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M M a a t t r r i i m m o o n n i i o o  a a b b i i e e r r t t o o  Fl o ra Ki d d  Matrimonio abierto (1983) Título Original: The open Marriage (1981) Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Bianca 2068  Género: Contemporáneo Protagonistas: Alun Gowery y Jessica Martin Argumento: El l a q u e a q u e é l l e p i di era q u e se qu e da ra. Habían aceptado darse la suficientemente libertad para hacer cada uno lo que quisiera antes de su matrimonio. Y les había ido bastante bien, hasta que Jessica había descubierto que Alun se veía con otra mujer. No lo había visto ni tenido noticias de él desde su pelea de hacía dos años, pero  Jessica nunca había dejado de quererlo. Quería compartir su vida y no se parase nunca otra vez de él, no le importaba lo desesperadamente egoísta que parecía… Pero Alun nunca le preguntaría… —Puedes hacer lo que quieras —le dijo él como respuesta—. Divórciate de mí, si eso es lo que quieres.

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MMaattrriimmoonniioo aabbiieerrttoo Flora Kidd 

Matrimonio abierto (1983)Título Original: The open Marriage (1981)Editorial: Harlequín IbéricaSello / Colección: Bianca 2068 Género: ContemporáneoProtagonistas: Alun Gowery y Jessica Martin 

Argumento:

El l a quería que él l e pi di era que se quedara.

Habían aceptado darse la suficientemente libertad para hacer cada uno lo quequisiera antes de su matrimonio. Y les había ido bastante bien, hasta que Jessicahabía descubierto que Alun se veía con otra mujer.

No lo había visto ni tenido noticias de él desde su pelea de hacía dos años, pero Jessica nunca había dejado de quererlo. Quería compartir su vida y no separasenunca otra vez de él, no le importaba lo desesperadamente egoísta que parecía…

Pero Alun nunca le preguntaría…

—Puedes hacer lo que quieras —le dijo él como respuesta—. Divórciate de mí, sieso es lo que quieres.

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Capítulo 1

—Así que quieres saber en dónde está Alun? ¿Por qué?

La que hablaba era Margian Gower, una mujer de baja estatura y rostro de

expresión cambiante, que recordaba ligeramente el de un mono, con cabello negro,sedoso y rizado. Estaba sentada frente al espejo iluminado de un vestidor de teatroen el West End de Londres y se preparaba para interpretar su papel en la reposiciónde la espeluznante obra de Emlyn Williams: "La noche tiene que llegar ".

Suspendiendo por un momento el trazo de arrugas en la frente, Margian miróen el espejo la imagen de la mujer que estaba de pie detrás de ella. Jessica Martin, altay esbelta, vestida con un traje de lino verde, el espeso cabello dorado cortado deforma atractiva a nivel de las orejas.

—Quiero hablar con él —respondió la joven con frialdad al mismo tiempo quese encogía de hombros, como si no le importara mucho conocer dónde estaba

viviendo Alun, el esposo de quien estaba separada y que era el hermano más jovende Margian.

—¿Y no tienes idea de en dónde se encuentra ahora?—preguntó Margian.

—No.

—Pero sin duda…—Margian se interrumpió asombrada.

—Alun no me ha escrito ni lo he visto desde… desde…—Jessica se callótambién, mordiéndose el labio inferior.

—¿Desde que lo dejaste?—concluyó Margian con sarcasmo.

—Yo no lo dejé, fue él quien me abandonó —replicó Jessica, mientras sus ojos,de un encantador color azul oscuro, miraban la imagen de Margian en el espejo—.Un día salió dando un portazo del apartamento, y se fue a Nueva York y ni siquierasé si ha regresado al país.

—Eso ocurrió hace casi dos años, tengo entendido que discutiste con él y lohiciste enfurecer antes que se fuera.

—Sí, discutimos —admitió Jessica a regañadientes.

—Imagino que lo acusaste de ser infiel y se ofendió. Esto es muy típico de Alun—murmuró Margian, inclinándose hacia adelante para mirarse en el espejo mientrasañadía más maquillaje. Lentamente el aspecto de su cara cambió, aparentando más

edad; con el rostro arrugado y pálido, comenzaba a parecerse a la mujer mayor, declase alta, que pronto representaría en el escenario, excepto por los rizos alborotadosnegros en su cabeza.

El cabello de Alun era semejante al de ella, pensó Jessica, aunque era lo único enque se parecía a su hermana y en la negrura había destellos dorados y plateados.Apretó el puño al recordar la sensación de los rizos de él en su mano.

—¿Cómo sabes lo que sucedió? —demandó ella—. ¿Has visto a Alun? ¿Te lodijo él?

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—Sí, lo vi, pero no me contó nada sobre ustedes. Como lo conozco tan bien, loadiviné —Margian miró con algo de lástima a Jessica—. Imagino que trataste deatarlo a ti.

—No, no lo hice —Jessica se dejó caer en una silla—. El nuestro era unmatrimonio abierto. Antes de casarnos aceptamos darnos mutuamente la libertad de

ir y venir como quisiéramos. Estaba dando resultados o al menos eso pensé, hastaque…hasta…—se detuvo de nuevo, mirándose las manos y frunciendo el ceño.

—¿Hasta qué?—le preguntó Margian, contemplando el rostro de Jessica conojos entrecerrados.

—Hasta que alguien me contó que Alun tenía una aventura con otra mujer.

—¿Quién te dijo eso?

—Sally Fairbourne.

—¿Y tú le creíste?—exclamó Margian con incredulidad, mientras se ponía concuidado una peluca de pelo blanco y ondulado.

—Sally y yo hemos sido amigas durante años, desde que éramos muypequeñas, ¿por qué no debería creerle? —replicó Jessica a la defensiva—. Inclusoconoció a Alun antes que yo; fue en casa de sus padres donde nos vimos por primeravez.

—Lo sé —suspiró Margian—. Así que confías más en ella que en Alun, porquela conociste hace más tiempo que a él. ¿Para qué quieres verlo? ¿Para sugerirle eldivorcio?

—Quizá. ¿Vas a decirme en dónde está?

Margian se dio vuelta en la silla hasta quedar frente a Jessica, los ojos

inteligentes estudiaron a su cuñada. Jessica estaba más delgada que la última vez quela vio, había desaparecido aquel aspecto de colegiala inglesa. Ahora era una mujermuy atractiva, de casi veinticinco años, muy segura de sí misma, bien vestida y talvez acostumbrada a todas las buenas cosas de la vida; los mejores hoteles dondehospedarse cuando viajaba por cuenta de la compañía de muebles en la quetrabajaba; la mejor comida y la mejor ropa; todas las comodidades del mundo.

—Muy bien, te diré dónde está Alun —respondió—. Pero si llegas a verlo, no lecuentes que fui yo quien te lo informó. Está en Whitewalls, en la casa donde nuestropadre vivió la mayor parte de su vida y donde nació él. La casa donde vivimos Aluny yo cuando éramos niños, la casa donde los Gower han vivido durantegeneraciones, criando ovejas y escribiendo poesía. ¿Qué otra cosa se puede hacer en

el agreste Gales?—había un tono de burla en la voz de Margian. ;?—¿Por qué vive allí?—le preguntó Jessica.

—Está escribiendo la biografía de nuestro padre, uno de los poetas y hombresde letras más distinguidos de Gales —contestó su cuñada, mientras se le oscurecíanlos ojos por la tristeza—. ¿Llegaste a conocerlo? ¿Alguna vez conociste a HuwGower?

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—Sí, lo conocí cuando vino a Londres para declamar sus poemas en un recitalde la BBC. Alun y yo fuimos a esperarlo cuando llegó en tren y lo llevamos a su hotel—explicó Jessica, recordando a un hombre alto con cabello blanco y revueltoenmarcando un rostro tosco. Él la había mirado con ojos bondadosos y le dijo algo aAlun en gales.

—¿Qué te dijo tu padre en la estación?—le preguntó ella más tarde esa mismanoche—. Era algo sobre mí, ¿no es cierto?

—Estaba citando parte de un poema de Dafydd ap Gwilym, un poeta gales quevivió en la Edad Media —le contestó Alun. En esos momentos se encontraban en lacama, haciendo el amor y él le había quitado el camisón para acariciarle el cuerpo conlas manos—. Papá me dijo que le recordabas unos versos que había escrito Dafydd.

—¿Qué versos? ¿Puedes traducírmelos?

—Lo intentaré:

Dulce joven con el cabello dorado,

dorada es la carga que llevas en la cabeza.Blanco es tu cuerpo y esbelto.

Y brillas con él. ¡Qué don has recibido!

Después de una pausa, Alun continuó:

—Papá tenía razón. Eres dulce, tu cabello es dorado y tu cuerpo blanco, esbeltoy brillante. ¡Qué don he recibido!

Resonante y melodiosa, la voz de Alun había tejido un romántico encantoalrededor de Jessica mientras se inclinaba sobre ella, quien como siempre, respondióa sus caricias con timidez, sintiéndose halagada y feliz por lo que le había dicho,

buscando su cuerpo con el suyo, excitada por el contacto.Con sobresalto, regresó a la realidad del vestidor, al olor del maquillaje, el calor

de las luces y el rostro de Margian arrugado y lleno de polvos, que le sonreía.

—Lo siento —murmuró—. ¿Qué decías?

—Estabas muy lejos de aquí, ¿no es cierto?—se burló Margian—. Me preguntodónde.

—Me encontraba pensando en tu padre —respondió Jessica—. Me agradaba yme gustaban sus poemas.

—Y sin embargo, no fuiste a su entierro —le reprochó Margian.

—Yo…no supe de su muerte hasta después y Alun y tú no me invitaron alentierro —Jessica seguía rígida, aún a la defensiva—. ¿Quieres darme, por favor, ladirección de la casa en Gales donde vive Alun?

—Se llama Whitewalls y está cerca del pueblo de Dolgelkü —Margian lopronunció de la forma como lo hacían los galeses—. No sé el código postal. ¿Piensasescribirle o irás a verlo?

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cuenta de que, después de todo, sólo era humano, no mejor ni peor que cualquierotro hombre.

—Hasta que supe que no me amaba como yo lo amaba —repuso Jessica con vozronca, mirando hacia la puerta para que la otra mujer no viera las lágrimas quebrillaban en sus ojos.

—Y ahora has conocido a otro que sí te ama, ¿es eso?—le preguntó Margian,sarcástica—. Alguien confiable que pueda mantenerte con las comodidades a las queestás acostumbrada. Alguien más apropiado para ser tu esposo que un escritor,amante de la vida y de espíritu libre, como Alun.

—Quizá lo haya encontrado —replicó la joven y abrió la puerta—. Adiós,Margian y gracias de nuevo.

Al salir, se detuvo un instante en la penumbra del pasillo, secándose laslágrimas que le corrían por las mejillas.

Cuando recuperó la compostura, salió del teatro por la puerta de los artistas,recibiendo el aire húmedo de la tarde de junio. De inmediato, Chris Pollet vino a sulado, tomándola del brazo para llevarla hacia la avenida Shaftesbury.

—¿Cómo resultó?—le preguntó—. ¿Se comportó de forma amigable?

—Sí, me dio la dirección de Alun.

—Bien; así podrás escribirle o mejor aún, que tu abogado lo haga. Pensé quepodríamos comer en el Soho. ¿Te apetece algo italiano?

Ella estuvo de acuerdo y dieron la vuelta en la siguiente esquina, entrando auna calle estrecha con restaurantes en arribos lados. Pocos minutos más tardeentraron en el que había elegido Chris y un camarero los condujo a la mesa. Despuésde la cálida humedad exterior, el restaurante era fresco y estaba en penumbra.

Recibieron los menús y el camarero fue a buscar el vino blanco que pidió Chris. Jessica se puso a observar la carta sin verla. Las palabras se borraron ante sus ojosmientras pensaba en la coincidencia que hizo que Chris escogiera este restaurante enparticular, al que asistió con tanta frecuencia acompañada por Alun, cuando vivían

 juntos. Dejó el menú sobre la mesa y miró a Chris. Era un hombre alto, fuerte y rubio,su rostro tenía una expresión que demostraba que se trataba de una persona decididay testaruda. Él suponía que conocía los deseos de ella; imaginaba que se casaría conél si se divorciaba de Alun. Él le sugirió que se pusiera en contacto con Alun, que leescribiera o que lo hiciera un abogado. Suponía demasiado, se dijo, desdeñosa.

—No tengo abogado —informó Jessica sin emoción.

Él alzó la vista y la miró. Sus ojos de color gris pálido reflejaban la llama de lavela.

—Estoy seguro de que el abogado de tu compañía te puede dar el nombre dealguno especializado en divorcios —le contestó—, alguien que sepa cómo hacerlocon rapidez. Además, tienes buenos motivos para divorciarte, Gower ha estadoseparado de ti desde hace casi dos años. Imagino que eso indica con claridad cuáles

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son sus sentimientos por lo que no vacilará en aceptar el divorcio. Es posible que estéesperando a que tú lo pidas.

—Creo que sería mejor que fuera a verlo, ahora que sé dónde vive —murmuró,recogiendo de nuevo el menú. Algunas veces, cuando empezó a vivir con Alun,tuvieron tan poco dinero que sólo comían espagueti. El espagueti a la primavera era

uno de sus preferidos, servido con verduras poco cocidas y cubiertas con salsa dequeso—. Su hermana me dijo que casi nunca contesta las cartas.

—Contestará la carta de un abogado —replicó Chris con firmeza.

—No estoy muy segura de eso, es un hombre muy especial.

—Sí, eso tengo entendido —comentó él, oprimiendo los labios—. ¿Por qué tecasaste con él?—le preguntó de repente, inclinándose sobre la mesa y observándolacomo si pensara que le faltaba inteligencia—. ¿Fue por qué tu padre insistió? ¿Porqué descubrió que Gower te había seducido?

 Jessica abrió mucho los ojos azules y después comenzó a reír. La risa cambió suaspecto por completo; hizo desaparecer la tristeza de su rostro, iluminándolo.

—Oh, no, ¿de dónde sacaste esa idea?—le preguntó. Después se desvaneció larisa y lo miró de forma acusadora—. Has estado escuchado chismes sobre mí —loreprendió—. Imagino que te has enterado de que viví con Alun durante un tiempoantes que nos casáramos. Bien, eso es cierto, viví en su apartamento varias semanas.Verás, mi padre quería que me casara con Arthur Lithgow y ya lo tenía todopreparado. En esa época estaba tratando de conseguir que Arthur se asociara con sucompañía y que invirtiera algún dinero. Yo era la carnada que él usaba para atrapar aArthur y nada que pudiera decirle lo convencería de que no quería casarme con él.Por eso me escapé de casa y vine a Londres con Alun —calló mientras el camarerocolocaba las copas sobre la mesa y servía el vino—. Él era la única persona conocida

que podría comprender cómo me sentía. Hacía años que nos conocíamos. No creoque sepas que está emparentado con los Fairboume; cuando vine a Londres fue: muybondadoso conmigo, me encontró un empleo en las oficinas de una compañíaeditorial y permitió que me alojara en su apartamento. La mayor parte del tiempoAlun no estaba allí y no era necesario que papá se comportara como lo hizo: como elpadre de un melodrama pasado de moda. Llegó furioso a Londres, acusando a Alunde seducirme —tomó un sorbo de vino y sonrió—. ¡Debiste ver el rostro de papácuando Alun le dijo que nos íbamos a casar! Se puso rojo, rojo escarlata; ¡Yo tambiénestaba bastante sorprendida por lo que decía Alun!

—Pero a pesar de eso, te casaste con él.

—Sí, lo hice.—¿Y tu padre te perdonó?

—No, hasta que le dio el primer infarto cuando Alun y yo teníamos un año decasados. Fui a verlo y me pidió que volviera a trabajar con él en la compañía. Lo hice,todos los días iba en el metro desde Londres a Uxbridge y después tomaba unautobús hasta la fábrica. Fue entonces que me di cuenta de los problemas financieros

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en que se encontraba Martin Limited, casi estaba en la bancarrota —lo miró,pensativa—. Chris, ¿de veras piensas quedarte con la empresa?

—Claro que sí, aunque sólo sea para evitar que mis competidores, los Lithgow,se queden con ella. Pero quiero que tú sigas en la compañía, como socia. No quierocomprarla, sólo deseo fusionar mi empresa con la tuya. Pollet y Martin Limitada,

diseñadores y fabricantes de muebles de calidad. ¿Cómo te suena?.—Me parece muy bien —reconoció—. Además creo que papá se hubiera

sentido muy contento de tenerte como socio. Es una lástima que no hubieras llegadoantes que él muriera.

—Se lo ofrecí, pero nunca aceptó que fuéramos socios con igualdad dederechos, él quería seguir siendo el mandamás. No aceptaba eso de Pollet y MartinLimitada —Chris sonrió con tristeza—. Pero, ¿qué me dices de Alun Gower, quiensigue siendo tu esposo? No me agradaría que se apareciera ahora reclamándote a ti ya tus acciones de la empresa.

—Oh, no lo hará le dijo Jessica, convencida—, Alun no tiene el menor interés en

el negocio. Es un explorador y escritor y nunca se interpondrá, estoy segura de eso.Acordamos que cada uno haría lo que deseara.

Chris no hizo comentario alguno porque en ese momento regresó el camareropara tomar las órdenes, pero tenía el ceño fruncido y tan pronto como el mozo seretiró, se inclinó hacia adelante de nuevo, tocándole una manía la joven.

—Sin embargo, me gustaría que se separe de ti, Jess, que se aleje de tu vida parasiempre —insistió—. Mientras estés unida a él legalmente siempre existirá el peligrode que aparezca y haga alguna reclamación. Me gustaría que estuvieras libre decualquier relación con Alun para que algún día yo pueda tener la oportunidad depedirte que te cases conmigo. ¿Me prometes que le escribirás o que conseguirás que

lo haga un abogado, sugiriéndole el divorcio?Apartó la vista de él, evitando su mirada. No quería hacer lo que le había

sugerido, pero comprendió que si se negaba Chris comenzaría a discutir y en esemomento no podría soportarlo. ¿No era suficiente haber ido a Londres con él y quehubiera visto a Margian?

—Está bien —prometió con un suspiro—, haré lo que me pides —lo mirósonriente—. ¿Podemos hablar de otra cosa? Me dijiste que saldrías en viaje denegocios durante varios días, ¿cuándo?

—Mañana iré a Alemania, pero regresaré el viernes.

—Ese es el día en que el banco nos embargará la empresa.—Y es el día en que tendrás que darme una respuesta a mi oferta dé fusión. Te

llamaré por teléfono tan pronto como regrese, el jueves, ¿te parece bien?

Ella hizo un ademán afirmativo con la cabeza, pero estaba pensando. "Tres días;se irá durante tres días completos. Podría ir a Gales, ver a Alun y regresar mientrasesté ausente y no lo sabrá. Sí, quizá sea eso lo que haga. Lo iré a ver en lugar deescribirle y el jueves por la noche sabré si está de acuerdo o no con el divorcio. Asíaclararé mi situación y decidiré si debo aceptar la oferta de fusión de Chris".

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Aún había un ligero resplandor en el cielo cuando llegaron a la casa de ladrillosrojos en las afueras de Beechfield, un pequeño pueblo de Buckinghamshire, conocidodurante más de doscientos años por sus fabricantes de muebles. Jessica nació allí yvivió en ese lugar hasta que se marchó a Londres a buscar a Alun, para despuésregresar a su hogar cuando él la abandonó. Ella siguió viviendo en ese pueblodespués de la muerte de su padre, acompañando a su madre en la viudez.

Chris no la besó al despedirse y ella no lo invitó a que lo hiciera, sin embargo, élinsistió en que le prometiera que le escribiría a Alun y Jessica volvió a hacerlo.Después bajó del coche y se quedó de pie unos instantes, observando cómo sealejaba, hasta que se perdió en la distancia. El jardín, orgullo y alegría de su madre,estaba lleno de aromas y vio brillar la luna por encima de la casa situada frente a lasuya, el hogar donde antes vivieron los Fairbourne y donde conoció por primera veza Alun, hacía ocho años, cuando ella apenas tenía diecisiete.

Se dio vuelta y entró en su casa, estaba silenciosa y oscura y al llegar al segundopiso se alegró de no ver luz filtrándose por debajo de la puerta del dormitorio de sumadre. Anthea ya estaría dormida y por lo tanto, no tendría necesidad de entrar a

verla y contestar las muchas preguntas con que siempre la bombardeaba cada vezque salía con Chris.

Entró en su dormitorio y cerró la puerta. Se desvistió y al acostarse, trató deredactar en su mente una carta para Alun. ¿Cómo debía escribirle a un hombre al quehabía conocido durante siete años y que no lo veía desde hacía dos? ¿Al marido queera casi un desconocido? En varias ocasiones comenzó:

"Querido Alun, ¿cómo estás?… " sin embargo, no pudo seguir pues comenzaba arecordarlo y se distraía.

En su mente veía a Alun, tal como lo había contemplado la primera vez, con

pantalones de mezclilla, el cabello rizado revuelto y largo, los dorados ojos de águilabrillando con burla mientras bebía cerveza en el patio de la casa de los Fairbourne,una tarde de verano, con su primo Bill Fairbourne, el hermano mayor de Sally.

Ella y Sally acababan de regresar de montar a caballo y se encontraban vestidascon pantalones de montar ajustados, blusas blancas, chaquetas negras y sombrerostambién negros.

Tan pronto como lo vio, Sally corrió a abrazarlo.

—¡Alun, Alun! ¿Dónde has estado? ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

Con cuidado él se soltó del abrazo de Sally y evitando sus besos, contestó laspreguntas.

—Estuve en África, reuniendo material para un artículo sobre un parque deanimales salvajes en Kenya. Sólo me quedaré hoy —miró a Jessica—. ¿Quién es tuamiga? —preguntó con un brillo malicioso y burlón en los ojos—. "¿Ricitos de oro?"

En esa época Jessica tenía el cabello largo, casi hasta la cintura. Para montar, selo recogió en una cola de caballo, pero las cintas se le habían soltado y el cabello lecaía sobre los hombros y las mejillas.

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—Oh, ella es Jessica —contestó Sally con indiferencia—. Vive en la casa deenfrente. Jess, él es mi primo favorito, Alun Gower. ¿Recuerdas que te he hablado deél? Viaja a los lugares más maravillosos y escribe artículos que se publican en unarevista de Geografía en los Estados Unidos.

—¡Hola, Jessica!—el tono de voz de él se suavizó al hablarle y su mirada no se

apartaba del cabello dorado.Siempre tímida ante la presencia de los jóvenes que conocía con frecuencia en la

casa de los Fairbourne, en su mayoría amigos de Bill, sólo le hizo un ligero ademánde saludo.

Había aparentado no estar interesada en él, pero en su interior sí lo estaba. Decabello oscuro, la piel bronceada por el sol africano, ojos color topacio brillando coninteligencia y los labios llenos de irónico humor cada vez que hablaba, Alun la habíacautivado esa misma tarde.

Pasaron dos años antes que lo viera de nuevo, pero en ese tiempo habíapensado en él con frecuencia e incluso hizo un esfuerzo para buscar y leer alguno de

sus artículos. Pero nunca le mencionó a Sally, o cualquier otra persona, que estabainteresada en él. Deseaba mantener inviolable lo que sentía por él, era un secreto queno compartiría con nadie. ¡Ni siquiera con Alun! 

Él regresó inesperadamente a la casa Fairbourne una tarde, justo en el momentoen que ella llegaba de la fábrica de muebles de su padre, donde había estadotrabajando para aprender el negocio, desde que salió del colegio. Tenía diecinueveaños, había perdido su timidez y se había cortado el cabello, que ahora le enmarcabael rostro como si se tratara de una dorada capucha.

Era un día frío y húmedo, típico de noviembre y en el momento en queestacionaba frente a la casa el pequeño coche que le regaló su padre, observó que un

hombre con un impermeable se acercaba a ella desde la casa Fairbourne. Loreconoció de inmediato e incluso ahora podía recordar el violento latir de su corazóncuando lo vio y volvió a sentir la onda cálida que la había recorrido por completo. Él,su héroe secreto había regresado. Se bajó del coche y fue corriendo adonde estaba él.

—Se han ido —le dijo—. Los señores Fairbourne han ido a Birmingham a pasarel fin de semana para ver a Sally, que se encuentra estudiando en la universidad yBill está trabajando en Escocia.

Con las manos en los bolsillos del impermeable, él permaneció mirándola ensilencio y Jessica se preguntó si recordaría quién era ella. Tenía el rostro pálido y loveía cansado; los ojos dorados estaban rodeados de ojeras y apretaba los labios con

fuerza.—¿Por qué te cortaste el cabello? —le preguntó con brusquedad y de nuevo

sintió un vuelco en el corazón. ¡La había recordado!

—Quería cambiar. Además, era un problema en el trabajo —le explicó yentonces añadió con tono agresivo—. Después de todo, ¿por qué te interesa?

Casi pudo Verlo retractarse al oír sus palabras y con una ligera sonrisadesdeñosa, Alun contestó:

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—Nada, por supuesto —se encogió de hombros—. Tienes todo el derecho acortarte el cabello si quieres. ¿Sabes cuándo sale el próximo tren para Londres?

—No habrá otro hasta las ocho y media, pero puedes tomar el autobús que llegaa Uxbridge y después el metro a la ciudad —sintió la necesidad de detenerlo a sulado, de demorar su partida—. Imagino que te habrá desilusionado no encontrar a

nadie en casa. Si quieres te invito a pasar —con una mano le señaló su puerta—, teprepararé una taza de té y después puedo llevarte a la estación del autobús.

Había una invitación en su mirada y él la estudió con frialdad. Jessica pensóque se negaría y estaba tratando de encontrar otra forma de evitar que se fueracuando, de repente, se produjo un cambio brusco en él y le sonrió: *

—Gracias, me agradará pasar a tomar una taza de té contigo. Tengo mucho frío;acabo de llegar de Australia y aún no me acostumbro a la temperatura de Inglaterraen noviembre. Temo que me olvidé de tu nombre, quiero decir, tu verdaderonombre. Para mí siempre eres "Ricitos de oro" —su mirada le recorrió el cabello ypara su sorpresa levantó una mano y lo tocó, murmurando—: ¡Qué lástima que lo

cortaras!Desde luego, dejó que le creciera de nuevo, pero sólo para él. La había

deslumbrado y cegada por el primer amor, le escribió interminables cartas a ladirección que Alun le anotó en un papel cuando se fue y algunas veces, él le contestó.

Tenía el cabello largo hasta los hombros cuando, agotada por la insistencia desu padre en que se casara con Arthur Lithgow, salió de la oficina de la fábrica Martin,hacía cuatro años y tomó el primer autobús que llevara a Uxbridge; escapó al fin ybuscó a la única persona que la había comprendido, sin saber a ciencia cierta si Alunse encontraba en Londres o no.

Al llegar a Bloomsbury no lo halló en su apartamento, pero la dueña de la casa,

quien la había convertido en pequeños apartamentos que alquilaba le dijo que estabasegura de haberlo visto. Por lo tanto, la joven lo esperó, sentada en el suelo frente asu puerta, ya que no tenía otro lugar adonde ir.

 Jessica dio vueltas en la cama intranquila, tratando de interrumpir el flujo derecuerdos. Nunca podría olvidar la expresión en el rostro de Alun cuando laencontró sentada frente a su puerta, medio dormida y a punto de desmayarse porfalta de comida, a la una de la mañana. Se había puesto furioso.

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó mirándola con el entrecejo fruncido.

Ella se levantó con dificultad reclinándose en la pared. Parpadeó al verlo ysorprendida por la brusquedad de su tono, cuando había esperado ternura, se diocuenta, por primera vez, de que apenas lo conocía, que era mayor que ella, no sólo enaños, diez años en realidad, sino también en experiencia.

—¿Por qué?—le preguntó furioso.

