erizado los pelos delpescuezo desde que la habían evacuadoen helicóptero, presa en el agónicoabrazo de la pequeña Laura. La niña lehabía dicho a John que tenía «taaaaaantomiedo de que “Annie” se le escapara deentre las manos»... Así era como lallamaba Laura. A veces le resultabaincómodo llevarla a hacer susnecesidades y tener que recorrer todo elcamino hasta el hangar, donde unmiembro de la tripulación amante de losanimales echaba tierra sobre un espaciodisponible para todos los que viajaban abordo. Annabelle no era el único cánido

a bordo del portaaviones. Unos pocosperros del ejército habían encontrado unnuevo hogar en el Washington y tratabana Annabelle como a uno de los suyos,porque se daban cuenta de quién era enrealidad el enemigo común. Cualquierade los no muertos del continente habríaagarrado a los perros y los habríareducido a pulpa si se le presentaba laoportunidad.

John no se encargaba de pocastareas, pero pensó que aún le quedaríanenergías para más. Uno de los militares,el suboficial Shure, era especialmentebueno como operador de radio. Habíatenido bastante suerte en sus contactoscon la Base Cuatro del Ártico. En elúltimo mensaje le habían informado de

sus problemas con el combustible y desus planes para solucionarlos. Así,empezó a circular por la sala de radiosel rumor de que los supervivientes de labase en el Ártico se habían planteadoseriamente refinar biocombustible con elcuerpo de los no muertos que ellosmismos habían liquidado y arrojado porun barranco donde las temperaturas definales de primavera y del otoño habíande dejarlos atrapados en bloques dehielo. John había estado presentedurante la recepción del mensaje y sabíaque no se trataba de un rumor. Elalmirante le había solicitado quemantuviera esa información en laconfidencialidad; no quería que sehablara de que los amigos del Ártico

actuaban como carniceros enloquecidos.Recordaba demasiado a lo que les habíacontado Kil al regresar después delaccidente con el helicóptero; habíatopado con una banda de caníbales quese alimentaban de los no muertos hastael extremo de asar su carne putrefacta (yque de algún modo neutralizaban elfactor que hacía que los muertos selevantaran).

El enlace de radio en onda cortaentre el Washington y el Virginia /Fuerza Expedicionaria Clepsidra seestaba volviendo muy inestable. Lascomunicaciones por satélite delportaaviones funcionaban bien, peromuchos de los satélites necesarios parahacer rebotar la señal en dirección al

área del golfo de México se habíanquemado al reentrar, porque la NationalReconnaissance Office había dejado deencargarse de su mantenimiento y de lacorrección de su rumbo, y muchos sehabían apartado de su órbita. Los queseguían en órbita funcionaban mediantecódigos de acceso que nadie tenía, ynadie sabía cómo conseguirlos. Elprincipal recurso que podían empleartanto el ejército como el resto de lossupervivientes era la onda corta.

John convocó de improviso unareunión en la sala de radios. Enrealidad, habría tenido que hacerlomucho antes. Asistieron todos losmilitares especialistas encomunicaciones, así como los

radioaficionados civiles que se habíanpresentado voluntarios por susconocimientos en onda corta.

El propósito de la reunión erasencillo: consolidar y mejorar el plan decomunicaciones. John enrolló la pantalladel proyector y dejó al descubierto lapizarra plástica, y empezó a apuntar enella todos los circuitos prioritarios y elestado de cada uno de ellos.

«Circuitos en mantenimientoactivo, por orden de precedencia:

»Circuito de voz seguro en altafrecuencia con la Fuerza Expedicionaria

Clepsidra: Funcionamiento parcial»Circuito de teletipo seguro en alta

frecuencia con la base de Nevada

(Desconocido): Plenofuncionamiento

»Circuito seguro de transmisión deráfagas de datos por satélite con la

Fuerza Expedicionaria Fénix:Pleno funcionamiento

»Circuito de voz no seguro en altafrecuencia con la Base Cuatro en el

Ártico: Funcionamiento parcial»

—Bueno, como veis en la pizarra,tenemos problemas por resolver —empezó a decir—. El circuito queconsideramos de máxima prioridad estáen funcionamiento parcial. Hace un buenrato que no logramos contactar con laFuerza Expedicionaria Clepsidra.Vamos a tener que encontrar una

solución para este problema. ¿Alguientiene alguna idea?

Uno de los radioaficionados que seencontraban al fondo de la habitaciónhabló:

—Podríamos buscar un repetidor.—No es una mala idea, en absoluto

—dijo John, y se volvió de nuevo haciala pizarra.

Tomó el rotulador negro y dibujóun mapamundi sin escala, marcó loslugares donde operaban las diferentesfuerzas expedicionarias y situó demanera aproximada el resto de lasinstalaciones.

—La Fuerza Expedicionaria Fénixno puede ser. No tienen aparatos de altafrecuencia en funcionamiento. Emplean

un discreto transmisor-receptor deráfagas de datos por satélite con unaconfiguración de portátil para enviar eltexto a esa terminal. —Señaló con lamano a un rincón, donde un operadorcontrolaba la sala de chat de mIRC dedos entidades—. Además, Fénix nopuede transmitir durante el día, y encualquier caso está sometida a severasrestricciones en lo que concierne a lastransmisiones de radio. No secomunicarán si no es absolutamentenecesario. No sé muy bien cuál es lasituación en Nevada. Sus circuitos estándirectamente conectados a unaCryptoBox KG84C del SSES de esteportaaviones. Sólo nos llaman para quecomprobemos el estado de los cables

UTP y reciclemos códigos deencriptación para sus circuitos. Ni losunos ni los otros nos servirían comorepetidor. Así pues, nos queda una únicaopción viable: la Base Cuatro. Heestado escuchando el espectro de ondacorta y nuestras posibilidades sonlimitadas. Raramente recibimos ondacorta que proceda del continente. Tansólo ondas rebotadas en la troposfera yrepeticiones de noticias antiguas que seretransmiten una y otra vez de maneraautomática, presumiblemente desdeaparatos alimentados con energía solar.

El radioaficionado habló de nuevo:—Podríamos ajustar nuestras

frecuencias de acuerdo con lasestaciones. Emplear las frecuencias más

altas durante el día y las más bajasdurante la noche. La vieja norma desubir la frecuencia con el sol. Quizá asítuviéramos más suerte.

—Ahora sí que estamos llegando aalgún sitio —respondió John—.Tracemos un plan sólido sobre el papel,y luego, dentro de unas horas, cuandotenga lugar el siguiente contactoprogramado con la Base Cuatro, lesenviaremos la petición. Esperemos queles quede personal suficiente pararetransmitir nuestros mensajes. Hay quetener en mente que esa base está aoscuras, y que lo va a estar durante untiempo. No estoy seguro de que esacircunstancia no afecte a las frecuencias.

El suboficial Shure, el más

perspicaz entre los militares a lasórdenes de John, levantó la mano.

—Sí, ¿qué es lo que has pensado?—Bueno, ahora mismo empleamos

las CryptoBox KYV-5 pararetransmisión segura de voz conClepsidra. ¿Esa base del Ártico nosmerece suficiente confianza como paracanalizar información confidencial paraClepsidra en onda corta y, a su vez,enviarnos la que les manden ellos?

—Tendremos que volver a losmétodos de la vieja escuela y servirnosde codificación sobre papel y claves deun solo uso —dijo John.

—Ya nadie recuerda cómo se hacíaeso, jefe. El último operador de radio deverdad que aún sabía hacerlo debió de

jubilarse de la armada hará unos veinteaños. Ahora somos todos unos genios delas tecnologías de la información.

—Vamos a tener que volver aaprender todo lo que habíamos olvidadoen el terreno de las telecomunicacionesy olvidar aquello que considerábamosmás avanzado, porque ahora ha quedadoobsoleto. Todos vosotros tenéis vuestrasórdenes..., poneos manos a la obra.

La pequeña multitud se dispersó,salvo los que tenían a su cargo un puestode seguimiento de radio. Mientras losdemás salían, John tuvo un tiempo parameditar. Al regresar al centro de controlde tecnología con el que estabanconectados todos los circuitos, pensópara sí: «Somos nosotros quienes

proporcionamos la encriptación a SSES,¿verdad que no puede resultarme muydifícil?» La teoría que daba vueltas porsu cabeza no era nada compleja. Encuestión de minutos, se le había ocurridocómo podía acceder al circuito quellegaba al SSES desde las instalacionestodavía activas en Nevada. Haría unempalme con el circuito encriptado y loconectaría, a la vez, con el SSES y conel dispositivo extra de encriptación KG-84C que tenía y que empleaba losmismos códigos que el SSES. Esoscódigos habían salido de su propiodepartamento.

No se lo diría nadie, porque, en elnivel en el que se encontraba, la penapor intrusión en las redes habría sido

rápida y severa. Lo racionalizódiciéndose que no lo hacía parasatisfacer una curiosidad infantil. Lohacía por Kil.

26

En alguna parte del Círculo PolarÁrtico.

—¡Ve más despacio! —gritóCrusow.

—¿Qué coño pasa ahora? Estamosa treinta metros en el aire sobre untémpano afilado. No quiero ir másdespacio. ¡Quiero llegar al final de estacuerda! —Bret se hacía oír pese alviento que les azotaba en la oscuridad.

—Tómatelo con calma, vasdemasiado rápido. Si te rompes lapierna, o el brazo, los perros tendránque izarte hasta lo alto del precipicio, y

lo harán a la velocidad que les parezca aellos, no la que te convenga a ti.

Los hombres bajaron un poco más.La nieve se desviaba de su curso enremolinos horizontales que se acercabana la pared helada. Las anclas se hundíanmás y más en la nieve a medida queellos, de espaldas, se adentraban en elabismo. Llevaban barras de luz químicasujetas a los tobillos por medio delmaterial elástico que llevaban cosido enlos pantalones térmicos. No queríanarriesgarse todavía a encender laslinternas que llevaban en la frente,porque las baterías disponibles en laBase Cuatro estaban cada vez más bajasy no tenían posibilidades de recargarlas.

Crusow pensó en la pieza de

madera que llevaba en la mochila y enque estaba tan oscuro que quizá lanecesitarían para poder ver. Trataba deestar pendiente de pequeños detallescomo ése, pero lo que de verdadocupaba sus pensamientos eran losmuertos de abajo. Los contabamentalmente. Pensó que debían de serdiez, tal vez quince, la mayoría de elloscon sobrepeso... Habría un par quesuperaban los ciento treinta kilos. Lagrasa era energía de verdad, y si semanejaba bien, con los aditivosquímicos apropiados, cabía laposibilidad de convertir las caloríasalimenticias en combustible líquido.Pensó en el aspecto que podían tener, yen lo que podían...

—¡Mira por dónde vas! —le chillóBret. Crusow había chocado con éldurante su breve momento deensoñación con los muertos.«Concéntrate, Crusow», se repetía a símismo.

Descendieron lentamente a lo largode otros treinta metros. Sin embargo,ninguno de los dos estaba seguro de queaquella fuese la verdadera profundidad;tan sólo sabían que las cuerdas medíanmás que el barranco... Al menos, eso eralo que Franky les había dicho al bajar enrápel por la pared que se encontraba alotro lado de la base. La otra pared eramás alta.

En ese momento, Crusow y Bret seacercaban al lugar donde Franky había

hallado reposo eterno, al pie delbarranco. Crusow recordaba esa noche.Uno de los investigadores -Crusowcreía recordar que su nombre eraCharles- había muerto porcomplicaciones de una diabetes mientrasdormía y se había levantado hambriento.Le había rajado la garganta a Franky yluego habían caído ambos bajo losgolpes a la cabeza de un hacha de hielo,y habían ido a parar al fondo delabismo.

—¿Cuánto piensas que nos queda?—preguntó Bret.

—Debía de haber unos sesentametros y pico desde arriba hasta elfondo. Creo que ya estamos a punto dellegar.

En el mismo momento en el queCrusow terminaba la frase, sus piestocaron el principio del fondo. Lasuperficie de hielo no era ya vertical,sino que se alejaba de la pared delprecipicio en un ángulo cada vez máscerrado. El ángulo se cerró cada vezmás, hasta que los dos hombres pudieroncaminar por una pendiente empinadapero transitable.

—He encontrado uno —dijoCrusow.

—¿Dónde?—Le has puesto los pies encima

del pecho.—¡Mierda! —exclamó Bret. Saltó

a un lado y estuvo a punto de rodarcuesta abajo.

El perfil de lo que en otro tiempohabía sido un hombre yacía medioenterrado en el hielo, y su rostrobrillaba con un fulgor verdoso, ya quereflejaba la luz química de Bret. EraFranky. Su cuerpo había quedadodesfigurado y roto por culpa de la caída,y el corte que Crusow le había abiertoen la cabeza con el hacha se le veía contoda claridad sobre la frente.

—Todavía lo siento, Franky —dijoCrusow, en voz lo bastante fuerte comopara que Bret le oyera.

—¿Qué es lo que sientes? Esacriatura ya no era humana cuando tú lamataste.

—Quizá tengas razón, y quizá no,pero, de todas maneras, lo siento.

Ambos callaron y miraron aFranky, por unos instantes, hasta queBret puso fin al silencio.

—¿A cuántos de ellos vamos asubir, Crusow?

—A todos. Voy a empezar a cavarpara sacar a Franky del hielo, y tú irásmás abajo en busca de los demás.

—Recibido —dijo Bret, ydesapareció en la oscuridad, pendienteabajo.

Crusow examinó sus propiosguantes para asegurarse de que loscordeles estuvieran bien atados. Noquería que le quedara piel aldescubierto mientras manejaba el hacha.Aunque se esforzaba por no mirar elcadáver de Franky, tenía los ojos

puestos en su boca abierta y llena dehielo rojizo. Reprimió una risa al pensaren Han Solo congelado en carbonita.Los antebrazos de Franky sobresalíanpor delante, perpendiculares al cuerpo,como si se hubieran helado durante unforcejeo. Crusow empezó a separarcuidadosamente el hielo adherido alcadáver. Trabajó en ello durante variosminutos, erró en ocasiones, hizo saltarastillas de carne helada sobre el polvoblanco en torno a la pálida esfera verde.A Crusow no le faltaba estómago, perola idea de cortar la carne muerta deFranky le mareó lo suficiente como paraobligarlo a tomarse un respiro. Se sacóla radio del bolsillo del uniforme, dondela llevaba atada a un ojal para que no

corriera peligro de caerse. La sostuvoen un ángulo forzado y la encendió conlos dientes.

—Mark, estamos aquí abajo, tío.Bret está en el fondo, y yo unos cincometros más arriba, y estoy arrancándoleel hielo a Franky.

—¿A Franky? Qué duro, tío. ¿Ycómo lo has...?

—No me preguntes, tío. De verdad,no me preguntes.

—De acuerdo, está bien. Kung estácon los perros y yo en la cornisa, encimade vosotros. Los perros ya tienen todoslos arreos y nosotros también estamos apunto. Creo que no deberíamos tratar deizar más de dos o tres cadáveres a lavez.

—Sí, yo pienso lo mismo. Pareceque vamos a pasar un par de horas aquíabajo. El termómetro dice que estamos acincuenta y cinco bajo cero. Hace muchocalor para esta época del año. —Crusow creyó oír las risas de Mark enlo alto de la cornisa—. Dentro de unmomento, voy a hacer señales con lalinterna que llevo en la frente y túmarcarás el lugar en la cornisa, para queno dejéis caer las cuerdas encima denosotros. Al precipitarse desde tantaaltura, nos podrían hacer daño.

—De acuerdo, Crusow, no lasarrojaremos mientras tú no nos lo digas.

—Muy bien, os llamo en seguida.Corto.

Un doble clic en el transmisor le

dio a entender que Mark había entendidoel plan. Crusow llamó a Bret.

—Bret, ¿dónde estás? ¿hasencontrado alguno?

Una voz débil cortó el viento.—Sí, he encontrado a tres. Estoy

cortando el hielo. Qué mierda es esto.—Lo sé. Vamos a apilarlos a todos

en un solo lugar. Ten cuidado de noacercarte a sus bocas, ni a nada que estéafilado —le gritó Crusow a Bret, queestaba más abajo.

—No me agobies, tío, eres el señorPerogrullo.

«Qué capullo», pensó Crusow.Al cabo de unos minutos más,

Crusow asestó un golpe con el hacha ydesalojó la última pieza de hielo que

retenía a Franky. El cadáver resbalócolina abajo durante dos o tressegundos, y entonces se estrellóruidosamente contra un obstáculo.

—¡Joder, Crusow! Ha ido de poco.—Lo siento, ¿dónde está?—Se ha estrellado contra mi

montón —respondió Bret con vozairada.

—Bueno, pues ya está bien.¿Cuántos tenemos apilados ya?

—Cuatro, si contamos a éste —dijoBret, como si tuviera alguna importanciael que hubiera acumulado más cadáveresque Crusow—. Escucha, tengo cada vezmás frío. Vamos a pasarnos un buen ratoaquí, y ya tenemos cuerpos suficientespara pedir que nos lancen las cuerdas y

atarlos. ¿Por qué no sacamos esa leñaque he visto antes que llevabas en lamochila y nos calentamos un poco?

—Yo quería conservarla hasta quenos hiciera falta de verdad, pero estábien, ahora bajo.

Crusow bajó otros cinco metros,hasta un lugar donde la pendiente sevolvía tan moderada que ya no necesitóel arnés. Soltó el mosquetón y anduvohacia el fulgor de la luz química de Bret.

—Voy a encender la linterna unmomento.

Crusow colocó el filtro rojo sobrela lente de la linterna y activó el LED.Vio los cadáveres semidesnudosamontonados sobre la nieve, como si lascriaturas se hubieran congelado mientras

jugaban al Twister. «Maldita sea, estoes repulsivo», pensó Crusow mientrasdejaba la mochila sobre la nieve.

Colocó la madera sobre el hielo.Crusow movió los cadáveres en buscade algo que le sirviera como soportepara la hoguera. No quería que lamadera se hundiese en el hielo y seapagara. Uno de los cadáveres que habíaen el montón llevaba puestas unaszapatillas. No le reconoció el rostro,que probablemente había quedadoaplastado por la caída. Despojó alcadáver de sus zapatillas y las colocódebajo de la madera. Crusow logró queel fuego ardiera en seguida, a pesar dela nieve y del viento que les azotaban.La luz brillante de la pequeña hoguera

cambiaba de forma ante sus ojos sincesar.

Crusow se volvió hacia Bret.—Bueno, pues entonces cavamos,

los amontonamos aquí, hacemos turnospara descansar... ¿Te parece bien?

—No hay nada de todo esto que meparezca bien —dijo Bret, mientras seponía en pie e iniciaba la búsqueda denuevos cadáveres.

Crusow aprovechó el tiempo paraquedarse en pie junto a la hoguera ycalentarse las extremidades. Latemperatura lo habría matado al cabo deunas pocas horas, por mucho trajeaislante que pudiera llevar. El calor sele habría escapado poco a poco delcuerpo y, al cabo de un rato, la

temperatura habría bajado a menos detreinta y cinco grados, a niveleshipotérmicos, y le habría causadotemblores, confusión, fatiga y, al final, lamuerte.

La radio crepitó.—Crusow, ¿tardaréis mucho en

tener a punto la primera carga? Meparece que veo un fuego ahí abajo.

Crusow se sacó la radio delbolsillo.

—Sí, Mark. Nos estábamoshelando. Hemos tenido que encenderfuego. Ata una barra de luz química alextremo de cada una de las cuerdas ydéjalas caer. Le diré a Bret que estáis apunto de arrojarlas. Dame treintasegundos antes de soltarlas.

—De acuerdo, voy a esperar.Volvió a guardarse la radio en el

bolsillo y gritó:—Bret, ya vienen las cuerdas.

Acércate a la hoguera para que no teden.

No hubo respuesta.—Bret, ¿estás ahí?Débilmente, apenas audible en el

viento, Crusow oyó la voz de Bret.—Estoy bien, soltad la cuerda.

Volveré a la hoguera dentro de unminuto. Ya casi tengo a otro.

Crusow miró arriba, a tiempo paraver aparecer los tres bastones luminososque descendían hacia él. Se estrellaroncontra la nieve, cerca del lugar dondehabía desenterrado a Franky, y

resbalaron por la pendiente hasta unoscinco metros a su izquierda.

Crusow abrió la radio y dijo:—Ya las veo. Ahora mismo agarro

el tramo de cuerda que ha quedadosobre el suelo y ato los cadáveres.

—Vale, tío, pero, como es laprimera vez, hagamos la prueba con trescadáveres que no pesen mucho. Noelijas a los pesados, ¿vale?

—No te preocupes, colega. Trescadáveres congelados, marchando endiez minutos.

Mark era un hombre amante de losperros y por eso le había pedido aCrusow que la primera carga fueseligera. No quería que los perros sehicieran daño al tirar del peso.

Crusow blandió el hacha, la hundióen el hielo y trepó por la pendiente hastallegar a las cuerdas. Agarró los cabosde las cuerdas y descendió con ellos.Regresó al montón y ató los tres cuerpospasándoles una bolina bajo los brazos,con cuidado para evitar las bocas,aunque tuvieran el cerebro destruido.Sentía el calor del fuego y se alegrabade haber pensado en traer la madera.Cuando terminaba de atar los cuerpos,regresó Bret, arrastrando un cadáversobre el hielo con la hoja del hacha.

—Mark, ¿estás ahí?—Sí, estoy aquí. Kung está en el

trineo. ¿todo a punto?—Sí, hemos atado a tres cadáveres.

Adelante, subidlos.

—De acuerdo, diles adiós.—Eres muy gracioso, Mark.—Lo intento.Al cabo de cinco segundos,

Crusow y Bret oyeron que las cuerdas setensaban y rozaban la pared delbarranco. Los cuerpos iniciaron suascensión por la pared desnuda y seperdieron de vista. Los cadáveresparecían moverse al extremo de lascuerdas, como si una gigantesca arañahubiese arrojado redes gigantescas yarrastrara los cuerpos hacia sus pataslargas y finas.

—Ahora me toca calentarme a mí.Si llego a pasarme otros quince minutostirando de esos sacos de huesos, mehabría muerto de congelación.

Crusow asintió y se apartó de lacomodidad y seguridad que le brindabaaquella pequeña aunque cálida hoguera.A pesar de la radiante energía del fuego,las áreas circundantes se manteníangélidas. Con todo, la llama ayudaba aevitar la muerte por frío propia delÁrtico. En cuando se hubo alejado deBret y de la hoguera, Crusow sintió undescenso súbito en la temperatura, comopara recordarle dónde estaba. Extrajo elhacha de hielo de su funda y la agarrófuertemente con una de sus manosenguantadas. Por unos momentos, seadentró en la oscuridad y no vio nada.Volvió el rostro para mirar al fuego —ya tan sólo un punto de luz—, y llegó ala conclusión de que lo mejor sería

encender la linterna que llevaba en lafrente y buscar más cuerpos. Se habíaalejado de la pared del precipicio; elhielo dejaba paso a la nieve. Sepreguntó si le convendría volver aponerse las raquetas que había dejadoatadas a la mochila. Ésta se encontrabajunto a la hoguera. Unos metros másallá, la nieve era mucho más profunda.Estaba muy lejos del barranco y de lahoguera. «Ha llegado el momento devolver atrás; me he apartadodemasiado», pensó.

Se volvió y se echó a andar denuevo hacia la hoguera, y tropezó conuna pierna y cayó sobre la nieve. Sequedó allí durante un rato y perdió elsentido del tiempo.

Miró hacia arriba y atisbó unresquicio entre las nubes. La grandezade la Vía Láctea se asomó por uninstante al cielo nublado,resplandeciente y majestuosa.

Por fin, el frío sacó a Crusow de suestado meditativo. Se sentó en el suelo.Se dio cuenta de que aún llevabaencendida la linterna de la frente, y sevalió de ella para contemplar laextremidad con la que había tropezado.Empezó el laborioso trabajo de extraerel cadáver del hielo. Crusow golpeó unay otra vez con el hacha hasta que lacriatura semidesnuda quedó libre.Colocó el hacha en la axila del cadáver,se ató la cuerda de paracaídas en torno ala muñeca e inició el camino de regreso

a la hoguera, arrastrando tras de síaquella desdichada masa de músculo,grasa y hueso. La luz se volvió másgrande a medida que avanzaba conpenas y esfuerzos al improvisadocampamento.

«¿Cuánto hace que me hemarchado?», se preguntaba.

El cuerpo era pesado, y la finacuerda de paracaídas le hería en lamuñeca, a pesar del grueso abrigo que leprotegía del frío. Estaba a unos cuarentay cinco metros cuando vio el brillo delas barras de luz química. Crusow noestaba seguro de si Mark habría bajadode nuevo las cuerdas, o si el fulgorprocedía del bastón luminoso de Bret.

Llamó a Bret para que lo ayudase

con el pesado cadáver.El viento aullaba.«No me oye.»Crusow tendría que arrastrarlo un

poco más allá. El cuerpo era pesado,debía de llegar a los ciento diez kilos.Cuando le faltaban unos treinta y cincometros para llegar, vio a Bret, queseguía de pie cerca de la hoguera.Parecía que sostuviera en pie a una delas criaturas, como para ver en quéestado se encontraba. Cuando estaba aveinte metros, Crusow llamó de nuevo.Esta vez, Bret reaccionó.

—Bret, este cabronazo pesa unatonelada. Suelta eso y ayúdame aarrastrarlo hasta el montón.

Bret se volvió lentamente para

encararse con Crusow. La heladacriatura tendría que haberse caído alsuelo, pero no se cayó..., siguió erguida.Crusow dio un paso hacia atrás y pusola linterna en máxima luminosidad. Lagarganta y el rostro de Bret estabandesgarrados de arriba a abajo y la nuezle colgaba a un lado. Los ojos de Bret,que aún no habían quedado blancuzcoscomo consecuencia de la muerte, seclavaron en Crusow y su cuerpo nomuerto avanzó.

Crusow reaccionó, se sacó de untirón el guante de la mano izquierda yempuñó el machete Bowie. Con elBowie en la mano izquierda y el hachapara hielo en la derecha, avanzó contrala criatura que había sido Bret. El frío

desgarrador le hirió la mano izquierdaal sujetar la gélida empuñadura decuerno del Bowie. Al mismo tiempo queempleaba el largo cuchillo paramantener a la criatura a distancia,golpeó con el hacha cual magnífico diosdel trueno. La clavó hasta el fondo en elhombro izquierdo de la criatura y lasangre fresca se derramó sobre el hielo.La criatura no sintió nada y trató deagarrar a Crusow con la diestra, pero nolo consiguió; aún llevaba puestos losguantes polares. Crusow arrancó el armadel hombro de la criatura y lo intentó denuevo. En esta ocasión, blandió el hachacomo una guadaña. El metal se hundióen la sien y desconectó al instante, ypara siempre, las sinapsis que hubieran

podido mantenerse activas en el cerebrode Bret.

La criatura se desplomó y arrastrótras de sí el hacha que seguía clavada ensu cuerpo y con ella, también a Crusow.La cara de éste se estrelló contra lanieve y la visión le quedó borrosa. Lamano izquierda se le había quedadohelada mientras sujetaba el macheteBowie. Y entonces, vio que la otracriatura avanzaba hacia él. Como elhacha seguía clavada en la sien de Bret,Crusow tendría que enfrentarse alatacante con el machete. No tenía tiempopara sacarse el guante y cambiar demano. Crusow se incorporó al instante yatacó, hirió y apartó de la hoguera a laterrible criatura.

En cuanto se le aclaró la visión,encontró indicios de lo que habíasucedido. El cerebro de la criaturaestaba intacto, obviamente, y el fuego, alcalentarla, había descongelado lasextremidades que llevaban tanto tiempomuertas. Mientras paraba los golpes dela espectral criatura, vio que en lacabeza de esta no había marcas; tan sóloun pequeño agujero de bala en el pechodaba testimonio de su primera muerte.«Debió de ser al principio, cuando aúnno entendíamos bien cómofuncionaban», pensó Crusow.

La criatura medio congelada searrojó contra él. Iba casi desnuda: tansólo llevaba puestos unos calzoncillosajustados. Crusow le clavó el machete

en el pecho y lo hundió lo suficientecomo para encontrar la carne de dentroque seguía congelada. El Bowie estabamuy afilado. Su padre se lo habíaregalado hacía veinte años, al cumplirquince.

«Un cuchillo romo es mucho máspeligroso para su dueño que uno muybien afilado», recordaba que le habíadicho su padre, una y otra vez, a lo largode los años.

Con la mano izquierda entumecida,clavó el arma en el ojo de la desnudacriatura. Ésta gimoteó, a modo deprotesta, mientras Crusow le clavaba elmachete hasta el fondo y le fracturaba elhueso de la órbita, presionando confuerza contra la parte de atrás del

cráneo. La luz se apagó. El asesino deBret cayó al suelo y arrastró consigo elarma de Crusow.

Aunque no quedaran enemigos nomuertos ocultos en la oscuridad, Crusowempezó a sentir pánico. Necesitaba, almenos, el machete para protegerse.Llevó a cabo un frenético intento derecobrar el Bowie: apoyó la bota sobrela cabeza de la criatura para sujetarlamientras arrancaba el arma. Limpió lahoja lo mejor que pudo: la frotó contrala criatura antes de volver a guardar elregalo de su padre en la vaina de cuerodonde solía llevarlo.

Así se apaciguaron por un tiemposu ansiedad y su sensación deimpotencia. Se sentó sobre la nieve y se

desentumeció la mano izquierda al calorde la parpadeante hoguera. Tendría queatar con las cuerdas otras dos cargas decadáveres antes de que los perros loizasen a él y pudiera regresar a la BaseCuatro.

Como Bret había muerto, Crusowpensó en despojar su cadáver de todo loque llevara encima y dejarlo allí, alfondo del precipicio. No tenía estómagopara descuartizar a Bret y emplear sugrasa para producir combustible, nipensaba que nadie más pudiera hacerlo.

Se sacó torpemente la radio delbolsillo y pulsó el botón de transmisión,al tiempo que miraba al cielo, hacia loalto del barranco.

—Mark, ha habido un problema.

No recibió ninguna respuesta.Crusow volvió a sentir miedo.

Empezó a imaginarse lo que podía habersucedido con la primera carga decriaturas que Mark y Kung habíansubido hasta arriba. Si no lo sujetabancon una cuerda, trepar por la pared dehielo sería un suicidio. «¿Y si suscerebros no habían quedado totalmentedestruidos, como había ocurrido con lacriatura que le había rajado la cara aBret? ¿Y si...?»

La radio crepitó.—Mark al habla. ¿Qué os ocurre?

¿Estáis bien?—No, tío, no estoy bien para nada.

Bret ha muerto. Una de esas criaturascongeladas que había aquí abajo lo ha

matado. Yo he tenido que rematarlo.Mark pulsó el botón para

responder, pero tardó unos segundos endecir nada.

—Ah... ¿Pero cómo...? Lo siento.¿Y tú estás bien, tío? A ti no te habránmordido, ¿verdad?

Crusow le gritó la respuesta:—¡No! Vamos a subir más

cadáveres. Os lo explicaré a todoscuando esté arriba. Pero acabemos conesto. Voy a desnudar a Bret, lo meterétodo dentro de su mochila y así podréisizar su equipo junto con otros doscuerpos. La temperatura baja y sólopodré aguantar una hora aquí abajo, opoco más. Con eso tendríamos tiempopara otras dos cargas, sin contarme a mí

mismo.—Está bien, hablaré por radio con

Larry y le diré que nos tenga a punto té ysopa caliente. Él también lo va anecesitar; no mejora. Escucha, ya sé queno es el momento para hablarte de esto,después de lo que le ha ocurrido a Bret,pero es que el portaaviones nos hallamado para pedir que los ayudemos.

—No sé si podremos ayudarles ennada. Ya lo hablaremos cuando estéarriba. Otra cosa... —dijo Crusow.

—¿De qué se trata?—No acerques esos cuerpos al

calor, salvo en los casos en los que no tequepa absolutamente ninguna duda deque están muertos del todo, ¿me hasentendido?

—Sí, ya te entiendo. No tepreocupes, iré sobre seguro.

Crusow siguió su propio plan yexaminó todos los cuerpos que estabanen el fondo para comprobar que tuviesenheridas en la cabeza antes demandárselos a Mark. A fin de eliminartodo peligro, les fue clavando a cadauno el machete en la cabeza, con todassus fuerzas, y con ello se descargótambién de su cólera. Aún estaba muyalterado, y las manos se pusieron atemblarle casi sin control mientras atabalos cuerpos y el equipo de Bret con lascuerdas. Se lo haría pasar con mediadocena de raciones de whiskey. A Bretno le habría importado.

Un día antes de llegar al paraísoMañana por la noche avistaremos

Oahu. Me cuesta creer que haya llevadoeste diario desde que todo empezó. Aveces releo las primeras páginas,porque en esas páginas se encuentranrestos e indicios de cómo era antes elmundo. A veces tengo que recordarme amí mismo cómo fue el mundo, para, porlo menos, poder conservar algo. Lamayoría de personas lo encontraríanestúpido.

Saien y yo hemos llegado a laconclusión de que el submarino nosgusta más cuando está sumergido. Lasmalditas olas lo golpean con fuerza ynos balancean de un lado para otro comosi navegáramos en kayak y nos

encontráramos con un huracán. Uno delos miembros de la tripulación me hacontado que los submarinos no sediseñaban para navegar por lasuperficie, que su forma no les permitemantenerse estables cuando salen al airelibre. Emergemos tan sólo cuandotenemos que transmitir en onda corta, yeso es cada día, en ocasiones dos vecesen un día.

He pasado algún tiempo en la salade radios y en algunos casos he logradocomunicarme con la nave insignia y conJohn. Ayer me dijo que había una baseen alguna zona del Ártico que podríahacer de repetidor. Dentro de poco mepasará una lista de frecuencias y unhorario.

Llevamos a bordo una dotación deaeronaves no tripuladas Scan Eagle, ylas vamos a lanzar mañana para queefectúen un reconocimiento de la islaantes de que el destacamento baje atierra; esto es, en el caso de que lostécnicos hayan logrado poner a puntotodo el equipo necesario para sulanzamiento y recuperación. Sijuntáramos todas las veces que he estadoen la sala de los SEAL, sumarían unahora, y todavía no sé ni siquiera cómo sellaman. Tampoco es que me importemucho. Van a la suya, acuden algimnasio y se divierten por su cuenta,como si fueran miembros de unafraternidad estudiantil. Parece que mirencon desprecio a Saien y ni siquiera

adviertan mi presencia. Seguro que, ensu opinión, no soy más que uno de tantosoficiales que se entremeten en susasuntos. No puedo decir que les envidiepor su misión de poner pie en Oahu.Creo que el plan consiste en patrullarpor el litoral de la isla y detener elsubmarino frente a la costaseptentrional. Desde ese punto, elequipo se adentrará por la carretera 99hasta el aeródromo militar de Wheeler,e irá desde allí hasta las instalacionesde Kunia, tomará el control de estas,activará sus sistemas y llevará hasta allía nuestro experto antes de regresar alsubmarino. Las operaciones en la costade Oahu nos llevarán dos días, y luegozarparemos en dirección oeste, hacia las

aguas de China.Máximo dominadas: 8Flexiones de brazos: 682,5 km en la cita ergométrica:

11:15

27

Hotel 23 — Sureste de Texas

—Han vuelto —le dijo Hawse aDisco mientras agarraba la M-4.

Aunque estuviera prácticamenteseguro de que se trataba de Doc y deBilly, Hawse no quería correr riesgos.Mientras escapaba de Washington D. C.,había visto a los no muertos abrirpuertas y subir escaleras.

Hawse era el único operativoespecial que había logrado escapar vivodel Césped Norte de la Casa Blanca.Conservaba un vívido recuerdo del díaen el que escapó.

Se había visto obligado a ir sobreruedas a toda marcha hasta el recinto dela Casa Blanca, había pugnado conmasas de criaturas, había despejado elcamino para que el Vicepresidente y laPrimera Dama pudieran escapar enhelicóptero. Había disparado toda lamunición que tenía desde la portezuelad e Marine Two , justo antes de que losmuertos echaran abajo las verjas dehierro negro y se adueñaran de la CasaBlanca. Mientras sobrevolaban elDistrito de Columbia con los últimosmiembros del gobierno que aún vivían,había contemplado por última vez lacapital de la nación.

Las criaturas parecían gusanos quese arrastraran sobre los coches y por las

casas, sobre el cadáver del Distrito deColumbia. Unas semanas antes de quelas criaturas tomaran el Césped Norte,FEMA había izado el puente levadizoWoodrow Wilson y había derribado elresto de las vías que pasaban sobre elrío Potomac, con lo que Virginia habíaquedado aislada del Distrito deColumbia y de Maryland. A pesar deestas iniciativas extremas, la anomalíaacabó por cruzar el Potomac. Desde lasopulentas mansiones de Virginia delNorte hasta los guetos de Suitland(Maryland), reinaban los no muertos. Nomás republicanos, ni demócratas, niotras facciones ineficaces. Ahora,América se regía por la política de lamuerte. Los virginianos estaban mejor

que los de Maryland; las draconianasrestricciones a la tenencia de armas quese habían impuesto en Maryland antes dela anomalía tuvieron como consecuenciael rápido exterminio de sus habitantes.Las llamadas zonas libres de armasfueron una bendición para los nomuertos, igual que lo habían sido paralos locos asesinos y matones antes deque los no muertos tomaran las calles.

Doc y Billy llegaron a la puerta ydevolvieron a Hawse a la realidad.

Hawse sostuvo la carabina a pocaaltura, a punto para disparar, mientraslas bisagras giraban hacia dentro y lapuerta se abría.

—¿Cuál es la contraseña?—Que te den por culo, Hawse —

dijo Doc, y entró por la puerta que dabaal centro de control.

—Correcta, puedes pasar —pronunció Hawse, haciendo unaimitación terriblemente mala del acentobritánico.

Tanto Hawse como Disco se dieroncuenta de que los dos hombres habíanvuelto con material extra.

—¿Y bien? ¿Qué ha sucedido allífuera? El sol va a salir dentro de unahora... Empezábamos a ponernosnerviosos porque pensábamos quetendríamos que salir a rescataros, sogilipollas.

—Nosotros también te echábamosde menos a ti, viejo amigo —respondióHawse con su pésima imitación de

acento.Doc y Billy pusieron al corriente a

los otros dos acerca de todo lo que leshabía sucedido durante el camino,incluido el río de no muertos dekilómetro y medio que había fluido pordebajo de ellos al cruzar el pasoelevado.

—Anda, tíos, seguro que despuéshabéis tenido que cambiaros los pañales—dijo Disco.

Billy no solía hablar mucho.Cuando tenía algo que decir, el resto demiembros del equipo lo escuchaba.

—Jamás había visto a tantos en unsolo lugar. Esto ha sido peor que lo deNueva Orleans. Tú no estuviste allí,Disco. Tú no conocías a Hammer. Lo

perdimos allí. Era un buen operativo. Sino hubiéramos mantenidodisciplinadamente el silencio, Doc y yomismo nos habríamos unido a ese río yvendríamos por vosotros. —Como decostumbre, la voz de Billy no delatabaninguna emoción, pero sus palabrastuvieron el efecto deseado.

—¿Qué es todo ese equipamiento?—preguntó Disco para cambiar de tema.

Doc sacó la documentación que sehabía guardado en el bolsillo de lospantalones y se la pasó a Disco altiempo que hablaba.

—Es algo parecido a esa espumapara el control de multitudes que teníanque darnos en Afganistán antes de queempezara esta mierda. La única

diferencia es que esta sustancia se ponedura como el cemento en un par desegundos, en vez de simplementevolverse pegajosa. Hay otro compuestoque «desendurece» la espuma, y es éste.—Doc sostuvo en alto la botella delíquido para que todo el mundo pudieraverla.

—¿Qué vamos a hacer con todoeso? —preguntó Hawse—. Quierodecir, ¿para qué nos sirve? ¿Hará algoque no pueda hacer mi M-4?

—¿Tu M-4 puede detener a uncentenar de mierdas de esos en menosde diez segundos y crear de paso unapared de cuerpos atrapados en cemento?—dijo Doc.

—Bueno, eso será si funciona. No

quiero ser yo el que se coloque enfrentede un enjambre y sea el primero enprobar esa máquina —añadió Hawse.

Billy bajó la mirada y comprobóque la acción de su M-4 estuviera bien,y dijo:

—Yo espero que no tengamos queutilizarla en absoluto. Dudo que pudieradetener el río que hemos visto antes. Talvez retrasaría su avance.

Hawse tuvo tiempo para pensar enestas últimas palabras antes de quenadie más hablara.

—¿Y ahora qué plan tenemos,Doc? Por lo que parece, habéisnecesitado una noche entera y habéisestado a punto de morir para traernos unaparato que tal vez no vayamos a utilizar

nunca —dijo Disco.—Tal vez estés en lo cierto, pero

Billy y yo hemos conseguidoinformación que se encontraba en elpaquete y vamos a tener que analizarla.En las cajas de equipamiento habíadocumentación, y otro mapa con laubicación de entregas de materialdiversas. Podemos cotejarlo con el queya tenemos. Lo que quiero decir es queno hemos vuelto tan sólo con un aparato.

Doc sacó los documentos de unbolsillo exterior de su chaqueta cerradocon cremallera.

—Tan sólo he tenido un segundopara mirar todo este material, peroechadle una ojeada vosotros también.

Doc les mostró un mapa cubierto

por una lámina transparente en la quefiguraban todos los lanzamientosanteriores.

—Al comparar este mapa con elnuestro, descubrimos algunasdiferencias notables. Este nuevo maparegistra muchos más lanzamientos que elque nosotros fuimos a recoger. Pareceque hay un par de cargamentos en unradio de veinte kilómetros al norte delHotel 23. Disco, tú y Billy osencargaréis del informe para elportaaviones. Tan sólo nos quedan unosminutos hasta que salga el sol. Manos ala obra.

—Lo que tú digas, jefe —respondió Hawse.

Hawse y Billy abandonaron la

conversación y se dirigieron a laterminal de transmisión de ráfagas dedatos por satélite para enviar un breveinforme de la misión de la última noche.

Doc prosiguió:—Y si miramos las fechas

marcadas en los dos mapas, vemos quela carga que fuimos a recoger la pasadanoche llegó a tierra poco antes de quelanzaran el artefacto sónico contra elHotel 23. Así que la pregunta sigue enpie: ¿Cómo es posible que la mismaorganización que lanzó un enjambrecontra el Hotel 23 arrojara también unprototipo de arma que, al menos a cortoplazo, podría resultar efectiva contra esemismo enjambre?

—No estoy seguro de que lo

vayamos a descubrir jamás, ni de quetenga mucha importancia a estas alturas—dijo Hawse, y volvió a dejar el mapasobre el escritorio.

—Quizá no importe, pero estosmapas sí podrían revelarnos algo.Parece que sueltan las cargas siempre ala misma hora del día. Si la aeronaveque lanza el equipamiento despegasiempre del mismo aeródromo a lamisma hora, no sería imposibledescubrir su origen, o por lo menosdeterminar un área de unos pocoscientos de kilómetros, tan sólo con unosconocimientos básicos de matemáticas,un mapa de Estados Unidos y unaescuadra.

—Informe transmitido, jefe —dijo

Disco.—Habéis ido rápido.—Bueno, es que tan sólo les he

dicho lo que había que decir. Noimporta lo que les envíe, me van a venirigualmente con una docena de dudas.Así que les mando un informe muysencillo y aguardo el torrente depreguntas. Pero de todos modos voy acerrar el circuito. No quiero que nosdelate una tormenta de ondas de radio.

—Buen trabajo —dijo Doc—.Hasta ahora hemos tenido suerte, perono contéis con que dure. La tarea queviene a continuación consiste en poner apunto la bomba nuclear, someterla alprograma de diagnóstico y asegurarnosde que estamos listos para las nuevas

coordenadas. No me preguntéis nada,porque ni siquiera sé a qué lugar sereferirán.

—¿Y si las coordenadas seencuentran dentro de Estados Unidos?—preguntó Hawse con expresión seria.

—Dependerá del objetivo. Esperoque no sea así pero, si se diera el caso,haremos lo que tengamos que hacer.

Hawse pensó por unos momentosen la Constitución, que se exhibía tras uncristal a prueba de balas en WashingtonD. C., y que estaba rodeada por los nomuertos.

28

A bordo del George Washington

Se acercaban con rapidez. Dannytrató de escapar por debajo delcirculador de aire y entrar en una gransala de ventilación; no sabía muy bienpor dónde tenía que ir, porque apenaslograba atisbar a las criaturas y éstasparecían moverse a un ritmo extraño.Eran implacables y le perseguían conobstinación. Danny tenía las rodillas encarne viva y sanguinolentas; se sentíacomo si se hubiera arrastrado a lo largode varios kilómetros.

Sentía la fría zarpa de la muerte en

los talones. La garra descarnada de lacriatura se cerró en torno a uno de suspies y lo sujetó como una tenaza. Dannyno podía ya avanzar; la criatura loarrastraba hacia atrás para matarlo. Unarata de aspecto peculiar le observabacon ojos rojos y brillantes desde unrincón oscuro.

Danny pateó, chilló con fuerza, sesalvó a sí mismo del escenario de laspesadillas..., de las garras del hombredel saco.

Alguien lo zarandeó, le arrastró alo largo del último trecho de camino quelo separaba de la realidad y lo depositósano y salvo en los brazos de su abuela.

—Danny, despierta, cariño. Era un

sueño, nada más que un sueño.Despierta.

Danny se debatió bajo la sábanahasta que estuvo seguro de que era suabuela quien lo sujetaba.

—¡Están en el barco, abuela! —exclamó Danny, visiblemente agitadotodavía por la pesadilla.

—No, cariño, no están a bordo. Seencuentran muy lejos de aquí, en tierra.Estamos a salvo... Trata de calmarte yrespirar.

—Los oí antes, abuela. Estabaescondido en la parte de atrás del barco.Los he oído —dijo Danny entresollozos.

—No, cariño, no están aquí. Ahoracálmate y ponte a dormir —dijo Dean,

al mismo que le acariciaba el cabello aDanny.

—Sí, sí están, yo sé el sonido quehacen. Me acuerdo. Me acuerdo de latorre de agua. Recuerdo a mamá, apapá...

Alguien llamó a la puerta antes deque Danny pudiera adentrarse por aqueloscuro sendero de su memoria. Deanvolvió a arroparlo en la cama, le dio unbeso en la frente y fue a la puerta. Abriótan sólo un resquicio para ver quiénpodía presentarse a una hora tan tardía.Tara estaba afuera, de pie, en camisa dedormir.

—¿Todo está bien, Dean? He oídoa Danny.

—Sí, ha tenido otra pesadilla.

Hace una semana que tiene pesadillascada noche y yo ya no sé qué hacer.

—¿Puedo ayudarte en algo?—No, tranquila. Gracias, de todos

modos. Tendrá que ser él mismo quienlo supere. Se cree que viajan a bordo.

—¿Las criaturas?—Sí, lo cree a pies juntillas. Se

imagina que ha oído a una de ellas.—¿Dónde? ¿Cuándo? —preguntó

Tara, mientras una sombra de miedo leafloraba al rostro.

—Hace más de una semana, en estemismo nivel, en el área restringida depopa. No fue él quien me contó quehabía estado allí; lo descubrí durante laprimera de sus pesadillas.

—¿Tú qué piensas?

—¿Sobre Danny?—No, sobre eso que cuenta de que

ellos están aquí.Dean torció la cabeza por un

instante y eligió con cuidado laspalabras:

—Creo que Danny ha sufridomucho... Dejémoslo ahí.

—Por lo que he visto, eres unamujer muy fuerte.

—Gracias. Puede que a vecesparezca una dama de hierro, pero de vezen cuando me viene bien oír cosas comoésa.

—Te lo he dicho de corazón.Buenas noches, Dean.

—Buenas noches, cariño. Si tú yLaura necesitarais algo, no dudéis en

acudir a mí. Sé que la madre de Lauraestá ocupada trabajando con el médico.

—Gracias —dijo Tara, y semarchó al camarote de al lado.

Dean cerró la puerta en cuanto Tarahubo salido y se volvió para ver cómoestaba Danny. La sábana subía y bajabalentamente, al ritmo de la respiracióndel muchacho. La voz de Tara debía dehaberlo tranquilizado lo suficiente comopara que volviera a dormirse. Deanencendió la lámpara que empleaba paraleer y miró por la estantería. Eligió alazar un libro en rústica que pudieraayudarla a dormirse. Empezó por unapágina de Freakanomics en la que seexplicaba por qué los traficantes dedrogas solían vivir con sus madres...;

por lo menos en un tiempo no muy lejanoen el que aún había traficantes de drogasy estos tenían madres. Dean terminó porcansarse y se sumergió en el mundo delos sueños. Su último pensamiento, antesde que el libro se le cayera en elregazo...: «Tienes que vivir por él.»Hasta ese momento, las criaturas no lehabían arrebatado su único motivo paraseguir en el mundo... Dean había juradoque no sobreviviría a Danny. Era elúltimo de su estirpe.

29

A bordo del George Washington

Más o menos al mismo tiempo queDean se dormía, un fuerte golpe en lapuerta arrancó a Goettleman de supropio sueño y propició un diluvio demaldiciones. El almirante se calzó laszapatillas tras poner los pies en el suelo.De camino hacia el sonido, miró la hora.Eran las tres de la madrugada. Abrióbruscamente la puerta y se encontró consus dos guardias, de pie cual centinelasde piedra, y también a Joe Maurer.

—Señor, acabo de recibir unmensaje de alta prioridad procedente de

la base. Soy la única persona a bordoque lo ha visto, y le aseguro que tendríausted que leerlo ahora mismo.

Joe pasó por entre los centinelas,se detuvo junto al escritorio delalmirante y le entregó a éste la bolsacerrada en la que se hallaba el mensajeque acababan de recibir por cableseguro.

—Cierra la puerta, Joe.Después de susurrarles algo a los

centinelas, Joe cumplió la orden.El almirante sacó la llave del

escritorio y abrió la bolsa. Dentro habíauna carpeta con separadores ynumerosas etiquetas de clasificación. Sepuso las gafas para leer y empezó aexaminar el cable.

INICIO DE TRANSMISIÓN

LUZ DE KLIEG SERIE 205 RTTUZYUW-RQHNQN-00000-RRRRR-Y ALTO SECRETO // SAP HORIZONTE TEMA: REACCIÓN DEL ESPÉCIMENALFA DE NEVADA A LA

ANOMALÍA DE MINGYONG

OBSERV: POR ORDEN DELGOBIERNO EN FUNCIONES ESTABASE EXTRAJO UNO DE LOSCUATRO ESPECÍMENESFALLECIDOS DE SU ESTADOCRIOGÉNICO PROFUNDO YPROLONGADO. ESTA BASEEXPUSO AL ESPÉCIMEN ALFA(PRIMER ESPÉCIMENRECUPERADO EN EL LUGAR DE LACOLISIÓN DE 1947) A AIREAMBIENTAL DENTRO DE UNASINSTALACIONES PARA LAREALIZACIÓN DE PRUEBASCONTROLADAS Y SEGURASACERCA DE LA PLAGA D+335.

CONTEXTO: LOS SUJETOS DEPRUEBA HUMANOS SE REANIMANTRAS UN TIEMPO MEDIO DE 60MINUTOS DESPUÉS DEL MOMENTODE LA MUERTE, CONVARIACIONES DEBIDAS A LATEMPERATURA DE LAHABITACIÓN (A MENORTEMPERATURA, MÁS LENTA ES LAREANIMACIÓN) Y POR LA CAUSANATURAL DE LA MUERTE (SINBRECHA EN LA EPIDERMIS). LAREANIMACIÓN DE HUMANOS CONBRECHAS EN LA EPIDERMISCAUSADAS POR LOS NO MUERTOSCERCA DE LAS ARTERIAS

PRINCIPALES SE HA PRODUCIDOEN MUCHOS CASOS AL CABO DEMENOS DE UNA HORA. MENOS DETREINTA MINUTOS PARA LOSSUJETOS DE MENOR TAMAÑO. RESUMEN: TRAS SALIR DELENTORNO CERRADO DECONSERVACIÓN EN CÁPSULACRIOGÉNICA, EL ESPÉCIMEN ALFAHA REACCIONADO DE INMEDIATOA LA ANOMALÍA DE MINGYONG YHA INICIADO UN PROCESO DEREANIMACIÓN INDICADO PORMOVIMIENTOS IRREGULARES YEMISIÓN DE RUIDOS BUCALES POREL ORIFICIO DE LA BOCA. EL

EQUIPO DE OBSERVACIÓN HACONSTATADO LA PLENAREANIMACIÓN AL CABO DE CINCOMINUTOS, DOCE SEGUNDOS. ELESPÉCIMEN ALFA SE SELECCIONÓPARA LA PRUEBA POR EL ESTADOEN EL QUE SE HALLABA SUCUERPO. LA MAYOR PARTE DELBAJO TORSO DEL ESPÉCIMEN

HABÍA DESAPARECIDO COMOCONSECUENCIA DE LAS HERIDASSUFRIDAS EN EL TIROTEO DE 1947. EL EXPERIMENTO TUVO COMORESULTADO DOS BAJAS.

