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Cuentos Clásicos

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barba azul, caperucita, el gato con botas, la cen

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Cuentos

Clsicos

Charles PerraultBarba Azul

rase una vez un hombre que tena hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles forrados en finsimo brocado y carrozas todas doradas. Pero desgraciadamente, este hombre tena la barba azul; esto le daba un aspecto tan feo y terrible que todas las mujeres y las jvenes le arrancaban. Una vecina suya, dama distinguida, tena dos hijas hermossimas. l le pidi la mano de una de ellas, dejando a su eleccin cul querra darle. Ninguna de las dos quera y se lo pasaban una a la otra, pues no podan resignarse a tener un marido con la barba azul. Pero lo que ms les disgustaba era que ya se haba casado varias veces y nadie saba qu haba pasado con esas mujeres. Barba Azul, para conocerlas, las llev con su madre y tres o cuatro de sus mejores amigas, y algunos jvenes de la comarca, a una de sus casas de campo, donde permanecieron ocho das completos. El tiempo se les iba en paseos, caceras, pesca, bailes, festines, meriendas y cenas; nadie dorma y se pasaban la noche entre bromas y diversiones. En fin, todo march tan bien que la menor de las jvenes empez a encontrar que el dueo de casa ya no tena la barba tan azul y que era un hombre muy correcto. Tan pronto hubieron llegado a la ciudad, qued arreglada la boda. Al cabo de un mes, Barba Azul le dijo a su mujer que tena que viajar a provincia por seis semanas a lo menos debido a un negocio importante; le pidi que se divirtiera en su ausencia, que hiciera venir a sus buenas amigas, que las llevara al campo si lo deseaban, que se diera gusto. -He aqu -le dijo- las llaves de los dos guardamuebles, stas son las de la vajilla de oro y plata que no se ocupa todos los das, aqu estn las de los estuches donde guardo mis pedreras, y sta es la llave maestra de todos los aposentos. En cuanto a esta llavecita, es la del gabinete al fondo de la galera de mi departamento: abrid todo, id a todos lados, pero os prohibo entrar a este pequeo gabinete, y os lo prohbo de tal manera que si llegis a abrirlo, todo lo podis esperar de mi clera. Ella prometi cumplir exactamente con lo que se le acababa de ordenar; y l, luego de abrazarla, sube a su carruaje y emprende su viaje. Las vecinas y las buenas amigas no se hicieron de rogar para ir donde la recin casada, tan impacientes estaban por ver todas las riquezas de su casa, no habindose atrevido a venir mientras el marido estaba presente a causa de su barba azul que les daba miedo. De inmediato se ponen a recorrer las habitaciones, los gabinetes, los armarios de trajes, a cual de todos los vestidos ms hermosos y ms ricos. Subieron en seguida a los guardamuebles, donde no se cansaban de admirar la cantidad y magnificencia de las tapiceras, de las camas, de los sofs, de los bargueos, de los veladores, de las mesas y de los espejos donde uno se miraba de la cabeza a los pies, y cuyos marcos, unos de cristal, los otros de plata o de plata recamada en oro, eran los ms hermosos y magnficos que jams se vieran. No cesaban de alabar y envidiar la felicidad de su amiga quien, sin embargo, no se diverta nada al ver tantas riquezas debido a la impaciencia que senta por ir a abrir el gabinete del departamento de su marido. Tan apremiante fue su curiosidad que, sin considerar que dejarlas solas era una falta de cortesa, baj por una angosta escalera secreta y tan precipitadamente, que estuvo a punto de romperse los huesos dos o tres veces. Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo durante un rato, pensando en la prohibicin que le haba hecho su marido, y temiendo que esta desobediencia pudiera acarrearle alguna desgracia. Pero la tentacin era tan grande que no pudo superarla: tom, pues, la llavecita y temblando abri la puerta del gabinete. Al principio no vio nada porque las ventanas estaban cerradas; al cabo de un momento, empez a ver que el piso se hallaba todo cubierto de sangre coagulada, y que en esta sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas y atadas a las murallas (eran todas las mujeres que haban sido las esposas de Barba Azul y que l haba degollado una tras otra). Crey que se iba a morir de miedo, y la llave del gabinete que haba sacado de la cerradura se le cay de la mano. Despus de reponerse un poco, recogi la llave, volvi a salir y cerr la puerta; subi a su habitacin para recuperar un poco la calma; pero no lo lograba, tan conmovida estaba. Habiendo observado que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, la limpi dos o tres veces, pero la sangre no se iba; por mucho que la lavara y an la resfregara con arenilla, la sangre siempre estaba all, porque la llave era mgica, y no haba forma de limpiarla del todo: si se le sacaba la mancha de un lado, apareca en el otro. Barba Azul regres de su viaje esa misma tarde diciendo que en el camino haba recibido cartas informndole que el asunto motivo del viaje acababa de finiquitarse a su favor. Su esposa hizo todo lo que pudo para demostrarle que estaba encantada con su pronto regreso. Al da siguiente, l le pidi que le devolviera las llaves y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa que l adivin sin esfuerzo todo lo que haba pasado.

-Y por qu -le dijo- la llave del gabinete no est con las dems?

-Tengo que haberla dejado -contest ella- all arriba sobre mi mesa.

-No dejis de drmela muy pronto -dijo Barba Azul.

Despus de aplazar la entrega varias veces, no hubo ms remedio que traer la llave. Habindola examinado, Barba Azul dijo a su mujer:

-Por qu hay sangre en esta llave?

-No lo s -respondi la pobre mujer- plida corno una muerta.

-No lo sabis -repuso Barba Azul- pero yo s muy bien. Habis tratado de entrar al gabinete! Pues bien, seora, entraris y ocuparis vuestro lugar junto a las damas que all habis visto.

Ella se ech a los pies de su marido, llorando y pidindole perdn, con todas las demostraciones de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Habra enternecido a una roca, hermosa y afligida como estaba; pero Barba Azul tena el corazn ms duro que una roca.

-Hay que morir, seora -le dijo- y de inmediato.

-Puesto que voy a morir -respondi ella mirndolo con los ojos baados de lgrimas-, dadme un poco de tiempo para rezarle a Dios.

-Os doy medio cuarto de hora -replic Barba Azul-, y ni un momento ms.

Cuando estuvo sola llam a su hermana y le dijo:

-Ana, (pues as se llamaba), hermana ma, te lo ruego, sube a lo alto de la torre, para ver si vienen mis hermanos, prometieron venir hoy a verme, y si los ves, hazles seas para que se den prisa.

La hermana Ana subi a lo alto de la torre, y la pobre afligida le gritaba de tanto en tanto:

-Ana, hermana ma, no ves venir a nadie?

Y la hermana responda:

-No veo ms que el sol que resplandece y la hierba que reverdece. Mientras tanto Barba Azul, con un enorme cuchillo en la mano, le gritaba con toda sus fuerzas a su mujer:

-Baja pronto o subir hasta all.

-Esperad un momento ms, por favor, responda su mujer;

y a continuacin exclamaba en voz baja:

- Ana, hermana ma, no ves venir a nadie?

Y la hermana Ana responda:

-No veo ms que el sol que resplandece y la hierba que reverdece.

-Baja ya -gritaba Barba Azul- o yo subir.

-Voy en seguida -le responda su mujer;

y luego suplicaba:

- Ana, hermana ma, no ves venir a nadie?

-Veo -respondi la hermana Ana- una gran polvareda que viene de este lado.

-Son mis hermanos?

-Ay, hermana, no! es un rebao de ovejas.

-No piensas bajar? -gritaba Barba Azul.

-En un momento ms -responda su mujer;

y en seguida clamaba :

- Ana, hermana ma, no ves venir a nadie?

-Veo -respondi ella- a dos jinetes que vienen hacia ac, pero estn muy lejos todava... Alabado sea Dios! -exclam un instante despus-, son mis hermanos; les estoy haciendo seas tanto como puedo para que se den prisa.

Barba Azul se puso a gritar tan fuerte que toda la casa temblaba. La pobre mujer baj y se arroj a sus pies, deshecha en lgrimas y enloquecida. -Es intil -dijo Barba Azul- hay que morir.

Luego, agarrndola del pelo con una mano, y levantando la otra con el cuchillo se dispuso a cortarle la cabeza. La infeliz mujer, volvindose hacia l y mirndolo con ojos desfallecidos, le rog que le concediera un momento para recogerse.

-No, no, -dijo l- encomindate a Dios-; y alzando su brazo...

En ese mismo instante golpearon tan fuerte a la puerta que Barba Azul se detuvo bruscamente; al abrirse la puerta entraron dos jinetes que, espada en mano, corrieron derecho hacia Barba Azul. Este reconoci a los hermanos de su mujer, uno dragn y el otro mosquetero, de modo que huy para guarecerse; pero los dos hermanos lo persiguieron tan de cerca, que lo atraparon antes que pudiera alcanzar a salir. Le atravesaron el cuerpo con sus espadas y lo dejaron muerto. La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido, y no tena fuerzas para levantarse y abrazar a sus hermanos. Ocurri que Barba Azul no tena herederos, de modo que su esposa pas a ser duea de todos sus bienes. Emple una parte en casar a su hermana Ana con un joven gentilhombre que la amaba desde haca mucho tiempo; otra parte en comprar cargos de Capitn a sus dos hermanos; y el resto a casarse ella misma con un hombre muy correcto que la hizo olvidar los malos ratos pasados con Barba Azul.

Moraleja La curiosidad, teniendo sus encantos, a menudo se paga con penas y con llantos; a diario mil ejemplos se ven aparecer. Es, con perdn del sexo, placer harto menguado; no bien se experimenta cuando deja de ser; y el precio que se paga es siempre exagerado.

Otra moraleja Por poco que tengamos buen sentido y del mundo conozcamos el tinglado, a las claras habremos advertido que esta historia es de un tiempo muy pasado; ya no existe un esposo tan terrible, ni capaz de pedir un imposible, aunque sea celoso, antojadizo. Junto a su esposa se le ve sumiso y cualquiera que sea de su barba el color, cuesta saber, de entre ambos, cul es amo y seor

El Gato Con Botas

Un molinero dej, como nica herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesit llamar ni al abogado ni al notario. Habran consumido todo el pobre patrimonio El mayor recibi el molino, el segundo se qued con el burro y al menor le toc slo el gato. Este se lamentaba de su msera herencia: -Mis hermanos -deca- podrn ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, despus de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me morir de hambre. El gato, que escuchaba estas palabras, pero se haca el desentendido, le dijo en tono serio y pausado: -No debis afligiros, mi seor, no tenis ms que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veris que vuestra herencia no es tan pobre como pensis. Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le haba visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesper de verse socorrido por l en su miseria. Cuando el gato tuvo lo que haba pedido, se coloc las botas y echndose la bolsa al cuello, sujet los cordones de sta con las dos patas delanteras, y se dirigi a un campo donde haba muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendindose en el suelo como si estuviese muerto, aguard a que algn conejillo, poco conocedor an de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que haba dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se meti en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerr y lo mat sin misericordia. Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidi hablar con l. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo: -He aqu, Majestad, un conejo de campo que el seor Marqus de Carabs (era el nombre que invent para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte. -Dile a tu amo, respondi el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho. En otra ocasin, se ocult en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en l entraron dos perdices, tir los cordones y las caz a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al Rey, tal como haba hecho con el conejo de campo. El Rey recibi tambin con agrado las dos perdices, y orden que le diesen de beber. El gato continu as durante dos o tres meses llevndole de vez en cuando al Rey productos de caza de su amo. Un da supo que el Rey ira a pasear a orillas del ro con su hija, la ms hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo: -S queris seguir mi consejo, vuestra fortuna est hecha: no tenis ms que baaros en el ro, en el sitio que os mostrar, y en seguida yo har lo dems. El Marqus de Carabs hizo lo que su gato le aconsej, sin saber de qu servira. Mientras se estaba baando, el Rey pas por ah, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas: -Socorro, socorro! El seor Marqus de Carabs se est ahogando!