—Yo… yo…—hizo un gran esfuerzo para contestarle, pero por algún motivo,ahora comprendía que había sido la falta de comida, se sintió enferma, mareada ypor primera y única vez en su vida, se desmayó.

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—He trabajado como secretaria y además, sé mucho sobre la fabricación demuebles, las maderas que se deben usar, dónde obtenerlas y también tomé un cursode diseño y fabricación de mobiliario en el colegio. Muy pronto me graduaré dediseñadora.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintiuno, casi veintidós.—Ya tienes edad suficiente para vivir tu propia vida. ¿Por qué no te fuiste de

casa antes?

—Porque papá hizo que me resultara muy difícil. Verás, soy la única de sushijas que vive. Tuve un hermano mayor, Timothy, quien siempre fue su preferido; lacompañía se llama Martin e Hijo Limitada y por supuesto, papá siempre dio porsentado que Tim entraría al negocio con él, de la misma forma que él lo había hechocon su padre. Tim comenzó a trabajar en la fábrica, pero murió en un accidente demotocicleta cuando tenía diecinueve años. Papá quedó destrozado y fue a partir deentonces que comenzó a pensar que yo podría ocupar el lugar de Tim. Por lo tanto,

empecé a trabajar con él tan pronto como terminé la escuela; en realidad no meimportó, pues me gusta diseñar muebles.

—¿Qué me dices de tu madre? ¿Nunca te respaldó frente a tu padre?

 _No, nunca lo haría, ella lo apoya y siempre ha sido así. También trabaja paraél, como su secretaria. Tampoco podía decirle que no quería casarme con Artuhr,pues si lo hacía comenzaría a discutir conmigo, señalándome todas las ventajas quetendría al casarme y entrar a formar parte de la familia Lithgow. Arthur es muy rico—Jessica miró a su alrededor—. Tu apartamento no es muy grande —comentó.

—Sólo tiene una habitación, una pequeña cocina y un baño —fue surespuesta—. Es todo lo que puedo pagar por ahora.

—Pero, ¿en dónde dormiré si sólo hay una cama?

—Por esta noche, la usarás tú, yo me acostaré en el sofá.

 Jessica se movió de nuevo, intranquila, después se sentó y encendió la lámpara junto a la cama, para mirar el reloj. Las dos y media, la hora de la noche másinadecuada para estar despierta, recordando; el momento en que todo ofrecía su peoraspecto, cuando los pensamientos eran deprimentes.

Vivió seis meses en el pequeño apartamento de Alun y siempre durmió sola enla cama. Él casi nunca estaba en la casa, tal como ella había dicho a Chris, pero seencontraba allí el día en que llegó su padre, a quien los Fairbourne le informaron queella estaba viviendo con Alun.

Eso era algo que nunca podría olvidar, la forma como Alun escuchó lasacusaciones de su padre, con toda calma, una ligera sonrisa en los labios y los ojosbrillando de burla. Cuando Charles Martin se cansó de hablar, entonces él le dijo:

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habían designado originalmente para este viaje, se ahogó el mes pasado. Estaréausente hasta septiembre —la miró frunciendo el ceño—. ¿Cómo te enteraste deAshley? ¿Te la he mencionado alguna vez?

—No, pero Sally me habló de ella la semana pasada —contestó y en esemomento, cometió su gran error. Le preguntó si él y Ashley King eran amantes.

Si hubiera deseado conservar a Alun debió callarse, después de todo, ella habíaestado de acuerdo en que ese matrimonio sería abierto. Tampoco debió enfrascarseen una discusión con él. Por último, Alun, .burlándose de ella por ser infantil yposesiva, salió del apartamento dando un portazo y se marchó al aeropuerto sincontestar su pregunta.

—Alun se casó contigo porque tu padre estaba furioso —comentó Sally cuando Jessica le contó, casi un año después, que llegó a la conclusión de que Alun la habíaabandonado para siempre. En esa época ella trataba de averiguar si Sally sabía pordónde andaba Alun—, Y además, porque tu padre lo amenazó con llevarlo a lostribunales por haberte secuestrado y seducido. El matrimonio no es para Alun; a él le

gusta su libertad e imagino que desde que se casó, ha estado buscando la forma deescapar. Lo más probable es que permanezca separado de ti para que puedas pedir eldivorcio sobre la base de abandono de hogar. ¿Por qué no lo haces?

—Yo… yo… oh, porque ni siquiera sé en dónde está —balbuceó Jessica—.Antes de hacer algo así tendría que hablar con él. ¿Sabes en dónde puedoencontrarlo?

—No —contestó Sally, negando con la cabeza—. Ha desaparecido y nadie lo havuelto a ver desde que murió su padre.

Dejando la cama, Jessica se dirigió a la ventana y miró la luna. Aún pensabadivorciarse de Alun como le dijo a Sally el año anterior. Pero no podría hacer nadahasta que lo viera de nuevo y supiera si había alguna forma de salvar su matrimonio.Tendría que ir a buscarlo.

—¿Cuándo?—le preguntó a la luna. Escuchó la respuesta en su interior.

"Ahora, ahora mismo. Sabes muy bien que no vas a poder dormir. Prepara unamaleta, escríbele una nota a tu madre diciéndole que irás a ver a Alun en Gales y queregresarás el miércoles o jueves. Si sales en seguida, estarás en Dolgellau hoy mismo,por la tarde y podrías verlo esta noche. Vamos, hazlo; sabes que estás deseando

verlo".En sólo media hora, recogió la ropa que necesitaba para un día y una noche, se

vistió y escribió una nota a su madre, que dejó junto a la tostadora de pan en lacocina y mientras conducía por los caminos vecinales, buscando la autopista MI quese la llevaría al norte, comenzaron a aparecer las primeras luces del amanecer.

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Capítulo 2 

Sintiendo los efectos de una noche sin dormir y cansada de conducir, Jessica nollegó hasta Dolgellau ese día, sino que decidió quedarse en Dinas Mawddwy, dondepasó la noche en un pequeño hotel y durmió doce horas sin que la interrumpieransueños o pesadillas.

Cuando despertó la mañana siguiente, caía una fina llovizna y la nieblaocultaba los montes que rodeaban el pueblo. La dueña y administradora del hotel lesirvió el desayuno, preguntándole si pensaba permanecer algún tiempo en la zona yalabó las bellezas naturales del pueblo.

—Me parece muy agradable —contestó Jessica—, pero voy a Dolgellau.¿Conoce esa zona?

—¿Qué si la conozco? Nací y me crié allí —respondió la dueña del hotel, cuyonombre era Eira—. Mi tía Bessie sigue siendo la dueña de la tienda de abarrotes.

También alquila unos cuartos que tiene sobre la tienda, incluyendo el desayuno en elprecio. Se encuentra en la calle principal, por lo que sin duda podrá encontrarla.Dígale que estuvo hospedada conmigo y le puedo asegurar que le buscará unahabitación cómoda.

—Gracias —sonrió Jessica—. ¿Conoce una casa llamada Whitewalls? Creo queestá cerca de Dolgellau.

—¡Y me pregunta por ella! —exclamó Eira, sentándose frente a ella en otrasilla—. Cuando era una niña solía ir a Whitewalls. Era amiga de Margian Gower;imagino que habrá oído hablar de ella. Es actriz y vive en Londres.

—Sí, la he visto actuar. ¿Está lejos de Dolgellau?, me refiero a la casa —insistió

 Jessica, pensando que visitaría a Alun y de ser posible, regresaría de inmediato aDinas Mawddwy o quizá hasta Weshpool, ese mismo día.

—A unos quince o veinte kilómetros —contestó Eira—. Pero está lejos de lacarretera, en un valle rodeado por montes. Tiene que atravesar Dolgellau, tal como sifuera a Penmaenpool y después debe tomar la segunda desviación a la izquierda. Nola primera, pues esa la conduciría a Lyn Gwernan, recuerde, la segunda desviación.Hay un pequeño letrero, aunque quizá no lo vea. La carretera es muy estrecha, conmuchas curvas y cuando llueve, suelen ocurrir deslaves —los ojos azules de Eira lamiraron con curiosidad—. Pero, ¿por qué quiere ir a Whitewalls? ¿Es amiga de losGower?

"¿Qué haría si le digo que soy la esposa de Alun Gower?", pensó Jessica.—Sólo quiero ver la casa donde vivía Huw Gower. Siempre admiré sus poemas.

—Nunca pude comprenderlos —reconoció Eira con sinceridad—, pero no soyaficionada a la literatura. Además, gran parte de lo que él escribió lo hizo en galés yno puedo leer ni hablar ese idioma. Vaya, ¿qué utilidad tiene? Ya estádesapareciendo, lo enseñan en las escuelas pero no se habla en las casas. Todos losturistas hablan inglés y ellos son nuestro principal medio de vida.

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—Si usted acostumbraba visitar Whiterwalís, con toda seguridad se habráencontrado con Huw Gower —le dijo Jessica.

—Muchas veces. Era un hombre agradable, de modales suaves y muybondadoso. En realidad era un criador de ovejas, aunque escribía poesías y fuecoronado como bardo de Gales. Pero no tenía control sobre sus hijos; tanto Margian

como Alun abandonaron el valle —Eira frunció el ceño—. Pero ahora, pensándolobien, tía Bessie me dijo que Alun está viviendo en la hacienda en estos momentos. Esuno de esos lugares donde se pueden pasar las vacaciones de verano, escalandomontañas y paseando en canoa. A mí no me atrae eso, me gusta divertirme cuandovoy de vacaciones —Eira rió y se levantó—. Bueno, tengo que seguir con el trabajo,pero no lo olvide, si desea hospedarse en Dolgellau, vaya a la tienda de abarrotesRowland y tía Bessie se encargará de que esté cómoda.

Una hora más, tarde, Jessica entraba en Dolgellau. Sólidas casas de piedraoscura brillaban bajo la lluvia y no tuvo dificultad alguna en encontrar la tiendaRowland.

Pero no se detuvo; cruzó el pueblo y tomó el camino a Penmaenpool. Cuandollegó al final del sendero que llevaba a Lyn Gwernan, comenzó a buscar con cuidadola segunda desviación y el letrero que indicaba dónde se encontraba Whitewalls,sintiéndose repentinamente emocionada. Pronto estaría allí y volvería a encontrarsecon Alun. ¿Qué diría al verla?

Se mordió el labio inferior, imaginando que él haría algún comentario hiriente eirónico, pero de inmediato alzó la cabeza en un movimiento desafiante. Nopermitiría que la dominara, no podía dejar que la derrotara en una batalla verbal,como hizo la última vez. Debía actuar con calma y frialdad. Iría de inmediato algrano y le preguntaría si estaba de acuerdo con el divorcio.

En medio de la lluvia vio algo blanco que brillaba a la izquierda y disminuyó lavelocidad. Al final de un estrecho camino había un letrero. En él estaba escrito unnombre gales y debajo las palabras: "A Whitewalls".

Despacio, Jessica condujo el automóvil para tomar el estrecho sendero en el quesólo cabía un vehículo. La superficie del camino estaba sin terminar y el coche dabatumbos sobre las piedras. A un lado corría un río y del otro ascendían las laderas delas colinas. El camino seguía el cauce del arroyo, ascendiendo y, en algunas partesparecía convertirse en parte del río, debido al agua que lo cubría.

Cuando empezaba a preguntarse si ese camino la conduciría a algún lugar,sintió un fuerte tirón y el coche se detuvo. Pensando que había apagado el motor sinquerer, intentó arrancarlo de nuevo pero no pudo. Observó los marcadores en eltablero y dejó escapar un suspiro irritado. Claro, no tenía gasolina, recordó que habíapensado que debía detenerse en Dolgellau para llenar el depósito, pero era tanta suprisa por encontrar el camino a Whitewalls y estaba tan deseosa de que se llevara acabo y terminara el encuentro con Alun, que olvidó hacerlo. Ahora se encontraba allí,sola, a muchos kilómetros de cualquier lugar habitado y sin saber a dónde iba.

Durante un rato se quedó sentada, pensando en las alternativas que tenía. Podíadejar el coche allí y caminar hasta la casa, confiando en poder encontrarla en medio

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de la niebla. O podía regresar a la carretera principal y caminar a Dolgellau,esperando que pasara algún coche que la llevara a la próxima estación de serviciopara poder comprar un bidón de gasolina y encontrar a alguien que la llevara deregreso.

Al fin salió del coche y cerró la puerta. Caía una lluvia muy fina, por lo que sacó

una bufanda del bolsillo de su impermeable y se la sujetó alrededor de la cabeza. Sivolvía a la carretera principal y trataba de regresar a Dolgellau, se empaparía. Eramejor continuar el camino a Whitewalls. La casa no podría estar muy lejos y allíencontraría refugio; además, con toda seguridad, Alun tendría gasolina. No podíavivir tan lejos de cualquier pueblo sin tener alguna clase de vehículo.

No fue fácil caminar por el sendero empedrado con los zapatos de tacón alto ydeseó llevar consigo unos más cómodos, pero nunca imaginó que caminaría por esoslugares cuando salió el día anterior. Sólo había pensado en un rápido encuentro conAlun para preguntarle si estaba de acuerdo con el divorcio y una vez que tuviera surespuesta, volvería a casa.

Flotando en la niebla, escuchó el balido de las ovejas y el ruido del agua del ríoy también le pareció oír el ruido de un motor. ¿Sería un auto? Se detuvo paraescuchar con atención.

El ruido no se alejaba, iba hacia ella. Miró al camino que había recorrido ydivisó la silueta de un vehículo que se acercaba en la niebla. No era un automóvil,sino un Land Rover, ideal para esa clase de camino. Hizo un ademán con la mano yel vehículo se detuvo a su lado. Sintió cómo se le paralizaba el corazón cuando seabrió la puerta y vio que Alun la miraba, sonriente.

—¿Es tuyo el automóvil que está allá atrás? —le preguntó, como si no hubieranestado separados durante casi dos años.

—Sí, me quedé sin gasolina.—Imagino que vienes a verme —comentó él.

—Así es —ahora que se encontraba frente a su marido, no encontraba laspalabras adecuadas. Sólo podía mirarlo, sintiendo que la vieja y familiar atracciónque sentía por él, le recorría todo el cuerpo.

—Entonces sube —le dijo, colocándose de nuevo detrás del volante—. Aúnfaltan dos kilómetros y medio para llegar a la granja y te resultará difícil caminar conesos zapatos.

 Jessica se sentó a su lado, cerró la puerta y trató de hablar con calma.

—Si me llevas de regreso a Dolgellau para buscar un bidón de gasolina,podríamos hablar en el camino.

Alun la miró de reojo.

—Preferiría ir primero a casa, quiero bañarme, cambiarme de ropa y comer algoantes de hablar —replicó con frialdad—. Desde el amanecer he estado en la montaña,ayudando a buscar a dos montañeras que no regresaron ayer al lugar donde sehospedaban.

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—¿En qué montaña? —preguntó ella mientras el vehículo se ponía enmovimiento de nuevo. Comprendió que no tenía objeto pedirle otra vez que lallevara a Dolgellau. Harían lo que él deseaba.

—En Cader Idris. Si no fuera por la nieve, podrías verla en aquella zona —conla cabeza le indicó el lado derecho del Land Rover.

—¿Las encontraron?—Sí, una de ellas resbaló y se lastimó la pierna y la otra tuvo el suficiente

sentido común para quedarse cuidándola hasta que las encontráramos. Ahora lasllevan al hospital y espero que, después de esto, les tengan más respeto a la montañay al clima.

Al escuchar el tono áspero de su voz, recordó que él nunca había tenidopaciencia para la gente que escalaba montañas, acampaba o salía a explorar, sin laadecuada preparación. Lo miró y adivinó que tal vez estaría pensando lo mismo deella, ya que había ido tan lejos sin tomar la precaución de llenar el. depósito degasolina.

—¿Por qué fuiste a buscar a las montañeras? —le preguntó.

—Pertenezco al equipo de rescate de montaña en esta zona.

—¿Pero cómo te avisaron? Margian me dijo… —se interrumpió, avergonzada,dándose cuenta de que acababa de decirle que había visto a su hermana.

—¿Fue Margian quien te dijo en dónde podías encontrarme? —preguntófurioso.

—Sí, pero le prometí que no te lo diría. Así que, por favor que no se sepa que lohice. Te habría llamado por teléfono en vez de venir, pero me dijo que no teníasteléfono. Por eso me extrañó que te hubieran avisado del rescate.

—Nos mantenemos en contacto por radio —contestó él mirándola de nuevo dereojo—. En vez de venir, pudiste haberme escrito.

—Lo sé, pero pensé que debía verte primero. Alun, ¿por qué nunca meescribiste? ¿Por qué no fuiste a verme? —él no le contestó ni se volvió a mirarla. Pocodespués llegaron a una reja, él se bajó para abrirla y regresó de nuevo al Land Rovery una vez que estuvieron adentro, se apeó de nuevo a cerrarla, siguiendo despuéspor una vereda hasta la casa. En el campo, a un lado del camino, observó un grupode piedras, algunas colocadas de forma vertical y, otras horizontales apoyadas sobrelas anteriores, formando una especie de pequeño albergue.

—Una cámara funeraria de piedra —le dijo Alun, dándose cuenta de sumirada—. Hay muchas de ellas en el norte de Gales. A mi padre le encantaba pensarque ésta, en particular, había sido erigida por sus ancestros, gente de cabello oscuroque vino del continente en la edad de piedra y en la de bronce, mucho antes que losceltas. Su propia tumba se encuentra allí, debajo de aquel viejo manzano. Deseabaque lo enterraran cerca de las cosas que amaba: la casa, el lago, la montaña que estádetrás.

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Sintiéndose intranquila al recordar que Gales era una tierra de leyendas, dondemuchos años antes se habían llevado a cabo extraños rituales, Jessica miró hacia elmanzano. Bajo sus ramas brillaba una cruz blanca, demasiado lejos para leer lo queestaba escrito en ella.

El Land Rover avanzó con dificultad por el barro que cubría la vereda y Alun lo

estacionó detrás de la casa, apagando el motor y bajó del auto. Al ver que él salía, Jessica abrió su puerta y miró hacia el suelo, mordiéndose el labio inferior al pensaren sus elegantes zapatos de piel. Quedarían arruinados si lo seguía.

En ese momento se encontró con los ojos de Alun, que brillaban de burla.

—¿Piensas entrar en la casa? —le preguntó—. ¿O prefieres quedarte aquí yesperar a que regrese después de bañarme, cambiarme y comer?

—Quisiera entrar —le dijo—, pero no voy a caminar sobre el fango. ¿No pudisteestacionar el auto en otro lugar? ¿En algún sitio más seco y cercano a la puerta?

—No, no pude hacerlo —le replicó—. No hay un camino que llegue hasta lapuerta principal y de todas formas ésta no se abre. Ven, te llevaré.

Se volvió de espaldas a ella y comprendió que la iba a llevar cargada ahorcajadas. Después de vacilar un momento, colocó las manos sobre sus hombros yse arrodilló en el asiento.

—¿Lista? —le preguntó.

—Sí —murmuro, apretando las rodillas contra su cintura. Él echó hacia atrás losbrazos y tomándola por debajo de las rodillas, la alzó sobre la espalda, levantándosedespués. Jessica entrelazó las manos bajo la barbilla de Alun y se dirigieron hacia elportal de la entrada trasera.

La dejó en el porche y le hizo un ademán para que entrara.

—Bienvenida a Whitewalls, Jess —le dijo, arrastrando las palabras.

—Gracias —contestó y entró en la cocina, una gran habitación con techo bajo,de madera.

—¿Ya cenaste? —preguntó Alun, mientras se dirigía hacia una estufa eléctrica,colocada junto al viejo fogón de piedra gris.

—No, aún no.

Él le quitó la tapa a una gran cacerola y miró lo que había en su interior.

—Ayer preparé sopa de cordero y quedó bastante. Puedes calentar un poco y,

además, en la despensa encontrarás suficiente pan y queso. Sírvete, mientras subo acambiarme esta ropa mojada —mientras le decía esto comenzó a quitarse la chaquetaforrada que llevaba puesta.

—Alun, no puedo quedarme mucho tiempo —comenzó a decirle.

—Qué lástima —respondió él al dirigirse hacia la puerta. Después salió y ellaoyó el ruido de las botas sobre la escalera de madera.

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 Jessica suspiró y miró a su alrededor; todo parecía muy viejo y más biendescuidado. Lo único moderno eran la estufa eléctrica y el fregadero de aceroinoxidable.

Este estaba repleto de platos y parecía que Alun no los había lavado por lomenos en un mes. Se quitó el impermeable y la bufanda, colgándolos de un gancho

detrás de la puerta. Se despojó luego de la chaqueta del traje, arremangándose lasmangas de la blusa y se dirigió al fregadero, dominada por sus instintos de ama decasa. No era posible sentarse a comer antes que lavara y limpiara todo. De todasformas, no creía que hubiera platos limpios, se dijo con ironía.

Abrió las llaves pero no salió agua y comprendió que seguramente Alun seestaba bañando, por lo que tendría que esperar hasta que terminara, ya que tal vezno había suficiente presión en el sistema para dar servicio, al mismo tiempo, al bañoy la cocina.

Se acercó al fogón y revisó la sopa. Aunque de color pálido y fría, le parecióapetitosa, con muchos trozos de carne y verduras, Jessica encendió una de las

hornillas y colocó la sartén para calentarla.Tan pronto como empezó a salir el agua, no le tomó mucho tiempo lavar y secar

los platos. Después preparó la mesa para dos y revisó la sopa, ya estaba comenzandoa hervir por lo que apagó la hornilla.

Como no había señales de Alun, Jessica decidió recorrer la planta baja de lacasa, saliendo al pasillo estrecho y oscuro. En apariencia, sólo había dos habitacionesal frente, una de ellas era la sala, un lugar de aspecto solemne, aún amueblada congrandes sillones de estilo Victoriano. Todo el salón constituía lo que podría ser elsueño de un coleccionista de antigüedades y la pesadilla de un ama de llaves; parecíaque no había sido utilizado en muchos años.

La otra habitación estaba amueblada con más sencillez. Había una mesa rústicafrente a la ventana, llena de papeles y en un extremo de la misma, descansaba unamáquina de escribir eléctrica de apariencia muy nueva. Un librero repleto deejemplares, muchos de los cuales parecía que eran usados con frecuencia. Sóloencontró dos sillas, una de ellas fue sacada de la cocina y la otra, un viejo sillón,necesitado de reparación. Pedazos de papel arrugado yacían en el suelo, alrededordel cesto de desperdicios adonde los habían tirado. Varias fotografías adornaban lapared, sobre el librero, una era de Margian, otra de Huw Gower con una mujerpequeña y de cabello oscuro que imaginó sería su esposa, vio una foto de una mujeralta y de cabello oscuro y, para su sorpresa, también encontró una de ella, tomadacuando era más joven. Tenía puesta su ropa de montar, pero sin el casco y su cabello

resplandecía.La niebla casi no la dejaba ver el paisaje desde la ventana, pero a pesar de ello

pudo divisar el lago. Era un paisaje tranquilo pero siniestro, cubierto de niebla yrocas grises, y muy misterioso. De repente, Jessica fue consciente del silencio, nohabía movimiento alguno en la casa. No escuchaba pasos en la escalera. Alun aún nobajaba.

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Observó su reloj y se sorprendió al ver que eran casi las dos. Si Alun no se dabaprisa, tendría que pasar la noche en Dolgellau. Regresó al pasillo y se dirigió hacia laescalera.

—Alun, la comida está servida —llamó—. Por favor, apresúrate, no me puedoquedar mucho más. Debo regresar a casa mañana y aún tengo que conseguir

gasolina.Él no contestó y Jessica no esperó por su respuesta. Fue a la cocina, se sirvió un

poco de sopa en uno de los platos y sentada a la mesa, la tomó con pan. Cuandoterminó de comer, Alun aún no había aparecido por lo que salió de la cocina y subiópor la estrecha escalera. Lo vio acostado en la amplia cama de un dormitorio, vestidocon una bata de casa y profundamente dormido.

—¡Oh, Alun!—susurró.

Al verlo así, acostado en el lecho y sumergido en un profundo y tranquilosueño, recordó la época cuando había vivido con él en el pequeño apartamento deLondres. Con frecuencia, Alun regresaba de algún trabajo, lo encontró así,

recuperando el sueño que había perdido mientras se encontraba lejos.Sin hacer ruido, se acercó a la cama. Sí, estaba dormido.

 Jessica se sentó en el borde del lecho y le tocó un hombro.

—Alun, por favor, despierta, tenemos que hablar. Oh, por favor, despierta —murmuró mientras lo sacudía con suavidad.

Él despertó de inmediata, como sabía que lo haría y abriendo los ojos, la miró.

—Alun, no puedo quedarme más tiempo.

—¿Por qué no?

—Debo regresar a mi empleo. Desde la muerte de papá, mamá y yo hemosestado dirigiendo el negocio o al menos tratamos de hacerlo… —se interrumpió aldarse cuenta de que no la estaba escuchando. Pudo notarlo al ver la expresión de sumirada, por el brillo profundo y sensual de sus ojos. ¡Oh, conocía muy bien esamirada! Sabía que sólo pensaba en una cosa en ese momento: hacerle el amor. Elproblema era que ella sentía el calor del deseo sexual que le recorría el cuerpo, ya queno había nada que deseara más en ese momento, que acostarse a su lado, acariciarleel pecho desnudo y sentir las manos de él en sus senos y los labios de su maridosobre los suyos.

Se movió intranquila e intentó levantarse.

—Ya comí —le estaba diciendo cuando Alun la sujetó por los brazos y la obligóa acostarse sobre él—.

—¡Alun, no! —intentó apartarse.

—Me alegró de que hayas venido, necesitaba un poco de bienestar físico —susurró, mientras sus dedos largos y fuertes le sujetaban la nuca, forzándola ainclinar la cabeza para besarla con pasión.

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Siempre que hacían el amor, había sido algo tierno y dulce, pero ahora no. Subeso le lastimó los labios, mientras sus dedos le abrieron con violencia la blusa y securvaron sobre sus senos, acariciándolos hasta que su cuerpo se arqueóinvoluntariamente contra el suyo, respondiéndole.

Desesperada, apartó los labios de los de él.

—¡No, no! —gimió—, ¡No quiero! No vine a verte para esto.—¿Estás segura? —susurró él, aprovechándose de su fuerza y haciéndola

acostarse por completo, colocándose sobre ella. La mirada de sus ojos lanzaba fuegoy pudo ver una mueca cruel en su boca—.

—Entonces voy a darte un poco más de lo que esperabas —añadió burlón,mientras la oscura cabeza bajaba en busca de un seno que ya estaba desnudo.

Sintió el aroma del cabello húmedo y su cuerpo, que no había recibido cariciasdurante tanto tiempo, se estremeció, pero de todas formas luchó para huir de él ydándose vuelta, cayó al suelo.

Se levantó y corrió hacia la puerta.—Te veré en la cocina cuando… cuando recuperes la cordura —balbuceó

indignada y salió huyendo al ver que Alun venía en su busca.

En la cocina, se cerró la blusa con dedos temblorosos y se sentó a la mesa, pueslas piernas ya no parecían poder sostenerla más.

Se llevó las manos frías a las ardientes mejillas, tratando de dominar la pasiónque la recorría. No podía creerlo, no podía creer que Alun se hubiera comportado así,excitándola, pero al mismo tiempo, deseando atemorizarla.

Aún estaba sentada a la mesa cuando él entró en la cocina ya vestido, se sentó

frente a ella y comenzó a comer.—Aquí estoy, tranquilo de nuevo —informó con una mueca burlona en los

labios—. Me pregunto qué me pasó para hacerte una sugerencia como esa. Despuésde todo, sólo eres mi esposa y debí darme cuenta de que era una tontería esperar quecooperaras conmigo, en algo de tan poca importancia como hacer el amor.

La amargura en su voz la lastimó y lo miró, herida, pero él no estaba viéndola,se encontraba demasiado ocupado comiendo.

