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05/008/110 - 8 cop. (Teoría y Análisis Literario) © De la traducción: Introducción, «Relato», .Recuerdo! de mi juventud», «El palito Espejo» y «De la vida de un tunante», María Antonia Seijo Casttovicjo. .E l terremoto de Chile», Carmen Gauger. «Morsrt camino de Praga», Miguel Siena, «Una», Trotta S. A. Editorial, .E l inválido loco del fuerte de Ratonncau», «EJ haya del judio», «El visionario», «Ondina», «El rubio Eekberl» c «Historia del bravo Kasperl y de la hermosa Annerl», Manuel Olasagarti Gaatclumendi. «Batthli, el cestero», Celia y Rafael Lupiani. «El relato del coronel Morre», «El corasón frío» y «El sulterón», Antón Dlcterich, «El pobre músico», Boch Casa Editorial, versión bilingüe, 177 ^. «El espíritu elemental», Genoveva Dlcterich, © E diciones SmuEi.n, s. A ., 1992 Pki%a de Maime! Becerra, 13. «El Pabellón» 2S02S Madrid. T'el:.: 3355720¡35522 02 Ttlcfax: 35522 01 Prinlcd and made ¡n Spain I.S.B.N. 64-7M-124-7 Depasdo U%a¡ M-33513-1992 Imprvie par Ripmapv/k S.L. Pal. Jad. Mpamxhe Parcela 13 Navakanmv (Madrid) Diseño giáfico: ], Símela i ’-a

El Rubio Eckbert- Ludwig Tieck

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Ludwig tieck ominoso sueño

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  • 05/008/110 - 8 cop.(Teora y Anlisis Literario)

    De la traduccin:

    Introduccin, Relato, .Recuerdo! de mi juventud, El palito Espejo y De la vida de un tunante, Mara Antonia Seijo Casttovicjo.

    .E l terremoto de Chile, Carmen Gauger.Morsrt camino de Praga, M iguel Siena,Una, Trotta S. A. Editorial,.E l invlido loco del fuerte de Ratonncau, EJ haya del

    judio, El visionario, Ondina, El rubio Eekberl c Historia del bravo Kasperl y de la hermosa Annerl, Manuel Olasagarti Gaatclumendi.

    Batthli, el cestero, Celia y Rafael Lupiani.El relato del coronel Morre, El corasn fro y El

    sultern, Antn Dlcterich,El pobre msico, Boch Casa Editorial, versin

    bilinge, 177 .El espritu elemental, Genoveva Dlcterich,

    Ediciones SmuEi.n, s. A., 1992Pki%a de Maime! Becerra, 13. El Pabelln 2S02S Madrid. T'el:.: 335572035522 02 Ttlcfax: 35522 01

    Prinlcd and made n SpainI.S.B.N. 64-7M-124-7 Depasdo U%a M-33513-1992 Imprvie par R ipm apv/k S.L.Pal. Jad. MpamxheParcela 13 Navakanmv (Madrid)

    Diseo gifico: ], Smela

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  • C U E N T O SR O M N T I C O S

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    Se l e c c i n y p r l o g o

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    Hugo v o n Hof ma nns t ha l

    Ed i c i o n e s S i r u e l a

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  • Ludwig Tieck

    EL R UB I O E C K B E R T *

    E n un lugar del Harz viva un caballero al que solan llamar el rubio Eckbert. Tena alrededor de cuarenta aos, era de estatura media y un pelo rubio claro, corto, liso y espeso le enmarcaba el rostro plido y enjuto. Viva su vida muy tranquilo y no terciaba en las reyertas de los vecinos; tampoco era frecuente verlo fuera de los muros de su pequeo castillo. A su mujer le gustaba la soledad tanto como a l y todo haca pensar que los dos se queran de corazn; su nico lamento era que el cielo no quiso bendecir su matrimonio con una descendencia.

    Eran escasas las ocasiones en que Eckbert reciba visitas, y cuando esto ocurda, el tenor de su vida apenas cambiaba; la moderacin sent all sus reales y la frugalidad pareca presidirlo todo, Eckbert se mostraba entonces alegre y jovial; nicamente cuando estaba solo se notaba en l cierto ensimismamiento, una suave y velada melancola.

    Nadie se acercaba al castillo con tanta asiduidad como Philipp Walter, un hombre que gozaba de las simpatas de Eckbert, porque comparta en buena medida su modo de pensar. Walter viva en realidad en Franconia, pero pasaba a menudo ms de medio ao en las inmediaciones del castillo de Eckbert, recoga plantas y minerales, y se ocupaba en clasificarlos; su medio de vida era una pequea fortuna y no dependa de nadie. Eckbert lo acompaaba a veces en sus paseos solitarios y cada ao se anudaban ms estrechamente los lazos de su amistad.

