288

Libro de Zafra

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Libro de Zafra
Page 2: Libro de Zafra

Zafra

escondida y acogedora

Carlos Maza Gómez

Page 3: Libro de Zafra

2

© Carlos Maza Gómez, 2012 Todos los derechos reservados

Page 4: Libro de Zafra

3

Índice

Introducción ………………………………………….. 5 El comienzo ………………………………………….. 9 Plaza Grande …………………………………………. 15 Los Balcones de Zafra ……………………………….. 27 Plaza Chica …………………………………………... 39 Los Cameranos …………...………………………….. 49 Lorenzo Suárez de Figueroa …………………………. 57 Construcción de la nueva iglesia …………………….. 65 Interior de la iglesia ………………………………….. 71 La iglesia como Colegiata ……………………………. 81 El Ayuntamiento ……………………………………... 91 Plaza del Pilar Redondo ……………………………… 99 Hospital de San Miguel ………………………………. 109 Torre de San Francisco ………………………………. 117 Calle Huelva …………………………………………. 125 Casa del Ajimez ……………………………………… 133 Puerta del Cubo ………………………………………. 143 Convento del Rosario ………………………………… 149 Puerta de Jerez ……………………………………….. 161 Bodegas Medina ……………………………………... 171 Hospital de Santiago …………………………………. 181 Santa Catalina ………………………………………... 191 Ermita de Belén ……………………………………… 199 Calle Sevilla ………………………………………….. 209 Convento de Santa Clara ……………...……………… 217 Duques de Feria ……………………………………… 231

Page 5: Libro de Zafra

4

Convento de Santa Marina …………………………… 239 El Alcázar ……………………………………………. 249 Plaza de España ……………………………………… 265 Las Ferias en Zafra …………………………………... 275 Bibliografía consultada ………………………………. 283

Page 6: Libro de Zafra

5

Introducción

En el año 2008 me detuve en la localidad pacense de Zafra, camino de la más turística Mérida. Iba en autobús y apenas permanecí en la estación un cuarto de hora que dediqué a comprar alguna bebida. Lo que observé desde la ventanilla y durante ese rato no parecía muy atractivo. La carretera nacional que va hacia Badajoz bordea la ciudad mostrando un aspecto moderno, algo feo en cuanto sólo se observan algunos edificios, un tráfico intenso, alguna nave industrial, el parque ferial, más adelante. Dos años después quise recorrer la zona buscando el testimonio de otro tiempo: aquel donde los condes y luego duques de Feria fueron sus señores. Mi objetivo estaba en la misma Feria, desde luego, pero busqué acomodo en una ciudad cercana y más grande: Zafra. La tomé como lugar de residencia, punto de partida hacia otras localidades, y bien que cumplí mis objetivos visitando varios pueblos del entorno. Nuevamente, volví al año siguiente. No buscaba nuevos pueblos, distintos horizontes. Quería volver a Zafra, a esa ciudad que no se ve desde la carretera, a sus calles retorcidas, su iglesia monumental, la Puerta de Jerez, el espléndido Alcázar, residencia oficial de los duques. Deseaba recorrer la calle Sevilla viendo comercios, internarme por plazas y rincones, observar los testimonios de una ciudad que fue y es comercial pero que, además, encierra un secreto sólo desvelado para quien permanece varios días paseando por ella.

Page 7: Libro de Zafra

6

Porque Zafra es una ciudad que se esconde, a la que se puede acceder cuando atraviesas la antigua línea de las murallas y te alejas del que fue Campo de Sevilla, el recinto ferial y la carretera nacional que la circunda. Entonces el ambiente parece otro, la estancia se hace más lenta, ajena al tráfico rodado. No hay apenas coches ni aquello es un lugar de paso. Desde ese momento Zafra revela sus secretos como ciudad acogedora y grata.

Plaza Grande, por la mañana

Entonces te detienes en su Plaza Grande, atraviesas el Arquillo del Pan para llegar a esa otra, la Plaza Chica, donde los soportales pareciesen, por su inclinación, que caerán de un momento a otro. Te internas por una calle y llegas a la

Page 8: Libro de Zafra

7

Puerta de Jerez, el Callejón del Clavel, uno de los pocos restos del antiguo paso de la ronda en las murallas, ahora adornado con flores. Caminas para encontrarte recuerdos de uno de sus hijos más preciados, el ajedrecista Ruy López. Te asomas a un agujero, sorprendido por los restos de un hospital de San Miguel donde ahora crece la hierba, en completo abandono. Nada es como te lo imaginaste años atrás. Zafra es una ciudad escondida en su historia, tras sus murallas, impregnada de comercio antiguo y moderno. Cuando cae la noche se cierran las tiendas y las farolas de las dos plazas quedan encendidas. Entonces es una localidad donde los segedanos y sus visitantes se sientan a una mesa y escuchan conversaciones, saludan a los vecinos, te tomas unas olivas, unas patatas fritas o cenas ya en cualquiera de los bares mientras escuchas las campanadas de la iglesia y el run run de las conversaciones.

Por la noche Zafra se convierte en una ciudad acogedora para sus habitantes, para los que tuvimos la paciencia de alojarnos en su interior, aguardar unos días para que el lugar nos vaya ganando el ánimo, dejándonos la convicción de que vale la pena descubrirla y volver. Porque los recuerdos siempre serán gratos y, aunque por la mañana los empleados empiecen a regar la plaza bien pronto, los comercios abran sus puertas y las calles se llenen de gente; aunque Zafra muestre su cara más comercial, sabes que llegará otro momento, escondido entre el tráfago de las calles y el rumor del tráfico lejano, en que todo se aquietará y

Page 9: Libro de Zafra

8

resurgirá su lado más acogedor y amable, aquel donde te gusta terminar el día deseando que no acabe del todo.

Plaza Grande, de noche

Page 10: Libro de Zafra

9

El comienzo

Despliego un extenso mapa junto al portátil. Se trata de la zona de Zafra-Río Bodión que, como su nombre indica, tiene en la primera su centro neurálgico y de importancia histórica.

Page 11: Libro de Zafra

10

La profusión de mapas, planos, cuadernillos informativos, editados por la Junta de Extremadura para la promoción de su tierra, es considerable; el esfuerzo para dar a conocer su autonomía como objetivo turístico, encomiable. Probablemente, los actuales tiempos de crisis harán retroceder este tipo de inversiones pero me alegro de haberlas disfrutado porque siempre han sido orientativas de nuevas excursiones por tierras extremeñas. Llegué a Zafra siguiendo desde Sevilla la conocida carretera nacional N-630, la autovía de la Plata. En el plano aprecio que la antigua Vía del mismo nombre y construcción romana debió marchar en paralelo atravesando Zafra. La que ahora se sigue hacia el norte pasa cercana, pero no por la propia ciudad, para la que hay que desviarse hacia el oeste siguiendo la nacional N-432 que se dirige a Badajoz. Con esta disposición uno sospecha que la Zafra original pudo deberse a un cruce de caminos, puesto que en su proximidad la Vía de la Plata romana debía conocer un ramal que marchara hacia Mérida, la capital de la Lusitania. Pero todo esto son especulaciones que difícilmente se pueden probar. Los historiadores, como el conocido Rodrigo Caro, se encuentran con un montón de testimonios antiguos y nombres de ciudades romanas cuya equivalencia con ciudades actuales es muy difícil de precisar. Así afirmó hace años que Zafra correspondía a la antigua Ségeda romana, de nombre oficial Restituta Julia. Es por esa creencia que el gentilicio de los nacidos en la localidad es el de segedanos, además de zafrenses.

Page 12: Libro de Zafra

11

Sin embargo, actualmente se cree que no es así, la ciudad surgió en época medieval por varios factores: su situación en un cruce de caminos, desde luego, por su posición límite entre los reinos musulmanes de Sevilla y Badajoz, que obligaba a levantar una fortaleza defensiva, y la existencia de abundantes aguas subterráneas, que permitían el establecimiento de un número creciente de habitantes. Los caminos de los que se habla son musulmanes pero, sin duda, herederos de los romanos, al menos en parte. El que llevaba desde Córdoba hacia el noroeste de la Península conocía en ese lugar dos ramales secundarios: uno conducía hacia Badajoz y el otro ascendía hacia Mérida, Cáceres y Coria para alcanzar Zamora. Hay que tener en cuenta que Zafra se sitúa en un valle considerablemente amplio y fácil de transitar. Sólo hacia occidente y el sur, se encuentra un terreno más serrano pero, en general, la actual comarca de Zafra-Río Bodión (este último un curso de agua que la atraviesa al sur) es zona propicia a los caminos poco empinados y fáciles de seguir, a la bifurcación hacia diferentes destinos. En esas condiciones, estando lejos las localidades más importantes, resultaba adecuado establecer una parada dentro del viaje. A relativa poca distancia de Zafra, sobre un risco, se encuentran los restos de la fortaleza musulmana de El Castellar. Ni siquiera me acerqué a verla, ciertamente, pero según parece, hay muy poco que encontrar allí. En la cima de esa elevación sobresalen unas piedras derruidas que aún se sostenían en pie a finales del siglo XV.

Page 13: Libro de Zafra

12

En los tiempos de su construcción (hay referencias en el geógrafo Al Bakri), hacia el siglo XI, constituía el baluarte defensivo que hemos mencionado. Por entonces, la localidad muy reducida que se disponía a su amparo se llamaba Sajra Abi Hassan. El primer término (Sajra) significa “lugar situado entre rocas” y de él ha derivado con el tiempo la expresión Safra, Çafra y, finalmente, la Zafra cristiana. A partir del siglo XIII la situación cambia. El empuje de las fuerzas castellanas de Alfonso IX resulta imposible de soportar, de manera que el castillo cae a manos del Maestre de la Orden de Alcántara, Arias Pérez, en 1229. Pero el dominio de la zona no era completo ni los efectivos permitían mantener las conquistas efectuadas, de manera que volvió a manos musulmanas. La conquista definitiva habría de tardar unos años, llevándose a cabo en 1241, gracias al avance de las tropas cristianas de Fernando III, en su camino hacia Sevilla. Por entonces, Çafra quedaría a cargo de la ciudad de Badajoz, que la habría de ceder a diversos señores (María de Molina, Alfonso Pérez de Guzmán, por venta incluso al cardenal de Toledo, Gil de Albornoz), volviendo siempre a Badajoz tras diversos años de ocupación señorial. No fue hasta el 26 de febrero de 1394 cuando alcanzara un status más estable, al cederla el rey Enrique III a Gomes, hijo del Maestre de la Orden de Santiago, un gallego llamado Lorenzo Suárez de Figueroa. La entrega de este pequeño pueblo, junto a los de Feria y La Parra, sería el germen de uno de los señoríos más importantes de aquella

Page 14: Libro de Zafra

13

región por muchos años: el que sería conocido más adelante como ducado de Feria. Cuando esto sucedía, Zafra se reducía a muy poco. De hecho, los nuevos señores situarían su residencia habitual en un castillo de nueva construcción en Villalba de los Barros para luego levantar otro de hermosa factura en la propia Feria, distante unos 20 km de la localidad segedana. No fue hasta más adelante que los señores de Feria fijaran su atención comercial y constructiva en esta localidad que iba creciendo paulatinamente, a partir de un activo comercio al que no eran ajenos los judíos que habían quedado como habitantes tras la conquista cristiana. Inicialmente, Zafra se reducía a una plaza central donde se situaba una pequeña iglesia y un cementerio. Era el germen de la llamada Plaza Grande. Por entonces, se abría a un espacio aledaño donde, alejándose del camposanto, se fueron situando puestos de compra y venta que impulsaban ese activo comercio que nacía con la propia instalación de algunos edificios. Dada su dedicación, estas casas se levantaron dejando un amplio espacio corrido y sostenido por columnas, donde los puestos de venta podían cobijarse cuando el tiempo fuera inclemente. Se asistía de esta forma al nacimiento de una nueva plaza, que por contraste con la anterior se denominaría Chica, y que hoy sigue constituyendo, con la primera, el centro de la población, si bien el comercio se ha extendido desplazándose hacia otros lugares muy transitados como la calle Sevilla.

Page 15: Libro de Zafra

14

De manera que la historia de la población comienza en estas dos plazas y, consecuentemente, serán también las protagonistas de nuestra narración en los siguientes capítulos.

Page 16: Libro de Zafra

15

Plaza Grande

Cada mañana, de las diez que pasé en la ciudad de Zafra, abría la ventana de mi habitación de par en par. En alguna ocasión un ruido infernal me despertó a las siete. Pensaba que alguien estaba arrancando interminablemente una moto pero era incapaz de asomarme a verlo, los ojos se me cerraban. El propietario del hotel fue a reclamar al Ayuntamiento porque los trabajadores de la limpieza armaran tal ruido a esas horas de la mañana. Incluso el hijo del propietario les llamó la atención discutiendo con ellos pero yo casi no me enteraba. Finalmente, se hacía el silencio, los empleados se iban con el ruido a otra parte, y me quedaba aún en la cama hasta las ocho o las nueve. Entonces me asomaba y el panorama se fue haciendo tan familiar que no puedo sino recordarlo con satisfacción. Se veían los soportales de la Plaza Grande en su costado norte, la torre de la iglesia, antigua Colegiata, detrás. Algunos coches iban y venían entrando por una calle lateral, saliendo por otra frente a mí. Eran sobre todo repartidores de diversos productos, alguna tienda hay en el lugar, un par de pequeños supermercados, también bares, naturalmente, su presencia cubre casi todos los lados de la plaza, bajo los 72 soportales que muestra al visitante. Por la noche, la última mirada antes de ir a dormir era al mismo lugar, ahora cubierto por las sombras allá a lo lejos, salpicado de luces en la propia plaza, con muchos zafrenses aún cenando o tomando algo en las mesas frente a mí.

Page 17: Libro de Zafra

16

Me he alojado en unas cuantas plazas mayores a lo largo de mis viajes, la de Ciudad Rodrigo, por ejemplo, es de muy grato recuerdo, pero ésta tiene un lugar especial en mi memoria.

Plaza Grande, desde el hotel

No siempre fue plaza, desde luego, incluso su construcción fue algo azarosa y peculiar. Hacia el siglo XIV, cuando la población era pequeña y ni siquiera había pasado aún a manos de los señores de Feria, la verdadera plaza era la Chica. Allí se llevaba a cabo el comercio y se levantaba la Audiencia del Concejo, hoy transformada en Escuela de Música pero aún presente como edificio.

Page 18: Libro de Zafra

17

Este espacio que podía contemplar cada mañana era únicamente un gran cementerio que rodeaba a la pequeña iglesia parroquial construida por los primeros pobladores cristianos. Durante un tiempo, desde el año 1394 en que se registra la donación del rey Enrique III a Suárez de Figueroa, Zafra no dejó de ser un poblado en torno a esta Plaza Chica que se abría, a través de un estrecho paso (el Arquillo del Pan) al terreno eclesiástico dedicado a cementerio. Algo tuvo la población para que el segundo señor de Feria se fijara en ella. Villalba, que era la sede del señorío por entonces, quedaba algo alejada de la encrucijada de caminos que suponía Zafra. Feria, sobre aquella colina tan elevada, era un buen lugar defensivo, pero no constituía una población susceptible de favorecer el comercio y el tránsito de viajeros y mercancías. El resultado es que, en poco tiempo, la atención del señor de Feria se dirigió hacia Zafra. En primer lugar, se comenzaron sus murallas en 1426 para, en rápida sucesión, levantarse el monasterio de Santa Clara, donde habrían de ser enterrados los miembros del señorío, y comenzarse el espléndido Alcázar, nueva residencia, a partir de 1437. Con ello, el siglo XV es un tiempo de auge comercial de la localidad. Continuó viviendo y vendiendo la población judía que no había marchado tras la conquista cristiana, pero también empezaron a llegar nuevos comerciantes de tierras algo alejadas. Zafra ofrecía grandes oportunidades de negocio y el traslado de rebaños hacia las Extremaduras en invierno permitía detenerse en la zona.

Page 19: Libro de Zafra

18

En estas circunstancias, sucedieron dos cosas: La Plaza Chica no puedo encerrar las nuevas tiendas que se abrían sin cesar; por otra parte, la iglesia parroquial, además de mostrarse maltrecha por el paso de los años, era incapaz de albergar a toda la población cristiana que allí vivía. Todo esto se tradujo en una serie de consecuencias urbanísticas.

Fuente central de la plaza

En primer lugar, y tras obtener el permiso eclesiástico del obispo de Badajoz (no en vano eran parientes), el segundo señor de Feria mandó que se construyeran nuevas tiendas y edificios circundando el cementerio. Naturalmente, el permiso era imprescindible porque no se podía construir en sagrado sin él. De este modo, se levantaron edificios para

Page 20: Libro de Zafra

19

albergar a los comerciantes de manera que, en el piso bajo y, protegidos por soportales, abrieron tiendas y talleres de artesanía en número creciente: guarnicionerías, tallas religiosas, trabajos de cuero, zapaterías, platerías, etc. La presión comercial sobre el terreno era grande y la presencia tan cercana de las tumbas y la parroquia, no propiciaban precisamente el auge de las ventas. Fue éste uno de los motivos por los que se empezara a planear, ya en el siglo XVI, la sustitución de la pequeña iglesia por otra de nueva planta, más grande y sólida, símbolo también de la creciente importancia de los señores de Feria, condes desde hacía casi un siglo y que pronto alcanzarían el ducado por sus servicios a la Corona. Se cree que el cambio hubo de efectuarse entre 1555 y 1564, según diversos documentos que hablan del traslado de enterramientos familiares al nuevo templo. Desde ese momento se puede hablar del nacimiento de la Plaza Grande y su conformación definitiva. Conociendo todo esto se puede comprender la extraña sensación que tiene el visitante recién llegado ante la presencia de dos plazas tangentes pero separadas. La más grande, donde me alojaba, fue escenario posteriormente de procesiones, corridas de toros, celebraciones de todo tipo. Desde sus espléndidos balcones, en uno de los cuales me acodaba cada mañana observando a los más tempraneros desayunando, oyendo las campanas de la iglesia, la nueva burguesía comercial contemplaría en otro tiempo todo este tipo de fiestas.

Page 21: Libro de Zafra

20

Porque éste es uno de los aspectos que destacan: los bonitos y señoriales edificios, los balcones, de elegantes herrajes, algunos escudos señoriales campeando por encima de dos o tres edificios. Aquí fueron construyendo todos esos nuevos comerciantes enriquecidos sus casas a partir del siglo XV, también en el XVI, como ostentación también de su importancia social, del poder adquirido dentro de la ciudad.

Plaza Grande, costado oriental

El estado general de la plaza es bueno, pero se observan algunos edificios en cierto grado de abandono. En el costado oriental, por ejemplo, la balconada es muy elegante pero, visto el edificio desde arriba, se aprecian muchos deterioros en las azoteas. En el lado sur, donde me

Page 22: Libro de Zafra

21

alojaba, el hotel tiene muy buen aspecto, pero a su lado se levanta un edificio de propietario peculiar cuanto menos, abandonado en su restauración, alguna vez iniciada, y con grandes carteles de protesta contra su vecino y las autoridades municipales. Lo que predomina, sin embargo, es la buena apariencia de las casas que bordean la plaza, toda ella envuelta en soportales con columnas de piedra. Frente a mí se alineaban en verano las mesas de los bares allí presentes. Solía terminar el día en alguno de ellos tomando una granizada de limón que aliviaba el calor padecido, observando al público presente, mucho del cual eran familias de la propia Zafra, no sólo turistas. Estos deambulaban mirándolo todo, parejas con hijos pequeños que correteaban por un espacio que a esas horas apenas tiene tráfico, todos los coches ya aparcados, parejas jóvenes que se sentaban cerca de mí charlando sin cesar, tomando una cerveza, probando algunas tapas. En esos momentos no deseaba volver al hotel, por agradable que fuera la habitación, sino disfrutar de la noche. Sabía, como ahora sé, que aquellos constituirían algunos de los mejores recuerdos de mi estancia, cuando las experiencias se aquietan y los recuerdos se van conformando. Es el momento de pasear distraído tu mirada alrededor, recibir la mirada ociosa de los otros, como la tuya, traer a la memoria el pueblo cercano visitado, aquel atractivo castillo de Valencia del Ventoso, la infinita subida a las torres más elevadas en Burguillos del Cerro, el agradable paseo por las calles de Hornachos. Todo vuelve a esa hora de fatiga,

Page 23: Libro de Zafra

22

descansando sin prisa mientras te refrescas con tu granizada de limón, sabrosa y bien fresca. Allí escuché a un camarero simpático y parlanchín hablando con algunas personas a las que servía. Parecían haber vuelto a Zafra después de algunos años de ausencia. Comentaban algunas variaciones de la propia plaza. El camarero recordaba aún la instalación de una fuente de cuatro caños en medio. “Ya trabajaba aquí cuando plantaron esas palmeras y, ya ve usted cómo están, yo las vi bien enanas”. En efecto, la plaza no es enteramente rectangular sino que muestra un esquinazo producido por una serie de casas algo adelantadas que transforman su planta en una especie de L invertida. Mientras la rama mayor es el espacio frente al hotel, la rama menor, que conecta con el Arquillo del Pan, se ve cubierta de palmeras. La fuente se instala precisamente en la intersección de las dos ramas. Fueron muchas las fotografías que hice de esta Plaza Grande. La mejor hora para realizarlas desde el hotel era por la mañana mientras que, a la tarde, lo mejor era sacar la fachada del mismo hotel, “Los Balcones de Zafra”, para darle finalmente su nombre. Nadie me supo decir el origen de los dos escudos nobiliarios que llegué a contemplar de lejos, sobre la parte superior de dos edificios. El recuerdo de las familias que los utilizaron para mostrar su hidalguía quizá, ha desaparecido del conocimiento común de los allí residentes. Pero sí hay dos placas que recuerdan a personajes importantes de la localidad, bien alejados en el tiempo por otra parte.

