El clima en el Bajío al S. XVIII

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Revisión bibliográfica del clima en el Bajío al siglo XVIII

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    Fragilidad de un espacio productivo: cambio climticoe inundaciones en el Bajo,siglo XVIII

    Isabel Fernndez Tejedo

    Geography Department, University of Nottingham, U.K.Correo electrnico: [email protected]

    7=,17=815HYLVWDGH(VWXGLRV+LVWyULFRV1~PHQHURMXQLRGH,661;

    R e s u m e n

    El uso de fuentes de carcter histrico para la reconstruccin de la historia del clima es hoy un mtodo y una rea de estudio plenamen-te reconocidos por la historiografa moderna. La abundante infor-PDFLyQHQDUFKLYRVVREUHLQXQGDFLRQHVFDWDVWUyFDVHQODUHJLyQGHOBajo, adems de brindar datos empricos sobre periodos de lluvias DEXQGDQWHV\RWRUUHQFLDOHVDUURMDLJXDOPHQWHLQIRUPDFLyQVREUHHOuso y abuso de ciertas tcnicas agrcolas de carcter hidrulico, par-ticularmente la de riego por encharcamiento, que en presencia de in-tensas lluvias como detonantes provocaron grandes avenidas de agua con su colofn de muertos y daos materiales. El rpido crecimiento GHPRJUiFRGHODVFLXGDGHVGH&HOD\D6LODR,UDSXDWR\/HyQHQHOVXVIII como fenmeno concomitante al desarrollo minero, gener una de-manda importante de productos agrcolas y manufactureros que trajo como consecuencia la expansin de sector productivo y una creciente LQWHQVLFDFLyQGHIRUPDVGHSURGXFFLyQ/DPXOWLSOLFDFLyQGHREUDVhidrulicas, tanto las de carcter simple como de compleja ingeniera, con sus necesarios sistemas de presas, bordos, acequias, desviacin de corrientes y encharcamientos prolongados, tuvieron a la larga, una repercusin negativa sobre los ecosistemas de la regin provocando inundaciones repetidas que arrasaron viviendas e infraestructura ur-bana y rural, dejando a la poblacin desprotegida durante semanas, meses y, en ocasiones, aos.

    Palabras clave: Cambio climtico, inundaciones, agricultura, tecnologa hidrulica.

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    La fragilit dun espace productif: le changement climatique et les inondations au Bajo, XVIIIe sicle

    R s u m

    Lemploie de sources de caractre historique pour la construction de lhistoire du cli-mat est prsent une mthode et un champ dtude bien reconnu par lhistoriogra-phie moderne. Linformation nombreuse garde dans les archives sur les inondations catastrophiques de la rgion du Bajo fait connatre des donnes empiriques dans les saisons de pluie abondante et torrentielle. Elle rend compte des renseignements sur OXVDJHGHWHFKQLTXHVDJULFROHVK\GUDXOLTXHVQRWDPPHQWFHOOHGLUULJDWLRQSDUDTXHVdeau. Cette technique a provoqu des inondations cause des pluies torrentielles et par consquence de morts et de dgts. Lagrandissement dmographique des villes comme Celaya, Silao, Irapuato et Len au XVIIIe sicle a pouss la ncessit de produits agricoles et manufacturs. Le rsultat a t le dveloppement du secteur productif et le renfor-cement des formes de production. Lvolution de lingnierie hydraulique a construit des barrages, des canaux, des batardeaux et des changements de courants deaux. Ce systme hydraulique a chang lcosystme de la rgion en provoquant les inondations dj mentionns lesquelles ont dtruit les maisons et linfrastructure urbaine et rurale. Le peuple du Bajo a souffert ce bouleversement pendant longtemps.

    Mots cls: Changement climatique, inondations, agriculture, technologie hydraulique.

    Fragility of a productive space, climate changeand flooding in the Bajio, eighteenth century

    A b s t r a c t

    The use of historical sources for the reconstruction of climate history is now a method and a study area fully recognized by modern historiography. The vast LQIRUPDWLRQLQOHVRQFDWDVWURSKLFRRGVLQWKH%DMLRUHJLRQLQDGGLWLRQWRSURYLG-ing empirical data on periods of heavy rainfall, yields also information on the use DQGDEXVHRI FHUWDLQK\GUDXOLFQDWXUH IDUPLQJ WHFKQLTXHVSDUWLFXODUO\RRGLQJLUULJDWLRQWKDWLQWKHSUHVHQFHRIKHDY\UDLQVFDXVHGPDMRURRGVFDXVHGJUHDWHUsteams of water with the consequent material damage and the unfortunate death of people. Rapid population growth in the cities of Celaya, Silao, Irapuato and Leon in the eighteenth century, as a concomitant to mining development, gener-DWHG D VLJQLFDQW GHPDQG IRU DJULFXOWXUDO SURGXFWV DQGPDQXIDFWXUHUV WKDW UH-VXOWHGLQWKHH[SDQVLRQRIWKHSURGXFWLYHVHFWRUDQGDQLQFUHDVLQJLQWHQVLFDWLRQof production methods. The multiplication of hydraulic works, both the simple character as complex hydraulic engineering, with its necessary systems of dams, dikes, ditches, streams and puddles deviation of time, eventually had a negative LPSDFWRQWKHHFRV\VWHPVRIWKHUHJLRQFDXVLQJUHSHDWHGRRGLQJWKDWGHVWUR\HGhomes and urban and rural infrastructure, leaving the population unprotected for weeks, months and sometimes years.

    Keywords:&OLPDWHFKDQJHRRGVDJULFXOWXUHZDWHUWHFKQRORJ\

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    La investigacin de temas relacionados con el clima a partir de fuentes de carcter histrico cuenta desde hace dcadas con trabajos de renombre internacional, cuya novedosa y refrescan-te aportacin ha servido para renovar la visin de las sociedades agrarias.1 En Mxico, el estudio pionero de Enrique Florescano sobre las sequas, relacion brillantemente datos seriales sobre la produccin de granos y de los precios aplicados a ellos, para de-terminar periodos de escasez de lluvias en el centro de Mxico durante el siglo XVIII.2 La correspondencia que mantuvieron regu-larmente los administradores de las haciendas Molino de Flores, Atengo y Tulancacalco con sus dueos, permiti a Susan Swan re-construir la severidad de las condiciones climticas en el centro de 0p[LFRGXUDQWHHOSHULRGR\SURSRQHUXQDFRUUHODFLyQentre el Little Ice Age (circa HVWXGLDGRHQ(XURSDFRQlas adversas condiciones climticas que se presentaron en Mxico, DOPHQRVKDFLDHOQDOGHHVHSHULRGR3 Sarah Metcalfe por su par-te, reconstruy el panorama climtico de Mxico de los ltimos

    1 Emmanuel Le Roy Ladurie, Historie du Climat depuis lan Mil, Paris, Flammarion, 1983; Charles Ballard, Drought and economic distress in South Africa in the 1800s, en Journal of Interdisciplinary History, 2 , Vol. XVIII, 1986, pp. 359-378; M. Jean Grove, Tax records from west Norway as an Index of the Little Ice Age, en Climatic Change, 5, 1983, pp. 265-282.2 Enrique Florescano, Precios del maz y crisis agrcolas en Mxico 1708-1810, Mxico, Cole-gio de Mxico, 1969; Ver tambin: La sequa, una historia olvidada, en Nexos, Mxico, agosto 1980, pp. 9-18. En 1995 se reedit este texto con un trabajo de la doctora Susan 6ZDQHQGRQGHVHLQFOX\HQORVIHQyPHQRVRFHDQRJUiFRVGHO1LxR\OD1LxD\VXVUH-percusiones en el clima mundial, abriendo nuevas perspectivas de reevaluacin de las sequas, en Enrique Florescano et al., Anlisis histrico de las sequas en Mxico, Mxico, Universidad Veracruzana, 1995.3 Susan L. Swan, Mexico in the Little Ice-Age, en Journal of Interdisciplinary History,Vol. XI1RSS

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    doscientos aos a partir de fuentes secundarias. Son ya muy nu-merosas en el presente las investigaciones interesadas en utilizar la rica y abundante informacin dispersa en los archivos naciona-les y municipales para evaluar la historia del medio ambiente y del clima para entender sus repercusiones en la agricultura, en la propiedad de la tierra, en los sistemas de manejo y aprovisiona-miento de agua, as como profundizar en las respuestas sociales y polticas causadas por dichos cambios climticos extremos.5

    La compleja y constante interaccin entre medio natural y organizacin social, y la adaptacin de sta a las condiciones del PHGLR DPELHQWH DGTXLHUHQXQDGLPHQVLyQ XQD VLJQLFDFLyQ \una intensidad diferentes segn afecte a sociedades antiguas, pre capitalistas o industriales. Se supone que los efectos de las varia-ciones extremas del clima en las sociedades agrarias pre capitalis-tas estn determinados, tanto por el nivel de desarrollo tecnolgi-co, econmico y poltico de dicha sociedad, como por la severidaddel cambio meteorolgico en s.6

    Sarah E. Metcalfe, Historical data and climatic change in Mexico -a review, en TheGeographical Journal, 153, 1987, pp. 211-222.5 Sarah OHara y Sarah Metcalfe, Reconstructing the climate of Mexico from historical records, en The HoloceneSS*HRUJLQD(QGHOG\6DUDK2+DUD&RQLFWVRYHUZDWHULQWKH/LWWOH'URXJKW$JHLQFHQWUDO0p[LFRHQEnvironment and History, 3, 1997, pp. 255-272; Eleonor Melville, Plaga de ovejas: Consecuencias ambientales de la conquista de Mxico0p[LFR)RQGRGH&XOWXUD(FRQyPLFD*HRUJLQD(QGHOGIsabel Fernndez Tejedo y Sarah OHara, Drought and disputes, deluge and death: climatic variability and human response in Colonial Oaxaca, en Journal of Historical GeographySS'LDQD/LYHUPDQ'URXJKWLPSDFWVLQ0H[LFRFOLPDWHagriculture, technology, and land tenure in Sonora and Puebla, en Annals of the As-sociation of American Geographers SS9LUJLQLD*DUFtD$FRVWD /DVsequas histricas de Mxico, en La Red, Nm. 1, 1993, pp. 2-18; Alain Musset, El agua en el Valle de Mxico, s. XVI-XVIII, Mxico, Centro de Estudios Mexicanos y de Centro Amrica, 1992; Jos Ortiz Monasterio, Isabel Fernndez Tejedo et al., Tierra profanada, historia ambiental de Mxico, Mxico, Instituto Nacional de Antropologa e Historia, 1996; $OHMDQGUR7RUWROHURFRRUGLQDGRUTierra, agua y bosques: historia y medio ambiente en el Mxico central, Mxico, Centro de Estudios Mexicanos y de Centro Amrica-Instituto Mora-Universidad de Guadalajara, 1996.6 Diana Liverman, Drought impacts in Mexico: climate, agriculture, technology, and

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    En tales contextos, la presencia de cambios climticos extre-mos es considerada ms el detonador de desequilibrios sociales y econmicos que como la causa directa.7 Las frecuentes y severas sequas que amenazaron la seguridad alimenticia de los poblado-res de ciertas regiones de la Nueva Espaa, tuvieron mayor im-pacto entre la poblacin de indios labradores y campesinos po-EUHVUDQFKHURVDSDUFHURV\PHGLHURVFRQUHGXFLGRVHVSDFLRVGHexplotacin agrcola y tecnologa rudimentaria, que entre los pro-pietarios de las grandes haciendas de economa mixta, dotadas, en algunas ocasiones, de sistemas complejos de irrigacin.8

    De la misma manera la poblacin trabajadora incorporada a los sectores minero y manufacturero, as como los trabajadores eventuales sin medios propios de produccin, resintieron de forma GLIHUHQWHORVSHULRGRVGHFDUHVWtDUHHMDGRVHQHODXPHQWRGHORVprecios o la escasez de productos. Si la desigualdad econmica y social agudiz los efectos de las crisis agrcolas, las decisiones po-lticas de favorecer en el abasto a los centros mineros y urbanos, y satisfacer prioritariamente las necesidades de los administradores del dominio colonial, ampliaron las consecuencias adversas de ca-resta, hambre y penuria generalizada de los pobladores del cam-po.9 Tambin afectaron de manera distinta los efectos del cambio climtico a los habitantes de la Nueva Espaa en relacin con la XELFDFLyQJHRJUiFD$VtORVIDFWRUHVOLPLWDQWHVGHOUHQGLPLHQWRde los granos variaron mucho segn las regiones. Las condiciones climticas de adversidad no fueron las mismas ni tuvieron el mis-

    land tenure in Sonora and Puebla, en Annals of the Association of American Geographers,SS7 Virginia Garca Acosta, Op. cit., pp. 2-18. 8 David Brading, Estructura de la produccin agrcola en el Bajo, 1700-1850 en Ha-ciendas, latifundios y plantaciones en Amrica Latina(QULTXH)ORUHVFDQRFRRUGLQDGRUaedicin, Mxico, Siglo XXI, 1978, p.1089 Enrique Florescano, La sequa, una historia olvidada, en Nexos, Mxico, agosto 1980, p. 12.