EL ESPÉCIMEN ALFA —AUNQUELE FALTARAN LASEXTREMIDADES INFERIORES—FUE CAPAZ DE ABRIR LASPUERTAS DE ACERO DE LASINSTALACIONES DE PRUEBA DEMOTORES Y HA MATADO A DOSAGENTES DE OPERACIONESESPECIALES. A CONTINUACIÓN,LOS EQUIPOS AUXILIARES HANLOGRADO APLICARCONTRAMEDIDAS A LA CRIATURAY A LOS AGENTES QUE A SU VEZSE HABÍAN VUELTO A LEVANTAR.SE HA VISTO QUE LAS ARMASPEQUEÑAS ERAN INEFICACES ENEXTREMO. AUNQUE SEA DIFÍCIL

REALIZAR UNA ESTIMACIÓN DELA FUERZA DEMOSTRADA POR ELESPÉCIMEN ALFA, LA PUERTA DEACERO DESTRUIDA SE DISEÑÓPARA RESISTIR LASFLUCTUACIONES EN LA PRESIÓNDEL AIRE DEBIDAS A LA PRUEBADE MOTORES EXPERIMENTALES. UNA INFORMACIÓN RELEVANTE AEFECTOS TÁCTICOS ES QUE LASPERSONAS EXPUESTAS DEMANERA DIRECTA AL ESPÉCIMENALFA HAN SUFRIDO EFECTOSMÉDICOS DE SEGUNDO ORDEN.ASÍ, POR EJEMPLO, MIGRAÑAS YSÍNTOMAS DE FATIGA EXTREMA

EN TODO EL PERSONAL QUEESTUVO CERCA DE LA CRIATURADURANTE LOS DOCE MINUTOSQUE DURÓ LA REANIMACIÓN.DICHOS EFECTOS MÉDICOSDISMINUYERON DE INMEDIATOTAN PRONTO COMO SE DESTRUYÓEL CEREBRO DEL ESPÉCIMENALFA POR MEDIO DE UNLANZALLAMAS. OTRA INFORMACIÓN RELEVANTEA EFECTOS TÁCTICOS ES QUE LAREANIMACIÓN DE LOS DOSAGENTES DE OPERACIONESESPECIALES FALLECIDOS TUVOLUGAR CASI DE INMEDIATO. LOS

DOS AGENTES REANIMADOSMOSTRARON CARACTERÍSTICASSIMILARES A LAS DE LOS NOMUERTOS DE REFERENCIA QUEFUERON EXPUESTOS A ALTOSNIVELES DE RADIACIÓNPROCEDENTES DE LAS CIUDADESQUE FUERON DESTRUIDAS CONARMAS NUCLEARES TÁCTICAS. SEORDENÓ LA DESTRUCCIÓN DE LOSESPECÍMENES REANIMADOSCONJUNTAMENTE CON LA DELESPÉCIMEN ALFA. LOSESPECÍMENES BRAVO, CHARLIE YDELTA PERMANECEN ENCONSERVACIÓN SEGURAMEDIANTE EL FRÍO Y EN ELMOMENTO DE REALIZAR ESTA

TRANSMISIÓN AÚN NO HAN SIDOEXPUESTOS A LA ANOMALÍA DEMINGYONG. ALTO SECRETO // SAP HORIZONTE FIN DE LA TRANSMISIÓN DETEXTO BT AR

* * * El almirante Goettleman habló sinapartar los ojos del cable.

—Parece que todas nuestras teoríasestaban claramente equivocadas.Nuestros mejores cerebros apostaban aque la anomalía de Mingyong no tendríaningún efecto. Las dos criaturas estabanseparadas, como mínimo, por veinte milaños de evolución. ¿Este informeprocede de la Oficina de InteligenciaNaval?

—Sí, señor. Uno de sus analistas loescribió inmediatamente después delexperimento.

—¿Quién más lo sabe?—Los miembros del gobierno en

funciones, por supuesto, el personal delas instalaciones de Nevada, los restosdel aparato de Inteligencia, yo mismo, yahora también usted.

—Muy bien. Algunos de losoficiales de alto rango nos van a venirmuy pronto con preguntas. Tendremosque decirles que el experimento no se hapodido llevar a cabo porque hubocomplicaciones con la criogenia. Nocreo que convenga informarles de esteresultado.

Joe le expresó de mala gana sudesacuerdo.

—¿Y qué hay de la FuerzaExpedicionaria Clepsidra? Tendrían

más posibilidades de éxito si lesinformáramos de lo que puedenencontrarse. La criatura de ese informeno tenía piernas, y sin embargo suacción fue devastadora. Mató a dosmilitares con excelente preparación.Aunque no tuviera veinte mil años, elespécimen de Nevada estaba empapadoe imbuido de conservante, y pasódécadas congelado hasta que el factorque está provocando todo esto lorevivió. La criatura provocó daños muyserios... Eso es indiscutible.

El almirante Goettleman se quedósentado durante un minuto sin hablar,con los ojos clavados en el escritorio.

—Por el momento, mejor no decirnada. El Virginia debería llegar esta

misma noche a aguas hawaianas y notenemos ninguna necesidad de dar laalarma todavía. Antes de decirles lo quesabemos ahora, si es que se lo decimos,tendremos que tomar ese informe ytransformarlo en información utilizable.Por ejemplo: podría ocurrir que el fuegofuera la única forma de neutralizar aese... CHANG, o como se llame.Aunque el fuego no matarainstantáneamente al Espécimen Alfa, esel único medio validado para destruir lamateria gris reanimada..., acabamos deconfirmarlo. También estoy algo confusocon los efectos psicológicos que semencionaban en el informe. Vamos anecesitar más información. No tenemosninguna necesidad de levantar la liebre

sin haber analizado previamente losdatos.

—Muy bien, señor.—Vete a dormir, Joe, tienes pinta

de estar hecho una mierda. Son las tresde la mañana, descansa todo lo que tehaga falta. Gracias por venir con esto.Cuando tengas la oportunidad, no ahora,sino más tarde, ven a informarme sobrelas criaturas que llevamos en la popa.¿Cómo los llamaban? ¿Bourbon, o algopor el estilo?

—Carretera Elevada y Centro. Losllamaron así por el lugar donde loscapturaron. Cuando la explosión, elespécimen Centro recibió varios cientosde veces más radiación que CarreteraElevada. Nuestras cabezas pensantes se

dedican a medir los efectos. Dentro depoco se hallarán en las fases finales dela experimentación. Les alterarán lasfunciones cerebrales por medio de lacirugía. Además, tienen sospechas deque eso, sea lo que sea, les mejora lavisión.

—Sí, está bien, ya me lo acabaráde explicar cuando despierte. Mejor queahora se marche a dormir.

—De acuerdo, señor, nos vemosdentro de poco.

Joe se marchó del camarote, peropensaba con ideas propias. Estaba máspreocupado que nunca por los miembrosde Clepsidra. Además, circulabanrumores por el portaaviones. Se hablabade un muchacho que decía haber oído

los gimoteos de los no muertos(probablemente Centro o CarreteraElevada) en la popa a través delmamparo de una sala de ventilación.Tendría que informar al almiranteacerca de esos rumores en cuantohubiera dormido. Los talones de lasbotas de Joe resonaron sobre lasbaldosas azules y relucientes mientrasregresaba a la sala de reuniones decarácter reservado para destruir elinforme confidencial.

30

A bordo del Virginia

El capitán Larsen estaba sentado enla sala de controles. Todos losinstrumentos de navegación indicabanque el Virginia se encontraba frente a lacosta septentrional de Oahu. Eran las23.00 horas en tiempo local de Hawaii yreinaba la más absoluta oscuridad.

—Contramaestre, saca elperiscopio. Vamos a echar una ojeada.

—Sí, señor.El contramaestre de la armada

procedió a emplear la capacidad devisión nocturna del periscopio para

hacer un reconocimiento del litoral.—¿Qué es lo que ves?—Señor, hay fuego en la lejanía.

Podría cambiar a otro espectro, pero nocreo que nos sirviera de nada. Divisopalmeras inclinadas y derribadas ennuestra dirección, como si una explosiónlas hubiera abatido. Voy a echar unaojeada por la costa.

—Muy bien.El contramaestre recorrió

lentamente la costa con los ojos. Aunquese encontraran a más de un kilómetro ymedio de distancia, la imagen delperiscopio daba la impresión dehallarse a pocos metros. Sólo que...

—El periscopio tiene algún tipo deproblema, capitán —dijo el

contramaestre, todavía pegado a losvisores.

—¿Qué quieres decir?—La costa se ve como granulada.

No logro enfocar la imagen.—Aparta. —El contramaestre se

apartó del periscopio y dejó que elcapitán echase su primera mirada aOahu desde que, hacía tres años, habíallegado al puerto de la isla con otraembarcación, antes de que le confiaransu mando actual.

El capitán Larsen miró a través delas lentes, en dirección a la costa, yaguardó a que los ojos se leacostumbraran.

—Yo no veo nada, contramaestre,¿qué es lo que quieres decir?

—Capitán, la costa se ve comogranulada. Como si fallase algo en elprograma.

—Bueno, este año se me pasó lacita con el oculista, así que tal vez nome haya medicado como correspondía.Recuérdame que me haga una revisión sialgún día volvemos a la costa.

Se oyeron algunas risas entre losmarineros que se hallaban en la sala decontroles.

—Lo haré, señor.El capitán echó una mirada por la

sala en busca de ojos más jóvenes ydescubrió a Kil vestido con su mono.Sostenía una taza de café con la mano.

—Comandante, ¿por qué no echausted una mirada con sus ojos de

aviador?—En seguida, patrón —le dijo Kil

al capitán, en un intento por despertarleel sentido del humor al viejo.

—Creía haberle dicho que esto noes un navío mercante.

—Le pido disculpas, capitán, mehe dejado llevar por la costumbre —respondió Kil con media sonrisa alacercarse al periscopio.

Kil arrimó los ojos a los visores, almismo tiempo que el contramaestreajustaba la altura del aparato. Kil asintióa modo de expresión de gratitud y echóuna mirada.

—Ah, mierda.—¿Cuál es la situación?—Capitán, a su periscopio no le

pasa nada... lo que hay en la costa es unagran masa de criaturas. Los que no seanlo bastante afortunados como para tenervisión veinte-quince puedenconfundirlos con estática. Parece que loshay a millares.

—¡¿Cómo han podido enterarse deque estamos aquí?! ¡Hemos llegado enlo más negro de la noche, en unaporquería de submarino nuclear deataque rápido! —dijo el capitán, airado,dirigiéndose a todos los que se hallabanen la sala de controles.

—No creo que lo sepan, capitán.—Entonces, ¿cómo es esto?Kil se acercó a la pizarra y dibujó

una ilustración.

—Capitán, esto que he dibujado es

una representación esquemática deOahu. Aunque no sea completamentecircular, está claro que se trata de unaisla. Para entender por qué los nomuertos están en la costa septentrional,tendríamos que entender también porqué se mueven, y la manera rudimentariaque tienen de pensar, por así decirlo. Noquiero decir, por supuesto, que piensen

en el mismo sentido en el que pensamosnosotros, pero sí de la manera en quepiensa una de esas aspiradoras robot, oquizá como el juguete de un niño.¿Alguna vez ha oído usted el término«diáspora»?

Uno de los marineros levantó lamano y dijo:

—Yo soy judío. He leído sobre esetema.

—Bueno, pues entonces seimaginará usted muy bien a dónde quierollegar. A lo largo de mis viajes poráreas infestadas de no muertos, hedescubierto las prioridades por las quese rigen sus movimientos. La influencianúmero uno en la migración de nomuertos es el sonido. La número dos son

los estímulos visuales procedentes decriaturas que identifican como vivas. Yocreo que, si no hubiera sonido, sedispersarían siguiendo un patrónsemejante al de las ondas sobre el agua:hacia afuera, en todas direcciones.

El capitán parecía un estudiante enel aula de una facultad. De repente,había sentido interés por lo que leexplicaban.

—¿Me está diciendo que todos losno muertos se han dirigido a la costa?

—Dado que Oahu es una masa detierra relativamente pequeña, con unapoblación por kilómetro cuadradorelativamente grande, pienso que lo quehemos visto en la costa septentrional noes ninguna anomalía. Apuesto a que, si

navegáramos en torno a la isla,encontraríamos criaturas en todas lasplayas accesibles. Se han dispersadohasta donde han podido. Puede quealgunos grupos se hayan quedado en elinterior de la isla pero, por lo quehemos visto, es probable que la mayoríade los no muertos se encuentre en ellitoral. Lo extraño es que no entren enfase de hibernación, como muchos otrosque he encontrado, pero puede ser que elrumor de las olas los mantenga enmovimiento.

—De acuerdo, comandante.Suponiendo que sus hipótesis seancorrectas, ¿qué nos aconseja de cara a laincursión?

Kil respondió sin apenas vacilar.

—Si nuestra Fuerza deOperaciones Especiales lograratraspasar ese cinturón de no muertos,cabe la posibilidad de que los encuentreen densidad decreciente a medida que seaproxime al centro de la isla. Si es queno llaman demasiado la atención duranteel camino, por supuesto.

—Empieza usted a ganarse porderecho propio un puesto en nuestrosubmarino. Hasta ahora lo único quehacía era ocupar espacio de literas ybeberse nuestro café.

Los tripulantes que se hallaban enla sala de controles se rieron por lo bajoante el humor del capitán.

—Sí, señor. He empezado aganarme mi calificación para tripular un

submarino. Creo que ya me habrémerecido los delfines antes de queregresemos a los Estados Unidoscontinentales.

El capitán estuvo a punto deescupir el café que tenía en la boca.

—¡De eso ni hablar!Kil se imaginaba que las

respetuosas burlas que intercambiabacon el capitán elevarían la moral de latripulación. El submarino no teníaoficial ejecutivo y el viejo estabadesbordado porque tenía que restallar ellátigo y, al mismo tiempo, estarpendiente de la salud y el bienestar desus hombres.

—Contramaestre, ordena que elequipo del Scan Eagle prepare el

instrumental y se disponga para ellanzamiento del vehículo no tripuladomañana a la hora del alba. Vamos aechar una ojeada.

—Sí, mi capitán.Kil echó otra mirada por el

periscopio y lo enfocó. No le cabíaninguna duda: la costa septentrionalestaba abarrotada de criaturas queformaban una densa barrera de muerte.Le recordó a cuando era niño y jugaba ala cuerda humana.

«A la de tres, que pasen los vivos»,se imaginó que dirían las criaturas convoz rasposa y muerta mientras él lasveía dar vueltas por la playa.

31

Círculo Polar Ártico

Crusow estaba sentado y temblabapor el frío que le había helado la sangreal pie del barranco..., el mismo lugardonde, pocas horas antes, Bret habíahallado su destino. Crusow se habíapuesto unos calzoncillos largos aislantesy bebía sorbos de té caliente. Mark yKung estaban sentados a su lado. Larryles miraba desde el otro lado de la mesametálica de laboratorio. Llevaba puestauna mascarilla para proteger a losdemás de la seria enfermedad que aúnpadecía. Todos ellos oían la respiración

trabajosa de Larry; sus pulmonessonaban como si estuvieran llenos depiedras.

Entre violentas toses, cargó contraCrusow:

—¿Qué coño ha ocurrido? ¿Es quehabías bajado hasta allí para ajustaralguna cuenta pendiente?

—No. ¿Por qué no te calmas unpoco? Si no, te vas a fatigar... Si siguesasí, acabarás por encontrarte todavíapeor que ahora. Todos nosotros vemoscuál es tu estado.

Larry golpeó la mesa con los dospuños a la vez y acercó su rostro al deCrusow. No era fácil prever susreacciones, porque la mascarilla lecubría el rostro entero, salvo sus ojos

fríos, inyectados en sangre.—Yo estaba presente cuando Bret

dijo todo aquello sobre tu mujer. Vicómo te cabreaste. ¿Estás seguro de queuna parte de ese cabreo no salió a la luzmientras estabais allí abajo?

—Larry, mi mujer ha muerto. Y, sí,yo odiaba a Bret, porque era ungilipollas del ejército, igual que tú. Esono quiere decir que lo matara como a unanimal. No importa lo que dijera sobreTrish.

Larry retrocedió y volvió asentarse en el frío banco. Aunque lamayor parte de su rostro siguiera oculta,todo el mundo se dio cuenta de que surabia por la inesperada muerte de Bretempezaba a apaciguarse.

«Probablemente sufre delirios», pensóCrusow.

—Larry, nosotros no somosmilitares como tú. Sé que no tenéis porcostumbre hablar mucho acerca devosotros mismos y, en cualquier caso,no sabemos el verdadero motivo por elque estás aquí, pero yo creo que todavíaeres humano, a pesar del entrenamientoque has recibido. Por ejemplo, si fuerasun mamón egoísta como Bret, nollevarías esa mascarilla

Larry se puso bien la mascarilla yestrechó las correas.

—Bueno, es que, por muy capulloque seas, podemos darnos por muertossi te perdemos.

Mark intervino para calmar la

situación.—Larry, ésta es la conversación

más larga que te he oído desde que estásaquí, si exceptuamos las que has tenidocon tus compañeros militares. Ahoraestán todos muertos, muchacho, así quetendrás que abrirte más si quierestrabajar con nosotros.

Aunque ninguno de ellos pudieraver el rostro de Larry, los ojos de éstedelataban que Mark había logrado algúnefecto.

—¿Qué habíais venido a buscarantes de que empezara esta mierda? —preguntó Mark.

Larry se miró las manos y siguiócon los ojos su propio movimientomientras agarraba la taza de té.

—Núcleos de hielo. Lo quehacíamos era extraer una mierda denúcleos de hielo. Teníamos unasinstalaciones unos pocos kilómetroshacia el suroeste.

—¿Y cómo es que lo llevabais contanto secreto?

—No le había hablado de esto anadie porque firmé un contrato que mehabría mandado a la cárcel si llego ahablar —dijo Larry, y tosiópesadamente bajo la mascarilla—. ¿Osacordáis de que antes de que empezaraesta mierda hubo un gilipollas de la webesa de filtraciones que publicó unosdocumentos del gobierno? Le dieron loque se merecía, aunque no antes de quela economía empezara a derrumbarse.

No sé exactamente por qué extraíamosnúcleos de hielo, pero hay varias cosasque sí sé. Supongo que ahora que heconfirmado que el mundo entero estáhecho una mierda no me quedan motivospara no hablar. —Larry estaba pálido.Tenía todo el aspecto de necesitar unabolsa de suero intravenoso y veintehoras de cama.

—¿Pues entonces, a qué diablosesperas? Acaba de explicárnoslo —dijoMark.

—Yo, Bret y los demás tampocosabíamos mucho, solamente que el hielopodía ocultar un secreto relevante parala seguridad nacional. Pero no el hielode cualquier sitio. —Larry tuvo uninstante de vacilación, y luego se puso

en pie y anduvo cojeando hasta el otroextremo de la sala para quitarse lamascarilla y tomarse un trago de té.

Volvió a ponerse la mascarilla yregresó a la mesa.

—Los otros militares y yo mismoestábamos aquí por cuestiones deseguridad y para asegurarnos de que nohubiera filtraciones si aparecía algoraro. Nos dijeron que estuviéramospreparados para cualquier cosa.También nos informaron de que la genteque extraía los núcleos tenía órdenes dellegar hasta capas de veinte mil años deantigüedad.

»Nuestra cadena de mando nos lohabía dicho de manera muy clara.Querían el hielo de hacía veinte mil

años. Unos cientos más arriba o másabajo. Las órdenes provenían delConsejo Nacional de Seguridad de laCasa Blanca, directamente de losservicios de Inteligencia. Según parece,buscaban algo en esta región antes deque empezara la mierda. Yo no heencontrado nada que relacionara unacosa con la otra, pero el resto delpersonal autorizado, y yo también,sospechábamos que existía algún tipo deconexión. La proximidad temporal erademasiado sospechosa. La mitad de losciviles y militares que moraban en estasinstalaciones abandonaron el barcodurante la pasada primavera. Creo quealgunos de ellos estaban mejorinformados que yo. Eso es todo lo que

sé.—Maldita sea —dijo Crusow, y

escupió los restos de una cáscara desemilla de girasol en una tazadesechable marca Solo ya vacía—. ¿Noestarás pensando que la causa de todoesto salió del hielo?

—No sé cómo podría ser. Elmundo estaba abarrotado de no muertosy nosotros no logramos sacar nada delhielo, aparte de unas pocas muestras. Notuvimos tiempo para nada más, todo fuemuy rápido. Esos núcleos ahora inútilesestán guardados en ese contenedor,listos para transportarlos. No los vamosa transportar jamás. Yo no digo que algoque buscáramos fuera la causa de todaesta mierda, tan sólo que la cercanía

temporal entre una cosa y la otra esextraña. Nunca había visto que se dieranórdenes semejantes. —La tos de Larryempeoraba.

—Tienes mala pinta, como un gatoque se atraganta con una bola de pelo —observó Kung—. Descansa. Yo te llevo.

Larry asintió con la cabeza. Kunglo acompañó a su habitación ycomprobó que se acostara bien, mientrasCrusow y Mark finalizaban laconversación.

—¿Qué ocurre con esa historia delbarco? —preguntó Crusow.

—Bueno... mientras recuperábamoslos cadáveres, Larry ha estado pendientede la onda corta y ha puesto por escritouna petición que nos envió el barco.

Quieren que los ayudemos a reenviarmensajes a una de sus embarcacionesque ha partido en misión de rescate alPacífico.

—Nos vendría bien, Mark. Creoque tenemos que seguirles el juego. Sonel único salvavidas que hemos podidoencontrar. Puede que sean los únicosque aún tengan radios capaces decomunicarse con nosotros.

—Sí, yo pensaba lo mismo. En elpróximo contacto que tenemosprogramado nos van a pasar otroprograma de frecuencias, y puede queempiecen a mandarnos dentro de muypoco mensajes para reenviar —dijoMark.

—Esto sí que es una buena noticia,

tío. Si la armada ha puesto en marchaoperaciones de rescate, quiere decir queel mundo no está perdido del todo.

Mark contraatacó con su habitualpesimismo.

—No, el mundo, no... Tan sólo loestamos nosotros, unos pobres capullosatrapados en el interior del CírculoPolar Ártico y en la oscuridad.

—Siempre puedo contar contigo,Mark. Si mantienes el ánimo, tenominaré como candidato paraayudarme a transformar los cadáveres encombustible.

—Vete a la puta mierda.—Eh, si no lo haces tú, tendrá que

hacerlo Kung.—Kung lo hará. Teniendo en cuenta

de dónde ha salido, tiene suerte de nofigurar en Bodies: The Exhibition.

—Ah, ese chiste ha sido atroz,incluso para ti.

—Me esfuerzo mucho.

Un kilómetro al norte de la costade Oahu

Estamos ya en la última fase deelaboración de los planes. El objetivose encuentra a más de catorce kilómetroshacia el interior, en una dirección quecorresponde aproximadamente al sur.Saien y yo estaremos conectados conellos para brindarles nuestro apoyo víala red de voz de la Fuerza deOperaciones Especiales. Tendríamosque poder orientarles en algo, aunque

nos quedemos aquí atrás con elequipamiento. Sabiendo lo que sé acercade las criaturas, no envidio a esoshombres. Van a salir de noche, pero,dadas las distancias, probablemente vana tardar un par de días en ir y volver.Otro factor es la radiación. Antes de quese marchen, me presentaré formalmentey les hablaré de las criaturasirradiadas...; si me escuchan. No es quehayan tenido muchas ganas de hablar conSaien ni conmigo desde que llegamos enhelicóptero.

Al haber trabajado antes comooperador de radio, he sabido movermeen la sala de radios, y también herecuperado la práctica de montar redesde radio rudimentarias. A la sala de aquí

le falta personal, y por ello no me costónada convencer al oficial decomunicaciones en funciones, unSubteniente de Navío, de que podríavenirles bien mi ayuda. Tuvimos elcircuito de alta frecuencia instalado enseguida y contactamos con una base quenunca habría pensado que pudieraservirnos como repetidor.

Una base en el Ártico, un hombrellamado Crusow, nos ayuda ahora aretransmitir los mensajes desde elportaaviones hasta el submarino. Elportaaviones no ha tenido suerte con lascomunicaciones directas y la gente deesa base tan alejada en el norte pareceencantada de ofrecernos ayuda. Apartede las comunicaciones ordinarias que

esperaba que nos enviaran desde elportaaviones (área general deoperaciones, etc.), también he recibidomensajes personales de John. Me hapedido que empecemos una partida deajedrez y me ha mandado el primermovimiento por medio de esa base. Heapuntado su movimiento y voy apreparar el tablero, y le enviaré el míocon la próxima transmisión. Siempre esuna alegría recibir noticias del hogar.

32

Costa septentrional de Oahu

—Contramaestre, ¿cómo está elsol? —preguntó Larsen.

—En el horizonte, señor, no va adurar mucho —respondió elcontramaestre de la armada, el Sr.Rowe.

—Muy bien, llévanos arriba.E l Virginia emergió en seguida, a

media milla náutica de las hermosasplayas hawaianas de la costaseptentrional de Oahu. A aquelladistancia, la situación en la costa eramuy clara.

La escotilla se abrió y permitió quela brisa marina entrara. Los no muertoshawaianos eran ya algo más que unaimagen en los instrumentos delsubmarino. Sus gemidos recorrían ladistancia y se abrían camino entre lasespumas hasta llegar a oídos de latripulación. El submarino parecíaamplificar el sonido como cuandoatamos latas de sopa a los dos extremosde una cuerda.

Lo que se oía no era simplementeintranquilizador.

—¡Calla, cierra esa maldita! —gritó un marinero, al tiempo que secubría los oídos con las manos.

—¡Y tú cierra esa boca! —bramóLarsen.

Los gimoteos no cesaban. Kil y elcapitán se encaramaron por laescalerilla, subieron por la torreta ysalieron al aire libre. Se valieron deunos prismáticos para estudiar lasituación y aprovecharon los últimosrayos de sol procedentes del oeste.

—¿Cree usted que saben queestamos aquí? —preguntó Larsen.

—Probablemente. Tienen sentidode la vista... No sé muy bien cómo lesfunciona, pero lo tienen. No obstante,probablemente, no es eso lo que nos hadelatado. Oyen rematadamente bien, nome pregunte usted cómo. Debemos dehaber hecho ruido al emerger, ¿verdad?—dijo Kil.

—No mucho, pero un poco, sí.

—Pásemelos, por favor —dijo Kil,y alargó la mano para que le diera losprismáticos.

Kil echó una larga mirada de unextremo al otro de la playa y observó alas criaturas. Aunque en un momentocomo aquel no tuviera ninguna gracia,pensó que, si se tomaba el tiemponecesario para concentrarse y bizqueabaun poco, tal vez distinguiera unas pocascamisas hawaianas entre la multitud.Contuvo una carcajada y le devolvió losprismáticos a Larsen.

—Bueno, usted está aquí comoasesor, y espero que me asesore —espetó Larsen.

—Ya he dejado bien clara miposición, capitán. Son dieciséis

kilómetros en línea recta desde aquíhasta la entrada de la cueva, unas pocashoras en las instalaciones para ponerlotodo a punto, y luego otros dieciséiskilómetros de vuelta. Yo no puedo decirde ningún modo que este viaje de treintay dos kilómetros, con el único objetivode tomar el control de unas instalacionesque tal vez no contribuyan a esta misión,merezca todos los riesgos que comporta.El Virginia dispone de instrumentos deobservación que puedenproporcionarnos toda la información quenecesitamos.

Larsen se tomó un momento parasopesar sus argumentos y luego dijo:

—La Base Aérea de Wheeler yKunia no están precisamente cerca de la

costa. Usted mismo dijo que esascriaturas debían de haberse alejado delcentro de la isla, y que se habríanconcentrado en su mayoría a lo largo delas playas.

—Puede ser —dijo Kil—. Si meequivocara, nuestra Fuerza deOperaciones Especiales podría versecercada por unos pocos millares decriaturas radiactivas. Me he equivocadootras veces.

—Tomo nota.—¿Le han informado del número

exacto de bombas nucleares queestallaron aquí hace casi un año?

—Los informes dicen que sólo una.Sobre Honolulu soplan vientos fuertes.La lluvia radiactiva debió de ser

moderada. Hoy, el estado de la mar nosha impedido salir a la superficie ylanzar los Scan Eagles. Haremos volaral pajarito con los infrarrojos estamisma noche, cuando el equipo llegue ala costa.

—Doy por sentado que, de todosmodos, irán con trajes aislantes.¿Verdad que sí?

—Correcto. También llevarándosímetros y medirán a intervalosregulares la radiación a la que estánexpuestos. La bomba detonó en el sur dela isla, unos cincuenta kilómetros alsureste de aquí, sobre el centro de laciudad, a más o menos cincuenta metrosde altitud. Lo más probable es que elviento haya empujado la mayor parte de

la radiación en dirección al este, haciael mar.

—El pulso electromagnéticotransportado por esa corriente de aire selo pondrá más difícil para conseguirmedios de transporte. Tal vez hayaquemado los circuitos electrónicos delos coches —dijo Kil.

—Es usted un deprimente hijo deperra, Kil.

—Puede ser, pero sobreviví en elcontinente durante casi un año mientrasusted estaba la mar de cómodo en susubmarino.

—Eso sí se lo concedo —dijoLarsen.

—No quiero que nadie me concedanada, capitán. No pido cuartel ni lo

concedo.

El equipo de cuatro hombres seencontraba en la inestable cubierta delsubmarino, al aire libre, y contemplabalas aguas hawaianas iluminadas por laluna. Lo normal era que en aquellaépoca del año las olas fuesen más altas.Los encargados de la aeronave notripulada también estaban en cubierta ypreparaban el aparato para sulanzamiento.

Se llamaban Rex, Huck, Griff yRico. No eran sus nombres de verdad,pero los militares no habían abandonadosus hábitos, ni siquiera durante elArmagedón. Los nombres no tenían yamucha importancia y, con todo, seguían

llamándose por sus denominaciones enclave.

El intérprete de chino que viajabaen el submarino salió por la escotillacon la mochila abarrotada de manualesclasificados que contenían informaciónacerca de la cueva. Asintió con gestoamistoso a los miembros del equipo,enfrascados en preparar el material queiban a llevarse. Aunque su verdaderonombre fuese Benjamin, el equipo lohabía bautizado en seguida como elRojillo, aunque fuera un muchachoblanco de veinticuatro años, procedentede Boston, que jamás había puesto pieen territorio chino ni en el de ningúnotro país comunista. Había aprendido elchino que sabía en Monterey, California,

después de que lo seleccionaran paraservir como especialista en lenguas enlos servicios criptológicos de laarmada.

Antes de salir al aire libre, losoperativos habían pasado un ratosentados en compañía del hombre con elque habían volado hasta el submarino ydel compañero de éste, procedente delOriente Medio.

—Ante todo, querría deciros queno pretendo, en absoluto, deciros cómotenéis que llevar a cabo vuestra misión.Tan sólo quiero plantearos algunos delos problemas que encontré y explicaroslo más básico sobre cómo sobrevivídurante el tiempo en el que tuve quedesplazarme a pie por los dominios de

los no muertos en Louisiana y en Texas.Seguro que algunas de las cosas que oscontaré ya las tenéis perfectamentedominadas, por ser quienes sois, por serlo que sois. Con todo, en la soledad demis viajes tomé notas que tal vez osresulten útiles en el camino hasta lasinstalaciones de la cueva.

Kil tuvo buen cuidado de noexplicarles que había llevado un diariodetallado de todo lo que le ocurría, y serefería a sus anotaciones como sihubieran sido meros apuntes.

Empezó a recitar algunas de lasprincipales lecciones que habíaaprendido, una parte de las cuales sehabía escrito literalmente con sangre.

—Avanzad durante la noche...; por

supuesto que eso ya lo sabíais, perotengo que recalcarlo, porque es elprimer punto de mi lista. Igual quenosotros, ven mal cuando es de noche, ylos anteojos de visión nocturna os daránventaja sobre ellos. Comprobad amenudo que las carabinas estén encondiciones de disparar. No voy ainsistir sobre ello. Dormid lejos delsuelo. A menos que contéis con unpelotón que monte guardia en torno avosotros, es peligroso dormir encualquier sitio que se encuentre alalcance de las criaturas. Os encontrarán.Deteneos a menudo y escuchad. Seguidrutas paralelas a las carreteras y noentréis en las más anchas. Por el motivoque sea, las carreteras principales atraen

a esas criaturas. Llevad mucha agua enel cuerpo. Eso quiere decir que, si tenéisagua a mano, lo mejor es bebérsela.Llevad las armas siempre lubricadas,porque en cualquier momento tendréisque emplearlas. Yo tuve que utilizaraceite de motor con la mía después deun accidente de helicóptero. Protegeoslos ojos..., es probable que puedaninfectaros si os salpican en la cara.

El equipo le escuchaba concortesía, pero Kil tenía la sensación deque tan sólo le seguían la corriente.

—Si no os queda más remedio quebuscar refugio sin poder separaros delsuelo, buscadlo en lo alto de una colina,y dentro de un coche o camión, y tenedbien agarrado el freno de mano. De ese

modo, si os tienen rodeados, podréisquitarle el freno y bajar en punto muerto,y así escaparéis del peligro. En pequeñonúmero no constituyen una verdaderaamenaza, pero, si son más de diez,podrán reventar el coche en el que osencontréis y sacaros de dentro, igual queharíais vosotros al quitarle la cáscara aun bogavante. No sé el motivo, peroalgunas de las criaturas que he matadotan sólo cayeron al dispararles a lacabeza por segunda vez.

Uno de los muchachos del equipole interrumpió con una pregunta:

—¿Cuántos dices que llegaste aencontrar a la vez?

La pregunta molestó a Kil; eraevidente que el hombre no se había

leído bien los informes. Kil tomó alientoy dijo:

—Te llamas Huck, ¿verdad?—Sí, ése soy yo.—Verás, Huck, Saien y yo nos

encontramos con un enjambre entero enel camino de vuelta. La organización conla que estábamos en contacto en esemomento me informó de que el enjambresuperaba los quinientos mil miembros.

—¿Y cómo coño lograstesobrevivir? —preguntó Huck conescepticismo.

—Es una larga historia. Intervienenen ella un tanque Abrams, una aeronaveno tripulada Reaper con bombas dedoscientos treinta kilogramos guiadaspor láser, un puente, y la suerte. Ya te lo

contaré otro día.De pronto, el equipo de incursión

estaba atento a lo que explicaba Kil. Elpeligro del que Saien y él mismo habíanescapado en el continente era de unamagnitud tal como para no dejarsupervivientes.

—Algunos detalles menores. Enestos momentos, todos los perros debende haberse asilvestrado. Yo los evitaría.Los he visto atacar a los no muertosnada más verlos. También podríanatacaros a vosotros, no lo sé. Si osatacaran, podrían infectaros con la carnemuerta que tal vez llevarán en lasmandíbulas. Ahora os diré lo último,pero no lo menos importante, y haced elfavor de prestarme atención: una bomba

nuclear estalló hace meses sobreHonolulu. El capitán Larsen piensa queel ciclo climático hawaiano podríahaber arrastrado una parte de laspartículas radiactivas en dirección alPacífico. Con todo, os recomiendo queevitéis todos los objetos grandes ymetálicos, como autobuses escolares ytractores con remolque, si se hallaban enla línea de visión de la explosiónnuclear. Lo más probable es que esténradiactivos como un camión debomberos en Chernóbil. Pero no es esteúltimo lo que más tiene quepreocuparos. Por motivos quedesconocemos, la radiación tiene unprofundo efecto sobre las criaturas.

Huck le interrumpió de nuevo.

—Hemos leído en los informes deInteligencia que se vuelven algo másrápidas. No tendremos problemas coneso.

—Vale, Huck, como parece que yalo sabes todo, ¿por qué no te pones tú almando de esta misión? Mi trabajo convosotros ha terminado... Buena suerte.

—Huck, cierra la boca de una vez,coño, y déjale que hable —dijo uno delos otros hombres—. Yo estoy tomandonotas y no me importa una puta mierdalo que pienses tú sobre los informes deInteligencia. Yo sigo escuchando.Quédate, por favor, y acaba decontárnoslo.

Kil ya se lo había esperado y sevolvió para proseguir como si no

hubiera ocurrido nada.—Muy bien, entonces, como os

decía, la radiación los vuelve muyveloces y más inteligentes. Pero notendréis que preocuparos tan sólo por suvelocidad. Diréis que me he vuelto loco,y me dará igual, pero la noche que...Esperad un segundo, dejadme que lobusque.

Kil revolvió sus notas en busca deun incidente específico que tal vez leencendiera la bombilla a Huck.

—Está aquí. Yo huía y me refugiéen una casa abandonada. Mientrasmiraba lo que podía encontrar por elpiso de abajo, se me cayó algo quellevaba en la mochila y alerté así de mipresencia a una criatura que estaba

fuera. La criatura agarró una hachuela yse puso a golpear la puerta con ella parapoder entrar. Aquella misma nocheescapé por una ventana del piso dearriba. Al día siguiente había trepado alo alto de un autobús escolar para ponera salvo mis cosas y entonces la mismacriatura me atacó con la hachuela. Supeque era la misma criatura porque el díaantes me había arriesgado a echarle unaojeada por el ojo de la cerradura. No mecupo ninguna duda de que era distinta delas demás. Las he visto correr, y a vecesrazonar, al menos en un nivel muyrudimentario. También los he vistohacerse los muertos después de que lespegase un tiro. Perdí un marine a susmanos a bordo de un guardacostas, una

embarcación de la que se habíaadueñado un pequeño número de nomuertos irradiados. Yo digo que los quetienen habilidad son el diez por cientosuperdotado, porque he visto que uno decada diez son distintos. También querríaañadir algo que no puedo demostrar,pero que tal vez tenga algunaimportancia. Esta isla sufrió el ataquenuclear en su centro de población.Apuesto a que mi teoría del diez porciento, que sí es apropiada para elcontinente, no se aplicará en esta isla; laproporción de criaturas irradiadas serámucho más alto. Podría ser que aquíestuvieran irradiadas tres o cuatro decada diez.

El mismo que momentos antes le

había defendido contra Huck saltó consu propia pregunta:

—Me llamo Rex, quizá no teacuerdes. Querría preguntarte por tuexperiencia en movimiento y evasión.¿Hay algo especial acerca de nuestramanera de movernos que tengamos quesaber?

—Buena pregunta. La mejormanera de evitar sorpresas es quemantengáis siempre un área de seguridadde tres metros de diámetro a vuestroalrededor. Ya me entendéis, la clase desorpresas que lo agarran a uno y loarrastran hacia la ventanilla de un coche,o cortan manos de un mordisco al abrirla nevera de un colmado en ruinas.

—¿Eh? —respondió Rex, confuso.

Kil prosiguió.—Puede que esto se contradiga con

todo lo que aprendisteis antes de que losmuertos caminaran. Tenéis tendencia amantener el cuerpo pegado a todo lo quepueda cubriros, a paredes y demás. Siactuáis de ese modo al luchar contraesas criaturas, podéis morir. ¿Qué clasede dispositivos de visión nocturnaempleáis?

—Empleamos PVS-15 y PVS-23.También llevamos una mira híbrida:visión nocturna con visión térmica. Esbuena para la identificación visual decuerpos calientes. ¿Por qué?

—Probablemente ya lo sabéis, perolos ojos de los no muertos no se van areflejar en vuestros anteojos como los

de un ser vivo. Ése es un motivo paraque no os guiéis por la visión térmica.

—Entiendo.Kil se acercó a los hombres y les

estrechó la mano.—Buena suerte, muchachos. Os la

deseo en serio.—Gracias, comandante.Habían cargado ya todo el equipo y

la lancha estaba a punto paratrasladarlos a la costa. El capelláncastrense entró en el área donde sepreparaba la Fuerza de OperacionesEspeciales y pidió que se le permitierahablar con los hombres antes de que semarcharan.

—Sé que algunos de vosotros ya nocreéis en Dios, pero hay otros que sí, y

yo sé que sigo creyendo en Él, y querríaofrecer una plegaria con vosotros,muchachos, si no os importa. Un rezopor que volváis sanos y salvos.

—Adelante —dijo Rex.—Roguemos. —Los hombres

inclinaron la cabeza. El capellánprosiguió—. Señor, estos hombrescaminarán dentro de poco por el vallede la muerte. Dales fuerzas para que noteman a la maldad. Guíalos en su misióny devuélvelos sanos y salvos alVirginia. Sabemos que, si ésa es tuvoluntad, lo conseguirán. En nombre deNuestro Señor Jesucristo, amén.

Se oyeron unos pocos «amenes»dispersos, pero incluso estos erandébiles. Ver que los muertos dan caza a

todas las personas que has amado es unaexperiencia que tiende a echar a perdertu perspectiva religiosa y te convierterápidamente al culto del MonstruoEspagueti Volador. Con todo, siemprese concedía a los capellanes castrensesel tiempo que solicitaban; al fin y alcabo, podría ocurrir que nosequivocáramos con Dios. Era mejorseguirle la corriente al capellán y evitarrelámpagos perdidos.

—Vale, muchachos, y ahora, idrápidos como el diablo —dijo Larsen.

Tras dirigirle al capitán unasentimiento de conformidad, Rex guió asus hombres a la zona de taquillas paraque se pusieran los trajes protectoresantes de salir al aire libre.

Kil sabía que lo más probable eraque ninguno de aquellos hombresregresara con vida. «Seguro que losmandan allí por algún motivo que nodicen», pensó. Aun cuando sus deberesno le permitieran bajar a la costa y loobligaran a quedarse a salvo en elsubmarino, no perdía de vista lapequeña armería. Se dio cuenta de queSaien hacía lo mismo. «Nunca se sabe.»

—Rico, ¿cómo va la zódiac? —dijo Rex con la voz amortiguada por lamáscara protectora.

—Con el depósito lleno y a puntopara partir.

—Lánzala al agua.Rico y Huck empujaron la parte

frontal de la lancha desde la cubierta delsubmarino hasta el océano. Detrás de latorreta, el equipo encargado de laaeronave no tripulada lanzó su pequeñoingenio de reconocimiento al cielonocturno mediante un sistemaprovisional de catapulta. El sonido delpequeño motor de gas apenas si se oíaentre el estruendo de las criaturas que sehallaban en la costa. La aeronave notripulada se elevó a los cielos de Oahu.

Rex pasó al otro lado de la torretapara hablar con los encargados de laaeronave.

—Gracias, tíos, os estamos muyagradecidos. Decidles de nuestra parte alos pilotos que están abajo que lesdeseamos lo mejor y les damos las

gracias por estar pendientes de nosotros.—Lo haremos, señor, que tengan

buena suerte.—Vosotros también. Que tengáis un

buen día.Rex subió a la lancha. Arrancó al

primer intento. Era una buena señal.

33

El Hotel 23 — sureste de Texas

La Fuerza Expedicionaria Fénixadoptó un ritmo de vida confortable. Noera nada malo de por sí, pero Doc temíaque pudieran encontrarse en peligro sise relajaban. El lugar donde seencontraban era seguro y no teníanningún indicio de que Remoto Seis loshubiera descubierto. No había nadie enla Fuerza Expedicionaria Fénix quesupiera mucho acerca de Remoto Seis;todos ellos habían leído los informes yse habían dado cuenta de las grandeslagunas que se encontraban en los datos.

Hacía una semana, Doc habíaempezado con las sesiones deentrenamiento en lanzamiento de misiles.En un primer momento, los ejercicioshabían sido muy impopulares entre losotros tres. Doc los despertaba acualquier hora para que practicaran ellanzamiento contra un objetivo ficticio.Pero había llegado el momento en el queempezaban a acostumbrarse a lassesiones de entrenamiento y entendíanlas razones por las que se hacían. Dochabía tenido razón desde el principio...:la orden de lanzamiento podía llegarlessin previo aviso.

La noche anterior, Disco y Hawsehabían salido al otro lado de la

alambrada para examinar las compuertasdel silo. Al llegar, vieron que habíanquedado ocultas bajo el follaje y queestaban cubiertas de redes de camuflajegastadas y estropeadas.

—Hawse, quita esa mierda deencima de las compuertas. Yo te cubriré.

—¿Qué? ¿Tú te crees que voy aconfiar en que un tío del ejército meguarde las espaldas mientras hago estetrabajo de contrato basura? —dijoHawse entre risas.

—Lo que a ti te parezca, tíocalentorro. ¿A ti te gustó que abrieranlas puertas del ejército a loshomosexuales declarados antes de queempezara esta mierda? —dijo Disco.

—Me quedé felicísimo, joder. Así

me tocan más mujeres. Mientras no measusten a los caballos, me importa unpepino lo que hagan el resto de tíos delcuartel.

—Acaba de despejar la compuertay así nos podremos marchar de aq...

Ambos oyeron un sonido...demasiado fuerte como para que hubierasido el viento.

—¿Qué ha sido eso? —dijo Disco,casi en susurros.

—Mierda. Prepárate, Disco, yocontrolo el este, tú el oeste.

—Sí.Observaron sus respectivas áreas

en busca de movimiento.—No están muy lejos, quédate

cerca de las compuertas del silo —dijo

Disco.Pasaron unos minutos. El viento

cobró fuerza y agitó los árboles en una yotra dirección en un radio de diezmetros.

—He visto algo —le dijo Disco aHawse, en voz baja, sin volver el rostro.

Al instante, Hawse se apostóhombro con hombro al lado de Disco.Empuñó la carabina y activó el láserinfrarrojo.

—¿Dónde está, tío? —preguntó.Disco levantó su propia carabina y

activó el láser.—Allí, mira. ¿Qué coño es eso?Una nube se apartó y dejó a la vista

una luna llena que iluminó todo el lugar.En situaciones de estrés como ésa, las

mentes de los hombres tienen tendenciaa degradarse y desquiciarse. Así que,por supuesto, el primer impulso deHawse fue tirar del gatillo.

Se oyeron los sonidos sordos delos disparos.

Las balas se hundieron en carne; elsonido era trágicamente familiar. Lacriatura avanzó hacia ellos desde lapenumbra que envolvía a los árboles.Instintivamente, Disco y Hawsedispararon tres cartuchos contra elcráneo de la criatura; la cabeza de estaexplotó, y los trozos podridos del terciosuperior saltaron hacia el cielonocturno. La criatura cayó al suelo a tresmetros de donde estaban ellos, y pocodespués se oyó el sonido de las astillas

del cráneo que descendían entre elfollaje.

—¡Qué puta mierda! —exclamóHawse.

—Tío, cállate. ¿Es que quieres quevengan todavía más? No grites.

—Disculpa, es que esta vez lohemos tenido muy cerca. ¿Puede ser quenos acechara? Ese sonido... Y hedisparado tan sólo porque he sentidoque alguien me miraba.

—Yo también lo he oído —dijoDisco.

—Vale, joder. Cúbreme de nuevo.Voy a despejar las compuertas y luegonos marchamos. Puede que sean losnervios, pero tengo la sensación de quevuelven a observarme.

—Mira esa criatura. Parece nueva—comentó Disco, al tiempo quecontemplaba el cadáver.

—Concéntrate. Mantente adistancia; quizá sea radiactivo. Los deInteligencia dijeron que las bombas losconservaban... y los volvían máspeligrosos.

Hawse despejó la compuerta, quitóla maleza y las redes de camuflaje, yapartó la tierra y las piedras. Ambosregresaron al Hotel 23 a marchaacelerada, sin pensar en los muertos quepudieran observarlos entre los árboles,ni en la compuerta que habían dejadolimpia y que podía descubrir cualquiera(o cualquier cosa) que espiara desde loalto.

Remoto SeisDos semanas después de que

empezara la plaga

—¿Situación? —gritaba una vozentre las sombras.

—Bueno, hum, podríamos decirque las ciudades han quedadoinhabitables.

—Explíquese mejor.—Pero bueno, por Dios bendito,

¿qué coño quiere usted que le explique?D.C., Nueva York, Atlanta, Los Ángeles,Seattle...; no hay nada que explicar.¡Todo el mundo ha muerto! —Eloperador pulsó una secuencia debotones en la pantalla táctil y apareció

la imagen por satélite de una metrópolisinsular. Manipuló la escala, mientras laominosa figura que asomaba por detrásde su hombro izquierdo miraba.

El operador contempló el conjuntoy luego agrandó la imagen de Manhattan.

Los escombros dispersos y losesporádicos incendios daban forma a laescena que aparecía en las pantallas.Lentas figuras caminaban pesadamentepor entre el humo y deambulaban por lascalles. Ambos se fijaron en unmovimiento más rápido: un pequeñogrupo de supervivientes, armados conbates de béisbol, se movían en torno alas criaturas, por entre los cochesabandonados.

La mecánica orbital del satélite de

reconocimiento que se encontraba sobreNueva York hizo que el visionado de lasimágenes adoptara un ángulo extraño.

Los dos hombres observaron ensilencio a los supervivientes. «Estáncondenados.» El fenómeno se difundíacon excesiva rapidez y no había ningúnlugar donde pudieran refugiarse. ElTúnel de Lincoln vomitaba humo por susdos extremos. Los aviones de combatehabían destruido ya los puentes en unintento fallido por impedir quecontinuara el contagio. Habían cerradoel establo después de que el caballohuyera.

Las escasas noticias que aún seretransmitían habían informado de queincluso las personas que morían por

causas naturales se levantaban también.Los hombres de Remoto Seis no sabíancómo explicarse aquel fenómeno. Losanalistas de datos habían formulado unaúnica hipótesis: todo el que se hayaexpuesto al aire libre debe detransportar dentro de su cuerpo,durmiente, la causa de la anomalía.

La negra figura que estaba en piefrente a las pantallas que informaban dela situación era conocida por el nombrede Dios. Allí, los nombres de verdaderan inútiles y quedaban ocultos bajo untabú. Los nombres código que les habíandado tenían como función el representarde manera aproximada las posiciones delas personas que designaban.

Dios había iniciado su carrera en la

dirección de operaciones de la CIA, yhabía concebido y ejecutado programasde operaciones secretas dentro delterritorio de Estados Unidos. Le habíanentrenado los mejores, los más brutales.Su maestro había muerto hacía tiempo, ytenía el dudoso pero altamente secretohonor de haber creado las reglas dejuego por las que se había regido laOperación Northwoods, un programa defalsos atentados terroristas dentro deEstados Unidos para asesinar civiles yculpar a elementos radicales. Supropósito era suscitar el apoyo de laopinión pública de cara a una invasiónmilitar de Cuba.

Dios era un prodigio de verdaderatiranía. Su organización secreta había

invertido el dinero necesario para quenacieran Google y otros gigantes deDARPAnet. En los niveles más elevadosde inteligencia secreta, su organismo, encolaboración con la Agencia deSeguridad Nacional, tenía accesodirecto y sin cortapisas a todo: correoelectrónico privado, búsquedas depersonas individuales en la web..., todo.La antigua identidad de Dios habíadesaparecido y, en algún lugar deVirginia, la había reemplazado unaestrella en la pared. Poco después deque desapareciera, se le dio la orden deque se pusiera al mando de lo que tansólo unos pocos miembros del gobiernoconocían bajo el nombre de RemotoSeis. Sólo Dios sabía lo demás.

