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Antología de Halloween_ldc

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Staff

Carmen N. Anna <3

AureaAspen Fany Keaton

S.M Taola MelinaPonce_

LauCid

Karmeneb

GabbiWayland

Sahara Mary Warner

Beluu

♫ MoniQue ♫

Mery St. Clair Bells767

Sandry NicoleM

Mae Sandry

Lu

Mery St. Clair

Yessy

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Índice Introducción 1, 2, 3… ¡Corre! por Carmen N.

Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3

Capítulo 4 Capítulo 5

Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 A ti por Anna <3

Sinopsis

Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4

Capítulo 5 Capítulo 6

Capítulo 7 Epílogo Fobia por AureaAspen

Sinopsis Capítulo 1

Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5

Capítulo 6 Sangre por Fany Keaton

Sinopsis

Capítulo 1 El secreto de la luna de sangre

por S.M Taola

Sinopsis Capítulo 1 Cursed thirty one por

MelinaPonce_

Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2

Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Bathory me ama, Bathory me guía por LauCid

Sinopsis Capítulo 1 Belleza mortal por Karmeneb

Sinopsis

Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Los tres arlequines por GabbiWayland

Sinopsis

Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3

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Despierto desconcertada a causa de un fuerte ruido. Creo que es una puerta. Dirijo mi mirada hacia la mesa de noche y veo el reloj

marcando las tres de la mañana.

¡Bum!

El ruido proviene de abajo, como cuando una ventana se cierra de

golpe.

Confusa, salgo de mi habitación y bajo lentamente las escaleras. Esta noche estoy sola ya que mis padres salieron y volverían al amanecer.

Llego al último escalón, me dirijo hacia la sala de estar cuando un escalofrió me recorre para después escuchar otra puerta cerrarse.

Es arriba, pienso.

Siento una mano subir por mi espalda para posarse en mi hombro, me quedo petrificada. Totalmente inmóvil. Cuando me armo de valor y me

doy vuelta, no hay nadie. Mi piel hormiguea donde antes sentí esa pesadez. Cierro los ojos e inhalo profundamente. Enciendo la luz de la sala

y reconocer todo me reconforta, sin embargo, en un parpadeo la oscuridad vuelve a caer. Todo está oscuro. Hay un silencio perturbador.

Escucho unas fuertes pisadas, como pies arrastrándose desde la cocina.

Me dirijo hacia allá, apoyándome en la pared y buscando el

interruptor de la luz. Finalmente lo consigo, pero hay algo mal…

Ya hay una mano ahí.

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1, 2, 3… Corre

Escrito por Carmen N.

Corregido por ♫MoniQue♫ & Mery St. Clair

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Sinopsis ¿Qué pasaría si el amor de tu vida, con el que te ibas a casar se

aparece en tus sueños con la misión de matarte?

Sophie Montblanc traicionó a su amor, siendo parte de un engaño por parte de su padrastro.

Bastián Toth amó a Sophie con todo su corazón en vida, pero

ahora en la muerte tendrá que asesinarla para encontrar su descanso en paz.

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1 Mayo 2014

Amé a Bastián Toth con todas mis fuerzas. Lo fue todo para mí, sus

besos y sus caricias me hacían sentir fuera de este mundo. Y ahora lo perdí para siempre, todo por mi maldita ineptitud. Diablos, saber que

murió por mi culpa realmente apesta y no sé qué hacer con la quemazón que recorre mi cuerpo y qué me deja entumecida.

—Hiciste un buen trabajo, Sophie. Bien hecho —dijo el malnacido

que se encontraba de lado de la tumba de Bastián, profanado su nombre.

—Gracias —siseé con los dientes apretados, tratando de aparentar una normalidad que no sentía.

—Vamos, nena, vayámonos de aquí —dijo Alexander, colocando su mano en mi espalda baja, guiándome hacia la salida… guiándome lejos de

Bastián.

No deseaba abandonar a Bastián de esta manera, es decir, tres metros bajo tierra y sé que el último pensamiento que debió tener antes de

morir fue que lo traicioné, que fue la culpable, quien lo maté. Mi pecho duele y mis ojos arden; mi corazón se siente como si alguien lo estuviese estrujando tan fuerte que se desmorona y se hace polvo.

Echo una última mirada atrás y tragándome las lágrimas y salgo del cementerio.

Diciembre 2013

Bastián y yo hacemos el amor como animales salvajes. Dios, él era

tan ardiente que cada vez que me tocaba, sentía que me quemaba. Que me incendiaba.

—Dios, Tori —dice besándome la frente—. Cada vez es mejor.

—Por supuesto, cariño. —Beso su pecho y retiro de su frente húmeda los rizos rebeldes que me vuelven loca—. Siempre es y será mejor.

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—Te amo, nena —susurra contra mis labios antes de besarme

suavemente.

—Yo también. —Y lo decía en serio. Bastián se convirtió en mi otra

mitad. Tanto así que casi me hace olvidar mi misión.

Maldita misión. Recordarlo me hace sentirme como un saco de mierda. Conocí a Bastián debido a ella y a pesar de sentirme agradecida

por conocer a semejante hombre, también soy una perra por conocerlo a base de mentiras. Mi misión consiste en engancharlo y enamorarlo bajo un nombre falso, fingiendo ser alguien quien no soy.

Bastián es un importante empresario en el mundo de la hotelería. No sé por qué lo quieren, no sé qué sucede. Solo tuve las instrucciones de

cómo acceder en su vida y espero más instrucciones. Soy una traidora, porque amo con todas mis fuerzas a este hombre que lo único que ha hecho es ser amoroso y el mejor novio del mundo; y a pesar de todo, le

miento sin un fin en específico.

—Oye, ¿qué sucede, cariño? —pregunta besando mi ceño fruncido—.

Te has quedado demasiado callada.

—Nada, cariño. —Miento, y cada vez que miento me siento aún más peor, si eso es posible—. Es hora de que me vaya.

Me quedo observándolo, admirando su físico, su belleza. Bastián es el hombre más atractivo que he visto: alto y moreno. Cabello oscuro y ojos miel, con labios llenos y nariz recta. Me pregunto cómo se habrá fijado en

mí. Soy normal, bajita y rellenita, cabello castaño con ojos cafés y nada fuera de lo común.

—No te vayas —gime en voz baja y me mira seductoramente; y por más que quisiera, no puedo. Alexander estará llamándome dentro de unos minutos. Debo salir lo más pronto que pueda de aquí.

—Cariño, sabes que no puedo. —Lo beso suavemente antes de retirarme a buscar mi ropa extendida por el suelo—. Mañana hablaremos.

—Pero te extraño —dice lanzándome esa mirada sensual que casi me hace mandar al diablo a Alexander, casi…

—Lo siento —respondo, terminando de acomodarme la blusa y me

dirijo hacia la puerta—. Te amo. Cuídate, ¿sí? —Y salgo para encontrarme con el explotador de Alexander, con el desgraciado que me tiene al vilo del mañana.

Con el desgraciado de mi padrastro.

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2 Mayo 2014

—Uno, dos, tres… ¡Corre! —dice mi amor, mientras yo rio extasiada de la vida, corriendo para que no me atrapase.

Me levanto llena de sudor y lágrimas mientras gimo el nombre de

Bastián, abrazando fuerte mi almohada. Han pasado tres días desde que enterramos a Bastián y no puedo dejar de llorar. Me siento entumecida de dolor, es como si estuviese muerta en vida.

Estos tres días han sido difíciles para mí. Cada vez que duermo vuelvo al mismo sueño, en el que Bastián me dice: “uno, dos, tres… ¡corre!”, solo que para mí ya no es un feliz sueño. Para mi es una pesadilla en la que Bastián corre detrás de mí pero no con la intención de besarme y abrazarme, sino con la intención de matarme. Es jodidamente

escalofriante. Mi pesadilla es muy realista, demasiado…

Se está haciendo difícil para mí dormir, sueño con lo mismo. Él

detrás de mí con un cuchillo. Creo que estoy volviéndome loca.

Seco el sudor de mi frente mientras me levanto de la cama. Necesito un vaso con agua urgente. Mi garganta está reseca y mis labios agrietados.

Me dirijo a la cocina, y en el camino oigo un ruido extraño, me giro pero no veo nada. Todo es oscuro. Me doy cuenta de que mi brazo late con un ardor inusual, entro en la cocina y enciendo la luz. Reviso mi brazo y lo

veo allí…

Un corte inusual, como si un cuchillo dentado hubiese penetrado en

mi piel. Como si el cuchillo del sueño me hubiese cortado…

Como si Bastián lo hubiese hecho.

Enero 2014

Alexander me mira con cierta amenaza en sus ojos. Con ello demuestra que nada va bien, que yo pagaré por ello.

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—Entonces, ¿me puedes decir que rayos significa esto? —pregunta

con una voz calmada que expresa el mortal peligro en el cual me encuentro.

—No pude hacerlo, ¡Maldición! —respondo quedamente—. Sabes que no puedo acceder a los datos sin una maldita clave.

—¡Para eso eres su maldita zorra! —gruñe agarrándome el cabello,

tirando de él tan fuertemente que no me queda de otra más que gemir de dolor.

—¡Suéltame, joder! —gimo—. No pude. No me la va a dar, eso sería

muy sospechoso.

—Consíguela. Se acaba el tiempo. —Me suelta bruscamente

haciéndome trastabillar.

—Lo haré. Solo, por favor, déjame verla una vez más —suplico por mi madre, por mi deseo de verla de nuevo, por saber que está bien.

—Consíguela y veremos —dice, saliendo de la habitación.

Me resigno a tratar de conseguirla. Suspiro de frustración y de dolor.

Ese hijo de perra me dejó con dolor de cabeza. Trato de pensar en la mejor manera de conseguir la clave de la caja fuerte en la que se encuentran los documentos de los hoteles Toth, mi boleto de salvación. El boleto de

salvación para mi madre…

Alexander Toth es el hermano de Bastián, el celoso hijo de perra que lo quiere todo. Alexander conoció a mi madre y a partir de allí todo se fue a

la mierda. Golpes y más golpes que desgarraban mi corazón por ella y ahora estaba en peligro.

Debo salvarla como sea, incluso si eso significa traicionar a Bastián, traicionar a mi amor.

Mayo 2014

Trato de no volverme loca con esto, tal vez me pude hacer daño yo misma con la agitación durante la pesadilla.

Me dirijo a mi cuarto y busco algún objeto corto punzante con el

cual pude haberme cortado el brazo, pero no encuentro nada.

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Suspiro con cansancio y me siento en la cama. Apoyando mi cabeza

contra la almohada trato de darle alguna explicación lógica a lo que sucedió. Mi brazo ahora sangra furiosamente y me dirijo al baño a

limpiarme con el kit de primeros auxilios que tengo allí. Abro el kit y procedo a limpiarme cuando me doy cuenta de algo…

Mi herida ya no está.

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3 Enero 2014

—Cariño, ¿qué te sucede? —pregunta Bastián viéndome llorar

amargamente.

—Nada, Bastián —contemplo la posibilidad de decirle todo lo que

está pasando, pero sé que no es una opción, sé que mi madre morirá si lo hago.

—Por favor —Besa mi frente—, no llores, no lo puedo soportar. —Y

me abraza tan tiernamente que lloro más fuerte.

—Bastián, yo… —Me detengo, levanto mi rostro y busco consuelo en sus labios.

Me besa tan tiernamente que me hace replantearme lealtades. Estoy aquí con el hombre que amo, disfrutando de sus besos, caricias y abrazos

mientras mi madre probablemente está siendo apaleada por el miserable de Alexander. Tengo que conseguir la puta llave, como sea.

—Bastián… —Lo detengo—, tengo curiosidad, en tu oficina hay una

caja fuerte, ¿cierto? —Se tensa y me siento estúpida. Me analiza calculadoramente antes de responder con desconfianza.

—¿Porque en este mundo te interesaría algo como eso? —Mierda,

siento que las he cagado, pero no retrocedo si no que voy más adelante.

—Sí, me interesa. Ayer en la noche vimos esa película de acción. —

Me hago la estúpida—. Y pues… me gustaría saber su funcionamiento.

—Cariño —suspira fuertemente—. No te quiero hacer sentir mal, pero no puedo. Allí guardo papeles y cosas muy importantes para mí y

para los Hoteles Toth, ¿entiendes?

—Obvio, sí, cariño, claro que entiendo. —Enredo su corbata en mis

manos y pongo una cara de tristeza, fingiendo darme por vencida.

—Oh, vamos. —Me besa lentamente, haciendo encoger los dedos de mis pies, haciendo olvidarme de mi propósito—. Te llevaré a que la veas.

Mi cara se ilumina inmediatamente, pero interiormente mi alma se pone sombría por lo que voy a hacer.

Bastián me lleva por sus instalaciones y me muestra una oficina

elegantemente amueblada. Ingresa una clave en la pantalla del computador la cual no alcanzo a ver, pero al parecer no tiene que ver con

nada de la caja fuerte. Él levanta un tapete del piso y allí la veo… la caja

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fuerte. Me siento tan sucia y vil al ver como él confía tanto en mí sin saber

que yo traicionaré su confianza.

—¿Puedo ver lo que hay dentro? —pregunto cómo quien no quiere la

cosa.

—Amor, no hay nada interesante allí, solo papeles… —Frunce un poco el ceño.

—De acuerdo, está bien. Déjalo —suspiro pesadamente.

—Está bien. —Hay duda en su mirada—. Pero primero tienes que decirme porqué llorabas más temprano.

Me coge desprevenida y no sé qué decirle. Trato de balbucear, pero él me mira tan fijamente que solo boqueo como pez.

—Yo… yo… eh, lloraba por mi mamá. —Ni siquiera se me ocurre mentir acerca de ello, pero las razones que le daría serian distintas—. Mi mamá se encuentra muy enferma. —Miro a otro lado, mi corazón doliendo

por mentirle. Él ve esa mirada y me malinterpreta, creyendo que mi dolor es debido a lo que le conté… creyéndome.

—Cariño, ven aquí. —Me besa dulcemente la frente y me abraza—. Te mostraré los aburridos papeles que hay aquí, ¿correcto? —Asiento lentamente porque no me quedan palabras. Vacía como estoy, miro

fijamente el procedimiento, muy atentamente. Sabiendo que si no consejo la clave mi mamá sufriría por ello.

La maldita clave es un tablero digital.

Mayo 2014

Definitivamente estoy enloqueciendo. No puede ser que tenga una herida en la mano y después no tenga nada. Me siento en la cama a

analizar la situación y llego a la conclusión de que no he dormido bien en estos tres días y que el estrés por todo lo que he pasado me pasa factura.

No encuentro otra explicación lógica.

—Hija, ¿qué haces levantada tan tarde? —Mi madre se ve bastante recuperada desde que el sádico hijo de puta salió de nuestras vidas.

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—No pude dormir, madre —digo mientras ella se acuesta en mi

cama, a mi lado y juguetea con mis cabellos. Sabe que sufro por mi amor perdido, por todo lo que tuve que hacer para salvarla.

—Dormiré contigo, cariño, yo tampoco he podido descansar. —Besa mi coronilla y me abraza.

Lentamente, cierro los ojos y duermo. Por primera vez en 3 días,

duermo sin pesadillas.

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4 Enero 2014

—Alexander, suelta a mi madre. ¡La vas a matar! —chillo mirando

como lanza un puñetazo tras otro. Corro y me le monto en la espalda tratando de detenerlo.

—Esto es tú culpa, Sophie. Demonios, todo es tu maldita culpa. —Me quita de encima con facilidad y caigo al suelo. Lanza una patada sobre mi costilla y duele. Expulso el aire de mis pulmones y siento que estoy a

punto de desmayarme, pero no puedo, no dejaré a mi madre con este salvaje.

—No fue mi culpa —respondo lentamente, tanto como el dolor me

deja—. Él solo… el tablero abre el mecanismo de la caja fuerte con sus huellas digitales. —Gotas de sudor resbalan por mi frente, esperando el

puñetazo o la patada que vendrá. Pero no lo hace.

—Está bien. Al parecer el hijo de puta fue muy astuto, tendré que pensar en un plan alternativo. —Respira lentamente pasándose la mano

por el cabello—. Recógela y cúrala, no quiero que manche mi piso de sangre.

Junio 2014.

Un mes ha pasado desde la muerte de Bastián. Cada noche sueño con él, cada vez es peor. Los sueños comienzan con nuestro pequeño juego uno, dos, tres… ¡corre! Antes me perseguía, atrapaba y besaba. Solo que

mis sueños ahora no tratan de eso; Bastián me persigue con un cuchillo y con una cara de sádico y odio mientras me grita uno, dos, tres… ¡corre!

Listo para matarme.

Cada noche es un martirio dormir. Ya no duermo, temo dormir. Tengo insomnio y creo que hay algo malo conmigo porque cada sueño es

tan malditamente realista que amanezco con cuchillazos en mi cuerpo y después desparecen de la nada. Ya no sé qué hacer. Estoy loca y suspiro

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del cansancio porque nunca pensé que estaría en una situación

semejante.

Hoy decido ir a visitar su tumba y a dejarle flores. Lloro

desconsoladamente arrodillada en su tumba pidiendo la absolución de mi traición. Pidiéndole a Dios que me lo regrese y que las cosas sean diferentes. Pidiéndole a Dios que me lleve con él. Enloquezco un poco más.

Sé que algo no anda bien conmigo, pero solo decido encogerme de hombros y volver a casa.

Al volver a casa la encuentro inusualmente fría. Es de noche y todo

esta oscuro. Subo las escaleras, entro a mi cuarto y veo todo salpicado de sangre.

—Pero que rayos ocurre aquí —digo mientras enciendo la luz de la habitación. Estoy asustada pero eso no me impide ir a investigar.

Comienzo a llamar a mi madre pero algo me detiene.

Bastián está acostado en la cama con lo que parece ser la imagen de mi madre. Está mirando fijamente hacia el cuarto de baño. Marcas de un

cuerpo siendo arrastrado me guían hacia el baño. Mi tina está llena de sangre y el cuerpo de mi madre está en él. Su cuerpo desgarrado a tiras me hace vomitar aunque no he comido nada en todo el día.

Temblando como una hoja me agacho y compruebo que esté muerta. Bastián está detrás de mí enviando escalofríos por mi espalda

—¿Porque mi madre? —le pregunto un poco histérica.

El no responde se limita a tomar su cuchillo dentado y pasarlo por mi columna vertebral sin hacerme daño.

—1, 2, 3… corre —suspira y sin más lo esquivo y comienzo a correr. Ahora no tengo tiempo para pensar en mi madre muerta. Solo tratar de salvarme. O de ganar tiempo.

Cosas vuelan a su paso y al mío. Mis pensamientos son confusos y solo pienso en la transición del Bastián amoroso a este vengador inmortal

que me quiere hacer daño, pero por supuesto que lo sé. El cree que yo lo mate y entiendo que me merezco esto, pero mi instinto de supervivencia es más fuerte así que corro tan rápido como puedo. Tropezándome con los

muebles caigo y él se pone encima de mí. Lucho con todo lo que tengo para zafarme de su apretado amarre, pero él es más fuerte y no siente dolor a mis patadas.

Justo en el momento en que va a clavar el cuchillo en mi garganta me levanto gritando y mi madre se asoma por la puerta de la habitación.

Soñolienta pero preocupada me pregunta—: ¿Que sucede, cariño? —bosteza mientras se desliza en la habitación.

Corro a abrazarla tan fuertemente que ella gruñe de dolor.

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—Por favor no digas nada, solo abrázame —digo entrecortadamente

llorando en voz baja.

—Tranquila, cariño —me soba la cabeza y mientras me sienta en la

cama, sé que tengo que hacer algo para protegerla de Bastián.

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5 Enero 2014

Las cosas entre Bastián y yo no andan muy bien. Él quiere saber

que le ha pasado a mi costilla, porque esta magullada. Invento una excusa que suena un poco convincente incluso para mí. Se encuentra enojado

porque no sabe que rayos me pasó. Quiere saber quién me causó esto para poder darle su merecido, pero insisto que no ha sido nada y eso lo frustra más. Me mira y veo dolor en sus ojos por no confiar en él.

Miro a través de la ventana y pienso en mi madre, en si se estará recuperando bien. Se me humedecen los ojos ante la imagen mental que me quedó grabada de la paliza que le dio Alexander. Ese maldito salvaje.

Solo quiero que se acabe esto para sacarlo de nuestras vidas.

—Cariño… —dice Bastián con pesar en su voz.

—Solo déjalo estar, Bastián —le digo enojada y más fuerte de lo que pretendía.

Se agarra la cabeza y se pasa los dedos entre el cabello suspirando

de frustración y sale dando un portazo.

Junio 2014

Hoy en la noche, después del escalofriante sueño que tuve me encuentro en el inodoro sudando frio y vomitando hasta lo último de mi cena. Veo mis manos malogradas y sangre correr por todos lados. La luz

empieza a fallar y me asusto. Con estos últimos acontecimientos ¿quién no lo haría?

Me levanto lentamente y observo en el espejo que escrito con sangre decía: ―Yo te amaba… Me las pagaras”. Trato de limpiar con agua el desastre, pero nada está pasando. Solo veo más sangre correr por todos

lados. Me resigno, sé que merezco morir, lo sé, sea lo que sea qué

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demonios este pasando lo merezco y no puedo negarlo. Mantengo mis ojos

fuertemente cerrados, pero nada sucede. Los abro lentamente y como suele suceder, mis magulladuras desaparecen y todo se encuentra en

orden.

Respiro lentamente y me regreso a mi cama, a pasar otra noche de insomnio, porque no pienso en volver a soñar con 1, 2, 3… ¡corre!

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6 Febrero 2014

Bastián me ha pedido matrimonio y aunque sé que es imposible

casarme con él, diablos, estoy feliz. Demasiado feliz.

—Mi amor, me haces tan feliz —Me abraza fuertemente y juro que

estoy en el cielo—. Te adoro —dice levantándome del suelo—. Eres la razón de mí existir.

Pequeñas gotas saladas de deslizan por mis mejillas. Una llamada de

Alexander empaña mi felicidad.

—Tú, pequeña zorra —resuella en el intercomunicador.

—¿Qué quieres? —respondo tratando de actuar normal.

—Se acaba el tiempo. Los papeles aún no están en mis manos, pero tu valiosa madre sí, pequeña putita. Ponte las pilas sino quieres acabar sin

madre. —Cuelga y mi respiración se queda atascada en mi garganta.

Junio 2014

—1, 2, 3… ¡corre! —Bastián viene detrás de mí con su cuchillo dentado y juro que alcanzó mi hombro. Solo que esta vez no despierto como espero, sino que siento el dolor real atravesando mi hombro derecho

dejándolo con una herida que sangra profundamente.

—¡Por favor, Bastián! —ruego entre el llanto, cansada de correr,

cansada de sufrir.

—Me traicionaste, zorra —dice mientras mis ojos se abren de shock, impresionada porque es la primera vez que lo oigo decir algo más que uno, dos, tres… ¡corre!

—¡Te amé! —grito con furia.

—Y así me pagaste… asesinándome.

—Lo siento —sollozo—. Yo te amaba, Bastián. Yo te amo.

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Su cuerpo fantasmagórico desaparece atravesándome y dejándome

calada hasta los huesos.

Levantándome de la pesadilla, lentamente reúno fuerzas para abrir

mis parpados. Sombras negras rodean mi cama burlándose de mi dolor. “Pagaras, pagaras” —dicen con voz chillona, atormentándome. Estoy en shock y no sé qué hacer. Una se acerca lentamente a mí y con una garra

mortal corta mi mejilla. Sé que debería moverme. Sé que debería malditamente hacer algo, pero me quedo quieta e inmóvil, aunque el dolor

me atraviesa, aunque me hace llorar. Supongo que son almas mandadas por Bastián. Son aterradoras.

Son negras e inusualmente poseen rostro al acercarse. La cuenca

donde se supone que deberían estar los ojos están llenas con fuego. Su cara con un montón de arrugas y el cuero pegado a su cráneo. Pómulos huesudos con cachos sobresaliendo.

El alma más cercana a mi abre su boca ampliamente y me mira fijamente. Siento que algo comienza a desprenderse de mí, pero no sé qué

es. La mirada del alma malvada me mantiene inmóvil.

Bastián aparece y ellas inmediatamente retroceden dejándome sin energía. Parecen temerle pero este pensamiento no me tranquiliza, por el

contrario, me pone más nerviosa.

Cuando finalmente desaparecen me encuentro medio desmayada por

la cantidad de sangre perdida por la herida de mi brazo y la de la mejilla.

Me levanto y me dirijo hacia el baño y miro el espejo. Nada, absolutamente nada.

Julio 2014

Me encuentro mal. No sé si lo que veo es producto de mi mente o si realmente está sucediendo. No me quiero arriesgar, por lo que con el dolor

de mi alma le pido a mi madre que se mude a su antiguo apartamento. No puedo dejar que ella sufra más.

—Vendré a visitarte cada sábado, mamá —le digo, retirándole el pelo

de la frente y besándola suavemente.

—No entiendo porque, hija. Si ahora es cuando más debemos estar

unidas —dice confusa mientras me abraza.

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Sé que ella debe estar muerta de miedo por la traumática situación

que vivió, pero no puedo dejar que viva con su hija loca, la que se lastima en sus sueños. Si es que eso se puede llamar sueños.

—Madre —suspiro—, es hora de que te desenvuelvas sola y superes lo que pasó, como yo lo haré ahora. —Siento dolor en el corazón por ser tan cruel.

Ella jadea y su mirada muestra dolor, pero es mejor así.

7 PM

Mi primera noche sola, y joder, me cagaba de miedo. Pero mi madre

se encontraba bien, es lo importante.

Me digo una y mil veces que nada pasará. Que solo es producto de mi mente.

Por poco probable que parezca creo que el fantasma de Bastián está acechándome. Creo que aparece en mis sueños para vengarse y por más

que me digo a mi misma que merezco lo que me pase, no dejo de temer a la muerte y mucho menos si es por mano de la persona que más amé.

Bastián ha demostrado en cada una de las pesadillas que mi muerte

no será para nada agradable.

Me acurruco entre las sabanas para dormir y tengo ese tonto pensamiento en el que si me duermo temprano, nada pasara.

Pero pasó, como todas y cada una de las noches siguientes.

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7 Febrero 2014

—No puedo creer que el imbécil se enamorada de ti. —Me mira

apreciativamente—. Debes ser buena la cama.

Me muerdo el labio tratando de no replicar nada en contra del

bastardo de Alexander.

—Ya puedes liberar a mi madre. Aquí tienes tus jodidos papeles, ahora sal de nuestras vidas.

—Muy bien, todo en orden. Cumpliste tu misión y me liberaste de un gran problemita que tenía con el bastardo de mi hermano, Tori. —Se burla de mi falso nombre—. Pero falta una fase para que la misión este

completa.

—¿Qué? ¡No! —exclamo. Este bastardo no puede querer algo más de

mí, simplemente no puede.

—Por supuesto que sí, y lo harás si quieres ver a tu madre vivita y coleando. —Sonríe con ironía.

—¿Qué es? —pregunto, a punto de ahogarme con tanta mierda que cargo encima.

—Tienes que, tú sabes… Romperle el corazón al malnacido. —No, por favor no—. Tienes que preparar la boda, pero justo un día antes irás y le confesarás lo siguiente: Tú no lo amas, no lo puedes amar, no a un

bastardo como él. Le dirás que te acuestas conmigo aunque no sea cierto. Me parece que tu madre tiene mucho más potencial que tú.

Le cruzo la cara con una cachetada, y siguiente segundo me arrepiento. El desgraciado me lanza un puñetazo e inmediatamente comienza a sangrar mi labio.

—Maldita seas, tu madre pagará por esto. —De mala manera, aprendí a no rogarle por mi madre, ya que disfruta de ello, causándole más

dolor.

Lo miro fríamente antes de preguntar de nuevo—: ¿Algo más?

—Sí. —Hace una pausa siniestra para luego agregar—: No estoy muy

seguro, pero de estos papeles depende mi vida. Por lo tanto, si no llegan a ser suficientes para mí él tendrá que morir. —Me mira directamente a los ojos—. Y tú lo mataras.

Dejo de respirar inmediatamente. La vida no puede ser más injusta.

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Tengo que decidir entre salvar a mi madre matando a Bastián o

confesarle todo a Bastián y condenar a mi madre. No sé qué hacer. Yo sabía que esta misión no me llevaría a nada bueno, sabía que debía salvar

a mi madre pues no era una opción dejarla con este sádico hijo de puta. Creí que sería fácil, que no me enamoraría de él… pero fallé.

Luego, finalmente acepté que aunque no pudiera quedarme con él, al

menos mi madre y él estarían a salvo; que podría guardar los preciosos recuerdos a su lado. Y ahora esto. La vida de Bastián corría peligro así como la mía y la de mi madre. Todo dependía de la suerte que corriera el

bastardo de Alexander, lo peor es que todas nuestras vidas dependían de ello.

Debo pensar en cómo salir del atolladero.

Marzo 2014

—1, 2, 3… ¡corre! —grita detrás de mí mientras yo chillo de alegría

corriendo colina abajo.

Bastián y yo habíamos decidido ir de picnic. Todo era perfecto. El trinar de los pájaros, la brisa fresca, todo era sensacional excepto por el

hecho de que posiblemente debo matarlo.

Miro hacia atrás y Bastián está a un respiro de atraparme. Corro más fuerte, pero él es mucho más rápido que yo, con piernas más largas.

Me atrapa fácilmente.

—¡Te amo! —grita fuertemente mientras me gira para besarme

apasionadamente—. Estoy loco de amor por ti. Mi futura esposa, Victoria Toth. —Con un último beso y me baja al suelo.

—Yo también te amo —digo—. Ahora: 1, 2, 3… ¡corre! —grito y corro

tras de él.

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Agosto 2014

Bastián ha visitado mis sueños todas las noches desde que murió, pero esta noche es diferente.

Esta noche está de pie frente a mí, en mi habitación. Sombras encerrándonos en un círculo. Son las almas que me miran con malicia y sé que si no muero por la mano de Bastián, moriré por las de ella.

—Vas a morir, Sophie Montblanc. Tú y toda tu familia lo hará. Solo así terminará mi venganza.

Me quedo pálida y no digo nada. Él se acerca más a la cama con su

cuchillo dentado. Va vestido con la ropa de la noche en que lo maté. Su camisa tiene la hendidura llena de sangre producto del tiro que Alexander

le propinó. Está en estado de descomposición, hay gusanos saliendo de la cuenca de sus ojos y el olor a muerte llega hasta mí.

—Por favor, Bastián. Déjame explicarte, por favor —sollozo—. Antes

de que me mates… antes de eso… déjame hacerlo, por favor.

—Demasiado tarde —Expresa sin ninguna emoción en su rostro—.

Mi alma no descansará en paz hasta que acabe contigo.

—Bastián, ¡no! —grito al ver que está a punto de enterrarme el cuchillo. Pero nada pasa.

El desaparece, sin embargo, en la pared está escrito con sangre: “Es solo es el comienzo”.

Mi habitación se llana de cucarachas y el olor a podrido se dispersa en toda la casa. Comienzo a sudar y no me debato en salir corriendo o seguir en mi cama. Limpio con mi mano temblorosa el sudor y noto que es

rojo. Levanto la mirada y descubro que del abanico caen gotas de sangre que se filtran del techo. Grito fuertemente y cierro mis ojos, repitiéndome

que nada es real. Después de un par de minutos, el olor desaparece. Abro los ojos, no hay nada anormal.

Ya no creía que estuviera volviéndome loca, ni que fueran simples

sueños.

Bastián está aquí para matarme.

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8 Abril 2014

Un mes. El maldito de Alexander me dio un mes para casarme con él

y derrumbar así mi mundo entero.

—Mi amor, creo que mayo seria el mes perfecto para casarnos —le

digo mientras lo abrazo. Estamos recostados en el sillón viendo una película con un tazón lleno de palomitas.

—¿Cuál es la prisa, amor? Admito que quiero que seas mi mujer ya,

pero mayo está aquí mismo y no podremos organizar una ceremonia como Dios manda.

—Pero, amor, a mí me gustaría ser tuya ya. Volémonos a Las

Vegas… y por más que se, que estoy en la boca del lobo, no hay idea que me haga más feliz. Ser su esposa.

—Está bien, amor. Nos casaremos el próximo mes. —Aunque eso representa noticias tristes, me encuentro esperanzada porque creo que todo puede cambiar. Creo que hay posibilidad de que Alexander no me

mande a matarlo. Con la esperanza de que él aún pueda seguir vivo.

Septiembre 2014

Alexander amaneció muerto. Todo lo que se especula es que fue

suicidó, pero yo sé que no fue así. Bastián lo hizo. Mi madre se encuentra muy nerviosa puesto a que su maltratador, uno al que llego a amar, se encuentra muerto. No sabe cómo sentirse al respecto.

Paso mis manos por mis hombros y decido dormir esta noche con ella. Sé que seremos blanco fácil, puesto que Bastián ha dejado muy claro

su cometido, pero no puedo dejarla simplemente así.

Ambas nos recostamos en la cama. Ella me abraza y comienza a sollozar como pequeña. Se me encoge el corazón ya que no me gusta verla

sufrir, ella ya ha pasado por mucho.

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A media noche me levanto por una sensación de frialdad que recorre

mi cuerpo. Encuentro a Bastián al costado de mi madre. Mirándola fijamente. Su cuerpo ha perdido la carne y ahora se asoman algunos

huesos como el de la nariz. El pellejo se le pega a los pómulos y ya una cuenca del ojo se allá vacía.

—Shh… —susurra en el rostro de mi madre, pasando el cuchillo

suavemente por su mejilla

Grito hasta que mis pulmones se vacían, hasta que mi garganta arde, hasta que finalmente me desmayo.

Pasan algunos minutos hasta que me levanto. A mi lado de la cama veo a mi mamá con una mueca de preocupación en su rostro.

—¿Qué ha pasado, cariño? —pregunta—. Chillaste tan fuerte que no me sorprendería que los vecinos se hayan levantado. Pareciera que viste a un fantasma.

—Yo… —miro detrás de ella y ahí lo veo, Bastián sosteniendo el cuchillo antes de arrancarle de un solo tajo a la cabeza de mi madre.

Mayo 2014

—Mi amor, ese vestido te queda precioso —murmura emocionado Bastián.

—Bastián, yo… —susurro con los ojos llenos de lágrimas.

—Mi amor, no llores. Yo sé que la emoción te sobrepasa, pero te amo

y quiero que este día esté más lleno de risas que de lágrimas —suspiro cuando me besa.

Mi plan consistía en decirle la verdad. Alexander se encontraba en la

puerta escuchando todo. Solo tendría que susurrarle que no estaba en peligro y que confiara en mí. Tenía la pistola en mis manos escondido en

mi vaporoso vestido de novia. Solo tendría que apuntar a Alexander y dejarlo mal herido, con suficiente tiempo para escapar, los dos, con vida. Mi madre se hallaba con vida en algún lugar de la mugrosa casa. Si tan

solo pudiera convencer a Bastián de que me ayude a buscarla…

—Bastián, yo… yo no te amo —susurré con la voz quebrada.

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—¿Pero de que me hablas, amor? Si esta es una broma déjame

decirte que es de muy mal gusto.

Negué rápidamente con la cabeza.

—Yo entré a tu vida con una misión —me tiro una mirada incrédula—. Robarte los papeles de la caja fuerte.

—Pero… ¿de qué demonios hablas? —gruñe con mirada airada—.

No, no. Tú no pudiste haberme hecho esto.

—Yo… —me detuve—. Fue orden de tu hermano Alexander —le expliqué, mirando nerviosamente hacia la puerta—. Yo lo amo tanto, que…

—bajé los ojos, no podía decirle esto mirándolo a los ojos—. Lo hice por él. Ahora… —saqué el arma y me miró de manera incrédula.

—Tori —dijo levantando las manos, tratando de calmarme. Pero yo no lo iba a matar. Aunque tenía que sonar convincente, así que le dije:

—Yo no me llamo Tori. Soy Sophie Montblanc y ahora tú, morirás

por mi mano.

Le apunto directo al corazón, lista para susúrrale que está a salvo

cuando un disparo retumba en la habitación. Bastián se desploma en el suelo, muerto.

—¡Bastián! —grito y me arrodillo donde está su cuerpo—. ¡Bastián,

no! ¡Por favor, no!

—Bonita escena, fue perfecto —dijo Alexander—. Él muere creyendo que tú le disparaste y al final yo soy el que me cobro todo lo que el

desgraciado ha hecho —Alexander entra en la habitación con el arma en la mano—Ahora, vámonos de aquí. Antes de que alguien llegue.

Mi plan, mi vida y mi amor se fueron a la mierda. Todo en un maldito segundo. Pero ahora debo proteger a mi madre de Alexander, es lo único que me queda.

Septiembre 2014

Mi madre yace en el suelo con los ojos dilatados, su última mirada en este mundo.

Bastián juega con su cabeza, salpicando sangre por todos lados. Mi cara, mi camisa, la cama, el piso. Lo miro en shock y me quedo paralizada

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cuando me agarra del cabello tan fuertemente que creo que parte de mi

cuero cabelludo se viene con él. Eso me hace reaccionar, corro tanto como puedo por el cuarto. Tratando de salvarme. Tratando de huir de él.

Pero no puedo y yo sé que esta noche voy a morir.

—Pequeña zorra, morirás hoy tanto como tu amante lo hizo, como tu madre lo hizo —toma mi brazo y uno a uno corta los dedos de mi mano—.

Sufrirás tanto que desearas no haber nacido.

—Bastián… —murmuro a punto de desmayarme—. Por favor…

—Morirás, separare todas tus extremidades una a una de ti, y así,

solo así, descansaré en paz. Esa es mi misión.

Tomo mi antebrazo e hizo el mismo procedimiento con mi demás

huesos. No se cómo es que sigo consiente, a pesar de que él me está quebrando uno a uno mis huesos. Creo que tiene que ver con su venganza. Creo que

estaré viva durante todo el procedimiento.

—Por favor, Bastián, por favor —ruego lentamente. Mi voz fallando

por el dolor.

—Sophie Montblanc, tu amante murió —una macabra sonrisa asomándose por esa boca sin encías—. Te describiré como murió.

—Bastián… —ruego mientras comienza a meter un dedo por mi ojo, retirándolo de la cuenca y apretujándolo con sus manos. Tira del último hilo que conecta mi ojo con mi cabeza.

—Él, bueno, él me dijo que debía estar drogado —murmura mientras inspeccionaba mi otro ojo—. Y, pues, murió creyendo que estaba así, pero

malditamente disfruté de su muerte.

—Odié a ese hijo de puta, Bastián. Por favor déjame explicarte —supliqué lentamente temiendo perder mi otro ojo.

—No, ya es demasiado tarde —suspira—. Te dejaré este ojo con el fin de que veas todo lo que está por ocurrirte, Tori.

Parece que se olvidó de describirme como murió Alexander porque siguió con su cometido.

Bastián siguió con mi pecho, rasgo la delicada tela de la ropa que

tenía dejándome desnuda. Clavo sus dedos en mis costillas hasta que estos penetraron mi piel. Me abrió la caja torácica con sus dedos y todo lo que quedaba del torso. Primero saco mi hígado y mis viseras jugando, con

ellas como si fuesen tiras de elástico. Las almas nos estaban rodeando y prácticamente todas estaban peleando por mis intestinos como si estos

fueran su platillo favorito. Bastián saco todo de mí. Retiro costilla a costilla hasta que encontró mis pulmones y se los tiro a las almas que parecían perros peleándose por su pedazo de carne.

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—Dejaré el corazón para más tarde —dijo en voz alta y las almas

aullaron en aprobación.

—Bastián… —susurré con dolor. Me quedaban pocas fuerzas.

—¡Cállate! —gritó y con su mano metió el puño entero en mi boca. Me desgarro las mandíbulas y agarrando mi tráquea la saco por mi boca—. Así no podrás hablar más.

Las almas se acercaban a nosotros ansiosamente pero él con una mirada furibunda las apartó.

—Ahora, Tori, o Sophie, llegara tu fin. —Y yo agradecía al cielo, que

por más doloroso que fuera ya llegara mi anhelada muerte.

Él ya había separado todas las extremidades de mi cuerpo y con la

última mirada a este mundo morí. Mi corazón había dejado de latir.

Bastián lo tomó y lo estrujó, separándolo de mi pecho.

Al fin él pudo descansar en paz… y yo también lo hice.

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A ti

Escrito por Anna <3

Corregido por Bells767

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Sinopsis Escribo esto porque no se me ocurre una mejor manera de

desahogarme. Las demás opciones que tenía gastaban mis energías, eran temporales y, por lo tanto, infructíferas para el propósito: Que conozcas mi historia.

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Prólogo

Estoy comenzado una nueva aventura.

Me he mudado, cambié de universidad, tengo un trabajo y estoy dispuesta a cumplir mis sueños: Ser la mejor violinista del país… talvez

del mundo, ¿Por qué no?

Hoy estoy acabando de mudarme, hace una semana que mis padres enviaron muebles y algunas de mis cosas para que cuando llegara no

encontrara un lugar vacío y durmiera en el piso. Sí, ellos son un amor. Incluso me ayudaron a buscar un lugar.

El arrendatario es una pequeña agencia inmobiliaria, que nos dijo

que el lugar había estado deshabitado cerca de dos años, porque el propietario solo desapareció, así que el gobierno lo confiscó y vendió a la

agencia.

Su pérdida de antiguo dueño… mi ganancia.

El departamento está situado en una pequeña construcción de dos

pisos. El mío está arriba, no tiene una gran vista, porque estorbaban grandes edificios, pero tiene muchos ventanales por donde entra la luz, dos habitaciones, una de ellas con baño incluido —¡tiene una tina!— y la

cocina que conecta con la sala de estar. Es hermoso.

Así que aquí me encuentro, acomodando lo último de mis cajas en el

armario, cuando tocan mi puerta.

Es un poco extraño porque casi no conozco a muchas personas aquí… a menos que mamá, papá o ambos hayan venido a visitarme, así

que voy y abro la puerta.

Una señora como de unos cincuenta años está en mi puerta. Su

rostro es severo, como si venir aquí le fuera un inconveniente.

—¿Si, la puedo ayudar en algo?

—Eres la nueva inquilina —Lo dice más como afirmación que como

pregunta.

—Así es. Soy Viola Thomson ¿y usted?

—Este departamento tiene un gabinete de almacenamiento en el

sótano y está lleno de cosas del antiguo dueño, así que necesito que vayas a desocupar, acomodar, usar o tirar lo que sea que este ahí, porque está

invadiendo mi gabinete también. —dice, omitiendo mi pregunta—. Toma —

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estira su mano con un juego de llaves—. Uno es para entrar al sótano y el

otro, para tu gabinete.

Las tomo en mis manos y la señora da media vuelta y se va. Cuando

estoy a punto de cerrar la puerta, juro que la escucho decir ―ten cuidado‖, pero es tan bajo que probablemente solo lo imaginé.

Eso fue raro.

Aunque… ¿tengo donde almacenar cosas? ¡Genial!, podría meter…. mmm lo que sea… pero primero tendría que ir a escombrar. A lo mejor el antiguo dueño tenía cosas interesantes que podrían servirme o ya veré que

hacer con ellas. Pero por mientras, necesito un merecido baño.

Me despierto con ganas renovadas, el día está un poco nublado pero mi estado de ánimo podría iluminar el cielo, así de genial me siento. Hoy solo

tuve que ir a recoger mi horario de clases y trabajar una hora en la escuela de música comunitaria en la que doy lecciones de guitarra a niños

pequeños. En este momento vengo directo de ahí.

Estaciono mi bicicleta, tomo mi bolso y subo las escaleras laterales del edificio. Lo primero que quiero hacer era comer. Oh, sí. Tengo tanta

hambre que podría comerme una vaca entera.

—¡Oye! —oigo una voz a mi espalda. Me giro para ver a la misma señora de ayer.

—¿Dígame señora? Soy Viola, por cierto. —le recuerdo mi nombre.

—Como sea, ¿ya desocupaste el gabinete?

—No, señora, acab…

—¿Necesitas ayuda? —dice, interrumpiéndome con un toque gruñón en su voz. ¿Pero a esta que le pasa? Espero que no toda la gente de aquí

sea así. Mi ánimo decae un poco.

—Lo haré esta tarde. —me giro. No le respondo con malas palabras,

porque es una señora de edad y mis padres me educaron mejor que eso.

—¡Más te vale! —gritó a mi espalda.

Dios, lo iba hacer con tal de quitarme esa señora de encima. Pero

primero un sándwich.

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Una vez terminado mi pequeño aperitivo, tomo algunas cajas que me

sobraron de mi mudanza, un marcador, cinta para embalar y las llaves que me dio ayer la señora. Bajo al sótano y abro.

Está un poco oscuro, sólo hay unas pequeñas ventanas al ras del techo que dan a la calle y por las que entra muy poca luz solar. Añádele que el día está nublado y… bueno, tienes menos luz. Ojalá hubiera traído

una linterna. Tanteé la pared en busca de un interruptor, hasta que encontré uno y lo prendí.

La luz brilla tenuemente de unas lámparas que zumban en el techo,

mostrando un sótano que no es tan grande, pero que tiene dos compartimientos divididos por una malla y cerrados con un candado.

Cuando dijo que eran unos gabinetes pensé que era algo con más privacidad, aquí solo hay un espacio donde arrojar tus cosas que ya no quieres. En fin, voy a empaquetar todo y lo donaré para caridad.

Camino hacia el espacio donde hay un montón de cosas apiladas. Unas, por el peso, se inclinan peligrosamente a la malla opuesta, donde

está el compartimiento de la vecina. No es que estuviera invadiendo su propiedad, pero bueno, podía entender por qué le molestaba.

Tomo el candado con mis manos e inserto la llave. Lo primero que

noto es que hay mucho polvo, cajas mallugadas, ropa, unas lámparas y varios artículos que no logro distinguir bien. Coloco las cosas que traigo en el piso y pienso en la mejor manera de tratar con todo este desastre:

Empacar todo en cajas sin clasificar, cerrarlas y enviarlos a donación. Pero primero sacaré las cajas que ya están embaladas para poder tomar lo

demás.

Así que tomo la primera a mi vista, pero al alzarla la parte de debajo se desfonda, regando por todo el piso su contenido.

Genial. Esto lleva tanto tiempo aquí que todo se empieza a deshacer.

Tomo una de las cajas que traje para meter todo cuando me doy

cuenta que lo que se cayó eran papeles, hojas sueltas, unas con letras o dibujos, un par de cuadernos y fotografías.

Creo que al final de todo sí tengo que clasificar las cosas, no puedo

enviar basura a la caridad. Debería haber traído unas bolsas de basura también.

Me agacho para tomar las cosas, pero los dibujos en ellas son tan exquisitos que capturan mi atención. Hay siluetas de cuerpos sin rostro, partes del mismo cuerpo, trazos empezados de otros y dibujos

completamente terminados con mucho detalle; de verdad son bellísimos. Posiblemente el antiguo dueño era un artista, porque estos dibujos tienen técnica, posiblemente un pintor. Podría estar mirando por horas y siempre

encontraría un rasgo nuevo que ver.

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Junto varias hojas y las apilo. Talvez podría hasta hacer un álbum.

No tengo corazón para tirarlos, sería una pérdida de talento, así que me los quedaré.