    Hay momentos en que al ser humano le cuesta ocultarle a un amigo un secreto que ha estado guardando celosamente hasta entonces; el alma siente en tales momentos un impulso irresistible de comunicarse, a abrir su intimidad al amigo para que ste lo sea cada vez ms. Es la hora en que las almas delicadas se dan a conocer mutuamente, y a veces sucede tambin que uno se asusta de las confidencias de otro.

    Era ya otoo cuando Eckbert, una noche de niebla, conversaba al amor de la lumbre con su amigo y su mujer, Berta. La llama arrojaba destellos de claridad en la sala y jugaba con las sombras del techo; la noche asomaba su oscuridad por las ventanas y los rboles se sacudan la fra humedad. Walter se quej del largo camino de vuelta que lo aguardaba y Eckbert le propuso

    * Traduccin de Manuel Oiasagasti Gaztelumendi.

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    permanecer en su casa, pasar medianoche en amigable conversacin y dormir la otra media en una habitacin del castillo hasta la maana. Walter acept la propuesta; una vez abastecida la mesa con vino y cena, y despus de echar ms lea al fuego de la chimenea, la conversacin de los amigos se hizo ms alegre y familiar.

    Cuando termin la cena y se fueron los criados, Eckbert tom a Walter de la mano, y le dijo;

    Amigo, me gustara que oyerais de labios de mi mujer la historia de su juventud, que es bastante extraa.

    Encantado dijo Walter, y los tres se sentaron de nuevo alrededor de la chimenea. Era ya medianoche y la luna brillaba intermitentemente entre las nubes empujadas por el viento.

    No me tengis por indiscreta empez Berta; mi marido dice que vuestra actitud es tan noble que sera injusto ocultaros algo. Slo os pido que no consideris mi relato como un cuento, por muy extrao que suene.

    Nac en un pueblo; mi padre era un humilde pastor. La economa de mis padres era muy precaria; ellos no saban muchas veces cmo tracir a casa el pan de cada da. Pero lo que ms me afliga era ver cmo mi padre y mi madre rean a causa de la pobreza, y los duros reproches que se hacan mutuamente. A mi me decan siempre que era una nia boba y estpida, incapaz de hacer nada a derechas; en realidad, era muy torpe y desmaada; todo su me caa de las manos, no saba coser ni hilar; no poda ayudar en las tareas domsticas; lo nico que comprenda extraordinariamente bien era la indigencia que pasaban mis padres. Muchas veces me sentaba en un rincn e imaginaba cmo los ayudara si me hiciera rica de repente, cmo los colmarla de oro y plata y lo que disfrutara viendo su asombro; vela surgir gnomos que me descubran tesoros subterrneos o me daban guijarros que se convertan en piedras preciosas; en suma, soaba con las ms extraas fantasas, y ai levantarme para ayudar o llevar algo, pareca ms torpe que nunca porque tena la cabeza llena de cosas extravagantes.

    M padre me echaba siempre en cara el ser una carga intil para la casa; por eso me trataba con bastante dureza y rara vez le oi decir ilgo halageo sobre m. Yo tenia unos ocho aos y empezaron a deliberar en serio sobre mi futuro, Mi padre crey llegada la hora de poner fin a mi obstinacin o a mi pereza, y trat de imponerse con terribles amenazas; pero como stas no dieron fruto, me castig severamente y me hizo saber que este castig se repetira a diario porque yo era un ser intil. !

    Pas llorando toda la noche, me sent totalmente abandonada y me inspiraba tanta lstima a mi misma que dese morir. Aguarde; con temor el amanecer, no saba qu decisin tomar, ansiaba poseer todas las habilidades y no comprenda por qu era ms tonta que las otras nias que yo conoca. Estaba al borde de la desesperacin,

    Con las primeras luces del da me levant y abr casi sin ciarme cuenta la puerta de nuestra cabaa. Estaba en pleno campo y pronto llegu a un bosque donde apenas haba penetrado an la luz del da. Segu adelante sin volver

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    la vista; no tena sensacin de fatiga, apremiada por la idea de que mi padre fuese a buscarme, y, enfurecido por mi fuga, me tratase an ms duramente,

    Cuando acab de cruzar el bosque, el sol haba ascendido bastante en el cielo; la luz del da haba menguado, amortiguada por una densa niebla. Tuve que subir cerros y recorrer senderos sinuosos entre rocas; me veia ya perdida en la montaa prxima y empez a invadirme el miedo a la soledad. En mi tierra llana no habla visto ningn monte, y ya la palabra montaa, cuando la oa pronunciar en las conversaciones, sonaba a algo pavoroso en mis odos infantiles. Pero no poda volver atrs y la propia angustia me espoleaba; a veces me produca sobresalto el rumor del viento entre los rboles o el ruido lejano de unos hachazos en el silencio de la maana. Al fin, me encontr con carboneros y mineros, pero los o hablar un lenguaje extrao y esto me llen de espanto.