Al or el grito, el Rey asom la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato que tantas veces le haba llevado caza, orden a sus guardias que acudieran rpidamente a socorrer al Marqus de Carabs. En tanto que sacaban del ro al pobre Marqus, el gato se acerc a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba baando, unos ladrones se haban llevado sus ropas pese a haber gritado al ladrn! con todas sus fuerzas; el pcaro del gato las haba escondido debajo de una enorme piedra. El Rey orden de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus ms bellas vestiduras para el seor Marqus de Carabs. El Rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del Rey lo encontr muy de su agrado; bast que el Marqus de Carabs le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella qued locamente enamorada. El Rey quiso que subiera a su carroza y lo acompaara en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelant, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo: -Buenos segadores, si no decs al Rey que el prado que estis segando es del Marqus de Carabs, os har picadillo como carne de budn. Por cierto que el Rey pregunt a los segadores de quin era ese prado que estaban segando. -Es del seor Marqus de Carabs -dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los haba asustado. -Tenis aqu una hermosa heredad -dijo el Rey al Marqus de Carabs. -Veris, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada ao. El maestro gato, que iba siempre delante, encontr a unos campesinos que cosechaban y les dijo: -Buena gente que estis cosechando, si no decs que todos estos campos pertenecen al Marqus de Carabs, os har picadillo como carne de budn. El Rey, que pas momentos despus, quiso saber a quin pertenecan los campos que vea. -Son del seor Marqus de Carabs, contestaron los campesinos, y el Rey nuevamente se alegr con el Marqus. El gato, que iba delante de la carroza, deca siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del seor Marqus de Carabs. El maestro gato lleg finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueo era un ogro, el ms rico que jams se hubiera visto, pues todas las tierras por donde haban pasado eran dependientes de este castillo. El gato, que tuvo la precaucin de informarse acerca de quin era este ogro y de lo que saba hacer, pidi hablar con l, diciendo que no haba querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibi en la forma ms corts que puede hacerlo un ogro y lo invit a descansar. -Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenas el don de convertiros en cualquier clase de animal; que podais, por ejemplo, transformaros en len, en elefante. -Es cierto -respondi el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veris cmo me convierto en len. El gato se asust tanto al ver a un len delante de l que en un santiamn se trep a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servan para andar por las tejas. Algn rato despus, viendo que el ogro haba recuperado su forma primitiva, el gato baj y confes que haba tenido mucho miedo. -Adems me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos tambin tenis el poder de adquirir la forma del ms pequeo animalillo; por ejemplo, que podis convertiros en un ratn, en una rata; os confieso que eso me parece imposible. -Imposible? -repuso el ogro- ya veris-; y al mismo tiempo se transform en una rata que se puso a correr por el piso. Apenas la vio, el gato se ech encima de ella y se la comi. Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al or el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corri adelante y le dijo a Rey: -Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del seor Marqus de Carabs. -Cmo, seor Marqus -exclam el rey- este castillo tambin os pertenece! Nada hay ms bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor. El Marqus ofreci la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnfica colacin que el ogro haba mandado preparar para sus amigos que vendran a verlo ese mismo da, los cuales no se haban atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba all. El Rey, encantado con las buenas cualidades del seor Marqus de Carabs, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que posea, le dijo, despus de haber bebido cinco o seis copas: -Slo depender de vos, seor Marqus, que seis mi yerno. El Marqus, haciendo grandes reverencias, acept el honor que le hacia el Rey; y ese mismo da se cas con la Princesa. El gato se convirti en gran seor, y ya no corri tras las ratas sino para divertirse. Moraleja En principio parece ventajoso contar con un legado sustancioso recibido en heredad por sucesin; ms los jvenes, en definitiva obtienen del talento y la inventiva ms provecho que de la posicin. Otra moraleja Si puede el hijo de un molinero en una princesa suscitar sentimientos tan vecinos a la adoracin, es porque el vestir con esmero, ser joven, atrayente y atento no son ajenos a la seduccin.

Caperucita Roja

rase una vez una nia que viva en el bosque con su madre; todos la llamaban Caperucita Roja, pues siempre se pona una capa roja que le haba regalado su abuelita. Cierta maana, lleg un mensajero trayendo una carta con la noticia de que la abuelita no se senta muy bien de salud. -Una buena sopa de verduras le hara mucho bien -dijo Caperucita Roja. -Qu buena idea! -coment la madre de la nia, e inmediatamente empez a preparar una cesta para que Caperucita Roja le llevara a la abuelita. Cuando la cesta estuvo lista, la nia se puso la capa roja y se despidi de su madre. -No te distraigas por el camino, hija. Ve directamente a casa de la abuelita. Recuerda que hay muchos peligros en el bosque. -As lo har, mam. No te preocupes -dijo Caperucita Roja. Caperucita olvid bien pronto su promesa y se distrajo con unas flores y unas mariposas de colores. Luego vio otras ms hermosas un poco ms all y as, poco a poco, se fue desviando del camino. De repente, apareci por entre los rboles un lobo feroz. -Quin eres y qu haces aqu? -pregunt el lobo. La nia respondi: -Me llaman Caperucita Roja y estoy recogiendo flores para llevarle a mi abuelita, que est enferma. -Te aconsejo que vuelvas al camino principal -dijo el lobo feroz-. Por si no lo sabas, por estos alrededores hay un lobo feroz. -Y cmo son los lobos? -pregunt ingenuamente la nia. -Ah, pues tienen unas orejas de color morado, muy largas -minti el lobo-. Dime una cosa, dnde vive tu abuela? Caperucita Roja le dijo exactamente dnde viva su abuelita. Luego, la nia sigui su camino tranquilamente. El astuto lobo tom un atajo para llegar primero a la casa de la anciana.

El lobo conoca muy bien el bosque y pronto lleg a la casa. Esper unos segundos frente a la puerta para recobrar el aliento y luego toc a la puerta suavemente. -Quin es? -pregunt la abuelita desde la cama. -Es Caperucita Roja -dijo el lobo, imitando la voz de la nia. -Oh, qu agradable sorpresa! -dijo la abuelita-. Pasa mi nia. Entonces, el lobo entr. Antes de que la anciana pudiera reaccionar, el lobo se la engull de un solo bocado. El lobo se relami de satisfaccin; luego, fue a buscar una bata al guardarropa. Enseguida se puso un gorro blanco en la cabeza y se ech unas gotas del perfume de la abuelita detrs de sus orejas peludas. Cuando acab de vestirse, fue a mirarse en el espejo. -Oh, qu agradable sorpresa! Pasa mi nia -dijo el lobo, imitando la voz de la anciana. Practic la frase varias veces hasta que se sinti satisfecho de su imitacin. Caperucita Roja lleg unos minutos ms tarde y toc a la puerta. El lobo se meti de un brinco en la cama y se cubri con las mantas hasta la nariz. -Quin es? -pregunt con su voz fingida. -Soy yo, Caperucita Roja. -Oh, qu agradable sorpresa! Pasa -dijo el lobo feroz. Caperucita Roja entr y puso la cesta en la cocina. Luego, fue a darle un beso en la mejilla a su abuela. -Pobre abuelita! -exclam Caperucita-. Te ves muy mal. Voy a darte algo de comer para que te mejores. -Muchas gracias, tesoro -dijo el lobo. Caperucita Roja coment mientras cortaba unas rebanadas de pan: -Abuelita, qu voz ms ronca tienes! -Es para hablarte mejor -dijo el lobo. La nia le llev el plato de sopa a la abuelita y agreg: -Esta sopa de pollo te sentar muy bien. -Gracias, tesoro -dijo el lobo feroz. Entonces, Caperucita se qued mirando el gorro de la anciana.

-Abuelita, te estn molestando las orejas? Parecen tan grandes! -Estn un poco inflamadas -dijo el lobo con su fingida voz-. Pero as te puedo escuchar mejor. Mientras hablaba, las mantas se resbalaron un poco, dejndole el hocico al descubierto. -Santo Dios! Qu dientes ms grandes! -Son para comerte! -rugi el lobo. En un segundo, Caperucita Roja acompaaba a su abuelita en la barriga del lobo. Satisfecho, se relami una vez ms y se recost a hacer una siesta. Roncaba tan fuerte que llam la atencin de un cazador que pasaba por ah. "Algo extrao sucede en la casa de la abuela de Caperucita Roja", pens el cazador. El cazador toc a la puerta, pero el lobo dorma tan profundamente que no se despert. Al ver que nadie responda, el cazador decidi abrir una ventana. Tan pronto como vio al lobo en la cama de la abuela, comprendi lo que haba ocurrido. El cazador apunt con su mosquete y le dispar al lobo. -Aqu tienes tu merecido, lobo feroz! -grit el cazador. Para asegurarse de que el lobo estaba muerto, el cazador se acerc a ver si todava le lata el corazn. Sorprendido, escuch dos voces que pedan auxilio. El cazador se apresur a rescatar a las vctimas. Por fortuna, Caperucita Roja y su abuela salieron sanas y salvas -Abuelita! -exclam Caperucita Roja-. Nunca haba sentido tanto miedo! Nunca volver a desatender las indicaciones de mam. En agradecimiento por haberlas salvado, la abuelita invit al cazador a comer con ellas las delicias que haba trado su nieta en la cesta. Cuando lleg la hora de partir, el cazador acompa a Caperucita Roja de regreso hasta su casa. -Qu bien, ya ests aqu! -exclam la madre al ver a su hija-.

Cmo se siente la abuelita? -Mucho mejor, ahora! -dijo Caperucita Roja con alegra.

Cenicienta

Haba una vez un gentilhombre que se cas en segundas nupcias con una mujer, la ms altanera y orgullosa que jams se haya visto. Tena dos hijas por el estilo y que se le parecan en todo.El marido, por su lado, tena una hija, pero de una dulzura y bondad sin par; lo haba heredado de su madre que era la mejor persona del mundo.

unto con realizarse la boda, la madrasta dio libre curso a su mal carcter; no pudo soportar las cualidades de la joven, que hacan aparecer todava ms odiables a sus hijas. La oblig a las ms viles tareas de la casa: ella era la que fregaba los pisos y la vajilla, la que limpiaba los cuartos de la seora y de las seoritas sus hijas; dorma en lo ms alto de la casa, en una buhardilla, sobre una msera pallasa, mientras sus hermanas ocupaban habitaciones con parquet, donde tenan camas a la ltima moda y espejos en que podan mirarse de cuerpo entero.