Page 24: Libro de Zafra

23

Una de ellas se dedica a un humanista, Pedro de Valencia y se sitúa donde nace la calle de Santa Catalina, en la misma Plaza Grande. Nacido en 1555, estudiante en Salamanca siendo el conocido Benito Arias Montano uno de sus profesores, más tarde amigo, llegó a ser cronista oficial del reino de Felipe III, gran humanista. En esta casa de la esquina que ahora ostenta una placa recordándole debió componer su obra más importante, de poca repercusión en su tiempo pese a ello: “Quaestiones Academicae sive iudicium erga verum”.

Casa de Pedro Valencia

Page 25: Libro de Zafra

24

Este título tan impresionante y oscuro para los que no conocemos el latín, eran comentarios a la obra de Cicerón. Sin embargo, lo que se presentaba como tal era en realidad un análisis de la noción de verdad a lo largo de la historia de la filosofía. Fue escrita hacia 1590, publicada en Amberes seis años después, justamente el año en que nacía Descartes no muy lejos de allí. En los tiempos de Valencia, la fascinación por la obra recuperada de los antiguos filósofos griegos, dejaba paso a un nuevo tiempo en el pensamiento europeo donde cundía el escepticismo y se cuestionaba el valor de verdad en las antiguas nociones del mundo a la luz de estos descubrimientos. Esta duda, que Descartes recogería para alcanzar la cima de su pensamiento en el siglo XVII, es también la materia con la que trabajaba Pedro de Valencia intentando averiguar qué es la verdad y de qué forma se puede alcanzar fuera de toda duda. Muy cerca del hotel donde me alojé, se levanta otro edificio del que está separado por la estrecha calle de Pasteleros. En él se menciona a una escritora de la que he leído varios de sus libros, particularmente “La voz dormida”. Dulce Chacón nació el mismo año que yo, 1954, de ahí que me parezca especialmente trágica su muerte prematura por un rápido cáncer de páncreas en 2003. Su padre, Antonio Chacón Cuesta, fue alcalde de Zafra durante el período franquista. Además de político, también escribía poesía y tenía un gusto literario que serviría de caldo de cultivo, pese a su muerte temprana, para la labor literaria de

Page 26: Libro de Zafra

25

Dulce y su hermana gemela Inma, reciente finalista del premio Planeta.

Casa natal de Dulce Chacón, a la derecha

Ahora, como digo, la vida sigue en torno a la casa natal de la escritora. Se desayunaba en el propio hotel que acoge, se paseaba escuchando las campanadas cercanas de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria. Por la noche, las mesas se llenaban en aquellos días, la vida bullía en conversaciones. Cuando me acostaba, cercana la medianoche, cerrando las contraventanas, aún veía muchas mesas ocupadas, algunos niños corriendo por el empedrado de la plaza, y ese rumor acunaba finalmente mi sueño.

Page 27: Libro de Zafra

26

Page 28: Libro de Zafra

27

Los Balcones de Zafra

La estancia en Zafra estuvo indisolublemente unida a un hotel en concreto. Es cierto que hay otros de calidad, cómodos y agradables para permanecer en ellos varios días, pero este libro, aún utilizando datos históricos y objetivos, no pretende sino contar una experiencia personal. “Los Balcones de Zafra” presenta un valor añadido: el mismo propietario y su trato cordial, amable y educado. Que la experiencia no es enteramente subjetiva lo dicen los múltiples comentarios que registra su hotel en cualquier página donde se ofrecen sus servicios. No están exentos de algunas críticas que también pueden hacerse, como es el tema del ruido ambiental y la variedad y calidad de su restaurante, pero de ello hablaremos más adelante. D. Francisco Simoes, el propietario, es hombre de buena familia, como se deduce inmediatamente de su trato muy respetuoso y educado. Tiene a orgullo estar a cargo de esta enorme casa familiar y le gusta mostrarla, salpicar su explicación con anécdotas sobre antepasados suyos, características de la casa, algunas apenas descubiertas. El edificio es atractivo desde fuera, interesante de observar con sus cuatro balcones de la segunda planta y otros tantos en una magnífica primera planta, los más señoriales. Ocupando cuatro soportales de la Plaza Grande, la planta baja muestra un acceso no muy ancho y un espacio mayor dedicado a restaurante. Empecemos por la crítica a este último. Cené alguna noche en él, comí incluso en uno de los días de mi llegada. El

Page 29: Libro de Zafra

28

trato del camarero, nuevamente, de una corrección y sencillez que te hacían sentir a gusto enseguida. Pero la carta era limitada, incluso comprobé con cierta sorpresa que no abrían todos los días y eso en tiempo de verano, cuando puede garantizarse una ocupación de todas las mesas, no muchas por otra parte, tal vez no lleguen a la decena.

Los Balcones de Zafra

Cuando entras al pequeño vestíbulo de entrada encuentras una mesa antigua y artística donde permanece el Sr. Simoes o su hijo, tal vez alguna empleada. Al primero le gusta sentarse a última hora de la mañana en una de las mesas de su restaurante, a las puertas del hotel, para contemplar el paisaje, leer el periódico o charlar con algún cliente o amigo

Page 30: Libro de Zafra

29

que acierte a pasar por allí. Porque le gusta orientar al visitante, explicarle más allá de lo estrictamente necesario, las posibilidades de la ciudad, algo de su historia. Cuando además le preguntas, interesado, la narración crece y es posible, como me sucediera en cada viaje, que te lleve a visitar todo el hotel, explicarte la historia de su familia, entroncada de manera indeleble en la de la propia Plaza Grande donde la casa se levanta desde el siglo XV o XVI.

Recepción del hotel

A la vista no hay mucho antiguo ya en ella, si bien la reconstrucción efectuada a finales del siglo XX ha conservado y restaurado mucho de lo que existió. Pero ahora, por ejemplo, tiene ascensor y todas las comodidades cuando

Page 31: Libro de Zafra

30

subes al segundo piso, donde se encontraba mi habitación. Ésta aparecía impecable, acogedora. Es cierto que, al dar a la plaza y en pleno verano, te llega el rumor de las conversaciones pero aquello, como las campanadas de la iglesia, no me molestó demasiado. En todo caso, siempre se puede pedir alguna habitación interior que, aunque con vistas muy inferiores, garantiza la placidez del sueño.

Habitaciones del segundo piso

Sobre el origen de la casa y su relación con la construcción de la Plaza Grande, he preferido conservar el testimonio que, por escrito, muestra el hotel en su web:

“El núcleo del edificio se remonta a una villa romana en Segeda. Entrada principal bajo porche

Page 32: Libro de Zafra

31

de doble altura seguido de dos hileras de columnas de mármol que finalizan en un gran arco y un espacio que contiene el pozo bajo bóveda con las dos entradas enfrentadas de la casa original. Las entradas se enmarcan en lo alto con piedra de granito vista, llevando los tejados enmarcados el agua de lluvia al impluvium ó estanque. En época árabe se cierra el espacio del porche de entrada y se levanta con esas mismas dimensiones una estrecha edificación paralela a la fachada, que convierte en calle transitable el entorno del pozo bajo bóveda y los porches entre columnas. En el siglo XV-XVI Riojanos de la sierra de Cameros y Navarros de la zona de Arellano, cierran este callejón árabe para constituir una bodega de grandes tinajas realizadas por el maestro Suárez con una técnica consistente en introducir pirita de hierro para darles mas consistencia y una base circular mínima como fondo de cada tinaja. Al mismo tiempo consolidan el diseño urbanístico de la Plaza Grande obligando a que las casas de nueva planta se realicen con porche de arcos de 3 metros de anchura y a las casas ya existentes como la nuestra y la paralela mencionada, añadir el espacio para realizar los mismos soportales que en la actualidad se pueden contemplar sin excepción en toda La Plaza

Page 33: Libro de Zafra

32

Grande. La casa consta de dos pozos y otro más transitable, de mayores dimensiones y con gran caudal acuífero, excavado todo en la roca, bajo dos grandes arcos en ladrillos. Este último pozo puede haber sido utilizado según época como pozo, noria ó baño”.

Suite del primer piso

El Sr. Simoes me llevó en cada uno de mis viajes hasta la primera planta que, eventualmente, los mismos propietarios habitan si no está ocupada. Porque aquello son suites de lujo, encerrando en ellas recuerdos familiares en abundancia, además de lujosos muebles, artísticos cuadros y una biblioteca que estuve curioseando. Según me dijo el

Page 34: Libro de Zafra

33

propietario allí habían terminado por descansar libros que algunos huéspedes donaban con gusto (espero que éste pueda figurar también), otros que provenían de su familia, entre los cuales me mostró algunos ejemplares de un cónsul que anduvo por tierras lejanas.

Suite del primer piso

El paseo por aquella primera planta es internarse en un mundo de muchas generaciones. Desconozco la historia de esta familia más que por algunos personajes allí retratados pero da la impresión de que se entrelaza firmemente en la propia historia de Zafra. El Sr. Simoes tiene muy a gala, por ejemplo, ser heredero de una tradición de cameranos, comerciantes provenientes de la zona de Cameros, en la

Page 35: Libro de Zafra

34

Rioja, de los que hablaremos más extensamente dos capítulos más adelante. Estuvo comentándome algunos detalles como el hecho de que Cameros fuera una región con varios pueblos, que en torno a los siglos XV y XVI, llevados por el transporte de ganado propio de la Mesta, alcanzaron Zafra para quedarse en ella, constituyendo uno de los más importantes grupos de población entonces. “Allí” me dijo, “hay una casona que encierra toda la documentación archivada de aquella emigración y la historia posterior de los cameranos de Zafra. Varios pueblos han tenido históricamente una llave de esa casona en la persona de un ‘divisero’ y se han reunido en determinadas ocasiones todos sus representantes. Yo mismo”, añadió, “he sido el encargado de guardar una de esas llaves”. Pero enseguida me detenía ante un cuadro de uno de sus antepasados. “Observe lo que lleva en la mano, con qué quiso ser retratado”. Me acerqué a mirar algo escrito, un papel alargado. “Es una letra de cambio”, me aclaró, “fue un hombre que hizo fortuna con sus negocios y bien podía considerarlo su instrumento favorito en ellos”. Me contó tantas historias de unos y otros que he lamentado mucho no haberlas anotado inmediatamente. Por entonces no sabía siquiera si escribiría estos recuerdos e impresiones. Quedé con la sensación de que esta familia, como seguramente algunas otras que han pervivido en Zafra durante siglos, merecía la atención de alguien que intentara indagar en la historia de la localidad.

Antes de irnos, me enseñó un cuadro que mostraba una casa situada en la Plaza Chica durante el siglo XVI, con

Page 36: Libro de Zafra

35

algunos personajes subidos encima de sus caballerías, vestidos a la usanza de aquella época. A su lado, una hermosa mujer con su mantilla negra y una enorme flor en el pecho se abanicaba con media sonrisa. Eran infinitos los detalles que podían encontrarse en aquel piso, dignos de ser mencionados.

Plaza Chica, retrato de época

En cierta ocasión me atreví a mencionarle las quejas que el propietario de la casa colindante expresaba en la fachada de la misma. Ya las había visto en mi primera visita, pancartas exhibidas sobre los balcones de un edificio en reconstrucción, aparentemente, donde las obras no habían avanzado un milímetro en un año. Como además, el propietario exhibía acusaciones concretas contra el

Page 37: Libro de Zafra

36

aparejador municipal y su pretendida relación con el Sr. Simoes, opté por salir de dudas y escuchar su versión. Me llevó hasta una ventana, me hizo observar la obra realizada por el vecino, transgrediendo los límites de su propiedad hasta el punto de invadir la privacidad del hotel. Me comentó de algunos incidentes violentos protagonizados por aquel señor con el aparejador, del tema enquistado y de su tratamiento judicial. Hablando, hablando, le vine a preguntar por las habitaciones superiores, aquellas que tienen una terraza solárium que da a la plaza. Inmediatamente, subimos hasta allí y me las dio a conocer. Paseamos por la amplia terraza. Parece que hubo comentarios sobre la alteración que suponía en su momento transformar una azotea en habitaciones. Todo ello, me aclaró, había tenido los permisos municipales oportunos y, como coincidí con él, no rompía en modo alguno la estética de la fachada de este edificio histórico. Pude asomarme a ver la parte superior de los edificios colindantes. Como ya mencioné, el que se extiende por el lado oriental de la plaza, aparentemente bien desde el suelo, muestra un notable grado de deterioro en su azotea, visiblemente abandonada. La vista es espléndida, la terraza es amplia y en ella se alinean hamacas que permiten tomar el sol, si así se desea. Me apoyé en la balaustrada siguiendo sus explicaciones y haciendo alguna foto de la iglesia, bien visible desde esa altura. Incluso, al salir de la habitación (algo más pequeña que la que yo tenía debido al espacio ocupado por la terraza), se accede al pasillo de entrada desde cuyas ventanas se

Page 38: Libro de Zafra

37

observan los tejados de Zafra. Ahí asoman las colinas cercanas cubiertas de olivos y, más cerca, atrayendo la atención entre los tejados, el campanario conventual de las clarisas y la sólida mole del Alcázar.

Solarium de la tercera planta

Aún me habló el Sr. Simoes de antiguos aljibes, de una posible bodega con unas tinajas enterradas en el suelo que se descubrieron al remozar el edificio. La cantidad de información que te puede dar, el gusto e interés con que lo hace, es considerable. Los días pasaron así, entre saludos y breves o más largas conversaciones, contándole dónde me dirigía, qué pueblos habría de visitar, preguntando cómo podría llegar a la cercana ermita de Belén. Para todo tenía una palabra amable. Entre los recuerdos, el despertar y abrir la ventana a la plaza,

Page 39: Libro de Zafra

38

luego bajar hasta la planta baja donde, en una habitación de muros de piedra y con una ventana al restaurante limítrofe, desayunaba cada día uno de esos continentales, con su zumo de naranja, café y tostadas, en ocasiones con algún dulce propio del convento de las clarisas.

Habitación para desayunos

Era un desayuno nutritivo que te permitía encarar el día con ganas de descubrir nuevos rincones de Zafra, sus alrededores o siquiera, volver a visitar los ya conocidos. En cada ocasión dejaba las llaves en la mesa, cerca de la cual, a veces en el primer piso o bien sentado a una mesa junto a la puerta, estaba el Sr. Simoes preguntando con amabilidad cómo me había ido, si disfrutaba de mi estancia en Zafra.

Page 40: Libro de Zafra

39

Plaza Chica

A primera hora de la tarde, para tomar un café en ocasiones, me detenía en la Plaza Chica. Se llega a ella desde la Grande a través de una abertura relativamente estrecha que se llama Arquillo del Pan, tal vez porque se vendiera dicho alimento en otro tiempo.

Arquillo del Pan

Allí mismo ya hay dos elementos de interés en los que hay que fijarse. Por un lado, un pequeño retablo barroco a la izquierda, instalado a cierta altura, conteniendo una Virgen de reducido tamaño. En Zafra se llama la “Esperancita” y es muy querida, obra del escultor Blas de Escobar. Parece que la

Page 41: Libro de Zafra

40

instalación de este altar obedece a una condición impuesta por el obispo de Badajoz, Juan Poggio, cuando consintió en que la iglesia parroquial desapareciera de la Plaza Grande y se trasladase el culto a la nueva: “en el lugar donde se derribare la dicha iglesia se dexe algún altar o capilla, o que de nuevo se edifique”.

La Esperancita

Como no se pretendía construir un nuevo templo se optó por dejar este pequeño altar en la conjunción de ambas plazas, tal vez se construyera por aquellos años mediados del siglo XVI. El segundo elemento de interés lo constituye, en una de las primeras columnas que encontramos al asomarnos a la Plaza Chica, la “vara de medir” que aparece esculpida en su

Page 42: Libro de Zafra

41

superficie. He leído que hasta el siglo XVIII aproximadamente esta columna se encontraba en otro lugar de la plaza siendo trasladada donde se encuentra, no sé por qué motivo. La vara de 83 centímetros y con sus subdivisiones nos recuerda el destino comercial que siempre tuvo esta plaza desde que fuera construida como tal hacia el siglo XIV, al ser conquistada la ciudad. En concreto, se data en 1380 la existencia de un mercado semanal.

Vara de medir

Page 43: Libro de Zafra

42

Se ha dicho con razón que el origen de la plaza es la instalación previa de un zoco árabe, de manera que los cristianos conservaron el ámbito comercial que siempre lo caracterizó. Sea como sea, las casas que circundan este pequeño perímetro fueron levantadas desde el siglo XV en adelante.

Plaza Chica, costado sur

Sobre las cinco de la tarde aún hacía calor en la ciudad. Por ello descansaba unos minutos en ocasiones sentado a uno de los innumerables bares que pueblan todo el entorno en los días veraniegos. Allí contemplaba a los muchachos que colocaban con rapidez las mesas y sillas que

Page 44: Libro de Zafra

43

llegarían a cubrir casi toda la plaza terminando por llenarla cuando llegara la noche.

Veía también pasar a la gente, turistas sobre todo a esa hora, algunos consultando un plano mientras miraban hacia un lado y otro buscando orientación, grupos de muchachas que marchaban entre risas, hombres que caminaban despacio y saludaban a alguno de los camareros.

Plaza Chica, costado norte

Me solía sentar en el costado norte, el lugar donde

empezaba a formarse la sombra a esas horas. Desde allí la panorámica de la pequeña plaza es prácticamente completa. Hay diferencias notables con la Plaza Grande, no sólo en tamaño. Muchas de las casas, algunas encaladas, otras no, están hechas de ladrillo, pero además, la mayoría de los

Page 45: Libro de Zafra

44

propios arcos, salvo por las columnas de piedra, también están formados de ladrillo. Todo ello revela su origen mudéjar, conservado a través de las remodelaciones que ha sufrido el lugar.

Salvo por la iglesia y el cementerio aledaños, éste fue el origen de la ciudad cristiana. En torno a algunas casas de judíos que vendían aquí sus productos, se fueron levantando soportales que albergaran sus puestos en invierno, fueron afluyendo en número creciente nuevos pobladores y comerciantes, hasta que la presión del negocio fue tan grande que desbordó este marco extendiéndose, no mucho tiempo después de su creación, hacia los terrenos adyacentes al cementerio.

Antigua Audiencia municipal, costado oeste

Page 46: Libro de Zafra

45

Cuando se pensó en levantar una casa consistorial, aquí se hizo también. Se encuentra en el lado occidental. Tiene una fachada neoclásica construida entre los años 1749 y 1750 (hay inscripciones que corresponden a cada uno de esos años). Sin embargo, aquello es una reconstrucción necesaria porque el edificio de la Audiencia municipal debía ser del propio siglo XIV y, cuatrocientos años después, amenazaría ruina. Hoy el Ayuntamiento está situado algo más lejos pero este edificio se ha destinado a Escuela municipal de Música.

Alguna noche, después de una reconfortante ducha tras un largo recorrido por la ciudad o por pueblos del entorno, me acerqué a cenar alguna cosa al mismo sitio. Enfrente, en la panda sur, podía contemplar una fachada artística en el número 3 de la plaza, mostrando una ornamentación de arcos entrecruzados y una triple ventana (trifora, según la jerga artística). Al parecer ésta debe ser la casa más antigua de las allí construidas puesto que estos adornos la situarían hacia los siglos XV o XVI, siendo las demás de los siglos inmediatamente posteriores.

Debajo, entre los arcos, se observa una joyería que a esas horas aparecía cerrada y el bar Muscaria, uno más de los existentes en la plaza. Casi toda la superficie de la misma, salvo un pasillo central en torno a la cruz que se encuentra en su centro, se mostraba ocupada por mesas y gente departiendo en ellas, tomando una bebida, probando unas tapas o raciones.

