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Grupo de Trabajo Spinoza. Página 1 René Descartes (1596-1650) Contexto y obra. Descartes señala el paso decisivo del Renacimiento a la Época Moderna. En efecto, la filosofía de Descartes (la meditación) retoma la investigación filosófica llevada a cabo en el siglo anterior para elaborarla con unos perfiles más racionalistas. Si el pensamiento renacentista reclama una autenticidad mediante la "vuelta a los orígenes", el sistema cartesiano sitúa el origen y el fundamento en la propia subjetividad humana. Este retorno hacia el "Yo individual", indica el carácter antropológico y humanista que ilumina todo el pensamiento de Descartes. Descartes nació en la Turena en 1596 y murió en Suecia, donde había sido invitado a residir por la reina Cristina en 1650. Su vida abarca pues la primera mitad del siglo XVII. Se trata de uno de esos períodos de la humanidad europea a los que resulta fácil conceptuar como una época de crisis. Un siglo caracterizado por la quiebra de los fundamentos de lo anterior y el anuncio (aún no enteramente consolidado) de lo nuevo: quiebra progresiva de las estructuras feudales que constituyeron el orden medieval; ruptura de la Cristiandad, operada con la Reforma y la Contrarreforma, y con ello de la unidad religiosa-ideológica que constituyó la base del pensamiento medieval; cuestionamiento de los fundamentos jurídicos y políticos (asentados en los religiosos) sobre los que la Edad Media basó sus instituciones políticas, crisis, en fin, del sistema filosófico-científico (la escolástica aristotélica) que dio unidad a la cosmovisión medieval. Y en sustitución de ello se va prefigurando un nuevo modelo económico, social, político y cultural característico de la Modernidad que en resumen podemos decir se caracterizó, en el ámbito de lo religioso, por una crítica severa a la Iglesia Católica y a la religión en general, secularización del saber y emergencia del librepensamiento; en el ámbito de lo cultural, el papel preponderante del saber, basado en la razón, en la idea de progreso, y en la responsabilidad humana de dominar el mundo; señalar en lo económico, inicio del capitalismo y expansión económica de Europa en otros mercados mundiales; en el ámbito de lo social, ascenso de la burguesía; y en la esfera de lo político, configuración del Estado moderno, absolutismos y parlamentarismo, burocracia y crecimiento de mecanismos de coerción; y finalmente, señalar en lo internacional, la expansión colonial, las relaciones internacionales entre Estados y el eurocentrismo. En lo que concierne al contexto filosófico de las ideas que caracterizan la Modernidad señalaremos el nuevo modo de hacer filosofía, distinto del empleado en la filosofía antigua y medieval. Es indiscutible su novedad, pero tal novedad no puede entenderse como ruptura sino más bien como continuidad. Una continuidad que irá alumbrando un nuevo modo de enfrentarse a la realidad y, por tanto, un nuevo modo de entenderla. Factores que influyen en este cambio son muchos, quizás hay que resaltar dos, uno filosófico y otro histórico: Filosóficamente hablando habría que destacar la decadencia del pensamiento escolástico medieval. La riqueza de ese pensamiento comienza a truncarse debido a la crítica que a él hace, en sus puntos centrales, la figura de Guillermo de Ockham, pionero del nominalismo, que surgió a partir del problema medieval de los universales, y que mantiene la teoría que defiende que todo lo que existe es singular, careciendo de realidad objetiva los llamados universales o esencias supraindivuales. Históricamente hay que destacar que la situación de la modernidad es una situación de crisis producida por la quiebra de la idea de la universitas christiana (defendida por España y Austria), por la cual el Emperador y el Papa podían mediar en los asuntos de toda la cristiandad por considerarla una gran República de distintos Estados, sometidos en última instancia a los poderes tradicionales. Triunfaba así la idea de Estado francesa, por la cual se rechazaba la injerencia de poderes extraños en los asuntos internos del reino, y se afirmaba con una legalidad independiente sobre un territorio determinado. De este modo, conflictos clave como la religión del Estado quedaron inmediatamente solventados: cada soberano decidía su confesión y las guerras de religión, que ensangrentaban Europa desde tiempos de Lutero, se cerrarán con la firma del Tratado de Paz de Westfalia que representa la necesidad de recomposición del mapa político europeo, fruto de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que acabará consagrando la igualdad y libertad religiosa, en un contexto de afirmación, por un lado, de los Estados-nación y por otra de las monarquías absolutas.

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Grupo de Trabajo Spinoza. Página 1

René Descartes (1596-1650)

Contexto y obra.

Descartes señala el paso decisivo del Renacimiento a la Época Moderna. En efecto, la filosofía de Descartes (la meditación) retoma la investigación filosófica llevada a cabo en el siglo anterior para elaborarla con unos perfiles más racionalistas. Si el pensamiento renacentista reclama una autenticidad mediante la "vuelta a los orígenes", el sistema cartesiano sitúa el origen y el fundamento en la propia subjetividad humana. Este retorno hacia el "Yo individual", indica el carácter antropológico y humanista que ilumina todo el pensamiento de Descartes.