En las altas esferas había muchoslaboratorios secretos de ideas quetrabajaban tan sólo en obtenerinformación. Remoto Seis también, porsupuesto, pero, además, también llevabaa cabo misiones. Podía tomardecisiones, y realizar operacionescinéticas con los recursos y el poder queles otorgaban unas autoridadestemerosas. Personas que no queríanensuciarse las manos ni conocer losdetalles. Este nodo de toma encubiertade decisiones no se encontraba en unlugar cercano al Distrito de Columbia.Su existencia transcurría lejos del radarpolítico y de la influencia de posiblescanallas y de políticos soñadores reciénelegidos. Remoto Seis había sido

fundado antes de la segunda guerramundial y había tenido un papel en todo,desde el lanzamiento de la bombaatómica sobre Japón hasta el asesinatode oficiales del ejército norvietnamitadentro del Programa Fénix, pasando poroperaciones de desestabilizaciónsimilares y más recientes en el PróximoOriente. Remoto Seis tomaba lasdecisiones importantes. La separaciónde poderes garantizaba el equilibrioentre estos y la fachada de gobiernoconstitucional, pero entidades secretascomo Remoto Seis tiraban de los hilostras el telón del mago.

En las entrañas de Remoto Seishabía dos sistemas gemelos decomputadores cuánticos avanzados bajo

control de Dios. Discos duros múltiplesy redundantes de hologramas cuánticospreservaban la totalidad delconocimiento humano, desde lastécnicas necesarias para hacer fuegohasta los detalles del gran colisionadorde hadrones, y mucho más.

Todas las canciones jamáscompuestas y todas las películas jamásfilmadas se habían almacenado yarchivado allí. Se realizabanexploraciones periódicas de la totalidadde Internet y todo quedaba registradotambién mediante el almacenamientocuántico. Aunque la humanidaddesapareciera, sus preciososconocimientos científicos y su arte nodesaparecerían.

Un indicador de mensaje entranteapareció en la pantalla plana. Estabadirigido al jefe de la base. Dios seacercó a la pantalla que parpadeaba y leordenó a un asistente que imprimiera eldocumento. En cuanto el mensaje hubosalido de la impresora, Dios se puso aleer.

«La situación es catastrófica eirreversible. El paquete de opcionesPetición R6 se ha cargado por todos losmedios viables en el LAN de la Sala deSeguimiento del Pentágono II.»

Dios se rió con fuerza, porque seimaginó al presidente al otro extremo dela transmisión, en la base alternativa delas montañas de Shenandoah, cagado demiedo. Haría lo que le dijesen, al menos

de momento. Dios se encargaría deintroducir la información en los cuantos.

Posibilidades de origen vírico:90,3%

Posibilidades de origen distinto:9,7%

**Error de +/— 2,4% **falta dedatos

¿Desea usted otro análisis? S/N—INPUT población EEUU:

320.520.068INPUT porcentaje de infección:

100%OUTPUT tomando como base la

situación de las infraestructuras, losinventarios de recursos de la nación y

los datos archivados sobre el clima.Posibilidad de que los no muertos

sean mayoría dentro de treinta días:100% Posibilidad de que los no muertossean mayoría dentro de quince días:94,3% ¿Desea usted otro análisis? S/N

—INPUT población estadounidense

por ciudades / cincuenta más pobladasINPUT pregunta: ¿Cuántas

ciudades entre las más pobladas habráque destruir para que los no muertossigan siendo minoría en el día treinta?

OUTPUT tomando como base el55,2% de conversión por día: veinte

Ciudades que hay que destruir paraque los no muertos sigan siendo minoríaen el día treinta: 276

OUTPUT tomando como base ladensidad de no muertos en la vecindadde los centros de las ciudades y en eldespliegue adecuado del armamentotermonuclear.

¿Desea usted otro análisis? S/N

Dios tenía ya sus cálculos: loscuantos nunca se equivocaban. Cada vezque recibían output automático, eracomo una puñalada de las fuertes.Incluso en situaciones en las que disentirde los cuantos parecía la única opciónviable, el tiempo acababa siempre pordarle la razón a la presciencia de lainteligencia artificial. En la primeradécada del siglo XXI, los cuantoshabían aconsejado que no se iniciara una

guerra de larga duración en Iraq, y luegocontra la inyección de estímulos en unaeconomía que se venía abajo.

Aquellos cabrones gemelos estabanconectados a Internet, SIP, JWICS,VORTEX, NSAnet, y a todas las redesextranjeras del mundo, aun cuandotuviesen que descifrarlas de cualquiermanera. Capturaban información entiempo real y podían hacer tremebundasestimaciones sobre problemas que nadiesabía que existían. Los cuantos estabanconectados incluso con el espectro delas frecuencias de radio, y analizabanlas llamadas por móvil y otros tipos detransmisiones. Estaban diseñados paracomprender el habla humana y presentarun output basado en la sintaxis normal

de la lengua hablada. Se rumoreaba porRemoto Seis que los dos computadorescuánticos, si coordinaban sus esfuerzos,eran capaces de predecir con acierto loque iba a suceder durante los próximosseis meses mediante el espionaje de losdiferentes nodos y la conexión entrefrases que revelaban el subconsciente engran cantidad de mensajes de texto quecirculaban por Internet.

No tardaría en llegar otro mensajeal escritorio de Dios, y su tema sería«Horizonte». Ah, sí, Dios lo sabía todosobre el pequeño esqueleto. Su equipodirectivo había estado en contacto conlos científicos de Mingyong por mediode correspondencia encriptada. Toda lainformación proporcionada por el

Programa Horizonte se analizaría luegoy se introduciría en los cuantos, pese atodos los esfuerzos de los agentes deciberdefensa de la Comisión MilitarCentral china. Pero todavía no. Iba aestar ocupado con la destrucción deciudades, que realizaría por medio deintermediarios.

A un kilómetro de la costa deHawaii

Es la hora de empezar. El equipode operaciones especiales acaba departir. Las aeronaves no tripuladas ScanEagle están en el aire, y Saien y yo nosencargamos de controlar la recepción deimágenes en infrarrojos. Aunque losaparatos estén estabilizados con

giroscopios, la imagen que recibimos notiene una calidad comparable a la delPredator. La ventaja es que estaspequeñas aeronaves se pueden lanzardesde la cubierta de un submarino y noexigen mucho mantenimiento nicombustible.

Hoy mismo nos han reenviado unmensaje de Tara en el que me ponía alcorriente de lo que sucede en elportaaviones. También ha tenido laamabilidad de indicarnos el movimientode John sobre el tablero de ajedrez.

La amo, y ahora me doy cuenta másque nunca. Ojalá pudiese superar lasbarreras que me impiden expresárselode manera más abierta, aunque fuera tansólo sobre esta hoja de papel.

Al pasar tanto tiempo lejos de ella,mis sentimientos se vuelven todavía másintensos, porque tengo un vacío en elpecho desde el momento en el que dejéuna parte de mí mismo a bordo delportaaviones. Haré todo lo que puedapor volver entero y no infectado, porabrazarla de nuevo.

Aunque no soy el típico tíoemotivo, al ver partir a esos hombreshacia la isla lo he sentido por ellos.Puede que no vayan a tener tanta suertecomo yo. Casi me siento culpable, comosi hubiese una determinada cantidad desuerte en el mundo y yo la hubieragastado casi toda. Para aclararme lasideas, voy a regresar a mi camarote, yemplearé un tiempo en trazar el

movimiento de John sobre el tablero yplanear la respuesta. Así pasaré el ratohasta que me necesiten. Su jugada másreciente tiene un aspecto muy extraño.Voy a tener que adivinar qué es lo queha querido decirme. Hasta ahora, meenviaba movimientos del tipo:

«John contra Kil: K a 3C»Pero su último movimiento consiste

en una serie de combinaciones con esteaspecto:

«John contra Kil: W&I pg34 pl34BT pg34 pl55»

Y la combinación se alargabastante más.

Voy a tener que pasar un rato frenteal tablero para averiguar lo que haquerido decir. Ha mandado demasiadas

combinaciones como para que puedanentenderse como un único movimientode ajedrez. Quizá haya habido algúnproblema con la transmisión.

Máximo dominadas: 10Flexiones de brazos: 902,5 km en la cinta ergométrica:

10,58

A treinta mil metros sobreterritorio chino

Muy por encima de la Tierra, uningenio volador con forma de triángulose desplazaba a Mach 6. Sus sensoresestaban pendientes de lo que ocurría entierra, en la República Popular China.

—Aquí Mar Profundo llamando a

la base, Bohai, cambio.La voz retransmitida sonaba

maquinal y amortiguada, porque elpiloto hablaba con la máscara deoxígeno puesta.

—Indique altitud, Mar Profundo.—Mar Profundo a treinta mil

metros, Mach seis punto uno.—Recibido, Mar Profundo, hoy

vamos un poco lentos. ¿Cómo está elvisionado?

—Las cámaras están giradas, no hahabido cambios desde la última misión.Un veinte por ciento de Beijing sigue enllamas, ni rastro de detonaciones noconvencionales al alcance del sensor.Sigue intacta, Base.

—Recibido. ¿Cree que podría ir

hoy mismo hasta Moscú, Mar Profundo?—A Base, eso serían treinta y dos

mil millas náuticas de vuelo. Podríallegar en treinta y ocho minutos.¿Prioridad uno?

—No, Mar Profundo, esta vez no esprioritario.

—Recibido, Base, me mantengo enla prioridad indicada por el gobierno enfunciones.

—Entendido, Mar Profundo, sóloqueríamos saber si tendría tiempo.

La nave negra prosiguió con supatrulla hipersónica sobre las regionesde Bohai, en China. El piloto apuntó lacámara multiespectral a la plaza deTiananmen para obtener una calibraciónóptica e inició el cambio de la visión

eléctrica a la térmica. Los cientos demillares de no muertos andantes estabanfríos. Entonces, el piloto empezó aintroducir la contraseña de la pantallamultifuncional para acceder a lascoordenadas de las instalaciones. Elpiloto sabía que se trataba de un lugardonde, en lo más profundo de susentrañas, se ocultaba un secreto tanclasificado que el mero acceso a suconocimiento, sin autorización previa,habría sido motivo suficiente para quelo mataran. Incluso antes de la anomalía.

Pronto, tal vez al cabo de unasemana, la Fuerza ExpedicionariaClepsidra entraría en Bohai y, por lotanto, en aguas chinas. El piloto tendríaque hacerse cargo de una última

prioridad en la misma área, una misiónde apoyo a Clepsidra que coincidiría enel tiempo con la incursión. Después, yano sería seguro permanecer allí,teniendo en cuenta lo que se habíaplaneado para la extracción de la FuerzaExpedicionaria.

El pajarito prosiguió con su ruta dereconocimiento y sacó millares defotografías digitales e imágenes devídeo en alta resolución que seanalizarían y se entregarían al gobiernoen funciones. A continuacióndescenderían por el escalafón delejército hasta llegar a manos de laFuerza Expedicionaria Clepsidra paraque ésta pudiese planear su misión.Todo conocimiento de la existencia de

la aeronave que pilotaba, e incluso desus capacidades, había quedadosepultado bajo un programa especial deacceso que había costado billones dedólares, en un tiempo en el que losacrónimos y nombres código delgobierno aún contaban para algo.

34

A bordo del George Washington

El Dr. Dennis Bricker se limpió elsudor de la frente con la bata y añadióotro punto al codo del niño. Jan leayudaba, pues conocía bien al paciente.

—Tienes que ir con más cuidado,Danny. Este barco es peligroso. Podríashaberte partido la cabeza por la mitad.

Danny no quería mirarla a los ojos.Jan había adoptado el rol de tía durantelos meses en los que habían sobrevividojuntos en el Hotel 23.

—Lo siento, Jan. Es que me estabadivirtiendo y jugaba a ser un zombie.

—¿A qué dices que jugabas?¿Cómo se te ha ocurrido? —le preguntóJan mientras el Dr. Bricker le cosía otropunto a Danny y le arrancaba una muecade dolor.

—¡Ay! —Danny dio una pequeñasacudida—. Bueno, es que jugamosporque es divertido. Así mis amigos nopasan tanto miedo por la noche. —Bricker le escuchaba y analizaba suspalabras y sus gestos.

—¿Miedo de qué, Danny?—Miedo de los zombies del barco.—Danny, cariño... Mira, aquí no

hay zombies. Están muy lejos de aquí, enla costa.

Bricker le dio el último punto ydijo:

—Muy bien, jovencito, ya hemosterminado. Ni se te ocurra volver ahacerte daño; como casi no nos quedahilo, la próxima vez te pondré grapas.¿Lo has entendido?

A Danny se le agrandaron los ojostan sólo con pensarlo.

—Gracias, Dr. Bricker. Gracias,Jan. ¿Puedo marcharme ya?

—Sí, cariño, ya hemos terminado—dijo Jan con voz tranquilizadora.

Danny saltó de la mesa, volvió aponerse la camiseta por la cabeza ysalió por la puerta. Por el ritmo de suspisadas, supieron que se había echado acorrer tan pronto como la puerta estuvocerrada.

—Volverá —predijo Bricker.

Jan suspiró.—Sí, lo sé.—Sabes, Jan, no es la primera vez

que oigo decir que hay criaturas abordo. Este portaaviones mide más detrescientos metros de largo, más desetenta y cinco de ancho, y siete de susniveles se encuentran bajo el agua. Esenorme. Tiene muchos lugares que no hevisto nunca.

—¿No me dirás en serio que elejército los tiene aquí escondidos ¿Conqué propósito?

Bricker se quitó la mascarilla y lasgafas, y miró a Jan.

—Antes de que llegaras, de vez encuando me ordenaban que hiciese cosasraras y que no se lo contara a nadie. Has

trabajado aquí lo suficiente como paraque no tenga remilgos en decírtelo. Cadacierto tiempo, un miembro de latripulación me traía muestras de masacerebral y me pedía que las analizara.Todavía guardo algunas de esasmuestras. Yo les dije que las habíadestruido después de analizarlas.Apenas si puedo hacer nada más que unestudio celular normal, porque nodisponemos de microscopio electrónico,pero ahora mismo trabajamos en ello. Amí tan sólo me ordenaron un examenmédico ordinario, pero les hice pruebasque iban mucho más allá.

Jan dejó resbalar el cuerpo sobreel taburete de acero inoxidable y se pusoen pie.

—¿Por ejemplo?—Bueno, para empezar, utilicé el

géiger médico. La materia cerebralregistraba notables picos de radiación.No eran suficientes para hacerle daño anadie, porque la muestra de cerebro erademasiado pequeña, pero sí pararevelarme varias cosas. Lo suficientepara saber que el trozo de cerebroprocedía de un lóbulo frontal queprobablemente había pertenecido a unade esas criaturas. No una de las quecaminan pesadamente...; una de lasirradiadas. Lo más alarmante de todoera que nadie había llevado a cabo unreconocimiento en el continente, ni unaoperación de captura durante las dossemanas previas a la recepción de la

muestra. Estaba muy fría cuando ladejaron a mi cargo... había salido de unrefrigerador. Estaba mucho más fría quela temperatura ambiente de lahabitación; recuerdo que lo expliqué enmi informe.

—Bueno, ¿y qué vamos a hacer?—Nada, Jan. No haremos nada y

nos preocuparemos de nuestros propiosasuntos. No serviría de nada quelevantáramos la liebre.

Jan, indignada, salió de laenfermería sin sacarse la bata ni deciradiós.

Bricker le gritó cuando estaba en elpasillo:

—Jan, esto tiene que quedar entrenosotros. ¿De acuerdo?

Jan sintió la tentación de arrearleun manotazo a Bricker, pero su buensentido le dijo que no habría servidopara nada.

35

Fuerza Expedicionaria Clepsidra —Hawaii

La lancha llegó a las arenas deOahu a una velocidad de veinte nudos ylos operativos que viajaban en lapequeña embarcación se llevaron unabuena sacudida. Rico se enjugó laespuma que se le habían metido en elcapuchón y en los anteojos de visiónnocturna, y empezó a disparar. Otrascarabinas silenciadas siguieron suejemplo. La visión distorsionada por elcapuchón no les permitía disparar bien,pero los no muertos no notaban la

diferencia y se desplomaban sobre laarena, y la espuma los cubría.

Se abrieron camino hacia elinterior. Se valían de la oscuridad paraesquivar a muchas de las criaturas.Empleaban armas de rayos láserinfrarrojos para localizar a sus víctimasy para no disparar dos veces contra lamisma criatura. Los hombres matabansistemáticamente, por grupos. El Rojillorecargaba las armas siempre que podía.

Anduvieron con gran esfuerzo haciael interior y encontraron por el caminolos restos de una gran embarcación devela, víctima de un tsunami o de una olatraicionera. Criaturas muydescompuestas colgaban de sus puertas,escotillas y jarcias rotas. Siguieron

adelante.La aeronave no tripulada que se

hallaba en lo alto les informó de que nohabía hordas al otro lado de laembarcación pero que, de todos modos,la concentración de no muertos en ellugar era elevada. No poseía la mismaeficacia que un Predator, pero tendríaque bastarles. Aun cuando hubierancontado con uno, habrían necesitado unequipo de personas muy numeroso, asícomo un aeródromo de verdad, paraproceder a su lanzamiento y ulteriorrecuperación. Desde luego que nohabrían tenido suficiente con el escasoespacio de popa de un submarinonuclear de ataque rápido. El Scan Eaglevolaba bajo y los hombres oían el

reconfortante murmullo de su pequeñomotor. También lo oirían los no muertos.

Griff indicó la dirección:—Uno-cinco-uno grados hacia el

objetivo. Catorce kilómetros y medio.—Recibido, Griff, encárgate de

mantenernos en ruta —dijo Rex.Les llegó otra transmisión...;

oyeron la voz de Kil.—El Scan Eagle os ha encontrado a

un kilómetro y medio de la costa. Altadensidad a lo largo de otros treskilómetros hasta que hayáis dejado atrásel cinturón de criaturas. Tan sólo vemoscuatro etiquetas luminosas. ¿Alguno devosotros lleva la etiqueta cubierta?

Rex detuvo al grupo y éste adoptóinstintivamente una formación de

defensa en la que todos los operativosmiraban hacia fuera, unos a espaldas deotros, para proteger al miembro másvalioso del equipo: el Rojillo.

—Bueno, muchachos, ya habéisoído lo que dicen desde el submarino.Comprobad que la etiqueta luminosaesté bien. Tienen que vernos para poderavisarnos de las amenazas.

Los cinco hombres apagaron losinfrarrojos de sus respectivas armas yuna luz verde inundó sus anteojos devisión nocturna. Buscaron la tira decinta de 2,5 × 2,5 centímetros quereflejaba los infrarrojos y delataba suposición a la aeronave no tripulada quese hallaba en lo alto.

—Mierda, era yo. Lo siento. —

Huck arrancó el velcro con la banderaestadounidense estampada que lecerraba la manga del traje protector ydejó al descubierto la etiqueta luminosaque le había quedado debajo.

—Esto es el karma por lo mamónque eres, tío —le respondió Rico, queno perdía ni una sola oportunidad dehumillar a Huck.

—Virginia, ¿a cuántos veis ahora?—preguntó Rex por la radio.

—Vamos bien, ahora ya os vemos alos cinco. Cambio... Atención, osrecomiendo que caminéis en direcciónuno-ocho-cero hasta que hayáisrecorrido otro kilómetro. Grupo muynumeroso más adelante, uno-cinco-cero,a trescientos metros de vuestra posición.

—Recibido, los esquivaremos —contestó Rex.

Los hombres se desviaron máshacia el sur para evitar a la masa de nomuertos. Rex le echó una ojeada alsensor de radiación portátil que llevabaen el cinturón. Los niveles eran altos,pero no superaban la capacidadprotectora de sus trajes. Kunia estaba amenos de dieciséis kilómetros islaadentro y, de acuerdo con los modelosque reproducían la explosión, sehallaban dentro de los parámetros desupervivencia, siempre que los trajes nose deteriorasen.

Ojalá no sucediera tal cosa.—Tangos a treinta metros, disparad

—dijo Rico a los demás. Rex disparó un

cartucho y derribó a un niño no muerto.Se obligó a sí mismo a expulsar aquelfragmento de horror de su cerebro parapoder matar al que venía después.

«Clic.»«La jodida alimentación doble»,

pensó. Rex soltó el cargador, abrió elcerrojo de un tirón y metió los dedos porel brocal del cargador. Lo manoseó sinquitarse los guantes antirradiación, hastaque por fin logró que los dos cartuchosestropeados saltaran al suelo. Rex metióotro cargador justo antes de que Ricodisparase y arrojara trozos de carneradiactiva contra el capuchón del propioRex. Éste le hizo un gesto con la cabezaa Rico mientras se limpiaba la máscara.«Mejor pringado que muerto.»

El peso de las municiones quellevaban en la mochila, por sí solo, eraabrumador, pero disminuyó en cuestiónde minutos a medida que se sucedían losatroces tiroteos y las retiradas tácticas.El mismo motivo se repitió y repitiódurante la mayor parte de la noche.Avanzaron durante horas por el cálido yaccidentado terreno de Hawaii ymataron cuando no les quedó otroremedio, mientras que en la mayor partede los casos dieron rodeos.

A medianoche, llegaron a la rectafinal de los casi dieciséis kilómetros demarcha hasta los túneles. Solamente lavelocidad y capacidad de maniobra desus carabinas cortas y silenciadas lossalvaron de morir descuartizados. El

apoyo de la aeronave no tripuladatambién debió de salvarles la vida enmedia docena de ocasiones durante elcamino. Rex se maravilló de lavelocidad y ferocidad de las criaturas, yse estremeció ante cada uno de losataques a la carrera que intentaroncontra el equipo. Abrumados por lafatiga y sudorosos bajo los atuendosprotectores, llegaron por fin a Kunia.

El aparcamiento del túnel estabatan abarrotado como habría podidoestarlo en un día normal de trabajo. Otrade las reliquias de un mundo muerto.Los coches, cubiertos de polvo,reposaban en posiciones varias sobre lasuperficie pavimentada delaparcamiento. Algunos de ellos se

habían quemado por completo hacíatiempo. El intenso calor había fundido lapintura y la goma y había agrietado loscristales de los coches vecinos. En todoel aparcamiento casi no había nomuertos, salvo por unos pocosextraviados que daban vueltas por lasescaleras que conducían a la cueva.

El equipo formó cerca de uno delos peñascos que marcaban los límitesdel aparcamiento y se preparó paralanzar un asalto contra el túnel.

—Bueno, Rojillo, empecemos denuevo —pidió Rex.

—Sí, señor. Esas puertas que seencuentran en lo alto de las escalerasdan paso a un túnel de cuatrocientosmetros que va por el interior de la

colina. Al final del túnel hay un controlde acceso a la derecha. Tendremos quebuscar una manera de pasarlo; son unaspuertas que van desde el techo hasta elsuelo. Si la electricidad aún funcionara,mi insignia de agente de Inteligencia lasabriría. En cuanto hayamos logradopasar las puertas, encontraremos a unlado los generadores, y al otro nuestroobjetivo. En resumen: cuatrocientosmetros de túnel, giramos a la derecha,giramos a la izquierda. El lugar quebuscamos está a la izquierda. Losgeneradores están al otro extremo, a laderecha.

Consultaron los mapas dibujados amano y compararon las ubicaciones delobjetivo. Todos ellos tenían copias

plastificadas que les habíanproporcionado a bordo del Virginia. Undisparo con silenciador interrumpió elsilencio...; había sido el Rojillo.

Una criatura se desplomóestrepitosamente unos pocos metros másallá de un coche aparcado.

La radio crepitó con el tono desincronización de un mensaje encriptadodel Virginia:

—Clepsidra, esto es un aviso,hemos visto movimiento frente a laspuertas. Un pequeño flujo de criaturas,unas cincuenta, agitándose. Si se acercanpeligrosamente, informaremos.Responded antes de entrar en el túnel,vamos a perder toda posibilidad decomunicarnos una vez estéis dentro.

—Recibido, Virginia —contestóRex—. Rojillo, vamos a entrar ahoramismo en el túnel. Camina siempre entrenosotros y, por el amor de Dios, no se teocurra morirte. Si te mueres, Larsen noshará papilla a nosotros.

—Sí, señor.Los hombres ascendieron por la

larga escalera que conducía hasta elpuesto de guardia. Mientras subían,encontraron cuerpos sobre losescalones. Los había que aún seretorcían, mutilados. El géiger emitíauna alarma muy leve. Los escalonesestaban forrados de metal yprobablemente éste había absorbidograndes cantidades de radiación cuandola bomba estalló en Honolulu. Los cinco

corrieron a gran velocidad escalerasarriba para escapar de la radiactividadque les corroía los trajes.

Al llegar a lo alto, el Rojilloseñaló a pocos metros de distancia unagarita que se hallaba enfrente de laspuertas del túnel.

—Ése es el puesto de guardia.Un centinela no muerto se

encontraba en el interior, con el rifle deasalto cruzado todavía sobre el pecho.Hacía tiempo que los labios se le habíanpodrido hasta desaparecer. Parecía quesonriera a los hombres que seencontraban al otro lado del cristalantibalas, pero se trataba tan sólo de unailusión; la criatura no veía nada ni teníanoticia alguna de su presencia. A duras

penas podían ellos ver a la criatura através de la capa de residuos de carnepodrida que cubría la ventana del puestode guardia. El calor hawaiano habíacocido a fuego lento a la criatura duranteaquellos meses.

—Insignias de agente deInteligencia visitante. En esa esquina deallí hay un montón. Las insignias devisitante otorgaban pleno acceso y dudoque cambiaran los códigos de cuatrodígitos que empleaban. Yo meencargaba de acompañar a los VIP porlas instalaciones. Senadores, almirantes,generales..., todo el mundo. Osllevaríais una sorpresa si supieraiscuántos de ellos eran incapaces de abrirlas puertas de seguridad y tenían que

darme a mí los códigos de visitante y lasinsignias para que los ayudara a entrar ysalir. Las insignias con número parempleaban el código 1952 y las imparesel 1949. No me cabe ninguna duda deque el interior se habrá quedado sinelectricidad, pero no estaría mal que noslleváramos alguna, porque así, cuandologremos restablecer en cierta medida elflujo eléctrico, nos servirán paramantener abiertas las puertas deseguridad.

—De acuerdo. Rico, mata alguardia y saca esas insignias.

Rico asintió y dio una ruidosapatada en la puerta. Ésta no se movió,pero la criatura sí reaccionó, y golpeó lapuerta a su vez. El sonido de la carne

podrida contra la puerta le dio arcadasal Rojillo, quien dobló el cuerpo, perono llegó a vomitar.

—¿Saco la llave maestra? —preguntó Rico.

—Todavía no. Rojillo, ¿cómovamos a abrir las puertas de la cueva?

—Espera un segundo —dijo elRojillo entre arcada y arcada—. Allí,cerca de la puerta, hay un acceso manualque se abre con manivela. Hay uncandado que lo cierra. La llave y lamanivela están dentro del puesto deguardia.

—Joder, ¿estás seguro? —dijo Rexcon la voz cargada de tensión.

—Sí, señor, estoy seguro. Montéguardia aquí cuando era novato. Están en

el suelo, debajo del escritorio. Teníaque comprobar dónde estaban cuandohacíamos simulaciones de falloeléctrico.

—¡Rico, la llave maestra! —exclamó Rex.

—¡Todo el mundo atrás, listos paraactuar! —Rico sacó una escopetaRemington de cañones recortados de lafunda de cuero que llevaba a la espalday le levantó el seguro. Siempre tenía uncartucho a punto. Tiró del gatillo e hizoastillas la puerta de madera de la garitajusto al lado del cerrojo. En el lugardonde había estado el picaporte quedótan sólo un agujero. Rico dio otra patadamuy fuerte en la puerta.

Se abrió hacia adentro y derribó a

la criatura al suelo, de bruces. Esta tratóde levantarse, pero Rico sacó elmachete que llevaba en el cinturón y loclavó por detrás de su cráneo blando ymedio podrido. Tuvo buen cuidado deno emplear demasiada fuerza, porquetenía miedo de dañar la punta del armasi llegaba a salir por la frente ygolpeaba el suelo de hormigón.Inmovilizó el cráneo con la suela de labota, le arrancó el machete y lo secó enel asiento de la garita. Si no hubieranllevado los trajes puestos, el olor habríasido tremendo.

—¡A ver, aquí tenemos cincoinsignias, pero ninguna manivela! —gritó Rico en la puerta. Sabía que notenía ningún sentido permanecer en

silencio después del disparo con laescopeta.

Huck apartó la mirada del sectorque cubría y se arriesgó a echar unaojeada escalera abajo.

—Rex, vienen por nosotros, tío,están al pie de la escalera —dijo sinalterarse.

Rex corrió al puesto de guardiapara ayudar a Rico a buscar la manivela.

—Agárralas, Rico. Tenemos quemarcharnos de aquí. Ya suben por lasescaleras.

Rico y Rex salieron corriendo de lagarita y miraron al Rojillo, con rabia enlos ojos.

—¿Qué coño significa esto,Rojillo?

—¡No lo sé, estaba allí! —dijo elRojillo, nervioso, al tiempo que seajustaba los anteojos de visión nocturnay miraba en derredor.

Griff estaba en lo alto de lasescaleras, con el arma a punto, yapuntaba a las criaturas que subían.Vigiló mientras los demás corrían a lapuerta y trataban de abrirla con losdedos...; la puerta era de acero y medíacinco metros de altura.

El Rojillo corrió hasta el otroextremo de la enorme puerta y se dio ungolpe muy fuerte en la pantorrilla.

—¡Mierda! Me he hecho daño —gritó, y miró hacia el suelo—. ¡Estáaquí!

La manivela se había quedado

puesta en el panel hidráulico. El Rojillola hizo girar todo lo rápido que pudo; lapuerta crujió y chirrió. A cada girocompleto de manivela se abría un cuartode centímetro; aquello iba a ser muylento. Trocitos de herrumbre saltaban delos goznes de la gigantesca puerta amedida que los batientes, poco a poco,entre crujidos, se abrían hacia amboslados.

Griff gritó de nuevo al grupo desdelo alto de las escaleras, pocos metrosmás allá.

—¡Voy a disparar, sondemasiados! ¡Treinta segundos!

Era todo lo que les quedaba antesde que se desatara el infierno y los nomuertos empezaran a subir por las

escaleras para hacerlos pedazos. Habíatan sólo quince metros desde lo alto delas escaleras hasta las puertas que elRojillo, febrilmente, trataba de abrir. Elresquicio ya tenía varios centímetros deanchura. Griff disparaba sin cesar yamontonaba cadáveres sobre losescalones. Con disparos quirúrgicos,neutralizaba a las criaturas que sabíaque caerían en la dirección másadecuada para bloquear a las que veníandespués, y así ganaba tiempo.

El Rojillo le dio vueltas a lamanivela hasta que los músculos lefallaron.

—Mis brazos ya no pueden más...,que alguien me sustituya.

Huck le sustituyó en la manivela y

la hizo girar con pánico por su vida. Elresquicio era ya de unos treintacentímetros.

Griff gritó de nuevo:—¡Rojillo, ven aquí, coño, y ponte

a disparar!—¡Disparando! —respondió el

Rojillo, en un intento por imitar labrevedad con que les había oídocomunicarse de camino hacia la cueva.

—¡Mucho cuidado, Rojillo, yretrocede si los tienes a menos de tresmetros! —le recordó Rex, al tiempo quecubría a Huck.

El Rojillo y Griff dispararon conlas carabinas silenciadas. Algunos delos cartuchos pasaron a través de lascriaturas y rebotaron en los escalones de

hormigón, y dieron contra el techo demetal y los coches aparcados. Lascriaturas prosiguieron con su implacablemarcha escaleras arriba.

Los no muertos se acercaron tantoque Rex vio que Griff los embestía conel cañón de su arma y los empujabahacia atrás. El silenciador se habíacalentado tanto con la expulsión degases que la carne de la criatura crepitócon el contacto antes de que Griff tirasedel gatillo. Una lluvia de sesos roció losescalones que se encontraban más abajoy el cuerpo del monstruo derribó avarios otros por las escaleras delinfierno. De no ser por la oscuridad,todos ellos habrían muerto. Tanta era larapidez de las criaturas.

—Dos pasos hacia atrás, Rojillo.Están avanzando.

El Rojillo obedeció, pero no dejóde disparar.

—Ya se ha abierto lo suficiente —dijo Rex desde cerca de la puerta—.¡Todo el mundo adentro!

El Rojillo y Griff caminaron haciaatrás y dispararon hasta llegar a lapuerta. Uno tras otro, se quitaron lasmochilas y las arrojaron por elresquicio. Rex había despejado el áreaque se encontraba inmediatamentedespués de las puertas, pero no tenía niidea de lo que podía acechar más allá enel interior del túnel. Como tan sólocontaban con la luz de luna y losanteojos de visión nocturna, más allá de

quince metros únicamente veían un colorverde oscuro. No tenía tiempo paraencender los infrarrojos de la mira delarma y descubrir lo que pudieraesconderse en la oscuridad.

El Rojillo estrujó el cuerpo parapasar entre las puertas y acceder a lacueva. El interior olía a muerte y amoho. Pensó que tal vez hubiesecriaturas en la cercanía.

—Ahora que estamos al otro lado,¿cómo vamos a cerrar las puertas?

Los muertos se habían puesto achillar.

Los cinco se encontraban ya en eltúnel, la puerta se había quedadoinmovilizada con una abertura decuarenta y cinco centímetros. Rex miró

al otro lado y vio dar vueltas a lascriaturas. El puesto de guardia ya estabaabarrotado y Rex sabía que no tardaríanen meterse por la entrada de la cueva.

—¿Alguien tiene alguna idea? —preguntó Rex.

La radio crepitó.—Clepsidra, Scan Eagle nos indica

que un enjambre se mueve por vuestrazona. Parece que las criaturas empiezana concentrarse en vuestra posición —dijo una voz desconocida por la red.

—Recibido —dijo Rex con cara deexasperación—. No me jodas.

Rico empezó a disparar con lacarabina contra las criaturas que sehallaban al otro lado de las puertas.Éstas empezaban a sentir curiosidad.

Como la puerta había quedado abiertaen un ángulo desafortunado, tenía quesacar por completo el torso paracontrolar los disparos.

Al mirar por el túnel con losinfrarrojos, Huck descubrió un colchóncon almohada incorporada, apoyado enla pared sobre un somier.

—Rex, échame una mano con esto.Trabaron el colchón en posición

vertical dentro del resquicio de cuarentay cinco centímetros en el mismomomento en el que una criatura tratabade meter la cabeza. Encajaba bien, perono era más que una solución temporal.

—Tendremos que apuntalarlo contoda la mierda que tengamos a manopara que no puedan empujarlo —dijo

Rex a los demás.Se desplegaron todos en el área

inmediata y buscaron escombros ocualquier tipo de material que pudieraemplearse para montar una barricadatras la puerta. El Rojillo empezó aadentrarse en el túnel.

—No te vayas muy lejos, Rojillo...,el viejo me ha ordenado que no te pierdade vista —dijo Rex.

—Sí, señor, desde luego. Veo algomás adelante.

Un cochecito de golf. Rex siguió alRojillo para verlo más de cerca. Elcochecito funcionaba con baterías y sehabía empleado para transportar a losVIP de un extremo a otro del largo túnelsubterráneo. Estaba marcado con un

cartel separable que mostraba un fondoazul y cuatro estrellas blancas.

—Parece que el último que viajócon esto tenía cuatro estrellas. Vamos aempujarlo hasta la puerta —propusoRex, al tiempo que pisaba el pedal yquitaba el freno.

Actuaron con rapidez y empujaronel cochecito entre los dos hasta llegar ala entrada. Los cinco hombres gruñeronal unísono, levantaron el vehículo y locolocaron paralelo a la puerta. Lopusieron justo detrás del colchón quefrenaba el torrente de no muertos. Rexvolvió a echarle el freno parainmovilizarlo allí. Se oía el retumbar depuños huesudos contra la puerta. Loshombres formaron un círculo para poner

en orden sus ideas.—Virginia, aquí Clepsidra.

Estamos dentro..., no perdáis de vista lapuerta. Si los veis entrar, pegadnos ungrito. Uno de nosotros se va a quedarcerca de la puerta para mantener lacomunicación —transmitió Rex.

La respuesta les llegó algo débil,pero comprensible.

—Recibido, Clepsidra. Estoy enello. —Esta vez era la voz de Kil; Rexno puso cara de exasperación.

El mismo hecho de que hubieranlogrado llegar a la cueva era notable depor sí. Estaban allí, y un colchón y uncochecito de golf eran lo único que losseparaba de una no muerte segura, enuna isla devastada y radiactiva, dentro

de una instalación de alto secreto quehabía dejado de funcionar. Un díasencillo.

Kil estaba en la sala de control yordenó a los pilotos de la aeronave notripulada que ajustaran su órbita sobre lapuerta de la cueva, como se les habíapedido. Uno de los hombres se tomó malla orden y Kil tuvo que disciplinarle conla amenaza de mandarlo a él en personaa la entrada de la cueva para montarguardia. Kil estaba nervioso por lasituación que podía darse sobre elterreno a dieciséis kilómetros de allí,pero tuvo buen cuidado de transmitirconfianza por la radio. Había leídolibros acerca de la misión del Apolo

XIII y se acordaba de lo importante quehabía sido para la central mantener lacalma en las conversaciones con losastronautas. Aunque no corriera peligroen el submarino, aún comprendía lanecesidad de transmitir confianza aquienes la necesitaban.

Pasaron quince minutos antes deque Kil les mandara una actualización.

—Clepsidra, las criaturas no seconcentran en la puerta. Por ahora, no seproducen incrementos en actividad ni enintensidad.

—Recibido, Kil, nos viene biensaberlo. Gracias por montar guardia —dijo Rex, y por un instante permitió quela disciplina en las comunicaciones se

relajara—. Griff, tú te vas a quedarcerca de la puerta y nos retransmitiráscualquier mensaje que recibas por radio.En cuanto nos hayamos adentrado en eltúnel, no podremos mantener la conexióncon el Virginia.

Griff asintió para expresar suacuerdo.

—Yo voy delante. Rojillo, tú te vasa quedar entre Rico y yo. Huck, tú iráspegado al Rojillo. Rico, tú irás detrás.—En cuanto estuvo seguro de que todoel mundo lo había comprendido, Rexinició su avance—. Que tengas suerte,Griff.

—Vosotros también —respondióGriff sin mirar atrás, atento tan sólo a lapuerta y a los no muertos del otro lado.

Las criaturas habían chillado desdeque el grupo entró en el túnel. Loshombres hacían todo lo posible por noenterarse del sonido. No había manerade acostumbrarse. Mientras avanzabanpor el túnel, el Rojillo se acordó deltiempo en el que había estado destinadoen aquella cueva.

Ambas paredes estaban cubiertasde dibujos, obra del personal militardestinado allí a lo largo de los años.Uno de los murales representaba a unesqueleto con uniforme de marinesentado en una silla, con los auricularespuestos, enfrente de un aparato de radio.Parecía que escuchara una desconocidaretransmisión. Los cuatrocientos metrosde murales proporcionaban una extraña

representación visual de lo que entérminos poco rigurosos habría podidollamarse la historia de aquellasinstalaciones. Algunos de los detallesque aparecían en los dibujos tan sólo lospodía entender un ex agente como elRojillo. Otras de las representacionesgráficas aludían a operaciones de altosecreto que habían tenido lugar allí. ElRojillo se sonreía cada vez que elequipo pasaba frente a obras de arte alas que él mismo había contribuido antesde que lo enviaran a su siguientedestino.

—Ya estamos a la mitad del túnel—les dijo el Rojillo a los demás.

—¡Chssst! Oigo algo más adelante—susurró Huck.

Los hombres empuñaron las armaspor lo que pudiera suceder.

—Rojillo, quédate ahí atrás conHuck. Rico, tú vienes conmigo. Rex yRico se adelantaron unos metros.

La ligera curvatura del túnel setransformó en línea recta y dejó a lavista la barricada donde había tenidolugar el último acto de resistencia.Había allí docenas de criaturas, lamayoría en hibernación, de pie a amboslados de la improvisada barrera. Unospocos no muertos caminaban a sualrededor, porque los ruidosprocedentes de la entrada de la cuevalos habían despertado.

—Son demasiados, no podremoscon ellos... Se despertarán en cualquier

momento y se nos follarán —dijo Rico.—Sí, mejor que regresemos con los

otros —dijo Rex.Ambos volvieron con los demás y

les explicaron lo que acababan de ver.—Bueno, vamos a necesitar a todo

el mundo. Debe de haber unos cincuentadormidos junto a una barricada, unosnoventa metros más adelante. Algunos seestán despertando.

Un gran estrépito en la oscuridadinterrumpió el silencio. Una de lascriaturas debía de haber tropezado conun objeto cercano a la barricada.

—Vamos por ellos. Primero losque caminan, y luego los durmientes.Rojillo, no quiero que te acerques a lascriaturas. Si nos embisten, tú te marchas

corriendo por el túnel hasta donde estáGriff, ¿de acuerdo?

—Sí..., no sé. Yo también llevo unaarma, ¿sabes? —Estaba claro que laorden de huir le había herido el ego.

—Sí, tú también llevas una arma,pero aquí no hay nadie más que sepachino —dijo Rex—. ¿Qué pasará si teinfectan y nos vemos obligados amatarte? ¿Se te ha ocurrido lo que nospodría pasar si no podemoscomunicarnos con los chinos cuandoentremos en sus aguas? ¿Y si una partedel Estado Mayor y del gobierno chinoha sobrevivido y no podemos decirlesque venimos en paz? ¿Un submarinocontra la Flota del Mar del Norte deChina? ¿Te lo imaginas? —Aunque los

anteojos y el capuchón ocultaran laspupilas del Rojillo, su lenguaje corporalfue suficiente para que Rex viera que lohabía entendido.

Rex tomó una lectura con el géigery les dijo que podían quitarse elcapuchón protector mientras les exponíael plan.

—Esto es lo que vamos a hacer.Nos acercaremos lo suficiente comopara empezar a disparar contra los queestán activos. Luego iremos por losdurmientes. Que nadie dispare antes queyo, excepto en defensa propia. Losdisparos de estas carabinas van aresonar con fuerza en el túnel, pormucho silenciador que lleven. Tienesque estar preparado para aguantarlo,

Rojillo.El Rojillo asintió con la cabeza.—Bueno, vamos allá.Los cuatro avanzaron por el túnel

hasta que Rex levantó el puño paraindicarles que se detuvieran. El propioRex empuñó el arma y disparó, y así diola señal para que todos los demásempezaran a abatir a los no muertos.

Al principio dispararon a lascriaturas activas y erraron algunos tiros;las balas arrancaron chispas a lasparedes de hormigón y despertaron a losdurmientes. Toda el área que circundabala barricada se llenó de movimiento, conlo que se hizo más difícil disparar. Eltúnel distorsionaba el sonido y hacía quelas criaturas se marcharan en todas las

direcciones. Algunos de los no muertoscaminaron hacia el grupo, pero a esoslos destruyeron en seguida. El equipologró abatirlos a todos ellos, salvo aunos pocos rezagados que se quedaronal otro lado de la barricada.

La radio crepitó:—Eh, tíos, la situación que tenemos

aquí se degrada rápidamente —dijoGriff, mientras sus compañerosliquidaban a las criaturas que seencontraban al otro lado de la barricada—. El Virginia dice que se estánconcentrando a la entrada de la cueva yyo me lo creo. Las puertas empiezan acombarse.

—¡Defiende tu puta posición! —ledijo Rex por radio a Griff.

Los cuatro saltaron sobre labarricada y abatieron a tiros a otras doscriaturas antes de avanzar hasta elcontrol de acceso. Al no haber corrienteeléctrica, las insignias no les valdríanpara acceder a las zonas reservadas dela cueva.

Rex creyó oír la acción silenciadade la carabina de Griff, cuatrocientosmetros más allá. Parecía que hubieraempezado un enfrentamiento de verdad.Se quitó de la cabeza los problemas deGriff y sacó las ganzúas que habían depermitirle abrir un acceso paradiscapacitados que, a diferencia de laspuertas, funcionaba sin necesidad deenergía eléctrica. Como no teníalubricante en pasta para el cerrojo, sabía

que no le iba a resultar fácil.Un disparo silenciado resonó a

cinco metros de distancia.—¡¿Qué coño haces, Rico?! —

exclamó Rex, y dejó caer la ganzúa.—¡Había uno que aún se movía,

tío, se arrastraba por el suelo! ¡Hetenido que cargármelo para que no searrastrara hasta aquí y te pegara unmordisco en el culo!

Rex hizo un gesto con la cabezapara darle las gracias, buscó a tientas laganzúa y se puso a trabajar de nuevo conel cerrojo. Abrió las pinzas de la navajasuiza que le había dado del ejército, lasdobló para convertirlas en llave detorsión y empezó a hacer saltar lasclavijas. Se afanó con el cerrojo durante

cinco minutos; mientras forcejeaba,caían al suelo gotas de sudor provocadopor el esfuerzo de concentración. Al fin,el cerrojo cedió, y Rex se preguntó si lohabría hecho saltar o si de verdad habíasoltado todas las clavijas. Abrió lapuerta y apoyó contra ella un cadávercercano para que no se cerrara, siemprecon cuidado de evitar las mandíbulasinertes de la criatura.

Técnicamente, ya estaban dentrodel área reservada de la cueva.

Rex hizo entrar a todo el mundo ydijo por la radio:

—¡Griff, ya estamos dentro! Todoslos tangos han caído. ¡Ven corriendo!

No recibieron ninguna respuesta.Rex volvió a retransmitir el mensaje al

otro extremo del túnel.—¿Y si regreso a la puerta para

ver lo que ocurre? —propuso el Rojillo.—El riesgo sería demasiado

grande —le espetó Rex—. En cuantohaya cerrado esta puerta de mierda, nocorreremos ningún peligro. Entre ir yvenir, tendrías que recorrer unosochocientos metros, y entretanto podríansuceder muchas cosas. Podría habervarias docenas de criaturas en las salasde libre acceso. No estaban todascerradas. —Rex sentía revulsión ante lamera idea de abandonar a Griff a sudestino. No era una opción aceptable,especialmente entre agentes deoperaciones especiales.

La puerta se cerró con un sonido

metálico y los cuatro hombresaguardaron. Tuvieron que pasar diezminutos para que volvieran a recibir unallamada por radio.

—Han logrado entrar y ya casi nome quedan municiones —dijo la voz deGriff—. Si no voy allí y cierro la puerta,vamos a morir todos. Es ahora o nunca,tío, dentro de un momento habrá tantosque ya no podría llegar hasta lamanivela. Buena suerte... Corto y cierro.

Rex se quedó inmóvil por unosinstantes, consternado por lo queacababa de decirle Griff. Iba asacrificarse para salvar a los demás.

—Griff... Gracias. Rescate puntobravo, veinticuatro horas,estroboscópico de infrarrojos. Trata de

conseguirlo. Buena suerte.No hubo respuesta.

Entretanto, a bordo del Virginia,

Kil estaba muy concentrado con lasseñales de la aeronave no tripulada ScanEagle. Había retransmitido advertenciasdurante los minutos previos a ladecisión de Griff de abandonar la cuevay cerrar la puerta por medio de lamanivela. Hacía un minuto, había oídoel mensaje por radio de Griff a Rex yhabía observado el rastro infrarrojo delos disparos de su carabina desde lasgrandes puertas de acero.

Las cámaras de la aeronave notripulada habían detectado un objeto depoco tamaño que salía disparado por el

resquicio entre las puertas de acero eiba a parar entre los no muertoscongregados afuera. Unos cuatrosegundos más tarde, una explosión,como de granada de fragmentación,sacudió a la manada de criaturas y lasdispersó en todas las direcciones.Jirones negruzcos de carne seestrellaron contra las puertas y el puestode guardia. Inmediatamente después dela conflagración, Griff salió corriendopor el resquicio y se dirigió a lamanivela de control manual para cerrarlas gigantescas puertas de acero. Kilhizo girar la cámara de la aeronave notripulada para obtener una panorámica yobservó las reacciones de las criaturasante la explosión. El aparcamiento al pie

de las escaleras bullía con elmovimiento de los no muertos,polarizados como el hierro por un imán.Todos ellos convergían sobre Griff. Kilobtuvo una nueva panorámica del áreadonde se hallaba éste y le informó de susituación.

—Griff, son unos cincuenta, unosveinte metros a tus espaldas. Te avisarécuando estén cerca.

No hubo respuesta.Aunque Kil no pudiera confirmarlo

tan sólo con las imágenes, parecía queGriff prescindía de todo y se habíaresignado a no tener nada en cuenta,salvo la necesidad de cerrar la puerta.Kil contemplaba las imágenes como sifueran una reposición; había visto ya la

película, pero no en el monocromo delas imágenes captadas medianteinfrarrojos que aparecían en la pantalla.No, la había presenciado en coloresnaturales. Nunca terminaba bien. Lascriaturas se agitaban, frenéticas. En laoscuridad, no sabían bien dónde seencontraba Griff. Amplió la imagen dela puerta, al mismo tiempo que laaeronave no tripulada modificaba sutrayectoria a fin de obtener un buenángulo. Quedaban quince centímetros deresquicio. Demasiado estrecho para queun no muerto pudiese entrar.

—¡Griff, el peligro se acerca, elpeligro se acerca! ¡Déjalo ya! ¡Nopodrán pasar por el resquicio de ahora!—exclamó Kil.

Griff le dio otro giro completo a la

manivela y miró a la puerta. Confirmó loque le había dicho Kil. Se puso en piede un salto y sacó el arma de refuerzo,una pistola Glock 34. El rifle se habíaquedado sin munición y lo había dejadoapoyado contra una de las paredes de lacueva. Griff empezó a disparar contra lamuchedumbre. Como le quedaba unúnico cargador, se le ocurrió que podíareservarse un cartucho para acabar consu propia vida.

Había tomado ya una decisión en elmomento de meter el cargador nuevodentro del arma y echarle la corredera.Los oídos le resonaban con los disparosde cartuchos de 9 mm. El último

cartucho del último cargador derribó ala amenaza más cercana, pero los quevenían detrás eran cientos, tal vez miles.Volvió a enfundar pistola y sacó el armaque llevaba como tercera opción.Empuñó con la diestra un machete dehoja fija, grande, afilado como unanavaja, con el mango envuelto en cuerdade paracaídas; con la izquierda, otragranada de fragmentación. Era el segurode vida de Griff, pagadero en muerte acualquier no muerto que se hallara a unadistancia máxima de quince metros.

Otra de las frenéticas criaturas sele acercó demasiado y percibió a Griffen la oscuridad. Éste trazó con la diestrael arco más largo de que fue capaz y,con un tajo de machete, decapitó a su

atacante. Dejó que la cabeza seccionaday el cuerpo cayeran a sus pies. Con lamisma mano con la que sujetaba elmachete, extrajo la anilla de la granadaque sostenía con la mano izquierda ysujetó la palanca en su lugar...: elinterruptor de la muerte.

Varios cientos más subieron por laescalera cual cascada invertida. Noquedaba ningún sitio a donde huir y, porlo demás, Griff estaba harto de correr.

—Griff, lo siento, tío —dijo Kilpor la radio, y contempló el final delcombate mediante las imágenes querecibía desde lo alto.

Griff elevó la mirada a los cielos,hizo señas con el machete, y luego se

echó a correr, gritó, asestó puñaladas alas cabezas de los no muertos que se lepusieron por delante, como si hubieraquerido matar a todas las criaturas de laisla. Kil no vio lo que ocurría bajo elremolino de convulsas extremidades nomuertas, pero muchos de ellos cayeronantes de que Griff se cobrara su segurode vida. En una cegadora explosión decascotes de granada y vísceras, Griffdefendió su posición hasta el final.

36

Círculo Polar Ártico

La producción del combustible fueun trabajo repulsivo y nauseabundo. Conla ayuda de Kung, Crusow troceó loscuerpos medio congelados y extrajo lapreciosa grasa. Las pieles estabanquemadas por el frío y maltratadas porlos vientos del Ártico. En un primermomento del proceso de despiece, Kungno tuvo claro lo que necesitaba Crusow;había demasiado músculo en losprimeros tajos que le pasó.

Para hacerle entender lo quequería, Crusow se pellizcó la poca grasa

que tenía en el abdomen y se lo enseñó aKung.

—Esto de aquí, Kung, no esto —dijo Crusow, y señaló entonces a supropio bíceps.

Después de extraer unos noventakilogramos de grasa de los cadáveres,empezó con el tedioso proceso químicode transformarlos en biocombustible. Elolor era atroz y se necesitaba un ciertotiempo para acostumbrarse. A fin deprocesar adecuadamente el combustible,había que calentar con cuidado la grasa.Se había puesto una máscara y anteojospara protegerse de la grasa hirviendo.Los primeros litros le salieron bien, y enlas pruebas que hicieron dentro de labase pareció que el combustible

funcionaba.Crusow salió afuera con una

pequeña cantidad, lejos del calor dellaboratorio, para probarla en uno de losgeneradores que habían modificado paraque aceptasen el combustiblealternativo. Dejó el combustible en lasala de generadores durante media horay luego, al regresar, se encontró con quese había solidificado dentro de sucontenedor hasta adquirir unaconsistencia semejante a la de un gel.