—Tengo que irme dentro de unos minutos —murmuró Jessica—. Alun,debemos hacer algo, sobre nosotros. No… no podemos seguir viviendo separados,como hasta ahora.

—Estoy de acuerdo —repuso él con frialdad—. Entonces, ¿qué sugieres?

—Pensaba que quizá… bien, es posible que estés de acuerdo en que nosdivorciemos —susurró.

Él no alzó la vista y siguió comiendo, tranquilo, pero una vez que terminó,apartó su plato vacío, bebió un poco de agua y la miró a los ojos.

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué has venido desde Buckinghamshire sólopara preguntarme eso?

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La pregunta tan directa la desconcertó y evitó su mirada. .

—Alguien debía hacer el primer movimiento —respondió a la defensiva.

—Es cierto; tú tenías que efectuar el primero —replicó con frialdad—. Peropodías haberlo hecho mediante un abogado que siguiera tus instrucciones, no eranecesario que vinieras.

—No estaba segura de que me contestarías las cartas que te enviara —repuso Jessica, enfurecida de pronto porque sintió que estaba jugando con ella—. Me pareciómás rápido venir y hablar contigo —se interrumpió y después de una pausa, lepreguntó de nuevo—. Alun, ¿por qué te separaste de mí? ¿Por qué no fuiste a verme?

Ahora fue él quien evitó sus ojos. Se dibujó una mueca desdeñosa en sus labios,mientras miraba por la ventana situada sobre el fregadero.

—Pensé que no querías que lo hiciera —murmuró—. Nuestro matrimonio yahabía cumplido su objetivo para ti, te ayudó a evitar casarte con un hombre que tedisgustaba, así que no era necesario seguir adelante con él. Creí que te divorciaríastan pronto como me abandonaste.

—Yo no te abandoné —replicó ella—. Tú fuiste quien lo hizo. Saliste furioso delapartamento y te fuiste a Nueva York, a ver a esa mujer, ¡Ashley King!

—¡No fui a verla a ella! —exclamó, ya sin poder controlar su temperamentogales—. Iba a ver a todos los editores de la revista.

—Y no regresaste —insistió Jessica.

—Sí, lo hice y tú no estabas en el apartamento. Te habías mudado, llevándotetodas tus cosas. Eso me dejó bien claro lo poco que deseabas seguir casada conmigo.Te fuiste mientras yo estuve ausente, no te encontré para recibirme al volver.

—Pudiste adivinar que no me había ido lejos. Con toda seguridad sabías queme encontraba en casa de mis padres. Estoy segura de que Sally te lo dijo, o Bill.

—Sally lo hizo —reconoció Alun, con una sarcástica sonrisa—. Me dijo que noquerías volver a verme, pero de todas formas me resultó imposible buscarte, mipadre murió y tuve que venir a enterrarlo.

 Jessica recorrió la cocina con los ojos, preguntándose por qué Sally le habríainformado qué no quería verlo. No recordaba haberle dicho eso a su amiga. Es más,estaba segura de ello.

—¿Has vivido aquí desde la muerte de tu padre?

—No todo el tiempo. Sólo desde que comencé a escribir su biografía, hace diezmeses. Me pareció correcto hacerlo en el lugar donde había vivido, donde nació,rodeado por sus libros y admirando el paisaje que amaba tanto.

—¿Cómo va eso?

—Ya estoy terminando el último capítulo y atando todos los cabos. Sólo mefaltarán las notas al pie y el índice —se levantó—. Creo que voy a seguir escribiendoahora, pues mientras estaba en las montañas me vino a la mente… —murmurando,se dirigió hacia la puerta que conducía al pasillo y Jessica reconoció los síntomas. La

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había olvidado, se encontraba sumergido en el mundo privado de un escritor, esesitio al que nunca pudo seguirlo.

Se puso de pie y trató de alcanzarlo, intentando hacerlo regresar al mundo realdonde ella estaba esperando su respuesta; lo detuvo en el pasillo, sujetándolo por elbrazo.

—¡Alun; espera! ¿Qué me dices de nosotros? ¡Aún no sé qué deseas que haga!Él la miró lanzando destellos de ira por los ojos y con un violento movimiento,

la obligó a soltarlo.

—Puedes hacer lo que quieras. Si así lo prefieres, puedes divorciarte de mí —replicó con desdén—. ¡Dios sabe que durante los dos últimos años, no me has servidomucho como esposa, así que puedo seguir muy bien sin ti!

—¡Oh, eres… muy poco amable!—exclamó, apartándose de él.

—Nunca lo he sido —reconoció, dirigiéndose hacia el estudio y dio un portazo.

 Jessica lo siguió, abrió la puerta y lo encontró, estaba sentado a la mesa,

colocando papel en la máquina de escribir.

—¿Pero cómo puedo conseguir gasolina para irme?

—Toma el Land Rover, ve al pueblo y después regresa —ordenó Alun confrialdad, sin mirarla—. Puedes dejarlo donde está tu coche ahora; cuando lo necesite,iré a buscarlo. ¡Ahora lárgate y déjame en paz! —murmuró entre dientes.

—Oh, lo haré, lo haré —replicó furiosa y dándose vuelta salió, cerrando lapuerta con violencia.

Hirviendo de rabia, subió por la escalera hasta el dormitorio para buscar suszapatos y después bajó de nuevo. En la cocina se puso la chaqueta, se echó sobre los

hombros el impermeable y tomando el bolso, salió al patio. Había olvidado el barro,hasta que lo sintió, frío y húmedo, cubriéndole los zapatos y deslizándose dentro deellos.

—¡Oh! —exclamó—. ¡Oh! —se volvió hacia la casa y alzó el puño cerradodiciendo—. ¡Animal, cerdo, malvada bestia!

Habiendo desahogado parte de su ira, caminó con dificultad en el fango hastallegar al Land Rover y entrar en el auto. Como esperaba, Alun dejó las llaves puestas.

Cuando llegó a un lugar desde el que podía ver su coche, su furia habíadisminuido, sustituida ahora por una sensación de desamparo. ¡Cómo deseaba nohaber venido a ver a Alun! Debió imaginar que nada resultaría como supuso. Pero,en realidad, ¿qué esperaba de él?

Como siempre, había idealizado la situación, pensó con tristeza mientraspasaba junto a su auto. Se imaginó que, cuando Alun se encontrara con ella, lepediría que lo perdonara por haber estado alejado tanto tiempo y le rogaría quevolviera a vivir con él. Llegó a creer que él sufrió tanto como ella durante el tiempoque llevaban separados y que querría que regresara de inmediato a su lado. Inclusolo imaginó arrodillado a sus pies, suplicándole que no se divorciara de él.

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¡Dios, qué tonta había sido!, apretó los dientes, furiosa. En vez de comportarsede forma civilizada, Alun había tratado de violarla, intentó grabar esa palabra en sumente diciéndose que ella no lo deseaba, olvidando cómo sus besos la habíanexcitado y cómo quiso acariciarlo y estimularlo a su vez.

Algo estaba sucediendo. El Land Rover se deslizaba hacia un recodo, saliendo

de la carretera y dirigiéndose hacia el arroyo sin que ella pudiera hacer otra cosa paradetenerlo, más que apagar el motor. Entró lentamente en el río y se quedó allí,volcado. Con gran, esfuerzo abrió la puerta y luchó para salir y al fin lo logró, con lasmedias rotas, la ajustada falda, abierta en un costado. Lastimada y sin aliento, subiópor el borde del arroyo hasta llegar al camino. La lluvia le caía sobre la cabezadescubierta y se quedó inmóvil varios minutos, observando el Land Rover.

¿Qué haría ahora? ¿Caminar hasta la carretera principal, a más de cuatrokilómetros de distancia, según sus cálculos, confiando en que allí alguien la llevara aDolgellau? ¿Con ese aspecto? Estudió sus zapatos estropeados y el impermeable roto.¿O regresaría como pudiera los dos kilómetros que la separaban de Whitewalls, paradecirle a Alun lo que había ocurrido con el Land Rover y enfrentar su ira?

En; ese momento se dio cuenta de que no tenía el bolso de mano, lo habíadejado en el auto. Miró hacia el vehículo otra vez y comprendió que no podría volvera entrar en él, pues le sería imposible salir de nuevo.

Eso decidía todo. No le quedaba alternativa más que regresar a Whitewalls,pues incluso si llegaba a Dolgellau, no tendría dinero para comprar la gasolina, ni lasllaves para abrir su propio coche.

Con un suspiro comenzó a caminar hacia Whitewalls. Lo que acababa desuceder le enseñaría a no volver a perder el control de su temperamento, peroentonces pensó que en realidad la culpa había sido de él, por la forma en que se

comportó. Era tan endemoniadamente impredecible. Oh Dios, ¿por qué se casó conAlun?

Lo sabía muy bien; se casó con él porque estaba enamorada y Margian teníarazón. Lo había visto como al caballero de resplandeciente armadura que larescataría de un destino peor que la muerte, creyendo que él estaba tan enamoradocomo ella. Sin embargo, no fue así. Él sólo había deseado una compañera de camacuando regresara de sus viajes. En realidad, no quería una esposa, sino una amante.

Al pasar junto a la vieja tumba, leyó en la cruz las palabras: "En recuerdo deHuw Gower", así como las fechas de su nacimiento y muerte.

 Jessica llegó a la casa y abrió la puerta de la cocina, sintiéndose aliviada al

escapar de la lluvia fría y penetrante y encontrarse en el interior seco y cálido.Después de quitarse los zapatos, se dirigió al pasillo, abrió la puerta del estudio yentró. Al oírla, Alun dejó de escribir y se volvió a mirarla.

—Yo… tuve que regresar —murmuró Jessica—, lo siento, pero sufrí unaccidente con el Land Rover. Se… se… bien, no sé cómo, pero se deslizó hacia el ríocuando estaba pasando junto a mi coche y pensé que sería mejor regresar a decírtelo.

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Alun siguió mirándola como si se tratara de una aparición y después,sorprendiéndola como siempre, se reclinó en la silla y rompió a reír a carcajadas.

—¡Oh, no fue nada divertido! —gritó Jessica, golpeando furiosa el suelo demadera con el pie—. ¡Deja de reírte de mí, cruel demonio! —atravesó el salón ycomenzó a golpearlo con los puños hasta que él la sujetó por las muñecas

deteniéndola—. Pude haberme matado —sollozó—. ¡No hay nada de qué reírse,nada!

—Si pudieras verte, mojada y sucia de barro, sabrías porque me río —le explicó,apretando sus muñecas con más fuerza cuando intentó liberarse.

—¡Quisiera nunca haber venido! Si hubiera recordado lo cruel que puedes ser,tan… tan despiadado, jamás habría venido —gimió—. ¿Por qué nada me resultacomo lo deseo? ¿Por qué?

—Quizá porque tienes metas inalcanzables y esperas demasiado de la gente —replicó él con frialdad—. Ahora escúchame bien, jovencita. Todo este alboroto y estosgritos no te van a llevar a ninguna parte, debes quitarte esa ropa mojada y bañarte.

Así que sube al dormitorio.Aún sujetándola por una de las muñecas, la llevó hacia la puerta y Jessica tuvo

que seguirlo, quisiera o no.

—Pero, ¿qué me pondré después de bañarme? —protestó—. Toda mi ropa estáen la maleta que se quedó en el coche y las llaves están en el bolso, en el Land Rover.¿Qué voy a hacer?

—Harás lo que yo te diga —respondió Alun con firmeza, obligándola a caminarhacia la escalera—. Ahora tomaras un baño y yo te dejaré algo junto a la puerta paraque te cambies.

—Oh, de acuerdo —Jessica se rindió y después de mirarlo una última vez subiópor la escalera furiosa.

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Capítulo 3 

Menos de una hora después, vestida con el pijama de Alun y su bata de casa delana, Jessica se encontró sentada en un viejo sillón junto a la chimenea, en la cocina,bebiendo el ponche caliente que él le había preparado. Junto al calor del fuego, sesintió aliviada, cómoda y agradablemente relajada.

—Te preparé la cama en la habitación de Margian —informó Alun entrando enla cocina—. También tienes allí una bolsa de agua caliente, así que puedes acostartecuando lo desees.

—Gracias —lo vio servirse una buena cantidad de whisky. En la última hora suesposo había hecho más por ella que en todo el tiempo que vivieron juntos enLondres, aunque en realidad no pasaron mucho tiempo juntos, pues siempre élestaba de viaje—. Has sido muy bondadoso.

—Decídete de una vez —le dijo con tono irónico, mientras se sentaba en una

silla frente a ella—. No hace mucho que me acusabas de ser desalmado y cruel.—Bueno, en ocasiones lo eres —contestó.

Alun la miró con desdén y después tomó un trago de whisky. Reclinó la cabezaen el alto respaldo de la silla y cerró los ojos; Jessica lo contempló, deseando saber enqué estaba pensando. Nunca había podido penetrar en sus pensamientos; al igualque Gales, su país natal, la mente de Alun era un lugar secreto y escondido.

Ahora tendría treinta y cinco años, pensó, admirándolo; bien parecido, morenoy de aspecto melancólico, estaba más delgado que cuando lo conoció y aunque loveía saludable, adivinaba que se encontraba bajo presión. Había algo que lomolestaba. ¿Sería el libro que estaba escribiendo sobre su padre? ¿Le costaba trabajo

terminarlo?—Alun, siento haberte interrumpido cuando estabas escribiendo. Por favor, no

te quedes aquí conmigo si prefieres escribir. Me siento bien, iré a acostarme tanpronto como termine de beber esto —rió—. ¡Y me hará falta! Le has puesto muchowhisky y comienzo a sentirme mareada.

—Bien —murmuró él.

—¿Qué quieres decir con "bien"?

—Quiero decir que está bien que te sientas más relajada —le contestó abriendolos ojos. Bebió el resto del whisky que quedaba en el vaso, lo dejó sobre ¡a mesa y

apoyando los codos en las rodillas se inclinó hacia ella—. Jess, sobre lo que sucedióallá arriba esta tarde…

—¿Sí? —apartó la vista con rapidez, sintiendo cómo se le aceleraba el pulso.

—No tenía idea de que pensaras divorciarte y al tenerte allí, tan cerca de mí enla cama, me excitaste —confesó con voz ronca—. Te deseé mucho, siempre has tenidoese efecto en mí, desde la primera vez que te vi en casa de los Fairbourne, vestida conropa de montar y con el cabello suelto sobre los hombros. Todavía te deseo.

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—¡Oh, ya sé! —exclamó al fin, sonriendo—. Fue Sally, ella dijo que tú estabasbuscando la forma de escapar de este matrimonio. Que ese era el motivo por el que temantenías separado de mí, para que yo me divorciara. Pero no pude hacerlo porqueno sabía dónde encontrarte —se puso de pie y se tambaleó un poco, teniendo quesujetarse del respaldo de la silla para no caer—. ¿Qué pusiste en ese ponche caliente?—preguntó mareada y con voz pastosa.

—Aparentemente demasiado whisky para alguien que no está acostumbrado abeber, como tú —contestó Alun, divertido.

—Te burlas de mí otra vez —se quejó Jessica—. Siempre te ríes de mí, nunca séa qué atenerme contigo. ¿Qué harás ahora? —preguntó sorprendida cuando él lalevantó en sus brazos.

—Voy a llevarte a la cama, mi ebria esposa —murmuró riendo y ella sintiócómo sus labios le rozaban la mejilla.

Despertó al amanecer, consciente de encontrarse en una cama desconocida, deque alguien se movía a su lado y cuando pudo abrir los ojos, vio una espaldamusculosa y desnuda. Alun estaba acostado con ella.

Sobresaltada, despertó por completo y trató de recordar cómo llegó a esa cama,al dormitorio. Sabía que él la dejó allí y que ella había protestado:

—¡Dijiste que me preparaste la cama en el cuarto de Margian!

—Te mentí —reconoció su marido con toda franqueza—. Buenas noches y queduermas bien.

Antes que pudiera protestar de nuevo, él salió de la habitación, apagó la luz ycerró la puerta, dejándola sola en la oscuridad. Durante unos instantes trató depensar, diciéndose que debería levantarse y buscar la habitación de Margian, peroeso le pareció un esfuerzo excesivo, por lo que se acurrucó entre las sábanas y ya nosupo nada más hasta este momento.

Volvió la cabeza de nuevo y miró a su marido. Hacía mucho tiempo que nodespertaba por las mañanas con él a su lado… demasiado tiempo. Había estado solay sin un hombre durante dos años y eso se debía a que nunca quiso tener otroamante más que a él y lo esperó, segura de que Alun regresaría a buscarla.

Sin embargo, lo que pensó no se parecía en nada a lo que había ocurrido.Habiendo perdido la costumbre de hacer el amor, se quedó paralizada cuando Alunla tocó y se había comportado como una virgen puritana, rechazándolo como si setratara de un seductor, negándole todos los derechos de esposo, pero ante todo,negándose a sí misma sus derechos de esposa.

Ahora, acostada a su lado, relajada después de un buen descanso, lo deseaba.Lo deseaba con tanta intensidad, que sentía dolor por querer estar junto a él, besarloy tocarlo, rodearlo con sus brazos, entrelazar sus piernas y entregarse a él.

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Sin darse cuenta, extendió la mano y con la punta de un dedo le recorrió laespalda, con mucha suavidad, como acostumbraba hacerlo con frecuencia en elpasado; la forma en que ella le hacía saber lo que sentía. Él no se movió, por lo querepitió la caricia, esta vez con varios dedos, disfrutando de la suavidad de su pielcaliente y de las sensaciones que le recorrían el cuerpo, haciéndola desear estar máscerca de Alun.

Al fin él se movió en respuesta a su contacto y se dio vuelta, quedando frente aella. Tenía los ojos aún cerrados y le puso una mano sobre la cintura, pero la sonrisaburlona en sus labios le indicó que estaba despierto.

 Jessica alzó la mano y le tocó el cabello, mientras que con la otra mano leacariciaba el hombro deslizándola, poco a poco, hasta llegar a la nuca.

Despacio, la mano que estaba en su cintura comenzó a moverse y los dedos sedeslizaron por una abertura entre los botones de la camisa del pijama. Uno de ellosse soltó y Alun pudo deslizar toda la mano a través de la abertura. Pronto sus dedoscomenzaron a acariciarle la suave piel de la cintura, provocando que la recorrieran

deliciosas sensaciones.Al no encontrar resistencia en sus caricias, los dedos de Alun se volvieron más

audaces y descendieron por la cintura de los pantalones para acariciarle el vientre, almismo tiempo que sus labios, duros y ardientes, la besaban apasionadamente en elcuello.

El cuerpo femenino, suave y sensible, respondió de inmediato a la conocidamagia de ese contacto. Con un trémulo gemido de placer, Jessica lo abrazóoprimiéndose contra él, sus labios abiertos buscaban los de Alun, mientras deslizabalos dedos con sensual lentitud por su espalda.

—Vaya, esto es mejor, mucho mejor —murmuró él con voz ronca—. Ahora,

fuera ese estorbo. Junto con el pijama desaparecieron sus últimas defensas, pero no le importó. Le

recorría las venas un deseo que nunca había sentido hasta ahora y pronto la esbeltadesnudez de Alun se encontraba sobre ella, sus muslos oprimían los de Jessica almismo tiempo que su boca buscaba, hambrienta, la suya.

Su unión fue violenta y repentina, la satisfacción de su pasión, explosiva ysintiendo que la habitación giraba a su alrededor, Jessica lanzó un grito alexperimentar el éxtasis de la culminación, para después caer, riendo y llorando almismo tiempo, mientras se mantenía aún apretada contra él, como si no quisierasoltarlo nunca.

Se quedaron acostados en silencio, muy juntos, con la cabeza de ella sobre suhombro mientras su marido le acariciaba el cabello y escuchando los fuertes latidosdel corazón de Alun, Jessica trató de creer que todo se había solucionado entre ellos yque nunca ocurrió la triste separación de dos años. Feliz, imaginó que se encontrabanen el apartamento que compartieron en Londres y que Alun acababa de regresar dealgún trabajo en el extranjero y que no debían apurarse ya que tenían toda la mañanapara ellos, para pasarla en la cama si lo deseaban, haciendo el amor.

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Se encontraba tan contenta, envuelta en sus sueños, que cuando él se apartó desu lado, se sobresaltó y trató de retenerlo, sujetándolo por el brazo, pero Alun ya sehabía levantado. Abrió los ojos por completo y lo vio desnudo, dirigiéndose hacia laventana.

Esta estaba entreabierta y a través de ella escuchó el balido de las ovejas.

Murmurando una maldición, Alun regresó a la cama y recogiendo la ropa interior ysus pantalones, se los puso. Abrió un cajón de la cómoda, sacó un jersey y cubrió conél su musculoso pecho.

Impresionada por la rapidez de sus movimientos, Jessica se sentó en la cama,cubriéndose con las sábanas.

—¿Qué sucede?—le preguntó.

—Nos han invadido las ovejas —replicó cortante mientras se dirigía a la puerta.En el momento de abrirla, se volvió a mirarla y frunció el ceño—. ¿Dejaste abierta lareja?

—¿La reja? —repitió ella—. ¿Qué reja? —alzó un brazo y apartó del rostro sucabello dorado. La mirada del hombre siguió ese movimiento y la expresión de susojos cambió de fría indiferencia a una. intensa sensualidad. Por un momento parecióque saltaría sobre ella y la tomaría de nuevo, contra su voluntad si era necesario. Alverlo, Jessica bajó el brazo con rapidez y se cubrió con las sábanas, ocultando así sucuerpo y en ese instante, la expresión de los ojos de Alun se endureció de nuevo.

—La reja de la cerca —murmuró—. La reja que separa mis tierras de las delvecino y que evita que sus ovejas entren aquí. La única reja que hay entre esta casa yla carretera, por la que entramos ayer y que me viste abrir y después cerrar.Seguramente la dejaste abierta cuando saliste en el Land Rover.

—Yo… yo no sabía que tenías ovejas —murmuró Jessica.

—¿Cerraste la maldita reja? —ahora el tono de su voz era amenazador y ronco,haciendo que se sobresaltara.

—No lo recuerdo —gimió—. Estaba tan mojada, cansada y me dolían tanto lospies, que…

—Que la dejaste abierta —la interrumpió, su voz era un susurro acusador—. Yahora las ovejas de Dai Jones han entrado y se mezclaron con las mías —su mirada larecorrió—. Dios, eres una maldita nulidad, chiquilla —continuó con ira galesa—.Primero te quedas sin gasolina, después dejas la reja abierta y por último lanzas elLand Rover al río. ¿No sabes que en este país existe una ley no escrita? ¡Todas las

rejas tienen que cerrarse!No esperó respuesta, salió a toda prisa de la habitación y ella lo oyó bajar

corriendo por la escalera. Jessica cubrió su desnudez con la bata de casa y lo siguió.

En la cocina, encontró a Alun poniéndose las botas.

—¿Qué vas a hacer? ¿Puedes separar a tus ovejas de las otras?

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—No sin ayuda y no tengo un perro ovejero. El de mi padre murió pocodespués que él y no he traído otro. Ahora tendré que ir hasta la granja de Dai paradecirle lo que ocurrió. Él vendrá con sus perros y éstos separarán a las ovejas.

—¿Vive lejos?

—En el siguiente valle. Es una buena caminata a través de los pantanos y tendré

que hacerlo, ya que estropeaste el Land Rover —le lanzó una última mirada furiosa ysalió.

—Alun, lo siento —murmuró siguiéndolo, no deseando que se fuera tanenfadado.

—Siempre dices lo mismo —replicó él con frialdad.

—Me… me iré tan pronto como pueda. Esta misma tarde, te dejaré tranquilo.No quería molestarte.

Él se volvió para mirarla con expresión sombría.

—Claro, puedes hacer lo que quieras. Te irás si tienes que hacerlo —respondió

despacio—. Eso fue lo que acordamos, ¿no es cierto? ¿Que los dos seríamos libres dehacer lo que quisiéramos?

Por unos momentos Jessica se quedó inmóvil en el porche, observándolo cruzarel patio y ascender por la vereda estrecha que subía la colina situada detrás de lacasa. Habría dado cualquier cosa por acompañarlo, pensó con dolor, por caminar conél bajo el sol de la mañana a través de los pantanos, para demostrarle que le gustabavivir en el campo tanto como a él.

Pero Alun no se lo pidió, nunca le había pedido que lo acompañara, jamás.Muchas veces a ella le hubiera gustado acompañarlo en alguno de sus. trabajos enÁfrica o Sudamérica, pero él nunca la invitó. Como acababa de decirle, ese fue su

convenio, los dos eran libres de ir adonde quisieran cuando lo desearan; esto lohabían acordado cuando se casaron. Él estaría en libertad de irse durante tantotiempo como quisiera y ella podría continuar con su vida como lo deseara.

Suspirando, regresó a la cocina y buscó una tetera para llenarla de agua ypreparar el té. Fue una tonta al dejarse dominar por la fantasía, pensando que todo searreglaría entre ellos si hacían el amor; creyó que si hacía lo que Alun deseaba y seentregaba a él para satisfacer sus deseos sexuales, al igual que los de ella, la situaciónse resolvería.

A pesar del éxtasis que compartieron esa mañana, nada había cambiado y ahoraAlun se alejaba de ella, cruzando los pantanos, considerándola como un estorbo al

que podría dejar si lo deseaba y que se divorciaría de él si quería hacerlo.Preparó el té y comió pan con mermelada sentada a la mesa, reconociendo que

se encontraba en la misma situación del día anterior a esta hora, cuando salió deDinas Mawddwy. Es más, estaba hecha un desastre, su ropa empapada y rota, loszapatos destrozados, el coche cerrado y abandonado en el camino y las llaves en subolso, en el Land Rover.

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No podría irse aunque quisiera, se encontraba atrapada allí hasta que Alunregresara de la granja de Jones e hiciera algo con el vehículo, pues sin las llaves delauto, no podría abrirlo para cambiarse de ropa y sin dinero con qué pagaría lagasolina para irse.

Por otra parte, pensó que podría intentar regresar al Land Rover, subirse y sacar

el bolso y sus llaves. ¿Caminar con esa ropa mojada y sin zapatos? Miró hacia dondeAlun había colgado su ropa, sobre la chimenea.

Bajó las prendas y las tocó. Aún estaban mojadas y lo más seguro era quepermanecieran así, a menos que encendiera el fuego. Después miró hacia la ventanay vio el patio lleno de sol. ¿Y si la colgaba afuera? Tomó la ropa y buscó un par debotas para salir al barro. Encontró unas demasiado grandes, pero de todas formas selas puso y guardando sus prendas mojadas en un cesto que encontró en el porche,salió al patio.

El sol. le calentó y el barro estaba comenzando a endurecerse. El aire estabaperfumado con el aroma de las flores silvestres, del césped y los árboles. Cuando

terminó de colgar la ropa, rodeó la casa para llegar al frente. Más allá del pequeño jardín, el terreno se extendía hasta el lago, con sus aguas tranquilas y azules quetenían un ligero tinte amarillo. En la orilla opuesta, el terreno se elevaba hacia lascumbres de los montes cubiertos de hierba.

Este era el paisaje que tanto amaba Huw Gower. "¿Y Alun también?", sepreguntó Jessica. ¿Pensaría Alun quedarse allí, criar ovejas y escribir poemas duranteel resto de su vida? ¿Viviría solo en la tierra de sus ancestros? ¿Estaba asentado alfin? ¿Se habrían terminado sus días de recorrer el mundo?

Caminó por el sendero y se detuvo para contemplar el lago tranquilo, lascolinas distantes y cubiertas por la niebla. Este era el lugar donde Alun nació, donde

él y Margian habían crecido fuera del control de su padre, de acuerdo con lo que ledijo Eira Thomas, debido a que How Gower no pudo dominarlos. Pero no era asícomo Alun describía su niñez:

—Mi padre cree en la libertad —le dijo una vez—, libertad absoluta paradesarrollarse y crecer. Le desagradan las, instituciones. Quería que tanto Margiancomo yo tuviéramos esa libertad para comportarnos como deseáramos, por lo que nonos envió a la escuela, hasta que teníamos trece años. Nos crió en casa y él mismo noseducó. No sólo nos enseñó a leer, escribir y la aritmética, sino también a escalarmontañas, remar, a saber los nombres de los árboles y flores silvestres, cómo buscar alos animales, vivir con lo que nos ofrece la tierra que nos rodea, aprender a apreciar yrespetar los fenómenos naturales.