Descartes nació en la Turena en 1596 y murió en Suecia, donde había sido invitado a residir por la reina

Cristina en 1650. Su vida abarca pues la primera mitad del siglo XVII. Se trata de uno de esos períodos de la humanidad europea a los que resulta fácil conceptuar como una época de crisis. Un siglo caracterizado por la quiebra de los fundamentos de lo anterior y el anuncio (aún no enteramente consolidado) de lo nuevo: quiebra progresiva de las estructuras feudales que constituyeron el orden medieval; ruptura de la Cristiandad, operada con la Reforma y la Contrarreforma, y con ello de la unidad religiosa-ideológica que constituyó la base del pensamiento medieval; cuestionamiento de los fundamentos jurídicos y políticos (asentados en los religiosos) sobre los que la Edad Media basó sus instituciones políticas, crisis, en fin, del sistema filosófico-científico (la escolástica aristotélica) que dio unidad a la cosmovisión medieval. Y en sustitución de ello se va prefigurando un nuevo modelo económico, social, político y cultural característico de la Modernidad que en resumen podemos decir se caracterizó, en el ámbito de lo religioso, por una crítica severa a la Iglesia Católica y a la religión en general, secularización del saber y emergencia del librepensamiento; en el ámbito de lo cultural, el papel preponderante del saber, basado en la razón, en la idea de progreso, y en la responsabilidad humana de dominar el mundo; señalar en lo económico, inicio del capitalismo y expansión económica de Europa en otros mercados mundiales; en el ámbito de lo social, ascenso de la burguesía; y en la esfera de lo político, configuración del Estado moderno, absolutismos y parlamentarismo, burocracia y crecimiento de mecanismos de coerción; y finalmente, señalar en lo internacional, la expansión colonial, las relaciones internacionales entre Estados y el eurocentrismo.

En lo que concierne al contexto filosófico de las ideas que caracterizan la Modernidad señalaremos el nuevo modo de hacer filosofía, distinto del empleado en la filosofía antigua y medieval. Es indiscutible su novedad, pero tal novedad no puede entenderse como ruptura sino más bien como continuidad. Una continuidad que irá alumbrando un nuevo modo de enfrentarse a la realidad y, por tanto, un nuevo modo de entenderla. Factores que influyen en este cambio son muchos, quizás hay que resaltar dos, uno filosófico y otro histórico: Filosóficamente hablando habría que destacar la decadencia del pensamiento escolástico medieval. La riqueza de ese pensamiento comienza a truncarse debido a la crítica que a él hace, en sus puntos centrales, la figura de Guillermo de Ockham, pionero del nominalismo, que surgió a partir del problema medieval de los universales, y que mantiene la teoría que defiende que todo lo que existe es singular, careciendo de realidad objetiva los llamados universales o esencias supraindivuales. Históricamente hay que destacar que la situación de la modernidad es una situación de crisis producida por la quiebra de la idea de la universitas christiana (defendida por España y Austria), por la cual el Emperador y el Papa podían mediar en los asuntos de toda la cristiandad por considerarla una gran República de distintos Estados, sometidos en última instancia a los poderes tradicionales. Triunfaba así la idea de Estado francesa, por la cual se rechazaba la injerencia de poderes extraños en los asuntos internos del reino, y se afirmaba con una legalidad independiente sobre un territorio determinado. De este modo, conflictos clave como la religión del Estado quedaron inmediatamente solventados: cada soberano decidía su confesión y las guerras de religión, que ensangrentaban Europa desde tiempos de Lutero, se cerrarán con la firma del Tratado de Paz de Westfalia que representa la necesidad de recomposición del mapa político europeo, fruto de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que acabará consagrando la igualdad y libertad religiosa, en un contexto de afirmación, por un lado, de los Estados-nación y por otra de las monarquías absolutas.

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Esta situación de cambio en el sistema de organización política crea una gran desazón en los fundamentos religiosos y en el sistema de creencias de Europa y, con ella sus fundamentos metafísicos que empiezan a ser cuestionados, cuestionamiento que ya será explícito en los ideales de la Ilustración en los que se intentará hacer borrón y cuenta nueva, tildando a la Edad Media de época oscura y supersticiosa, instaurando como primer punto de su programa un proceso al cristianismo que se entenderá como un proceso de secularización. Obras principales:

La obra cartesiana, pese a la temprana muerte de su autor, abarca una extensión considerable, si incluimos en ella la abundante correspondencia mantenida a lo largo de su vida y las obras no publicadas por él; sin embargo las obras más importantes son: Las Reglas para la dirección del espíritu (publicada póstumamente). El Discurso del método (1637) y Meditaciones metafísicas (1647) y los Principios de filosofía (1644)