La vista en invierno debe ser bastante diferente, claro está, pero en verano el bullicio era constante y el ambiente

Page 47: Libro de Zafra

46

muy animado. Observé que los bares, en general, no son tan familiares como en la Plaza Grande, ni se sirven las bebidas más conocidas (que también), sino que se busca cierta originalidad, un diseño diferente y más moderno, menos clásico. La consecuencia es que la Plaza Chica se veía ocupada, en gran medida, por gente joven.

Ambiente nocturno

Las tapas eran peculiares también y padecí ciertas

dudas antes de pedir alguna, tuve que pedir explicaciones de qué era esto y aquello. Sin duda, mi lugar posiblemente estuviera en la plaza colindante pero, finalmente, encontré unos platos excelentes aunque extraños a mi paladar, bastante clásico y limitado por otra parte.

Page 48: Libro de Zafra

47

Las dos plazas descritas son el centro de Zafra, el espacio desde donde empezó a construirse la ciudad. Hoy el comercio se ha trasladado a la calle Sevilla y aledaños, incluso las actividades teatrales, que se celebraban al aire libre en la Plaza Chica, se han llevado a un nuevo edificio construido al efecto, no sin polémica. Este espacio ha quedado para el ocio y la restauración pero, seguramente, en invierno la zona se verá mucho más desangelada, con algunos parroquianos en los bares y otros caminando de un lado a otro mientras van a sus tareas atravesando las plazas.

Desde ellas iremos trazando a continuación diversos trayectos que nos permitan conocer la ciudad, pero antes debemos recordar a aquellos comerciantes que hicieron posible el crecimiento de la ciudad, que albergaron sus puestos de venta en estas plazas, que aquí buscaron su alojamiento construyendo a partir del siglo XV sus mansiones familiares. Hemos examinado un caso en el hotel donde me alojé. Otras casas nos recuerdan, con sus escudos heráldicos, que hubo otras familias de la burguesía comercial tejiendo una red de relaciones en torno a estas plazas.

Page 49: Libro de Zafra

48

Page 50: Libro de Zafra

49

Los Cameranos

El propietario del hotel mencionado tiene por nombre Francisco Simoes Fernández de Tejada. Este último apellido denota, si no es porque él lo ostenta con orgullo y así lo manifiesta, su origen camerano. La Sierra de Cameros es una región que estuvo a caballo entre Burgos y Soria hasta que la reforma administrativa de 1833 la integró en la provincia de Logroño para finalmente estar, hoy en día, en la Rioja. Desde la Edad Media su cabaña ganadera de ovejas merinas se cifraba en muchos miles, a lo que había que añadir, en relación con ella, la existencia de una afamada industria textil de paños y bayetas, entre otros elementos. ¿Por qué llegaron hasta Zafra y se asentaron en ella hasta constituir el grupo más influyente y poderoso de los siglos XVII y XVIII? Es algo que vamos a tratar de explicar en sus momentos fundamentales. En primer lugar, debe quedar claro que Zafra ha sido y es, fundamentalmente, una ciudad comercial. Desde la larga tradición a las ayudas y esfuerzos de sus dirigentes y habitantes, todo ha conducido a dicho resultado: la riqueza segedana se basa en un comercio activo, en comprar y vender. Ya hemos visto a ese respecto que la Plaza Chica recogió, en manos cristianas, un pasado árabe como zoco, para transformarse, en manos judeoconversas, en terreno abonado para la instalación de puestos de venta. ¿Qué se vendía sobre todo? Desde el principio, los productos textiles y relacionados con el cuero (guarnicionerías, zapaterías),

Page 51: Libro de Zafra

50

serían predominantes, además de la compra y venta de ganado. Desde finales del siglo XIV Zafra integraba el señorío de la Casa de Feria. De hecho, al año siguiente de su concesión a Gomes Suárez de Figueroa por parte de Enrique III, este mismo rey volvía a hacer una nueva: la realización de una feria por San Juan, en el mes de junio, siendo su duración de quince días. Tener un mercado de tales características era una fuente de riqueza para la localidad y, por añadidura, para sus señores, que cobraban elevadas tasas por el comercio que tenía lugar. Pero, a fin de cuentas, era riqueza para todos, de manera que los judíos, predominantes en aquellos tiempos, pagaban con gusto con tal de obtener las ganancias oportunas. Disponer de una feria no era inusual, sobre todo en villas de cierta importancia, sea por su tráfico comercial anterior o por los servicios que los señores de las mismas hubieran prestado al rey. En el caso de Zafra se reunieron ambas características. Sin embargo, mucha deuda debía tener el rey castellano Juan II con la Casa de Feria para disponer algo que sí era menos frecuente: la concesión en 1453 de una segunda feria a celebrar durante una semana alrededor de la fiesta de San Miguel, en septiembre. De ambos eventos, su historia y características, hablaremos extensamente en el capítulo final de esta obra. Baste saber por ahora que en el siglo XV la pujanza comercial de Zafra empezaba a despegar atrayendo paulatinamente a gente cercana y luego desde más lejos.

Page 52: Libro de Zafra

51

Como hemos dicho, la distante Sierra de Cameros disponía en ese tiempo de una muy importante cabaña ganadera de ovejas merinas que, al amparo de la Mesta, empezó a recorrer las llanuras castellanas buscando un más plácido acomodo y mejores pastos hacia el sur de su tierra. Fue así como en el siglo XVI se empieza a atestiguar documentalmente la presencia de cameranos arrendando dehesas y tierras de pasto para su ganado cerca de Zafra. Las primeras noticias datan de 1553 y son, precisamente, contratos de arriendo y subarriendo. Para los habitantes de estas villas (no sólo Zafra sino las cercanas), era un negocio redondo reservar año tras año con los mismos ganaderos el arrendamiento de sus tierras. Eventualmente, estos últimos llegaban a subarrendarlas a otros cameranos que, al amparo de la experiencia de los vecinos, se unían en la marcha hacia Extremadura. Se ha discutido el posible asentamiento de estos serranos en la ciudad de Zafra, pero no hay testimonios fidedignos de ello: ni alquileres o compra de viviendas, ni referencia alguna a mujeres. Todo parece indicar que se limitaban inicialmente a traer sus ganados pasando una temporada en los pastos extremeños. En ese sentido, hay que tener en cuenta que las dos ferias de San Juan y San Miguel eran muy atractivas porque podían servir para comprar y vender ese mismo ganado, de manera que el objetivo se ampliaba desde los pastos disponibles a la compra y venta de animales. Así, determinados pueblos cameranos empiezan a ser registrados por cuanto en cada transacción figuraba el pueblo

Page 53: Libro de Zafra

52

de origen de los contratantes. Lumbreras era el mayoritario pero también figuraban otros (Muro de Cameros, Villanueva de Cameros, Ortigosa, Yangüas, etc.). Pero quien trae ganado puede transportar también otros productos que se producían en gran abundancia en la tierra serrana y de los que había crecida demanda en Zafra: textiles. De manera que, comenzando por un primer testimonio documental en 1572, los paños y bayetas de Cameros son objeto de venta creciente en las dos ferias antedichas. Pero aún los cameranos no se habían asentado en Zafra. Tendrá que ser el siglo XVII con sus crisis bélicas y sus problemas financieros que hundieron gran parte de la economía castellana, el que provocó una aguda crisis en el sector lanero (producto muy difícil ya de exportar a una Europa en guerra con España). A partir de ese momento, los cameranos, personas emprendedoras como pocas, fijaron su vista en una tierra bien conocida por ellos, proclive al comercio, con una presencia de judeoconversos pero pocos cristianos viejos, de aquellos que podían presumir de pureza de sangre e hidalguía. Poco a poco, los apellidos, Tejada sobre todo en distintas formas (Martínez de Tejada, Fernández de Tejada, San Román y Tejada), así como Rubio, Torre, Matías López, Gómez, etc. van apareciendo en todo tipo de transacciones comerciales, compra de viviendas, matrimonios y testamentos. Los cameranos habían desembarcado en la ciudad para quedarse en ella, tejiendo además una estrecha y endogámica red de intereses.

Page 54: Libro de Zafra

53

De este modo, los matrimonios exogámicos existían, desde luego, pero es curioso observar durante el siglo XVII y más aún en el XVIII, cuando la afluencia de cameranos fue mayor, que los enlaces se efectuaban mayoritariamente entre miembros de segunda o tercera generación de las mismas familias venidas otrora del norte.

Antepasado del Sr. Simoes, con una letra de cambio

Page 55: Libro de Zafra

54

Cuando el señor Simoes hablaba de quejarse ante el Ayuntamiento por el ruido desconsiderado de los trabajadores de limpieza a las siete de la mañana, cuando me mencionaba su iniciativa de fomentar la construcción de aparcamientos subterráneos para favorecer el comercio, estaba representando el mismo papel que sus antepasados fueron ocupando paulatinamente en la vida social y política de su época. Fijémonos en un dato simplemente: en 1792, finales del siglo XVIII por tanto, había 80 nobles censados en la ciudad. Pues bien, 42 de ellos eran cameranos, algo más de la mitad. Se entiende, pues, su presencia frecuente en las más altas instancias concejiles y administrativas de la ciudad de Zafra, la construcción de casas en la Plaza Grande que mostraran su creciente poder ciudadano, la instalación de escudos nobiliarios en lo más alto, para afirmar ante la población su condición hidalga. Naturalmente, no todos los asistentes a las ferias que se celebraban eran de Cameros. Había nutrida presencia de comerciantes de Córdoba y Toledo, por ejemplo, gente venida de Ciudad Real y Sevilla, pero estos no permanecían en Zafra sino que venían en ocasión ferial y nada más. Los cameranos se quedaron. Fueron fieles a sus costumbres, a sus recuerdos familiares y sociales. De ahí, y como muestra de reafirmación social, la construcción de una capilla a su Virgen de Valvanera en la nueva iglesia Colegiata. Como ya comentamos hablando del hotel y su propietario, aún existe en la localidad de Tejada, junto al río del mismo nombre, a 44 km de Logroño, una casona de piedra que guarda los

Page 56: Libro de Zafra

55

archivos históricos de los cameranos a lo largo de los últimos siglos. Allí están custodiados por seis llaves de las que disponen los llamados “diviseros de Tejada”, personas que aún celebran juntas periódicamente. Es cierto que los cameranos se afirmaron como un grupo eminentemente endogámico, dispuesto a obtener y utilizar el poder municipal en su provecho comercial. Pero también hay que reconocer que protagonizaron la actividad económica de la ciudad durante unos siglos decisivos y aún ahora, los lejanos descendientes de aquellos serranos que vinieron en el siglo XVII, continúan aportando su experiencia e iniciativas para que Zafra no pierda la importancia comercial que siempre la ha caracterizado.

Page 57: Libro de Zafra

56

Page 58: Libro de Zafra

57

Lorenzo Suárez de Figueroa

Es indudable que la pujanza comercial y el crecimiento de Zafra en aquellos años medievales se deben, en gran parte, al gobierno de sus nuevos señores de la Casa de Feria. No es mi intención hacer un recorrido por cada uno de los titulares de la misma, algo que otros autores han hecho con gran acierto, pero sí centrar la atención sobre alguno especialmente relevante en la vida de la ciudad. Lorenzo, el segundo señor de Feria, nació en 1408, fruto del matrimonio llevado a cabo aquel mismo año entre su padre Gomes Suárez de Figueroa y Elvira Laso de Mendoza, hija del almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza. Este primer señor de aquellas tierras las había ido ampliando por compra o intercambio hasta conformar un territorio cada vez mayor: Villalba de los Barros y Nogales formarían parte del señorío desde 1395, un año después de la concesión del mismo por Enrique III; Oliva de la Frontera y Mombuey entrarían también en 1402. Gomes Suárez de Figueroa era, fundamentalmente y como su padre el Maestre, un hombre de armas. Sirvió al rey en diversos conflictos, algunos de ellos en la frontera portuguesa cuando la guerra con este país en 1396. Las concesiones reales tenían mucho que ver con el agradecimiento del monarca y el deseo de conservar la fidelidad del primer señor de Feria. Aunque su labor militar tuviera lugar principalmente en la zona extremeña, donde fue alcaide de Badajoz, su muerte llegó bastante lejos, en una población que hoy tiene

Page 59: Libro de Zafra

58

muy pocos habitantes pero sí una larga historia: Palazuelos, cerca de Sigüenza. He recorrido el contorno de sus murallas, que aún conserva en gran medida, he visto su castillo, que mantiene su traza y algunos de sus torreones. Allí precisamente llegó Gomes Suárez de Figueroa para morir en 1429, siendo trasladado hasta Zafra.

Castillo de Palazuelos (Guadalajara)

Al llegar se procedió a su enterramiento en la cripta de un convento construido aún a medias: el de Nuestra Señora del Valle. Más avanzadas estaban las murallas de la ciudad, comenzadas en 1426 bajo su mandato, al objeto de fortalecer una villa que por entonces comenzaba a cobrar una importancia comercial considerable en el señorío.

Page 60: Libro de Zafra

59

Por entonces la residencia oficial de los señores de Feria se situaba en Villalba de los Barros, un lugar escogido desde su compra por las fértiles tierras que lo rodeaban y su cercanía a Fuente del Maestre, residencia que fue del Maestre de la Orden de Santiago Lorenzo, padre del primer señor de Feria. Pero con este nuevo Lorenzo, su nieto y segundo señor, la atención se centraría en la ciudad de Zafra que, mostrando un auge comercial notable, aportaba buenos dividendos a las arcas señoriales. Eso sería a partir de la muerte de su padre en 1429. Lo primero que se propuso era concluir las murallas y aquel convento de clarisas, que habría de constituirse en panteón familiar. Cuando se hizo cargo del señorío, Lorenzo Suárez de Figueroa era un joven de veintiún años, conocedor de la Corte y asiduo del rey Juan II. Dos años después de heredar le encontramos combatiendo en la Vega de Granada contra los musulmanes de aquel reino, tres años más tarde defendiendo los intereses de su cuñado Rodrigo Manrique (el padre del célebre poeta) en Huéscar con las armas en la mano. Pero Lorenzo, además de guerrero como su padre o su abuelo, era también un hombre con inclinaciones intelectuales y artísticas, no en vano contaba entre sus familiares a gente de la talla del marqués de Santillana o Jorge Manrique. Los nuevos señores del siglo XV no sustentaban su poder exclusivamente en la guerra sino que deseaban alcanzar un prestigio en otros campos que reafirmaran su poder y la importancia de su Casa.

Page 61: Libro de Zafra

60

En 1435 contrae matrimonio con María Manuel, hija de otro poderoso de la época. Los círculos nobiliarios, como los cameranos entre la burguesía comercial, tendían a enlazar sus relaciones familiares para conservar o aumentar su poder. Pues bien, la nueva pareja necesitaba una residencia. La importancia de Zafra era tal que ya no se comprendía el gobernar el señorío de Feria alejado de esta ciudad. Por ello, se escogió para vivir un lugar provisional (el actual hospital de Santiago) mientras se iniciaba en 1437 la construcción de un Alcázar de nueva planta, que habría de concluirse en 1443. Para realizarlo, como veremos bastante más adelante, se tomó como referencia el de Villalba, con su planta básicamente cuadrada, sus cubos en las esquinas y la torre del Homenaje, una apariencia que exteriormente ha conservado, no tanto en su disposición interior. La concesión por Juan II de la segunda feria de San Miguel a un año de su muerte, supone la penúltima al señorío. La debilidad de su sucesor en la corona, Enrique IV, frente al poder de otros señores y los agravios que entendió el señor de Feria que le eran infligidos por la concesión de Salvaleón y Salvatierra de los Barros al conde de Villena, produjeron la retirada de Lorenzo Suárez de Figueroa a sus tierras extremeñas desde 1445. Sin embargo, su presencia cerca de la frontera portuguesa, su fidelidad lejana pero cierta a la corona castellana, motivaron que Enrique IV quisiera granjearse su favor concediéndole el título de conde en 1460. Desde

Page 62: Libro de Zafra

61

entonces los señores de Feria serían también condes de sus tierras. ¿Qué Zafra dejó el primer conde al segundo, su hijo Gomes II Suárez de Figueroa? La ciudad aparecía rodeada de una muralla en forma de elipse irregular, con el eje mayor (de unos 600 metros de longitud) en dirección norte-sur y el eje menor (de 400 metros aproximadamente) en la dirección este-oeste, aproximadamente.

Casco histórico de Zafra

Gran parte del terreno así delimitado (se habla de hasta las tres cuartas partes) debía estar integrado por solares vacíos, huertas y terrenos de labor. Todo ello se configuraría con el tiempo y las construcciones que se iban expandiendo

Page 63: Libro de Zafra

62

desde las plazas interiores y junto a los ejes viarios, determinarían la trama en cierta forma irregular que aparece hoy en un plano de la ciudad. Sin embargo, sí es posible notar un trazado básico a partir del cual creció el resto ocupando los espacios vacíos. Tal es el caso de las dos plazas interiores y, en particular, la que se consideraba originalmente como más importante, que era la Chica.

El eje este-oeste sigue conservándose aún, yendo desde la antigua Puerta de los Santos, pasando ahora por la plaza del Pilar Redondo, donde se encuentra el Ayuntamiento, junto a la Iglesia de la Candelaria, hasta alcanzar la Plaza Chica y continuar hasta la Puerta de Jerez, al lado contrario del eje más corto de la elipse.

Sobre el eje perpendicular en dirección norte-sur, se discute aún. Actualmente parece unir la Puerta del Cubo (en su tiempo, de Badajoz), a través de la calle Tetuán, con la de Sevilla tras pasar por la Plaza Grande. Pero hay indicios de que, en origen, el eje viario seguía la calle Badajoz para enlazar finalmente con la de Sevilla. Sin embargo, la primera hoy queda cortada por una transversal finalizando en la calle San José, tropezando prácticamente con el terreno ocupado por la antigua Colegiata levantada en el siglo XVI. Es posible, aventuran los partidarios de esta sucesión de hechos, que aquel espacio por entonces vacío y que quizá se reservara para los ganados durante las primeras ferias de la localidad, se ocupara finalmente, entre otras cosas con la construcción de esta iglesia. Ello motivaría que el eje viario cambiara, ganando en importancia la calle Tetuán, hoy camino por

Page 64: Libro de Zafra

63

excelencia más recto hacia la Plaza Grande y alcanzándose así el espacio antes ocupado por la Puerta de Sevilla.

Del modo que sea, el segundo conde de Feria heredaba una ciudad trazada en lo fundamental pero aún con espacios abiertos que conocían una creciente actividad de construcción. De entre los problemas a resolver por los nuevos condes aparecía el de una parroquia pequeña y en proceso de ruina, la ocupación comercial creciente de los aledaños del cementerio y la necesidad, por tanto, de erigir una nueva iglesia más amplia, que mostrase a la ciudad y a sus visitantes el poder de los señores de Feria, también en el terreno espiritual.

Page 65: Libro de Zafra

64

Page 66: Libro de Zafra

65

Construcción de la nueva iglesia

La primera parroquia existente en Zafra fue la de Santa María, en los terrenos de la actual Plaza Grande. Cuando se construyera, aquello debía ser un solar abandonado, claro está, sin asomo de las casas que ahora rodean ese espacio. Simplemente había una pequeña plaza al lado, la Chica, con algunas casas que la circundaban. Lo demás, huertos, descampados. A principios del siglo XVI la ciudad había crecido considerablemente. Como sede del señorío, como lugar que conocía un crecido auge comercial con la celebración de dos ferias en torno al verano, los terrenos que rodeaban la iglesia y el cementerio adyacente iban siendo invadidos crecientemente por el comercio que se expandía a partir de la Plaza Chica. En la misma iglesia, al decir de las crónicas, no cabía ni medio pueblo. De hecho, un número elevado de personas tenían que ocupar parte de aquel espacio, incluido el cementerio, para asistir a las misas. En ocasiones se llevaba el púlpito hasta el portal para que la asistencia de los fieles que se apiñaban en el exterior pudiera hacerse efectiva. En 1505 fallece el segundo conde de Feria, aún joven. Para entonces había obtenido del Papa Alejandro VI una bula pontificia por la que parte de las obligaciones parroquiales se trasladaban a la cercana iglesia de Santa Catalina, hoy junto a la iglesia de la Candelaria. Pero aquello no era una solución definitiva por cuanto esta última constituía, probablemente, una mera ayuda parroquial. Resultaba necesaria la construcción de un nuevo y más amplio templo.