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    mo impacto en las distintas regiones del altiplano y en las zonas clidas de Mxico,10 por lo tanto la ambivalencia y autonoma de ORVIHQyPHQRVKXPDQRVTXHFRH[LVWHQFRQODVXFWXDFLRQHVVHFX-lares trmicas impiden establecer una relacin casual inmediata entre dichos fenmenos sin antes profundizar en la constelacin de variables humanas y fsicas.

    En cuanto a los fenmenos meteorolgicos en s, es decir las XFWXDFLRQHVWpUPLFDVVHFXODUHVFDEHKDFHUVHDOJXQDVSUHJXQWDVcmo evaluar la intensidad de un fenmeno climtico a partir de descripciones empricas, en donde trminos como llovi mu-cho, aos copiosos, poca siembra, escaso de aguas, son algunos de los adjetivos ms usados para expresar la magnitud e intensidad del fenmeno atmosfrico? Qu criterio adoptar y FXiOHVHOUDQJRGHQRUPDWLYLGDGGHODVXFWXDFLRQHVFOLPiWLFDVen zonas consideradas como muy lluviosas o muy ridas? Una se-qua de varios aos consecutivos aparecera como una constante relativamente frecuente en una regin como Chihuahua, mientras TXHHQHO$OWLSODQR&HQWUDOHVWDUtDFODVLFDGDFRPRXQDFDWiVWURIHligada a escasez de alimentos y hambre. La relatividad del cambio climtico tiene que evaluarse en funcin de la ubicacin geogr-FD\GHODDOWLWXGGHOOXJDUGHHVWXGLR\WHQHUPX\SUHVHQWHHOinters que se persigue cuando se lo describe. Reconociendo que QRVPRYHPRVHQWHUUHQRSRFRUPHHVQHFHVDULRH[DPLQDUORVIH-nmenos climticos, siempre que sea posible, desde una perspec-

    10 Los datos paleo-climticos han permitido determinar diferentes comportamientos en la regiones de Mxico, ver: Sarah E. Metcalfe, Margarita Caballero, et al., Records of Late Pleistocene-Holocene climatic change in Mexico. A review, en Quaternary Science Reviews, 19, 2000, pp. 699-721. En la segunda mitad del siglo XVIII Oaxaca no registr se-quas crnicas equivalentes a las del centro de Mxico, ver: Isabel Fernndez, Georgina (QGHOG\6DUDK2+DUD(VWUDWHJLDVSDUDHOFRQWUROGHODJXDHQ2D[DFDFRORQLDOHQEstudio de Historia Novohispana, Vol. 31, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 0p[LFRSS*HRUJLQD(QGHOG,VDEHO)HUQiQGH]7HMHGR\6DUD2+DUDDrought and disputes, Op citSS

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    tiva multidisciplinaria, apoyndose en los resultados de la den-drocronologa, de la sedimentacin, entre otras. La intensidad de ODVXFWXDFLRQHVVHFXODUHVWpUPLFDVSDUDFDGDXQDGHODVUHJLRQHVGH0p[LFRHVGLVWLQWDHQIXQFLyQGHVXXELFDFLyQJHRJUiFD\GHOcontexto socio-econmico y poltico en el que se ubique el estudio de los datos histricos.

    Los efectos de las variaciones inter-anuales de precipitacin pluvial estacionaria en algunas comunidades agrarias de Mxico cuentan ya con algunos estudios de caso.11 En efecto, las variacio-nes tanto en la intensidad como en la incidencia de las lluvias del verano y la presencia ocasional de cambios climticos extremos sequas, lluvias torrenciales y heladas, que amenazan principal-mente las siembras, han sido evaluados como los responsables de ODVXFWXDFLRQHVGHOFOLPDGH0p[LFRDORODUJRGHORV~OWLPRVaos.12

    Las llamadas crisis agrcolas del periodo colonial fueron un fenmeno recurrente sobre el cual se han hecho algunos trabajos puntuales, resaltando principalmente el fenmeno de las sequas y sus repercusiones sociales, polticas y econmicas.13 La recurren-cia de lluvias torrenciales y los efectos dramticos de las inun-daciones han sido, sin embargo, menos trabajados. La falta de inters puede relacionarse con la escasa informacin que suelen aportar las fuentes documentales, dado el carcter errtico de las lluvias, principalmente las relacionadas con los ciclones tropi-

    11*HRUJLQD(QGHOG\6DUD2+DUD&RQLFWVRYHUZDWHUOp. cit., pp. 255-272.12 Sarah OHara y Sarah Metcalfe, Reconstructing the climate of Mexico from historical records, en The HoloceneS13 Enrique Florescano, La sequa, una historia olvidada, Op. cit., pp. 9-18; Charles Gib-son, Los aztecas bajo el dominio espaol (1519-1810), Mxico, Siglo XXISS*HRUJLQD(QGHOG,VDEHO)HUQiQGH]7HMHGR\6DUDK2+DUD&RQLFWDQGFRRSHUD-WLRQZDWHURRGVDQGVRFLDOUHVSRQVHLQFRORQLDO*XDQDMXDWR0H[LFRHQEnvironmen-tal History9RO 1R SS KWWSZZZKLVWRU\FRRSHUDWLYHRUJMRXU-QDOVHKHQGHOGKWPO

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    cales, pero tambin pudiera deberse a la correspondencia que se establece en Mxico entre incidencia de lluvias y periodo vegeta-tivo.15 Deberamos por ello renunciar a estudiarlo? El estudio de las variaciones climticas en la regin del Bajo revel la presencia de innumerables inundaciones y catstrofes asociadas a la presen-cia de fuertes lluvias.

    La fragilidad de dicho espacio productivo, sin embargo, DSDUHFHPiV FRPRFRQVHFXHQFLDGH ODSUHVLyQGHPRJUiFD\HOdesarrollo tecnolgico aplicado a la agricultura que como una fa-WDOLGDGFOLPDWROyJLFD(OYLJRURVRFUHFLPLHQWRGHPRJUiFRFRPRconsecuencia del desarrollo agrcola y minero trajo consigo una fuerte competencia por las fuentes de agua. La pugna por acapa-rar el lquido se tradujo en el aumento de la construccin de obras hidrulicas de carcter diverso, que acarre a la larga alteraciones importantes en la morfologa y estabilidad de los suelos, provo-FDQGR LQXQGDFLRQHV FDWDVWUyFDV UHFXUUHQWHV FXDQGR ODV OOXYLDVfueron abundantes.

    (OPHGLRJHRJUiFRLa regin del Bajo se ubica al norte de la meseta central de Mxico. Est formada por una sucesin de valles que se prolongan por casi 200 km, desde el Eje Neo-volcnico, en el Este, hasta los Altos de Jalisco, en el Oeste. Al Norte se limita con las faldas de la Sie-rra Madre Occidental y la Sierra Gorda Oriental, y al Sur con las primeras lomas de la planicie del gran ro Lerma. El rea presenta una serie de cuencas interconectadas con ligeras variaciones de altitud que oscilan entre mil 700 a dos mil metros. Los amplios va-

    15 La estacin lluviosa en Mxico ocurre como consecuencia de dos fenmenos: la domi-nancia de los vientos alisios del este que al chocar con las montaas producen lluvia de FDUiFWHURURJUiFRFRQYHFWLYR\ORVFLFORQHVWURSLFDOHVTXHVRQSHUWXUEDFLRQHVHUUiWLFDVen su aparicin y trayectoria.

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    lles cuentan con ricos suelos de origen lacustre16 de por lo menos 300 metros de espesos sedimentos, lodo aluvial y cenizas volcni-cas.17

    La extensa cuenca debe su fertilidad, tambin, a la presencia GHOUtR/HUPD*UDQGH\DORVSRFRVUtRVTXHFUX]DQODVOODQXUDVpara desaguar en l. El otrora caudaloso Lerma atravesaba medio WHUULWRULREHQHFLDQGRFRQVXVDJXDVDODVSREODFLRQHVDVHQWDGDVHQsus mrgenes, las cuales supieron encauzarlo para irrigar los ricos suelos de aluvin. El ro Lerma se describe en el siglo XVII como:

    ...navegable con barco y en partes con nao, pero impdelo los muchos saltos que hace u las grandes peas eminentes que a trechos tiene. Hace entre otros famosos saltos, cuatro leguas de esta ciudad [Guadalajara], uno de cuarenta estados de altura, al parecer, todo de pea viva tajada, tiene de anchor un gran tiro de ballesta, desculgase por esta anchura todo el ro...18

    $XQTXHHO%DMtRSUHVHQWDUDVJRVWRSRJUiFRVHKLGURJUiFRVmuy similares, se pueden diferenciar tres regiones o sub-zonas. El Bajo oriental comprende el territorio que recorren los ros Laja y 4XHUpWDURKDVWDVXFRQXHQFLDFRQHO/HUPDHQHVWD]RQDTXHGDQcomprendidas las poblaciones de Quertaro, San Miguel Allende,

    16 Cfr. La seccin del ro Lerma es de la era Terciaria y estuvo constituida por una suce-sin de grandes lagos situados a una altitud decreciente de Este a Oeste. La deposicin subsecuente de sedimentos volcnicos en los lagos, aunada a la captura repetida del dre-naje de los ros y a la desecacin de los lagos por incremento de la aridez, elev el nivel de la cuenca dando lugar a una extensa planicie con ricos suelos de origen lacustre, en Jorge L. Tamayo, The hydrology of Middle America, en Handbook of Middle American Indians9RO1DWXUDO(QYLURQPHQWDQGHDUO\FXOWXUHV5REHUW:DXFKRSHG$XVWLQ7XODQH8QLYHUVLW\DQG8QLYHUVLW\RI7H[DV3UHVVS175REHUW:HVW6XUIDFHFRQJXUDWLRQDQGDVVRFLDWHGJHRORJ\RI0LGGOH$PHULFDHQHandbook of Middle American Indians, Vol. 1, Op. cit.SS18 Alonso de la Mota y Escobar, 'HVFULSFLyQJHRJUiFDGH ORV UHLQRVGH OD1XHYD*DOLFLDNueva Vizcaya y Nuevo Len -RDTXtQ5DPtUH]&DEDxDV,QWURGXFFLyQHG0p[LFR3HGUR5REUHGRSS

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    Celaya y Apaseo, principalmente. En un documento de 1799 se describe el ro Laja o San Miguel como [...] uno de los [ros] ms caudalosos que conocen las Amricas y cuyas espantosas corrien-WHVKDEtDQ FDXVDGR LQQLWDVPXHUWHV D ORV WUDQVH~QWHV19 El ro corre de Norte a Sur y se origina en los manantiales de Atotonilco, cerca de San Miguel; con poco caudal cuando faltan las lluvias, puede volverse impetuoso y turbulento al recoger las aguas de los arroyos de las montaas y lomas vecinas, durante los veranos OOXYLRVRV(OUtR4XHUpWDUR$SDVHRFRUUHGH2ULHQWHD3RQLHQWH\nace al norte de la ciudad del mismo nombre. Antes de 1613 tena un caudal de 22 surcos20 de agua en tiempo de secas. Despus de esa fecha, se dice que brotaron unos veneros de agua en un pinar que engordaron su torrente.21 El Bajo central comprende el curso medio de la planicie del ro Lerma; se conoce como Valle de San-tiago la planicie que corre hacia el Sur, hasta topar con las estri-baciones montaosas de Michoacn. Hacia el Norte abarca las

    19$UFKLYR*HQHUDOGHOD1DFLyQDSDUWLUGHDKRUDFLWDGRAGN seguido del nombre del UDPR2EUDV3~EOLFDV9RO([SI20 La Cartilla del sistema mtrico-decimal de Manuel Ruiz Dvila, Mxico, 1895, esta-EOHFHODVVLJXLHQWHVHTXLYDOHQFLDVEXH\ VXUFRVVXUFR QDUDQMDVQDUDQMD limones; 1 limn = 18 pajas. M. Murphy da las siguientes equivalencias: La vara es igual DPHWURVXQEXH\DPLOFHQWtPHWURVXQVXUFRDFHQWtPHWURVXQDQDUDQMDDFHQWtPHWURVXQUHDODFHQWtPHWURVXQDSDMDDFHQWtPHWURVHQMichael E. Murphy, Irrigation in the Bajio region of colonial Mexico, Boulder and London, :HVWYLHZ3UHVV'HOOSODLQ/DWLQ$PHULFDQ6HULHVS21 Noticia sucinta de la ciudad de Santiago de Quertaro, comprendida en la provin-cia y arzobispado de la Nueva Espaa, en Amrica Septentrional. Extendida por el orden de las preguntas que contiene el interrogatorio del seor coronel don Antonio de Pineda, primer teniente del regimiento de reales Guardias Espaolas de Infantera 1791 por Pedro Antonio de Septin Montero y Austria. Tomado de: AGN: AHH, Con-sulado, Leg. 917, Exp. 6, en Descripciones econmicas regionales de la Nueva Espaa 1766-1827(QULTXH)ORUHVFDQRH,VDEHO*LOFRPSLODGRU0p[LFR6HFUHWDUtDGH(GXFDFLyQ3~EOLFD,QVWLWXWR1DFLRQDOGH$QWURSRORJtDH+LVWRULD)XHQWHVSDUDOD+LVWRULDEconmica III), p. 50.