Orientaciones para el comentario de los textos de Descartes

Texto nº 1: Reglas para la dirección del espíritu. Regla IV

Así que es mucho más acertado no pensar jamás en buscar la verdad de las cosas que hacerlo sin método: pues es segurísimo que esos estudios desordenados y esas meditaciones oscuras turban la luz natural y ciegan el espíritu; y todos los que así acostumbran a andar en las tinieblas, de tal modo debilitan la penetración de su mirada que después no pueden soportar la plena luz: lo cual también lo confirma la experiencia, pues muchísimas veces vemos que aquellos que nunca se han dedicado al cultivo de las letras, juzgan mucho más firme y claramente sobre cuanto les sale al paso que los que continuamente han residido en las escuelas. Así pues, entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es capaz. _______________________________________________________________________________________________ El presente fragmento de Descartes pertenece a la regla IV de Regulae (reglas) ad directionem ingenii (para la dirección del espíritu), obra escrita a mediados de la segunda década del siglo XVII, que quedó inacabada y publicada póstumamente. El proyecto original contenía tres partes, cada una de ellas con doce reglas. Las Reglas son la primera formulación del método, esa invención admirable, que se le había revelado en los sueños del mes de noviembre de 1619, fuente de verdad de todos los conocimientos; el primer proyecto de refundación de la filosofía. Comienza la primera regla con la necesidad de la unificación de la ciencia bajo un método general, dado que todas las ciencias se encuentran encadenadas y dependientes unas de otras. Se abandona con ello el ideal aristotélico de división de las ciencias. Esta ciencia unificada es la Mathesis universalis. Señala la regla segunda que debemos ocuparnos únicamente de aquello que pueda ser conocido por nuestro espíritu de modo cierto e indubitable, que como nos dice en la tercera se traduce en la intuición y deducción, las operaciones del entendimiento por las que se establece el conocimiento cierto. La regla IV como se observa en el fragmento señala la necesidad de un método para la búsqueda de la verdad. La verdad es la meta del proyecto cartesiano, y cuyo camino es el método, o lo que es lo mismo: el método apunta a la verdad y a ella se llega mediante el orden debido que el método nos señala: es una vía a la certeza con economía en el esfuerzo. La preocupación por el método es común en la época por la exigencia de salida de la crisis (ante la pérdida de certezas, entre otras, a causa de las guerras de religión, que Descartes vivió como observador privilegiado).

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Por ello, además de metódica, la razón moderna aspirará a certezas absolutas, por lo menos en su versión racionalista. El saber se buscará desde el sujeto: una cierta vuelta agustiniana hacia el interior del hombre, siendo la matemática el modelo de saber. Se parte de la necesaria unidad de la ciencia. Todas las ciencias no son otra cosa que la sabiduría humana, dice Descartes, que permanece la misma aunque se aplique a diferentes objetos (unidad de la razón). La unidad de la ciencia exige la del método. Como señala el fragmento el método es necesario para investigar la verdad, pues la futilidad de proceder sin método se sigue que es segurísimo que esos estudios desordenados y esas meditaciones oscuras turban la luz natural (razón) y ciegan el espíritu. En las últimas líneas del fragmento se da la definición de método como un conjunto de reglas fáciles de seguir que nos encaminan gradualmente a la verdad. Su finalidad es alcanzar la intuición y las correspondientes deducciones, que es el modo de operar de la razón. La intuición es una especie de luz mediante la que vemos las naturalezas simples emanados de la misma razón, sin la más remota posibilidad de duda: un concepto de la mente pura y atenta que nace de la sola luz de la Razón, y es más cierto que la deducción misma. Las deducciones son las conexiones entre intuiciones, intuiciones sucesivas. El núcleo central de la ciencia buscada es el orden, que nos permite diferenciar los métodos antiguos, como el silogístico, del nuevo. Se observa en el texto una crítica al saber tradicional: “los que han permanecido en las escuelas”. Ha de seguir el camino analítico-sintético, resolutivo-compositivo, lo denominaría Galileo. El análisis nos permite llegar a los elementos simples para intuir claramente cada uno de ellos. La síntesis permite la reconstrucción deductiva de lo complejo a partir de lo simple. Según se observa el método es una vía hacia la certeza, que se identifica con la verdad, conocimiento del espíritu o sabiduría y que economiza el esfuerzo. En función de esta economía en una obra posterior, el Discurso del método dirá que sus reglas deben ser pocas, reduciéndolas a las cuatro conocidas de: evidencia, análisis, síntesis y enumeración. Se ve que el método cartesiano enfatiza la noción de orden: un saber sin orden es un saber a medias. Método, orden y matematicismo constituye una tríada indisoluble. El conocimiento se ocupa del orden de las ideas del yo, presuponiendo su correspondencia con la realidad. Y dado que el orden ejercido en la claridad y distinción de la evidencia es la mejor cautela contra el error, el proceder matemático es el mejor modo de llevarlo a cabo. En numerosos pasajes, y en esta misma regla IV, enfatiza Descartes los frutos de la aritmética y álgebra, cuyas verdades disfrutan de la transparencia que debe tener la razón ante sí misma: el modelo de saber del racionalismo está troquelado sobre el saber matemático. Nos dirá Descartes que el método de las matemáticas es el más seguro tanto como método de adquisición del conocimiento (ars inveniendi), así como método de enseñanza (ars demonstrandi). La pretensión es encontrar esa ciencia general, expresión de la razón metódica que sea aplicable a todos los ámbitos de la realidad: llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es capaz, dice Descartes en la última línea del fragmento. Ello nos pone en relación con la Mathesis universalis, por tal no entiende el conjunto de saberes matemáticos, sino el modo de saber que posibilita tanto éstos como cualquier otro saber científico. Saber que remite a la razón como fundamento, con el orden como su forma de proceder y apoyándose en lo simple. La primacía de lo simple, gnoseológicamente, es otro rasgo característico del método. Es lo que nos permite el conocimiento claro y distinto. Las proposiciones simples, dirá en la regla V, son conocidas por sí mismas, con evidencia total e inmediata, a partir de lo que se puede iniciar el proceso deductivo. Se produce pues una interconexión entre las nociones de orden, matematicismo y simplicidad. Por ello la Mathesis universalis es el método de todo saber en cuanto que busca los elementos simples de que consta y en que se apoya toda ciencia. Es la exigencia de la razón en su proceder porque la luz natural de la razón es siempre la misma, operando con leyes idénticas, sean cuales sean los objetos sobre los que opere. El tópico del saber universal, como motor del método es lo característico del racionalismo.