Page 67: Libro de Zafra

66

La prematura muerte del conde y la minoría de edad de su sucesor, tercer conde a la postre, Lorenzo III Suárez de Figueroa, paralizó el proyecto. No fue hasta la década de los treinta cuando se volvió sobre el tema encargando las trazas de esta nueva iglesia. Resulta algo curioso observar que el conde de Feria postergó de alguna manera esta iniciativa, llevando a cabo otras de notable importancia y distinto coste: la adquisición de Salvatierra en 1520, por ejemplo, o la construcción del convento de Santa Marina en Zafra, un año después. El retomar la idea de su padre en esa década pudo tener que ver con el derrumbe que tuvo lugar en aquellos años de una parte de la iglesia antigua, atrapando bajo los escombros a un grupo de fieles que asistían al culto. Aunque el problema fue subsanado sin demasiado coste, el conde, de acuerdo con el obispado de Badajoz, aportó una crecida cantidad para el planteamiento de las obras. Reedificar en el mismo espacio parecía fuera de lugar, puesto que la presión comercial sobre aquella futura plaza era considerable, pero tampoco podía estar muy lejos. Se tomó entonces la decisión de adquirir unos terrenos junto a la iglesia de Santa Catalina, un amplio solar propiedad precisamente de un hermano del conde de Feria llamado García de Toledo. Éste era consejero de Estado y Guerra de Felipe II, además de mayordomo y ayo de su hijo, el heredero D. Carlos. Como vemos, la Casa de Feria estaba bien situada en la Corte, empezando a alejarse (aunque no del todo aún) de la vida militar y acogiéndose a la cortesana, en la que

Page 68: Libro de Zafra

67

llegaría poco después a ejercer ilustres misiones diplomáticas. Pues bien, escogido el terreno, se mandó hacer las trazas o planos de la nueva iglesia que estaría bajo la advocación de Nuestra Señora de la Candelaria. No se sabe con entera certeza de quién fue la responsabilidad de las mismas. El maestro cantero principal durante largos años fue Juan García de las Lieves, natural de la misma Zafra, pero parece que era demasiado joven en aquel tiempo (alrededor de 1536) para asumir tal responsabilidad. Por ello se habla del que quizá sea su pariente Pedro de las Lieves quien, junto al cantero Cristóbal Martínez, se encargó en 1522 de la iglesia de Almendralejo. Sea como fuera, Juan García debió llevar la dirección de la construcción en su primer período (1544-1546) y durante el segundo (1560-1590) hasta su fallecimiento, alrededor de 1570, cuando le sucede Andrés de Maeda. Fue éste el que concluyó, por ejemplo, la torre de planta cuadrada, que podía contemplar cada mañana al despertar y por la noche, bien iluminada. Es llamativa por su altura, claro está, unos 50 metros, pero también por la notable diferencia en el material que la constituye: mampostería en su primer y elevado cuerpo para luego mostrar otros dos de campanas en ladrillo. La primera fase constructiva fue rápida, porque en apenas dos años ya estaba cerrada lo suficiente para que se abriese al culto en 1546. Desde ese momento deja de ser útil la parroquia antigua, que debió ser demolida para dar paso a una reorganización de la nueva Plaza Grande. Años después

Page 69: Libro de Zafra

68

aún se estaban trasladando enterramientos desde la nueva plaza hasta la iglesia.

Fachada de la iglesia

Cubierto el objetivo principal, la obra se detuvo durante más de diez años. Sólo en 1560 se vuelve a retomar por varias décadas más y nunca al fuerte ritmo inicial. Con

Page 70: Libro de Zafra

69

tanto tiempo de desarrollo sucedió, como era habitual, que se presentasen diversos estilos arquitectónicos, aunque el barroco sea predominante. Pero en los contrafuertes que sujetan el ábside en su parte exterior, en los pináculos que los adornan, se aprecian detalles góticos iniciales que desaparecerían enseguida.

Portada

Cuando se sale de la Plaza Grande por la calle de su extremo noreste, Tetuán, se alcanza inmediatamente el contorno de la iglesia. Allí, protegida por una alta verja de

Page 71: Libro de Zafra

70

hierro que sólo debe abrirse en ocasiones especiales, se observa la que es entrada principal. Resulta señorial, con sus parejas de columnas de mármol que se elevan hasta un entablamento para culminar en un frontón partido. En él se muestra la escultura de una Virgen con niño rodeada de dos figuras apostólicas: San Pedro y San Pablo. Encima de todo ello, como adorno más que a efectos de iluminación, un ventanal redondo. El estilo neoclásico de esta portada contrasta con el resto del edificio, barroco, mostrando que la primera es bastante posterior. En concreto, se realizó en 1701, casi un siglo después de que la iglesia, mediante una nueva bula pontificia, adquiriese la condición de Colegiata, algo que explicaremos en capítulo aparte. La entrada, sin embargo, se hace por una calle transversal a Tetuán, pasando junto a un bar que extendía sus mesas bloqueando la vía por la noche con el beneplácito municipal. Esta entrada secundaria es la habitual y por ella entré dos veces para recorrer el interior del templo.

Page 72: Libro de Zafra

71

Interior de la iglesia Las dos veces que paseé por la nave de Nuestra Señora de la Candelaria, la encontré envuelta en tinieblas. Algunas mujeres se sentaban en los bancos, o bien turistas intentaban adivinar la forma de los retablos y la riqueza de las imágenes en medio de la oscuridad, sólo paliada por la luz que se filtraba a través de la misma puerta de entrada. Como al tiempo no podía usar el flash, el resultado de aquellas visitas no pudo ser más pobre en el terreno fotográfico. La única nave de la iglesia mide 47 metros de largo por 25 de ancho en el crucero, estando la bóveda a 22 metros de altura. El volumen encerrado, pues, es muy amplio, el templo es de considerable tamaño. Cuando se construía también se estaba levantando la iglesia parroquial de Azuaga, en la Campiña Sur, que la supera en tamaño pero no por mucho. De modo que la sensación es de amplitud, desde luego, pero también de oscuridad. Nada más entrar uno se acerca, lógicamente, al altar mayor, pero hay algo que llama la atención. Todo el suelo, incluso debajo de los bancos de madera, está salpicado de tumbas. Algunos nombres aparecen desdibujados por el tiempo y el roce de tantos pies, pero muchos otros aún son legibles, como también se pueden distinguir adornos que llegan a ser calaveras y tibias cruzadas. En 1566 el obispo de Badajoz Juan de Ribera, vino a Zafra con el propósito de hacer una visita pastoral rutinaria. Alojado en el Alcázar, allí recibió a dos ricos comerciantes: Juan Ramírez el Viejo y Alonso Sánchez el Viejo. Ambos le

Page 73: Libro de Zafra

72

pidieron ser enterrados en el suelo de la iglesia, en concreto en el transepto. Es de imaginar la satisfacción del obispo cuando los peticionarios aceptaron pagar 200 ducados de oro por el privilegio.

Lápida en el suelo

A partir de ese momento, la venta de sepulturas se

abrió a toda familia con la riqueza suficiente, algo que incluso ha llegado hasta el siglo XX, como pude comprobar en alguna de las fechas encontradas allí. Al mismo tiempo,

Page 74: Libro de Zafra

73

aquello supuso una afluencia de medios económicos que agilizaron la conclusión de las obras en el segundo período constructivo.

Altar mayor

Pero ya avanzaba hacia el altar mayor, frente al cual me detuve. El retablo es de considerable tamaño, plenamente barroco con sus ocho columnas salomónicas circundando las tres calles que muestra en vertical. En la parte superior, un Crucificado que al parecer estuvo solitario en este lugar hasta que se instaló el retablo a finales del siglo XVII, quedando integrado en él. En el centro del mismo, sobre el amplio sagrario, una imagen de Nuestra Señora de la Candelaria y otra de Santa

Page 75: Libro de Zafra

74

Brígida, la primera patrona de la ciudad. El retablo en conjunto no es del estilo que a mí me gusta pero resulta importante en la historia artística de la Baja Extremadura. Su autor fue Blas de Escobar, el mismo que se encargó de renovar el pequeño altar de la Esperancita, en el Arquillo del Pan. Nació en Salamanca hacia 1622 pero, a los ocho años, se trasladó a Sevilla donde ingresaría en el taller de los Ribas para realizar su aprendizaje. En 1651 lo encontramos como maestro ensamblador, el nivel más alto en su oficio, del retablo en la iglesia de la Merced en Cádiz. Sólo unos años después, en 1657, le vemos ofertando un proyecto para el correspondiente a la iglesia de Zafra. Aunque varios años más tarde participara también en el retablo de la de Badajoz, su obra principal está aquí, en la localidad segedana. La inclusión de las columnas salomónicas, que llaman la atención cuando observas el retablo, era relativamente reciente: el primer caso se registra en la Cartuja de Jerez, en 1637. Él lo introduce en Extremadura de manera que, al ser una de las obras señeras de mediados del siglo XVII, su influencia se extendió hacia otras localidades próximas. Las figuras son obra de un imaginero sevillano, por entonces trabajando en la catedral hispalense: Juan de Arce. En el momento en que se instalaron en su lugar, Blas de Escobar ya residía en Zafra, con su familia, desde al menos 1662, cuando arrendó una casa. Ocho años después, sin haber llegado a los cincuenta años siquiera, falleció en la misma ciudad, siendo enterrado en el convento de Santa Marina.

Page 76: Libro de Zafra

75

Cuando a continuación se pasea por los costados de la nave, las capillas y altares se suceden, multiplicando los detalles que observar. Hay cierto nivel de abigarramiento en los adornos y figuras, la mayoría no identificadas mediante algún letrero. De hecho, no he encontrado tampoco un librillo explicativo de esta iglesia que pueda servir de apoyo al visitante. Iglesias más pequeñas y de menor riqueza he visitado que sí prestaban ese servicio, sea en forma de libro o incluso como un cuadernillo.

Retablo de Zurbarán

Page 77: Libro de Zafra

76

De manera que al menos nos fijaremos en dos lugares, los más relevantes junto al retablo mayor, del interior de Nuestra Señora de la Candelaria. Se trata de un retablo debido a la mano del pintor extremeño Francisco de Zurbarán, realizado en 1644. Es rara la pintura de este afamado pintor de Fuente de Cantos que se conserve en el mismo lugar en que se instaló por primera vez. Éste es uno de esos casos. La pintura principal, sobre la escultura de un Cristo cautivo que preside el centro del retablo, es la representación de la entrega de la casulla por la Virgen a San Ildefonso de Toledo. Pero hay más pinturas hasta completar la decena, como una Sagrada Familia en la parte superior, santos y ángeles a los lados. El segundo punto de interés se sitúa en la parte trasera de la nave, bajo la torre. Se trata de un altar rodeado por una verja metálica que impide acercarse demasiado, dedicado a la Virgen de Valvanera, típicamente riojana. Fue en 1729 cuando dos conocidos comerciantes cameranos de la villa: Domingo Martínez de Tejada y Mateo Marín del Valle, dirigieron un memorial al obispo de Badajoz. Adujeron en él que deseaban sufragar la construcción de un altar dedicado a una Virgen muy venerada en su población origen de Lumbreras, en la Sierra de Cameros. Fue así como, habiendo obtenido lo solicitado, encargaron al escultor Juan Ramos de Castro, radicado en Jerez de los Caballeros aunque original de Zafra, la realización del retablo que ahora se contempla en este lugar. Desde 1744 en que empezó a trazar los esbozos del mismo hasta su conclusión, pasaron siete años. El resultado a la vista

Page 78: Libro de Zafra

77

está, un conjunto barroco y recargado, donde la Virgen está rodeada de elementos decorativos que suben hacia la bóveda creando una sensación de movimiento que se agudiza con la distinta profundidad de los componentes del retablo. Otras figuras rodean a la Virgen de Valvanera: Santa Ana, San Joaquín, San José y San Francisco Javier.

Altar de la Virgen de Valvanera

Page 79: Libro de Zafra

78

Es difícil apreciar muchos detalles entre las sombras que rodeaban la nave, más en su parte trasera donde casi no alcanzaba la luz. Sin embargo, sí hay que fijarse en la pila bautismal de considerable tamaño, con forma octogonal, que preside el espacio tras el cual se encuentra el retablo. La pila es de mármol y, dentro de un estilo gótico, resulta de gran antigüedad. Una inscripción en su contorno la remite a 1309. Numerosos detalles aparecen en esta iglesia, a medida que te vas fijando en ellos. Enterramientos, un curioso púlpito donde se recuerda en su parte inferior la referencia a un marqués de Jodar, de sólo veinte años de edad, que “ofreció su vida por Dios y por la Patria” el 20 de julio de 1936.

Sacristía

Page 80: Libro de Zafra

79

Es necesario mencionar también la incursión algo atrevida que hice en la Sacristía. Me introduje por una puerta no muy grande junto al altar mayor, por si allí se encontrara algún museo. Lo que vi, como digo, era un recinto amplio con unas cajoneras magníficas, una mesa tallada en su centro que no tenía nada que envidiar a las primeras, cuadros en las paredes, la escultura de gran tamaño de un Cristo sobre una de las cómodas. Era la sacristía, concluida en 1623, al poco de adquirir la categoría de Colegiata, cuando las necesidades de culto implicaban una ampliación de lo construido hasta ese momento, que sólo podía hacerse hacia la parte donde se encontraba la antigua iglesia de Santa Catalina, a la que llegaremos dentro de muchos capítulos. Mi indiscreción me llevó incluso a traspasar la puerta de acceso al despacho parroquial, donde encontré sentado frente a una mesa a un sacerdote ante el que me disculpé por la intrusión. Pero la visión de aquella sacristía había merecido mucho la pena. Dos veces, como digo, paseé por su interior pero muchas veces más contemplé la iglesia desde lejos, referencia y faro en la ciudad junto a la mole del Alcázar. Antes de abandonarla del todo, conviene repasar su historia desde que, a principios del siglo XVII, se transformó en Colegiata.

Page 81: Libro de Zafra

80

Page 82: Libro de Zafra

81

La iglesia como Colegiata En septiembre de 1606 el segundo duque de Feria, Lorenzo IV Suárez de Figueroa, virrey de Sicilia a la sazón, fue requerido por el rey Felipe III para que viajara a Roma. Allí, como su embajador, debía cumplimentar al Papa recién elegido, Pablo V. El viaje no pudo ser más accidentado porque, al atravesar el estrecho hacia Gaeta, el duque se sintió enfermo. La situación fue agravándose de tal manera que, al llegar a Nápoles, falleció. El suceso fue muy sentido en Zafra, claro está, pero aún más lo lamentaron los sacerdotes de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria. Una de las misiones que llevaba su señor duque hasta Roma, aprovechando la tarea diplomática, era solicitar del nuevo Papa la declaración de la iglesia zafrense como Colegiata. Ello comportaría, entre otras cosas, rendir cuentas solo ante el Nuncio pontificio, representante papal, y no frente al obispo de Badajoz, para el cual iban las rentas generadas por la iglesia de Zafra y, sobre todo, de quien dependía la resolución de cualquier conflicto. Hubo que padecer una nueva espera en sus aspiraciones, no exenta de cierta desconfianza hacia el tercer duque, Gomes IV Suárez de Figueroa, por entonces de sólo veinte años. La abuela de este último, Juana Dormer, les tranquilizó: su nieto culminaría la gestión llevada a cabo por el segundo duque. Así fue, con esta edad y atendiendo al mandato testamentario de su padre, Gomes IV se dirigió a Roma para cumplimentar al Papa y plantearle la misma solicitud que su padre deseaba hacer.

Page 83: Libro de Zafra

82

La burocracia vaticana, de todos modos, era lenta. El duque volvió a Madrid para presentarse ante el rey en septiembre de 1607 sin que hubiera podido hacer otra cosa que presentar la solicitud. Las gestiones continuaron a distancia hasta que en 1609 una bula pontificia declaraba la iglesia de Zafra como Colegiata con una serie de condiciones y a falta de que el Nuncio comprobara la verdad de los datos alegados por el duque.

Altares del interior

Finalmente, no habiendo mayores problemas, tres años después, en 1612, la bula pudo hacerse efectiva alcanzando la iglesia parroquial la categoría de Colegiata que habría de disfrutar durante dos siglos y medio. Se la dotaba

Page 84: Libro de Zafra

83

de cuatro dignidades (abad con derecho a mitra, báculo y anillo, arcediano de Feria, chantre y tesorero), doce canonjías o prebendas, ocho racioneros y ocho capellanes. Todos ellos constituían el Capítulo colegial, sujetos a una serie de obligaciones rituales en cuanto a su presencia en tres oraciones diarias, reuniones obligatorias, etc. El primer abad, Francisco de Andrada, tuvo problemas con el obispo de Badajoz casi desde los primeros momentos. En principio, la bula contenía el derecho del abad a regir los problemas de su ámbito dirimiendo cualquier reclamación o denuncia que afectara a los sacerdotes que de él dependían. Sólo en segunda instancia los afectados podían reclamar ante el obispado de Badajoz. La situación comenzó a tensarse desde el primer momento con un obispo que nunca había sido consultado sobre las gestiones realizadas por el duque, patrono perpetuo que era, de la nueva Colegiata. En principio, el ámbito jurisdiccional del abad llegaba solamente hasta los miembros del Capítulo. Sin embargo, el prior de la iglesia parroquial de Zafra, tradicionalmente, regía los destinos de las iglesias y ermitas de su territorio. Los sacerdotes de estas últimas, llamados “extravagantes”, tras la bula entendían que ahora dependían del obispado pacense. Aunque acudían a los oficios de la Colegiata, se negaban a acatar las instrucciones del abad. Esto generó una especie de lucha soterrada que sacó a la luz los conflictos de poder entre la nueva Colegiata y el obispado. Cuando en 1618 fue nombrado obispo de la diócesis Pedro Fernández Zorrilla, hombre que debía ser sanguíneo y hasta violento, quiso dejar clara su autoridad. Para ello, citó

Page 85: Libro de Zafra

84

en 1619 a todos los sacerdotes de su diócesis para que se presentaran ante él siendo revisados en cuanto a su formación y conocimientos morales. El Capítulo colegial de Zafra se negó a acudir. En vista de ello, el obispo, ni corto ni perezoso, mandó meter en prisión al abad zafrense. La guerra estaba declarada. El duque tuvo que hacer gestiones urgentes ante el Vaticano para obtener la libertad del preso, cosa que consiguió sin que el obispo aceptara de buen grado la merma de su autoridad. De ahí que al año siguiente, en un clima muy enrarecido entre los dos bandos, decidiera hacer una visita pastoral a Zafra, acudiendo hasta la misma Colegiata. El suceso que tuvo lugar entonces ha pasado a la historia de la ciudad y es descrito por Castillo Durán del siguiente modo:

“Pocos días después se producía la visita pastoral del obispo a Zafra: autoridades militares, civiles y eclesiásticas, incluido el cabildo de la colegial, salieron a recibirlo a la puerta de Jerez. Posteriormente, sería conducido al templo de la Iglesia Colegial en donde fue recibiendo el acatamiento de los clérigos extravagantes. Cuando les llegó el turno a los canónigos, usando el derecho de exención, permanecieron inmutables en sus sillones del coro sin acercarse a prestar el acatamiento y obediencia que el obispo esperaba. La respuesta a esta actitud fue sorprendente pues ‘yrritado y lleno de cólera y

Page 86: Libro de Zafra

85

con furioso semblante’ procedió a enviar a uno de sus notarios al coro para comunicar al cabildo que se acercasen a rendirle obediencia y besarle la mano. Todos los capitulares a una misma voz manifestaron que estaban excusados de realizar tal ceremonia pues no era su prelado y por tanto no tenía jurisdicción alguna sobre ellos. Fue entonces cuando el obispo, perdiendo, sin duda, el control de sus nervios, se dirigió al coro acompañado de sus criados, que portaban armas, zarandeando al abad para tratar de desplazarlo de su silla abacial y ocuparla él. Un capellán, que recriminó su conducta, hubo de soportar el violento ataque por parte del obispo y sus criados que tomaron por asalto la totalidad del coro” (Cuadernos de Çafra, 2006, nº IV, p. 185). Desde luego, la escena tuvo que ser digna de

comentario en todo el obispado, llegando hasta las más altas instancias. La autoridad del obispo era mucha y, además, resultó herido en una mano durante el forcejeo. De ahí que se dictaminara judicialmente el exilio del abad y todo el Capítulo zafrense en Portugal durante varios meses. Eso no fue óbice para que estos presentaran un litigio contra el obispo.

Las aguas no se calmaron hasta la llegada de otro obispo en 1627, Juan Rocco de Campofrío. El nuevo prelado de la diócesis era hombre propicio al acuerdo y debió resultarle molesto heredar de su antecesor una pugna tan

Page 87: Libro de Zafra

86

violenta. Por ello mandó iniciar conversaciones que culminarían un año después, otorgando al abad el orden de jurisdicción dado por la bula pontificia, incluso haciendo desaparecer la figura de vicario del obispo en Zafra, a cambio de que el abad portara su mitra, báculo y anillo sólo en ocasiones determinadas, estando para estas manifestaciones sujeto al permiso dado por el obispo.

Altares del interior

Con ello se calmaron estos litigios y, aunque revivieron

en algún momento (como en 1800) nunca fue con el grado de virulencia del principio. De todos modos, no podemos terminar los asuntos jurisdiccionales sin hablar del extraño

Page 88: Libro de Zafra

87

caso del clérigo zafrense Juan Díaz Donoso y los sucesos habidos en torno a él desde 1634.