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    tierras situadas en la margen opuesta del ro; incluye las ciudades de Salamanca, Salvatierra e Irapuato, principalmente.

    Por ltimo, el Bajo occidental colinda con la sierra de Jalisco y comprende los valles que dibujan los ros Silao, Guanajuato y 7XUELRKDVWDVXFRQXHQFLDFRQHO/HUPDFRPSUHQGHORVDVHQWD-mientos de Len, Silao, Comanja y Guanajuato, principalmente.22

    La regin tiene un clima rido moderado, con temperatu-UDVTXHQRYDUtDQPXFKRHQWUHORV&HQWtJUDGRVHQHQHUR\Centgrados en mayo. La precipitacin anual general para todo el Bajo es de 650 mm por ao, con lluvias que se concentran princi-palmente en el verano, durante los meses de mayo y octubre. En general, la incidencia e intensidad de las lluvias es muy variable de una zona a otra. Las tierras situadas al norte del ro Lerma se consideran ms secas y fras. Mientras Celaya registr en los tiem-SRVPRGHUQRVXQSURPHGLRGHSXOJDGDVcm) de lluvia anual, durante el mismo periodo Guanajuato regis-WUy VRODPHQWHSXOJDGDV FP23 Esta variabilidad cli-mtica es un fenmeno importante para estimar el impacto del cambio climtico y sus repercusiones en el mbito econmico y social. En muchas ocasiones durante el verano se observa una alteracin en el rgimen de lluvia que trae por consecuencia el retraso o la interrupcin del crecimiento de las plantas, cuya in-tensidad y magnitud puede acarrear la prdida total o parcial de la produccin agrcola; en otras ocasiones, las lluvias pueden ser torrenciales, aumentando en forma considerable el cauce de los ros y arroyos que bajan abundantemente de las sierras circunvecinas. El rebosamiento y avenida de los ros por lluvias excesivas pue-

    22 Claude Bataillon, Regions geographiques aux Mexique, Paris, Institut des Hautes Estu-GHVGHO$PHULTXH/DWLQH7UDYDX[HWPHPRLUHSS23 David A. Brading, Haciendas y ranchos del Bajo, Len, 1700-1860, Mxico, Editorial Grijalbo, 1988 pp. 50-51.

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    de provocar igualmente derrames en el ro Lerma durante varios das, acarreando desbordamientos y riadas de gran magnitud.

    Las alteraciones en el rgimen de lluvias son un factor crtico de la agricultura de temporal en Mxico, pues debilitan el creci-miento de las plantas y exponen a la poblacin a sufrir escasez y hambre. El patrn de lluvias determina igualmente la variedad de la vegetacin natural que se compone sobre todo en los valles centrales y el Bajo de pastos estacionales, cactus, mezquites y ma-WRUUDOHV DFDFLDV La ganadera de pastoreo que aprovecha es-tos espacios para alimentarse, puede sufrir mermas importantes cuando los cambios climticos se agudizan en la regin.

    El panorama agrcola del Bajo

    La agricultura de riego ms practicada en el Bajo durante el siglo XVIII consista en la inundacin de los terrenos durante un periodo relativamente largo. En efecto, [...] el encharcamiento prolonga-do de los campos algunas semanas, para empapar el suelo y permitir que el trigo resistiera ms fcilmente a la sequa [...], le record a Humboldt las tcnicas agrcolas del bajo Egipto.25 El enlagunado o enlamado, como se le llamaba en la colonia,26

    era tenido como el sistema de irrigacin ms productivo y se prac-ticaba sobre todo en los terrenos bajos.27 Su empleo fue generaliza-do y tom diversas modalidades en funcin de la disponibilidad

    .DUO\(OL]DEHWK.%XW]HU7KH1DWXUDO9HJHWDWLRQRIWKH0H[LFDQ%DMLRDUFKLYDOdocumentation of a 16th century Savannah Environment, en Quaternary International,9ROS25 Alejandro von Humboldt, Ensayo poltico sobre el reino de la Nueva Espaa, Juan A. Or-WHJD\0HGLQDHVWXGLRSUHOLPLQDU\QRWDV0p[LFR3RUU~DS26 Tambin se le conoce como tcnica de entarquinamiento. Cfr. Martn Snchez Ro-drguez, De la autonoma a la subordinacin, riego organizacin social y administracin de recursos hidrulicos en la cuenca del ro Laja, Guanajuato 1568-1917, Tesis de doctorado en Historia, El Colegio de Mxico, 2001, pp. 117-118.27 AGN9tQFXORV\0D\RUD]JRV9RO([SIV

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    de agua. A proximidad de fuentes de aguas mansas como ros o manantiales, se construan presas o bordos, llamadas bolsas en ocasiones, para retener el agua e inundar los terrenos adyacentes. El agua as retenida tambin poda ser conducida por una acequia o canal hasta el terreno que se deseaba enlagunar o poda alma-cenarse en cajas hasta que fuera requerida.28 Durante el periodo de lluvias, las inundaciones parciales de algunas secciones de los valles mal drenados y rodeados de montaas, fueron tambin aprovechadas por los habitantes, poniendo bordos o presas en las partes bajas para embalsar el agua, inundando abundantemen-te, de esta manera, los terrenos.29 En pequeos valles, gracias a represas de tierra con cspedes o construcciones de mamposte-ra, se podan hacer lagos temporales ya sea pequeos o bastantes grandes, de varias hectreas, alimentados durante las lluvias por cuencas minsculas descendientes, y, si exista un ligero desnivel, esas cuencas eran utilizadas una despus de la otra.30

    La informacin derivada de los ttulos de mercedes en el Bajo durante el siglo XVISHUPLWHDUPDUTXHGHODVWLHUUDVacordadas a los espaoles eran de humedad y que, en ellas, se incluan charcos y cinagas. Las sabanas o llanos representaban

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    irrigacin para incrementar el cultivo del maz y asegurar la siem-EUDGHWULJRGXUDQWHHOSHULRGRLQYHUQDO(OFUHFLPLHQWRGHPRJUiFRde Guanajuato en el siglo XVIII increment an ms la demanda de productos agrcolas y muchos hacendados, cuando pudieron, deja-URQODJDQDGHUtDDODTXHHVWXYLHURQDOLDGRVGXUDQWHGpFDGDVSRUel cultivo de cereales. La presin sobre el manejo de las fuentes de DJXDVHLQWHQVLFyFRQVLGHUDEOHPHQWHGDGRHODXPHQWRGHPRJUi-co y la ampliacin del cultivo de riego, resultando en un aumento indiscriminado de sacas de agua para regar los campos. En el siglo XVIII, una tercera o una cuarta parte de las tierras bajo cultivo es-WDEDQLUULJDGDVGHpVWDVHUDQGHWULJR32 Los hacendados que contaban con capital invirtieron grandes cantidades de dinero en la mejora de los sistemas hidrulicos, asegurando con ello ma-yores rendimientos y acrecentando el valor de sus propiedades.33

    Estas obras, como lo veremos adelante, fueron de calidad diversa. Los hacendados y rancheros menos afortunados con, y en muchas ocasiones, sin derecho al uso de agua, construyeron sus presas de manera menos permanente o se contentaron con ver repercutir en los suyos el excedente de agua dejado por sus vecinos. En Len y Silao, durante el mismo periodo, la fragmentacin de la tierra como un recurso para hacer rentable la propiedad, fue de la mano de la multiplicacin de presas y sacas de agua, creando mayor presin sobre los recursos acuferos. Si en algunos casos las lluvias torrenciales fueron las causantes directas de las calamidades de una inundacin, en otras, las inundaciones fueron la consecuencia voluntaria o involuntaria del desarrollo hidrulico o del uso acre-

    32 Michael E. Murphy, Irrigation in the Bajio, Op. cit., p. 136. 33 David A. Brading, Estructura de la produccin agrcola en el Bajo, 1700-1850, Op.cit., p. 108. Ver tambin el excelente anlisis de Martn Snchez Rodrguez, De la autono-ma a la subordinacin, Op. cit., pp. 116-123. Documento transcrito en el apndice del libro de Michael E. Murphy, Irrigation in the Bajio, Op. cit., pp. 205-207.

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    centado de presas y bordos. El aumento en el siglo XVIII de rebalses en ros, arroyos, terrenos diversos y caadas provoc una mayor competencia del uso del agua con un manejo furtivo, anrquico e irresponsable de presas y sangrados que, en presencia de lluvias abundantes o torrenciales, provocaron importantes inundaciones, sobre todo en las zonas de carcter ms urbano. El incremento de presas y sacas de agua fragiliz los terrenos, creando erosin y favoreciendo el depsito de materia orgnica y estagnacin del agua principalmente en la zona de los bajos, como lo vamos a ir ilustrando en las pginas siguientes.35

    Los primeros pasos de la colonizacin

    A la llegada de los espaoles, el ro Lerma serva de frontera na-tural entre las tribus nmadas chichimecas, asentadas en la banda del norte, y los pueblos civilizados del sur. Guarniciones de to-ponimia tarasca Acmbaro, Yuriria, Pnjamo, Apaseo, Jacoma, Purundiro, Maravato, entre otros, ocupaban puestos estratgi-cos en la banda sur inmediata al ro, para contener los ataques de los grupos nmadas del norte.36 Los grupos que vivan del otro lado del ro eran los pames, los jonaces, los guamares y los gua-chichiles.37

    35 Vid infra'LDJQyVWLFRGHORVSHULWRVGHODVLQXQGDFLRQHVGH&HOD\DQRWD36 Wigberto Jimnez Moreno, La colonizacin y evangelizacin de Guanajuato en el siglo XVI, en Estudios de Historia Colonial, Mxico, Instituto Nacional de Antropologa e Historia, 1958, p. 63.37 Los primeros ocupaban el extremo noroccidental de Guanajuato, Xich, parte de la sierra Gorda queretana y los valles y sierras del estado actual de Quertaro, en donde convivan con tarascos y otomes en el sureste de Guanajuato Yuriria, Cuitzeo, Acm-baro. Los jonaces eran nmadas del noreste de Guanajuato. Los guamanes ocupaban desde el ro Lerma en el sur, hasta San Felipe y Portezuelos en el norte. Los guachichiles se movan en un territorio ms grande que iba desde el ro Lerma en Jalisco pasando por Lagos, Mazapil el Tunal Grande de San Luis Potos hasta Ro Verde en el Oriente en David C. Wright Carr, La conquista del bajo y los orgenes de San Miguel de Allende, Mxico, Fondo de Cultura Econmica y Universidad Veracruzana, 1998, p. 17.

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    $XQTXHVHOHVKDGHQLGRFRPRQyPDGDVORVSDPHVVHP-braban y cosechaban maz y otras plantas; en general practicaban la caza, la pesca y la recoleccin, y vivan en cuevas o chozas ubi-cadas en rancheras. Algunas familias otomes que haban huido del impacto de la conquista fundaron asentamientos en el Bajo oriental, junto a manantiales y los ros Lajas, Quertaro, Pueblito y Apaseo, en donde convivieron con grupos tarascos y pames.38

    La escasa informacin en fuentes documentales impide conocer con detalle la forma de vida de estas comunidades; normalmente eran agricultores y utilizaban las fuentes de agua para el consumo personal y para el riego de sus campos de labor.39

    La presencia espaola en el Bajo principia como en el resto de la Nueva Espaa. Algunos conquistadores obtuvieron enco-miendas de los pueblos-guarnicin fronterizos del ro Lerma, as como de las poblaciones otomes asentadas en el Bajo oriental. La primera oleada de pobladores espaoles iniciada a partir de 1538, fue acompaada de misioneros franciscanos, en quienes recay la tarea de catequizar y organizar la repblica de indios. Como parte de esta labor la Corona reconoci y otorg tierras comunales a los pueblos de indios e incluso, algunos gobernadores indgenas lograron derechos sobre las aguas de los ros. Para completar el SDQRUDPDGHORVSULPHURVDxRVOD&RURQDEHQHFLyDORVFRORQRVcon mercedes de tierra, y estancias de ganado para su implanta-cin como agricultores y ganaderos permanentes en la regin.