Cuando estoy recogiendo más de estos, un sobre cae. Tiene varias hojas dobladas, por la forma en que se ve. Lo tomo y al mirar el contenido noto que no son más bocetos, sino letras, palabras escritas en papel con

lápiz. La caligrafía es torpe, como si lo hubieran tratado de escribir muy rápido, pero sus manos fuesen más lentas que sus pensamientos.

No debería leerla, no está en mí invadir la privacidad de alguien,

pero la curiosidad es una mala consejera de la moral.

Lo abro. Y empiezo a leer.

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1 Fecha: 31 de Octubre de 2013

Escribo esto porque no se me ocurre una mejor manera de desahogarme. Las demás opciones que tenía gastaban mis energías, eran temporales y, por lo tanto, infructíferas para el propósito: Que conozcas mi historia.

De nada sirve llorar —lo sé porque lo he hecho unas horas—. De nada serviría gritar a todo pulmón por ayuda —sólo conseguiría una garganta adolorida—. De nada serviría ir corriendo —como si pudiera— a decirle a alguien… sólo me ganaría un boleto al manicomio más cercano.

Así que solo me queda esta opción, escribir. Escribir hasta que mis dedos duelan, hasta que se me formen callos en ellos y las palmas de mis manos tengan grafito del lápiz. Hasta que las uñas se encajen en la madera y sangren… eso o hasta que quede inconsciente… lo que suceda primero.

Hace unos meses conocí a Diego. Nuestro encuentro fue casi una escena sacada de un libro de romance barato. Fue en medio de la lluvia.

Yo salía de mi trabajo de barista en un pequeño café en el centro de la ciudad. Afuera estaban empezando a caer apenas unas gotas del cielo gris. Pensé que aún tenía tiempo de llegar a la estación de metro que estaba a unas tres cuadras de donde trabajaba, pero hay veces que el clima simplemente no está en sintonía con tus planes. A mitad de mi camino la lluvia tomó toda su fuerza y cayó, acompañada de pequeñas ráfagas de aire y relámpagos, provocando que muchos de los peatones que transitábamos huyéramos a refugiarnos a algún lugar que nos proveyera seguridad.

Corrí y me detuve debajo de una cornisa de una tienda de ropa. Era pequeña pero el agua venía con ángulo, así que estaba a salvo por el momento. En una de las columnas al lado del vidrio del escaparate había un cartel comunicando que otra chica desapareció. Según la fecha, ya llevaba así aproximadamente cuatro meses. Era muy hermosa, a mediados de su juventud. Ya era demasiado tiempo, esperaba que estuviera bien.

La ola de desaparecidos iba en aumento en esta ciudad. Se estaba convirtiendo en un asunto nacional, porque muchos de ellos nunca regresaban. Si seguían con vida, lo más probable es que ya no estuvieran en este país, hubieran sido vendidos como ganado para cosas ilegales más allá de mi imaginación o eran torturados en espera de un rescate… otros simplemente desaparecían de la faz de la tierra.

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Un hombre con abrigo negro se detuvo al lado mío, haciéndome olvidar de mis pensamientos por un momento y se sacudió las gotas de su cara y cabello. Realmente le había tocado el lado salvaje del aguacero por cómo se veía.

—Parece que se estuviese cayendo el cielo. —dijo, aun sacudiéndose el agua.

—Es normal en esta época de año, señor. —Octubre siempre saca toda su furia en forma de agua.

—En eso tienes razón. —ladeó su cabeza para que lo viera y, bueno… no era un señor… para nada. Era joven, talvez unos veinticinco años como mucho, tenía una tez blanca y, oh, por dios, sus ojos…

Eran violetas, con un ligero toque azulado.

No puede ser. Tendrían que ser de contacto, nadie los tiene así de manera natural. Pero aunque fueran lentillas eran hermosos, hipnotizantes, y agrégale que estaban enmarcados por pestañas negras y ligeramente curvadas… esos ojos podían llevarte al cielo y nunca querer regresar.

—Señorita… ¿se encuentra bien? —preguntó con un poco de preocupación en su voz.

—Cla…clar…claro, ¿porque lo pregunta?

—Bueno, aún no me ha respondido y se sigue mojando la espalda.

¿Pero qué demonios?

Mi delgado suéter ya casi formaba parte de mi piel de lo mojado que estaba… me encontraba justo donde la cornisa termina, así que di un paso adelante, que me acercaba más al chico de ojos violeta.

Dios, estaba tan absorta en sus bellísimos ojos que no me di cuenta de que me había preguntado algo.

Bufó un poco, escondiendo su sonrisa. —Sí, suele pasarme a veces.

Ups. Creo que había dicho esa última parte en voz alta. Qué vergüenza.

—Lo siento, de verdad, no suelo distraerme así. —Oh, sí, era tan patética.

—No te preocupes, yo también tengo una fascinación por las cosas bellas. —me respondió, clavándome la mirada de una manera tan intensa que los vellos de mi cuello se erizaron.

De un momento a otro la lluvia cambio su curso y caía directamente sobre nosotros. Pegué un gritito, porque, Dios, esto sí que estaba helado. Las gotas parecían pequeños alfileres insertándose en mi piel.

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—Corramos. —dijo Diego, y lo seguí a un pequeño restaurante que estaba cruzando la avenida a unos cuantos locales de donde estábamos. Abrió la puerta para mí y me dejó pasar al cálido lugar.

—Por aquí. —Puso una de sus manos en mi cintura, guiándome a una mesa al lado de una ventana.

—Gra…gracias. —Esta vez no tartamudeé por la impresión de encontrarme con un guapísimo hombre, sino por el intenso frío que tenía.

—Siéntate. ¿Quieres un café, un chocolate caliente, un té? —preguntó, sentándose enfrente mío. Miró a los lados buscando a alguien que pudiera atenderlo.

—No es nece..necesario, de verdad, estoy bien.

—Tus labios se están poniendo azules. Yo diría que sí.

Llegó un chico a nuestra mesa pidiendo nuestra orden.

—Por favor, tráeme un café negro, y para la señorita… —se dirigió hacia a mi.

—Un chocolate caliente… por favor.

—Un café negro, un chocolate caliente y también tráigame un muffin de arándano por favor.

—Enseguida señor. —El camarero tomó nota y se fue.

De repente, se paró, se quitó su abrigo y me lo tendió.

—Oh, no. Estoy bien, de verdad, no necesito tu abrigo…

—Por favor, tómalo. Estás temblando y mojada. Esos labios azules cada vez me preocupan más. Por favor, póntelo. —lo cierto es que tenía mucho frio, pero mi orgullo no me dejaba aceptarlo. Por otro lado, mi cuerpo pedía a gritos calidez.

Me lo puse. Y enseguida sentí el calor que había dejado su cuerpo… rodeándome… tan bueno.

—Y dime, ¿cómo te llamas? —dijo.

—Mia. Y gracias, no tenías que hacer eso.

—Es mi placer, Mia. —Rara elección de palabras. De seguro era británico. ¿No era esa simple la excusa que daban las chicas en los libros, cuando se encontraban con un tipo raro/lindo? —. Yo soy Diego, por cierto.

Nos trajeron nuestra orden y bebimos. Hablamos de cosas triviales hasta que la lluvia cesó. Los temas como el clima, la devaluación del peso, la música y la extinción de animales eran de repente muy interesantes al escucharlos de sus labios.

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Al final descubrí que era un artista independiente de la escultura, soltero y le gustaba vivir la vida al máximo. Yo le comenté que trabajaba haciendo cafés a una cuadra y media.

Prometió que pasaría alguna vez a saludar.

Esperaba que no fuera sólo un comentario cortés y de verdad me visitara.

En esa época era un poco romántica. Ansiaba tener una aventura, encontrar el amor de mi vida, tener una historia de hadas y mi felices para siempre.

Sí, lo sé; era una idiota.

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2

Pasaron los días y Diego no apareció. Después de todo, creo que si era un comentario cortés, ahora deseo que de verdad lo hubiera sido. Pero la vida me tenía preparado algo más, algo para lo que no estaba lista… Dios, para lo que aún no estoy lista.

Pero al final de esa semana ocurrió. Los viernes me tocaba cerrar la cafetería y media hora antes llegó atravesando la puerta.

Vestía unos vaqueros oscuros con un Jersey gris de punto y corte en V sobre el pecho, se veía realmente bien. Pero lo que lo destacaba no era la ropa, ni siquiera su hermoso rostro, o sus impactantes ojos —aunque sin duda contribuían—, era su porte. Caminaba con soltura, como si el corto trayecto de la puerta al mostrador fuera una pasarela de moda. Eso y sumándole el aura de misterio que destilaba de él, hizo que los pocos clientes y la otra chica que atendía se voltearan a mirarlo.

No los juzgo, yo misma me lo estaba comiendo con los ojos.

—Viniste. —eso fue lo primero que salió de mi boca. Así es Mia, delata

tu entusiasmo.

—Oh, claro que lo hice. No pude antes, porque estaba en medio de un proyecto. —sonrió, levantando la comisura de su boca. Vaya, su cara se iluminaba como navidad cuando sonreía.

—Ah sí, ¿tus esculturas, cierto?

—Así es. —Recargó sus brazos en el mostrador.

—¿Deseas algo de tomar?

—En realidad, viene a invitarte a cenar.

Oh bueno, este no hace nada sin haberlo pensado.

—Me halagas, pero todavía no acaba mi turno y me toca cerrar.

—En ese caso, dame un café negro, una dona de chocolate y me iré a sentar a esa mesa de allá mientras terminas. —Me guiñó un ojo y dejé de respirar.

Estaba jodida.

Cuando el último de mis clientes se fue, Ari —mi compañera de trabajo— y yo empezamos a limpiar el lugar, rellenamos las máquinas de café e hice corte de caja mientras que Diego esperaba pacientemente en la

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mesa que había señalado anteriormente. Una vez terminado todo, salimos a una muy fresca noche.

—Y ¿a dónde iremos? —pregunte.

—Conozco un lugar donde preparan el mejor sushi de la ciudad, ¿te apetece ir?

—Suena como un plan para mí. —El sushi era una de mis debilidades. Esta cita no podía empezar mejor.

Porque era una cita, ¿no?

Yo y mi lado romántico. Ya puedo ver a mi subconsciente rodar sus

ojos.

El lugar fue todo lo que prometió ser. La comida era exquisita, él no mintió en eso. Además, tenían hasta uno de esos chefs que preparan todo en tu cara, fue casi artístico verlo hacer sushi. Y Diego se comportó como todo un caballero, pagó la cena y me llevó a casa. Cuando llegó el momento de despedirnos estaba dispuesta a besarlo con pasión, talvez hasta invitarlo a pasar, pero sólo tomo mi cara entre sus manos, besó mi frente, y dijo adiós… prometiendo que lo volvería ver al día siguiente.

Él fue.

Y estaba encantada.

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3

Enamorarme de Diego fue fácil, pero solo porque él lo hizo así. Era fácil cuando él se portaba con tanta clase y educación que tu madre estaría orgullosa, cuando te ponía toda su atención aunque le dijeras tonterías, cuando aceptaba jugar Scrabble1 aunque era pésimo en ello. Era fácil amarlo cuando se preocupaba por ti, cuando te recogía después del trabajo o te mandaba mensajes de texto de buenos días con una carita sonriente, cuando te miraba con esos ojos violeta como si fueras a desaparecer y estuviera memorizando todos tus rasgos o simplemente porque te tomaba de la mano en público y se veía orgulloso de hacerlo.

Sí, fue muy fácil caer.

Por eso estaba segura que cuando por fin me besara, no iba a haber vuelta atrás, iba a ser suya. Mi corazón ya había elegido a quién amar, y no había pedido mi opinión.

La cuarta cita fue el día que me tocaba descansar, una semana después de salir la última vez. Llamó a la puerta de mi casa temprano y me pidió que estuviera lista lo más pronto posible. Al preguntarle el porqué de la prisa, solo dijo—: Es una sorpresa. Date prisa, preciosa.

Ese día me vestí con unos vaqueros ajustados, unas botas de caña alta, una blusa de manga larga y un chaleco azul marino. No sabía qué era lo que tenía preparado, pero con lo loco que estaba el clima no iba a arriesgarme en salir en un vestido para regresar como un cubo de hielo.

Cuando salí de mi habitación él estaba en medio de la sala de estar, con mi pashmina2 en sus manos.

—Tendré que vendarte los ojos, Mia. —Esa idea no me entusiasmaba mucho.

—Mejor no.

—Vamos, es parte del misterio.

—Te prometo que cerraré mis ojos. —traté de negociar.

—No puedo permitir que haya riesgo de que espíes.

1 Juego de mesa que trata de formar palabras, que se cruzan entre ellas, sobre un

tablero. 2 Pañuelo estrecho tejido en lana de cachemir.

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Antes de que pudiera defenderme, volvió a decir—: Sé que lo harás —lo hubiera hecho—. Vamos, Mia, confía en mí.

Y deje que me pusiera la prenda alrededor de mi cabeza, bloqueando mi visión.

Me guio hasta la salida, me ayudó a subir a su auto y ajustó mi cinturón de seguridad.

—¿Puedo tener una pista de a dónde iremos? —pregunté cuando sentí que se había metido al coche.

—Mmm, no. Pero te puedo asegurar que te encantará. —y pude escuchar la sonrisa en su voz.

Arrancó el coche y nos pusimos en marcha. Llegamos alrededor de una hora después, más o menos. El tiempo con Diego parecía no tener sentido o lógica. Podría pasar toda la tarde con él y me parecerían minutos.

Así de enganchada estaba.

Así de ciega estaba.

—Hemos llegado, pero todavía no tienes permitido quitarte la venda de los ojos. —dijo, y escuché cómo se bajaba de auto.

Un segundo después estaba en mi puerta, tomó mi mano y me ayudó a bajar. Caminamos un corto trayecto hasta que nos detuvimos, escuche un peño ¡ding! Y sentí cómo nos elevamos.

Un ascensor… estábamos en un ascensor.

—Diego, ¿a dónde me llevas? —dije, aunque salió más como una divagación que una pregunta.

—Paciencia, preciosa, paciencia.

El ascensor se detuvo. Puso una mano en mi cintura y me dio un suave empujoncito para que caminara unos cuantos pasos hacia adelante.

Me quitó la venda.

Y lo que vi… me dejó sin palabras.

Estábamos en la azotea de un edificio. Había unas cuantas plantas formando pequeños jardines con estilo feng shui. El techo y lo que se supone fueran paredes eran de vidrio, lo que te permitía tener una vista completa a su alrededor… pero eso no era lo asombros, sino la vista… Veía el amanecer.

El horizonte se iluminaba con colores naranjas y amarillos cálidos, la luz se filtraba en el cielo, rompiendo con la oscuridad.

—Es hermoso. —susurré, apenas conteniendo la emoción.

—Lo más bello que he visto —su voz estaba muy cerca de mí. Me volteé y sus penetrantes ojos violeta me miraban—. Lo más bello. —repitió.

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Esta vez la palma de su mano acunó mi rostro, bajó su rostro y sus labios conectaron con los míos de la forma más tierna posible.

Lo sabía.

Un beso me desarmaría.

Un beso y sería suya.

Un beso sería mi perdición.

Lo fue.

Pero en ese momento no me importó.

Rompió el beso y se apartó un poco, aún con su mano en mi cara.

—Me encantaría ver tus obras. —solté de repente, y era cierto. Quería conocerlo, quería saber hasta el último detalle de su vida, que me desnudara su alma y confiara en mí. Dejó caer su mano.

Alzó un ceja —¿En serio?

—Por supuesto. Me has hablado de ellas, pero aún no las veo.

—Casi no me gusta que vean mi trabajo.

—¿Qué caso tiene hacerlas si sólo se quedan encerradas y nadie las disfruta?

—El arte que hago es personal. No lo hago para entretener a la gente o ganarme la vida, lo hago porque es algo que me gusta, me controla… digamos que hasta cierto punto es terapéutico.

—Oh.

Era lo único que se me ocurrió en ese momento. Nunca imaginé que fuera un artista solitario. Había imaginado que su trabajo llenaba las galerías de la ciudad… siempre me adelantaba a sacar conclusiones.

—Tengo algunas en mi departamento, si de verdad quieres verlas. —dijo, aunque creo que escuché cierta incertidumbre en su voz.

—De seguro son magníficas. —lo alenté.

—Entonces vamos. —me tomó de la mano y salimos del pequeño paraíso, dejando un cielo completamente azul a nuestras espaldas.

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4

Vivía en un edificio pequeño de apenas un piso y planta baja. Las escaleras estaban a un lado de éste, así podías acceder al piso de arriba sin molestar al vecino de abajo. Tenía un toque rústico, con toques de madera envejecida, como si la hubieran sacado de una revista vintage de decoración.

Te sentías en casa automáticamente. Como cuando un ratón entra a una rendija por comida y cree estar a salvo.

—Vivo en el piso de arriba. —Señaló con su mano—. Ven.

Guio el corto trayecto a su departamento.

Como toda chica ilusa deslumbrada por un chico guapo, entré. Fue una de las peores decisiones de mi vida, no imaginas a qué grado.

Pensé que iba a encontrar el típico piso de soltero. Ya sabes, todo desordenado, ropa sucia esparcida por todos lados, platos de comida sucios. Pero no, cuando abrió su puerta lo primero que vi fueron personas… o creí que eran personas.

Pero las personas no se quedaban congeladas en una sola posición.

Avancé hasta estar de pie en frente de ellas… mis mismos ojos querían comprobar que de verdad no eran reales.

—¿Estas son las esculturas que haces? —le pregunté.

—Sí… ¿Qué te parecen?

—Extraordinarias. —Y lo eran, se veía la calidad del trabajo. Siempre pensé que las esculturas que hacía eran de mármol o algún tipo de piedra… pero esto simplemente era otro nivel.

—¿Qué material usas?

—Muchos, en realidad, pero la base es látex y silicona. Las demás son desde materiales artísticos de caracterización hasta cosas básicas que tienes en casa.

—Nunca había visto algo así, Diego. Cuando me dijiste que hacías esculturas imaginé que eran de mármol o algo así. —le revelé algunos de mis pensamientos, sintiéndome una tonta ignorante.

Bufó, ocultando una sonrisa. —Mia, no sólo se puede hacer una figura en piedra con cincel y martillo. Puedes tomar cualquier material, desde

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plastilina, botellas de pet, vidrio, hielo, hasta las cosas más bizarras, como calcetines sucios… basura. No importa, al final lo que cuenta es lo que quisiste expresar con ello.

—¿Y qué quisiste expresar al crear personas que parecen reales?

—La belleza.

—¿La belleza?

—Sí, en su estado más puro. Eso es algo que no puedo hacer en mármol —dijo, tomándome el pelo con la última palabra—, pero sí es algo que el hiperrealismo me deja hacer.

Creo que debió leer mi confusión en la cara porque rápidamente añadió—: La corriente artística a la que me enfoco. Trata de hacer casi un retrato fiel de lo que es real.

—Para mí es impresionante, jamás lo había visto. —le dije, y continúe viendo las esculturas.

Había varias de tamaño natural, otras que solo eran la parte de un cuerpo, como un par de manos que supuse eran femeninas por lo delicadas que se veían y median como cuarenta centímetros entre las dos.

De verdad era hermoso.

Pero lo que más me llamo la atención fue la figura de una chica. Parecía un ángel con su cabello castaño ondulado atrás y ese vestido crema de corte suelto… deslumbraba a todas las demás. No es que las otras estuvieran menos espectaculares, pero ésta tenía alma propia. Incluso me parecía familiar…. ¿una famosa, talvez?

—Ese es mi proyecto más reciente. —anunció cuando vio que había captado mi interés.

—Diego, tienes un don —Me volteé a verlo—. Tus manos han sido bendecidas si eres capaz de hacer esto.

—¿Eso crees? —dijo, y pude ver un leve sonrojo en sus mejillas.

—Por supuesto. Deberías dejar que el mundo vea esto.

De pronto, su rostro se apagó volviéndose un poco severo.

—Te lo dije, no lo hago para que los demás lo vean.

Creí haber tocado un nervio, así que no insistí con el tema. Aunque no comprendía por qué lo activó. Diego no tenía pinta de inseguro… claro, sólo lo conocía de unas semanas.

—No tenía planeado venir aquí —anunció—, así que no tengo nada para desayunar. —Me miró un poco apenado.

—¡Oh, no te preocupes! En realidad no tengo mucha hambre.

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—Ni hablar. Hay un pequeño restaurante italiano cerca, iré por algo de comer ¿Está bien? —Retrocedió a la puerta, tomando sus llaves de una pequeña mesa que había a un lado de la entrada.

—Sí.

—Ya vuelvo. Siéntete como en casa. —Y se fue, cerrando la puerta.

Bueno….

Me di la vuelta otra vez. Esta vez además de ver las obras de arte miré el departamento

No había mucho, en realidad. Vivía de una forma sencilla, aparte de su sala de estar —que sólo tenía un sillón y una televisión— que estaba invadida por su arte, no se veía mucho más. Su cocina era pequeña, apenas con lo básico para preparar alimentos, la isla del desayuno venia incluida —sino no quiero ni imaginar dónde comería— y había un pequeño pasillo, donde se vislumbraban dos puertas que suponía que eran el baño y la habitación.

¿Cómo sería su cuarto? ¿Habría fotos familiares? ¿Más pinturas y

material de trabajo? Sí, tendría que ir a verlo en persona…

Caminé a la primera puerta y abrí con cuidado. Asomando un poco mi cabeza me di cuenta que era su habitación… ¡¡no podía creer que estuviera haciendo esto!!

Sí, claro, repítetelo hasta que te lo creas.

Una cama matrimonial con un edredón azul marino y cojines grises fue lo primero que vi. Había un par de cómodas con cajones al lado derecho, un escritorio con muchos papeles dispersos, y una puerta donde supuse estaba el closet… todo estaba impecable, eso fue lo siguiente que noté. Realmente me asombró; la habitación estaba limpia —talvez el escritorio fuera la excepción—, demasiado limpia.

Tenía que salir, seguro que notaría que estuve aquí. Cerré la puerta lo más despacio que pude y fui a la siguiente, que quería pensar era el baño.

Tomé el picaporte y gire.

No abrió.

Mmm, ¿por qué tendría su baño cerrado? A menos que no fuera un

baño. Curioso… pero por mas curiosidad que sintiera no podía abrir esa puerta sin una llave… y no pensaba en pedirla.

Así que regresé a la sala. Ya había tentado a mi suerte sin ser descubierta fisgoneando, así que mejor que me encontrara mirando su arte o la cocina y no su cuarto o tratando de abrir puertas.

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¿Qué pensaría?... Dios, soy una mala persona por violar la privacidad y confianza de alguien. Estoy segura que si fuera mi departamento y lo hubiera dejado a él solo, no querría que explorara mis cosas.

Y yo lo acaba de hacer.

Me avergüenzo de mí.

Ahora sé que si hubiera controlado mi curiosidad, talvez… sólo talvez no me encontraría en la situación que estoy en estos momentos. Talvez mi vida no hubiera dado un giro de trescientos sesenta grados.

Fui otra vez a la escultura de la joven que me había cautivado desde que entré al departamento. Sencillamente era espectacular lo real que se veía. Nunca imaginé que un poco de látex, silicona y varios materiales

sintéticos podrían crear algo tan hermoso, tan real.

Si las vieras en ilustraciones creerías que eran personas posando. Sin duda Diego tenía talento. Sabía transmitir cada detalle de los rasgos faciales, desde arrugas, formas del cráneo, lunares, ¡cabello! Era tan real que era inaudito.

Volví a sus ojos. No me había dado cuenta de que la rodeé para apreciarla mejor. Sus ojos tenían cierto brillo que parecía que te miraba.

Escalofríos corrieron por mi piel. Aquella escultura me intrigaba… estaba segura que la había visto en algún lugar… sólo que ¿dónde?

¿Talvez en una revista? ¿En un artículo de internet? Pero ¿no me

había dicho que su arte era personal, que no lo mostraba? Me había mentido, especulaba.

A veces odiaba a mi memoria. No iba a descansar hasta que supiera dónde y por qué la recordaba.

Seguí viéndola. El rosto estaba mirando hacia un lado, mostrando su perfil derecho. Su cabello castaño brillaba con la luz.

Fue cuando mi cerebro decidió mostrarme donde la había visto.

En un cartel pegado en una columna de una tienda de ropa

Era la chica que estaba desaparecida.

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Mis recuerdos regresaron a esa tarde de septiembre.

Yo salía de mi trabajo de barista en un pequeño café en el centro de la ciudad. Afuera estaban empezando a caer apenas unas gotas del cielo gris. Pensé que aún tenía tiempo de llegar a la estación de metro que estaba a unas tres cuadras de donde trabajaba, pero hay veces que el clima simplemente no está en sintonía con tus planes. A mitad de mi camino la lluvia tomó toda su fuerza y cayó, acompañada de pequeñas ráfagas de aire y relámpagos, provocando que muchos de los peatones que transitábamos huyéramos a refugiarnos a algún lugar que nos proveyera seguridad.

Corrí y me detuve debajo de una cornisa de una tienda de ropa. Era pequeña pero el agua venía con ángulo, así que estaba a salvo por el momento. En una de las columnas al lado del vidrio del escaparate había un cartel comunicando que otra chica desapareció. Según la fecha, ya llevaba así aproximadamente cuatro meses. Era muy hermosa, a mediados de su juventud. Ya era demasiado tiempo, esperaba que estuviera bien.

Sí… era ella.

Sólo que había desaparecido el tatuaje de su cuello, por eso tardé unos momentos en saber quién era. Pero no había duda alguna, era ella.

¿Cómo es que Diego hizo su escultura? Más importante ¿Por qué? Es algo que no podía explicar.

No sabía nada en ese momento. Aún estaba deslumbrada por todo lo que él me había mostrado que era… nunca imaginé de lo que sería capaz.

Volví a ella, esperando… ¿Qué? ¿Que cambiara de cara? ¿Qué mi memoria me dijera que no era cierto? Qué mis presentimientos no fueran reales? Pero mis ojos no me engañaban. Era ella, con o sin el tatuaje… uno que debería iniciar debajo de su oreja.

Pero en su lugar había un pedazo de lo que simulaba cuero cabelludo levantado. Un pequeño error a la hora de montar la escultura y que sólo lo percibías si estabas a cinco centímetros de distancia. Alcé mi dedo para pegarla al cráneo, la presioné.

No me esperaba lo que salió de ello.

Una liquido rojo oscuro se deslizo de la hendidura. Mi dedo se manchó con la sustancia y lentamente lo retiré, acercándomelo al rostro.

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Dios, esto era sangre.

—¿Qué haces? —la voz de Diego me hizo saltar. No lo había escuchado venir. Jesús, sentía que mi corazón se salía de mi pecho.

Lo miré mientras dejaba unas bolsas en la encimera de la cocina.

—Yo, eh... —Su mirada se clavó en mi dedo que aún estaba levantado. Su expresión cambio pasando de incredulidad al asombro, luego al… ¿miedo? Y por último furia, una que endureció su rostro.

Sus ojos se posaron en los míos, amenazándome.

Juro por Dios que fue la primera vez que sentí miedo de él.

Talvez fueron sólo unos segundos los que nos quedamos así, viéndonos, pero lo sentí como horas. La fuerza de su mirada me paralizaba, mi corazón sólo aumento su ritmo, incluso podía sentir un leve rastro de sudor acumulándose en mi cuello.

Estaba aterrada.

Acortó la distancia que había entre nosotros y me sentí temblar.

¡Vamos Mia, sé fuerte!

—Te lo repetiré ¿Qué es lo que estás haciendo? —su voz cambió. Ahora era severa y fría.

No es momento de intimidarse.

—¿Qu… qué… es… est… esto? —Le mostré mi dedo.

—Un adhesivo industrial que uso. Mia, no me gusta que la gente toque mis esculturas. Es una de las tantas razones por las que no las muestro a nadie. —bajó un poco el tono y en su mirada ya no había enojo, sino decepción.

—Lo siento. Sólo estaba viendo y una de las partes de su cabello estaba suelta y lo presioné para colocarla en su lugar. Juro que no hice nada más. —Si supiera que fisgoneé en su habitación…

—Mia, perdón si te hable muy duro. Es sólo que… de verdad no me gusta. Eres la primera persona que dejo que las vea así de cerca.

—No era mi intención, lo prometo, es sólo… es sólo que… me resultaba tan familiar…

—¿Qué?

—Digo, es que la conozco… bueno, no realmente —me estaba poniendo otra vez nerviosa y mi voz lo delataba—. La vi en un cartel de desaparecidos…. ¿Recuerdas el día que nos conocimos?

Dios, ya estaba divagando. Estar nerviosa me soltaba la lengua.

—¿Qué sabes sobre ella? —Me miró sospechosamente.

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Talvez él la conocía. Sí, eso debe ser. La conocía y tenían una conexión especial, por eso la esculpió.

Vaya, ahora me sentía celosa y estúpida.

—Nada. Sólo que lleva meses desaparecida. Tú… ¿la conocías? —le pregunté, con un poco de timidez.

—No realmente.

¿Eh?

—¿Entonces… por qué le hiciste una escultura?

—Es bonita ¿Te parece si comemos? —Se volvió a la cocina y empezó a sacar contendores de plástico.

¿Bonita? ¿Esa es su respuesta? No me gustaba nada, no le creía. Esta situación se estaba poniendo muy incómoda.

—¿Sabes? Creo que es hora de que me vaya, en la tarde tengo que ver a Ari y…

Ladeó su cara, mostrando una malvada media sonrisa.

—Eso no es cierto, es tu día libre. Dime, Mia ¿hay algo que me quieras decir?

¡Eres un mentiroso!

—No, nada. Sólo tengo algunos asuntos que atender.

—No vas a ir a ningún lado. —Su sonrisa cayó y esos ojos violetas me atravesaron.

—¿Perdón? —pregunte, incrédula.

—No quería hacer esto de esta manera. De verdad me agradabas, Mia. Deseaba conservarte un poco más, pero me lo estás poniendo difícil.

Adquirió un tono oscuro en su mirada. Comenzó a andar lentamente hacia a mí, como un león acechando a su presa. Tan despacio que sentía cómo la tensión de toda la habitación se acumulaba a mí alrededor.

—¿De qué ha… hablas?

De pronto, mi príncipe azul se convirtió en un ser siniestro cargado de

oscuras intenciones que sólo él conocía. Ya no estaba segura aquí, no con él. Para ser franca, creo que nunca lo estuve. Todo fue una ilusión, una actuación que supo representar muy bien.

Tenía que huir.

Corrí intentando rodearlo. Juro que traté, di todo lo que mis piernas me permitían, pero él es demasiando fuerte y rápido. Me alcanzó en unos segundos y me tomó del cabello, jalándomelo hasta que sentí mi cuero

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cabelludo arder. Me frenó en seco, haciéndome tambalear, y caí de espaldas.

—Mia… Mia. —canturreó, jalando mi cabello en dirección al pasillo—. Ahora harás lo que yo te diga, preciosa.

—Por favor, déjame ir. —Me resistí a que me llevara. Encajé mis tobillos en el piso, llevé mis manos a mi cabeza con la intención de liberarme. Si lograba someterme… no quería imaginarme lo que me haría.

No funciono. Siguió arrastrándome.

—No, Mia. Te di una oportunidad, que no aprovechaste. Ahora no te dejarte ir.

—¡Diego, por favor, me lastimas! —grité. Las lágrimas caían por mis ojos, mojándome las mejillas.

—¡Silencio!

—¡¿Por qué haces esto?! —grité—. ¿Por qué a mí? ¿Qué hice? Oh, Dios ¿qué harás conmigo?

Se detuvo de repente, lo que me tomó desprevenida. Aprovechando esa sorpresa, me levantó y me envolvió en sus brazos, inmovilizando los míos. Mi espalda estaba presionada contra su pecho. Podía sentir el calor que desprendía, los latidos frenéticos de su corazón, y escuchar su respiración cerca de mi oído.

—¿Por qué lo hago? —Susurró—. Mia, eres preciosa. Desde el primer momento en que te vi, no puedo apartar mis ojos de ti. Quería posar mis manos en tu cuerpo, memorizar cada detalle de tu fisionomía, aprender cada gesto que hacías… tomar cada una de tus respiraciones… quería poseer todo de ti… para después transformarlo en arte.

Los vellos de todo mi cuerpo se erizaron. Su aliento hacía que tuviera escalofríos y me quedé paralizada por completo.

El miedo es una graciosa reacción que tiene un efecto diferente en cada persona. A unos los despierta, los hace más fuertes… a otros los bloquea, limita su capacidad de reacción, pero los mantenía conscientes de su entorno.

Yo sólo me paralicé… el terror se instalaba en mis venas, el shock nublaba mi cerebro al saber que todo lo que creía no existía, que de alguna manera no saldría ilesa. Pero quería salir de aquí.

Piensa Mia… piensa.

Era estúpido luchar contra él, su fuerza y tamaño me superaban. Gritar hasta ahora no funcionaba, nadie venía —aunque tenía que seguir intentándolo—. Además, él no tenía la intención de dejarme ir… no sin hacer lo que quiera que haga y estaba segura de que no me gustaría. Así que mi

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única opción por ahora era prolongar mi tiempo hasta que encontrar una salida.

—Diego —intenté moderar mi voz—. Quiero entenderte, bebé. Sólo háblame, dame otra oportunidad. Tú también me gustas, lo sabes… me quedaré contigo. —esa última frase salió apenas en su susurro. Sólo esperaba que me creyera, que se descuidara, un leve error que podría darme mi boleto de salida.

—De verdad deseo creerte, bebé. Un tiempo atrás incluso podía confiar en ti, mi preciosa Mia ¿Pero ahora? Este es tu miedo hablando. —Sentí como su boca dejaba mi oído y se desplazaba por mi cuello, depositando un húmedo beso en la curva de mi hombro. Me estremecí—. Pero no te preocupes, claro que te quedarás conmigo.

Su palma aterrizó de repente en mi mejilla, a un costado de mi sien, haciendo girar levemente mi rostro, desorientándome. Mi visión se tornó borrosa. Diego me libero y volví a caer al suelo.

Era mi oportunidad.

Comencé a gatear en el piso, aunque mi cabeza daba vueltas. No podía ir más rápido aunque quisiera, ese golpe me descolocó por completo y estaba mareada. Mi determinación se vio interrumpida por una carcajada grotesca a mi espalda… no me volteé, seguí pecho a tierra intentando llegar a la puerta.

—¿Qué pasó Mia? ¿No que ibas a quedarte a mi lado? —dijo, aún con risa en su voz. Empezó a caminar.

—¡Eres un jodido enfermo, hijo de puta! —le grité. Mis uñas se enterraban en el piso para ayudarme a impulsarme. Sus pasos eran lentos como si estuviera disfrutando

—Oh, querida, rompes mi corazón. —sarcasmo no disimulado salió de voz—. ¿Sabes? Admiro tu tenacidad. Es una de las cosas que me atrajo de ti… pero necesitarás mucho más que fuerza de voluntad para irte de aquí.

Se paró en enfrente de mí, cortándome el paso. Todo lo que podía ver eran sus zapatos de vestir. Se puso en cuclillas y levantó mi barbilla para mirarme a los ojos —¿Me escuchaste? Sin embargo, conserva ese espíritu, siempre es entretenido ver algo de lucha.

Un pinchazo me atravesó donde anteriormente había depositado su beso. Mi cuerpo se tensó y comenzó a relajarse, adormeciéndose poco a poco.

Hasta que todo se volvió negro.

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Un extraño olor invadió mis fosas nasales, picaba y hacia que doliera mi cabeza. Mis ojos pesaban pero me obligué a abrirlos poco a poco. La luz atravesaba lastimosamente mis retinas, haciéndome entrecerrar los ojos.

Lo primero que noté fue que había mucha luz artificial reflejándose en el vidrio de la ventana en frente de mí. La noche era prematura afuera, ofreciendo las primeras sombras de oscuridad. Lo segundo, era que no podía moverme. Mis manos estaban atadas a mi costado y mis pies, unidos por restricciones sujetándome a una silla.

—Es natural que estés un poco adormecida al principio. La ketamina3 es un poco fuerte para los humanos, así que te recomiendo que te relajes.

Inmediatamente busqué la fuente de la voz. Diego estaba a mi izquierda, parado junto a la escultura de la chica perdida. En sus manos tenía guantes quirúrgicos y estaba examinando la parte de atrás de su cuello, donde le había dicho que se estaba desprendiendo.

—Eres un desgraciado. No puedo creer que me drogaras. —mi voz sonó pastosa, mi garganta se sentía seca

—No me dejaste otra opción. —sus dedos aún trabajaban y lo dijo de forma tan natural, como si le hubiera preguntado su color favorito. Ese maldito loco no me iba a dejar ir.

Del miedo que sentí en un principio floreció el enojo —no me malinterpretes, el miedo seguía ahí—, pero esta furia era contra mí por ser tan ilusa y débil como para caer en su hechizo. Estaba enojada con él por ser un hijo de puta asesino y encabronada con el mundo por no hacer nada al respecto. Porque ¿quién más lo sabía? Simplemente no era justo.

Él seguía haciendo de las suyas sin ningún pudor o castigo. Pero de una cosa sí estaba segura: no iba a dejar de luchar. Sabía que no tenía la fuerza física… pero todo lo que necesitaba era mi fuerza de voluntad y venganza. No solo por mí… sino también por la chica.

La chica.

El fuego perfecto para mantener mi llama…

—¿Qué es lo que le hiciste? —La dedicación, esmero e incluso ternura que estaba empleando en la figura habrían hecho pensar —para alguien en

3 Anestésico general que causa alucinaciones.

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el exterior— que él no pudo hacerle daño, que su desaparición no tenía nada que ver con Diego, pero las coincidencias no existen… lo sabía mejor ahora. Él es un demonio en la piel de un ángel.

Por un momento dejo lo que estaba haciendo y sus ojos violeta me miraron. —Sólo la convertí en arte. Ayudé a conservar su belleza, el tiempo nunca la afectará. —dijo, y retomó su actividad. Tomó un algodón y lo empapó de un líquido que estaba en un frasco oscuro. Lo esparció por donde habían estado sus dedos.

—¿Dónde está ella? —insistí. Sus respuestas hasta hora eran cripticas. Yo de verdad no entendía. La curiosidad me llevó a donde estaba ahora y seguía metiéndome en la boca del lobo, pero tenía determinación y eso no me iba a frenar.

—¿Dónde crees, Mia? —me dijo, acariciándole el cabello amorosamente.

¡Demonios!

¡DEMONIOS!

Ahora lo entendía… creo que de alguna manera lo supe desde el principio.

Había una razón de porqué el cabello se veía real y del mismo tono que en la fotografía. Las pestañas, cejas, rasgos faciales… todo encajaba. Por Dios…

Eran de ella. Era ella.

—La asesinaste. —susurré, más para mí que para él.

—¡La estoy inmortalizando, Mia! Tal como haré contigo. Tal belleza no puede simplemente desaparecer por algo tan corriente como el tiempo, ni destruirse por modas estúpidas y adornos corporales sin sentido… tal tipo de belleza merece vivir por siempre. Así que ¡deberías estar jodidamente agradecida por ello! Porque nunca envejecerás.

Lo que me aterró no fue la descripción de su locura, o incluso que implícitamente admitiera que la había asesinado. No, lo que realmente me aterró fue que realmente lo creía, realmente deseaba hacerme todas esas atrocidades, que lo iba a volver hacer…

No.

¡NO!

—¡¿Que esta jodidamente mal contigo?! —Mis manos y pies empezaron a retorcerse en un intento de liberarme—. ¡Tienes que dejarme ir! —grité con más fuerza.

Sonrió.

Malditamente sonrió de nuevo.

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—Vamos, Mia. Grita, llora… lo quiero absolutamente todo de ti. Quiero tus lágrimas, tu dolor, tu miedo… quiero tu sangre y ver a tu espíritu consumirse. ¡Vamos! Grita más alto. Nadie vendrá a ti.

Intenté desatarme con más fuerza, haciendo que la silla temblara en el piso. Tenía que salir de aquí. Él dijo que pensaba hacer lo mismo conmigo y no lo iba a permitir… iba a dar batalla hasta el final.

—¡Deja de hacer eso! —Me moví más—. ¿Quieres que te vuelva a inyectar? —Caminó hasta el otro lado de la habitación, a una mesa con sus materiales. Al darse la vuelta traía una jeringa en sus manos.

—¡No! ¡Diego, por favor! No lo hagas ¡No! —Estar privada de mis sentidos y no saber qué pasaba a mí alrededor de este psicópata me hacía

temblar. No quería no ser consciente de lo que me ocurría—. Me quedaré callada… lo prometo. —dije, disminuyendo el tono de mi voz.

Se detuvo, examinándome. —Has rompido ya tantas promesas que es tan difícil creerte. No lo haré. Mira, esta es una dosis más pequeña. No te noqueará, sólo te mantendrá tranquila. —retomó su andar hacia mí.

La cuerda de mis brazos me cortaba mientras intentaba quitarme las restricciones. Las de mis pies se estaban comenzando a aflojar. Sólo un poco más y uno estaría libre… sólo necesitaba uno.

Llegó a mí y alzó su mano para sostener mi rostro. —Deja de moverte, a menos que quieras que caiga en un lugar equivocado, como una arteria principal y eso sería desastroso... o talvez no tanto…

Se cortó a media frase. La punta de mi pie conectó con su parte más sensible, haciendo que la inyección se le cayera al piso.

Mi otro pie aún tenia enredada la cuerda, sin importar me levantara.

—¡Maldita hija de puta! ¿Quieres que te trate como a todas las demás? ¿Quieres sufrir? ¿Quieres que te anestesie por completo y que sólo tus ojos y cerebro estén despiertos para que puedas presenciar cómo te desuello? ¡¿Eso es lo quieres, zorra?! Sí, eso es lo quieres. —Remató con una risa que me ponía la piel de gallina.

Yo no quería eso. Joder, si por eso estoy medio brincando en un pie para llegar a la puerta o ventana o donde sea que mis piernas me permitan

llegar. La cuerdas en mi cuerpo restringían mi andar. Subí mi brazo con la intensión de zafarlo de las ataduras, hasta que salió y luego el otro.

Pero no llegue muy lejos… nunca llegué tan lejos.

—¡Suficiente, Mia! Verás cómo me las vas a pagar. —Jaló mi brazo, deteniéndome, sacudiéndome para voltearme.

Mis pies lanzaron patadas en todas direcciones, ninguna llegando a conectar con mi objetivo. Mi otro brazo jugaba con el suyo para que no lo agarrara también, así que mi única arma libre era mi cabeza.

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Y la utilicé.

Mi frente conectó con su nariz. Su mano libre fue directo a mi cara, dándome un puñetazo en el ojo que momentáneamente me dejo ciega. Pero por algún extraño milagro, la adrenalina bombeó en mis venas, arterias, tendones y músculos que le pertenecían a la palma de mi mano. La guio inmediatamente a su cabeza. Mis uñas se enterraron en su piel cortado la epidermis y algunos vasos sanguíneos superficiales que se empezaron a derramar en mis dedos.

Sus manos formaron puños y se estrellaron en mi pecho, cortándome la respiración y tirándome al suelo.

Moví mis brazos sobre mi estómago, abrazándome, pretendiendo

controlarme y que el oxígeno regresara. Cuando pude alzar mi rostro, Diego estaba gruñendo. La palma de su mano cubría su ojo izquierdo, de donde emanaba sangre rojo oscuro.

—Tú, maldita perra, te has ganado un boleto al infierno. Te lastimaré de formas que no puedes imaginar y estando consciente. No dejare que te duermas, no… no lo permitiré.

Su mirada se tornó oscura, maliciosa. Ahora no se tomó su tiempo para venir por mí, sólo lo hizo.

El aire regresaba poco a poco en mis pulmones, pero mi pecho dolía, mi cabeza parecía que la taladraban y mi ojo palpitaba de dolor. Ya no tenía fuerzas.

A Diego todavía le sobraban.

Tomó uno de mis brazos y me arrastró por el piso hacia la habitación más lejana.

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7 Cuando llegamos, me puso en frente suyo y me besó. Su beso era

hambriento, duro, cruel. Mis labios se cerraron, negándose a ceder. Eso no era lo que él quería, así que encajo sus dientes en mis labios, haciéndome abrirlos. El sabor metálico de la sangre se deslizó en mi lengua, probando todo el dolor que me estaba infringiendo.

Sentí el aguijonazo de la aguja en mis costillas y esta vez ardió, como si me estuvieran metiendo llamas en las venas.

Grité.

Grité con todas mis fuerzas en último intento… grité por todo el dolor que sentía, por una última esperanza de que me escucharán y vinieran a mi rescate. Grité por la desesperación que sentí… grité hasta que mi garganta se cerró.

No me di cuenta de cómo Diego abrió la habitación, o cuándo termino el beso y mucho menos cuándo me deposito adentro… sólo fui levemente consciente de cómo cerraba la puerta y de cómo sus últimas palabras me destrozaron:

—La próxima vez que el mundo te mire, serás una preciosa escultura en mi exposición personal.

Temblé. Esto simplemente no podía ser cierto. Es una pesadilla… una simple pesadilla.

Pero los deseos no siempre se cumplen.

Así que lloré. Lloré con las pocas fuerzas que me quedaban

Debí de quedarme dormida por unos instantes o mi cerebro decidió desconectarse de repente, porque cuando enfoqué mi mirada en la habitación miles de caras me miraban.

Las paredes estaban llenas de fotografías de mujeres haciendo sus actividades diarias: corriendo en el parque, esperando el autobús, comiendo

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en un restaurante, comprando en el supermercado o caminado por las calles. Todas ellas en diferentes partes del día.

¿Pero qué demonios?

Logré incorpórame un poco, colocando todo mi peso en uno de mis brazos y así poder acercarme a la pared enfrente de mí. El mar de caras formaba un gran collage que sólo un enfermo como Diego entendería…

Volteé mi cabeza.

Y una de las fotografías me cortó la respiración.

Era yo.

¡Demonios! ¡Era yo!

Estaba saliendo de la cafetería con Ari a mi lado. Era de noche, aún la recuerdo. Ese día íbamos a ir a la fiesta de cumpleaños de su novio en uno de los bares locales.

Sólo que esa noche sucedió semanas antes de que conociera a Diego.

Lágrimas salían de mis ojos, no podía creerlo. Él me estaba vigilando… ¡estaba acosando mi vida! Sabía cada movimiento que hacía, mis horarios de trabajo, lo que me gustaba… no era de extrañar que me enamorara tan rápido.

¡Joder! ¡Qué estúpida!

Él siempre estará dos pasos adelante de ti… observándote… midiendo tus reacciones, hasta que esté satisfecho con su próxima víctima, y entonces… sólo entonces, se acercará a ti.

Y yo que pensé que había sido una hermosa coincidencia… cuando encontrarte con él no es casualidad.

Todo esto estaba planeado meticulosamente.

Dios ¿A cuántas chicas les habrá hecho lo mismo? ¿Cuántas más tendrían que sufrir a manos de este maldito psicópata?

¡¿CUANTAS?!

¡Alguien tiene que frenarlo… alguien tiene que saberlo!

Empecé a buscar de forma frenética por toda la habitación. En una de las paredes había un escritorio con un desorden descomunal de hojas. Me impulsé a él para llegar.