Había una autoridad superior a la del abad y el obispo por entonces: el Tribunal de la Inquisición radicado en la cercana Llerena. Hasta allí llegó en agosto de ese año la denuncia de un familiar de la Santa Inquisición dirigida al obispo de Badajoz, donde comunicaba que aquel clérigo era, posiblemente, homosexual. Se basaba para ello en testimonios de que había vivido amancebado con dos hombres: un sastre de Barcarrota y un vecino de Almendral, portugués de nacimiento. No sólo esto, sino que a este último le había ofrecido dejar los hábitos y convertirse en mujer para él. El escándalo estaba servido.

El obispo mandó a un presbítero y notario apostólico de su diócesis para hacer averiguaciones. Se entrevistó con los testigos de la acusación, que se reafirmaron en lo declarado pero añadiendo que el tal Juan Díaz Donoso “era una mujer”. La cuestión se ponía escabrosa. ¿Era un hombre que se ofrecía a ser travestido? ¿Era una mujer ya travestida en clérigo?

Mientras tanto, el presbítero zafrense seguía tan tranquilo aparentemente, oficiando sus misas, atendiendo a sus feligreses. Tras todos los permisos necesarios de las autoridades capitulares y del obispado, al fin fueron a prenderle. Y entonces tuvo lugar la gran sorpresa: el clérigo Donoso mostró una bula del mismísimo Papa Pablo V que le declaraba exento de las consecuencias de su situación.

Porque el citado Donoso era hombre y mujer a la vez, en otras palabras, un hermafrodita con ambos sexos. Se había

Page 89: Libro de Zafra

88

dirigido a las autoridades vaticanas por tal motivo, exponiendo su indefinición sexual, ante la cual el Papa le autorizaba a actuar privadamente como quisiera, siempre que mantuviera la debida reserva.

Los inquisidores debieron quedarse perplejos. No podían tomar ninguna decisión sobre el presbítero, pero aconsejaron al abad que lo trasladara de parroquia para acallar los muchos rumores que circulaban por Zafra. Visto lo visto, se contentaron con quemar públicamente a los dos testigos de la acusación, el amancebamiento con un clérigo debía tener sus consecuencias.

Salvo por estos curiosos incidentes, la vida colegial transcurrió sin grandes problemas ni más alteraciones, bajo el patronazgo de la Casa de Feria que habría de subsumirse en la más poderosa de Medinaceli tiempo después. Pero los duques se fueron alejando con el tiempo de Zafra y, aunque su presencia vicaria estaba garantizada a través de sus representantes residentes en el Alcázar, la lejanía de las obligaciones propias del patronazgo fue mermando su importancia.

En 1769 el rey Carlos III mandó hacer una relación de todas las iglesias de su reino junto a las rentas de que disponían. Tras el informe elaborado por el conde de Campomanes, se entendió que existía un crecido número de colegiales en Zafra cuyo coste no estaba garantizado por las rentas que proporcionaba el entonces duque de Medinaceli. Por ello proponía reducir el Capítulo colegial aproximadamente a su mitad.

Page 90: Libro de Zafra

89

Se iniciaron unas negociaciones entre el abad y el duque, residente en Madrid, para alcanzar un acuerdo financiero que garantizara el mantenimiento de todos los cargos. Aunque se llegó a un principio de acuerdo en 1798 éste implicaba la participación del obispado de Badajoz, que no dio su consentimiento. Por ello, el abad volvió a dirigirse al duque con una serie de exigencias que colmaron el desinterés ducal. El primero había tensionado las negociaciones contando siempre con que el duque no llegaría al punto de ruptura que alcanzó: a partir de un determinado momento, declaró desentenderse de las obligaciones de su patronato, particularmente en sus condiciones económicas.

Aquello era la ruina para la Colegiata. Plantearon ante las autoridades reales un pleito contra el duque por incumplimiento de dichas obligaciones, que figuraban como tal en los acuerdos de patronazgo existentes desde dos siglos y medio antes. Todo fue inútil. La situación en la Colegiata fue declinando hasta que en 1853, con los señoríos desaparecidos mucho antes, se vio obligada a aceptar su conversión a la iglesia parroquial que ahora es.

Page 91: Libro de Zafra

90

Page 92: Libro de Zafra

91

El Ayuntamiento

Tras visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, podemos seguir caminando hacia el este por la misma calle estrecha donde, por la noche, se acumulan las mesas y se interrumpe el tránsito de coches. Se llega así a la Plaza del Pilar Redondo. Es un espacio en cierto modo triangular, amplio, con una hermosa fuente en medio. El lugar es elegante, con buenas construcciones que comentaremos en el siguiente capítulo, denotando que fue elegido por varios nobles para fijar aquí sus residencias.

Ayuntamiento y Pilar Redondo

Page 93: Libro de Zafra

92

Una de ellas, la más importante en otro tiempo, aparece como lo que fue en origen, un palacio, adosado a la iglesia colindante, hasta el punto de que en su tiempo hubo una galería que comunicaba ambos edificios. El aristócrata que contó con ese privilegio y propietario de este palacio fue García de Toledo y Figueroa, al que encontramos como consejero de Felipe II y ayo de su hijo, el dueño del terreno donde finalmente se construiría Nuestra Señora de la Candelaria. El edificio tiene siete balcones en su parte superior, todos iguales, ahora ostentando banderas locales y nacionales que denotan su carácter de institución. En concreto, fue aquí donde se trasladó el Ayuntamiento de la ciudad desde la Plaza Chica donde siempre había estado. Al año siguiente, en 1882, Zafra recibió del rey Alfonso XII el título de ciudad, efemérides que se recuerda en una placa de mármol dentro del recinto. Ocupa un gran espacio, pero sólo cuenta con dos pisos. La fachada me pareció extremeña, con su muro encalado, sencilla para ser un palacio de persona tan eminente en su tiempo, hermano del conde de Feria. La entrada no muestra ninguna portada especialmente trabajada pero, a la izquierda de la misma según se observa desde la plaza, sí se halla una auténtica portada de cierta antigüedad en piedra, que contrasta con el resto de la construcción. Este elemento se colocó en ese lugar no hace mucho, en los años ochenta del siglo XX, para conservar y dar uso a la puerta de acceso al convento en que el edificio se transformó en 1600. Por entonces, las monjas del Convento

Page 94: Libro de Zafra

93

de la Cruz de Cristo, extramuros, buscaron su instalación en el interior de la ciudad, un movimiento habitual en aquellos años dentro de las órdenes mendicantes. La búsqueda de aislamiento y lejanía de los hombres de siglos anteriores se transformó entonces en un deseo de ejercer su labor espiritual entre ellos.

Antes de esa fecha tampoco estaban muy lejos, en la calle San Benito, cerca de la Puerta de los Santos y el convento de San Francisco que luego habremos de visitar. Se había fundado en 1511 por una mujer llamada María de la Cruz, que deseaba transformar un beaterio anterior en un convento obediente a la regla franciscana, lo que no pudo conseguir hasta 1536.

El palacio de García de Toledo presentaba las mejores condiciones para ser habitado dentro de la ciudad. Las exigencias económicas para su venta (cuatro mil ducados) hacían factible la compra. Tan sólo tuvieron que eludir los deseos de Juana Dormer, la primera duquesa de Feria, que según se rumoreaba, había pensado en el mismo lugar para instalar en él un colegio de jesuitas. Lo cierto es que las religiosas ocuparon aquel antiguo palacio de manera subrepticia, de noche. Aún así recibieron la presión municipal, que entre otras les cerró el paso hacia la iglesia arrebatándoles un corral adyacente. Escenas de este tipo no fueron inusuales en aquella época, donde las órdenes ocupaban espacios de la ciudad ambicionados por otros o bien, con su presencia, suponían una fuerte competencia ante otras órdenes religiosas instaladas previamente. En todo caso, frente a su resistencia tenaz, Juana Dormer desistió

Page 95: Libro de Zafra

94

finalmente de su empeño y mandó que se las dejase tranquilas, salvo por el hecho de que se continuase el litigio ante la justicia.

Las monjas franciscanas, por tanto, consiguieron ocuparlo y habitaron en él más de dos siglos. Fue la desamortización de 1836 la que decretó el traslado de las religiosas que aún la habitaban y su uso civil posterior. Primero fue destinado a escuelas pero poco después, hacia 1881 como dijimos, albergó al Ayuntamiento, labor en la que permanece.

Patio central

Tras entrar por la puerta hay un pequeño vestíbulo

alargado al final del cual, tras una nueva puerta con una forja

Page 96: Libro de Zafra

95

muy bonita, se accede al patio central del antiguo convento. Pedí permiso a un guardia que allí permanecía vigilante para fotografiar el lugar y me lo dio sin problemas. El espacio es amplio, de gran belleza y elegancia. Resulta prácticamente cuadrado y la galería que lo rodea se ve sostenida por cuatro arcos de ladrillo en cada lado terminados en columnas de mármol.

Se pueden recorrer los dos pisos de este antiguo claustro. Las plantas que, a intervalos regulares, trepan por las paredes desde unos macetones dan una nota de color y variedad al espacio tan geométrico en que se encuentran. El suelo del patio está realizado con otros dibujos regulares sobre un material sólido y firme. Todo destila buen gusto, elegancia, sin que un descuido sea observable en forma de piedra suelta o desconchón de una pared.

Cuando subía por una escalera lateral buscaba ese segundo piso pero también un lugar y a su encargado. En la Plaza Grande ya había adquirido un libro que se titulaba “Cuadernos de Çafra”. El dueño de aquella pequeña librería junto a la salida de la calle Tetuán me sacó lo que tenía sobre la ciudad pero, ante mis dudas (ya disponía de guías y deseaba algo más profundo) me comentó que quien podía orientarme de verdad era el encargado del Archivo Histórico Municipal. “Cierran a las ocho, yo creo que todavía podrá encontrarle, se llama José María Moreno”. Con ese nombre como referencia, casi sin poder fijarme en la iglesia junto a la cual pasé, me dirigí a ese Ayuntamiento.

Aunque allí tuve que detenerme un momento para recobrar el aliento después de la breve carrera (lo que

Page 97: Libro de Zafra

96

aproveché para observar el patio), mi objetivo era preguntar a ese señor Moreno sobre una más amplia bibliografía en torno a Zafra, gracias a la cual podría tal vez un día escribir algo sobre esta ciudad.

Segundo piso

Hay ocasiones, momentos, que ayudan a tomar una

decisión. Recuerdo mi primera visita a Osuna, una ciudad sevillana que me había causado una excelente impresión cuando pasé casualmente por ella. Al volver, me dirigí a la biblioteca de la ciudad al objeto de preguntar por lo mismo que me llevaba al Archivo municipal zafrense: saber qué libros debía consultar para conocer la historia de esta ciudad y, si fuera posible, conseguirlos.

En mi memoria uno al encargado de la biblioteca ursaonense con el señor José María Moreno, porque la

Page 98: Libro de Zafra

97

reacción de ambos, su conversación y temas de interés, eran similares. Son personas que viven y aman su trabajo, la revisión del pasado urbano, el asesoramiento de investigadores y gente interesada en el mismo. Al día siguiente y, con sus indicaciones, me presenté en el Convento de las clarisas, cercano al hotel, donde conseguí todos los ejemplares disponibles de esos “Cuadernos de Çafra”, excepto los tres primeros, ya agotados. En alguno de los artículos que contienen se mencionan los agradecimientos de los autores a este encargado del Archivo municipal.

Me encontré con un hombre de mediana edad pero aún joven. A despecho de mis prisas él no parecía tenerla y me hizo acomodarme en un cuarto aledaño a su despacho para que, allí sentados, le explicara el motivo de mi visita. Le aclaré que no era mi deseo investigar el pasado de la localidad, sino divulgarlo de forma clara y amena, a ser posible, para guiar los pasos de cualquier visitante que no se contentara con visitar superficialmente los distintos monumentos de la ciudad, sino que quisiera saber algo más: su arte, historia e incluso las impresiones que había causado en el autor de lo que quizá llegara a escribir.

Me escuchó con atención, hablamos de su tarea allí, del material disponible. Pareció entender perfectamente lo que deseaba sin juzgar su conveniencia o no. Es de esas personas que simplemente respetan cualquier interés por la ciudad a la que dedican su trabajo. De repente, volvió a su despacho y me puso encima de la mesa una pila de libros, a cual más voluminoso. Me sentí un poco abrumado. Había uno sobre el desarrollo de las ferias, otro sobre la guerra de la

Page 99: Libro de Zafra

98

Independencia en la región, algunos libros menores pero de posible interés, editados por distintas instituciones.

Me sentí algo violento porque alguno podría no interesarme finalmente pero entonces comprobé, al preguntarle, que no me los había traído como objeto de venta sino que me los daba tal cual. Para alguien amante de los libros y deseoso de contar con información bibliográfica en una ciudad, aquel era el mejor regalo que podía recibir.

Salí como un niño con zapatos nuevos, dando casi saltos de alegría. La misma sensación que tuve en Osuna, no pude menos de recordar, cuando abandoné su biblioteca y la interesante charla con el encargado de la misma, portando hasta once libros en una bolsa muy pesada. Entonces supe, como ahora sabía respecto de Zafra, que algún día habría de escribir sobre esta ciudad para darla a conocer a todo aquel que sintiera curiosidad por ella.

Aún el señor Moreno, que me había dejado sus datos, seguiría respondiendo a mis preguntas por mail, orientándome hacia libros sobre la Casa de Feria que consideraba esenciales. Adquirí todos los que pude, algunos me sirvieron en parte, otros constituyen una porción importante en el esqueleto de este libro, como es el caso de la magnífica obra sobre “El Mecenazgo artístico de la Casa ducal de Feria”.

Ése sería mi recuerdo del Ayuntamiento, uno de los trampolines junto al hotel donde me alojaba, los rincones que conocí, las calles y monumentos que visité, para trazarme el propósito de escribir estas líneas, modestas pero entregadas a una ciudad que recuerdo siempre con aprecio.

Page 100: Libro de Zafra

99

Plaza del Pilar Redondo

En la parte norte del casco histórico, esta plaza es un lugar importante como cruce de distintos caminos. Hemos venido desde Nuestra Señora de la Candelaria para llegar al Ayuntamiento colindante. De ambos lados de la casa consistorial salen sendas calles, cada una mostrando un especial interés. Hacia el norte encontramos la calle Mercado, que nos lleva a rodear la iglesia para observar dos nuevos elementos de interés: la iglesia de San José (antigua de Santa Catalina) y el lugar donde se levantaba el hospital de San Miguel. Éste será nuestro destino en el siguiente capítulo. Hacia el sur, la calle Gobernador sale desde la plaza llegando en su final hasta el mismo Alcázar pero presentando, en su transcurso, algunas casas que habremos de señalar así como una calle Huelva, que permite retroceder hacia la Plaza Grande. Por este camino volveremos tras nuestra exploración por el norte de la ciudad, incluso allende la antigua línea de las murallas. Al volver a la plaza del Pilar Redondo recordaremos esta referencia. Sin embargo, dejamos estos caminos para otro momento, porque ahora nos fijaremos en los edificios de la misma plaza. Son de gran elegancia, no en vano el antiguo convento de la Cruz fue la casa palacio de García de Toledo, la segunda en importancia de la ciudad después del Alcázar. A un lado se muestra un lujoso hotel, la casa palacio Conde de la Corte, de cuatro estrellas. No entré en él aunque atisbé la recepción, de un gran lujo. No me hospedé en sus habitaciones, más caras (casi el doble su precio) pero

Page 101: Libro de Zafra

100

probablemente de mayor calidad que aquellas donde pernocté todos los días.

Hotel del Conde de la Corte

La casa palacio, de preciosa fachada neoclásica, tiene un sabor a tauromaquia en su nombre y no es en vano. En 1895 nacía en esta ciudad Agustín María de Mendoza y Montero de Espinosa, VI Conde de la Corte de la Berrona. Cuando contaba 24 años tenía mucha amistad con un torero aún recordado, Marcial Lalanda. Hablando con él y siguiendo su consejo, decidió comprar una ganadería entonces propiedad de la marquesa Viuda de Tamarón. Con ella nacía la que recibiría el nombre de Conde de la Corte, de gran tradición hoy en día.

Page 102: Libro de Zafra

101

En esta casa que respetó los cánones neoclásicos, más que los modernistas que también adornan la plaza con otras fachadas, el conde vivió habitualmente a partir de 1940. Así, a mediados del siglo XX el lugar se constituiría en punto de encuentro de todo tipo de aficionados y empresarios del ambiente taurino. Posteriormente se acondicionaría como hotel presentando su mejor cara hacia la plaza, con su frontón triangular, el color ladrillo de su fachada y unas ventanas y balcones llenos de elegancia y buen gusto.

Otras casas modernistas

Las dos casas frente a este hotel también son atractivas, sin llegar a su nivel. Tienen la particularidad de presentar una cara eminentemente modernista, sobre todo la

Page 103: Libro de Zafra

102

que muestra su fachada cubierta de azulejos azules. La de al lado, en contraste, queda empalidecida respecto al color de la anterior. Nada más podría decir de estas casas si no fuera por una extraña casualidad, que hizo que llegara a visitar una de ellas, precisamente la casa azul. En efecto, paseaba por el lugar haciendo fotos una tarde cuando observé que, en el portal de dicho inmueble, había un hombre algo mayor que me hacía señas para que me acercara. Algo sorprendido, así lo hice y, tras saludarle, me espetó sin mediar más palabras: “¿Quiere usted ver la casa por dentro?”. Claro está que le dije que sí, que estaría encantado. Quise exponerle el propósito de mi visita a Zafra, pero aquel hombre, de nombre Telesforo como me diría poco después, parecía tener deseos de mostrar su propiedad y explicarme cómo había llegado a sus manos. En suma, a lo largo de una media hora me hizo un resumen muy completo de su vida y fortuna, que me parecen dignos de ser reflejados en estas páginas. Estaba en la puerta esperando que llegara un muchacho que le ayudaba cada día haciendo compañía a su mujer, enferma de Alzheimer, mientras él salía a tomarse un café o hacer unas compras. Mientras tanto, me hizo pasar a un vestíbulo lleno de macetones de plantas, con varias puertas que se abrían a habitaciones dispuestas con una elegancia y cuidado que denotaban el poco uso que se hacía de ellas en la vida cotidiana. Algunos muebles y detalles eran realmente de gran valor artístico.

Page 104: Libro de Zafra

103

Casa Azul: Patio

En una sala, una amplia cómoda con espejo, una mesa central, aparecía con numerosas fotos que miré brevemente. Algunas eran de su mujer, probablemente, sus dos hijos, un chico y una chica. Me habló de ellos e incluso intentamos buscar coincidencias puesto que el hijo tiene una farmacia en el barrio sevillano de Nervión, donde he trabajado muchos años. Hablando, hablando, resultó que esa farmacia yo la había visitado más de una vez, aunque no era asiduo. La hija, en cambio, permanecía cerca de ellos, viviendo en un chalet próximo a Zafra, quizá huyendo de una casa familiar que debía costar mucho mantener, viendo sus altos techos, el espléndido pasillo de hierro que recorría el patio bordeando la segunda planta, a la que no accedí.

Page 105: Libro de Zafra

104

Habitación interior

Telesforo, mientras tanto, iba desgranando la historia de una vida de trabajo, codo a codo con su mujer. Debieron haber nacido ambos hacia 1928 aproximadamente. A los quince años ya eran novios, una de esas relaciones tempranas que entonces eran tan frecuentes, llegando a casarse en 1958, contando unos treinta años. Le pregunté cómo habían tardado tanto en crear una familia, si habían tenido problemas. Su suegro, según me dijo, tuvo un local para la matanza de cerdos desde septiembre hasta marzo. El resto del tiempo lo dedicaban al mismo menester pero aplicado a las terneras. Era un buen

Page 106: Libro de Zafra

105

negocio al que debía añadir un puesto en el mercado de abastos, que luego habremos de visitar. El problema que tenía este señor es que sus hijos no gustaban de ese negocio y preferían dedicarse a otros, en particular las otras dos hijas cosían en un taller. En suma, solamente la que era novia de Telesforo se mostraba activamente dispuesta a seguir los pasos de su padre, ayudándole en todo. “El problema”, me aclaró, por si cabían dudas, “es que mi suegro no quería dejarla marchar de su lado”. Por entonces, el novio trabajaba en la construcción. Estábamos cerca de los años sesenta, cuando se inicia una fuerte emigración interior hacia otras zonas de más trabajo, el norte y este de España e incluso el extranjero. Un primo de Telesforo encontró empleo tras viajar a Pamplona. Le dijo que allí se ganaba dinero, que fuera con él. Una historia que ya he escuchado en otros pueblos de España. El hombre que me contaba la suya se planteó el futuro, presentando un ultimátum a su suegro y su novia: o se casaban o él se iba a Pamplona, con lo que ello suponía de alejamiento. La chica se lo tomó en serio y debió plantarse también ante su padre. Finalmente se casaron. Los dos eran ambiciosos, trabajadores. Este hombre se hacía lenguas de la capacidad que había tenido su mujer para los negocios, en triste contraste pensaba yo con su actual estado. “Había una casa de un catalán que había hecho mucho dinero vendiendo salchichas” me explicó, “pero también gastaba mucho, de manera que entró en bancarrota y se vio obligado a poner un piso que tenía suyo, frente al mercado, a

Page 107: Libro de Zafra

106

subasta”. “¿Lo compraron entonces?”. “Bueno, uno pujó pero se desanimó porque había que hacer bastantes obras dentro de la casa para acondicionarla. A mí eso no me importó porque, a fin de cuentas, me dedicaba a ello”.