Más tarde, How Gower permitió que sus hijos asistieran, como internos, a uncolegio privado, donde el director era un amigo suyo y tenía los mismos principiosde libertad y desarrollo. En esa escuela, Alun ganó una beca para Cambridge, dondeestudió Ciencias Naturales y tomó parte en expediciones organizadas por launiversidad a lugares lejanos, para estudiar a los animales salvajes y los efectos queel clima y la geografía tenían en las personas. Margian asistió a la Real Academia deArte Dramático.

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—¿Y tu madre no tuvo que ver con la educación de ustedes? —le preguntó Jessica un día. *

—No, ella no vivía con nosotros.

—¿En dónde vivía? —insistió.

—Donde quería vivir —contestó él encogiéndose de hombros—. Ella tambiéncreía en la libertad —y después de esto, él cambió de tema.

Entonces, debido a la diferencia de crianza y antecedentes, ¿por qué le resultóextraño que ella y Alun tuvieran problemas cuando se casaron?, se preguntó Jessicamientras regresaba al patio. Tenían muy poco en común, ella era la hija de unospadres dedicados y cariñosos que nunca vivieron separados y que siempretrabajaron juntos. Había crecido en un pequeño pueblo, rodeada de casas habitadaspor personas de clase media. Desde los cinco años formó parte del sistema escolaringlés, hasta los dieciocho y era muy poco lo que sabía acerca de cómo vivir en elcampo.

Tenía más en común con Chris Pollet que con Alun. Tanto ella como Chrisdescendían de artesanos ingleses, los dos amaban la madera, les agradaban las líneassencillas en el diseño de los muebles y ambos tenían una meta, que también habíasido la de sus padres: hacer posible que las personas de bajos ingresos tuvieranmuebles bien hechos; una meta que había llevado a Martin e Hijo, Limitada, casihasta la bancarrota en más de una ocasión, debido al aumento del precio de lamadera y la mano de obra, a través de los años.

Sin embargo, no podía imaginarse casada con Chris, aunque se divorciara deAlun. No le atraía de la misma forma que éste, no representaba un reto para ella. Nopodría casarse con él, ni siquiera para salvar a Martin e Hijo, Limitada.

Pensando que debía existir otro medio para salvar el pequeño negocio, entró denuevo en la cocina. Miró el reloj en la pared, eran casi las doce y media e imaginó queChris ya debía haber regresado de su viaje a Alemania. Con toda seguridad seencontraba en la oficina de su fábrica y quizá hasta la hubiera llamado para invitarlaa comer y preguntarle si le había escrito a Alun. Su madre habría contestado elteléfono diciéndole que se encontraba en Gales visitando a Alun y que aún no habíaregresado.

En ese momento decidió buscar un teléfono para llamar a Chris y explicarle porqué se demoró, para que no llegara a conclusiones erróneas. Caminaría hastaDolgellau, aunque tuviera que hacerlo con esas botas.

Salió al patio de nuevo y tocó la ropa, aún estaba húmeda, pero tendría queponérsela. La recogió y entró en la cocina, registrando los cajones en busca de unaaguja e hilo para coser la rasgadura de la falda. Diez minutos más tarde, seencontraba sentada en la cocina, remendándola, cuando se abrió la puerta del porcheescuchó una voz juvenil con acento gales.

—¿Alun? ¿Estás aquí? ¡Alun, Alun!—se abrió la puerta por completo y una joven entró. De baja estatura, estaba vestida con pantalones de montar, una blusablanca de seda y un sombrero negro. En una mano tenía un látigo de cuero; al ver a

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 Jessica, se detuvo y la miró con unos ojos de color gris violeta que revelaban susorpresa—.

—¿Dónde está Alun? —le preguntó—. ¿Está bien? Hubo un accidente, ¿no escierto? Vi el Land Rover volcado en el río, imagino que iba conduciéndolo y el cocheque está estacionado allí lo hizo salir de la carretera. Oh, ¿Dónde está? ¿Se encuentra

muy lastimado? ¡No podría soportar que estuviera herido!—No, no está lastimado —contestó Jessica, aparentando calma pero

sorprendida en su interior por la forma como la joven, que no tenía más de diecisieteo dieciocho años, había entrado en la casa como si fuera una pariente de él.

—¡Gracias a Dios!—la joven se dejó caer en una silla y se quitó el sombrero. Elcabello negro, suave como el satén, estaba recogido en la nuca con una cinta—. ¿Adónde fue entonces?—preguntó con voz autoritaria.

—Fue a ver a Dai Jones —respondió Jessica, cortante, en el momento en queterminaba de coser. No había quedado perfecta, pero al menos podría ponerse lafalda. Miró a la joven y añadió—: Ahora, quieres decirme quién eres tú?

—Soy Gkynis Owen. ¿Quién es usted y qué hace aquí? —los ojos gris violeta lamiraron fijamente al darse cuenta de que la bata de casa, demasiado grande para

 Jessica, estaba entreabierta y mostraba gran parte de sus senos—. ¿Por qué no estávestida de forma apropiada?

—Soy Jessica Martin —contestó, cerrándose la bata—. Jessica Gower.

—¿Gower? —la joven pareció sorprendida al oír el nombre—. Entonces, ¿espariente de Alun? ¿Acaso una de sus primas inglesas?

—No, soy su esposa.

—¿Su esposa? —los ojos de la chica se abrieron sorprendidos—. ¡Pero no es

posible que usted sea esa tonta bruja!—Por favor, ten cuidado con lo que dices —replicó Jessica, lanzando destellos

de ira por los ojos.

—Bueno, usted es lo que acabo de decir —repuso la joven—. Al menos, esoasegura mi madre. Dice que usted es una tonta bruja porque abandonó a Alun.

—Yo no lo hice —contestó Jessica—. De todas formas, mi relación con Alun noes asunto que les interese a ti ni a tu madre.

—Oh, sí lo es —insistió la joven—. Mi madre es amiga de Alun; fueron juntos ala escuela y mi padre también era su amigo, sólo que se mató hace tres años en un

accidente escalando montañas. Mamá administra ahora una escuela de equitacióncerca de aquí, pero eso no nos produce muchas ganancias y papá no nos dejó dineroalguno. Mamá y Alun piensan hacer lo que él y mi padre siempre habían planeado.Pretenden abrir una escuela deportiva ahora que Alun es propietario de todas estastierras. Son más de trescientas hectáreas de bosques y montañas. Tendrán paseos acaballo, montañismo y viajes en canoa, pero mamá dice que primero es necesario queAlun se divorcie de usted, pues no le agradaría que algún día regresara y le exigieracosas a Alun, o interfiriera en el manejo de la escuela.

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—Supongo que no le agradaría —comentó Jessica con frialdad. Parece que laseñora Owen compartía las ideas de Chris Pollet: fusionarse primero y despuéstomar el control del negocio.

—Va a estar muy molesta cuando le diga que la encontré aquí —continuóGlynis—. ¿Piensa quedarse mucho tiempo?

—No estoy segura —contestó Jessica con tono cortante—. Hace bastante tiempoque Alun y yo no vivimos juntos y, bien, debemos recuperar todo lo perdido —logrósonreír y después ansiosa por cambiar el tema, le preguntó—: ¿Viniste hasta aquí acaballo?

—Sí, con Dusty, mi yegua gris —Glynis perdió parte de su arrogancia deadolescente y la miraba asombrada, frunciendo el ceño—. No se parece en nada a loque había imaginado —añadió, sorprendiéndola.

—Oh, ¿cómo me habías imaginado? —preguntó Jessica con curiosidad.

—Mayor, de la misma edad que mi madre, quien tiene casi los mismos años queAlun. No tan bonita, gruñona y protestando todo el tiempo como algunas de esasmujeres de edad mediana a quienes sus esposos ya no les hacen el amor.

—¿Vienes a menudo a ver a Alun? —preguntó Jessica, conteniéndose para noreplicarle con violencia.

—Cada vez que puedo. Me agrada mucho y hoy vine a ver por qué no nosvisitó anoche, como prometió. Mamá lo había invitado —Glynis le dirigió unamirada llena de hostilidad—. Imagino que no fue por culpa de usted.

—Nunca evitaría que Alun haga lo que desee —repuso Jessica contranquilidad—. Esa siempre ha sido la regla entre nosotros.

—¿Entonces le permitirá divorciarse para que él y mamá puedan comenzar

 juntos este negocio? —preguntó Glynis sin rodeos—. Y así también podrá casarse conella después.

—¿Casarse con ella? ¿Por qué querría casarse con ella? —exclamó Jessica.

—Estaría mucho mejor casado con ella que con usted. Mamá nunca loabandonaría —contestó Glynis mientras se levantaba—. Tengo que irme, pues Dustyse pone intranquila y suele regresar a casa sin mí —al llegar a la puerta la miró conmalicia—. Espero que cuando regrese de nuevo a ver a Alun, ya no la encuentre aquí.

—Yo no estaría muy segura de eso —replicó Jessica.

Al salir, Glynis dio un portazo. Jessica recogió la ropa, dejó la cocina y subió

para lavarse y vestirse.Sally, Sally Fairbourne. Glynis le recordaba a Sally cuando tenía la misma edad.

También actuaba de forma muy posesiva con Alun, mostrando mucho más afectohacia él de lo normal en una prima y dejando que la dominaran los celos cada vezque Alun le había prestado más atención a Jessica.

Sally, siempre insinuando que Alun no se había casado por amor. Sally,sugiriendo que tenía una aventura con otra mujer, con Ashley King. Sally, haciéndola

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pensar que ella, Jessica, debía dejarlo libre de ese matrimonio, pues él sólo se habíacasado para ayudarla cuando su padre se puso furioso. Sally, fingiendo ser unaamiga, cuando todo el tiempo destruía con astucia su frágil relación con Alun.

"¿Así que confías más en ella que en Alun, porque la conociste hace más tiempoque a él?", le había dicho Margian con tono burlón. Jessica se mordió el labio,

mientras se ceñía el cinturón de la falda, recordando que siempre confió en Sally. ¿Sehabía equivocado al creer en ella? ¿Había cometido un gran error? ¿En realidad noexistió nada entre Alun y Ashley King, tal como él había insistido?

Pero si ella cometió un error, él hizo que pagara al mantenerse alejado de ella,evitándola siempre. Quizá durante ese tiempo hubo alguna otra mujer; no podíaimaginar que él permaneciera fiel como ella lo hizo. Otra mujer; quizá la señoraOwen, la viuda de su amigo; quizá la joven Glynis. ¡Oh, no!

Frunciendo el ceño, Jessica se miró en el espejo mientras se cepillaba el cabellocon el cepillo de Alun. Detrás de ella pudo ver reflejada la cama con las sábanasarrugadas y revueltas, las almohadas aún mostrando la huella de sus cabezas. Se

sentó en el borde del lecho y lanzó un profundo suspiro. Oh, ¿qué haría ahora? Ledijo a Alun que se iría esa tarde y él contestó que hiciera lo que deseara. Desde sullegada sólo le había ocasionado problemas.

En ese instante escuchó de nuevo el balido de las ovejas y se asomó por laventana. Un rebaño pasaba por el jardín, balando en protesta mientras dos hermososperros ovejeros las hacían avanzar en grupo bajo la dirección de un robusto hombrede edad mediana, con un bastón. ¿Dai Jones? se preguntó. ¿Dónde estaría Alun? Bajócorriendo por la escalera, se puso las botas y salió al patio, caminando junto a la casahacia el frente. Al llegar a la esquina, se detuvo al no poder seguir adelante debido alrebaño de ovejas que se dirigía hacia la reja. Cuando el hombre mayor llegó a sulado, se sacó la pipa de la boca y quitándose la gorra le dijo:

—Buenas tardes, usted debe ser Jessica, la esposa de Alun.

—Así es, ¿Dónde está él?

—Me dio un mensaje para usted. Llamó por teléfono desde mi casa al garaje deEvans para contarle lo del Land Rover y Evans le dijo que enviaría la grúa para quelo rescataran. Alun fue allá para estar con ellos cuando traten de sacarlo y revisar losdaños que sufrió. Soy David Jones y quiero asegurarle que es un placer conocerla alfin —le tendió la mano derecha.

—Gracias —contestó Jessica, estrechándola—. Yo también estoy muy contentade conocerlo, señor Jones, pero me temo que dejé abierta la reja y le ocasioné todo

este problema —miró al ruidoso rebaño—. ¿Cómo sabe cuáles son las suyas?—Por la marca que tienen en el vellón —usando el bastón curvo, tomó por el

cuello a una de las ovejas que pasaban junto a ellos y la atrajo mostrándole dónde lehabían grabado la letra J. Después soltó al animal para que se reuniera con lasdemás—. Entre nosotros, los perros y yo, pudimos separar las mías de las de Alunque llevan una G, ¿la ve?

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 Jessica asintió y observó, admirada, a los dos perros que se movían de un lado aotro entre el rebaño, persiguiendo a las ovejas que se quedaban rezagadas, yseparándose del grupo.

—Son muy inteligentes y hermosos, me refiero a los perros. ¿Tardó muchotiempo en entrenarlos para cuidar ovejas?

—Buscar ovejas es algo natural en ellos, son perros de caza. El secreto esentrenarlos desde jóvenes y refrenar sus instintos naturales de cazadores paraponerlos al servicio del pastor. Lo más difícil es enseñarlos a que dejen en paz a lasovejas; si no están bien entrenados, podrían destruir un rebaño. Hay que hacerlosobedecer las órdenes básicas antes de permitir que se acerquen á las ovejas.

—¿Cuáles son las órdenes?

—Son cinco: "Camina, adelante, a la izquierda, a la derecha" y la másimportante de todas: "acuéstate". Esto significa que deben interrumpir cualquier cosaque estén haciendo. La mayoría de los pastores pueden silbar sus órdenescolocándose dos dedos entre los labios, un buen silbido llega muy lejos impulsado

por el viento. Observe ahora a Capitán, el perro que está más cerca de nosotros; voy asilbar para que se mueva a la derecha y detenga a aquella oveja que quiere escapar.

Se llevó dos dedos a la boca, lanzó un agudo silbido y de inmediato el mayor ymás viejo de los dos perros se apartó del grupo y acechando entre la hierba, fue enbusca de la oveja extraviada.

—El año pasado, un criador de ovejas de Australia me ofreció dos mil libras porCapitán en la feria de Bala —continuó Dai con su suave acento—, pero no lo aceptéporque Capitán vale más para mí en la granja, que cualquier otra cosa que posea; sinél no podría cuidar de forma adecuada a mis ovejas y estaría perdiendo muchas deellas constantemente.

—Alun dice que él no tiene perro —comentó Jessica. Las ovejas ya habíanllegado a la reja y estaban saliendo, azuzadas por los perros.

—No, pero conseguirá uno —aseguró Dai, apoyándose en su bastón—. Es decir,si se queda. Aún no sé qué hará e incluso, creo que ni él mismo sabe lo que desea —lamiró de forma penetrante—. Quizá todo depende de usted, señora Gower.

—¿Oh? —Jessica de inmediato se puso a la defensiva. ¿Qué le habría dicho aeste hombre sobre ella?—. ¿De qué forma?

—Depende de que usted pueda vivir todo el tiempo en un lugar tan apartadocomo éste. La madre de Alun no lo soportó y ese es el motivo por el que no se quedó

aquí. Los inviernos pueden ser muy duros. Huw y yo perdimos varias ovejas hacedos inviernos en estas montañas y el invierno pasado, Alun y yo enviamos algunoscorderos y ovejas a pastizales más cálidos, pero eso cuesta dinero. El Departamentode Estudios Agronómicos de la Universidad de Gales analizó nuestro problema yrecomienda, que para una mayor eficiencia, debemos fusionar las dos granjas, peroHuw no estuvo de acuerdo con esto.

—¿Por qué no?

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—Él era un hombre de la vieja generación, estaba atado a la tierra queperteneció a su familia durante cientos de años; pertenece a una cultura de gentetestaruda que, aún hoy en día, produce poetas como lo ha hecho durante muchossiglos, conformándose con vivir una vida sencilla y sin desear nada más.

—¿Y usted piensa que Alun no es uno de ellos? —le preguntó.

—Sé que no lo es —repuso Dai con tono misterioso—. Se casó con usted, ¿no escierto? En sus venas corre la sangre de su madre —todas las ovejas ya habían salido yel hombre las siguió, cerrando la reja para mirarla desde el otro lado—. Piénselo,señora Gower. El gobierno le ofrece incentivos para que los granjeros como yo sefusionen con otros y cuando lo hagamos, ya no será necesario que exista una rejacomo ésta entre nuestras tierras. Ahora me despido y creo que lo mejor es queregrese a la casa, lloverá muy pronto.

Cuando entró, tenía el cabello y los hombros mojados por la lluvia. Escuchó lascampanadas del reloj desde la cocina; era la una, había pasado la mañana y aúnseguía allí. Ahora la lluvia caía con fuerza sobre el valle y la niebla llegaba hasta la

parte superior de los árboles, ocultándolo todo. Si caminaba hasta Dolgellau,quedaría empapada otra vez; sería mejor esperar aquí hasta que escampara, esperarque Alun regresara.

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—¿Alun, dónde están las llaves de mi coche?

—¿Cómo puedo saberlo? —replicó él fingiendo inocencia.

—No están en mi bolso.

—Ya lo sé; si hubieran estado allí, habría traído tu coche para que te pudieras

ir… esta tarde, ¿no lo crees? Pensé que tú sabrías dónde estaban.—Yo sabía dónde estaban —contestó—. Las puse en mi bolso después que cerré

el coche, ayer por la tarde. Estoy segura de que lo hice.

—Quizá lo imaginaste.

—¿Imaginarlo? —exclamó—. No imaginé que las puse en mi bolso, estoysegura de que lo hice. Siempre guardo mis llaves allí cuando cierro el automóvil.

Alun la miró con ironía.

—¿Estás segura de que las guardaste? —le preguntó con suavidad—. ¿Noquerrás decir que supones que lo hiciste por costumbre?

—Está bien —replicó, enfurecida por la tranquilidad con que él lo habíatomado—. Supongo que las metí en mi bolso. ¿Dónde están ahora? ¿Dónde laspusiste?

—¿Yo? —Alun miró hacia el techo con fingida sorpresa—. Yo no las he puestoen ningún lugar. No las he visto; de ser así habría abierto el coche y lo hubiera traídoaquí para que te pudieras ir esta tarde, como habías dicho. Debiste guardarlas enalguna otra parte quizá en el impermeable o en un bolsillo del traje. Tal vez lasdejaste en algún lugar de la casa en esta habitación o en el dormitorio.

—No están en mis bolsillos y no las dejé en la casa —replicó mirándolo conira—. Alguien las sacó de mi bolso. Alguien pudo haberlas robado mientras estaban

en el Land Rover, en el río.De nuevo, él le dirigió una mirada burlona, pero en esta ocasión no contestó y

terminó de comer. Jessica, demasiado irritada para seguir comiendo, apartó su plato.

—¿Qué voy a hacer ahora? —murmuró—, ¿sin las llaves, cómo voy a entrar enel coche para buscar la ropa limpia y regresar a Beechfield? —se produjo otro silencioque fue interrumpido sólo cuando Alun, después de terminar de comer, se levantó ycaminó al fregadero para servirse un vaso de agua. Jessica se puso de pie también,recogió los platos que habían usado y los llevó al fregadero.

—Alun, por favor, devuélveme las llaves.

Él bebió el agua, dejó el vaso en el mostrador y sin mirarla o decirle algo, sedirigió hasta la alacena; tomó una manzana y comenzó a comerla mientras seacercaba a la silla donde había dejado las botas y se las puso de nuevo.

—Te sugiero que te quedes hasta mañana —dijo él, arrastrando las palabras ysin mirarla—, hasta que Evans traiga el Land Rover;, quizá él sepa cómo abrir tuautomóvil y encenderlo.

—Pero… debo estar de regreso en casa esta noche. Mamá me estará esperando.¡Oh, si tan sólo tuvieras un teléfono para llamarla!

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—¿Ella sabe que estás conmigo? —le preguntó, levantándose y caminandohasta la puerta del porche.

—Sí.

—Entonces no se preocupará —contestó de forma enigmática mientras se poníauna chaqueta impermeable. La miró antes de continuar—. Por supuesto, podrías ir

caminando hasta el pueblo para pedirle a Evans que te lleve a tu coche y lo abra —miró el reloj en la pared—, aunque no creo que esté dispuesto a hacerlo, ya que

 juzgando por la hora, cuando llegues a su garaje ya habrá cerrado y no le gustatrabajar fuera de su horario normal —se volvió de nuevo y ella vio un brillo divertidoen los ojos entrecerrados—. Es mejor que te quedes a pasar la noche aquí y esperes aver qué te depara la mañana —añadió abriendo la puerta.

—Pero… ¿no puedes… no quieres ir al pueblo y pedirle a ese hombre quevenga? —le preguntó Jessica, siguiéndolo al exterior.

—Oh, no —Alun negó con la cabeza—, hoy he caminado bastante. Tengo otrascosas que hacer, como alimentar las gallinas, contar las ovejas y después, terminar el

libro —volvió a observarla y lanzó un exagerado suspiro—. El trabajo de uncampesino nunca termina —añadió con tono burlón y salió al patio, cerrando lapuerta.•

Hirviendo de indignación porque no dudaba de que Alun se burlaba de ella ysabía muy bien dónde estaban sus llaves del coche, Jessica regresó a la casa, atravesóla cocina y subió al dormitorio. Tomó la ropa mojada que había dejado en el suelo yrevisó los bolsillos. Estaban vacíos, ¿en dónde habría puesto su llavero? Estabasegura de que él lo sacó del bolso.

Dejó caer los pantalones y registró los cajones, todos los lugares donde pensóque él pudiera haberlas escondido, pero no las encontró; incluso miró debajo de la

cama. Bajó al estudio y revisó los estantes de libros, los cajones del escritorio, miródebajo de los papeles y no las encontró.

¿Por qué?, se preguntó mientras regresaba a la cocina. ¿Por qué le había quitadosus llaves fingiendo que no las tenía? ¿Por qué quería que se quedara otra noche? ¿Sideseaba que se quedara, por qué no se lo había pedido directamente? De inmediatocomprendió la respuesta. No se lo pidió, porque sin duda imaginaba que se negaría aaceptar su invitación, por eso buscó la forma más adecuada para impedir que semarchara.

Sorprendida por su comportamiento, comenzó a lavar los platos que habíanusado cuando escuchó el sonido del motor de un automóvil que se acercaba y en ese

momento entró en el patio un coche de color café y crema. Se abrió la puerta delmismo y salió una mujer con un impermeable y un pañuelo en la cabeza. Cerró degolpe la puerta y caminó hasta el porche. Cuando escuchó que llamaban a la puerta,

 Jessica se secó las manos y le abrió.

Los ojos verdes de la mujer parpadearon sorprendidos.

—Oh, esperaba ver a Alun —comentó—. ¿No está en casa?

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—Sí, pero… —Jessica miró hacia el cobertizo de las gallinas, pero no lo vio y sevolvió de nuevo a la mujer—. Me dijo que iba a alimentar las gallinas y revisar lasovejas. ¿Quiere que le dé algún mensaje?

La mujer sonrió, mostrando unos dientes pequeños y perfectos. Su piel eradelicada, aunque ligeramente curtida por los elementos, que le daban un color

bronceado. Las pestañas negras hacían que sus ojos parecieran más claros de lo queeran en realidad.

—Soy Mavis Owen, mi hija estuvo aquí esta mañana y me habló sobre elaccidente del Land Rover, por lo que vine a ver si Alun estaba bien y si necesitabaayuda.

"Y también para verme", pensó Jessica, observando cómo la revisaban los ojosde gata.

—Alun está bien —murmuró—. Soy Jessica Gower —añadió, evitandomencionar el apellido Martin de forma deliberada.

—Esperaba que Alun fuera a verme ayer para discutir un proyecto que estamosplaneando. ¿No le importaría que lo aguardara a que regrese? —la sonrisa de Mavisse hizo más amplia—. Así podremos conocernos mejor mientras lo hacemos —sugirió.

 Jessica vaciló, tenía el intenso deseo de cerrarle la puerta en la cara a Mavis,pero no podía comportarse con tanta rudeza.

—Si quiere, pase, pero quizá deba esperarlo bastante tiempo —contestó de malagana—. No tengo la menor idea de cuándo regresará.

—Soy muy paciente —aseguró Mavis, entrando en el porche—. Con frecuenciahe tenido que esperarlo. Somos viejos amigos, fuimos juntos a la escuela.

—Eso me contó su hija —contestó Jessica siguiéndola a la cocina—. También medijo que su difunto esposo era amigo de Alun.

—Mi esposo Gareth y Alun solían escalar juntos —informó Mavis quitándose elpañuelo de la cabeza y dejando que le cayera sobre los hombros su cabello castañooscuro—. Es agradable estar otra vez en esta vieja casa —añadió mirando a sualrededor—, no ha cambiado mucho y aún siento envidia por esta colección deutensilios de cocina de cobre —miró a Jessica con curiosidad—. ¿Nunca había estadoaquí, no es cierto?

—No, nunca. ¿Quisiera una taza de café mientras espera? —le preguntó concortesía.

—No, gracias —Mavis se sentó en la misma silla que había ocupado Glynis esamañana y miró a la joven inglesa con una expresión muy parecida a la de su hija—.Tengo que reconocer que me sorprendió saber que estaba aquí —continuó Mavis confranqueza—. Me dijeron que usted abandonó a Alun y que estaban separados.

—¿Él se lo dijo?

—No —Mavis frunció el ceño ligeramente—. Pero cuando le pregunté porusted, me dijo que no le resultaba posible venir a vivir aquí con él debido a que

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trabajaba en el negocio de muebles de su padre. Alun me contó que ustedes siemprehabían tenido un matrimonio muy abierto y permitían que cada uno tuviera supropia vida, haciendo lo que deseaban y sin tener que estar siempre juntos —Mavisla observó con expresión más bien crítica—. En mi opinión, eso no se puede llamarun matrimonio —terminó con desaprobación.

 Jessica fingió que no la había escuchado; no permitiría que la provocara a iniciaruna discusión sobre su relación con Alun, como tampoco lo hizo con su hija.

—Me dijo que deseaba discutir un proyecto que usted y Alun tienen. ¿Puedosaber de qué se trata?

—Por supuesto, es muy importante que usted lo conozca. Gareth y Alun solíanhablar de ello todo el tiempo. Tenían la idea de iniciar una escuela deportiva aquí,entre las colinas. Ambos eran expertos en escalar montañas y navegar en canoas ytenían muchos conocimientos para sobrevivir en lugares inhóspitos, por lo quepensaba que podrían enseñar estas habilidades a otras personas.

—¿Sería una especie de escuela para personas que quisieran aprender a vivir al

aire libre? —preguntó Jessica.—En cierta forma sí, pero además, habría otras cosas menos arriesgadas, como

por ejemplo pasear a caballo. Todo dependía de que Alun heredara esta granja y lastrescientas hectáreas y valle que le corresponden a la propiedad. Desde luego, HuwGower rechazó el proyecto, él no quería que un montón de desconocidos recorrierasus terrenos, molestando a las ovejas —se dibujó una sonrisa irónica en los labios deMavis—. A él le desagradaba Gareth, y yo también. Por desgracia Gareth murióantes que Alun heredara esta propiedad, pero no veo por qué yo no pueda tomar sulugar y ser socia de Alun en el proyecto. Sé escalar montañas y soy una buenainstructora de equitación. Le sugerí esto varias veces a Alun, desde que llegó a vivir

aquí, ¿ya le habló de sus planes?—No, no lo hizo. ¿Cuándo le gustaría comenzar la escuela?