Mi mano tanteó la superficie en busca de algo que me ayudara. Talvez habría un teléfono o una tableta... ¡algo! Sólo caían lápices de dibujo, hojas sueltas… y varios cuadernos empastados en piel.

No había nada.

Tome uno de ellos y lo abrí.

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Tenía un montón de dibujos… trazos de extremidades humanas. Lo solté, como si me quemara, y me arrastré hacia atrás lo más que pude, alejándome como si fuera la peste.

¡Este tipo está totalmente enfermo!

Estaba completamente horrorizada. Sabía cómo estaba constituido el cuerpo, sabía dónde estaban unidos los huesos, cómo consérvalos, dónde cortar…

Un grito se me escapó. Mi garganta no dejaba salir sonidos coherentes, por lo que sonaba como un lamentable sollozo. Este iba hacer mi fin… ¿y lo último que hacía era lamentarme?

¡Joder, no!

Tome un puño de hojas y lápiz.

Comencé a escribir.

Así que ahora estoy aquí, encerrada en este cuarto, donde un millón de ojos de las victimas me miran. Incluso puedo ver compasión en ellas.

No me queda nada. Ya no hay fuerza en mi cuerpo por la droga que me inyectó. Ya no hay voz que salga por mi boca. Ya no hay lágrimas que digan que sigo luchando… sólo hay dolor… dolor y adormecimiento.

Siento que muy pronto mis dedos dejarán de moverse, que mis ojos no tardarán en cerrarse y que mi conciencia se deslizará en una profunda oscuridad.

Debo de confesarte que tengo miedo.

Es lo único que puedo sentir, el miedo de no ver más a mi familia, de no discutir con Ari por no preparar bien un latte de caramelo, de no acabar la universidad. Miedo de caer en la profunda nada y sentir cómo mi cuerpo es rasgado…

Tengo tanto miedo.

Y no quiero morir con miedo.

Silencio….

Puedo sentir que viene, escucho sus pasos…

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Oh dios… ¿Qué he hecho para merecer esto? ¡¿QUE FUE LO QUE HICE MAL?!

Mi cuerpo tiembla. Mi pulso se eleva, y cierro mis ojos con todas mis fuerzas.

La carta termina con borrones apenas legibles como para leerlos. Veo que la página que está ondeando con violencia, hasta que me doy cuenta de que es mi mano.

Suelto la carta y cae con los demás papeles en el suelo, donde están todos esos bocetos que antes creía hermosos… y que posiblemente son los

trazos que después se marcarían en mármol o moldearían el silicón con látex.

No puedo estar más aquí.

Corro a la salida, sin importarme dejar abierto o desordenado.

Ya arriba, trato de tranquilizarme, pero no paro de ver las escenas

que describía, de escuchar los gritos que probablemente había dado… de creer que en esta casa se cometieron asesinatos… creer que las esculturas que hay abajo son... son…

Cadáveres.

Es inverosímil.

Tomo mis llaves y salgo del departamento cuando el espacio

empezaba a sofocarme…

Bajo las escaleras, aún aturdida, sin poder creer en esto, porque

creerlo lo haría real… y no quiero.

No quiero no poder dormir por las noches.

No quiero tener que mirar sobre mi hombro cuando camine.

No quiero imaginarme a todas esas víctimas.

No quiero…

No quiero pensar en gente sufriendo, siendo torturada, masacrada y mutilada por un loco enfermo obsesionado con la belleza.

No quiero que sea real.

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No puede ser real… estas cosas pertenecen a la ficción.

—Disculpe, señorita, ¿podría decirme la hora?

Levanto mi vista hacia el frente, y me encuentro con un par de ojos

violeta.

Siempre estará dos pasos por delante de ti.

Era alto, muy bien parecido, tez blanca… tenía una cicatriz en la

ceja…

Encontrarte con él no es una casualidad.

Los vellos de mi cuerpo se erizan, mi ritmo cardíaco aumenta, mi

respiración comienza a agitarse. Siento cómo el miedo se desliza por mi piel eclipsando a la adrenalina… sólo quiero corre. Mi instinto de

supervivencia dice que grite… pero mi pies están pegados al piso y mi garganta, cerrada… no puedo respirar.

Él sonríe.

Él te matara.

Mierda.

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Epílogo

Cuidado… él ya viene por ti.

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Fobia

Escrito por AureaAspen

Corregido por Sandry

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Sinopsis Seis alumnos, una noche.

En el anochecer de Halloween, seis alumnos se verán inmersos en la versión real de sus peores pesadillas.

Encerrados, sin ninguna forma de escapar, tendrán que correr

si quieren sobrevivir.

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1 La puerta se cierra con un estruendo y ellos seis se quedan allí,

sentados, sin saber muy bien qué hacer. Se miran durante unos segundos

y luego cada uno vuelve a su tarea anterior. El castigo apenas ha comenzado, así que aún les queda un buen rato de aburrida convivencia

por delante. Elissa, Brad, Garreth, Hiro, Daliah y Tim son sus nombres, y aunque no es la primera vez que se ven, sí es la primera vez que respiran el mismo aire.

Elissa, la animadora jefe, es rubia, alta, de ojos azules y tiene buena delantera. Y lo sabe, por supuesto. Y lo utiliza en su beneficio, es una lástima que no haya nadie a quién seducir para salir de aquel embrollo.

Arrugando la nariz en una mueca que afea ligeramente sus facciones, se entretiene limándose las uñas mientras piensa en lo estúpidos que son

todos los mortales y en cómo ella ha sido tan idiota como para dejarse castigar el día de Halloween.

Brad, el deportista, es un muchacho de pelo castaño, ojos marrones,

alto y musculoso. Desde que entró en el equipo del instituto, todos le han dicho que es una estrella y ha acabado por creérselo. Sólo teme que cuando se gradué todo cambie. Pero ese día aún no llega, así que juega a

lanzar al techo su pelota de rugby, imaginándose en la cabeza partidos de fútbol americano en los que él es el héroe.

Garreth, es el chico malo. Etiqueta que le fue impuesta ya desde su primer año debido a que le gustaba vestir con botas y cazadoras de cuero. Con el pelo azabache cayéndole por los hombros, ojos verdes, alto y de

rostro que quita el aliento, también lo llaman así por ser el mayor ligón del instituto; posición que no le ha podido arrebatar ni siquiera Brad. Con

actitud aburrida, mira por la ventana esperando que el castigo termine cuanto antes.

Hiro, apodado el friki de los ordenadores. No es que le importe

demasiado. De origen chino, es moreno, de cara redondeada y ojos negros. Aprovechando que el profesor se ha ido, saca de su bolsillo trasero una consola y se pone a jugar con la intención de pasarse al menos tres niveles

antes de que aparezca de nuevo.

Daliah, la niña buena del instituto, estudiosa y el orgullo de la

mayoría de los profesores. La cara de su maestro de literatura cuando entró en el aula de castigo, es una que no olvidará jamás. Tiene los cabellos castaños, la piel clara y unos ojos de color miel que analizan con

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la mirada cada cosa que se pone frente a ella. Con un suspiro, continúa

leyendo su libro al mismo tiempo que ignora decidida a los demás.

Tim, es el hazmerreír de la escuela. Tiene el pelo rubio, pero no es

un rubio brillante como el de Elissa, sino de panoja y sin chispa. Es bajito para su edad, regordete y, para rematar, un tímido sin remedio, así que se alegra cuando al irse el profesor nadie parece percatarse de su presencia.

Con cuidado y sin hacer ruido, se agazapa en su asiento intentando inútilmente desaparecer, a la vez que se come una chocolatina medio derretida que ha encontrado en el bolsillo interior de su chaqueta.

El profesor de literatura regresa unos minutos después, encontrándolos de esta forma. Bufa irritado dirigiéndose a su escritorio.

Hiro no debería tener un aparato electrónico ni Tim debería comer ni Brad debería jugar con el balón, pero él está demasiado cansado para decirles nada en un día que se ha convertido en un verdadero suplicio. Ojalá eliminasen el día de Halloween del calendario escolar, piensa mientras saca unas redacciones de su maletín y se pone a corregirlas, agradecido

por el silencio.

La tercera y la cuarta vez que el profesor tiene que salir corriendo del aula, los seis alumnos ni se inmutan, sabiendo que volverá en cuanto haya deshecho el barullo que hay en los pasillos. Continúan a lo suyo, sin

moverse lo más mínimo, resueltos a no conseguir otro castigo pronto.

Cuando a la séptima vez, transcurre una hora y el maestro no ha regresado, los chicos se dan cuenta de que algo no va del todo bien.

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2 Brad es el primero en reaccionar lanzando el balón a la puerta de la

clase, sobresaltando a los otros cinco.

—¡Brad! ¡Idiota! ¿Qué te crees que haces? —chilla sin recato Elissa soltando la lima que vuela desde su mano al pupitre contiguo al suyo.

—¡Estoy harto! ¡Me largo! —exclama Brad poniéndose de pie y yendo a por su balón.

—¡Eso, lárgate! ¡Así no tendremos que soportar tu asquerosa

presencia! —replica Elissa, observando como el jugador de rugby agarra el pomo y tira para abrir la puerta.

—¡No te parecía tan asquerosa esta mañana en el cuartillo del

conserje! —grita el chico cerrando de golpe.

—¡Idiota! —insulta Elissa a plena voz, aún sabiendo que es posible

que él ya no pueda escucharla—. Si no hubiera sido por él ahora podría estar disfrutando de mi magnífica fiesta de Halloween vestida con mi disfraz nuevo de Catwoman —refunfuña alcanzando de nuevo su lima y

admirando la manicura perfecta de sus manos.

—Gracias por hacernos partícipes de tu desgracia, Elissa. Realmente nos interesa mucho —dice con ironía Daliah, cerrando de golpe su libro.

Elissa sonríe y se acerca a Daliah.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué no nos cuentas porqué te han castigado a ti,

Doña Perfección?

—Eso no es de tu incumbencia —rebate Daliah poniéndose en pie y enfrentándola.

—Por si te interesa, Elissa, a mí me han castigado por haber traído unos porros y fumármelos durante el descanso, ¿por qué te han castigado

a ti, Hiro? —suelta Garreth interrumpiendo a Elissa, que le dirige una mirada asesina.

Hiro, concentrado en su juego, sólo murmura un ―¿qué?‖, sin

despegar los ojos de la luminosa pantalla. Daliah le gesticula un gracias a Garreth con los labios y éste le lanza una sonrisa colocando los pies sobre la mesa mirando de nuevo al exterior, haciendo que Elissa emitiese un

gruñido nada propio de ella. Viéndose vencida, Elissa camina a su pupitre cuando Brad irrumpe en el aula como una exhalación.

—¡Se han ido

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3 —¡Se han ido! ¡Se han ido! —grita una y otra vez, recorriendo el aula

con pasos largos.

—¡Brad! ¡Por el amor del cielo, basta! ¿Quién se ha ido? —prorrumpe Elissa poniéndose en jarras en medio de su paseo.

—¡Todos! ¡Todos, maldita sea! ¡Estamos solos!

—¿Cómo que solos? ¿Y los profesores? —pregunta Tim con un deje de miedo.

—¿Qué parte de ―solos‖ no has entendido, pardillo? —contesta Brad con burla en la voz.

En ese momento, Daliah se pone en pie entre los dos muchachos,

mirando hacia Brad.

—Muy bien, relajémonos. Esto tiene que ser algún tipo de

malentendido —dice ella frunciendo el entrecejo—. Brad, ¿estás seguro de lo que estás diciendo? ¿Has ido a la sala de profesores?

Los ojos del deportista se abren de par en par y con lentitud estampa

su mano contra su frente, varios suspiros se escuchan en el silencio y Daliah sonríe.

—¿Ves? Apuesto a qué sólo ha sido un error. Vayamos a la sala de

profesores. Después de todo ya casi está anocheciendo —comenta mirando por la ventana.

Elissa rueda los ojos, echándose el cabello rubio hacia atrás con un ademán.

—Supongo que es una buena idea —expresa la animadora.

—Bien. Vámonos.

Brad se da la vuelta, asumiendo que los demás lo seguirán. Elissa va

detrás con su bolso colgado al hombro y con su característico movimiento de caderas. Daliah resopla, mirando hacia los otros tres chicos y se pone a caminar. Garreth se levanta, recoge su chaqueta del respaldo de la silla y

se la cuelga al hombro. Hiro guarda su juego, agarra la mochila y sale sin mirar a Timothy, quien agacha la cabeza, siendo el último en traspasar la puerta.

Los seis caminan separados, cada uno perdido en sus pensamientos. Los pasillos tienen las luces apagadas y la oscuridad de la noche empieza

a cubrir las paredes, las luces de los coches que circulan por la carretera

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creando sombras extrañas. A lo lejos, se pueden escuchar los gritos y risas

de los niños, que disfrazados de toda clase de criaturas sobrenaturales y personajes literarios, van a pedir caramelos a las casas rezando el típico

“¡Truco o trato!”.

Elissa se acerca a Brad y con una trémula sonrisa se cuelga de su brazo. Lanza unas risitas para disimular, mientras las últimas luces del

sol empiezan a desaparecer. Tras ellos, los demás se aproximan los unos a los otros casi sin darse cuenta.

El pasillo parece hacerse cada vez más largo, con el bullicio de la

calle amortiguado por el sonido de los pasos sobre el suelo de baldosas. Un chirrido tras ellos les hace pararse abruptamente, girando las cabezas,

buscando qué ha sido. Unos segundos después, apresuran el paso.

Elissa clava sus uñas en el brazo del deportista, haciendo que éste se suelte de su agarre y adelante el paso. Daliah pasa por su lado

sosteniendo su libro como si se tratara de un salvavidas. A sólo unos pasos están los otros tres, pero Elissa no se queda parada por más tiempo.

Poniéndose a la misma altura que la otra chica de su comitiva, inicia de nuevo la caminata, esperando que no tarden mucho en encontrar la sala de profesores.

Un grito de triunfo de Brad hace que todos salgan corriendo a su encuentro, para toparse con que no hay nadie allí y que el deportista se está cebando con la puerta cerrada.

—¡Joder! ¡Cabrones de mierda! —vocea Brad dándole una patada a la madera.

—¿Y ahora qué hacemos? —pregunta Elissa mirando a su alrededor.

—¿Y si probamos con la puerta principal? A lo mejor está abierta —propone Tim con su particular vocecita.

—¡Gran idea! —exclama Garreth al tiempo que se vuelve hacia el chico más bajo—. Eh, ¿tu nombre era…?

—Tim.

—¡Eso! ¡Bien pensado, Jim! Vayamos allí —expone mirando a los demás y olvidándose de la existencia del muchacho.

—Es Tim —murmulla sin entusiasmo Tim, cuando todos empiezan a caminar.

Sólo le oye Daliah, que se le acerca, le da una sutil sonrisa y le

aprieta el hombro en señal de apoyo. Luego mira al frente y se aleja, siguiendo a los demás y dejándole el último. Golpeando con los pies el

suelo de baldosas, Tim camina hasta que desaparecen por el corredor, rumbo a la salida.

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Elissa prefiere no pensar demasiado cuando se da cuenta de que la

oscuridad se cierne cada vez más sobre ella. Las sombras la persiguen y al elevar la mirada percibe unos ojos que la observan en la negrura. Se

aproxima a la persona más cercana y baja el rostro al suelo. Oprime entre sus brazos el bolso, sin que le importe que se arruguen los apuntes o las cosas que lleva dentro. Sólo quiere salir de una vez de ahí e irse a la cama.

El sonido de un atronador porrazo hace vibrar las taquillas de acero que tienen a ambos lados. Los seis salen lanzados hacia el lugar de donde ha provenido el ruido. Con rapidez se estampan contra el portón, el cual

parece haber sido cerrado hace unos segundos. La golpean, gritan hasta desgañitarse, mas nadie les contesta o intenta abrirles.

—¡Estoy hasta las narices! ¡Quiero salir de una puta vez de aquí! —grita Brad aporreando la pared.

La luz de un coche alumbra levemente el sitio y los seis regresan a

sus posiciones haciendo todo el ruido que pueden. Brad intenta arrancar la fuente de agua desesperado, pero Garreth se lo impide. Los motores

dejan de escucharse y los adolescentes se dejan caer al suelo derrotados.

—Queremos salir de aquí, no destrozar el instituto —dice Garreth con la advertencia pintada en la voz.

Brad le empuja para quitárselo de encima y sale en dirección contraria.

—¿A dónde vas? ¡Brad! —grita Elissa yendo detrás.

Con un bufido vencido, Garreth les sigue y Daliah mira a los otro dos.

—Vamos, no podemos quedarnos aquí.

Brad alcanza la puerta de la sala de profesores y comienza a darle patadas y a lanzarse, con su hombro por delante, contra ella. Los demás

no tardan mucho en llegar y tras un pequeño forcejeo, Garreth y Hiro logran que se aparte. El deportista lo hace, con un humor de perros y

ganas de destrozar algo, como la cara de Garreth que se ha puesto dos veces en su camino.

Hiro y Garreth se arreglan la ropa, al tiempo que las dos chicas se

acercan a la puerta y giran el picaporte varias veces. Garreth se adelanta, apartando con cuidado a Elissa, quién se empina sobre sus zapatos para ver algo, y luego se agacha frente a la cerradura.

—Hiro, ¿tu consola tiene luz?

—¡Pues claro! —exclama el aludido, sacando de su pantalón el objeto

y encendiéndolo.

Al instante, un haz de luz deslumbra a los presentes, que se tienen que tapar por un momento los ojos con las manos, hasta que sus iris se

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acostumbran a la claridad. Garreth, el primero en recuperarse, coloca la

mano de Hiro de forma que apunte al picaporte y luego rebusca entre sus bolsillos sin éxito.

—Chicas, ¿por casualidad alguna tendría un par de horquillas?

—Por supuesto —suelta Elissa, que mete sus manos entre los mechones de su pelo y le da las dos agujas solicitadas.

Garreth se pone en marcha y unos minutos después de ardua pelea, se escucha el famoso clic de las películas. El chico se incorpora y gira la

manivela, dejado entrar a los demás. Un ventanal rectangular deja entrar un poco de luz del exterior y todos miran con curiosidad, ya que nunca habían estado allí, parece que es un lugar práctico sin adornos. Una mesa

en el medio de la estancia, repisas con libros y archivadores en las paredes, un mostrador en un lateral con un par de cafeteras y una tetera y una pequeña nevera con algunos dulces dentro. Mientras los demás se

reparten por el cuarto, Elissa va hacia el interruptor de la luz, pero éste no parece funcionar.

—¡No hay luz! ¿Por qué no hay luz?

—Tal vez hay un apagón —susurra con timidez Tim.

—No seas idiota, las farolas de la calle están encendidas —replica

Brad y Tim corre a refugiarse al lado de Garreth, quién le ignora.

Hiro, que desde que ha entrado ha estado recorriendo cada rincón

de la sala con la luz de su aparato, de repente, se dirige con rapidez a una repisa y coge en los brazos una caja. La coloca en la mesa central que los profesores utilizan en sus reuniones y la abre sin muchas

contemplaciones. Allí, están sus teléfonos, entre otras cosas.

Con jadeos y chillidos de asombro se lanzan a por sus teléfonos, para darse cuenta de que ninguno se enciende. Aunque esto no parece ser

nuevo para Hiro.

—A veces lo hacen. Les quitan las baterías —dice elevándose de

hombros.

Daliah vuelve a intentar encender su terminal, sin poder, así que se lo guarda en el bolso. Elissa gruñe frustrada y también lo tira dentro de su

bolsa. Hiro, sin embargo, alcanza su consola y su teléfono, se deja caer en uno de los sillones y empieza a desmontarlos, alumbrándose por una

linterna que ha encontrado también en la caja.

—A lo mejor puedo hacer un apaño, pero voy a necesitar un par más.

Al momento, Brad y Garreth dejan caer los suyos sobre la mesa, al lado de Hiro.

—Iba a comprarme uno nuevo, de todas formas —dice Brad.

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Al cabo de unos minutos, en los que sólo se oye trabajar a Hiro,

Elissa se pone en pie y enuncia que quiere ir al baño. El grupo decide que nadie camine solo y designan a Brad para que la acompañe. Este acepta a

regañadientes.

Elissa sale primero y comienza a caminar hacia los baños. Brad refunfuña y la alcanza unos segundos después.

Los pasos resuenan como tambores en el estupor de la noche. Sólo

el tenue resplandor que llega a través de las ventanas ilumina los pasillos. Elissa traga saliva cuando atraviesa una zona especialmente oscura, Brad

la sigue, silbando una canción inventada. Una ventana se cierra de golpe, Elissa chilla, mirando de un lado a otro. Brad suelta una carcajada.

—Sólo es el viento, Eli.

—Me he dado cuenta, gracias. —El retintín en la voz de la chica hace sonreír a Brad, que se pone a la altura de ella y juntos continúan.

La oscuridad parece incrementarse a cada pisada, Elissa no sabe si es producto de su imaginación, pero aún así retuerce entre sus manos el asa de su bolso. Escucha un jadeo, mas no ha salido de ella o de Brad. Su

respiración se agita y se encuentra así misma buscando a su alrededor con la mirada.

¡Bam!

El golpe hace que los pelos de su nuca se ericen y de golpe se voltea. Sus ojos intentan discernir algo entre las sombras, a pesar de que allí no

parece haber nada.

—Eli, ¿qué pasa ahora? —Brad rueda los ojos, contemplándola cansado.

La chica chasquea la lengua, sin hacerle caso.

—Es que tengo la sensación de que alguien nos observa.

Brad frunce el entrecejo y mira en la misma dirección que ella, cuando de repente se oye un chirrido tras ellos y el sonido de unos zapatos corriendo. No se lo piensa, sus pies se ponen en movimiento como si se

tratara de una jugada de fútbol más. Escucha a Elissa jadear tras él, pero Brad no se detiene. Si aquello es una broma él va a terminarla ahora mismo.

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—¡Espera, Brad! ¡No puedo más! —grita Elissa a sus espaldas, a lo

que él hace oídos sordos.

Volverá a por ella.

¿Qué puede pasarle?

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4 No sabe cuántos corredores ha atravesado ya, pero el cansancio

empieza a pesarle. Brad mira su contorno, no recuerda muy bien aquella

zona. Después de todo es la parte donde se encuentra la biblioteca y él se congratula de nunca dejarse ver por allí. Los pasos empiezan a moverse de

nuevo, llevándolo al interior, rodeándole de estanterías llenas de libros.

Brad sonríe. ¿Quiere jugar? Pues vamos a jugar.

Escondido entre dos aparadores, se quita los botines con cuidado y

los deja sobre la repisa más alta a la que llega. Luego se queda muy quieto, en perspectiva de un ruido que delate a su chistoso amigo. Lo que no se

espera, es lo que ocurre a continuación.

Los altavoces se encienden y el himno del instituto sale por ellos. Al terminar, los megáfonos se quedan en silencio.

—¡Bienvenidos alumnos! —Una voz grave y alterada por modulador se ríe—. ¡Oh, qué divertido! Nunca me había escuchado hablar así —dice y suelta otra risa—. Bien, bien. Ahora quiero daros una grata recepción a la

renovada ¡noche de Halloween! Durante las próximas horas tendréis la oportunidad de vivir dentro de vuestras más horripilantes pesadillas.

Bienvenidos a: ¡Fobia!

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5 —¿Cómo vas Hiro? —replica Garreth.

—Terminando.

—¿No puedes darte más prisa? —Daliah se acerca al chico y su expresión alterada queda iluminada por la linterna.

—Oye, hago lo que puedo. ¿Quieres hacerlo tú?

—Perdona, es que estoy algo nerviosa. —Daliah se abraza a sí misma y se dirige a la ventana, dónde mira al exterior y suspira.

Garreth se acerca a su lado y le susurra en voz baja.

—¿Estás bien?

Daliah se ríe, negando con la cabeza.

—¿Sabes? Ni siquiera debería estar hoy aquí —dice con un soplido—. Mis padres habían decidido irse el fin de semana a nuestra casa en el

lago y yo les dije que no quería perderme las clases. Y encima, para colmo, hoy tengo mi primer día de castigo. Todo porque a mi mejor amiga se le ha ocurrido ocultar sus apuntes en mi estuche.

—¿Te refieres al examen de matemáticas de esta mañana? —pregunta extrañado Garreth.

—A eso es exactamente a lo que me refiero. —Daliah se cruza de

brazos y mira hacia atrás—. Oye, ¿crees que sabe lo que hace? Parece estar dando palos de ciego, allí detrás.

—¿Hiro? Ya lo creo. Ese tipo es un friki de la tecnología, si hay alguien que puede sacarnos de aquí, es él.

Daliah asiente, aunque no se queda demasiado tranquila. Desde el

castigo de esa mañana siente que hay algo que huele mal. Ayudándose de la luz de las farolas, mira el reloj.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que se fueron esos dos? Los baños no están tan lejos —señala Daliah.

Garreth la mira, sorprendido y Hiro se eleva de hombros.

—¿Y si les ha pasado algo? —suena la asustadiza voz de Tim desde el rincón que se ha auto adjudicado.

—Deberíamos ir a buscarlos —salta Garreth con resolución.

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—Id vosotros tres. Yo me quedo a terminar esto —indica Hiro sin

levantar la cabeza de los aparatos.

—Ninguno debería quedarse sólo —objeta Daliah—. Aunque sólo sea

por si acaso…

No termina de decir la frase, cuando roja cual adorno de Navidad, irrumpe en la estancia Elissa. Jadeante, con el pelo hecho una piltrafa y

los zapatos de plataforma en la mano, se apoya en el marco de la puerta y les mira con los ojos entornados.

—Brad, el muy idiota se ha ido persiguiendo a alguien… —explica

intentando recuperar el aliento.

—¿Cómo? ¿A quién? —pregunta Garreth ansioso.

—Si hubiera podido verlo no habría dicho a alguien, idiota —murmura Elissa dejándose caer en una de las sillas—. De todas formas, es posible que pronto salgamos de aquí. En cuanto Brad atrape a ese tipo,

esta tontería acabará y nos iremos a casa.

De pronto, el himno de la escuela resuena en los altavoces

sobresaltando a los cinco, que se quedan paralizados sin saber qué hacer. La voz extraña y distorsionada surge después. Daliah escucha las palabras sin saber si debe darles crédito o no. La risa, casi enloquecida, le manda

un escalofrío que le sube desde la raíz de su columna vertebral hasta la nuca. Traga saliva, pegando la espalda al cristal helado y húmedo de la ventana. Cuando finaliza, todos permanecen en un tedioso silencio.

Y entonces se escucha un fuerte azote.

¡Bam, bam, bam!

Uno tras otro, pájaros negros con los picos de un brillante naranja, se estrellan contra el ventanal. Daliah corre a esconderse tras la mesa, llevándose consigo a Garreth, que parece estar en shock. El estruendo

crece a cada instante, haciendo casi imposible escuchar algo más. Daliah ve a Elissa, oculta tras una estantería, Hiro está a su lado, protegiendo los

aparatos, ahora casi más dañados que antes, pero no localiza a Tim.

Lo ve justo debajo de la ventana, protegiéndose con los brazos y sacudiéndose con cada golpe. Daliah sabe que no debería, pero aún así se

alza y corre a por Tim, lo coge del brazo y se lo lleva a rastras en el mismo momento que la ventana se rompe en pequeños y agudos cristales, bajo la presión de los pájaros, que entran en bandada y picotean todo lo que

pillan.

Daliah se cubre con una silla y empieza a golpear a todo lo que se

acerca a ella.

—¡Tenemos que salir! ¡Hiro, Elissa, Garreth! ¡Rápido!

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En medio de los picotazos y los cristales rotos, Daliah arrastra a Tim

hasta que salen al pasillo y los pájaros atraviesan el marco de la puerta volando en todas direcciones, perdiéndose en la penumbra.

Sin aliento, se tiran desmadejados en el suelo, cuando Elissa se da cuenta de que falta alguien.

—¡Garreth! ¿Dónde está Garreth?

Daliah abre los ojos como platos y se asoma al interior de la sala, allí, agazapado en postura fetal está Garreth, balbuceando cosas sin sentido. A duras penas, Daliah se arrastra sobre manos y rodillas hasta el

chico. Le sacude el hombro varias veces, en cada ocasión un poco más fuerte, cuando él parece reaccionar.

Al mirarle, sus ojos están inyectados en sangre. Daliah se echa hacia atrás, pero Garreth la coge por el tobillo y tira de ella, agarrándola por el cuello con ambas manos hasta ponerla de pie junto a la ventana rota. Los

trozos de cristales se le clavan en la espalda, pero es tal la fuerza que ejerce sobre su garganta, que a la chica le es imposible decir nada.

Unos gritos empiezan a escucharse lo lejos, pero Daliah tiene la mirada borrosa y sus ojos se cierran, sumiéndola en la oscuridad.

—¡Daliah! ¡Despierta! ¡Maldita sea! ¡Alguien! ¡Ayudadme!

Los bramidos se filtran entre las tinieblas de su consciencia, hasta

que Daliah abre los ojos con lentitud y se da cuenta de que nada la sostiene, salvo un par de manos sudorosas con las uñas pintadas de rosa.

Chilla y se retuerce, y el agarre se afloja. Elissa le reclama que no se mueva, y a la vez sigue pidiendo ayuda. Unas segundas manos se unen a las primeras, mas no son suficientes para subirla. Daliah se estremece y

unas lágrimas le brotan de los ojos. Las cuatro manos que la sujetan se resbalan y en el último segundo, cuando ella ya piensa que su final ha

llegado, alguien la sube.

Garreth la deja en el suelo, y ella rauda se aleja de él. Elissa y Daliah se abrazan y observan al chico esfumarse por la puerta.

—¿Qué ha pasado? —consigue preguntar con su voz lastimada.

—No lo sé, te he visto forcejear y entonces te ha empujado. Pero era como si no estuviera aquí, como si no supiera... Al verlo he corrido y Hiro

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me ha ayudado a sujetarte. Garreth parece que se ha despertado con los

gritos y nos ha ayudado. Tim ha desaparecido. Pero no lo sé, no lo sé. No sé qué está pasando. —Elissa se pone a llorar, su maquillaje hace tiempo

que se ha corrido con sus lágrimas.

Hiro está a unos metros, con la linterna en la mano y dándole patadas a los aparatos que han terminado por ser chatarra. Parece que

nunca saldrán de allí.

Unos pasos corriendo rompen de nuevo el silencio, seguidos de algo más. Daliah sabe lo que son, es a lo que más teme. Más picaduras, sólo

que esta vez pueden ser mortales.

Se levanta, aunque sus piernas a penas la sujetan e insta a los otros

dos a hacer lo mismo. Ven corriendo a Garreth y Daliah sabe que no queda tiempo, hay que salir de allí.

—¡Vamos! ¡Vamos!

—No. Estoy cansada, ya no quiero…

—¡Cállate, Elissa! ¡Y corre!

Siente que debe devolverle el favor y la agarra del brazo con fuerza. Hiro las sigue detrás. Pasan la puerta a la vez que un enjambre de avispas llega a su altura.

Elissa grita y aumenta sus zancadas, los pies ensangrentados y su ropa rota por algunas partes. Daliah, a su lado, la imita, recordando que ha dejado su inyección de adrenalina en su bolso. No puede dejar que la

piquen.

Detrás de ellas el ejército de avispas atraviesa el aire y su zumbido

pita en sus oídos. Giran una esquina y Elissa cae en un hueco en el suelo, aúlla desesperada su nombre, pero Daliah no puede parar. No sabe dónde ha ido Hiro o qué ha podido ser de él, cuando escucha sus bramidos. Más

lágrimas caen de sus ojos, hasta que alguien la coge y la mete en un cuarto a oscuras.

Garreth la abraza y Daliah se derrumba, ni siquiera reacciona ante el que ha sido su agresor y ha intentado matarla antes. Ha perdido a Elissa, que la ha ayudado aunque no se soporten y Hiro ha sufrido uno de

los más atroces daños que ella puede imaginar, si es que aún sigue vivo.

Una luz ilumina la estancia y grita. La sombra de un cuerpo colgado se proyecta sobre la pared. Se dan la vuelta y se da cuenta de que es Brad.

Los brazos le cuelgan inertes en sus costados y su iris reluce con lágrimas no derramadas. El tétrico maquillaje de colores hace que chille de nuevo.

Tiene que salir de ahí.

Se quita los brazos de Garreth de encima, quién le increpa que no se vaya y sale corriendo al pasillo, las avispas se arremolinan sobre el cuerpo

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de Hiro, a pocos metros del agujero por el que ha caído Elissa, y Daliah

corre en dirección contraria.

Dos pasillos después, todo está sumido en el silencio. Dobla en un

corredor más, cuando tropieza y cae encima de algo blando. Mira hacia abajo y ve los ojos de Tim, que la observan sin expresión.

Un alarido desgarrador resuena en todo el instituto, mientras Daliah

manchada de sangre corre evaporándose entre las sombras.

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6 Los encuentran a la mañana siguiente repartidos por toda la

escuela, en distintos estados de trastorno.

Brad es encontrado en la enfermería, con una sábana atada al cuello. Aún respira, pero los médicos no quieren dar demasiadas

esperanzas. Tiene los ojos abiertos en una mueca de espanto, su cara está maquillada con pinturas de payaso y no reacciona cuando los agentes lo agarran por las axilas y se lo llevan.

Garreth se encuentra en el suelo a pocos metros de Brad. Se despierta asestando golpes a diestro y siniestro, haciendo que tengan que inmovilizarlo antes de sacarlo del salón.

Elissa ha sucumbido al agotamiento, pero escucha a los agentes cuando le dicen que la van a salvar de allí, así que suelta unos sollozos

cuando finalmente la sacan del agujero y se deja llevar con las piernas temblorosas.

A Daliah la encuentran dentro de un aula en medio de una

barricada que ha construido con todo lo que ha podido encontrar. Su ropa no está mucho mejor que la del resto de sus compañeros y la sangre esparcida no les da buena espina. No obstante, no opone demasiada

resistencia, poniéndose de pie y sujetándose al brazo que la ha ayudado, su mente desviada a terrenos más dispares.

Los cuerpos destripados de Hiro y Tim no son encontrados.

Los cuatro son llevados por los pasillos, en distintos estados de lucidez, pero aún así son capaces de darse cuenta, para su estupor, que

estos están completamente limpios, sin rastro de lo que ha sucedido la noche anterior. Elissa gimotea más fuerte y le clava las uñas al funcionario

que la acompaña hacia el exterior del instituto.

Es en aquel momento cuando todo se aclara en su mente. Daliah abre los ojos como dos platos y cada uno de los detalles, cada hecho que

les ha pasado se vislumbra como una cadena ordenada de acontecimientos, guiados por una mente maestra.

Mientras el policía le coloca una manta sobre los hombros y la

escolta al interior del coche patrulla, la chica al fin comprende lo que ha estado ocurriendo toda la noche. No ha sido más que un juego. Un juego

perverso y perfectamente bien orquestado. La puerta se cierra y ella se arrebuja en la cobija.

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Las sirenas llenan el ambiente, con los policías intentando, sin éxito,

dispersar a la multitud de alumnos, padres, profesores y curiosos que se han congregado en torno al colegio.

Daliah mira a la aglomeración, con su intelecto aún repasando cada pincelada de la noche anterior. Las caras, los murmullos, los ojos abiertos por la fascinación. Todos queriendo saber, cuando ni siquiera ella está

completamente segura de si lo que piensa es cierto o es una explicación que ha buscado su racional mente.

Entonces los ve, escondidos entre la masa. Dos chicos muertos. Uno

tiene un pájaro negro en la mano y el otro un payaso. Sus sonrisas contradicen el odio que se puede leer en sus ojos. Dos pequeños

psicópatas les han arrastrado a sus juegos infantiles de venganza.

Desde el interior de la seguridad del automóvil, Daliah les observa con detenimiento. Como pasan desapercibidos entre el gentío, como si

fueran fantasmas.

Un chillido desgarrador se oye desde el interior de otro de los coches,

seguidos de más gritos y golpes. Parece que los demás al fin se han dado cuenta de la presencia de los difuntos.

La ambulancia arranca la primera, llevando a Brad al hospital y

Daliah cierra los ojos, recostándose en el asiento y se deja llevar hasta comisaría. Aún le queda tiempo para idear una coartada.

Después de todo, ¿quién iba a creer la verdad?

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Sangre

Escrita por Fany Keaton

Corregida por Mae

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Sinopsis: Eran mi familia. Mi lazo. Mi sangre.

Los que deberían protegerme y amarme.

Se suponía que no me quitaran lo que amaba.

Se suponía que no me destruyeran.

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1 Mi corazón latía en mi pecho tan rápido como si estuviera siendo

perseguida por un jaguar en medio del Amazonas. Aunque bueno, se

podría decir que no era muy diferente.

No era un jaguar.

Ni me encontraba en el Amazona.

El bosque de noche se veía aún más peligroso que de día, teniendo en cuenta que era un bosque desierto.

Me oculté detrás de un árbol mientras escuchaba las pisadas acercarse. Dos personas corrían en mi dirección y el árbol no era lo suficiente grande para ocultarme por completo. Escaneé el lugar

rápidamente y vi una ardilla surgir de entre la tierra y echarse a correr bosque abajo. Tragué saliva tratando de no imaginarme que cosas habían

en ese hueco, y si era bastante profundo como para esconderme. Si no lo era, no tan solo perdería tiempo, si no que me encontrarían.

Y me llevarían de regreso.

Sacudí mi cabeza por un momento, tratando de controlar mi respiración frenética. Una gota de sudor se deslizó por mi sien, seguida por otra a cada segundo que me mantenía allí.

Respiré profundo y tomé una decisión.

Antes de que se acercaran, me agaché en el suelo, y empecé a

arrastrarme con cuidado de no hacer crujir las hojas o alguna rama.

Era octubre, por lo que había muchas hojas secas caídas, era casi imposible moverte sin hacer algún ruido, pero tenía que hacerlo.

En El Palacio debían estar cenando. Copas chocando contra las otras, la cena siendo servida en bandejas de plata y las sonrisas en sus

rostros extendiéndose hasta parecen muñecos sonrientes. Todo estos invitados adulándose los unos a otros como si no quisieran girarle el cuello al otro y tomar las riendas de todas las propiedades de esa familia. Todos,

excepto mi familia. Debían estar preocupados por sus hijas en medio del bosque durante una noche como esta.

El Palacio era mi casa, el lugar en donde crecí. Donde jugaba con

mis padres durante pequeña, comía todos los días, pasaba tiempo relajándome en la piscina o en la biblioteca. En donde mis hermanas

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mayores me enseñaron a vestir y cómo comportarme, donde mi padre se

preocupaba por mí y trataba de darme siempre lo mejor.

Pero también era el hogar de las mentiras y la crueldad.

Mi estómago se revolvió tan solo de recordar lo que le hicieron a Jax.

Dios, Jax.

Respiré rápidamente tratando de controlar el impulso de vomitar

justo allí.

El día de hoy era mi cumpleaños número veintiuno, el día que debía ―unirme a la familia‖. La primera vez que mi padre lo dijo, me reí de tan

absurdo anuncio. Ya era parte de la familia. Ya era una Donovan Klozlov del Reino Unido. Hasta el día de mi muerte lo llevaría en la sangre.

—Ese día tendremos una gran fiesta y luego te daré una sorpresa. Sé que te gustará —me dijo mi padre al final de la cena hace tres semanas.

Todo ese tiempo se la pasaron planeando.

—Apuesto que sí, padre —bromeé. Su sonrisa se había ensanchado y sus ojos brillaron con orgullo a la vez que tomaba la mano de mi madre y

ella asentía, complacida.

En estos momentos odiaba ser una Klozlov.

Malditos enfermos de mierda. ¿Me pregunto si seré adoptada?

¿Quizá necesitaban que su último miembro fuera una mujer y mi verdadera madre murió durante el parto, así que me llevaron con ellos? Pero no, tenía su sangre. Eso fue más que comprobado.

Pensar en Jax me hacía querer gritar en pleno bosque, con personas siguiéndome, de dolor. De lástima. De impotencia. De anhelo. De soledad.

La familia Donovan Klozlov siempre fue reconocida por su impecable dedicación a sus estudios y trabajos. Mis padres, Amthra Stinol y Wes Donovan Klozlov (por su puesto, mi madre al casarse se cambió su apellido

por los de mi padre, al igual que nosotras solo tenemos los apellidos de mi padre, porque a mi madre nunca le gustó el suyo), eran dueños de una

compañía Textiles Klozlov. Dinero nunca nos faltó, y a pesar de todo, hicieron lo mejor para estar con nosotros y atener a todos nuestros eventos especiales durante la escuela.

Nunca lo habría pensado.

Tenía dos hermanas mayores, que también trabajaban en diferentes aéreas de la compañía, Katria, la mayor, trabajaba en el departamento de

contabilidad. Suwni, la del medio, trabajaba en el departamento de relaciones internacionales y yo, finalmente; se suponía que trabajara en la

publicidad y mercadeo. Pero nunca lo quise, en realidad me fui a estudiar pintura a espalda de mis padres hasta que, por supuesto, se enteraron y

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me permitieron estudiar pintura siempre y cuando tuviera otro

bachillerato en publicidad y mercadeo.

Lo bueno de esto es que nunca tendría que volver a poner un pie en

esa facultad.

—¡Maldita sea! Te dije que no la dejaras escapar. —Escuché gritar a Katria, y toda mi mente volvió al presente, como si un balde de agua fría

me hubiera caído encima. Miré el hueco delante de mí y me apresuré a entrar lo más silenciosamente posible.

—¡No me vuelvas a gritar, Katria! ¡Sabes que no fue mi culpa! Lytrek

siempre ha sido la más rápida de las tres. Quién sabe por dónde se encuentre ahora. Cerca, lejos, no importa. De seguro encontró un lugar

para esconderse.

Suwni me conocía bien.

Me escondía.

En un hueco.

Traté de averiguar qué era lo que se encontraba a mí alrededor pero

la poca luz que proveía la luna no era lo suficiente como para ver bien el hueco. Di un paso al frente y mis botas se hundieron en algo pegajoso. Repasé todas las posibilidades de lo que podía ser, hasta el familiar ruido

aceleró mi pulso al darme cuenta de que era. Gusanos. Cientos de ellos.

Suprimí un gemido apretando los labios tratando de alejarme del ruido que hacían unos pegados a los otros.

Me encontraba en un hueco lleno de gusanos… y quién sabe qué más habría por aquí.

—Eso no tiene nada que ver —dijo Katria—. Eras la encargada de ella. Se supone que la vigilaras. Sabes cómo iba a reaccionar ante lo de Jax. Era tan jodidamente sentimentalista, apegada a ese tipo, que lo más

obvio era que saliera corriendo.

—Bueno, a la casa de los Berrignton no ha ido. Padre llamó y el

señor Berrignton le dijo que nadie ha pasado por allá.

—Ese viejo es capaz de esconderla. Pero dudo que haya cruzado todo el bosque hacia su casa.

—Lo cruzaba para encontrarse con Jax.

—De día Sunwi, no es lo mismo de noche. Esta mierda casi no se ve —siseó Katria y escuché el sonido de las plantas moviéndose a la vez que

revisaba entre ellas.

—Además —continuó Katria—, dudo que vaya a refugiarse por allá.

¿Qué le dirá al señor Berrignton? Hola, señor Berrignton, ¿me puedo ocultar en su casa por unos días? Mi familia me persigue para poder

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terminar una tradición. Y, ¿oh, no espere que Jax regrese, mi familia

acaba de comérselo?

—No hicimos eso exactamente.

—Casi.

—Aún queda algo de él.

—No durará mucho tiempo. A mí no me importa, solo quiero un poco

de sangre. Mis colmillos comienzan a aflojarse.

—Eso es de tanto cuellos que muerdes.

—Nah, es la sangre. Tengo que admitir que la de Jax fue bastante

buena. He tenido mejores, pero sirvió para mantenerme por un buen tiempo.

—Ajá. Concuerdo contigo.

—Ay, Sunwin. ¿Viste la cara de Lytrek cuando encontró a Jax colgando de las cadenas y los colmillos de madre sobre su cuello?

Sunwi suspiró. —Asombroso. Lástima que no le gustara la sangre, un poco más y se ahoga con toda la que padre le metió en la boca.

Aunque, si lo ves de otro modo es bastante asqueroso, madre mordió el cuello del novio de su hija.

—Sip. Pooooobre Lytrek, siempre la más frágil. Aprende de ella,

Sunwi. Juntarse con humanos nunca es bueno.

—Solo lo dices porque eres una amargada. Tú le diste la idea de tomar a Jax para la tradición familiar, solo porque no le interesabas a él.

Jadeé, incapaz de ocultar el sonido ante eso. ¿A Katria le gustaba Jax? ¿Ella fue la responsable de su… su muerte? No, no podía ser así. Me

rehusaba a pensar que Katria era tan cruel como para hacer algo así y disfrutártelo. Las lágrimas llenarnos mis ojos pero me negué a derramarlas.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Katria.

Mierda. No, no, no, no, no.

—Sí, deja ver que es.

Las escuché acercarse e hice lo único que se me ocurrió, me acosté en el suelo tratando de quedar lo más pegada a la esquina que pudiera.

Gusanos me cubrieron de la cabeza a los pies y tuve que apretar la boca cerrar los ojos para no gritar. Mi respiración errática se encontraba a punto de darme un paro cardiaco. Odiaba los insectos y estos eran de los

peores.

—Mira esto —dijo Katria, y supuse que fue Sunwi la que se acercó—,

un jodido hoyo de gusanos.

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—Ahhhhhhh —gritó Sunwi—, deja, deja. Los odio, que asco.

—Umm, ¿qué tal si buscamos a Lytrek y la tiramos ahí un rato? Ella los odia.

—Madre te amonestaría.

—Ugh, aguafiestas. Ni modo, mejor vámonos a buscar y dejar de perder el tiempo.

—Claro, jefecita. —Sunwi se rió sin ganas.

Al escuchar sus pasos alejarse salí de ese hoy tan rápido como pude y me sacudí. Mi fobia amenazaba con apoderarse de mí. Metí mis dedos en

mi cabello para sacar los que se metieron metido ahí. —Vamos, vamos —dije respirando con dificultad.

Empecé a pensar a donde tenía que ir ahora. Ir a la casa del señor Berrington estaba descartado, de seguro las chicas me buscarían ahí tarde o temprano, además no podía enfrentar al señor Berrington en estos

momentos.

La puerta de mi habitación se abrió de la nada. Me di la vuelta para ver a Katria y a Sunwi entrando con sus vestidos de gala. Katria llevaba un vestido corto color azul que combinaba son con sus ojos, ajustado en la cintura y sin tirantes. Unos pocos diamantes formaban un lazo a su costado, tacones negros y el cabello recogido en un delicado moño y el maquillaje perfectamente colocado. Mientras que Sunwi también se encontraba igual de maquillada, pero tenía un vestido amarillo más fluido, hasta debajo de las rodillas. Tenía solo una manga con un broche de esmeraldas y su cabello corto perfectamente lacio. Se veían increíbles.

—Se ven hermosas, hermanas —les dije, sonriendo.

Katria me miró y silbó. —Que sexy ese vestido, Lytrek.