    38 Idem, p. 33.39 5HODFLRQHV*HRJUiFDV D SDUWLU GH DKRUD FLWDGD FRPR RG) de la Dicesis de Mi-choacn, 1579-1580, 2 Vols., en Papeles de la Nueva Espaa, Guadalajara, Coleccin Siglo XVI, 1958, p. 62; Ver tambin: Alonso de la Mota y Escobar, Op. cit., p. 238. Cristbal de Oate encomendero de Tacmbaro; Prez de Bocanegra estableci una comunidad de tarascos en Apaseo y recibi una encomienda ah y en Acmbaro en 1538. (QFHUFDGH4XHUpWDURH[LJLyD&RQLQHOSDJRGHWULEXWR\OHLPSXVRHOQRPEUHGHHernando de Tapia. AGN: Tierras, Vol. 187, Exp. 2, fs. 63-65.

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    El descubrimiento de las vetas de mineral de plata de Zaca-WHFDV HQ DFHOHUy HOSURFHVRGH FRORQL]DFLyQGHO1RUWHGHOBajo. La resistencia que tuvieron los grupos chichimecas a la pre-sencia espaola en el Norte, constituy un episodio largo y cruen-to que estuvo sujeto tambin a la bonanza y el agotamiento de las minas. Para hacer frente a una cultura indgena cuyas formas de vida se anclaban en lo que para los espaoles constitua un impe-dimento y al mismo tiempo un desafo el nomadismo asociado al desierto, la colonizacin se apoy en una red de sujeciones de carcter diverso: misiones, guarniciones, fortines, presidios y colonizaciones, cuyo objetivo era penetrar, poblar y extraer el mineral pero, sobre todo, hasta que no se logr una paz durade-UDUHVJXDUGDU\GHIHQGHUORVFRQYR\HVGHODSODWD\HOWUiFRGHhombres y mercancas en los caminos del Norte. Las fundacio-QHVGH6DQ0LJXHOHO*UDQGH6DQ)HOLSH*XDQDMXDWR\/HyQFXPSOLHURQHVWHFRPHWLGRHQVXVLQLFLRVLa colonizacin ms durable

    La noticia y hallazgos de ricos y nuevos minerales de oro y plata, [...] trajeron gran golpe de espaoles, con los cuales se fundaron otras poblaciones [...], inicindose un largo proceso de desarro-llo econmico aparejado a un crecimiento de la poblacin y de desarrollo urbano.

    Philip Wayne Powell, La Guerra Chichimeca 1550-1600, Mxico, Fondo de Cultura Eco-QyPLFD 6HFFLyQREUDVGH+LVWRULDSS YHU WDPELpQGHOPLVPRDXWRU&DSLWiQPHVWL]R0LJXHO&DOGHUD\ODIURQWHUDQRUWHxDODSDFLFDFLyQGHORVFKLFKLPHFDV15970p[LFR)RQGRGH&XOWXUD(FRQyPLFDSS W. Philipe Powell hace un anlisis muy interesante de todas estas formas de coloniza-cin en: La guerra Chichimeca 1550-1600, Op. cit., pp. 81-82. Wigberto Jimnez Moreno, La colonizacin y evangelizacin, Op. cit., p. 57. Andrs P. Cavo, Historia de Mxico, anotada por Ernesto Burrus, prlogo Mariano &XHYDV0p[LFR3DWULDS

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    El curso de los diferentes ros y sus valles inmediatos, con un buen potencial de irrigacin, fue delineando el proceso de ocu-pacin del suelo, dada la amenaza de aridez para los cultivos de temporal. El establecimiento de urbes de impronta espaola se realiz con rapidez, pues la presencia de indgenas sedentarios era muy dbil. Las villas y congregaciones recibieron tierra, al igual que cada uno de los vecinos, a quienes se dot, como en el caso de Celaya, de [...] tres caballeras de labor, dos de secano y una y media de riego, con el correspondiente solar para su casa.

    Durante todo el siglo XVII la regin de Guanajuato fue conoci-da ms por su agricultura que por su minera. La prosperidad de Zacatecas impuls fuertemente la agricultura y la ganadera del Bajo, pero en el siglo XVIII la extraccin de plata en Guanajuato era ya ms consistente que en otros centros mineros. La regin en su conjunto produjo en aquel siglo, regularmente, entre una quinta y una cuarta parte de la totalidad de la plata mexicana y su riqueza no era igualada por ninguna otra mina en el resto del mundo.

    La industria minera requera una gran cantidad de insumos, tanto para la extraccin del metal como para su transformacin en plata. La demanda de productos alimenticios para sustentar la nutrida fuerza de trabajo que se aglutinaba en los centros mi-neros y el forraje necesario para alimentar a los animales de tiro, estimularon an ms el desarrollo de la agricultura y ganadera comercial de la regin. La cra de ganado, a su vez, proporcion las bases de una serie de industrias colaterales, de las cuales la textil fue la que tuvo ms realce; Quertaro y San Miguel eran los centros productores de telas de lana ms importantes de la Nueva Espaa; Celaya y Salamanca tejan abundantemente el algodn;

    AGN: Mercedes, Vol. 5, 120v. AGN7LHUUDV9RO([SIV David A. Brading, Mineros y comerciantes en el Mxico borbnico (1763-1810), Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1983, p. 350.

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    Len, Acmbaro y San Miguel producan artculos de piel. Este ltimo destac tambin por sus objetos de hierro. A estos ramos, que eran los ms sobresalientes, deben agregarse otros menores, como son las teneras, las fbricas de sombreros, la matanza de animales para extraer el sebo para velas y el establecimiento, en 1779, de la industria de la Real Fbrica de Cigarros en Quertaro. Esta combinacin de urbanizacin, industria, minera y agricultu-ra es lo que haca del Bajo una zona excepcional. A todo esto debe agregarse la posicin estratgica que guard la zona, en medio de los dos caminos principales que conectaban la capital con las provincias del Norte: Mxico-Guadalajara y Mxico-Zacatecas, SHUPLWLHQGRXQXMRGHKRPEUHV\SURGXFWRVKDFLDORVSXQWRVGHmayor poblacin y consumo.

    El progreso econmico de la regin hubiera sido imposible sin una fuerza de trabajo numerosa y mvil. Segn datos maneja-dos por Alejandro von Humboldt, la Intendencia de Guanajuato [...] era la ms poblada de la Nueva Espaa y en donde la po-blacin se encontraba distribuida con ms igualdad. En efecto, David A. Brading ha estimado que una tercera o una cuarta parte de la poblacin de la zona central del Bajo, incluyendo Querta-ro, viva en pueblos que excedan los 5 mil habitantes.50 En 1803, la pequea intendencia tena una densidad de poblacin de 563 habitantes por legua cuadrada, seguida de lejos por la intendencia de Mxico, que slo contaba con 269 habitantes por legua cuadra-da. En los padrones de poblacin de la ltima mitad del siglo XVIII,VHSXHGHDSUHFLDUVXDFHOHUDGRFUHFLPLHQWRHQKDEtDPLOLQGLYLGXRVHQVHFRQWDEDPLO\FXDQGR+XPERO-dt la visit en 1803, las autoridades le proporcionaron un censo que registraba 513 mil 300 habitantes.

    Alejandro von Humboldt, Op. cit., p. 161.50 David A. Brading, Mineros, Op. cit., pp. 305-306.

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    La composicin de la poblacin aparece claramente indicada HQHOVXPDULRGHOFHQVRGHORVHVSDxROHVFRQVWLWXtDQORVPXODWRVODVFDVWDV\ORVLQGtJHQDV/DGLVWULEXFLyQGHODRFXSDFLyQVHJ~QHVHPLVPRSDGUyQPXHVWUDTXHHUDQDJULFXOWRUHVPLQHURVFRPHUFLDQWHVWUDEDMDGRUHVGHOD LQGXVWULDDUWHVDQRVMRUQDOHURVHPSOHD-GRV S~EOLFRV SURIHVLRQDOHV UHOLJLRVRV \ QREOHVindgenas51(OVHFWRUDJUtFRODTXHDEVRUEtDSRUVtVRORGHODSREODFLyQWRWDOHVWDEDDVHQWDGRHQSXHEORVHVWDQFLDVKDFLHQGDVPLOUDQFKRVGHSHQGLHQWHV\UDQFKRVLQGHSHQ-dientes.52 Los trabajadores indgenas de los 37 pueblos de indios registrados, conservaban sin embargo muy pocas tierras comuna-les.53 De tal manera que los indgenas o campesinos estaban dis-tribuidos, sobre todo, en las dos unidades de produccin agrcola fundamentales, que eran las haciendas y los ranchos.

    Los ranchos y las haciendas del Bajo han sido estudiados con profundidad y elocuencia por Franois Chevalier y David A. Bra-ding, por mencionar slo dos autores ya clsicos. Hoy contamos con un panorama bastante completo sobre la distribucin geogr-FDODH[WHQVLyQ\ODRUJDQL]DFLyQLQWHUQDGHGLFKDVXQLGDGHVGHproduccin. Los ranchos, palabra que designaba un poblado antes del siglo XVIII VH LGHQWLFySRVWHULRUPHQWHFRPRXQDSURSLHGDGpequea o mediana. Ocasionalmente el rancho era una porcin desmembrada de una hacienda, pero tambin poda nacer de una merced de cabildo. Los ranchos dependientes eran pedazos de tie-rra vinculada a una hacienda, por los que se pagaba una renta. En

    51 AGN: Historia, Vol. 523, f. 76.52 Loc. cit.53 David A. Brading, Mineros, p. 306. Franois Chevalier, La formacin de los latifundios en Mxico, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1976, pp. 88-101; David A. Brading, Haciendas y ranchos del Bajo, Len, 1700-1860, Op. cit.SS

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    el siglo XVIII, algunos hacendados optaron por dar en renta impor-tantes secciones de sus propiedades para asegurar ms ganancias y disponer de una mano de obra a proximidad. Esas concesiones comprendan generalmente de dos a tres y media caballeras.55

    La mayora de las haciendas del Bajo tiene su origen en las mercedes virreinales de sitios de tierra y estancias de ganado otor-gadas a los espaoles a mediados del siglo XVI y durante el siglo XVII. En Silao, Irapuato y parte de Piedragorda, las escrituras de las haciendas datan de los aos 1550 a 1575, mientras que la mayor parte de la tierra de los Altos, hacia el Norte y Oeste, en Dolores y Pnjamo y cruzando los lmites con Jalisco, las tierras no se ocu-paron sino hasta las dos primeras dcadas del siglo XVII. El valor reducido de estas propiedades muestra que hasta 1703, al menos en el distrito del ro Turbio, la mayor parte de los sitios eran potre-ros.56/DH[WHQVLyQGHHVWDVKDFLHQGDVDOFDQ]yKDVWD\FDED-lleras y la adquisicin se hizo a travs de mercedes, comprando y anexando secciones adyacentes. Las haciendas de Guanajuato ser-van principalmente como tierras de pastoreo y la mayor parte de su producto se deba a la venta de borregos y sus derivados lana, sebo, pieles, y a las rentas, pues aparentemente no se intentaba cultivarlas. Hacia 1591, el ganado mayor se haba marginalizado hacia las regiones del Poniente. En las llanuras del Bajo, especial-mente entre Quertaro y Len, las haciendas no excedieron de dos RWUHVHVWDQFLDVTXHFRPSUHQGtDQUHVSHFWLYDPHQWH\PLOhectreas de tierra.57 Con buenas tierras aluviales y posibilidad de abundante riego, este valle era considerado entre los ms ricos de Mxico. La planicie del Valle de Santiago hasta Yuririapndaro reuna tambin estas caractersticas. La abundancia de las cose-

    55 David A. Brading, Estructura de la produccin agrcola en el Bajo, 1700-1850..., Op.cit., pp. 105-131.56 Ibidem, p. 123. 57 Franois Chevalier, Op. cit.SS

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    chas en terrenos cultivados con esmero, principalmente los que HVWDEDQELHQ UHJDGRVRPXOOLGRV\ELHQEDUEHFKDGRV UHQGtD a 50 granos de trigo por uno sembrado, mientras que las que no contaban con agua producan 15 a 20 por uno.58 Si hay que tomar estas cifras con cautela, la diferencia entre tierras irrigadas y las TXHQRORHVWDEDQHVPX\VLJQLFDWLYD59