—Bien, esperaba empezar en la primavera, pero no he logrado convencerlo.Primero me dijo que debía terminar el libro que estaba escribiendo sobre su padre,después… —Mavis se interrumpió y frunció el ceño, mirando directamente a Jessicade nuevo—. No sé cómo decirle esto, pero parece que él necesita encontrarse libre desu compromiso con usted antes de poder asociarse conmigo.

—¿A qué se refería él? —exclamó Jessica, sorprendida—.

—¿A qué compromiso?

—Su matrimonio. Me dijo que pensaba que a usted no le agradaría que seasociara con otra mujer mientras aún estuvieran casados.

—Oh —murmuró la joven. Esta era una forma muy distinta de escuchar lamisma historia que le había contado Glynis. Según ella, era Mavis la que no queríaasociarse con Alun si él permanecía casado con Jessica—. ¿Está segura de que él dijoeso?

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—Sí, muy segura —contestó Mavis con frialdad. La miró con fijeza. "¿Condemasiada fijeza quizá?", se preguntó la chica. ¿Sería posible que esa mujer estuvieramintiendo?

—Voy a tomar una taza de té aunque usted no lo desee —informó Jessicalevantándose y caminó hacia el fregadero, buscando cualquier cosa que la alejara de

la fría mirada felina de Mavis—. Todo esto es nuevo para mí —continuó diciendomientras llenaba la tetera—. ¿Cree que estar casado conmigo, es lo único que leimpide a Alun asociarse con usted?

—Sé que es así —replicó Mavis—. Siempre ha sido su sueño organizar estaescuela y ahora tiene el terreno y el dinero para hacerlo. Sólo lo detiene estematrimonio tonto y quijotesco.

—¿Tonto y quijotesco? ¿Qué quiere decir con eso? —exclamó Jessicavolviéndose para enfrentarla.

—Me refiero a que sólo se casó con usted para ayudarla a resolver una situacióndifícil —contestó Mavis y en esta ocasión, su mirada fue mucho más crítica y

despectiva al contemplar a Jessica—. Lo que quiero decir es que usted no es el tipo demujer que lo atraiga, ¿no le parece? No es el tipo de mujer que disfruta de la vida alaire libre; no podría sobrevivir a una de esas expediciones a las que Alun va paracumplir con trabajos que le encarga la revista para la que escribe. No podría vivir enun lugar apartado como éste, durante todo el año sin las comodidades modernas.

—¿Quién le dijo que él se casó conmigo sólo para ayudarme a salir de unasituación difícil? —preguntó Jessica, colocando la tetera en la estufa y encendiéndola.

—Fue Margian, cuando vino para el entierro de su padre. Entonces me dijo queusted había abandonado a Alun y que vivían separados.

Margian, por supuesto. ¿Cómo pudo haberse olvidado de ella, quien tambiénasistió al colegio con Mavis?, se preguntó Jessica con ironía, mientras se volvía paraquedar frente a Mavis.

—Margian nunca comprendió la relación entre Alun y yo —repuso con todacalma—. Creo que debe saber que nunca me interpondría en el camino de Alun, si éldesea asociarse con usted, pero antes, él tiene que decírmelo. Quiero estar segura deque él realmente desea organizar esta escuela en asociación con usted.

—Él quiere hacerlo —insistió Mavis con seguridad, levantándose y poniéndosede nuevo el pañuelo en la cabeza—. ¿Lo dejaría divorciarse?

—Si me lo pide, sí —susurró Jessica.

—Entonces confío en que lo haga mientras está aquí —sonrió mientras se atabael pañuelo—. Verá, hace años, cuando aún íbamos al colegio, Alun y yo nosenamoramos, sólo que él se fue a estudiar a Cambridge y… bien, Gareth se quedóaquí por lo que me casé con él. Sin embargo nunca nos hemos olvidado, y en losúltimos nueve meses que ha estado aquí, nuestro amor… nuestra amistad harevivido —Mavis le dirigió una fría mirada a Jessica—. ¿Comprende que si usted nose interpusiera en nuestro camino nos habríamos casado?

—Sí, comprendo —murmuró Jessica.

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—Creo que no lo esperaré —añadió Mavis mientras se dirigía a la puerta delporche—. Sólo dígale que vine, por favor; además, dígale lo que me acaba deconfirmar, que usted no se interpondrá en su camino. Adiós.

Una vez que salió Mavis, Jessica fue a la ventana y miró hacia afuera. Mavis sequedó de pie junto a su coche, con la mano en la puerta, estudiaba sus alrededores y

después fijó la mirada en la ladera de la colina envuelta por la niebla."Si va hacia el monte a buscar a Alun, la seguiré y la obligaré a regresar", pensó

 Jessica furiosa. Estaba llena de odio hacia Mavis Owen. Ella, siempre tranquila y porlo general amistosa con todos, ¡en estos momentos odiaba a alguien! Nunca pensóque fuera capaz de sentir una emoción tan violenta y destructiva.

Mavis dudó por un instante y después subió al coche. Unos segundos más tardedesapareció en el auto. Jessica dejó escapar un suspiro de alivio y regresó adonde latetera comenzaba a hervir. La apagó y se quedó inmóvil un momento, pensando quéharía después.

Irse, tenía que irse, llegaría a Dolgellau de alguna forma para llamar por

teléfono a su madre. Fue hasta la silla donde había dejado la chaqueta de su traje y sela puso. La estaba abotonando en el momento en que se abrió de nuevo la puerta y aldarse vuelta, vio a Alun que entraba con un cesto lleno de huevos.

—No estuvo mal hoy —comentó él mientras dejaba el canasto sobre la mesa.

—Acaba de irse, hace un momento, tu amiga Mavis Owen —informó Jessica entono seco.

—¿Oh? ¿Qué deseaba?

Verte a ti… y a mí también, supongo. Estuvimos charlando. Alun le dirigió unamirada de inquietud.

—¿Sobre qué?—Me habló del proyecto que ustedes tienen, de la escuela para deportistas.

—Así que sigue pensando en eso —murmuró mientras se sentaba en el bordede la mesa—. ¿Qué dijo?

—Me aseguró que tú no te asociarías con ella mientras estuvieras casadoconmigo. ¿Es cierto?

—Más o menos algo así —se encogió de hombros.

—¿Por qué? ¿Por qué le dijiste eso? —exclamó indignada.

—Porque imaginé que a ti no te agradaría participar en un proyecto como ese.—Me dijo que yo estaba interfiriendo —añadió Jessica—, por lo tanto le prometí

que yo nunca lo haría si de veras deseabas organizar esa escuela y me pidió que te lodijera. Yo… yo también prometí que… que si deseabas el divorcio, estaría dispuestaa concedértelo. Después se fue.

Sus ojos lanzaron una mirada tan fría y dura como el mármol.

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—Gracias, muchas gracias —contestó Alun, sarcástico—. ¿Si son tan amigas,por qué no te fuiste con ella? Estoy seguro de que hubiera estado encantada dellevarte a Dolgellau. También te habría ayudado a abrir el coche y lo hubieraencendido, para que te fueras lo antes posible a Beechfield.

—Oh Jessica se llevó la mano a la boca—. No pensé en eso.

—¿No lo hiciste? Me sorprendes —le dijo con burla.—¡Y dices que estás ansiosa de irte! ¿No has encontrado aún las llaves?

—No, no las hallé a pesar de que lo registré todo. Incluso los bolsillos de tuspantalones y los cajones de tu dormitorio. —replicó. No las pude encontrar, porquete las llevaste contigo cuando saliste a alimentar a las gallinas, ¿no es cierto?

—¿Eso hice? —preguntó él con burla y bajándose de la mesa fue a. donde ellaestaba. Alzó los brazos. Puedes registrarme si quieres —ofreció con un brillomalicioso en los ojos.

—Muy bien, lo haré.

 Jessica se acercó y hundió las manos en los bolsillos de los pantalones buscandolas llaves. Los dos se encontraban vacíos pero sus dedos de repente tocaron la durezade los músculos de la pelvis y los muslos y se sintió tentada de dejarlas allí.

—Imagino que sabes lo que haces —provocó Alun—. La zona que estás tocandoes muy sensible y espero que estés dispuesta a sufrir las consecuencias de tus actos.

Comprendiendo lo que quería decir, intentó sacar las manos de los bolsillos,sólo para encontrarse que los dedos de él se habían cerrado alrededor de susmuñecas y la estaba obligando a tocarle el cuerpo. Protestando, irguió la cabeza, peroél le cubrió la boca con los labios.

Furiosa consigo misma y con él, por haber permitido que la engañara para quese aproximara tanto a él que, sin querer, provocó que se excitara, Jessica hizo todo loposible por liberarse, pero sin éxito. Soltándole las muñecas, Alun la abrazó y susmanos le recorrieron el cuerpo.

A pesar de ello trató de luchar contra la ola de sensualidad que la inundaba,pero el deseo pudo más que ella. Arqueándose hacia Alun, invitándolo, alzó losbrazos y los posó por detrás de su nuca, devolviéndole los besos con ardor,dominada por completo por su excitación.

Despacio, él apartó su boca y colocándole las manos en la cintura, la separó unpoco.

—¿Por qué no reconoces que deseas quedarte otra noche conmigo? —susurróronco.

—¡No, no lo deseo, no puedo! —balbuceó temblorosa—. Ya te dije ayer que novine aquí para… para esto.

—¿Entonces por qué viniste? —insistió él con voz seca y mirándola, furioso.Asiéndola por los hombros la sacudió—. ¿Qué demonios te sucede? ¿Para qué teníasque venir aquí a atormentarme?

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—Yo… antes que nos separáramos para siempre. Alun por favor, suéltame, ¡meestás lastimando!

—¿Lo estoy haciendo? No finjas que te sorprende que lo haga —replicó con losdientes apretados—. ¡Dios, parece que no puedo hacerte comprender lo que quierocon palabras, así que debo recurrir al tacto!—la apretó con fuerza y sus dedos se

enterraron en la delicada piel haciéndola lanzar un grito de dolor y él se sonrió condesdén—. Cuando te toco así, quiero decir que estoy furioso pero cuando lo hagoasí… —las manos descendieron por su espalda, acariciándola hasta el trasero,estrechándola contra él y moviendo sus caderas contra las suyas, haciéndola sentir suexcitación—. Y así… —le besó el lóbulo de la oreja y después se lo mordisqueó—,quiero decir que te deseo. ¡Por Dios, cuánto te deseo! —gimió—. Te quiero toda,entera en mi cama, cerca de mí. Quiero el regalo que recibí en una ocasión y queperdí, aunque no fue mi culpa.

—¡Fue tu culpa! —gritó Jessica, encontrando la fuerza suficiente para separarsede él y luchó para controlar sus emociones—. No me amabas lo suficiente; enrealidad nunca te interesé lo suficiente para pedirme que me fuera contigo, no lo

suficiente para pedirme que te acompañara aquí. No me amabas; si me hubierasamado, no habrías tenido una aventura con esa mujer en Nueva York…

—¡Yo no tuve una aventura con Ashley! —la interrumpió, gritando. Estabapálido y sus ojos lanzaban destellos—. ¡Cuántas veces tendré que decir que loimaginaste!

—¡No lo imaginé, no lo imaginé! —gimió apartándose de él y poniendo la mesaentre los dos, asustada por su enojo—. Sally me lo dijo, Sally me dijo por qué siempreviajabas a Nueva York. ¡Ibas a ver a esa mujer!

—¿Sally? —Alun se detuvo y la miró con incredulidad—. ¿Por qué tendría que

decirte Sally algo como eso?—No lo sé, pero lo hizo.

—¡Y le creíste! ¡Te atreviste a creerle! —la acusó, acercándose de nuevo—. Noconfiaste en mí, dices que yo no te amaba lo suficiente, pero, ¿qué me dices de ti? —su voz descendió hasta convertirse en un susurro amenazador—. Tú no me amabas onunca le hubieras creído a esa tonta y celosa prima mía. Habrías permanecido ennuestro apartamento esperando a que regresara, como siempre lo hice durante losaños que estuvimos juntos. Pero no aguardaste, no me amabas lo suficiente paraesperar.

La alcanzó junto a la puerta y se inclinó hacia ella. Jessica sintió el aliento

caliente en su mejilla y sus ojos enfrentaron de nuevo, furiosos, los de Alun."Nunca me amaste, no realmente, no de veras —susurró él—. Sólo fui un

capricho para ti, al igual que para Sally. Igual que sucede ahora con Glynis. No teníasla madurez necesaria para amarme, chiquilla mimada.

¡Eso no es cierto! —gritó—. Te amaba, lo sé. Si tú me hubieras amado, nohabrías permanecido alejado de mí por casi dos años. Hubieras venido a Beechfield ome hubieras escrito, pero no me amabas y ahora tampoco me amas.

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—¿Entonces, por qué te deseo tanto?—murmuró Alun con los ojos brillantes dedeseo, mientras sus manos le recorrían los hombros hasta el cuello.

—Oh, no me toques, por favor, no me toques —gimió ella—. La atracciónfísica… el deseo… no es amor. Sólo lujuria y eso no significa nada. No es suficiente,al menos para mí.

—¿Quieres decir que lo de esta mañana, lo que hicimos esta mañana nosignificó nada para ti? —le preguntó Alun con voz ronca.

De repente dejó caer las manos a los costados y se apartó de ella.Aprovechando su momentánea vacilación, comprendiendo que lo había lastimado dealguna forma y deseando no haberlo hecho, Jessica tomó el impermeable que estabacolgado detrás de la puerta y comenzó a ponérselo.

—¿Qué vas a hacer?—quiso saber Alun. Cruzó los brazos sobre el pecho y laobservó con el ceño fruncido.

—Tengo que ir a Dolgellau de cualquier manera —respondió, cortante—. Debohablar por teléfono con mi madre. Mañana será cuando el banco nos embargue por elpréstamo que tomó papá y le prometí que yo estaría allí, le aseguré que podría evitarel embargo. Estará preocupada pensando en qué me ha sucedido, por qué no heregresado a Beechfield. También tengo que llamar a Chris Pollet.

—¿Quién.es él? —inquirió Alun.

—El hombre que está dispuesto a invertir en la compañía Martin para evitar laquiebra —murmuró dirigiéndose hacia la puerta y la abrió—. Iré caminando hasta elpueblo, pasaré la noche en la casa de huéspedes allí y haré que por la mañanaalguien me busque el coche —se volvió hacia él—. A menos que me des las llaves —añadió con tono suplicante—. Por favor, Alun, por favor, compréndeme. ¡Tengo queirme!

Vio algo en los ojos sombríos, algo que pudo ser un destello de dolor, pero fuedemasiado breve para que pudiera estar segura. De inmediato, se le endureció laexpresión del rostro y su mirada fue otra vez fría e impersonal. Sin decir una palabra,salió al patio y Jessica lo siguió, observando que se dirigía hacia el cobertizo de lasgallinas. Segundos después regresó y le entregó el llavero.

—Gracias —murmuró sin mirarlo, temerosa de que, si lo hacía, se debilitaría sudecisión de partir.

—¿Regresarás una vez que hayas hablado por teléfono?

—No. Conduciré hasta donde pueda esta noche. Quizá lo haga toda la noche

para estar en la fábrica por la mañana. Debo ir, Alun, tengo que intentar salvar elnegocio —murmuró y apartándose de él, cruzó el patio hacia la reja.

La abrió y cerró despacio, mirando por última vez las paredes blancas de la casaque relucía a través de la niebla.

Alun no la siguió. Ni siquiera estaba allí para hacerle un último ademán dedespedida. Con una exclamación de dolor, Jessica dio la vuelta y comenzó a alejarsepor la carretera.

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suficiente para recordar dónde había estado y adonde se dirigía cuando ocurrió elaccidente.

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Capítulo 5Abrió los ojos y miró a su alrededor. Era una habitación pequeña y muy

sencilla, las paredes estaban pintadas con un agradable color rosado y los marcos delas ventanas y las puertas eran blancos. Se encontraba acostada en una cama alta yancha, con sábanas blancas, sobre su cabeza pendía un frasco lleno ce un líquidoincoloro, del cual descendía un tubo que desaparecía bajo la amplia manga de la batablanca que tenía puesta; le parecía, que el tubo estaba sujeto a su brazo izquierdo.

 Junto a la cama había una mesa en la que había un jarrón con flores, una jarra deagua y un vaso, y en la pared frente a ella, un aparato de televisión. A través lasventanas asomaban las copas de los árboles agitados por el viento y el cielo estabagris y nublado.

Sorprendida, intentó incorporarse sin lograrlo, trató de mover las piernas ytampoco pudo. Dominada por el pánico, gritó:

—¡Auxilio! ¡Ayúdenme! —su voz era ronca y débil, como si hiciera tiempo queno la había utilizado y esto hizo que aumentara el pánico que la embargaba. Estabaen un lugar desconocido, sentía la cabeza Como si la tuviera llena de algodón y notenía la menor idea de quién era y cómo había llegado allí. De nuevo intentó gritar yesta vez el ruido fue más alto. De inmediato, se abrió la puerta y apareció una mujer.Estaba vestida con un uniforme de enfermera y llevaba una bandeja en la mano. Seacercó a la cama, sonriendo.

—¿Qué lugar es éste? —le preguntó Jessica.

—El hospital del condado —contestó la enfermera, dejando la fuente sobre lamesa.

—¿Qué hago aquí?

—Se está recuperando, al menos eso espero —repuso la mujer, sonriendo—. Esagradable escucharla hablar; ha estado en silencio demasiado tiempo.

—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

—Más de seis semanas.

—Oh —Jessica frunció el ceño; ahora le parecía que su cerebro estaba envueltoen una espesa niebla.

—¿Por qué? No puedo recordar nada. ¡Sabe usted… es decir… puede usteddecirme quién soy?

—¡Oh, Dios!—exclamó la mujer y salió rápidamente de la habitación.

Cuando regresó, apareció acompañada de otra enfermera, una mujer mayor,con un uniforme un poco diferente. En su rostro largo y delgado se veían impresaslas líneas de autoridad, los ojos fríos eran de color azul y la mirada penetrante.

—¿Cómo nos sentimos hoy? —le preguntó.

—No estoy segura, parece que no me puedo mover y no sé quién soy —se lellenaron de lágrimas los ojos—. ¿Por favor, quiere decirme mi nombre?

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—Usted es Jessica Martin —le contestó la enfermera mayor. La otra, más joven,estaba de pie detrás de ella, mirándola con curiosidad—. Sufrió un accidenteautomovilístico muy grave que le ocurrió cuando regresaba a su casa desde Gales.Durante algún tiempo ha estado en coma, pero afortunadamente, en esta últimasemana ha mostrado señas de recuperar el conocimiento. Nos sentimos muycontentas y tan pronto como sea posible, le quitaremos el suero intravenoso y podrácomer de nuevo con normalidad y comenzará a hacer ejercicios de fisioterapia. Esofortalecerá sus músculos para que pueda caminar de nuevo.

—Gracias —Jessica se quedó en silencio durante un rato, mientras pensaba enlo que la enfermera le acababa de decir, tratando de comprender su significado.Había reconocido su nombre y comenzaba a recordar algunas cosas; a sus padres, sucasa en Beechfieid.

—Yo soy la hermana Leyland —añadió la enfermera mayor—, y ella es laenfermera auxiliar Blewitt. La hemos atendido en esta unidad de cuidado intensivomientras estaba en coma —la miró con fijeza—. ¿Recuerda algo ahora?

—Algunas cosas; recuerdo a mis padres y mi casa en Beechfield ¿Dónde estáeste hospital?

—Cerca de Aylesbury, la trajeron aquí después del accidente.

—No recuerdo nada del accidente o de lo que ocurrió antes ¿Qué estaríahaciendo yo en Gales? —murmuró Jessica.

—Bien, no se preocupe por eso ahora. Estoy segura de que al recuperarse,empezará a recordar —la tranquilizó la hermana Leyland—. Pronto vendrá avisitarla su madre y podrá hacerle más preguntas. Quizá al verla recupere lamemoria. Esperamos que así sea.

Después que le tomaron la temperatura, se quedó acostada, tranquila,observando los árboles a través de la ventana, pensando una y otra vez en lo que lehabía dicho la enfermera, temerosa de olvidarlo. Gales. ¿En dónde se encontrabaGales? Bien, esa parte de su memoria trabajaba bien; sabía dónde estaba Gales.Situada al oeste de Inglaterra, era una región hermosa, un lugar de montañas, vallesy lagos, todo envuelto en una misteriosa niebla.

¿Qué hacía ella allá? Desesperada, trató de recordarlo, pero al igual que lasmontañas de Gales, su mente estaba envuelta en una bruma, oscura y el esfuerzo quehizo para penetrar en esas sombras, le provocó un terrible dolor de cabeza. Se sintiómuy cansada, cerró los ojos y se quedó dormida.

Cuando despertó de nuevo, había una mujer junto a la cama, colocando rosasen un jarrón. Era una mujer alta, de cabello canoso, corto y tenía puesto un traje delana azul con una blusa blanca.

Cuando terminó de colocar las flores, retrocedió para contemplarlas. En esemomento se dio cuenta de que Jessica la miraba y sonrió, mostrándole unos dientesperfectos y en sus ojos grises vio , afecto y buen humor.

—Hola, querida —saludó, sentándose en una silla junto al lecho—.

—¿Dormiste bien?

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—Sí, gracias —Jessica le devolvió la sonrisa y levantando una mano, se latendió con debilidad—.

—Hola, mamá —murmuró.

—No sabes cuánto me alegra oírte hablar de nuevo —respondió Anthea Martin,tomando entre las suyas la delicada mano de Jessica. Pudo ver el brillo de las

lágrimas en sus ojos grises—. Ha pasado mucho tiempo desde el accidente yestuviste muy grave. Hubo momentos en que… en que pensé que nunca terecuperarías, que tendrías que pasar el resto de tu vida en una de esas máquinas. Sinembargo, los cirujanos y las enfermeras se han portado de maravilla. Hoy me dijeronque había pasado lo peor y que dentro de poco podrás caminar de nuevo y regresar acasa.

—No puedo recordar —susurró Jessica—. No puedo recordar mucho de mivida antes de despertar y encontrarme aquí, esta tarde. Ni de mi nombre meacordaba. Tuvieron que decírmelo.

—¡Oh, pobrecita mía! —Anthea la miró, preocupada—. Debió ser terrible para

ti, pero sí me recuerdas, ¿no es cierto?—Sí, te recuerdo y también a papá… y creo que recuerdo la casa, pero todo lo

demás está envuelto en sombras. Tengo la mente llena de bruma y no puedo ver através de ella. Es igual que aquella niebla…

—¿Qué niebla, querida?

—La niebla en las colinas —Jessica cerró los ojos y de inmediato se vio en un jardín lleno de flores frente a una casa de paredes blancas. Abrió los ojos y sonrió asu madre—. Te hubiera gustado el jardín —aseguró—, pero necesitaba de cuidados.

—¿Qué jardín?—preguntó Anthea, asombrada.

—No lo sé, no puedo recordarlo —Jessica frunció el ceño. Le dolía la cabeza—.No puedo acordarme de nada —gimió—. ¿Oh, qué voy a hacer? La enfermera medijo que tuve un accidente y que ocurrió cerca de aquí.

—Así es, en la carretera MI. El auto salió del camino y la policía piensa que sinduda, te quedaste dormida al volante. Sucedió temprano por la mañana; sufristeheridas en la cabeza, las costillas y la columna vertebral y estuviste en estado decoma hasta esta semana. Todos hemos estado muy preocupados por ti —la voz deAnthea tembló un poco y sacando un pañuelo del bolso, se limpió la nariz y cerró losojos. Después intentó sonreír—. Pero ahora vas a recuperarte y cuando estés másfuerte y puedas caminar, estoy segura de que recobrarás la memoria.

Pero lo que Anthea Martin esperaba, no ocurrió. Aunque Jessica se fortaleció, leretiraron los sueros y pudo comenzar el tratamiento de fisioterapia, permaneció laniebla en su mente, escondiéndole todo lo que había hecho o sucedido durante losdos años anteriores al accidente. Sabía quién era, que estaba casada; sabía que habíatrabajado en la compañía de muebles de su padre, pero no recordaba nada deltiempo transcurrido desde que Alun regresó de un trabajo en Sudamérica dos añosantes. No recordaba la discusión, su separación y que se habían visto en Gales.

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En varias ocasiones la visitó una psiquiatra, una pequeña mujer india, llamadadoctora Mehta, quien se sentó a su lado y charló con ella sobre el problema de lapérdida de memoria.

—Con frecuencia ocurre cuando una persona sufre una fuerte conmoción, comola suya —le explicó. Usted padece una interrupción temporal de la memoria que está

actuando como una especie de protección. Es posible que hayan ocurrido cosas en suvida que no desea recordar; problemas que le ocasionaron inquietud y dolor. Pero noquiero que se esfuerce intentando revivir el pasado, sólo acepte cada día como vieney concéntrese en recuperar la salud y la fuerza. Hablaremos de lo que vayarecordando cada día y quizá, poco a poco, comenzará a acordarse de más cosas.

Los músculos de Jessica fueron fortaleciéndose con lentitud, hasta que al finpudo sentarse sin ayuda y comer sola. Después comenzaron los viajes aldepartamento de fisioterapia en una silla de ruedas. Pasaron los días y pudo vercómo las hojas de los árboles frente a la ventana comenzaron a cambiar de colormientras pasaba septiembre y llegaba octubre. Anthea la visitaba todos los días.

—Me dijeron que hoy pudiste dar varios pasos sola —comentó su madre unahúmeda tarde en que soplaba el viento con fuerza—. ¿Cómo va esa memoria? ¿Yapudiste recordar a qué fuiste a Gales?

—No, aún no.

—¿Recuerdas que trabajabas en la fábrica de muebles? —le preguntó Anthea,fingiendo indiferencia mientras arreglaba las flores que le había llevado.

—De forma muy vaga, mamá. ¿Existía algún problema relacionado con lacompañía? Me parece que estaba preocupada por la empresa y pensaba hacer algopara salvarla. Anthea la miró con fijeza.

—Sí, había un problema, pero no te lo voy a mencionar porque la doctoraMehta insiste en que no te diga demasiado. Es mejor que lo vayas recordando poco apoco, tú misma. Sólo te diré que el problema fue resuelto y que ya no tienes nada porqué preocuparte. Le vendí el negocio a los Lithgow, quienes ahora son lospropietarios de la compañía. Es lo que tu padre hubiera deseado.

Se agitó la niebla en la mente de Jessica y se levantó un poco. El nombre deLithgow significaba algo para ella; recordó un hombre llamado Arthur Lithgow.

—Arthur —susurró—, Arthur Lithgow, lo recuerdo. Papá quería que me casaracon él.

—¡Maravilloso! —sonrió Anthea—. ¡Has recordado algo más! ¿Fue el nombre,

no es cierto? Fue el nombre lo que atravesó la bruma de tu mente.—Pero, ¿por qué le vendiste el negocio? Había otra persona interesada, ¿no es

cierto? Estoy segura de que había alguien más que quería ayudarnos; había algunaotra cosa que podíamos hacer.

—Escúchame —intervino Anthea con tono firme—, cuando no regresaste deGales y después la policía vino a verme y me dijo que estabas gravemente herida yen estado de coma, tuve que tomar una decisión. El banco nos hubiera embargado sino lo hacía y Martin e Hijo Limitada se habría perdido. Por lo tanto, fui a ver a

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Arthur y él estuvo de acuerdo en quedarse con la compañía y que tú y yosiguiéramos trabajando para él.