De hecho lo era. Un vestido rojo de mangas largas, y largo hasta los pies, pero con una abertura al lado desde los muslos hasta los pies, combinado con unos tacones color negro, y mi largo cabello ondulado por completo, mi maquillaje era más reservado excepto por mis labios. Madre quiso que usara labial rojo fuerte. Me negué, pero luego me dijo que era

necesario que dejara una marca.

Nunca le pregunté en qué.

Me encogí de hombros y Katria levantó una ceja. —¿Saldrás con Jax hoy?

—Supongo que después de la cena.

—Oh, sí que les gustará. Especialmente a Jax.

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—Eso espero. —Sonreí—. Nos preparamos bien para esto. Incluso fuimos a comprar nuestros atuendos juntos.

—Um —dijo Sunwi—, ¿segura de que quieres bajar a cenar?

Asentí. —Claro. De hecho, ¿saben dónde se quedó Jax?

Sunwi se puso rígida y apartó la mirada mientras que Katria sonreía de lado. —Se quedó con padre, tenían… asuntos de que hablar.

—¿Qué asuntos? Jax nunca me comentó nada.

—Y no creo que lo haga —murmuró Sunwi.

—¿Qué?

—Nada —dijo Katria—. Bajemos de una vez.

—Bueno.

Salimos de mi habitación y bajamos al gran salón donde distintas familias de sociedad se encontraban bailando y conversando. Luego de un largo rato saludándolos, tomé a Katria del hombro y la hice a un lado lejos del ojo público.

—¿Dónde está Jax? —siseé—. Me envió un mensaje hace una hora de que había llegado y aun nada que lo veo.

—Lytrek, tranquila, te llevaré a verlo.

—Solo dime dónde está y yo voy.

—Ven —dijo con dura.

En algún momento Sunwi se debió unirse a nosotras para irnos por el pasillo que conducía al sótano de la casa. Me pregunté por qué nos encontrábamos aquí abajo.

Antes de poder preguntarles a las chicas, Katria abrió la puerta y lo que vi me hizo detenerme, llevar una mano a mi pecho y soltar un grito. —¡¿Pero qué hacen?! ¡Jax! Jax, ¿estás bien?

Jax abrió los ojos ensangrentados y me miró por un momento como si pensara algo.

Lágrimas se deslizaron por mi rostro y un sollozo se escapó de mi

boca. —Demasiada sangre —susurré.

Jax se encontraba de pie, sujetado por cadenas de metales, sin camisa y todo su cuerpo ensangrentado. Madre se hallaba detrás de él, con los colmillos enterrados en su cuello y una expresión de gozo en su rostro.

Busqué algo que pudiera lanzarle, y cuando di un paso hacia la estatua de cobre en el escritorio, padre me sostuvo entre sus brazos y me sentó en una silla frente a Jax. Me puse de pie, pero Katria y Sunwi me sentaron de nuevo mientras gritaba y pataleaba para que me soltaran. Padre llegó un poco de cinta y aseguró mis brazos a la silla.

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—¡Suéltenme! ¿Qué hacen? Jax…

—Te dije que te tenía un regalo —dice padre frotando mi cabeza—, aquí está. Sabes que somos una familia vampira, y en esta, al cumplir los veintiún años, el miembro de la familia debe beber la sangre de un humano inocente por primera vez. Prometo que te gustará.

—Padre —gruñí—, te dije que no me interesaba ser una vampira. Suficiente tengo con mi empleo y todo lo demás.

—Eso lo puedes hacer de día.

—Padre.

—Nada. No tienes voz y voto en esto. Jax era un hombre bueno, por eso era perfecto para esto.

—¿Era? —pregunté.

—Era —dice Katria, me giré para verla junto a Sunwi y Jax liberado, puso sus manos en el cuello de Jax y en dos segundos le giró el cuello. El cuerpo de Jax cayó automáticamente frente a mis países.

—¡No! ¡No lo hiciste! ¡Lo mataste! ¿Qué? ¡No entiendo nada!

Me agaché en el suelo junto al cuerpo prácticamente desmembrado y lo acuné en mi regazo y lloré hasta quedarme sin lágrimas. Después de un rato Sunwi trató que alejarme de Jax pero la rasguñé y pataleé aferrada al cuerpo.

—¡Suficiente! —dijo madre, dando un paso hacia mí.

—Sunwi, Katria —dijo padre—, manténgale la boca abierta.

Sunwi y Katria se las arreglaron para abrirme la boca a la vez que padre vertía toda una copa de sangre en ella.

Sangre de Jax.

Hice gárgaras y traté de escupirla, pero no sirvió de nada. Sunwi y Katria me hicieron tragar lo mayormente posible, casi ahogándome en el proceso y luego me soltaron.

Jadeé en busca de aire y me sentí mareada, traté de levantarme pero mis piernas fallaron y caí al suelo.

—Lo siento Lytrek, pero si no la bebías, la familia perdería toda su suerte y honor de generaciones. Velo como una especie de prueba.

¿Todo esto por suerte? ¿Por honor?

Me encontraba tan asqueada por ello que vomité en la alfombra del salón. Mi cuerpo temblaba al tratar de procesar lo sucedido, respiré por la nariz tratando de suprimir otra arcada.

Tenía que salir de aquí.

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Mientras padre se llevaba el cuerpo de Jax y desaparecía por una puerta, mis hermanas lo siguieron dando saltos, hablando sobre cuán ansiosas estaban por ver lo que haría ahora. Ni pregunté qué harían. Me levantaré poco a poco del suelo y traté de concentrarme en lo que debía hacer.

—Lytrek —dijo madre con la voz temblorosa—, lo siento, pero teníamos que hacerlo.

Solté una risa vacía. —¿Tenían que hacer qué? ¿Matar al amor de mi vida? ¿Arruinar a la familia? ¿Destrozarme en mil pedazos al ver sus ojos oscurecerse sin nada de vida en ellos? ¡Qué retorcida eres!

—Basta —dijo con voz firme—. Tampoco me faltes el respeto.

—Yo… me tengo que ir.

Corrí hacia la puerta, pero madre se interpuso entre la puerta y yo.

—No saldrás. Ahora debemos regresar a la fiesta y continuar con nuestras vida.

—¿Cómo te atreves a decirme eso? —pregunté, más que enojada.

—Lytrek, quieta. Mejor regresemos a la fiesta, mañana empiezas a entrenar. Dentro de un mes cumple Vitoria, y eres la encargada de buscarle un humano para su cumpleaños. Aunque sería mejor que trajeras a su mejor amiga, Sophie, entre más cerca son los parentescos antes de ese día, mejor estará la sangre.

Revisé que los demás no fueran a regresar y la empujé con toda mi fuerza, apartándola de la puerta. La abrí rápidamente y salí corriendo por el pasillo, con madre pisándome los talones. A la mitad del pasillo madre me haló por el cabello y me hizo retroceder. Traté de liberarme pero no pude. Así que la empuje aún más fuerte, mi cráneo me odió por ello, y quizás aún más madre cuando se golpeó la cabeza contra la pared. El estruendo de su cabeza impactando con una de las cerraduras de una de las puertas en el pasillo fue difícil de ignorar. Cayó desplomada, y mi estómago cayó a mis pies al darme cuenta de lo que hice. La sangre se deslizaba por su cuello y me llevé la mano a la boca.

Negando frenéticamente corrí por toda la casa, evitando pasar por

salón por si alguien se encontraba confabulados por ellos, y me dirigí al bosque, huyendo.

—No encontré nada —escuché decir a Katria, alrededor de una media hora más tarde.

Luego de haber salido del hoyo, creé un escondite detrás de un árbol, junto la cantidad necesaria como esconderme bajo de unas ramas de árboles y ellas.

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Sabía que si me echaba a correr, de alguna forma me encontrarían,

tenía que asegurarme de que regresaran a casa.

—Yo tampoco —gruñó Sunwi—. Quiero regresar a casa. Estoy

demasiado sucia.

Katria suspiró. —Tal vez tengas razón, no me gusta este frío. Además, padre fue a visitar la casa de los Berrington, no estaba allí.

—Bueno, mejor vámonos, ¿no?

—Sí, madre dijo que si se escondió por el bosque no podría salir así de noche, por lo que mañana podremos encontrarla.

—De acuerdo, pero te juro que escuché algo —dio Katria mientras se alejaban

—Tal vez fue algún animal, o tu imaginación en medio de un bosque durante la madrugada —respondió Sunwi.

—No, te juro que escuché algo.

Sus voces se desvanecieron y esperé al menos quince minutos antes de salir de mi escondite.

Revisé que no hubiera nadie por los alrededores y salí corriendo.

Después de todos, parece que sí debía ir a la casa del señor. Berrington.

Mientras corría por el bosque, mi respiración se complicó, mis piernas ardían, y mis manos se cortaban con las ramas que pasaba, pensé en cuál sería la reacción de él cuando me viera.

Cuando supiera que su hijo estaba muerto.

Corrí hasta el cansancio y sentía que me quedaba sin respiración.

Tuvieron que pasar varias horas antes de llegar a la colina y ver la casa de Jax. Llegué a la puerta y toqué desesperada. Toqué tanto que la puerta retumbó bajo mis nudillos blancos.

Cuando finalmente se abrió, el señor Berrington me miró sorprendido.

—Lytrek, ¿qué haces aquí?

—Yo…. Ellos hicieron que… Jax… Dios, ayúdeme —sollocé.

—Entra, niña, entra.

Me hizo entrar, cerrando la puerta detrás de él y dijo—: Pero niña, ¿por qué estás tan sucia? Anda, siéntate un momento. Ya te traigo un poco de agua, pareces agitada.

—Gracias —dije agotada.

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Me dejé caer sobre una silla y reposé mis manos en los brazos de la

silla. Ardían mucho. Todo mi cuerpo se encontraba adolorido.

La esperanza surgió en mí. Si le decía toda la verdad, a pesar de lo

fuerte que era, podría ayudarme a irme muy lejos y nunca regresar. El esconderme se habría acabado y desaparecía del mapa. No me podrían hacer daño.

Podría ser libre.

Cuando el señor Berrington regresó, hablé antes de que se me acercara.

—Jax está muerto.

—¿Qué?

—Jax murió —susurré.

—¿De qué hablas? —preguntó, su voz quebrándose.

Tragué saliva y aparte la mirada. —Ayer en la noche, en El Palacio,

pasó algo que ni yo puedo entenderlo y como resultado Jax…

El vaso de cristal cayó al suelo haciéndose añicos, el señor

Berrington cayó de rodillas al suelo, agarrándose la cabeza. No sabía qué hacer, así que me quedé donde me encontraba. —Mi Jax, ¡debe ser mentira! ¡No puede estar muerto! ¡No puede! Se supone que yo me fuera

primero, ¡no al revés! —Lloró. Sus hombros se sacudieron mientras sollozaba por su hijo, agonía recorrió mi cuerpo y sentí mis ojos llenarse lágrimas.

—Lo siento, ellos…

—No les creí, no pensé que decían la verdad.

—Yo…

—No podía creer lo que me decían —sollozó, su rostro empapado de lágrimas. Su respiración se entrecortó y ver todo su dolor hizo que mi

corazón doliese. Que se apretara y sufriera junto a él—. No les creí… —murmuró.

—Señor Berrington, ¿a quién no le creyó? —pregunté

Negó con la cabeza mientras sacaba un control del bolsillo de su pantalón. —No les creía, no les creí, no les creí, no les creí.

—Señor Berrington, no entiendo lo que quiere decir —esnifé.

—Tus padres —Tomó una bocanada de aire—, tus padre vinieron hace unas horas para decirme que Jax estaba muerto.

Mi cara palideció y el zumbido regreso a mi mente.

—Me dijeron, me dijeron, Dios, me contaron lo que hiciste. Nunca

pensé que fueras tan cruel.

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—¿Qué? —pregunté. Mi corazón se detuvo.

—Tus padres me dijeron lo que le hiciste a Jax —dijo, una expresión de disgusto en su rostro mientras se levantaba del suelo—. Me contaron lo

que le hiciste a tu madre y cómo escapaste al bosque en búsqueda de un escondite.

—No, señor —me apresuré a decir—. No es así, es lo contrario,

créame. Mis padres, ellos fueron quienes mataron a Jax. Madre le calvó sus colmillos y lo drenó y luego Katria le rompió el cuello.

Un sonido parecido a un aullido de lamento brotó de sus labios. —

Que cruel eres. Cruel ser. Culpando a los demás por tu error.

El señor Berrington tocó un botón en el control y de la nada,

ataduras automáticas de acero salieron de los costados de la silla, aprisionándome.

—¡NO! ¡Está equivocado! Mi familia me busca, pero porque no

quieren que cuente sus secretos —supliqué—. Por favor, por favor, por favor no haga nada de lo que se puedas arrepentir después.

Luché contra las ataduras, me moví en la silla, pero solo lograba lastimarme las manos. Solté un chillido cuando se apresuró hacia mí y ató mi cabello en una cola de caballo.

—Para eso no necesito tu cabello metiéndose en el medio —murmuró.

—Señor., se lo juro, no hice nada.

—¿No hiciste nada? —preguntó con incredulidad—. ¿No enamoraste a mi hijo? ¿No lo mantuviste a tu lado cuando sabías que no podías

hacerlo? ¿No lo llevaste a esa fiesta? ¿No le suplicaste que fuera? ¿No? —Agarró mi cabello y lo haló hacia atrás, causándome gritar del dolor—. Entonces, ¿tampoco lo mordiste y lo drenaste como si fuera una simple

pieza más en el comedor? Y luego para contemplar, ¿tuviste que cortarlo en pedazos? Creí que cumplir años te daría madurez y no te irías a

comportar como una niña caprichosa. Eres una mujer muy estúpida para ser una Klozlov.

—Por favor —gemí de dolor la próxima que haló mi cabello.

—Tu padre me dijo que escuchó el grito de Jax al otro lado del pasillo.

Negué frenéticamente con la cabeza.

—No lo hagas. No hice nada. Fueron ellos —dije casi sin aire.

—Te haré gritar tanto que mis oídos gozaran con cada uno de tus

gritos. Acá nadie puede escucharte. A tus padres ya no les interesa tener una idiota psicótica en su familia.

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—¡No! —grité—. ¡Ayuda! ¡Alguien ayúdeme!

El señor Berrington echó la cabeza hacia atrás y se rió. Una risa vacía, fría. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y traté de buscar una salida.

—Jax era sangre de mi sangre. Lo único que me quedaba —susurró—. ¡Mi legado, mi familia! ¡Y tú me lo quitaste! Te haré sangrar hasta que ya no tengas ni una gota de sangre en tus adentros. Ojo por ojo

y diente por diente.

Abrí los ojos cuando me di cuenta de que quiso decir con eso y empecé a gritar y moverme contra la silla, tratando de levantarme o hacer

algo. Se giró y buscó una charola de plata. Arrastró otra silla al lado de la mía y colocó la charola con los utensilios en su regazo.

Un sollozo tras otros brotó de mí y cuando levantó una pinza grande de metal no pude hacer nada más que gritar mientras lo metía en mi boca y lo apretaba sobre un diente, meneándolo y torciéndolo alrededor de él,

hasta que lo arrancó de raíz. El dolor en mi boca era tan fuerte que ni las lágrimas podían describirlo.

Traté de hablar, pero entre la sangre que brotaba de mis encías, mientras me sacaba los dientes, la pinza, y mis lágrimas, me era imposible. Lo más que llegué a hacer fue a mover la boca, pero al remover

el tercer diente mi cuerpo se encontraba demasiado cansado. No veía una forma de escapar de esto.

Todo fue una trampa.

Mis hermanas sabían que yo estaba allí.

La llamada de mis padres fue toda una mentira.

Solo perdían un poco de tiempo, mientras nuestros padres arreglaban todo por ellas.

Me condujeron directo a la boca del lobo.

Dejaron que alguien más hiciera el trabajo sucio por ellos.

Mi corazón se aceleró al verlo dejar a un lado la pinza y lloré de

alivio.

Podía vivir sin algunos dientes, eso no me importaba.

Solo quería irme muy lejos.

—Oh, no, no, niña. Aún estamos empezando. Es que no me decido en que arrancar ahora. ¿Más dientes? ¿Las uñas? No, mejor, ¿unos dedos? ¡Aún mejor! Los ojos.

Gemí cansada, y mi respiración se volvió desigual al verlo acercarse.

—¿Sabes? La sangre y honor de esta familia es importante. Y vengar

a nuestros parientes caídos es algo de lo más que me gusta hacer. —

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Sonrió con todos dientes hacia mí, y me guiñó los ojos—. Pero puede que

decida dejar algo de ti intacto.

Algo de mí.

Intacto.

Algo de mí.

Jesús.

—Será una noche muy larga.

Movió un instrumento cerca de mi rosto, al lado de mis sien, y lo pegó a mi ojo. —Prometo que no sufrirás… menos de lo que te mereces.

Movió el instrumento de metal hacia mi ojo.

Todo se volvió negro.

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El Secreto De la Luna de Sangre

Escrito por S.M Taola

Corregido por Sandry

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Sinopsis La luna se teñirá de rojo escarlata,

La sangre correrá,

Nadie lo podrá impedir,

Excepto cuando llegue alguien a salvarlos,

En su décimo séptimo cumpleaños,

Todo estará de rojo,

Y por fin, se verá la luz.

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1 No había nadie más, la oscuridad reinaba, los gritos se oían cada vez

más fuerte, como sí la tortura en ellos estuviera presente. Me asusté, corrí

sin más.

Cuando lo noté ya no corría, pero me encontraba manchada de

sangre, cubierta, y ahora yo era quién gritaba y me desperté.

Una y otra vez el mismo sueño, solía tenerlo desde que tenía memoria, días antes de mi cumpleaños, y aunque siempre me veía como si

tuviera diecisiete años, y muchos dijeron que era simplemente un mal sueño, yo lo consideraba un presagio.

Como todas las mañanas, después del sueño, me iba a duchar y al

principio había manchas de sangre que aparecían misteriosamente, pero en mis últimos cumpleaños había optado por poner un plástico para dejar

de ensuciar el colchón de sangre, y en este cumpleaños, era importante.

Cumpliría diecisiete años.

Un día antes de este acontecimiento, amanecí completamente sucia.

Me costó mucho tiempo quitarme el resto de sangre del cuerpo, y lloraba en la ducha hasta que no podía más, aterrándome el saber que podría pasarme algo, ya que no quería que estos sueños se volvieran realidad.

Creí que estaba maldita. No es que estuviera loca. En mis sueños algo cambiaba, siempre veía alguien morir cercano a mí.

Mi padre murió en mi séptimo cumpleaños, mi madre murió en décimo segundo cumpleaños, y desde ahí he estado un año en una escuela, otro año en otra, para no aferrarme a nadie.

En mi familia todos tenían miedo de que yo los matara pero no lo controlaba, solo sucedía en mis sueños y luego se volvía realidad. Me dolía

saber qué podía hacer daño a alguien, sin desearlo. Solo mi tía me mandaba dinero para que no tuviera que trabajar, y me ayudaba con los trámites de la transferencia del colegio.

Hace unas semanas, comencé a vivir en el pueblo donde mi madre nació y creció. Después de leer una carta que mi ella me dejó, al principio no sabía si creer o no, pero tuve que aceptarlo. La carta decía:

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Querida hija mía:

Sé que algún día moriré y no te veré crecer, ni menos te veré cumplir tus diecisiete años, lo sé, sé porque tienes estás pesadillas. Hace unos días lo descubrí, mi niña, tienes que ir donde nací, a Salem. Nunca te lo dije, hubo una leyenda en mi familia, los ancianos creían que éramos una familia de brujas, poco a poco mi familia se fue. Yo me fui por una razón, pero le pedí a tu tía que te entregara esto cuando se acercara el momento y ya es la hora, estás a punto de cumplir años. Había una vieja leyenda que contaba, que una vieja bruja maldijo al pueblo entero por lo que le estaban haciendo, y la quemaron viva. Esa bruja, era de la familia, por los viejos escritos eso se da a entender eso, y desde entonces, ese día moría alguien sin razón alguna, sin explicación. Pero el día que naciste, nadie murió o nació alguien, sólo tú, mi pequeña. Hui de ahí, porque todos querían tenerte, como un talismán. Todos decían que eras la salvadora, no sé como pero, había un presagio y por los sueños que tienes, estoy pensando que es verdad. Sé que cada vez que cumplías años moría alguien, pero cada año el número aumentaba como nunca había pasado antes. El presagio decía:

“La luna se teñirá de rojo escarlata,

La sangre correrá,

Nadie lo podrá impedir,

Excepto cuando llegue alguien a salvarlos,

En su décimo séptimo cumpleaños,

Todo estará de rojo,

Y por fin, se verá la luz.”

El día que naciste, la luna se tiñó de rojo y el día que maldijo la vieja bruja también había una luna roja. ¿Era una coincidencia? Realmente no lo sé, últimamente lo estoy creyendo más. No te lo digo personalmente porque aún eres muy pequeña. Para entender todo lo que está sucediendo, mi niña, quiero que te cuides, no le digas a nadie quién eres, no le digas que eras la pequeña bebé que salió huyendo, porque si no querrán todos tenerte, como

lo fuiste cuando eras una pequeñita criatura en este mundo. Tienes que volver y descubrir como detener todo estas desgracias, sino morirá más gente inocente, tienes que confiar que habrá pocos que querrán hacer lo mismo que tú, tratarán de parar todo esto. No te lo dije, pero no hace mucho recuperé la memoria de lo que pasó cuando naciste, ese día, yo tuve una pesadilla que me hizo perder la conciencia, muchos creyeron que no resistiría a tu nacimiento, pero mi pesadilla era igual como tú me describiste la tuya. Ten cuidado con lo que se te avecina.

Amor, cuídate cariño, sé fuerte mi niña.

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Con amor, mamá.

Lo escribió unos días antes morir. Creí que tenía que recordarlo para decírmelo, y de una u otra manera, me sentí mal al saber que había

ocasionado tantas muertes con solo mi existencia.

Sin pensarlo pedí la transferencia del colegio. Mi tía no lo dudó, yo creía que ya sabía cuál era mi decisión, siempre quería saber porque tenía

estos locos sueños, y ahora tenía una razón.

Estuve asistiendo una semana al Salem High School, y me di cuenta, que unos pocos chicos, un grupo en específico, ha estado buscando una

solución y que ahora mismo se encontraban trabajando inalcanzablemente, más sabiendo que sólo faltaba un día para que la matanza comenzara.

Muchos creían que la gente se volvería loca y que comenzarían a matar, sin más. La gente empezaba a desesperarse, sabiendo que llegaba

el tiempo límite. Muchos no creían en esto y pensaban que era una terrible coincidencia, de estos fatídicos accidentes. Poco a poco la esperanza se iba acabando, porque ya no tenían a su salvadora, pero es lo que ellos

pensaban…

El grupo de chicos, cuando llegué, sospechó inmediatamente de mí.

Creo que yo también hubiera desconfiado de mí. Instintivamente me acerqué a ellos, una chica de mi clase de matemáticas me dijo que eran raros, creían en la magia, pero querían proteger al pueblo, y aunque todos

creían que se drogaban, los seguí. Pero sin embargo me descubrieron cuando llegaron a un claro en el bosque. Había dos chicos atrás mío, Alan y Oliver, dos gemelos castaños y corpulentos. Al principio tuve miedo, les

mentí con mi nombre, como me dijo mi madre. Les dije que me llamaba Michelle Woods. Dije el apellido de mi madre, e instantáneamente lo

reconocieron. Dije que era un familiar, pero que nadie hablaba de ella, que no sabía mucho, que creía que había muerto. Les dije eso y me creyeron. Pregunté, porque tenía curiosidad, que pasaba con ella, y nunca supe

nada.

No confiaron en mí, aunque dejaron el tema, pues la fecha se

acercaba.

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Los últimos días me quedé en la casa que nací, y busqué algo en todas partes, pero no había nada más que un viejo álbum de fotos. Existía

una foto en particular. Reflejaba una casa enorme que parecía muy antigua. Caminé por todo el pueblo hasta encontrarla, ese fue en mi tercer día de haber llegado al pueblo y un día de encontrar a este grupo, y

finalmente di con la casa.

En la placa decía: Los Woods. Era la casa de la familia de mi madre,

donde creció. No hubo necesidad de tocar el timbre, la verja se abrió sin más, y entré temerosa, pero me armé de valor para continuar. El jardín se hallaba descuidado, la puerta se encontraba abierta, y un señor alto y

viejo me recibió, y me hizo una seña para que lo siguiera, dejándome en un salón. Miré alrededor del lugar, parecía que alguien no hubiera estado aquí desde hace mucho tiempo.

—Querida, por fin has venido. Margaret me dijo que llegarías al pueblo. —Una voz de una mujer llenó el lugar, una señora de avanzada

edad entró—. Por cierto, soy tu abuela Chloe pero seguro que tu madre nunca te habló de mí.

—¿Abuela? —No podía creerlo, pensé que había muerto.

—¿Muerto? ¡Ja! ¿Eso te dijo tu madre? No me sorprende, tengo protección, querida, por eso no me ha tocado la maldición de la familia, no

todos pueden con ella, pero alguien de ésta familia debe morir, no es culpa tuya —dijo acercándose a mí, acariciándome la cara. ¿Había escuchado mis pensamientos?—. Es culpa de este maldito pueblo, que solo ve por

ellos mismos, y sí te leo los pensamientos, con el tiempo podrás cerrarlos para ti y nadie podrá utilizarlos en tu contra. En fin, ¿qué es lo que sabes?

—La verdad es que no sé mucho. Solo sé lo de la profecía que me hace participe, y un poco de la historia de la maldita maldición que me afecta a mí.

—Bueno, cariño, sabes lo esencial, pero te contaré como fueron las cosas realmente en esos días. Solo yo y mi querido Bob lo sabemos. —

Antes de seguir, vio mi cara de confusión—. El señor que te recibió, es Bob, luego los presentaré, sin embargo hay que continuar y tiempo no hay.

—Hace cientos de años atrás, mi abuela Maeve cuidó de este pueblo.

Únicamente los de la familia sabían que existía magia en estos lares porque éramos nosotros quienes la practicaban. Nadie entendía como mi abuela salvaba las vidas de muchos, porque casi todos se encontraban al

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borde de la muerte, de quienes atendió, y la medicina en ese entonces no

era tan avanzada como lo es ahora. Muchos en este pueblo la creyeron bruja, y se hallaban en lo cierto. No son tan tontos estos mundanos, como

creíamos. En esa época comenzaron los juicios de brujería, creo que todos los conocen como Los Juicios de Salem. La acusaron, y la llevaron a la hoguera, pero antes de que pudieran hacerlo ella los maldijo a todos.

¿Quién la puede culpar? Salvó a muchos aunque a ella nadie la ayudó, y al final creo que por eso lo hizo, porque todos le dieron la espalda, nadie de

la familia la ayudó por miedo de que los atacaran.

Me quedé sin saber que decir.

—Te preguntarás, ¿por qué una bruja no puede salvarse de la

muerte? Bueno, sólo controlamos la naturaleza, pero no la naturaleza de la vida, podemos alargar la vida, evitarla, nunca. Y te preguntarás, ¿cómo sé la historia? Bueno, estuve ahí, sólo tenía diez años cuando pasó, tengo

más años de lo que aparento, muchos de la familia optaron en dejar practicar la magia para no resultar en la boca de todos y ser acusados. Así

era como acababas en unos de sus juicios. Malditos, se merecen todo eso y más, pero también quiero que acabe. La familia ha sido muy herida, con tantas pérdidas. Acompáñame tengo que entregarte el libro de la abuela

Maeve. Tendrás muchas respuestas, las que yo no he tenido en estos años. La abuela te lo dejo a ti. Me dijo que haría el maleficio y me dijo que tenía

todas las repuestas en ese libro, pero solo podía verlo la elegida. Tu madre y yo te hicimos tocar el libro cuando apenas tenías unos minutos de vida y se abrió, y luego se cerró al tratar de leerlo, así ha estado cerrado todos

estos años. Nunca más se abrió.

Después de que la abuela me mostrara el libro, y me lo entregara, me ofreció quedarme en la casa, pero le dije que no.

Desde ese día estuve leyendo ese libro… e integrándome en el grupo de chicos del colegio. Estos realizaron una reunión, ya que habían descubierto una pista, pero era algo que yo ya sabía.

—Descubrimos que la bruja Maeve siempre llevaba encima un libro, creyeron que era su libro de hechizos, pero nunca más se vio después de

su muerte. Tenemos que ir a la casa de los Woods, ya que esa fue su última morada —dijo una de las chicas llamada Rachael.

—¿Cómo saben que es verdad? —pregunté con mucha curiosidad.

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—Encontré un diario de uno de mis antepasados —dijo Rachael.

—Yo también encontré casi lo mismo, también en un diario —dijo uno de los chicos que se llamaba Luke.

—Ese libro se perdió hace mucho tiempo —les dije con tranquilidad. Lo tenía yo pero no quería que descubrieran que la abuela seguía viva. Para todos, ella había muerto hace unos cincuenta años, eso es lo que

creían. Lo cierto es que nunca le gustó salir y por eso todos creían eso, sólo creían en rumores.

—¿Cómo lo sabes? —me dijo confundido Luke.

—Se lo pregunté a Bob. —Me miraron con cara de que no entendían nada—. Bob es el mayordomo de la familia. Hace unos días fui a dejarle

flores a la tumba de la abuela Chloe, le pregunte qué había pasado, y me dijo lo que ustedes saben y lo del diario. Pensé que lo sabían por eso no dije nada —dije sin importancia.

—¿¡Qué!? ¿¡Y no nos has dicho nada!? —dijo histérica Rose, una chica que había permanecido callada todo este tiempo—. ¿Qué más te dijo

sobre el diario?

—Sólo que cuando la abuela Maeve murió, el diario desapareció, y que si supiera donde se encontraba, tampoco lo podría leer, ya que nadie

más que ella podría leerlo. Eso se ha transmitido a todos en la familia, todos buscaron una solución para acabar con esto, muchos en la familia murieron por esa maldición, y se cansaron de buscarla, porque era una

pérdida de tiempo. Solo se quedaron a esperar la muerte.

Nadie más después de eso contempló el profanar la casa de mi

familia. Me preguntaron—: ¿Por qué te alojas en la casa de tu familia?

Les dije que me daba escalofríos quedarme ahí, que prefería quedarme en la antigua casa de mi tía Margue, y nadie más habló del

tema.

Mike se había quedado callado junto con los gemelos y Kate en una

esquina no dijo nada. Todos quedaron en ir a casa, y yo regresé sola ya que nadie vivía cerca de mío. Cada vez que caminaba por la oscura calle, podía sentir alguien detrás de mí, pero miraba a mí alrededor y no había

nadie. Entré rápidamente en casa y antes de cerrar la puerta algo la obstruyó para no poder cerrarla.

Una mano.

La de Mike.

—Tenemos que hablar —dijo muy serio. El día que lo vi, me pareció

atractivo pero sabía que no podía aferrarme a alguien, él sufriría. Debido a eso aparté todos mis sentimientos enseguida.

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—Pasa —dije, dando espacio para que pudiera pasar. Antes de

darme cuenta, casi vio el libro, y me apresuré a ponerlo en una estantería—. Lo siento, he estado leyendo y olvidé ponerlo en su lugar —

dije justificando mi raro comportamiento.

—Sé quién eres —dijo soltándolo de una sola vez.

—¿Qué? ¿De qué hablas? —pregunté comenzando a asustarme.

—Sé que no te llamas Michelle Woods —afirmó muy serio—. Dime, ¿quién eres?, ¿por qué haces esto?, ¿cuál es tu motivo para engañarnos a todos? —Me quedé helada, sin decirle nada—. ¿Eres Noelia Mason? Es lo

único que se me ocurre. ¡Habla!

—Está bien, te lo contaré, pero tienes que prometerme que no se le

dirás a nadie —dije cuidadosamente. Él asintió—. Sí, lo soy, soy Noelia pero, ¿cómo supiste que era yo?

—Por esto. —Mostrándome un libro, miré un retrato en una de las

hojas. Me sorprendí. La chica de la foto se parecía a mí, y en la siguiente página decía: ―A la señorita Maeve Woods se le ha acusado de brujería. No creo en los rumores, la conozco desde pequeña, se ha conservado sí, pero no quiere decir que sea una bruja, mi fuerte amor hacía a ella no cree que sea mala persona. Ella es buena, ha ayudado a todos…”

—Abuela Maeave… —dije sin pensarlo. Ella estaba enamorada, lo sabía, lo había leído hoy.

—Era uno de mis antepasados, estaban comprometidos, pero la boda nunca se realizó.

—¿Cómo sabes eso? La abuela Chloe no me dijo nada de eso, si lo

supiera me lo hubiera dicho —comencé a pensar en voz alta—. Con razón estaba enojada, se encontraba destrozada por perder a su amor, por hacer algo justo. ¿Dónde encontraste ese diario?

—Lo encontré revisando mi biblioteca. Mi familia siempre ha estado recopilando la historia del pueblo, son como los historiadores, hay tantas

cosas que responder…. y me puse a revisar. Mis padres me dijeron que no había nada de esa época y ahí se hallaba, en el estante más alto —dijo y se puso a analizar mis últimas palabras—. Espera… dijiste abuela Chloe, ¿la

señora Wood? ¿No había muerto hace años?

—Ah, eso… No, eso es lo que todos creen, ella se cansó de escuchar

cómo se mantenía joven y la acusaran de ser bruja, pero ya no estamos en mil seiscientos noventa y dos, así que se quedó en la casa y Bob la ayuda con todo.

—Ah ya… y, ¿por qué volviste? —preguntó curioso.

—Pues al parecer la profecía era verdad, mi madre me pidió volver —dije—. Será mejor que te sientes. —Volví a buscar el libro de mi

antepasado y me senté al lado de él—. Mike, sé que creerás que estoy

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loca, pero mi madre y mi abuela me protegieron, por eso me fui hace

mucho tiempo, y recién me enteré del porqué. Me pregunté muchas veces por qué me pasaban cosas extrañas y yo he sido la única extraña. He

soñado con lo mismo durante años, ahora me doy me cuenta que era un presagio, y quiero acabar con esto. Lo único que sé es que debo leer este diario de la abuela Maeve. Uno, es un diario y su libro de hechizos. Dos,

no sé cuál fue el maleficio que utilizó. Tres, no sé nada de magia, o como producirla. Cuatro, estoy muy frustrada porque no sé qué hacer.

—A ver, déjame leerlo. —Sin pensarlo se lo di. Aunque me lo robara

no podría leerlo, y así fue. Se peleó con el libro y no pudo abrirlo—. No puedo —dijo, mirándome.

—Lo sé. —Lo cogí, pasé las manos por el lomo y por la portada, y se abrió sin más—. Tiene un hechizo de protección, sólo yo o la abuela Maeve puede abrirlo. Encontré un maleficio que decía “Los muertos se alzarán, nada lo impedirá, a menos, un alma elegida a entregar…”. Tengo miedo, puede durar por una eternidad —dije mirándolo muy preocupada—. No sé

si serán solo almas o realmente vendrán en cuerpo y alma. ¿Cuántos han muerto por esto?

—Creo que son más de trescientas personas, pero en los últimos dieciséis años han muerto uno más por año —dijo un poco preocupado de lo que fuera a pasar mañana—. Hay que decírselo a los chicos. Si nos

atacan, debemos protegernos.

—Pero es algo que no sé con seguridad, puede que sea otra clase de maleficio. La abuela Chloe nunca me dijo cuál utilizó. —Ya me encontraba

dando vueltas por la sala.

—Creo que debemos descansar, mañana temprano hay que decírselo

a los chicos. Noe, debes hablar con tu abuela.

—Lo sé, pero no quiero dormir —dije lo último como un susurro mirando al suelo. Tenía miedo de soñar con él. Llegó a importarme mucho

en tan poco tiempo y no quería perderlo.

—No te preocupes, debes dormir —me dijo dándome un beso en la frente, abrazándome para protegerme—. Me tengo que ir. –—Pero no me

soltó.

—¿Puedes quedarte? –—le pregunté tan bajo que no creí que me

escucharía, pero lo hizo.

—Claro —dijo y caminamos al cuarto. Nos acostamos uno al lado del otro, y me abrazó como para decirme estoy aquí y te protegeré. Era la

primera persona con la que compartía mi secreto. A los pocos minutos me quedé dormida, después de sentir las profundas respiraciones de Mike.

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Mi sueño comenzó como todos, los gritos inundaron las sombras de la oscuridad, podía sentir que había susurros. ¡Corre! La hora se acerca…

me pareció escuchar. Hice caso y corrí como si mi vida dependiera de ello.

Vi a Mike.

¡Oh no!, pensé. Grité, lo vi desplomarse frente mío y corrí hacía él,

las lágrimas fluyendo. Por más que corría no llegaba hacía a él.

Abrí los ojos y pude sentir la luz del día.

Hoy era el día.

Fui a darme la vuelta para verle, pero algo me lo impidió. Caminé hacía la pared, mirándola. No me moví más, y sentí como él se levantó y

trató que lo mirara. No respondía, sentí su voz tan lejos, que sin poder reaccionar me giré para verlo.

—¿Qué te pasa, Noelia? —preguntó muy preocupado.

—¿Qué me pasa? —Reí histéricamente. No tenía control de mi cuerpo, alguien se encontraba utilizándolo—. Me pasa que hoy morirán

todos, incluyéndote a ti —dije haciendo un mohín y sonreí maliciosamente—. Antes de que me detengas, ella morirá primero, lo

siento querida nieta.

—¿¡Abuela Maeve!? —dije en mi cabeza

—Sí querida, soy yo y los mataré a todos, en especial él. —Señaló a

Mike—. Me recuerda él. No hizo nada por mí. Dijo que me amaba y me dejó morir.

Sin darme cuenta, me dejé caer por la ventana. No podía controlar mis acciones, y antes de dejarme caer completamente, Mike me alcanzó la mano, y perdí la conciencia. Lo último que vi fue su rostro.

—Noelia, Noelia, Noelia. —Escuché en las fauces de la oscuridad. Abrí los ojos y de nuevo me hallaba mirándole. Sentía vivamente los cortes, no me encontraba llena de sangre. Solo mi rostro. Recordaba

haber llorado en el sueño, ¿estuve llorando sangre en mis sueños? Salí del trance—. ¿Estás bien?

—No me toques —dije alejándome de él.

—Noelia… —me dijo preocupado.

—Te haré daño, aléjate —le dije aterrorizada. Sabía que él moriría.

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—¿Me viste en tu sueño? —preguntó midiendo las palabras,

acercándose. Y me besó. Fue algo mágico—. No dejaré que nada te pase o me pase, no moriré hoy, ¿de acuerdo? –—Asentí—. Hay que limpiarte.

Miré a mí alrededor. Me hallaba manchada de sangre pero no como el día anterior. Después de varios minutos, ya estaba limpia, sin rastros de sangre, y me observé en el espejo. No podía creer que fuera mi cumpleaños

y que las desgracias estuvieran a punto de comenzar. Antes de salir del baño, noté que había algo detrás del espejo. Era una carta de mamá.

Querida hija:

Es tu cumpleaños, ¡feliz día, mi niña! Lo sé, hice que no te percatarás de esto hasta que no fuera necesario. Mi hija, cuando sea el momento

indicado tendrás que decir “Quicquid confregisti cor vestrum dirigite errorem4” y todo se resolverá. Cuídate mi niña. Las grandes amenazas estarán cerca y no tendrán piedad de ti ni de nadie.

Te amo, mi Noelia.

Salimos de mi casa, no sabía por qué no le había dicho nada a Mike

pero no lo hice. Llevé el libro conmigo, y le dije que necesitaba ir sola a casa de mi abuela, pero insistió en no dejarme ir sola. Necesitábamos ayuda de los chicos, y él no se demoró en reunirlos en el bosque. Quería

hablar y explicarlo pero algo no dejaba hacerlo, así que Mike habló por mí.

—Descubrí donde se encuentra Noelia Mason —comenzó a decirlo, con sumo cuidado—. Chicos, por favor no hagan demasiadas preguntas,

pero ayer se descubrió que los muertos resucitarán esta noche.

—¿Dónde está Noelia? ¿Cómo voy a creer que los muertos vivirán? —

dijo conmocionada Rachael.

—En mi opinión, le afectó ver muchas películas de zombis —bromeó uno de los gemelos. Algunos rieron con él.

—Yo sé dónde está —dije muy tímidamente. Era algo que pronto tendría que decir.

—¿Qué dijiste? —preguntó Rachael.

—No, no lo digas, acuérdate lo que me contaste —me suplicó Mike.

—Tienen que saberlo, sino nunca nos ayudarán. —Ahora era yo

quién suplicaba. Todos se quedaron callados, escuchando nuestra discusión.

—Tienes razón, cuéntaselo —estuvo de acuerdo.

—Pues bien, dinos —espetó Luke esperando, que acababa de hablar.

4 Lo que alguna vez rompió tu corazón, debe enmendar tu error.

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—Eh… Les he mentido, no soy quién ustedes creen que soy —dije

mirando al suelo.

—¿Qué quieres decirnos? ¿Qué? ¿Acaso eres Noelia? —preguntó

Kate muy incrédula. Sabía que no le caía bien, pero con esto quedaba más que claro.

—Sí, lo soy. —Lo solté de una vez y el silencio inundó a todos.

—Pruébalo —espetó Rachael.

—Este es libro que iban a buscar, intentar abrirlo —dije yo con mucha seguridad. Porque no podrían abrirlo.

Lo intentaron uno por uno y nadie lo consiguió. Me lo pasaron. Pasé las manos por el libro como se lo había enseñado a Mike y se abrió sin

más como si un viento fuerte lo hubiera hecho por sí. Todos miraron maravillados por lo que habían visto—. Ahora, ¿me creen? Sí, es la verdad, los muertos vivirán hoy. Hace unas horas mi abuela Maeve me

poseyó y dijo que nos mataría a todos. Me siento tan frustrada porque no sé qué hacer, no sé hacer la maldita magia y todos ustedes están callados

—dije suspirando.

—Lo primero, no tenemos tiempo para digerir todo esto. Segundo, es lo más cercano para obtener una solución —dijo Kate, que por lo general,

solía estar callada.

—Tienes razón, Kate —dijo Oliver—. ¿Qué tenemos que hacer?

—Esto es patético, acaba de llegar y le creen todo esto —dijo Rose

cansada—. Yo me alargo de aquí, ¿alguien más se va a quedar aquí a escucharle decir estas patrañas? —dijo alzando la ceja como si fuera la

diosa del mundo. Ahora entendía porque a veces Kate se resignaba sólo a escuchar, pero nadie se movió—. Vámonos Luke. —No protestó y la siguió.

—Bueno, lo que necesito es que se protejan. Si es verdad lo que dice

aquí, está noche morirá mucha gente —dije no muy convencida.

—¿Por qué no suenas convencida? —preguntó Alan.

—Porque en verdad no estoy segura de qué maleficio utilizó esa noche —les dije sinceramente a todos, mirándolos a cada uno—. Mi abuela Chloe está viva, pero nunca me dijo exactamente que maleficio fue el que

utilizó. Si hago algo mal será nuestro fin. Tenemos que protegernos como podamos. Su casa está lejos y ninguno tiene coche. Puede que cuando lleguemos comience el eclipse que está predestinado para esta noche, y

hay que buscar armas o cualquier cosa para protegernos.

—Pero, ¿están muertos los muertos? —preguntó Alan riéndose para

calmarnos a todos, porque la preocupación y el miedo se encontraba presente en el aire.

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—Eso es lo que más me temo. No dice específicamente si vendrán

solo sus almas o con sus cuerpos —dije ahora realmente preocupada por la vida de cada uno.

—Bueno, creo que si va a ser necesario mi armamento —dijo Oliver todo sonriente.

—¡Oh, claro que si hermano! —gritó Alan enseñando la misma

sonrisa.

—Acompáñennos señoritas y caballeros —dijeron al unísono el par de gemelos.

Caminamos hasta salir del bosque, y fuimos rumbo a la casa de Oliver y Alan. Nunca había conocido la casa de los gemelos. Desde afuera

daba la apariencia de ser una casa modesta. Rodeamos el patio y pasamos a la parte trasera de la casa. Había una puerta que daba directamente al cobertizo, bajamos y las armas nos rodearon por todos lados.

—Las tenemos porque las coleccionamos y nos vamos de caza de vez en cuando con nuestro padre. —Oliver fue el primero en hablar.

—Escojan las armas, no tenemos problemas en darlas, pero eso sí, al final de esto queremos que estén aquí. Las municiones son fáciles de comprar, las armas han sido una colección de años —dijo Alan teniendo

miedo de no volver a ver sus bebés.

Y así, cada uno se fue equipando. Los gemelos nos explicaron cómo usarlas, porque nadie tenía conocimiento de cómo utilizarlas. Había

algunas automáticas, otras que teníamos que sacarles el seguro. Cuando nos dimos cuenta, la noche se cernía lentamente, acechándonos.

—Tenemos que llegar a la casa de la abuela Chloe.

—Un dato más. Donde hicieron los juicios, fue en el mismo cementerio que debemos cruzar para llegar a la casa —dijo Mike.

—Anotado, pasar por el cementerio lleno de zombis hasta llegar a la casa de la bruja. Buen plan —dijo Alan.

Con este sarcástico comentario salimos. Cuanto más caminábamos, la noche empezaba a tomar forma, y empezaban a escucharse truenos y relámpagos.

—Lo que nos faltaba, una tormenta, en medio de otra de zombis. ¿Qué más nos podría pasar? —dijo Rose.

—Eso iba a decir —dijo Oliver.

—No eres el único sarcástico del grupo —dijo Rose. Antes que pudiera decir algo más, Rachael los calló.

—¡Ya! Apresuren el paso. —Caminamos más rápido. El viento soplaba con fuerza, la hora se acercaba, y la tormenta no paraba. Antes de

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llegar al cementerio, un trueno rugió encima de nuestras cabezas. Se

escucharon voces que gemían, se podía divisar que los cuerpos salían de sus tumbas y otro relámpago iluminó todo. Había alguien en la puerta del

cementerio. Todos nos quedamos estupefactos al ver la persona. Era Kate, la cual nos había dejado hace unas horas.

—Vaya, que tenemos aquí —dijo burlándose de nosotros—. Sabía

que la creerían. Está tal y cual se planeó.

—Pero, ¿qué demonios…? —Antes de que terminara, los zombis se hallaban ya a su lado, como si fueran su ejército.

—Lo que ves, sabes que este pueblo siempre ha sido faro de criaturas, yo como ejemplo, una vampiro. —Lo dijo con una naturalidad

que no podía creer, y por primera vez, mostró sus colmillos. Nos sonrió con una maldad indescriptible—. Y antes de que salgan con sus comentarios sarcásticos, no le tememos a la luz del sol. Luke, cariño ven a aquí. —Él

también lo era, o eso era lo que su aspecto decía—. Y lo que me recuerda, chicos pueden comer al que quieran. —Miró a Luke—. Debemos llamar al

resto, para que también coman. —Y se besaron como si no hubiera un mañana.

Los zombis comenzaron a caminar, más bien a arrastrarse. Pelearon

vagamente, con tal de tener un pedazo de nosotros. Algunos no sé quedaron a intentar comernos y se fueron rumbo de donde habíamos llegado. Irían al pueblo.

Como si los demás me leyeran el pensamiento, fueron tras ellos con tal de que nadie muriera inocentemente.

