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N O V E N A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A DUELO DE MOTOS ¡Vaya tostón! ¿Semana Cultural? Con toda seguridad, el programa que había preparado la dirección de la escuela sería un rollo. En el díptico que nos habían entregado ponía que los dos primeros días los dedicaríamos a compartir en clase los libros que más nos hubieran gustado de entre los leídos durante el curso. ¡Qué aburrimiento! ¿Es que acaso Gafotas, nuestro profe de Lengua, no se había dado cuenta aún de que a nadie en clase le gustaba leer? Carla y Siham le habían gastado bromas pesadísimas –le habían puesto una chincheta en el interior de cada zapato o habían cambiado la salsa de tomate de los espagueti que guardaba en una fiambrera por reluciente témpera roja, por ejemplo-, pero el abnegado profesor no agotaba su paciencia y siempre estaba preparando cosas. El tercer día contaría con la celebración de los Juegos Florales, concurso al que habíamos tenido que participar a la fuerza –bajo amenaza de obtener un suspenso en el área de Lengua-. Los dos últimos días tendríamos que salir al campo a observar la primavera. ¿A observar la primavera? ¿Estamos tontos o qué? ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Dieciséis tíos y tías de Sexto observando florecillas e insectos revoloteando por los hierbajos del descampado que hay detrás de la escuela? ¡Vaya programa, señores míos! Britney había barajado seriamente la posibilidad de fugarse de casa para no tener que poner los pies en el colegio durante la Semana Cultural que iba a dar comienzo ese mismo lunes, pero Ricard le advirtió que se había producido un cambio de última hora y que el primer acto que abriría la celebración escolar sería una exhibición de trial, un auténtico show a cargo de un mito en la disciplina, el joven Oriol Justribó.

9a lectura de llengua castellana

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Page 1: 9a lectura de llengua castellana

N O V E N A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A

DUELO DE MOTOS¡Vaya tostón! ¿Semana Cultural? Con toda seguridad, el programa que había preparado la dirección

de la escuela sería un rollo. En el díptico que nos habían entregado ponía que los dos primeros días los

dedicaríamos a compartir en clase los libros que más nos hubieran gustado de entre los leídos durante el

curso. ¡Qué aburrimiento! ¿Es que acaso Gafotas, nuestro profe de Lengua, no se había dado cuenta aún de

que a nadie en clase le gustaba leer? Carla y Siham le habían gastado bromas pesadísimas –le habían

puesto una chincheta en el interior de cada zapato o habían cambiado la salsa de tomate de los espagueti

que guardaba en una fiambrera por reluciente témpera roja, por ejemplo-, pero el abnegado profesor no

agotaba su paciencia y siempre estaba preparando cosas. El tercer día contaría con la celebración de los

Juegos Florales, concurso al que habíamos tenido que participar a la fuerza –bajo amenaza de obtener un

suspenso en el área de Lengua-. Los dos últimos días tendríamos que salir al campo a observar la primavera.

¿A observar la primavera? ¿Estamos tontos o qué? ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Dieciséis tíos y tías de Sexto

observando florecillas e insectos revoloteando por los hierbajos del descampado que hay detrás de la

escuela? ¡Vaya programa, señores míos!

Britney había barajado seriamente la posibilidad de fugarse de casa para no tener que poner los pies

en el colegio durante la Semana Cultural que iba a dar comienzo ese mismo lunes, pero Ricard le advirtió que

se había producido un cambio de última hora y que el primer acto que abriría la celebración escolar sería una

exhibición de trial, un auténtico show a cargo de un mito en la disciplina, el joven Oriol Justribó.

Esa mañana de lunes, pues, todas las alumnas y todos los alumnos llegamos al centro con una

pequeña ilusión dibujada en nuestros rostros. Con un poco de suerte, nos perderíamos las clases de la

mañana y eso provocaría el enfado monumental del Gafotas (tenéis que saber que cuando el profe se cabrea

su cara se enrojece hasta límites insospechados y le crecen de golpe las orejas y la nariz; su cuerpo, rígido,

parece una lanzadora espacial a punto de ser propulsada hacia el espacio exterior aunque en su caso, en

lugar de despegar, se va calentado hasta que el humo le sale por la nariz).

Efectivamente, cuando en el aula Gafotas ya estaba a punto de desplegar su tostón mañanero, el

director anunció a través del dispositivo de megafonía que el espectáculo daría comienzo en breves minutos.

Salimos disparados del aula pisando varios miembros a Gafotas y cogimos el mejor sitio en las gradas del

patio. Allí, en medio de la pista, esperaba ya con una sonrisa dibujada en la boca el famoso Oriol Justribó.

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Tras el parlamento del director y las breves explicaciones de Justribó, apareció cojeando Gafotas y se

sentó a nuestro lado. Con una mirada nos fulminó directamente, una mirada que anunciaba que la venganza

en el aula sería terrible. A Ricard se le escapó una gota de sudor que resbaló mejilla abajo… El miedo podía

ser leído en nuestros rostros.

Oriol empezó su espectáculo: aceleró la moto progresivamente, dibujó trazados imposibles sin llegar a

chocar contra nada, nos deleitó con sus derrapadas, escaló las gradas sin despeinarse y hasta hizo

equilibrios sobre una rueda. ¡Espectacular!

Sorpresivamente y sin avisar, el piloto pidió un voluntario para efectuar una especie de demostración.

Al solicitarnos opinión a nosotros, a los alumnos, sobre cuál era nuestro candidato preferido, no dudamos ni

un segundo en devolverle la respuesta: <<¡Gafotas, Gafotas, Gafotas!>>. Justribó fue directo a por nuestro

profe, le hizo descender de su cómoda posición en las gradas y lo situó tumbado boca arriba en el suelo.

Ahora el que sudaba era el maestro…

El piloto saltó por encima de Gafotas varias veces. Desde las gradas pudimos comprobar cómo la cara

de nuestro profesor iba cambiando de colores: adquirió toda la gama propia de la descomposición de la luz

blanca y pasó del rojo al verde y al violeta en menos de dos segundos. Nosotros no parábamos de reír, pero

sabíamos que por dentro Gafotas nos maldecía a nosotros y también al piloto, que estaba disfrutando de lo

lindo.

Una vez concluido el espectáculo, Gafotas se incorporó y Oriol Justribó pidió para él un fuerte aplauso.

Sin embargo, tras secarse el sudor de la frente con un pañuelo y recuperar el color normal de la cara, nuestro

profesor empezó a trabajar en su venganza. Cogió el micrófono e hizo callar a todos los asistentes. Pidió a

Oriol, al piloto, que se tumbara en el suelo y, sin más dilación, pronunció las siguientes palabras: <<Ahora me

toca a mí…>>. Sin vacilar, abrió el candado de la puerta del patio y se dirigió a su moto, una bestia de mil

doscientos centímetros cúbicos y doscientos sesenta kilos de peso. Accionó el contacto e hizo rugir el motor.

Aceleró a fondo y entró derrapando en el patio. Nuevamente con el micro en las manos, Gafotas indicó: <<Y

ahora, para todos vosotros, un espectacular salto con una bestia de verdad>>. El profesor entregó el

micrófono al director y abrió gas nuevamente…

No quisimos mirar… Ahora eran nuestros rostros los que cambiaban rápidamente de color. Creo

recordar que durante la última mirada que le eché a Siham observé que su cara tenía un color verde bastante

feo. Lo último que recuerdo es el acelerón que Gafotas dio antes de pasar por encima de Oriol Justribó… Y

creo que no me equivoco si digo que el salto no se efectuó con “demasiado éxito”…

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