La pobre muchacha aguantaba todo con paciencia, y no se atreva a quejarse ante su padre, de miedo que le reprendiera pues su mujer lo dominaba por completo. Cuando terminaba sus quehaceres, se instalaba en el rincn de la chimenea, sentndose sobre las cenizas, lo que le haba merecido el apodo de Culocenizn. La menor, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta; sin embargo Cenicienta, con sus mseras ropas, no dejaba de ser cien veces ms hermosa que sus hermanas que andaban tan ricamente vestidas.

Sucedi que el hijo del rey dio un baile al que invit a todas las personas distinguidas; nuestras dos seoritas tambin fueron invitadas, pues tenan mucho nombre en la comarca. Helas aqu muy satisfechas y preocupadas de elegir los trajes y peinados que mejor les sentaran; nuevo trabajo para Cenicienta pues era ella quien planchaba la ropa de sus hermanas y plisaba los adornos de sus vestidos. No se hablaba ms que de la forma en que iran trajeadas. -Yo, dijo la mayor, me pondr mi vestido de terciopelo rojo y mis adornos de Inglaterra. -Yo, dijo la menor, ir con mi falda sencilla; pero en cambio, me pondr mi abrigo con flores de oro y mi prendedor de brillantes, que no pasarn desapercibidos

Manos expertas se encargaron de armar los peinados de dos pisos y se compraron lunares postizos. Llamaron a Cenicienta para pedirle su opinin, pues tena buen gusto. Cenicienta las aconsej lo mejor posible, y se ofreci incluso para arreglarles el peinado, lo que aceptaron. Mientras las peinaba, ellas le decan: -Cenicienta, te gustara ir al baile? -Ay, seoritas, os estis burlando, eso no es cosa para m. -Tienes razn, se reiran bastante si vieran a un Culocenizn entrar al baile.

Otra que Cenicienta les habra arreglado mal los cabellos, pero ella era buena y las pein con toda perfeccin. Tan contentas estaban que pasaron cerca de dos das sin comer. Ms de doce cordones rompieron a fuerza de apretarlos para que el talle se les viera ms fino, y se lo pasaban delante del espejo.

Finalmente, lleg el da feliz; partieron y Cenicienta las sigui con los ojos y cuando las perdi de vista se puso a llorar. Su madrina, que la vio anegada en lgrimas, le pregunt qu le pasaba. -Me gustara... me gustara... Lloraba tanto que no pudo terminar. Su madrina, que era un hada, le dijo: -Te gustara ir al baile, no es cierto? -Ay, s!, -dijo Cenicienta suspirando. -Bueno, te portars bien!, -dijo su madrina-, yo te har ir. La llev a su cuarto y le dijo: -Ve al jardn y treme un zapallo. Cenicienta fue en el acto a coger el mejor que encontr y lo llev a su madrina, sin poder adivinar cmo este zapallo podra hacerla ir al baile. Su madrina lo vaci y dejndole solamente la cscara, lo toc con su varita mgica e instantneamente el zapallo se convirti en un bello carruaje tod

Tan pronto los trajo, la madrina los troc en seis lacayos que se subieron en seguida a la parte posterior del carruaje, con sus trajes galoneados, sujetndose a l como si en su vida hubieran hecho otra cosa. El hada dijo entonces a Cenicienta: -Bueno, aqu tienes para ir al baile, no ests bien aperada? -Es cierto, pero, podr ir as, con estos vestidos tan feos? Su madrina no hizo ms que tocarla con su varita, y al momento sus ropas se cambiaron en magnficos vestidos de pao de oro y plata, todos recamados con pedreras; luego le dio un par de zapatillas de cristal, las ms preciosas del mundo. Una vez ataviada de este modo, Cenicienta subi al carruaje; pero su madrina le recomend sobre todo que regresara antes de la medianoche, advirtindole que si se quedaba en el baile un minuto ms, su carroza volvera a convertirse en zapallo, sus caballos en ratas, sus lacayos en lagartos, y que sus viejos vestidos recuperaran su forma primitiva. Ella prometi a su madrina que saldra del baile antes de la medianoche. Parti, loca de felicidad. El hijo del rey, a quien le avisaron que acababa de llegar una gran princesa que nadie conoca, corri a recibirla; le dio la mano al bajar del carruaje y la llev al saln donde estaban los comensales. Entonces se hizo un gran silencio: el baile ces y los violines dejaron de tocar, tan absortos estaban todos contemplando la gran belleza de esta desconocida. Slo se oa un confuso rumor: -Ah, qu hermosa es! El mismo rey, siendo viejo, no dejaba de mirarla y de decir por lo bajo a la reina que desde haca mucho tiempo no vea una persona tan bella y graciosa. Todas las damas observaban con atencin su peinado y sus vestidos, para tener al da siguiente otros semejantes, siempre que existieran telas igualmente bellas y manos tan diestras para confeccionarlos. El hijo del rey la coloc en el sitio de honor y en seguida la condujo al saln para bailar con ella. Bail con tanta gracia que fue un motivo ms de admiracin. Trajeron exquisitos manjares que el prncipe no prob, ocupado como estaba en observarla. Ella fue a sentarse al lado de sus hermanas y les hizo mil atenciones; comparti con ellas los limones y naranjas que el prncipe le haba obsequiado, lo que las sorprendi mucho, pues no la conocan. Charlando as estaban, cuando Cenicienta oy dar las once y tres cuartos; hizo al momento una gran reverenda a los asistentes y se fue a toda prisa. Apenas hubo llegado, fue a buscar a su madrina y despus de darle las gracias, le dijo que deseara mucho ir al baile al da siguiente porque el prncipe se lo haba pedido. Cuando le estaba contando a su madrina todo lo que haba sucedido en el baile, las dos hermanas golpearon a su puerta; Cenicienta fue a abrir. -Cmo habis tardado en volver! -les dijo bostezando, frotndose los ojos y estirndose como si acabara de despertar; sin embargo no haba tenido ganas de dormir desde que se separaron. -Si hubieras ido al baile -le dijo una de las hermanas-, no te habras aburrido; asisti la ms bella princesa, la ms bella que jams se ha visto; nos hizo mil atenciones, nos dio naranjas y limones. Cenicienta estaba radiante de alegra. Les pregunt el nombre de esta princesa; pero contestaron que nadie la conoca, que el hijo del rey no se conformaba y que dara todo en el mundo por saber quin era. Cenicienta sonri y les dijo: -Era entonces muy hermosa? Dios mo, felices vosotras, no podra verla yo? Ay, seorita Javotte, prestadme el vestido amarillo que usis todos los das. -Verdaderamente -dijo la seorita Javotte-, no faltaba ms! Prestarle mi vestido a tan feo Culocenizn... tendra que estar loca

Cenicienta esperaba esta negativa, y se alegr, pues se habra sentido bastante confundida si su hermana hubiese querido prestarle el vestido. Al da siguiente las dos hermanas fueron al baile, y Cenicienta tambin, pero an ms ricamente ataviada que la primera vez. El hijo del rey estuvo constantemente a su lado y dicindole cosas agradables; nada aburrida estaba la joven damisela y olvid la recomendacin de su madrina; de modo que oy tocar la primera campanada de medianoche cuando crea que no eran ni las once. Se levant y sali corriendo, ligera como una gacela. El prncipe la sigui, pero no pudo alcanzarla; ella haba dejado caer una de sus zapatillas de cristal que el prncipe recogi con todo cuidado. Cenicienta lleg a casa sofocada, sin carroza, sin lacayos, con sus viejos vestidos, pues no le haba quedado de toda su magnificencia sino una de sus zapatillas, igual a la que se le haba cado. Preguntaron a los porteros del palacio si haban visto salir a una princesa; dijeron que no haban visto salir a nadie, salvo una muchacha muy mal vestida que tena ms aspecto de aldeana que de seorita. Cuando sus dos hermanas regresaron del baile, Cenicienta les pregunt si esta vez tambin se haban divertido y si haba ido la hermosa dama. Dijeron que s, pero que haba salido escapada al dar las doce, y tan rpidamente que haba dejado caer una de sus zapatillas de cristal, la ms bonita del mundo; que el hijo del rey la haba recogido dedicndose a contemplarla durante todo el resto del baile, y que sin duda estaba muy enamorado de la bella personita duea de la zapatilla. Y era verdad, pues a los pocos das el hijo del rey hizo proclamar al son de trompetas que se casara con la persona cuyo pie se ajustara a la zapatilla. Empezaron probndola a las princesas, en seguida a las duquesas, y a toda la corte, pero intilmente. La llevaron donde las dos hermanas, las que hicieron todo lo posible para que su pie cupiera en la zapatilla, pero no pudieron. Cenicienta, que las estaba mirando, y que reconoci su zapatilla, dijo riendo: -Puedo probar si a m me calza? Sus hermanas se pusieron a rer y a burlarse de ella. El gentilhombre que probaba la zapatilla, habiendo mirado atentamente a Cenicienta y encontrndola muy linda, dijo que era lo justo, y que l tena orden de probarla a todas las jvenes. Hizo sentarse a Cenicienta y acercando la zapatilla a su piececito, vio que encajaba sin esfuerzo y que era hecha a su medida. Grande fue el asombro de las dos hermanas, pero ms grande an cuando Cenicienta sac de su bolsillo la otra zapatilla y se la puso. En esto lleg la madrina que, habiendo tocado con su varita los vestidos de Cenicienta, los volvi ms deslumbrantes an que los anteriores. Entonces las dos hermanas la reconocieron como la persona que haban visto en el baile. Se arrojaron a sus pies para pedirle perdn por todos los malos tratos que le haban infligido. Cenicienta las hizo levantarse y les dijo, abrazndolas, que las perdonaba de todo corazn y les rog que siempre la quisieran. Fue conducida ante el joven prncipe vestida como estaba. l la encontr ms bella que nunca, y pocos das despus se casaron. Cenicienta, que era tan buena como hermosa, hizo llevar a sus hermanas a morar en el palacio y las cas en seguida con dos grandes seores de la corte.

La Bella Durmiente del Bosque

Haba una vez un rey y una reina que estaban tan afligidos por no tener hijos, tan afligidos que no hay palabras para expresarlo. Fueron a todas las aguas termales del mundo; votos, peregrinaciones, pequeas devociones, todo se ensay sin resultado. Al fin, sin embargo, la reina qued encinta y dio a luz una hija. Se hizo un hermoso bautizo; fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron encontrarse en la regin (eran siete) para que cada una de ellas, al concederle un don, como era la costumbre de las hadas en aquel tiempo, colmara a la princesa de todas las perfecciones imaginables. Despus de las ceremonias del bautizo, todos los invitados volvieron al palacio del rey, donde haba un gran festn para las hadas. Delante de cada una de ellas haban colocado un magnfico juego de cubiertos en un estuche de oro macizo, donde haba una cuchara, un tenedor y un cuchillo de oro fino, adornado con diamantes y rubes. Cuando cada cual se estaba sentando a la mesa, vieron entrar a una hada muy vieja que no haba sido invitada porque haca ms de cincuenta aos que no sala de una torre y la crean muerta o hechizada.