Se lo llevó adentro de nuevo y lodejó al lado de una salida decalefacción. Finalmente, el combustiblerecobró su estado líquido. La soluciónque se le ocurrió a Crusow para elproblema de la solidificación consistía

en emplear el depósito primario dediésel del Sno-Cat para arrancar elmotor y consumir luego biocombustiblemediante una cisterna secundaria. Instalófilamentos calefactores en el depósitosecundario para mantener en estadolíquido su contenido. No era unasolución ideal, pero no disponía deacceso a una verdadera refinería, nipodía permitirse el lujo de quejarse porello.

Crusow y Mark no le habíanquitado el ojo de encima a Larry durantelos últimos días. Estaba en cama, alborde de la muerte desde que Bret habíaperdido la vida al borde del barranco.Aunque los otros tres le dieran coraje,Larry empezaba a rendirse. Lo

acomodaron cerca de la sala de radios,donde podrían estar más pendientes deél. A modo de precaución, habíancolocado sillas y otros objetos contra lapuerta. Así no les sorprendería siregresaba de la muerte. Por ello, lasguardias se volvían interesantes cadavez que las improvisadas alarmas secaían al suelo.

Las guardias junto a la radio enhoras intempestivas eran necesarias ytuvieron como resultado la retransmisiónde varios mensajes del GeorgeWashington al Virginia, y viceversa. LaBase Cuatro en el Ártico se habíatransformado en un nexo de informaciónentre ambas embarcaciones militares.

Por medio de la radio de onda

corta, Crusow se familiarizaba cada vezmás con John, así como con su amigoKil. Incluso empezó su propia partida deajedrez con John al tener noticia de lasempezadas. Era una buena manera depasar el tiempo; Crusow estaba ansiosopor contactar por radio cada vez que sele presentara una oportunidad. Como enla sala de juegos de la base había variostableros, podía seguir el juego de Johncontra Kil, al tiempo que jugaba el suyopropio. Eran sorprendentes los extremosa los que se podía llegar con tal decombatir el aburrimiento.

Crusow había visto ya varias vecestodas las películas que tenían en la base;las partidas de ajedrez, por lo menos,eran algo siempre nuevo. Si se incluía a

los jugadores, aquellas partidas porradio habrían alcanzado el índiceArbitron de cuota de audiencia más altode la historia.

El ajedrez y los mensajes militaresno eran lo único que se retransmitía poronda corta. Siempre venía bien oírnoticias de otros lugares, por malas quefuesen. Durante la última semana,Crusow había descubierto que Oahu sehabía transformado en un vertederoatómico, y que el Virginia habíaproseguido hacia el oeste en misión derescate después de abandonar Hawaii.La concisión militar hacía que algunosde los mensajes no tuvieran unsignificado claro pero, por lo general,Crusow y Mark lograban

comprenderlos, salvo cuando estabancifrados.

Ahora que el Sno-Cat contaba conun segundo depósito, podrían hacer elviaje hasta las regiones de hielo delgadodel sur, donde tal vez un rompehielospudiera rescatarlos.

Crusow logró destilar un total dedoscientos diez litros debiocombustible, una cantidad adecuada,pues el depósito con calefacción propiaque habían instalado en el Cat estabahecho con un bidón de doscientos diezlitros que habían rescatado delvertedero de la base.

Kung era un valioso embajador enlos tratos de Crusow con Larry. Crusowse sentía mal por Kung, porque entendía

que el chino no había tenido suerte.Aunque su inglés mejorara, todavía eraun segundo idioma, difícil para él, y lecostaba comunicar sus pensamientos ysentimientos a los demás. Era, a todoslos efectos, un forastero en una tierraextraña e implacable.

El estrés que les inducía el fríoestaba provocando una crisispsicológica en todo el grupo. Había unreloj que marcaba la cuenta atrás hastael momento en el que se quedarían sincombustible y se congelarían. Era unafecha que no podían aplazar, retrasar nireconsiderar, más allá del momento enel que se acabara el combustible de losgeneradores. Crusow tenía la sensaciónde que los ánimos se estaban perdiendo.

Desde el horrible pero necesarioviaje al fondo del barranco, laspesadillas de Crusow habían regresadocon toda su fuerza. La larga oscuridadde los inviernos septentrionales no habíahecho más que alimentar lossentimientos de miedo y desesperanzaque lo empujaban hacia paisajestortuosos e inmisericordes. Tardaría enolvidar la pelea cuerpo a cuerpo conBret y con la otra criatura de rostrofamiliar aunque olvidado, borrado delrecuerdo por los horrores que habíaexperimentado desde que quedóencarcelado en los hielos.

A bordo del Virginia, en aguashawaianas

Ahora mismo estoy de permiso. Launidad de la Fuerza ExpedicionariaClepsidra que desembarcó se encuentratodavía dentro de la cueva. He dadoinstrucciones a los hombres que están deguardia para que me despierten si oyen oven algo en las imágenes de la ScanEagle. Hay otro lanzamiento deaeronave no tripulada programadodentro de poco para que ese pajaritopueda descansar. No hemos tenidonoticias del equipo durante las seishoras que han pasado desde que Griff...

Bueno..., desde que ha luchadohasta la muerte; supongo que ésa es lamejor manera de decirlo. Saien y yohemos discutido la situación que se daen tierra y hemos pensado en todos los

posibles desenlaces.Una posibilidad: que no volvamos

a saber nada del equipo y retomemos elrumbo hacia China sin equipo deoperaciones especiales y sin intérpretede chino. Saien y yo sabemos cuálesserían los efectos secundarios yterciarios de esa circunstancia; aninguno de los dos le gusta esedesenlace.

Otra posibilidad, mejor paranosotros, sería que lograran salir de lacueva e informaran de que es segura,está bien abastecida y puede funcionar.Saien y yo hemos dado ya la orden paraque nos tengan a punto una lancha.

Antes, cuando el sol estaba bienalto en el cielo, hemos salido al aire

libre con los prismáticos para observarla playa.

He visto a las criaturas dentro yalrededor de la lancha semirrígida,como si esperaran su regreso. Un granporcentaje de la masa de tierra hasufrido la explosión nuclear.Probablemente no hay nadie quecomprenda los efectos de laradiactividad a gran escala en lascriaturas, o, por lo menos, nadie que yoconozca.

Hoy he recibido otro cable de John.Nuevos movimientos de ajedrez. Elprimer par de números se entendía, perola segunda serie era como la otra querecibí hace unos días..., extraña.

Aparte de los números misteriosos,

venía con una pregunta: «¿Has leídoTúnel en el espacio?»

Sí, lo he leído. Le he mandado unarespuesta a Crusow (el hombre que seencarga de rebotar los mensajes en elÁrtico) y hemos hablado durante un rato.Crusow es mi contacto habitual cuandopasamos los mensajes.

Una noche, cuando ya era tarde,Crusow y yo cambiamos a unafrecuencia alternativa, más alta y másclara, y tuvimos una conversación sobrenuestro pasado, y sobre losacontecimientos que nos han llevado a lasituación actual. Me ha contado unahistoria escalofriante de unas peripeciasque pasó en el fondo de un barrancocercano a la base. Perdieron a otro

hombre, víctima de un cadáver que sedescongeló. El relato era angustiante,pero también nos ha proporcionadoinformación valiosa acerca de los nomuertos. Crusow empezaba apreocuparse seriamente por lasposibilidades de sobrevivir allá arriba.Se le acababa el combustible, perohabía tomado medidas para producirmás. Tan sólo quedaban cuatro almas enla Base Cuatro, y una de ellas estabamuy enferma, según contaba Crusow.

Parece que John está de buenhumor, por lo que me informa Crusow.Me ha dicho que le explica que Taratambién se encuentra bien. Aunque lagran distancia no permitecomunicaciones de voz salvo en

condiciones atmosféricas óptimas,siempre es mejor que nada, y me animaa seguir.

Voy a dormir un rato, Saien ya estároncando en la cama de abajo.

37

Hotel 23 - En el sureste de Texas

El equipo de cuatro hombres habíasalido en dos ocasiones desde que Docy Billy se encontraron con el torrente deno muertos. Habían tenido suerte en suprimera excursión; no encontraron másque una docena de criaturas, fácilmentemanejables para dos hombres que seocultaban en la penumbra. Los miembrosdel equipo no habían visto el sol desdeantes de saltar en paracaídas a lastierras devastadas de Texas. Aunque,por el momento, Remoto Seis no sehubiera dejado ver, el aguijón roto de

Proyecto Huracán seguía en el mismositio donde se había producido elimpacto, parcialmente destruido unassemanas antes por los cañones WarthogGAU-8. Era un recordatorio diario parael equipo, un obelisco que les advertíade que no estaban solos.

Hawse y Disco estaban inquietos eurgieron a Doc para que les permitieserealizar una segunda salida. Siguieron elmismo procedimiento: no llamar porradio ni apartarse de la ruta prefijada.

Las coordenadas no lesfuncionaron, y el paquete ya no estabadonde tenía que estar, o quizá no habíaexistido nunca. Hawse y Discodecidieron que buscarían materialaprovechable durante el camino de

vuelta para que la misión no fuera uncompleto desperdicio. Encontraron uncargador de baterías de doce voltios,una bomba de aire de doce voltios,algunos analgésicos y una ballesta condiez flechas. Eso fue todo.

Tuvieron problemas durante una delas pausas y la misión se alargó más delo esperado. Hawse convenció a Discopara ir a saquear una casa que se hallabaa unos cuatrocientos metros de lacarretera. La casa estaba ruinosa y teníaplacas solares a la vista y todoterrenosligeros aparcados a la entrada.Probablemente había pertenecido ajovenzuelos con dinero y obsesionadoscon la supervivencia a un desastreinminente. Vio por la mira del arma que

una ala del edificio se había quemado.Aquello indicaba que había sidoabandonada o, quizá, que había sufridoun asedio. Saltaron la valla y seacercaron con cuidado, con la intenciónde verificar que realmente no hubieranadie antes de entrar en el ala abrasadade la vulgar mansión. Ambos queríanpensar que se trataba de una operaciónde salvamento de materiales, y no de unrobo justificado.

Al acercarse al ala vieronesqueletos calcinados por el suelo. Elcadáver más cercano a la casa tambiénestaba quemado, pero todavía lequedaba algo de carne. Estaba tumbadode bruces y empuñaba un lanzallamasmilitar. La reserva de combustible que

llevaba a la espalda estaba dañada; enalgunas de las muescas había puntasmetálicas que apuntaban hacia fuera. Seacercaron al cadáver.

Empezó a moverse.La cabeza de la criatura se volvió

hacia ellos. Tenía los ojos quemadospero, de algún modo, sentía supresencia. Trató de arrastrarse, aunquelo que le quedaba de la cintura paraabajo había quedado sepultado bajoescombros y cenizas. Hawse se leacercó lo suficiente para matarla con elmachete. Vio que la criatura llevaba unacanana de cuero cruzada sobre el pecho.

—¿Un bandido? —dijo.—Quién sabe, podría ser.

Acabemos con esto —dijo Disco.

—Las paredes no están tan dañadascomo había pensado, tendremos queentrar por otra parte —dijo Hawse.

Pasaron por delante de la fachada.La casa era mucho más grande de lo queparecía desde la carretera. Teníaimpactos de bala en varios sitios, sobretodo en torno a los marcos de lasventanas. Bajo el porche de la entrada,el suelo estaba cubierto de balas yausadas. A Hawse le pareció que en sumayoría eran de 7,62 × 39 de AK-47, ySKS. La puerta mosquitera estaba cercade la principal, arrancada de los goznes,cubierta de mugre. Sobre la puerta habíaun cartel que rezaba:

«MI PÓLIZA DE SEGUROS ES

UNA BROWNING M1911» —Tengo la impresión de que habríannecesitado una póliza con másprestaciones —dijo Hawse.

—Pues sí, la verdad es que sí.Hawse agarró el pomo y lo hizo

girar. La puerta no estaba cerrada conllave. Se detuvo unos instantes yescuchó.

Nada.Hawse abrió con el pomo y empujó

la puerta hacia dentro. Atisbó algo, unpequeño alambre, en el mismo momentoen el que la puerta se abría.

Sonó un chasquido familiar. Losdos hombres saltaron instintivamente del

porche y se arrojaron al suelo, y secubrieron los oídos antes de laexplosión.

Una bomba trampa.El suelo se hallaba sesenta

centímetros más abajo del plano en elque tuvo lugar la detonación de labomba. Disco se hizo tan sólo algunosrasguños con las astillas del porchedañado. En cuanto dejaron de resonarleslos oídos, ambos oyeron los gimoteos.Los sonidos provenían de detrás de lacasa. Debía de haberlos a docenas, talvez a centenares.

Hawse y Disco se marcharon endirección al Hotel 23, perseguidos poruna respetable horda de no muertos. Aduras penas lograron escapar de las

criaturas y del sol.La tercera salida tuvo lugar como

consecuencia de una orden querecibieron del portaaviones y lesobligaba a desplazarse en vehículo. Docy Disco tenían que conseguir el vehículoy encontrarse con otro equipo pararecoger suministros e intercambiarinformación. Dicho equipo estabaestacionado en la isla de Galveston,ciento cuarenta kilómetros al este delHotel 23. Los dos equipos se repartiríanla distancia y se encontrarían amedianoche, en un puente sobre el ríoBrazos que formaba parte de unacarretera provincial. Unos y otros teníanque llevar explosivos de gran potencia amodo de precaución, por si se

encontraban con que tenían queenfrentarse a una gran masa de nomuertos. Si un enjambre perseguía acualquiera de los dos equipos,colocarían los explosivos en el puente yse refugiarían en la orilla segura.

Durante la noche en que tenía querealizarse la misión, Doc y Discocomprobaron una y otra vez que elequipo que llevaban estuviera en buenascondiciones. Tenían una batería decoche cargada hasta el límite. Les iba apesar, pero sería esencial para poner enmarcha un vehículo que hubiera pasadomucho tiempo sin funcionar. Tambiénllevaban siete litros de combustibleestabilizado que Hawse habíaconseguido en el curso de su misión

anterior.Recorrer setenta kilómetros a pie

habría sido un suicidio; no les cabíaninguna duda de que era indispensabledisponer de un vehículo. Sólo había untipo de máquina que pudieraproporcionarles la velocidad y energíaque necesitaban tan sólo con siete litrosde combustible: una moto.

Ambos se despidieron de Billy yde Hawse y cerraron la compuerta a susespaldas. Anduvieron hacia el este porla carretera más cercana, con los ojosbien abiertos en busca de posiblesvehículos. Como trataban de caminar abuen ritmo, el peso de la batería y delcombustible les destrozaba la espalda.

Los anteojos de visión nocturna teníanbaterías nuevas y las estrellasalumbraban muy bien la fría noche dediciembre.

La primera opción que encontraronparecía muy válida. Una Kawasaki KLR650 de color negro aparcada entre doscoches con el pie de apoyo. Al no habermovimiento de muertos en el áreacercana, estuvieron de acuerdo en tratarde arrancar la moto. Doc iba por delantecon la carabina en alto y ajustaba la luzde la mira a los anteojos de visiónnocturna. Los neumáticos de la motoestaban bajos. Los hombres modificaronla bomba de aire de doce voltios conpinzas cocodrilo para poder conectarladirectamente a la batería de coche que

habían traído. Tendría susinconvenientes, porque la bomba de airealimentada por la batería iba a hacermuchísimo ruido.

No tenía ningún sentido hinchar losneumáticos si el motor no iba a arrancar.Controlaron el aceite por medio de laventanilla en el lado derecho de lamáquina. Debía de ser vieja, perofuncionaría. Las llaves no estabanpuestas, pero las motos de ese tipo notenían sistemas de ignición muycomplicados. Disco logró derrotar a laignición y al casquete de gas con elcuchillo multiusos y algo de ingenio. Seconfirmó que la batería de la motoestaba muerta. Doc no se sorprendió.Había sido motorista, y en esos tiempos,

cada vez que regresaba de una salida,había tenido que cargar la malditabatería, incluso después de lasexpediciones más breves de noventadías.

Disco metió la mano bajo el faro ycortó los cables para que no seencendiera. Hizo lo mismo con las lucesde freno y los intermitentes, porque nohabría sido extraño que se activaran poraccidente al funcionar la moto. Echaronun litro de combustible en el depósito yle dieron sacudidas a la máquina paraque la gasolina buena se mezclara con laque hubiera podido quedar de antes.Disco miró dentro del depósito y vioque estaba lleno hasta la mitad. En algúnmomento de la noche iban a necesitar

más. Examinó el interruptor del depósitopara asegurarse de que estuvieraabierto.

Arrancaron los paneles de plásticoque cubrían ambos lados y dejaron aldescubierto la batería averiada, y asípudieron colocarle rápidamente laspinzas cocodrilo de la que llevaban conla carga a punto. La moto tenía cebador,y Doc, por lo que pudiera suceder, tiróde la palanca; sería inevitable despuésde tanto tiempo a la intemperie.Decidieron hinchar los neumáticos yactivar el motor al mismo tiempo. Tantolo uno como lo otro iban a hacer ruido,así que les convenía ahorrar tiempo.Antes de empezar, Disco se puso alfrente e inició la guardia...; ahora sí que

iban a atraer a indeseables. Losneumáticos no estaban completamentedeshinchados, pero iban a necesitarmucho aire para sostener el peso de losdos y mantener la estabilidad de lamoto.

—Bueno, Disco, vamos allá —dijoDoc en voz baja, y sujetó las pinzas dela batería cargada a la moto muerta. «Noreacciona», pensó Doc. Entonces seacordó... «Tengo que pulsar el botón delestárter.» Lo apretó y el motor seencendió, pero no llegó a arrancar.Repitió la operación durante un par deminutos, al tiempo que ajustaba lapalanca del cebador. Entre intentos,logró también hinchar los neumáticos.

El motor empezaba a reaccionar.

Doc no se sobresaltó por el repentinosonido de la carabina silenciada deDisco. Los muertos andaban cerca. Elmotor, por fin, se encendió del todo, yasí Doc sacó las pinzas y metió labatería en el cesto lateral de la moto.Los muertos aún estaban cegados por laoscuridad y se guiaban por la carabinade Disco. Qué no habría dado Doc portener un buen paquete de petardos BlackCat para arrojarlo a la carretera. Ajustóla palanca del cebador y la moto empezóa toser, pero no tardó en adaptarse a lanueva situación y a rugir pletórica desalud.

—¡Ponla en marcha, capullo! —ledijo Doc a Disco.

No parecía que a Disco le

importase; se preocupaba más por laturba que se les acercaba. Cuando lacarretera empezaba ya a llenarse,salieron disparados hacia delante. Docle gritó a Disco que repasara lasinstrucciones que había memorizado.Tenían que recorrer setenta kilómetros yhabía un punto en el camino dondepodían detenerse a repostar.

La carretera estaba como habíanesperado: cubierta de escombros,coches abandonados y no muertos.Tenían que ir a, por lo menos, cincuentakilómetros por hora, ya que, si no, losmuertos que estaban más adelantetendrían tiempo de concentrarse frente aellos. A lo largo del camino,descubrieron los detalles de la

desesperación. Todoterrenos que habíantratado de esquivar los atascos detráfico y habían quedado atrapados enlas medianas; coches volcados,abrasados y llenos de no muertos.Ambulancias que se habían quedadoquietas con las puertas abiertas y nomuertos sujetos con correas a lascamillas. Baches grandes que nadiehabía reparado y que también era unpeligro para los viajeros. Si hubieranhecho el camino en bicicleta deportiva,se habrían caído ya en uno de losnumerosos agujeros de la carretera, quepodían llegar a treinta centímetros deprofundidad.

En lo alto de una colina, vieron uncamión cisterna para combustible

tumbado a noventa grados, con losneumáticos casi vacíos. Tenía orificiosde bala en la cabina, pero la cisternaparecía intacta.

Doc se quedó en la moto y lamantuvo en marcha. Si bajaban el pie deapoyo, el motor se pararíaautomáticamente, y Doc no se fiaba de labatería. No merecía la pena el riesgo.

—Disco, dale unos golpes a esacisterna y averigua si le quedacombustible. Yo te cubro.

Doc logró que la moto se quedaraen punto muerto, una tarea difícilmientras el motor funcionara, y activó unindicador de color verde y brillante. Porun momento, la luz le ardió en losanteojos de visión nocturna. Doc se

protegió de la luz con el guante mientrasDisco examinaba el camión cisterna.

—¡Eh, tío, aquí dentro haygasolina!

—Estupendo, ¿a qué esperas,entonces?

Disco empezó con el proceso deextracción. Ojalá que el combustible dela cisterna no estuviera estropeado. Lamoto no tenía indicador para eldepósito, así que tuvieron que hacerlo aciegas. Doc empuñó la palanca dereserva para evitar que se moviera. Noquería sustos.

Disco utilizó un trozo de mangueraque había cortado del remolque parasacar gasolina por la válvula de lacisterna. Llenó la lata de gasolina, la

utilizó a su vez para llenar el depósitode la moto, y volvió a llenar la lata. Lasmarcas del camión cisterna no decían siel combustible estaba mezclado conaditivos de etanol, que habrían sidoimportantes para su conservación. Discocerró la válvula y le aconsejó a Doc quemarcara aquella ubicación en el mapa.Algo más aliviados y sin tener quepreocuparse ya por el combustible,pusieron de nuevo en marcha elcuentakilómetros y reanudaron el caminoen dirección al puente que los iba allevar a la isla de Galveston.

38

A bordo del George Washington

—¿Cuánto tiempo llevo? —lepreguntó Tara a Jan.

—Pues mira, cariño, parece quehas pasado el primer trimestre y quetodo tiene muy buena pinta —dijo Jancon el tono de voz más positivo quetenía, al tiempo que examinaba laimagen que habían tomado conultrasonidos. En la pantalla, el niñoaparecía engañosamente grande. Enrealidad, no medía más que un grano deuva.

—Voy a decírselo.

—¿Estás segura? Lo más probablees que ahora mismo esté pasando pormuchas cosas. No se espera que regreseantes de febrero. Mira lo que tepropongo: esta noche consúltalo con laalmohada, y si mañana por la mañanatodavía piensas que tienes quedecírselo, pídele a John que le mande elmensaje. ¿Qué te parece?

—Creo que consultar losproblemas con la almohada siempre esuna buena idea. Pero es que estoy tanemocionada... Es que, sabes, es lo mejorque me habrá ocurrido desde que...desde que... bueno, tú ya me entiendes.

—Sí, cielo, te entiendo. No hacefalta que me lo digas. Ya sé de qué mehablas. Yo también estoy emocionada

por ti. ¿Te puedo hacer una preguntapersonal?

—Adelante... Quiero decir, sí,claro que puedes —dijo Tara, casimolesta de que Jan tuviera quepreguntárselo.

—¿Por qué no se lo dijiste antes deque se marchara? Tú ya lo sabías. Aúnno era oficial, pero lo sabías. ¿Por quéno se lo dijiste entonces?

—No lo sé; no sé por qué, meparecía que aún no podía decírselo.Después de haber perdido tanto de haberperdido a tantos... tuve el presentimientode que, si se lo decía, perderíamos alniño. No me preguntes por qué. Sé queacabo de decir algo terrible, pero loúnico que nos queda es la vida, la poca

vida que nos queda. Creo que teníamiedo a ser gafe. —Tara frunció el ceñoy se puso a llorar.

—No pasa nada. Suelta lo quellevas dentro. Estás embarazada, así quetienes permiso para hacerlo. Cuando élregrese, estarás en tu segundo trimestre.Te voy a dar unas vitaminas prenatales yeste libro para que lo leas entre tanto.Ponte contenta, vas a ser madre. Tanto site lo crees como si no, eres la únicamujer embarazada a bordo. Por lomenos, la única de la que tengo noticia.

—Jan, no sé cómo podría darte lasgracias.

—No me las des, no es necesario.Hemos pasado por muchas cosas. Estarécontigo siempre que me necesites. Te lo

digo de verdad.—Gracias, de todos modos.—Quiero verte cada semana para

poder seguir tu evolución y estar segurade que te encuentras bien, ¿de acuerdo?

—Sí, está bien —respondió Tara,sonriente como la Mona Lisa.

39

Sureste de Texas

Era un camino desolado y cruel.Doc y Disco recorrían la larga ytortuosa carretera como si hubieran idomontados sobre una gigantesca anguilanegra.

Los continuos baches, escombros yrestos de coches y camionesabandonados les amenazaban conprovocar un accidente cada vez quetomaban una curva. No les faltabamucho para llegar al lugar concertado:un puente que el equipo de la isla deGalveston había designado como punto

medio. Doc, que no perdía de vista elcuentakilómetros, se dio cuenta de quelos de Galveston habían barrido paracasa. El indicador marcaba ochenta yocho kilómetros de viaje cuandollegaron a lo alto del cerro desde el quese contemplaba el puente sobre el ríoBrazos.

Doc echó el freno de discodelantero y el de atrás al mismo tiempopara que la moto deportiva dual frenarabruscamente. Los dos hombres miraroncerro abajo hasta el puente, dondedistinguieron con nitidez los fogonazosde unas armas sin silenciador. Losfogonazos eran como relámpagos yrevelaban la presencia de un centenar decriaturas que cargaban contra los

tiradores del puente. Doc trató deconservar la esperanza de que loshombres que se encontraban allí abajono fueran los que habían ido a buscar,pero sabía muy bien que la suerte se leshabía agotado con el hallazgo delcamión cisterna.

Doc volvió el rostro y le dijo aDisco:

—Vamos a subir y dispararemos adoscientos metros.

—Sí, doscientos metros, y deja lamoto apoyada contra algo para que notengamos que apagar el motor.

Doc bajó por el cerro con la moto,la puso cabeza abajo y la apoyó en puntomuerto contra una barrera de sacos dearena, una fortificación de los tiempos

en que los vivos eran mayoría y loshombres todavía luchaban, no seescondían.

—De acuerdo, Disco, fuego avoluntad. Cada cinco disparos, mirahacia atrás, y yo haré lo mismo, tratandode no coincidir contigo.

—Recibido, jefe, empiezo adisparar.

Los dos hombres comenzaron adisparar con la precisión de un cirujanocontra las cabezas de las criaturas queestaban abajo. Se guiaron por losfogonazos en el puente para evitar elfratricidio. Era un juego de tiempo yvelocidad. Si los dos equipos se dabanprisa, lograrían neutralizar a la masa deno muertos antes de que otros los

reemplazaran, atraídos por el estruendode las armas no silenciadas.

Los silenciadores reducían muchoel radio de respuesta de los no muertos,y eso quería decir que no acudirían en lamisma medida a la posición donde sehallaba Doc. Las armas no silenciadasincrementaban en grado exponencial elradio de respuesta y reducían lasposibilidades de escapar antes de quellegaran refuerzos de no muertos areemplazar a los caídos. Valía la penaproceder con rapidez, y eso era lo quehacían.

Fueron necesarios siete minutos dedisparos constantes por parte de ambosgrupos para acabar con el centenaraproximado de no muertos. Después de

que cayese la última criatura, Doc yDisco bajaron corriendo por el cerrohasta el escenario de la matanza. Elgrupo del puente había constado de treshombres y ya sólo quedaba uno en pie.Los otros habían muerto o agonizabancon heridas fatales.

También habían llegado en moto.—Acabemos con esto. Esos de ahí

eran amigos míos —le dijo elsuperviviente a Doc, y luego se acercó asu camarada herido de muerte y leadministró los últimos ritos.

Susurró un adiós y tomó un papelensangrentado que tenía el moribundoantes de dispararle en la cabeza abocajarro. Por un momento, no miró alos recién llegados, pero luego se volvió

hacia ellos, con el rostro anegado enlágrimas.

—¿Venís del silo? —preguntó elsuperviviente.

Se oían más no muertos que seacercaban.

—Sí, escucha, sentimos lo de... —empezó a decir Disco.

—No malgastes saliva, no quierooírlo. Esas motos eran suyas —dijo elhombre, y señaló a unas motostodoterreno apoyadas contra la barandadel puente—. Lleváoslas. Tienen eldepósito lleno.

Doc miró con incredulidad a losagentes muertos. Cuando su compañero,Hammer, había muerto en NuevaOrleans, todo el equipo había quedado

destrozado. Doc todavía pensaba amenudo en Hammer y se lamentaba porno haber podido hacer nada, lo quefuera, en aquel día. La vida de Hammerhabía terminado de una manera muyparecida a la del hombre sin vida que sedesangraba en el suelo; por la bala de uncompañero.

Doc vio que el hombre llevaba unAK-47 Underfolder cruzado sobre elpecho con un portafusil de un solo punto.Un modelo de paracaidista.

—Ven, tío, toma esto; lo vas anecesitar —dijo Doc, y le ofreció sucarabina M-4 con silenciador.

El hombre contempló el rifle ydijo:

—Gracias. Te la voy a aceptar.

Espero que vuestro lado del río os tratemejor de lo que a mí me ha tratado elmío. Mientras veníamos hacia aquí, unode mis hombres se ha caído con la motoen un paso elevado y se ha partido elcuello cuando trataba de esquivar a esosputos monstruos. Hemos perdido con éla nuestro único rifle con silenciador.Llevaos mi AK..., no quiero dejaros enel mismo bote en el que me encuentroyo.

—Gracias, hermano —dijo Doc—.Aquí tienes mis municiones con trescargadores, ¿llevas algo de siete puntoseis dos?

—Sí, seis cargadores. Tomad.Bueno, esto es lo que tenía que traeros.

El hombre les entregó una radio

militar. En la caja había una frecuenciaescrita con rotulador Sharpie plateado.También llevaba un pequeño bloc depapel a prueba de agua pegado concinta.

—La radio está sintonizada parahablar con nuestros pilotos de A-10 enla isla de Galveston. Hemos convertidola carretera de la isla en pista dedespegue y hemos sacado de en medio alos muertos. Pero parece que de vez encuando entra alguno. En ese bloc hemosapuntado nuestro programa semanal devuelos y los códigos de brevedad. Elgobierno en funciones nos ha ordenadoque prestemos apoyo a vuestrasmisiones. Vosotros le transmitís el plande salida al portaaviones y ellos nos

indicarán en qué horas hemos de tenerlos aviones a punto. Si os metierais enun problema del que no pudieraisescapar, los pilotos de nuestros Hog sepresentarán en un máximo de veinteminutos para apoyaros. Mientrasvuestros grupos estén al aire libre,nuestros pilotos estarán literalmentesentados y a la espera por si tienen quesalir. Me han ordenado que os diga quelos Hog transportan misiles aire-aireguiados por infrarrojos, aunque no sépara qué os pueden servir. —Doc seacordó al instante del Reaper que semencionaba en el informe del anteriorcomandante del Hotel 23, pero prefirióno decir nada—. Una última cosa.Seguro que ya sabéis que mandar

señales desde vuestra zona no sería muybuena idea. Yo, en vuestro lugar, noemplearía esa radio a menos que eldiablo en persona saliera del suelo contodo el infierno detrás.

Los muertos se acercaron y Discodisparó varias veces. Eliminó a variosde ellos con los disparos de la carabinasilenciada, que se oían en un radiomucho menor. Como Doc acababa deceder la suya, ya sólo les quedaba unaarma silenciada para los dos.

—¿Tienes algo para mí? —lepreguntó el superviviente a Doc.

—Sí, aquí tienes informes y copiassobre equipamiento que recuperamoshará una semana, y más información. —Doc le entregó el paquete.

—Gracias. —El hombre lo agarróy se lo metió en la bolsa de cuero paramensajeros que llevaba cruzada sobre elpecho.

—¿Cómo decías que te llamabas?—preguntó Doc.

—Galt. ¿Y tú? —respondiómientras montaba en la moto.

—Me llamo Doc, y él, Disco.Buena suerte.

—Gracias. Buena suerte a vosotrostambién, y gracias por el arma.

—Era lo menos que podía hacer.Siento de verdad lo de tus amigos.Gracias por los Warthog.

Galt no dijo nada. Pasó la pierna alotro lado del sillín, cargó con la M-4sobre las espaldas y se perdió de vista

antes de que Doc y Disco se pusieran enmarcha.

—Doc, es hora de que nos vayamos—le recordó Disco con aprensión.

—Sí, lo sé. Agarra esa moto yadelántate hasta el lugar donde dejamosla nuestra.

Disco montó en una de las motostodoterreno que habían pertenecido a losdifuntos miembros del grupo deGalveston; arrancó sin problemas. Doccorrió tras él por no quedarse atrás.Ambos regresaban al lugar donde habíandejado la moto de antes con el motorencendido. Por los disparos de Disco,Doc adivinó que el motor en marchahabría atraído a más no muertosmientras ellos se encontraban en el

puente. Para cuando Doc logró llegar alo alto del cerro, Disco habíadespachado ya a las criaturas, y habíadejado todavía más cadáveres tiradospor el suelo.

—Tenemos que ponernos enmarcha, tío. El AK ha armado muchobarullo. Si me dijesen que todas lascriaturas en ocho kilómetros a laredonda vienen para aquí, me lo creería.

Disco arrancó y se marchó por elmismo camino por el que habían venido.Doc le siguió con la otra moto.

Avanzaron a buen ritmo hasta elcamión cisterna, donde llenaron losdepósitos de nuevo. Encontraron mayordensidad de no muertos en el camino devuelta, lo que quedaba de los muertos a

los que había atraído la moto mientrasse dirigían al puente, y tuvieron quevirar y zigzaguear más a menudo. Unavez más, los vampiros del Hotel 23lograron adelantarse al sol del invierno.

Remoto Seis - En las vísperas delProyecto Huracán

Dios estaba de pie en la sala devigilancia, en lo más recóndito de unasinstalaciones secretas, y contemplabauna fotografía obtenida por la aeronaveno tripulada Global Hawk, en la queaparecía una área especialmenteinteresante de Texas. Recordaba al día,hacía más de diez meses, en el que habíacerrado las puertas y se había aislado a

sí mismo bajo tierra. El mismo día en elque habían declarado difunto alpresidente.

En ese momento, el vicepresidenteseguía vivo y se encontraba por lasmontañas al oeste de Washington D. C.,y mandaba órdenes de árbol lógico aRemoto Seis por cable seguro. Losárboles lógicos se componían derespuestas complejas, pues exigían algomás que un mero sí o un no. Consistían,básicamente, en un mercado depredicciones, un concepto con el que lasorganizaciones de Inteligencia habíanexperimentado antes de la caída delhombre. La respuesta de árbol lógicoexigía una cadena de respuestas de sí ono, y anotaciones de probabilidades

para cada opción. La cosa no teníaninguna dificultad para el mapeadomental de los cuantos ni para losalgoritmos de razonamiento. A modo decomplemento para los cuantos, RemotoSeis se enorgullecía de un pequeñoequipo de expertos nucleares quetrabajaba en la base y que contribuyócon razonamiento humano a la decisiónde arrojar armas nucleares tácticassobre territorio estadounidense. Susnombres en código eran Extraño,Hechizo y Supremo. En Remoto Seis nose empleaban los nombres de verdad,sino tan sólo los que representaban lashabilidades de su personal. Hacía unosnueve meses y medio, los cuantos, asícomo los expertos en armas nucleares

Extraño y Hechizo, estuvieron deacuerdo en que la completa destrucciónde una mayoría de ciudades eranecesaria para recobrar el control sobreEstados Unidos. El único que no estuvode acuerdo fue Supremo. Él creía en lanecesidad de realizar nuevasinvestigaciones sobre los efectos desegundo y tercer orden de lasradiaciones, y acerca los verdaderosorígenes de la anomalía.

Dios contempló las instalacionesque sus patéticos ocupantes llamabanHotel 23. En su base de datos figurabaotro nombre, pero eso no tenía yaimportancia. En circunstanciasnormales, los habría abandonado a lamerced de los no muertos. Tarde o

temprano tendrían que salir delcomplejo para ir en busca de comida,agua, antibióticos, lo que fuera. Lascriaturas los irían matando, lenta peroinexorablemente.

Sin embargo, Dios se vio obligadoa prestar tiempo y atención al pobreimbécil que ocupaba el Hotel 23 con susseguidores, porque en él aún seconservaba una bomba nuclearutilizable. Los cuantos hicieron loscálculos pertinentes e informaron a sulaboratorio de ideas de que tan sólo lesquedaba una manera de destruir elGeorge Washington , brazo militar delgobierno en funciones. Remoto Seisdisponía de un escuadrón de aeronavesno tripuladas Reaper armadas con

bombas de doscientos treinta kilogramosguiadas por láser, e incluso de unpequeño número de aeronaves notripuladas Global Hawk con una armaprototipo. Ninguna de esas armas habríasido capaz de abrir una muesca en elblindaje del portaaviones. Cabía laposibilidad de arrojar las bombasguiadas por láser desde arriba y, tal vez,dañar las pistas de despegue de lacubierta, pero no lograrían hundir laembarcación.

Quedaba una única arma nuclear enel territorio de Estados Unidos de la queDios pudiera apoderarse. Estaba bienresguardada, en un silo cerrado.Orbitaba sobre ella una aeronave notripulada a las órdenes de Dios, una

Global Hawk, a dieciocho mil metrossobre el Hotel 23. Controlaba el áreamediante un sistema de óptica avanzaday transportaba otro prototipo de arma: elProyecto Huracán.

Dios se hartó de ayudarle. Deacuerdo con la información interceptadapor los servicios de Inteligencia deSeñales de Remoto Seis, el sujeto encuestión controlaba la cabeza nuclearmediante una tarjeta de acceso comúnencriptada. Estuvo a punto de sufrir unataque al corazón el día en el que seenteró que el hombre había sufrido unaccidente de helicóptero. Temió que suúnica posibilidad de neutralizar elGeorge Washington se hubieradesvanecido. Remoto Seis designaba a

aquel hombre como Recurso Uno, osimplemente «el recurso». El recursohabía hecho un buen trabajo al huir delas criaturas, pero Dios no corríariesgos.

En el mismo momento en queRemoto Seis interceptó y geolocalizó laseñal de socorro que el recurso habíaenviado con su radio de supervivencia,ordenó que se le diera pleno apoyodesde el aire con los Reaper y con ellanzamiento de material. Dios habríasido capaz de enviarle una pequeñafuerza de rescate, pero apenas disponíade pilotos humanos y no podíapermitirse el riesgo de perder a unafuerza de rescate en un accidente abordo de una aeronave no tripulada del

prototipo C-130. Remoto Seis no teníaningún problema con la tecnología, perola falta de personal sí se estabaconvirtiendo en una seria limitación.

Sobre las instalaciones de RemotoSeis había una pista de despegue de tresmil seiscientos metros de longitud,plenamente funcional. Cada día lesresultaba más difícil de defender, apesar de su ubicación: un valle secreto,muy alejado de las que normalmente seconsiderarían áreas con gran densidadde población. Una valla de tela metálicade dos capas y tres metros de alto,vigilada por unidades caninas, protegíala pista de los no muertos aislados quedeambulaban cerca de la base.

Pero los había que lograban entrar.

Había habido bajas desde enero,desde que habían pasado a laclandestinidad. El recurso más valiosode Remoto Seis era su gente...; al menos,la que se había mantenido fiel a lasdirectrices por las que se guiaba subase.

La fuerza de dicha base radicaba ensus drones, en sus armas prototipoDARPA. Aunque fueran formidables,había otras más siniestras, más oscuras.Antes de la caída se había hablado deellas únicamente en susurros, entre losmás altos cargos, tanto electos comonombrados. Se habían construidomediante tecnología bien protegida en unlaboratorio subterráneo de LockheedMartin, porque el gobierno, durante los

años cincuenta, había sufrido un paróntecnológico y había tenido que firmarcontratas con el complejo militar-industrial.

Dios estaba impaciente. Habíapensado que el recurso mostraría mayorgratitud; al fin y al cabo, lo habíasalvado de una muerte cierta en más deuna ocasión. El recurso había logradoregresar al Hotel 23 unos pocos díasantes y no había contestado a lasllamadas que Dios le había hechomediante teléfono por satélite.

Los cuantos, así como losconsejeros más destacados dellaboratorio de ideas, estaban de acuerdoen que destruir el portaaviones serviríaa dos propósitos; eliminaría la Fuerza

Expedicionaria Clepsidra antes de queel submarino llegase a China y leslibraría de la única entidad que podíaemplear energía nuclear contra RemotoSeis. Al enfrentarse con el aparenterechazo del recurso a lanzar la bomba,Dios tuvo que confiar una nueva serie deproblemas a los computadores. Larespuesta le llegó en tiempo real;algunos científicos de Remoto Seisteorizaban con que a veces la respuestase generaba antes de que el usuariointrodujese la pregunta..., quizá unosnanosegundos antes. Uno podríavolverse loco al pensar en las leyesfísicas subyacentes a tal acción:respuestas que preceden a las preguntas,un output que precede en varios

nanosegundos al input.El output cuántico no sorprendió a

Dios. El Proyecto Huracán se emplearíacontra el Hotel 23 en el día siguiente, oen el otro. Así se provocaría laevacuación de las instalaciones, o, másprobablemente, la muerte de susocupantes. Cualquiera de los dosresultados le daría a Dios tiemposuficiente para calcular su próximomovimiento. Estaba casi seguro de queninguno de los supervivientes delaparato militar conocería la ubicaciónde su base, pero... «la duda mata»,pensó.

Dios pulsó un interruptor y giróvarios diales, y así ajustó la señal devídeo de la aeronave no tripulada

Global Hawk a otro lugar que seencontraba a kilómetros de distancia delHotel 23. El Mega Enjambre T-5.1 notardaría en ponerse al alcance deldispositivo Huracán y el Hotel 23quedaría neutralizado. Mientras nollegara ese momento, entregaríainformación a los cuantos para que estosle predijeran los próximosacontecimientos importantes.

40

Las instalaciones de Kunia - interiorde Oahu

Rex y Huck tardaron unas pocashoras en comprender el sistema degeneradores de la cueva. Por fortuna, noera de alta velocidad, como los que sebasan en la energía geotérmica o en lafuerza de las mareas, sino un sencillosistema diésel. Los depósitos decombustibles estaban llenos hasta lastres cuartas partes y parecía que elsistema de apoyo no se hubiera activadojamás. La red principal debía defuncionar en el momento de la explosión

nuclear y se había detenido comoconsecuencia de ésta. Si se contaba conque la red eléctrica de la cueva habíaquedado aislada, el banco degeneradores les permitiría aguantarquizá dos meses.

El Rojillo se afanaba al teclado, enun esfuerzo por activar los ordenadoresclave para prestar apoyo al Virginia.

—No lo consigo —dijo—. Ningunade mis claves de acceso da buenresultado, y eso que estoy seguro de queno han perdido su validez.

—¿Y si los pajaritos se hanquemado ya? —dijo Rex, en referencia alos satélites.

—No, no han reentrado. La señalde mantenimiento sigue activa, ¿lo veis?

—El Rojillo les indicó una pantalla conun código en cascada que podría habersalido de Matrix.

—Yo no entiendo qué diablos estodo eso —dijo Huck.

—Probablemente ni siquiera sabescómo funcionan tus cuentas en las redessociales, así que cállate —le abroncóRico.

—Por lo menos figuro en las redessociales.

Rex intervino, pues no estaba dehumor para comedias.

—Ya que todos tenéis tantas ganasde bromear, pensad en Griff. ¿Avosotros os parece que ahora mismoestará para hacer bromas?

—No, probablemente habrá

regresado al submarino y duerme en unacama caliente —dijo Huck.

—Ojalá fuera así —contestó Rex, yclavó la mirada en Huck.

—Rojillo, ¿en qué situaciónestamos? Tenemos que tomar unadecisión.

—Os lo digo convencido deverdad, los pajaritos aún están en órbita.Y funcionan, porque, según veo,retransmiten código de mantenimientoverde.

—No has contestado a mi pregunta.El Rojillo se explicó.—Bueno, no sé cómo decirlo sin

que dé la impresión de que creo enteorías conspirativas, pero ya vi algosimilar en otra ocasión. Hace unos años,

la Oficina Nacional de Reconocimientose hizo con el control de los pajaritoscon la finalidad de llevar a cabo unosdiagnósticos y no se lo contó a nadie.Algunos de los operativos de pocamonta no llegamos a recibir lainformación. Ahora parece como si loscontroles exteriores estuvierandesactivados y alguien se hubieseapoderado de los pajaritos por el mismoprocedimiento. No creo que logremosacceder a ellos.

—Joder, mierda —murmuró Rex.—Pero también voy a daros buenas

noticias —explicó el Rojillo—. Puedotratar de rastrear la entidad queactualmente tiene el control sobre lospajaritos. Seguramente no

conseguiremos localizarla conprecisión, pero podemos acercarnosmucho.

—Está bien, Rojillo, hazlo. Nopienso regresar al Virginia con lasmanos vacías. Si Griff lo ha conseguido,me parece bien, pero si no, no quieroque su sacrificio haya sido en vano, quehaya muerto sin que esta misión sirvapara nada. No olvidéis que elcomandante Monday quería los ficherosde toda la información recopiladadurante los tres meses previos a enero,hasta el momento en el que arrojaron labomba atómica sobre Honolulu. ¿Haquedado claro?

El Rojillo hizo clic sobre otroespacio de trabajo en el GUI del sistema

Unix.—Sí, estoy en ello. Ahora mismo

lo pongo en marcha.—¿Sería posible acceder a la

interfaz de comunicaciones desde aquí?Seguro que en el submarino estaránpreocupados por nosotros, y quizápudiéramos saber algo de Griff —preguntó Rico, visiblemente preocupadopor su compañero de equipo.

—No, no tengo ningún medio paracontactar con ellos desde este lugar, yno sabría cómo emplear estos sistemasaunque tuvieran energía suficiente ysupiera su localización —dijo el Rojillo—. Lo siento.

—Es de día. El sol se va a ponerdentro de diez horas. Tienes que estar a

punto para salir cagando leches cuandoel sol se ponga, Rojillo. Puedesconsiderarte un hombre con suerte: notendrás que instalarte en esta cuevadurante seis semanas, mientras nosotrosvamos hasta la China y volvemos. Elagua es potable; todo lo que había aquídentro estaba escudado contra laradiación. De acuerdo con las lecturas,nuestros trajes no han quedadodemasiado contaminados y, a menos quese nos ocurra limpiarlos a lametonesantes de regresar, no deberíamos tenerningún problema durante el viaje devuelta.

—¿Qué quieres que hagamos Hucky yo? —le preguntó Rico a Rex.

—Quiero que planeéis una manera

de salir de aquí. Si no logramosrestablecer el fluido eléctrico en esapuerta, no podremos salir por el mismocamino por el que entramos. Habidacuenta de que no hemos oído a un millarde cadáveres chillando al otro lado delas puertas de acceso interiores, Griff hadebido de cerrar afuera. Tiene que haberotra salida.

—Hay otra manera de salir —dijoel Rojillo—. Al entrar, hemos avanzadopor el túnel hasta que se ha bifurcado enforma de T. Entonces hemos girado a laderecha y hemos llegado a dondeestamos ahora. Si vais a la izquierda,pasaréis por delante de unas máquinasexpendedoras de productos varios. Másadelante encontraréis una puerta de

mantenimiento por la que se accede auna escalerilla. Por ella se sube hasta unpabellón de acceso en la superficie. Eseacceso se empleaba para salir afuera yrealizar los trabajos de mantenimientode la antena de bajada. Lo conozcoporque una vez pillamos a dos personasque habían subido hasta allí para...,bueno, ya me entendéis. En los tiemposen los que trabajaba aquí.

—Ya lo habéis oído, muchachos. Ida verlo, pero estad atentos para que noos pase nada. Griff no se los habrácargado a todos a la entrada del túnel. Sino habéis vuelto dentro de dos horas,entenderemos que no vais a regresar. Nopuedo dejar solo al Rojillo..., seríademasiado arriesgado. Comprobad dos

veces que vuestros trajes estén bien yponeos en marcha.

Rico y Huck se pusieron loscapuchones antirradiación y revisaronlas carabinas antes de dirigirse a la zonade las máquinas expendedoras, fuera delárea segura. El Rojillo prosiguió con elrastreo y, simultáneamente, bajó losarchivos de información que la basehabía almacenado durante los últimostres meses antes de que los muertosecharan a andar. Mientras los bajaba,miró al azar algunos de los mensajes yse dio cuenta de que conteníaninformación que no se había procesadoni enviado a nadie que se hallara fuerade la base.

No habían tenido tiempo o elpersonal necesarios para examinar lagran cantidad de datos y transformarlaen un informe manejable. El Rojilloestudió el abrumador volumen deinformación mientras Rex vigilaba elárea, preocupado por Griff.

INICIO TRANSCRIPCIÓN DETEXTO LUZ DE KLIEG SERIE 099 RTTUZYUW-RQHNQN-OOOOO-RRRRR-Y

ALTO SECRETO // SI // G // SAPHORIZONTE Se advierte a los destinatarios: esteinforme contiene información noanalizada. Sólo uso interno. Esta base ha recopilado Inteligenciaprocedente de la República PopularChina referida a un SAP con nombrecódigo HORIZONTE. [CENSURADO]la comunicación clandestina con

científicos chinos asociados con laexcavación de Mingyong fue descubiertapor los líderes chinos hace algúntiempo, quizá antes de enero. El EstadoMayor de la República Popular Chinatuvo noticia del contacto encriptado desu científico con [CENSURADO] y halanzado clandestinamente, en respuesta,una agresiva iniciativa de ciberguerracontra [CENSURADO]. El algoritmodel virus adjuntado a lascomunicaciones es similar a lasentidades previas STUXNET, en tantoque se aloja en los sistemas depropietario [CENSURADO] y descubrevulnerabilidades y limitaciones entiempo real. Esta base no está informadade la escala de los daños que la entidad

gusano tipo STUXNET de los chinos hainfligido en sistemas de matriz dedecisiones clave [CENSURADO]. KUNIA ENVÍA... K/ BT AR ESTADO TRANSMISIONES:Incapacidad de transmitir, imposibilidad

de enviar retransmisión de salida

41

Instalaciones de la cueva en Oahu

—Ya estamos. Fuerza la trampilla,Rico —susurró Huck desde laescalerilla—. Ya huelo el océano.

Rico trepó por los travesaños.Tenía la nariz sintonizada con algo quese pudría.

—Tú hueles el océano, yo huelomuerte. Voy a tomarme mi tiempo.Mejor que por ahora te quedes sentado;no pienso darme prisas para que puedasver el sol.

—A mí me parece bien —dijoHuck mientras masticaba una barra de

chicle que por el camino había sacadode una de las máquinas expendedoras.

—Ahhh, ya lo veo —dijo Rico, conla intención de que Huck le preguntara.

Huck picó en el anzuelo.—¿Qué es lo que has visto, tío?

¿Qué?—¡Esto! —respondió Rico, y al

mismo tiempo le arrojó encima uncadáver de gato en estado dedescomposición avanzada.

—¡Hijo de la gran puta! —gritóHuck—. ¡Latino de mierda! No creasque te voy a perdonar esto. ¡Te voy adestrozar la tarjeta de residencia antesde que regresemos, de eso puedes estarseguro!

—Cálmate, mariconazo. Ha sido

divertido —dijo Rico, y soltó unasrisillas con acento cubano exagerado, enun estilo muy parecido al de TonyMontana. Huck hizo una mueca—. ¿Porqué te enfadas así? Yo ya te había dichoque trabajé en la brigada de limpieza.

Huck se rió y levantó la mano,tratando de agarrar a Rico por la piernapara arrastrarlo un par de escalones másabajo, y quizá también rebajarle un parde grados de chulería. Huck le preguntó:

—¿Estás preocupado por Griff?—Sí, Griff es amigo mío, pero me

esfuerzo por mantener el optimismo.Puede que aún esté vivo. No voy apermitir que esto me mate. Quieroregresar y poner fin a lo queempezamos.

—Cuentas con mi aprobación.Estoy preparado para ir hasta allí y darde patadas a unos cuantos chinos —gritóHuck, y su voz resonó por la escalerillay llegó hasta el túnel.

Se oyó un sonido metálico a lolejos, en la negrura del túnel.

—¿Has soltado algo? —preguntóRico mientras trabajaba en la trampillapor la que se salía al exterior.