Hubo un momento en que sólo se escucharon los gemidos de los no vivos con los nuestros. En mis oídos retumbaban los sonidos de la lucha, hasta que se escuchó un grito muy fuerte.

No sabía de dónde provenía. Cuando me percaté, venía de la casa de mi abuela Chloe. Algo de humo comenzaba emanar de ella. Se estaba

quemando y ya había cesado la lluvia, pero la humedad no impidió que las llamas empezarán a emerger.

Me abrí paso en medio del ataque producido en el cementerio. Rose

y Oliver habían desaparecido en cuestión de segundos de haber empezado todo esto. Cuando ya me encontraba alcanzando el final del cementerio, algo me agarró el brazo.

Instantáneamente me di la vuelta y vi a Mike. Se hallaba todo sucio y sudado.

—Noelia, no puedes ir sola —me dijo preocupado.

—Pero tengo que ir —supliqué—. Las llamas lo van consumir todo, no puedo dejar a mi abuela morir.

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—Lo sé, pero no puedes ir sola. Puede ser una trampa. Recuerda lo

que dijo la bruja, nos matará y no sabemos cuál es su plan.

—Entonces, acompáñame —dije, pero antes de decirle algo más, los

muertos se encontraban detrás de nosotros dispuestos a comernos. Mike peleó con los que pudo y sin que se diera cuenta, corrí con dirección a la casa familiar.

Los gritos se oían, y cuando llegué se me hizo visible toda la escena. La casa estaba en llamas, y el ruido provenía de dentro de la vivienda. Entré, pero ocurría algo extraño. Nada por dentro se estaba quemando.

Crucé por la puerta que daba al salón en el que estuve la primera vez allí, y esta vez no entré.

Salí al patio de atrás. Cuando me disponía de nuevo a entrar en la casa, un ruido estridente vino de detrás mío. Me giré y era mi abuela. Junto a ella, había una persona, mejor dicho un fantasma parecido a mí.

Era la abuela Maeve.

Se movió hacía a mí, y a pesar de mi estado de shock, reconocí de

dónde provenía los gritos. Eran de una chica que había visto pocas veces en los pasillos del colegio. Tenía un año menos que yo. Maeve se río cínicamente delante de mí.

—Querida, llegaste –—me dijo Maeve riéndose—. Tenías razón, Chloe, es igual que tú hija de ingenua. —No dije nada, me quedé estática en mi lugar—. Pensabas que sería fácil escapar de mí ¿eh? ¿Sabes cuál es

el hechizo que hice, verdad? —No podía hablar, sólo asentí—. Bien, sabes cómo deshacerlo, pero nos falta alguien para comenzar. —-Se dio la vuelta

para mirar las sombras—. Luke, tráelo.

Desde las sombras, Luke emergió.

—Por supuesto —dijo con una sonrisa de lado. Nunca lo había visto

sonreír de esa manera, pero me daba escalofríos. Saltó como si fuera una pluma en el aire y desapareció en el viento.

—Chloe, comienza a preparar todo. —Así fue como de nuevo emergieron llamas, pero esta vez, de una hoguera en medio del patio. En un fogón, comenzó a tirar el contenido de varios frascos y recipientes. La

abuela ni un momento me miró.

Cuando me disponía a moverme pensando que nadie me prestaba atención, apareció Rose en mi campo de visión, y me sonrió con soberbia.

—¿Dónde crees que vas? —preguntó y todos prestaron atención a mi presencia.

—Agárrala —dijo sin importancia Maeve.

—Por supuesto. —Ni medio había dicho y ya me tenía agarrada con fuerza de los brazos con una sola mano y con la otra el cabello.

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—Ahí estas, pensé que te demorarías más —dijo Maeve. En el otro

lado del bosque pude alcanzar a ver con quién venía de vuelta Luke. Era Mike. Lo pusieron a lado mío. Tenía unos rasguños que no tenía cuando

nos separamos—. Ya podemos comenzar, ¿no es así, Chloe?

—Listo, querida abuela —dijo la última palabra con repugnancia, y tanto Luke como Rose se rieron. Maeve simplemente ignoró esa palabra.

—Como sea —dijo sin importancia—. Empecemos con esto. Ah, sí. Me olvidaba. Te preguntarás querida Noelia, ¿por qué el guapetón de Mike está aquí? —Nadie dijo nada, esperando—. Bueno, el chico aquí presente

nos lo puede decir ¿cuándo naciste?

—El… —Le tiraron muy fuerte del pelo y medio gritó—: El treinta de

octubre de mil novecientos ochenta. —Me sorprendí con esa información.

—¡¡¡MENTIROSO!!! —gritó ella—. Tú no naciste el treinta de octubre. Bueno, eso te hicieron creer. Naciste justo el treinta y uno de octubre y,

adivino, ¿también sueles tener los mismos sueños de Noelia, verdad? —No la desmintió—. Pues bien, terminemos con esto. —De nuevo, Maeve se

puso al frente mío—. Justo a tiempo.

Cuando se percató de que la luna roja era visible, dijo muy cerca de mí—: Solvite anima tua anima mea ingrediantur corpus5.

Grite con toda mi alma, como si me torturarán. Pude ver cómo me iba. Caí muy rápido al suelo, y fui capaz de ver a Mike. Mis ojos se

cerraron y fue lo último que vi.

—Lo sien… —alcancé a decir. Como un susurro, pude escuchar el grito de Mike. No podía moverme pero estaba cociente de lo que ocurría a

mí alrededor. Sentí más pesado mi cuerpo. Maeve se hallaba tratando de entrar en mi cuerpo, y a pesar de eso, pude abrir los parpados, aunque no podía mirar nada a mí alrededor. Sentí como caminaba de nuevo, pero no

tenía control de mi cuerpo.

Cuando lo logré, dije—: Quicquid confregisti cor vestrum dirigite errorem6.

El cielo rugió, y de nuevo caí. Mi cuerpo involuntariamente se giró, hasta quedar boca arriba. Grité de nuevo, me alcé un poco y pude

observar la luna. Sentía como las lágrimas brotaban del dolor. No podía mirar hacia nada.

Por un momento pude ver a Maeve. Luchó por volver a mí, y pude sentir como mi cuerpo era tratado como muñeca de trapo, volaba e iba de un lado a otro como si me poseerá.

5 Libera tu alma, para que mi alma pueda ingresar a tu cuerpo, 6 Lo que alguna vez rompió tu corazón, debe enmendar tu error.

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Una voz de un hombre llamó a la abuela Maeve. La buscó y lloró.

Ella siguió a su amado. Por fin se habían reencontrado. No supe más, la oscuridad profunda reinó para mí.

Me sentí pesada, pero era diferente. Podía sentir la presencia de

Mike. Mi mente iba y venía, y por más que buscaba salir de esta oscura realidad, no podía.

Cada vez que lo intentaba se me iba de las manos. No sabía cuánto

tiempo había pasado desde que me quedé inconsciente. Cuando pude abrir los ojos, sentí todo pesado, me dolía todo, y me encontraba vendada

en los brazos y un pie lo tenía enyesado. No sabía cómo había llegado a tener todas estas heridas.

Me fije que Mike. Se encontraba dormido en una silla a mi lado. Le

toqué la mejilla. Pronto me sintió y comenzó a despertar. Le sonreí.

—Buenos días, preciosa –Me dijo Mike.

—Ah… -—Trate de decirle Buenos días, pero no salió ni un solo sonido. Me asusté y el aparato que tomaba mis latidos empezó a emitir los pitidos muy rápido.

Me estaba asustando.

No podía hablar. Por más que lo intentara no salía nada. Comencé a

llorar sangre, no paraba. Me desmayé.

Cada vez que me levantaba e intentaba hablar, no salía nada. Me frustré demasiado. Era una cadena, y caí en una depresión profunda.

Después de todos los sucesos, Mike fue más fuerte que yo. Me

apoyaba mientras yo me desmoronaba cada vez más. Supe que los muertos se evaporaron cuando todo acabó. Los chicos no tuvieron grandes

rasguños, sólo dos personas murieron esa noche.

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Esa cifra me sorprendió, creí que iba a haber un número más

grande de personas muertas.

Así fue por muchos años. Nunca supe superarlo todo. Según los

doctores era algo psicológico, no había nada malo en mí, pero yo siempre creí que era algo más…

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Cursed Thirty One

Escrito por MelinaPonce_

Corregido por NicoleM

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Sinopsis

Katherine Scott era una chica normal, con una familia normal, amigos normales y un novio normal, hasta que un día ocurre un terrible homicidio múltiple, del cual todos saben qué esperar, en su pequeño y tranquilo pueblo.

Pero cuando un suceso horrible está a punto de suceder e

intenta resguardar a quienes más ama del desastre, todo se complica.

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1

—Kate, es hora de levantarte, cielo —dijo la voz de mi madre al otro lado de la puerta.

Era momento de hacerle caso, o si no me la pasaría enojada el resto

del día por estar horrible.

—Estoy en ello —dije lo más fuerte que pude dado que recién

despertaba.

—El desayuno estará en veinte. —Y con eso, pasos se alejaron por el pasillo. Mi madre había dejado la escena.

Un estiramiento y me encontraba lista para salir de debajo de las sábanas.

Lo primero que hice fue ir al baño a ver el desastre en que la cama

había logrado convertirme. Cuando llegué al espejo del cuarto de baño de mi habitación no podía creer la dirección que tomaban los mechones de

cabello castaño en mi cabeza. Con un suspiro conecte la plancha de pelo y me prepare para los diez minutos que me tomaría intentar hacer que mi cabello se viera decente.

Luego de veinte minutos tenía el cabello en una pequeña trenza

cocida frontal que desaparecía "mágicamente" en el resto del cabello suelto y alisado. Con el paso del tiempo te acostumbras a repetir este proceso

todos los días, no siempre voy con una trenza a la escuela, pero después de varios intentos fallidos de pelo suelto me rendí y fui por el plan B. Toda una batalla.

Mamá, muy atenta como todas las mañanas, me hizo un té y tostadas. Tori, mi hermana pequeña, comía tranquilamente su cereal y, al

mismo tiempo, se tomaba pequeños turnos para dibujar, ante lo cual sonreí, tiene seis años y es toda una princesa. Mientas me tomaba el té, decidí que era tiempo de hermanas, por lo que dentro de poco la llevaría a

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dar un paseo, tal vez al centro comercial, o quizás cine. Mientras

planificaba la salida comía mi desayuno tranquilamente con el ruido del noticiero sonando de fondo, cuando de repente mamá inhaló como si no

pudiera creer lo que pasaba y se llevaba una mano a la boca. Le di, esta

vez en serio, toda mi atención al noticiero; en la pantalla se leía, «MUERTE

DE 7 JÓVENES» y debajo en los subtítulos, «Fueron atacados anoche,

según las pericias. Aún se desconoce la causa de muerte» el reportero

contaba que fueron encontrados hoy por un oficial que hacia una ronda de

vigilancia y que las familias se encontraban devastadas y, por supuesto, que en breve tendríamos más información.

Moví mi mirada desde la pantalla a Tori y luego a mamá, quien se

mostraba un poco pensativa. Es realmente extraño que esto pase ahora, es decir, somos un pueblo pequeño del tipo “el vecino es el mismo desde que naces hasta que mueres” y “el dueño del mercado siempre es el hijo del dueño anterior” ¿entienden a qué me refiero verdad? Y que de la nada,

mueran siete chicos a los cuales, es muy probable, no conociera, pero más que seguro me los topé en el pasillo, es como si sintieras que pudo haberte pasado a ti, al que se sienta delante tuyo, ¡a cualquiera!. Es simplemente

raro teniendo en cuenta el tipo de pueblo en que vivimos.

Además estas cosas no pasan nunca ¿o sí?

La mañana en el colegio fue... sofocante. Había un clima tenso en

todo el lugar, supongo que todos nos hallábamos un poco paranoicos. Pero luego de un par de horas el ambiente poco a poco se fue, como por así decirlo, descontracturando.

A la hora de almuerzo la cafetería era, lo que siempre fue, un alboroto de chicos reunidos en un mismo lugar, que hablaban tanto que el

ruido llegaba a ser molesto. Pero después de la densa mañana eso se sentía bien, luego de que te das cuenta que tu vida es un poco insignificante disfrutas de las pequeñas cosas que te rodean.

Y hablando de descontracturar, Matt, el mejor amigo de mi novio, me estaba haciendo una terrible propuesta de una fiesta para Noche de

Brujas en medio de la nada. Como si en serio fuera a ser capaz de decir algo para convencerme de ir. Sophia, una de mis mejores amigas, simplemente miraba a su novio como si fuera lo mejor de la vida.

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—Vamos, di que sí —dijo Matt bañando una papa frita en salsa de

tomate para luego llevársela a la boca—. No sé para qué insisto tanto si sé que terminaras yendo igual. —Mientras masticaba me miraba con los ojos

entrecerrados, su rostro era muy gracioso por lo que no pude contener la sonrisa—. ¿Es eso un sí? —preguntó con los ojos brillosos, pero cuando estaba a punto de contestar alguien más lo hizo por mí.

—No, solamente se está riendo de tu fea cara, Matt —dijo Beca, mi otra mejor amiga, apareciendo y dejando su bandeja de almuerzo junto a la mía, mientras se sentaba a mi izquierda—. Hola Soph —le sonríe a

nuestra chica compartida—. ¿No te parece la cara de tu novio un poco graciosa?

—Todavía no has visto la cara graciosa, Beck —dice Soph mientras se tienta de algo y Beca solo niega con una sonrisa en el rostro.

—Se suponía que ese era nuestro secreto —dijo un dolido Matt.

—Lo sigue siendo ya que aún, técnicamente, no han visto la cara —le sonríe mientras que con una le acaricia la mejilla—. Seguimos a salvo.

—Le guiña un ojo verde y él le sonríe para luego robarle un beso.

Tenía que admitirlo eran tiernos juntos.

Mientras miraba a la feliz pareja Beca atrae mi atención.

—Liz —dijo mientras se ataba el cabello rubio en una coleta para luego tomar su jugo de frutas, suelto algo parecido a un “aja” y continua—

: ¿Sabes lo que te pondrás para la asombrosa fiesta en el bosque para festejar Noche de Brujas?

—Oh, no ¿tú también? —pregunté, cada vez que la mencionan me

daban ganas de arrancarme los ojos. Real…

—Yo también ¿qué? —preguntó frunciendo el ceño, completamente pérdida.

—Aquí, el chico Matt —dije y volteé a verlo y me di cuenta que seguía concentrado en darle besos a mi amiga así que rápidamente regresé la

mirada a Beca—, estuvo como quince o casi veinte minutos tratando de convencerme de ser parte de esa fiesta. Saben lo tonta que me pongo para estas fechas, no hay nada que puedan ofrecerme para que cambie de

opinión —una mano se posó en mi cintura y un beso fue depositado en mi cuello, instantáneamente cerré los ojos con deleite y me acerqué más a la

persona tras de mi sabiendo que era Zac, mi novio.

—¿Tal vez si me ofrezco en el paquete digas que sí? —preguntó repartiendo más besos, ahora tras mi oreja.

—Realmente tendría que repensarlo de ser así. —Me volteé y lo besé en los labios a lo cual de muy buena manera me correspondió.

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—Realmente ustedes cuatro necesitan conseguirse una habitación,

como, ahora mismo —escuche decir a Beca, lo que solamente logró que en mis besos con Zac hubiera sonrisas.

Cuando terminamos de besarnos, juntó nuestras frentes y comenzó una lucha de miradas, avellana versus celeste.

—Sé que sonara tonto, pero te extrañe toda la mañana. —Siempre

sabía qué decir, ¿puedo pedir más?

—¿Sonara raro si digo que me pasó exactamente lo mismo? —pregunté.

—Oh, claro que no. —Me guiñó y besó rápidamente, luego nos separamos y dijo—: Iras a la fiesta de este sábado, te guste o no.

—¿Por qué es tan importante que asista a esa tonta fiesta? —les pregunté un poco molesta ¿estos chicos no veían noticias?

No me gustaba la idea de pasar una noche en medio de un bosque

lejos de todo, porque siendo realistas y con una mano en el corazón, ¿acaso nadie le teme a las cosas oscuras y tenebrosas en medio de la nada

el día de Brujas? No podía ser la única persona consiente en este grupo que pensara que en esa noche un loco podría atacarnos con una motosierra en plena fiesta, lo cual resultaría en millones de muertos,

bueno no millones pero si un número muy elevado de dos dígitos. Me daba mala espina pasar Noche de Brujas por ahí, prefería ver una película de

terror con Zac en mi habitación, eso era mil veces un mejor plan. Al menos para mí, teniendo en cuenta a los siete chicos muertos.

—Porque será la fiesta del año, nena —dijo suplicándome con la

mirada—. Sé que preferirías que nos quedáramos en tu habitación con helado y una película...

—No había pensado en el helado —lo interrumpí, considerándolo y me sonrió.

—Se te hubiera ocurrido en un momento u otro. —Me lo besó en la

punta de la nariz—. Pero, vamos, hace mucho que esta pareja no es vista en una fiesta y tengo un presentimiento de que debemos asistir a esta —dijo claramente notándose su emoción por ir.

—No lo sé, Zac —dije, pero sé que vio mi duda y que allí encontró un quiebre en mi rotundo 'no'. Siguió insistiendo, sabiendo que con la

cantidad justa de 'por favor' y besos me convencería en un abrir y cerrar de ojos.

Y así pasó, logró que yo, la inquebrantable Elizabeth Scott, dijera

que sí a una fiesta que no le agradaba en absoluto.

—Bien, pero luego de esto me deberás muchos nachos y queso

cheddar, amigo. —Lo señalé con mi dedo índice y solo lo beso. Beso mi

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puto dedo, hizo que me derritiera en el asiento de la cafetería así como si

nada.

—Prometo compensártelo de sobremanera. —Me guiñó su ojo

derecho color avellana, y ya no quedó rastro de cordura en mi cuerpo. Pero luego recordé a estos chicos y fue como si un balde de agua fría, con hielos y todo, me cayera encima.

—Más vale que esa noche llegué viva a mi casa —susurré más para mí misma que para ellos, pero me di cuenta que lo escucharon ya que

todos se tensaron.

Linda manera de terminar mi día escolar...

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2

Más tarde ese mismo día, cuando llegué a casa descubrí a mamá en la oficina de mi padre revisando lo que parecían ser viejos periódicos.

—Hola —dije apoyándome en el marco de la puerta, levantó la

mirada rápidamente y podría decir que su rostro mostró un poco de asombro.

—Oh, hola —dijo, apilando todos los diarios y revisando la hora en su reloj de muñeca—. La mañana se me pasó volando. —Se levantó del escritorio, apoyó una mano sobre la pila de periódicos y su mirada, por un momento, quedó trabada en ella, como si estuviera pensando, no me mal interpreten, mi madre es de las que pensaba todo mil veces, pero esto era nuevo, puesto que nunca antes

la vi tan distante. Era como si algo estuviera rondando en su cabeza y no pudiera sacárselo de encima.

—¿Sabes algo de papá? —pregunté trayéndola de nuevo al presente y seguida nos encontrábamos en la misma página.

—Sí, llamó temprano. Dijo que estaría en casa mañana por la noche, que traía muchos regalos de Europa.

Sonreí.

—Gracias a Dios, no sé qué habría sido de su vida si regresara de esa convención de periodismo sin regalos en las manos para su amada hija —dije mientras en un acto exagerado a lo Regina George empujaba mi cabello delicadamente hacia atrás. Mi madre rió, pero aún la notaba distante ¿qué mosca le picó?

—¿Y Tori? —pregunté, ya que la enana no fue a recibirme como hacía siempre.

—En casa de Lindsay, tu tía quería que probara unas nuevas galletas. Además, pensé que le vendría bien jugar un poco con Val —dijo encogiéndose de hombros, ante lo que solté una carcajada, ya

había traspasado toda esa etapa, lo que le esperaba a la pobre Tori, pero al menos tenía fuerzas conjuntas con su prima, lo que era yo, pasé por todo eso completamente sola, imagínate cuando no me

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gustaban las galletas y la tía Lindsay lloraba por horas diciendo que

era una mala cocinera.

—Pobre de mí nena —suspiré—, ¿qué hacías aquí de todos modos? —pregunté, después de todo sigo siendo una adolescente curiosa

—Oh, nada. Simplemente revisaba unos artículos de tu padre —dijo dándome una excusa pobre, los artículos de papá se

encontraban todos guardados en una carpeta. Pero si no lo quería decir no la iba a presionar, después de todo solamente era su hija, no tenía por qué compartir sus secretos conmigo.

Salí de la ducha con el cabello y cuerpo envueltos en una toalla

mientras E.T de Katy Perry sonaba en mi habitación y comenzaba la tarea de vestirme y peinarme.

Cuando terminaba de ponerme una camiseta de tiras, sudadera y un pantalón de pijama, escuché un ruido de movimiento en la habitación de al lado, la de Tori, por lo que fruncí el ceño. Creí que mamá había ido a buscar a Tori antes de entrar a bañarme, y

ciertamente mi tía no vivía a dos pasos de distancia…

Eh, ¿en serio tardé tanto en ducharme?

Con mi cabello ya peinado y liso, decidí ir a buscar a mamá, era probable que me haya excedido en la ducha. Salí del cuarto, bajé las escaleras y me dirigí a la cocina para hablarle, de seguro se encontraba ahí planeando la cena.

Pero mi sorpresa fue enorme cuando me di cuenta de que aún no habían vuelto, sus llaves no estaban y lo reconfirmé cuando no vi su auto en el camino de entrada. Lo que significaba que aún seguía sola en casa.

¿Acaso alguien había entrado a la casa? Mierda. Alguien entró a

la casa. Tomando la escoba, me encaminé hacia la habitación de Tori. Sentí la adrenalina correr por mis venas, era como un calor corriendo por todo el cuerpo, mis oídos se agudizaron para así poder

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escuchar cualquier sonido que confirmara que alguien más se

hallaba en la casa, pero todo se encontraba muy silencioso, salvo por la voz de Katy en mi habitación.

Las luces del cuarto de Tori estaban apagadas, mi respiración se aceleró porque, en serio, ¿qué iba a hacer? Entrar toda valiente y gritar: „esto es Esparta‟, ciertamente no. Debí haber llamado a la

policía. Diablos, cómo es que no pensé en ello. Pero no tenía tiempo para eso, ya me encontraba ahí y no podía dar marcha atrás. Respiré profundo y con el pie izquierdo pateé la puerta, la cual se abrió de par en par.

Gran entrada Katherine.

Rápidamente encendí la luz de la habitación y repasé el cuarto en busca de algo fuera de lugar, usualmente Tori era muy organizada para solo tener seis años, pero reconocía su desorden. No había nada remotamente extraño. Asomé la cabeza en el cuarto con el palo de escoba siempre por delante, iba a dar serios golpes con este palo si alguien se había escondido en la habitación de mi

hermanita. La cama se encontraba en la pared frente a la puerta, lo cual me facilitó el hecho de ver si alguien se hallaba debajo… nadie.

El armario… era otra cosa, no conocía a nadie que quisiera abrir jamás un armario luego de escuchar ruidos en el cuarto donde

se encuentra dicho armario.

Entonces me di cuenta, un poco tarde, que me encontraba muy

asustada y que quería que mi papá estuviera ahí. Como la tonta que era mis ojos comenzaron a picar y listo, lloraba cuando posiblemente había alguien escondido en el armario de mi hermana pequeña. Un escalofrió me recorrió la espalda y las lágrimas aumentaron el ritmo. No quería estar sola.

Tienes que calmarte Katherine, respira hondo y abre la maldita

puerta del armario.

Mi consciencia siempre tan alentadora. Tomé otra bocanada de

aire, corrí al armario, abrí las puertas dobles y salté hacia atrás en caso de que alguien me quisiera atacar. Pero estaba vacío. ¿Qué carajos?

Me doy la vuelta pensando que alguien se encontraba detrás con un cuchillo en la mano y planeando matarme, pero tampoco. Entonces, ¿qué diablos fueron esos ruidos?

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Me quedé ahí en medio de la habitación pensando en qué

podría haber sido lo que escuché, y con la mirada examiné toda la habitación, pero seguía sin entender nada.

Gradualmente mi respiración comenzó a volver a la normalidad, bajé los hombro, relajando todo el cuerpo y decidiendo atribuirle todo al estrés que conllevó enterarme de la muerte de los siete chicos y la maldita fiesta del día siguiente.

Si confesara que me encuentro verdaderamente asustada y Zac me perdonará, ¿podremos ver películas en mi habitación? Dios quiera que sí, por favor.

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3

¿Dirían que estoy muy mal si les digo que me pasé la siguiente hora con un bate de beisbol en una mano, el celular con el novecientos once ya marcado en la otra, además de que corrí uno de los sillones individuales

contra la pared porque tenía miedo de que alguien apareciera en mi espalda y me matara? Si, así de miedosa.

Consideré llamar a mis amigas, e incluso a mi novio, pero cuando recordé que mañana era la fiesta ya no fue una opción, y de verdad no estaba de ánimos para tener gente acosándome con: '¿qué te vas a poner?' o '¿por qué no quieres ir?', simplemente no me encontraba mentalmente preparada, súmenle a eso los nervios a flor de piel y no obtendrían a una

Katherine muy simpática.

Mi madre llegó una hora y media después de que el incidente de la

habitación de Tori pasara, me preguntó el por qué decidí remodelar la sala y le conté lo mejor que pude lo que pasó, no sabía que me encontraba tan nerviosa hasta que comencé a tratar de explicarle lo que sucedió y vi que

no podía debido a que cada tres palabras me trababa o no me explicaba bien.

Mamá, no sé cómo, entendió lo que quise decir, me dio un vaso con

agua y me calmo lo mejor que pudo.

No dejé que Tori se alejara de mí y de mi madre solo para estar

segura, después de escuchar toda mi historia, decidió llamar a la policía para que echaran un vistazo a la casa, no perdían nada con solo pasar. Mientras tanto abrazaba a mi hermana y se encontraba realmente a gusto

en mi regazo mientras nos mecía y le susurraba cuánto la quería. Al poco tiempo cayo rendida y la acurruque más… No sé qué haría si algo le

pasara a Tori, es mi sol y es, ahora mismo, mi boleto a la tranquilidad. Moriría por ella, y no lo digo solo porque sea su hermana. Pero es mía y desde el primer momento en que la vi supe que alguien dependía de mí y

que no permitiría jamás que algo le pasara.

Los oficiales llegaron minutos después de la llamada de mamá y luego de darle un beso a una dormida Tori, los acompaño a la cocina para

contarles lo que le había dicho minutos antes.

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Los oficiales revisaron toda la casa, no quedo cosa sin mover, el ático, el sótano, las habitaciones, la cocina, el comedor y el patio. Dieron el

visto bueno y dijeron que ante cualquier cosa extraña los llamáramos, y que 'no hay que confiarse demasiado, el pueblo repentinamente se puso peligroso. Y la muerte de estos siete chicos tiene alterado a todo el mundo'. Por supuesto que todos están alterados, la única muerte que se conoce por aquí es la de forma natural, nada de robos ni asesinatos, nada de nada. El

pueblo era tranquilo hasta la médula, y de repente sucede lo de esos chicos y se arma tremenda revolución, era de esperarse.

Luego de que los oficiales se fueran, mamá actuó de lo más normal,

cena, televisión, postre, televisión, cama y finalmente, aunque no supo que me di cuenta, se fue a la oficina de papá, otra vez. Me gustaría descubrir

qué es lo que busca y por lo que me propuse averiguarlo de inmediato.

Luego de esperar, esperar y esperar, a eso de las tres y media, mamá por fin salió de ahí, la escuché caminar por el pasillo y murmurar cosas

para sí, a decir verdad, sonaba un poco molesta. Esperé hasta las cuatro para que no me sorprendiera mirando entre las cosas revisaba.

Baje muy cuidadosamente los escalones, es más, me salté el escalón que rechinada al pisarlo, soy muy audaz para este mundo, lo sé, y finalmente llegué a la oficina de papá, llevaba conmigo el celular, porque

todo espía sabe que no se deben encenderse las luces, te incrimina antes de poder defenderte. Con la puerta cerrada y armada con la linterna de mi

celular comencé a revisar las cosas, lo cual fue un poco complicado dado que mamá guardó todo ¿cómo se supone que revise lo que estuvo mirando si no sé qué miraba?

Comencé a revolver los papeles del escritorio y cuando me estaba por dar por vencida ¡bingo!

Por lo que veía debían de haber al menos cuarenta recortes y todos artículos periodísticos. Cuidadosamente me senté en la silla giratoria para leerlos, miré la puerta una última vez antes de meterme de lleno en ellos.

Leí todo atentamente y, he aquí un pequeño resumen: decían que el mismo día cada diez años, todos los treintaiuno de octubre, por lo que vi,

la mayoría los artículos se publicó el primero de noviembre, sacando cuentas mentales me di cuenta de que la última vez que ocurrió fue cuando tenía ocho o siete años y pasó lo mismo que está pasando ahora,

muere una cierta cantidad de chicos y luego viene una masacre en serie.

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Papá era el nuevo aquí, se mudó porque vino a buscar la historia

que lo haría ganar un Pulitzer, y claro que lo ganó, figúrate que con la tremenda historia escondida en este pueblo hasta yo, que no tengo ni una

pizca del don periodístico, pude haber ganado. Pero ¿qué rayos? ¿Por qué nunca supe de esto? Y ¿por qué mamá, de todos estos años que ha vivido aquí, no se marchó? O como mínimo no tomó a su construida familia y se

los llevo lejos de este pueblo. No lo entiendo.

Según entendí, siempre es un gran acontecimiento en donde se inicia la masacre de Texas, mal chiste, lo siento.

La primera masacre fue en el año mil novecientos setenta y cinco, habían hecho una feria para festejar la Noche de Brujas, ¿de dónde me sonaba eso?, la gente intentaba darle un lindo recuerdo a los niños, todo bien hasta que dieron las once y media de la noche, un grupo de cuarenta

personas invadieron la feria y fue, según el recorte, un baño de sangre. Niños y mujeres gritando, hombres peleando por mantener a su familia a salvo. Luego de media hora de gritos, sollozos, desesperación y sangre, los

restantes de esos cuarenta, quienes seguían vivos, se retiraron, y esa fue la primera aparición. Esta causó muchísimas pérdidas, por lo que al año

siguiente todos esperaron con temor, y armados hasta más no poder, a que regresaran, pero nada ocurrió, al año siguiente lo mismo y así, cuando finalmente el pueblo pudo respirar y tratar de olvidar la trágica noche del

setenta y cinco, volvieron aparecer los cuarenta maniáticos y esta vez atacaron a un grupo de policías, en realidad, a todos los policías del

pueblo, eso ocurrió en el ochentaicinco. Para ese entonces la gente pudo sumar dos más dos y sacaron ciertas conclusiones:

1. Siempre atacan a grupos grandes.

2. Siempre a las once y media de la noche, para así marcharse en el último minuto de Noche de Brujas.

Lo que más tiempo llevó deducir fue “¿cuándo volverían a aparecer?” Esta pregunta no tuvo respuesta alguna hasta que en la noche del treintaiuno de octubre del noventaicinco en una loca fiesta en una casa

casi a las afueras del pueblo, volvieron atacar los cuarenta maniáticos, ¿quién diría que puedes salvarte la vida cuando eres antisocial y no asistes a fiestas, no?, matando a casi todos los asistentes de la fiesta salvo por unas pocas personas las cuales pidieron, por favor, que no se divulgara su identidad, bien por ellos. Los demás artículos decían que estos cuarenta

psicópatas, al parecer, atacan cada diez años el treintaiuno de octubre, o Noche de Brujas. Por lo cual era más que obvio que para el ese día del dos

mil cinco volvieron a aparecer en escena, cuando tenía ocho, angelicales, años, ¿dónde estaba que no me enteré de esta masacre? Ese año atacaron

en una conferencia de un colegio, donde se encontraban tanto padres como alumnos y profesores, la mayoría terminó muerto. Todo el artículo de la masacre de dos mil cinco hablaba del misterio sin resolver de ¿cómo es

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que la escuela mantuvo las puertas cerradas todo el tiempo y que aún así

estos maniáticos entraron a la institución? Raro.

El último artículo era de hace unos pocos días y el periodista decía

que aunque no tenía ganas de escribir una de las historias más tristes del pueblo, no le quedaba más que narrarla el domingo por la mañana, para que el lunes nosotros estuviéramos informados, y que se encontraría lleno

de dolor al compartir con los lectores cómo fue que otra masacre tuvo lugar en este pequeño y encantador, no del todo, pueblo. Finalmente les

deseó buena suerte a todos y que ojalá no hubieran más muertes este año.

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4

Solté el último recorte y lo dejé en su lugar. Era demasiada

información para procesar. Sin darme cuenta, me encontraba en la postura que tiene papá cuando piensa demasiado en un artículo, la cual

mamá llama 'la pose del pensador', era en realidad un buen nombre.

Fuera de eso. No entendí nada. Cómo es que el FBI, la CIA o quién sea, no se interesaran en estas pequeñas masacres, por Dios, somos

ciudadanos y tenemos tanto derecho a vivir como cualquier otro. Vamos, ¿nadie es sospechoso?

Era un pequeño pueblo donde todos se conocían entre sí, debíamos conocer de sobra quién tenía actitudes homicidas para estas altura del juego, pero por lo visto todos le hacían la vista gorda a este asunto.

Además de eso, ¿por qué las masacres? es decir, no rendíamos algún tipo de culto, al menos no uno del que estuviera enterada. ¿Será una secta? Eh, no, no lo creo.

Luego estaba mamá ¿por qué nunca, jamás, lo dijo? Quería suponer que papá lo sabía, dado que era la mente brillante de la familia. Además

¿cómo le ocultas a tu esposo, el cual es periodista, lo que significaba que mete su narizota en todo, las veinticuatro horas del día, las cuatro

masacres más grandes de un pueblo de menos mil habitantes? Simplemente no puedes, ¡es imposible!

Decidí no seguir tentando a la suerte y rápidamente regresé todo a

su lugar. Salí de la oficina y subí a mi habitación, recordando el escalón. Cuando me encontraba en la seguridad de mi cama seguí pensando acerca de todo lo que leí en los recortes.

Cada diez años, mamá debía de haberlas vivido casi todas, ¿en qué año había sido la primera? Ah sí, en el setentaicinco y mamá nació el

sesentainueve, y si mis cálculos no me fallaban, por supuesto que no, soy una maldita genio de las matemáticas, estuvo presente en todas y cada

una, no en cuerpo y todo eso, sino más bien figurativamente hablando, y me hallaba segura de que esos artículos no eran obra de papá, el llegó al pueblo cuando mamá tenía diecisiete, y la segunda masacre fue cuando

ella tenía dieciséis, un año antes de papá.

Ahora que lo pienso, seguramente papá ganó el Pulitzer gracias a mamá.

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Regresando al tema en cuestión, mamá siempre supo de esto pero

¿qué? ¿Creyó que jamás le afectarían a ella o a su círculo familiar? No entendía ¿por qué nunca me comentó nada? Lo sé, lo sé, tampoco es que

sea un tema que sacar a relucir, imagínate 'Oye, hija, te enteraste de las masacres de las cuales estoy completamente consciente, ten cuidado que cuarenta locos te pueden matar', sí, un poco horrible si lo pensabas bien.

Dejando de lado a mi madre. Me encontrada demasiado preocupada por todo, es decir, ya todos sacamos la misma conclusión ¿verdad?

Se cumplen diez años este treintaiuno de octubre, el bosque era un lugar donde iba a haber mucha gente despreocupada y tonta, y la puta fiesta iniciaba a las once ¿Alguien más se ha borrado de los planes de ir a esa estúpida fiesta o solo soy yo?

—Kate, arriba –dijo mi madre golpeando la puerta, como todos los días—. Beca y Sophia ya están aquí —escuché varios pasos y mi puerta se

abrió dejando ver las caras sonrientes de mis amigas.

—Hola, hola —dijeron ambas entrando.

—Hola —dije estirándome para luego sentarme.

—Dormilona. —Beca se acostó a mi lado y me abrazo de la cintura por encima de las sabanas.

—¿Qué hacen aquí tan temprano? —dije bostezando, no tuve una de mis mejores noches que digamos.

—Vinimos a llevarte a comer algo y luego ver qué ropa te pondrás para la fiesta —dijo Soph mientras abría las cortinas para que así la luz exterior entrara.

Cuando escuché la palabra ‗fiesta‘ mis ojos casi se salieron de sus orbitas.

—Ah sí, la fiesta —dije insegura—. No voy a ir. De hecho, ninguno,

ni ustedes ni Matt ni Zac irán a esa fiesta —dije ahora completamente despabilada.

Beca se rió bajo y Soph se quedó mirándome con la cabeza ladeada.

—Pero Zac dijo que…

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La interrumpí—: No importa lo que haya dicho Zac. No iremos. Fin

de la conversación. —Algo en mi tono de voz hizo que Beca me soltara y se sentara a mi lado.

—¿Qué pasa? —pregunto con el ceño fruncido de la preocupación.

—No quiero conversarlo ahora ¿está bien? —me levanté de la cama y fui al cuarto de baño. Simplemente se pararon en la puerta y miraron

todos mis movimientos.

—¿Vas a decirnos que mosca te picó?

—No me picó nada. Es solo que no quiero ir a esa tonta fiesta, y creo

que ustedes tampoco deberían ir, simplemente… —no podía decirles lo que encontré, pensarían que estaba loca. Además, si yo no recordaba la última

masacre, ellas tampoco deberían de recordarla—, un mal presentimiento —terminé, me miré en el espejo y vi las tremendas ojeras que tenía y dije—: Dios que horrible. —Me amarré el pelo.

—Vamos ¿qué tan malo puede ser ir a una fiesta? Hace mucho que no sales a una, y además Zac está muy ilusionado con esto, tú misma lo

viste. Estuvieron toda la noche reunidos con Matt pensando en bromas para hacerle a los de primer año —dijo Sophia, y Beca a su lado asentía para darle la razón.

—No iremos. Punto final. Más tarde hablaré con Zac y le pediré que tampoco vaya. Es todo —me encogí de hombros y apoyé con la cadera en la mesada del baño.

—¿Qué eres? ¿El ama y dueña de nuestras vidas? Iremos a esa fiesta y tú estás incluida en el paquete, chica. —Se me estaba acabando la

paciencia con estas chicas.

—No. No iré. —Negué con la cabeza y abrí la llave para lavarme la cara.

Escuché un suspiro cansado, pero lo ignoré y seguí con lo mío.

Me lavé la cara y sequé con la toalla. Me lavé los dientes. Me sequé

la boca. Salí del baño. Fui al armario. Me puse un pantalón, una camiseta, un polerón, y zapatillas. Me encontraba lista.

Cuando terminé, Sophia y Beca me miraban atentamente sin decir

palabra, simplemente me miraban.

—Vamos, Kate —dijo Beca—. Somos tus amigas, solo dinos por qué no quieres ir a la fiesta…

—Solo no ¿sí? —Me di la vuelta y las miré casi suplicando.

Se miraron, suspiraron y sonreí. Gané esa batalla.

Pero sabía que me quedaba una, completamente difícil y diferente, una con Zac.

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—¿Crees que podrás convencer a Matt de no ir a la fiesta? —le

pregunte a Soph.

Las chicas habían hecho lo imposible por sacarme la verdad del por qué no quería ir, pero no lo lograron. Simplemente les dije que tendrían

que confiar en mi palabra y el resto fue historia, ya que teníamos una total y ciega fe una en la otra. En este grupo no había mentiras.

—Lo dudo mucho, se encuentra demasiado metido en esto como

para que lo pueda hacer desistir de la idea. Pero siempre puedo intentarlo —dijo mientras mandaba mensajes con rapidez desde su celular, supongo

que hablaba con Matt, nos reuniríamos con él y Zac en una cafetería para pedirles que no fueran a la fiesta.

Me sentía extasiada por esto. Conseguí que mis mejores amigas

escaparan de una muerte segura y ahora lo haría con mi novio y su mejor amigo. Me sentía una heroína.

Después de conducir por casi diez minutos llegamos a la cafetería, se encontraban ahí, hablando y seguramente planeando bromas para esa noche, lo sentía mucho por ellos, en serio, pero salvaba sus vidas y no

tenían ni idea. En algún futuro cercano me lo agradecerían.

—Hola —dije dándole un beso en la mejilla a mi novio y sentándome a su lado en la cabina.

—Hola a ti. —Envolvió un brazo en mi cintura, me apegó a él, y comenzó a acariciarme el cuello con la nariz.

—Hola Matt —dije, pero solo asintió y le dio toda su atención a Sophia, quien le susurraba cosas al oído, lo que hacía que ambos sonrieran.

—Tenemos que hablar —le dije a Zac, y antes de separarse de mí, deposito un beso en mi cuello y me miro.

—Soy todo oídos, nena. —Inhalé profundamente y también miré a Matt, el cual ahora me miraba curioso.

—Me gustaría que no fueran a la fiesta de esta noche —mire a Zac y

vi sorpresa pura en su rostro.

—¿Qué? —fue lo único que dijo.

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—Eso, no quiero que vayan a la fiesta de esta noche. Tengo un mal

presentimiento y me gustaría mucho si de verdad pudieran hacer esto por mí y Soph, claro —dije lo último para Matt, quien simplemente miró a

Soph mientras ella asentía.

—No he tratado la semana entera de convencerte para que hoy, el día de la fiesta, me digas que no.

Dios, esto sería complicado.

—Lo sé y lo siento, créeme que realmente lo siento —lo mire a los ojos para que supiera que lo decía en serio—. Pero… solo —las palabras

me fallaron, cerré los ojos como si ver la decepción en su rostro fuera mucho para mí, pero vamos, estaba tratando de salvarle la vida. Tenía que

hacerlo por él, por nosotros, por su familia, por todos. Volví a mirarlo a los ojos—. Solo tienes que confiar en mí, por favor, Zac —tome su mano por debajo de la mesa y la apreté, si me apretaba la mano estaríamos bien y

que esta noche la pasaría conmigo como lo planeé en un principio.

Esperé, pero el apretón no llegó, simplemente me observó, como si

no me conociera. Miraba mis ojos y buscaba algo en ellos, y al parecer, después de su exhaustiva búsqueda lo encontró.

—¿Por favor? —pregunté una última vez y suspiró, pero apretó mi

mano. Sonreí y le susurré—: Gracias. —Le di un beso en la mejilla y arrime mi boca a su oído—. En serio, lo siento. —Me separé de él y vi que

asintió levemente.

—¿En serio me dejaras solo hombre? —dijo Matt.

—La petición también fue para ti Matt —dije con un tono de voz

apacible.

Mi mano y la de Zac seguían juntas. Matt solamente me miró, como si fuera lo peor que pudo haberle pasado en la vida, pero así y todo dio un

seco asentimiento.

—Gracias, en serio —le dije y asentí a lo macho, aunque nunca

entendí muy bien como era, pero creo que fue un buen momento para usarlo.

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Mensajes entre Sophia y Beca.

¿En serio no iremos a esa asombrosa fiesta? La estuve esperando desde que supe de ella.

Por supuesto que iremos, pero Kate no lo sabrá. Le daría un ataque si se entera de que iremos.

Estoy segura de que estamos rompiendo algunos códigos de

amistad…

También yo, pero no puedo hacer nada para convencerla. Está sobreactuando, nada malo pasara…

Minutos después…

Oh, Dios. Zac dijo que no irá. Matt está que echa chispas por los poros.

Oh, por Dios. No puedo creerlo… ¿Seguimos yendo a la fiesta verdad?

Claro, paso por ti con Matt a las diez y media, será un largo viaje.

Totalmente de acuerdo ¿a quién se le ocurrió hacer la fiesta a treinta minutos de aquí?

A Kevin.

Idiota

Concuerdo.

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5

Eran las diez y me encontraba en casa preparando palomitas y refrescos.

Zac vendría a ver una película de terror conmigo. El plan inicial, y

no podría estar más contenta.

Hace unos minutos llame a Soph y a Beca, ambas me juraron que

no iban a la fiesta. Beca escuchaba música en su cuarto, como siempre, y Soph se encontraba con Matt, el cual según ella se hallaba muy enfadado por no poder ir a la fiesta. Me encontraba segura de que el domingo por la

mañana me lo agradecerían.

Cuando el timbre sonó, corrí para abrirle al que debería de ser mi novio.

—Hola —dijo y levanto tres cajas de películas de terror.

Sonreí y le di un largo y húmedo beso.

—Hola.

—Mierda, haré todas las cosas que quieras si me das otro de esos besos.

Solo me reí y lo invite a pasar.

—¿Dónde está mi pequeña cuñada? —pregunto cerrando la puerta.

—Encerrada en su habitación, no quiere tener nada que ver con

Noche de Brujas, este año no le dio por salir a pedir dulces. —Me encogí de hombros mientras caminaba hacia la cocina con Zac siguiendo mis pasos.

Internamente estaba agradecida, la realidad era que no tenía ganas de estar preocupada por Tori. Todos a los que quería se hallaban a salvo, y me encontraba más que feliz por ello.

—Qué extraño, recuerdo que era la época del año que más me gustaba porque juntaba dulces como para un mes, era todo un genio para

ello —dijo presumido, lo mire incrédula.

—Mentiroso, todos te daban dulces porque hacías las peores bromas Zac —dicho eso comencé a reír como una loca y me miró asombrado pero

también se reía.

Cuando las palomitas estuvieron listas fuimos a mi habitación con las películas y toda la comida posible para pasarla como se debía.

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Llegamos a mi habitación y acomodamos todo en la cama, todo se

encontraba cerrado así que no fue muy difícil.

—Hora de elegir las películas —dijo sentándose frente a la televisión

para poner la película que eligiéramos en el reproductor.

—Dame tu mejor golpe, bebé —hice un movimiento hipster con los hombros y el solo se rio de mi patético baile.

—Tenemos —tomo la primera caja y la levanto—, El Conjuro…

—Ajá —dije.

—El Juego del Miedo —mierda, sangre, intestinos y todo eso me

recordó los recortes.

—Otra.

—Y… —levantó la última caja—, Masacre en Texas.

—Tiene que ser broma —susurré. Me miró expectante—. Ah, sí. El Conjuro —eso era terreno neutral, nada de sangre, ácido o gente

muriendo, bueno al menos no muy sangrientamente.

Puso la película y apagó las luces, esperé a que Zac llegara a la cama

y se acomodara para reproducirla. Una vez que dejó su brazo en mis hombros y las palomitas se encontraban en el medio estuvo todo bien.

Luego de casi una hora comenzó la verdadera acción y no estoy

hablando de la película.

Comenzó primero con besos, luego se incluyeron las manos… por debajo de la camisa, y cuando estábamos por entrar a la tercera base

nuestros celulares empezaron a sonar. Nos separamos y fruncimos el ceño.

Por Dios ¿quién en el mundo se atreve a molestar a las once y media de la noche?

Ambos nos encontrábamos agitados pero como pudimos pausamos la película, y cada uno agarró un celular, pero el que tenía en la mano era

negro y mi celular es blanco…

—Tos, tos nena —solté una carcajada por el ‗tos, tos‘.

—Perdón —le pase su celular y me entregó el mío.

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Cada uno atendió su celular, los cuales no paraban de sonar. Al

mismo tiempo, sincronización pura.