Habitación

Entonces me hizo pasar a otra habitación, tan bien montada como la anterior. Sobre una mesa baja, la figura de un perro cazador en actitud de caminar hacia la pieza. Butacones bien presentados, un pequeño piano con otra foto encima, quizá de la hija cuando era joven, cuadros de flores. Aquello era propicio a ser enseñado y deleitarse con los muebles y su disposición, pero los propietarios debían habitar

Page 108: Libro de Zafra

107

en otros cuartos interiores, pensé yo. Esta casa, ahora, debía serles muy grande y costosa. Al día siguiente, camino del coche por la mañana, pasé junto a la plaza de abastos y busqué la casa a la que el día anterior se había referido mi interlocutor. Encontré el sitio y luego pasé a una calle paralela para alcanzar el lugar donde estaba aparcado el vehículo. Entonces vi una figura que arrastraba algo un pie y se apoyaba en un bastón. Fue una nueva casualidad pero, frente al lugar donde había habitado en otro tiempo, le volví a encontrar dando un paseo después de haber desayunado en la Plaza Grande. Le pregunté qué negocio habían abierto, pensando al mismo tiempo en cuál sería la fuente de ganancia de una pareja trabajadora, sí, pero humilde a fin de cuentas, que había llegado a poseer una casa con tanta riqueza. Al parecer, abrieron en la misma casa, de cara a la calle, un puesto de matanza, negocio en el que ella tenía una gran experiencia gracias a su padre. Posteriormente, como él, adquirieron un puesto en el propio mercado para vender sus productos. “He trabajado mucho, aquí donde me ve, mi mujer y yo hemos trabajado toda la vida. Así hicimos unos ahorros. Fue entonces cuando supe que esta casa la habían puesto en venta, vine a preguntar y al final me la quedé”. Al cabo de no mucho tiempo, me informó, le habían ofrecido por ella el doble de lo que a él le costó. Entonces intervino su hijo y le convenció de no vender. Me dio la impresión de que Telesforo había invertido sus muchas ganancias en comprar otros pisos, una riqueza inmobiliaria que, a falta de campo, ha sido una buena forma de inversión.

Page 109: Libro de Zafra

108

“Mi mujer lleva ya diez años con Alzheimer”, comentó. Ambos debían contar en ese momento con algo más de ochenta años. Eché un último vistazo al vestíbulo, donde se había desarrollado gran parte de la conversación. Entre dos puertas una cómoda artística con un precioso reloj en su parte superior, unos candelabros a los lados y un espejo reflejando otra parte del lugar. Salimos, nos dimos la mano, le agradecí la información, la oportunidad de haber visto ese interior. Me iba con la sensación de haber encontrado a un hombre trabajador, afortunado en haber hecho un dinero y vivir con cierta comodidad la ancianidad. Pero, al tiempo, que deseaba más darse un paseo por las calles de Zafra, tomarse una copa con los amigos, que permanecer en esa casa tan elegante y señorial.

Page 110: Libro de Zafra

109

Hospital de San Miguel

Siguiendo la misma fachada del Ayuntamiento hacia el norte de la población, hay una calle cuyos edificios, en consonancia con el entorno, siguen siendo elegantes, con buenas balconadas hechas de forja y cristales a modo de cerramiento, algo que se observa en diversos puntos de Zafra, como en la misma Plaza Grande. Recorrí esta calle Mercado varias veces, deambulando, descubriendo nuevos rincones, internándome por la calle Badajoz, que nos aproxima a la Puerta del Cubo, un destino que describiremos más adelante. Pero, en primer lugar, esta calle Mercado se ve atravesada, pocos metros más allá de la Plaza del Pilar Redondo, por una transversal: San José. Allí se encuentran, uno a la izquierda y otro a la derecha, dos interesantes puntos de atención: la capilla de San José y el antiguo y hoy abandonado hospital de San Miguel. Como dijimos en otro momento, cuando la iglesia de Santa María de la Candelaria, dentro de la Plaza Grande, no daba abasto para el número de fieles existente, se trasladaron algunas de sus dependencias cerca, al terreno que anteriormente ocupó la sinagoga de la población. Allí se había levantado una pequeña iglesia bajo la advocación de Santa Catalina de Alejandría. Al construirse a su lado la iglesia más grande de Nuestra Señora de la Candelaria, la anterior quedó como una capilla adosada a los muros de ésta. Ahora, cuando termina una fachada color ladrillo, se alza la antigua portada de la iglesia, en piedra. Resulta bonita,

Page 111: Libro de Zafra

110

sencilla, con dos columnas laterales adosadas a la fachada y otras más pequeñas que terminan en un arco levemente apuntado. Al parecer, la actual capilla de San José muestra un retablo barroco de interés en su interior, pero siempre que pasé por allí encontré la verja cerrada y no pude acceder.

Portada de San José

Sí se puede entrar en cambio, aunque tenga mucho menor interés, por una puerta que da acceso a una especie de

Page 112: Libro de Zafra

111

pasillo ancho entre la misma capilla y otros pequeños edificios, tal vez los que correspondan a la propia Sacristía y despacho parroquial de la iglesia Colegiata. En todo caso, sólo pude pasear por el lugar, hacer alguna foto y poco más. Eso sí, la torre se puede observar prácticamente desde su mismo pie, trepando hacia las alturas. Esta actual capilla de San José, como hemos comentado, no se llamaba originalmente así, sino que estaba dedicada a Santa Catalina, que da nombre a un convento que no debe confundirse con este lugar, aunque no se encuentre muy lejos. En todo caso, debía estar algo abandonada hacia 1688, cuando le prestan medios y atención dos gremios laborales (albañiles y carpinteros) cambiándole el nombre por el más apropiado del segundo oficio: San José.

Calle San José

Page 113: Libro de Zafra

112

De manera que poco más puede verse, estando el acceso cerrado a la capilla, por lo que me dirigí un par de veces a la búsqueda del antiguo hospital de San Miguel, del que había leído algo de su historia. Para encontrar sus restos basta seguir la misma calle de San José pero caminando hacia el lado contrario del sentido por el que vinimos hasta la capilla. Poco más adelante hay un gran portalón de madera, algo destartalado, con un gran agujero redondo en su centro. Por él se puede atisbar lo que queda del hospital, apenas unos arcos que forman parte de un pórtico de la capilla, construidos en ladrillo al más fiel estilo gótico mudéjar. La primera referencia existente sobre este hospital la da un testamento de la segunda condesa de Feria, Constanza Osorio, en 1480. En él se habla de reedificar un hospital para que se levante intramuros, cerca de la iglesia y la zona más céntrica de la villa. Es de suponer, por tanto, que ya existía un hospital fuera de las murallas, quizá junto al camino hacia Badajoz. Los hospitales por entonces no se centraban exclusivamente en la esfera sanitaria, sino que abarcaban múltiples ocupaciones: acoger a pobres, a caminantes que debían pasar la noche, enfermos de todo tipo. Eran de iniciativa privada siempre, como en este caso, y además de la construcción, sus benefactores debían dotarle de censos, terrenos productivos o cualquier otra forma de sostenimiento para el día a día. La marcha económica y organizativa del hospital se confiaba a un mayordomo que rendía cuentas ante los patronos pero también, por ejemplo, ante el obispado,

Page 114: Libro de Zafra

113

órdenes militares y autoridades civiles. Hay que recordar que se consideraba tan importante la salud del alma como la del cuerpo, por lo que no se atendía a ningún enfermo que no hubiera confesado y comulgado, además de asistir a misa diaria en el propio hospital.

Restos del hospital de San Miguel

Es por ello que, a la enfermería en sí, se le asociaba habitualmente una capilla. Lo que se puede observar por el agujero del portalón es, precisamente, una parte exterior de esa capilla, ahora rodeada de hierbajos bien altos. Se construyó con un material pobre relativamente: ladrillo y mampostería, confiando la tarea a trabajadores mudéjares. Constanza Osorio deseaba que el hospital se

Page 115: Libro de Zafra

114

dedicase a Santa María Magdalena pero, en algún momento, se cambió su denominación por San Miguel. De hecho, había en el interior de la capilla una excelente tabla pintada que representa al arcángel combatiendo a un dragón. En 1925 fue trasladada al Museo del Prado donde permanece bajo el epígrafe de “San Miguel de Zafra”, obra de un anónimo “Maestro de Zafra”, que debió pintarla entre 1480, fecha del testamento, y 1505, muerte del conde viudo Gomes Suárez de Figueroa.

San Miguel de Zafra

Page 116: Libro de Zafra

115

Al parecer, junto a la capilla que apenas puede atisbarse desde la calle San José, ya cerca del cruce con la Ronda de la Maestranza, antiguo camino unido a la muralla por su parte interior, hay una enfermería. He leído que no llegó a concluirse en todos sus detalles. Evidentemente, ya nunca se hará, dado que los dos pequeños edificios van deteriorándose cada vez más. En el siglo XVIII un tal Nicolás Rodríguez de Arenzana, junto a su hermana Cecilia, destinaron una gran dotación de dinero a renovar el hospital de San Miguel. Por aquel tiempo, con la llegada del renovador Carlos III a la monarquía española y los cambios que supuso el tiempo de la Ilustración, los hospitales fueron destinados a curar enfermos, dejando el acogimiento de pobres y transeúntes para los asilos y albergues, respectivamente. Pues bien, Nicolás Rodríguez quiso destinar este hospital al cuidado de los muchos enfermos entonces existentes de ‘morbus gallico’, es decir, sífilis. Su labor fue continuada por sus descendientes hasta que en el siglo XIX los procesos de desamortización privaron al hospital de todos los terrenos que eran de su propiedad y permitían su mantenimiento habitual. A partir de entonces, el centro languideció hasta ser cerrado a mediados del siglo XIX. Destinado a algunas tareas secundarias, como Escuelas Pías, terminó siendo un almacén para el Ayuntamiento, actual responsable del edificio y sus terrenos. Con el tiempo parece que ni siquiera esa dedicación se contempla y el antiguo hospital de San Miguel, olvidado

Page 117: Libro de Zafra

116

de las autoridades, terminará por arruinarse hasta su desaparición.

Page 118: Libro de Zafra

117

Torre de San Francisco

Sea a través de la cercana vía Ronda de Maestranza o volviendo a la plaza del Pilar Redondo, se puede caminar hacia el este, buscando la antigua salida de las murallas: la desaparecida Puerta de los Santos.

Camino de San Francisco

La señal de que hemos llegado a ese punto es tropezarnos con la vía que hoy rodea todo el casco histórico de Zafra, aquí llamada avenida Fuente del Maestre, de

Page 119: Libro de Zafra

118

manera que los coches suelen pasar incansables en un sentido u otro, sea para internarse en el interior por una cercana transversal o continuar su camino hacia la carretera nacional de Badajoz.

Pilar de San Benito

Para entonces dejé sin darme cuenta un convento a mi izquierda, ya que al final de una extensa calle podía contemplar una alta torre hacia la que dirigí mis pasos. Alejándome así del casco histórico, seguí la calle Ancha hasta llegar a la plazuela de San Benito. Allí hay un pilar más, artísticamente decorado con un complicado pináculo

Page 120: Libro de Zafra

119

gótico, todo ello obra del siglo XV. Me entretuve haciendo alguna foto del lugar, ahora rodeado de casas y algunos cipreses. En otro tiempo, hacia el siglo XV, todo esto fue un ejido donde al final se alzaba una pobre y pequeña ermita dedicada a San Benito, una de las que se construyeron poco después de la conquista cristiana de la zona. Se sabe que, al menos en 1461, existía por una donación en el testamento del primer conde. Continué, después de esta pequeña plaza, por la calle San Francisco, que sigue alejándose del centro de la ciudad, llegando hasta una elevada torre que allí se conserva. Todo este territorio fue habitado incluso en la Prehistoria, tal como han revelado excavaciones efectuadas hace menos de diez años, sacando a la luz restos de un poblado del Neolítico o Calcolítico. En todo caso, aquí se erigió en su momento una ermita a San Benito, como dijimos. La primera condesa, María Manuel, dejó en 1474 una manda testamentaria para la erección de un convento franciscano en este mismo lugar por el que paseaba al final de la calle San Francisco. Hay una alta torre aún en pie, único recuerdo de ese convento. La han rodeado actualmente de una valla metálica baja, plantaron unos árboles e incluso, no muy lejos, hay unos bancos donde sentarse y descansar al tiempo que se contemplan estos restos. La torre es de mampostería de baja calidad hasta alcanzar una elevada altura, cuando el campanario se construye en su parte superior a base de ladrillos. A fin de cuentas, es la misma estructura y

Page 121: Libro de Zafra

120

materiales que la torre campanario de la misma iglesia Colegiata.

Torre de San Francisco

La parte de la puerta parece reconstruida porque la piedra es de un color completamente diferente y aparentemente más sólida. Me entretuve mirando el conjunto, giré la vista para observar el camino por el que había venido:

Page 122: Libro de Zafra

121

casas modestas a un lado, campos de olivos al otro. Lejos quedaba el tráfico que apenas atravesaba en ese momento la calle de San Francisco. Éste fue el nombre que quiso dar la condesa de Feria al convento que mandaba construir. Debió empezar a levantarse hacia 1480, poco antes que el hospital de San Miguel que acabamos de describir y de forma igualmente modesta en cuanto al material empleado y la ambición de su técnica constructiva. Era un conjunto formado por el convento, la torre algo posterior (hacia finales del siglo XVI), algunos huertos para el mantenimiento de los monjes. En 1575 se renovó añadiendo la torre y reconstruyendo algunas partes que debían estar deterioradas. Un siglo después, hacia 1671, contaba con 40 religiosos, una comunidad de mediano tamaño y bastante estable. El gran problema de este convento era, además de un material poco resistente, la prueba de fuego (nunca mejor dicho) a que fue sometido durante la guerra de Independencia, cuando las tropas francesas lo tomaron como centro para intentar el acoso y la ocupación militar de Zafra. Tras estos sucesos, el convento estaba definitivamente arruinado, de manera que los monjes se trasladaron a la enfermería que habían construido en el siglo XVIII. A la vuelta habría de encontrarla, bien edificada con su espadaña donde se albergaban en otro tiempo unas campanas y una solidez evidente. Ahora se ha transformado en Centro de Interpretación de la cultura extremeña y zafrense en particular. Al otro lado una puerta señala que

Page 123: Libro de Zafra

122

también es albergue turístico. Se encuentra al comienzo de la calle Ancha, por donde habíamos salido del casco histórico, junto a la antigua Puerta de los Santos, camino que fue hacia la cercana población de los Santos de Maimona.

Antigua enfermería del convento

El lugar, como dijimos, está ahora ocupado por una corriente constante de coches que bordean la línea de las murallas. Rodeada de casas y árboles, la antigua enfermería, luego lugar de acogida para los monjes del derruido convento de San Francisco, puede pasar desapercibida si uno no pasea por el lugar fijándose en los detalles que encuentra. En todo caso, si la buscas terminas por fijarte en el edificio y su

Page 124: Libro de Zafra

123

bonita puerta de entrada, con un escudo en su parte superior mostrando dos brazos entrecruzados.

Interior

Dado que estaba abierta para los visitantes, opté por entrar. El interior parece algo desangelado, con el espacio de la nave principal ahora apenas ocupado por un mostrador donde permanecía una muchacha, unos pocos paneles, un

Page 125: Libro de Zafra

124

audiovisual. Sin embargo, pude contemplarlo a mi gusto, remozado, con sus elegantes arcos. Vi el video que la señorita pulsó para que pudiera detenerme en él. Entretenido, como tantos otros, aunque uno se queda con la impresión de que estos centros de interpretación no sacan todo el rendimiento que pudieran al lugar. A fin de cuentas, me pregunto cuando veo uno de ellos, ¿me ofrecen alguna forma de información que no pudieran darme en un libro o un video? Ahora bien, si eso sirve para reparar y mantener edificios históricos, conformémonos con este tipo de iniciativas.

Page 126: Libro de Zafra

125

Calle Huelva

Tras visitar la antigua enfermería del convento de San Francisco nos encontramos al borde de la avenida Fuente del Maestre. No habría demasiados aspectos de interés si marchásemos hacia el norte pero, en dirección contraria, nos iríamos acercando sin alcanzarlo al Alcázar, cuya figura se recorta al final en dirección sur. Antes, la avenida muestra una desviación a la derecha que nos introduce de nuevo en el casco histórico: la larga calle Huelva. Me fijé forzosamente en ese punto porque, tras unos días de estancia, deduje que era la calle que tomaban los coches para entrar directamente hasta la Plaza Grande. La desviación se muestra a un nivel inferior al de la avenida de donde proviene y, además, sirve como punto de referencia para situar esta calle, cuando vas al volante, una farmacia que hace esquina en el mismo comienzo de la calle Huelva. Entré en ella una tarde porque necesitaba un producto de escasa importancia pero, sobre todo, para fotografiarla por dentro y observar su interior. Por fuera, los azulejos en azul y blanco con múltiples adornos resultan llamativos y espectaculares, con elegancia incluso. El interior está también algo sobrecargado, con una lámpara complicada que hace juego con el resto del establecimiento, dividido en dos espacios (farmacia y parafarmacia), con indudable buen gusto siempre que se acepte este diseño modernista de principios del siglo XX. En todo caso, es una farmacia muy llamativa y, como luego podría comprobar, a juego con esta parte de Zafra donde los

Page 127: Libro de Zafra

126

diseños modernistas de la cercana Plaza del Pilar Redondo se extienden a otros lugares.

Farmacia en el comienzo de la calle

Da la impresión de que esta barriada conoció muchas construcciones de ese tiempo, seguramente como fruto de la burguesía adinerada de la época. La misma casa azul donde había encontrado a Telesforo es de ese tipo que me recordaba, a un nivel menor, eso sí, a algunas de las casas del paseo de Gracia en Barcelona. A medida que caminas por la calle Huelva se observan muchos balcones con cerramientos en elegante forja, algo característico de esta zona. La sensación se agudiza cuando nos tropezamos con una transversal, la calle

Page 128: Libro de Zafra

127

Gobernador, que une la plaza del Pilar Redondo (hacia el norte) con la plaza que precede al Alcázar (hacia el sur).

Alojamiento de Cánovas

Es estrecha y no especialmente atractiva, por lo que tardé en pasar por ella. Al hacerlo encontré, sin embargo, una de las casas en cuyo portal había una placa. En ella se señalaba que era el lugar donde se alojó el dirigente político Cánovas del Castillo cuando vino hasta Zafra para inaugurar la vía férrea Huelva-Zafra. La placa se había colocado tras su asesinato por el anarquista italiano Angiolillo en 1897 y en

Page 129: Libro de Zafra

128

memoria del ilustre prócer, el más importante político de la primera parte de la Restauración borbónica de finales del siglo XIX. La línea que comunicaba Zafra con Huelva se aprobó en 1884 gracias a la oferta de una compañía inglesa, que se hizo cargo de su construcción a lo largo de varios años hasta su conclusión el primer día de enero de 1889, probablemente cuando viniera el presidente del Consejo de ministros hasta Zafra para su inauguración. Recuerdo que en el cercano pueblo de Burguillos del Cerro pasé junto a la antigua vía férrea, hoy abandonada, buscando una ermita que terminaría por encontrar así como a una cerda de inmenso tamaño que tuve que eludir. Curiosos encuentros los que uno tiene viajando por tierras extremeñas. El caso es que esta línea, que podría haber tenido una buena rentabilidad por unir Extremadura con los centros mineros onubenses, tuvo una seria competencia con otra Mérida-Zafra-Sevilla-Huelva e incluso con la propia vía férrea construida por la compañía minera de Riotinto. El resultado es que fue languideciendo como tal sin reportar a Zafra una riqueza que ya le llegaba por la compañía MZA de ferrocarriles andaluces, de más bajo precio en el transporte. Sin embargo, la línea se mantendría curiosamente durante largo tiempo hasta que en 1941 se nacionalizara incorporándose a RENFE que, finalmente, la dejaría sin uso. La casa donde se alojara Cánovas muestra colores típicamente sevillanos, albero y blanco, además de los clásicos balcones cerrados en forja artística. Aún siendo un

Page 130: Libro de Zafra

129

bonito edificio, discreto pese a todo en sus adornos, queda eclipsado, algo más delante, por otra casa de gran belleza.