    El incremento de la demanda de productos agrcolas y ga-naderos incit a los hacendados y rancheros ms adinerados a in-vertir en obras de riego, abriendo nuevas tierras al cultivo y cons-WUX\HQGRSUHVDV\DFXHGXFWRVFDOLFDGRVSRU%UDGLQJFRPRORVverdaderos detonadores del aumento de las rentas ligadas direc-tamente con la produccin.60 Los sistemas de riego del Bajo, se-gn Humboldt, no fueron obras complejas de ingeniera hidru-lica, sino ms bien, [...] trabajos sencillos de mucha intuicin y sagacidad.61(VWDFRQWXQGHQWHDUPDFLyQKDVLGRPDWL]DGDFRQestudios empricos modernos que han demostrado la existencia de diferentes niveles en el manejo de la ingeniera hidrulica del Bajo.62 En terrenos favorables, es decir en aquellos en donde el le-cho del ro no era muy profundo, las tomas o sacas de agua, a partir de canales incisos en el ro, fueron el mtodo de riego ms empleado y de ms bajo costo. Las referencias en las fuentes a estos canalizos son frecuentes, inferimos que eran la forma do-minante, pero resulta difcil evaluar su extensin con precisin,

    58 Alejandro von Humboldt , Op. cit., p. 257.59 Vase el estudio comparativo propuesto por Jean-Pierra Berthe, Production et produc-tivit agricole au Mexique du XVI au XVIII siecle. 3eme Confrence International dHistoire Econmique, Munich, Mouton, 1965. Ver tambin el captulo de David A. Brading sobre productividad de la tierra en Len en Haciendas y ranchos del Bajo, Len, 1700-1860, Op. cit., pp. 153-160.60 David A. Brading, Estructura de la produccin, p. 123. 61 Alejandro von Humboldt, Op. cit., p. 256. 62 Michael E. Murphy, Op. cit., p. 175.

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    ya que no contaron con descripciones importantes en los juicios legales.63

    La construccin de una presa en una corriente para rete-ner agua y derivarla para su aprovechamiento posterior, segn Michael E. Murphy, presenta dos modalidades en la regin: las presas de conduccin y las presas de retencin.Esta divisin sin embargo no es tajante porque en ocasiones los dos tipos de presas estaban interconectadas. La importancia, el tamao y el costo de construccin de las presas variaban mucho en funcin de la co-rriente, la anchura y la profundidad del ro en donde se colocaba la presa. En arroyos y ros pequeos, lo ms frecuente era encon-trar presas o estacadas pequeas hechas con tablas, lodo y piedras sueltas.65 La construccin de presas perecederas tena la ventaja de no oponer demasiada resistencia a las avenidas del ro, que con frecuencia ocurran en los escurrimientos tributarios y presenta-ban la ventaja, al mismo tiempo, de poderse reparar sin mucho costo al ao siguiente. Las presas de mampostera requeran ms capital y fueron realizadas por individuos o sociedades religio-sas adinerados, por asociacin de vecinos o por las autoridades municipales. Las presas de retencin, como su nombre lo indica, servan para contener el caudal de un ro, de un ojo de agua o de un terreno hasta formar bolsas, charcas o francamente gran-des lagunas.66 Las presas de conduccin llevaban el agua durante el periodo de lluvias a bordos, jageyes, pilas, albercas y cajas de agua en donde se almacenaba el lquido para ser reutilizado pos-

    63 AGN0HUFHGHV9ROI9ROI\7LHUUDV9RO([S&XDGHUQRVol. 20171, Exp. 1, f. 1. Michael E. Murphy, Op. cit.S65 AGN: Tierras, Vol. 988, Exp. 1, f. 86.66 La hacienda de Arandas se reput por tener la presa ms importante en el ro Silao, la cual formaba una gran laguna. AGN: Tierras, Vol. 988, Exp. 1.

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    teriormente, tanto para la agricultura como para uso domstico de las haciendas.67

    Uno de los factores crticos del riego en el Bajo fue la falta de sistemas de drenaje capaces de avenar los terrenos en caso de inundaciones o encharcamientos exagerados o prolongados. Mi-chael Murphy, a quien debemos el estudio ms detallado de los VLVWHPDVGHULHJRHQODUHJLyQDUPDTXHODIDOWDGHDWHQFLyQTXHse dio al problema del drenaje, tan importante en los sistemas mo-GHUQRVGHLUULJDFLyQUHHMDODDEXQGDQFLDGHWLHUUD\ODIDOWDGHagua.68 Lamentamos que el autor no se haya extendido ms am-pliamente en este comentario. A la luz del estudio de fuentes do-cumentales es posible constatar, sin embargo que aunque el agua haya sido escasa y las tierras abundantes, ciertas villas del Bajo empezaron a sufrir inundaciones regularmente, cuyas consecuen-cias, algunas veces desastrosas, trajeron muerte, desolacin y pr-didas econmicas considerables. Fueron las lluvias torrenciales las causantes directas de estos desastres, o cabra alguna parte de responsabilidad a los sistemas hidrulicos como los enlagunados o represas, dado el aumento de stos y la ausencia de drenajes en los terrenos de cultivo? Eran el enlagunado y las represas, tcni-cas hidrulicas sin riesgo? Suponemos que los propietarios pre-feran asumir las consecuencias de una eventual catstrofe que privarse del agua, o evitarse la construccin de sistemas costosos de drenaje y avenado de los campos. Los testimonios documen-tales con los que contamos son fragmentarios y slo frente a una desgracia mayor los vecinos recurran a la denuncia, dando pie a una investigacin ms a fondo con su consecutivo testimonio GRFXPHQWDO(OHVWXGLRGHHVWRVDFRQWHFLPLHQWRVFDWDVWUyFRVGH-67 Michael E. Murphy, Op. cit.S68 El Valle de Santiago contaba con un canal de drenaje. Solamente encontr la referencia a una presa de drenaje en: AGN7LHUUDV9RO([SICfr. Michael E. Murphy, Op. cit., p. 150.

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    ber permitirnos evaluar dos fenmenos concomitantes. Por un lado la magnitud del fenmeno meteorolgico y su intensidad, es decir su carcter inusual o excepcional, y el efecto que produce en la sociedad y la economa. Y por otro, la vulnerabilidad de los sistemas hidrulicos y tecnolgicos frente a la presencia de fen-menos meteorolgicos de carcter inusual, principalmente lluvias torrenciales.

    Control del agua y cambios climticos;

    el caso de Celaya, Valle de Santiago, Irapuato y Len

    /DSUHVLyQGHPRJUiFDVREUHHODFDSDUDPLHQWRGHODVIXHQWHVGHagua, como parte del proceso concomitante del desarrollo agrco-la, minero y artesanal de la zona del Bajo en el siglo XVIII, se puede documentar ampliamente. Como es natural, en ros con caudal limitado, gozaban de ms agua las poblaciones, haciendas y ran-chos situados en la parte alta o ms prxima a las fuentes, presas o sangrados de las acequias principales que aquellos asentamientos o unidades productivas que se encontraban ms adelante. El caso de Celaya sirve perfectamente para ilustrar esta situacin. La villa fue fundada en un valle del noreste del Bajo, a proximidad de los UtRV6DQ0LJXHO/DMD\$SDVHR4XHUpWDUR&LHUWRVODEUDGRUHVde la jurisdiccin de Apaseo que deseaban sembrar trigo en tie-rras de riego para aprovisionar a los poblados de Guanajuato, Zacatecas, San Felipe y San Miguel, haban obtenido hacia 1565 mercedes de tierras en las mrgenes del ro Laja.69 Aos despus, parecindole al virrey Martn Enrquez oportuno el paraje para IXQGDUXQDYLOOD\SDFLFDU\SURWHJHUORVFDPLQRV70 concedi a treinta hombres casados, tierras de riego en la banda del sur del

    69 En 1565 haba 15 mercedes repartidas en las mrgenes del ro Laja, ver: Michael E. Murphy, Op. cit., p. 8.70 Para los detalles de la fundacin de Celaya, ver: AGN: Tierras, Vol. 187, Exp. 2.

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    ro. Se seal una dehesa en la juntura de los dos ros y una ace-quia que deba ir del ro Apaseo al ro San Miguel. Hacia 1579 los vecinos que regaban con el agua de los dos ros y la acequia reco-gan entre 17 mil y 18 mil fanegas de trigo anualmente.71

    A tan slo 30 aos de haber sido fundada la villa de Cela-\DOD$XGLHQFLDGH0p[LFRHPLWLyXQGHFUHWRSURKLELHQGRla distribucin de nuevas mercedes de agua [...] porque toda el agua del ro San Miguel [Laja] estaba mercedada y no haba so-brante alguno.72 El agua que serva para regar las sementeras de ORVYHFLQRVGH&HOD\DVHJ~QORYHULFy'RQ$ORQVR1XxH]YLVL-WDGRUGH&HOD\DHQ>@VHWRPD\VDFDKDFLDHOSRQLHQWHGHOro Laja, en la toma de Juan de Yllanes, y recoge las dos tercias par-tes del agua del ro, y con ellas se riegan gran parte de las tierras \PXHOHXQPROLQR>@\VHEHQHFLDQORVYHFLQRVGHODFLXGDG73La toma o saca del ro era de arena frgil muy expuesta a las avenidas del ro que frecuentemente la rompan. No lejos de ah, se dice, estaba [...] la madre vieja del ro, que sola ser caja del ro. Estos datos permiten saber que el ro Laja era una corriente impetuosa, con fuertes crecidas, con un lecho inestable, y un cau-dal limitado. La presa del ro Laja que utilizaban algunos labra-dores llevaba el agua por una acequia que era conducida hasta la madre vieja, y de ah se distribua entre los cultivadores de trigo por tandas, repartiendo el lquido, en funcin de la cantidad y el tiempo de riego acordada a cada uno por merced real o del cabil-

    71 Relacin de los obispados de Tlaxcala, Michoacn, Oaxaca y otros lugares en el siglo XVI, en Documentos histricos de Mjico, manuscritos de la coleccin del seor Icazbalceta pu-blicada por Luis Garca Pimentel, Tomo II0pMLFRHQFDVDGHOHGLWRUS72 AGN7LHUUDV9RO([SIV9RO([S9RO&XDGHUQR73 AGN7LHUUDV9RO([S Tres cursos distintos se reconocan en 1808: por la huerta, por el pueblito de esta ciu-GDG\SRUORVHMLGRVGHODPLVPDKDFLDHORULHQWH\SRUGRQGHDFWXDOPHQWHVHKDMDGRy esta constante, en AGN7LHUUDV9RO([S

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    do. El riego se efectuaba principalmente durante los meses de la sequa, a partir de diciembre. El cuidado de la presa recaa en los labradores, quienes haban delegado en un comisionado las re-paraciones pertinentes, despus del paso de las violentas lluvias. $HVWH~OWLPRHQFRQWUDSDUWLGDOHOHIXHURQDVLJQDGRVGtDVGHagua.75 Esta precaria presa se mejor cuando Antonio de Abunza, quien deseaba fundar un molino e irrigar una hacienda que tena como a una legua de distancia del ro, solicit merced de agua, a cambio de una construccin [...] de cal y canto de 150 varas de ORQJLWXG \GHPDFL]R VXFLHQWH D SHUSHWXDUVH76 El virrey don 5RGULJR3DFKHFR2VRULRFRQUPyHQODPHUFHGGHOKHULGRGHmolino, a cambio de la construccin de la presa y le concedi doce das enteros de agua.77(ODVSHFWRGHODSUHVDHQPRVWUDEDque [...] el golpe de las aguas le haban hecho algunos hoyos en su desban [sic] [...] pero la construccin de [...] otras paredes de cal y canto [...], le sirven de guardas para que en las crecientes y avenidas no se mude la caja del rio. La presa se avalu en 9 mil pesos y la acequia principal, las regaderas y una acequia que ser-va de lindero en 3 mil 300 pesos.