El rey le hizo poner un cubierto, pero no haba forma de darle un estuche de oro macizo como a las otras, pues slo se haban mandado a hacer siete, para las siete hadas. La vieja crey que la despreciaban y murmur entre dientes algunas amenazas. Una de las hadas jvenes que se hallaba cerca la escuch y pensando que pudiera hacerle algn don enojoso a la princesita, fue, apenas se levantaron de la mesa, a esconderse tras la cortina, a fin de hablar la ltima y poder as reparar en lo posible el mal que la vieja hubiese hecho. Entretanto, las hadas comenzaron a conceder sus dones a la princesita. La primera le otorg el don de ser la persona ms bella del mundo, la siguiente el de tener el alma de un ngel, la tercera el de poseer una gracia admirable en todo lo que hiciera, la cuarta el de bailar a las mil maravillas, la quinta el de cantar como un ruiseor, y la sexta el de tocar toda clase de instrumentos musicales a la perfeccin. Llegado el turno de la vieja hada, sta dijo, meneando la cabeza, ms por despecho que por vejez, que la princesa se pinchara la mano con un huso*, lo que le causara la muerte. Este don terrible hizo temblar a todos los asistentes y no hubo nadie que no llorara. En ese momento, el hada joven sali de su escondite y en voz alta pronunci estas palabras:

"Tranquilos, rey y reina, la hija de ustedes no morir; es verdad que no tengo poder suficiente para deshacer por completo lo que mi antecesora ha hecho. La princesa se clavar la mano con un huso; pero en vez de morir, slo caer en un sueo profundo que durar cien aos, al cabo de los cuales el hijo de un rey llegar a despertarla.

No hizo ms que coger el huso, y siendo muy viva y un poco atolondrada, aparte de que la decisin de las hadas as lo haban dispuesto, cuando se clav la mano con l cay desmayada. La buena anciana, muy confundida, clama socorro. Llegan de todos lados, echan agua al rostro de la princesa, la desabrochan, le golpean las manos, le frotan las sienes con agua de la reina de Hungra; pero nada la reanima.

Entonces el rey, que acababa de regresar al palacio y haba subido al sentir el alboroto, se acord de la prediccin de las hadas, y pensando que esto tena que suceder ya que ellas lo haban dicho, hizo poner a la princesa en el aposento ms hermoso del palacio, sobre una cama bordada en oro y plata. Se vea tan bella que pareca un ngel, pues el desmayo no le haba quitado sus vivos colores: sus mejillas eran encarnadas y sus labios como el coral; slo tena los ojos cerrados, pero se la oa respirar suavemente, lo que demostraba que no estaba muerta. El rey orden que la dejaran dormir en reposo, hasta que llegase su hora de despertar. El hada buena que le haba salvado la vida, al hacer que durmiera cien aos, se hallaba en el reino de Mataquin, a doce mil leguas de all, cuando ocurri el accidente de la princesa; pero en un instante recibi la noticia trada por un enanito que tena botas de siete leguas (eran unas botas que recorran siete leguas en cada paso). El hada parti de inmediato, y al cabo de una hora la vieron llegar en un carro de fuego tirado por dragones. El rey la fue a recibir dndole la mano a la bajada del carro. Ella aprob todo lo que l haba hecho; pero como era muy previsora, pens que cuando la princesa llegara a despertar, se sentira muy confundida al verse sola en este viejo palacio. Hizo lo siguiente: toc con su varita todo lo que haba en el castillo (salvo al rey y a la reina), ayas, damas de honor, sirvientas, gentilhombres, oficiales, mayordomos, cocineros. Toc tambin todos los caballos que estaban en las caballerizas, con los palafreneros, los grandes perros de gallinero, y la pequea Puf, la perrita de la princesa que estaba junto a ella sobre el lecho. Junto con tocarlos, se durmieron todos, para que despertaran al mismo tiempo que su ama, a fin de que estuviesen todos listos para atenderla llegado el momento; hasta los asadores, que estaban al fuego con perdices y faisanes, se durmieron, y tambin el fuego. Todo esto se hizo en un instante: las hadas no tardaban en realizar su tarea. Entonces el rey y la reina, luego de besar a su querida hija sin que ella despertara, salieron del castillo e hicieron publicar prohibiciones de acercarse a l a quienquiera que fuese en todo el mundo. Estas prohibiciones no eran necesarias, pues en un cuarto de hora creci alrededor del parque tal cantidad de rboles grandes y pequeos, de zarzas y espinas entrelazadas unas con otras, que ni hombre ni bestia habra podido pasar; de modo que ya no se divisaba sino lo alto de las torres del castillo, y esto slo de muy lejos. Nadie dud de que esto fuese tambin obra del hada para que la princesa, mientras durmiera, no tuviera nada que temer de los curiosos.

Al cabo de cien aos, el hijo de un rey que gobernaba en ese momento y que no era de la familia de la princesa dormida, andando de caza por esos lados, pregunt qu eran esas torres que divisaba por encima de un gran bosque muy espeso; cada cual le respondi segn lo que haba odo hablar. Unos decan que era un viejo castillo poblado de fantasmas; otros, que todos los brujos de la regin celebraban all sus reuniones. La opinin ms corriente era que en ese lugar viva un ogro y llevaba all a cuanto nio poda atrapar, para comrselo a gusto y sin que pudieran seguirlo, teniendo l solamente el poder para hacerse un camino a travs del bosque. El prncipe no saba qu creer, hasta que un viejo campesino tom la palabra y le dijo: -Prncipe, hace ms de cincuenta aos le o decir a mi padre que haba en ese castillo una princesa, la ms bella del mundo; que dormira durante cien aos y sera despertada por el hijo de un rey a quien ella estaba destinada. Al escuchar este discurso, el joven prncipe se sinti enardecido; crey sin vacilar que l pondra fin a tan hermosa aventura; e impulsado por el amor y la gloria, resolvi investigar al instante de qu se trataba. Apenas avanz hacia el bosque, esos enormes rboles, aquellas zarzas y espinas se apartaron solos para dejarlo pasar: camin hacia el castillo que vea al final de una gran avenida adonde penetr, pero, ante su extraeza, vio que ninguna de esas gentes haba podido seguirlo porque los rboles se haban cerrado tras l. Continu sin embargo su camino: un prncipe joven y enamorado es siempre valiente. Lleg a un gran patio de entrada donde todo lo que apareci ante su vista era para helarlo de temor. Reinaba un silencio espantoso, por todas partes se presentaba la imagen de la muerte, era una de cuerpos tendidos de hombres y animales, que parecan muertos. Pero se dio cuenta, por la nariz granujienta y la cara rubicunda de los guardias, que slo estaban dormidos, y sus jarras, donde an quedaban unas gotas de vino, mostraban a las claras que se haban dormido bebiendo. Atraviesa un gran patio pavimentado de mrmol, sube por la escalera, llega a la sala de los guardias que estaban formados en hilera, la carabina al hombro, roncando a ms y mejor. Atraviesa varias cmaras llenas de caballeros y damas, todos durmiendo, unos de pie, otros sentados; entra en un cuarto todo dorado, donde ve sobre una cama cuyas cortinas estaban abiertas, el ms bello espectculo que jams imaginara: una princesa que pareca tener quince o diecisis aos cuyo brillo resplandeciente tena algo luminoso y divino. Se acerc temblando y en actitud de admiracin se arrodill junto a ella. Entonces, como haba llegado el trmino del hechizo, la princesa despert; y mirndolo con ojos ms tiernos de lo que una primera vista pareca permitir: -Eres t, prncipe mo? -le dijo ella- bastante te has hecho esperar. El prncipe, atrado por estas palabras y ms an por la forma en que haban sido dichas, no saba cmo demostrarle su alegra y gratitud; le asegur que la amaba ms que a s mismo. Sus discursos fueron inhbiles; por ello gustaron ms; poca elocuencia, mucho amor, con eso se llega lejos. Estaba ms confundido que ella, y no era para menos; la princesa haba tenido tiempo de soar con lo que le dira, pues parece (aunque la historia no lo dice) que el hada buena, durante tan prolongado letargo, le haba procurado el placer de tener sueos agradables. En fin, haca cuatro horas que hablaban y no haban conversado ni de la mitad de las cosas que tenan que decirse. Entretanto, el palacio entero se haba despertado junto con la princesa; todos se disponan a cumplir con su tarea, y como no todos estaban enamorados, ya se moran de hambre; la dama de honor, apremiada como los dems, le anunci a la princesa que la cena estaba servida. El prncipe ayud a la princesa a levantarse y vio que estaba toda vestida, y con gran magnificencia; pero se abstuvo de decirle que sus ropas eran de otra poca y que todava usaba gorguera; no por eso se vea menos hermosa.

Pasaron a un saln de espejos y all cenaron, atendido por los servidores de la princesa; violines y oboes interpretaron piezas antiguas pero excelentes, que ya no se tocaban desde haca casi cien aos; y despus de la cena, sin prdida de tiempo, el capelln los cas en la capilla del castillo, y la dama de honor les cerr las cortinas: durmieron poco, la princesa no lo necesitaba mucho, y el prncipe la dej por la maana temprano para regresar a la ciudad, donde su padre deba estar preocupado por l. El prncipe le dijo que estando de caza se haba perdido en el bosque y que haba pasado la noche en la choza de un carbonero quien le haba dado de comer queso y pan negro. El rey: su padre, que era un buen hombre, le crey, pero su madre no qued muy convencida, y al ver que iba casi todos los das a cazar y que siempre tena una excusa a mano cuando pasaba dos o tres noches afuera, ya no dud que se trataba de algn amoro; pues vivi ms de dos aos enteros con la princesa y tuvieron dos hijos siendo la mayor una nia cuyo nombre era Aurora, y el segundo un varn a quien llamaron el Da porque pareca an ms bello que su hermana. La reina le dijo una y otra vez a su hijo para hacerlo confesar, que haba que darse gusto en la vida, pero l no se atrevi nunca a confiarle su secreto; aunque la quera, le tema, pues era de la raza de los ogros, y el rey se haba casado con ella por sus riquezas; en la corte se rumoreaba incluso que tena inclinaciones de ogro, y que al ver pasar nios, le costaba un mundo dominarse para no abalanzarse sobre ellos; de modo que el prncipe nunca quiso decirle nada. Mas, cuando muri el rey, al cabo de dos aos, y l se sinti el amo, declar pblicamente su matrimonio y con gran ceremonia fue a buscar a su mujer al castillo. Se le hizo un recibimiento magnfico en la capital a donde ella entr acompaada de sus dos hijos.