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Texto 2: Discurso del método.

Esto fue la causa de que pensara que era preciso buscar algún otro método, que reuniendo las ventajas de estos tres, excluyera sus defectos. Y como la multitud de leyes sirve a menudo de excusa para los vicios, de forma que un Estado está mucho mejor regido cuando, teniendo pocas, son muy estrictamente observadas; así, en lugar de gran número de preceptos de que está compuesta la lógica, creí que tendría suficiente con los cuatro siguientes, siempre que tomase una firme y constante resolución de no dejar de observarlos ni una sola vez. El primero consistía en no admitir cosa alguna por verdadera como no supiese con evidencia que era tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención; y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviese ocasión alguna para ponerlo en duda. El segundo, en dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuese posible y como requiriese para resolverlas mejor. El tercero, en conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos; y suponiendo incluso un orden entre los que no se preceden naturalmente unos de otros. Y el último, en realizar en todo unas enumeraciones tan completas y unas revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.

Esas largas cadenas de razonamientos, tan simples y fáciles, de que los geómetras tienen la costumbre de servirse para llegar a sus más difíciles demostraciones, me habían dado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento humano se encadenan de la misma manera, y que, mientras uno no se abstenga de admitir por verdadera ninguna que no lo sea y guardar siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber ninguna tan alejada, a la cual no se llegue finalmente, ni oculta que no se descubra. Y no me costó gran trabajo buscar por cuáles era necesario comenzar, pues ya sabía que era por las más simples y fáciles de conocer, y considerando que entre todos los que anteriormente han intentado buscar la verdad en las ciencias, sólo los matemáticos han podido encontrar algunas demostraciones,, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudé en absoluto que debía comenzar por las mismas que ellos han examinado, aun cuando no esperaba de ellas ningún otro provecho, excepto el que acostumbrarían a saciarse de verdades y a no contentarse en ningún caso con falsas razones. _______________________________________________________________________________________________ El Discurso del método (Discourse de la Methode. Pour bien conduire la raison & chercher la verité dans les sciences, plus La Dioptrique, Les Meteores et La Geometrie, qui sont les effais de cete Methode) publicado en Leyde en 1637 (en forma anónima) es la primera publicación de Descartes en que autobiográficamente el autor nos narra el descubrimiento de un método científico universal y de los principios metafísicos de todas las ciencias que se fundamentan solamente en la razón humana. Está redactado en francés para que pueda ser entendido por todos. Forma unidad con tres tratados que vienen a continuación: Dióptrica, Meteoros y Geometría que, en palabras del autor, son ejemplificación de la aplicación de este método. La autobiografía precede al método, que a su vez puede ser considerado como resultado de esa autobiografía, inserta en la historia de Europa enfrentada en la guerra de los Treinta años. En la primera de las seis partes de que se compone este breve ensayo, Descartes narra su camino hacia la subjetividad: lector de libros bajo preceptores que dirigen su formación; aprendizaje en el gran libro del mundo como soldado-viajero; y constitución como sujeto (autor). En el segundo momento, el de la salida al mundo, después de salir de la tutela de sus preceptores, nos dirá que entra en escena enmascarado como los comediantes. Viaja enmascarado de soldado y según alguna reciente interpretación como espía, pero no es un soldado sino un filósofo en busca de la verdad. Igual que Don Quijote de Cervantes, que después de haber dedicado su vida a la lectura, decide salir a “leer” el mundo; Descartes, después de haber estudiado varios años en el gran libro del mundo, viajando por Europa en guerra, fabula el mundo a partir del orden siguiendo una rigurosa deducción del espíritu a partir de intuiciones primeras. En el comienzo de la segunda parte, a la que pertenece el fragmento, nos remite Descartes a 1619, concretamente a Frankfurt, donde asistió a las fiestas de coronación del Emperador Fernando II. Un año antes había servido en el ejército protestante de Mauricio de Nassau, aliado de los franceses, contra los españoles: Me encontraba por entonces en Alemania, donde me había embarcado en unas guerras que aún no han terminado…