    Pas por varios pueblos y me puse a mendigar, porque sent hambre y sed; me hacan preguntas y supe salir del paso con bastante fortuna. Haban pasado ya cuatro das cuando me intern por un sendero estrecho que me fue alejando cada vez ms de la calzada principal. Las rocas tenan un perfil distinto, mucho ms siniestro; aparecan superpuestas unas sobre otras, como a punto de desmoronarse al primer golpe de viento. No saba si continuar avanzando o no. Aquellas noches haba dormido siempre en el bosque, pues era la estacin ms benigna, o en chozas perdidas; pero aqu no encontr ningn cobijo humano ni tena esperanza de encontrarlo en un paraje tan agreste; las rocas me infundan cada vez ms pavor, tenia que bordear precipicios y lleg un momento en que ces cualquier rastro de sendero. Me qued desolada, llor y grit, y el eco de mi voz en los barrancos me estremeca. La noche se ech encima y busqu un sitio cubierto de musgo pata descansar. No pude dormir; durante la noche o los ms extraos ruidos; unas veces me parecan producidos por animales salvajes, otras por el viento, o por las rocas, o por aves misteriosas. Rec y slo llegu a conciliar el sueo poco antes de amanecer.

    Despert cuando la luz del da me hiri en el rostro, Tena ante m una pendiente rocosa y emprend la subida con la esperanza de salir de aquel paraje agreste y avistar quiz alguna construccin o un ser humano. Cuando estuve en la cima, todo el panorama que abarcaron mis ojos era idntico al que me rodeaba; la niebla lo envolva todo, el da era gris y opaco; ningn rbol ni prado ni siquiera maleza pudieron descubrir mis ojos, salvo algunas matas que asomaban solitarias y tristes en las grietas de las rocas. No es para decir el ansia que tena de ver a un ser humano, aunque fuera hostil para m, El hambre me torturaba; me dej caer en el suelo y decid esperar la muerte. Pero ai cabo de un rato el afn d vivir pudo ms; me levant y estuve caminando todo el da entre lgrimas y suspiros entrecortados; al final casi haba perdido la conciencia, estaba agotada, apenas deseaba vivir y, sin embargo, tema la muerte.

    A1 atardecer, el paisaje pareca algo ms ameno, mis pensamientos y mis deseos cobraron impulso y el gusto de vivir despert en mis venas. Cre percibir el traqueteo de un molino en la lejana, apret el paso y sent un gran

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    bienestar y una sbita agilidad cuando termin de recorrer la zona rida y rocosa. Vi de nuevo ante m bosques y praderas y el grato perfil de unos montes al fondo, Fue como si hubiera pasado del infierno al paraso; la soledad y mi impotencia no me parecan ya algo espantoso,

    En lugar del esperado molino me encontr con una cascada que enturbi mucho mi alegra; beb del riachuelo en el cuenco de la mano y me pareci or de pronto, a cierta distancia, una ligera tos. Nunca me he llevado ms grata sorpresa en mi vida; me acerqu y pude avistar en la linde del bosque a una mujer anciana que pareca estar descansando. Vesta de negro y una caperuza del mismo color le cubra la cabeza y gran parte del rostro; en la mano sostena un bastn.

    Me acerqu a ella y le ped ayuda; ella me sent a su lado y me dio pan y algo de vino. Mientras yo coma, cant con voz quebrada una meloda religiosa. Cuando termin, me dijo que la siguiera.

    Esta invitacin me alegr mucho, aunque la voz y la apariencia de la anciana me parecan extraas. Caminaba bastante gil con su bastn y a cada paso torca el gesto, cosa que al principio me produjo risa. Fuimos dejando atrs el terreno pedregoso y atravesamos una amena pradera y despus un bosque bastante extenso. Cuando salimos al descampado, el sol estaba en el ocaso; nunca olvidar la visin y las impresiones de aquel atardecer. Todo se haba fundido en la ms suave tonalidad de rojo y oro, los rboles destacaban con sus copas en el crepsculo y sobre los campos se extenda el mgico resplandor; los bosques y las hojas de los rboles guardaban reposo, el cielo puro semejaba un paraiso abierto y el rumor de las fuentes y, de vez en cuando, el susurro de la fronda sonaban en medio del silencio sereno como un gozo dolorido, Mi alma joven se veng as del mundo y sus desventuras. Me olvid de m misma y de mi gua; mi espritu y mis ojos se perdieron en las nubes doradas.

    Subimos a una colina poblada de perales; desde la cima se divisaba un verde valle repleto de estos frutales y abajo, en medio de los rboles, se alzaba una cabaa. Un alegre ladrido nos sali al paso y pronto se abalanz sobre la anciana un perrito moviendo la cola, despus se acerc a m, me mir por todos los lados y con gestos amistosos volvi con la anciana,

    Cuando bajamos la colina, o una extraa cancin que pareca llegar de la cabaa y de la garganta de un pjaro; la letra deca:

    La soledad del bosque me encanta; perpetuamente, hoy y maana.La soledad del bosque cmo me encanta!