Algn tiempo despus, el rey fue a hacer la guerra contra el emperador Cantalabutte, su vecino. Encarg la regencia del reino a su madre, recomendndole mucho que cuidara a su mujer y a sus hijos. Deba estar en la guerra durante todo el verano, y apenas parti, la reina madre envi a su nuera y sus hijos a una casa de campo en el bosque para poder satisfacer ms fcilmente sus horribles deseos. Fue all algunos das ms tarde y le dijo una noche a su mayordomo. -Maana para la cena quiero comerme a la pequea Aurora. -Ay! seora -dijo el mayordomo. -Lo quiero! -dijo la reina (y lo dijo en un tono de ogresa que desea comer carne fresca)-, y deseo comrmela con salsa, Roberto. El pobre hombre, sabiendo que no poda burlarse de una ogresa, tom su enorme cuchillo y subi al cuarto de la pequea Aurora; ella tena entonces cuatro aos y saltando y corriendo se ech a su cuello pidindole caramelos. l se puso a llorar, el cuchillo se le cay de las manos, y se fue al corral a degollar un corderito, cocinndolo con una salsa tan buena que su ama le asegur que nunca haba comido algo tan sabroso. Al mismo tiempo llev a la pequea Aurora donde su mujer para que la escondiera en una pieza que ella tena al fondo del corral. Ocho das despus, la malvada reina le dijo a su mayordomo: -Para cenar quiero al pequeo Da. l no contest, habiendo resuelto engaarla como la primera vez. Fue a buscar al nio y lo encontr, florete en la mano, practicando esgrima con un mono muy grande, aunque slo tena tres aos. Lo llev donde su mujer, quien lo escondi junto con Aurora, y en vez del pequeo Da, sirvi un cabrito muy tierno que la ogresa encontr delicioso. Hasta aqu la cosa haba marchado bien; pero una tarde, esta reina perversa le dijo al mayordomo: -Quiero comerme a la reina con la misma salsa que sus hijos. Esta vez el pobre mayordomo perdi la esperanza de poder engaarla nuevamente. La joven reina tena ms de 20 aos, sin contar los cien que haba dormido: aunque hermosa y blanca su piel era algo dura; y cmo encontrar en el corral un animal tan duro? Decidi entonces, para salvar su vida, degollar a la reina, y subi a sus aposentos con la intencin de terminar de una vez. Tratando de sentir furor y con el pual en la mano, entr a la habitacin de la reina. Sin embargo, no quiso sorprenderla y en forma respetuosa le comunic la orden que haba recibido de la reina madre. -Cumple con tu deber -le dijo ella, tendiendo su cuello-; ejecuta la orden que te han dado; ir a reunirme con mis hijos, mis pobres hijos tan queridos -(pues ella los crea muertos desde que los haba sacado de su lado sin decirle nada). -No, no, seora -le respondi el pobre mayordomo, enternecido-, no morirs, y tampoco dejars de reunirte con tus queridos hijos, pero ser en mi casa donde los tengo escondidos, y otra vez engaar a la reina, hacindole comer una cierva en lugar tuyo.

La llev en seguida al cuarto de su mujer y dejando que la reina abrazara a sus hijos y llorara con ellos, fue a preparar una cierva que la reina comi para la cena, con el mismo apetito que si hubiera sido la joven reina. Se senta muy satisfecha con su crueldad, preparndose para contarle al rey, a su regreso, que los lobos rabiosos se haban comido a la reina su mujer y a sus dos hijos. Una noche en que como de costumbre rondaba por los patios y corrales del castillo para olfatear alguna carne fresca, oy en una sala de la planta baja al pequeo Da que lloraba porque su madre quera pegarle por portarse mal, y escuch tambin a la pequea Aurora que peda perdn por su hermano. La ogresa reconoci la voz de la reina y de sus hijos, y furiosa por haber sido engaada, a primera hora de la maana siguiente, orden con una voz espantosa que haca temblar a todo el mundo, que pusieran al medio del patio una gran cuba hacindola llenar con sapos, vboras, culebras y serpientes, para echar en ella a la reina y sus nios, al mayordomo, su mujer y su criado; haba dado la orden de traerlos con las manos atadas a la espalda. Ah estaban, y los verdugos se preparaban para echarlos a la cuba, cuando el rey, a quien no esperaban tan pronto, entr a caballo en el patio; haba viajado por la posta, y pregunt atnito qu significaba ese horrible espectculo. Nadie se atreva a decrselo, cuando de pronto la ogresa, enfurecida al mirar lo que vea, se tir de cabeza dentro de la cuba y en un instante fue devorada por las viles bestias que ella haba mandado poner.

El rey no dej de afligirse: era su madre, pero se consol muy pronto con su bella esposa y sus queridos hijos.

Moraleja

Esperar algn tiempo para hallar un esposo rico, galante, apuesto y carioso parece una cosa natural pero aguardarlo cien aos en calidad de durmiente ya no hay doncella tal que duerma tan apaciblemente. La fbula adems parece querer ensear que a menudo del vnculo el atrayente lazo no ser menos dichoso por haberle dado un plazo y que nada se pierde con esperar; pero la mujer con tal ardor aspira a la fe conyugal que no tengo la fuerza ni el valor de predicarle esta moral.

Pulgarcito

Haba una vez un pobre campesino. Una noche se encontraba sentado, atizando el fuego, y su esposa hilaba sentada junto a l, a la vez que lamentaban el hallarse en un hogar sin nios.

-Qu triste es que no tengamos hijos! -dijo l-. En esta casa siempre hay silencio, mientras que en los dems hogares todo es alegra y bullicio de criaturas.

-Es verdad! -contest la mujer suspirando-. Si por lo menos tuviramos uno, aunque fuera muy pequeo y no mayor que el pulgar, seramos felices y lo amaramos con todo el corazn.

Y ocurri que el deseo se cumpli.

Result que al poco tiempo la mujer se sinti enferma y, despus de siete meses, trajo al mundo un nio bien proporcionado en todo, pero no ms grande que un dedo pulgar.

-Es tal como lo habamos deseado -dijo-. Va a ser nuestro querido hijo, nuestro pequeo.

Y debido a su tamao lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaban la comida, pero el nio no creca y se qued tal como era cuando naci. Sin embargo, tena ojos muy vivos y pronto dio muestras de ser muy inteligente, logrando todo lo que se propona.

Un da, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar lea.

-Ojal tuviera a alguien para conducir la carreta -dijo en voz baja.

-Oh, padre! -exclam Pulgarcito- yo me har cargo! Cuenta conmigo! La carreta llegar a tiempo al bosque.

El hombre se ech a rer y dijo:

-Cmo podra ser eso? Eres muy pequeo para conducir el caballo con las riendas.

-Eso no importa, padre! Tan pronto como mi madre lo enganche, yo me pondr en la oreja del caballo y le gritar por dnde debe ir.

-Est bien! -contest el padre, probaremos una vez.

Cuando lleg la hora, la madre enganch la carreta y coloc a Pulgarcito en la oreja del caballo, donde el pequeo se puso a gritarle por dnde deba ir, tan pronto con "Hejj!", como un "Arre!". Todo fue tan bien como con un conductor y la carreta fue derecho hasta el bosque.

Sucedi que, justo en el momento que rodeaba un matorral y que el pequeo iba gritando "Arre! Arre!", dos extraos pasaban por ah.

-Cmo es eso! -dijo uno- Qu es lo que pasa? La carreta rueda, alguien conduce el caballo y sin embargo no se ve a nadie.

-Todo es muy extrao -asinti el otro-. Seguiremos la carreta para ver en dnde se para.

La carreta se intern en pleno bosque y lleg justo al sitio sonde estaba la lea cortada. Cuando Pulgarcito divis a su padre, le grit:

-Ya ves, padre, ya llegu con la carreta. Ahora, bjame del caballo.

El padre tom las riendas con la mano izquierda y con la derecha sac a su hijo de la oreja del caballo, quien feliz se sent sobre una brizna de hierba. Cuando los dos extraos divisaron a Pulgarcito quedaron tan sorprendidos que no supieron qu decir. Uno y otro se escondieron y se dijeron entre ellos:

-Oye, ese pequeo valiente bien podra hacer nuestra fortuna si lo exhibimos en la ciudad a cambio de dinero. Debemos comprarlo.

Se dirigieron al campesino y le dijeron:

-Vndenos ese hombrecito; estar muy bien con nosotros.

-No -respondi el padre- es mi hijo querido y no lo vendera por todo el oro del mundo.

Pero al or esta propuesta, Pulgarcito se trep por los pliegues de las ropas de su padre, se coloc sobre su hombro y le dijo al odo:

-Padre, vndeme; sabr cmo regresar a casa

Entonces, el padre lo entreg a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero.

-En dnde quieres sentarte? -le preguntaron.

-Ah!, pnganme sobre el ala de su sombrero; ah podr pasearme a lo largo y a lo ancho, disfrutando del paisaje y no me caer.

Cumplieron su deseo, y cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre se pusieron todos en camino. Viajaron hasta que anocheci y Pulgarcito dijo entonces:

-Bjenme al suelo, tengo necesidad.

-No, qudate ah arriba -le contest el que lo llevaba en su cabeza-. No me importa. Las aves tambin me dejan caer a menudo algo encima.

-No -respondi Pulgarcito-, s lo que les conviene. Bjenme rpido.

El hombre tom de su sombrero a Pulgarcito y lo pos en un campo al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, enfil hacia un agujero de ratn que haba localizado.

-Buenas noches, seores, sigan sin m! -les grit en tono burln.

Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratn, pero su esfuerzo fue intil. Pulgarcito se introduca cada vez ms profundo y como la oscuridad no tard en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con la bolsa vaca. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se haban marchado, sali de su escondite.

"Es peligroso atravesar estos campos de noche, cuando ms peligros acechan", pens, "se puede uno fcilmente caer o lastimar".

Felizmente, encontr una concha vaca de caracol.

-Gracias a Dios! -exclam-, ah dentro podr pasar la noche con tranquilidad; -y ah se introdujo. Un momento despus, cuando estaba a punto de dormirse, oy pasar a dos hombres, uno de ellos deca:

-Cmo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?

-Yo bien podra decrtelo! -se puso a gritar Pulgarcito.

-Qu es esto? -dijo uno de los espantados ladrones, he odo hablar a alguien.

Pararon para escuchar y Pulgarcito insisti:

-Llvenme con ustedes, yo los ayudar.

-En dnde ests?

-Busquen aqu, en el piso; fjense de dnde viene la voz -contest.

Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.

-A ver, pequeo valiente, cmo pretendes ayudarnos?

-Eh!, yo me deslizar entre los barrotes de la ventana de la habitacin del cura y les ir pasando todo cuanto quieran.

-Est bien! Veremos qu sabes hacer.

Cuando llegaron a la casa, Pulgarcito se desliz en la habitacin y se puso a gritar con todas sus fuerzas.

-Quieren todo lo que hay aqu?

Los ladrones se estremecieron y le dijeron:

-Baja la voz para no despertar a nadie.

Pero Pulgarcito hizo como si no entendiera y continu gritando:

-Qu quieren? Les hace falta todo lo que hay aqu?