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permanecía todo el día encerrado junto a una estufa, donde disponía de todo el tiempo libre para entregarme a mis pensamientos. En este ambiente Descartes nos hace partícipes de las reflexiones que le han conducido a elaborar su proyecto: la unidad de la ciencia a partir de un único método de inspiración matemática. Valiéndose de varias metáforas, entre ellas de la arquitectura, señala que las obras de un solo arquitecto son mejores que las realizadas por varios. Abandona la clásica metáfora de la luz (mito de la caverna) que proviene de Platón y que se desarrollará a lo largo de la Edad Media, e inaugura una nueva relacionada con la firmeza del suelo y el diseño. La seguridad de un punto de apoyo firme, como el que buscaba Arquímedes, padre de la mecánica. y al que citará en las Meditaciones metafísicas. El fragmento comienza mencionando la necesidad de un nuevo método que supere las insuficiencias de los otros tres de los que ha estado hablando. Son éstos la lógica tradicional, que encamina el recto uso de la razón pero no sirve para descubrir nuevas verdades. El análisis de los geómetras para el descubrimiento de nuevas verdades, pero que al operar sobre figuras tenían que recurrir más a la imaginación que a la razón. El álgebra de los matemáticos modernos, con reglas claras y fijas estrictamente aplicadas, representando los razonamientos por símbolos, pero que es un arte confuso. Efectivamente, unas líneas más arriba del comienzo del fragmento nos confiesa: Había estudiado, siendo más joven, entre las partes de la filosofía, la lógica, y entre las de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra, tres artes o ciencias que parecía debían contribuir en algo a mi propósito. Pero examinadas advertí que, con respecto a la lógica, sus silogismos y la mayor parte de las demás instrucciones sirven más bien para explicar a otros las cosas que se saben… En relación con el análisis de los antiguos y el álgebra de los modernos, aparte de no extenderse sino a materias muy abstractas y que parecen carecer de todo uso, el primero está siempre tan constreñido a la consideración de las figuras, que no puede ejercitar el entendimiento sin fatigar en mucho a la imaginación; y, en la última, de tal modo se está sometido a ciertas reglas y a ciertas cifras, que ha llegado a ser un arte confuso y oscuro, que confunde el espíritu en lugar de ser una ciencia que lo cultive. Siguiendo una metáfora análoga a la arquitectura continúa, en este caso con la de la legislación de un Estado, en que previamente había señalado, para ejemplificar la idea de que igual que en arquitectura o urbanismo es mejor lo planificado por uno solo: Del mismo modo, me imaginaba que los pueblos que habiendo sido en otro tiempo semisalvajes y se han civilizado poco a poco, haciendo sus leyes en la medida en que la incomodidad de crímenes y querellas les han obligado, no podían estar bien organizados como aquellos que, desde el inicio se agruparon, han observado las constituciones de algún prudente legislador. Consecuentemente, con el propósito de reconstruir el saber sobre fundamento seguro, frente a la multitud de preceptos de la lógica, Descartes presenta los cuatro preceptos metódicos o reglas de: evidencia, análisis, síntesis y enumeración, un proceder ordenado basado en el modo de operar de la mente humana: intuición y deducción, a que ya había hecho referencia en las Reglas. La intuición la había definido en la regla III: Entiendo por intuición no el testimonio fluctuante de los sentidos, o el juicio falaz de la imaginación que compone mal, sino la concepción de una mente pura y atenta tan fácil y distinta, que en absoluto queda duda alguna sobre aquello que entendemos; o lo que es lo mismo, la concepción no dudosa de una mente pura y atenta, que nace de la sola luz de la razón que por ser más simple, es más cierta que la misma deducción. A partir de la captación de las naturalezas simples o ideas claras y distintas se desarrolla el conocimiento gracias al segundo modo de conocer, la deducción: toda inferencia necesaria a partir de otros hechos que son conocidos con certeza. El razonamiento deductivo será una sucesión ordenada de evidencias, de tal modo que la conclusión obtenida será tan clara y distinta como las ideas de que se parte. En el último párrafo del fragmento habla de: Esas largas cadenas de razonamientos, tan simples y fáciles, de que los geómetras tienen la costumbre de servirse para llegar a sus más difíciles demostraciones, me habían dado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento humano se encadenan de la misma manera, y que, mientras uno no se abstenga de admitir por verdadera ninguna que no lo sea y guardar

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siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber ninguna tan alejada, a la cual no se llegue finalmente, ni oculta que no se descubra. Descartes considera que la forma de proceder de los geómetras posee propiedades que se deben aplicar para avanzar el saber con la aplicación de un método unificado. Este proceder tiene las siguientes propiedades:

1. El método de la geometría se desarrolla en una cadena de razones, simples y fáciles, que cumple las exigencias de la intuición (claridad y distinción).

2. No acepta como verdadero de lo que no se tenga absoluta certeza. 3. Respeta el orden necesario de la deducción de intuición en intuición, hasta el final de3 la cadena.