    Esta letra se repeta constantemente; por describirlo de algn modo, era como s sonaran a lo lejos cuernos de caza y chirimas. Sent una tremenda

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    curiosidad; sin aguardar la orden de la anciana, entr en la cabaa, Estaba en penumbra; todo era jovial y alegre; habia copas en un armario de pared, vasijas extraas sobre una mesa; en una hermosa jaula, junto a la ventana, estaba el pjaro que cantaba aquella letrilla.

    La anciana respiraba con dificultad y tosa; pareca no poder recuperarse; tan pronto acariciaba al perrito como hablaba al pjaro, que le responda con su cancin de siempre; la anciana se comportaba como si yo no estuviera presente. Al contemplarla de cerca sent cierto horror, pues su rostro estaba en constante movimiento, al igual que su cabeza, quiz por la edad; por eso no pude saber cul era su verdadero semblante.

    Cuando se repuso del acceso de tos encendi una lmpara,, puso el mantel sobre una mesa muy pequea y sirvi la cena, En aquel momento me mir para ordenarme tomar una silla de paja y acercarla a la mesa. Me sent frente a ella, la lmpara en medio. Junt las manos descarnadas y rez en voz alta haciendo sus contracciones faciales; casi me estall la risa, pero me contuve para no molestarla,

    Despus de la cena rez de nuevo y a continuacin me ense una cama en un cuarto estrecho y de techo bajo; ella durmi en la habitacin. No me cost dormirme porque estaba rendida de sueo; pero me despert varias veces durante la noche y entonces o cmo tosa la vieja y hablaba ai perro; tambin o alguna vez al pjaro, que pareca estar soando y cantaba slo palabras sueltas de su letrilla. Todo esto, unido al rumor de los perales ante la ventana y al canto de un lejano ruiseor, formaba una mezcla tan extraa que me pareca estar soando.

    Por la maana me despert la vieja y poco despus me puso a trabajar. Tuve que hilar y pronto me hice a la idea de cuidar tambin del perro y del pjaro. Aprend rpidamente las faenas domsticas y me familiaric con todos los enseres de la casa; todo me pareci natural; no pens ya que la anciana tena en s algo de extrao, que la vivienda era peligrosa y estaba alejada de todo poblado y que en el pjaro haba algn misterio. La belleza del pjaro cantor me segua fascinando, pues su plumaje exhiba todos los colores posibles: el ms bello azul claro y el rojo encendido se alternaban en el cuello y en el vientre, y cuando cantaba se esponjaba orgulloso, realzando an ms sus atavos.

    La anciana se ausentaba a menudo y regresaba al anochecer; entonces yo le sala al encuentro con el perro; ella me llamaba nia e hija. Al fin acab querindola de corazn, pues los humanos nos acomodamos a todo, especialmente en la infancia. Por las noches me enseaba a leer; no me cost mucho esfuerzo y la lectura fue despus para m una fuente de infinito placer, ya que ella guardaba algunos libros antiguos que contenan relatos maravillosos.

    Siempre recuerdo aquella vida como algo extrao: sin visitas, reducida a un estrecho crculo familiar, incluidos el perro y el pjaro, que eran para m como viejos amigos. Nunca he podido recordar el nombre del perro, por mucho que lo he intentado; cosa rara, porque entonces lo llamaba constantemente por el nombre.

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    Pas cuatro aos viviendo este gnero de vida con la anciana, y yo contaba alrededor de doce de edad cuando ella, al fin, deposit en mi mayor confianza y me descubri un secreto. El pjaro pona un huevo cada da, y el huevo encerraba una perla o una piedra preciosa. Yo hajbla notado que ella visitaba secretamente la jaula, pero nunca di mayor importancia a este detalle. Ahora me encargaba recoger estos huevos en su ausencia y guardarlos cuidadosamente en las extraas vasijas. Me dej suficientes vveres y se ausent por bastante tiempo: semanas y meses; la rueca zumbaba, el perro ladraba, el pjaro maravilloso cantaba, y haba tal silencio en los alrededores que no recuerdo haber odo en todo el tiempo ningn ruido de viento o de tormenta. Ningn ser humano se extravi por all, ningn animal salviaje se acerc a nuestra vivienda; yo viva contenta y me pasaba el da trabajando. Quiz el hombre sera muy feliz si pudiera pasar as su vida, apaciblemente, hasta el final.