La cocinera, quien dorma en la habitacin de al lado, oy estos gritos, se irgui en su cama y escuch, pero los ladrones asustados se haban alejado un poco. Por fin recobraron el valor dicindose:

-Ese hombrecito quiere burlarse de nosotros.

Regresaron y le cuchichearon:

-Vamos, nada de bromas y psanos alguna cosa.

Entonces, Pulgarcito se puso a gritar con todas sus fuerzas:

-S, quiero darles todo: introduzcan sus manos.

La cocinera, que ahora s oy perfectamente, salt de su cama y se acerc ruidosamente a la puerta. Los ladrones, atemorizados, huyeron como si llevasen el diablo tras de s, y la criada, que no distingua nada, fue a encender una vela. Cuando volvi, Pulgarcito, sin ser descubierto, se haba escondido en el granero. La sirvienta, despus de haber inspeccionado en todos los rincones y no encontrar nada, acab por volver a su cama y supuso que haba soado con ojos y orejas abiertos. Pulgarcito haba trepado por la paja y en ella encontr un buen lugarcito para dormir. Quera descansar ah hasta que amaneciera y despus volver con sus padres, pero an le faltaba ver otras cosas, antes de poder estar feliz en su hogar.

Como de costumbre, la criada se levant al despuntar el da para darles de comer a los animales. Fue primero al granero, y de ah tom una brazada de paja, justamente de la pila en donde Pulgarcito estaba dormido. Dorma tan profundamente que no se dio cuenta de nada y no despert hasta que estuvo en la boca de la vaca que haba tragado la paja.

-Dios mo! -exclam-. Cmo pude caer en este molino triturador?

Pronto comprendi en dnde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no aventurarse entre los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo evitar resbalar hasta el estmago.

-He aqu una pequea habitacin a la que se omiti ponerle ventanas -se dijo-. Y no entra el sol y tampoco es fcil procurarse una luz.

Esta morada no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente entraba ms paja por la puerta y que el espacio iba reducindose ms y ms. Entonces, angustiado, decidi gritar con todas sus fuerzas:

-Ya no me enven ms paja! Ya no me enven ms paja!

La criada estaba ordeando a la vaca y cuando oy hablar sin ver a nadie, reconoci que era la misma voz que haba escuchado por la noche, y se sobresalt tanto que resbal de su taburete y derram toda la leche.

Corri a toda prisa donde se encontraba el amo y l grit:

-Ay, Dios mo! Seor cura, la vaca ha hablado!

-Est loca! -respondi el cura, quien se dirigi al establo a ver de qu se trataba.

Apenas cruz el umbral cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo:

-Ya no me enven ms paja! Ya no me enven ms paja!

Ante esto, el mismo cura tuvo miedo, suponiendo que era obra del diablo, y orden que se matara a la vaca. Entonces se sacrific a la vaca; solamente el estmago, donde estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero. Pulgarcito intent por todos los medios salir de ah, pero en el instante en que empezaba a sacar la cabeza, le aconteci una nueva desgracia

Un lobo hambriento, que acert a pasar por ah, se trag el estmago de un solo bocado. Pulgarcito no perdi nimo. "Quiz encuentre un medio de ponerme de acuerdo con el lobo", pensaba. Y, desde el fondo de su panza, su puso a gritarle:

-Querido lobo, yo s de un festn que te vendra mucho mejor!

-Dnde hay que ir a buscarlo? -contest el lobo.

-En tal y tal casa. No tienes ms que entrar por la trampilla de la cocina y ah encontrars pastel, tocino, salchichas, tanto como t desees comer.

Y le describi minuciosamente la casa de sus padres.

El lobo no necesit que se lo dijeran dos veces. Por la noche entr por la trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrut todo con enorme placer. Cuando estuvo harto, quiso salir, pero haba engordado tanto que ya no poda usar el mismo camino. Pulgarcito, que ya contaba con que eso pasara, comenz a hacer un enorme escndalo dentro del vientre del lobo.

-Te quieres estar quieto! -le dijo el lobo-. Vas a despertar a todo el mundo.

-Tanto peor para ti! -contest el pequeo-. No has disfrutado ya? Yo tambin quiero divertirme.

Y se puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. A fuerza de gritar, despert a su padre y a su madre, quienes corrieron hacia la habitacin y miraron por las rendijas de la puerta. Cuando vieron al lobo, el hombre corri a buscar el hacha y la mujer la hoz.

-Qudate detrs de m -dijo el hombre cuando entraron en el cuarto-. Cuando le haya dado un golpe, si acaso no ha muerto, le pegars con la hoz y le desgarrars el cuerpo.

Cuando Pulgarcito oy la voz de su padre, grit:

-Querido padre, estoy aqu; aqu, en la barriga del lobo!

-Al fin! -dijo el padre-.Ya ha aparecido nuestro querido hijo!

Le indic a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a Pulgarcito. Entonces, se adelant y le dio al lobo un golpe tan violento en la cabeza que ste cay muerto. Despus fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeo.

-Qu suerte! -dijo el padre-. Qu preocupados estbamos por ti!

-S, padre, he vivido mil desventuras. Por fin puedo respirar el aire libre!

-Pues, dnde te metiste?

-Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratn, en el vientre de una vaca y dentro de la panza de un lobo. Ahora me quedar al lado de ustedes.

-Y nosotros no te volveramos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo.

Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de beber, y lo baaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.

Piel de Asno

rase una vez un rey tan famoso, tan amado por su pueblo, tan respetado por todos sus vecinos, que de l poda decirse que era el ms feliz de los monarcas. Su dicha se confirmaba an ms por la eleccin que hiciera de una princesa tan bella como virtuosa; y estos felices esposos vivan en la ms perfecta unin. De su casto himeneo haba nacido una hija dotada de encantos y virtudes tales que no se lamentaban de tan corta descendencia.

La magnificencia, el buen gusto y la abundancia reinaban en su palacio. Los ministros eran hbiles y prudentes; los cortesanos virtuosos y leales, los servidores fieles y laboriosos. Sus caballerizas eran grandes y llenas de los ms hermosos caballos del mundo, ricamente enjaezados. Pero lo que asombraba a los visitantes que acudan a admirar estas hermosas cuadras, era que en el sitio ms destacado un seor asno exhiba sus grandes y largas orejas. Y no era por capricho sino con razn que el rey le haba reservado un lugar especial y destacado. Las virtudes de este extrao animal merecan semejante distincin, pues la naturaleza lo haba formado de modo tan extraordinario que su pesebre, en vez de suciedades, se cubra cada maana con hermosos escudos y luises* de todos tamaos, que eran recogidos a su despertar.

Pues bien, como las vicisitudes de la vida alcanzan tanto a los reyes como a los sbditos, y como siempre los bienes estn mezclados con algunos males, el cielo permiti que la reina fuese aquejada repentinamente de una penosa enfermedad para la cual, pese a la ciencia y a la habilidad de los mdicos, no se pudo encontrar remedio.

La desolacin fue general. El rey, sensible y enamorado a pesar del famoso proverbio que dice que el matrimonio es la tumba del amor, sufra sin alivio, haca encendidos votos a todos los templos de su reino, ofreca su vida a cambio de la de su esposa tan querida; pero dioses y hadas eran invocados en vano. La reina, sintiendo que se acercaba su ltima hora, dijo a su esposo que estaba deshecho en llanto:

-Permteme, antes de morir, que te exija una cosa, si quisieras volver a casarte... A estas palabras el rey, con quejas lastimosas, tom las manos de su mujer, las ba de lgrimas, y asegurndole que estaba de ms hablarle de un segundo matrimonio: -No, Los grandes dolores son efmeros. Adems, los consejeros del Estado se reunieron y en conjunto fueron a pedirle al rey que volviera a casarse. Esta proposicin le pareci dura y le hizo derramar nuevas lgrimas. Invoc la promesa hecha a la reina, y los desafi a todos a encontrar una princesa ms hermosa y ms perfecta que su difunta esposa, pensando que aquello era imposible. Pero el consejo consider tal promesa como una bagatela, y opin que poco importaba la belleza, con tal que una reina fuese virtuosa y nada estril; que el Estado exiga prncipes para su tranquilidad y paz; que, a decir verdad, la infanta tena todas las cualidades para hacer de ella una buena reina, pero era preciso elegirle a un extranjero por esposo; y que entonces, o el extranjero se la llevaba con l o bien, si reinaba con ella, sus hijos no seran considerados del mismo linaje y adems, no habiendo prncipe de su dinasta, los pueblos vecinos podan provocar guerras que acarrearan la ruina del reino. El rey, movido por estas consideraciones, prometi que lo pensara.

Efectivamente, busc entre las princesas casaderas cul podra convenirle. A diario le llevaban retratos atractivos; pero ninguno exhiba los encantos de la difunta reina. De este modo, no tomaba decisin alguna.

Por desgracia, empez a encontrar que la infanta, su hija, era no solamente hermosa y bien formada, sino que sobrepasaba largamente a la reina su madre en inteligencia y agrado. Su juventud, la atrayente frescura de su hermosa piel, inflam al rey de un modo tan violento que no pudo ocultrselo a la infanta, dicindole que haba resuelto casarse con ella pues era la nica que poda desligarlo de su promesa.

La joven princesa, llena de virtud y pudor, crey desfallecer ante esta horrible proposicin. Se ech a los pies del rey su padre, y le suplic con toda la fuerza de su alma, que no la obligara a cometer un crimen semejante.

El rey, que estaba empecinado con este descabellado proyecto, haba consultado a un anciano druida, para tranquilizar la conciencia de la joven princesa. Este druida, ms ambicioso que religioso, sacrific la causa de la inocencia y la virtud al honor de ser confidente de un poderoso rey. Se insinu con tal destreza en el espritu del rey, le suaviz de tal manera el crimen que iba a cometer, que hasta lo persuadi de estar haciendo una obra pa al casarse con su hija.

El rey, halagado por el discurso de aquel malvado, lo abraz y sali ms empecinado que nunca con su proyecto: hizo dar rdenes a la infanta para que se preparara a obedecerle.

La joven princesa, sobrecogida de dolor, pens en recurrir a su madrina, el hada de las Lilas. Con este objeto, parti esa misma noche en un lindo cochecito tirado por un cordero que saba todos los caminos. Lleg a su destino con toda felicidad. El hada, que amaba a la infanta, le dijo que ya estaba enterada de lo que vena a decirle, pero que no se preocupara: nada poda pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicara.