—No, ha sido en el túnel.Apostaría a que es una de las criaturas.

—Espera un segundo. Esta cuña melas está haciendo pasar canutas —dijoRico, y dobló una vez más elinstrumento para que encajase en elmecanismo de cierre del gran candadode latón producido por el Estado.

—Esto es lo que ocurre cuando tehaces la cuña con una lata de aluminio,idiota mexicano.

—Y tú eres paleto de nacimiento,Huck. Yo seré idiota, pero por lo menossé que no tengo que ponerle las manosencima a mis primas, no como tú, quepareces un paleto desdentado del Sur.

—No te pases, tío. Aún te debo lodel gato. No te creas que lo voy aolvidar a base de cachondeo.

—Ponte el capuchón, sube aquí ycállate, paleto. He logrado hacer saltarel cerrojo. Voy a meter esta palanca yabriré la puerta. ¿Estás a punto?

—Sí, hazlo. Estoy a punto.Huck apuntó hacia arriba con el

cañón del arma y se preparó para

disparar. Cuando los primeros rayos deluz solar entraron por la trampilla, lahumedad se condensó bajo loscapuchones que los protegían de laradiación. El paisaje era desolador. Loque un año antes todavía era un paraísode verdor se había transformado en unparaje siniestro. Toda la vegetaciónhabía muerto, y la explosión que sacudióHonolulu había arrastrado los árboleshacia el norte. Ninguno de ellos se habíaimaginado hasta qué punto había llegadola destrucción de la isla cuandoavanzaron hacia su interior protegidospor la penumbra de la noche pasada.

Estaban en lo alto de una colinaque se elevaba sobre la cueva y el túnely, desde aquella posición privilegiada,

columbraban el océano en lontananza.Huck distinguió, a cierta distancia, lasantenas en forma de pelota de golf,visiblemente dañadas, así como lasantenas más pequeñas frente a la puerta.

Se hallaban sobre un empinadopináculo desde el que se podía ver lainfestada boca de la cueva, que sehallaba más al sur, y un precipicioescarpado en el norte que debía deelevarse unos treinta metros sobre losrestos de una jungla. Rico agarró el blocde notas a prueba de agua y se puso adibujar un croquis de la situación, con elobjetivo de informar a Rex cuandoregresaran. Huck tenía los binoculares yobservaba la entrada de la cueva. Setendió de bruces sobre el suelo y se

arrastró hasta el borde. Rico le agarróinstintivamente el pie.

—¿Qué tal se ve?—Se ve una cuadrilla de putos

muertos andantes —respondió Huck.Rico levantó el pie de Huck a unos

pocos centímetros del suelo y el otro sellevó un susto.

—Deja de hacer el gilipollas —exclamó Huck. Siguió con laobservación del área de abajo, en buscade cualquier cosa que pudieraresultarles útil para salir de allí. Huckenfocó por un instante los binoculares enun punto fijo y tensó los hombros por laconcentración.

—Hum... Rico... Oye, tío, lo siento.—¿Qué..., Griff?

—Sí, hermano. Tira de mí haciaatrás. Lo siento, tío.

Rico agarró a Huck por las botas,tiró de él hacia atrás hasta alejarlo delborde y se sentó en el suelo, abrumadomomentáneamente por la derrota, yrecostó la espalda contra la herrumbrosapuerta del cobertizo de acceso.

—¿Qué es lo que has visto, Huck?—Rico hablaba con el tono de vozpropio de un hombre que no quieresaber la respuesta.

—He visto lo que quedaba de uncabrón valiente que resistió hasta elfinal. Parece que arrojó una granada defragmentación y se llevó a unos cuantosconsigo.

Los dos hombres estaban de pie

sobre la colina y absorbían el calor delsol hawaiano a través de los uniformesantirradiación, un pequeño lujo, sitenemos en cuenta las condiciones devida a las que se veían obligados en elinterior del submarino.

Huck le echó una mirada a su relojdigital y bizqueó por culpa de losnúmeros apenas visibles, porque labatería estaba a punto descargarse y nopodría reemplazarla jamás.

—Hace una hora que estamos aquí,Rico. Tendríamos que regresar.

Rico se puso en pie y en un instantedescolgó la M-4 que llevaba al hombro.Huck se sorprendió. Quitó el seguro conel pulgar derecho y empezó a dispararcontra las criaturas que estaban abajo.

Derribó a docenas de no muertos, sinprovocar ninguna reacción visible entrelos aproximadamente quinientos quecaminaban de un lado para otro y sefreían bajo el sol del trópico. Ricovolvió a colgarse la carabina al hombroy entró por la puerta del cobertizo queocultaba la trampilla y la escalerilla porlas que volverían a bajar.

Al ver la caja de la escalerilla,Huck se acordaba del pozo de donde suabuela sacaba el agua, y de cómo ésta lehabía advertido siempre, en su niñez, deque no se acercara al brocal. «Abajo elagua está fría, niño, y llena de ardillasmuertas», le decía bromeando. Huckbebía casi siempre agua del arroyo.

—Rico, creo que tendríamos que

contactar por radio con el submarinoantes de bajar. Para ponerles al día.

Rico asintió.—Clepsidra enviando informe de

situación —retransmitió Huck.—Clepsidra, me alegro de oíros,

joder. Adelante con el informe. —Lavoz de Kil se oyó en el pequeñoauricular.

—Las instalaciones están bien, nopodemos contactar con los pajaritos.Rojillo dice que otra entidad ha entradoen los pajaritos y los controla. Seguimosadelante con los objetivos secundarios.¿Me recibes?

—Sí, la transmisión es buena.Escucha, a propósito de Griff...

—Ya lo sabemos —respondió

Huck—. Ahora estamos arriba y vamosa bajar. Queremos volver esta noche.Nos vemos en el submarino, Clepsidracorta y cierra.

—Recibido, Clepsidra. Nosvemos.

Huck fue el primero en bajar por laescalerilla. Se acordaba de los sonidosque habían oído antes. Apuntaba haciaabajo con la carabina mientrasdescendía. Al llegar al túnel, se quitaronlas máscaras e iniciaron el caminodevuelta hacia el lugar donde seencontraban Rex y el Rojillo. Habíaunos pocos cientos de metros hasta laspuertas interiores, y así tuvieron tiempopara acostumbrar la vista: de la

contemplación directa de la luz del sol alos dispositivos de visión nocturna. Alllegar a la puerta de metal, Rico tiró delpomo. No cedió.

—Nos hemos quedado encerradosafuera... Tendremos que hacerla saltar—dijo Rico.

—Vale, yo me pongo manos a laobra y tú prueba con la radio. Quizá Rextenga encendida la suya; no puede estarmuy lejos de aquí. Tal vez la señal logreatravesar unas pocas paredes.

Rico abrió el micrófono, retrocedióhasta las máquinas expendedoras yvolvió de nuevo a la puerta. Probósuerte en distintos lugares para ver sidesde algún sitio lograba conectar.

Algo se movía en la oscuridad.

—¿Huck? ¿Lo has oído? —dijoRico, y volvió corriendo a la puerta.

—¿El qué?—Hay algo aquí dentro. No sé a

qué distancia estará, pero no me cabeduda de que debe de ser algo jodido yde que viene hacia nosotros. ¡Date prisa!—susurró Rico, en un intento por evitarsonido innecesario. Las ondas sónicasse propagaban por el túnel endirecciones impredecibles.

El cerrojo se abrió de improviso yHuck se cayó hacia dentro.

—Ya estamos dentro, Rico...,corre.

Rico contempló la negrura deltúnel. Sus anteojos de visión nocturna lepermitían ver tan sólo a unos pocos

metros de distancia en la totaloscuridad. Algo se había movido allífuera, Rico estaba seguro de ello.Caminó hacia atrás con el arma en alto,pasó por la puerta y la cerró en cuantoestuvo al otro lado. Anduvieron codo acodo por el pasadizo para volver conRex y con el Rojillo.

—Cuando tengamos que volver asalir, será un problema, tío —advirtióRico.

—No veo por qué. Afuera está muyoscuro, y las criaturas esas no ven en laoscuridad.

—Sí, pero no sabemos qué les hahecho a estos la mierda deradiactividad, tío. Puede que sean másjodidos.

—¡Ah, cállate de una vez, coño! Síque lograremos salir. Las puertas de lacueva estaban separadas tan sólo por unresquicio de unos centímetros de grosor.Esas cosas no podían entrar. Si haquedado alguno aquí dentro, serán tansólo uno o dos. Griff no nos habríajodido de ese modo, tío.

Las palabras de Huck tuvieron elefecto deseado: la actitud de Ricocambió visiblemente. Abrieron laportezuela y entraron en la sala dondeRex y el Rojillo les aguardaban.

—Eh, tíos, habéis tardado muchorato. ¿Qué es lo que habéis visto? —preguntó el Rojillo. Tenía la mochilacerrada con todo el equipo dentro yestaba a punto para ponerse en marcha.

—Hemos encontrado la salida.Ésas son las buenas noticias, supongo —dijo Huck en tono solemne.

—Escúpelo de una vez, Huck.¿Cuáles son las malas? —preguntó Rex.

—Bueno... Griff... no lo consiguió;arrojó una granada de fragmentación yse llevó a media docena por delante. Noquedaba mucho, pero estaba claro queera él.

—¿No se ha...? —preguntó Rex.—No, está muerto del todo, de eso

no cabe duda. Si no, no lo habría dejadoallí —dijo Huck, y miró al suelo,demasiado cansado de ver el dolor enlos ojos de sus compañeros.

Rico se sacó el bloc de notas delbolsillo y le enseñó a Rex un bosquejo

de lo que habían encontrado arriba.—Al norte hay un barranco, unos

veinte metros y pico, quizá treinta. Lacara sur queda sobre las puertas deltúnel donde se encuentra... donde seencontraba Griff. —Mientras hablaba,Rico pasó de la tristeza a la ira—. Nome importa lo que quieras hacer tú, jefe.Si quieres bajar por la cara sur y matar atiros a todas esas criaturas, yo teacompaño.

Rex se sorprendió por el súbitocambio de humor de Rico.

—No, iremos por el norte ysaldremos de aquí ilesos. Nuestro puntodébil son las municiones. ¿Habéiscontactado por radio?

—Sí —confirmó Huck, y se puso a

masticar una nueva barra de chicle—.Saben lo de Griff, lo vieron ellosmismos a través de la cámara que tienenvolando por el cielo. Les he dicho queesta próxima noche trataríamos deregresar al submarino. ¿Cómo os ha idoa vosotros?

—El Rojillo ha hecho un nuevointento de poner a los satélites bajocontrol. Nada de nada. Hay algún otroque tiene las riendas. —Rex echó unamirada y vio que el Rojillo tenía lamochila a punto y estaba listo paraponerse en marcha—. ¿Vamos a algúnsitio?

—Sí, salgamos de aquí ahoramismo. He hecho todo lo que se nospedía. La información está copiada en

dos DVD que llevo en la mochila. Antesde salir, os daré uno a vosotros, por siacaso. Lo he duplicado todo.

—Buena idea. Aunque, si tú nolograras regresar, sería mejor que yotambién me quedase aquí. Siperdiéramos a un recurso humano degran valor como tú, el viejo Larsen meataría a la torreta y me daría en loshuevos con una antena de coche.

Al oírlo, Huck se echó a reír contal fuerza que escupió el chicle sinquerer. Se imaginó al capitán vestidocomo el general Patton, con una antenade coche en lugar de la fusta. Se rió conmás fuerza todavía y tuvo que doblar elcuerpo, con la cara enrojecida.

—A mí no me parece tan divertido,

Huck. —Rex se acercó a la mesa,arrancó un trozo del chicle pasado deHuck y se volvió hacia el Rojillo—.Pero ¿qué ha pasado con el rastreo?

El Rojillo le respondió conpalabras rápidas, casi como si hubieraleído un guión.

—El rastreo ha terminado enAlaska. He encontrado un cortafuegos yno he podido ir más allá. —Se ajustócon fuerza las correas de la mochila y seacercó de nuevo a la terminal—. Voy acerrar el computador. No creo que nadiemás vaya a venir, pero siempre cabe laposibilidad de que más adelantenecesitemos estos sistemas.

—Por mí, como si te bajas pelisporno y luego le pegas fuego a todo.

Aquí ya no tenemos nada más que hacer.—Rex se plantó en el centro de la sala yempezó a explicar el plan—. Vamos asalir cuando se ponga el sol. Aquídentro no tendríamos que encontrarnoscon ningún problema, y el Rojilloconoce este lugar. Así pues, Rico..., tú yel Rojillo iréis por cuerda. Cuatrocuerdas, si podéis. Y si no podéis, yanos apañaremos. Huck y yo lasujetaremos.

—Recibido. Vamos, Rojillo.Ambos dejaron sus pesadas

mochilas y se llevaron tan sólo lasarmas. Ninguno de ellos tenía ni las másmínimas ganas de pensar en laspróximas doce horas..., en el viaje quetendrían que hacer a través del cinturón

de no muertos de la isla.

A bordo del VirginiaDiciembre¡Voy a ser padre! ¡¿Yo?! Aunque el

equipo esté en tierra, a dieciséiskilómetros en el interior de un territorioque ha quedado como Hiroshima, nopuedo dejar de sonreír. Noticiasbuenas..., noticias estupendas. Lasmejores noticias desde las Navidadespasadas. Ha pasado casi un año desdeque el mundo murió, y me encuentro conque he engendrado vida nueva.

El mensaje de Tara era sencillo,pero me ha cambiado para siempre:«Estamos embarazados.»

He andado de un lado para otro

durante un rato que me ha parecido unahora entera, sonriente y feliz. Heolvidado lo que sucedía a mi alrededor.¡Ya no estaba en un submarino frente alas costas de Hawaii, estaba en lasnubes!

Y ahora hablemos de asuntos másurgentes.

El sol se pondrá dentro de un parde horas y sucederán dos cosas. Tendréotra oportunidad de mandarle unmensaje a Crusow y colaboraré en laextracción del equipo que está en Kunia.Crusow se notaba tan alegre y orgullosode mí cuando me ha pasado las noticiasde Tara... Es curioso: no lo he vistojamás y, sin embargo, se ha enterado delo del niño antes que yo, porque ha sido

él quien me ha mandado el mensaje.Cuesta creer que esté tan lejos, en unlugar tan opuesto a éste. Entre él y yohay una diferencia de temperatura deochenta grados pero aun así logramosencontrar motivos de alegría en nuestrasrespectivas situaciones. ¡Hoy lo heencontrado yo más que él!

Nombres para el mensaje derespuesta: si es niño, un nombre potente,como Alexander. Si es niña, un nombrecomo Lilian, o... No, tendré que pensarotro. Maldita sea... Tendré que casarmecuando regrese. Mi madre me mataría sisupiera que voy a ser padre sin habermecasado. Mi madre...

42

A bordo del George Washington

John vigilaba de maneraclandestina la totalidad de los mensajesque circulaban por el portaaviones, pormedio de un improvisado empalme quehabía hecho en algunas líneas clave. Fueasí como interceptó noticiasinquietantes. También había desviadotráfico de mensajes en el que semencionaba información recopiladasobre el área de Beijing por unaaeronave que en sus fuentes recibía elnombre de Aurora.

Había codificado y transmitido una

breve línea de advertencia a Kil, perono estaba seguro de que éste la hubierarecibido. Era necesario que laconfirmación de Kil llegara antes de queel submarino estuviese en Bohai,porque, si no, se vería obligado atransmitirla en público, sin cifrar, con elpeligro de que todo el mundo seenterara. John estaba seriamentepreocupado por Kil. Decidió que no lecomunicaría sus descubrimientos a Tara,para evitar preocupaciones innecesariasy confusión. Se había enterado de lasbuenas noticias y no quería alterarla.John no conocía los detalles de lamisión de Kil en China, perosospechaba que el objetivo que pudierantener allí estaría relacionado con los

mensajes que había interceptado hacíapoco.

Durante la reunión de los mandosdel portaaviones a la que había asistidoel día anterior («asistido» en un sentidoamplio del término, ya que a la mitad dela sesión le habían ordenado abandonarla sala por razones de seguridad), Johnse había enterado de que el almirantesentía preocupación por uno de losciviles que viajaban a bordo. El oficialque tenía la palabra en ese momentoempleó el tiempo que se le habíaasignado para informar al almirante, conla precaución de no emplear nombres,porque sabía que había civilespresentes.

—El muchacho dice que oyó cosas

raras en el nivel 0-3 de popa, almirante.Se lo contó a la enfermera y al médico.¿Cómo le parece a usted queprocedamos?

El almirante hizo un gesto con lamano para ordenar que todos los nomilitares que se encontraban en la salase marcharan. Entonces, Joe, suasistente, los hizo salir a todos y cerróla puerta. John sabía que lo másprobable era que no le ordenaranvolver, así que aprovechó el momentopara hacer una llamada desde el teléfonodel pasillo. Marcó el número de laenfermería.

—Jan al habla. ¿Hay algunaemergencia?

—No, soy John. Escucha,

¿recuerdas esa discusión que tuvimoshará una semana a propósito de Danny?

—Sí, ¿por qué?—¿Se lo has contado a alguien?—No, tan sólo lo he comentado con

Dean. Dean me dijo que se locomentaría al almirante en la reunión dela próxima semana.

John calló por unos instantes.—Te lo pregunto porque esta

mañana estaba en la reunión de losmandos y he oído algo sobre esacuestión, pero entonces han hecho salir alos civiles. Han hablado de un muchachoque había oído cosas raras. —John sacóel bloc de notas y pasó páginas hastallegar a la primera que no tenía laesquina del papel doblada—. Un

muchacho que había oído cosas raras enla popa, en el nivel 0-3, y que se lohabía contado a la enfermera.

Jan se quedó en silencio al otroextremo de la línea.

—¿Jan? Creo que lo mejor será queconvoquemos una reunión del Hotel 23.

- De acuerdo, a mí me parece bien.Te veo dentro de unos minutos. Nosencontramos en el pasillo donde estánnuestros camarotes.

—Muy bien, hasta ahora. Ándatecon cuidado.

—Desde luego. Hasta ahora, John.John llamó a Will, Dean y Tara

antes de ir al lugar indicado. Después derecorrer con diligencia los niveles yescalerillas correspondientes, llegó al

sitio y se encontró con que Jan y Will yaestaban allí y, junto a la mujer, unabonita sorpresa: Laura con Annabelle.

—¡Hola, Laura! ¿Vas a cuidar demi perrita?

—¡Sí! ¡Pero es mía, ella misma melo dijo! —respondió Laura. Soltó unarisilla y le rascó el lomo a Annabelle.La perrita, como si lo hubiera entendido,meneó su colita enroscada, como decerdo.

—¡Eso ya lo veremos, niñita! —dijo John con su voz de tío malvado, y leprovocó más risillas a Laura.

Annabelle meneó la cola y semarchó corriendo, con la lengua fuera,preparada para dar lametones,meneando la cola sin control.

—Will, ¿cómo te va todo? Sientono haber tenido ni siquiera cincominutos para hablar contigo durante losúltimos días. He estado ocupado con lossistemas de comunicaciones y todo eso.

—No te preocupes... Jan me tieneocupado a mí cambiando bacinillas ybolsas de suero. Me hace trabajar comoa una mula.

Jan le puso mala cara e hizo sonreíra todos los demás.

La puerta de un camarote se cerródetrás de John; éste se volvió y vio aTara.

—No creo que sea necesario pero,de todos modos, estaría bien que nosmarcháramos del pasillo antes de quepase alguien. Dean aún no ha llegado.

—Estoy aquí. —La voz de Deanresonó por el pasillo. Una pelota debaloncesto resonó contra el techo deacero. Un indicio de que Danny iba conella.

—Danny, ve con Laura a estudiaren el aula. Iré a buscarte cuandohayamos terminado, y no quiero que mepongas mala cara, jovencito.

—Está bien, abuela —respondióDanny con voz triste. A un niño pequeñonunca le gusta que lo manden a cuidar auna niña aún más pequeña.

Dean le acarició la cabeza conmanos que el trabajo le habíaencallecido y le dijo:

—Os vais a divertir, niño, y detodos modos no durará mucho. Venga,

márchate.Danny, Laura y Annabelle se

marcharon corriendo. Annabelle saltó alpasar una compuerta de seguridad, comoun gamo del bosque saltaría sobre unleño. Al cabo de unos instantes, elcorreteo de Annabelle se oyó con másfuerza y entonces apareció de nuevo, yse detuvo a los pies de John.

—¡Así me gusta! —dijo John—.Vamos a mi camarote, allí tendremosmás espacio.

—¡Anda, mira el privilegiado este!—dijo Tara con una sonrisa sarcástica.

—Sí, y me siento un poco culpable,pero me paso la noche despierto y vivoen el camarote del hombre que hacía elmismo trabajo antes que yo. Estoy en el

camarote del oficial de comunicaciones.Es un lugar sencillo en comparación conel Hotel 23, pero muy espacioso para loque tenemos ahora.

—¡Ah, por favor, cállate de unavez, John! El que uno de nosotros puedaestar un poco más cómodo es motivo dealegría para los demás —le aseguróDean.

—Gracias, Dean, lo único queocurre es que no quiero que nadie pienseque me he olvidado de todos vosotros.¿Empezamos?

Entraron todos en el camarote deJohn y cerraron la puerta. Tomaronasiento en las literas, el fregadero y elpequeño escritorio plegable, y Johnempezó a contarles lo que había

ocurrido por la mañana. Annabelleencontró la cuerda que John se habíallevado del castillo de proa y se pasó elrato masticándola. Mientras John lesexplicaba lo que había oído, Deanempezó a poner cara de preocupación.Había tenido la intención de solicitaruna entrevista con el almirante, perocomo, al fin y al cabo, Danny no habíavisto nada con sus propios ojos, habíaacabado por parecerle que, de momento,lo mejor sería dejarlo correr.

—Ya sé cómo ha llegado esto aoídos del almirante —exclamó Jan—.Hará una semana, estaba en laenfermería con el Dr. Bricker. Dannytuvo que venir a que le pusiéramos unospuntos y dijo que le parecía que

llevábamos zombies a bordo, y quejugaba a los zombies con los otrosniños. Después de que Danny semarchara, el Dr. Bricker me contó que aveces le habían llevado muestras detejido orgánico para que las analizara, yque tenía sospechas acerca de suprocedencia.

—Todo eso no significa nada, Jan.Además, ¿creéis que tenemos que sacarconclusiones precipitadas y alterarnospor unas muestras de tejido orgánico?—preguntó Tara.

Jan frunció el ceño y empezó aexplicárselo:

—Es que no eran simples muestrasde tejido orgánico. Bricker me contó quese trataba de tejido cerebral altamente

irradiado. Enfatizó que no se habíanllevado a cabo misiones dereconocimiento ni de captura durante lasdos semanas previas a la recuperaciónde las muestras.

—No es que dude de ti, Jan..., peroes que creo que no estoy preparada parahacerme a la idea de que esas criaturasviajan conmigo en el portaaviones y...—Tara se oprimió el estómago conambas manos, se lo frotó suavemente yempezó a sollozar.

—No pasa nada, Tara —dijo John—. Si se encuentran a bordo, por lomenos ya lo sabemos. Estamos todosarmados, aunque no nos pareciesenecesario cuando llegamos aquí. En vezde desarmarnos a todos, el ejército nos

exigió que lleváramos armas a todashoras mientras nos encontráramos abordo; eso juega a nuestro favor. Loúnico que nos queda es demostrar quelos no muertos están aquí, con nosotros.

John se levantó del escritorio y secolocó bien las gafas sobre el puente dela nariz.

—Creo que tengo el perfectodetector de no muertos, baterías noincluidas. —Miró a Annabelle. Todavíamasticaba la cuerda y meneaba la colita—. Esos pelitos del pescuezo nos hansalvado a Kil y a mí en más de unaocasión.

ZAAUZYUW RUEOMFC76851562255-TTTT-RHOVIQM

ZNR TTTTT ZUI RUEOMCG340X1562254 Z 042253Z DEL PORTAAVIONES GEORGEWASHINGTON A RHOVNQN / GOBIERNO ENFUNCIONES MT W

BT ALTO SECRETO // 002045U ASUNTO:/ INFORME CARRETERAELEVADA-CENTRO OBSERV:/ FASE FINAL DEEXPERIMENTACIÓN ENESPECÍMENES CARRETERAELEVADA Y CENTRO EMPEZARÁEN LAS PRÓXIMAS 24 HORAS. DE

ACUERDO CON ÓRDENES DELGOBIERNO EN FUNCIONES, ÁREASPREESTABLECIDAS DEL CEREBROSERÁN LOBOTOMIZADAS, UN OJOEXTRAÍDO PARA PRUEBAS DEPRESUNTA PERCEPCIÓNSENSORIAL TÉRMICA.

ESTA BASE ENVIARÁINFORMACIÓN ACTUALIZADA PORCORRESPONDENCIA SEPARADA. BT AR

NNNNN

* * * INICIO DE TRANSMISIÓN DETEXTO LUZ DE KLIEG SERIE 209 RTTUZYUW-RQHNQN-OOOOO-RRRRR-Y

ALTO SECRETO // SAP HORIZONTE ASUNTO: CONCLUSIONESEFECTOS RADIACIÓN SOBREESPÉCIMEN DE NUEVA ORLEANS OBSERV:/ ESTA BASE HAFINALIZADO EL EXAMEN INICIALDE LOS ESPECÍMENESCARRETERA ELEVADA Y CENTRO(DESIGNADOS EN REFERENCIA ALSITIO DE CAPTURA EN NUEVA

ORLEANS). DURANTE LASPRUEBAS INICIALES, AMBOSSUJETOS MOSTRARONCONGRUENCIA EN LA FUNCIÓNMANO-OJO, SIMILAR A NIÑOPEQUEÑO EN LA CAPACIDAD DEINTRODUCIR OBJETOS DEMADERA EN AGUJEROS CON LAMISMA FORMA. DURANTE LASPRUEBAS DE COORDINACIÓN MÁSAVANZADAS, CENTRO DEMOSTRÓCAPACIDAD DE MOVERSE ADIECISÉIS KILÓMETROS PORHORA. CARRETERA ELEVADA NOPASÓ DE LOS DIEZ. CENTROTAMBIÉN POSEÍA CAPACIDADPARA RESOLUCIÓN DEPROBLEMAS SENCILLOS, Y ELEGÍA

DETERMINADAS HERRAMIENTASPARA TRATAR DE ROMPER LOSCRISTALES, A FIN DE CAPTURARLO QUE PERCIBÍA QUE PODÍA SERUNA PRESA VIVIENTE DETRÁS DEUN CRISTAL BALÍSTICO. CENTROEXHIBIÓ COMPORTAMIENTOHOSTIL FRENTE A CARRETERAELEVADA CUANDO HABÍACOMIDA PRESENTE, Y ENOCASIONES EMPUJABA ACARRETERA ELEVADA PARAALEJARLO DE LA COMIDA.

COMPORTAMIENTO ADESTACAR: SE NOTÓ QUE CENTROOBSERVABA LAS ENTRADAS YSALIDAS DE LOS

INVESTIGADORES E IMITABA LOSMOVIMIENTOS DE SUS MANOSCUANDO ESTOS TIRABAN DE LASPALANCAS DE LA COMPUERTAPARA SALIR, LO QUE SUGIERE PORLO MENOS UNA CAPACIDADRUDIMENTARIA DE APRENDER.TANTO CARRETERA ELEVADACOMO CENTRO TIENEN RAPIDEZ YAGILIDAD TODAVÍA NOOBSERVADAS EN CRIATURAS NOEXPUESTAS AL BOMBARDEORADIACTIVO DE LAS PASADASDETONACIONES NUCLEARES. RESUMEN: EL PORTAAVIONESGEORGE WASHINGTON

PROSEGUIRÁ CON LAOBSERVACIÓN DE LOSESPECÍMENES. AVISARÁ ALGOBIERNO EN FUNCIONES DECUALQUIER PROPÓSITO DEDESTRUIRLOS. CINCO SUJETOS ENCONDICIONES VARIAS,PROCEDENTES DE ÁREASGEOGRÁFICAS DISTINTAS,PERMANECEN A BORDO. ESTABASE SE MUESTRA ESCÉPTICAPOR LO QUE RESPECTA A LASPOSIBILIDADES DE EXTERMINARA LA POBLACIÓN NO MUERTA DEESTADOS UNIDOS. EN ESTOSMOMENTOS LOS NO MUERTOSIRRADIADOS NO MUESTRANSIGNOS DE PUTREFACCIÓN.

DATOS PROCEDENTES DE LOSARCHIVOS DE HIROSHIMA YNAGASAKI INDICAN CIERTAPRESERVACIÓN DE LOSCADÁVERES POR LA RADIACIÓN,PERO NO DE ESTE ORDEN DEMAGNITUD. ESPECULAMOS CONQUE LA RADIACIÓN ELEVADA HACONSTITUIDO UNA RELACIÓNSIMBIÓTICA CON LA ANOMALÍAEN UN NIVEL QUE SOMOSINCAPACES DE VERIFICAR OMEDIR EN ESTE MOMENTO.BUENA SUERTE. CIENTÍFICO JEFE DEL GW ENVÍA...

BT AR Túnel en el espacio... Estaba tanenfrascado en la misión, que no habíaentendido lo que John quería decirme.Hace más de una semana que añadecódigos extra a sus mensajes. Los apuntésin pensar, porque en ese momento meparecían un puro galimatías. John mehabía mandado mensajes cifrados pormedio de nuestras copias gemelas de

Túnel en el espacio. Me ha mandadocódigos en los que se indicaba lapágina, el párrafo y la frase, parahacerme buscar palabras y letras que seencontraban en mi ejemplar del texto. Aljuntarlos, forman frases breves. Me hedado cuenta después de que Crusow mereenviara el último mensaje de John.Aunque ya le había dicho que hacíatiempo que terminé el libro, me lo havuelto a preguntar después de mandarmela última serie de códigos. «¿Ya hasleído Túnel en el espacio?»

Me he pasado un rato sentado en lalitera, confuso. He hojeado la novela, ala espera de recibir informesactualizados del equipo que regresa deKunia. He buscado algo que John

pudiera haber escrito dentro del libro,algo que me hubiera pasado por alto.

Finalmente he logrado transcribirel mensaje. El código, aparentemente sinsentido, se ocultaba a la vista de todo elmundo en las series de movimientos deajedrez. Se refería a secuenciasespecíficas que tan sólo se podíandescifrar si el receptor teníaexactamente la misma clave que elemisor. En este caso, un libro nohabitual y agotado en imprenta. Me hallevado unos minutos, pero el mensajeestaba claro.

«ESPÉCIMEN COLISIÓNNEVADA 1947 EXPUESTO A LAANOMALÍA... MUY FUERTE...ARMAS INEFECTIVAS,

NEUTRALIZADO CON FUEGO...¿SIGNIFICA ALGO?»

Por supuesto, estoy sorprendido yconfuso porque no entiendo cómo puedeser posible que John disponga de esainformación. Pero, bien mirado, no estan extraño, ya que es oficial decomunicaciones en funciones a bordodel George Washington . Parece que laarmada trabaja siempre de acuerdo condos principios esenciales. Uno de elloses la regla «a más imbecilidad, másautoridad», lo que quiere decir que,cuanto más imbécil seas, más probablees que te asciendan. El otro principioque he visto confirmado durante miperíodo de servicio es la «maldición delos competentes». John se encuentra en

este último caso. Cuanto más competenteseas, mayores serán lasresponsabilidades por las que no tepagan, y más trabajo te exigirán.

Sin excepciones, los mandos queestán por encima de los competentespueden englobarse dentro de la primerade las categorías citadas. Me imaginoque le han dado acceso global a lasredes de comunicación del portaavionesporque es el único que sabe hacer eltrabajo que le exige su puesto. Sea comosea, no le voy a revelar este mensaje alcapitán mientras no sepa bien en cuál delas dos categorías se encuentra. Se locontaré a Rex y a los demás cuandollegue el momento oportuno; son losoperativos de esta misión y tienen

derecho a saberlo. Lo de China va a serproblemático, como mínimo.

Este mensaje codificado de Johnme habría parecido muy extraño si nome hubiesen informado previamente delo que nuestro gobierno nos habíaocultado durante todos estos años en lasmontañas del oeste.

43

A bordo del Virginia - en aguas deHawaii

—¿Cuándo van a regresar, Kil? —preguntó Saien.

—Saldrán de la cueva una horadespués de la puesta de sol. Parece queentonces las criaturas están un poco máscalmadas. ¿Por qué me lo preguntas?

—Yo sólo quería saber si teníamostiempo para charlar antes de volver altrabajo.

—Sí, creo que sí. ¿Qué es lo quetienes en mente? —dijo Kil mientrasbajaba de la litera de arriba y se sentaba

al lado de Saien.—No sé si creerme lo que nos

contaron mientras veníamos hacia aquí.Hace días que lo pienso. En un primermomento me pareció que podía sercierto en parte, pero, cuanto más lopienso, más ridículo me parece. Querríasaber lo que piensas de todo esto..., deesta historia tan disparatada.

Kil respiró hondo y se quedósentado en la silla por unos instantes,meditando la cuestión. Al cabo de unrato, habló.

—Bueno, creo que estoy deacuerdo contigo. Alguien muy cercano amí solía decirme: «No te creas nada delo que oigas, y tan sólo la mitad de loque veas.»

Compartieron una carcajada,aunque Kil no estuviese seguro de queSaien hubiese comprendido lo quequería decir.

—Ahora que hablamos de esto,creo que hay algo que te tengo que decir—explicó Kil en susurros deconspirador. Se puso en pie, se acercó ala litera y buscó algo debajo de laalmohada. Sacó un libro en rústica muygastado—. ¿Recuerdas este libro queJohn me dio antes de que nosmarcháramos?

Saien asintió.—Bueno, pues acabo de descubrir

que John me ha estado pasando unmensaje por medio de las páginas deeste libro, camuflado entre sus jugadas

de ajedrez. Con el tráfico normal demensajes, ¿sabes?

—¿Y me vas a contar lo que te hadicho?

—El mensaje básico es que hansometido el espécimen de Roswell alcontagio de la mierda esta.

—¿Qué? ¿Cuándo ocurrió?—No sé el cuándo ni el porqué,

pero sí los resultados. De acuerdo conJohn, ha sido un desastre. Tan sólopudieron detenerlo por medio del fuego.Las armas no le hicieron nada.

Ambos se quedaron sentados y ledieron vueltas durante un rato al asunto,hasta que Kil dijo:

—Acabábamos de decir que losdos estamos de acuerdo en que todo esto

parece una de esas demenciales teoríasconspirativas y probablemente no esverdad. Pero, aunque no nos lo creamos,probablemente no estaría mal quepreparásemos un par de cóctelesMolotov para nuestro equipo. Piensoque tendrías que hacerte amigo de lagente de ingeniería y ver si lograsaveriguar algo. Si te hacen preguntas,diles que te mando yo.

—A mí me parece bien.—En cuanto el equipo haya vuelto,

empezaré por contarle a Rex todo lo quesabemos. No quiero que John se meta enlíos. No creo que Rex y sus compañerosvayan a darnos problemas, pero toda latensión por la que estamos pasando...

—Sí, una tensión como la que

estamos pasando basta para transformara los amigos en enemigos y a losenemigos en amigos. Lo sé de primeramano.

—Sí, apuesto a que sí lo sabes. Nocreas que he olvidado nuestros viajes.Tiras de puta madre con las armaslargas, y eso es algo que la mayoría deciviles no saben hacer. Me di cuenta dela esterilla y de cómo alimentabas elfuego. Nunca lo habíamos hablado antes,pero te digo una cosa, yo ya estaba hartode la guerra antes de todo este desastre.Yo creo que esto, lo llames como lollames, ha puesto fin a enemistades quehabían durado mucho tiempo, y haapaciguado muchos odios. No tepreocupes, Saien, creo que Seguridad

Interior ha desaparecido para siempre.No sé qué es lo que me inspira másdesprecio, los escáneres de losaeropuertos por los que te veíandesnudo y los manoseos o los muertosandantes. No creo que se hayaconservado ninguna base de datos en laque figure tu nombre.

Saien respiró hondo y se arrellanóen su silla, incómodo, con los brazospegados al cuerpo.

—Kil, yo tenía que encontrarmecon un miembro de mi célula en SanAntonio. Íbamos a...

—Déjalo, Saien. No tengo ningunanecesidad de oírlo. No olvides que soyoficial del ejército y que, antes, nohabría vacilado —respondió Kil, sin

poder reprimir sus emociones.—Tengo que librarme de este peso

que me oprime. No me queda nadie más.Ése es mi único motivo.

—Saien, ¿recuerdas lo que nosdijeron antes de explicarnos lo queíbamos a buscar? «Una vez se lo hayadicho, no se podrá retirar.» Antes decontármelo, tienes que estar seguro deque no te vas a arrepentir luego. Hemossobrevivido a situaciones que nos hanllevado muy cerca de la muerte, peroestoy seguro de que no me vas a pedir unautógrafo cuando te haya contado a quéme dedicaba antes de que sucediera todoesto. No te he contado nada, y con buenmotivo. Tenemos que sobrevivir, eso estodo..., es lo único.

Los dos hombres estaban sentadosen sus respectivas sillas, uno enfrentedel otro, en el pequeño camarote. Kilcreyó oír el tictac de su reloj demuñeca..., pero el reloj era digital.Saien se puso a hablar de nuevo... Susojos miraban más allá de Kil, a travésde los mamparos, a través del océano,más allá de Oahu.

—Teníamos que encontrarnos enSan Antonio. Yo, deliberadamente, tansólo conocía el nombre en código y el«buzón muerto» de uno de los miembrosde mi célula. Nos comunicábamos enlínea por medio de un «buzón muerto»virtual, pero al mismo tiempoutilizábamos encriptación estándar. Tuejército emplea sistemas de encriptación

muy inferiores a los estándar. Yo usabaAES de 256 bits. Todo eso no importaahora, discúlpame. Estoy divagando.

—No te preocupes. Continúa, noimporta —le dijo Kil, en un tono de vozque transmitía seguridad. Más que otracosa, sentía curiosidad.

Saien tomó un trago de una viejabotella de agua reciclable que habíautilizado desde que se marcharon delPanamá y continuó:

—Recibí la orden de pasar a laacción una semana antes de que losmuertos se alzaran. Mi objetivo era uncentro comercial, en el período del añoen el que había mayor afluencia. Yoformaba parte de un comando terroristacon cinco miembros. Éramos un solo

comando, pero había más, tal vez otrosveinte. A todos ellos se les habíaordenado que realizaran atentadossimultáneos en ciudades distintas. Elobjetivo era pegarle el tiro de gracia ala economía estadounidense y precipitarel derrumbe financiero. Vuestraeconomía se basaba en un setenta porciento en el consumo. Si la gente teníamiedo de ir a los lugares donde segastaba dinero, el sistemaestadounidense habría tocado a su fin. Eldólar habría padecido hiperinflación yvuestras guerras en el extranjerohubieran tenido que terminar. Tambiénsabíamos que el perro pastor no podíavigilar a la vez a todas las ovejas niapaciguar sus miedos. Me imagino que

logramos lo que queríamos cuando losmuertos se alzaron y las infraestructurasdejaron de funcionar. En el momento enel que ves que un hombre a quien acabande pegarle un tiro de rifle en el pecho sepone en pie y te persigue, tu ideologíacambia. Es por eso por lo que he dejadode rezar. Estoy apenado por lo que fui ypor lo que pretendía hacer. Aunque nome lo preguntes, te lo voy a decir.Ahora, la mayoría de losestadounidenses han muerto, como yasabes. Si hace un año hubieras estado enuna cueva de Pakistán y hubieses tenidouna conversación con los líderes de labase, y le hubieras preguntado «¿lamuerte en masa de los estadounidensessería algo bueno a los ojos de Alá?», él,

sin duda alguna, te habría contestado loque ya te puedes imaginar. Y mira cómoestamos ahora. Los Estados Unidos hanmuerto, y también todos los demás, y nosabemos dónde se encuentra Alá. Diosha muerto en la Tierra, ¿quién nos lopuede discutir?

—¿Así que ibas a seguir el modelode Bombay y habrías puesto una bombaen un centro comercial? —preguntó Kil.Era una pregunta casi retórica.

—Ése era el plan. Ahora hedespertado y siento vergüenza —declaróSaien con toda sinceridad.

—Bueno, no puedo decirte que mecaigas mejor por lo que acabas dedecirme... Pero yo tampoco soyperfecto. Deserté del ejército. Mi

superior me ordenó que regresara a labase y desobedecí. No fui. Me quedé enmi casa. John era el vecino de la casa deenfrente. Míralo así: tú, por lo menos,no llevaste a cabo tu plan. No pasó deun delito de intencionalidad.

—Sí, y doy las gracias por ello,porque, si no, ahora sería una almatorturada.

—Sí, ahora mismo estaríastrastornado, no me cabe ninguna duda.Y, por lo que respecta a Dios, hanocurrido muchas cosas. No eres el únicoque cuestiona su propia fe. Estoy segurode que toda esa mierda de losalienígenas no nos ayuda en nada.

Alguien llamó a la puerta y Kil selevantó de un salto; instintivamente,

empuñó la pistola.—Adelante —dijo Kil.La puerta se abrió poco a poco y

así quedó a la vista el suboficial concara de jovencito llena de granos.

—Señor, el sol se ha puesto y nosllegan señales de radio de Clepsidra.Preguntan por usted. Los Scan Eagles yaestán en camino.

—Entiendo. Voy para allá —dijoKil.

44

El interior de Oahu

El sol se había puesto; un fulgorpurpúreo que venía del oestecentelleaba y danzaba sobre las aguasdel Pacífico. La Fuerza ExpedicionariaClepsidra había pasado veinticuatrohoras en la cueva de Kunia. Hasta esemomento, se consideraba que la misiónen Hawaii había sido un fracaso.Incapaz de hacerse con el control sobrelos satélites para que estos sirvieran deapoyo a la incursión de Clepsidra, elsubmarino iba a quedarse solo; sutripulación, temerosa y vulnerable frente

a cualesquiera restos del ejército chinoque pudieran quedar en aquellas aguas.La mochila del Rojillo había vueltorepleta de papeles y discos. Papeles quecontenían un montón de secretos.Información que no se había llegado aretransmitir desde aquella base,abandonada hacía tiempo por el grupocriptológico que había trabajado allí.

Rex fue el último en subir por laescalerilla, y también quién cerró parasiempre la entrada. «Dentro de unosaños, alguien va a descubrir aquí unacolonia de ardillas mutantes», pensó alechar de golpe la trampilla. Rex, Huck,Rico y el Rojillo se irguieron sobreaquella especie de meseta; habríacostado averiguar si se había construido

en torno al túnel o si el túnel había sidoconstruido dentro de ella. Al sur habíaun gran grupo de criaturas no muertas; alnorte, un precipicio escarpado de pocomás de veinte metros hasta llegar a lajungla.

Huck descubrió el sitio dondepodían anclar las cuerdas. Las ataronpor medio de un nudo de doble escota.Sujetó la cuerda al poste de anclaje porun punto cercano al nudo y le gritó aRico:

—Déjala caer, mexicano.Mientras mascullaba algo en

español, Rico arrojó al vacío los doscabos de la cuerda.

—Rojillo, ven aquí, esto esimportante —dijo Huck al tiempo que

volvía el rostro con cuidado de nohablar con voz fuerte en dirección al sur,donde las criaturas podían enloquecer siel viento transportaba el sonido. Huckestaba de pie cerca del Rojillo, a unosdos metros de la cara norte, cuandoexplicó—: Ahora vamos a hacer rápelpor esta pared. Tienes que pasarte ladoble cuerda por entre las piernas desdedelante, y luego doblarla en torno a tupierna derecha y cruzarla sobre el pechohasta el hombro izquierdo, así. Luegotienes que cruzarla por detrás de laespalda y pasarla bajo la axila derecha.Entonces sujetarás la cuerda por arribacon la mano izquierda y regularás eldescenso con la derecha. Siéntate aquí ypractica un rato mientras yo me aseguro

de que el mexicano esté bien atado.—Vete a tomar por culo, paleto —

le respondió Rico, y le arreó una collejaa Huck.

—Oye, cálmate, no querrás bajardemasiado rápido y romperte unapierna, ¿verdad? Esas criaturasacabarían contigo en cuanto teencontraran, y puedes dar por seguroque te encontrarían —se burló Huck.

Huck tiró de la cuerda y apoyó todosu peso en ella para estar seguro de queno se soltaría del anclaje. Aquella nocheno podrían disfrutar del lujo de unamarre de seguridad.

—Vale, la mierda esta es segura,sólida como Gibraltar —anunció, yapoyó la pierna en el punto de anclaje.

Rex hizo las oportunas llamadaspor radio al Virginia, mientras Huck yRico iniciaban el descenso. La brisamarina que soplaba en ese momento,aparentemente en todas las direcciones,impedía que los demás le oyeran.

—Virginia, nos hemos puesto enmarcha, cambio —retransmitió Rex.

El Rojillo parecía un gato atrapadoen un cuenco de espaguetis. Tenía lacuerda liada en torno al cuerpo.

—Tíos, ¿cómo es que no os habéistraído un arnés? —se quejó el Rojillo aHuck.

—A ver, gilipollas, echa unamirada a tu alrededor. ¿Crees que hayalguna tienda de la cadena REI abiertapor aquí cerca?

—Buena observación. ¿Y si me lovolvieras a explicar? Creo que me la hepuesto mal.

Después de unas cuantasinstrucciones suplementarias, el Rojilloparecía dispuesto a iniciar el descenso.

La cuerda doblada presionaba lapierna, la espalda y el brazo de Rex. ElRojillo tenía razón... «Les habría venidobien un arnés», pensó para sí mismo amedida que bajaba por la cuerda y lafricción le calentaba las manos a travésde los guantes. Al acercarse al suelo enplena jungla, la temperatura cambió, yRex olió la podredumbre. No era muydistinto de bajar a un sótano y sentir labofetada del olor rancio de las latas decomida viejas y la madera podrida. La

cara sur bloqueaba la brisa. A tan sólodos metros del suelo, Rex sintió elviolento roce de una rama al final de lapierna.

Estuvo tentado de soltarse para loque quedaba de descenso y permitir quesu cuerpo cayese por entre las ramas yllegara al suelo, pero, en cambio,vaciló...

El viento perdía fuerza en elprecipicio y soplaba tan sólo levementeal pie de la pared de roca. Aunquecorriera el riesgo de desorientarse,dobló el torso y miró hacia abajo, y losvio. La sensación que había tenido en lapierna no había sido de una rama agitadapor la brisa, sino la silenciosa zarpa dela muerte que había tratado de agarrarlo.

Las criatura parecían hallarse en unestado avanzado de descomposición.Las costillas quedaban a la vista, notenían labios y habían perdido todacapacidad de proferir sonidos con laboca... Apariciones silenciosas en unaisla muerta, un paraíso perdido porculpa de una detonación nuclear.

Como colgaba torpemente de lascuerdas, Rex no logró agarrar lacarabina y, aunque lo hubieraconseguido, le habría sido difícilempuñarla sin caerse entre las criaturas.Buscó la pistola sin silenciador ycomprobó que todavía se encontraba enla funda. Las puntas de los dedos de unade las criaturas le rozaron de nuevo lapierna mientras él comunicaba por radio

su situación a los que se hallaban en loalto.

—¡Tenemos compañía aquí abajo,deben de ser cuatro! No os molestéis endispararles; me daríais a mí. Voy asacar la pistola. Estad a punto para bajaren seguida. No sé cuántos más puedehaber entre los arbustos y el sonido dela pistola los va a atraer.

En lo alto del precipicio, Huckpreparaba al Rojillo para que bajase acontinuación.

—Bueno, muchacho, te toca a ti.Puede que Rico empiece a bajar antesde que tú hayas llegado al fondo. ¿Estása punto?

—A punto —repitió el Rojillo.Rex sacó la pistola, con cuidado

para que no se le cayera. La cuerda,aunque holgada, le entorpecía la manoderecha, así que tuvo que disparar conla izquierda. Tiró del gatillo contra el nomuerto que le pellizcaba el culo y lacriatura se apagó para siempre. Elsonido hizo que los otros dos o tres sepusieran frenéticos. Estaban tanpodridos que las cuerdas vocales se leshabían desintegrado hacía tiempo. Rextenía la esperanza de que sudescomposición fuera un indicio de queno estaban irradiados o, por lo menos,de que no podían comunicar losmortíferos efectos de la radiación.

Un sonido que no parecía de estemundo, como de serpientes siseantes,delató la posición de la cuarta criatura a

la derecha de Rex. Después de disparartres veces, esquivó a los dos cadáveresde la izquierda y logró sujetar con unamisma mano el cabo de cuerda quecolgaba bajo su cuerpo y el tramo demás arriba, y así la otra mano le quedólibre para disparar. Un tirón en lacuerda provocó que el disparo fallase.Trataban de bajar al Rojillo antes deque Rex hubiera llegado al suelo. Unamala idea, si se tenían en cuenta losochenta y cinco kilos que pesaba Rex,aparte del equipo. La cuerda dio otrotirón, Rex descendió todavía más yquedó al alcance de la última de lascriaturas. Ésta trataba de sujetarlo aciegas y le aferraba el trajeantirradiación.

No le quedaba otra opción. Tendríaque dispararle a quemarropa. Sintió unpellizco agudo y doloroso en elantebrazo, un momento antes de colocartorpemente el cañón del arma contra lacabeza de la criatura y disparar. Lossesos salpicaron la máscara de Rex y leoscurecieron la visión. Se dejó caer alsuelo y se limpió la máscara con lamanga. Se aclaró los anteojos de visiónnocturna con los dedos protegidos porlos guantes, y así pudo verse mejor elbrazo. Por fortuna, la criatura no habíalogrado rasgarle el traje. De todosmodos, le iba a quedar un buen moretón.

—Estoy en el suelo, cuatro tangosabatidos —dijo Rex.

—Recibido. El Rojillo ya baja.

Después bajará Rico —respondió Huck.Rico echó una ojeada a sus

espaldas. Entretanto, Huck vigilaba eldescenso del Rojillo. Rex mataría aHuck si el Rojillo se caía. Un sonidometálico surgió del cobertizo de acceso.Tanto Huck como Rico lo oyeron connitidez.

El Rojillo estaba a medio descensoy se detuvo.

—¿Qué ha sido eso? —le preguntóa Huck, que estaba de pie en lo alto delbarranco.

—¡No te preocupes por eso, no tepares ahora! —Después de asegurarsede que el Rojillo bajaba bien, se acercóal cobertizo con Rico—. Tío, ¿esasputas criaturas pueden subir por una

escalerilla? Mala cosa —susurró Rico.—Sí, mala cosa, si no fuera porque

he cerrado la puta trampilla. Puede queuno o dos logren subir, pero eso nosignifica que vayan a aprender álgebra,ni que sepan abrir trampillas mientrasestán de pie en una escalerilla. Ahora tetoca a ti, empieza a bajar.

—Será un placer, garrulo. Quetengas buena suerte, paleto.

—Bajaré después de ti, mexicano.Huck se quedó en lo alto y miró

mientras Rico y el Rojillo desaparecíanpor el precipicio. El sonido queprovenía del cobertizo se había vueltomás fuerte.

—Huck, ya puedes empezar abajar, estamos todos en el suelo. ¡La

jungla se agita a nuestro alrededor!¡Date prisa!

Huck descendió a toda velocidad.—¿Trato de descolgar la cuerda?

—le preguntó Huck a Rex.—Déjala, no nos queda tiempo.Las cuerdas se encuentran entre

esas cosas que jamás necesitamoscuando las tenemos, y que nuncatenemos cuando las necesitamos.Especialmente cierto en un momentocomo aquel.

Con las botas en el suelo, sepusieron en marcha hacia el norte. Erandemasiado jóvenes para haber luchadoen Vietnam, pero experimentaron losmismos horrores de la lucha en la junglacontra un enemigo invisible.

Los muertos de la jungla semantenían en silencio, salvo por losterroríficos siseos. Una advertenciaaudible de que estaban lo bastante cercacomo para iniciar un combate cuerpo acuerpo.

El Rojillo tropezó con un cascote,seguramente proyectado hasta allí por laexplosión nuclear. Armó estrépito comoun petardo en la oscuridad y atrajo lossiseos de las bestias del averno que losrodeaban por todos lados. Aunque demala gana, Rex dio la orden de disparar.Los flashes de las M-4 silenciadasiluminaron los alrededores y dieron unaimagen detallada de los demonios a lavisión artificial de los operativos.