    Lo poco que lea me daba pie para formarme unas ideas muy peregrinas del mundo y de los hombres; todo me lo imaginaba partiendo! de m misma y de mi mundillo: si el libro hablaba de gente divertida, yo evocaba a mi pequeo chucho; las damas esplndidas eran siempre como el pjaro, y todas las ancianas, como mi extraa vieja. Tambin le relatos de amor, y yo fantaseaba con raras historias de las que era protagonista. Imaginaba al ms hermoso caballero del mundo, lo adornaba de todas las cualidades, sin saber cul seria el resultado despus de tan mprobos esfuerzos: si l no corresponda a mi amor, senta compasin de m misma e inventaba largos y emotivos dilogos que a veces recitaba en voz alta para enamorarlo... Veo que os sonres. Todos nos sentimos ahora muy distanciados de la poca juvenil.

    Ahora prefera estar sola, pues era la que mandaba en la csjsa. El perro me quera mucho y era dcil a todas mis rdenes, el pjaro contestaba con su canto a todas mis preguntas, la rueca giraba siempre alegre y yo no tena en el fondo ningn deseo de dambiar. Cuando la anciana volva de sus iargas andanzas, alababa mi diligencia, deca que la economa domstica marchaba mucho mejor desde que yo me integr en ella, se alegraba de verme crecer; y de mi buena salud; en una palabra, me trataba como a una hija,

    Te portas bien, hija ma -me dijo una vez con voz quebrada; si continas as, tendrs suerte; pero nunca da buen resultado el desviarse del camino recto; siempre llega el castigo, aunque sea tarde".

    Cuando me dijo esto, yo no le prest mucha atencin., pues era muy voluble en mis sentimientos y en mi modo de ser; pero de notihe me vino a la memoria y no pude entender lo que ella haba querido decir. Repas todas sus palabras; yo haba ledo relatos sobre tesoros y riquezas, y al final di en pensar que sus perlas y piedras preciosas podan ser algo valioso. Pronto se me fue aclarando este pensamiento. Pero qu poda significar con el .camino recto? No acab de entender el sentido de sus palabras.

    Yo haba cumplido los catorce aos y es lstima que el ser humano haga uso de su razn para perder la inocencia de su alma. Me di cuenta de que estaba en mi mano apoderarme, en ausencia de la anciana, del pjaro y de las joyas, y

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    marchar con ellos a ver ese mundo del que tantas cosas haba ledo. A lo mejor tena adems la suerte de encontrarme con ese caballero, hermoso sobre toda ponderacin, que estaba siempre en mi pensamiento.

    A1 principio esta imagen era como otra cualquiera, pero cuando me sentaba ante mi rueca me vena a la mente una y otra vez, y me abandon a ella de tal modo que me vea ya ataviada lujosamente y al caballero y prncipe cortejndome. Una vez enfrascada en ese mundo, senta verdadera afliccin cuando miraba a mi alrededor y me encontraba en la pequea vivienda. Por lo dems, cuando yo estaba en mis faenas la anciana no se preocupaba ya de seguirme la pista.

    Un da mi patrona me dijo antes de partir que se ausentaba por un perodo de tiempo ms largo de lo acostumbrado. Me encareci cuidar de la casa con esmero y aprovechar bien el tiempo para no aburrirme. Yo acog aquella despedida con cierta inquietud, pues algo me hada presentir que no volvera a verla. Me qued mirndola hasta que la perdi de vista y no me explicaba aquella angustia; era como s estuviera tramando mi plan sin que yo misma me diera cuenta de ello.

    Nunca haba cuidado con tanto mimo al perro y al pjaro; los quera ms que nunca. La anciana llevaba ya ausente varios das cuando me levant con el frme propsito de abandonar la cabaa con el pjaro para ver el famoso mundo. Me sent agobiada; deseaba permanecer y, sin embargo, la idea de viajar persista; se produjo una extraa lucha en mi alma, como si dos espritus se pelearan dentro de m. En un momento dado la tranquila soledad me encantaba, despus me volva a fascinar la idea de un mundo nuevo con toda su maravillosa variedad.

    No saba qu hacer de mi vida; el perro me haca fiestas continuamente, el sol difunda sus -rayos sobre los campos, los verdes perales refulgan. Sent como si tuviera que hacer algo con urgencia; tom, pues, al perrito, lo at en la habitacin y me llev despus la jaula con el pjaro bajo el brazo. El perro empez a encorvarse y a lloriquear ante este trato tan inslito y me mir con ojos suplicantes, pero no tuve valor para llevrmelo conmigo. Tom adems una de las vasijas que estaba llena de piedras preciosas y la sujet a mi cuerpo; las dems las dej donde estaban;

    El pjaro volvi la cabeza de un modo extrao cuando me diriga con l hacia la puerta; el perro se esforz en seguirme, pero tuvo que rendirse.

    Evit el camino de las rocas y march en direccin contraria. El perro segua ladrando y gimiendo y me dio mucha lstima; el pjaro empez a cantar varias veces, pero debi de parecerle incmodo durante el viaje.

    A medida que me alejaba de la cabaa los ladridos se hacan ms dbiles y finalmente cesaron. Llor y estuve a punto de volver, pero el afn de ver algo nuevo me impuls hacia delante.