—Pero… pero —Jessica trató de apartar la niebla que de nuevo lo cubrió todo—. Oh, no tiene objeto. No puedo recordar lo que iba a hacer, ¿por qué estaba viajandoa Beechfield? Sé que no quería volver, no quería dejar Gales, pero tenía que regresar

para salvar el negocio. Estoy segura de que tenía algo que hacer. ¿Oh, mamá, qué meva a suceder? No puedo caminar bien y no puedo recordar. Soy una inútil…

En ese instante quedó agotada y dos enfermeras entraron de inmediato en lahabitación. Durante un rato todo le resultó confuso más tarde le dijeron que habíasufrido una recaída. Durante tiempo, no hubo más ejercicios ni la visitó la doctoraMehta, tan sólo descanso y sueño inducido con calmantes hasta que se tranquilizó denuevo. Cuando se recuperó, las pocas hojas que quedaban en las ramas de los árboleseran de color marrón, estaban secas y en los siguientes días desaparecieron porcompleto. Había llegado noviembre.

Comenzaron de nuevo los ejercicios de fisioterapia, pero no hizo intento alguno

por caminar; se conformaba con permanecer sentada en la silla de ruedas leyendonovelas de misterio. Un día, cuando Anthea la visitó, le llevó rosas; rosas cojas aúnen capullos, un ramo arreglado por un hábil florista, con las flores venía una tarjeta y

 Jessica la sacó del sobre. Había sólo un sencillo mensaje escrito en ella: "Te verépronto, Alun".

Se quedó contemplando el nombre. Alun. De nuevo la niebla se agitó en sumente y se despejó un poco. Vio el rostro de un hombre, delgado, con el ceñofruncido, una sonrisa burlona en los labios y ojos de águila de color dorado. Alun, suesposo. Miró a su madre.

—¿En dónde está Alun ahora?—le preguntó.

—Sigue en Gales, querida, pero vendrá a verte tan pronto como pueda —contestó Anthea, Observándola con atención.

 Jessica estudió las rosas que había colocado sobre su regazo y tocó una de ellascon la punta de un dedo.

—Fui a Gales a verlo —murmuró—. Pero no puedo recordar por qué lo hice —miró de nuevo a su madre—. ¿Sabes por qué?

—No, querida, no lo sé. Decidiste ir y sólo me dejaste una nota diciéndomeadonde habías ido y cuándo regresarías.

—¿Sabe él que sufrí un accidente?

Por un instante Anthea pareció sentirse incómoda, como si la hubieranatrapado haciendo algo que no debía.

—Ahora lo sabe. Yo…yo le escribí diciéndoselo cuando tuviste aquella recaída.Hoy recibí estas flores y una carta. Vendrá mañana.

La niebla lo cubrió todo de nuevo, haciéndose más espesa. Jessica contempló elnombre escrito en la tarjeta, confiando en que pudiera traerle más recuerdos de Alun,pero nada sucedió.

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Sin embargo, lo reconoció tan pronto como entró en su habitación al díasiguiente y sintió cómo se aceleraban los latidos de su corazón. Vestido con un trajede pana, color beige y una camisa color crema, parecía sombrío y tenso. Se acercódespacio y de repente se arrodilló junto a su silla.

—Jess… oh, Jess, lo siento tanto —murmuró y la besó en la mejilla—, no sabía

que estabas herida. Todos estos meses y yo lo supe, hasta la semana pasada. No melo dijeron, ¿por qué no lo hicieron?

—No lo sé —susurró, tomándole las manos y mirándolo—. Pero me alegra quehayas venido, he deseado mucho que vinieras. Por favor, bésame otra vez..

Él inclinó la cabeza y besó los labios que se le ofrecían. Jessica cerró los ojos ydejó que recorriera su interior el cálido afecto de la dulce caricia. Cuando terminó, élse levantó y acercó una silla para sentarse a su lado.

—¿Te han dicho… quiero decir, te ha dicho mamá que tengo amnesia y nopuedo recordar mucho sobre mi vida antes del accidente? —le preguntó ella—. Nopuedo recordar por qué fui a Gales. Mamá me dijo que había ido a visitarte, ¿es

cierto?—Sí, pero te acordaste de mí al verme entrar. ¿Recuerdas que estábamos

casados?

—Oh, sí. Recuerdo la mayor parte de mi vida antes del accidente —contestósonriendo—. Me acuerdo que nos casamos y que vivíamos en un apartamento juntos.¿Qué hacías en Gales?

—Escribía un libro sobre mi padre. Ya lo terminé y se lo entregué al editor —losojos de Alun se entrecerraron al mirarla con fijeza—. ¿No recuerdas a qué fuiste averme allá?

—No —repuso Jessica, negando con la cabeza y el cabello, espeso y largo, brillóbajo la luz que entraba por la ventana. Lo miró a los ojos—. No me acuerdo de nadadesde la última vez que te vi.

—¿Y cuándo fue eso? —ahora era él quien fruncía el ceño.

—En el apartamento. Habías regresado de un trabajo, creo que de Sudamérica—arrugó la frente tratando de concentrarse—. Recuerdo que me sentí contentacuando volviste; creo que no quería que te fueras de nuevo, pero … —se detuvo,moviendo la cabeza otra vez—.Yo… no puedo recordar más y me canso mucho alintentar adivinar lo que se ocultaba detrás de la niebla que nubla mi mente —lo mirósuplicante, buscando su ayuda, como siempre lo había hecho—. ¿Oh, Alun, qué

haré? No puedo recordar dos años completos de mi vida.—Quizá no vale la pena recordar esa parte —murmuró él, tomándole las

manos—. Es posible que sea mejor olvidarlo. No trates de forzar tu memoria, dejaque las cosas sigan su camino normal y concéntrate en ponerte lo bastante bien parasalir de aquí. Quiero que dejes el hospital lo más pronto posible para llevarteconmigo. Nos iremos lejos, a un lugar donde sé que puedo cuidarte; pasaremos unasvacaciones juntos.

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—Pero… pero… no me dejarán salir de aquí hasta que… hasta que puedacaminar bien —balbuceó, mirándolo con adoración. Había regresado el caballeroerrante que siempre venía en su auxilio, el que siempre la ayudaba cuando teníaalgún problema.

—Lo harán cuando sepan que yo voy a cuidarte. Me han dicho que no puedenhacer mucho más por ti; físicamente estás saludable; es algo mental lo que evita quecamines y recuperes la memoria —Alun se detuvo y la miró, preocupado—. Tegustaría ir conmigo, ¿no es cierto?

—Oh, sí, me encantaría acompañarte, pero, ¿adónde iremos?

—Ya lo verás cuando lleguemos allí —contestó Alun con tono de burla mientrasse levantaba y Jessica se sintió dominada por el pánico. Él se iba, la dejaría y sabíaque no podría soportar el dolor de separarse de él. Extendió los brazos y lo tomó dela mano sin soltarlo.

—No te vayas —suplicó.

—Tengo que hacerlo, ya terminó la hora de visita.

—Pero, ¿volverás de nuevo? ¿Mañana?

—¿Quieres que venga?

—Sí, sí quiero. Por favor, ven todos los días hasta que pueda irme contigo.

—Haré todo lo posible —prometió Alun e inclinándose, la besó de nuevo, conmucha suavidad, en los labios. Cuando Jessica abrió los ojos después que terminó elbeso, él ya se había ido.

Permaneció sentada e inmóvil durante largo rato, pensando en él. Le parecía

extraño que pudiera recordar cuándo lo conoció, cuándo se enamoró de él y sumatrimonio, pero cada vez que trataba de pensar en lo que había ocurrido despuésde su regreso de Sudamérica, todo lo encontraba envuelto en una espesa niebla.

Al día siguiente, cuando se reunió con la doctora Mehta, le contó a la psiquiatralo que le sucedió al ver a Alun el día anterior; le dijo que lo reconoció de inmediato yque recordaba los dos primeros años de su matrimonio. La doctora la escuchó, comosiempre, con mucha atención y los grandes ojos de color castaño llenos decompasión.

—Algo debió suceder en ese momento que no le agradó —informó la doctoraMehta después de un rato—, fue algo que la lastimó y ahora su mente se niega aenfrentarse con esa dolorosa realidad. ¿Cómo reaccionó su marido ante la amnesiaque padece usted?

—Me dijo que no intentara recordar demasiado, que dejara que las cosassiguieran su curso.

—Es un buen consejo. ¿Vendrá a verla?

—Sí, quiere llevarme de vacaciones con él, si el hospital lo permite.

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—No tendrá ningún problema para obtener la autorización. Ya hemos hechotodo lo que podíamos para ayudarla y puesto que él ha mostrado el deseo decuidarla, creo que lo mejor es que su marido continué con su rehabilitación. Perotengo que hablar con él en relación a la pérdida de memoria, pues es importante queno le cuente nada de lo que ocurrió durante los dos últimos años de su vida y de suvisita a Gales. Debe tener la oportunidad de recordar por sí misma lo que sucedió,sólo de esa forma estará segura de que en realidad su memoria está funcionando connormalidad y no se producirá otra recaída. ¿Me comprende?

—Sí, creo que sí.

Con el paso de los días, verá con más frecuencia a su esposo es posible querecuerde cada vez más y más. Fue una buena idea que su madre lo llamara —ladoctora Mehta se levantó—. La veré pasado mañana, si algo no hace necesario quehablemos antes.

La doctora abandonó la habitación y Jessica se quedó sola, inmóvil, mirando lasramas de los árboles agitadas por el viento. Su madre había enviado a buscar a Alun,

él no había venido por su propia voluntad. ¿Por qué?Esa noche se sintió intranquila, pensando en Alun, preguntándose por qué no

había ido a visitarla antes. Le atormentaban las preguntas que se hacía sobre surelación y que permanecían sin respuesta, debido a que su mente se negaba aproporcionárselas. Debía haber algo envuelto en aquella niebla que le impedíarecordar. Estaba decidida a interrogar a Alun sobre el estado de su matrimonio, perose sintió decepcionada porque él no fue a verla al día siguiente; cuando su madrellegó a la hora de visita, en vez de saludarla con el mismo placer de siempre, lepreguntó irritada:

—¿Dónde está Alun?

—Tuvo que ir a Londres para ver a un editor de la compañía que va a publicarel libro sobre su padre. Me pidió que te enviara su cariño y te dijera que mañanavendrá sin falta —Anthea se sentó—. No sé si lo sabes, pero fue idea mía enviar porél, pues tenía la certeza de que comenzarías a mejorar tan pronto como lo vieras. Hoyte veo mucho mejor, más parecida a ti misma, no tan retraída y distante.

—Pero aún no puedo recordar por qué fui a Gales para verlo y qué sucedió allí—gruñó Jessica—. ¿Por qué no vino a verme antes? ¿Acaso no sabía que sufrí unaccidente? ¿Por qué no se lo dijiste? ¿Por qué la policía no le avisó a él en vez de a ti?

—Bueno, ellos me lo dijeron primero porque en tu licencia de conducir estaba ladirección de Beechfield, lo que les hizo suponer, acertadamente, que vivías allí —fue

la respuesta evasiva de Anthea—. No tenías ningún documento que indicara queeras la esposa de Alun, sabes que cuando te casaste no cambiaste el apellido.

—¿Oh, no lo hice? —esto era algo que no había recordado—, ¿Por qué no?

—Porque parece que ahora la moda es que las mujeres conserven su apellidocuando se casan, en especial si tienen una carrera que desean continuar —contestóAnthea con frialdad—. No puedo decir que me agraden mucho estas nuevas ideassobre el matrimonio… eso de estar casado pero mantener sus propios trabajos… es

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algo que siempre les ha parecido agradable a Alun y a ti —se interrumpió,llevándose la mano a la boca—. ¡Oh Dios! —murmuró—, ¡ya lo hice! La doctoraMehta me dijo que no debería mencionarte cosas que tú no pudieras recordar por timisma —miró preocupada a Jessica—. Al principio no le conté a Alun que habíastenido el accidente porque no estaba segura de cómo iban las cosas entre ustedes. Erauna relación que me parecía tan extraña —añadió con un suspiro—. Cuando se lodije, me escribió diciéndome que mientras me mantuviera en contacto con él y lotuviera informado de cómo te desenvolvías, se quedaría en la granja para atenderalgunos asuntos que tenía pendientes en Gales.

—Ya veo —de repente Jessica se sintió muy triste. Sus negocios habían tenidomás importancia para Alun que ella—. Así que cuando fui a verlo a Gales, novivíamos juntos.

—No, no estaban viviendo juntos.

—¿Por qué no?

—No puedo contestarte esa pregunta, querida —repuso Anthea—. Tu y él

tienen sus propios acuerdos, siempre fue así. en una ocasión, aunque no estoy segurade lo que querías decirme con eso, me hablaste de la libertad de ir y venir contranquilidad, algo muy necesario cuando se está casada con una persona como Alun.Para mí la libertad llegó cuando me casé con tu padre y al fin pude hacer todasaquellas cosas que siempre deseé. Su amor y su apoyo liberaron mi espíritu, sinembargo, no creo que puedas comprenderme —se levantó—. Ya no puedo quedarmemás; Alun vendrá de nuevo mañana. Gracias a Dios que se ha hecho cargo de tucuidado; él es un hombre mucho más sensible que lo que yo hubiera pensado, másresponsable y maduro. Te llevará de vacaciones por un tiempo —Anthea sonrió—, eslo mejor que pudo ocurrirles y esto demuestra lo mucho que él te quiere y cómodesea que te mejores.

—Sí, imagino que así es —contestó Jessica, pero sin sentirse muy segura de quetodo estuviera bien entre ella y Alun.

Al día siguiente, cuando su marido la visitó, dominó la urgencia de hacerlepreguntas sobre su matrimonio, sabiendo de forma instintiva que la verdad podríaresultar dolorosa. Aunque no lograba recordar lo que sucedió durante los dosúltimos años, podía fingir que su matrimonio había sido feliz y normal. Durante laúltima semana de su estancia en el hospital, se fue convenciendo, cada vez más, deque Alun sólo venía a verla porque era lo que se esperaba de un hombre cuando sumujer se encontraba enferma. Sintió que estaba con ella sólo porque tenía dificultadpara aprender a caminar y porque había perdido la memoria. Una vez que pudiera

caminar, que lograra recordar perfectamente, que no necesitara apoyo, él la dejaríade nuevo. Por eso no hizo esfuerzo para caminar o recordar.

Se hicieron todos los preparativos para su salida del hospital y el día anterior,su madre le llevó ropa de calle.

—Alun vendrá a buscarte y de aquí irán al aeropuerto, para volar a Nueva York—le informó.

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—¿Nueva York? —exclamó Jessica. El nombre de la ciudad la sobresaltó, poralgún motivo no le gustaba y de nuevo se aclaró un poco la niebla en su mente. Sevio con Alun en una habitación y le •estaba gritando: "Siempre vas a Nueva York,vas a verla, ¿no es cierto? A esa mujer. ¡Tienes una aventura con ella!"—. ¿Por quévamos á Nueva York? No me parece un lugar apropiado para unas vacaciones. Alunme dijo que iríamos a algún lugar tranquilo, donde pudiéramos estar solos.

—Así es, en Nueva York tomarán un avión para volar a una isla del Caribe. Unamigo de Alun le prestó una villa. Por lo que he oído, es maravillosa, está situada enun farallón desde donde se domina una hermosa playa. Según me dijo, es un lugarmuy solitario e incluso tiene una piscina donde podrás nadar y fortalecer tu columnavertebral y las piernas.

—Oh —Jessica se sintió más tranquila—. Eso me parece mejor pero, la ropa,¿cómo resolveré ese problema? No tengo prendas que sean adecuadas para eltrópico.

—Puse en una maleta todos tus vestidos de verano y los trajes de baño. Alun

dice que irán a la parte francesa de Saint Martin y que en Marigot, la capital del ladofrancés de la isla, hay tiendas donde podrás comprar lo que desees. Parecemaravilloso, una pequeña porción de Francia en el Mar Caribe. Te traje el vestidoverde de lana para que te lo pongas mañana durante el vuelo a Nueva York.

—Pero… ¿cómo podré subir al avión?—preguntó Jessica dominada por elpánico—. No… no puedo caminar mucho.

—No te preocupes por eso, todo está solucionado. Te darán un tratopreferencial, te llevarán en silla de ruedas hasta el avión y allí te cargarán o teayudarán a caminar hasta el asiento. Alun ya lo ha arreglado todo, puedes confiar enél. Vendré por la mañana para ayudarte a vestir y después los acompañaré al

aeropuerto. Buenas noches, querida —Anthea se inclinó y la besó—. Que descanses. Jessica no pudo dormir bien, pues estaba demasiado excitada. Tenía los nervios

en tensión y le dolía la cabeza mientras dejaba correr libremente su imaginación,pensando en el vuelo a Nueva York, el viaje a Saint Martin, la llegada a una lujosavilla en una roca, sobre una hermosa playa, estaba segura de que nunca había estadoen el trópico, ya que jamás llegó más al sur que la isla de Wight. Al fin se quedódormida y sus sueños estuvieron llenos de ondulantes palmeras y de la espumablanca de las olas.

—Será muy distinto a Gales —le dijo a Alun, al día siguiente mientras estabansentados en el avión, volando sobre el Atlántico.

—¿Qué lo será? —preguntó él y aunque lo hizo con tono indiferente, pudosentir su repentina tensión al oírla mencionar Gales.

—La isla de Saint Martin, adonde vamos —contestó, mirando por la ventana lasnubes y el cielo azul que los rodeaba.

—¿Te acuerdas de Gales entonces? —inquirió Alun con voz baja.

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—Un poco, no mucho. Recuerdo la niebla, unas paredes blancas que brillaban através de la bruma gris y una planta que crecía en el jardín. Hay un jardín en lagranja, ¿no es cierto?

—Uno pequeño.

—Necesita que le arranquen las hierbas porque no lo cuidas muy bien —lo

amonestó—. Imagino que estabas demasiado ocupado escribiendo —lo miró y sonriócon ternura—. Dai Jones me dijo que sería mejor que se fusionara tu granja con la deél. Así podrían administrarlas de forma más eficiente y… —se interrumpió y locontempló con los ojos muy abiertos—. Alun —susurró—, ¿escuchaste lo que dije?Recordé algo de Gales, recordé a un hombre llamado Dai Jones, muchas ovejas y dosperros. ¿Existe ese hombre? ¿No lo habré imaginado?

—No, Dai Jones existe y lo conociste cuando estuviste en Gales. Su granja está junto a la mía.

—¡Oh, gracias a Dios por eso!—Jessica se reclinó en el asiento, aliviada y cerrólos ojos. El esfuerzo la agotó y ahora, de nuevo, su mente estaba en blanco. Se hundió

en un sueño intranquilo.Unas horas más tarde observaba desde el avión la gran ciudad americana, con

sus edificios grises y blancos brillando bajo el pálido sol de noviembre. Le sorprendióver muchos árboles entre los edificios, los puentes cruzaban el agua azul-gris,uniendo la isla de Manhattan con la tierra firme y Long Island. Por debajo de lospuentes pasaban, despacio, grandes barcos de carga.

Una hora y media después se encontraba en otro avión, despegando de nuevo.Durante un rato pudo ver tierra a través de la ventana, campos verdes y amarillos,espesos bosques y ríos brillantes. Después, las nubes envolvieron el avión y todo seperdió de vista.

 Jessica se sentó tensa, evitando mirar a Alun. Desde que había mencionado áDai Jones, desde que se quedó dormida en el otro avión, recordó mucho más sobreGales. Ahora sabía por qué fue allá. Había ido a pedirle el divorcio para podercasarse con otro. Aún no lograba recordar quién era ese hombre, ni la respuesta quele había dado Alun a su petición.

Quería decirle lo que había recordado, pero no se atrevía. Si él sabía que pudoacordarse de Gales y de todo lo que sucedió allí, quizá pensara que ya no tenía quequedarse con ella. Podría cambiar de idea sobre las vacaciones en un paraíso tropical.

Por ese motivo permaneció en silencio, guardando para ella todo lo que habíarecordado sobre su visita a Gales y, además, porque no quería saber lo que élrespondió a su petición de divorcio. No quería divorciarse de Alun, quería vivir conél el resto de su vida, porque ahora comprendía que lo amaba y que siempre lo amó.Mientras viviera, no habría otro hombre para ella. Alun era su primer y único amor.

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Capítulo 6El cielo formaba un arco azul brillante y en el lejano horizonte había pequeñas

nubes que se movían muy despacio. El aire era cálido, pero no húmedo, impregnadodel aroma de las plantas exóticas y del olor salado del mar. Abajo, en una playa, lasolas susurraban acariciando la arena bañada por el sol caliente.

Reclinada en un sillón, en una terraza de piedra que parecía colgar entre el cieloy el mar, Jessica estaba tomando el sol, con la piel clara cubierta con lociónbronceadura y la cabeza protegida por un sombrero de paja. Estaba acostada bocaabajo, tratando de leer un libro. Pero no lograba concentrarse y con un suspiro querevelaba su aburrimiento, lo cerró y dándose vuelta se incorporó para mirar el mar.Era de color azul brillante y aunque tenía puestos lentes oscuros, tuvo que cubrirselos ojos con una mano debido al reflejo del sol en el agua. Al fin localizó la forma dela pequeña vela, un triángulo sobre la silueta brillante de una tabla. Mientras loobservaba, la vela .aumentó de tamaño al acercarse a la playa y pudo distinguir loscolores: naranja con una doble franja amarilla. También pudo ver la figura de la

persona que controlaba el velero. Sabía que se trataba de Alun, disfrutando de unode los deportes al aire libre que dominaba tan bien.

Lo perdió de vista al quedar oculto por una roca que sobresalía unos cuantosmetros debajo de la terraza y donde una piscina brillaba como una joya de colorturquesa. Se reclinó de nuevo y cerró los ojos, suspirando. Pronto iría a verla Alun ala terraza para preguntarle cómo se sentía. Después que ella le contestara, se sentaríaun rato a su lado mientras crecía la tensión entre ellos, de forma lenta pero inevitable,hasta que uno de los dos decidía moverse, buscando una disculpa para dejar al otro yentrar en la casa o ir a la playa.

Con una ligera exclamación de disgusto, Jessica se incorporó contemplando el

Mar Caribe, azul bajo los rayos del sol. Ella y Alun llevaban dos semanas en elCapricho del Rey, que era el nombre de la villa. Otra semana más y tendrían queregresar a Inglaterra, terminarían las vacaciones que planearon para que Jessicarecuperara por completo la salud. Ella regresaría a trabajar a Lithgow Limitada comodiseñadora de muebles y Alun, ¿adónde iría él? ¿Regresaría a Gales? ¿Volvería aWhitewalls para poner en marcha la escuela con Mavis Owen? No lo sabía, pues élno le había mencionado cuáles eran sus planes y porque ella tampoco le preguntóqué pretendía hacer. No lo hizo ya que no quería decirle que había recordado todo loque sucedió en Gales y durante los dos años de su separación. Temía confesar laverdad porque creía que, tan pronto como él supiera que había recuperado lamemoria, la dejaría. Mientras creyera que seguía enferma, permanecería a su lado,

desempeñando el papel del esposo considerado y atento.Dejó escapar un gemido y escondió el rostro entre las manos. Esa estancia en un

paraíso tropical, las vacaciones en las que puso tantas esperanzas, se habíanconvertido en un infierno para ella. Todo por su culpa, al no atreverse a decirle laverdad a Alun.

Dos semanas de estar juntos y al mismo tiempo sin estarlo, pues él la habíatratado con mucho cuidado, sin mostrar nunca su deseo de hacerle el amor. Los

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besos que se dieron fueron breves muestras de afecto intercambiadas al encontrarse ydespedirse, por la mañana cuando se reunían a desayunar y por la noche, cuando seiban a sus habitaciones separadas.

Al principio, ella comprendió el motivo por el cual Alun no compartía sudormitorio. Aún estaba recuperando su fuerza y le agradeció que se contuviera, pero

ahora le parecía que él no deseaba hacerle el amor. ¿Por qué? Conocía muy bien larespuesta. Porque ya no la amaba, no quería que siguiera siendo su esposa y una vezque todo esto terminara y no hubiera duda alguna de que estaba recuperada porcompleto, le hablaría del divorcio.

Era bondadoso, mucho más que lo que había imaginado, pero en algunosmomentos encontraba cruel esa bondad y deseaba que se comportara connaturalidad, que la atormentara con palabras, que se riera de ella, pero ante todo,anhelaba que le hiciera de nuevo el amor. Estaba deseosa de que la tocara, de sentirsu posesión. Ya estaba sana de nuevo, cada parte de su cuerpo funcionaba perfectamente y necesitaba expresar sus emociones.

Alun llegó, descalzo y vestido con unos pantalones cortos, el torso desnudo,fuerte y bronceado, llevaba dos vasos de jugo de naranja con un poco de ron. Leentregó uno a Jessica y acercando uno de los sillones, se sentó. Hizo un ademán consu vaso, como brindando y tomó un largo sorbo.

—¿Qué hiciste esta tarde?—le preguntó.

—Estuve leyendo.

—¿No has nadado?

—No.

—Deberías hacerlo todos los días.

—Ya estoy cansada de nadar, sobre todo, sola.—Pudiste acompañarme a navegar.

—No sé hacerlo.

—Te podría enseñar.

Se produjo un breve y tenso silencio. Estaban a punto de discutir, podíaadivinar la irritación que sentía Alun hacia ella. En otras circunstancias, si sucomportamiento fuera normal, ya habría explotado y le hubiera dado unademostración de su violento temperamento gales. La inactividad era algo que élnunca pudo comprender y que jamás practicó. Siempre necesitaba hacer algo:

escalar, montar a caballo, nadar, cualquier cosa que lo mantuviera en movimiento.Las últimas dos semanas que había pasado con ella, ayudándola a recuperarse, contoda seguridad fueron un infierno para él.

—¿Alun?

—¿Sí? —no la miró y pareció estar más interesado en el líquido que contenía suvaso. Tenía las piernas estiradas y Jessica sintió un intenso deseo en su interior, tragócon dificultad y sujetó con fuerza sus rodillas con las manos.

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—Suponiendo… suponiendo murmuró—, que nunca recupere por completo lamemoria, que jamás pueda recordar lo que ocurrió desde… desde tu regreso deSudamérica, ¿qué harás?

Alun lo pensó con calma antes de contestar. Terminó de beber y jugueteó con elvaso como si se tratara de un muchacho. Jessica cerró los puños, su comportamiento

la molestaba y deseó quitarle el vaso de las manos y obligarlo a mirarla, insistiendoen que contestara su pregunta. Al fin él se incorporó, dejó el vaso vacío sobre sumesa que se encontraba entre ellos y apoyando los codos en las rodillas y posando elrostro en sus manos, la miró.

—¿Estás segura de que no has recordado nada más sobre esa época? —lepreguntó con frialdad—. Cuando veníamos en el avión, me pareció que te acordastede muchas cosas sobre Gales. ¿No has tenido más recuerdos?

Ante una pregunta tan directa, Jessica se reclinó en el asiento, observando supropio vaso.

—¿No crees que te lo hubiera dicho en ese caso? —respondió temblorosa.

—No lo sé. ¿Lo habrías hecho?

—Aún no has contestado mi pregunta —insistió ella—. ¿Te importaría quenunca recordara lo que sucedió en los últimos dos años?

—¿No es mejor que digas que si me importaría que decidieras no recordarlo?—inquirió Alun, cortante y desdeñoso—. No estoy seguro, tendré que pensarlo —añadió, levantándose—. ¿Quieres otro trago?

—No, gracias.

—Yo sí —informó alejándose hasta desaparecer detrás de los arbustos quecubrían la entrada a la sala.

Sola en la terraza de nuevo, Jessica tomó otro sorbo y esperó a que regresara.Aún no sabía qué haría él si le confesara que había recordado lo sucedido en losúltimos años, si le decía que sabía que estuvieron discutiendo sobre el divorciodurante su visita a Gales.

Cuando terminó su bebida, Alun aún no había regresado a la terraza, por lo quetambién entró en la casa. No estaba en la sala y atravesó un corredor que teníaventanas que podían ser cerradas con persianas de madera en caso de mal tiempo,algo que sólo ocurría en el verano, cuando llegaban las lluvias y los huracanes, segúnle habían dicho.