    Cuando la Hacienda y el Molino de Soria fueron adquiridos en 1756 por don Joseph Carlos de Valenchana, vecino dedicado al comercio de Guanajuato, ste intent rebajar su costo argumentan-do que en los aos de intervalo entre el avalo y la venta, la presa haba recibido dao en su estructura, pero no procedi la observa-cin. Indicndonos, indirectamente sin duda, que el ao de 1755 haba sido de abundantes lluvias. La presa era slida, estaba bien construida y su capacidad permita regar las haciendas trigueras ms importantes de Celaya: Mendoza, Plancarte, Santa Rosa, San-

    75 AGN: Mercedes, Vol. 39, f. 203.76 AGN: Mercedes, Vol. 39, f. 203v.77 AGN7LHUUDV9RO([SIV

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    ta Mara, Camargo, Santa Rita y Roque. 78 Pero la falta de lquido era un problema ya expresado en varios documentos desde el si-glo XVI y durante el siglo XVII.79'LHJRGH%DVDOHQTXHHQKDFtDreferencia a la falta de lquido de la poblacin, puntualizando que, VL ORVSREODGRUHVKXELHVHQ FRQWDGR FRQDJXD VXFLHQWH >@ ODvilla hubiera crecido como la mayor del reino.80

    $QWHODIDOWDGHDJXDVXFLHQWHSDUDFXEULUODVQHFHVLGDGHVde una demografa creciente, tanto urbana como rural, algunos vecinos y hacendados empezaron a concebir o ampliar sistemas de almacenaje para captar las aguas que durante las lluvias del verano se perdan irremediablemente. A partir del siglo XVIII se multiplicaron los sistemas de riego que tenan como base el alma-cenamiento de agua pluvial: bordos, jageyes, pilas, albercas y ca-jas de agua permitan retener grandes volmenes de lquido hasta el periodo de secas.81 La Hacienda Santa Rita haba realizado en 1780 una presa para llevar agua a su parte este. En 1789 la hacien-da Molinito haba hecho otra obra importante para conducir agua a su hacienda, cerca de la ciudad, y otras sacas menores son men-cionadas tambin en las tierras de Martnez y ranchos de Aguirre

    78 AGN: Tierras, Vol. 1168, Exp. 3, f. 6.79 Ante la ausencia de lquido durante casi 25 das en la acequia principal que abasteca GHDJXDDODFLXGDGGH&HOD\DHOFDELOGRHQWUyHQFRQLFWRHQFRQDOJXQRVODEUDGR-res dueos de haciendas que estorbaban y robaban su paso y acord, aos ms tarde, la construccin de una caera con la ayuda de la venta de solares y con lo que se sacase de los permisos de la venta de la carne. AGN7LHUUDV9RO([SIV\9ROExp. 25. Vase el pleito de la hacienda de Petaca con el cabildo de Celaya por el uso de aguas del ro Laja en: AGN: Tierras,Vol. 1168, Exp. 3, 106 fs.80 Diego de Basalenque, Historia de la provincia de San Nicols de Tolentino de Mi-FKRDFiQGHORUGHQGH6DQ$JXVWtQKL]RVHDxRGHHLPSULPLRVHDxRGHHQLos agustinos aquellos misioneros hacendados, introduccin y notas de Heriberto Moreno, 0p[LFR6HFUHWDUtDGH(GXFDFLyQ3~EOLFD&LHQGH0p[LFRS81 Michael E. Murphy propone que esta fue la tcnica ms usual en el siglo XVIII. Otras evidencias en: AGN: Tierras, Vol. 2767, Exp. 3, Cuaderno 5.

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    y Hurtado.82 Las drsticas sequas de 1780, 1786 y 1791, mencio-nadas en los documentos,83 deben haber incidido en la decisin de DXPHQWDUORVPHGLRVSDUDDOPDFHQDUDJXDDQGHSDOLDUORVDxRVde escasez. Si bien algunos trabajos hidrulicos costosos garantiza-ron a mediano plazo una solucin para aquellos que posean algo de capital, los menos adinerados recurrieron a abrir bocas furtivas o legales en los ros y las acequias durante el periodo de lluvias, llevando agua a sus terrenos hasta inundarlos o enlagunarlos sin mayores trabajos de retencin previa y drenaje.

    Para 1791, el cabildo de la ciudad de Celaya haba acumu-lado una cantidad razonable de autos provenientes de vecinos de la ciudad, haciendas,85 y pueblos vecinos,86 quejndose de las inundaciones causadas por las crecidas del ro Laja, las cuales eran atribuidas no solamente a las lluvias excepcionales de 1790, [...] de cuya igualdad no haba memoria [...],87 sino principalmente a las muchas aberturas de presas efectuadas por algunos labradores pblica o furtivamente sobre el ro. En efecto, a las deposiciones hechas por los pobladores de los barrios de San Juan, La Resu-rreccin, San Antonio y los religiosos del hospital de San Juan de Dios se aunaban los de la repblica y comn de los naturales del pueblo de San Miguelito, quienes dijeron ver destruidas sus mil-pas y sembrados, inundadas sus viviendas y puestas sus vidas en peligro, a causa de las presas formadas por los hacendados, en la misma caja del ro, que al azolvarse abran bocas fuera de control desparramando el agua. La zanja abierta por el regidor del cabil-

    82 AGN: Tierras, Vol. 2767, Exp. 3, Cuaderno 2.83 AGN: Tierras, Vol. 1390, Exp. 3. AGN: Tierras, Vol. 2767, Exp. 3, Cuaderno 3.85 La hacienda de Silva contra la zanja de Guadalupe Soria en: AGN: Tierras, Vol. 2767, Exp. 3, Cuaderno 2.86 Se menciona al pueblo de San Miguelito.87 AGN: Tierras, Vol. 1390, Exp. 3.

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    do, don Jos Guadalupe Soria, fue sealada, por otro lado, como responsable del desbordamiento del ro de los Sabinos y del paso de San Juan. Las presas y zanjas de Cristbal Cano tambin fueron cuestionadas.

    Alarmado el cabildo de los funestos efectos de las recurren-tes inundaciones acaecidas en la ciudad en 1750,88 178189 y 1790,90

    WRPyFRPRPHGLGDSUHYHQWLYDHQUDWLFDGDSRUXQGHFUH-to del virrey, Vicente de Gemes Pacheco, cerrar todas las bocas del ro Laja y derribar las presas para precaver las inundaciones que por aquella causa sufra el vecindario.91 Antes de su ejecu-cin, inici una investigacin contra el regidor, Guadalupe Soria, a quien se le acus de tener una saca de agua que corra por la hacienda Bustamante, sin autorizacin de su propietario, y cuyas aguas desbordaban e inundaba las tierras de la hacienda. En su defensa Soria sostuvo que l solamente haba hondado un arroyo que ya exista llamado De Mendoza y que, con ello, haba aliviado inundaciones de muchos pedazos de su hacienda San Nicols del Molino, adems de que el agua que derramaba sobre la hacienda GH%XVWDPDQWHOHHUDEHQpFDDpVWDSXHVDSURYHFKDEDSHGD]RVque antes no cultivaba.92 Este testimonio es interesante y muy re-velador de la situacin a la que se enfrentaron los dueos de tie-UUDVLUULJDGDVDOQDOL]DUHOVLJORXVIII. Cuando el agua se acumu-laba en exceso en ciertos campos, se evacuaba hacia los terrenos de vecinos que en muchos casos no reciban perjuicio, sino al con-trario, apreciaban los derrames sobre sus propias tierras. Como ODVDEHUWXUDVGLUHFWDVVREUHHOUtRVHLQWHQVLFDURQFRQHODXPHQWRde las explotaciones agrcolas, una sobrecarga de humedad en los

    88 Loc. cit.89 AGN$\XQWDPLHQWRV9RO([SIY90 El 7 de agosto de 1790 ms precisamente, AGN: Tierras, Vol. 2767.91 AGN: Tierras, Vol. 2767.92 Loc. cit.

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    terrenos deriv a la larga en problemas de anegacin de los pobla-dos, las milpas y los trigales.

    La orden de cerrar todas las zanjas dada por el cabildo era, obviamente, muy delicada porque tocaba los intereses de personas poderosas y pona en riesgo el ramo de la agricultura. Se resolvi entonces que solamente se cerraran aquellas zanjas que causaban LQXQGDFLyQDODFLXGDGSDUDORFXDOVHOODPyDXQSHULWRFDOLFD-do que evalu el estado y el dao que ocasionaban. Corra ya el DxRGHVLQTXHHOSHULWDMHSXGLHUDWRPDUIRUPDGHUHVROXFLyQpues dos de los afectados, Crespo y Soria, apelaban continuamen-te aportando pruebas y testimonios sobre la buena construccin de sus presas y acequias. En uno de los tantos procedimientos de informacin aparecidos en el alegato, se citan las inundaciones crecidsimas sufridas en la poblacin de Celaya los aos de 1753, 1767 y 1769 que agregamos a la lista de las que ya conocamos de 1750, 1781 y 1790. La violencia y duracin de las aguas llev a un testigo a declarar que [...] bajando y subiendo [el agua] habian durado hasta ocho das. La costumbre muy arraigada que tenan los vecinos de poner delante de las casas estacas y terraplenes, era para algunos informantes, la prueba de que la ciudad haba sufrido inundaciones recurrentes desde haca varias dcadas. Se record particularmente la trgica inundacin de 1769, cuando el alcalde, por auxiliar a los vecinos, volc de la canoa en donde viajaba y otros desventurados percances acontecidos cuando se socorra a los barrios.93

    Entre tanto el perito Simn Barrn, comisionado por el ayuntamiento para hacer la inspeccin del sistema de presas y acequias, dio su dictamen el 29 de diciembre de 1797 diciendo que las [...] sangras inmoderadas quiebran el terreno por donde pasan, llevan muchas materias que dejan en los bajos y derraman

    93 AGN: Tierras, Vol. 2072, Exp. 1.

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    por las orillas, inundando casas y caminos. El peritaje sobre la toma de Soria resolvi que: [...] las dos compuertas que absorben PiVGHEXH\HVGHDJXDQRSRGUiQPHQRVTXHVHUPX\QRFLYDV[...] y sugiri el cierre de la presa y toma de la hacienda de Soria y Cristbal Cano, o al menos, que se disminuyera su tamao o se PRGLFDUD Pasaron seis aos ms, sin que conste si se tomaron algunas resoluciones. En 1805, el procurador del cabildo present un escrito pidiendo que se ejecutara lo que se haba ordenado en 1790 y que no haba tenido lugar, es decir, cerrar todas las bocas del ro. Estando en proceso de construccin un puente diseado por el arquitecto y perito Francisco Tresguerras,95 ste sugiri que la ciudad poda recibir perjuicio con el considerable enzolve que tena el ro, dimanado de la presa de don Cristbal Cano. Tema en efecto, una variacin del curso de las aguas del ro, dejando inutilizada la obra del nuevo puente.96

    El 20 de mayo de 1805 el cabildo de Celaya, presidido por Jos Duro y Francisco Tresguerras, pas al ro de la Laja e hizo destruir la presa de Cano; tambin orden el cierre de todas las bo-cas consideradas nocivas y en el paraje de las Lechugas, dirigi la destruccin de la presa perteneciente a la Hacienda el Molino, tal como lo recomendaba el decreto de 1791. Entre otras disposiciones, tambin orden bordear el ro para evitar que las aguas entraran a la ciudad y advirti a los labradores que cerraran las bocas que te-nan en ste y que bordearan y limpiaran sus pertenencias.97

    Entretanto Crespo, el nuevo propietario de la hacienda Mo-lino de Soria, haba conseguido en la Real Audiencia varias pro-videncias para la reposicin de las presas que le haban sido des-truidas. En su defensa haba argido la prueba de que en el ao de

    AGN: Tierras, Vol. 1390, Exp. 3.95 Ver mapa en: AGN: Tierras, Vol. 2072, Exp. 1.96 AGN7LHUUDV9RO([SI\2EUDV3~EOLFDV9RO([SI97 AGN: Tierras, Vol. 1390, Exp. 3.

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    1799, el coronel Juan Fernndez Munilla, su padre poltico, haba comprado la hacienda de San Nicols del Molino al regidor don Jos Guadalupe de Soria, con una saca de agua del ro de la Laja, y construido dentro de las tierras de la hacienda, una presa para ella en el paraje de las Lechugas y el arroyo de los Sabinos, y que, tan-to la una como la otra, estaban en uso corriente y que [...] con las aguas de las crecientes de este ro en tiempo de lluvias, enlamaba toda la hacienda. Insisti en que Fernndez Munilla haba desba-ratado la presa antigua y fabricado una nueva en el mismo paraje, con pilares y compuertas corredizas, para usar de ella a propor-cin de la necesidad de la creciente. Se resolvi entonces dejar la presa ya que Fernndez Munilla la haba arreglado conveniente-mente y que sin ella no se poda irrigar la hacienda, solamente se orden destruir la parte que estorbaba al curso del ro. 98

    Las dramticas inundaciones acaecidas en Celaya en 1750, 1753, 1759, 1767, 1769, 1781 y 1790 pudieron tener como detona-dor la presencia de fuertes lluvias en la regin, como la registra-da en 1769. Pero, segn testimonios e investigaciones periciales, sus dramticas consecuencias estaban ntimamente asociadas con OD LQWHQVLFDFLyQ\ HOPDOPDQHMRGH DOJXQDV REUDVGH FDUiFWHUhidrulico. La multiplicacin de aberturas o zanjas en el ro que de forma fortuita o legal realizaban hacendados y rancheros para mejorar sus rendimientos agrcolas y almacenar agua, haba ter-minado por provocar un fuerte impacto ambiental. En efecto, el ya inestable lecho del ro fue an ms vulnerable al encontrar en su cauce repetidas presas, que estancaban las aguas en bolsas y producan azolves, e innombrables bocas que rompan sus orillas provocando derrumbes. Todo lo cual generaba deslaves, acumu-lacin de materia orgnica y avenidas, de consecuencias desvas-tadoras.