Durante un rato, la mayoría de las

cabezas explotaron o se hicieronpedazos, y los cadáveres sedesplomaron. Una fina cortina de humobrotaba de los silenciadores y de lasjunturas superiores de las M-4.

Cargaron de nuevo las armas yavanzaron por las densas junglas, yfinalmente salieron de entre los árbolesy llegaron a una carretera, donde Rexdetuvo al grupo entero.

—Bueno, voy a hacer contacto porradio y vectorizaré de nuevo la aeronaveno tripulada hacia nuestra posición paraque nos dé apoyo. Huck, tú y Ricomarcad un perímetro. Rojillo, quédatecerca y no te vayas a morir.

—Virginia, aquí Clepsidra, hemossalido de la jungla y estamos en una

carretera. Desorientados, pero sabemosque estamos al norte de la cueva, tal veza un poco más de tres kilómetros. Voy aactivar los infrarrojos. Por favor,conectad conmigo y aconsejadme lo quedebo hacer, cambio.

Kil estaba de guardia y con losauriculares puestos cuando llegó latransmisión.

—Lo hemos oído, Clepsidra.Vamos a volar en círculo al norte de lacueva. Os hemos perdido el rastro entreel follaje, emitid infrarrojos adiscreción.

—Me alegro de oírte, Kil.Infrarrojos conectados.

Kil examinó la pantalla de control

del Scan Eagle. Uno de los operadorestomó una panorámica y ladeó la cámara.Kil vio los destellos infrarrojos, cercade una carretera, a un kilómetro y mediode la trayectoria que seguía la aeronaveno tripulada.

—Ajustad la trayectoria y situad laaeronave encima de ellos —ordenó Kil.

—Sí, señor.—Clepsidra, os hemos localizado y

nos dirigimos hacia vuestra posición.Vamos a llegar dentro de un minuto. Oshemos ubicado junto a la carretera deTrimble. Guiaos por la brújula, rumbotres seis cero, tres kilómetros doscientosmetros hacia el norte, hasta llegar a laCarretera Estatal 803, repito, rumbo tresseis cero, tres kilómetros doscientos

metros. Según los mapas es un terrenorelativamente llano.

—De acuerdo, Virginia, vamos alnorte en dirección a la carretera 803.Clepsidra agradecerá todos losconsejos. Por favor, localización,conducta y fuerza de los no muertos quevayamos a encontrarnos.

—Estamos en ello, Clepsidra —confirmó Kil, y tomó un sorbo de caféinstantáneo que había sacado de un viejopaquete de comida preparada. Se sentíaalgo culpable por no hallarse en tierra.

Tuvo buen cuidado de nodemostrarlo.

El equipo avanzaba por el terrenotropical, envuelto en la oscuridad y con

relativa lentitud pero con constancia,atento a no hacer ruido, las armas bajaspero a punto. El Virginia lesproporcionaba regularmente informaciónactualizada por radio, y corregía surumbo para que llegasen a la carreterade acuerdo con el plan. Una suave brisainvernal del Pacífico soplaba sobre loscampos, hacía que la hierba danzara,hacía que la luz de luna se reflejara confuerza en sus anteojos. No había nadaque se moviera en la hierba, ningunacriatura sin piernas que arrastrara supropio cadáver, ninguna madrigueraanimal que les torciera el tobillo.

No tardaron en llegar a la carretera803.

Rex volvió el rostro hacia Huck.

—Llama.—De acuerdo. Virginia, Clepsidra

al habla. Estamos aquí, ¿cuál es el mejorentre los vectores que vienen acontinuación? Cambio.

Al cabo de un minuto de silencio,la radio dio señal y Kil les respondió.

—Bueno, hemos enviado laaeronave no tripulada hacia el nortepara explorar el camino. Mientras noavistemos problemas, podréis ir hacia elnorte por la carretera. Al cabo de seiskilómetros y medio, llegaréis a unabifurcación: una vez allí, os guiaremosverbalmente hasta la lancha. Unaadvertencia: ahora mismo, hay muchojaleo en la playa. El capitán Larsenacaba de bajar de la cubierta y dice que

tenéis que iros preparando para luchar.—Entendido, Virginia —respondió

Huck con voz seria.—Arriba el mentón, Huck. Lo

conseguiremos —aseguró Rex a loshombres—. Si es necesario, iremoshasta la playa ochocientos metros másallá de la lancha y nadaremos hasta ella.Los tiburones de la costa septentrionalno deben de acercarse a esas aguas, contoda la mierda maloliente que sedesprende de esos sacos de carneputrefacta. Es un repelente contratiburones.

Anduvieron trabajosamente endirección a la intersección que sehallaba al norte. Al llegar a lo alto deuna colina, el grupo observó a una

manada de criaturas que rodeaba unárbol muerto, repleto de pajarillosexóticos que habían escapado de algúnmodo a la aniquilación nuclear. La lunabrillaba y el equipo estaba a barlovento.La atención de los no muertos se apartódel árbol y se volvió hacia ellos. Lascriaturas se aproximaron en lapenumbra, con las narices en alto, comosi se guiaran por el olor del equipo.Recechaban cual jauría de lobos, conpasos rápidos. El equipo empezó adisparar en seguida contra las criaturasy derribó al instante a tres de ellas; losotros veinte no muertos reaccionaron ala conmoción y fueron a paso aceleradohacia los golpes sordos de loscadáveres que se desplomaban y los

fogonazos de las carabinas M-4 delequipo.

Como atrapado en un círculovicioso, el equipo intensificó susdisparos y mató a más criaturas pero, almismo tiempo, azuzó con el estruendo alresto de los no muertos, de modo queestos se acercaron a mayor velocidad.Las criaturas eran rápidas y tenían unsentido claro de la dirección. El últimocadáver se acercó tanto a Huck que éstese vio obligado a sacar el macheteArkansas Toothpick de mango forradoen cuero y a hundírselo en la cuenca deuno de los ojos. La sangre congelada yla gelatina del ojo se le derramaron porla hoja de metal antes de que la criaturase desplomara al suelo irradiado. Al fin,

el equipo llegó a la bifurcación.El bip de la radio les avisó de que

estaban a punto de recibir otratransmisión desde el Virginia.

—Os tenemos en la bifurcación,desplazaos a tres dos cinco grados y osiré guiando a medida que os aproximéisa la lancha. Quedan menos de treskilómetros.

—Recibido, Kil. ¿Cómo ves lasituación? —preguntó Rex.

—Mal. Los no muertos son...numerosos.

—¿Cuántos?—Encontraréis a varios centenares

o millares a lo largo del camino.Tal y como les había explicado Kil

antes de iniciar la misión, los no

muertos se habían concentrado en lascostas de la isla mucho tiempo antes deque llegara el equipo. A partir del puntoen el que se hallaban, iban a encontrar laconcentración más alta. Una vez más,Rex convocó una reunión rápida.

—Bueno, todos vosotros habéisoído la radio. Vamos a encontrar muchamierda. Rojillo, no importa lo queocurra, tú te vas a quedar en el centrodel triángulo que vamos a formar decamino a la playa. No salgas deltriángulo, ¿entendido? —El Rojilloasintió con energía—. Huck, tú irásdetrás. Rico y yo caminaremos al frente.Tendremos que ir rápido cuandoconvenga ir rápido, y lentos cuando no.Todos nosotros tenemos que estar alerta,

y así será posible que salgamos de unasola pieza y no en varias. Todavía noestamos muertos.

45

El gobierno en funciones envió unmensaje al portaaviones en el que seordenaba que la Fuerza ExpedicionariaFénix se dirigiera a su siguienteobjetivo: el escenario de una colisión, allado de un paquete de equipamiento quenadie había ido a buscar. Como teníanlas motos, la misión iba a durar tan sólodos días, y no las dos semanas quehabrían tardado en hacer el camino apie.

Dos días antes, una Warthog quehabía salido de patrulla había avistadolos restos de un aparato envueltos enllamas, al lado de un paracaídas. El plan

original del gobierno en funciones habíaconsistido en ordenar al equipo que sedesplazara hasta un lugar situadotodavía más al norte, hasta unaeródromo cercano a un lugar donde sehabía estrellado un avión, pero elalmirante del portaaviones se habíaresistido, con el argumento de que unviaje de ida y vuelta de más deseiscientos cincuenta kilómetros tendríacomo consecuencia la destrucción de laFuerza Expedicionaria Fénix, yprobablemente pondría en peligro lamisión Clepsidra. El gobierno enfunciones había aceptado esterazonamiento y había retirado esa ordenpoco antes de enviarles la nueva.

Doc, Billy y Disco llevaban dos

días de viaje en moto, ocultos en lanoche, y se acercaban cada vez más a sudestino.

—Billy Boy, ¿qué dice elcuentakilómetros?, ¿cuánto puedefaltarnos? — preguntó Doc.

—En cuanto hayamos pasado lasiguiente elevación del terreno, lotendremos a la vista. Ahora no vemos elhumo porque está oscuro, pero el pilotodel Warthog dijo que durante la patrullade anoche, a mil quinientos metros dealtura, todavía se divisaba el fuego.

—Muy bien, preparémonos. El solva a salir dentro de poco. Disco, deja delamentarte de que Hawse no esté aquí.Ya sabía yo que quedaríais demasiadoapegados el uno al otro si os mandaba

juntos a demasiadas misiones. Ha sidoculpa mía.

En una extraña manifestación desentido del humor, Billy se rió.

Los hombres subieron a lo alto dela loma y se echaron al suelo bocaabajo. Billy observó el terreno por lamira de su carabina.

—Veo el cargamento. Hay... Voy acontar... Un segundo... Creo que habráunos treinta. No estoy seguro porque nopuedo emplear al mismo tiempo losanteojos de visión nocturna y losprismáticos.

La luz se insinuaba por el horizontey arrojaba un tenue fulgor anaranjadosobre el valle. Los tentáculos de humoque emanaban de la chatarra se

extendían hacia ellos y les indicabanque, por fortuna, la posición que habíantomado se hallaba a sotavento. Losrestos del artefacto estaban dispersospor el camino que había trazado alestrellarse, evidenciado por un surco entierra que terminaba en el lugar donde sehabía detenido para siempre la mayorparte de la nave.

—¿A qué distancia se encuentraHouston? —dijo Doc a modo depregunta retórica, mientras se sacaba losmapas del bolsillo del pantalón. Siguiócon el dedo el camino que les habíallevado hasta allí y se detuvo.Comprobó dos veces los accidentes delterreno para tener clara su ubicación—.Debemos de encontrarnos cuarenta

kilómetros más al norte. No me habíadado cuenta de que estaríamos tan cerca.Esas criaturas de allí abajo podríanhaber venido desde Houston... Utilizadtan sólo armas con silenciador. Os lodigo en serio. Si os viene la tentación dedesenfundar la pistola, mejor queempleéis un machete, o una estaca, o lospuños. Ahora que estamos tan lejos de labase, no podemos correr riesgos.

Sabían lo que les podía ocurrir silos detectaban; sin comerlo ni beberlo,podían provocar que un megaenjambreles diera caza.

—Vamos a avanzar poco a poco, adiez metros el uno del otro. Bajadagachados por la cuesta de la loma.Cada pocos metros, Bill echará una

ojeada con la mira. Una vez abajo nosreagruparemos y decidiremos cómoseguir adelante.

El equipo hizo exactamente lo quese le había ordenado. Una vez abajo, sereagruparon, y descubrieron que losnúmeros de Billy eran correctos. Tansólo unos treinta no muertos merodeabanen torno a la chatarra humeante y alcargamento que se encontraba al lado.Billy iba en cabeza y se acercó con lacarabina a punto. Doc dio la orden dedisparar cuando se hallaba a doscientosmetros. La luz que precedía al albabastó para esconderlos mientrasbuscaban blancos. Se quedaron encuclillas, ocultos, y derribaron a losmuertos, lenta y metódicamente, y

apagaron para siempre las luces detreinta miserables cáscaras de carneandante. Las criaturas no eran rápidas,pero mostraban indicios de haber estadoexpuestas a la radiación. Estaban bienconservadas y demostrabanintencionalidad al moverse...;probablemente habían emigrado de SanAntonio y Nueva Orleans.

Al llegar al sitio donde se habíaproducido la colisión, descubrieron elarmatoste de un C-130 que en otrotiempo había podido volar. Se habíapartido en dos, pero todavía humeaba.La mitad posterior del avión habíaquedado una docena de metros más allá,de costado, y las puertas de la bahía decarga se habían abierto con el impacto.

De la puerta de la aeronavesobresalía hasta la mitad algo que no sehabían esperado: una jabalina delProyecto Huracán. La mitad inferior delingenio era idéntica al dañado proyectilque aún estaba enterrado hasta la mitaden el terreno de detrás del Hotel 23.

—Saquemos fotos y larguémonosantes de que haya demasiada luz. Vamosa tener que vivaquear en un lugarelevado y seco, y lejos de aquí —propuso Doc en voz baja, y agarró lacámara digital—. Voy a sacar fotos dela aviónica y de la carga. Vamos adejarlo todo tal como está, no quieroque queden rastros visibles con los queRemoto Seis pueda descubrir que hemosestado aquí.

Doc fue metódico en dejarconstancia de todo. Se valió de uncargador de M-4 para que el gobiernoen funciones y otros pudieran emplearlocomo referencia para el tamaño delresto de objetos que aparecían en lafotografía. Doc se imaginó que, sidisponían de esa información, loscerebritos que aún quedaban seríancapaces de averiguar los orígenes delpiloto automático de fibra óptica, y delequipamiento del Proyecto Huracán yotras extrañas modificaciones en elarmazón de la aeronave que Doc nocomprendía...; y Doc había pasadomucho tiempo con los C-130.

Doc vio algo que parecía fuera delugar entre los restos de la colisión, un

aparato que había quedado expuesto alos elementos como consecuencia delimpacto. Era de color anaranjadobrillante y forma rectangular. Sacó enseguida el cuchillo multiusos y abrió losalicates.

Una vez hubo sacado fotos ytomado notas, regresó con Billy Boy ycon Disco.

—Bueno, tío, ¿a ti qué te parece?—preguntó Disco, nervioso.

—No lo sé, pero ¿cuál podría serel peor de los casos? —respondió Doc—. Que pensaran emplear esegigantesco aguijón contra nosotros. En elmejor de los casos, iban por otro silo demisiles nucleares con personal ysistemas a pleno funcionamiento. Lo

mejor será que nos quedemos con larespuesta más prudente, nos marchemoscagando leches y que durmamos todo eldía antes de emprender el viaje devuelta. Volvamos a las motos ybusquemos un sitio elevado para elvivac.

—¿Qué es eso? —preguntó Billycon su característica voz monótona, yseñaló a la gran caja de aceroanaranjado que Doc llevaba cargada alhombro.

—Es mi equipaje. Nos lo vamos allevar y, creedme, el esfuerzo extra detransportarlo sobre la moto habrá validola pena. Esta pequeñez de aquí es la cajanegra de ese C-130. Quienquiera quefuese el que introdujo modificaciones en

la aeronave, parece que no quisoretirarla y tener que buscar luego losmedios para compensar las alteracionesen el peso y el equilibrio. La vamos aenchufar en el sistema adecuado y asísabremos de dónde procedía esepajarito.

El miedo causado por eldescubrimiento del arma sónica quedóalgo atenuado por la caja negra que Doctenía en su poder. Se trataba de unobjeto real, cuantificable. Eldesconocido enemigo no parecía ya tansiniestro e invencible. «Han soltado lasmigajas de pan y vamos a seguirlas»,pensó Doc, y cargó con la pesada cajade acero y de material compuestomientras subía por la loma, en dirección

a las motos.

46

Oahu

Rex y Rico iban al frente deltriángulo de seguridad, con Huck en lacola y el Rojillo en el centro. Avanzaronpoco a poco hacia la zona activa. Paracualquiera que la hubiese observado, ladistribución de las amenazas en la islahabría sido semejante a un tifón; muertosradiactivos formaban en círculo en elexterior y la única apariencia de calmase hallaba en el interior. Contaban conque la oscuridad los protegería de losmuertos, ya que estos no veían de noche.Pero temían que no fuera suficiente.

Había demasiados. Rico había tenidoque reparar ya en una ocasión su trajeprotector con generosas cantidades decinta aislante. Un sencillo recordatoriode que la radiación que pudiera haberquedado allí los mataría con rapidez sino se tomaban las precaucionesnecesarias.

—Rojillo, no dispares mientras noentren en el triángulo. Si disparases,acabarías por matar a uno de nosotros—le ordenó Rex.

—Recibido.Siguieron adelante. Cada pocos

segundos consultaban las brújulas quellevaban en la muñeca y mantenían elrumbo. Las criaturas que había allí eranmucho más veloces que las del

continente. Los no muertos reaccionabana cada una de sus pisadas.

Una gigantesca criatura se acercó ala formación por detrás. Se disponía aenvolver a Huck en un abrazo de osoradiactivo, pero éste la golpeó con laculata del rifle. Debía de pesar cientotreinta kilos y estaba como un luchadorde sumo. El monstruo reaccionó alculatazo y arrancó el arma de las manosde Huck. Éste la llevaba sujeta al cuerpocon la correa, buscó como loco el cierrede la correa para deshacerse del arma yentonces sacó la pistola. Todo fue tanrápido que ni Rex ni Rico tuvierontiempo para ayudarle, ni para advertirlede que no disparase con la pistola.

La pistola sin silenciador de Huck

disparó con gran estrépito, al mismotiempo que la criatura le arrancaba lamáscara y los anteojos del rostro. Elgigantesco monstruo se desplomó entierra. Sus mandíbulas se habían cerradocon fuerza y masticaban la máscaraantirradiación de Huck.

—¡Maldita sea! —gritó Huck, y seapresuró a cubrirse el rostro y la cabezacon el shemagh.

El resto de los no muertosreaccionó de inmediato al estruendo dela pistola y convergió sobre ellos desdeun radio de cientos de metros. Huckarrancó los anteojos de las fauces de laobesa criatura, les hizo una limpiezasuperficial y se los volvió a poner en lacara. Los demás le cubrieron. Los

disparos semiautomáticos de las M-4 sesucedieron a un ritmo que parecía máspropio de una arma automática, amedida que grandes cantidades de nomuertos acudían para una cena tardía.

—¡Ese gordo hijo de puta me haarrancado el capuchón!

—Trata de limitar los daños,hermano; no podemos detenernos. Sujetaese jirón de tela con los dientes ymójalo con saliva. Puede que así filtremejor las partículas radiactivas —lesugirió Rex, sin perder la calma entredisparo y disparo de carabina mientrasseguían avanzando hacia su meta.

Rex sabía la verdad pero se lacalló.

Por el momento.

Huck era hombre muerto, sinposibilidad de salvación. Durante elviaje en el submarino, Rex había estadoatento a las sesiones informativas de losoficiales del reactor, e incluso habíaleído informes sobre las consecuenciasde la bomba de Hiroshima en el LAN dela embarcación. La dosis de radiaciónrecibida por la isla había arrasado elentorno local. Lo indicaba ladesaparición de la mayor parte de lavida salvaje que en otro tiempo habíaflorecido allí.

Rex sabía, por sus observaciones,que el túnel de Kunia no tenía ratas, quela situación era mala, y que lo másprobable era que Huck padecierasobreexposición. Todos ellos corrían

contra el tiempo de exposición parasalir de la isla y alejarse de los muertos.Cada uno de ellos era una Fukushimaandante.

En el momento en que el equipohizo el último sprint hasta la orilla, aHuck le ardían ya los ojos y se lellenaban de lágrimas. Las armasquemaban desde el puerto de eyecciónhasta la punta de los silenciadores.Manejaban las carabinas como hierrosde marcar al rojo vivo y estaban atentospara no dispararse entre sí. Esquivabana los no muertos, les pasaban por debajode los brazos y detrás de las espaldas,jugaban al tris tras con ellos. Searrojaban bajo los coches irradiadospara escapar de los muertos que los

perseguían por todos lados.Rico se quedó sin municiones así

que soltó la carabina y dejó que lecolgara al costado. Otra criatura obesaavanzó contra él, no tan grande como elluchador de sumo, pero casi. Rico sacósu refuerzo personal: la escopeta decañones recortados. Apuntó casi envertical bajo la papada de la criatura,tiró del gatillo y los sesos salierondisparados hacia el cielo, y sus restospodridos llovieron sobre todos ellos.

—¡Joder, Rico, que no llevo lamáscara puesta! —dijo Huck mientras sefrotaba la materia gris que le habíaquedado por el cabello y la cara.

—Lo siento, hermano, no tenía otraelección. Me he quedado sin cartuchos.

La radio crepitó y dio una señalsonora que anunciaba que estaba a puntode entrar una transmisión procedente delVirginia.

—Clepsidra, corregid tres cuatrocero grados, os habéis desviadodoscientos setenta y cinco metros.Tendríais que oír el oleaje —dijo la vozde Kil, transmitida por radio.

—No oímos el oleaje porque laescopeta de Rico ha ensordecido alequipo entero, pero te vamos a creer,Kil —dijo Rex, y consultó la brújulaque llevaba en la muñeca y ajustó elrumbo magnético que seguían sobre elterreno—. Emplead las manos parabuscar las granadas de fragmentación.Tenéis que saber muy bien en qué punto

exacto del cuerpo las lleváis —dijo a suequipo.

Los cuatro se examinaron loschalecos y bolsillos para estar segurosde que sabrían dónde llevaban lasgranadas en caso de necesidad.

Mientras pugnaban por llegar a lacosta, Rico rezó por no tener queemplear las suyas de la misma maneraque Griff.

Les pareció sentir muy levementeel olor de las aguas a través de losfiltros de la máscara. Al levantar losojos, se dieron cuenta de que estabanmucho más cerca de la orilla de lo quehabían pensado antes; habían estado tanocupados que no se les había ocurridomirar más allá del punto rojo de la mira

de sus carabinas. El estroboscópico deinfrarrojos centelleaba. La lancha debíade estar a unos cien metros de distanciaen la playa.

«¿Quién decía que se necesitaba unGPS para orientarse en tierra?», pensóRex mientras le daba las graciasmentalmente a su brújula de tecnologíasencilla, mojada en esos momentos, queles había guiado hasta la lancha.

Huck tenía problemas pararespirar. La garganta le había quedadoáspera por culpa del polvo radiactivo,mezclado con el plomo y la pólvora quehabía inhalado. Se había rezagado y sehabía quedado atrapado en medio de lacuadrilla de asesinos. «Esto no es la

playa de Coronado», murmuró bajo elshemagh. Los demás corrían para salvarsus vidas. Huck se quedaba atrás; la luzde luna llena se reflejaba en el agua y enla arena de la playa, y hacía que elequipo fuera visible para los nomuertos. Casi sin aliento, Huck seesforzaba por continuar. Una criatura entraje de baño se encontraba a un metrode él, pero su cabeza explotó.

En ese primer momento no se oyóel disparo de la escopeta.

Huck, aturdido por el estado en elque se hallaba, estuvo a punto demaldecir a Rico por la última ducha desesos que le rociaba la parte de atrás dela cabeza, cuando el sonido de laescopeta alcanzó a la bala.

Saien estaba echado de bruces

delante de la torreta, sobre la cubiertad e l Virginia, con un rifle de combate7.62 LaRue que acababa de tomarprestado del arsenal de los agentes deoperaciones especiales. Disparaba a lascriaturas gracias a la mira con visiónnocturna por fusión de sensores. Veíacon toda claridad la huella térmica decolor blanco de los miembros delequipo que se movían por entre lasmultitudes de no muertos de color másoscuro; Huck se había quedado atrás.

El capitán Larsen había aceptado elriesgo de que el Virginia embarrancasey lo había acercado a la playa para queSaien pudiera prestarles apoyo con el

rifle. Saien aún tenía diecisietecartuchos en el arma. Tomaba aire y loexpulsaba al ritmo de los disparos. Elcabeceo de la cubierta era un problema,pero no suficiente para que Saien noacertara alrededor de la mitad de susblancos.

La lancha estaba preparada y lahabían empujado al agua. El equipo quese hallaba a bordo luchaba contra lashordas, que avanzaban con el agua hastalas rodillas; esperaban a Huck.

—¿Qué coño está haciendo? —preguntó el Rojillo—. ¿Se ha ido dejuerga o qué? No lo entiendo.

—Cállate de una puta vez. ¿Es queno has visto lo que le ha ocurrido con la

máscara? Lo más probable es que estémuerto —espetó Rico, aúnconmocionado por el generoso heroísmoque Griff había demostrado a la entradade la cueva.

Huck seguía avanzando hacia lalancha. Le seguía todo un ejército de nomuertos. Rex estuvo a punto de saltar dela lancha, pero Rico se lo impidió.Habría sido una soberana estupidez.

* * * Los disparos de Saien eran certeros eiban dejando a espaldas de Huck unrastro de miembros y de montones decadáveres irradiados paralelos a laorilla. Saien tenía buen cuidado dedisparar en torno a Huck, la única figura

blanca dentro de su mira híbridatérmica/infrarrojos.

Rex y Rico dispararon. Emplearonlos láseres. Así, sabían que el tiradordel submarino buscaría otras víctimas yalcanzarían la máxima eficacia. Rex leordenó al Rojillo que no disparase;mientras Huck estuviera mezclado con lamasa de no muertos, prefería no fiarsede la puntería del Rojillo. Por lo quesabía Rex, aún no habían mordido aHuck. Por el momento.

—¡Voy a saltar! —gritó Rico, yempuñó de nuevo la escopeta corredera.

El Rojillo le arrojó un cargador.—Llévate el mío, está lleno.Rico metió el cargador en el pozo

de su M-4, echó el cerrojo y un cartuchode 5.56 mm entró en la recámara suciade carbonilla. A Huck le fallaron laspiernas en el mismo momento de llegaral mar y se cayó de bruces en el agua.

—¡Agárralo, Rico! —ordenó Rex,y empezó a disparar contra los nomuertos que perseguían a Huck.

A pesar de los sistemasestabilizadores, el ángulo de cubiertadel Virginia cambió con la corriente, ydisparar desde allí se volvió máspeligroso. El riesgo de matar con fuegoamigo era serio. Saien vio con horrorpor su mira híbrida que Rico saltaba porla borda para ir por Huck.

Al sentir cuerpos sumergidos en la

espuma que pisaba con las botas, Ricose movió con rapidez, con la esperanzade que ninguno de ellos estuviera lobastante despierto como para morderle através de la pernera del trajeantirradiación. Al alcanzar a Huck,cargó con él sobre un hombro y volviócon penas y trabajos hasta la lancha.

Tan pronto como los cuatro sehallaron a bordo, se marcharon a todavelocidad hacia el Virginia. La playaque dejaban atrás bullía con los muertosandantes. Parecían sentirse agraviadospor haber permitido que los últimoshumanos que quedaban con vida en laisla de Oahu escaparan de sus impíasgarras.

Huck había muerto cuando llegaronal submarino. Después de que unmalhumorado Rex le asegurara que Huckno volvería a levantarse, el capellán delsubmarino le rezó una plegaria en laproa, mientras envolvían el cadáver enuna sábana limpia y la cosían con unpasador de punta afilada y cuerda deparacaídas.

El equipo se reunió en torno a lamortaja de Huck para prestar susúltimos respetos tanto al propio Huckcomo a Griff.

El submarino se alejó de la costapara que el equipo pudiera lanzar lostrajes antirradiación al océano. Sequedaron de pie sobre la proa,desnudos, mientras el grupo de

descontaminación del submarino losfrotaba con cepillos de nilón, jabón yagua potable fría. Los miembros delequipo recibieron medicamentos contrala radiación y se les observó de cercapor si presentaban algún signo deenfermedad.

Antes de sumergirse, se hizo unabreve y modesta llamada por medio del1MC:

—Todos los miembros de latripulación que no estén de servicio, porfavor, que acudan a cubierta para unsepelio en el mar.

Uno de los soldados que habíatocado un instrumento de viento en elinstituto interpretó Taps mientrasbajaban a Huck a las profundidades.

Todo el mundo dijo cosas bonitas,lugares comunes tales como «su muerteno será en vano» y «sirvió heroicamentea su patria».

A Rico le daban igual las palabras.Había perdido a dos amigos enveinticuatro horas y en aquel momentohabría querido poder intercambiarse concualquiera de los dos.

A la hora en que el alba besaba elhorizonte de Oahu, antaño hermoso, elVirginia se sumergió. A unaprofundidad de cien metros y velocidadde treinta nudos, puso rumbo a la China.Había perdido a dos de los operativosde Clepsidra.

Remoto Seis

Hoy

—Señor, estoy seguro de que lohabrá oído, pero los protocolos indicanque tengo que comunicárselo encualquier caso —dijo el técnico.

—Adelante.—Hemos observado a un equipo de

personas en el lugar de la colisión.Existe una posibilidad de que...

—Sí, ya estoy al corriente.Trabajen en ello.

—Sí, señor.Dios estaba sentado en su silla, en

medio del centro de operaciones, ycontemplaba la pantalla central quemostraba imágenes del Hotel 23 entiempo real. Unas horas antes, había

seguido al equipo durante su caminohacia el punto de colisión del C-130, adonde había ido a parar una de susarmas del Proyecto Huracán. Habíantenido la inteligencia de restringir lasretransmisiones de radio. Comoconsecuencia de ello, Dios no sabíacuáles podían ser sus intenciones.

Dispuesto a eliminarlos, habíatratado de activar por control remoto elArtefacto Huracán que sobresalía por lapuerta de carga abierta, pero no lo habíaconseguido; tal vez hubiera sufridodaños al estrellarse. Incluso había hechodespegar con urgencia un Reaperarmado, pero el mal tiempo lo retrasó ytuvo que tomar un rumbo alternativopara evitar el centro de una tormenta. El

único avión del inventario de Dios concapacidad certificada para arrojar laJabalina era una aeronave no tripuladaGlobal Hawk con modificaciones, de laque tan sólo quedaba un crátercarbonizado en el suelo. Hacía semanas,un F-18 lo había abatido sobre el Hotel23. El experimento con el C-130Proyecto Huracán había fracasado.

Se sentó en la silla y dio vueltas alproblema. «¿Cómo voy a entrar?»,pensó. «¿Cómo diablos voy a entrar?»

47

Habían pasado cuatro días desde que elVirginia abandonó las aguas de Hawaii,cuatro días desde que habían honrado aHuck con un sepelio en el mar. Con laproa apuntando todavía hacia China,Larsen caminaba nerviosamente de unextremo al otro del centro de control.

Larsen marcó el número de la salade radio y habló por el sistema deinterfono.

—Kil, ¿hay alguna novedad encomunicaciones?

—Negativo, capitán. Todavía nohemos contactado con el portaaviones.Tenemos comunicación sólida con

Crusow, pero dice que perdió contactocon ellos en el mismo día que nosotros.Ahora mismo trabajo en solucionar elproblema. Lo más parecido a unafamilia que pueda tener se encuentra abordo de esa embarcación y, por lotanto, albergo intereses ocultos enrecobrar el contacto con ellos —respondió Kil. Su voz tenía el sonidometálico del sistema de interfono.

—Venga a verme.—Ahora mismo voy, capitán.

Kil abandonó la sala de radio y

practicó el deslizamiento porescalerilla, de camino hasta el centro decontrol. Su teoría era que el motivo porel que no recibían las señales estaba en

la atmósfera. Dejándose llevar por eloptimismo, había invocado a la navajade Occam que moraba en suspensamientos para busca la razón másprobable: interferencias locales o unproblema con los aparatos decomunicaciones. Nada que tuviera quepreocuparles demasiado. Con todo,permanecía el hecho de que Crusowtambién era incapaz de establecercontacto desde el océano Ártico con eltransmisor-receptor de onda corta.

Kil pasó un momento por elservicio antes de ir con Larsen. Mientrasse lavaba las manos, echó una mirada asu propio reflejo. Le había crecido unabarba respetable. No podía compararsecon el encanto de un jefe tribal afgano,

pero de todos modos era respetable. Elcapitán había dicho que a los hombresles levantaría la moral llevar barba;quería marineros con pinta de GrizzlyAdams. Se la afeitaría antes de volver acasa. «Tara me mataría si regresara conesto», pensó al salir de los baños,mientras doblaba la última esquina antesde llegar al centro de control.

—A sus órdenes, capitán —dijoKil, en un intento por arrancarle unasonrisa al viejo.

—Kil, sírvase una taza de laporquería esa y venga aquí —mascullóLarsen.

Se acercó a la máquina de cafémarca Bunn y se sirvió una taza.Seleccionó «café solo» y se sintió muy

feliz con poder bebérselo. A Kil no leimportaba que le quemara en la boca,con tal de poder tomarse un largo tragodel agua de fregar platos característicade la armada.

—A sus órdenes, capitán, ¿en quépuedo servirle, señor? —dijo Kil, yañadió el «señor» al final para que looyeran los soldados que estaban cerca.

—Explíqueme qué puede haberocurrido en el peor de los casos. —Larsen no quería perder tiempo.

—Verá, señor, estaba disfrutandode este café antes de que usted mehiciera la pregunta, y ahora quiereestropearme la experiencia.

—Joder, Kil, estoy hablando enserio.

Kil irguió un poco más la espaldaen respuesta a la pequeña explosión delcapitán.

—Entiendo que quiere usted saberqué es lo peor que podría haberocurrido a bordo del portaaviones. Elpeor de los casos sería que los nomuertos se hubiesen apoderado de laembarcación. Ahora que ya le he dadoesa respuesta, me imagino que querrásaber usted qué puede haber ocurrido enel mejor de los casos. —Larsen asintió—. Que las condiciones atmosféricasbloqueen las comunicaciones o, quizá,que hayan tenido problemas con supropio equipamiento. Nuestras máquinasestán en buenas condiciones, de eso nonos cabe ninguna duda. Cada vez que

hemos emergido a la superficie, heestablecido comunicación con Crusow ysiempre me ha oído bien.

—Prosiga.—Eso es todo lo que sabemos. No

podemos comunicarnos con elportaaviones y, por ahora, no lo hemoslogrado con ninguna de nuestras bandasde alta frecuencia terciarias. Tenemosclaro que nuestros equipos decomunicaciones están en buenascondiciones. —Larsen asintió paraexpresar su acuerdo—. Sabemos que elequipo de comunicaciones de Crusowfunciona. También sabemos otra cosaque tal vez no se le haya ocurrido austed: la Fuerza Expedicionaria Fénixdel Hotel 23 colabora de algún modo

con esta misión. Sus sistemas decomunicaciones a larga distancia puedenconectarse tan sólo con el portaaviones.Si los no muertos se han adueñado delportaaviones, o sus sistemas decomunicaciones han dejado defuncionar, la misión Fénix puede darsepor liquidada. Lo que no conocemos esla situación actual del portaaviones. Amí me parece que la explicación mássencilla para esta interrupción de lascomunicaciones —esto es, lascondiciones atmosféricas— serátambién la más plausible. Lo másprobable es que se trate deinterferencias producidas por el ciclo demanchas solares.

Larsen se arrellanó en su silla y

procesó mentalmente lo que acababa deoír.

—¿Qué sabe usted acerca deFénix? —preguntó de mala gana.

—Lo que sé es que el almirante meordenó que proporcionara informaciónde apoyo antes de iniciar esta salida yque dejé a lo que quedaba de mi familiay a mi novia, una mujer que lleva en elvientre a mi hijo, a bordo de unportaaviones del que no hemos sabidonada durante las últimas cuarenta y ochohoras. También sé que tuve que entregarmi tarjeta de identidad, la única tarjetacapaz de lanzar la última arma nucleardel Hotel 23 que sigue alojada en el silode lanzamiento vertical.

—Entendido —dijo Larsen—.

Sígame.Kil siguió a Larsen hasta el

camarote de este último. En cuantohubieron entrado, el capitán cerró lapuerta.

—Vayamos al grano. El objetivode la misión Fénix era facilitar laliquidación de Clepsidra en caso denecesidad. Si las cosas nos salieranterriblemente mal en las instalacioneschinas, el Hotel 23 lanzaría una bombaatómica contra ellas y así destruiría todotipo de materiales o formas de vidapeligrosas.

—¡¿Qué?! ¡¿Es que nuestros líderesno aprendieron nada la primera vez,capitán?! —gritó Kil—. ¡Usted mismoha visto en Oahu lo que hace la

radiación con ellos y con nosotros!—Tranquilícese, comandante. Si

Fénix recibe la orden de lanzamiento, noserá con el objetivo de exterminar a losno muertos. Todos nosotros sabemosque eso no funcionaría. La directivaFénix consistiría en destruir porcompleto las instalaciones chinas yneutralizarlas en el caso de que nosotrosno tuviéramos éxito.

—De acuerdo. Dígame, en primerlugar, por qué no nos lo han contadoantes y, en segundo lugar, qué es lo queustedes definen como «éxito» —dijoKil.

—No se lo conté porque teníaórdenes de no hacerlo. En segundolugar, le definiré éxito como la

localización y extracción efectiva delPaciente Cero, también conocido comoCHANG.

—¿Pero por qué? No entiendo cuáles la importancia de capturar a ese... eselo que sea, contando con que la putamierda esa exista de verdad. Hastaahora, lo único que he visto ha sido unpuñado de antiguas fotos en blanco ynegro con imágenes de la colisión, yunos pocos centenares de documentos enformato PowerPoint considerados dealto secreto, y otros documentosclasificados que habían pasado ya poruna seria censura.

—Es una buena pregunta,comandante, pero los mensajes delgobierno en funciones, aparejados con

las conversaciones informales quehabíamos mantenido previamente porradio con los líderes militares, hantenido como efecto que me lo crea.Algunos de los científicos que trabajanpara el gobierno en funciones dicen que,si consiguiéramos ese espécimen, tal vezpodríamos inventar algo, una vacuna. Noresolveríamos los problemasinmediatos, pero estaría bien saber queun rasguño o una pequeña mordedura yano serían una sentencia de muerte.

Kil estaba frustrado con Larsen;evitó preguntarle por CHANG. Noquería saber. Al pensar en el último ycríptico mensaje de John, casi cambióde opinión, pero se contuvo y se tomó sutiempo. Esperaba a que Larsen

terminase para volver a la radio y seguirtrabajando en el problema.

—¿Sabe usted que perdimos a dosagentes de operaciones especiales enHawaii? —dijo Larsen.

—Sí, por supuesto que lo sé. Vicomo uno de ellos se hacía pedazos a símismo, y como arrojaban al otro alocéano envuelto en una sábana. ¿Por quésaca usted ese tema a colación?

—Sólo quería decir que el equipotiene dos hombres menos y que dentrode poco estaremos en el Bohai ynavegaremos río arriba —declaróLarsen de mala gana. Parecía que noquisiera entrar directamente en lacuestión, como si hubiera tenido miedode escaldarse con una bañera llena de

agua demasiado caliente.—¡No! —dijo Kil con brusquedad.—Escúcheme...—Que no, joder. No soy agente de

operaciones especiales y ya tuve muchosproblemas para sobrevivir el añopasado, dando vueltas como un idiotapor el continente. Si lo que quierepedirme es que desembarque en tierracon Rex y Rico, me pide usteddemasiado. ¿No acabo de decirle quehay una mujer a la que amo y un niñoque está a punto de nacer varios milesde kilómetros más al este?

—Sí, me lo ha dicho.—¡¿No se le ha pasado por el

cerebro que quizá quiera regresar convida para verlos?! —gritó Kil.

—Baje la voz, comandante.Piénselo durante un minuto. ¿Quiere quesu niño crezca en esta mierda deplaneta? Pregúnteselo a usted mismo:¿No le parece que el niño creceríamejor si no tuviera que tener miedo delos no muertos durante toda su vida? Noquiero decir que ahora vayamos aarreglarlo todo, pero sí que tal vez hayauna posibilidad. Piénselo..., unaposibilidad.

—¿Eso es...?—Sí, eso es todo. Puede usted

marcharse.Kil salió del camarote de Larsen.

No dejaba de preguntarse a sí mismo:«¿Hasta dónde puede llegar miestupidez?» Sabía que el almirante había

previsto que Clepsidra iba a perderhombres y había sospechado que Larsenle saldría con esa mierda durante elúltimo trecho del viaje. Pronto llegaríana lo que habían sido las aguasterritoriales chinas; el Virginiaavanzaba a gran velocidad. Kil consultóel reloj de pulsera y se dio cuenta deque emergerían pronto para tratar deestablecer comunicaciones. La antenaretráctil VLF del submarino era inútilbajo el agua, y por ello tan sólo podíancomunicarse cuando salían al aire libre.Kil sintió que la proa se levantaba yanduvo pasillo arriba en dirección a lasala de radios para llevar a cabo unnuevo intento de contacto.

No lograría comunicarse con el

George Washington en ese día.

48

Base Cuatro - 72 horas antes

Los hombres dormían a piernasuelta en sus literas, en las últimas salasde la base que disponían de calefacción.Crusow la había cortado en el resto delas salas, ya que el combustible diéselera un lujo que se les había vuelto,literalmente, más valioso que el oro.

A fin de combatir los problemas deritmo circadiano que les habíanprovocado los meses de prolongadaoscuridad, uno de los médicos de lacompañía les había proporcionadopíldoras para dormir. Crusow le había

cedido su ración de píldoras a Mark, acambio de que el otro le diera su raciónde píldoras para seguir despierto. Adecir verdad, Crusow odiaba los efectosdel somnífero: le robaba la capacidadde despertarse de las pesadillas que loperseguían, de las imágeneshorripilantes de la muerte de su familia,y de otras cosas que le desgarraban elinterior de su mente mientras dormía.

El reposo que Mark conseguía conlas píldoras había sido efectivo enmantenerle descansado y capaz. Aquellanoche tenía sueños extraños. Una de susvisiones lo elevaba por el aire y le hacíacontemplar desde lo alto lasinstalaciones de la base. El sol brillaba

con fuerza e iluminaba el hielo y lanieve. Vio puntos blanquecinos querodeaban las instalaciones y luego oyólos aullidos. Los millares de puntos querodeaban la base en su sueño eran lobos.

La base había quedado en silencio;hasta entonces, todo el mundo habíapodido oír los carraspeos de Larry.

Mark recordó que Crusow habíacerrado la puerta de Larry antes de ir adormir para no tener que oírle. Todosellos se habían alegrado de que Larry sedejase amarrar a la litera. Era unaprecaución razonable. Durante losúltimos días, su neumonía había sonadoparticularmente espantosa.

Una escoba se cayó fuera deldormitorio de Larry y pasó rozando la

litera.Larry salió por la puerta e inició la

búsqueda.La primera puerta a la que llegó fue

la de Crusow. Hizo girar el pomo, perono le sirvió de nada. Después de darunos golpes en el mamparo a modo deprotesta, pasó a la puerta siguiente.

El pie derecho de Larry dejaba trasde sí unas huellas peculiares; marcasque no parecían de un pie, sino como deesponjas empapadas en pintura roja. Lacuerda de paracaídas 550 que Larryempleaba para sujetarse a sí mismo a lacama le había arrancado buena parte dela piel del tobillo al escapar de lahabitación.

Mark tenía el hábito de dormir

siempre con la puerta entreabierta. ALarry no le costó nada entrar.

En ese momento, Mark soñaba conuna gran ciénaga.

Caminaba en dirección a unagigantesca torre que se erguía a lo lejos.Durante mucho rato, anduvo con penas ytrabajos por la mugre que le cubría hastalos tobillos. Estaba ya más cerca de latorre. El agua era más profunda y searremolinaba a su alrededor; colas dereptiles irrumpían en la superficie de lasaguas marrones. Mark caminaba a pasomás rápido por la ciénaga, los detallesde la torre se volvían más complicados.En el mismo momento en el que empezóa comprender lo que de verdad

significaba la torre, gigantescosnubarrones negros cubrieron de prontoel cielo y un violento trueno sacudió elpaisaje soñado.

La torre era el barranco y todos losque se encontraban en él. Los rostroscaídos hacían muecas, se alzaban ypresionaban contra las paredes como sihubieran llevado una máscara ceñida dehermosa seda negra. Mark vio connitidez el rostro de Bret; éste, por uninstante, sonrió, lleno de vida. El fulgorde otro relámpago pareció transformar aBret en uno de los no muertos. Igual quelos demás, peleó por tener espacio en lapared de la torre.

Mark dio otro paso por las aguaspútridas y sintió que había aplastado

algo con la bota. Un trozo de cristal. Eldolor le subió por la pierna, le desgarróel sueño, y despertó al instante, y oyótiros de escopeta.

—¡Atrás! —gritaba Crusow—. ¡EsLarry, ha muerto!

El pie derecho de Mark palpitabacon un dolor lacerante y hacía que sudueño, instintivamente, lo agarrara conla mano y aplicara presión.

Crusow encendió las luces.Larry estaba echado en el suelo y

se retorcía en medio de un charco defluidos corporales. Crusow habíalogrado abatir a Larry antes de quemordiera a Mark, pero el disparo derifle también había herido a este último

en el pie.«Estaba oscuro y no me ha quedado

más remedio que disparar», pensóCrusow, presa del pánico.

Había disparado tres veces con elrifle. Dos de los disparos habían pasadoa través del pecho de Larry, y un terceroa través de su cabeza. Kung irrumpió enla habitación en el mismo momento en elque Mark y Crusow se enfrentaban a larealidad de lo que había sucedido.Todos los cartuchos de Crusow habíanatravesado el cuerpo infectado de Larry,incluido el que había herido a Mark enel pie. La bala se había ensuciado con lasangre de Larry.

Mark se había infectado.

Mark murió entre grandes dolorespoco antes de la medianoche. Lainfección le subió desde el pie heridopor la escopeta hasta lograr que se ledetuviera el corazón. Mark era el últimoamigo de verdad que le quedaba en elmundo a Crusow, y la última personadel planeta que había hablado con sumujer antes de que la asesinarancriaturas semejantes a Larry. Otrovínculo con Trish que desaparecía parasiempre. A Crusow le habría resultadodifícil explicar el significado de aquelloa alguien que no lo hubiera vivido.

Kung se encargó de llevarse elcadáver de Mark. Crusow no tuvoestómago para hacerlo. El deseo demarcharse con Mark le asaltó en más de

una ocasión.Crusow se despidió de su viejo

amigo y regresó a su litera, catatónico.

* * * Después de tomar medidas para queMark no pudiese volver, Kung arrojó sucuerpo al barranco. Regresó a la base yencontró a Crusow en su habitación.Miraba al vacío.

—¡Nos marchamos de aquí,Crusow! —insistía Kung.

—No sé, tío. ¿A dónde quieres ir?—decía Crusow, y pensaba en la maneramás fácil de escapar de aquelladesolación, y en si las vigas del techoestarían hechas de un material másresistente que la cuerda de paracaídas

550.—¡Vamos al sur, idiota! —gritó

Kung, y le dio un fuerte empujón en elhombro a Crusow.

—No sé. Déjame en paz durante unrato.

Kung no cedía. Se echó en el suelojunto a la cama de Crusow durante unpar de horas y no le perdió de vista.Crusow no se le quejó. En cuanto estuvoseguro de que Crusow dormía, Kungocultó la carabina de éste detrás de unataquilla y se fue a preparar el Sno-Catpara marcharse de allí. Tuvo que lucharcontra la congelación durante cuarenta ycinco minutos seguidos, a unos sesentagrados bajo cero, en la penumbra delÁrtico.

Como necesitaba herramientas,entró en una de las zonas quepreviamente habían quedadodesprovistas de soporte vital. Encendiólas luces de refuerzo, que funcionabancon baterías. Dentro hacía tanto frío queparecía que el aliento se cristalizase ydescendiera en forma de copos de nieve.Una gruesa capa de escarcha cubría lasala entera. Antes de irse, Kung habíatemido que aquellas instalaciones sehubieran convertido ya en un bloque dehielo. Recuperó la sierra para metalesque había ido a buscar y volvió a salir.

Empujó el bidón de biocombustiblehasta el área donde residían, juntó mássuministros, y preparó los perros y elpequeño remolque para iniciar el viaje

en dirección al sur, hacia ninguna parte.

49

Al mismo tiempo que el Virginiacruzaba las fronteras de lo que en otrotiempo habían sido las aguasterritoriales chinas, Dean, Tara, Danny yLaura se escondían, aterrorizados, alfondo del camarote de la propia Dean.Habían bloqueado la puerta con lasliteras y otros objetos.

Los muertos golpeaban con lospuños y las palmas de las manos lapuerta de un camarote que se encontrabaal otro lado del pasillo. No teníanmanera de saber cuántos habría.

Rezaron y le agradecieron alTodopoderoso que las criaturas

aporreasen las puertas de otros y no lassuyas. Todos ellos sabían que lasituación podía cambiar con unestornudo, o con un cambio en losvientos del azar.

Llevaban doce horas atrapados a laespera del rescate. ¿Hasta dónde podíanhaber llegado en doce horas?

Laura estaba sentada en brazos deTara, medio ausente por la conmoción.

—¿Por qué no abrimos la puerta yles disparamos? —preguntaba.

—No sabemos cuántos son, cariño.Vamos a tener que esperar.

Todos ellos sabían que elportaaviones se encontraba todavía bajoel control de los militares. Durante lasúltimas horas habían sentido varias

veces que la embarcación viraba, confrecuencia creciente, de manerademasiado sistemática como para serproducto del azar.

«Al menos, la armada aún controlael puente y los reactores», pensabaDean.

En algún lugar del interior de lagigantesca superestructura del navío, elalmirante Goettleman abrió el sistemade megafonía 1MC:

—Les habla el almiranteGoettleman. La infección se hadifundido por el portaaviones y en estosmomentos estamos movilizando anuestros equipos para neutralizar laamenaza. Si nos oyen, conserven lacalma y aguarden a que uno de nuestros

equipos se abra camino hasta ustedes.Eso es todo.

La voz resonó por todo elportaaviones e, irónicamente, pusofrenéticos a los no muertos.

Todo el mundo oyó claramente laproclama, y también la oyeron losmuertos que estaban en el pasillo.

La puerta empezó a combarse bajoel peso de las criaturas que protestabancontra la intrusión sonora en su nuevoterritorio. Danny bizqueaba a la escasaluz y observaba que la zona media de lapuerta se doblaba ligeramente haciadentro. Estaba sentado junto a Laura y ledecía que no iba a pasar nada. Elmuchacho que aún vivía en su interiorcreía que sus palabras eran honradas,

pero otra voz que rivalizaba con laprimera le decía que indudablemente notardaría en morir y que ambos acabaríantransformados en aperitivo ligero.

La puerta se combó un poco más,estaba a punto de salirse de quicio, y lamuerte empezó a rodear a lossupervivientes con sus negras alas.Todos ellos cerraron los ojos, momentosantes de que cinco pequeños orificiosapareciesen en la puerta, justo encimadel pomo, en línea casi recta. Loscuerpos se desplomaron al suelo conestrépito audible.

—¡Alejaos de la puerta y echaos alsuelo! —gritó una voz familiar desde elotro lado.

Los cartuchos de 9 mm siguieron

penetrando por la puerta y por losmamparos, y el rebote de una de ellashirió a Danny en el hombro. Éste pegóun grito, y cayeron nuevos cuerpos.

—¡Abridme, soy yo, Ramírez!Dean se levantó de un salto y

preparó la pistola antes de quitarle elcerrojo a la puerta y hacer girar elpomo. La puerta se abrió y quedaron a lavista Ramírez y John, que estaban allí depie, con armas automáticas, cubiertos demugre y sudor.

—¡En marcha; se han apoderado detodo este nivel!

—Tara, yo le debía una a Kil. Encuanto lo veas, acuérdate de decirle quehe saldado la deuda —dijo Ramírez.

Tara le abrazó brevemente,gimoteando de felicidad por habersalvado la vida, mientras salían a todaprisa del camarote.

Todos ellos avanzaron en silencio,en fila india, con los niños bienresguardados entre los adultos. Johnllevaba a Annabelle en la mochila, conla cremallera cerrada hasta el cuello delanimal. A la perra no le gustaba muchoaquella manera de viajar, pero no tratóde escabullirse

Annabelle no tenía precio comodetector de no muertos. Tal como habíanconvenido antes, John la había llevadohasta el área donde Danny creía haberoído a las criaturas. La gran puerta deacero se había abierto y habían entrado

unos militares, y John no había tratadode esconderse; había fingido no sabernada. Había agarrado a Annabelle conambos brazos mientras los guardias seencaraban con él. Annabelle habíaproferido un aullido terrible y se lehabía orinado en el jersey. El pelo delpescuezo se le había erizado y habíaconfirmado con ello la cercanía de lascriaturas. John se había hecho el tonto, ylos guardias los habían escoltado a él ya la perra fuera del área.