El corredor conducía a las habitaciones que ocuparan desde llegada, dosdormitorios y un cuarto de baño, además de una pequeña sala. Ninguna de lashabitaciones tenía vidrios en las ventanas, sólo persianas, tampoco había puertas ylos colores eran claros, imitando los tonos del mar. Las dos alcobas estaban separadaspor el cuarto de baño.

Se dirigió a la habitación de Alun, pero tampoco estaba allí. Sólo vio en el suelolos pantalones cortos que había usado, lo que indicaba que estuvo allí, se cambió deropa y salió, pero, ¿adónde?

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Mordiéndose el labio inferior y reprendiéndose por sentirse molesta ya que élno había regresado a la terraza para charlar o acompañarla, porque salió a algúnlugar sin ella y no le dijo a donde iba, Jessica se dirigió a su propio dormitorio y sedejó caer en la cama.

Más deprimida que nunca, desde que estuvo internada en el hospital en

Inglaterra, se quedó acostada durante largo rato, sintiéndose demasiado desdichadapara moverse. Se encontraba atrapada en una situación de la cual sólo ella tenía laculpa, engañó a Alun durante casi dos semanas y él lo había adivinado. Al principio,la amnesia fue provocada, de acuerdo con lo dicho por la doctora Mehta, debido a sutemor por enfrentarse con algo que la había lastimado. Ese algo fue su separación deAlun y saber que él aceptaba divorciarse para poder asociarse con Mavis Owen. Estoseguía provocándole una intensa molestia y dolor y comprendía que aún continuabanegándose a enfrentar la realidad, fingiendo que no recordaba con la esperanza deque Alun llegara a olvidarlo también.

Pero en vez de que su relación volviera a ser como antes de separarse, habíaempeorado. No estaban más cerca el uno del otro, eran como dos desconocidos,

corteses extraños que vivían bajo el mismo techo, compartiendo una mentira, unafarsa que cada vez los separaba más.

La habitación se oscureció al ponerse el sol y comenzó a escucharse en elexterior el ruido de las ranas. Se iniciaba la noche tropical, misteriosa y excitante.

 Jessica se levantó y fue hasta el cuarto de baño, tomó una ducha y después regresó aldormitorio para ponerse un vestido sencillo de algodón rojo. Eran casi las siete de lan0che, la hora en que siempre servían la cena. ¿Regresaría Alun a tiempo?

No lo encontró en la sala ni en la terraza y tampoco había llegado cuando lasirvienta entró para informarle a Jessica que la cena estaba lista para servirla, siquería pasar al comedor.

Al igual que la sala, el comedor estaba abierto en dos lados, de modo que el airepudiera circular. Las velas encendidas lanzaban destellos en las jarras de vidrio ysobre la mesa había pequeños manteles de encaje sobre los cuales relucían loscubiertos de plata.

—Llamó el señor Gowe desde el aeropuerto —informó la doncella—. Dice queno le espere a cenar, pues el avión que fue a esperar está retrasado y llegará en mediahora.

—Oh, de acuerdo, gracias —repuso Jessica, sintiéndose aliviada. Eso queríadecir que Alun no se había marchado para siempre. Se preguntó a quién esperaba enel aeropuerto.

—¿Quiere que sirva la comida?—le preguntó la sirvienta.

—Sí, por favor —de pronto se dio cuenta de que tenía apetito y pensó que granparte de su depresión se debía al hambre.

Se lo diría a Alun esta noche, decidió, mientras probaba el delicioso coctel decamarones. Le confesaría que había recordado todo o al menos casi todo, lo quesucedió durante los dos últimos años. No entraría en muchos detalles, tan sólo le

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diría: "Lo recuerdo" y esperaría su reacción. Sí, eso era lo mejor; no podía seguir enesas condiciones. Tenía que abrir las puertas de la comunicación entre ellos, dealguna manera. Si no lo hacía la situación se volvería más tensa.

Con el apetito estimulado por esa decisión, comió todo lo que le sirvieron en elplato; el coctel de camarones, ensalada, un pescado asado con pequeñas patatas y

bróculi, fresas a la Romanoff y también bebió dos copas de vino blanco. De repente sesintió contenta, como si estuviera festejando algún acontecimiento… la recuperaciónde su memoria. Sonrió con algo de ironía al pensar en esto y fue dominada por unsúbito deseo de tener a Alun allí, con ella, para celebrarlo.

Había terminado de comer y estaba sentada en la sala, tratando de leer, cuandoescuchó voces. Una era profunda y femenina y la otra, ronca y sensual, le pertenecíaa Alun. El sonido llegó de la terraza y Jessica alzó la vista, sintiendo acelerarse loslatidos del corazón, como siempre le sucedía cuando su marido estaba cerca.

Llegaron juntos, la mujer alta, tenía puesto un sombrero de paja delicadamentetejido, que le cubría la cabeza, escondiendo el cabello y Alun, un poco más alto que

ella, estaba muy atractivo con el profundo bronceado de su piel contrastando con lacamisa blanca y los pantalones del mismo color. Los dos reían y parecían íntimosamigos, pensó Jessica, embargada por los celos.

La mujer, que era delgada y también elegante, vestía unos pantalones blancos yajustados que realzaban las suaves curvas de sus largas piernas y una blusa rosadade mangas largas y amplias. El cuello abierto de la blusa descubría unas brillantescadenas de oro y en una de las muñecas usaba brazaletes, también de oro. Al llegar ala puerta, sus ojos recorrieron el lugar y vio a Jessica. Se dirigió directamente haciaella, caminando con pasos elásticos que, de cierta forma, le recordaban los de unapantera. Con cortesía, Jessica se levantó y sonrió insegura. Una mano larga y delicadase extendió hacia ella, un rostro con algunas arrugas le sonreía y al estudiarla, unos

hermosos ojos dorados lanzaron destellos de interés. La mujer era mucho mayor delo que había pensando, de más de cincuenta años y quizá cerca de los sesenta.

—¡Tú debes ser Jessica!—exclamó la mujer—. Estoy encantada de conocerte alfin, soy Ashley King.

La última capa que cubría la mente de Jessica se desvaneció con violencia y unaluz cegadora inundó su cerebro.

—Mucho gusto —murmuró, mientras sentía cómo le estrechaba la mano—.Usted… usted es de Nueva York, Alun la visita con frecuencia —se detuvosorprendida al darse cuenta de lo que acababa de decir. Había recordado algo nuevo,algo que estuvo bien escondido en la profundidad de su subconsciente. Se acordó deque ella y Alun discutieron por esa mujer. Cubrió sus labios con una mano y miró aAlun, quien estaba de pie detrás de Ashley King. La miraba con fijeza y un suavedestello de sarcasmo iluminaba sus ojos.

Retirando con rapidez la mano de la de Ashley, se dio la vuelta y saliócorriendo hacia la terraza, bajó los escalones y siguió por la vereda que conducía a laplaya.

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sus ojos lanzaban destellos de ira y de algo más, algo que se parecía mucho al odio—.Estabas mintiéndome, ¿no es cierto? Todo el tiempo, desde que llegamos, has estadoengañándome, .fingiendo que no podías recordar. Te aprovechaste de mi compasióny al mismo tiempo me mantenías a raya…

—Yo… yo iba a decirte la verdad esta noche —susurró, alejándose de él—. Te lo

aseguro, pensaba hacerlo, Alun, yo… yo lo recordé todo, pero… no me acordaba deAshley. La había olvidado y cuando la vi, fue como una luz cegadora que me cruzóla mente y yo… recordé que tenías una aventura con ella y que ese fue el motivo porel que peleamos, por lo que permaneciste separado de mí todo este tiempo. ¿Oh,cómo pudiste hacerlo, Alun? ¿Cómo pudiste tener una aventura con ella? ¡Es lobastante vieja para ser tu madre!

—¡Ella es mi madre, pequeña estúpida! —replicó entre dientes y sujetándolacon fuerza, la atrajo hacia su cuerpo duro y esbelto, obligándola a levantar el rostro;él inclinó la cabeza y le quemó los labios con el calor y la dureza de los suyos,haciéndola gemir.

—¡Alun, no! Por favor, espera, déjame explicarte. No sabía que tu… nunca mehablaste de tu madre.

—No quiero más explicaciones ni disculpas —jadeó, con los ojos lanzandodestellos dorados—. ¡Eres mi mujer y voy a hacerte mía ahora mismo! ¡No podrásmantenerme a raya más tiempo con tus mentiras!

Se había vuelto loco y estaba arrastrándola en su locura, pensó Jessica mientraslos labios de Alun buscaban los suyos de nuevo. ¿Cuál era la mejor forma de hacerfrente a un loco? ¿No era seguirle la corriente? ¿Hacer en parte lo que deseaba?

Pero él la obligó a cumplir con todos sus deseos y ella no pudo resistir sus besosni las caricias de los dedos largos en sus brazos, tocándole las piernas y el cuerpo.

Con la mente nublada por la sensualidad, estaba ansiosa de recibirlo cuando la tomóy la temblorosa explosión final de la pasión fue un alivio que los dos buscaban.

 Jessica se quedó gimiendo, incapaz de hablar con coherencia.

Comenzaba a amanecer cuando Jessica se movió, al fin, regresando delprofundo sueño en que había caído y comprendió que un ruido la había despertado.Sobre su cabeza giraba, muy despacio, el abano1; durante un rato permanecióacostada, dándose cuenta de que estaba sola, de que alguien había dormido junto aella y la cubrió con una sábana y entonces, lentamente, comenzó a recordar lo quesucedió la noche anterior.

Bueno, obtuvo lo que quería, ¿no era cierto? Había deseado a Alun y lo

consiguió, aunque fuera dominado por la furia y la desilusión. Suspirando, se pasó lalengua por los labios; los tenía lastimados y adoloridos, pensó que debería sentirseavergonzada e indignada por la forma como ocurrió, porque la había tomadomotivado por la ira y no por el amor. Sin embargo, no fue así porque ella sintió lomismo que él: furia y desilusión por la situación en que ambos estaban atrapados.

1 Abano: Abanico colgado del techo.

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permaneció inmóvil, observando el avión hasta que desapareció de vista. Despuésregresó a la casa, pensativa.

No encontró nota alguna en el tocador. Alun se había marchado sin decirle unapalabra, sin darle un beso de despedida. Al descubrir que había recobrado lamemoria y sabiendo que recuperó su fuerza por completo y que podía cuidar de sí

misma, se había ido, tal vez para cumplir con algún trabajo de la revista en la quetrabajaba su madre como editora.

Ashley King era su madre y la dueña dé esta casa, el Capricho del Rey. ¿Perocómo es que nunca lo supo? ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Por qué Sally la hizopensar que Ashley King era más joven y la amante de Alun? ¿Por qué Alun nunca lehabló de su madre?

Sabía bien la respuesta a esa última interrogante, se dijo mientras caminabahacia su dormitorio. Las preguntas sobre la familia fueron un tema prohibido en surelación, eso formó parte del convenio. Se habían casado entre ellos, no con susparientes, aseguró Alun en una ocasión. La familia era algo de lo que él nunca quiso

hablar y al parecer, ahora tampoco pensaba hacerlo. Jessica tomó un baño y se puso unos pantalones cortos, una blusa sin mangas y

colgó la ropa que puso en la maleta la noche anterior Ya no tenía que marcharse contanta precipitación, podía hacer preparativos para su regreso a Inglaterra con máscalma, ahora que Alun se había ido.

—Buenos días, Jessica —Ashley King, vestida con tanta sencillez y eleganciacomo la noche anterior, se encontraba sentada a una mesa en la terraza donde Pierrele estaba sirviendo el desayuno—. ¿Cómo te sientes hoy? —sonrió, mostrando queaún tenía unos dientes hermosos y sanos.

—Buenos días —murmuró Jessica, sintiéndose, de súbito, tímida e incómoda

ahora que sabía quién era Ashley. Se sentó en la silla que Pierre le acercó—. Mesiento muy bien, gracias, señora King.

—Por favor, llámame Ashley. No soy la señora King, ni quiero que me llamesseñora. King es el apellido de mi familia, igual que Martin es el tuyo.

—Está bien. Entonces, Ashley, yo… yo sólo quería decirte que siento mucho miactitud de anoche. Fue una verdadera sorpresa para mí conocerte tan de repente.Verás, había olvidado… —Jessica se interrumpió, sonrojada al recordar lo que olvidóo más bien, aquello que de forma deliberada borró de su mente. En una ocasiónhabía pensando que Alun tenía una aventura con una mujer llamada Ashley King yse separó de él por eso.

—Alun me lo explicó —repuso Ashley sonriéndole—. Me dijo lo de la amnesiadespués del accidente —desapareció la sonrisa y la miró con afecto—. Debió ser algoterrible para ti, pero me alegro de que ya te encuentres mejor. Sé que Alun ha estadomuy preocupado por ti y bastante desilusionado por el hecho de que la estancia aquíno te haya ayudado a recuperar la memoria. Él sabía que no se podría quedar contigohasta el fin del mes, pero no quería dejarte sola; por ese motivo me llamó porteléfono y me pidió que viniera a quedarme contigo por un tiempo, mientras él iba aNueva Guinea para reunirse con Bruce Kerowski. Bruce es uno de nuestros mejores

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fotógrafos y los dos han estado reuniendo información sobre bosques tropicalesdonde llueve todo el año, para publicarla en la edición de marzo de nuestra revista.

—Oh, ya veo —murmuró Jessica con cierta rigidez. Pierre le sirvió jugo denaranja y le llevó una jarra de café. Jessica le pidió croissants y mermelada de fresa,después de lo cual el hombre se retiró. La joven tomó un sorbo de jugo y enseguida,

para no cambiar de idea, comentó—: No supe, hasta anoche, que eras la madre deAlun.

—¿No lo sabías? —pudo ver la sorpresa en la mirada de Ashley, quien despuésrió—. ¡Es típico de Alun no habértelo dicho! Es una persona reservada, como estoysegura de que ya te has dado cuenta en todos estos años, eso es lo que tiene de gales.Huw también era así, muy orgulloso e independiente, no permitía que nadieconociera sus pensamientos y emociones, excepto en la poesía —Ashley se detuvo ydespués añadió—: Esa encantadora poesía lírica suya que ninguno de nosotros podráentender, excepto leyendo una traducción, pues todo lo escribió en gales —miró a

 Jessica—. ¿Tú llegaste a conocerlo?

—Sí, en una ocasión, aunque no por mucho tiempo —llegó Pierre con loscroissants y la mermelada; Jessica se sirvió un poco de café y abrió un croissants,preguntándose cómo podría plantear la siguiente pregunta sin parecer demasiadocuriosa—. ¿También estuve en su casa el pasado junio. Alun se encontraba viviendoallí.

—¿En Whitewalls? —inquirió Ashley con expresión soñadora—. Yo tambiénestuve en la casa, antes y después del nacimiento de Alun. Es un lugar muy bonito,pero yo no podría vivir allí. Para mí era demasiado alejado, con mucha niebla ymisterio —sonrió con ironía—. Soy un pájaro de ciudad y para mí, la ciudad debe serNueva York. Sólo puedo quedarme aquí un poco tiempo.

¿Es… ese el motivo por el que lo dejaste, me refiero, por supuesto, a HuwGower? Interrogó Jessica, vacilante. ¿Porque no podías vivir donde él quería?

Ashley observó su rostro con ojos entrecerrados.

—Alun no te ha contado nada, ¿no es cierto? —repuso—.Él piensa que lopuedes comprender sin conocer su pasado —dejó escapar un suspiro y se reclinó ensu silla—. Entonces creo que es mejor que te enteres de algunas cosas —sonrió denuevo, con cierta ironía.

 Jessica reconoció esta sonrisa, pues Alun la había heredado de su madre.

—Después de todo, ¿para qué son las suegras? —en esta ocasión, Ashley rió acarcajadas—. No lo creerás, pero nunca pensé que me convertiría en suegra. Mesorprendí mucho cuando Alun me dijo que se había casado; el matrimonio no hasido nunca su estilo de vida.

—Otras personas me han dicho lo mismo —respondió Jessica.

—¿Qué personas?

—Su hermana Margian y Sally Fairbourne, su prima.

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—Pero tenía la idea de que en realidad eras tú quien deseaba el divorcio, parapoder casarte con otro hombre; alguien que sería un mejor esposo, que se quedaríacontigo todo el tiempo, que te daría seguridad e hijos. ¿Es eso lo que quieres?inquirió Ashley, sorprendida.

 Jessica frunció el ceño y se mordió el labio inferior mientras jugaba con el resto

del croissant en su plato. Después de un rato, alzó la vista y enfrentó la mirada deAshley.

"Es una mujer atractiva", pensó. "Y debió ser muy hermosa hace treinta y sieteaños, cuando conoció a Huw Gower. Es fuerte también, más que yo. Lo suficientepara vivir su vida sin el hombre amaba. Tuvo el valor necesario para renunciar a suhijo. No es que yo pudiera hacerlo; soy demasiado posesiva, ahora me doy cuenta deello. Quiero que Alun sea siempre parte de mi vida, y de seo ser la madre de sushijos. Imagino que estoy chapada a la anti gua".

—Di lo que sientes, Jessica —insistió Ashley con suavidad—. No temasenfrentarte con la verdad.

—Yo… yo quisiera tener siempre a Alun a mi lado —confesó Jessica—, perotemo que si… que si le demuestro ser posesiva, se marchará de nuevo para nuncaregresar. Lo amo y quisiera tener a sus hijos. No quiero casarme con ningún otrohombre y no necesito hacerlo ahora.

—Entonces, tienes que decírselo a Alun cuando regrese de Nueva Guinea,porque no creo que él sepa lo que piensas —aconsejó Ashley con ternura.

—Pero… quizá no vuelva a mí cuando termine su trabajo. No estoy segura deque regrese. Verás, anoche no estaba muy contento conmigo y se fue esta mañana sindecirme a donde iba, sin despedirse.

—Sé que lo hizo y me molesté mucho con él por irse sin hablarte. Vino a vermeantes de partir hacia el aeropuerto y me dijo que dormías tan profundamente, que noquiso molestarte. Él se había quedado dormido y temía perder el avión; me pidió quete lo explicara y aseguró que te llamaría tan pronto como pudiera. Regresará cuandoél y Bruce tengan la información y las fotografías necesarias para terminar la serie deartículos. Eso será en Navidad —se detuvo y después añadió—. Si lo deseas, puedesquedarte aquí hasta que vuelva, te lo ofrezco con mucho gusto.

—Oh, no, este lugar es precioso, me gusta la casa, la isla y su gente, pero deboregresar a Beechfield ahora que ya estoy bien. Quiero volver a mi trabajo. Tambiényo tengo un empleo, como diseñadora de muebles —contestó Jessica.

—Sí, lo sé y comprendo tu deseo de regresar. Pero, por favor, quédate otrasemana. Así tendremos tiempo para conocernos mejor y considero que ya es hora deque lo hagamos, Jessica.

—Gracias, me encantaría quedarme contigo —repuso Jessica con gransinceridad.

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Capítulo 7Una semana más tarde Jessica abandonó Saint Martin y Ashley fue a despedirla

al aeropuerto. Temprano, la mañana del día siguiente, llegó a Heathrow donde laesperaba su madre.

—¡Te veo mucho mejor! —exclamó Anthea—. Pero tienes que ponerte un abrigoantes que salgamos a buscar el coche. Está helando allá afuera por una inesperadaonda fría.

Los árboles, campos y arbustos aparecían cubiertos de una capa de hielo quelanzaba destellos bajo los rayos de un pálido sol amarillento.

Mirando por la ventana del coche mientras su madre conducía, Jessica se sintiócomo si hubiera estado ausente durante años, en vez de sólo tres semanas. Entoncesrecordó que antes de ir al Caribe, en realidad no había estado ni en Buckinghamshireni en Beechfield; se encontraba en el limbo, así fue su vida en el hospital, sinmemoria.

Ya habían pasado seis meses desde que inició el viaje a Gales par ver a Alun yen ese tiempo, ella cambió. Antes era una joven insegura e indefensa que se dejabainfluir con facilidad por lo que decían otras personas sobre Alun, pues ni siquiera seconocía a sí misma. Entonces no supo qué deseaba de la vida o de él. Ahora lo sabía yestaba dispuesta a ser paciente con Alun a esperar a que regresara y cuando lohiciera, le confesaría sus sentimientos.

La semana que pasó con Ashley en Saint Martin fue maravillosa. Tranquila einformal, Ashley demostró ser una acompañante ideal; la llevó a visitar a otrosneoyorquinos dueños de lujosas villas, uno de ellos, era un músico de jazz muyfamoso que vivía en un lugar llamado La Ensenada de la Ostra; otro, un productor

de televisión y después conoció al autor de varios libros muy vendidos, algunos delos cuales habían sido llevados al cine con gran éxito. A dondequiera que iban,Ashley la presentaba, simplemente, como a una joven inglesa amiga suya.

Ninguno de ellos tiene por qué conocer nuestra relación le dijo su suegra.Después de todo, nadie sabe que Alun es mi hijo y, además, no es asunto tuyo. Yo noles pregunto si los jóvenes que viven en sus villas son sus hijos o sus nietos, ni meinteresa saberlo. Mi vida privada es algo sagrado para mí e igual le sucedía a Huw.Espero, Jessica, que tú la respetes también y no digas a nadie en Inglaterra que soy lamadre de Alun.

—¿Ni siquiera a mi madre? —preguntó la joven.

—Ni siquiera a ella. ¿Podrás hacerlo?—Sí, lo prometo.

En ese momento, miró de reojo a Anthea. Nunca se lo diría, pues no dudaba deque se sentiría turbada al enterarse de que Alun era hijo ilegítimo. Además, Antheanunca comprendería a Ashley. Saber que la mujer había entregado a su hijo,permitiendo que creciera en el ambiente de las montañas de Gales, protegido duranteesos años de formación por un poeta que criaba ovejas y vivía alejado de todos, sería

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algo incomprensible para su madre. Ya que era una persona convencional hasta lamédula, estaría en total desacuerdo con el estilo de vida de Ashley. Tal vez tampocole daría su aprobación a Alun y quizá deseara que su única hija nunca se hubieracasado con él.

Su casa en Beechfield le pareció igual que siempre, con los ladrillos rojos

reluciendo bajo la luz del sol invernal y los rosales del jardín aún florecían a pesar dela helada.

—Me imagino que hoy querrás descansar —comentó Anthea mientraspreparaba el té en la cocina—. Yo iré a trabajar como siempre, ¿estás bien?

—Te acompañaré a la fábrica. Ya es hora de que sepa exactamente qué clase detrabajo quiere Arthur Lithgow que yo haga. Mamá, ¿has visto a Chris Pollet?

—¿Oh, te acordaste de él? —murmuró Anthea sintiéndose incómoda.

—Claro que sí, ya, recuerdo iodo. Sé que estaba interesado en ayudarnoscuando nos encontrábamos en aquel problema del embargo del banco.

—¿Quería ayudarnos? Nunca me lo dijiste.—Sé que no lo hice. Él, bien, Chris ponía ciertas condiciones que yo debía

aceptar y no estaba muy segura de poder hacerlo.

—Así que esa es la razón por la que me trató con tanta frialdad cuando loencontré un día en una reunión de la Asociación de Fabricantes de Muebles —contestó Anthea, frunciendo el ceño.

—¿Cuándo fue eso? ¿Cuándo lo viste?

—Hace dos semanas. Me preguntó por ti y le dije que estabas de vacaciones enel Caribe. Parecía sorprendido y quiso saber cuándo regresarías a trabajar. Ya sabes,

 Jessica, que nunca me agradó mucho tu relación con él —añadió su madre—.Siempre he considerado que no es tan sincero como parece. Por cierto, ¿en dónde estáAlun? ¿Por qué no regresó contigo?

—Está en Nueva Guinea, terminando un trabajo. Volverá a casa para el AñoNuevo.

—¿Qué quieres decir con "volverá a casa?" ¿Regresará a Gales, o vendrá aquí?

—Vendrá aquí o adonde quiera que yo esté —repuso Jessica conconvencimiento. Eso era algo más que había aprendido: a estar convencida ycomportarse como tal. Sabía que existen más probabilidades de que las cosas resultencomo uno las desea si se toma una actitud positiva ante la vida.

—¿Quieres decir que de nuevo están juntos? —preguntó Anthea—. ¿Ya novivirán separados excepto, desde luego, cuando él tenga que salir a un trabajo?

—Sí, así es.

—Me alegro; me agrada Alun, sentía pena por él cada vez que tu padre gruñíaporque te había seducido. Siempre pensé que, a pesar de tener un estilo de vida tanextraño, en realidad es una persona fuerte, capaz de superar cualquier crisis. Y asífue, vino tan pronto como supo que estabas en problemas y se hizo cargo de todo,

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salió de vacaciones contigo y te dio todo el apoyo que necesitabas para recuperartepor completo. Espero que sigas casada con él, Jess.

—Lo intentaré susurró Jessica. Ahora…ahora que, en realidad, depende de élque sigamos casados.

Regresar a su trabajo en la fábrica, de muebles, fue más fácil de lo que pensó.

Aunque ahora era una sucursal de Lithgow, Martin e Hijo, Limitada, no habíacambiado. Seguía trabajando la misma gente que estuvo allí cuando su padre murióy nadie ocupaba el puesto de Jessica en el departamento de diseño. En poco tiempoempezó a adaptarse de nuevo y a sentirse como si nunca se hubiera ido.

Los días se volvían cada vez más cortos y oscuros. Llegó y pasó la Navidad conlas acostumbradas fiestas en la oficina, reuniones de vecinos y entregas de regalos.

 Jessica pasó el día de Navidad tranquila, en casa con Anthea y recibió una tarjeta deAshley con una nota en la que le decía que el trabajo de Alun iba bien y de acuerdocon lo programado. No supo de él y según pasó el tiempo, llegó el Año Nuevo y losdías se fueron alargando; pronto se encontró en febrero y al no tener noticias del

regreso de su esposo, comenzaron a atormentarla de nuevo las viejas dudas ytemores.

¿Y si no volvía a ella? ¿Y si ya había regresado y se marchó a Gales, junto aMavis Owen y sus planes para abrir la escuela? ¿Y si no la hubiera perdonado porfingir que no había recuperado la memoria, mientras estaban juntos en Saint Martin?

¿Y si no quería seguir casado con ella? ¿Y si?… ¿y si?… se sentía a punto deenloquecer de tanto pensar y tuvo que hacer un esfuerzo decidido para apartar todasestas ideas de su mente.

A principios de febrero, se mudó a un agradable apartamento en uno de lospocos edificios altos de Beechfield. Lo hizo ella para alejarse de la influencia de su

madre, y para tener algo en qué ocupar su mente mientras amueblaba elapartamento, tratando de engañarse al decirse que tenía que preparar un hogar parael regreso de Alun. Llevaba una semana en el apartamento, cuando se encontró conChris Pollet en un centro comercial cercano.

—Me agrada verte de nuevo, Jess —la saludó con afecto, estrechándole lamano—. Veo que ya te has recuperado, le diste un gran susto a tu madre.

—¿Oh, sabías del accidente?

—Por supuesto. Te envié flores pero imagino que no te diste cuenta. Estuvisteen coma bastante tiempo, ¿no es cierto?

—Sí, pero… —frunció el ceño, confusa—. ¿Por qué no fuiste a visitarme cuandome estaba recuperando, cuando salí del estado de coma?

—Bueno, esa es una larga historia —contestó él con una sonrisa irónica en loslabios—. Por un lado, tu madre te estaba protegiendo demasiado y no dejaba que meacercara —miró a su alrededor—. No podemos hablar aquí, ¿qué te parece sicenamos esta noche?

—Me encantaría, ¿dónde?