    Ya haba atravesado montaas y algunos bosques cuando empez a anochecer y tuve que entrar en un pueblo. Rendida de cansancio, fui a la posada; me asignaron una habitacin y una cama, y dorm bastante tranquila, pero so que la anciana me amenazaba.

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    Mi viaje fue bastante montono; pero a medida que pasaba el tiempo, el recuerdo de la vieja y del perrito me angustiaba ms; pensaba que sin mi ayuda probablemente moriran de hambre; en el bosque imagin a veces que la anciana, de pronto, me sala al encuentro, Caminaba as entre lgrimas y suspiros; cuando haca un alto y dejaba la jaula en el suelo, el pjaro cantaba su extraa letrilla y yo aoraba el bello paraje abandonado. Como la naturaleza humana es olvidadiza, cre entonces que mi viaje anterior, de nia pequea, no haba sido tan triste y doloroso, y deseaba estar de nuevo en aquella situacin.

    Vcnd algunas piedras preciosas y, tras un viaje de muchos das, llegu a un pueblo. Ya a la entrada tuve una sensacin rara; estaba sorprendida sin saber por qu, pero pronto ca en la cuenta, pues era el pueblo en que haba nacido, |Qu sorpresa me llev! Cmo me corrieron las lgrimas por las mejillas, lgrimas de alegra ante los mil extraos recuerdos. Muchas cosas hablan cambiado: se alzaban nuevas casas, y otras que existan entonces estaban en ruinas; me encontr con restos calcinados; todo era mucho ms pequeo, ms apiado de lo que yo esperaba. Me alegraba infinito la idea de volver a ver a mis padres despus de tantos aos; encontr la casita, el umbral familiar, el tirador de la puerta exactamente como los haba dejado; me lati fuertemente el corazn, abr presurosa..., pero me encontr con los rostros desconocidos de unas personas sentadas en la habitacin haciendo corro y que me miraron fijamente. Pregunt por el pastor Martin y me respondieron que llevaba tres aos bajo tierra junto con su mujer. Retroced desolada y sal del pueblo llorando amargamente.

    Haba disfrutado mucho imaginando la sorpresa que les iba a dar con mi tesoro; el azar ms imprevisto hara realidad lo que tanto soara en la infancia... y ahora todo se venia abajo; ya no podan alegrarse conmigo, y lo que fue la mayor esperanza de mi vida se me disipaba para siempre.

    En una bella ciudad alquil una casita con jardn y contrat una asistenta para mi servicio, El mundo no me result tan maravilloso como haba imaginado, pero olvid algo ms a la anciana y mi estancia en la cabaa, y as viv relativamente contenta.

    Haca mucho tiempo que el pjaro no cantaba; por eso me llev un buen susto cuando arranc a cantar de nuevo una noche, y con la letra cambiada, Deca as:

    Soledad del bosque, qu h jos ests.Oh, andando el tiempo te arrepentirs.Soledad de! bosque, mi nico sola\.

    No pude dormir en toda la noche, me volvieron todos los recuerdos y sent ms que nunca que haba obrado mal. Cuando me levant, la vista del pjaro me inquiet, l no cesaba de mirarme y su presencia me caus angustia.

  • EL RUBIO ECKBERT 447

    Repeta una y otra vez la letrilla, y cantaba ms alto y fuerte de lo que sola. Cuanto ms lo contemplaba, ms temor me infunda. Por fin, abr la aula, met la mano dentro y lo agarr del cuello, apret la mano y me mir suplicante; afloj los dedos, pero ya haba muerto. Lo enterr en el jardn.

    Entonces empec a tener miedo de la asistenta; recelaba de que algn da pudiera robarme o incluso asesinarme,.. Hace algn tiempo conoc a un joven caballero que me agrad sobremanera, le di mi mano,,, y con esto, seor Walter, mi relato toca a su fin.

    Debais haberla visto entonces se apresur a intervenir Eckbert: su juventud, su belleza y un encanto irresistible, fruto de su educacin en soledad. Lleg a mi como un milagro y la am sin lmites. Yo no tena bienes de fortuna, pero gracias a su amor alcanc este bienestar; nos instalamos aqu y nuestra unin no nos ha defraudado lo ms mnimo hasta ahora.

    Pero con tanta charla dijo Berta se ha hecho muy tarde; vamos a dormir.

    Se levant para ir a su habitacin. Walter le dio las buenas noches, le bes la mano y le dijo:

    Noble seora, os doy las gracias; os imagino con el extrao pjaro y dando de comer al pequeo Stromian.

    Tambin Walter se acost; slo Eckbert segua paseando inquieto por la sala, No es el ser humano un estpido?, se pregunt al fin. Primero animo a mi mujer a contar su historia y ahora me arrepiento de estas confidencias. No abusar de ellas? No las comunicar a otros? No se sentir quiz, dada la naturaleza humana, tentado de codicia por nuestras piedras preciosas y estar haciendo planes, disimuladamente, con este fin?.