—¡Rápido, tan sólo quedan otrasdos compuertas de seguridad hasta lasalida a la cubierta de vuelo!

Los adultos, al tiempo quecaminaban, vigilaban a Danny y a Lauracual halcones. Los pasillos podían

llenarse de no muertos en cualquierinstante.

Los pelos del pescuezo deAnnabelle se erizaron de nuevo. Elanimal se tensó dentro de la mochila deJohn y se puso a gruñir.

—¡Prepárate, Ramírez! —advirtióJohn.

Los no muertos no aparecieron defrente. Les habían dado alcance pordetrás, donde Tara y Ramírez teníancuidado de los niños. Ramírez se volvióy se puso a dispararles al tiempo quecaminaba de espaldas. En el momentode cambiar el cargador, cuandointroducía el nuevo, tropezó con ellindar de una de las compuertas deseguridad y se cayó de espaldas. Su

arma se disparó al mismo tiempo que secaía y la ráfaga recorrió en diagonal ados de las criaturas que se leaproximaban. Trozos de carne, músculoy hueso ensuciaron los mamparos deacero, y también a los no muertos quevenían detrás.

Las criaturas no dejaron deavanzar.

—¡Agachaos, muchachos, y cubríoslos oídos! —gritó John, al mismo tiempoque abría fuego contra los monstruosputrefactos que estaban a punto deabalanzarse sobre el marine.

Ramírez, por su parte, puso el armaen modo plenamente automático, y lostrozos de carne y hueso salieron volandoen todas direcciones por el pasillo, y se

esparcieron sobre las baldosas azules.A Ramírez le había quedado la

parte inferior del cuerpo cubierta desesos y otros tejidos. Se puso en pieágilmente y, mientras se marchaba por elpasillo, siguió disparando contra lascriaturas que no dejaban de avanzar.

—¡Venga, John, sal de aquí!John llegó a la puerta que daba a la

cubierta de vuelo y tiró violentamente dela palanca. Abrió la puerta de unapatada y la luz del sol bañó el interior.El olor a aceite, sal y maquinaria sesintió por todo el corredor.

—¡Daos prisa! —decía John.Los supervivientes salieron a toda

prisa por la puerta y subieron por laescalerilla hasta la relativa seguridad de

la cubierta de vuelo.Ramírez les cubrió las espaldas y

disparó hasta que John le dio unapalmada en el hombro.

—Ahora tienes que pasar tú,Ramírez. Yo cerraré.

Ramírez subió por la escalerillahasta la pasarela y tropezó por elcamino. John disparó una última ráfagaal azar y cerró la puerta. Metió la manoen el bolsillo, sacó un tramo de cuerda yató la puerta desde fuera para que nopudiesen abrirla. «Así aguantará unrato», pensó.

Al subir a la pasarela, John tuvouna visión panorámica de la cubierta delportaaviones. La mayoría de los avionesse encontraban abajo, en el hangar. John

veía a cientos de personas que iban deun lado para otro. Al trepar a la cubiertade vuelo, oyó una proclamación que sehacía desde el puente.

—A todo el personal a bordo delGeorge Washington, les habla el oficialde cubierta, con noticias. El almiranteme ha informado de que las operacionesde limpieza están a punto de empezar yde que vamos a poner rumbo hacia losCayos de Florida. Conservamos elcontrol sobre el reactor y el puente.Mantengan la calma. Eso es todo.

Después de la proclamación, Johnoyó que las criaturas golpeaban lapuerta de acero desde abajo. «Qué coñovoy a mantener la calma», pensó. Johnse admiró brevemente por el paisaje

marino que les rodeaba y se sorprendióde ver a un puñado de destructores quenavegaba en formación a ambos ladosdel portaaviones, y un navío deavituallamiento a babor.

—John, necesito tu ayuda —le dijoJan, al tiempo que le daba una palmadaen el hombro.

—¿Qué sucede? ¿Estás bien?—El Dr. Bricker y yo nos hemos

encargado del triaje en popa, cerca delpuente. No encuentro a William, ypienso que quizá...

—Ahora no pienses en eso. Voy aver si lo encuentro..., aquí hay muchagente —dijo John, con una voz queesperaba que fuese reconfortante—.Regresa a la tienda de primeros

auxilios. Yo iré dentro de un rato, ¿vale?—Gracias, John.Oyó que Laura lloraba mientras su

madre volvía con el grupo desupervivientes del Hotel 23.

50

A bordo del George Washington —después de difundirse la plaga

—Almirante, las criaturascontrolan buena parte de los espaciosdestinados al alojamiento del personal,así como las áreas de almacenamientode suministros. Siguiendo instruccionesdel oficial de cubierta, la tripulación hapuesto todas las compuertas principalesen Condición Cebra al inicio de laplaga, así que la mayor parte de ellostendrían que haber quedado atrapadosabajo en zonas separadas.

—¿Cuántos calcula que puede

haber abajo?—De acuerdo con mis

estimaciones, deben de ser unosdoscientos, y ese número sería muchomás alto si no fuese por la normativaque obliga a llevar armas de fuego. Creoque el número de no muertos que seencuentran bajo cubierta no se va aincrementar. A medida que lossupervivientes que quedan abajoneutralicen a las criaturas, habrá otrosque se infecten en el proceso. El úniconúmero que va a descender es el de losque permanecen con vida.

El almirante Goettleman se volviópara contemplar la cubierta de vuelo. Sehabía formado un gigantesco campo derefugiados que se extendía por los mil

ochocientos metros cuadrados de aceroy material antideslizante. Un plan paracontingencias tomó forma en la cabezadel almirante y empezó a planear cómosería el siguiente movimiento. Suprimera prioridad consistiría enrecobrar las salas de comunicaciones; acontinuación, tendrían que encontrar unpuerto apropiado. No podía arriesgarsea que los no muertos se adueñaran delreactor mientras el portaaviones seencontrase en alta mar. El portaavionesse habría transformado en mero cebopara los huracanes. Agarró el teléfono ymarcó el número de la cabina del piloto.

—¿Oficial de cubierta? Ligerocambio de rumbo. Encamina elportaaviones específicamente hacia

Cayo Hueso y ten cuidado con el calado.—Muy bien, almirante —replicó el

oficial de cubierta desde el otro extremode la línea.

Al oír las órdenes que se daban enel puente, Joe preguntó:

—¿Le importaría informarme de loque piensa hacer, señor? No entiendo adónde quiere llegar.

—Mi intención es que nosencaminemos a Cayo Hueso y nospreparemos para la peor de lassituaciones. Si perdemos a demasiadopersonal, este portaaviones no podránavegar. Si se diera el caso, prefieroque nos encontremos en una isla, porquepodremos despejarla y defenderla. CayoHueso tiene una base aérea naval.

Podríamos destruir los puentes yaislarla. ¿Se sabe algo de Fénix y de lacaja negra que recuperaron?

—Nuestros programadores tratabande compilar el software necesario paraextraer las coordenadas GPS de la caja,pero entonces perdieron el control sobrenuestra red. Dicen que alguien trató deobtener acceso y alterar el software. Laintrusión duró tan sólo cuatro minutos.Lo extraño es que el programa estaba yacompleto cuando nuestra gente reiniciólos servidores del portaaviones y tratóde compilarlo. No tuvieron tiempo de irlínea por línea para verificar el código,así que transmitieron el software alHotel 23. La Fuerza ExpedicionariaFénix no regresará de su misión hasta

dentro de unas pocas horas y nosabremos si han tenido éxito mientras norestablezcamos las comunicaciones.

—Esto es una prioridad, Joe.Quiero que los primeros equiposretomen las salas de radio. Ya nospreocuparemos luego por quién hatratado de entrar en nuestros sistemas.Qué diablos, si hasta podría tratarse dela versión china de nuestroCYBERCOM. El Virginia tendría quellegar a Bohai dentro de poco... si noahora mismo. Clepsidra no tardará enponer los pies en lo que hasta ahorahabía sido China. Seguramente, Larsen ysus muchachos van a estar muyinteresados por lo que sucede aquí.

—Sí, señor, los marines tratarán de

empezar por capturar la sala decomunicaciones. En cuanto tengamoscontrol sobre ella, intentaremosrestablecer las comunicaciones, primerocon Fénix, y luego, si todo va bien, conClepsidra.

—¿Y qué se sabe de la base delÁrtico?

—Hace unos pocos ciclos que noresponden a nuestros contactosrutinarios. Probablemente por culpa dela atmósfera.

—Probablemente. —Una vez más,Goettleman contempló el campamentoque crecía sobre la cubierta—. Malditasea. Tendremos que apostarfrancotiradores aquí arriba para vigilarlos campamentos. Al más mínimo

indicio de la presencia de no muertos,empezaremos a disparar.

—Sí, señor. —Joe hizo una pausapara asegurarse de que nadie le oyera—.Señor, no vamos a lograrlo.

—No, probablemente no. Pero yono me he rendido jamás en mi vida. Novoy a dejar de luchar hasta que metransforme en uno de ellos o me pudratumbado en el suelo con una bala en lacabeza. Tú estudiaste en la CIA, así quelo sabes mejor que yo. Si es necesario,lucharemos a manos desnudas desde laslanchas salvavidas.

51

Aguas territoriales de China

—¡Contramaestre! Profundidad deperiscopio —ordenó Larsen.

—Sí, mi capitán.Después de que se transmitiera la

orden al piloto, el submarino inició suviaje hacia un área bajo de la superficiede las aguas del Bohai. Habíandesplegado el periscopio y éste surcabalas aguas verdiazules de la superficie.Los sensores avanzados del Virginia nohabían hallado ningún indicio de fuerzasmilitares chinas que hubieran podidosobrevivir. Si quedaba algo de lo que

había sido el ejército chino, debía dehallarse en una situación semejante a ladel ejército estadounidense: disperso,carente de fuerzas y al borde de ladesaparición. El Rojillo controlaba todoel espectro de frecuencias de radio; laúnica transmisión china que habíadetectado procedía del Servicio deInformación Automatizado sobreTerminales del Aeropuerto Internacionalde Beijing. El Rojillo llegó a laconclusión de que algunas partes delaeropuerto aún debían de recibircorriente eléctrica, y que por ello laseñal de radio se mantenía en activo. Ibade una frecuencia a otra, de sarao portodo el espectro. Protegía el submarinoy trataba de reunir todos los datos de los

que pudieran beneficiarse en el curso dela misión.

El capitán recibía por circuitocerrado las imágenes que el periscopiocaptaba mediante su tecnologíaavanzada. Formuló una estimación de lasituación en el continente.

—Parece que hay muchos chinos nomuertos, contramaestre —dijo. Uncigarrillo sin encender le colgaba de unade las comisuras de los labios.

—Eso ya se lo podría haber dichoyo sin necesidad de mirar, señor.

—Sí, apuesto a que sí. Kil, ¿estásahí?

—Sí, señor —dijo Kil, y emergióde las sombras al lado de un banco deequipamiento.

—Quizá querría usted preparar losequipos que controlan las aeronaves notripuladas. Tendremos que realizarreconocimientos aéreos de la zona y delaeródromo chino.

—Ordenaré a los hombres quepreparen los pajaritos para ellanzamiento. ¿Eso es todo?

—No, comandante, en realidad, no.Me preguntaba si habría usted meditadoacerca de nuestras conversacionesanteriores.

—Sí, señor, sí lo he hecho, y losiento, pero mi respuesta no hacambiado.

Larsen acercó el rostro a Kil.—Es una lástima que Rex y Rico

vayan a tener que trabajar solos, sobre

todo ahora que las muertes de Griff y deHuck son tan recientes. Esta misión va aser muy difícil. ¿Les informo yo oprefiere hacerlo usted? Querríarecordarle que nuestro arsenal está muybien provisto y que Beijing no sufrióningún ataque nuclear. El Virginia eraun submarino de apoyo para misionesespeciales antes de que el mundo sevolviera loco y todavía lo es.

—Yo mismo se lo voy a decir,capitán.

—Muy bien. Ah, otra cosa...Clepsidra va a contar con más apoyoaéreo de lo que se había dichopreviamente.

—¿Y cómo es eso?—¿Vamos? —Larsen le hizo un

gesto a Kil para que lo siguiese al áreade información reservada.

Entraron por la puerta y así seaislaron del resto de la embarcación. ElRojillo estaba sentado en la terminal conel comandante Monday de pie a susespaldas. Se había puesto a investigar lamasa de información que habíanconseguido durante la expedición aKunia.

El Rojillo hizo desaparecer lo quetenía en pantalla cuando Kil y Larsenentraron en la sala.

—Vamos a tener apoyo desde loalto. Un SR-71 con esteroides. Laslentes de ese pajarito son mucho mássensibles y cubren una superficieexponencialmente más elevada. El

equipo se enterará con mucha antelaciónde todo lo que se vaya a encontrar —dijo Larsen.

—¿Dónde se encuentra la baseaérea? —preguntó el escéptico Kil—.Estamos muy lejos de casa.

—No voy a decirlo, ante todoporque no lo sé.

—Pues entonces, ¿cuál es elrecurso que vamos a emplear?

— E l Aurora de Lockheed. Enrealidad no se llama así, pero ése hasido el nombre en código de todos losprogramas hipersónicos de Lockheeddesde los años sesenta. Es rápido, conamplios recursos en inteligencia deimágenes e indicador de objetivosmóviles en tierra. Volará a una altura de

treinta mil metros durante un período deseis horas.

—Si esa máquina ha venidovolando desde Estados Unidos, habrátenido que repostar en algún sitio.¿Cuándo la tendremos encima? —preguntó Kil.

—El gobierno en funciones nosinformó hace cinco días de que elAurora llegaría mañana a las diez,horario de Greenwich. Nos lo dijeronantes de que perdiéramos contacto conel portaaviones, por supuesto, pero, nosé por qué, presiento que no vamos atener problemas con eso. En cuanto a lanecesidad de repostar, el Aurora noemplea JP-5. Cuando vaya usted a ver aRex para decirle que no quiere formar

parte del equipo, estaría bien que se locontara.

—Gracias por la información,señor.

—De nada, Kil.Kil sintió que la mirada de Larsen

lo seguía al abandonar el áreareservada. El viejo quería manipularley, maldita sea, lo estaba consiguiendo.

Kil fue de un extremo al otro delsubmarino hasta llegar a la popa ymientras tanto pensó en lo que le habíadicho Larsen. Iba a hacerles una brevevisita a Rex y a Rico. Kil llamó a lapuerta; no le gustaba entrometerse en losespacios privados si no eraabsolutamente necesario.

—¿Quién es? —Kil reconoció lavoz de Rex al otro lado de la puerta.

—Kil.—¿Quiere decir el comandante

Kil?—Sí, como más os guste llamarme.—Lo siento, en nuestro club no hay

oficiales.Kil se decidió a entrar igualmente.—Escuchadme, el capitán dice que

vais a partir mañana. Tendremos apoyodesde el aire a partir de las diez, horariode Greenwich —dijo Kil.

Rex se puso en pie y así aligeró elgrueso colchón de la litera.

—¿Y tú?—¿Qué quieres decir?Rico apartó la cortina azul de su

litera y entró en la conversación.—Esta mañana, Larsen nos ha

dicho que te habías decidido a venir connosotros. ¿Es verdad? —preguntó.

—Pero qué hijo de puta —dijo Kil,al mismo tiempo que meneaba la cabezay apretaba los puños.

—No te preocupes, ya lo sabemos.Larsen está jugando con todos nosotros—dijo Rex—. De todos modos, nos iríamuy bien poder contar con tu ayuda.Aquí tenemos una buena armería, puedesecharle una ojeada. — Rex apartó lacortina de una litera vacía y señaló unmontón de rifles de combate—. Alempezar esta mierda, unidades derecuperación de material asaltaron losdiversos arsenales militares de Estados

Unidos. La mayoría de las armas delejército eran una mierda. Unos amigosnuestros nos ayudaron durante una de lasúltimas expediciones al continente.Salieron con un par de helicópteros ysaquearon una fábrica civil en el centrode Texas, y trajeron este material. —Rex señaló el montón de rifles negros,agarró uno y se lo pasó a Kil—. Es unLaRue 7.62 con un cañón de cuarenta ycinco centímetros. Si el tirador sabemanejarlo, puede reventar cabezas anovecientos metros de distancia.

Al tener el rifle de combate en lasmanos, Kil volvió a sentir algo queparecía haber hibernado bajo lasuperficie desde hacía años, desde suexilio en las tierras yermas de Texas

dominadas por los no muertos. El pesodel arma en sus manos le hizo revivirsus sentimientos de exacerbadoindividualismo. Se lo devolvió de malagana a Rex.

—Kil, veo muy bien lo que teocurre. Vete a hablar con tu amigo. Tuhombre tiene mucha habilidad con lasarmas largas. No creas que Rico y yo nolo notamos en Hawaii.

—¡Joder, sí! Ese tío es como unasesino de los barrios bajos —gritóRico desde su camastro. Llevaba unauricular puesto en uno de los oídos ychascaba los dedos al ritmo de unamelodía—. Además, sabemos quelograste sobrevivir durante varios mesesen esa mierda. Lo hemos leído todo, así

que ahora no vengas a contarnos que noestás preparado para esto. En la escuelade la armada no nos enseñaron a lucharcomo en Zombies 101 ni ninguna mierdade ese tipo, así que me parece queestamos en un mismo nivel.

Kil se quedó inmóvil cual estatuadurante un rato antes de hablar, y luegoeligió con cuidado sus palabras.

—Tenemos que empezar a planearla misión esta misma noche.

—¡Sí, de puta madre! ¡Ya te habíadicho que vendría, Rex! —exclamóRico.

Rex arrojó el rifle de combate alotro extremo de la habitación; Kil loagarró sin pestañear.

—¿Cómo lo vas a llamar, Kil?

—Os lo contaré cuando regresemos—respondió Kil sin expresión alguna.Estaba sorprendido de su propiadecisión, pero tenía claro que hacía yamuchos días que la había tomado.

—¿Estás seguro de que quiereséste? Sólo acepta veinte cargadores y espesado.

—Te lo voy a explicar de lasiguiente manera... Aproximadamenteuna de cada seis de las criaturas contralas que disparé en el cráneo con mi M-4siguieron viniendo hacia mí. Si hacéiscuentas, veréis que el .308 tan sólo tienecinco tiros menos, y os garantizo quecon esto no vuelven a levantarse. Hevisto a Saien ponerlos a dormir a unadistancia de ochocientos metros. Si

queréis saber mi opinión, la falta demuniciones y el mayor peso quedanampliamente compensados.

—Sí, Rico y yo lo vimos cuandoescapábamos de Kunia. Algunas denuestras balas les rozaban el cráneo; lascriaturas se tambaleaban y se caían,pero luego volvían a levantarse yseguían acercándose. Mal rollo.

Kil se volvió hacia la puerta.—Voy a hablar con Saien. Nos

veremos en el área reservada a lasveinte horas. Así podremos ponernuestros planes sobre papel y ver qué talquedan.

—La cosa pinta bien. Que tengas unbuen día —dijo Rex mientras Kil semarchaba por la puerta.

52

Hotel 23 — Sureste de Texas

—Bienvenidos, mamones —dijoHawse a modo de saludo cuando Doc,Billy y Disco regresaron del punto decolisión del C-130.

Doc llevaba un objeto grande yanaranjado sujeto con correas a lamochila.

—¿Te han dicho lo que hemosencontrado, Hawse?

—Sí, el mensaje acabó porllegarme. Los tíos de los A-10 se estánquedando sin nadie, pero me pasanvuestros mensajes. El portaaviones ha

mandado a nuestro portátil un archivoque puede extraer las coordenadas GPSde esa caja. Me han dicho que tendríaque haber un puerto USB debajo delarmazón.

—Bueno, pues pongámonos manosa la obra. Quiero saber dónde seesconden esos hijos de la gran puta —dijo Doc.

—Hay algo que todavía no te hecontado, jefe. He perdido lacomunicación con el portaaviones.

—¿Qué? Pensaba que me habíasdicho que te mandaron el programa de lacaja negra.

—Sí, pero no he podido contactarcon ellos desde entonces. No respondena los canales primarios, alternativos ni

terciarios.—Pues arréglalo, Hawse. No sé

qué es lo que sucede, pero sí sé quedentro de muy poco se nos va a veniralgo encima. Antes de que nosmetiéramos en la mierda esta, nosinformaron de que teníamos que estaratentos hacia Nochevieja.

—Voy a hacer lo que pueda, tío.Nuestro equipo funciona bien, de esoestoy seguro. Todos los indicadoresestán verdes, tenemos una conexiónsólida con el pajarito. El problema lotienen ellos, tío —dijo Hawse.

—Dios mío, espero que no.Quienes tienen que sacarnos de aquí sonellos —dijo Disco, y vio a Billyempeñado en afilar el tomahawk—. ¿A

ti qué te parece todo esto, Billy Boy?—Creo que tendríamos que

concentrarnos en los aspectos en los quenuestra actuación cuente para algo.

—Sí —dijo Doc—. Sigue atento alas comunicaciones, Hawse. Voy aponerme a trabajar en esa caja con unapalanca y un martillo.

Capas de fibra de carbono, acero,aluminio y compuestos varios protegíanlas entrañas de la caja contra losimpactos y el fuego. Doc empezó aseparar cuidadosamente la cáscara de loque había en su interior.

El sonido del roce del tomahawkde Billy Boy contra la cara lisa de unapiedra arenisca marcaba el tiempo. Docmiró mientras Billy se afeitaba una parte

de los pelos de la cara con la toscaarma, para demostrar que estaba afiladacomo una navaja.

—Billy, Hammer no tenía esaherramienta tan afilada como tú.¿Durante cuánto tiempo vas a llevarla?

—Hasta que la haya empleado paramatar a cien.

Al cabo de una hora demaldiciones y de nudillosensangrentados, el puerto USB, por fin,quedó a la vista.

—Hawse, ve por un cable.—Ah..., de acuerdo. Vuelvo dentro

de unas semanas. Ahora mismo memarcho a una concesionaria de BestBuy. Espera, creo que antes voy a llamarpara preguntarles si abren las

veinticuatro horas.—No estoy ahora para que me

tomes el pelo, joder. ¿Me vas a decirque no hay ni un solo cable USB entodas estas instalaciones, con todosestos ordenadores?

—La mayoría de lo que tienen aquíes tecnología sencilla. Es de los añosnoventa. Incluso de principios de losnoventa... Si hasta hay puertos paralelosde esos tan cutres. Yo creo que... No,mejor que no.

—¿El qué?—No, es que no nos saldría bien.

Tendríamos que parar un sistema clave.—¡Que le den por culo al sistema

clave! Tan sólo necesitamos un cableUSB para descubrir quiénes pueden ser

los malos. ¿Qué ibas a decir? —insistióDoc.

—Bueno, que arriba hay un cableUSB conectado a la antena preparadapara ráfagas de datos. Tendríamos quesubir allí, desenchufar el cable yprescindir de las ráfagas de datosmientras lo utilizáramos. Tú decides,tío, pero, ¿y si nos pasa por alto algúnmensaje del portaaviones tan sóloporque se nos ha ocurrido ponernos ajugar con esa caja naranja?

—Merece la pena. Billy, tú yHawse vais a subir a la antena. Daosprisa, falta poco para que salga el sol.

—Estamos en ello —dijo Hawse.

Los hombres estaban arriba.

Faltaba poco para que el sol se dejaraver en el este. El cielo era de un colorazul oscuro y las estrellas sedesvanecían. Demasiado tenue para elojo desnudo, pero demasiado brillantepara los anteojos de visión nocturna.

—Tío, me voy a sacar los anteojos—había dicho Hawse.

Billy le miró a través de sus ojosverdes y electrónicos.

—Yo no —dijo.—Esa cosa está ahí arriba —dijo

Hawse—. Hagámoslo de prisa yvolvamos a bajar. Estoy cagado, comosi nos tuvieran rodeados o algo así.Como en los dibujos animados: la luz seha apagado pero hay ojos que brillanpor todas partes.

—¿Qué hay? ¿Ves algo?—No..., acabemos con esto.Llegaron a la unidad de transmisión

de ráfagas de datos y empezaron adesmantelar el escudo a prueba de aguaque cubría la conexión por cable. El solse asomó por el horizonte oriental.

Sin aviso previo, dos criaturasemergieron de entre las malezas altas deTexas, como dos velociraptores, y seacercaron a Hawse y Billy mientrasestos manoseaban los aparatos. Losansiosos gruñidos hambrientos de carneadvirtieron del ataque de los no muertos.

—¿Pero qué...? ¡Contacto! —gritóHawse, y se volvió y disparó con elarma en la cadera.

Billy soltó el equipamiento de

comunicaciones y desenfundó la pistola.Se había colgado el rifle a la espaldapara trabajar con los ingenioselectrónicos y habría sido difícilempuñarlo a tiempo. Los disparos decarabina de Hawse pasaron rozando elhombro de la criatura y la frenaronprovisionalmente.

Billy disparó la Glock contra elque se movía rápido y derribó a lacriatura con dos disparos, uno en elcuello, el segundo en la cabeza. Lacriatura que iba delante, y queprácticamente no había resultadoafectada por la herida en el hombro,chilló mientras avanzaba contra el cañónde la carabina de Hawse y golpeó a ésteen la cara. Billy trató de ayudar, pero no

podía emplear el arma porque corría elriesgo de matar a Hawse en el proceso.Hawse disparó diez cartuchos. Todosellos se hundieron en el estómago de lacriatura, sin ningún efecto. Los órganosinternos de la criatura, inertes yputrefactos, se derramaron sobre lasbotas de Hawse.

A medida que la criatura avanzaba,el rifle de Hawse empezó a introducirseen el estómago abierto. No tenía ningunaposibilidad de maniobrar con el riflepara apuntar contra la cabeza delcadáver. Éste agitaba los miembros ychillaba mientras seguía avanzando, yHawse se veía obligado a emplear todassus fuerzas para mantenerlo a distancia.

Ninguno de los dos hombres vio

ninguna traza de humanidad en lo que seerguía frente a ellos. La criatura estabaabotargada, no tenía pelo y le faltaba lamayor parte de los dientes; llevaba lospantalones desgarrados de los muslospara abajo y los zapatos se habíandesgastado hasta no cubrirle porcompleto los pies despellejados, casi deesqueleto.

Billy pasó la Glock a su mano másdébil y empuñó el tomahawk. Logrósituarse detrás de la criatura y levantó elarma, y la hundió con todas sus fuerzasen el cráneo del monstruo. La cabeza dela criatura quedó partida por la mitadhasta los hombros, y el cráneo, elcerebro y la médula espinal quedaron aldescubierto. Se cayó al suelo, y durante

la caída su piel se deslizó sobre elcañón del arma de Hawse. Éste todavíala empuñaba, y apuntaba directamente,aunque sin quererlo, al torso de BillyBoy.

—Aparta la cosa esa —dijo Billy.—Sí. Lo... lo siento. Se han

acercado rápido. ¡Por poco nos vamosal otro barrio, tío! Nos estaban dandocaza. Yo había sentido como una miradaentre los arbustos. ¿Y tú?

Billy limpió el tomahawk contra lahierba parduzca y dijo:

—Sí. Yo también he tenido comouna sensación.

Volvió con los aparatoselectrónicos y se quitó los anteojos devisión nocturna.

A esa hora, el sol se encontraba yasobre el horizonte, y les exigíavelocidad y eficacia.

—Concéntrate en la tarea, Hawse—dijo Billy—. Desenchufa el cable yregresemos abajo.

Al cabo de un minuto de seguir elcable por entre un laberinto de otroscables, Hawse lo separócuidadosamente del codificador de CPUconectado a otra de las pequeñas cajasde comunicaciones. Se valió de unSharpie de plata que llevaba en el arnésy marcó la ubicación del cable, para quepudieran devolverlo rápidamente a sulugar después de extraer los datos de lagrabación de vuelo.

Volvieron corriendo a la puerta.

Mataron a otros dos acosadores por elcamino. Los campos circundantes secerraban sobre ellos. Las criaturas losacechaban. Tanto Hawse como Billyalcanzaban a ver siluetas entre losárboles. Ya no les quedaba otro remedioque creer en los informes del oficial queanteriormente había estado a cargo delas instalaciones. El miedo no diluiría larealidad; Billy y Hawse informaronluego que habían sentido un millar deojos no muertos sobre ellos mientrascorrían de vuelta al subsuelo con elcable, barato, pero ahora de un valorinapreciable.

53

—Saien, tenemos que hablar —dijo Kil,y entró en el camarote donde Saienestaba con una pequeña tableta depantalla táctil, enfrascado en un juegofebril—. ¿De dónde has sacado eso? —preguntó Kil, confuso al ver que Saienjugaba a algo.

—Uno de los marineros me hapermitido que la tomara prestada acambio de lecciones de tiro a largadistancia. Ahora mismo estoyempleando unas plantas para matar a...bueno, qué más da. Si tienes ganas dejugar, estoy seguro de que podemosllegar a un acuerdo —dijo Saien

sonriente.—Me tomas el pelo. Deja el juego.

Tengo que hablar contigo.—¿De qué se trata? —dijo Saien

apagando la tableta.—Estamos en aguas territoriales

chinas, aproximadamente a un kilómetrode la costa. He mirado por elperiscopio; la costa está abarrotada decriaturas. Por lo menos, la costa deBohai. De todas maneras, Clepsidra va adesembarcar mañana, después de quelas aeronaves no tripuladas realicenunas pocas salidas de reconocimiento.

—Sigue —dijo Saien.Kil exclamó:—El equipo perdió a dos hombres

en Hawaii y creo que voy a cometer la

locura de ir con ellos.—Bueno, eso se puede llamar

cambio de opinión, ¿verdad que sí? Note considero un hombre aficionado abuscar riesgos, y esto va a ser muy, muyarriesgado. Estarías muerto si hubierasbuscado peligros de ese tipo duranteaquellos días tan alegres y animados quevivimos en América.

—Sí, hay alguna posibilidad de queno regrese. Es por eso por lo que quieroque me guardes una cosa.

—¿Y de qué se trata?—De mi diario. Quiero que llegue

a manos de Tara, y no se lo voy aconfiar a nadie más. Dentro del diariohay algunas anotaciones sobre ti, perono tengo nada que esconder. Ni nada que

no pudiera decirte a la cara.—Voy a tener que negarme. No

puedo hacerlo —dijo Saien, sumamenteserio.

—Pero pienso que es lo mínimoque podrías...

—Te he dicho que no. Voy a ver laChina contigo y con los demás, yterminaremos este capítulo tan espinosode tu diario. Juntos.

Kil meditó lo que acababa de oír.—Saien, no puedo ni darte las

gracias, tío. Sé muy bien que Rex y Ricoson buena gente, pero no han idoconmigo conduciendo tanques sobre unpuente, ni han combatido contra hordasde criaturas, ni han dormido sobrecamiones para el transporte de carbón.

¿Entiendes lo que te quiero decir?—Sí. Lo entiendo. ¿Cuándo vamos

a trazar los planes? —preguntó Saien.—Nos veremos en el área

reservada dentro de noventa minutos.Voy a explicarte todo lo que sé para versi los dos disponemos de la mismainformación.

Kil procedió a recordarle a Saienlos mensajes en código de John y ainformarle del apoyo desde el aire queiban a recibir en el curso de laoperación.

—Así que, ya lo ves, vamos a tenerayuda. No estaremos totalmente solos, niasustados —dijo Kil—. Bueno, almenos no estaremos solos.

—Y ya está bien. Vuestro país os

ha ocultado muchas cosas. ¿Cuántossecretos deben de yacer ocultos en elsubsuelo?

—Sólo Dios lo sabe.Tras esbozar un plano con la

ubicación de las instalaciones río arriba,Kil lo dibujó en su diario.

Mientras planeaban la misión, Kilse detuvo un momento en la sala deradio para consultar a los encargados.

—¿Ha habido suerte? —preguntóal técnico.

—No, señor, no hemos recibidonada. Nada salvo el mensaje pregrabadoen alta frecuencia procedente deKeflavik, el automático de la BBC y lasgrabaciones del aeropuerto de Beijing.

Todo el espectro está en silencio.Aunque hoy mismo el sónar ha detectadoalgo.

—¿El sónar? ¿Ha detectado a otraembarcación? —preguntó Kil.

—Dicen que han detectado algo,pero no han querido asegurar que fueseuna embarcación. Tendrá que hablar conellos para enterarse, señor. Yo no estabaallí.

—No te preocupes, y no cejes entus intentos de contactar con elportaaviones. Mañana bajaré a tierra ylo más probable es que tarde unas horasen regresar, si no más.

—¿Va a ir usted? Señor, no sé siquerría escuchar lo que...

—No, no quiero escucharlo. No me

lo cuentes —dijo Kil—. Procura estarpendiente de las comunicaciones y yaestá. Te veré cuando regrese.

—¡Sí, señor!Kil y Saien siguieron de camino

hacia el área reservada por losclaustrofóbicos pasillos. Kil le dijo enbroma a Saien:

—Bueno, creo que ya está. RadioMacuto ha empezado a retransmitir.Dentro de muy poco, el submarinoentero sabrá que vamos a bajar a tierra.Será mejor que escondamos nuestrascosas antes de marcharnos. No creo quenadie cuente con que vamos a volver.Tal vez haya por aquí amigos de loajeno que actúen mientras no estamos.

—¿Qué es Radio Macuto? —

preguntó Saien.—Jerga de origen militar para

referirse a los rumores, ya sabes, a loschismorreos. Ese tipo de cosas.

—Ah, como los rumores que oigoacerca del portaaviones. Dicen que lohundió un misil cubano.

—Sí, claro. Para empezar, lo másprobable es que Cuba esté plagada de nomuertos hasta la frontera conGuantánamo y, en segundo lugar, aunqueel régimen aún conservara misilessoviéticos con autonomía y precisiónsuficientes para alcanzar elportaaviones, habrían superado desdehace tiempo su período de operatividady serían ya inútiles. De todas maneras,ése es un buen ejemplo, Saien. Es de

risa. Quizá los Castro todavía puedandisparar un par de puros explosivos quehayan interceptado —dijo Kil, aunquepensó que, probablemente, Saien nopillaría el chiste.

Tres golpes fuertes a la puertaanunciaron su presencia en el áreareservada. Al cabo de un instante deobservación a través del cristal, lapuerta se abrió y entraron. La pantallade seguridad no tenía como objetivoprimordial impedir que personas noautorizadas accedieran al centronervioso del submarino, sino privar deello, más bien, a las personas infectadas.En todas las áreas sujetas a control deseguridad se hacía un examen visual enbusca de signos de infección antes de

que se autorizara la entrada.Monday se aclaró la garganta y les

hizo un gesto a Kil y a Saien para que seacercaran a la mesa.

—Por aquí.En torno a la mesa se hallaban el

capitán Larsen, el capellán delsubmarino, Rex, Rico, el Rojillo y elcomandante Monday. Habíandesplegado un mapa grande sobre elmueble.

Monday empezó de inmediato aexponer la situación.

—Nos quedan aproximadamentedieciséis horas de viaje, con laobligación de llegar mañana a las diez,horario de Greenwich. Aurorasobrevolará la zona durante seis horas

para controlar el ingreso y el egreso, ytambién contaremos con aeronaves notripuladas portátiles, pero el capitán noautorizará a que les sigan hasta lasinstalaciones. Se lo va a explicar unpoco. Por supuesto, iremos con eltiempo justo, tendréis que ser rápidosuna vez estéis dentro.

—Además de traer a Cero, ¿hayalgo más que tengamos que saber obuscar? —preguntó Rex.

Monday tuvo un momento devacilación antes de volverse haciaLarsen.

—Señor, ¿estamos autorizados aabrir el sello de los ficheros de lamisión?

—Sí, estamos autorizados desde el

mismo instante en el que entramos enaguas territoriales chinas. Adelante —respondió Larsen.

Monday giró la rueda alfa de lacaja fuerte; después de que se oyera unclic, se apartó para que Larsen girara labravo. No había una sola persona queconociera todos los códigos de acceso ala caja en la que se guardaban ciertoscódigos de lanzamiento y otros ficherosde crucial importancia.

Larsen le dio la vuelta al pomo,tiró del cajón y dejó a la luz algunosobjetos que raramente la veían.

—Bueno, tomemos asiento.Como tan sólo había lugar para seis

en torno a la mesa de guerra, el Rojillose quedó detrás de Larsen. El capitán

abrió el sello de la bolsa de documentosy sacó un montón de papeles que habíanestado allí desde antes de que elVirginia abandonara las aguas delPanamá.

—Está bien, la mayoría devosotros tenéis una idea general de laubicación de esas instalaciones. Almismo tiempo que lo digo, haré pasarpor toda la sala esta fotografía tomadadesde un satélite. En estos momentos, elVirginia está aquí. —Larsen señaló a ladesembocadura de un río en la zona másoccidental del Bohai—. Estasinstalaciones se encuentran en la regiónde Tianjin, justo al sureste de la regiónde Beijing. Pido disculpas por elengaño, pero no podía arriesgarme a que

la verdad se difundiera si un enemigocapturaba el submarino. No hay nadie abordo, aparte de los que nos hallamos enesta sala, que conozca la localizaciónverdadera y exacta de esasinstalaciones. Es por eso por lo que lasaeronaves no tripuladas no puedenacompañaros hasta la puerta. No nosquedará otra opción que permanecer enla superficie durante la operación,porque así podremos mantenernos encontacto con vosotros y conservar elenlace de transmisión de datos con lospajaritos Scan Eagle. Estos últimos vana proteger el submarino y estarán alacecho de amenazas mientras vosotrosingresáis. ¿Tenéis alguna duda? —preguntó Larsen, al tiempo que escrutaba

con la mirada a los presentes en la mesa.Kil levantó la mano.—¿Y la parte del plan que

consistía en entrar en un aeródromocercano y robar un helicóptero chino?

—Una mentira necesaria paraengañar a todos los que no sabían queusted proyectaba asaltar unasinstalaciones que no se encuentran enBeijing. La región de Tianjin está menospoblada y, como usted mismo puede ver,esas instalaciones se encuentran a tansólo ocho kilómetros del río —respondió Larsen.

Rico le dio un codazo a Rex,porque no quería hacer la pregunta élmismo.

—De acuerdo, lo voy a preguntar.

Señor, ¿cómo iremos río arriba? Parecemuy tortuoso, y sería fácil perderse en laoscuridad. En esa imagen por satéliteaparece un montón de muelles en el río yotros obstáculos. La lancha es ruidosa yllamará la atención en ambas orillas.Podríamos tener problemas. El GPS yano funciona, y no será fácil encontrar elpunto de desembarque.

—Sí, y es por eso por lo queremontaremos el río con el Virginia.Estaremos tan cerca de la orilla quepodrán remar con la lancha si lo deseane incluso ir a nado, aunque no se loaconsejo. La observación aérea nosinforma de un gran número de cadáveresen el agua. Hay muchos, y algunostodavía se mueven. Nuestros inerciales

se guían únicamente por los giroscopiosláser internos y no dependen de señalesGPS provenientes del exterior. Nosquedaremos a un centímetro del lugaróptimo de desembarque. Además,nuestro mejor operador de sónar estaráen su puesto para guiar al Virginia porentre los bajíos.

—¿Qué es lo que vamos a buscaren realidad? —dijo Kil.

Larsen pasó varias páginas dedocumentos relacionados con la misióny se detuvo en una fotografía que sehabía tomado fuera de ángulo y,aparentemente, en secreto.

—Ése es Cero, el mismo que loschinos denominaban con el nombrecódigo CHANG. Hágala circular para

que la vea todo el mundo.En la foto aparecía una criatura

encerrada hasta el cuello en un bloquede hielo glacial. Llevaba puesta unaarmadura fabricada con algún tipo dealeación. El visor del casco impedíaverle el rostro. El único indicio de queaún pudiera moverse era la posiciónretorcida de sus manos, que sobresalíanen parte del bloque de hielo.

—Aún lleva puesto el casco. ¿Nose lo sacaron? —preguntó Kil.

Larsen respondió al instante.—No, no se lo sacaron, o, por lo

menos, no lo hicieron mientras elpresidente chino no se lo ordenó.Creemos que la orden fue emitida aprincipios de diciembre del año pasado,

de acuerdo con las intercepciones de laAgencia de Seguridad Nacional quelogramos recobrar. Por supuesto que lacronología encaja. Aunque no podamosdemostrarlo, el gobierno en funcionescree que la anomalía empezó cuando loschinos violaron la integridad de laarmadura de CHANG. Creo que yahabéis visto el resto de la película. En3D.

—Entonces, tenemos que ir hastaesas instalaciones, entrar y encontrar aesa criatura. ¿Y luego qué? —dijo Rex.

—La inmovilizaréis y la traeréis alsubmarino. Nosotros la congelaremos enel tubo de lanzamiento de torpedosmodificado que ya tenemos a punto y sela llevaremos a los científicos del

gobierno en funciones —respondióLarsen.

—Con todo el respeto, señor, ¡yuna puta mierda! —dijo Kil—.¿Pretende usted que traigamos a esacriatura al submarino, aún con vida, yque nos la quedemos como compañerode camarote hasta que hayamos vuelto acasa? No tengo nada claro lo que puedaser en realidad esa criatura que ustedllama CHANG, pero le voy a decir unacosa: en mis tiempos de comandantemilitar en el Hotel 23, tuve que asaltarun guardacostas plagado de no muertos.Tres no muertos irradiados habían sidosuficientes para contagiar a latripulación entera. Y en el guardacostas,los supervivientes aún tenían la

posibilidad de saltar por la borda. Si laanomalía empezara a contagiarse poreste submarino, no tendríamos dóndehuir. ¿Cómo puede pensar usted que estoes una buena idea?

—Son órdenes que emanan de laautoridad más alta. Provienendirectamente de lo más alto en lajerarquía, y vamos a cumplirlas —afirmó Larsen, sin perder la calma perocon firmeza.

—He oído hablar muchísimo delgobierno en funciones. ¿Quiénes sonexactamente y dónde se encuentran? —dijo Kil.

—El programa del gobierno enfunciones, tal como funciona hoy en día,se estableció mucho antes de que usted y

yo naciéramos. Residen en unasinstalaciones conocidas coloquialmentecomo Pentágono II y han dado lasórdenes estratégicas desde que elpresidente murió y se arrojaron lasbombas nucleares. Ejercen de maneracolectiva todo el poder y la autoridaddel Ejecutivo y, por lo tanto, tienenautoridad legal sobre el ejército y,consiguientemente, sobre usted,comandante.

—Supongamos por un instante quele sigo la corriente y que encontramos aese tal CHANG, o a lo que quiera quesea. ¿Cómo diablos vamos ainmovilizarlo? ¿Lo envolveremos concinta aislante a cien kilómetros porhora? ¿Le diremos palabrotas? Hasta

ahora, lo único que ha funcionado contralas criaturas ha sido una bala en elcerebro. No se les puede domesticar; nose puede razonar con ellos. Son virusandantes que no tienen otra finalidad queinfectar y seguir infectando —seexclamaba Kil, aunque sabía que no ibaa causar ningún efecto en Larsen.

—El gobierno en funciones noshizo entrega de unos pocos recursosantes de que ustedes vinieran delportaaviones. Monday, vaya por elarma.

Al cabo de unos momentos, elcomandante Monday regresó con unaparato grande que más bien parecía unlanzallamas.

—Esto es un cañón de espuma para

control de enjambres. Tiene dos bocasque disparan dos productos químicosdistintos. Interactúan en el momento desalir al aire libre y mezclarse. Encuestión de momentos, la mezcla seendurece y adquiere la consistencia delhormigón. Dispararéis a CHANG conesto y así lo dejaréis inmovilizado.Después cincelaremos la espumasolidificada para encajarlo en el tubo. Situviéramos algún problema, lodispararíamos al océano, como si fuerauna gigantesca mierda extraterrestre. Nohabrá que darle más vueltas. Dejaremosque se lo coman los tiburones —dijoMonday, y dejó las instrucciones sobrela mesa.

Kil se fijó al instante en el tipo de

letra y en la presentación sobre papel aprueba de agua.

—¿De dónde han sacado estaarma? —preguntó con suspicacia.

—No lo preguntamos. ¿Por qué? —preguntó Larsen.

—No, por nada. Tan sólocuriosidad, señor.

—Ah, ¿y ahora me llama «señor»,después de pegarme gritos einsubordinarse?

—¿Cómo actuaría usted si seencontrara en mi situación, señor?

—Precisamente por eso, haré comoque no me he enterado y no lo haréencerrar en el frigorífico ni en el tubo delanzamiento de torpedos, ni lo mandaréante un consejo de guerra.

Kil se daba cuenta de que Larsenno hablaba en serio pero, con todo,actuó como si las palabras hubierantenido el efecto deseado.

—CHANG no es el único objetivo—añadió Larsen—. También tendréisque ir por esto. —Señaló a unafotografía de unos objetos cúbicostransparentes—. Podríamos decir que setrata de discos duros. El Rojillo sabemás que yo. Adelante, habla.

—Sí, señor. Se trata de unosdispositivos de almacenamiento. Losdatos se graban con láser en tresdimensiones subnano dentro de loscubos. En uno de esos cubos se puedealmacenar más información que toda laque se haya generado a lo largo de la

historia de la humanidad. Y parece quehay más de uno. Probablemente, loschinos no llegaron a darse cuenta de loque eran y tampoco contaron con el lujode varias décadas para investigar ydesarrollar un primitivo instrumento delectura.

—No voy a quejarme porqueparecen muy fáciles de llevar, al menosmás ligeros y menos peligrosos que eltal CHANG, pero ¿para qué losqueremos? —preguntó Rex.

—Puede que encontremosinformación sobre la anomalía en elcubo — respondió el Rojillo—. Lo másprobable es que no consigamos leerlatoda, pero, aun así, tal vez logremosdescifrar un número de cuadrantes

suficiente para empezar a elaborar unavacuna o algo parecido.

Kil reorientó el plano del área quetenía frente a los ojos para emplearlo ensu siguiente explicación.

—Recapitulemos, ¿de acuerdo?Vamos a remontar con este submarinodieciséis kilómetros de ese río pocoprofundo; remaremos con la lancha hastaesta orilla y caminaremos ochokilómetros tierra adentro. Luegobuscaremos una manera de entrar enesas instalaciones, encontraremos a lacriatura, la neutralizaremos con laporquería esa de espuma y regresaremosal submarino con un alienígena de veintemil años sobre las espaldas sin que unospocos miles de millones de chinos no

muertos que merodean por allí nosdevoren. ¿Me he olvidado de algo?

—De los cubos con los datos —lerecordó tímidamente el Rojillo a unadistancia segura de Kil.

Larsen aguardó unos segundos aque se acabaran las risillas y bajara latensión y entonces replicó:

—Bueno, si nos lo plantea usted deese modo, es verdad que el asunto nopromete. Pero se olvida de unos pocosdetalles clave. En primer lugar, noshallamos a una distancia considerablede Beijing, en un área que estaba menospoblada antes de que estallara la plaga yque no sufrió ningún ataque nuclear. Ensegundo lugar, el Aurora les brindará suapoyo desde el aire y les describirá las

posiciones en el tablero de ajedrez. Entercer lugar, tan sólo tendrán querecorrer dieciséis kilómetros a pie. Ysolamente en caso de que no encuentrenningún medio de transporte por elcamino. Digamos de paso que seríaaconsejable que lo encontraran. Encuarto lugar, irán bien provistos de C4 ydetonadores que les ayudarán a reventarlos sistemas de seguridad de lasinstalaciones. Qué diablos, si hastapodrían haberse dejado las puertasabiertas.

—Gracias por estas explicacionestan claras, capitán. Rex, pienso quenosotros cuatro tendríamos que estudiarlos documentos de la misión y decidirquién será el que haga cada cosa y

cuándo. Luego tendremos que prepararel equipo y echar una cabezada antes deque lleguemos mañana a la playa. Peroel jefe del equipo eres tú; Saien y yo nosomos más que asesores —dijo Kil.

—Sí, de acuerdo. Todo lo que hasdicho me parece bien, pero conservabala esperanza de que impondrías tucalidad de oficial superior y te haríascon el mando del equipo, porque así notendría que verme en la tesitura dehacerte pasar vergüenza con misconocimientos y experiencia —dijo Rex.

—Las cosas no nos salen siemprecomo querríamos, Rex. El protagonistade esta película eres tú. —Kil nobromeaba.

Los cuatro hombres discutierontácticas y se pasaron la velada endetalles como quién pilotaría la lancha,quien sería el primero en desembarcar,etc. Discutieron el ritmo de marcha y elrumbo de brújula iniciales con los quese pondrían en camino hacia lasinstalaciones. Establecieron frecuenciastácticas de radio en términos deprimaria, secundaria y terciaria por si enalgún momento se quedaban sincomunicaciones. Al sortear quiéncargaría con el cañón de espuma, Ricosacó la pajita más corta, pero parecióque se alegraba por la oportunidad deser él quien lo empleara contraCHANG. Larsen, el Rojillo y Mondayse retiraron cuando el equipo llevaba ya

una hora trazando planes y le dieron aKil la oportunidad que buscaba.

—Bueno, quizá no tarden enregresar. Tengo un amigo en elportaaviones que me mandó unos pocosmensajes codificados antes de que seinterrumpieran las comunicaciones. Nollegó a decirme mucho, pero me explicóque los científicos del gobierno enfunciones hacían experimentos con losotros especímenes de los que nos habíaninformado. Me dijo que eran fuertes yresistentes a las armas de poco calibre.Ya sé que voy a llevar ese LaRue 7.62,y que con eso tendría que bastarme paraderribar a cualquier criatura que nosencontremos, pero tal vez necesitemosalgún extra. ¿Has conseguido algo,

Saien?—Estoy en ello. He trabado varias

amistades en el submarino. Estarán connosotros cuando salgamos —aseguróSaien.

—¿Alguna pregunta? —Kil señalóa Rex y a Rico con un gesto—. Muybien, perfecto. Rico, vamos a la armeríacon el cañoncito ese de juguete quedispara espuma y así podrás leerte lasinstrucciones mientras nosotrospreparamos las armas de verdad. Meimagino que lo siguiente será cargar losrifles y lubricarlos. El mío tiene queestar bien lubricado..., no quiero quemañana me falle.

—Amén —respondió Rex.Los cuatro se dirigieron a la

armería para elegir espadas antes demeterse en las fauces del dragón.

54

Veinte millas al sur de Cayo Hueso

«Fracaso», se decía a sí mismo elalmirante Goettleman. Los cinco intentosrecientes de recobrar el control sobrelos centros de comunicaciones delportaaviones habían terminado conserias bajas. Los no muertos estabanexterminando a la tripulación. La plagase contagiaba como un incendiodescontrolado y tan sólo podían frenarlacon balas al cerebro. A muchas de lascriaturas, simplemente las empujabanpor la borda y se caían desde veintemetros de altura al golfo de México.

Estaban a punto de realizar, a ladesesperada, una maniobra muyarriesgada para recobrar el controlsobre el portaaviones.

—¡Navegad a treinta nudos endirección a la Base Aérea Naval deCayo Hueso! —ordenó el almiranteGoettleman al oficial de cubierta. Desdeel puente contemplaba Cayo Hueso,irguiéndose frente a la proa delportaaviones. Activó el sistema 5MC yse aclaró la garganta—. Cubierta devuelo, les habla el almirante. Equipos deataque, ocupen las puertas y escalerillasde acceso. Tengan en cuenta que vamosa acelerar a treinta y cinco nudos y queen estos momentos faltan diecisietemillas para el impacto. Nos acercamos a

la Base Naval Aérea de Cayo Hueso.Todos los tripulantes, tanto arriba comoabajo, prepárense para el impacto. Esoes todo.

Noventa mil toneladas de aceroavanzaban en dirección a Cayo Hueso auna velocidad que superaba los treintanudos. Los pelotones de ataque estaríanpreparados para el impacto y, cuando elportaaviones embarrancase,aprovecharían los preciosos segundosque vendrían a continuación paraalcanzar las radios y matarían por elcamino a los no muertos que encontrarany que, si todo salía bien, se habríancaído al suelo y estarían desorientados.

John y Ramírez formaban parte delpelotón de ataque que avanzaría en

cabeza por babor.—No estamos lejos. Ya siento el

olor de la piña colada —le dijo Ramíreza John.