—¿Hola? —pregunte mientras miraba a Zac y nos sonreíamos con

promesas de más. Pero las sonrisas se borraron al escuchar a las personas al otro lado de la línea.

—Kate, lo siento mucho —lloraba.

—¿Beca? ¿Qué sucede? —De repente el pánico me llenó completamente, de pies a cabeza.

—En serio, lo siento. Debimos hacerte caso.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Por qué estas llorando? ¿Son gritos lo que oigo? ¡¿Dónde estás?! —mis ojos comenzaron a llenarse de

lágrimas. Algo me decía que mis amigas y Matt fueron a la fiesta porque la cara de Zac cambio totalmente y ahora era la imagen del pánico y el miedo—. ¿Beca?

—Per…dóname, debí es…cucharte. Lo –decía de manera entrecortada, pero de repente la línea de repente se quedó en silencio.

Despegué el teléfono de mi oído y vi que la llamada se había cortado. Pero de la nada todo mi cuerpo comenzó a temblar, mientras el llanto amenazaba con salir.

—¿Qué es lo que estos idiotas hicieron? —me pregunte a mí misma.

—Tenemos que irnos. Ahora —Zac se levantó y se puso las

zapatillas. Lo imite poniéndome unas botas y buscando rápidamente una campera.

Mi vida de repente se puso patas arriba, mis amigas tal vez

estuvieran muertas y estaba a punto de enfrentarme a la muerte, ese día no podría empeorar.

Corrimos escaleras abajo y rápidamente tomé las llaves de mi auto,

tendría que romper varios límites de velocidad si quería llegar a tiempo.

Salimos, presioné el botón a distancia, pero Zac me frenó a mitad de

camino y me tomó de las manos.

—Yo conduzco, estás temblando —con cuidado me sacó las llaves de las manos—. No creo que nuestras muertes ayuden mucho.

—De acuerdo —me encontraba entumecida.

Me subí al auto lo más rápido que puede mientras el lo rodeaba para

entrar y marchar a la fiesta. Pero cuando estamos por salir del todo mi madre sale corriendo de la casa.

—¿Katherine? —Se la ve momentáneamente confundida, luego de

reconocerme comienzan sus gritos—: ¡Katherine! ¡Entra a esta casa ahora mismo!

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—Arranca —le digo a Zac mientras miraba de mí a mi mamá—.

¡Arranca! —Parece que mi grito lo sacó de su aturdimiento. Al instante nos encontramos en la ruta al bosque de la maldita masacre.

—¿Qué mierda fue eso Kate? —Larga historia.

—Solo conduce Zac, solo conduce —apoyé mi cabeza en el vidrio, mis nervios se hallaban a flor de piel.

Maldita, maldita, maldita sea. Les dije que no quería ir por una razón, lo juraron y prometieron que no irían y ¿dónde están ahora? Tal vez muertas en un bosque.

No debí confiarme. Debí hacer más, no lo sé. Los hubiera invitado a todos a ver una película, pero no. Fui egoísta y solo salvé a Zac.

—Mierda —Zac golpeó el volante causando que saltara del asiento—. Katherine. Vas a explicarme por qué demonios no querías que fueramos a esa fiesta. Ahora.

—Limítate a conducir —dije cortante. Mire el velocímetro y vi que íbamos a más de ciento diez kilómetros por hora, y subiendo.

—Eso es lo que estoy haciendo —dijo enojado. Zac y yo nunca peleábamos, jamás. No tenía ganas de morir sabiendo que me encontraba

peleada con él.

—Sabía que esto iba a pasar —Y ahí estaba, la arcada que conllevaría a todo el vómito verbal que me encontraba a punto de

presenciar—. Lo leí, mi madre lo sabía también, por eso insistió en que volviera a entrar. Dios, ahora mismo estamos yendo hacia una muerte segura.

—Kate, explícate. No entiendo nada —se hallaba más calmado, pero notaba el pánico en su voz.

—En el pueblo, nuestro pueblo, cada diez años ocurre una enorme masacre —sorbo por mi nariz—. Todo inicio en el setentaicinco, cuarenta locos van hacia donde hay mucha gente y comienzan una matanza que

inicia a las once y media y termina en el último minuto de la noche del treintaiuno de octubre. Comenzó en el setentaicinco, y se repitió en el

ochentaicinco, el noventaicinco y dos mil cinco. Y dime tú ¿cuándo se cumplían otros diez años?

—Hoy —dice en voz baja.

—Exacto se cumplían exactamente ¡hoy! Era hoy y un lugar donde iba a haber muchísima gente para matar era en la maldita fiesta de Kevin, ese puto drogadicto alcohólico. Y ahora mismo toda la escuela, o la mayor

parte está siendo masacrada. Por esto, les pedí a todos que no fueran y lo primero que hacen cuando no los veo es ir. Los odio. Los odio. Tenía a

todos lo que quería a salvo. Me odio —y el llanto se hizo presente.

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—Katherine —mi mirada se desvió al velocímetro, doscientos

kilómetros por hora—, tuviste que habernos dicho que sabias toda esta mierda.

—¿En serio? ¿Me hubieras creído? O simplemente hubieras dicho que estaba sobreactuando y que tal vez era una historia que los padres les contaban a sus hijos cuando pequeños para asustarlos. Créeme, en todos

los escenarios en los que me imagine decirles esto, la maldita noche ya había pasado.

Simplemente se mordió los labios porque sabía que era cierto. Todos

me hubieran llamado paranoica y no me habrían tomado en serio. Él lo sabe y yo lo sé. No había excusas solo quedaba llegar allá y ver si alguno

de nuestros amigos, idiotas cabe destacar, aún sigue con vida.

Llegamos en quince minutos, imaginen que esto verdaderamente tarda treinta minutos, háganse a la idea de a cuánto viajamos.

Apagó el auto y nos quedamos ahí, sentados esperando… ¿qué esperábamos? No lo sabía.

Escuchábamos los gritos, pero aunque nos encontrábamos ahí ninguno hizo nada.

—Pase lo que pase esta noche necesitas saber que te amo —¿Por

qué, de todos los momentos románticos que pasamos juntos, decidió hacer esta confesión ahora? Maldita Noche de Brujas.

—También te amo —dije, sonriendo a la nada y con eso salí del auto

al igual que él.

Antes de adentrarnos a la masacre buscamos algo con que

defendernos, tomé el palo de hockey del equipo que tenía en el baúl, equipo que dejé y nunca me tomé la molestia de sacar el equipo del baúl, gracias a Dios por mi desorganización, y Zac tomó la llave de cruz que tenía

en el auto, y de la cual no tenía idea de su existencia.

Uno junto al otro caminamos el corto trayecto para llegar al bosque y

noté que mis pasos se fueron haciendo más densos, como si algo pegajoso me complicara la caminata, debía ser barro, no quería pensar en la alternativa.

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Sentí algo moviéndose en mi campo de visión y de repente se hace

más constante, me giré para encontrarme con un tipo vestido completamente de negro y con una máscara de payaso, pero algo se

hallaba mal con la máscara, solamente la mitad era una máscara, la otra mitad era su rostro totalmente quemado y deformado.

Con un grito brutal al descubrir su rostro y miedo de lo que fuera

hacerme levanté mi palo y golpeé su cabeza. El tipo cayó inconsciente al piso y me quedé quieta aún con el palo en alto. Zac me sacudió y me di cuenta que estaba llorando y temblando ¿Dónde diablos me había metido?

—Vamos a buscar a estos hijos de puta —dije y comencé a caminar enojada, Zac solo seguía mis pasos.

Iba decidida a encontrar a mis amigos y sacarlos de ahí, pero cuando entré de lleno al claro del bosque, vi lo que era en realidad una masacre, había pedazos de cuerpo, literalmente pedazos, por todos lados.

Huesos salidos de la piel, sangre donde sea que miraras y sesos por todos lados. Literalmente caí sobre mis rodillas y palmas y vomité. Vomitaba y

lloraba, lo único que quería hacer después de ver eso era tirarme en el piso y tratar de encogerme lo más que podía para desaparecer.

Me sequé la boca con el reverso de mi mano, ya que mi palma se

encontraba llena de sangre. Los tipos, los cuarenta, eran sádicos, torturaban. No los mataban directamente, te cortaban en pedazos y te

hacían sufrir hasta que murieras del dolor.

Otra oleada de vómitos llegó. Dios.

Temblaba de nuevo, pero como pude me levanté del suelo.

Mientras más miraba más cosas horribles descubría, observé las copas de los árboles y vi el inicio de pies salidos, más arriba y vi cuerpos

colgados sin piernas, era un baño de sangre. Necesitaba salir de ahí.

Caminé y me encontré con otro tipo de negro, me quedé estática y sabía que era mi hora. Iba a morir. El tipo tenía la mitad de una máscara

para cubrir sus ojos y nariz, pero podía ver su boca, había sangre saliendo y tenía una sonrisa perversa mientras caminaba hacia mí, lo ví caminar con determinación hasta que un bate de baseball con clavos se incrusta en

su cráneo, el tipo cayó suelo y aún sonreía. Dios.

Las náuseas llegaron otra vez.

—Kate ¿estás bien? —preguntó una voz. Pero no era Zac. Era Matt.

Lo miré, y luego de ver que me encontraba bien pareció relajarse. Maldito idiota. Le di con toda la fuerza que me quedaba un golpe en la

mandíbula.

—Guau —ese fue Zac.

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—Supongo que me lo merecía —Matt me ayudó a levantarme del

suelo, con el cual parecía estar muy familiarizada.

—¿Dónde están Beca y Sophia? —Las busqué rápidamente con la

mirada.

—Escondidas, Beca está muy lastimada, hay que salir de aquí lo más rápido posible.

Niego con la cabeza y me mira como si me estuviera loca.

—Se irán a las doce, cuando llegamos faltaban algo así como diez minutos. Ya se deben de estar por ir.

Otro tipo apareció, saliendo de entre las sombras de los árboles con un par de cuchillos clavados en la pierna y otros en el brazo. La sangre

goteaba, solo alcanza a dar algunos pasos y cae desmayado sobre los cuchillos, muerto.

Vomitaría de nuevo ya que hasta el mango del cuchillo se insertó en

su piel, pero no quedaba nada para expulsar de mi cuerpo.

—Ve con las chicas, iremos con Zac a ayudar a quien podamos,

supongo que los de negro son el blanco. Necesito algo con que defenderme —dije dándome cuenta que mi palo se hallaba lleno de vómito y sangre.

—Fíjate en el suelo, hay armas por doquier —dijo Matt y tomó un

caño de acero que lucía bastante pesado.

Por mi parte encontré un tridente, con el que ―peinan‖ el heno en las

películas.

Matt salió corriendo en dirección a las sombras, esperaba que a proteger a mis amigas. Con Zac nos miramos y fuimos a tratar de salvar a

alguien más, tal vez.

Nos adentramos entre los árboles y escuchamos los sollozos y suplicas de una chica, cerré los ojos y por un instante me mareé, no

quería ni saber lo que le estaban haciendo. Zac corrió en la dirección de los sollozos y escuché a alguien golpear algo con fuerza, la chica reaviva

los gritos de horror y comienza a llorar pidiendo ayuda, era mi momento de entrar a escena. Seguí el camino de Zac y lo encontré dándole con sus puños al tipo, pero no le permitía recuperarse al darle golpe tras golpe,

desvié la mirada hasta la fuente de los sollozos y vi que la chica se encontraba hecha un ovillo en el suelo, tenía un vestido subido hasta su

cintura y su ropa interior a la altura de las rodillas. Dios, me cubrí la boca y corrí a auxiliarla, como vio a alguien correr hacia ella, se encontraba a punto de soltar un grito…

—No grites por favor. Vine a ayudarte ¿sí? —Me miró recelosa pero asintió. La miré tratando de decidir por dónde comenzar, decidí que lo mejor sería darle mi campera. Dios sabía que la necesita más que yo—.

Necesitas levantarte y cubrirte ¿sí? —Abrió los ojos como platos pero

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aceptó—. Bien, ven —extendí mi mano para ayudarle, pero la chica

comenzó a negar con la cabeza y otra vez a gritar. Miré a Zac buscando apoyo pero se encontraba en tendido en el suelo junto al tipo al cual

golpeaba. Sentí una presencia cernirse sobre mí y lo único que pude hacer fue cerrar los ojos y esperar el golpe, las lágrimas brotaron de mis ojos y pude ver toda mi corta existencia en un segundo: Tori, Zac, mis amigas y Matt, mamá, papá y lo último que apareció fueron los siete chicos muertos más todos los muertos de esta noche y el saber que sería uno de ellos,

justo en ese momento.

Respiré profundamente y cuando creí que iba a ser golpeaba mi celular comenzó a sonar.

Eran las doce.

Abrí los ojos y me giré, vi como el tipo retrocedía, bajaba el arma con

la cual iba a matarme y comenzaba a retirarse poco a poco.

Era cierto, para el último minuto de la noche de brujas se retiraban.

—Oh, por Dios —solté un sollozo—. ¿Estás bien? —le pregunté a la

chica y asintió, le tendí mi campera y la toma, no pensé en nada más y corrí hacia donde se encontraba Zac, inconsciente y perdiendo sangre,

tenía un golpe en la cabeza—. ¡Ayuda! ¡Matt, por favor! ¿Dónde estás? —grité desesperada y entonces de entre los arbustos apareció Matt, armado con el caño—. Es Zac, está perdiendo mucha sangre, necesito que lo

llevemos al auto —mis lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.

Matt asintió, soltó el caño y caminó hacia Zac, lo levantó como si no pesara nada. Dios, necesitábamos un hospital. Urgente.

Miré a la chica, quien nos observaba con los ojos bien abiertos.

—Vamos, tú también necesitas un hospital —le tendí la mano y la

aceptó, gracias a Dios esta vez no gritó.

Matt dejó a Zac junto a mi auto, vi que Sophia y Beca se encontraban bien, pero esta última tenía el brazo bañado en sangre. No

lidiaría con ellas en ese momento, necesitaba que Zac llegara a un hospital lo más rápido posible.

—Matt, llévate a Beca al hospital en tu auto. Pon a Zac en el asiento trasero y que Sophia se suba con él. Ella —señalé a la chica que tenía mi campera—, vendrá conmigo al hospital, los veo allá —nadie cuestionó nada

y todos acatan mis órdenes, ahora me hacen caso… idiotas.

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Doce horas en el hospital y lo que tenía era: Zac tuvo una contusión de cráneo y necesitaba reposo, por lo que se quedaría ahí por unos días.

Beca casi perdió el brazo, gracias a los dotes de manejo de Matt aún lo tenía donde pertenecía. Estoy castigada, tal vez por los próximos treinta años. Cuando me graduara, además de irme a cualquier universidad que me aceptara, créanme que sacaría a todos mis amigos idiotas de ahí, al menos a Zac. Me llevaría a Tori de viaje todas los treintaiuno de octubre

para que nunca pasara por esto. Y por último, jamás en mi vida veré una película de terror de nuevo, no cuando ya viví una en este maldito pueblo, no cuando escuché más gritos de los necesarios, y no cuando ni siquiera

me di ni cuenta de que me encontraba malditamente bañada en sangre porque me hallaba más concentrada en que no me mataran.

Mi conclusión fue que jamás en la vida, volvería a festejar Noche de Brujas. Era una trágica fecha para este pueblo y no lo supe hasta ese día.

Era una noche que quería borrar, para siempre de mi memoria y

sistema, ojala pudiera olvidar los gritos, la sangre, los sesos, el llanto, la maldad y la muerte que tuve que ver este treintaiuno de octubre de dos mil

cinco.

Recuerden no salir de fiesta el treintaiuno de octubre de dos mil veinticinco, podría ser tu cuerpo el que sea destrozado para ese entonces.

Que tengas una buena vida y… dulces sueños.

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Bathory me ama Bathory me guía

Escrito por LauCid

Corregido por Sandry

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Sinopsis

El último caso de Abraham Abner, un violento investigador privado, no es en absoluto del tipo al que está acostumbrado. Su cometido es, a primera vista, aportar pruebas a su cliente de que su hija, Isabel Townsend, quien dice estar poseída por el espíritu de la

mismísima Condesa Bathory, es completamente inocente de los

veintiocho cargos de homicidio de los que se le acusa y que en realidad estaba siendo controlada por una especie de secta satánica.

Tras una larga investigación, finalmente consigue convencer a los reticentes médicos que tratan a Isabel en el psiquiátrico donde está internada para poder entrevistarse con ella. Será durante esta

terrible entrevista cuando descubrirá que el mal que ha convertido a una preciosa adolescente en uno de los psicópatas más sangrientos de la historia de la humanidad, está más allá de un lavado de cerebro o una pérdida de cordura absoluta. Y también descubrirá, demasiado tarde, que no está a salvo.

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1 El director Gerente del Psiquiátrico Saint Maurice para delincuentes

sin posibilidad de rehabilitación, se veía como el típico capullo pretencioso

con aires de premio nobel. Sentado en su lado del amplio escritorio de caoba, como una vieja reina repantingada en su trono, observaba a

Abraham con una suficiencia patente en su forma de mirar, por encima de sus gafas con montura al aire, y en la media sonrisa burlona que se formaba en una de las comisuras de su boca de finos labios y dientes

blanqueados. Ese tipo de arrogancia que, tal y como su entrevistado entendía, sólo se borraban a golpe de nudillos. O quizá no, pero al menos era la forma más satisfactoria para él y, al fin y al cabo, la única válida.

El molesto hombrecillo tamborileaba la pulcra manicura de sus dedos sobre la carpeta del expediente que reunía toda la historia de Isabel

Townsend, la nueva celebridad de la institución, y el actual cliente de Abraham. Tras casi un cuarto de hora midiendo educadamente cuál de los dos la tenía más grande, la paciencia del inspector privado se encontraba

ya más que colmada. El incipiente dolor de cabeza que empezaba a anidar tras sus ojos, pronto cambiaría la tonalidad de su visión a un intenso rojo violento, intransigente y voraz. No quería perder más tiempo, tenía que

acabar con esta mierda de inmediato y regresar cuanto antes a su estudio, donde le esperaba su complaciente esposa; rubia, espumosa y helada, y

sus pequeños; analgésicos y sedantes.

—Lo que le estoy intentando hacer comprender, agente…

—Inspector —corrigió Abraham entre dientes, una vez más.

—Como quiera. —Sonrió divertido, como si acabara de contar un chiste que en realidad no tenía gracia, pero estuviera acostumbrado a que

todo el mundo le riera las bromas, y agitó levemente los dedos, deteniendo por un instante el fastidioso repiqueteo—. Lo que trato de hacerle entender es que nuestra pequeña Isabel se encuentra inmersa en una terapia

bastante compleja. Su estado mental es frágil y preferiríamos que no se le alterara con interminables preguntas que, sin duda, la retrotraerán al problema que generó su psicosis, y, por consiguiente, impedirán que

continúe progresando.

Su forma grandilocuente de pronunciar cada palabra al hablar,

como si estuviera enseñando las bases del algebra a un mono, le sacaba de quicio y le acrecentaba el dolor de cabeza. Pagaría con su propia alma por poder reventarle la boca de un puñetazo y verle recoger sus dientes del

suelo entre gimoteos.

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Por norma, Abraham detestaba a ese tipo de personas que se

consideraban más inteligentes que los demás sólo por el hecho de tener unos títulos absurdos y ostentosos colgados de la pared. En el caso de los

médicos, eran los más destacados.

—Lo comprendo, señor Gollum… —gruñó, devolviéndole la pulla.

—Es Callum.

—Es lo que dije. —Se permitió hacer una exagerada imitación de su sonrisa, aunque con un toque más grotesco y más parecido a un tic de la boca—. He respetado toda esa historia de ―por el bien de Isabel‖ durante

semanas, mientras me hacía entrevistarme con incontables psicólogos, psiquiatras y toda clase de médicos que, se supone, han tratado a Isabel

en algún momento. También me ha hecho leer los numerosos informes de los tratamientos a los que se le ha sometido, algunos tan medievales que espero, sinceramente, que sean una tomadura de pelo, porque de lo

contrario se les va a caer el pelo. —Levantó una mano para hacer callar al director, que intentó interrumpir su discurso más o menos elaborado, y la

descargó convertida en un puño contra la mesa, convirtiendo la falsamente educada conversación en una clara amenaza—. Sin embargo, ahora mismo estoy en situación de recordarle que mi cliente es el padre de Isabel, y me

ha pedido que le comunique que, si no me permite entrevistarme de una vez con su hija esta misma tarde, dejará de hacer las generosas donaciones a las que usted está acostumbrado.

Un fuerte relámpago iluminó la estancia aportando un dramatismo de película clásica de terror a la palpable tensión del momento. Abraham

se sintió satisfecho al ver que la fuerte tormenta que rugía tras los ventanales jugaba a su favor para intimidar al estirado que tenía en frente.

El Director Callum, que había retrocedido contra el respaldo de su

asiento, intimidado por la agresividad de su interlocutor, por la relampagueante lluvia del exterior, o por una mezcla de ambas, tragó

saliva sonoramente y carraspeó para recuperar la voz. Se colocó las gafas innecesariamente sobre el puente de la nariz con una mano algo temblorosa, y después empujó con las puntas de los dedos la carpeta a

través de la mesa hacia el detective.

—Comprendo. —Sacó un pañuelo de uno de los bolsillos del pantalón y se lo pasó por la frente y bajo la nariz para secarse el sudor,

mientras se levantaba de su butaca—. Por favor, hojee el expediente de la muchacha mientras la preparamos para atenderle.

—Estupendo. Empezaba a preocuparme que no entendiera mi idioma.

Mientras el director salía del despacho, el corpulento investigador

atrajo la carpeta hacia sí y desplegó la serie de fotografías, que ya conocía de verlas en el expediente policial, y los informes médicos con los

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diagnósticos y las diferentes terapias a las que se había sometido a Isabel

desde que fue internada en ese centro.

Abraham no era el mejor en su trabajo, ni mucho menos. En

realidad, ni siquiera era bueno. Carecía de contactos dentro de la policía, o de técnicas avanzadas de investigación. No era audaz en absoluto y Sherlock Holmes y sus puñeteras deducciones le parecían una soberana

gilipollez. Él solía ser el último recurso, la salida desesperada, cuando la legalidad levantaba barreras y la policía daba terminado el asunto. Lo

contrataban por su brutalidad, su forma de obtener información no seguía ninguna norma de ética ni educación. Pero conseguía respuestas, y al final es lo que todo el mundo quería, costara lo que costara. Era eficaz y, por

tanto, no era barato.

Estudió una vez más las fotografías que mostraban la masacre que encontraron en el sótano de Isabel el día que la detuvieron, hacía algo más

de un año. Tras años dedicándose a basura de todo tipo, estaba más que acostumbrado a escenas con entrañas, por eso, volver a ver las imágenes

del dantesco escenario no le provocó ni un incómodo pestañeo.

Lo realmente espeluznante de las imágenes no eran los cuerpos descuartizados o restos de miembros y órganos esparcidos por el suelo.

Pasando las fotos de adelante hacia atrás, exhibió ante él un escenario de cuerpos de mujeres desangradas, como muñecas caídas en el suelo con las

gargantas y las muñecas cercenadas. Según el informe, se habían encontrado veinte ocho cuerpos en total repartidos por toda la casa, la mayoría en el sótano, todas mujeres y completamente secas. Doce de esas

mujeres eran las afortunadas, entre comillas, que se hallaban sentadas y agotadas. El resto habían sido torturadas a lo largo de varios meses, asesinadas de forma cruenta y dolorosa, según indicaban los informes

forenses anexos al expediente, y descuartizadas y esparcidas por la cocina y las habitaciones.

Le vino a la mente esa película de Eli Roth y Quentin Tarantino sobre unos mochileros que viajan por algún país de Europa del este y acaban metidos en un centro de tortura para millonarios. Pues la casa de

Isabel se convirtió en algo parecido, pero sólo para mujeres.

Lo que nadie lograba entender es como una niña, por sí sola, se

había convertido en semejante rostro y había cometido esas masacres inhumanas tan fríamente.

Se detuvo para mirar una fotografía de la nevera, llena de tarros de

cristal repletos de sangre y órganos, y otra de un cajón abierto de una cómoda, lleno de dedos de pies y manos cercenadas. Optó por pasar las siguientes, hasta el final.

Las últimas imágenes retrataban una bañera de hierro fundido con patas, llena hasta los bordes de sangre. La iluminación era escasa y la

sangre se veía como un líquido negro, más bien parecía petróleo, pero él

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tenía constancia de que no era así. Aunque ya lo sabía, buscó en el

informe redactado hasta localizar la descripción de esta. Se encontraba al fondo del sótano y, tras los análisis pertinentes, habían encontrado

residuos sanguíneos de al menos siete meses, lo que indicaba que se había llenado en más de una ocasión. ¿Cuántos cuerpos harían falta para llenarla? Era una información que de seguro constaría en algún fragmento

de los escalofriantes informes, pero que verdaderamente prefería no saber.

Se habían encontrado en la pátina metálica tan sólo dos juegos de huellas dactilares. Uno de ellos pertenecía a Isabel, y se encontraba en los

bordes y en la cubeta de la bañera. Las otras huellas eran parciales e imposibles de identificar, pero que no coincidían con las de Isabel. Sólo se

habían localizado al borde del cabecero de la bañera, y tampoco pertenecían a ninguna de las víctimas. Por tanto, habían decidido desecharlas como prueba inconclusa.

Típico de los forenses, como el resto de médicos, mucho estudio y mucha tontería pero en cuanto algo no les cuadra lo descatalogan, le

ponen un nombre rimbombante y absurdo, o dicen que es una contaminación de la escena y se excluye la prueba. Daba igual si eran sólo unas hebras de rastro imposible de identificar, eran unos inútiles y sin sus

maquinitas y trastos no valían para nada.

La última fotografía fue la que, posiblemente, le provocara pesadillas las próximas noches. Dentro de la bañera, metida hasta la

barbilla en el líquido oscuro, se hallaba Isabel. Eso era lo que daba por sentado teniendo en cuenta que era lo que se anotaba en el informe, ya

que apenas se distinguía bien el rostro por estar en penumbra y cubierto de sangre. Devolvía la mirada a la cámara desde unos ojos muertos de un azul cristalino, inmensos en su fino y juvenil rostro, bordeado por una

melena negra como un pozo sin fondo que derramaba mechones sangrientos sobre la delicada piel pálida. Era tan estremecedoramente

hermosa como irreal, la representación de un fantasma de labios amoratados por el frío y una cara sin emoción alguna, una siniestra Blancanieves homicida.

Colocó la fotografía boca abajo, sobre las otras, para quitarse de encima la sensación de que le estaba taladrando con esos ojos tan inhumanos y gélidos. Se recostó en la silla, que crujió bajo su peso

corpulento, y se frotó la nuca erizada. Tenía un mal presentimiento con esto, no era uno de sus casos habituales, de esos que se solucionaban

rompiendo manos o destrozando rodillas de un balazo. Tanto los informes médicos y policiales como las fotografías demostraban que a la chiquilla se le había ido la cabeza definitivamente. Pero su padre no tenía las cosas tan

claras y consideraba que su hija había sufrido un lavado de cerebro por parte de alguna secta de chiflados de la que no había ningún tipo de constancia. Él mismo también se cuestionaba cómo una chica de diecisiete

años, de buena educación y una brillante trayectoria escolar, podía

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terminar convertida en semejante monstruo. Pero las pruebas eran

indiscutibles.

Abraham aceptó el caso porque desde un principio le pareció dinero

fácil. Él no entendía de sectas ni psiquiátricos, pero tampoco tenía escrúpulos en aprovecharse de la sinrazón de un padre doliente y con una fe ciega en la inocencia de su pequeña. Sin embargo, a pesar de sus

esfuerzos por convencerle de que todas sus investigaciones (que normalmente se realizaban desde un portátil conectado a la red wifi de un bar con unas cuantos botellines de cerveza sobre la mesa) no daban con

nada que fuera más allá de una pérdida de la razón absoluta, el hombre seguía empeñado en no darse por vencido hasta que hablara directamente

con su hija, como última prueba. Como fuera que terminara esa siniestra entrevista, este trabajo sin sentido acabaría esa misma noche con unos cuantos ceros de más en su cuenta.

En ese momento, el director regresó al despacho, acompañado por un hombre y una mujer con batas blancas, y le hizo un gesto con la mano

para que les acompañara. Abraham recogió todos los documentos desordenadamente dentro de la carpeta y se acercó a ellos, saludándoles con un gesto militar de los dedos contra la sien, más burlón que educado.

Los doctores respondieron con una leve inclinación de cabeza casi al unísono, y los cuatro se encaminaron por los pasillos de pequeñas ventanas, iluminados por el resplandor de los relámpagos y la decadente

luz invernal del atardecer.

—Detective, le presento a la Doctora Elena Myers y al Doctor Xavier

Kittel, los responsables del equipo que se ocupa de los cuidados de Isabel. Doctores, como les indiqué, él es el detective Abraham Abner, contratado por el padre de nuestra interna.

—Un placer —gruñó Abraham, de forma mecánica.

—Señor Abner, no estoy muy segura de qué pretende con todo esto,

ya que ya ha tenido acceso a todos los historiales de la paciente —espetó la doctora con aire molesto, mirándole de arriba abajo por encima de sus gafas de pasta verdes y cristal de culo de botella.

—Sí, igual que mi cliente, que está deseando saber por qué en todos estos meses en los que su hija ha estado aquí ingresada no parece haber mejorado en absoluto.

—La psicosis que padece Isabel no es un gripe que se pueda aliviar con unas aspirinas, detective.

El tal doctor Kittel era alto como el demonio y delgado como un espantapájaros, caminaba con pasos lentos pero de amplia zancada con unas piernas interminables, y observaba a Abraham como si fuera un

gusano retorciéndose dentro de una placa petri. Realmente detestaba a los

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―batas blancas‖, siempre se creían más listos que él. Y lo eran, y

simplemente eso le sacaba de quicio.

—¿Con qué entonces?

—No hay una píldora milagrosa para esta enfermedad, es lo que trato de decirle. Isabel cree que es la reencarnación de una sociópata aristócrata del siglo XVI, Erzsébet o Elisabeth Báthory. Incluso que el

espíritu de esta noble medieval le acompaña y le aconseja en sus macabros actos. Todo está en su cabeza, pero para ella es una realidad tal como para usted o para mí puede ser el tener una conversación convencional como la

de ahora. Es un campo delicado y hay que tratarlo con sumo cuidado o podríamos causar daños irreparables en su mente.

—¿De cuánto tiempo estaríamos hablando?

—Como le digo, no es una ciencia exacta, y lo cierto es que consideramos que introducirle a usted en la rutina controlada de Isabel no

nos parece nada producente, todo lo contrario.

—Lo entiendo, pero es lo que hay.

Abraham casi se echó a reír ante el gesto ofendido de los doctores.

No se tragaba todas esas tonterías de tratamientos y psicoanálisis, no eran más que unos saca dineros que vivían de esto. Isabel había sido

condenada por veintiocho homicidios a cadena perpetua, pero a causa de su inestabilidad mental se había dictaminado que pasara su condena en este psiquiátrico.

El tratamiento era algo opcional que el estado no estaba dispuesto a asumir, lo financiaba íntegramente su padre, de ahí que opinara que estos

matasanos estuvieran exagerando deliberadamente la enfermedad de la muchacha y muy posiblemente la tuvieran encerrada en una sala acolchada hasta las cejas de sedantes.

Después de traspasar varias puertas blindadas con sus correspondientes códigos de seguridad, el señor Callum se detuvo y sacó

un manojo de llaves. Seleccionó una de color blanco y abrió una verja pesada, dejándoles pasar y volviéndola a cerrar tras ellos. Caminaron por un pasillo iluminado con fluorescentes y sin ninguna ventana, el ruido de

la tormenta quedó por completo mitigado a medida que fueron internándose en el corredor y llegaban a la puerta que quedaba al final de este. Cuando se detuvieron frente a la puerta, los tres doctores se miraron

y se volvieron hacia Abraham con gesto tenso. Durante el paseo que duró unos minutos no habían vuelto a intercambiar más comentarios, pero se

había percatado del cambio de actitud de sus tres acompañantes, que no paraban de lanzarse miradas entre ellos cada vez más nerviosos.

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—Señor Abner —dijo la doctora con un leve temblor en la voz que

disimuló rápidamente con un carraspeo contra la mano—, le prevenimos nuevamente para que se abstenga de esta entrevista.

—Pueden ahorrarse sus prevenciones, doctora.

—Le estamos advirtiendo por su propio bien. Isabel…

—De verdad, señora, vamos a ahorrarnos todo esto, que quiero

cenar hoy en mi casa.

Abraham, que ya no disimulaba ni su cabreo ni su desdén hacia ellos, se abrió paso alargando la mano hacia el pomo de la puerta, cuando

el Doctor Espantapájaros le agarró firmemente por la muñeca deteniéndole.

—No está escuchando, señor Abner. Lo que mi compañera quiere explicarle es que Isabel… —dudó mirando fijamente a Abraham con cierta reserva en la mirada. Algo que el detective identificó como miedo, porque lo

había visto en muchas ocasiones, sólo que en este caso no era él quien lo provocaba. Eso le sacudió un poco y le hizo retroceder un paso, apartando

la mano de la puerta—. Usted y el señor Townsend creen que en estos meses no hemos evolucionado nada con Isabel, y en cierta medida es así. Pero no es por falta de recursos o de intentos por abordar la enfermedad

mental de la niña.

—¿Entonces qué…?

—Hay cosas que no podemos registrar en los informes… porque no

podemos explicarlas —intervino Callum.

—¿Y por eso necesitaron del consejo de un cura hace unas

semanas? —La cara de asombro de los tres médicos fue como un regalo en la mañana de Navidad, si no fuera porque él estaba aún más sorprendido que ellos, puesto que su lento cerebro se encontraba a punto de encajar

cierta información que le volvía loco, hasta se habría reído.

—¿Cómo sabe eso?

—Es mi trabajo. ¿Es a lo que se refieren?

—En parte. Realizamos una terapia de choque, creímos que sometiendo a Isabel a un exorcismo conseguiríamos alguna mejora.

—Un exorcismo. —Casi estalló en carcajadas, pero se contuvo, no podía tomarles en serio si empezaban con estas payasadas. Aunque el vello erizado de sus brazos decía otra cosa—. ¿Consiguieron algo? ¿Qué

girara la cabeza sobre los hombros, al menos?

—Sí, pero no la de la niña —contestó la mujer tajante, a pesar del

codazo que le dio su colega.

—¿Cómo que…?

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—Le partió el cuello al sacerdote.

La doctora se quitó las gafas y las limpió con el borde de su bata mientras estiraba de los pellejos de su labio inferior con los dientes,

palpablemente nerviosa. El director se agachó a recoger las llaves, que acababa de perder a consecuencia del fuerte temblor de sus manos. El patas de alambre con bata blanca se pasó las manos por la cara dejando

escapar el aire sonoramente.

Abraham pasó la mirada de uno a otro sin darse cuenta de que tenía la boca abierta. ¿De verdad querían hacerle creer que esa niña que no

medía más de metro sesenta le había partido el cuello a un hombre? ¿Tan estúpido le creían que ahora estaban intentando asustarle con películas de

terror de cuestionable calidad?

—Dudo mucho que esa niña pudiera siquiera provocarle un esguince cervical con sus propias manos, no intenten…

—¡No le puso las manos encima, estúpido orangután! —se desesperó la mujer, haciéndose sangrar el labio. Abraham era casi el doble de alto

que ella y con al menos el triple de masa corporal, y sin embargo no se achantó cuando se volvió hacia ella—. Se encontraba atada a la silla. En todo momento.

Abraham puso los ojos en blanco y rechinó los dientes, para hacerles ver lo mucho que le estaban cabreando. Miró a Callum y señaló la puerta.

—Basta de estupideces. Abra la puerta y acabemos con esto de una

vez.

El interpelado miró a los otros dos, retorciendo las llaves entre las

manos, y estos negaron echándose a un lado, apartándose de la puerta. Volvió a mirar a Abraha, suplicante, y ante su ceño fruncido se rindió y se giró hacia la puerta, metiendo otra llave en la cerradura y haciéndola girar

tras teclear un código en un panel con teclas alfanuméricas que había junto al marco. Con un chasquido la puerta se abrió, y Callum le hizo un

gesto para que le siguiera.

Abraham pasó tras él, lanzando una última mirada despectiva a los dos batas blancas, y eso que no le gustó nada la mirada de conmiseración

que ambos le estaban lanzando.

Una vez dentro, Callum cerró tras él, y sintió que su enorme cuerpo se comprimía y le hacía empequeñecer al entrar en la sala acolchada y

completamente blanca. No era una sala especialmente pequeña, y se hallaba tan iluminada que no había ni una sola sombra y casi ni se

distinguían las esquinas. Sin embargo, la sensación de claustrofobia que le abordó fue tan drástica como inexplicable.

Justo en el centro de la habitación se hallaba Isabel. Sentada en una

silla acolchada y con los brazos y piernas sujetos con correas por las

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mañecas, antebrazos, tobillos y por debajo de las rodillas. También había

unas correas en el respaldo para la cabeza, pero estas no estaban abrochadas. De ser así, Abraham habría puesto el grito en el cielo.

Bajo un camisón azul claro se perdía el esquelético cuerpo de la niña, y las manos diminutas y huesudas caían laxas del reposabrazos. La piel que asomaba era tan pálida y fina que parecía papel de fumar, incluso

en algunas zonas se transparentaban las finas venas verdosas y violáceas. Su rostro era el de una muñeca de porcelana, hermoso y siniestro, sin atisbo de color a excepción de las espesas pestañas y la pequeña boca de

labios intensamente rojos. La melena oscura contrastaba con la cerúlea piel y caía como finos tentáculos sobre ella hasta casi llegar al suelo.

—Buenas tardes Isabel, ¿cómo te encuentras hoy? —dijo Callum casi tan bajo que Abraham dudó que la niña le hubiera podido escuchar.

Sin embargo, ella alzó la mirada y la fijó en Abraham, tan fría y vacía

que sus pupilas parecían de cristal.

Callum le señaló una silla vacía justo frente a Isabel, aunque a cierta

distancia. Cuando Abraham tomó asiento se percató de que se encontraba anclada en el suelo, al igual que la silla de Isabel, quien no apartaba su mirada de muñeca de él.

—Isabel, te presento al inspector Abraham Abner, trabaja para tu padre y ha venido a hacerte unas preguntas. —Callum, que nunca miraba directamente a la niña, se giró hacia Abraham mientras retrocedía hacia la

puerta—. Señor Abner, por favor, le ruego no se demore y mucho y… si necesita ayuda… salga inmediatamente.

Acto seguido se marchó apresurado, y Abraham escuchó cómo se cerraban los anclajes de seguridad de la puerta. Si de verdad tenía que salir apresuradamente de esa habitación en algún momento, no lo iba a

tenerlo fácil.

Volvió la cabeza de nuevo hacia Isabel y se encontró con su

escalofriante mirada, fija en él. Se removió en su asiento haciéndolo crujir, y dejó la carpeta con el sanguinario expediente en el suelo, rebanándose la cabeza para saber cómo diablos se habla con una loca.

—Isabel, tu padre me envía para convencerse de que eres inocente. —Guardó silencio esperando alguna reacción, ser directo siempre provocaba todo tipo de gestos muy reveladores. Pero en este caso no fue

así. Nada. Ni un pestañeo—. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Silencio. Ni un picor de nariz. Ni siquiera escuchaba su respiración.

Sólo sus ojos clavados en él, estremeciéndole. Era como un puñetero gato vigilando su cena.

Se frotó la frente con el puño, frustrado, rompiendo el contacto

visual con ella. Esto era inútil, esta chica era un maldito vegetal, no iba a

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sacarle nada. Lo mejor sería inventarse una conversación sin sentido para

que su padre se convenciera de una vez que estaba loca y perdida, y que aquí es donde mejor iba a estar. Por triste que eso sonara. Triste y

mezquino. Pero se encontraba harto de este caso, le estaba volviendo loco, y quería terminarlo de una vez y olvidarse de toda esta gente.

Justo cuando se inclinaba para levantarse, se cruzó una sombra por

el rabillo del ojo que le sobresaltó y le hizo volverse. Naturalmente no había nada. Se hallaba tan tenso con las tonterías que le habían contado los del otro lado de la puerta, que le habían crispado los nervios.

Al volver a mirar a Isabel, algo en ella había cambiado drásticamente. Sus ojos ya no estaban clavados en él, ahora miraban justo

un poco por encima de su cabeza, y llenos de un amor y devoción tal que reavivaba todo su rostro.

Por alguna razón, Abraham no se vio capaz de volverse a mirar hacia

donde ella dirigía sus ojos. Sabía, o creía saber, que no encontraría más que otra pared acolchada, y no lo que fuera que ella veía, algún desvarío

de su mente perturbada. Pero aun así no se atrevió a darse la vuelta.

—Niña, ¿puedes contarme qué es lo que ocurrió en tu casa? —Volvió a intentarlo de nuevo, hablando de forma más suave y pausada.

Esta vez ella inclinó un poco la cabeza, como si estuviera escuchando y entonces asintió, de forma poco perceptible, pero lo hizo, y volvió a dirigir la mirada hacia Abraham.

—Sucedieron muchas cosas en poco tiempo, ¿podría concretar a qué se refiere? —Su voz era dulce, melodiosa, pero tan carente de humanidad

como el resto del envoltorio de la muñeca.

—Estoy hablando de todos los cuerpos mutilados que encontraron a tu alrededor.

Isabel sonrió. O esbozó algo parecido a una sonrisa, que no se reflejó en su mirada. Tardó unos instantes en contestar, desviando discretamente

los ojos varias veces a ese punto por encima de la cabeza de Abraham, y antes de contestar volvió a asentir. Parecía que alguien le estuviera dictando lo que tenía que decir.

—Usted se refiere a los sacrificios.

—¿Sacrificios?

—Las doncellas que ofrecieron su sangre para honrar a nuestra

Señora. —Giró las manos volviendo las palmas hacia arriba y su devota sonrisa se amplió mostrando una dentadura perfecta.

—¿Quieres decir que todas esas mujeres se ofrecieron sin ninguna coacción a ser torturadas y desangradas?

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Isabel dejó de sonreír al escucharle y su rostro se contrajo unos

segundos en una mueca desagradable, llena de sombras que convertían su cara inmaculada en una máscara terrible, pero que aun así no afeó para

nada sus delicadas facciones. Sólo duró unos segundos, pero lo suficiente para que Abraham casi se meara en los calzoncillos. —Ninguna mujer fue torturada.

—Eso no es lo que dicen los informes forenses. Esas mujeres padecieron mucho sufrimiento antes de morir.

—Ellos no saben.

—¿Los forenses? ¿Quieres decir que los informes están equivocados? ¿Qué las víctimas no sufrieron dolor alguno mientras eran mutiladas?

—No saben. Usted tampoco sabe.

—¿Yo? No tengo mucha experiencia, desde luego, pero estoy seguro que debe doler que te arranquen los ojos de las cuencas con tenazas

candentes.

—¡No sabe!

El grito reverberó en la sala, como el chirrido de un tren frenando sobre las vías. Abraham se llevó las manos a los oídos, desprevenido, y casi se atrevió a jurar que la silla se había sacudido sobre el suelo, a pesar

de estar anclada.

Isabel parecía más grande y contundente en su asiento, y su melena se sacudió como colas de serpientes cascabel, igual que una especie de

Medusa en miniatura. Abraham pestañeó rápido y fuerte, incapaz de creer lo que acababa de ver.

—El cuerpo de una mujer es infinitamente más complicado y poderoso que el de cien hombres juntos, señor inspector.

La dulzura de su voz había desaparecido, ahora se hallaba llena de

ira y veneno, hablaba entre dientes, chirriando y siseando. Abraham la miró, y su rostro se encontraba tan repugnantemente desfigurado por la

repugnancia y el odio, que a punto estuvo de levantarse y salir corriendo, pero sus pantalones parecían estar pegados a la silla y no fue capaz de moverse.

De pronto la niña se encogió asustada mirando hacia el lugar donde parecía rondar la presencia que sólo ella veía, y poco a poco fue

recobrando su estado sereno, sonriendo a Abraham como si no hubiera pasado nada hace escasos segundos.

—Usted sólo puede ver la sangre, el dolor, la muerte. Pero hay

mucho más allá de todo eso que no puede comprender.

—No creo… que nadie con dos dedos de frente sea capaz… —Abraham se encontraba sin aliento, nada en toda su carrera de peleas e

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intimidación le había preparado para esto. Empezaba a lamentarse por no

haber hecho caso a los médicos que estaban a salvo fuera—. ¿Lo hiciste tú?

—¿Es realmente eso lo que quiere saber?

—Es lo único que le interesa a tu padre, y lo que necesito para terminar con esto.

Isabel chasqueó la lengua, molesta, y se encogió de hombros, guardando silencio de nuevo, con la mirada perdida y el ceño levemente fruncido. Estaba escuchando otra vez. Abraham estuvo tentado de

volverse, pero cuanto más tiempo pasaba en esa habitación más paranoico estaba, y ahora creía a ciencia cierta que si se giraba se encontraría cara a

cara con alguien… o algo.

—No queremos que se marche aún, Señor Abner, contestaremos a esa pregunta al final.

—¿Queremos? ¿Quiénes?

—Nuestra Señora y yo. —Esta vez su sonrisa le iluminó el rostro y al

fin se vio como la niña que en realidad era.

—¿De qué Señora estás hablando, Isabel? ¿Es ella quien te ha obligado a hacer todo esto? ¿Dónde está ahora?

—Ella… —Se mordió el labio conteniendo una risita infantil y tiró de las correas que sujetaban sus brazos, de pronto impaciente por moverse—. Ella está deseando conocerle, señor Abner. Aprenderá tanto como yo, y

entenderá el poder del dolor y la sangre.

Esto era más de lo que podía soportar. Conversar con una

perturbada mental no podía llevar a nada bueno. Era hora de marcharse y acabar este trabajo definitivamente, tanto si le pagaban como si no. De hecho, pensaba hacer una maleta rápida nada más llegar a casa, zanjar el

tema con su cliente por teléfono, quizá con un mensaje de texto, y coger el primer avión que saliera del país y que fuera lo más lejos posible. Se iba a

alejar de toda esta locura tanto física como mentalmente.

Hubiera sido estupendo cumplir con sus intenciones de haber podido levantarse si quiera de la silla. Pero su cuerpo se encontraba

totalmente petrificado, a pesar de que cada fibra de sus músculos luchaba contra la extraña gravedad que parecía mantenerle pegado al asiento.

Todas las alarmas de su mente se activaron, su cabeza parecía un

submarino que se hallaba a punto de recibir un ataque nuclear y hundirse en las profundidades. Frente a él, Isabel parecía en éxtasis; reía y lloraba a

la vez, temblaba y se sacudía, tirando con violencia de las correas que la mantenían sujeta, hasta cortarse la fina piel y empezar a sangrar.

Los labios de Abraham formaron el nombre del director cuando

intentó llamarle a gritos para que le ayudara a salir, pero ningún sonido

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salió de su boca, aun cuando su garganta le dolía como si estuviera

soltando alaridos enloquecidos.

Y entonces sintió las manos, antes incluso de verlas, justo antes de

perder el último tornillo de cordura que le quedaba a estas alturas.