    Le pareci que Walter no se haba despedido de l tan cordialmcnte como era lgico despus de esas confidencias. Una vez que la sospecha se apodera de la mente, sta ve confirmaciones en cualquier nimiedad. Eckbert se reproch despus su innoble desconfianza contra el fiel amigo, pero no poda librarse de ella. Pas toda la noche a vueltas con estos pensamientos y durmi poco,

    Berta se puso enferma y no pudo aparecer en el desayuno. Walter no pareci darle a esto mayor importancia y se despidi del caballero con bastante indiferencia. Eckbert no poda comprender su actitud. Fue a ver a su esposa; la encontr con fiebre alta; era efecto de la excitacin que le produjo el relato nocturno, segn ella.

    Desde aquella noche Walter espaci sus visitas al castillo de su amigo, y cuando llegaba, volva a irse despus de cambiar algunas frases irrelevantes. Este comportamiento tortur en extremo a Eckbert, que procur no exteriorizar nada delante de Berta y de Walter, pero a nadie poda pasar inadvertida su inquietud interna._ _ La enfermedad de Berta se fue agravando; el mdico mostr su preocupa

    cin: el color rosado de sus mejillas haba desaparecido y tena los ojos vidriosos. Una maana la seora hizo llamar al marido junto a su lecho; las criadas abandonaron la habitacin,

  • 448 LUDWIG TIECK

    Querido esposo dijo, tengo que descubrirte un secreto que me ha llevado al borde de la locura y ha arruinado mi salud, aunque pueda parecer una insignificancia. Sabes que nunca poda recordar el nombre: del perrito a pesar de haberlo pronunciado tantas veces en mi infancia. Aquella noche Walter me dijo al despedirse: Os imagino dando de comer al pequeo Stromianii. Fue casualidad? Adivin el nombre? Lo conoca y lo pronunci a propsito? Y qu relacin tiene entonces ese hombre con mi yida? A veces lucho conmigo misma y trato de convencerme de que todo es imAginacin mia; pero es cierto, demasiado, cierto. Qued aterrada de ver que unajpersona ajena me refrescaba as la memoria. T qu dices, Eckbert?

    Este mir a su esposa torturada con profunda compasin; ali y estuvo pensativo un rato, despus le dijo unas palabras de consuelo y abandon la habitacin. Con un profundo desasosiego, empez a pasear en su apartado aposento. Walter haba sido durante muchos aos su nica amistad, y este hombre era ahora la nica persona en el mundo cuya existencia lo atormentaba. Le pareci que se sentira satisfecho y aliviado si quitaba de e.iji medio a esa persona. Tom su ballesta para distraerse y sali de caza. ;

    Era un da crudo de invierno; la nieve cubra los montes y 'doblegaba las ramas de los rboles. Eckbert vag por los campos, el sudor le asom a la frente, pero la caza no apareca y esto acentu su malhumor. De pronto vio que algo se movia a lo lejos; era Walter, que estaba recogiendo [nusgo de los rboles. Sin saber lo que haca, encar la ballesta. Walter se volvi hacia l y lo amenaz con un gesto mudo, pero en ese momento vol le proyectil y Walter se desplom en el suelo,

    Eckbert se sinti aliviado y tranquilo, pero a la vez un sfentimiento de horror le hizo volver al castillo; tena que recorrer un largo [camino, pues se haba alejado mucho internndose por los bosques. Cuandq lleg a casa, Berta haba muerto; antes de fallecer, habl mucho de Walter y]de la anciana.

    Eckbert vivi an mucho tiempo en total soledad; siempre haba sido melanclico, porque la extraa historia de su esposa lo inquietaba y tema que le ocurriera cualquier desgracia; pero ahora acab de desmoronarse. El asesinato de su amigo lo persegua sin cesar y su vida era un constante remordimiento.

    Con nimo de distraerse iba a veces a la gran ciudad, donde asista a reuniones y fiestas. Deseaba llenar el vaco de su alma con un buen amigo, pero cuando se acordaba de Walter le aterraba la idea, pues estaba convencido de que ningn amigo le traera la felicidad. Despus de vivir tantos aos felices con Berta y de haber disfrutado de la amistad de Walter, L desaparicin repentina de ambos le haca creer a veces que su vida haba sido un extrao cuento ms que una realidad.

    Un joven caballero, Hugo, se acerc al taciturno y afligido Eckbert, y pareca sentir un verdadero afecto hacia l. Eckbert qued agradablemente sorprendido y correspondi a la amistad del caballero tanto ms cuanto menos se lo esperaba. Pasaban juntos muchos ratos y el desconocido se mostraba muy obsequioso con Eckbert; el uno no sala a cabalgar sin el otro, te encontraban en todas las reuniones; en una palabra, parecan inseparables.