    98 AGN: Tierras, Vol. 1390, Exp. 3.

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    Las tardas y paliadas respuestas de las autoridades polticas estuvieron encaminadas a exigir a los propietarios cuidar de la buena construccin de las represas, y obligarlos a vigilar la lim-pieza de los canales para evitar los enzolves, as como a construir estacadas en las orillas para mantener el deslave de los bordes.

    El valle de Santiago

    Durante los siglos XVI y XVII, la llanura que forma el margen Norte del ro Lerma, en lo que se conoce como el Bajo central, estuvo poblada principalmente por estancias de ganado.99 En la unin del ro Laja con el Lerma, dada la posibilidad de riego se asenta-ron algunos labradores que fundaron ranchos y haciendas y po-sean presas y molinos.100 En el lado opuesto del ro se extenda, hacia el sureste, el valle de Santiago.

    En 1602 algunos pobladores de Yuririapndaro e Irapua-to solicitaron fundar un asentamiento para abastecer el pujante mercado de Guanajuato, al que llamaron Salamanca. Aunque el lugar escogido para la fundacin de la villa estaba a la orilla del ro Lerma, no era posible hacer saca de agua por la profundidad de su caja en esta parte. Los vecinos congregados en cabildo de-cidieron entonces hacer una presa, con su acueducto o acequia madre, en la parte oeste del valle de Santiago, para traer agua y regar la planicie. Ante la falta de capital para sufragar los gastos de construccin, Juan Fernndez hizo a su costa la saca de agua y acequia principal a cambio de doce caballeras de tierra y un heri-do de molino que tuvieron que ser prorrateados entre las propie-GDGHVGHORVYHFLQRVTXHTXHUtDQEHQHFLDUVHGHODREUD/DODERUo propiedad que encabezaba la presa se llam el Cerrito y estuvo

    99 Wigberto Jimnez Moreno, Op. cit., p. 85.100 AGN: Mercedes Vol. 10, f. 200 v.

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    HQSRGHUGH-XDQ)HUQiQGH]KDVWD$ORODUJRGHODDFHTXLDVHUHSDUWLHURQWLHUUDVORVYHFLQRVTXLHQHVVHEHQHFLDURQGHODJXDabriendo bocas o marcos, como los llamaban aqu, de donde toma-ban el agua que les corresponda, a partir de un procedimiento de reparto por tandas.101 Segn datos de Diego Basalenque, en el valle de Santiago se podan sembrar ms de 10 mil fanegas [...] SRUTXHODWLHUUDELHQEHQHFLDGDSRGtDHQSDUWHDFXGLUDSRUfanega [...].102

    Pas la hacienda del Cerrito por diferentes manos hasta que la adquiri el Colegio de Jesuitas en el siglo XVIII(QHOSDGUHjesuita administrador de la hacienda se quejaba por escrito de no poder moler trigo en su molino ni regar las tierras por falta de ver-tiente. La escasez de lquido se atribua a una modalidad de siem-bra inventada por fray Ramn de Voto, agustino y administra-dor de la hacienda de San Xavier, quien echaba [...] agua en las tablas de trigo, enlagunndolas, para despus vaciarlas y hacer la siembra de humedad que dejasen dichas lagunas.103 Imitando a los agustinos, las haciendas de Santa Mara, Villa Diego de Tulan, Santa Ana, Jos Cintona de abajo, La Soledad, La Grande y San-ta Ana de Hiplito Gmez, empezaron a encarcelar agua en las tablas de trigo, sacando el agua de la acequia principal sin tener mercedes y contraviniendo, al parecer, alguna disposicin real en FRQWUDGHOFRQQDPLHQWRGHDJXDV Las sacas de agua para en-lagunados se hacan en efecto durante la poca de lluvias, por lo que hasta ah se haban tolerado prudentemente, pero la genera-lizacin haba llegado al extremo, por lo que se tuvo que pedir ante notario pblico el cese de esta actividad. Los archivos de Sa-lamanca se perdieron inexorablemente y no podemos saber hoy

    101 AGN7LHUUDV9RO([S102 Diego de Basalenque, Op. cit., p. 231. 103 AGN7LHUUDV9RO([SI Loc. cit.

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    el efecto negativo del enlagunado sobre la poblacin de la villa. En los terrenos situados a proximidad del cauce bajo del ro Ler-ma, ocurran inundaciones frecuentes durante la poca de lluvias, GHELGRDVXGHVERUGDPLHQWRFRPRORDUPDQHQ&ULVWyEDOMartnez de Herrera, don Manuel de Vargas y Joaqun Ruiz.105

    Sufriendo el valle de Santiago escasez de agua en 1780 y aos anteriores, los padres agustinos, administradores de las ha-ciendas de la Bolsa, San Rafael, San Javier, San Antonio y Fuentes antepusieron, por tres ocasiones, demandas contra los labradores del mismo valle, alegando que estaban defraudados en el repar-timiento de lquido. No teniendo respuesta de las autoridades de Salamanca, acudieron al virrey Matas de Glvez, quien expidi XQDFRPLVLyQSDUDYHULFDUHOUHSDUWLPLHQWR\ODGLYLVLyQGHODVaguas en arreglo a las mercedes que se tenan repartidas, y cons-tatar al mismo tiempo la situacin del ro Grande o Lerma. La LQYHVWLJDFLyQFRQUPyVXPDOHVWDGRSRUKDEHUVHD]ROYDGRHQexceso y tomado distintos rumbos las aguas, y evidenci tambin ODLQVXFLHQFLDGHOtTXLGRSDUDVHPEUDUORVWULJRVORVPHORQHVHOazafrn y otras semillas, y para abastecer las demandas de todas las mercedes de agua.106 Por tal motivo se consider oportuno valerse del agua de la laguna de Yuririapndaro, situada a poca distancia. 8WLOL]DQGRORVDUELWULRVGHXQSHULWRSDUDVRSHVDUODGLFXOWDGGHla empresa para conducir el agua por una acequia o canal hasta el valle, los vecinos y los agustinos establecieron, a travs de un instrumento legal, las reglas relativas a la inversin de dinero y la forma en que se repartira el agua.107 El pueblo de Yuririapndaro y su laguna estaban localizados en un valle entre unas serranas, a tan slo media legua del ro Lerma.

    105 Cita textual: que en tiempos de aguas padecen las mayores inundaciones con moti-vo de salirse la madre del ro, en AGN: Mercedes, Vol. 81, f. 50 v.106 AGN: Ayuntamientos, Vol. 97, Exp. 2, f. 100.107 Loc. cit.

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    Es voz comn que el primer fundador del convento de los agustinos de Yuririapndaro, fray Diego Chvez, ide una zan-ja ancha para sangrar el ro Grande y llevar agua a unos bajos que durante las lluvias se inundaban formando unas cinagas. De modo que, con el tiempo, se hizo una laguna, la cual creca y men-guaba conforme el agua que traa el ro Lerma.108 Previniendo que en los aos de mucha lluvia el agua de la laguna de Cuitzeo no derramara sus aguas saladas en la de Yuriria, haciendo las aguas de sta inservibles para la siembra y la pesca, se previ una esta-cada en el punto del derramadero, a cuyo costo y reparo debera acudir el comn de los labradores, a prorrata y en funcin del n-mero de caballeras de tierra que tuviesen en el valle. Al parecer, la laguna de Yuriria se sali de control e inund durante casi me-dio ao las tierras de labor de la hacienda San Nicols, por lo que fue necesario tomar algunas medidas y construir un dique para contener el exceso de agua, cuando los aguaceros eran demasiado abundantes.109

    Las evidencias tradas aqu, permiten constatar el empleo del sistema de enlagunado en la agricultura de riego del valle de Santiago, como una tcnica encaminada a mantener humedad en los campos durante el largo periodo de la sequa anual. No es fcil discernir si la falta de agua que provoc la disputa de 1780 se debi a un fenmeno meteorolgico o al aumento indiscrimi-nado de boquetes en la acequia principal. Una combinacin de ambas no es excluyente. La respuesta social encaminada a paliar la falta de lquido se dirigi a la construccin de un canal costoso cuya defectuosa factura ocasion contaminacin de las aguas sa-litrosas del lago de Cuitzeo en el de Yuriria y el desbordamiento e inundacin, en los aos de lluvia abundante, del valle de Santia-

    108 Diego de Basalenque, Op. cit., pp. 122-23.109 Michael E. Murphy, Op. cit., pp. 78-80.

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    go. Las lluvias torrenciales fueron, como en el caso de Celaya, una amenaza para la poblacin, por la falta de planeacin de drenajes en los sistemas hidrulicos y por el uso excesivo de bocas o diques para sangrar la corriente.

    Irapuato

    Como entre una y dos de la tarde del jueves dos de septiembre de 1756, una furiosa avenida de agua rompi dos vallados o al-barradas que la congregacin de Irapuato haba construido para prevenirse contra los continuos desbordamientos del ro Silao, inundando el paraje llamado las Races, as como la Plaza Mayor \ ORVEDUULRVGH6DQWLDJR6DQ0LJXHO6DQ1LFROiV /D6DOXG\Santa Ana. El golpe del agua obstruy los caminos, se introdujo en muchas casas y devor otras muchas a su paso. El nivel que al-FDQ]DURQODVDJXDVVHHVWLPyHQPHGLDYDUDFP\VHWXYLHURQque utilizar canoas para auxiliar a la poblacin refugiada en las azoteas.110

    Tres aos antes, en 1753, otra inundacin oblig al teniente del cabildo a abrir un boquete en la parte alta del cauce del ro Silao, para desaguar la fuerte corriente y liberar a la poblacin de los torrentes.111 El sangrado del ro por diferentes partes para evi-tar las anegaciones se practic en varias ocasiones.112 Ante la ame-naza repetida de inundacin de la villa, los vecinos construyeron albarradas y pretiles en el ro, pero al parecer las inundaciones no cesaron. En otra inundacin mencionada en los documentos cuya fecha, 1788, resulta un tanto incierta,113 los vecinos que se junta-

    110 AGN7LHUUDV9RO([SIV111 AGN7LHUUDV9RO([SIV112 Loc. cit.113 El testimonio aportado por Clemente de Cambre, Justicia Provincial, sobre la inun-dacin, dice: ocurrida hace doce aos, fechado en 1790, en: AGN: Tierras, Vol. 1170, ([S

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    ron con el juez para reconocer los destrozos causados por el agua constataron que la presa de la hacienda las nimas de Manuel Martnez de Lexarzar se haba reventado con la fuerte avenida y el mpetu de las aguas, y responsabilizaron al dueo de detener el caudal y no permitir que corriera libremente el agua. Tan gra-ves y continuas eran las anegaciones que los vecinos recurrieron ante la Real Audiencia a quejarse. Ello result en una orden del marqus de las Amarillas, Agustn Ahumada y Villaln, para efec-tuar una inspeccin con perito de las caractersticas del sistema hidrulico. En 1757, ste propuso el desvo del ro por la madre vieja del cauce, abriendo un boquete y desaguando una parte del caudal acufero, por el mismo lugar por donde se haba desagua-do durante la inundacin de 1753.

    Como era de esperarse, los dueos de las haciendas que se EHQHFLDEDQWUDGLFLRQDOPHQWHGHOUtR/DV$QLPDV/ySH]6DQ5R-que, La Virgen y San Miguelito-, al ver desviado el curso del mis-mo y disminuido el caudal, impugnaron la decisin por privarlos del uso de riego, derecho emanado de leyes emitidas desde tiem-po atrs. Las haciendas llamadas de Jorge Lpez, propiedad de don Agustn de Ocio y Ocampo, la hacienda de Coahujados, Cu-hisillo, San Antonio de Ystiro y Soledad, de don Miguel Gmez de Sorilla por donde debera correr el agua, despus de la obra, alegaron que sus haciendas se veran estorbadas por el exceso de DJXDDXQTXHWXYLHURQTXHDFHSWDUHQGHQLWLYDTXHHUDQPiVORVEHQHFLRVTXHHOGDxRTXHSRGtDQUHFLELU$SHVDUGHORVDOHJDWRVlos trabajos para la construccin de un partidor de aguas de cal y canto con compuertas fue proyectado en el punto que colindaba con la hacienda de Jorge Lpez y se estim la obra en 8 mil pesos. Se hizo la solicitud, entonces, de darle a la presa buena anchura y hondura y, en 1770, fue designado responsable de la obra Miguel

    Loc. cit.