Unos huesudos dedos negros, como patas de araña, reptaban por su espalda hasta cerrarse sobre sus hombros, de falanges demasiado largas

para ser humanas, y con una piel seca, tirante y vieja. Sintió su tacto viscoso y repugnante a través de la chaqueta de piel y la camisa de franela que llevaba, palpando y apretando. Tirando de él hacia atrás, obligándole a

mirar.

Abraham se resistió, negándose a levantar la cabeza, a mirar a lo

que fuera que le sujetaba. Luchando por conservar lo que le quedaba de cordura. Pero el horror no sólo estaba a su espalda.

Delante de sus narices la silla en la que se hallaba sentada Isabel

empezó a tambalearse, sacudiendo los anclajes que la sujetaban al suelo hasta hacerlos saltar. A la vez que la silla se elevaba del suelo, con la niña

aun atada, las paredes empezaban a sangrar, empapando toda la habitación, cubriéndolo todo de rojo.

—Ha venido a nosotras para conocer, señor Abner, solo que traía las

preguntas equivocadas. —Isabel se rio histéricamente, gritando más que riendo, mientras las hebras de su pelo se empezaban a agitar alrededor de ella, como sacudidas por una invisible corriente eléctrica, como si fueran

brazos inarticulados y tuvieran vida propia.

Cuando la silla se elevó hasta casi rozar el techo, empezó a acercarse

a él, con la gótica muñeca gritando y sacudiéndose contra las ataduras. La sangre que goteaba del techo empezó a caer sobre ellos, chapoteando en los charcos que habían comenzado a formarse en el suelo, bajo sus pies,

encharcando sus botas. Abraham gimió, intentando suplicar ayuda a los gilipollas que se encontraban a pocos metros de él, y que no se enteraban

de nada, pero sus cuerdas vocales se habían ido de vacaciones.

Isabel se inclinó con su silla sobre él, hasta casi rozarse con la punta de sus narices, con la cara cubierta de riachuelos sanguinolentos igual

que en la foto en la que estaba metida en la bañera del sótano. Las greñas de su lacio pelo, empapadas en sangre, cayeron sobre él rozándole la cara, enredándose en sus brazos y entre sus dedos, metiéndose entre sus ropas.

—Te voy a comer, Abraham, te abriré en canal con mis dientes y ella se bañará en tu sangre mientras yo mastico tus entrañas —le gritó a la

cara, con esa voz delirante, pasándose la lengua por el filo de los dientes y riendo como uno de esos sacos de la risa con las pilas en mal estado, sin coherencia, robóticamente—. No vales para nada, ni para quitarme el

hambre, pero gozaré haciendo que te estallen los ojos con mis uñas. Serás

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nuestro esclavo, nuestro perro de presa, nos traerás doncellas con sangre

pura, más pura de lo que tú nunca has sido en tu apestosa vida.

Isabel, con la cara de nuevo desfigurada por la ira y la demencia,

lanzó una dentellada hacia su cara, haciendo entrechocar los dientes a escasos milímetros de uno de sus ojos, y estalló de nuevo en esas risotadas que le taladraban el cerebro. Una de las oscuras manos que

antes estaba en su hombro se cerró entorno a su garganta, envolviendo por completo el grueso cuello con los interminables dedos, y presionó la nuez, estrangulándole. La otra le aferró por el pelo y tiró hacia atrás,

obligándole de nuevo a enfrentarse al terror que se cernía sobre él. A la vez, Isabel empujó con las manos en su mandíbula, arañándole las

mejillas, haciendo que, sin poder resistirse, volcara la cabeza hacia atrás.

Y la viera.

Y su corazón latiera al borde del infarto.

Lo que le acechaba a la espalda tal vez en algún momento fuera un ser humano, pero ahora era un engendro de pesadilla, apestoso, horrendo,

desfigurado. Con un rostro alargado en una especie de grito eterno, la piel negra y apergaminada cubriendo tirante uno cráneo poroso y que parecía mal ensamblado en algunas zonas. Una momia mohosa con coágulos de

sangre supurando de sus cuencas vacías y de su boca, llena de dientes podridos, afilados y retorcidos.

Con unos restos de pelo sobre la cabeza que parecían más telas de

araña o algas descoloridas y que caían en escasos mechones sobre los hombros. Se agazapaba sobre el respaldo de la silla de Abraham, desnuda

y arrugada, con los brazos y piernas anormalmente largos como las patas de una tarántula.

Abraham empezó a llorar al ver los gusanos y restos de piel que se

retorcían entre las encías negras y retraídas y al escuchar los gritos de múltiples voces torturadas que surgían desde la profundidad de la

garganta muerta.

Lo último que pudo escuchar fue el crujido de su propia mandíbula al desencajarse cuando la Señora metió todos los dedos de sus manos en

su boca, y el dolor fue tan tremendo que apenas sintió los dientes de Isabel clavándose en su garganta y mordiendo. Desgarrando. Masticando.

—¡A todas las unidades! ¡Acudan de inmediato al Psiquiátrico Saint Maurice! ¡Se han producido fugas, hay heridos graves y fallecidos! ¡Hay

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ambulancias y bomberos de camino! ¡Ha estallado una caldera y se cree

que han saltado los sistemas de seguridad a causa del incendio que se ha generado! ¡Acudan con precaución, algunos de los internos fugados son

altamente peligrosos!

—Hola, mamá, acabo de salir, ya voy para casa.

El sonido de sus tacones era lo único que acompañaba a Claudia por la calle vacía de camino a la estación de metro. A esas horas de la noche,

con el frío que hacía y con todo lo que había llovido durante el día, era normal que no hubiera nadie.

—No mamá, no hace falta que me acompañes al teléfono todo el camino, tardaré muy poco, ya lo sabes, en seguida estoy allí. Ves calentándome algo de cena, anda, que me muero de hambre. Ahora te veo,

no te pongas pesada. Un besito.

Cortó rápidamente el teléfono para no seguir escuchando más a su

madre. La mujer se preocupaba demasiado. Aunque lo cierto es que a ella también le daba bastante miedo caminar por esas calles solitarias y sin casi iluminación. Estaba deseando poder cambiar de horario de la nueva

clínica y poder salir a la calle en unas horas más normales. Pero llevaba poco tiempo trabajando allí, sólo unas semanas, desde el accidente de Saint Maurice, y veía difícil conseguir un cambio próximamente.

Al girar la esquina, vio la estación de metro al final de la calle y aceleró el paso hasta casi correr. Se sintió más tranquila cuando pasó los

tornos y bajó al andén. Aún quedaban seis minutos para que pasara el último tren y se sentó en uno de los bancos a esperar.

Casi siempre se hallaba vacío, y solía viajar sola, excepto los fines de

semana, que solía haber más movimiento a esas horas. Pero hoy había un hombre apoyado en una columna, con la cabeza agachada y un sombrero

calado sobre los ojos. Parecía un poco inestable a pesar de estar apoyado contra la columna, por lo que Claudia consideró que estaría borracho.

Por precaución se levantó del banco y se alejó de él, yendo hasta el

principio del andén, donde se detendría la cabecera del tren. Al sentarse en el banco, miró de reojo hacia la columna para tener controlado a su compañero de viaje, y se sobresaltó al ver que ya no se encontraba allí.

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Le buscó con la mirada un tanto nerviosa y no le vio por ninguna

parte. Miró el panel para ver el tiempo que faltaba para que llegara el metro. Cinco minutos. Le iba a dar algo. Apretó el bolso contra el pecho y

empezó a rezar para sí con los ojos cerrados, intentando tranquilizarse.

Cuando terminó y abrió los ojos, se encontró frente a ella el enrome cuerpo del tipo que antes se hallaba apoyado en la columna, con el

sombrero aún reclinado, ocultando su rostro.

Antes de que Claudia pudiera reaccionar, unas manos enormes de gorila la agarraron por los brazos y la levantaron en vilo del banco sin

esfuerzo. Cuando la acercó a su cuerpo pudo ver el aterrador rostro de su agresor. Tenía las mejillas desgarradas y aun sangrantes, visiblemente

infectadas. La cuenca de uno de sus ojos estaba vacía, y miraba feroz con el ojo sano que le quedaba. La mandíbula inferior se hallaba cosida por los costados en una perpetua sonrisa macabra. La parte de la garganta que

asomaba por el cuello de la camisa ensangrentada, se veía abierta de forma desigual y muy violenta, y se podía ver la tráquea y los tendones a

través del agujero.

Aterrorizada, Claudia abrió la boca para gritar, pero Abraham lanzó su propia cabeza hacia ella, como si fuera un amante que fuera a besarla

de forma apasionada. Sin embargo, en lugar de unir las bocas en un intenso beso de enamorado, atrapó su lengua entre los dientes y la arrancó de un bocado.

Con la boca chorreando sangre y con la dificultad de vocalización que le producían las costuras de su mandíbula, pronunció de forma

gangosa una frase sin sentido para Claudia. Pero qué importaba ya, cuando el primer tío que te besaba, te masticaba la lengua cercenada mientras sonreía. Ya nada tenía importancia.

—Bathory nos ama… Bathory nos guía…

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Belleza Mortal

Escrito por Karmeneb

Corregido por Mary Warner, Beluu & Sahara

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Sinopsis Isobel y Charles son los mejores detectives que existen en la

calle 56. Juntos han resuelto cientos casos. Isobel con su lengua afilada y Charles con su ingenio crean la combinación perfecta contra el crimen y eso los convierte en los mejores en su campo

durante los años cincuenta.

Pero todo esto está por cambiar cuando un caso muy peculiar llega a sus manos.

Un muerto, un asesino y mucho misterio que envolverá la historia en una búsqueda de quien ha sido el culpable.

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1 El Caso

La llamada llegó temprano en la mañana, el sol había salido hace

una hora y se podía sentir en el aire el olor de una suave llovizna que caía.

Estaba sola en el pequeño local que mi compañero, esposo, y yo utilizábamos para atender a nuestros clientes, mirando el poster de aquella película muda que habíamos mirado hace un año y tomando una

taza de café negro, cuando el teléfono a mi derecha sonó.

Solo significaba una cosa. Ha habido un asesinato. La policía solo

nos llama a primera hora de la mañana cuando ha habido un asesinato.

—Holdbrok —dije seriamente y enderezándome en mi asiento.

—Holdbrok —gruñó Peter, él policía panzón que me odiaba—. Ha

habido un homicidio —dijo confirmando mis sospechas—. Te necesitamos a ti y a tú esposo en la escena del crimen.

—Mi esposo está investigando el caso Nayyar —dije. —No estará

disponible hasta… —Miré el reloj colocado sobre la puerta de entrada—. Las nueve de la mañana. ¿Pueden esperar?

—Necesito sus servicios ahora —me volvió a gruñir—. No me hagas recurrir a otros.

Rodé los ojos ante su amenaza.

—Sabes que nadie hace el trabajo como nosotros. —Me levanté de la silla y tomé el teléfono en mis manos para acercarme a la ventana—.

Estaré en media hora en la escena del crimen. Serías tan amable de compartir la dirección donde se ha cometido el homicidio.

—Hospital General San Luis

—Anotado —le respondí—. Llegare cuanto antes.

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Terminé la llamada colocando nuevamente el teléfono en su lugar,

me terminé mi café y luego me puse en marcha hacia la escena del crimen.

Antes de salir, me acerqué al escritorio donde más de un papel se

hallaba fuera de lugar. Tomando una hoja en blanco escribí una nota para mi esposo una vez regresara de la casa Nayyar.

―Nuevo caso. Hospital General San Luis. Me tuve que adelantar gracias a Peter. Te veo ahí. Isobel‖

Coloqué la nota en un lugar donde sabía que Charles la encontraría.

Tomé mi abrigo y mi querido bloc de notas, para salir a la húmeda mañana de otoño.

Los demás locales a mí alrededor empezaban a abrir sus puertas y

los trabajadores de la fábrica al final de la calle, trotaban para llegar a tiempo a su trabajo.

Saludé al señor Gibbiens, el dueño del puesto de frutas de al frente, justamente antes de parar un taxi.

—Hospital General San Luis, por favor.

Cruzamos las calles hasta llegar al hospital general que a decir verdad no mostraba mucha actividad policiaca como esperaba.

—Tome —le dije al taxista pasándole dos monedas y luego saliendo del taxi.

Me paré frente a la entrada del hospital, bajo una fuerte llovizna y

mirando como las nubes negras envolvían el edificio.

Se avecinaba una enorme tormenta.

Entré en el hospital e inmediatamente el fuerte y característico olor a

hospital me golpeó, haciéndome fruncir mi nariz involuntariamente. Odiaba los hospitales.

Evitando volver a fruncir la nariz, me acerqué a la recepción donde una regordeta enfermera ojeaba una revista de cine.

—Buenos días —dije apoyándome en el escritorio. Ella me miró

seriamente sobre el borde de sus gafas—. Soy la detective Isobel Holdbrok. Vengo por un homicidio.

—Segundo piso, ala norte

—Muchas gracias —le dije.

Subí las escaleras hasta llegar al segundo piso y de ahí hasta el ala

norte donde encontré solo a dos policías cuidando la escena.

—Goone —dije acercándome al único que conocía—. ¿Dónde está, Peter?

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—Salió con el equipo a desayunar —dijo parándose firmemente—.

Tenía mucha hambre

—Él siempre tiene hambre —dije irónicamente—. Así que ¿Me

puedes contar que sucedió?

—Ven —dijo guiándome por un oscuro pasillo—. ¿Dónde está Charles?

—Atendiendo un caso, vendrá tan pronto como se desocupe —le dije.

—Oh, ya veo —dijo parándose frente a una puerta—. Te advierto que

esto es fuerte.

—Creo que he visto suficiente en este trabajo para juzgarlo. —Él se

encogió de hombros y abrió la puerta de la habitación.

La habitación era un completo desastre. Los pisos normalmente blancos estaban manchados por completo de sangre, así como las paredes

y en el medio de la habitación se encontraba un cadáver.

Una mujer de casi 30 años tendida en el piso con la mirada perdida

en el techo. Tenía una bata de hospital completamente manchada de rojo que se encontraba rasgada en diferentes partes.

—¿Qué se sabe? —pregunté mirando a la víctima desde diferentes

ángulos.

—El nombre de la víctima es Kaitlyn Maher, de 26 años, internada hace dos días por una infección estomacal.

—¿Familia?

—Casada y con un hijo —dijo—. Iba a ser dada de alta hoy.

—¿Quién encontró a la víctima? —pregunté, mientras iba tomando nota de cada dato que me daba.

—La enfermera del turno de la mañana, su nombre es María

Rosales. Dio alarma apenas encontró el cuerpo. No hemos movido nada desde el encuentro.

—¿Arma homicida?

—No se ha determinado —dijo colocándose en cuclillas frente al cuerpo—. Según el estado del cuerpo y la cantidad de sangre perdida,

suponemos que pudo ser realizado por algún objeto punzocortante. Como un cuchillo, un bisturí…

—Un trozo de vidrio —dije tomando un trozo de vidrio, que estaba

bañado en sangre, con un pañuelo.

—¿Crees que sea el arma homicida? —preguntó parándose detrás de

mí y mirando el trozo de vidrio

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—Posiblemente —dije y le pasé el trozo de vidrio—. Es una pista

Me volví a colocar de pie, para poder recoger nuevamente cada detalle de la escena del crimen.

—¿Algo no encaja en esta escena?

—¿Qué puede ser? —preguntó guardando el trozo de vidrio.

—Observa con cuidado la escena… —le dije pensativamente.

—No veo nada distinto a cualquiera otra escena de asesinato. —Lo miré.

—La escena es un desastre —dije—. Quien fuera el asesino tuvo que

haberse acercado lo suficiente para mancharse de sangre o por lo mínimo dejar un rastro de salida. —señalé desde el cuerpo hasta la salida de la

habitación y luego el pasillo—. No hay rastro. Solo está en donde fue apuñalada por primera vez. —Señalé su cama—. Luego donde tropezó con la ventana y los muebles. —Seguí con mi dedo el camino—. Y donde el

homicida dio su última apuñalada y dejó caer el arma homicida. Obviamente ella aún no estaba muerta. Se arrastró hasta el centro de la

habitación donde se desplomó.

—Puede que no tocara el cuerpo o la sangre luego de desplomarse.

—No es cierto —dije y me acerqué al cuerpo—. Sus ojos están

abiertos.

—Muchos cuerpos mueren con los ojos abiertos.

—Si te han apuñalado muchas veces, no morirás con los ojos

abiertos. —Lo miré—. Ella fue asfixiada.

—¿Qué? —preguntó sorprendido.

—Mira su cuello. Tiene marcas rojas. El asesino se acercó lo suficiente para ahogarla, pero no lo suficiente para dejar rastro. —Me quedé pensativa—. ¿Tienen algún sospechoso?

—No —dijo recuperando su confianza, que había sido derrotada por mí. Lo hombres y sus egos—. Aunque estamos cerca del área psiquiátrica.

Pensamos que quizás algún paciente se escapó y lo hizo.

—¿Puedo dar un vistazo? Siempre me gusta tener una perspectiva amplia del lugar del asesinato.

—Por supuesto, pero ten cuidado. El área ha sido despejada, pero debido a la tormenta de anoche, algunas partes del edificio se quedaron sin electricidad. —Me pasó una pequeña linterna—. ¿Tienes un arma?

—Siempre —dije sacándola de mi abrigo. Era un arma pequeña, pero esta belleza logró detener a tres fugitivos—. Me las apañaré. —Tomé la

linterna—. Que el forense la examine y el investigador tome fotos. Que ningún empleado o prensa se acerque al cuerpo.

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—Por supuesto. —Asintió y salí de la habitación.

Mi lado detectivesco salió una vez coloqué un pie fuera de la habitación.

Observé el piso y las paredes, no había rastro alguno de sangre que indicara el paso del asesino por aquí. Quien quiera que hubiese hecho esto, era muy bueno. Nunca había visto tanta meticulosidad a la hora de

ocultar evidencia desde Rakler hace dos años.

Seguí avanzando por el desierto pasillo, observando cada habitación. Nada. Todas vacías y sin ningún rastro de pelea o sangre. Cuando doblé en

la esquina, entendí a qué se refería Goone. El pasillo se hallaba en completa oscuridad a excepción de la luz que daban los rayos al final del

pasillo. Una tormenta volvía a formarse. Seguí caminando por el oscuro pasillo donde la única luz que obtenía era de mi linterna y donde el único sonido que obtenía era el de mis tacones contra el suelo. Por lo que pude

ver no había ningún indicio de pelea.

Cuando llegué al final del pasillo, frente a la ventana, pude observar

que el siguiente pasillo era el que llevaba al área psiquiátrica. Después de todo quizás Goone y Peter tuvieran razón y el asesino fuese algún paciente de esta área.

Fue durante un gran relámpago que hizo temblar el suelo, cuando una puerta a mi espalda fue azotada. Ligeramente sorprendida me giré y apunte hacia el oscuro pasillo.

—Hola —grité, pero no obtuve una respuesta hablada, sino de cómo algunos objetos caían al suelo.

Regresé por donde había venido, hasta que llegué a la única puerta que antes estuvo cerrada, pero que ahora se encontraba abierta.

—Hola —dije alumbrando dentro de la habitación—. ¿Hola?

La habitación no era diferente de otras. Una simple camilla en el centro con dos muebles a cada lado.

—Hola —volví a decir caminando dentro de esta y mirando por la ventana. Dos rayos volvieron a caer justo frente a la ventana. Terrorífico. Moví mi linterna y apunté a la esquina donde un par de bisturíes y

utensilios médicos estaban tirados—. Hola ¿Alguien está aquí? — dije por última vez, esperando no obtener nada, pero no fue así.

—Sí —susurró una voz—. Hola.

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2 La Investigación

—Deberías dejar las donas Peter —dije cuando llegué a la escena del

crimen y observé como Peter estaba sentando disfrutando de una dona como si aún estuviera en su olorosa oficina—. Estás tan gordo que te

encuentras a una dona de un infarto.

—Estoy sanó como un caballo —dijo Peter mirándome con odio. Aun me sorprendía que nos llamara para estos tipos de casos—. Llegas tarde.

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Charles me regaló una sonrisa antes de girarse y regresar a la sala

de espera. Yo me quedé un poco rezagada mirando la escena un poco confusa y mareada. Sentía mi cabeza palpitar y sentía que vomitaría sobre

el suelo lleno de sangre.

Quizás el café era viejo.

Miré el cielo completamente oscuro que se mostraba a través de la

ventana. No parecía medio día, sino media noche. Entonces algo extraño pasó.

Un gran relámpago apareció en el cielo iluminándolo y al iluminar el

cielo esto creo un reflejo en el vidrio. Mi reflejo. Durante esos segundos miré fijamente mi reflejo y noté que este sonreía, pero yo no lo hacía.

Para cuando el segundo rayo cayó, la sonrisa había desaparecido.

Genial. Ahora tenía alucinaciones.

Buscando un poco de aire, salí de la habitación hasta llegar a la sala

de espera. No me acerqué a Charles para así darle la oportunidad de tomar las riendas de la conversación.

—Puesto a la falta de sospechosos —decía Charles—. Nos gustaría hablar con los pacientes más peligrosos del área psiquiátrica.

—Por regla del hospital —dijo una enfermera—. Sin consentimiento

de los familiares no se puede realizar algún tipo de interrogación. Lo más que puedo hacer es que hablen con un par de pacientes en el área de visita. Puedo llevarlos ahí si lo desean. —Charles me miró y yo me encogí

de hombros.

—Lo tomamos —dijo

—Sígame —le respondió la enfermera.

La enfermera caminó por el mismo pasillo que recorrí antes, y a decir verdad seguía igual o más tétrico. Oscuro, húmedo y creo que había

más eco que antes… o tal vez era mi enfermedad hablando.

Íbamos a mitad del camino cuando algo me hizo detenerme. No

había nada diferente al resto de la habitación, pero por alguna razón estaba desarrollando una fijación por una puerta en específico.

Me hallaba a punto de entrar cuando Charles me llamó. Yo lo mire

confundida, de la misma manera en que él me veía.

Me olvidé de esa puerta y seguí nuevamente el camino, pero la puerta no desaparecía de mi mente.

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Al llegar al área psiquiátrica noté que no era muy diferente al resto

del hospital, oscuro y tétrico, pero incluso así todos los pacientes se encontraban en un salón pasando o desperdiciando su tiempo.

Muchos jugaban viejos y tontos juegos, otros charlaban entre si y otros simplemente miraban a la nada perdidos.

—Vaya pila de fracasados —murmuré.

Justamente en ese momento todos y cada uno de los pacientes voltearon a verme. Bueno vaya oído que tenían.

—Son todos tuyos —dijo la enfermera mirando a Charles—. No los

alteres o los presiones, o sino deberá irse de aquí.

—Entendido —dijo—. No alteraremos a nadie.

La enfermera le dio una fea mirada a Charles, mientras que se giraba y nos dejaba solos.

—Todos aquí son tan amargados —dije frunciendo mi nariz—. Lo

odio.

—Oh vamos querida. —Me miro Charles—. Veamos si alguien sabe

algo.

—Bien, pero me quedaré con los menos locos —le dije pasando a su lado.

—Lo que desees, querida —me murmuró.

Caminé por la habitación, mientras cada par de ojo seguía mis pasos. Es como si todos estuvieran fascinados con mi presencia.

Obviamente no recibían muchas visitas de personas normales.

Seguí caminando por la habitación buscando al paciente más

normal de todo el lugar, pero en mi opinión en el lugar podía haber más de mil escenas posibles. Paré de caminar junto a una mujer que jugaba ajedrez sola. Bueno no parecía ser la peor.

—¿Está ocupado? —pregunté. Ella me miró con los ojos abiertos y negó—. ¿Quieres que juegue contigo? —Negó con su cabeza haciendo que

su desgreñado cabello se moviera de un lado a otro—. Entonces me sentaré y te veré jugar.

—Muerta —murmuró. La miré con interés—. Muerta.

—Sí, estoy aquí por la chica muerta ¿Sabes cómo pudo haber muerto? —Me miró.

—Ella está muerta. —Me miró—.Y tú estás muerta.

Yo la miré confusa, justamente antes de que algo detrás de ella me llamara la atención. Lo primero que vi fue un chaleco café y a medida que

la figura portadora del chaleco salía de detrás de la mujer, noté que era

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una mujer, una mujer que llevaba un chaleco igual al mío y que la mujer

era igual a mí. Ella se paró y me miró petulante, con una engreída sonrisa. Veía literalmente todo en shock. Era imposible verse a uno mismo enfrente

de uno y entonces de la nada otro yo apareció detrás de ella y con una fina navaja le cortó la garganta hasta que la sangre brotó a chorro de su herida.

Jadeé sorprendida y aterrorizada levantándome de manera brusca de la silla, haciendo que esta cayera sonando estrepitosamente en el suelo. Miré hacia todos lados, viendo como todos me miraban como si fuera una

loca más de este lugar. Miré hacia Charles que me miraba preocupado, apunto de venir hacia mí. Moví mi cabeza en negación y él se volvió a

sentar con su paciente. Para cuando volví a mirar frente a mí en busca de mi otro yo, solo llegué a encontrar un vacío. Todo fue una alucinación.

—Yo vi lo que paso —dijo una voz a mi lado. Al verla noté que era

una chica, de no más de veinte años, rubia y bastante hermosa como aquellas actrices de películas. Parecía completamente fuera de lugar y

sinceramente no recordaba haberla visto antes.

—¿En serio? ¿Viste lo que paso con la chica muerta? —pregunté recomponiéndome. Ella asintió luciendo asustada.

—Creo que se quién es el asesino. —Dio un paso hacia mí y se paró mirándome con dos grandes ojos azules—. Pero no lo puedo decir aquí. —Miró todo el lugar—. Puede ser peligroso.

—Está bien —murmuré—. Déjame hablar con mi esposo, arreglaremos un interrogatorio si te parece bien. —Asintió—. Bien

espérame aquí.

Me giré yendo hacia Charles.

—Creo que tengo una testigo. —Me miró sorprendido—. La chica

rubia junto a la ventana. —Él miro y asintió—. Pero no va decir nada aquí. Debemos encontrar un lugar para interrogarla.

—Peter habló con unas enfermeras y nos proporcionó un consultorio vacío. Nos puede servir para interrogar. —Asentí—. ¿Has traído tu grabadora?

—Como siempre —dije sacándola

—Entonces interroguémosla —dijo mirando a la chica, yo asentí también mirándola.

Pronto descubriríamos al asesino.

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3 El interrogatorio

El consultorio que nos habían proporcionado estaba en un pasillo

oscuro que debíamos pasar antes de llegar al área psiquiátrica. Así que luego de colocar ocho lámparas portátiles alrededor del cuarto, pudimos

instalar un lugar decente para llevar a cabo un interrogatorio.

—No es como nuestro lugar en la cincuenta y seis, pero funcionará —dije—. ¿Crees que deberíamos interrogarla así? Quizás podamos

conversar con Peter y conseguir un permiso para llevarla a la estación. Sería más seguro.

—¿Tienes miedo de una paciente?

—Parece inocente, pero sigue siendo una paciente del área psiquiátrica. No sabemos si es una psicópata.

—No hará nada —dijo él, dejando un beso en mi frente—. Estaré aquí vigilando. ¿La hacemos pasar?

—¿Tienes tu pistola? —le pregunté.

—¿Cuándo he salido sin ella? —dijo, moviendo su chaqueta para mostrarme la pistola enfundada en su cintura.

—Entonces, trae a la loca —dije.

—Isobel…

—Lo siento. —Sonreí falsamente—. Trae a la testigo.

Charles me sonrió antes de salir de la habitación. Me volví hacia la ventana mirando nuevamente hacia afuera. La tormenta no había

desaparecido, y ahora llovía a cántaros junto a los relámpagos brillantes.

Sinceramente, se me antojaba más estar en casa bajo mis mantas. Aún sentía ganas de vomitar, y el dolor de cabeza había aumentado.

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De pronto, la ventana se empañó. Observé sorprendida el fenómeno

y froté mis ojos, pero aún estaba empañada. Estiré mi mano intentando tocarla, pero al hacerlo cayó un rayo que hizo vibrar el vidrio y envió un

choque eléctrico por mis dedos.

—Mierda —dije, mirando mis dedos. No había marca, pero todavía sentía el cosquilleo molesto.

—Pasa. —Me giré y vi a Charles trayendo la chica. Lucía asustada, y la bata de hospital le quedaba un poco grande—. Siéntate aquí. —Charles movió una silla, colocándola frente al escritorio. Yo me quedé del otro lado

del escritorio, observándola—. Bien, no debes estar asustada. Estamos solos, nadie puede escucharte.

—¿Seguro? —preguntó.

—Sí —dijo Charles, situándose a mi lado—. Nadie va a lastimarte, así que cuando estés lista podemos empezar.

—Estoy lista —dijo decididamente.

—Muy bien. Isobel... —me llamó, y no tuvo que decir nada más. Metí

mi mano en el bolsillo de mi chaqueta y saqué la grabadora—. Bueno, esto será sencillo. Esto —señaló la grabadora—, va a grabar todo lo que digas y todas las respuestas que me des. Quiero recordarte que es sólo una

recolección de testimonio. No estás metida en ningún problema.

—Bien. —Eso fue todo lo que dijo.

—Entonces, empecemos. —Charles estiro su mano y puso a

funcionar la grabadora—. ¿Podrías decirnos tu nombre?

—Daphne Millar —dijo suavemente—. Aunque mis amigos me dicen

Dephy.

—Bien, Dephy. Le dijiste a mi esposa que sabías quién mató a la mujer que encontraron esta mañana. ¿Conocías a la víctima? —Ella

asintió—. ¿Podrías decirlo?

—Sí. Ella era muy bonita. Me regaló un pudín.

—¿Eran amigas?

—Sí, muy cercanas. Me contaba sobre su esposo y su hijo. No era feliz. —Charles ladeó su cabeza y se apoyó en el escritorio, dándole la

mirada de interrogatorio.

—¿El esposo mató a su mujer? —Ella negó—. ¿Fue el hijo? —Volvió a negar—. ¿Quién la mato?

—Una paciente —dijo. Yo también me incliné, mirándola.

—¿Esta paciente es peligrosa?

Ella pareció reflexionar sobre eso.

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—Sí. Mucho. Tiene un historial. —Miré a Charles.

—¿Qué tipo de historial? —preguntó Charles.

—Varios asesinatos. Lo llaman desorden de personalidad múltiple.

Por eso está aquí y no en una cárcel.

—¿Por qué esta mujer? ¿Por qué ahora? —pregunté.

—Porque era bonita —murmuró—. Y no le gustan las chicas bonitas.

Sólo ella puede ser bonita.

—Tú eres bonita —dije, mirándola con desconfianza. Sólo se encogió de hombros.

—¿Fue Kaitlyn Maher su última víctima?

—No.

—¿Quién fue su última víctima?

—¿De verdad quieren saberlo? —preguntó mirándonos. No pude evitar mirar a Charles al detectar cierta amenaza en su voz.

—Dephy —dijo Charles—. Nadie va a lastimarte.

—No puedo… —Comenzó a mover frenéticamente su cabeza, pero

pude ver cómo una pequeña sonrisa escapaba de sus labios.

—Dephy —siguió insistiendo Charles—. Puedes decirlo.

—No, no puedo. ¡No! —casi gritó.

—Demonios, Daphne… —dije, golpeando fuertemente la mesa—. Di quién fue la última víctima.

Daphne paró de moverse y me miró fijamente. Ya no parecía tan

inocente como hasta hace un momento.

—Su nombre era… —Ella se inclinó y susurró en mi rostro—. Isobel.

—¿Qué? —Retrocedí, impactada—. Estás loca. ¿Quién es el asesino? —Ella me sonrió malvadamente—. ¿Quién demonios es el asesino?

—Yo —dijo, y luego soltó un grito estridente. Retrocedí asustada, y

ella se abalanzó sobre Charles, que seguía tan confundido por todo lo que estaba sucediendo que no la vio venir.

—Dephy… —decía Charles, intentando razonar con ella mientras la apartaba—. Podemos ayudarte, podemos buscar ayuda.

—¡No necesito ayuda! —gritó con una mirada loca en sus ojos. Tanto

Charles como yo jadeamos sorprendidos.

Intentando ayudar, tomé una silla y golpeé a Daphne con ella, pero a pesar de que se rompió en muchos pedazos, no le hizo efecto. En cambio,

volteó a verme con sus ojos completamente negros.

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—Me ocuparé de ti después, cariño —dijo.

Volvió a intentar lastimar a Charles, que había logrado sacar su pistola, pero ella inmediatamente se la quitó y la lanzó lejos de sus manos.

Ahora estaba desarmado y había una loca intentando lastimarlo.

—Aléjate de él —dije buscando mi pistola, pero no estaba donde siempre la tenía—. ¿Pero, qué…? —Me olvidé de la pistola y me abalancé

sobre ella, aunque no llegué a tocarla porque sentí como si estuviera siendo arrastrada hacia atrás, pegándome a la pared sin poder moverme.

—No —dijo Daphne—. Hay que deshacerse de lo innecesario.

Lamentablemente, él tiene un rostro bonito. —Lo miró—. Odio los rostros bonitos.

—¿Por eso mataste a esa mujer? —preguntó Charles, intentando distraerla.

—Ya me escuchaste, odio las caras bonitas y ella tenía una cara

bonita. Al igual que Isobel —Me miró con una sonrisa—. Por eso también tendrá que morir.

—Eres una psicópata y eres tú la que va a morir —dijo Charles, tomando una pluma y enterrándosela en un costado.

Daphne soltó un alarido que le dio a Charles la oportunidad de

separarse de ella, pero cuando intentó arremeter nuevamente, lo apuñaló en el abdomen con algo que lucía como un trofeo, pero que era lo suficiente afilado para hacer que Charles desplomara.

—¡No! —grité, y por algún motivo caí al suelo.

Daphne ya se había recuperado, y ahora sostenía un bisturí que no

tenía idea de dónde había sacado. Se acercó a Charles hasta que estaba a horcajadas sobre él y el bisturí estaba presionado contra su cuello.

—Aléjate de él —dije, tomando la pistola de Charles.

—¿O qué? ¿Vas a matarme? —Ella río psicóticamente y presionó el bisturí más fuerte contra un Charles que parecía conmocionado por la

apuñalada.

—Te dije que te alejaras —dije apretando el gatillo, pero la bala simplemente pasó a través de su cuerpo y quedó enterrada en la pared.

Estaba sorprendida, tanto que la pistola cayó de mis manos y se volvió a disparar, rompiendo un vidrio. El aire frío impregnó el lugar inmediatamente.

—¿De verdad creías que podías matarme? —Se levantó de Charles sin hacerle daño y se acercó a mí—. Querida, ¿no lo sabes? —Me miró con

una expresión inocente—. No se puede matar a un muerto. —Empezó a reír como una niña—. Buena suerte con eso. —Lanzó el bisturí, que se

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enterró en el muslo de Charles. Él gritó de dolor. Miré a Daphne, y luego

de darme una mirada divertida, simplemente desapareció en el aire.

—Oh, por Dios —dije en un jadeo sorprendido, dejándome caer en el

suelo.

Por un momento, no sabía cómo asimilar el hecho de que Daphne hubiera desaparecido enfrente de mí, o que la bala no la hubiera tocado,

pero entonces escuché el jadeo de Charles y no dudé en arrastrarme hasta él. Apenas estaba despierto y jadeaba por aire. Su cuello también sangraba, pero era una herida superficial. El bisturí seguía en su pierna,

así que se lo saqué rápidamente. Volvió a gritar. —Calma, cariño, ya casi termina. —Intenté quitar el trofeo, pero estaba más enterrado de lo que

creía, y al tratar de sacarlo sólo lo hice gritar de dolor de nuevo—. No puedo —dije llorando—. Cálmate —murmuré—. Pronto vendrá la ayuda.

—Isobel —dijo, alzando su mano ensangrentada—. Te amo.

—No, no me digas te amo como si fueras a morir. —Empecé a gritar pidiendo ayuda.

—Oye —me llamó. Lo miré—. Regálame un beso. —Llorando, me incliné para dejar un beso en sus labios temblorosos.

—No mueras, amor. Por favor. —Él sonrió débilmente, pero empezó a

quedarse dormido—. ¡No! Ayu…

No terminé de gritar, porque de repente Peter y Goone entraron en la habitación, junto a la enfermera que nos había guiado.

—Ayúdenlo —gemí—. Está perdiendo mucha sangre.

—Manden a los paramédicos y que se preparen para una cirugía. —

Peter se acercó, y me levanté para que viera la escena del crimen—. Vamos, Charles, puedes resistir un poco más.

—Peter, ayúdalo. Una de los pacientes lo lastimó, la misma que mató

a la mujer. —Peter me ignoró y se acercó a Goone.

—Que llamen a las unidades. Necesitamos refuerzos. El asesino está

suelto.

—Eso les estoy diciendo —jadeé—. Se llama Daphne Millar.

—Y que empiecen a buscar a su esposa. Nadie la ha visto desde esta

mañana —dijo Peter.

—Sí, señor —le respondió Goone.

—¿Qué? Pero si estoy justo aquí —dije, completamente incrédula.

Iba a discutir con Peter, pero los paramédicos entraron, pusieron el cuerpo de Charles en una camilla y lo sacaron del lugar—. ¿A dónde lo llevan,

Peter? —No me contestó—. Mierda, Peter. —Pasé junto a él, golpeando su hombro con él mío, e inmediatamente seguí a Charles en la camilla hasta

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la sala de espera. Un rayo golpeó inesperadamente la salida y me hizo

sacudir hasta caer al suelo.

—Dulce, ¿no? —De pronto, Daphne estaba frente a mí—. El choque

es… —Se estremeció, con una expresión divertida en su rostro—. Vigorizante.

—¿Qué sucede? ¿Por qué todo el mundo me ignora? —Ella dio un

saltito y se agachó acunando mi rostro en su mano.

—Porque, querida —susurró—, estás muerta. —Mi respiración se atascó en mi garganta—. Al igual que yo. —Inclinó su cabeza hacia un lado

y sonrió—. Bienvenida a mi infierno.

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4 La muerte

Desperté una semana después en un lugar completamente

desconocido. Las luces eran demasiado brillantes para mis ojos, y había un olor espantoso a antiséptico que hacía que me dieran ganas de vomitar.

Al principio estaba confundido. No recordaba dónde estaba o cómo había llegado allí, pero sólo necesité media hora para que todo volviera a mí de golpe.

—Tranquilícese, señor —me decía la enfermera—. Se abrirán los puntos.

—No me importan los puntos —dije, retorciéndome—. ¿Dónde está mi esposa?

—Charles. —Miré hacia la puerta y allí estaba Peter, con su panza

casual y la mancha de café matutino en su camisa—. ¿Cómo estás?

—Estoy bien —dije—. ¿Dónde está Isobel? ¿Por qué no está aquí? ¿Está bien?

—Charles. —Peter se acercó a mí de manera cautelosa—. No soy bueno dando noticias, así que lo diré rápidamente. —Lo miré con

desconfianza—. Isobel está muerta.

—¿Qué? —pregunté, congelándome sobre mi camilla—-. ¿Cómo que está muerta?

—Así la encontramos, poco después de encontrarte casi sin vida. —Aún no lo creía—. La mataron a apuñaladas.

—¿La apuñaló? ¿Ella la mató? ¿La que me hizo esto? —dije, completamente enojado y dolido.

—¿Sabes quién lo hizo? —preguntó, sorprendido.

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—Su nombre es Daphne Millar. Estábamos interrogándola. Confesó

haber asesinado a la mujer.

—Charles —dijo Peter, completamente perdido—. Tu mujer murió

varias horas antes de encontrarte, o eso nos dijo el forense. Es imposible que estuviera contigo en ese… interrogatorio.

—Yo sé lo que digo, Peter —grité—. Está en la grabación. Grabé toda

la interrogación.

—¿Te refieres a esto? —preguntó, sacando la grabadora y mostrándomela—. Sólo se escucha tu voz.

—Eso es men…

Pero en ese momento, Peter puso la grabación. Tenía razón. Sólo se

escuchaba mi voz.

—Entonces, empecemos —decía—. ¿Podrías decirnos tu nombre?

Silencio.

—Bien, Dephy. Le dijiste a mi esposa que sabías quién mató a la mujer que encontraron esta mañana. ¿Conocías a la víctima? —Un corto

silencio—. ¿Podrías decirlo?

Más silencio.

—¿Eran amigas?

Y así seguía. Mi voz hablaba sola, e incluso se escuchaba la

conmoción. Daphne e Isobel habían tenido un intercambio de palabras, pero no salía en la grabación.

—Peter, no estoy loco —dije—. Isobel estaba conmigo en ese lugar, y

Daphne me atacó.

—Te creo. —No me creía—. Mira, una enfermera va a acompañarte hasta la morgue para que puedas identificar el cuerpo, y así verás que no

miento.

—¿Puedes siquiera buscar información sobre esta Daphne? —le dije.

Él suspiró y asintió.

—Buscaré. —Justo en ese momento entró una enfermera—. Mira, Charles, sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero de verdad lamento

lo de tu esposa y debes saber que tienes todo nuestro apoyo. Buscaremos al asesino. Su turno enfermera.

Ella asintió y empujó una silla de ruedas hacia mí.

—Por política, debe viajar sentado, señor Holdbrok. —Asentí, y con su ayuda subí a la silla de ruedas.

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Durante el camino, me negué a creer que iba a ver a mi esposa

muerta. Pero al entrar a la morgue y ver cómo el forense la sacaba de un gran congelador, me forcé a creer la realidad.

Sin escuchar a la enfermera, me levanté de la silla y me acerqué a ella. Isobel estaba fría y pálida como un papel. Había manchas de sangre en su cuerpo, y su mejilla había sido cocida por una herida hecha con

algún objeto punzante.

No pude evitar desmoronarme sobre ella y llorar sobre la manta que la cubría.

Estaba muerta.

No sé por cuánto tiempo lloré en la misma posición, sólo sé que

cuando me arrastraron nuevamente a mi habitación me sentía débil y vacío.

Varios días después, fui dado de alta. Un par de días más tarde fue

el entierro de Isobel. Al parecer, alguien ya había llamado a sus padres, pero nadie había querido enterrarla hasta que yo despertara.

Enterrar su cuerpo fue una de las cosas más duras que alguna vez había tenido que hacer. Me negaba a decirle adiós, por lo que el fantasma de su presencia me persiguió los días siguientes al entierro.

Había cerrado indefinidamente la oficina y le había pasado todos los casos a los Sinners. Nada importaba si Isobel no estaba allí conmigo.

La herida había cicatrizado, pero aún recordaba vívidamente aquella

noche. Sabía que no estaba loco, que aquella noche Daphne e Isobel habían estado conmigo, y no me importaba lo que dijera la cinta. Había

visto a Daphne, había sentido su cuerpo al chocar contra el mío, la forma en que había colocado aquel bisturí para dar el último golpe, y cómo Isobel había disparado y la bala no la había tocado; y recordaba claramente la

voz de Isobel diciéndome que no iba morir, y el suave roce de sus labios.

No lo había imaginado. Había sido real.

Así que como había rechazado todos los casos, tenía tiempo para concentrarme en el único que me importaba.

¿Qué había sucedido aquel día?

Me tomó tiempo recolectar todo, pero luego de un par de llamadas, conseguí copias de toda la evidencia que me ayudaron a crear un orden cronológico de lo sucedido.

Isobel había sido la primera en llegar a la escena. Goone y otros testigos la habían visto. Observó a la víctima y luego pidió analizar el

lugar. Esa fue la última vez que algún testigo la vio viva. Durante el tiempo en que ella fue vista por última vez y yo llegué a la escena, fue asesinada. Múltiples apuñaladas por todo su cuerpo.

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Me llevó un día entero y mucho bourbon procesar las fotos

recolectadas.

Para cuando retomé los hechos, obviamente había un gran salto en

las evidencias que no mostraba ninguna pista, excepto las fotos del lugar donde fui encontrado. Todo estaba en el lugar que recordaba.

Así que basándome en mi memoria, había visto a Isobel por primera

vez en la habitación del crimen. Recordaba que parecía perdida y algo pálida, pero unos minutos más tarde lucía igual a la de antes. Después, ambos salimos, pero sólo yo había hablado con la enfermera. Nadie

recordaba haberla visto. Y luego ambos la habíamos seguido hasta el área psiquiátrica. La enfermera había declarado llevarme sólo a mí. Más tarde,

ambos habíamos llevado a cabo la entrevista, hasta que ella encontró a Daphne. No hay ningún paciente registrado con el nombre Daphne Millar en ninguna sección del hospital. Luego fuimos al consultorio e hicimos el

interrogatorio. Un interrogatorio en el que la única prueba mostraba que hablaba solo.

Nada. No había testigos o pistas que demostraran que tenía razón, y eso me frustraba tanto que lancé mi vaso de bourbon contra mi pizarra de pistas.

Estaba perdido.

Observe la pizarra fijamente durante horas sin saber qué buscar. Hasta que en mi mente, algo conectó con mis recuerdos. Durante la visita

al área psiquiátrica, Isobel no sólo había hablado con Daphne, había hablado con otra paciente. Se había sentado a jugar al ajedrez con ella.

Además, recordaba que cada paciente en ese lugar la había seguido con la mirada mientras caminaba por los pasillos.

Ellos la habían visto.

Sin pensarlo dos veces, tomé mi abrigo y mi sombrero para dirigirme de vuelta al hospital.

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Después de lo que Daphne había dicho, estuve durante un largo

tiempo tirada en el suelo.

¿Estaba muerta? No me sentía muerta, pero habían pasado muchas

personas y nadie se había detenido a charlar conmigo o a preguntarme si estaba bien.

No reaccioné hasta que escuché la voz de Goone llamando a Peter.

—Jefe, la encontramos.

Me levanté rápidamente del suelo y los seguí por el pasillo hasta que llegamos a la puerta que me había llamado la atención más temprano.

—Aquí está, jefe —dijo Goone—. Creemos que fue asesinada.

Pasé entre ellos sólo para encontrarme a mí misma tendida el suelo,

de una forma similar a la victima de esta mañana. Estaba bañada en sangre. Sentí arcadas, pero no vomité. No hubiera podido aunque hubiera intentado.

—No puedo estar muerta —murmuré para mí misma—. No hay manera.

—Pero sí lo estás. —Daphne volvió a aparecer—. Yo te maté. —La miré con sangre en los ojos y me acerqué, empujándola contra la pared. Eso parecía divertirla en vez de asustarla.

—¿Qué me hiciste, maldita bruja? —grité, enojada.

—Eras más bonita que yo. No me gustan las chicas más bonitas que yo.

—¿Me mataste porque era más bonita que tú? Estás loca.

—Estoy muerta —dijo—. Puedo estar tan loca como quiera. —Y

volvió a desaparecer.

No podía soportar estar dentro de esa habitación, viendo mi cuerpo muerto, así que salí y me arrastré por la pared hasta quedar sentada. Fue

entonces cuando todo volvió a mi mente.

Cada pequeño recuerdo de mi muerte.

Había entrado y ella había aparecido. Me había saludado y no había dicho nada más antes de abalanzarse sobre mí con un bisturí en la mano. Había intentado defenderme, sacar mi arma y matarla, pero me había

desarmado. Lo siguiente que sabía era que me había apuñalado en la garganta con el bisturí, impidiéndome gritar, y así continuó hasta que dejé de sentir dolor y todo se volvió negro.