-Porque, mi amada nia -le dijo- sera una falta muy grave casarte con tu padre; pero, sin necesidad de contradecirlo, puedes evitarlo: dile que para satisfacer un capricho que tienes, es preciso que te regale un vestido color del tiempo. Jams, con todo El rey, que nada poda negarle a su hija, mand buscar a los ms diestros artesanos, y les encarg en forma tan apremiante un vestido del color de la luna, que entre ordenarlo y traerlo no mediaron ni veinticuatro horas. La infanta, ms deslumbrada por este soberbio traje que por la solicitud de su padre, se afligi desmedidamente cuando estuvo con sus damas y su nodriza. El hada de las Lilas, que todo lo saba, vino en ayuda de la atribulada princesa y le dijo: -O me equivoco mucho, o creo que si pides un vestido color del sol lograremos desalentar al rey tu padre, pues jams podrn llegar a confeccionar un vestido as. La infanta estuvo de acuerdo y pidi el vestido; y el enamorado rey entreg sin pena todos los diamantes y rubes de su corona para ayudar a esta obra maravillosa, con la orden de no economizar nada para hacer esta prenda semejante al sol. Fue as que cuando el vestido apareci, todos los que lo vieron desplegado tuvieron que cerrar los ojos, tan deslumbrante era. Cmo se puso la infanta ante esta visin! Jams se haba visto algo tan hermoso y tan artsticamente trabajado. Se sinti confundida; y con el pretexto de que a la vista del traje le haban dolido los ojos, se retir a su aposento donde el hada la esperaba, de lo ms avergonzada. Fue peor an, pues al ver el vestido color del sol, se puso roja de ira. -Oh!, como ltimo recurso, hija ma, -le dijo a la princesa- vamos a someter al indigno amor de tu padre a una terrible prueba. Lo creo muy empecinado con este matrimonio, que l cree tan prximo; pero pienso que quedar un poco aturdido si le haces el pedido que te aconsejo: la piel de ese asno que ama tan apasionadamente y que subvenciona tan generosamente todos sus gastos. Ve, y no dejes de decirle que deseas esa piel.

La princesa, encantada de encontrar una nueva manera de eludir un matrimonio que detestaba, y pensando que su padre jams se resignara a sacrificar su asno, fue a verlo y le expuso su deseo de tener la piel de aquel bello animal.

Aunque extraado por este capricho, el rey no vacil en satisfacerlo. El pobre asno fue sacrificado y su piel galantemente llevada a la infanta quien, no viendo ya ningn otro modo de esquivar su desgracia, iba a caer en la desesperacin cuando su madrina acudi.

-Qu haces, hija ma? -dijo, viendo a la princesa arrancndose los cabellos y golpendose sus hermosas mejillas-. Este es el momento ms hermoso de tu vida. Cbrete con esta piel, sal del palacio y parte hasta donde la tierra pueda llevarte: cuando se sa Andando y andando, entr a una hermosa ciudad, a cuyas puertas haba una granja; la granjera necesitaba una sirvienta para lavar la ropa de cocina, y limpiar los pavos y las pocilgas de los puercos. Esta mujer, viendo a aquella viajera tan sucia; le propuso entrar a servir a su casa, lo que la infanta acept con gusto, tan cansada estaba de todo lo que haba caminado.

La pusieron en un rincn apartado de la cocina donde, durante los primeros das, fue el blanco de las groseras bromas de la servidumbre, as era la repugnancia que inspiraba su piel de asno.

Al fin se acostumbraron; adems, ella pona tanto empeo en cumplir con sus tareas que la granjera la tom bajo su proteccin. Estaba encargada de los corderos, los meta al redil cuando era preciso: llevaba a los pavos a pacer, todo con una habilidad como si nunca hubiese hecho otra cosa. As pues, todo fructificaba bajo sus bellas manos. Un da estaba sentada junto a una fuente de agua clara, donde deploraba a menudo su triste condicin. Se le ocurri mirarse: la horrible piel de asno que constitua su peinado y su ropaje, la espant. Avergonzada de su apariencia, se refreg hasta que se sac toda la mugre de la cara y de las manos, las que quedaron ms blancas que el marfil, y su hermosa tez recuper su frescura natural.

La alegra de verse tan bella le provoc el deseo de baarse, lo que hizo; pero tuvo que volver a ponerse la indigna piel para volver a la granja. Felizmente, el da siguiente era de fiesta; as pues, tuvo tiempo para sacar su cofre, arreglar su apariencia, empolvar sus hermosos cabellos y ponerse su precioso traje color del tiempo. Su cuarto era tan pequeo que no se poda extender la cola de aquel magnfico vestido. La linda princesa se miraba y se admiraba a s misma con razn, de modo que, para no aburrirse, decidi ponerse por turno todas sus hermosas tenidas los das de fiesta y los domingos, lo que haca puntualmente. Con un arte admirable, adornaba sus cabellos mezclando flores y diamantes; a menudo suspiraba pensando que los nicos testigos de su belleza eran sus corderos y sus pavos que la amaban igual con su horrible piel de asno, que haba dado origen al apodo con que la nombraban en la granja.

Un da de fiesta en que Piel de Asno se haba puesto su vestido color del sol, el hijo del rey, a quien perteneca esta granja, hizo all un alto para descansar al volver de caza. El prncipe era joven, hermoso y apuesto; era el amor de su padre y de la reina su madre, y su pueblo lo adoraba. Ofrecieron a este prncipe una colacin campestre, que l acept; luego se puso a recorrer los gallineros y todos los rincones. Yendo as de un lugar a otro entr por un callejn sombro al fondo del cual vio una puerta cerrada. Llevado por la curiosidad, puso el ojo en la cerradura. pero qu le pas al divisar a una princesa tan bella y ricamente vestida, que por su aspecto noble y modesto, l tom por una diosa? El mpetu del sentimiento que lo embarg en ese momento lo habra llevado a forzar la puerta, a no mediar el respeto que le inspirara esta persona maravillosa. Tuvo que hacer un esfuerzo para regresar por ese callejn oscuro y sombro, pero lo hizo para averiguar quin viva en ese pequeo cuartito. Le dijeron que era una sirvienta que se llamaba Piel de Asno a causa de la piel con que se vesta; y que era tan mugrienta y sucia que nadie la miraba ni le hablaba, y que la haban tomado por lstima para que cuidara los corderos y los pavos.

El prncipe, no satisfecho con estas referencias, se dio cuenta de que estas gentes rudas no saban nada ms y que era intil hacerles ms preguntas. Volvi al palacio del rey su padre, indeciblemente enamorado, teniendo constantemente ante sus ojos la imagen de esta diosa que haba visto por el ojo de la cerradura. Se lament de no haber golpeado a la puerta, y decidi que no dejara de hacerlo la prxima vez. Pero la agitacin de su sangre, causada por el ardor de su amor, le provoc esa misma noche una fiebre tan terrible que pronto decay hasta el ms grave extremo. La reina su madre, que tena este nico hijo, se desesperaba al ver que todos los remedios eran intiles. En vano prometa las ms suntuosas recompensas a los mdicos; stos empleaban todas sus artes, pero nada mejoraba al prncipe. Finalmente, adivinaron que un sufrimiento mortal era la causa de todo este dao; se lo dijeron a la reina quien, llena de ternura por su hijo, fue a suplicarle que contara la causa de su mal; y aunque se tratara de que le cedieran la corona, el rey su padre bajara de su trono sin pena para hacerlo subir a l; que si deseaba a alguna princesa, aunque se estuviera en guerra con el rey su padre y hubiese justos motivos de agravio, sacrificaran todo para darle lo que deseaba; pero le suplicaba que no se dejara morir, puesto que de su vida dependa la de sus padres. La reina termin este conmovedor discurso no sin antes derramar un torrente de lgrimas sobre el rostro de su hijo. -Seora -le dijo por fin el prncipe, con una voz muy dbil- no soy tan desnaturalizado como para desear la corona de mi padre; quiera el cielo que l viva largos aos y me acepte durante mucho tiempo como el ms respetuoso y fiel de sus sbditos! En cua Corrieron a la granja y llamaron a Piel de Asno para ordenarle que hiciera con el mayor esmero una torta para el prncipe.

Algunos autores sostienen que Piel de Asno, cuando el prncipe haba puesto sus ojos en la cerradura, con los suyos lo haba visto; y que en seguida, mirando por su ventanuco, haba mirado a aquel prncipe tan joven, tan hermoso y bien plantado que no haba podido olvidar su imagen y que a menudo ese recuerdo le arrancaba suspiros. Como sea, si Piel de Asno lo vio o haba odo decir de l muchos elogios, encantada de hallar una forma para darse a conocer, se encerr en su cuartucho, se sac su fea piel, se lav manos y rostro, pein sus rubios cabellos, se puso un corselete de plata brillante, una falda igual, y se puso a hacer la torta tan apetecida: us la ms pura harina, huevos y mantequilla fresca. Mientras trabajaba, ya fuera adrede o de otra manera, un anillo que llevaba en el dedo cay dentro de la masa y se mezcl a ella. Cuando la torta estuvo cocida, se coloc su horrible piel y fue a entregar la torta al oficial, a quien le pregunt por el prncipe; pero este hombre, sin dignarse contestar, corri donde el prncipe a llevarle la torta.

El prncipe la arrebat de manos de aquel hombre y se la comi con tal avidez que los mdicos presentes no dejaron de pensar que este furor no era buen signo. En efecto, el prncipe casi se ahog con el anillo que encontr en uno de los pedazos, pero se lo sac diestramente de la boca; y el ardor con que devoraba la torta se calm, al examinar esta fina esmeralda montada en un junquillo de oro cuyo crculo era tan estrecho que, pens l, slo poda caber en el ms hermoso dedito del mundo. Bes mil veces el anillo, lo puso bajo sus almohadas, y lo sacaba cada vez que senta que nadie lo observaba. Se atormentaba imaginando cmo hacer venir a aqulla a quien este anillo le calzara; no se atreva a creer, si llamaba a Piel de Asno que haba hecho la torta, que le permitieran hacerla venir; no se atreva tampoco a contar lo que haba visto por el ojo de la cerradura temiendo ser objeto de burla y tomado por un visionario; acosado por todos estos pensamientos simultneos, la fiebre volvi a aparecer con fuerza. Los mdicos, no sabiendo ya qu hacer, declararon a la reina que el prncipe estaba enfermo de amor. La reina acudi donde su hijo acompaada del rey que se desesperaba. -Hijo mo, hijo querido -exclam el monarca afligido- nmbranos a la que quieres. Juramos que te la daremos, aunque fuese la ms vil de las esclavas. Abrazndolo, la reina le reiter la promesa del rey. El prncipe, enternecido por las lgrimas y caricias de los autores de sus das, les dijo: -Padre y madre mos, no me propongo hacer una alianza que les disguste. Y en prueba de esta verdad -aadi, sacando la esmeralda que esconda bajo la cabecera- me casar con aquella a quien le venga este anillo; y no parece que la que tenga este precioso La princesa, que haba escuchado los tambores y los gritos de los heraldos, se imagin muy bien que su anillo era lo que provocaba este alboroto. Ella amaba al prncipe y como el verdadero amor es timorato y carece de vanidad, continuamente la asaltaba el temor de que alguna dama tuviese el dedo tan menudo como el suyo. Sinti, pues, una gran alegra cuando vinieron a buscarla y golpearon a su puerta.