Casa de Aníbal González

Su autor fue el conocido arquitecto Aníbal González, que la realizó en 1931 para la familia Fernández. Muestra dos torrecillas a ambos lados del eje central, una fachada donde se mezclan los ladrillos vistos con la cal del muro, además de unos balcones con cerramientos que se repiten nuevamente a ambos lados de ese eje central donde está la puerta de acceso. Azulejos en blanco y azul salpican dicha fachada, aunque de un modo más discreto que en el caso de la farmacia que acabamos de visitar. Una bonita balaustrada en la parte superior une las dos torrecillas mostrando unos

Page 131: Libro de Zafra

130

adornos que recuerdan mucho los de su obra más conocida: la plaza de España de Sevilla.

Calle Huelva. Casa de la Cultura, a la derecha

Como no pude visitarla por dentro, decidí volver sobre mis pasos y regresar a la calle Huelva para continuar hasta la Plaza Grande. En el camino encontré otras casas de interés dentro del mismo estilo finisecular, como el actual Casino de Zafra, antes un convento de monjas llamado de Regina Coeli. También estaba la Casa de la Cultura “García de la Huerta”, que en origen fue otra de las construcciones promovidas por la burguesía de fin de siglo. Con ello vamos llegando poco a poco hasta la Plaza Grande, caminando por la estrecha calle por donde, en

Page 132: Libro de Zafra

131

ocasiones, los coches no dejan de pasar. Una vez en la plaza unos se desvían a la derecha por la calle Tetuán, otros a la izquierda, pasando junto al hotel, para internarse en Santa Catalina. Incluso por la noche, cuando el lugar se llenaba de sombras y luces, las mesas de los bares se ocupaban y los turistas paseaban de un lado a otro, los coches seguían pasando, con más prudencia en esta ocasión.

Page 133: Libro de Zafra

132

Page 134: Libro de Zafra

133

Casa del Ajimez

Nos situamos de nuevo en la Plaza Chica, punto de partida de dos nuevos itinerarios por la ciudad. El primero será hacia el norte, en dirección al convento del Rosario; el segundo marchará hacia el oeste, camino de la Puerta de Jerez. Con ello abarcaremos una zona de Zafra que no es la más frecuentemente recorrida por el turismo pero que encierra, como toda la ciudad, distintos motivos que la hacen digna de ser conocida.

Itinerarios

Según entramos en la Plaza Chica desde el Arquillo del Pan, a la derecha hay una calle estrecha que se llama Boticas, quizá porque hubiera tiendas de productos de

Page 135: Libro de Zafra

134

curación en otro tiempo, componedores de huesos y médicos. Lo ignoro, pero sí es seguro que, como en todo el entorno de la plaza, habitarían judíos y comerciantes que vendían su mercancía bajo los soportales. Ahora, en la esquina donde comienza la calle Boticas esquina con Reyes Huertas, no hay ninguna farmacia, sino una tienda de productos de la tierra, llamada con bastante lógica “La Extremeña”. Ante su escaparate me entretuve más de una vez contemplando distintas clases de jamón, quesos, vinos, etc. Según leo en su página web, fue fundada en 1952 y posee una tienda más grande cerca de la Plaza de Toros, fuera del casco histórico pero en zona también concurrida.

“La Extremeña” y la Casa del Ajimez, a continuación

Page 136: Libro de Zafra

135

La calle Boticas, por donde caminamos a continuación, no es muy larga, pero se encuentran varios edificios contiguos que son interesantes de visitar, el primero de los cuales es la conocida Casa del Ajimez.

Ajimez

El ajimez se puede definir como una ventana con arcos dividida en dos partes iguales mediante una columnilla llamada parteluz. En efecto, el detalle más sobresaliente de la casa que encontramos a la derecha, casi al principio de la calle, es la doble ventana encima de la puerta. Toda la fachada es de ladrillo, revelando su claro origen mudéjar, con serigrafías que la embellecen pero, sin duda, lo más

Page 137: Libro de Zafra

136

destacado es el ajimez de la parte superior, de gran belleza, con sus dos ventanas bajo arcos polilobulados. El edificio se anuncia como del siglo XV, ya en período cristiano, pero algunos libros sugieren que fuera anterior, aún en tiempo del dominio musulmán. Es visitable, se pueden recorrer sus dos plantas e incluso acceder a un pequeño patio interior, no demasiado lucido pero sí con algunos elementos constructivos anteriores a la propia edificación de la casa actual. La señora que atiende, con la que estuve charlando brevemente, me lo enseñó comentando esta circunstancia ante una columna rota y encajada en un muro de ese patio. La Casa del Ajimez encierra información e incluso alguna recreación de diversos personajes históricos de Zafra. En la planta baja, junto a la escalera que nos sirve para acceder al piso superior, tres hombres vestidos de época se muestran ante el visitante: El dramaturgo García de la Huerta, el humanista Pedro de Valencia, que ya hemos mencionado, y el clérigo y ajedrecista Ruy López de Segura, cuya casa visitaremos dentro de poco. Allí permanecen los muñecos de cera que tendrán réplica, en la planta superior, con la representación femenina de Margarita Harrington, prima que fue de Juana Dormer, primera duquesa de Feria, y que con ella vino a Zafra para acompañar a su pariente e influir decisivamente en la construcción del convento de Santa Marina. También aparece un personaje que me causó curiosidad y cierta sorpresa por verlo afamado siendo lo que fue: una vendedora de lotería en los años veinte del siglo XX,

Page 138: Libro de Zafra

137

recadera, conocedora de todo lo que sucedía en las distintas familias de la villa, asistenta de difuntos y, en suma, una correveidile que debió ser apreciada por todos. Ana Pérez de Vilasio, conocida por “Ana la Nalga” (desconozco el porqué del apelativo) llegó incluso a protagonizar la portada de la revista “Zafra y su feria”, que se reproduce en un cartel.

Ana la Nalga

De todos modos, aún recordando esos momentos y personajes históricos, la primera planta está casi enteramente dedicada a glosar el pasado y presente comercial de Zafra. Se recuerda a algunos de sus protagonistas pero, sobre todo, se reproducen escenas cotidianas de algunos establecimientos de

Page 139: Libro de Zafra

138

la calle Sevilla, del mercado en la Plaza Chica, con vendedores que apilan su mercancía deteniendo su actividad para mirar a la cámara, que ha sabido retratarlos en sus quehaceres.

En una de las fotos aparece un comerciante, Berciano, hacia 1913, antepasado de los actuales propietarios de una zapatería de la propia calle Sevilla. Se leen así las circunstancias capitales del arranque del comercio en Zafra, sus crisis en determinados momentos, el resurgir en otros. De alguna manera, pensé, viene a equilibrar en este aspecto burgués el museo que el convento de las clarisas dedica a sus patronos los duques de Feria.

Page 140: Libro de Zafra

139

Finalmente, tras leer las cartelas donde se expone esa historia del comercio zafrense, bajas, te despides de la amable señora que al parecer lleva muchos años enseñando la casa, y sales de nuevo a la calle Boticas, dispuesto a seguir marchando hacia el oeste.

Restaurante “La Rebotica”

Como dijimos, hay algunos establecimientos que conviene notar: el bar Aguilillo en primer lugar, junto a la casa del Ajimez, y a continuación el restaurante Rebotica. No llegué a entrar en este último aunque quizá lo haga la próxima vez que vaya. Ofrece productos de la tierra y debe ser de calidad, por los comentarios que escuché y los que se leen en internet. Aunque, siendo de estómago delicado, no pueda con algunos de los platos que ofrece, no puedo dejar de apreciarlos: rabo de toro estofado o solomillo ibérico con

Page 141: Libro de Zafra

140

higos en salsa de coñac, anuncian. El menú mínimo está en los 25 euros pero el propio restaurante propone un precio medio de una comida en torno a los 35. Poco más adelante, la calle Boticas desemboca en la de Tetuán, que ya hemos mencionado alguna vez porque proviene de la parte oeste de la Plaza Grande. Ella nos llevará hasta la Puerta del Cubo, pero no conviene pasar deprisa por la intersección de ambas vías porque allí mismo, en la esquina formada por ambas, se alza un caserón donde detenerse. Para todos aquellos aficionados al noble arte del ajedrez, ese lugar es parada obligada. Allí nació en 1540 y vivió su infancia y juventud el que está considerado el primer campeón mundial, el clérigo segedano Ruy López de Segura. Hijo de unos acomodados comerciantes con casa en la cercana Plaza Grande, su carrera fue la de clérigo en Nuestra Señora de la Candelaria. Aunque lamentablemente no haya una completa biografía del personaje, se sabe de su interés muy temprano en el ajedrez, donde llegó a ser un consumado maestro. Sin embargo, la fama le llegó cuando marchó a la Corte de Felipe III, como confesor y consejero real. Desde el principio destacó esa afición admirada por el propio rey. Aunque por entonces se consideraba que los mejores maestros estaban en Roma (Paolo Boi y su discípulo, el más destacado Leonardo da Cutri) lo cierto es que, a invitación del rey, el último de los señalados llegó a Madrid en 1573, disputando dos partidas ante López de Segura, ambas ganadas por el zafrense. Aunque de manera informal, éste se

Page 142: Libro de Zafra

141

pretende el primer campeonato mundial de la época, que coronó al español.

Casa natal de Ruy López

Ante la expectación creada, dos años después y de nuevo por iniciativa real, se organizó el que se califica de primer torneo internacional: los dos italianos más destacados, ya mencionados, y los españoles que le darían la réplica: Alfonso Cerón, un clérigo granadino autor de una obra que no se ha conservado, y el propio López de Segura. Para entonces, la fama de este último ya era imperecedera, como autor en 1561 de la obra “Libro de la invención liberal y arte del juego de ajedrez”, editada en Alcalá de Henares, considerada referencia teórica fundamental de este juego. En ella sistematizaba la apertura que llevaría su nombre o

Page 143: Libro de Zafra

142

“apertura española”, de larga vida en el ajedrez hasta el día de hoy. Pues bien, el espectáculo creado en 1575 no llegó a la culminación deseada porque el ganador y nuevo campeón resultó ser Leonardo da Cutri, doce años más joven que Ruy López de Segura. Se ha conservado incluso el desarrollo de aquella partida ganada por aquel italiano de 23 años frente al clérigo español de 35. Está plagada de gambitos, buscando líneas abiertas en el tablero para dar el jaque mate con la mayor celeridad posible. Tanto uno como el otro morirían jóvenes, el español en 1580 con apenas 40 años y el italiano en 1597, con 45. Para cuando Ruy López de Segura falleciese, no vivía en Zafra. El caserón familiar que se encuentra en aquella esquina se debió ir abandonando antes, tal vez en beneficio de la residencia de la Plaza Grande, porque en 1590 lo vemos destinado a otros menesteres. En concreto, una placa recuerda que fue utilizado desde aquel año como hospital bajo el nombre de San Ildefonso. Aquí se acogió desde aquel año a pobres convalecientes que, sanados en el cercano hospital de Santiago, necesitaban un mayor período de recuperación. Como en todos estos casos, la iniciativa de su creación fue individual y a cargo del clérigo Alonso López de Segura, indudablemente familiar del ajedrecista, tal vez sobrino suyo y heredero de la casa familiar donde naciera su ilustre tío. Después de observar la casona, que encierra tanta historia, podemos continuar por la calle Tetuán hacia la salida del casco histórico, que se adivina a lo lejos.

Page 144: Libro de Zafra

143

Puerta del Cubo

Desde la calle Boticas podemos seguir por la de Tetuán, que es larga y sin mayor interés puesto que sólo parece consistir en viviendas, todas cerradas en el momento en que pasé. La imagen resulta bonita sin embargo, ya que es una de las vías más largas y rectilíneas de la ciudad. Su imagen solitaria es llamativa en su belleza llena de simplicidad.

Calle Tetuán

Pronto llegamos, sin embargo, hasta la llamada Puerta del Cubo, denominada antiguamente de Badajoz. Era una de las más importantes de la villa zafrense, por conectar en su

Page 145: Libro de Zafra

144

origen con poblaciones cercanas a la Casa de Feria: Fuente del Maestre, controlada por aquel Maestre de la Orden de Santiago que recibiera Zafra del rey en 1394. También se llegaba por esta puerta a la misma Feria e incluso, como su nombre indicaba, a Badajoz. La muralla se comenzó a construir en 1426 por parte del primer conde, Gomes Suárez de Figueroa, el hijo del Maestre, para ser concluida hacia 1449 por su hijo, el segundo conde Lorenzo II. Si vemos su planta, la que delimita el casco histórico, comprobaremos que es una elipse, uno de cuyos lados (hacia el sur) es aproximadamente recto mientras que, en el extremo contrario donde ahora nos acercamos, es curvo. La Puerta del Cubo está precisamente en el punto más extremo de dicha curva y de la ciudad hacia el noroeste. La muralla es de mampostería pobre, constituida en origen por piedras toscas y tierra simplemente, aunque los dinteles y arcos de las puertas estaban construidos en ladrillo. Tenía poco más de cinco metros de altura y un grosor de unos dos metros y medio. Presentaba varias puertas hacia los cuatro puntos cardinales: La de los Santos al este, la de Jerez al oeste, de Sevilla al sur y la de Badajoz hacia el norte aproximadamente. De ellas sólo se conservan la de Jerez y ésta que visitamos ahora, además de la del Palacio que, más que puerta de la ciudad, lo era para los miembros de la Casa de Feria. Su propósito esencial era defensivo, ya que Zafra iba cobrando una mayor importancia comercial y se encontraba en un amplio valle, al descubierto de cualquier ataque. Hacia

Page 146: Libro de Zafra

145

principios del siglo XV no eran extrañas las confrontaciones de la Casa de Feria con Órdenes militares de la zona o contra otras casas señoriales. Sin embargo, se ha señalado también con acierto que, además de su papel de protección, las murallas y, en concreto, sus puertas, permitían el control fiscal de la Casa de Feria sobre los productos que entraban y salían de la villa, constituyendo así una fuente de ingresos nada despreciable en aquella época.

Puerta del Cubo, desde el interior

Vamos, pues, acercándonos a la Puerta del Cubo para observar un espacio no muy ancho, construido en ladrillo bajo arco de medio punto. A su lado se yergue un baluarte defensivo en cuyo extremo se apoya el arco mencionado.

Page 147: Libro de Zafra

146

Muestra una puerta cerrada a su interior con una hornacina arriba, en forma de pequeño balcón, con la imagen en azulejo (probablemente bastante reciente) de la Virgen con el niño. Pasada la pequeña Puerta del Cubo el empedrado desciende al nivel del cercano Campo del Rosario, carretera asfaltada que ha venido a bordear la antigua muralla.

Puerta del Cubo, desde el exterior

El baluarte gana en volumen contemplado desde fuera, puesto que en esa parte no presenta viviendas adosadas. Desde el siglo XVI esas casas empezaron a construirse junto a la muralla en otros puntos, los propietarios arrancaban incluso piedras de ella para levantarlas, o construían sótanos que socavaban los cimientos de la muralla

Page 148: Libro de Zafra

147

hasta hacerla caer poco a poco. La ruina de la muralla se acentuó en el siglo XVIII, de manera que la guerra de Independencia y la lucha que tuvo lugar, terminó por derribar gran parte de ella, salvando del destrozo solamente estas puertas que aún persisten en la actualidad.

Abrazadera de la catedral de Sevilla

En el baluarte, que aparece sólido, hay una puerta cerrada con una verja y, sobre ella, una escultura ecuestre. No se sabe con certeza si representa al propio segundo conde Lorenzo II, que concluyó la muralla, o más bien a Santiago Apóstol, cuya Orden tenía una gran relación aún con la Casa de Feria.

Page 149: Libro de Zafra

148

Algo apartada aparece una figura circular en madera de considerable tamaño. Como sentía curiosidad por saber qué era aquello me acerqué donde aparecía un letrero. En él se afirma que aquella abrazadera sirvió para mantener en pie uno de los gigantescos pilares de la catedral hispalense. En recuerdo de ello, el Cabildo de la misma la regalaba a Zafra como símbolo de confraternización entre ambas ciudades. Me pareció un bonito detalle.

A esas alturas, atravesando el tráfico que discurre de un lado a otro desde el Campo del Rosario a la avenida Fuente del Maestre, era obligado fijarse en un enorme convento que allí se descubre, el que habremos de visitar a continuación.

Page 150: Libro de Zafra

149

Convento del Rosario

Llegué ante el convento e iglesia del Rosario sin saber qué me podía esperar. Disponía por entonces de un plano de la ciudad que me habían dado en la oficina de Turismo, poco más. Encontré un edificio de gran volumen al otro lado de la carretera, frente a la Puerta del Cubo.

Convento del Rosario

Su interior era accesible, afortunadamente, pero no se dispone de información adicional sobre la riqueza que encierra. De manera que, traspasado el dintel de su puerta de entrada, en ladrillo y arco de medio punto, me encontré en el interior. Estaba bastante oscuro pero varias capillas aparecían

Page 151: Libro de Zafra

150

iluminadas mostrando unas figuras muy estimables, gran parte de las cuales no sé nombrar.

Puerta de entrada

En iglesias de este tamaño y con tantas obras de importancia en su interior, suelo buscar algún cuadernillo que allí vendan, una guía que me permitiese acceder a la historia del templo, nombrar esas esculturas en las que me iba fijando. No había nada de ello ni tampoco encuentro una

Page 152: Libro de Zafra

151

descripción satisfactoria por ningún conducto, de manera que me veo obligado a dar una más sumaria de lo allí observado. El monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación, que así se llamaba originalmente, se construyó a lo largo de un período extenso de tiempo, en el siglo XVI. En una placa junto a la puerta figuran sus benefactoras: la señora Inés de Paula y, sobre todo, la más adinerada María Manuel Suárez de Figueroa, hija legitimada del segundo conde de Feria. Casada además con el segundo conde de Medellín, Juan Portocarrero, escritura una importante donación de sus bienes para este convento en 1528, fecha que se ha tomado como fundación oficial del mismo. El terreno era de las monjas de Santa Catalina pero fue cedido ante la que debió ser insistencia del conde Gomes II para fundar un convento dominico más cercano a la población del que existía en ese momento, a seis kilómetros de Zafra, del que no quedan actualmente ni las ruinas. Se dice que, al excavar el huerto, se encontró una “mina” o subterráneo que en otros tiempos podría servir para llevar agua de un lado a otro o bien para dinamitar las murallas. Lo cierto es que este hallazgo fue cambiando el nombre del convento en el habla popular, hasta llamarse convento de la Mina. Las obras no debieron ir a buen ritmo desde el principio, sin duda por falta de medios. La condesa de Medellín, en su testamento de 1544, menciona el atraso de la capilla e incluso de la nave principal, apenas comenzada, por lo que pide que se le entierre en una capilla lateral, no se sabe exactamente cuál.

Page 153: Libro de Zafra

152

Altar mayor

Como se verá, hay muchas incógnitas planteadas en torno a este convento e iglesia, sin duda por la ausencia de documentación fidedigna sobre el transcurso de sus obras, para empezar. Se sabe así que en 1580 finalmente se cerraban las bóvedas por el maestro Francisco de Montiel. Bóvedas, por cierto, en la que es inevitable fijarse cuando visitas el interior, por la variación y belleza de los nervios que la

Page 154: Libro de Zafra

153

recorren: cuadrados y rombos sobre el altar mayor, círculos en otros lugares. Se sabe que estaba planeado un claustro. Se haría tan pobremente que terminaría por desaparecer en beneficio de otro más pequeño y modesto, que hoy está arruinado también. En todo caso, en 1590 se tiene constancia de la contratación del retablo al entallador Blas de Figueredo y el pintor Francisco Gómez, ambos zafreños. Lo visitable es la iglesia, de tres naves sostenidas solamente por dos imponentes columnas de granito, de donde surge espacio suficiente en las dos laterales para la instalación de diversas capillas. La atención se centra inicialmente en el altar mayor, con un retablo dorado que muestra características góticas, aunque es obra muy posterior, del siglo XIX al menos. En él aparecen varias figuras entre las que destaca sobremanera, en el centro, el famoso en Zafra Cristo del Rosario, motivo de devoción larga e intensa por los feligreses segedanos. Sobre él también se discute su origen, quién lo adquirió y cuándo. Procuraremos al menos poner al tanto al lector sobre algunas de las respuestas que se han dado. Originalmente, esta figura estaba situada en una capilla fundada por el Padre Melchor de Molina entre los años 1570 y 1575. Este sacerdote agustino prestó sus servicios en Nuestra Señora de Cárquere, dentro de una localidad del norte portugués. Debía de ser adinerado y algo aprensivo y dubitativo, ya que en pocos años llega a redactar tres testamentos y dos codicilos. Ni siquiera hay constancia de que fuera él quien encargara este Cristo que hoy se

Page 155: Libro de Zafra

154

muestra en el altar mayor, desde su traslado en el siglo XIX. De todos modos sí lo menciona en uno de sus codicilos y, dado que no tenía descendencia ni herederos colaterales, teniendo dinero suficiente, sería ilógico que la figura fuera adquirida por nadie más.