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No volví a despertar, pero por algún motivo mi nuevo estado logró

regresar a Charles.

—Vamos, levántate. —Abrí mis ojos esperando encontrarme

nuevamente con Daphne, pero no era ella quien estaba mirándome.

—¿Kaitlyn? —pregunté sorprendida.

—Parece que fuimos asesinadas por la misma persona. Ven. —Tomó

mi mano—. Es mejor que no veas lo que está por venir.

Durante los días siguientes, Kaitlyn y yo nos instalamos lejos de nuestras escenas del crimen, y ella me comentó mucho de lo que había

pasado.

—¿Cuándo te diste cuenta de que estabas muerta?

—Cuando vi mi cuerpo inerte. Morí con una mirada espantosa en mi rostro.

—¿Por qué? ¿Por qué nosotras?

Ella se encogió de hombros.

—Las otras no hablan.

—¿Otras?

—Sí, hay más —dijo—. Sólo que aceptaron todo esto y se mantienen… alejadas. Hay un rumor de que todas fuimos asesinadas por

ser demasiado bonitas, y ella está obsesionada con las caras lindas.

—Y ahora estamos muertas, atrapadas aquí, y todo por su locura.

—Por lo menos tú moriste con un traje lindo. Yo tendré que pasar la

eternidad con esta bata.

Reí, pero una conmoción cerca de donde estábamos llamó mi

atención. Al acercarme, noté que Charles estaba aquí y estaba exigiendo entrar al área psiquiátrica.

Sabía por qué estaba aquí. Buscaba respuestas por mi muerte, pero

aunque estaba muy feliz de volver a verlo, tenía miedo por su seguridad. Y mucho más con Daphne aún en los alrededores.

Tenía que hacer que se fuera.

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5 La eternidad

Sacar a Charles no sería sencillo.

Trabajamos por más de 6 años y se lo insistente que podía ser, y lo vi cuando convenció a la recepcionista de dejarlo pasar a la sala de recreación de los locos.

—Sé que es tu esposo —dijo Kaitlyn—. Pero debes tener cuidado, si te ve, solo lo alentaras a hablar más y terminara con esos pacientes y

sabes qué pasa si pasa mucho tiempo aquí. Daphne lo matara.

—Pero tengo que acercarme, ¿Cómo te ocultas? —Le pregunté.

—No sé, ¿Pensándolo demasiado? —dijo confusa.

—Ugh, lo intentare.

Caminé por el pasillo hasta el área de recreación donde Charles estaba preguntándoles a todos si me habían visto. Todos habían dicho que

sí. Él siguió preguntando hasta que se sentó con la misma señora que me había sentado aquel día.

Yo me acerque pasando a su lado, pero Charles no me noto.

Bueno. Un avance.

—¿Puede hablar? —le preguntó Charles a la señora.

—Sí.

—Quiero saber si conoce a alguien —dijo—. ¿La reconoce? —

preguntó mostrando la foto de nuestra boda.

—Sí, estuvo aquí.

—¿Sí? —dijo esperanzado—. ¿Hablo con usted?

—Estaba muerta. —Charles se puso pálido como un papel.

—Sí, ella está muerta —dijo—. Pero estaba muerta cuando hablo con

usted ¿Lo sabía?

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—Sí —dijo—. Estaba muerta.

—Lo sé —Trago—. ¿Sabe quién la mato?

—La malvada muerta —respondió.

—¿Esta la malvada muerta está aquí aun? —respondió ella—. ¿Está mi esposa aun aquí?

—Responde que no —le susurré en el oído—. Responde que no, a

menos que quieras una acosadora hasta que mueras.

—Se fue —respondió asustada.

—Buena chica —dije. Charles se vio desanimado mientras guardaba

la foto.

—Gracias.

Charles se levantó y salió del área psiquiátrica, lo seguí por el pasillo, pero sabía que no se daría por vencido. Así que ignorando la advertencia de Kaitlyn me acerqué a la puerta de vidrio que Charles debía

pasar para irse y escribí.

NO VUELVAS.

Charles paró abruptamente mirando el vidrio sorprendido.

—¿Isobel? ¿Estás aquí? —Charles empezó a llorar—. Amor, por favor, sabes que odio cuando te haces la difícil. —No dije nada—. Solo

déjame verte una última vez.

Yo tomé una gran bocanada de aire y ante todos volví a aparecer frente a él. Y efectivamente, me podía ver.

—Pero luego desaparecerás de aquí.

—Oh, amor —Charles intentó acercarse, pero yo me alejé—. Isobel

¿Qué ha pasado?

—Una psicópata fantasma me mató porque era más bonita que ella y por cierto también fue la asesina de Kaitlyn.

—¿Daphne? —Yo asentí—. No hay registro de alguna Daphne.

—¿Buscaste en los de defunción? —Él negó—. Me sorprendes cariño.

Has caído en una básica. —Eso le sacó una sonrisa y yo también sonreí.

—Lo siento, nunca he tratado con fantasmas —dijo, y yo sonreí

tristemente.

—Tienes que irte, Charles —dije—. Ella aún está aquí. Ya quiso matarte una vez, no dudara dos veces antes de volver a hacerlo.

—No puedo dejarte aquí con ella. Ven conmigo, no me importa si

apareces o desapareces.

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—Ella no me puede hacer más daño del que ya ha hecho. Estoy

muerta. Además cada vez que intento salir de esta área, un rayo me golpea fuertemente rebotándome.

—Entonces…

—No puedo irme.

—Entonces vendré a verte cada día

—No —dije—. Tienes que dejarme ir

—No puedo —Charles se acercó y tomó mis brazos. Él aun podía sentirme y yo lo podía sentir—. No soy nada sin ti. No puedo volver a

trabajar sin ti, no puedo volver a dormir sin ti a mi lado. NO SOY NADA SIN TI.

—Charles…

—No me importa nada. Solo te quiero devuelta y sí… —dijo—. Toma mi corazón —Lo miré confusa—. Literalmente, toma mi corazón. Mátame,

Isobel.

—¿Qué? ¿Estás loco? No te voy a matar.

—Eventualmente moriré. Prefiero morir y quedar atrapado contigo, que solo y sin nadie —Lo miré con lágrimas que no caían—. Por favor, Isobel. Hazlo o lo hare yo mismo. —Charles tomó mi mano y la colocó en

su corazón—. Arráncalo

—No. Estás loco.

—Isobel… solo hazlo. Y así estaremos juntos toda la eternidad —Lo

observé fijamente. Le di la última mirada con luz de vida en sus ojos, justo antes de enterrar mi mano en su pecho hasta sentir su corazón latiendo en

mi mano y arrancarlo de su cuerpo.

Su cuerpo cayo a mis pies sin vida, mientras su corazón resbalaba de mis manos. Quería llorar, pero ninguna lágrima salía.

—¿Por qué tan triste? —me gire y justo detrás de mí estaba Charles

con una sonrisa. Yo sonreí y me lance en sus brazos—. ¿Funciono? — pregunto.

—Funciono —dije. Él sonrió y tomo mi rostro en sus manos.

Sus labios se sentían igual que antes. Cálidos y desbordantes de pasión y amor. Pensé por un momento que jamás iba a volver a sentir esto

otra vez.

—Te amo —dijo Charles colocando besos en mi mejilla y barbilla—.

Te amo

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—Y yo a ti —le dije con una gran sonrisa. Él también sonreía, pero

entonces sus ojos se movieron hacia su cuerpo tendido en el suelo—. Vaya, eso luce mal.

—Lo siento por Peter a la hora de investigar el caso.

—Pasara por todo un infierno. —Reí mirando su cuerpo, pero entonces sentí un apretón en mi brazo. Me giré para ver que Charles

empezaba a desvanecerse poco a poco frente a mí.

—¿Charles? ¿Qué sucede? —Veía a sus casi traslucidos brazos.

—No lo sé —murmuró. Entonces una gran luz se formó en el techo y

luego Charles fue succionado por este—. Isobeeeeeeeee…......

—¡No! —grité, pero Charles había desaparecido dejando su inerte

cuerpo atrás—. Te amo, Charles.

—Vaya, es como ver aquella tontas películas de amor que ve Verónica de pediatría —Me di la vuelta y justamente al final del pasillo

estaba Daphne—. Siento tu perdida

—¿Qué has hecho? —dije acercándome a ella y empujándola. Ella no

se vio afectada—. ¿Dónde está?

—Ni idea. No conozco más allá de este lugar —Se rio—. ¿Quizás este en un mejor lugar?

—¿Por qué se fue? El murió aquí, al igual que Kaitlyn y yo. —Se rio más fuerte.

—Muchos mueren en este lugar —dijo—. Pero eso no quiere decir

que todos se queden —Me miró directamente a los ojos—. Este es mi infierno y yo decido quien se queda en él.

El enojo burbujeó en mí y levantando mi mano la abofeteé fuertemente. Su cuerpo tembló de furia, pero esta vez sus ojos eran negros.

—Perra —dije usando aquella mala palabra que me habían enseñado jamás usar—. Me has quitado todo lo que amo y me has encerrado en este

lugar, así que créeme… ahora este es nuestro infierno y yo me encargaré que sufras en él.

Me fulminó con la mirada mientras pasaba a su lado y me iba a

cualquier lugar a sufrir la perdida de Charles.

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6 60 años después

Las mujeres de ahora eran muy vulgares, pensé. En mis tiempos, cualquiera mujer que usara algo que estuviera arriba de la rodilla, era

considerada una prostituta. Por eso las bailarinas de cabaret tenían tan mala fama. Así que ni tan siquiera me quiero imaginar que hubiesen

pensado al ver la chica que yo estaba viendo.

Ella tenía un vestido tan corto, que podría jurar que se le veía la ropa interior, y tan ajustado que parecía que solo se hubiese envuelto en

una sábana. ¿Las mujeres de verdad pagaban por algo como eso?

Seguí a la chica por su camino. Era la cuarta vez que estaba en este

lugar y sabía que había levantado el interés de Daphne.

Si no se vistiera como prostituta sería más guapa, pero incluso ignorando eso, uno podía ver que era alta, con un largo cabello rojo, nariz

perfilada y unos ojos verdes. Era más bonita que Daphne e iba a morir. Así la habíamos catalogado Kaitlyn y yo.

La chica visitaba a un anciano que sufrió un infarto, llevaba en coma varios días, y parecía sufrir bastante, así que no se merecía su muerte. Solo se preocupaba por alguien a quien quería. Debíamos alejarla

de aquí cuanto antes.

—¿Lista? —le pregunté a Kaitlyn.

—Como siempre.

Kaitlyn fue a tomar posición en la habitación y cuando escuche el grito sabía que debía entrar. La chica salió corriendo de la habitación, pero

entonces me noto. Sus ojos se abrieron más al verme y sabía que estaba mirando. Las múltiples heridas que había creado Daphne al matarme.

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—Vete —dije con esa voz escalofriante que todas odiaban y

asustaba—. Y no vuelvas —susurré acercándome—. No vuelvas sola.

Ella volvió a gritar y se marchó corriendo lejos de este lugar. Otra

más que hemos salvado.

—Son más sensibles con los años —dijo Kaitlyn en una risa—. Verificare si no volverá.

—Está bien.

Kaitlyn desapareció y justamente en ese momento una colérica Daphne apareció.

—¿Qué mierda creen que hacen ustedes dos? Era mía —me siseó, haciendo esa cosa de sus ojos negros.

—¿Sí? No vi tu marca en ella —dije y ella volvió a sisear.

—Has sido un dolor en trasero desde el momento que te mate —Reí.

—Entonces no me hubieses matado —Me acerqué—. Te lo dije. Te

haría sufrir cada dolor que me causaste.

—Yo te traje aquí, y me puedo deshacer de ti.

—¿Oh, enserio? —dije con falsa sorpresa—. ¿Por qué no lo has hecho aún? Si soy un dolor en trasero ¿Por qué no me envías lejos de aquí? —Ella no me respondió—. Oh, sí, no sabes cómo —reí, usando su

risa—. Estamos en tu infierno y no sabes cómo sacarme de él.

—Te hare sufrir…

—Cariño —dije—. Ya no hay nada que pueda herirme —murmuré—.

Pero yo sí sé cómo herirte —Sus ojos me lanzaron dagas—. Mantendré vivas a tantas chicas, chicos o ancianos que pueda, y así podrás sufrir de

verdad. —Hice esa sonrisa que recordaba haber visto en mi misma aquella primera vez que desperté—. Bienvenida a mí infierno, querida.

Pasé a su lado empujándola y alejándome de ella. Si debía vivir una

eternidad, ella sufriría esa eternidad conmigo. Todo por ti, Charles; pensé antes de sonreír por lo que se avecinaba.

La eternidad solo empezaba.

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Los tres arlequines

Escrito por GabbiWayland

Corregido por Lu

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Sinopsis Becca no es una chica alocada así que cuando Kelsey, el alma

de la fiesta y su mejor amiga, la obliga a ir a un reventón universitario, sabe que será una noche larga, después de la fiesta todo saldrá mal y ahora están en el bosque lejos de la ciudad donde

una serie de eventos desafortunados harán que la vida ambas forme

parte de juego macabro.

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1 Me encontraba en una fiesta por culpa de mi impulsiva amiga

Kelsey, me arrastró a este lugar lleno de universitarios borrachos, estaba

rodeada de música a todo volumen, chicas bailando como zorras, drogas, alcohol...todo muy lejos de mi zona de confort, no soy el tipo de chica que

suelen invitar a fiestas locas en hermandades, más bien soy del tipo introvertida, me gusta esconderme del mundo, la chica invisible que adora ir a museos, perderse en la biblioteca y tomar un café mientras lee un

buen libro, en la escuela pasaba sin pena ni gloria, pero no Kelsey, ella era opuesta a mí, atlética y esbelta, siempre lucía piernas bronceadas, sonrisa de ganadora y tenía una fila de pretendientes que arrojaban sus números

telefónicos a sus pies, recuerdo cuando Jesse Garner me invito a almorzar, era amable y atento, empujo mi asiento en el restaurante a pesar de

quedarme callada casi todo el tiempo con las mejillas rosadas y mi pie rebotando de nerviosismo, cuando terminamos deslizo un papel en mis manos.

Pasa mi número a Kelsey.

De alguna manera no me sorprendió, Kel y yo, nos conocemos desde que tenemos nueve años, desde entonces no hemos logrado separarnos, yo

pongo un poco de cordura y realidad a la locura de Kelsey y ella saca mi lado divertido.

Kelsey hablo de esta fiesta durante las últimas dos semanas y no dudó en arrastrarme con ella, ella parecía estar en su ambiente natural, hablaba y coqueteaba con los chicos, parecía mayor con todo ese

maquillaje y el pequeño trozo de tela que llamaba vestido, yo en cambio usaba unos cómodos jeans con un top que Kelsey me obligó a ponerme,

era escotado y me sentía incomoda con las ocasionales miradas de los chicos deslizándose sobre mí.

Me encargué durante la fiesta de mantener a Kelsey lejos de los

tragos o de algunos depredadores que solo querían tenerla a solas para hincarle el diente, ella puede ser una chica muy confiada que no ve las malas intensiones de las personas, en cambio yo, me divertía en las fiestas

-aunque no he ido a muchas- no dejaba de analizar a las personas que no conocía.

Después de media hora Kelsey se me perdió de vista, así que me encontraba buscándola por todos los rincones pero era tarde y quería largarme de allí.

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—¡Kelsey! gracias a Dios te encuentro —dije tomándola por el brazo,

sus ojos azules se fijaron en mí—. ¿Dónde estabas?

—¿Dónde estabas tú?, te he estado buscando por toda la maldita

casa —dijo entrecerrando sus ojos—. No importa, ¡tienes venir con nosotros! —dijo cantando risueñamente la última parte.

—¿De qué estás hablando, Kelsey? —dije confundida, ella me miró

como si fuera más que obvio.

—Los chicos van de paseo ¡y nos invitaron! ¿Puedes creerlo? tienes que venir —rogó con voz emocionada.

—Tú no los conoces Kelsey, es tarde, debemos volver —repliqué, observando mi reloj en la muñeca que marcaba la 1:47.

—Vamos Becca, ¡son universitarios! —Suspiro—. Nunca te diviertes de verdad, por fis...

—Kel... —Me interrumpió

—Vendrás y te divertirás, conocerás chicos ardientes y me lo agradecerás luego —Tomó mi mano, me guió a la salida de la casa, me

empujó al interior de un Honda, dentro estaban tres chicos, él que estaba al volante era un chico afroamericano, musculoso y de ojos claros, su nombre era Ty, quien estaba en el asiento de pasajero era un atractivo

rubio de intercambio llamado Dominik y el tercero era Zack un chico realmente caliente del que me había hablado Kelsey con anterioridad, me sentí incomoda mientras hablaban entre ellos, como era costumbre me

quedé callada.

Después de observar que estábamos saliendo de la universidad y

que llegamos a una zona de la ciudad que no conocía, las luces rojas se encendieron en mi cabeza, el sudor mojó mi frente, tomé la mano de mi amiga y pensando lo peor.

—¿A-a dónde vamos? —pregunté y me odié por mostrarme nerviosa, ellos giraron hacia mí, vi la mirada de Ty en el retrovisor.

—Uhm a un lugar genial —contesto Zack mirando al frente—, llegaremos pronto.

—No conozco este sitio —dijo Kelsey y apretó mi mano

—Les encantará —dijo Dominik sonando tenso, su voz rebotó por mis oídos, miré los ojos de mi amiga, estaban igualmente cargados de preocupación y angustia, con los labios me deletreó lentamente—. Relájate

—boté el aire que tenía retenido en mis pulmones.

—Quiero bajar —dijo Kelsey con una cara de póker, Zack volteó.

—Nena...

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—No, déjenme aquí y lárguense —Kelsey se mostró fuerte en su

punto, se miraron entre ellos.

—Mejor cálmate —dijo Ty quien ahora golpeaba rápidamente su

dedo en el volante—. ¿O prefieres que te calme? —Ahora estaba realmente asustada de estar en este auto con tres desconocidos.

—¿Qué carajos quisiste decir con eso? ¡Para el auto, ahora! —Kelsey

estaba entrando en pánico, Ty siguió conduciendo cada vez más rápido dejando la ciudad atrás.

—Relájate, cariño, cuando estábamos en la fiesta parecías muy

dispuesta a hacer esto —dijo Zack tocando la pierna de mi amiga, ella reaccionó dándole una ruidosa cachetada en la cara.

—¡Ni se te ocurra tocarme, hijo de puta! —gritó Kelsey aferrándose a mi mano.

—Asquerosa perra —dijo Zack entre dientes—, te enseñaré modales.

—Zack. —murmuró Dominik desde el asiento delantero

—¡Bájenos ahora! —exigí.

—Amigo estas zorras nos darán problemas —dijo Dominik.

—¡Maldita sea! si no nos bajan ahora...

—Cállate —dijo Ty a Kelsey—, las dejaremos cerca de aquí.

Los segundos pasaron como si el reloj se detuviera, pero pocos -e interminables- minutos después, el auto se estacionó a un lado del camino, abrí tan rápido la puerta, y en un parpadeo salí del auto seguida

por Kelsey y Zack, quien no se detuvo con las protestas de sus amigos.

—Esto es por la cachetada —Tomó a mi amiga por su cabello y haló

de el hacia arriba hasta que pudieran verse cara a cara, ella gritó pero él no se detuvo hasta que luego de unos horribles segundos la arrojara al piso—, adiós, muñeca.

—Suéltala animal —dije corriendo hacia él pero solo me cerró la puerta en la cara, ellos empezaron a acelerar alejándose de nosotras.

Kelsey lloró arruinando su maquillaje por completo, corrí hacia ella y la abracé dejando escapar un par de lágrimas, trate de reconfortarla, sintiendo un poco de culpa por no ver lo mal de la situación.

—Dios mío, ¿Te encuentras bien? —pregunté, solo gimoteó en respuesta, luego de unos minutos ella pesadamente se incorporo del suelo, no sin antes quitarse los tacones de aguja.

—Mierda —Maldijo Kelsey—. Deje mi bolso en el auto, allí estaba mi teléfono...todo —Soltando groserías que harían sonrojar a un camionero.

—Mi celular está muerto —dije, puse al inservible objeto de metal en mi bolsillo, miré a todas partes, estábamos a las afueras de la ciudad, era

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solo un camino solitario en medio del bosque—, ahora ¿qué hacemos? —

me miró con miedo e inspecciono nuestro alrededor estábamos casi a oscuras, únicamente contábamos con el débil resplandor de una lámpara

en la carretera, me sentía vulnerable y ciertamente solo quería estar segura en casa.

Becca... lo siento... —Empezó a decir Kelsey con la voz quebrada.

—Shh shh —la callé—, no es tu culpa.

—Creo que deberíamos caminar, debe haber alguna gasolinera más

adelante —Trate de ver más allá de la luz de aquella lámpara pero la tarea fue imposible.

—No creo que...

—Estoy segura de que no pasaré la noche aquí —gritó Kelsey, su voz se desvaneció en lo profundo de la noche.

—No lo sé, Kel no creo que sea buena idea andar a oscuras por este lugar —dije.

—¿Prefieres pasar la noche aquí? ¡Estás loca! No me molesta

caminar un par de kilómetros. —Me miró indignada y pronto calculé las posibilidades, se supone que hay gasolineras en todas partes ¿cierto?

—Debemos ir con cuidado —dije y ella asintió, empezamos a alejarnos de la zona de seguridad aprovechando el débil halo de luz de esa lámpara, pronto quedamos a merced de la oscuridad, nuestros pasos que

comenzaron con firmeza ahora se tambalean en un vértigo de sensaciones, mis sentidos estaban alerta, los ruidos de la naturaleza eran lo único en lo me aferraba para recordar donde estábamos, tomadas de manos.

Me di cuenta de que Kelsey temblaba, no sé si de frío o de temor, deslicé mi chaqueta alrededor de mis hombros, quedándome solamente

con el revelador top, me sentí expuesta.

—Toma, lo necesitas —Le tendí el abrigo poniéndolo en su mano, ella se detuvo y se lo colocó, volviendo a tomar mi mano.

—Muchas gracias, te lo regresaré cuando recupere el aliento —musitó en voz baja.

Luego de varios minutos empecé a pensar si la gasolinera realmente estaba cerca, mis sentidos se encontraban al límite, sentía que con cada paso que daba iba a derrumbarme, una helada ráfaga de brisa sopló hacia

nosotras, mi piel expuesta se encogió, instintivamente me crucé de brazos y empecé a frotarme, Kelsey me abrazó.

Seguimos avanzando lentamente atravesando la obscuridad, vino

una segunda ráfaga pero no era brisa si no un putrefacto hedor, inmediatamente cubrimos nuestras fosas nasales, me detuve por un

momento para apoyarme en mis rodillas tratando de controlar las

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náuseas, la bilis se me subió a la garganta, la peste era insoportable, mis

ojos lagrimearon ante tal olor, oí a Kelsey teniendo arcadas.

—¿De dónde demonios sale ese olor? —dije—. ¡Valla peste!

—Algo debe estar en descomposición cerca de aquí, seguramente un ciervo muy grande —dijo a duras penas—. Ha de estar en el bosque, no nos detengamos —Comenzamos a caminar a través de la pestilencia pero

era muy difícil, tratando de seguir mi pie se tropezó contra algo muy duro y la gravedad me empujó hacia el suelo atrayendo a Kelsey conmigo, me prepare para caer sobre el concreto pero en cambio caí en un montículo de

hojas al igual que mi amiga.

—¿Estás bien, Becca? —preguntó.

—Ningún hueso roto —aseguré, cuando apoye mis manos en las hojas noté que estas estaban pegajosas, me erguí enseguida envuelta en sensaciones desagradables, ¡ni hablar del hedor! era insoportable, Kelsey

se levantó, cuando me apoye en mi pie perdí el equilibrio y me desplome en algo más profundo, alguna fosa, mis pies estaban enterrados hasta los

tobillos, mis botines de motociclista empezaron a llenarse con aquel liquido espeso y viscoso que contenían las hojas, me aferre al montículo donde había caído y grité de horror, mis ojos lagrimearon por el intenso

olor y no pude evitar vomitar todo el contenido de mi estómago.

—¡Becca, Becca! ¿Dónde estás? ¡Becca, háblame por favor! —gritó Kelsey—. ¡Maldición, responde! —Me había quedado paralizada temiendo

caer en algo más hondo.

—¡Estoy abajo! —dije desesperada sintiendo como si inyectaran

pánico en mis venas—. ¡Sácame de aquí!

—Mantén la calma, hallare una rama —dijo más cerca, entonces como si se tratara de un milagro las luces de un coche se aproximaban a

mí, una euforia electrocutó mi cuerpo y note que el auto se detenía lentamente.

—¡Hey! —grite con fuerza—. ¡Oye! —Se detuvo a pocos metros de mi, las luces me apuntaron directamente haciendo que mis ojos se irritaran, observe mi alrededor y el color abandonó mi rostro, estaba parada en un

pozo lleno de cadáveres de animales en descomposición, venados, mapaches, ovejas, incluso un lobo y huesos por doquier, donde estaba parada era un mezcla de fango y sangre, habían tantos insectos, deje

soltar mi aliento y busque a Kelsey con la mirada, la encontré un metro más arriba tapando su boca por el lugar donde me encontraba, el

desconocido apago el motor de su auto, mi amiga tomó mi mano y jalo de mi afuera de aquella fosa de cadáveres.

Luego de un rápido abrazo encontramos la manera de rodearla y

caminar hacia la ahora visible camioneta 4x4 roja, un hombre bajo de ella, vestía un overol y una sucia camisa de leñador, llevaba puesta un gorra de

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béisbol, era delgado, larguirucho, desaliñado y tenía marcadas ojeras, en

sí parecía que no había tomado una ducha en un par de semanas, la camioneta no estaba mucho mejor, estaba un poco oxidada y tenía lodo

por todas partes, le faltaba un retrovisor.

—Señor gracias, gracias —dijo Kelsey rápidamente, el tipo apenas deslizo su mirada sobre mi amiga y luego sobre mí.

—¿Están perdidas? —preguntó, su voz parecía añejada por años y años de tabaco, sus dientes, algunos ausentes, eran un amarillo fuerte tirando a marrón.

—¡No! Digo, ¡sí! yo...yo... ¿qué está haciendo? —dije al ver como caminaba de nuevo a su auto y lo ponía en marcha, por un segundo pensé

que nos dejaría solas, pero era solo para voltear la camioneta, en la cajuela se ubicaban dos cadáveres de ciervos de mediano tamaño. El hombre volvió a bajar del vehículo.

—Es mi trabajo traerlos aquí una vez que mueren. —dijo abriendo la cajuela, observe que tenía cuchillos aterradoramente largos de varios tipo,

una cierra eléctrica y un hacha, me que viéndolos fijamente sin ocultar mi asombro, el tipo me atrapo y vio en mi dirección.

—A veces toca rebanarlos, si están buenos aprovecho su carne, pero

estos no, ya están demasiado podridos —Asentí en silencio, él procedió a tirar los cuerpos en la fosa con una fuerza que no aparentaba, limpio con su brazo el sudor de su frente y con un gesto tenso nos invitó a subir,

Kelsey entró primero, le seguí y note que tenía en su retrovisor un extraño adorno hecho con cráneos de animales y otros huesos, había latas de

cerveza en el suelo, un paquete de cigarrillos, y un rifle reposaba en el respaldo.

—Disculpa, ¿cuál es tu nombre? —preguntó Kelsey, cuando puso en

marcha el auto.

—Uh...Me llamo Billy Masllow —Carraspeó y escupió por la ventana

carente de vidrio—, pero me dicen Bill.

—Un gusto, yo soy Kelsey y ella es mi amiga Becca —Él no pareció tener alguna reacción al respecto—. Puedo preguntar ¿quién rayos trabaja

a esta hora? —Quise golpearla con mi codo por ser tan entrometida.

—Esta la mejor hora para trabajar, a veces hago guardia antes de que los carroñeros despedacen a los animales en la carretera ¡sobre todo

cuando aún están frescos! Esos animalejos solo dejan las tripas desparramadas en la carretera, a nadie le gusta un hígado aplastado —Se

rió de su propio chiste con una risa seca—. Señoritas, ¿les importa si fumo un poco? —Ambas negamos, entonces con una de sus cicatrizadas manos tomo un cigarrillo mientras lo encendía, a pesar de todo a él no parecía

molestarle el olor.

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—¿Hay una gasolinera cerca, Bill? —pregunté amablemente, él me

miro a los ojos por el retrovisor.

—Las llevaría a mi remolque hasta el amanecer pero está lejos de

aquí, las dejare en la parada de autobuses a dos cuadras cercanas del próximo teléfono, aunque no suelo pasar por allí —dijo él con sus cansados ojos en el camino.

—¿Por qué? —pregunté.

-—Nunca veo personas allí —dijo sonriendo—, si no fuera porque no tengo un teléfono... —Kelsey y yo suspiramos pesadamente.

Unos pocos minutos después vi la parada, él se detuvo, y Kel y yo nos bajamos tan rápido como pudimos.

—Gracias por la ayuda y disculpa las molestias —dije, pero él no respondió, puso en marcha su camioneta y se fue por donde vino, había una parada de autobús... de 1960.

Y si, habían postes de luz, pero ningún teléfono.

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2 —Dios, eso fue extraño cuando Bill llegó pensé que era psicópata y

nos cortaría con su colección de cuchillos, ¿me estás viendo, Becca?, estoy

temblando de miedo, solo quiero que termine esta jodida pesadilla —dijo, sentándose en el banco, observe a la distancia unas casas residenciales,

¡aleluya! Con satisfacción pensé que todo esto había terminado, el acoso de los universitarios, la caminata en la obscuridad, resbalarse en la fosa y el escalofriante viaje con Billy, la noche había terminado al fin.

—Vamos a las casas a pedir una llamada, no veo teléfonos por ninguna parte. —dije, Kelsey asintió y comenzamos nuestro camino hasta las casas, al llegar por alguna extraña razón la calle parecía abandonada,

a pesar de que seguramente eran pasadas las dos y posiblemente todos dormían, había algo en este lugar que no me hacía sentir completamente

segura, todas las casas lucen exactamente igual.

—Hey Becca mira, está abierta —dijo Kelsey refiriéndose a la casa de al lado, entré después de ella, la casa estaba completamente vacía,

exceptuando unos pocos muebles cubiertos en plástico, no habían señales de que estuviera habitada.

—Esto extraño no crees... —dije mirando a mí alrededor y no pude

encontrar un teléfono.

—Sí, lo sé, las otras casas también deben estar vacías —Entonces

todo paso como un rayo, una mano cubrió mi boca con un paño con una sustancia que no pude identificar, mientras me sujetaban fuertemente, mis ojos se nublaron, deje de resistirme y poco a poco caí en un profundo

sueño.

Al despertarme noté que la luz se escabullía por las ventanas

aunque no conseguí enfocar bien mi vista, mi pecho subía y bajaba exaltado con cada respiración, restringido por la cuerda que amarraba mi cuerpo a una silla, me sentía adolorida con gotas de sudor resbalando por

mi frente, mi oído timbraba fuertemente y mi cabeza martillándome como si mis sesos se estrujaran por dentro, no sabía dónde estaba, ni quienes me habían hecho esto, en shock inspeccione mi alrededor, no había nada,

solo las frías paredes, solo salí de mi trance al preguntarme el paradero de Kelsey y todo me cayó como un balde de agua fría.

¿Dónde está Kelsey?

¿Qué le habían hecho?

¿Está muerta?

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¿Está herida?

Me sentí vulnerable y empecé a sentir pánico, las lágrimas se deslizaron por mis mejillas, derrotada y asustada, supe que estaba sola y

no había forma de escapar, llore hasta quedarme dormida.

Al abrir mis ojos noté que mi garganta estaba muy reseca, mis músculos estaban muy rígidos y entumecidos, necesitaba ir al baño,

¿cuánto tiempo me quieren aquí? Mis fuerzas se agotaban y mi paciencia también, un ruido me advirtió que habían entrado a la casa, mis sentidos estaban alerta, miré con pudor, eran tres personas, sus caras estaban

cubiertas con máscaras de arlequín y ropa que los hacían ver como una autentica carta de comodín, dos hombres y por su estilizada figura un

mujer, caminaron hacia mí, sentí el miedo atravesar mi cuerpo, cuando estuvieron a pocos centímetros de mi ellos hablaron.

—Bienvenida a Sadtown —dijo la mujer—. No recibimos muchas

visitas...

—Pero sabemos cómo tratar a los invitados. —Concluyó uno de los

hombres con una ronca risa, apreté mis puños de la impotencia y mire directamente hacia ellos, sus trajes eran vistosos de color negro, rojo y blanco luciendo como verdaderos arlequines de carnaval o perfectamente

podrían ser secuaces del Joker.

—¿La invitada se siente cómoda? ¿Desea usted una copa de merlot?, quizás una silla más adecuada, ¿gusta usted de nuestras instalaciones. —

dijo otro hombre que tenía la voz mucho más aguda, tocó mi cara con una caricia que rechacé alejándome, los tres rieron.

—Desátenla —ordenó la mujer en una postura firme—, veamos si se vale por ella misma —Tomaron las ataduras y empezaron a liberarme, cuando las cuerdas cayeron al piso pude ver las marcas purpuras que

quedaron en mi piel, a pesar de ser libre estaba completamente agotada como si hubieran succionado la energía de mí, tomaron mis brazos y me

alzaron, mis pies tocaron el suelo pero mis piernas temblaban como si fuera una gacela recién nacida, cuando me soltaron caí, mis rodillas chocaron con el suelo haciendo un ruido sordo.

—Bien querida, se nota que estas algo cansada —dijo la mujer—, si tienes sed... —Uno de los hombres tenía una botella de agua pero no me la entrego, paseo por la casa a unos metros, llegó a un librero y colocó la

botella en la última repisa.

—Tienes veinticuatro horas, prepárate —dijo el hombre de voz grave,

sin más se fueron de la casa cerrándola con seguro, me quedé en el suelo unos minutos buscando la fuerza dentro de mí para poder levantarme, me arranqué la cinta adhesiva que cubría mi boca, esta decía: háblame.

Logré ponerme de pie débilmente, camine pesadamente al librero me puse de puntillas pero aun así no logre alcanzarla, no había ninguna silla,

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estar tan cerca y no tenerlo era como un tipo de tortura, entonces empecé

a saltar tan alto como podía pero mis dedos apenas rozaban la botella, di un grito de frustración, escale por el librero, uno, dos y hasta tres

estantes hasta que por fin tuve el vital líquido en mis manos, me la bebí toda con cierta desesperación, saciando toda mi sed, me concentre en lo que estaba pasando, si quería seguir viva tenía que ser más fuerte y lista

que ellos, sinceramente estaba aterrada de lo que pudieran hacerme y como podría estar Kelsey, pero tenía que empujar todos esos pensamientos fuera de mí, tenía veinticuatro horas y pensaba prepararme.

Recorrí la casa pero no encontré nada, simplemente estaba vacía con pocos muebles envueltos en plástico, las habitaciones estaban cerradas

excepto el baño en donde pude asearme, sorprendentemente había agua y electricidad, una casa completamente nueva, no pude hacer más que sumergirme en mis pensamientos, no sé a qué punto querían llevar este

juego conmigo, no sé si son más de tres personas, si son psicópatas que quieren hacerme daño, ahora solo quería estar en casa con mamá y papá,

me despedí de ellos, pase lo que pase, espero que acabe pronto.

Cumplido el plazo, los oí entrar, aun no tenía energía así que solo me quedé allí viéndolos, traían a dos personas más con ellos, eran

robustas y tenían las mismas máscaras, estas eran grotescas sacadas de alguna película de horror, los tipos me arrastraron hacia un auto, la mujer iba al volante, subimos un poco más adentro del bosque, llegamos a una

bonita mansión victoriana, estaba perfectamente escondida entre los árboles, la mujer apagó el motor y todos salieron, las puertas se abrieron

rebelando un opulento interior, un gigante candelabro, una suntuosa decoración al mejor estilo de un rey victoriano o un importante cortesano inglés.

—Siéntete bienvenida, aunque no hallas dicho ni una palabra luces impresionada —dijo el hombre de voz grave—. Aquí comienzan todos,

siempre están tan impresionados, es una lástima que no estén aquí —dijo la mujer.

—Así que si quieres respuestas, las tendrás después de la comida. —

¿Qué rayos quería decir? aún sin decir una palabra camine lentamente hacia donde me indicaron, una grande e imponente puerta estaba frente a mí, con tanto agotamiento y falta de fuerza abrirla se veía como un gran

desafío.

—Adelante, querida —dijo el hombre de voz aguda haciendo un

ademan, empujé la puerta con mis dos manos dando lugar a un banquete digno de una corte real, el espectacular comedor era tan grande como la sala de mi casa y mi propio comedor juntos, quizás tenía el tamaño de una

casa pequeña, cubierto de dorado y de hermosos cuadros del siglo XVII, pero lo que más se destacaba era la mesa, tan grande no veía la punta, estaba servida con un montón de manjares, desde generosos platos de

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frutas hasta platos fuertes de abundantes proporciones, se me hizo agua

la boca pero tuve estar firme ante ellos y no mostrar debilidad.

—Una delicia para los sentidos: vista, gusto, olfato —dijo el hombre

de voz grave—, es para nuestros invitados y eres la última en llegar.

—¿In-invitados? —Pensé en voz alta, todos voltearon a verme.

—Exactamente, querida —dijo la mujer—, todos están reunidos para

comer.

—Pero aquí no hay... —mire a mi alrededor—, nadie.

—Lo que vez no es lo que crees —dijo el tipo de voz aguda—. Me

temo que no nos hemos presentado, mi nombre es Pena —dijo el haciendo una reverencia.

—Yo soy Desgracia —dijo el segundo hombre, la mujer volteó hacia mí.

—Locura —dijo sublime, ladeé mi cabeza, ¿pena, desgracia y locura?

Era exactamente lo que me pasaba en este momento, las ridículas expresiones de sus máscaras se burlaban de mí.

—Siéntate —dijo Locura—. Come lo que quieras, pero ten cuidado.

—Debes prestar atención niña, siempre hay un truco, la clave está en tus manos —dijo Pena.

—Deberás escoger bien lo que comes y bebas, procura no comer demás y si tomas algo podrido lo lamentarás —dijo Desgracia—. La decisión de lo que comes esta en tus manos.

—Come rápido o el tiempo se acabará, ¿quién sabe cuándo volverás a comer? —dijo Pena, su voz era exagerada y burlesca, retrocedí

entrecerrando mis ojos.

—¡No habrá comida para ti! —se mofó Locura riéndose sonoramente, pero que clase de demen...

—¿Dónde está Kel…

—Ese es problema de ella —dijo Desgracia con un tono obscuro—.

Te daremos privacidad —Mire el ostentoso reloj, sentí el sonido de las manecillas en mi tímpano.

—¿Qué quieren hacer conmigo? —¿Quería saberlo? los tres se

detuvieron en seco, Locura volteó y miró hacia mí.

—Oh hermosa flor, lo único que queremos es hacerte mucho-mucho-daño —Dio una vuelta y se retiró rápidamente.

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3 Me encontraba sola este gran comedor con toda esta comida, en

territorio de tres maniáticos y por supuesto con mucha hambre, si estas

personas dicen la verdad entonces tengo limitado tiempo para saciar mi necesidad de comida, pero tenía que ser cuidadosa, fui por las frutas, me

comí las que tenían cascaras, pero ver estas delicias y no querer comerlas es imposible, vi la tarta llena de crema y me lamí los labios, estaba cubierta de azúcar nieve y tenía una fresa glaseada en la punta, la

inspeccione no parecía sospechosa, no olía extraño ni tenía un aspecto raro, probé la crema, era todo un manjar, me la termine en un minuto, eso sería suficiente, no me atrevía a tocar nada más, todo parecía

sospechoso, las bebidas no eran seguras, quizás los vinos o las bebidas alcohólicas pero no era conveniente ni razonable, el agua estaba toda en

copas puesta en fila como si tentaras a la suerte preferí no tomar nada, en unos diez minutos las puertas se abrieron pero no había nadie tras ella, en el piso había una nota y unas llaves.

Sigue el camino, si no te mueves pierdes, la clave está adentro.

No había tal camino entonces las luces se apagaron, salté del miedo y vi un camino que se arrastraba hacia arriba de las escaleras, las subí

rápidamente, la puerta estaba marcada con una gran equis fluorescente, metí la llave en la cerradura y reveló todo el desastre.

—¡Becca! —La voz de Kelsey llamó, las luces aún seguían apagadas—. ¡Becca no entres! —Mis lágrimas cayeron, ¡ella seguía con vida!

—¿Estás bien? —pregunté con voz quebrada.

—Becca debes salir de aquí ahora, ellos son monstruos. —Su voz

sonaba ahogada.

—¿T-tú estás herida?

—Este es su juego, solo ellos pueden ganar, la única manera de salir

de aquí es... es —Estaba agitada, hablaba muy rápido—, las casas vacías, lo sé, lo sé —Entro en shock y no podía hacer nada, di un paso hacia ella.

—¡No te muevas! —gritó—. ¡No debes moverte!

—Tengo que hacerlo, Kel, Dios, ¿Qué te hicieron?

—Ellos están en todas partes, quédate quieta y no respires... —No

estaba escuchándome las luces se prendieron y vi la horrible escena.

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Estaba atada a la cama, su pie tenía una cadena alrededor de su

tobillo este estaba ligeramente purpura, su cabello estaba por todo el piso, su larga cabellera rubia esparcida por el suelo, lucia con mechones muy

desprolijos como si hubiera cortado el pelo en la obscuridad, me tape la boca con incredulidad, su cara estaba cubierta de sangre, así como sus manos y pechos

Su expresión parecía torturada, sus ojos cafés estaban ennegrecidos y ¡madre mía! Un cuerpo yacía en el piso en un charco de sangre, un hombre de una edad avanzada, quizás unos cincuenta y pico, no sé lo que

pasó, pero me aterraba la idea de lo que le habían hecho, habían pasado al menos dos días, conmigo han sido más gentiles, pero la pregunta es ¿por

qué? Aun no entendía el punto, como rayos Kelsey estaba cubierta de sangre y cómo mató a ese hombre, ¿cuánto tiempo llevan jugando con su mente.

—Haz lo que tengas que hacer —dijo ella detrás de mí—. Al fin y al cabo solo quieren que te vuelvas loca igual que ellos.

—¿Qué hiciste...?¿lo mataste?

—¡Hay que seguir el juego, Becca! ¿No comprendes? Ellos vendrán por ti si no lo terminas —Negué con mi cabeza y retrocedí paso por paso.

—Tengo que salir de aquí. —susurre para mí, pero la puerta se cerró de un portazo.

—¡No, no, no! —lloriqueó Kelsey.

—¡Joder! —Me quejé, estaba harta de ser juguete de personas retorcidas, no entendía nada y sentía culpa de asistir a esa maldita fiesta

¡a la que no quería ir!—. ¿Y ahora qué?

—No debes estar aquí, debes irte, ¡no quiero hacerte daño! —dijo con pánico, no pude resistirlo la tome de la muñeca cubierta de sangre, se

apartó de mí respirando a un ritmo alarmante, no le hice caso y busqué en cama para liberarla.

—Tonta, no puedes sacarme de aquí. —Conozco a Kelsey y esta no es ella, estaba sudando mientras que ella parecía auto-compadecerse con su mirada perdida

¿Qué le habían hecho?

Algo en mi decía que buscara la respuesta, si me habían encerrado aquí con Kel entonces es otro de sus juegos, quieren que haga algo.

Si no te mueves pierdes.

Al ver que Kelsey no colaboraría con una solución me paseé por la

habitación, no había muchas pistas, solo una simple habitación al estilo de la mansión, salvo el cuerpo y la misma Kelsey no se veía nada sospechoso.

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La clave está adentro.

Revisé en cada lugar posible, en los cajones, bajo la cama, revisé a Kelsey embarrando mis manos de sangre, pero quedé con las manos

vacías, enfoque mi vista en el cadáver del pobre diablo, si la clave está adentro...

—¡El cuerpo! —Kelsey miro hacia a mí y vio el cuerpo con

curiosidad, el hombre en cuestión estaba de espaldas con charco considerable a su al rededor, me rehusé a tocarlo, pero la situación me empujaba a nuevos extremos, lo voltee y contuve las náuseas su cuello era

un revoltijo hecho jirones, arterias y la tráquea era visible, tenía varios cortes, el arma homicida estaba debajo de él.

Me tomo un momento y luego procedí, corté al hombre por la mitad, inexperta sumergí mi mano en sus entrañas, estaba tibio y pegajoso, solo sentí tripas y cosas escurridizas, busqué a tientas en el estómago, sentí un

saco blando y tire de él, la mirada de Kelsey estaba sobre mí, lo corte con una daga que debía ser una reliquia, al abrirlo salieron los ácidos

estomacales, y se deslizo una pequeña llave, al tocarla me ardieron los dedos, pero no la solté, Kelsey estaba sorprendida y vi una chispa de esperanza deslizarse por sus ojos, tomé su tobillo y lo liberé del grillete.

Kel parecía no creerlo, pero la felicidad no duro mucho ya que las puertas se abrieron abruptamente, me movía violentamente pero me sujetaron, inyectaron algo en el cuello de Kelsey, ella dejo de resistirse, y

se desvaneció, las lágrimas inyectaron mis ojos.

—¡Kelsey reacciona! —grité—. ¡Despierta! —Pero me estaban

arrastrando fuera del cuarto, no podía creerlo, sentía rabia e impotencia y no lo soportaba, yo no era un juguete, me derrumbé emocionalmente, totalmente destruida, no tenía ganas de seguir con esto, me llevaron a una

sala igualmente lujosa, me obligaron a tomar asiento, mis manos mancharon los muebles y la cara tapicería, estaba temblando.

—¡Que valiente eres, Becca! —dijo Desgracia, Locura y Pena estaban detrás de él.

—Lo lograste niña —dijo Pena—, pasaste la prueba de fuego.

—Bienvenida a la orden del Arlequín —espetó Locura.

—¿Por...

—Te vimos, la forma en la que abriste a ese hombre, sin ningún

pudor para salvar a tu amiga, eso denota una gran lealtad. —dijo Locura.

—La gente te traiciona, él era solo un vil traicionero —dijo Desgracia.

—Y tu amiga solo una distracción, ella se rompió primero que tú —dijo Pena—, todos los otros también se rompieron.

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—No —dije firmemente, en ese momento me sentí muy mal, mi

respiración se aceleró, algo estaba mal en mí, nada se veía claro y tenía mucho frío—, son asesi...y...y —No me salían las palabras.

—Las frutas que comiste no fueron la mejor opción, pequeña —dijo Pena, mis rodillas fallaron y caí al suelo.

—Solo hay una forma de salir de aquí...y es la muerte —dijo

Locura—. Caíste por una fruta podrida.

—Buen viaje, aunque no sirvas —dijo Desgracia.

—Te rompiste al final —dijo Pena—. No le digas a nadie sobre

nuestro secreto. —Me costaba respirar y ya no oía nada, mi vista se nublo y lentamente la vida se fue de mi cuerpo, lo último que vi fue la máscara

de un arlequín hasta mi último latido.

FIN

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¡Esperamos que disfrutaras la lectura!

¡Feliz Halloween!