Desde que supo que buscaban un dedo adecuado a su anillo, no se sabe qu esperanza la haba llevado a peinarse cuidadosamente y a ponerse su hermoso corselete de plata con la falda llena de adornos de encaje de plata, salpicados de esmeraldas. Tan pronto como oy que golpeaban a su puerta y que la llamaban para presentarse ante el prncipe, se cubri rpidamente con su piel de asno, abri su puerta y aquellas gentes, burlndose de ella, le dijeron que el rey la llamaba para casarla con su hijo. Luego, en medio de estruendosas risotadas, la condujeron donde el prncipe quien, sorprendido l mismo por el extrao atavo de la joven, no se atrevi a creer que era la misma que haba visto tan elegante y bella. Triste y confundido por haberse equivocado, le dijo: -Eres t la que habita al fondo de ese callejn oscuro, en el tercer gallinero de la granja? -S, su seora -respondi ella. -Mustrame tu mano -dijo l temblando y dando un hondo suspiro. Seores! quin qued asombrado? Fueron el rey y la reina, as como todos los chambelanes y los grandes de la corte, cuando de adentro de esa piel negra y sucia, se alz una mano delicada, blanca y sonrosada, y el anillo entr sin esfuerzo en el dedito ms lindo del mundo; y, mediante un leve movimiento que hizo caer la piel, la infanta apareci de una belleza tan deslumbrante que el prncipe, aunque todava estaba dbil, se puso a sus pies y le estrech las rodillas con un ardor que a ella la hizo enrojecer. Pero casi no se dieron cuenta pues el rey y la reina fueron a abrazar a la princesa, pidindole si quera casarse con su hijo.

La princesa, confundida con tantas caricias y ante el amor que le demostraba el joven prncipe, iba, sin embargo, a darles las gracias, cuando el techo del saln se abri, y el hada de las Lilas, bajando en un carro hecho de ramas y de las flores de su nombre, cont, con infinita gracia, la historia de la infanta. El rey y la reina, encantados al saber que Piel de Asno era una gran princesa, redoblaron sus muestras de afecto; pero el prncipe fue ms sensible ante la virtud de la princesa, y su amor creci al saberlo. La impaciencia del prncipe por casarse con la princesa fue tanta, que a duras penas dio tiempo para los preparativos apropiados a este augusto matrimonio. El rey y la reina, que estaban locos con su nuera, le hacan mil carios y siempre la tenan abrazada. Ella haba declarado que no poda casarse con el prncipe sin el consentimiento del rey su padre. De modo que fue el primero a quien le enviaran una invitacin, sin decirle quin era la novia; el hada de las Lilas, que supervigilaba todo, como era natural, lo haba exigido a causa de las consecuencias. Vinieron reyes de todos los pases; unos en silla de manos, otros en calesa, unos ms distantes montados sobre elefantes, sobre tigres, sobre guilas: pero el ms imponente y magnfico de los ilustres personajes fue el padre de la princesa quien, felizmente, haba olvidado su amor descarriado y contrado nupcias con una viuda muy hermosa que no le haba dado hijos. La princesa corri a su encuentro; l la reconoci en el acto y la abraz con una gran ternura, antes de que ella tuviera tiempo de echarse a sus pies. El rey y la reina le presentaron a su hijo, a quien colm de amistad. Las bodas se celebraron con toda pompa imaginable. Los jvenes esposos, poco sensibles a estas magnificencias, slo tenan ojos para ellos mismos. El rey, padre del prncipe, hizo coronar a su hijo ese mismo da y, besndole la mano, lo puso en el trono, pese a la resistencia de aquel hijo bien nacido; pero haba que obedecer. Las fiestas de esta ilustre boda duraron cerca de tres meses y el amor de los dos esposos todava durara si los dos no hubieran muerto cien aos despus.

MORALEJA

El cuento de Piel de Asno parece exagerado; pero mientras existan en el mundo criaturas y haya madres y abuelas que narren aventuras, estar su recuerdo conservado

Las Hadas

rase una vez un leador y una leadora que tenan siete hijos, todos ellos varones. El mayor tena diez aos y el menor, slo siete. Puede ser sorprendente que el leador haya tenido tantos hijos en tan poco tiempo; pero es que a su esposa le cunda la tarea pues los haca de dos en dos. Eran muy pobres y sus siete hijos eran una pesada carga ya que ninguno poda an ganarse la vida. Sufran adems porque el menor era muy delicado y no hablaba palabra alguna, interpretando como estupidez lo que era un rasgo de la bondad de su alma. Era muy pequeito y cuando lleg al mundo no era ms gordo que el pulgar, por lo cual lo llamaron Pulgarcito. Este pobre nio era en la casa el que pagaba los platos rotos y siempre le echaban la culpa de todo. Sin embargo, era el ms fino y el ms agudo de sus hermanos y, si hablaba poco, en cambio escuchaba mucho. Sobrevino un ao muy difcil, y fue tanta la hambruna, que esta pobre pareja resolvi deshacerse de sus hijos. Una noche, estando los nios acostados, el leador, sentado con su mujer junto al fuego le dijo: T ves que ya no podemos alimentar a nuestros hijos; ya no me resigno a verlos morirse de hambre ante mis ojos, y estoy resuelto a dejarlos perderse maana en el bosque, lo que ser bastante fcil pues mientras estn entretenidos haciendo atados de astillas, slo tendremos que huir sin que nos vean. Ay! exclam la leadora, seras capaz de dejar tu mismo perderse a tus hijos? Por mucho que su marido le hiciera ver su gran pobreza, ella no poda permitirlo; era pobre, pero era su madre. Sin embargo, al pensar en el dolor que sera para ella verlos morirse de hambre, consisti y fue a acostarse llorando. Pulgarcito oy todo lo que dijeron pues, habiendo escuchado desde su cama que hablaban de asuntos serios, se haba levantado muy despacio y se desliz debajo del taburete de su padre para orlos sin ser visto

Volvi a la cama y no durmi ms, pensando en lo que tena que hacer. Se levant de madrugada y fue hasta la orilla de un riachuelo donde se llen los bolsillos con guijarros blancos, y en seguida regres a casa. Partieron todos, y Pulgarcito no dijo nada a sus hermanos de lo que saba. Fueron a un bosque muy tupido donde, a diez pasos de distancia, no se vean unos a otros. El leador se puso a cortar lea y sus nios a recoger astillas para hacer atados. El padre y la madre, vindolos preocupados de su trabajo, se alejaron de ellos sin hacerse notar y luego echaron a correr por un pequeo sendero desviado. Cuando los nios se vieron solos, se pusieron a bramar y a llorar a mares. Pulgarcito los dejaba gritar, sabiendo muy bien por dnde volveran a casa; pues al caminar haba dejado caer a lo largo del camino los guijarros blancos que llevaba en los bolsillos. Entonces les dijo: No teman, hermanos; mi padre y mi madre nos dejaron aqu, pero yo los llevar de vuelta a casa, no tienen ms que seguirme. Lo siguieron y l los condujo a su morada por el mismo camino que haban hecho hacia el bosque. Al principio no se atrevieron a entrar, pero se pusieron todos junto a la puerta para escuchar lo que hablaban su padre y su madre. En el momento en que el leador y la leadora llegaron a su casa, el seor de la aldea les envi diez escudos que les estaba debiendo desde haca tiempo y cuyo reembolso ellos ya no esperaban. Esto les devolvi la vida ya que los infelices se moran de hambre. El leador mand en el acto a su mujer a la carnicera. Como haca tiempo que no coman, compr tres veces ms carne de la que se necesitaba para la cena de dos personas. Cuando estuvieron saciados, la leadora dijo: Ay! qu ser de nuestros pobres hijos? Buena comida tendran con lo que nos queda.

Pero tambin, Guillermo, fuiste t el que quisiste perderlos. Bien deca yo que nos arrepentiramos. Qu estarn haciendo en ese bosque? Ay!: Dios mo, quizs los lobos ya se los han comido! Eres harto inhumano de haber perdido as a tus hijos. El leador se impacient al fin, pues ella repiti ms de veinte veces que se arrepentiran y que ella bien lo haba dicho. l la amenaz con pegarle si no se callaba. No era que el leador no estuviese hasta ms afligido que su mujer, sino que ella le machacaba la cabeza, y senta lo mismo que muchos como l que gustan de las mujeres que dicen bien, pero que consideran inoportunas a las que siempre bien lo decan. La leadora estaba deshecha en lgrimas. Ay! dnde estn ahora mis hijos, mis pobres hijos? Una vez lo dijo tan fuerte que los nios, agolpados a la puerta, la oyeron y se pusieron a gritar todos juntos: Aqu estamos, aqu estamos! Ella corri de prisa a abrirles la puerta y les dijo abrazndolos: Qu contenta estoy de volver a verlos, mis queridos nios! Estn bien cansados y tienen hambre; y t, Pierrot, mira cmo ests de embarrado, ven para limpiarte. Este Pierrot era su hijo mayor al que amaba ms que a todos los dems, porque era un poco pelirrojo, y ella era un poco colorina. Se sentaron a la mesa y comieron con un apetito que deleit al padre y la madre; contaban el susto que haban tenido en el bosque y hablaban todos casi al mismo tiempo. Estas buenas gentes estaban felices de ver nuevamente a sus hijos junto a ellos, y esta alegra dur tanto como duraron los diez escudos. Cuando se gast todo el dinero, recayeron en su preocupacin anterior y nuevamente decidieron perderlos; pero para no fracasar, los llevaran mucho ms lejos que la primera vez.

No pudieron hablar de esto tan en secreto como para no ser odos por Pulgarcito, quien decidi arreglrselas igual que en la ocasin anterior; pero aunque se levant de madrugada para ir a recoger los guijarros, no pudo hacerlo pues encontr la puerta cerrada con doble llave. No saba que hacer; cuando la leadora, les dio a cada uno un pedazo de pan como desayuno; pens entonces que podra usar su pan en vez de los guijarros, dejndolo caer a migajas a lo largo del camino que recorreran; lo guardo, pues, en el bolsillo. El padre y la madre los llevaron al lugar ms oscuro y tupido del bosque y junto con llegar, tomaron por un sendero apartado y dejaron a los nios. Pulgarcito no se afligi mucho porque crea que podra encontrar fcilmente el camino por medio de su pan que haba diseminado por todas partes donde haba pasado; pero qued muy sorprendido cuando no pudo encontrar ni una sola miga; haban venido los pjaros y se lo haban comido todo. Helos ah, entonces, de lo ms afligidos, pues mientras ms caminaban ms se extraviaban y se hundan en el bosque. Vino la noche, y empez a soplar un fuerte viento que les produca un susto terrible. Por todos lados crean or los aullidos de lobos que se acercaban a ellos para comrselos. Casi no se atrevan a hablar ni a darse vuelta. Empez a caer una lluvia tupida que los cal hasta los huesos; resbalaban a cada paso y caan en el barro de donde se levantaban cubiertos de lodo, sin saber qu hacer con sus manos. Pulgarcito se trep a la cima de un rbol para ver si descubra algo; girando la cabeza de un lado a otro, divis una lucecita como de un candil, pero que estaba lejos ms all del bosque. Baj del rbol; y cuando lleg al suelo, ya no vio nada ms; esto lo desesper

Sin embargo, despus de caminar un rato con sus hermanos hacia donde haba visto la luz, volvi a divisarla al salir del bosque. Llegaron a la casa donde est