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—Hay un lugar pequeño y agradable en Winkleford, se llama Waggoner’sArms y es muy viejo. Según dicen, parte de la construcción pertenece a la épocaIsabelina. Tiene pocas mesas y la comida es maravillosa. ¿Vives aún en WordsworthGlose? ¿Quieres que vaya a recogerte, como a las siete?

—No, ahora vivo en la ciudad —repuso Jessica—. En el seiscientos catorce del

edificio Beechfield.—¿Sola?—la miró con fijeza y preocupado.

—Por ahora sí —contestó con frialdad—. Estaré esperándote en el vestíbulo deledificio a las siete. Nos veremos más tarde.

Como siempre que regresaba al apartamento, abrió el buzón en la planta bajaesperando encontrar una carta o una tarjeta de Alun, pero sólo había cuentas.

¿Por qué se preocupaba?, se dijo mientras entraba en el apartamento. Él no teníael menor interés en ella; de lo contrario, habría hecho todo lo posible por mantenerseen contacto de alguna forma, a través de las oficinas centrales de la revista en NuevaYork, o por conducto de su madre.

Es probable que estuviera perdiendo el tiempo siéndole fiel, esperándolo,confiando en que se resolvería su problema y que después vivirían felices parasiempre. Quizá era mejor que se divorciaran y se casara con alguien como ChrisPollet. Tal vez ella no fuera la persona adecuada para el tipo de matrimonio quedeseaba Alun, una situación abierta, en la cual ambos estuvieran libres paira ir yvenir a su antojo; libre para salir o incluso tener una aventura con otra persona.Quizá, para empezar, nunca debió casarse con él.

"¿Qué era el matrimonio, si no un compromiso legalizado?", pensó mientras secambiaba de ropa, poniéndose un vestido rojo de lana, muy sencillo, que realzaba suesbelta figura. ¿Cómo era posible que un matrimonio fuera abierto? El compromisosignificaba la promesa de ser leal y fiel a la persona con la que se deseaba vivir, con laque se quería estar; la persona que se amaba. Eso significaba poner a la personaamada en primer término, incluso antes que uno mismo. Bien, intentó hacerlo, ¿no escierto? Pero, ¿lo había hecho Alun? Con un abrigo negro de lana sobre el vestido y unpañuelo de seda alrededor del cuello, bajó al vestíbulo del edificio y Chris llegó pocodespués. Parecía encantado de verla de nuevo y la saludó con una radiante sonrisa.

—Te veo diferente de cierta forma —comentó él—. Pareces más segura de timisma. ¿Puedo darte un beso?

—Creo que sí —contestó ella riendo y le ofreció la mejilla. Después del breveabrazo, Jessica tomó su mano y caminaron juntos hacia la puerta—. Creo que voy adisfrutar esta velada, hace una eternidad que nadie me invita a cenar.

Pronto se encontraron conduciendo por las mojadas carreteras del campo.Winkleford era un pequeño pueblo situado en un cruce de caminos, formado por ungrupo de viejas casas alrededor de una iglesia normanda con una alta torre. Frente ala iglesia se encontraba la posada, sus paredes de piedra brillaban bajo los faroles dela calle. Por las ventanas salía una luz de color rosada.

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—¿Y qué haces ahora? —preguntó interesado—. ¿Trabajas para Lithgow?

—Sí, en las oficinas de Martin.

—¿Cómo te va?

—No muy bien.

—¿Por qué no?—Arthur no me da libertad para diseñar por mi cuenta —explicó Jessica—.

Tengo que seguir sus lineamientos en todo momento y en ocasiones, siento que sólome conserva como una especie de soborno, ¿comprendes lo que quiero decir?

—Creo que sí —contestó Chris con una sonrisa maliciosa—. No quiere quevayas a trabajar para otra compañía porque quizá seas buena en tu trabajo. ¿Qué teparecería venir a trabajar con Pollet?

Ella lo contempló, preguntándose qué habría detrás de su oferta.

—¿Puedes pagar lo que gano?

—Te ofreceré más de lo que te paga Lithgow —aseguró, arrogante—. Nomucho, pero sí más. Precisamente en estos momentos Pollet necesita de un nuevodiseño para llevar a la compañía al punto más alto.

—¿Quieres decir, para ganarle a Lithgow?

—Exactamente —se inclinó sobre la mesa y los ojos grises se clavaron en lossuyos—. Ven a Pollet, Jess y tendrás toda la libertad que quieras para diseñar.

Se sintió tentada, pero él la preocupaba.

—¿Puedo pensarlo?

—Claro, tómate tu tiempo. Recuerda que viniste para disfrutar la velada, así

que no hablaremos más de negocios.—Pero, antes que dejemos de hablar de negocios, ¿puedo hacerte una última

pregunta?

—Adelante.

—¿Tu oferta lleva consigo alguna condición?

—¿Condición?

—Sí, la última vez que me ofreciste algo, cuando pensabas fusionarte conMartin y convertirme en tu socia, dijiste que lo harías si… si me divorciaba de Alun,porque no querías que después él apareciera y me reclamara. ,¿lo recuerdas?

:—Por supuesto que lo recuerdo contestó con cierta irritación. Pero eso ya notiene importancia ahora —la miró con fijeza de nuevo—. ¿No querrás decirme coneso que aún estás con él? —él estudió su mano izquierda, con la que sostenía la copa.La luz se reflejaba en el ancho anillo de oro en el dedo—. Maldición, no me habíadado cuenta —murmuró y después la observó, frunciendo el ceño—. ¿Sigues casadacon él?

—Sí, sigo casada con él.

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—Pero me dijiste que vivías sola en el apartamento.

—Así es. Alun está de viaje, haciendo un trabajo para la revista.

—Pero te estás divorciando de él, ¿no es verdad? ¿Ya solicitaste el divorcio?

—inquirió Chris con tono seco.

—No.—¿Por qué no?

—Yo… bueno… aún tenemos que discutir eso.

—Pensé que habías ido a Gales para hacerlo.

—Así fue, pero desde entonces, cuando me recuperé del accidente él y yo…vivimos juntos durante un tiempo.

—Ya veo —habló con los dientes apretados, la mirada sombría y se reclinó ensu silla.

—No contestaste mi pregunta, Chris. ¿Insistirás en que me divorcie de Alun siacepto el trabajo que me ofreces?

La contempló con detenimiento un rato, antes de contestar, despacio ypensativo.

—No, no insistiré en esta ocasión. ¿Te facilita eso tomar una decisión?

—Sí —respondió, mostrando su alivio al sonreír—. Lo facilita mucho. Ahoradejemos de hablar de negocios y vamos a divertirnos.

Eran poco más de las diez cuando el coche se detuvo frente al edificio deapartamentos. Durante el viaje de regreso desde la posada, habían hablado sobre eldiseño de muebles y antes que ella abriera la puerta del coche, se volvió hacia Chris y

le dijo:—¿Quieres subir al apartamento para ver los dibujos de que te hablaba? ¿Los

diseños que he hecho para las sillas que me gustaría tener en el apartamento, sipudiera conseguir que las hicieran?

—Sí, será un placer —accedió él de inmediato.

Chris estacionó el auto y subieron juntos en el ascensor hasta el sexto piso.Cuando entraron, Jessica fue a la cocina y encendió la cafetera mientras él se sentabaen el comedor, estudiando los dibujos que ella había hecho.

—¿Y bien? ¿Qué te parecen?—preguntó mientras pasaban a la sala, llevando

una bandeja con las tazas, crema, azúcar y la jarra del café. Entonces ella se sentó enel sofá y comenzó a servir el oscuro líquido.

—Pienso que eres una diseñadora muy inteligente —respondió Chris,sentándose a su lado—, y si te dan la libertad para crear de acuerdo con tu propioestilo, podrías convertirte en una diseñadora de muebles famosa —tomó la taza decafé que ella le ofrecía y la puso en la mesa, volviéndose a mirarla; en ese instante

 Jessica se dio cuenta de que se encontraba muy cerca de ella—. También creo queeres hermosa, Jess —susurró él—, y no puedo prometer que si comienzas a trabajar

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conmigo, podré mantener mis manos alejadas de ti. ¿Qué piensas sobre lasinsinuaciones sexuales en el trabajo?

Se aproximó aún más, mirando de forma deliberada y sugestiva sus labios. Éldeseaba besarla, hacerle el amor. "¿Por qué no? ¿Por qué no?", preguntó una voz enel interior de Jessica. "Déjalo, ya eres un adulto y lo que hacen por su propia

voluntad dos adultos, es asunto suyo". Entonces abrió los labios, invitándolo.Tan pronto como sus bocas se tocaron, ella cerró los ojos e imaginó que era

Alun quien la besaba, que los brazos de su marido la rodeaban, que los dedos deAlun estaban bajando la cremallera de su vestido.

Sonó el timbre con insistencia y Chris se apartó de ella.

—¿Esperas a alguien?

—No —se apartó de él, arreglándose el cabello—. Quizá sea en el apartamentovecino.

Sonó el timbre de nuevo, varias veces, como si alguien estuviera impaciente.

—Es el tuyo —aseguró Chris, levantándose—. ¿Quieres que abra?

—No, está bien. Lo más probable es que sea alguno de los vecinos. Quédateaquí mientras yo voy a abrir.

 Jessica salió al vestíbulo en el momento en que sonaba de nuevo el timbre.Abrió la puerta, consciente de que Chris la había seguido y deseó que no lo hubierahecho. No quería que la persona que se encontraba frente a su apartamento lo viera.

La puerta se abrió de golpe.

—Comenzaba a pensar que no te encontrabas en casa o que me habíaequivocado de apartamento —protestó Alun entrando en el vestíbulo como si fuera

el dueño del lugar.—¡Oh! —Jessica se sintió embargada por la felicidad al pensar que había vuelto

a ella, que se encontraba allí, en su vestíbulo—. No te esperaba —añadió deinmediato al darse cuenta de que Alun miraba con expresión ceñuda a Chris.

—¿No? —se volvió a ella de nuevo, frunciendo más el ceño. Tenía el rostrobronceado y el cabello revuelto; una incipiente barba le cubría las mejillas y elmentón. Parecía que hubiera llegado directamente de la selva de Londres, inclusotenía puesta la ropa verde que usó en el trabajo—. Te envié una tarjeta en la que tedecía que llegaría hoy.

—¿Cuándo? ¿Cuándo la enviaste y desde dónde?

—La semana pasada, desde Nueva Guinea.

—No ha llegado aún, pero, ¿cómo supiste mi dirección?

—No la sabía; envié la tarjeta a Wordsworth Close. Vengo de allí, tu madre mehabló de este lugar.

Miró de nuevo al joven.

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—Él… es Chris Pollet, un amigo mío —balbuceó Jessica apresurada—. Chris, éles Alun Gower.

—Hola —saludó Alun con tono indiferente, entrando en la sala con su bolsa deviaje—.Discúlpenme, pero quiero dejar mis cosas en algún lugar, afeitarme y tomarun baño.

Cruzó la habitación y se dirigió hacia el pasillo que conducía al dormitorio y elcuarto de baño, como si hubiera vivido allí antes. Chris y Jessica permanecieroninmóviles, mirándose con sorpresa.

—Me iré para no ser un estorbo —murmuró Chris, recogiendo su grueso abrigode lana y se lo puso—. ¿Me avisarás si decides trabajar conmigo?

—Sí… sí, lo haré —susurró ella, siguiéndolo hasta la entrada del apartamento—. Muchas gracias por la cena, la disfruté mucho. Buenas noches, Chris.

—Buenas noches, Jess.

Una vez que cerró la puerta, Jessica se quedó de pie un momento, escuchando

el alocado latir de su corazón y sintiendo el calor de sus ruborizadas mejillas. Alunhabía regresado y la encontró con otro hombre. ¿Qué sucedería ahora?

Entró en la sala, recogió la taza que usó Chris y la puso en la bandeja. Despuésla llevó a la cocina, vació las dos tazas y las lavó. Entonces se dirigió al dormitorio, lapuerta del cuarto de baño estaba cerrada e imaginó que Alun se encontraba adentro.

La ropa que llevaba puesta estaba tirada en la alfombra gruesa de color claro enel dormitorio, en el mismo lugar donde él la dejó caer. Jessica la recogió, arrugandola nariz con desagrado ante el olor que despedía y la metió al cesto de la ropa sucia.Procedió a desnudarse y colgó su vestido en el armario. Puso las prendas íntimas conel resto de la ropa sucia y, tomando una bata de seda, de color azul oscuro, se la puso

y después se calzó unas zapatillas. Todo el tiempo su corazón le latía feliz, por elregreso de Alun. Fue a verla antes de marcharse a Gales.

—¿Jessica? —la puerta del cuarto de baño se abrió y él empezó a llamarla avoces—. ¿Esta toalla es lo mejor que tienes? ¿No hay una más grande? ¡Esta noserviría para secar a un pigmeo!

Había olvidado que quitó la toalla que ella usó y no puso otra limpia. Conrapidez buscó una y se acercó a la puerta del baño que se encontraba abierta y pordonde escapaba una gran nube de vapor. Entró, pensando que Alun se estababañando en la ducha.

—Te la dejé colgada —le dijo.

—Gracias —contestó él a su espalda y antes que pudiera darse vuelta, Alun larodeó con los brazos, estrechándola contra su cuerpo.

—Oh, ¿qué haces? —exclamó—. ¡Suéltame!

—No, hasta que me digas que hacían tú y Pollet —gruñó, acariciándole lamejilla con la suya y haciéndola sentir su aliento cálido en la oreja, mordiéndoledespués el lóbulo, con tanta fuerza que la hizo gritar.

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—No… no hacíamos nada —balbuceó, aturdida—. Él… él también se dedica alnegocio de muebles y estaba estudiando algunos diseños míos.

—Oh, claro —se burló—. Entonces, ¿por qué tenían esa expresión culpable en elrostro, como si los hubiera atrapado en el acto?

—¿Qué acto? —preguntó Jessica con inocencia.

—Oh, vamos, Jess —había un tono de irritación en la voz de Alun—. Sabes biena lo que me refiero, no he perdido la memoria. Ese es el tipo que quería casarsecontigo. Es tu amante, ¿no es cierto?

—¡No! No lo es —negó Jessica con violencia mientras intentaba escapar de losmusculosos brazos—. ¡Alun, suéltame, por favor! ¡Oh! ¿Qué me haces?

—Te desvisto. Sabes que tengo el derecho de hacerlo —contestó él conarrogancia. A pesar de su lucha, Alun logró soltarle la bata—. Terminaremos esto enla ducha —informó después, alzándola por la cintura.

—¡No!—gritó Jessica, sintiéndose muy indefensa y agitando las piernas con

desesperación, hizo que se le cayeran las pantuflas—. ¡Bájame, bájame ahora mismo!—Por supuesto —contestó Alun, sarcástico, dejándola dentro de la tina.

Entonces él también se metió y la sujetó con un brazo, mientras cerraba la cortina yabría la ducha.

—¡Oh, no! —gritó ella—. ¡Me arruinarás la bata! ¡Demonio, malvado rufián!¿Qué supones que estás haciendo?

—Tratando de averiguar algo más sobre Pollet y tú —replicó, haciendo que labata cayera a sus pies y obligándola a darse vuelta para que quedara frente a élmientras el agua tibia les caía encima.

Sus dedos se clavaron en la suave piel de los brazos femeninos mientras lamiraba con fijeza—. ¿Te estaba haciendo el amor cuando toqué el timbre de lapuerta? —le reclamó.

—Él… sí… me estaba besando. Alun, quedarnos aquí, mojándonos es unatontería.

—¿Te parece? Yo lo encuentro excitante —acercándola contra sí frotó su cuerpocontra el de ella, haciendo que el deseo la inundara—. ¿Y si no hubiera llegado, nohabrían hecho nada más que besarse? —preguntó con voz ronca y continuóapretándola con fuerza contra su cuerpo, dejando que los largos dedos le recorrieranla piel cálida. Jessica sintió que la invadían sensaciones deliciosas y aturdida, dejóescapar un gemido de placer y dolor, deseando sentir más.

—Estás celoso —murmuró sin poder creerlo, pero encantada de que fuera así.

—Reconoceré que estoy celoso cuando sepa si tengo motivos para ello —susurró él con tono sombrío—. Ahora contéstame la pregunta —sus manos sedeslizaron por los hombros, amenazándola con apretarla por el cuello—. ¿Habríanido más lejos si no hubiera llegado en ese momento?

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—No lo sé —gimió—. Me sentía muy sola y te deseaba, pero él no me besócomo tú. Nadie me ha besado como tú y nadie hace las cosas que tú me haces —lasmanos de Alun se deslizaron desde el cuello para cubrirle los senos—. ¡Oh! por favoracaríciame de nuevo —suplicó cuando su lengua le tocó los pezones—. Por favor,bésame otra vez, me haces sentir tan…

—¿Tan qué.?—Tan feliz de estar contigo de nuevo —Jessica se frotó contra él hasta que le

arrancó un gemido de placer—. ¿Vamos a hacerlo aquí?

—Si quieres —la voz de Alun estaba ronca de pasión.

—Quiero… ahora —suspiró, arqueando su cuerpo y entregándose a él.

Más tarde, cuando se habían secado y estaban acostados en la cama, hablaronen la oscuridad.

—Me sentía preocupada por si ibas a Gales primero, imaginando que quizá noregresarías a mi lado —confesó Jessica.

—¿Por qué iría a Gales primero?

—Para… para ver a Mavis Owen.

—¿Y por qué demonios querría verla? —ahora el tono de su voz era máscortante.

—Antes que se casara con Gareth, tú estabas enamorada de ella. Me dijo queustedes se habían enamorado de nuevo y que querían comenzar juntos una escuela.

—Idioteces —contestó Alun con brusquedad.—¿Qué dijiste?

—Dije idioteces, tonterías. Nunca me enamoré de Mavis Owen y jamás me sentíatraído hacia ella. Además, no quería abrir esa escuela teniéndola a ella como socio.

—Pero ella aseguró que tú decías que sólo podrías asociarte con ella si noestuvieras casado conmigo —protestó Jessica—. Y cuando pregunté si era cierto, loreconociste.

—Le dije que no podría ser su socio mientras estuviera casado contigo, para quedejara de molestarme —rugió él—. Ya estaba cansado de que me insistiera sobre lamaldita escuela y lo maravilloso que sería que nos convirtiéramos en socios. Eso noquería decir que yo no estuviera casado contigo; sólo utilicé mi matrimonio comoprotección contra esa mujer.

—Oh. Yo… yo creí que deseabas el divorcio —balbuceó Jessica.

—Fuiste tú quien me lo pidió.

—Y tú contestaste que podía divorciarme si lo deseaba —replicó a su vez—. Poreso, cuando supe por Mavis lo que le habías dicho, pensé que estar casado conmigo

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te molestaba, porque te impedía hacer algo que, según ella, siempre había sido tusueño: crear esa escuela.

—Ese fue el sueño de ellos, pero nunca el mío —aseguró Alun—. Nunca se meocurriría asociarme con Mavis y su esposo; no son de fiar.

—¿No piensas abrir esa escuela?

—No, no lo haré.

—Entonces, ¿qué harás con la granja?

—Ya lo hice. Mientras estabas en coma, en el hospital, arreglé que la granja sefusionara con la de Dai Jones y él se quedará a cargo de la administración de las dos—se detuvo y después preguntó despacio—. ¿En verdad creíste lo que te dijo Mavis,que nuestro matrimonio me molestaba?

—No fue difícil creerlo. Sabía que nunca habías querido casarte y que sólo lohiciste por ayudarme para convencer a mi padre de que no quería casarme conArthur Lithgow.

—¡Ay! Alun, deja de tirarme del cabello, ¡me lastimas!

—Estoy tratando de evitar que sigas diciendo tonterías —murmuróinclinándose sobre ella—. Ahora, óyeme. Escúchame bien y presta atención a lo quevoy a decirte, porque quizá no vuelva a repetirlo jamás. Me casé contigo porquedeseaba hacerlo, quería que fueras mía y sólo mía. Reconozco que me costó un pocode trabajo renunciar a mi libertad, pero parecías estar dispuesta a permitirme salir arealizar mis trabajos con frecuencia y todo iba muy bien, hasta que comenzaste aescuchar a Sally.

—Bien, ¿cómo suponías que yo debía saber que Ashley King era tu madre y notu amante? —le espetó—. Nunca me contaste nada sobre tu familia.

—Ese fue mi error —la amargura en su voz estaba dirigida contra sí mismo—,ahora lo comprendo. Debí habértelo explicado, pero en vez de ello, enfurecí. Pero mesentí muy lastimado porque no confiabas en mí como yo en ti; porque estabasdispuesta a escuchar los cuentos maliciosos de Sally sobre mí y le creíste. Creo queno lo sabes, pero ella se puso celosa porque té elegí a ti.

Alun se dejó caer en la almohada y se produjo un largo silencio. El único sonidoque escuchaban era el de los latidos acelerados de sus corazones. Después de un rato,

 Jessica murmuró con tristeza:

—¡Si tan sólo hubieras regresado a mí, cuando volviste del viaje al Árticocanadiense! Si me hubieras escrito o llamado por teléfono o hubieses hecho algo paracomunicarte conmigo…

—Si tan sólo tú hubieras estado en nuestro apartamento cuando regresé —contestó él con un gruñido—. Pero no te encontré y volví a sentirme lastimado alcreer que ya te habías cansado de nuestro breve matrimonio.

—Te extrañé tanto durante esos dos años —susurró Jessica, apretándose contraél. Alun alzó un brazo y se lo pasó alrededor de los hombros, acercándola hacia sucuerpo, para que descansara la cabeza en su musculoso hombro.

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—Yo también te extrañé —repuso su marido—, cuando apareciste enWhitewalls, me sentí tan emocionado que hice y dije todo lo contrario a lo que debía,asustándote y provocando que te fueras.

—No fuiste tú quien me asustó y me hizo partir, fue Mavis. Además, debíairme, no podía quedarme pues tenía que regresar para ayudar a mi madre.

—Sé que lo hiciste y lo comprendí así, pero al recordar el pasado, me doycuenta de que debí acompañarte y quizá no hubieras sufrido ese accidente… —Alunse detuvo y su brazo la apretó con más fuerza—. Si supieras cómo me sentí cuandorecibí la carta de tu madre, en la que me decía que estabas gravemente herida, que nopodías caminar y que habías perdido la memoria, no volverías a dudar de lo quesiento por ti —continuó en un murmullo tembloroso—. Me alegro de que tu madreno me lo haya dicho en persona, pues creo que la habría golpeado por nocomunicármelo antes. Durante todo el tiempo que estuve esperando recibir tudemanda de divorcio, te encontrabas en el hospital, en estado de coma y yo no losabía —suspiró con fuerza—. Si te hubieras cambiado el nombre cuando noscasamos, si hubieses tenido alguna identificación que demostrara a la policía que yo

era tu esposo, tu pariente más cercano, me habrían informado del accidente. Mehubiera enterado antes que tu madre.

—¿No te dijo por qué no te avisó antes? —preguntó Jessica.

—Me confesó que había dudado porque no sabía cómo se encontraban las cosasentre nosotros y también, porque no estaba segura de dónde vivía en Gales. Sedisculpó por no informármelo antes y después me dio un verdadero sermón sobremis responsabilidades como esposo, que debería cuidarte y permanecer contigomientras estuvieras aprendiendo a caminar de nuevo, ayudarte a recuperar lamemoria. Es una dama muy dulce, así que seguí sus consejos y te llevé a la isla,donde, quién sabe por qué motivo, fingiste seguir padeciendo amnesia.

—Tenía miedo —susurró—. Tenía miedo de que sólo estuvieras conmigoporque era lo que correspondía a un esposo y no porque de verdad quisieras hacerlo.

—Pequeña embustera —se burló Alun, dándole un fuerte abrazo.

—Bien, aparentemente ya no me deseabas. Dormías en otra habitación y no mehiciste el amor.

—Porque pensé que tú no querías —contestó y de nuevo pudo escuchar untono de amargura en su voz—. La última vez que lo intenté, me rechazaste y mepediste que no te tocara de nuevo, dándome la impresión de que, hacer el amor eralo último que deseabas. Lo llamaste lujuria y que eso no tenía significado alguno

para ti.—Dije eso porque no tenía la seguridad de que me desearas por amor —

confesó.

—Te amaba y aún te amo. Te amo desde el día en que nos conocimos en la casade los Fairbourne y te vi allí con tu ropa de montar, con el cabello sobre los hombros;ese día, cuando me miraste con desprecio.

—¡Yo nunca hice eso! —exclamó, sorprendida.

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—Oh, sí, es cierto. Me mirabas como si fueras la princesa de un cuento de hadasy yo el mendigo. Ese siempre ha sido el reto que representas para mí.

—No lo sabía —murmuró Jessica, abatida.

—Tuve que esperar unos años hasta que maduraras y después viniste aentregarte en mis manos —prosiguió Alun con una nota de triunfo en la voz—. ¿Por

qué crees que te recibí, que te di albergue y te busqué un trabajo? Porque te amaba ydeseaba. Si no hubiera sido por eso, no habría hecho nada por ti; sabes muy bien queno soy uno de esos caballeros errantes. No ayudo a cualquier dama en desgracia quevenga en busca de apoyo; sólo a. ti.

—¡Cómo quisiera haberlo sabido antes! Desearía que me lo hubieses dicho —gimió—. Imagino que ahora piensas que me comporté como una tonta.

—Hubo momentos en que no pude comprenderte —reconoció Alun confrialdad—, en que me pregunté si alguna vez llegarías a conocerte a ti misma.

—¿Te gustará saberlo ahora? —le preguntó, acariciándole el rostro con la mano.

—Siempre que no te tome demasiado tiempo —respondió arrastrando laspalabras—. Estoy comenzando a sentir deseos lujuriosos de nuevo.

—Yo nunca estuve segura de que me amaras —murmuró—. Jamás pudecomprender que era lo que tú…o alguien como tú. tan fuerte, inteligente y animosopodía ver en mí, una mujer común y corriente a quien le gustan las casas, losmuebles y las flores. A quien le encantaría tener hijos, al menos dos de ellos, yquedarse en casa, cuidándolos.

—¿Nunca se te ocurrió pensar que te amo por ser así? ¿Porque eres tan distintaa todas las mujeres que he conocido? ¿Porque eres generosa, bondadosa y porquetienes sentido del humor? —dándose vuelta, la apretó contra su cuerpo—. Te amo, te

deseo —susurró con voz ronca—. Para mí, las dos emociones van unidas, no puedosepararlas. Sólo logro hacerte el amor, porque te amo. ¿Entiendes lo que quierodecir?

—Creo que sí. ¡Oh, Alun, cuánto me alegro de que hayas regresado hoy! Si nohubieras llegado, quizá habría hecho algo muy tonto.

—¿Como qué? —inquirió él, con voz suave pero al mismo tiempoamenazadora..

—Yo… te lo contaré en otra ocasión —balbuceó Jessica, decidiendo que no lecontaría que estuvo a punto de permitir que Chris Pollet le hiciera el amor—. Notiene importancia —añadió, comprendiendo que él no quedó satisfecho con su

respuesta—. No es tan importante como lo que siento por ti —arqueó el cuerpo alsentir el contacto de sus manos—. ¡Alun, por favor, dime que siempre regresarás amí cuando te vayas!

—Siempre regresaré a ti, si es que me recibes —prometió emocionado.

—Te recibiré, siempre lo haré. Quiero que seas parte de mi vida para siempre —suplicó—, deseo tener a tus hijos y no los de otro hombre. Quiero crear un hogar paranosotros y para ellos, adonde puedas regresar siempre.

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—Y eso es lo que yo también deseo, mi joven dorada, mi brillante regalo —susurró—. Siempre lo he deseado y siempre lo haré.

Y mientras desaparecía la última niebla que ocultó su amor, evitando que sediera cuenta de lo que sentían el uno por el otro, su amor se incendió, volviéndoseuna llama que consumió todas las dudas e inhibiciones, iluminando el camino hacia

la completa realización de todos sus deseos.

Fin