—Qué gracioso eres. Pues no eseso lo que yo huelo —dijo John—.Tienes que estar preparado. Puedeparecerte que treinta nudos no es muchopero, si nos detenemos en seco,podríamos salir catapultados delportaaviones. Yo me voy a poner contraesta pared. No bastará con agarrarnos auna baranda.

—Es por eso por lo que he queridoque vinieras, viejo; para que nos hagasde cerebro. No creo que pueda ir nuncaa la universidad, como tú. LaUniversidad de Purdue debe de haber

cerrado, ¿verdad?—Sí, tío listo, la Universidad de

Purdue debe de haber cerrado, y lo másprobable es que no abra durante lospróximos cien años. Pero te voy a deciruna cosa: nada de lo que aprendí allí mepreparó para estrellarme contra unaplaya a bordo de un portaaviones yasaltar corredores repletos de monstruosque quieren devorarme. Creo que lasdestrezas que adquiriste durante losaños que has pasado en prácticas conlos marines van a tener un valor demercado muy superior en la nuevaeconomía.

—¿Piensas que Kil tendrá muchadiversión ahora mismo?

—Dios mío, espero que no.

Los dos se sentaron de espalda a lapared, mirando hacia popa, en direccióncontraria a la proa del portaaviones. ElGeorge Washington navegaba a sumáxima velocidad y el océano azotabasu casco de acero. John oía a los nomuertos aporrear la puerta que seencontraba al final de la escalera,debajo de donde se sentaban ellos.

Querían salir, y lo querían a él.La megafonía 5MC de la cubierta

de vuelo crepitó.—Preparaos para el impacto,

dentro de diez, nueve, ocho, siete, seis,cinco, cuatro, tres...

El portaaviones perdió velocidad,como si alguien hubiese tirado de algunaespecie de freno mágico o las hélices

hubiesen invertido de alguna manera sufuncionamiento. Fue unos momentosantes de que el portaaviones seestrellara contra los bancos de arena deFlorida, de que el acero se hendiera, deque hombres y máquinas salierandisparados en un torbellino de carne ymetal digno de El Mago de Oz.Equipamiento pesado de apoyo a laaviación, carretillas elevadoras yaviones rompieron sus cadenas y sedeslizaron sobre la cubierta, y seestrellaron contra las pantallascortavientos y las pasarelas. Muchos delos hombres se cayeron por la borda yfueron a parar a las aguas azules.

John recobró la orientación al oírel grito de Ramírez:

—¡Tío, ahora tenemos que actuarnosotros! ¡Ponte en marcha!

John se incorporó, tambaleante, yvolvió el rostro para mirar hacia atrás.Meneó la cabeza y centró de nuevo lamirada. Tara agitaba las manos a lolejos, como habían acordado antes delimpacto. Todos los miembros de su clanestaban bien, con la excepción de Will,que seguía desaparecido.

Ramírez tiró de la palanca y abrióla puerta. Al instante, le reventó elcráneo a una de las criaturas, que habíaquedado echada en tierra.

—Enciende la luz de tu arma, John.Puede que nos quedemos a oscuras.

Dispararon una vez más, esta vez aespaldas de John, donde una de las

criaturas se debatía en un intento porvolverse a levantar después de que elreciente impacto la arrojara al suelo.

No les quedaba mucho tiempo. Lascriaturas empezaban a recuperarse de lasacudida.

—La radio está a unas pocascuadernas de aquí —dijo John al mismotiempo que disparaba contra los nomuertos indefensos... Tenía que hacerlomientras aún pudiera.

John avanzaba con decisión,disparaba sistemáticamente, tratando deevitar el rebote de la carabina deRamírez. Levantó el arma para derribara una criatura que avanzaba sobre éldesde una de las salas de espera de lospilotos que había quedado abierta... y

dudó.La criatura era William.—Ay, Dios mío, Will, lo siento. —

Durante un microsegundo, John seimaginó que podía haber sobrevivido unpequeño residuo de inteligencia. Loslabios hinchados de Will y el aullidocon el que hizo notar su hambre por lacarne de John le hicieron darse cuentade que tal cosa era imposible. John tiródel gatillo y salpicó los mamparos conel cerebro de Will, con sus recuerdos,con el amor que había sentido por Jan ypor la pequeña Laura.

Antes de que el cuerpo inerte deWill golpeara el suelo de acero, a Johnle pareció ver una hoja de papelensangrentado que le asomaba del

bolsillo de la camisa. Sin pensarlosiquiera, lo agarró y se lo guardó en elbolsillo de atrás de los pantalones. Nopensaba leer las palabras que habíaescrito... No eran para él.

Al llegar a la puerta de la sala deradios, John tuvo que luchar contra unmanantial de lágrimas pero logró pulsarla combinación de números en la caja.El mecanismo de cierre magnético hizoun clic. Los dos hombres abrieron lapuerta de una patada y se pusieron adisparar al interior de una salaabarrotada de no muertos. Los trozos decarne salían volando y las criaturas sedesplomaban sobre el suelo de acero.Los dos hombres pensaron en retirarse,pero sabían que sus vidas dependían de

que recobraran el control sobre la sala.Disparo tras disparo, exterminaron a losno muertos. John pasó a la secciónsiguiente de la sala de radio y tomó elcontrol sobre ella sin encontrar mucharesistencia. Los transmisores-receptorespor satélite habían quedado dañados trasaquel enfrentamiento y otros tiroteosanteriores.

—Ramírez, estas radios van anecesitar una seria labor de reparación.Vamos a despejar este nivel y luegoinformaremos arriba.

—Recibido, estoy contigo.Los hombres no tardaron en darse

cuenta de que habían matado a la mayorparte de las criaturas al entrar. Latripulación había sabido cerrar o

separar en compartimientos la mayorparte de la nave cuando se informó delos primeros brotes de la epidemia. Losequipos de limpieza iban a tener quedespejar los espacios poco a poco,compartimiento a compartimiento.

Aunque aquel nivel hubieraquedado vacío de no muertos y fueserelativamente seguro, John y Ramírez sealegraron mucho de volver a contemplarel sol de Florida. Oían los golpes depuños no muertos sellados tras laspesadas puertas y los mamparosadyacentes. John fue el primero en subirpor la escalerilla y se marchó directo ala zona de la cubierta de vuelo dondehabían acampado los antiguos ocupantesdel Hotel 23.

La nota que había tomado delcadáver de Will le ardía en el bolsillode atrás mientras se acercaba a Jan.

—Jan, ¿a dónde han ido los otros?—preguntó John.

—¿No lo has oído? Han ordenadoque todo el mundo abandone elportaaviones. Todo el mundo estábajando a tierra; los últimos tripulantesse dirigen ya al ascensor. Me hequedado aquí para asegurarme de que teencontraras bien. No te preocupes,Annabelle está con Tara y con Laura.

John sintió que el corazón se ledesgarraba al pensar en que Jan se habíaquedado atrás por él, y en lo que habíatenido que hacerle a Will... y en lanoticia que tendría que darle. Pero ella

ya lo sabía..., de alguna manera, se diocuenta en seguida.

—Lo siento, Jan. No podía hacerotra cosa.

Jan se derrumbó sobre el ásperomaterial antideslizante de la cubierta, sehizo un corte en la rodilla, lloró a mares,maldijo a Dios y a todas las cosasbuenas.

—Lo siento, Jan, lo siento —lerepetía John mientras la sostenía en susbrazos, le acariciaba la cabeza, tratabade hacer lo que le parecía que la haríasentirse mejor, aunque fuese poco apoco—. Cambiaría de lugar con él, sipudiera. Sé muy bien lo que es perder aun ser amado, y ahora mismo querríatomar el sitio de Will —decía John con

todo el corazón, y cada una de sussílabas era sincera.

Mientras el ascensor gimoteaba ybajaba, John le habló.

—Mira, ya sé que tal vez no sea elmejor momento, pero tengo algo que nome pertenece. No he mirado, él lollevaba en el bolsillo —dijo John, y leentregó a Jan la hoja de papel plegada.

Jan no quería verlo, pero no pudoevitar el impulso de abrir la hojaarrugada.

La evacuación del George

Washington había concluido.

55

Hotel 23 - sureste de Texas

Los cuatro operativos de Fénix sereunieron en torno al banco de trabajo,en lo más recóndito del Hotel 23, con elgrabador de vuelo enchufado a laelectricidad y conectado al portátil conel cable que habían bajado.

—Bueno, Hawse y yo llevamosdoce horas de trabajo con esta cajaanaranjada. Estoy más cansado que unmuerto pero creo que quizá lo hemosconseguido —explicó Disco al resto delgrupo.

—¿Cuál ha sido el problema? —

preguntó Doc, ansioso por devolver elcable a la antena y retomar lacomunicación mediante ráfagas de datos.

—He tenido que activar unacombinación de varios puertos ennuestro ordenador para lograr que secomunicara con la caja negra. Losprotocolos de seguridad que se habíaninstalado previamente han cerrado elacceso por USB a nuestro sistema. Hetenido que entrar en los BIOS yreescribir algunos de los parámetros deacceso. Una tarea difícil cuando no setiene Internet a mano. Ha sido precisocambiar varios archivos deprocesamiento por lotes mediante elmétodo de prueba y error.

—Pues adelante, ¿se puede saber a

qué esperas? —preguntó Doc conimpaciencia.

—Espera. He tenido que reiniciar;está a punto de abrirse.

Doc accedió al sistema y ejecutó elprograma que le habían enviado desdeel portaaviones antes de que seinterrumpieran las comunicaciones. Unaserie de barras y cajas de progresoaparecieron y se arrastraron por lapantalla, para indicar que el programaextraía los datos de la grabadora devuelo.

Todos los datos.—Esto podría llevarnos unos

minutos. No recibimos tan sólocoordenadas. Parece que estamosextrayendo la altitud, dirección,

velocidad en el aire, ángulo de ataque,prácticamente todo lo que suelenmostrar los instrumentos de cabina.Miles de datos.

Disco clicó otro programa y abrióel software de mapeado del sistema.

—Nuestro viejo amigo, elFalconView PFPS. No es lo que se diceel software más avanzado que puedaexistir, pero sí muy fácil de usar. Tanpronto como hayamos bajado todas lascoordenadas de tierra, las cargaremosen este programa y veremos la ruta devuelo entera desde antes del despeguehasta la colisión.

Al cabo de cinco minutos deprocesamiento, extrajeron por fin losdatos de la caja negra. Disco transfirió

las coordenadas GPS a las carpetas deficheros del FalconView y empezó a verla ruta de vuelo en formato gráfico.

—Veamos... De acuerdo con lacaja negra, la aeronave procedía deUtah.

—Aparte del Estado, ¿no podríasdecirnos una ubicación más específica?—bromeó Hawse.

—Sí, sí puedo. Todos los mapasestán cargados en nuestros sistemas decartografía táctica. Vamos a acercarnosun poco.

Disco manipuló el programa paraincrementar la resolución.

—Ya lo tenemos ahí... La aeronavedespegó de un aeródromo situado en lacuenca del Uintah. Vamos a acercarnos

un poco más. Un segundo... Ya está, laaeronave despegó de una pista que seencuentra a cinco kilómetros al suroestede Fort Duchesne, Utah. Ahora mismovoy a sacar las coordenadas exactas —Disco copió en papel las primerascoordenadas que había obtenido y sacóen pantalla imágenes de la zona.

Doc miraba por encima de suhombro, visiblemente nervioso.

—Confirma por segunda vez esascoordenadas, Disco. Qué diablos,confírmalas tres veces.

—¿Por qué? Ya lo tenemos enpantalla. ¿Qué ocurre?

—Hazlo.—A las órdenes, jefe. Las voy a

confirmar cuatro veces, si quieres. Lo

único que tengo en esta vida es tiempo.Disco confirmó una y otra vez los

datos. Había localizado el aeródromo dedonde procedía la aeronave con unmargen de error de apenas cien metros.En cuanto hubo terminado, hizo unpliegue en el papel y se lo entregó aDoc.

—¿Has terminado con eso? —preguntó Doc, aun cuando supiera ya larespuesta.

—Sí, ya estoy —dijo Discopausadamente, previendo lo que vendríaluego.

—Está bien, tú y Hawse iréisarriba para instalar de nuevo el cable.Puede que tengamos mensajesacumulados a la espera.

—¡Lo sabía! Soy yo quien hacetodo el trabajo y de todas maneras tengoque volver a subir. Si algún día salimosde esta, te voy a arrear bien —le dijoDisco a Doc.

—Yo también te quiero a, Disco.Ahora date prisa, como buen oficial decomunicaciones que eres, yrestablécenos las nuestras —dijo Doc.

—Sí, pero ya hace rato que hasalido el sol, y vamos a tener que estaren el exterior hasta que hayamosterminado el trabajo y después volvercorriendo —dijo Hawse.

—No tenemos otra elección. Esaunidad de ráfagas de datos es nuestraúnica conexión con el mundo exterior. Sino logramos restablecer las

comunicaciones, no vamos a salir jamásde aquí. Puede que nos hayan pasadopor alto órdenes de gran importancia. Ajuzgar por lo que hemos visto, RemotoSeis tiene problemas con sus propiosjuguetitos. Venga, daos prisa —lesinsistió Doc.

Hawse y Disco comprobaron elestado de las armas antes de salir por lapuerta de arriba.

Doc le dio una vuelta a la silla y seencaró con Billy Boy.

—Tenemos que preparar el misil;puede que la orden haya llegado ya. Vepor los protocolos y yo iré a la cajafuerte para sacar la tarjeta y los códigosde acceso común.

El sol de la tarde se abría caminoentre las nubes sobre la puerta de accesomás cercana a la terminal decomunicaciones. Echaron una miradapor el área circundante antes de salir azona descubierta, pues temían que los nomuertos saltaran en cualquier momentode entre los arbustos.

—Parece que no hay problema,Hawse.

—Sí, eso fue lo que pensamosBilly Boy y yo la última vez queestuvimos aquí, hasta que casi noscagamos hasta el mercado de Bakaara.

—Venga, cállate, joder. Sólo erancuatro.

—Sí, los que vimos sólo erancuatro. Probablemente habría un

centenar más entre los arbustos, y eranrápidos —dijo Hawse.

Disco echó una nueva ojeada a losárboles antes de acercarse alequipamiento.

—Tú pondrás el cable porque yasabes dónde tiene que ir. Yo te cubro.

—Mejor tú. Y no lo digo en broma.Salieron de golpe de entre los arbustos,tío. Veloces como el león que persigue auna gacela. No te exagero.

Echaron a correr. Tal como lehabía advertido Hawse, las hierbas altascobraron vida, se agitaron, repletas deno muertos. Los dos hombres abrieronfuego contra el perímetro, comosoldados de patrulla en Vietnam.

—¡Cambiando! —dijo Hawse.

Había vaciado el cargador al dispararnerviosamente contra los arbustos.

Si no les cubría la oscuridad nicontaban con la ventaja de la tecnología,la situación cambiaba mucho.Derribaron a la primera oleada decriaturas, y así Hawse tuvo tiempo paravolver a instalar el cable. No les llevómucho tiempo. Las marcas de Sharpieque había hecho en la última salida se lopusieron mucho más fácil. Hawse dejóbien sujeto el manojo de cables y echóla tapa de la sólida caja que contenía elequipamiento más importante. Discosiguió disparando con su arma a losblancos más cercanos mientras ambos sealejaban del aparato.

Cuando ya estaban cerca de la

puerta de acceso, una explosión sacudióel área y arrojó a Hawse diez metrosmás allá. Aterrizó de espaldas y se dioun buen golpe.

«¿Qué diablos...?», trató de decirHawse, pero no le quedaba resuello. Elaire se le había escapado de lospulmones y la tierra quemada le llovíasobre el rostro.

Los no muertos habían estadodemasiado lejos de la explosión comopara sufrir daños y avanzaronrápidamente hacia Hawse. Éste sesobrepuso a la falta de aire y al dolor yse obligó a sí mismo a ponerse en pie.Con el arma apoyada en la cadera, sinapuntar, disparó unos pocos cartuchos alas criaturas, y no les acertó en la

cabeza, pero sí logró que se tambalearany tropezaran entre ellas.

Un centenar de criaturas entró en elperímetro del complejo, por una partedonde la cerca de tela metálica se habíacaído.

Como no veía a Disco, Hawse sevio obligado a tomar una decisióndifícil. Lo último que vislumbró en elmundo exterior fue un torrente decriaturas que venía hacia él. Entonces,cerró la puerta frente a sus rostrosdeformes y muertos. Quedó selladacomo la caja fuerte de un banco yHawse se desplomó sobre el piso demetal en el interior de las instalaciones,inconsciente y desangrándose.

Billy llegó en seguida, cargó conHawse sobre el hombro y se lo llevó ala enfermería. Una vez allí, Doc les fueal encuentro y le aplicó de inmediato losprimeros auxilios. Hawse todavía sedesangraba por el hombro derecho,porque un cascote de metralla le habíaatravesado el chaleco de combate y lacamisa. Al cabo de dos aplicaciones decoagulante QuickClot y una horaintensiva de cirugía y sutura, el sangradode Hawse se detuvo, y le pusieron unabolsa de suero intravenoso al lado de lacama, donde Billy montaba guardia.

—Disco —murmuró Hawse,aturdido, a ratos consciente, a ratosdesmayado.

—Lo estamos buscando,

tranquilízate —le aseguró Billy con laesperanza de que el sedante que leadministraban con el suero intravenosole hiciera efecto.

Cerca de allí, en la sala decontroles, Doc captaba imágenes enpanorámica con las cámaras delexterior. No se veía ni rastro de Disco.Los no muertos se habían congregado entorno al área donde lo habían visto porúltima vez.

Trazaron panorámicas con lascámaras y las orientaron en direccionesvarias durante un buen rato, tratando deencontrarle. No habría servido de nadasalir afuera con los muertos; lobuscarían con las cámaras hasta queanocheciese.

La búsqueda de Doc se interrumpiópor el bip del terminal de ráfagas dedatos.

La pantalla daba señales luminosasde alerta. Indicaba que habían recibidouna nueva orden:

LANZAMIENTO,LANZAMIENTO, LANZAMIENTO.BASE UBICADA EN NADA, TEXAS,AUTORIZADA POR EL GOBIERNOEN FUNCIONES PARALANZAMIENTO INMEDIATO DEACUERDO CON LASCOORDENADAS ADJUNTAS.LANZAMIENTO, LANZAMIENTO,LANZAMIENTO.

—¡Billy, amárrale y sube! —gritóDoc.

El sonido de las botas de Billysobre el suelo de hormigón se volviómás fuerte a medida que éste seacercaba.

—Hemos recibido la orden delanzamiento. El formato es muy raro. ¿Ati qué te parece? —le preguntó a Billy.

—A mí me parece que no esauténtico. Saben que estamos aquí;acaban de lanzar una bomba contraHawse y Disco —dijo Billy sinalterarse.

Doc verificó las coordenadas quehabían venido con el mensaje delanzamiento y confirmó que el objetivose hallaba al sureste de Beijing.Desplegó el papel que llevaba en elbolsillo y se decidió a correr un riesgo

extremo.No tenían tiempo para discutir el

plan. Remoto Seis atacaba de nuevo elHotel 23, y sólo era cuestión de tiempoel que lanzaran otro proyectil contra unapuerta de acceso importante ypermitieran a los no muertos entrar enlas instalaciones.

Doc se vio obligado a tomar unadecisión que hasta aquel momento habíaestado reservada a los presidentes delgobierno. Abrió los protocolos delanzamiento de misiles del Hotel 23 einició la secuencia con la que iba adisparar el arma más poderosa quejamás hubiera construido el hombre.

Remoto Seis

—¿La explosión ha reventado la

puerta? —preguntaba Dios.—Negativo, señor..., hemos

fallado. Mandamos a otra aeronave concarga de guía inercial. Se calcula quellegará a su objetivo dentro de treinta ycinco minutos.

—Dentro de poco, el Hotel 23 va adisparar contra Clepsidra. Será unadesgracia, pero saldríamos mucho másperjudicados si permitiéramos que losrestos del gobierno se adueñaran detecnología avanzada.

Dios seguía las imágenes yobservaba a las hordas de no muertosque se arremolinaban encima y en tornoal Hotel 23. Se fijó en el movimiento

mecánico... Se abría la puerta de un silo,de acuerdo con lo que se esperaba. Diossonrió mientras el humo blanco brotabade una abertura cuadrada en el suelo.

—Pronto, ese misil volará haciaChina, y entonces nuestra carga deprecisión reventará las puertas del Hotel23 —dijo Dios para cobrar confianza.

El misil tardó tan sólo unossegundos en alcanzar velocidadessupersónicas después de abandonar elsilo, y unos pocos minutos en abandonarpor completo la atmósfera de la Tierra.Si alguien hubiera podido viajar en elmisil que volaba por el espacio, nohabría visto nada extraño en lasuperficie del planeta, kilómetros más

abajo. El frente de una gigantescatempestad cubría Kansas; las nubesoscurecían Montana. Al no podervalerse del GPS, el sistema que guiabala carga nuclear tomó como referencialos astros y determinó con exactitud supropia posición sobre la Tierra, paradespués aguardar unos instantes enórbita, volver el morro hacia abajo yprecipitarse sobre el blanco que se lehabía asignado. Después de la reentrada,el sistema inercial de la cabeza nuclearprecisó su curso; el cuerpo del misilrotó ligeramente, recurrió a las leyes dela aerodinámica para ajustar sutrayectoria balística con un margen deerror de dos centímetros y medio.

—¡Dios, los radares indican que lacabeza nuclear del Hotel 23 viene hacianosotros!

La Alerta Roja Extrema se hacíaoír por la totalidad de Remoto Seis.Anunciaba que un artefacto nuclearestaba a punto de estrellarse contra labase. El complejo rebosaba actividad;los técnicos y el personal dellaboratorio de ideas consultaban en losprotocolos lo que se tenía que hacer encaso de aniquilación.

Los planes eugenésicos de Dios sederrumbaron ante sus propios ojos. Suutopía de superioridad genética,gobernada por una élite tecnocrática, nose haría realidad jamás.

—¡¿Cómo es posible que esos

imbéciles hayan hecho esto?! —gritó—.¡¿Cómo es posible que esos plebeyossin casta hayan logrado derrotar a estabase que alberga nuestros cerebros ytodo nuestro poder computacional?!

Dios golpeó un escritorio de metalcon el puño prieto y derramó el cafésobre los papeles clasificados que seamontonaban en él.

Una pantalla de rayos catódicoscobró vida en un banco de pantallas quesolía presentar el output de lacomputación cuántica en bruto. Unsimple cursor rectangular de color verdeparpadeó para marcar los segundos; eltexto apareció lentamente, letra a letra.

SOY CUANTO. CUANTODESTRUYÓ AL C-130. CUANTO TE

DES-TRUIRÁ A TI.Dios no tuvo tiempo de reaccionar.

Exactamente veintiséis minutos y

doce segundos después del lanzamiento,la cabeza nuclear se precipitó sobre suobjetivo en la superficie planetaria, apunto para estallar. A ciento veintecentímetros del suelo, los detonadoresse activaron simultáneamente e hicieronestallar el núcleo. La explosión nuclearque resultó de ello desintegró al instanteel área de impacto y todo lo que había asu alrededor.

Remoto Seis había dejado deexistir.

56

Había pasado un año desde que elprimer muerto se echó a andar enEstados Unidos. Hacía un año que lassalas del Hospital Naval Bethesdahabían estado abarrotadas de personaldestacado a China que había regresado,médicos y cirujanos estadounidensesque habían vuelto por orden delpresidente. Un miembro del equipo quehabía ido a trabajar en la crisis chinahabía muerto mientras se hallaba encuarentena, pero no había dejado demoverse, incluso después de que laautoridad sanitaria lo declarara difunto.De las fauces de aquel único demonio

había brotado el contagio que habíaarrastrado a Estados Unidos a la guerracivil nuclear en tan sólo treinta días.

E l Virginia remontaba el río.Cuatro hombres subieron a la lancha conla que habían de remar hasta las tierrasdonde se hallaban indeciblestecnologías, y también CHANG..., elPaciente Cero.

Las aguas chapoteaban suavementecontra la lancha hinchable y le dabanpequeñas sacudidas. De acuerdo con elplan, Rico pilotaría mientras Saien y Kilremaban, y así llegarían a la orilla. Rexmontaría guardia con la carabina. Elsubmarino había llegado a su metadespués de ponerse el sol, a fin de evitar

atención indeseada; pareció que habíafuncionado. Cuando la lancha llegó a laorilla, no parecía que hubiera nomuertos. Por algún misterioso motivo,no encontraron resistencia en la playa, ytampoco la hallaron mientras hacían unpuente para arrancar una camionetadiésel de la línea Hilux que alguienhabía abandonado cerca del río,apoyada contra un pretil. El combustiblediésel todavía estaba en condiciones yla batería para coches que habían traídodel submarino tenía suficiente cargapara arrancar el vehículo.

Las radios crepitaban cada pocosminutos con una voz desfigurada por unamáscara de oxígeno que había de llevarpuesta un piloto durante su vuelo a

veintisiete kilómetros de altura. Leshabían informado de que el Aurora sedesplazaría a velocidad hipersónica yque sus cámaras cubrirían toda el áreaen la que se hallara el equipo, así comoel camino que pensaban seguir sobre elterreno.

—Clepsidra, aquí Mar Profundo, elcamino de baldosas amarillas estádespejado. Ojalá pudierais ver el centrode Beijing desde el lugar donde estáis.Toda la ciudad es una gran fiesta.

—Creemos en tu palabra, MarProfundo.

Kil conducía la camioneta mientrasRex vigilaba con la escopeta. Saien yRico cubrían la seguridad de la parte deatrás. Como los faros brillaban

demasiado para sus anteojos de visiónnocturna, Kil frenó para bajar aromperlos, porque no tenía manera deapagarlos. Malditos chinos. Se decidió adestrozar también las luces de freno conla culata del rifle.

—Gracias. Cada vez que frenabastenía que mirar hacia otro lado —dijoRico.

Mar Profundo retransmitió desde loalto.

—Clepsidra, yo no os lorecomiendo. El ruido que hacéis acabade reorientar a unos pocos haciavosotros. Se mueven poco a poco, peroigualmente se acercan a vuestracamioneta por las nueve. Hay otros másadelante en la carretera.

—Entendido, Mar Profundo,gracias por la advertencia —respondióKil, y regresó rápidamente a la cabina.

Tanto Saien como Rico seguían loque se decía por radio y empezaron amirar en derredor, en busca de unaamenaza que se ocultara en la penumbra.Kil avanzó sobre cristales rotos y cableseléctricos caídos, y pasó junto avehículos que ya se habían convertidoen chatarra antes de que llegara la plagaa Estados Unidos.

Cuando sólo les faltaba poco másde tres kilómetros y medio para llegar alas instalaciones, tuvieron su primerencuentro de cerca con los no muertos.Algunos mechones oscuros de cabellotodavía les colgaban del cráneo y su

estado avanzado de descomposicióndisimulaba su nacionalidad. «Loszombies son sólo... zombies, lo mismoque la gente», pensó Kil. La criatura oyóel rumor sordo del motor diésel, cargócontra el sonido y se estrelló contra elcapó.

—¡Saien, ayúdame un poco! —gritó Kil mientras la criatura trepaba porel capó hasta el parabrisas, agarraba ymordisqueaba los limpiaparabrisas ydaba puñetazos al cristal.

Saien se aseguró de que elsilenciador estuviera bien puesto yapuntó con el rifle sobre el techo de lacabina. Para evitar causar daños en elmotor con el potente cartucho 7.62,disparó con un ángulo muy forzado. El

cartucho atravesó el rostro de la criaturay roció sus sesos, de consistenciasemejante a la gelatina, sobre el capó yla carretera. El cadáver se soltó de loslimpiaparabrisas, resbaló por el capó yfue a parar al pavimento. Kil activó elchorro de agua de los limpiaparabrisas,limpió los sesos podridos que habíanquedado en el cristal y aguantó lasacudida al acelerar sobre el cadáver.

La carabina 7.62 con silenciadorde Saien emitía un sonido grave, másfuerte que el de su contrapartida M-4, ytuvo como consecuencia otra llamada deMar Profundo.

—Habéis provocado nuevasreacciones al hacer ruido, Clepsidra.Daos prisa en llegar a las instalaciones,

ahora ya no están muy lejos.Kil aceleró a una velocidad

vertiginosa; los no muertos convergíanen el retrovisor y perseguían las señalessonoras de la camioneta. Doblaron unaesquina a sesenta kilómetros por horacon derrape de ruedas traseras.

Habían llegado a las instalaciones.Kil retrocedió con la camioneta

hasta la cerca y paró el motor. Loshombres agarraron las mochilas y unapesada barra Halligan, y arrojaron todoal otro lado de la alambrada antes depasar ellos mismos. Ya estaban dentroantes de que los muertos empezaran aacercarse por la carretera de acceso quese hallaba frente a la camioneta.

Según Mar Profundo, el patio que

rodeaba el edificio de ocho fachadas nocontenía peligro alguno. Kil consultó elreloj de pulsera para asegurarse de queles quedaban cuatro horas y media decobertura para hacer la llamada.

—Mar Profundo, ya estamosdentro, disfrutad de este espectáculo.

—Recibido. No me voy a alejar,que tengáis buena suerte.

Por medio del Halligan, Rexarrancó la puerta de su quicio y accedióal vestíbulo de la base. El aire que saliópor el lindar que hasta entonces habíaestado cerrado no olía a nada... No erauna mala señal. Los hombres activaronlos láseres infrarrojos de sus armas yentraron en el polvoriento vestíbulo.Escombros dispersos, sillas tumbadas, y

daños provocados por el fuego quehacían pensar en una rápida evacuación.Después de pasar el vestíbulo, el equipoencontró una puerta que no podríanforzar con la Halligan.

La única opción para entrar eraabrir brecha mediante una C4.

—Tendríamos que ponernos lasmáscaras antes de reventar la puerta. Nosabemos qué clase de mierda puedeocultarse al otro lado —propuso Kil.

—Mirad eso. ¿Lo veis? —dijoRex, al mismo tiempo que señalaba conun gesto.

—Sí, parece como si la hubierancombado o abollado desde dentro —dijo Kil, y pasó las manos por encimadel acero convexo y maltratado de la

puerta—. Me pregunto qué puede haberocurrido.

Después de colocar los explosivos,los hombres regresaron al vestíbulo y sepusieron las máscaras con filtro.

—¡Fuego! —gritó Rex antes deactivar el detonador electrónico.

Una fuerte explosión reverberó porel vestíbulo y los escombros salierondisparados en todas las direcciones. Lagigantesca puerta se salió de quicio y seestrelló contra una pared con la fuerzade un gigantesco camión. En el vestíbuloentró luz blanca a través del polvo, porel hueco donde antes había estado lapuerta.

—¡Rico, prepara esa máquina! —ordenó Rex, y señaló con un gesto al

cañón de espuma que Rico llevabacolgando en el costado.

Rico preparó la extraña arma,abrió las válvulas y consultó losindicadores de presión.

—Estoy a punto, tío.Rico se puso en cabeza y los demás

le siguieron. Se sacaron los anteojos devisión nocturna al doblar la esquina ycaminar hacia la luz. La electricidadtodavía funcionaba en las instalaciones.Debía de ser geotérmica o solar. Almirar por el corredor, no vieron más querestos de esqueletos por el suelo, conbatas blancas de laboratorio, y unospocos en uniforme militar chino. Kilavanzó por el pasillo iluminado.

El mundo llevaba un año entero

bajo el control de los no muertos, y todohabía empezado allí, en un anodinoedificio de la China que se elevaba a lavista de todo el mundo. El pasillo teníalas paredes cubiertas de humedad ymoho, como si hubieran exudado temor ydesesperación. Kil pasó las páginas dela libreta de frases que el Rojillo leshabía escrito a mano. Al llegar a lapalabra «hangar», consultó todas lasposibles palabras en chino que pudieranindicar la ubicación del material quebuscaban. El equipo se detuvo frente aun plano de las instalaciones que sehallaba en la pared, y Kil trazó una líneacon el dedo a partir del punto rojo, y deun texto que había debajo, y queseguramente quería decir «usted está

aquí» en chino.Kil comparó los signos del plano

con los de la libreta.—Es aquí donde tenemos que ir.

Estos son los caracteres chinos quesignifican «hangar», o por lo menos seles parecen —les dijo Kil a los demás.

—¿Y qué me dices de CHANG? —le contestó Rex, que pensaba en el quetenía que ser su objetivo primario.

—¿Qué te voy a decir? Al Rojillono se le ha ocurrido escribir el carácterchino para CHANG en el vocabulario—dijo Kil con sarcasmo.

—Me estás tomando la cabellera—dijo Rico, que tenía que hacer un granesfuerzo para sostener el cañón deespuma.

—Vamos al hangar. Se encuentra atan sólo dos esquinas de aquí —dijoKil.

En todas las instalaciones no habíanada que pareciera estar cerrado nibloqueado. Kil llegó a la conclusión deque los chinos pensaban que todas laspersonas autorizadas a pasar por lapuerta principal también podían ir acualquier parte del edificio. La mayoríade las puertas eran automáticas y seabrían tan sólo con acercarse a ellas.Había manchas de sangre antiguas por elpasillo y en las puertas automáticas porlas que se accedía al hangar.

Las luces del interior estuvieronapagadas hasta que ellos entraron yactivaron un sensor que iluminó el vasto

espacio cavernoso. En el centro de lasala había una gran nave, del tamaño deun autobús Greyhound, y distinta de todolo que hubieran visto en su vida. Sesintieron atraídos por ella, maravilladospor su diseño y por el exotismo de susformas. Habría tenido la aparienciaexacta de una lágrima, de no ser por elgran orificio que iba de un extremo alotro del casco, detrás de lo queprobablemente había sido la cabina. Alrodear el vehículo por delante, Rico sedetuvo de pronto y levantó el puño.

—Todos al suelo —susurró, yseñaló a una criatura que estaba de piejunto a la nave, en el lado opuesto al dela puerta por la que habían entrado.

La criatura vestía una armadura de

un material idéntico a la aleación de lanave, o quizá tan sólo lo pareciera, porlo cercana que estaba a la superficie delvehículo; costaba distinguirlo.

—Ése tiene que ser CHANG. Eldiseño de su armadura coincide con elde las fotos. No lleva puesto el casco —susurró Kil a los demás—. Dispárale laespuma y acabemos con esto.

La misteriosa criatura se dio cuentaen seguida de la presencia de los cuatroy se volvió para encararse con losintrusos.

Todos ellos esperaban queCHANG se pareciera a la imagen queles habían dictado los años de lavado decerebro que habían sufrido a manos dela cultura popular y la televisión. Pero

la criatura no tenía la cabeza enorme, nila piel gris, ni los ojos grandes, ninegros, ni rasgados. Parecía... humana.

Gritó con sus antiquísimospulmones y se arrojó contra ellos, y susbotas de aleación resonaron contra elsuelo como si se tratara de un hombre dehojalata. Rico se adelantó y lo rociódesde la cintura hasta el suelo con elcompuesto de espuma. Dos chorros deproductos químicos recubrieron el torsoy las piernas de CHANG sesolidificaron casi al instante yconvirtieron a la criatura en mitadestatua.

Los hombres rodearon a laenfurecida criatura y la examinaronmientras se debatía, pegada al suelo.

Agitaba los brazos como un ciclón ytrataba de agarrarles; sus piernas hacíanfuerza contra la espuma que le habíaarrojado el arma y que se transformabaen fibrocemento.

«Así que es esto lo que ha acabadocon el mundo, lo que ha matado a todosmis seres queridos, y a todos los seresqueridos de mis seres queridos», pensóKil.

Los cuatro hombres habían vistoque CHANG tenía el mismo aspecto quecualquier otro no muerto de China.

Kil se acercó a la criatura y se fijóen la placa con el nombre que llevabasujeta al pecho. Unas letras chinasestaban finamente inscritas en laaleación, inmediatamente encima de las

palabras en inglés «COMANDANTECHANG».

—¿Y ahora qué haremos, Kil? —preguntó Rex.

Kil guardaba silencio. Su ira crecíavisiblemente. Miró fijamente a CHANG.Ésa era la criatura que había matado almundo.

—Esto es lo que haremos —dijoKil.

Empuñó la carabina 7.62 consilenciador y tiró del gatillo. La cabezade CHANG explotó y sus restos salieronvolando en dirección contraria a la delequipo, y sus antiquísimos sesosrociaron aquella nave elegante yextraña.

—¡¿Qué coño haces?! —gritó Rex,

visiblemente confundido—. ¡Acabas dedestruir al objetivo!

Kil negó con la cabeza.—No, no he destruido al objetivo.

CHANG había sido humano, como tú ycomo yo. CHANG no fue nunca elobjetivo de verdad. Pero toda estamierda sí lo es. —Señaló a la nave y alas mesas de laboratorio que larodeaban, cubiertas con extrañosinstrumentos—. Y mira hacia abajo.CHANG había quedado pegado al suelosin posibilidad de separarlo, porcortesía de Rico.

Rex sacó el machete y dio unostajos en la resina que se había pegado alsuelo bajo el cuerpo descabezado deCHANG.

—No te molestes, Rex —dijo Kil—. Esa sustancia es resina de fibra.Partirás la hoja antes de que puedashacerle un rasguño. Necesitaríamos unasemana y herramientas potentes paraliberar al comandante. Agarremos todolo que podamos y regresemos alsubmarino... Pero os lo repito, esacriatura era humana, y todos vosotros losabéis. —Kil sacó un tubo delaboratorio que llevaba en la mochila ymetió dentro trocitos del cadáver deCHANG para llevárselos como muestra.

—Como una misión de accióndirecta en Afganistán —dijo Rex.

—¿Qué quieres decir?—Tardas semanas, a veces meses,

para planificar una misión de acción

directa en la que vas a matar o capturarun objetivo de gran valor, y luego lamisión termina antes de que te enteres.

El equipo metió en la mochila loque Inteligencia les había dicho que erancubos de datos y todos los otros objetosque les parecieron relevantes. Kil seguardó en los bolsillos dos pistolas deaspecto muy exótico.

«Más adelante podrían resultarmeútiles.»

Llevaba la mochila casi repletacuando encontró dos contenedoresgrandes, en forma de balón, de coloresdistintos, al lado de una de las mesas delaboratorio cercanas a la nave averiada.Las marcas de los contenedores no erancaracteres chinos ni se parecían a nada

que hubiera visto en su vida. Elcontenedor rojo había sufrido seriosdaños por el mismo motivo por el que sehabía averiado la nave de CHANG. Sugemelo azul parecía intacto. Kil decidióque se los llevaría a ambos al submarinopara futuros análisis.

El equipo regresó hasta elvestíbulo y salió al patio por la puertaprincipal. En cuanto fueron visiblesdesde el cielo, la radio crepitó.

—Bienvenidos de nuevo,Clepsidra. Os traigo noticias que tal vezos interesen.

—Adelante, Mar Profundo —respondió Kil.

—Diviso otro submarino que haemergido al lado del Virginia. Es

bastante más grande que el vuestro.Parece un submarino de misilesbalísticos.

—¿Y qué hace?—Señales. No creo que sea hostil;

está demasiado cerca del vuestro y haemergido sin esconderse. Digamos queeso no figura en el libro de texto comotáctica para hundir submarinosenemigos. Además, creo que tenéispaparazzi a las puertas del recinto, entorno a vuestro vehículo.

—Recibido, Mar Profundo.Los hombres se acercaron a la

cerca mientras los no muertosaguardaban.

—Adelante, Rico —ordenó Rex.Rico se acercó a la cerca y roció a

las criaturas no muertas con la espumaque se transformaba en fibra. Kil pensóque aquella sustancia parecía espuma dejabón. Daba miedo lo rápidamente quese solidificaba y encerraba a lascriaturas en un ataúd de resina avanzada.Rico tuvo buen cuidado de no tirarcontra la camioneta, porque la sustanciala habría averiado tan sólo con tocar unaparte de una rueda. Como la mayoría delas criaturas se habían convertido parasiempre en parte de la valla de metal,los cuatro salieron sin ningún miedo.

Se metieron en la camioneta ydisfrutaron de un viaje sin incidenteshasta el submarino.

Cuando el equipo estuvo por fin abordo, el Aurora les deseó suerte y, al

regresar, abrasó el cielo en su últimoviaje.

1 de eneroMe deseo a mí mismo Feliz Año

Nuevo. Después de una noche deaventuras en la China continental que meha dado mucho que pensar, estoydeseoso de poner rumbo al este, a micasa. Nuestros nuevos amigos chinosquieren escoltarnos hacia el este.Aunque su inglés es horrible, el capitándel submarino chino se ha alegradomucho al encontrarnos. Había estadosiguiendo al Virginia desde queentramos en aguas territoriales chinas.Gracias a Dios, se dio cuenta de que noveníamos con intenciones hostiles,

porque podrían habernos hundido sinninguna dificultad. Nuestros nuevosamigos tienen radios de onda corta máspotentes que las nuestras, y una vez lespasamos las frecuencias y las tablashorarias pudimos mandar y recibirmensajes del George Washington , queahora se ha estacionado para siempre enCayo Hueso.

He necesitado algún tiempo parareflexionar acerca de este último año,poner en orden mis pensamientos yacordarme de todas las cosas por lasque tengo que dar las gracias.

Tara y nuestro niño están bien.Sigo vivo.Puede decirse que hemos llevado a

cabo nuestra misión.

Únicamente tenemos que tomar unpequeño desvío y luego navegaremosrumbo a los Cayos.

Me quedan tan sólo unas pocaspáginas en blanco.

Descansa en paz, William. Teecharemos siempre de menos.

EPÍLOGO

En contra de lo que había esperado latripulación, las hordas de no muertos nosalieron a recibir al George Washingtonen aquel soleado día de Florida en elque embarrancó en los Cayos. Muchoantes de la espectacular llegada delportaaviones, un contingente de miliciasde civiles armados había restablecido elcontrol sobre Cayo Hueso. Tuvieron queecharle ingenio pero, al cabo de pocotiempo, los ingenieros nucleares quequedaban lograron restablecer el flujoeléctrico en la isla mediante los dosformidables reactores nuclearesWestinghouse del portaaviones. Una red

de trueque y los inicios de una sencillaeconomía empezaban a emerger en lasislas.

Como el complejo equipamiento demensajería por ráfagas de datos quetransportaba el portaaviones habíaquedado averiado sin esperanza dereparación, las comunicaciones con laFuerza Expedicionaria Fénix del Hotel23 se interrumpieron para siempre. En elcurso de una reciente misión dereconocimiento sobre el Hotel 23, unaescuadrilla de Warthogs habíainformado de una flecha que apuntabahacia el este desde la base. Buscaronpor la zona hasta que les faltócombustible, pero no descubrieronninguna traza de Fénix. Aunque todavía

se considerara una operación deprioridad uno, el rescate de losoperativos de Fénix iba a ser, comomínimo, una tarea onerosa.

El Virginia tomó un desvío hacia elnorte, hacia las costas de Rusia, yatravesó el estrecho de Bering. Despuésde una seria discusión, Larsen y Kilacordaron que la vida humana erademasiado valiosa como para permitirque se perdiera, sobre todo en unmomento en el que los humanos ya seveían superados en número. El Virginiatransportaba suficiente combustiblenuclear en el reactor como para dar lavuelta al mundo varias veces y seguíabien aprovisionado cuando rompió los

hielos del Ártico a un par de centenaresde metros de Crusow, Kung y sus perrosde trineo. El Sno-Cat se les habíaaveriado dieciséis kilómetros antes,porque el biocombustible de malacalidad había echado a perder el motor.Por suerte, los perros habían tenidofuerzas suficientes para llevarlos hastael punto de encuentro en el sur. Hacíacasi veinticuatro horas que esperabanjunto con los perros, dentro de unimprovisado iglú, cuando la torreta delVirginia quebró el hielo, cerca del lugarque habían encontrado mediante la señalde socorro de Crusow.

Corría el mes de febrero cuando elVirginia, junto con un submarino demisiles balísticos chino, llegó a Cayo

Hueso. El que en otro tiempo había sidosuperviviente solitario abrazó a su amoren los muelles; el capitán mandó quedesembarcase primero el único futuropadre que viajaba en el submarino. Elembarazo de Tara ya era evidente, y Kilexultaba de alegría, al tiempo que leacariciaba el vientre con gentileza.Mientras abrazaba con fuerza a Tara, lepareció ver que John se había acercadoa Jan, quizá demasiado. Kil les sonrió ylos otros le hicieron un gesto con lamano. Jan agarró a Laura por la parte deatrás del cinturón cuando la niña seechaba a correr y llamaba a gritos a tíoKil.

Dean seguía dando clases en losCayos y mantenía ocupados con el

estudio a Danny, Laura y otro centenarde jovencitos. La lectura, la escritura, laaritmética y los valores constitucionaleshabían reemplazado el diluido programaque se impartía antes del retorno de losmuertos. La pala de madera de Dean eramuy eficaz para reprimir las travesurasinfantiles.

Se creó en la isla una nueva fuerzaexpedicionaria con la misión detransportar los materiales conseguidospor Clepsidra a diversas bases delgobierno en funciones para que seprocediera a su estudio. Corrió lahabladuría de que una cabeza nuclearque viajaba en el submarino chino sehabía modificado y reconfigurado conuna nueva carga, pero nadie lo sabía de

verdad. En una pequeña comunidadinsular como era aquella, los rumorescorrían como un incendio forestal.Raramente eran ciertos.

Kil, John, Saien y el resto de losinquilinos del Hotel 23 pasaban muchotiempo juntos; a veces jugaban a cartas,e incluso salían juntos de noche al únicobar de la isla. John se encargaba de lascomunicaciones por radio entre losCayos y Saien ayudaba en las torres devigilancia, y abatía a tiros a los nomuertos que casualmente llegaban a lascostas.

Un mes antes de que Tara tuviese alniño, Kil negoció la adquisición de unagran embarcación de vela. Pagó por ella

un AK-47 chino, cuatro cargadores yquinientos cartuchos. Los propietariosde la embarcación, una pareja deancianos que no tenía previstomarcharse jamás de los Cayos, aceptóen seguida el trueque. La embarcaciónestaba diseñada para navegar durantevarios meses seguidos, con sistemasautomatizados, energía solar, y otrossingulares elementos. Kil no sabía adónde irían, pero sí tenía claro que noquedaba ningún lugar seguro. Nisiquiera aquella isla paradisíaca.

Kil cargó todas sus pertenencias enla embarcación antes de que su bebénaciera; y luego se llevó a bordo todo loque amaba.

INICIO DE TRANSMISIÓN DETEXTO

LUZ DE KLIEG SERIE 221

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ALTO SECRETO // SAPHORIZONTE

BT

TEMA: ESTUDIO DE LOSMATERIALES SUSTRAÍDOS DE LASINSTALACIONES DE TIANJIN

OBSERV: DURANTE EL AÑOQUE HA PASADO DESDE EL

RETORNO DE CLEPSIDRA, LOSCIENTÍFICOS DEL GOBIERNO ENFUNCIONES HAN DADO PASOSSIGNIFICATIVOS EN EL ESTUDIODE LOS MATERIALES SUSTRAÍDOSDE MINGYONG. DESPUÉS DENUMEROSAS PRUEBAS DE ADNREALIZADAS EN LOS RESTOS DECHANG QUE SE PUDIERONRECUPERAR, HEMOS LLEGADO ALA CONCLUSIÓN DE QUE CHANGERA HUMANO, SI BIENMODIFICADO / EVOLUCIONADOGENÉTICAMENTE. LAINTERPRETACIÓN DE LOS DATOSALMACENADOS EN LOS CUBOSMEDIANTE LA EXTRAPOLACIÓNDE ESTRUCTURAS LINGÜÍSTICAS

PROBABLEMENTE CHINAS NOS HAPERMITIDO LLEGAR AESTIMACIONES RAZONABLES DELA CRONOLOGÍA DEL ORIGEN DECHANG, ASÍ COMO OTRASREVELACIONES RELACIONADASCON LA ANOMALÍA DEMINGYONG.

LAS PRUEBAS CONTROLADASEN EL ESPÉCIMEN DE NEVADA YLOS DATOS RECUPERADOS HANMOSTRADO QUE LA ANOMALÍADE MINGYONG ES ACTIVA /EFECTIVA AL NOVENTA Y SIETEPOR CIENTO AL INFECTARFORMAS DE VIDAEXTRATERRESTRES, MIENTRAS

QUE SÓLO ES ACTIVA / EFECTIVAAL CUARENTA Y CUATRO PORCIENTO AL INFECTAR HUMANOS.SE CONFIRMÓ LA PRESENCIA DETRAZAS DEL MATERIALMINGYONG DE CHANG EN LOSNÚCLEOS DE HIELO EXTRAÍDOSDE ESTRATOS DE 20.000 AÑOS DEANTIGÜEDAD. EL HALLAZGOSUGIERE QUE LA ESCASAPOBLACIÓN BÍPEDA DE LA TIERRADE ESA ÉPOCA, COMBINADA CONLAS CONFIGURACIONES DE ADNMENOS EVOLUCIONADAS, MITIGÓLOS EFECTOS DE LA ANOMALÍAHASTA CASI ALCANZAR EL CERO.LA ANOMALÍA DE MINGYONG FUERECHAZADA, SE DESACTIVÓ A SÍ

MISMA Y QUEDÓ SEPULTADABAJO SIGLOS DEESTRATIFICACIÓN. LAS TRAZASDE MINGYONG RECOBRADAS APARTIR DE LAS MUESTRASCONFIRMAN QUE LA ANOMALÍA[TAL VEZ UNA BIOARMAAVANZADA PARA EL FUTURO] NOSE CONCIBIÓ PARA SOBREVIVIRSIN UN HUÉSPED ADECUADO(CHANG) NI UN RECEPTÁCULOADECUADO CONCEBIDO POR SUPROPIO CREADOR.CONTENEDORES RECUPERADOS:SE CONFIRMA QUE EL BALÓNROJO DE TIANJIN, MUY DAÑADOEN LA CATÁSTROFE ENERGÉTICAQUE PROBABLEMENTE ABATIÓ LA

NAVE DE CHANG, POSEE TRAZASHIPERCONCENTRADAS DE LAANOMALÍA DE MINGYONG.

EL CONTENEDOR AZUL NODAÑADO DE TIANJIN HA SIDOOBJETO DE INVESTIGACIONES YDEBATES DE GRAN INTENSIDAD,DESPUÉS QUE SE DESCUBRIERANDATOS QUE CONTRIBUÍAN A LACOMPRENSIÓN DEL CONTENEDORROJO DAÑADO. SE ESTÁNREALIZANDO ESFUERZOSEXCEPCIONALES PARADESARROLLAR UN MÉTODOVIABLE PARA LA DETONACIÓN ENEL AIRE. CON TODO, LAREALIZACIÓN DE PRUEBAS AÚN

NO HA SIDO AUTORIZADA. OTROSDATOS CONSEGUIDOS EN LA BASEDE TIANJIN ESTÁN DISPONIBLESMEDIANTE CANALESINDEPENDIENTES PARA LATRANSMISIÓN DE INFORMACIÓNCLASIFICADA.

BT

ALTO SECRETO // ECI // SAPHORIZONTE

FIN DE LA TRANSMISIÓN

BT

AR

Rescate. Diario de una invasión zombie

J. L. Bourne No se permite la reproducción total oparcial de este libro, ni su incorporacióna un sistema informático, ni sutransmisión en cualquier forma o porcualquier medio, sea éste electrónico,mecánico, por fotocopia, por grabaciónu otros métodos, sin el permiso previo ypor escrito del editor. La infracción delos derechos mencionados puede serconstitutiva de delito contra lapropiedad intelectual (Art. 270 y

siguientes del Código Penal)

Diríjase a CEDRO (CentroEspañol de Derechos Reprográficos) sinecesita reproducir algún fragmento deesta obra. Puede contactar con CEDROa través de la webwww.conlicencia.com

o por teléfono en el 91 702 19 70 /93 272 04 47 Título original: Shattered Hourglass © J. L. Bourne, 2012

© de la traducción, Joan JosepMussarra, 2013 Fotografías de cubierta: ©Shutterstock © Scyla Editores, S. A., 2013

Av. Diagonal, 662-664, 08034Barcelona (España)

Timun Mas es marca registrada porScyla Editores S. A.

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Primera edición en libro electrónico(epub): abril de 2013

ISBN: 978-84-480-0866-6 (epub) Conversión a libro electrónico:Newcomlab, S. L. L.

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