Las cuatro reglas o preceptos que presenta en el fragmento pretenden la universalización del método geométrico a cualquier ciencia. El primer precepto, de la evidencia, insiste en evitar la precipitación y la prevención. La precipitación de aceptar algo que no se vea clara y distintamente, lo cual es causa de error. La prevención es el error contrario de no aceptar la evidencia por exceso de desconfianza. La causa del error, tanto en un caso como en el otro, es la voluntad que decide, no la razón que bien ordenada puede descubrir la verdad. El método es necesario, decía en las primeras líneas del Discurso porque si nos equivocamos no es por falta de razón sino por no aplicarla bien. Formula como criterio de verdad la claridad y distinción: la claridad es la nítida presencia de un conocimiento en la mente, la distinción el hecho de estar perfectamente singularizado.. El segundo precepto, análisis, pretende descomponer minuciosamente los problemas hasta reducirlos a ideas simples, claras y distintas. El racionalismo cartesiano, según señalábamos en las Reglas, se basa en una gnoseología de lo simple para poder evidenciar clara y distintamente cada elemento. El tercer precepto, síntesis, explica la vía de la deducción, como una cadena de evidencias, que parte de ideas claras y distintas para llegar al conocimiento de lo más complejo, con la misma claridad y distinción de los principios de que se parte. El cuarto precepto, enumeración, tanto del análisis como de la síntesis es extender la evidencia de la intuición a la deducción. Encaminado a comprobar si hemos cometido algún error. Este método de inspiración geométrica es el paradigma de certeza y evidencia científica, que permite progresar con orden, encadenando los conocimientos y que aplicado a las matemáticas ha facilitado la solución de ciertos problemas “geometría analítica” y que es el fundamento de la unidad de la ciencia, cuya raíz es la metafísica, a la que dedicará el estudio de la cuarta parte del Discurso; en palabras de Descartes las razones por las que se prueba la existencia de Dios y del alma humana, que son los fundamentos de la metafísica. Los coetáneos de Descartes recibieron con desconfianza las reflexiones metafísicas de Descartes en el Discurso. Sin embargo puede considerarse que este ensayo es el texto fundacional de la filosofía moderna, tratando de establecer sólidamente los principios de la verdad rompiendo con todo lo anterior. La condición para este proyecto es el método, que como señala su título sirve para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. Su Geometría, que viene a continuación del Método como ejemplificación de su aplicación hace que Descartes sea no solo uno de los mayores filósofos de todos los tiempos sino también uno de los mayores matemáticos, en la edad heroica de la metafísica de diálogo fecundo entre filosofía y ciencia.

Texto 3. Meditación segunda

Así pues, supongo que todo lo que veo es falso; estoy persuadido de que nada de cuanto mi mendaz memoria me representa ha existido jamás: pienso que carezco de sentidos; creo que cuerpo, figura, extensión, movimiento, lugar, no son sino quimeras de mi espíritu. ¿Qué podré, entonces, tener por verdadero? Acaso esto solo: que nada cierto hay en el mundo. Pero ¿qué sé yo si habrá otra cosa, distinta de las que acabo de reputar inciertas, y que sea absolutamente indudable? ¿No habrá un Dios, o algún otro poder, que me ponga en el espíritu estos pensamientos? Ello no es

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necesario: tal vez soy capaz de producirlos por mí mismo. Y yo mismo, al menos, ¿no soy algo? Ya he negado que yo tenga sentidos ni cuerpo. Con todo, titubeo, pues ¿qué se sigue de eso? ¿Soy tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no puedo ser? Ya estoy persuadido de que nada hay en el mundo; ni cielo, ni tierra, ni espíritus, ni cuerpos, ¿y no estoy asimismo persuadido de que yo tampoco existo? Pues no: si yo estoy persuadido de algo, (o meramente si pienso algo), es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu. _______________________________________________________________________________________________ Igual que el Discurso del método, las Meditaciones metafísicas se componen de seis partes. En la primera meditación se proponen las razones por las cuales podemos dudar de todas las cosas. En la segunda se trata de la naturaleza del espíritu humano En la tercera de Dios; que existe. La cuarta trata de lo verdadero y lo falso. La quinta de la esencia de las cosas materiales, y otra vez de la existencia de Dios. La sexta de la existencia de las cosas materiales, y de la distinción real entre el alma y el cuerpo. En esta obra Descartes expone el núcleo de sus ideas metafísicas. Su título completo, originariamente en latín, traducido posteriormente al francés es: Meditationes de prima Philosophia, in qua Dei existentia et animae inmortalitas demonstrantur (Meditaciones sobre la filosofía primera, en la que se demuestran la existencia de Dios y la inmortalidad del alma). El presente fragmento, de la segunda Meditación, trata del descubrimiento del cogito como la primera verdad, clave del proyecto maduro cartesiano, el punto de apoyo arquimédeo que necesitaba. Comienza diciendo el fragmento: Así pues, supongo que todo lo que veo es falso; estoy persuadido de que nada de cuanto mi mendaz memoria me representa ha existido jamás. Unas líneas más arriba iniciaba la meditación del siguiente modo: Mi meditación de ayer ha llenado mi espíritu de tantas dudas, que ya no está en mi mano olvidarlas... Arquímedes, para trasladar la tierra de lugar, sólo pedía un punto de apoyo firme e inmóvil; así yo también tendré derecho a concebir grandes esperanzas, si por ventura hallo tan sólo una cosa que sea cierta e indubitable. Se está refiriendo al proceso de la duda metódica desarrollada en la primera meditación, en sus cuatro niveles: duda de los sentidos, hipótesis verosímil del sueño, Dios engañador e hipótesis hiperbólica del genio maligno. En el fragmento se refiere a ello al decir: Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. El fragmento trata pues de la duda a la primera certeza. Es la primera verdad cierta de un sujeto que se experimenta existiendo. Hay que tener en cuenta que Descartes identificará certeza y verdad. La formulación no es la de la IV parte del Discurso del método: “pienso, luego existo”, sino “yo soy, yo existo” (ego sum, ego existo), poniendo como punto de partida la existencia. El cogito, dirá Descartes, no es una inferencia sino una experiencia y cuando alguien dice “yo pienso, luego soy o existo”, tampoco deduce la existencia del pensamiento por un silogismo, sino por una simple intuición. La gran innovación de Descartes está en entender el pensamiento como la totalidad de la experiencia consciente, donde el alma se remite a lo psíquico y lo biológico a lo extenso, estableciendo la distancia con lo psíquico que sería de otro orden. La actividad del alma o mente es el pensamiento (su atributo esencial) y aspira a estar libre de cualquier turbación corporal (lo pasional) para poder dedicarse al saber. Las funciones del cuerpo vivo son puros automatismos, por ello un grave problema será el de la comunicación de ambos (dualismo interaccionista). En relación a las funciones de la mente Descartes distinguirá dos grandes modos: la percepción del entendimiento y la acción de la voluntad. El primero pretende tener un conocimiento claro y distinto de las ideas, según la propuesta de su método, siendo la primera certeza obtenida de este tipo la evidencia de que mientras pienso soy. Queda establecido el criterio de verdad, pero por el momento solamente en la certeza de que si pienso soy. Del hecho de pensar ha evidenciado la existencia del yo pensante. Analizar esa naturaleza será la tarea fundamental de la segunda meditación y todo el edificio de la filosofía cartesiana se va a edificar a partir de las implicaciones del cogito: la sustancialidad del yo pienso, su distinción real respecto al cuerpo, al mismo tiempo que su unión con él, la libertad, la existencia de Dios; todas estas ideas están presentes en el cogito.