  • EL RUBIO ECKBERT 449

    Eckbert, sin embargo, slo apareca alegre en contadas ocasiones, pues estaba convencido de que Hugo lo queria por error; no lo conoca, ignoraba su historia, y volvi a sentir el mismo impulso a sincerarse totalmente para comprobar si aqul era realmente amigo. Lo asaltaron de nuevo las dudas y el temor a ser odiado. A veces estaba tan convencido de su infamia que slo esperaba merecer el respeto de personas para las que fuera un perfecto desconocido. Sin embargo, no pudo resistir el impulso de sincerarse; durante un paseo a caballo con su amigo, le cont toda su historia y despus le pregunt si era capaz de amar a un asesino. Hugo, conmovido, trat de consolarlo. Eckbert lo sigui a la ciudad con el corazn aliviado.

    Pero tena la fatalidad, por lo visto, de despertar recelos en el momento de la confianza, ya que nada ms entrar en el saln vio en el rostro de su amigo, al resplandor de las numerosas luces, ciertos signos que no le gustaron. Crey notar en l una sonrisa maliciosa; le llam la atencin lo poco que hablaba con l, que se prodigara mucho con los presentes y no pareciera fijarse en l. Haba en la reunin un viejo caballero que siempre fue adversario de Eckbert y se manifestaba a menudo de un modo muy peculiar en lo referente a sus riquezas y a su mujer; a l se sum Hugo y los dos conversaron largo rato a solas, apuntando a Eckbert con el gesto. ste vio confirmada su sospecha, crey adivinar todo y una tremenda furia se apoder de l. An lo seguia mirando cuando descubri de pronto en Hugo el rostro de Walter, todas sus facciones, toda su figura tan familiar; sigui mirndolo fijamente, convencido de que era Walter quien hablaba con el viejo. Su espanto fue indescriptible; sali fuera, consternado, abandon aquella misma noche la ciudad y volvi al castillo despus de extraviarse por muchos falsos caminos..

    Pase sin reposo de un aposento a otro; en su mente se sucedan las imgenes, pasaba de un espanto a otro mayor y no pudo pegar ojo en toda la noche. Pens a menudo que deliraba y que todo era pura imaginacin, y el enigma se haca cada vez ms oscuro. Decidi emprender un viaje para poner algo de orden en sus ideas; la amistad y el deseo de trato personal quedaron atrs para siempre.

    Parti sin rumbo fijo y sin prestar excesiva atencin a los parajes que recorra. Pasaron varios dias; Eckbert cabalgaba al trote ms ligero cuando se vio perdido de pronto en un laberinto de rocas sin poder encontrar una salida. Al fin, top con un viejo labriego que le mostr una senda cerca de una cascada, Eckbert quiso darle algunas monedas como gratificacin, pero el labriego rehus.

    Apostara, dijo Eckbert para s, a que ese labriego no es otro que Walter. Volvi la vista y... en efecto, all no haba nadie ms que Walter. Espole al caballo y atraves a la mayor velocidad posibles bosques y praderas hasta que el animal se desplom agotado. Sin prestarle atencin, Eckbert continu su viaje a pie.

    Subi como en sueos a una colina; crey percibir cerca un alegre ladrido, haba perales que susurraban al viento y oy cantar una letrilla con acento extrao:

  • 450 LUDt?IG TIECK

    L*a soledad del bosque gomando estoy de nuevo; el dolor no me alcanza,a codicia est lejos. i-d soledad del bosque gomando estoy de nuevo.

    Todo ocurra al margen de la conciencia y de los sentidos de Eckbert. ste no saba si estaba soando o si antes haba soado con una mujer llamada Berta. Lo maravilloso se mezclaba con lo cotidiano, el mundo que lo rodeaba estaba encantado y l no era capaz de pensar ni de recordar.

    Una anciana encorvada suba la colina, tosiendo y apoyada en un bastn.Has trado mi pjaro, mis perlas, mi perro? le grit. Mira, la

    injusticia se castiga a s misma: tu amigo Walter era yo, tu Hugo era yo.Dios mol, dijo Eckbert para si, en qu espantosa soledad he pasado

    entonces mi vida.Y Berta era tu hermana.Eckbert cay desplomado al suelo.Por qu me abandon arteramente? Todo hubiera acabado bien y

    felizmente. Haba superado ya su perodo de prueba. Era hija de un caballero que la entreg a su pastor para que la educara; era hija de tu padre.

    Por qu me ha perseguido siempre esa horrible idea? pregunt Eckbert.

    Porque la recogiste de labios de tu padre siendo muy nio. l no pudo educar en casa a esa hija por la oposicin de su esposa, ya que naci de otra mujer.

    Eckbert yaca en el suelo delirando y en agona, sin dejar de or confusamente hablar a la anciana, ladrar al perro y al pjaro repetir su canto.

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