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    Gmez Sorilla, dado que sus haciendas de la Soledad y de San $QWRQLRGH

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    do se intent conocer las causas de las anegaciones de Irapuato y su veredicto fue: que mientras se mantuviese bien reforzada, para TXHQRDTXHDUDQRSHUMXGLFDEDHQQDGDDODFRQJUHJDFLyQ118

    En el partidor de agua sealado por los peritos para desviar-la por el cauce viejo y evitar las anegaciones de la congregacin de Irapuato, aos despus, Miguel Ramrez de Espaa, propietario de la hacienda de San Diego, haba construido una presa, y lleva-ba agua a su hacienda manteniendo las compuertas del partidor cerradas. El agua acumulada en la presa derramaba en los depsi-tos de su propiedad, tardndose varios das en llenar, ocasionan-do caresta en el vecindario y en particular despojando del lquido a don Pedro Ignacio Rodrguez Lexarzar, dueo de la hacienda de las nimas, situada en el cauce viejo del ro Silao.119 La larga con-troversia por las aguas del ro Silao, tanto en el tiempo como por la tinta que derram, ilustra la forma en que las presas podan ser XWLOL]DGDVSDUDEHQHFLRSHUVRQDOUHWHQLHQGRHOSUHFLDGROtTXLGRsin ocuparse del vecindario, pero sobre todo muestra la arbitrarie-dad con que los dueos de haciendas y ranchos levantaban rete-nedores para uso personal. Los jueces obligaron a Ramrez de Es-paa [hijo], quien hered la hacienda, a no usar el partidor como presa para llenar los depsitos de su hacienda, dejar siempre libre el cauce del ro y construir un bordo ms arriba del partidor, a una GLVWDQFLDQRPHQRUGHYDUDV>@WRPDQGRVyORHODJXDTXHnecesitaba para el riego [...].120

    En las averiguaciones entre partes del pleito, se constat que la hacienda de las nimas no haba tomado nunca las aguas del ro Guanajuato como lo tena asignado por escrito, porque la presa que construy para ello se haba reventado desde sus inicios. Te-

    118 AGN7LHUUDV9RO([SIV119 Loc. cit.120 Loc. cit.

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    niendo gran necesidad de agua en 1786, Rodrguez Lexarzar puso un atajadizo en el ro viejo de Silao para que encajonadas sus aguas pudieran subir hasta el paso que llaman de Delgado, y regar de esta manera sus tierras. Rodrguez Lexarzar, quien apareca en el plei-to contra la hacienda de Miguel Ramrez de Espaa como aliado y protector de la comunidad de Irapuato, era en realidad su peor enemigo, pues no solamente robaba el agua con la que se surta el vecindario, sino que tambin era culpable de una fuerte inundacin que sobrevino a la ciudad cuando revent la presa.121 El rol que jug la presa en varias de las anegaciones ocurridas en Irapuato, haba sido denunciado con anterioridad por los vecinos sin que las auto-ridades hubieran tomado cartas en el asunto.

    El ejemplo trado para Irapuato vuelve a mostrar el frgil equi-librio al que se haba llegado en la ltima mitad del siglo XVIII entre las desordenadas construcciones para el suministro del riego de las haciendas y la presencia de variaciones climticas inter-estivales.

    Len

    Siguiendo la poltica de poblamiento hacia el Norte, el virrey Enr-quez mand fundar la villa de San Sebastin de Len en 1575. La poblacin efectiva ocurri un ao despus y se ubic a proximidad del ro del mismo nombre, en cuyas mrgenes se repartieron merce-des de tierras para fundar labores de riego y estancias, como era la costumbre. Un grupo otom estableci a poca distancia un poblado al que se le dio el nombre de San Miguel. Un segundo asentamien-to indgena, esta vez de tarascos, fue nombrado Coecillo. Ambos pueblos recibieron tambin dotaciones de tierra para su manuten-cin.122

    121 AGN7LHUUDV9RO([SIV([LVWHQWUHVPDSDVTXHH[SOLFDQODIRUPDHQTXHse construy el partidor y el pleito que se sigui entre sus pobladores. Ver: AGN: Tierras, 9RO([SQ~PHURVGHFDWiORJR\122 David A. Brading, Haciendas y ranchos..., p. 132.

  • Fragilidad de un espacio productivo...

    $OQDOL]DU HO VLJOR XVII, la pequea y mediana propiedad era la forma predominante de tenencia de la tierra en el distrito de Len. A pesar de la existencia de algunas grandes haciendas como Duarte, Otates o Santa Rosa, haba por lo menos 30 labores y 50 ranchos. Las labores eran extensiones de tierra de aproximada-mente tres y media caballeras y los ranchos, ms pequeos, varia-ban entre una a tres y media caballeras. La tendencia muestra que con el tiempo estas unidades de produccin se fueron reduciendo de tamao como consecuencia de una divisin de la propiedad en-tre miembros de la familia.123 Ante la falta de capital y la demanda creciente de un mercado en expansin algunos vecinos, para me-jorar su produccin, se asociaron ante notario pblico para abrir tierras al cultivo y practicar algunas mejoras hidrulicas. Antonio *yPH]GH0RFD\'LHJRGH$GDPHV3DUUHQRFHOHEUDURQHQuna sociedad, por cuatro aos, para tener una zanja para la siem-bra de trigo y chile de riego, en una labor de caballera y media de tierra que posea el segundo por merced real con derecho al uso del agua de un arroyo. Adames se comprometi por escrito a aportar la tierra y 200 pesos anuales para la compra de las semi-llas. Antonio Gmez por su parte, se oblig a hacer todo el trabajo de la siembra y cosecha, construir una acequia, poner los bueyes, aperos y fabricar una casa para almacenar los productos.125

    Los pequeos productores, con un capital reducido y sin otro recurso que su fuerza de trabajo, estuvieron ms expuestos a los cambios climticos extremos que, como las sequas, las heladas tempranas o el exceso de agua, los dejaban desamparados y en riesgo de padecer necesidad al perderse las cosechas. El ro Len fue un caudal poco profundo que atravesaba por una planicie mal

    123 Ibid, p. 150. Archivo Histrico Municipal de Len, a partir de ahora ser citado AHML, Ramo Co-municaciones, Exp. 19.125 Loc. cit.

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    drenada y fcilmente inundable; cuando las lluvias del verano eran abundantes, provocaban avenidas en el ro y en los arroyos tributa-rios. Los primeros registros en el archivo de Len sobre inundacio-nes datan de principios del siglo XVII. No hay evidencias del dao causado por el agua en las labores y ranchos, solamente nos han lle-gado datos aislados sobre las avenidas que se abatan sobre la villa. La del mes de julio de 1637 qued como la ms dramtica de una serie de tres o cuatro, en las que el ro haba salido de cauce inun-dando el convento y el hospital del Espritu Santo, particularmente por estar situado ms abajo que el resto de las casas, que tambin quedaron anegadas. Se recuerda en este testimonio otra avenida ocurrida a media noche, [...] tan grande que al amanecer dieron aviso a muchas personas de evacuar y desalojar la villa, pues las paredes de adobe al remojarse se caan con el mpetu del agua.126

    La situacin al parecer se fue agravando ao con ao, pues HQRFXUULyRWUDIXHUWHLQXQGDFLyQFRQPXFKDVDYHQLGDVGHagua que por arroyos y el cauce del ro entraban en la villa. El cabildo, ante la amenaza de que desapareciera la poblacin o se YLHUDLPSHOLGRDPXGDUODGHQLWLYDPHQWHSLGLyTXHVHIRUPDUDuna comisin para averiguar los daos y tratar de remediarlos. La investigacin apunt como responsable de la inundacin a Alon-so de Aguilar Ventosillo. ste no atendi la exhortacin del cabildo de cerrar las presas de los arroyos de su ejido, y, por lo dems, lle-vaba ms de seis aos sin escuchar los reclamos de la autoridad.127

    Un documento mutilado permite saber que Alonso Aguilar haba construido una presa trayendo a sus tierras agua de la serrana de Comanja por el arroyo del pueblo de indios de Coecillo; defrau-dando, sin ttulos ni registros, a Pedro de Aranda, su verdadero propietario.128

    126 AHML, Inundaciones, Exp. 3.127 AHML,QXQGDFLRQHV([S128 AHML, Aguas, Caja 1, Exp. 7.

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    Fragilidad de un espacio productivo...

    En un pleito un tanto confuso pero que completa el ante-rior sobre el uso del agua del ro Len, de un arroyo y unos ojos de agua, sabemos que en 1606 se hicieron varias mercedes de tie-rra y agua del ro a particulares y que, en 1629, ante escritura de compromiso, los usufructuarios se pusieron de acuerdo sobre el uso de los remanentes. Para recoger el agua del ro, se construy una presa principal de la que se servan principalmente Pedro de Aranda, Alonso de Ulloa y Alonso Prez de Ortega. Los causantes acordaron usar el agua durante doce das seguidos con sus noches para sus labores, y echar el remanente por el ro que llamaban de $ORQVR6LHODJXDHUDVXFLHQWH$ORQVR8OORDWRPDUtDGRVGtDV\sus noches de agua para su molino y unas labores de riego tam-bin suyas, que l tena ms abajo. Juan Antonio de Marmolejo, sucesor de Ulloa, se quej de Santiago de Arcocha, sucesor de Alonso Prez de Ortega, pues haba arrendado los remanentes de las aguas de los indios de Coecillo a otros pensioneros y stos haban fabricado una nueva presa, privndolo entonces del agua para su labor, porque el molino ya no estaba en uso.129 En efecto, en la vista de ojos efectuada en 1699 en los ejidos de la villa, se comprob que exista una nueva presa ms abajo de la principal, en donde se detenan las aguas de la primera y las aguas del arro-yo que tenan su origen en unos manantiales que corran junto al pueblo de Coecillo. Por lo visto, unos indios haban pactado con Santiago Arcochea unos pedazos de tierra y el uso del agua de la presa a cambio de desmontarlos de jaral y otras yerbas muy espesas.130

    En este testimonio se puede comprender, cmo, con el paso del tiempo, los nuevos propietarios o arrendatarios de la tierra se iban adueando de los derechos de uso del agua, fabricando pre-

    129 AGN: Tierras, Vol. 192, Exp. 1.130 Loc. cit.

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    sas y bordos clandestinos que por su ubicacin y mal estado eran los causantes de las anegaciones y desastres en la villa.

    La fabricacin de nuevas presas como parte del proceso de desmembramiento de la propiedad ya sea por venta o ren-WDDSDUHFHELHQUHSUHVHQWDGDHQGRFXPHQWRVGHQDOHVGHOVLJORXVII. Juan Snchez Caballero con una labor de riego en la villa de Len, se queja de que Pedro de Urquieta, poseedor de otra labor situada en la parte alta del cauce del ro, usaba y alquilaba todos los remanentes de agua a vecinos, quienes haban construido pre-sas para sembrar trigo en sus ejidos, atajando el agua a ttulo del arrendamiento.131

    El uso del agua, como era costumbre en la Nueva Espaa, responda al derecho obtenido por merced real o de cabildo, y a un acuerdo de repartimiento del lquido por tandas: pero la divisin de la tierra trajo el aumento del nmero de presas, que contribuy a fragilizar todo el sistema general de riego.132 La hacienda de Co-rralejo se quejaba en 1717 de sufrir falta de agua para su ganado, porque la hacienda de Cuerramo le impeda, como haba sido costumbre inmemorial, utilizar las aguas de unos ojos que iban a dar al ro Turbio, para abrevar sus animales. Cuerramo haba alquilado unas tierras a unos indios, quienes ponan unas [...] presas para que subiera el agua y formara una laguna y rebalsara el agua para poder regar, impidindole al ro su curso normal.133

    El efecto de las lluvias abundantes sobre la multiplicacin de presas, aunque no est del todo bien documentada, ha dejado algunos reveladores testimonios. En 1771, la hacienda de Laguni-llas, con ganados y labores, haba emprendido una obra de cons-truccin de una presa muy costosa para recoger agua y almace-

    131 AHML, Aguas, Exp. 11; AGN: Tierras, Vol. 192, Exp. 1. Renta de agua a los nuevos arren-datarios.132 AGN: Tierras, Vol. 217, parte 2, Exp. 1.133 AHML$JXDV([S6XEUD\DGRGHODXWRU