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La intuición cartesiana, como conocimiento inmediato, del cogito permite, tras analizar los distintos modos del pensar, concluir que conocemos mejor el yo como cosa pensante que ninguna cosa corpórea, incluido el presunto propio cuerpo, cuya existencia aún no está garantizada. Al final de la meditación segunda pone el ejemplo del panal de cera, ejemplo clásico de la distinción entre cualidades primarias u objetivas, propias de la ciencia y secundarias o subjetivas, para demostrar que el espíritu humano es más fácil de conocer que los cuerpos, que es lo que da título a esta meditación. Si tomamos un trozo de cera recién salido de la colmena percibimos por los sentidos ciertas cualidades, pero si lo acercamos al fuego se derrite, variando su forma, figura, color, etc. El trozo de cera sigue siendo cera, pero ¿cómo lo sabemos? Sólo mediante el acto del entendimiento. Aquello que permanece es su carácter extenso, que anticipa la quinta meditación, donde se establece la definición esencial de los cuerpos como extensos. Carece por tanto de sentido afirmar que conozco mejor un cuerpo que mi propio pensamiento. Será a partir de la meditación siguiente cuando partiendo de la idea innata de Dios, aceptada por evidente su existencia, podamos recuperar la certeza del mundo: las tres sustancias de la metafísica posterior, Dios, Alma y Mundo, con sus correspondientes atributos y modos. A Dios se llega por medio de la idea innata que de él tenemos. Plantea la cuestión de qué es más relevante: si Dios o el yo pensante y en relación a la evidencia de uno y otro el problema del círculo que se la ha reprochado: la prueba de la existencia de Dios presupone la verdad de la certeza intuitiva, que ha de garantizarse por la demostración de Dios. Ello plantea el problema de en dónde se encuentra el fundamento: si en el método con la mathesis como modelo, o en la metafísica y su referencia a Dios como garante de la verdad.

Texto nº 4: Discurso del método IV

A continuación, reflexionando sobre el hecho de que dudaba y que, por consiguiente, mi ser no era del todo perfecto, pues advertía claramente que era mayor perfección conocer que dudar, traté de indagar de dónde había aprendido a pensar en algo más perfecto de lo que yo era, y conocí con evidencia que debía ser de alguna naturaleza que fuese, en efecto, más perfecta. Respecto a los pensamientos que tenía de muchas otras cosas fuera de mí, , como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otras mil, no me era tan difícil saber en modo alguno de dónde procedían, porque, no observando en ellos nada que me pareciese hacerlos superiores a mí, podía creer que, si eran verdaderos, dependían de mi naturaleza en tanto que ella posee alguna perfección, y si no lo eran, los tenía de la nada, es decir, que estaban en mi por lo imperfecto que yo era. Pero, no podía ser lo mismo sobre la idea de un ser más perfecto que el mío, pues el que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible; y, puesto que no hay menos repugnancia en que lo más perfecto sea consecuencia y dependencia de lo menos perfecto que la que hay en que de la nada proceda alguna cosa, tampoco podía proceder (tal idea) de mí mismo. De suerte que sólo restaba el que esta (idea) hubiese sido puesta en mí por otra naturaleza que fuera verdaderamente más perfecta que yo lo era, e incluso, que tuviese en sí todas las perfecciones de las que pudiera tener alguna idea, es decir, para decirlo con una palabra, que fuese Dios. A lo cual agregaba que, puesto que conocía algunas perfecciones que no tenía en modo alguno, no era yo el único ser que existía (usaré libremente aquí, si os parece bien, los vocablos de la Escuela), sino que era preciso de necesidad que existiese algún otro (ser) más perfecto, del cual yo dependiese y de quien hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues, si hubiese tenido por mí mismo lo poco en que participaba del ser perfecto, por la misma razón hubiera podido tener por mí mismo todo lo demás, que sabía me faltaba, y así, ser yo mismo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía admitir que son en Dios. _______________________________________________________________________________________ El fragmento presentado pertenece a la IV parte del Discurso del método, núcleo central del Discurso donde aplica su método a la metafísica, que desarrollará más en extenso en las seis Meditaciones metafísicas. La tarea de Descartes se centra en reflexionar sobre las dos sustancias primeras de su metafísica: la mente o alma y Dios.

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El punto de partida de la metafísica es la certeza que resiste a toda posibilidad de duda, tanto si procede de los sentidos, de los errores que cometemos al razonar o de la hipótesis del sueño. La primera certeza indudable es formulada en el texto como la existencia incuestionable del yo como sustancia pensante: “pienso, luego soy”. Lo propio de esta sustancia pensante a la que podemos denominar mente es tener ideas. Para Descartes el pensamiento piensa siempre ideas, no recae directamente sobre las cosas, sino sobre las ideas. Como en la filosofía Escolástica, que Descartes dice conoce bien: “usaré libremente aquí, si os parece bien, los vocablos de la Escuela”, Descartes diferencia un doble aspecto en las ideas: como acto mental “realidad formal”, en que todas las ideas poseen la misma realidad y como contenido objetivo o “realidad objetiva”, aquello que representan, en que unas ideas son distintas de otras, con diversos grados de ser. Pero Descartes aplica la distinción entre realidad formal y realidad objetiva no solamente a las ideas, sino también a las entidades y objetos. En este caso “realidad formal” será la existencia actual, extramental, mientras que “realidad objetiva” será simplemente la existencia en la mente de un objeto del entendimiento. Descartes divide las ideas en innatas: claras y distintas como la idea de pensamiento, adventicias que parece que provienen del exterior y fácticas que nosotros construimos como la de una sirena. La idea de Dios al no ser ni adventicia ni poder ser fáctica porque un ser finito no puede crear lo infinito, ha de ser innata, puesta en nosotros por el propio Dios. Descartes pasa, pues, a exponer las pruebas de la existencia de Dios, con que comienza el fragmento propuesto. Las pruebas de la existencia de Dios en Descartes son: argumento basado en la idea de un ser perfecto, argumento basado en la imperfección y dependencia de mi ser y argumento ontológico El primer párrafo hace referencia a esta primera prueba de la existencia de Dios partiendo de la idea innata de un ser perfecto. El segundo párrafo del fragmento, complementario del anterior, es la llamada prueba cartesiana de la existencia de Dios de la causalidad: imperfección y dependencia de mi ser. Todavía desarrollará un tercer argumento unas líneas más adelante que es la tercera prueba conocida como argumento ontológico. (La primera prueba la desarrollará más a fondo en la III Meditación metafísica y la del argumento ontológico en la V.) La primera y segunda prueba que presenta el fragmento se fundamentan en la noción de realidad objetiva de la idea de Dios. Como realidad objetiva o representación de una cosa, ha de tener una causa real que sea proporcional a la idea, que es su efecto. Yo no puedo causar la idea de infinito puesto que soy finito sino que ha de ser causada por un ser cuya realidad formal, o sea su realidad en acto sea proporcional a la idea, o sea Dios mismo. (La primera prueba es semejante a la vía tomista de los grados de perfección. La diferencia es que Santo Tomás parte de la experiencia. Descartes no puede hacerlo porque en este momento la existencia del mundo todavía está cuestionada. Sólo cabe mirar al contenido del pensar (ideas) y reflexionar sobre la causa de aparición en la mente de las ideas). La segunda prueba, del segundo párrafo, parte de la contingencia de mi mismo como ser finito y Dios será la causa de mí (no ya la idea que de Él hay en mí). (Es una prueba semejante a la 3ª de santo Tomás: la vía de la contingencia). Viene a decir Descartes que en mi mente hay la idea de perfección infinita. Si yo fuese la causa de la realidad objetiva de la idea de perfección, mi realidad formal o en acto debería ser proporcional a esa idea. En este caso podría darme a mí mismo la perfección que deseo y que evidentemente no poseo. Por ello si poseo la idea de perfección, y no poseo la perfección que pudiera ser su causa, yo no puedo ser la causa de esa idea, que no puede ser más que Dios. (Ya fuera del fragmento presenta el argumento ontológico partiendo de la misma idea de Dios: volviendo a examinar la idea que tenía de un ser perfecto encontraba que la existencia estaba incluida en ella, del mismo modo que en la de un triángulo está comprendido que sus tres ángulos son iguales a dos rectos, o, en la (idea) de una esfera, que todas las partes son equidistantes de su centro, o incluso aún más evidente; y que, por consiguiente, es por lo menos tan cierto que Dios, que es este ser perfecto, es o existe, como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría). Demostrada la existencia de Dios y reconocida su naturaleza como suma de todas las perfecciones, entre ellas la bondad y veracidad, podemos rechazar la hipótesis de un genio maligno engañador. Dios será el garante de la verdad: todo lo que percibamos clara y distintamente es verdadero. No puede permitir que me engañe al creer que mundo existe. Por tanto el mundo existe. El error no será atribuible ni a Dios ni a nuestra razón sino a nuestra decisión de aceptar algo sin que la razón nos lo presente con claridad.