Cristo del Rosario

Ahora, unos afirman que se instaló en 1612. Por el contrario, un pariente de un antiguo cronista de la villa sostiene que la obra debió llegar entre 1570, fecha del último testamento donde no nombra al Cristo, y 1575, cuando el último codicilo, donde sí lo menciona. Pero Rubio Masa, autor entre otras obras de la correspondiente al mecenazgo de

Page 156: Libro de Zafra

155

la Casa de Feria, considera que la falta de mención en 1570 pudo deberse a múltiples motivos, como que la figura entonces no se considerara demasiado importante. Este último autor, analizando en detalle las características artísticas del Cristo, hace retroceder su elaboración a un tiempo anterior a la muerte del flamenco Roque de Balduque, radicado en Sevilla en 1534 y fallecido en 1561. Ciertamente, da la impresión de que los expertos seguirán debatiendo quién pudo ser el autor, cuándo se trajo hasta Zafra, quién lo costeó e, incluso, si este Cristo del Rosario extendió su nombre al propio convento (hoy llamado así) o fue al revés, que el Cristo recibiera el nombre del convento. No hay nada que esté fuera de dudas en este Cristo. Esto ha motivado la existencia de una curiosa leyenda sobre su llegada a Zafra. Al parecer, se habían encargado dos Cristos semejantes, uno para la iglesia de la Candelaria y el otro para ésta del Rosario. Cuando arribaron en sendos cajones, los sacerdotes de la primera encontraron que una de las figuras llegaba con los brazos rotos de manera que, astutamente, la destinaron al Rosario. Sin embargo, cuando llegó el Cristo a esta última iglesia, abrieron el cajón para encontrarse la figura intacta y con los brazos reparados. Como bien han señalado autores posteriores, era habitual el envío de estas esculturas con los brazos separados y dispuestos para ser ensamblados en el lugar de destino, lo que favorecía la ausencia de deterioros durante el traslado en carretas de un lado a otro. De manera que no tendría nada de particular que hubiera llegado a la Candelaria de esa forma.

Page 157: Libro de Zafra

156

La creencia popular en torno a los brazos del Cristo del Rosario se extendió después a la acción de los franceses. Estos, dice la leyenda, cuando se iban, cortaron los brazos de la figura que al día siguiente, milagrosamente, estaba otra vez intacta. Se puede contemplar desde lejos, pero aún así se aprecia que es obra muy notable, de gran fuerza y dramatismo, agudizado por la delgadez del cuerpo en la cruz, su ademán resignado y muerto, sus heridas. El convento llevó una vida fructífera en lo espiritual en gran parte debido a este Cristo, sin duda el de mayor devoción en la ciudad. Sin embargo, la guerra de la Independencia lo arruinó en gran medida, ya que los franceses lo incendiaron, perdiéndose el retablo original, además de muchas obras. Las llamas respetaron al famoso Cristo del Rosario y eso no es una leyenda, sino al parecer un hecho cierto. A pesar de ello, el convento había sufrido tales pérdidas que costó mucho a la población de Zafra repararlas mediante suscripción popular, abriéndose al público en 1816. Después de eso, vino la desamortización para expulsar a los últimos dominicos que allí había. En 1881 el obispado de Badajoz, a cargo del edificio, se lo adjudicó a los padres claretianos, que establecieron unas escuelas y dedicaron su tiempo a una apreciable labor docente hasta 1936, en circunstancias que son de imaginar. Hacia 1987 sólo quedaban cuatro religiosos por lo que se procedió a su devolución al obispado. Desde entonces depende de la iglesia de la Candelaria y permanece abierta

Page 158: Libro de Zafra

157

para asistencia de los muchos fieles que acuden ante el Cristo del Rosario. El culto, sin embargo, está muy limitado. Tal vez esta situación es la que ha conducido a la falta de promoción turística de la iglesia en forma de algún catálogo o guía de su interior. Lo único que puedes hacer es pasear por las naves laterales, observar espléndidas figuras como la de esa Virgen suplicante y dolida sobre el cuerpo de su hijo, que aparece en un altar con el nombre de Cofradía del Santo Entierro.

Virgen del Santo Entierro

Page 159: Libro de Zafra

158

Del mismo modo observé otra capilla donde se muestra otra figura de la Virgen orante y joven, acompañada a sus pies por angelillos, junto a otro Cristo crucificado de indudable mérito. Tal vez sean figuras allí colocadas provisionalmente, quizá respondan a pasos de Semana Santa algunos de ellos, no pude averiguarlo.

Retablo en madera

Otro hermoso retablo en madera noble nos muestra a un sacerdote recibiendo la casulla de manos de la Virgen, al tiempo que en la parte superior otro parece estar leyendo mientras dirige su mirada a lo alto. En fin, hay numerosas obras dignas de atención en esta iglesia.

Page 160: Libro de Zafra

159

Cuando termina la visita al interior, llega la hora de volver al centro de la población. Podemos retroceder por la misma calle Tetuán a través de la cual habíamos llegado hasta aquí, pero cabe la alternativa de hacerlo por otra que sale prácticamente de la misma Puerta del Cubo: la calle Badajoz. No parece tener un especial interés, aparte de ser probablemente uno de los ejes vertebradores de la población en otro tiempo, hasta que su desarrollo final fuera cortado por la construcción de la iglesia de la Candelaria. Pero antes de llegar a la calle San José, junto a esta última, conviene fijarse en una bonita calle transversal llamada Pozo.

Cristo del Pozo

Page 161: Libro de Zafra

160

Es muy tranquila, apenas recorrida por los coches. Sin embargo, encierra una humilde y bonita capilla del Cristo del Pozo. Junto a una vieja y oxidada bomba de extracción de agua, que deben haber conservado como recuerdo del pozo que allí existiera, hay una casa con dos puertas de distinta anchura, presentando una pintura azul en la parte baja. Detrás de la más estrecha, abierta en su parte superior, pude observar tras unos barrotes el Cristo a que hace referencia la modesta capilla. Es una hermosa figura de un Crucificado, según se afirma en la puerta del siglo XVII. Está encajado en un retablito que me pareció de madera, con una diminuta Virgen bajo él envuelta en ropajes negros. Dos simples floreros a los lados adornan el conjunto.

Page 162: Libro de Zafra

161

Puerta de Jerez

Muchas noches, cuando había tomado alguna cosa en la Plaza Grande preferentemente o bien en la Chica, me resistía a encerrarme en la habitación del hotel. Por eso iba hasta la segunda de las plazas y bajaba hacia la Puerta de Jerez. A despecho de las sombras que empezaban a cubrir el trayecto, me gustaba recorrer los pocos metros que separaban esos dos puntos. Apenas se veía a nadie paseando por aquellos lugares poco iluminados, mucho menos en dirección a la Puerta del Cubo, donde me interné en alguna ocasión. En la Plaza Chica realmente acababa la animación de la noche segedana pero algunas personas, generalmente en pareja, se internaban entre las sombras para sentir, como yo, el calor aún irradiando desde las piedras, la figura de los macizos de flores, el silencio apenas velado por los coches que iban dejando de pasar más allá de la Puerta de Jerez. La distancia, como digo, es muy corta pero de gran riqueza visual, sobre todo de día, claro está, cuando pude sacar las mejores fotos. Desde el antiguo Ayuntamiento, en la parte oeste de la Plaza Chica, va descendiendo lentamente una calle empedrada que sale a la derecha del mismo, según lo miramos. A dos pasos puede uno asomarse a la plazuela en honor a Ruy López que se abre a la derecha también. Ciertamente, no es bonita, una simple entrada más ancha al principio que a su final con contenedores de basura y, cuando

Page 163: Libro de Zafra

162

pasé a su lado, diversos cartones depositados en el suelo, esperando su recogida.

Plazuela de Ruy López

Sin embargo, se continúa avanzando hacia la Puerta de Jerez y la calle mejora, mostrando una nutrida masa de flores que parecen salirse desde varios balcones. Si, una vez que pasamos a su altura, nos volvemos para hacerle una fotografía, el marco es bien bonito: la estrechez de la calle, las flores exuberantes que parecen invadir la distancia entre las casas enfrentadas y, al fondo, la figura inconfundible de la torre en la iglesia de la Candelaria. En la misma casa de las flores hay un veterinario. Recuerdo que entré para charlar con él sobre el hijo de un

Page 164: Libro de Zafra

163

amigo cubano, también de la profesión, que deseaba establecerse en España.

Desde la Puerta de Jerez

Fue una conversación agradable, amena, con una

pareja joven que deseaba prosperar en su trabajo y me contaron, de forma realista, las posibilidades y limitaciones de establecerse según en qué zona de España. Les recuerdo

Page 165: Libro de Zafra

164

con agrado, ella acariciando a un perrillo al que acababan de atender, él dando toda clase de explicaciones a un perfecto desconocido como era yo. Me fui deseándoles prosperidad en su trabajo. Llega uno a una edad en que hace tiempo te asentaste en la vida profesional y tu mayor deseo es ver a los jóvenes que toman el relevo y prosperan.

Puerta de Jerez, desde el interior

Poco después casi hemos llegado hasta la Puerta. Antes, hay que observar la Callejita del Clavel, un estrecho paso ya cerrado, que antiguamente formaba parte, igual que

Page 166: Libro de Zafra

165

la Ronda de Maestranza al otro lado de la ciudad, del camino que circundaba interiormente la muralla. Ahora es una callecita muy estrecha donde, al final, se observan efectivamente algunos macizos de flores. Cuando se le dio el nombre que ostenta quizá hubiera más, pero ahora los muros laterales aparecen desnudos y sólo se observan puertas al final de la misma. Allí mismo está la Puerta de Jerez, la que en otro tiempo llevaba a Jerez de los Caballeros, importante población que llegaría a visitar más adelante sin que llegara a entusiasmarme, pese a sus rincones de interés. Pero tal vez sea injusto porque apenas estuve una mañana. Lo que se observa de esta Puerta desde el interior de la ciudad es un triple arco algo apuntado, de mampostería encalada en la parte más cercana, de piedra en las dos más alejadas. La Puerta de Jerez no tiene ningún parecido con la del Cubo que acabamos de visitar. Es mucho más voluminosa, encerrando en su interior, como más tarde habría de comprobar, una auténtica sorpresa en forma de capilla cuya extensión no se adivina mirando desde fuera. Sin embargo, sí hay dos ventanas bajo el primer tejadillo que sugieren la presencia de algunas habitaciones en las que, inicialmente, no me fijé. Cuando salimos fuera pasando bajo el triple arco y volvemos la vista, la Puerta de Jerez muestra toda su elegancia. Sobre el espacio por el que acabamos de pasar hay un amplio balcón y, a sus dos lados, en sendas hornacinas, dos figuras que corresponden a San Crispín y San Crispiniano, patronos que eran de uno de los gremios más presentes en

Page 167: Libro de Zafra

166

esta zona: los artesanos del cuero dedicados, sobre todo, a la zapatería.

Puerta de Jerez, desde el exterior

Más arriba, la Puerta termina en una espadaña con

doble campanario, aunque sólo una campana se muestra en la parte superior. Bajo la inferior, una tosca figura en piedra muy desgastada, que parece representar un jarrón del que salen rayos. Junto a él dos escudos que ahora se muestran lisos y que tal vez representaran en otro tiempo, como

Page 168: Libro de Zafra

167

sucedía en la Puerta del Cubo, las armas de la Casa de Feria o de la Orden de Santiago, a la que pertenecía el Maestre fundador. Todo esto indica que la Puerta de Jerez no es sólo un acceso o salida de otro tiempo, sino que encierra en sus entrañas la capilla de Nuestro Señor de la Humildad y de la Paciencia. Había visto repetidamente su figura en cerámica cuando pasaba por el espacio entre arcos. Representa a un Cristo sedente, con una mano apoyada en su rodilla izquierda, alzada gracias a un cojín donde se asienta el pie del mismo lado. Mira al suelo y parece triste y desconsolado, tal vez previendo la pasión que le aguardaba. La cerámica está inserta en un conjunto de madera oscura rodeado de dos farolillos y con uno de esos aparatos que hay en las iglesias para encender velas en su honor. La segunda vez que pasé por allí me fijé que, a un lado de esta figura, había una puerta enrejada y cerrada. Previsiblemente permitía acceder al interior de una capilla. No fue hasta el segundo viaje a Zafra, después de visitar sus mayores atractivos, cuando me fijé en el horario que me habían dado para visitarla. Sólo era un día a la semana (el miércoles) por la tarde. Estuve, puntual, para internarme por una estrecha escalerilla en caracol que llevaba hasta un primer descansillo. Allí se exponían algunos datos de la iglesia, así como de otra figura que enseguida mencionaré. El descansillo, en realidad, se extendía para formar un primer piso donde radicaban algunos despachos de los responsables de la capilla.

Page 169: Libro de Zafra

168

Pero lo más bonito e interesante estaba poco después, cuando se seguía la escalera para llegar a un espacio no muy grande. Estaba todo cubierto de bancos donde algunas personas se sentaban, otras iban y venían, como sucede en cualquier capilla. Algunos fieles quedaban de pie contemplando el altar mayor y allí el mismo Cristo del azulejo de la calle, con idéntica postura, presidiendo el pequeño retablo de madera en forma semicircular.

Nuestro Señor de la Humildad

Era todo sencillo, recogido, humilde pero hermoso. Sitios así te producen a veces mayor impresión que una gran iglesia. La fe de los que se sentaban frente al Cristo era la misma que la de los que lo hacían en la Candelaria. Sin

Page 170: Libro de Zafra

169

embargo, la figura dolida del Cristo, su mirada baja, estaba más cerca de quien lo miraba, casi era posible tocarlo. El altar tampoco era un retablo en varias calles, con todo tipo de lujos y dorados, sino algo humilde y que, por ese motivo, te llegaba más dentro. Pero con ser hermosa la figura del Cristo debo reconocer que me quedé prendado de otra, también afamada en esta capilla, como había podido comprobar en el descansillo inicial. Allí se hablaba de la obra del imaginero utrerano Luciano Galán García, de cómo su figura de María Santísima de la Salud se había expuesto inicialmente en su localidad natal de la provincia de Sevilla, para luego ser trasladada hasta Zafra cumpliendo el encargo acordado con la cofradía segedana. Parece, pues, una figura relativamente reciente, del siglo XX en todo caso. A despecho de otras vírgenes extremeñas, que se asemejan en sus rasgos a las mujeres de esta tierra, ésta muestra una belleza muy sevillana, una cara casi aniñada, paliada la sensación por el dolor que muestra y las lágrimas que corren por su cara. Es una mujer muy joven pero es una mujer que sufre, la que se ha representado en ella. Luego, cuando viera otra virgen similar en la localidad pacense de Fregenal de la Sierra, más cerca aún de Sevilla, mi fascinación sería la misma y compararía la nueva figura con la María segedana. Me quedé un rato allí, sentado frente al Cristo, mirando de vez en cuando a esa hermosa Virgen, disfrutando, ya que no de fe, sí del sentimiento interior de dolor, sufrimiento y esperanza que parecen transmitir. A mi

Page 171: Libro de Zafra

170

alrededor, algunas personas se sentaban, otros se levantaban en silencio, a nadie parecía molestar que hiciera alguna foto al principio. Claro que me dediqué sobre todo a intentar captar la expresión de aquella Virgen, colocada en un altar lateral, y la molestia fue menor.

María Santísima de la Salud

Después bajé de nuevo, pensativo, reconfortado por ese momento de paz en el trasiego de la visita, sabiendo como sé ahora, que aquel instante contemplando esa Virgen se me quedaría clavado en la memoria para siempre.

Page 172: Libro de Zafra

171

Bodegas Medina

Cuando se sale del casco histórico a través de la Puerta de Jerez, encontramos la carretera de circunvalación que, en ese punto, cambia de nombre: a la izquierda se llama Fernando Moreno Márquez, a la derecha Campo del Rosario (a cuyo final se encuentra el convento del mismo nombre). Como la entrada a Zafra desde la carretera nacional se encuentra hacia el norte, generalmente, recorría un trecho hasta bordear la ciudad por su lado más oriental para aparcar, bien en Campo Marín, o en esta calle Moreno Márquez. De manera que la pude conocer, sí, aunque realmente no presenta mayores atractivos. En cambio, si caminamos por el Campo del Rosario, tampoco es que veamos rincones especiales, pero en uno de ellos (el Mesón la Fea) estuve comiendo en cierta ocasión. Había un ambiente agradable, muchos paisanos de la ciudad, gente de campo parecía en su mayoría, que me miraron con cierto interés al principio pero, al no reconocerme, me dejaron comer tranquilo mientras seguían sus conversaciones. Me sirvió una muchacha de ademanes enérgicos y eficaces. Era una comida sencilla, muy adaptada a mis posibilidades digestivas, pero algo cara para la calidad que presentaba. Tal vez la ausencia de competencia en ese lado de la ciudad propiciaba una cierta subida de precios que los platos no justificaban. Más allá se encuentra el colegio María Inmaculada pero mi interés, en un momento determinado, se orientó hacia la barriada que se veía al otro lado de la calle. Sabía que

Page 173: Libro de Zafra

172

Zafra se había extendido en aquella dirección en un momento determinado y tenía curiosidad por conocer qué había detrás de la fachada que se asomaba al Campo del Rosario. De manera que una tarde paseé por allí, entrando por la calle Muladar y siguiendo por otra llamada Garrotera. Pasaba poca gente, alguna familia de padres y niños que caminaban hacia el centro de Zafra, casas humildes, el campo poco después, entre algunos olivos y matorral.

Caserón en el barrio occidental de Zafra

Al volverme me fijé en un caserón bastante grande, con aspecto de completo abandono. Parecía habitado, puesto que disponía de hasta dos antenas de televisión, pero el aspecto exterior era penoso, con todo desconchado, los muros sin encalar a trozos, algún agujero en el tejado. Daba la

Page 174: Libro de Zafra

173

impresión de haber sido un establecimiento religioso, quizá un convento abandonado hacía mucho. Aparte de eso, no encontré nada que me hiciera detenerme salvo al llegar a la cercana calle Cestería. En la esquina de la misma, el bar Taxi abre sus puertas, con toda su parte superior también desconchada pero habitable, como pude comprobar al asomarme y encontrarme a varios parroquianos que me miraban para saber si entraba o me iba. Hice esto último porque deseaba llegar al final de esa calle, hasta unas bodegas que había visto referidas en una información turística. Aquella tarde de mi primera visita encontré las bodegas Medina cerradas. Creí que era hora en que debían estar abiertas pero eso era, como comprobé en un letrero junto a la puerta, habiendo concertado un encuentro con la encargada de enseñar su interior: Conchi Carrillo. De forma que anoté el móvil de esta señorita y, dado que se iba haciendo tarde, opté por volver a la mañana siguiente. Cómo llegué al día siguiente, incluso antes de la hora convenida con Conchi (las doce) a bordo de un vehículo de la guardia civil, será referido más adelante. En todo caso, me dijo por el móvil que esperara unos minutos, que enseguida llegaría. De modo que paseé por el lugar, conversé brevemente con una vecina que me miraba desde la casa de enfrente con cierta curiosidad. Me dijo que venía poca gente a visitar esa bodega y era una lástima porque ella la conocía y era bonita. De modo que seguí esperando hasta que llegó Conchi, unos diez minutos después. Fue mujer amable y me enseñó

Page 175: Libro de Zafra

174

con cierto detalle todo el interior aunque no tuviera más visitantes, una actitud digna de agradecer teniendo en cuenta que la visita era gratuita.

Conchi enseña la fuente interior

En cuanto entramos por la pequeña puerta de acceso, la temperatura bajó varios grados. Me encontraba en una sala muy amplia que correspondía, como todo el edificio, a un antiguo convento del siglo XV. Muros gruesos, unas bóvedas muy altas, ideales para la elaboración del vino. Incluso hay un manantial interior que llega hasta una fuente bastante amplia, de la que debían servirse los monjes antiguamente. Las bodegas Medina no nacieron aquí sino en una población cercana por la que pasé días después: Puebla de

Page 176: Libro de Zafra

175

Sancho Pérez. Cuando la atravesé solamente vi una larga calle, puesto que la carretera pasa por en medio del pueblo llevando luego hasta Medina de las Torres, que era mi destino prioritario, así como Valencia del Ventoso, más allá. Las bodegas nacieron en 1931, pero la tercera generación de propietarios adquirieron este antiguo convento, que por entonces debía estar medio en ruinas, para transformarlo en bodega dentro de Zafra. Al mismo tiempo, hicieron una fuerte inversión en la adquisición de viñedos de la variedad Cabernet-Sauvignon, que ahora es una de las bases de fabricación de sus caldos. Con el tiempo y, más recientemente, las Bodegas Medina se han trasladado cerca de la ciudad, junto a la carretera nacional a Badajoz. Allí, la nueva Bodega “Las Monedas” es visitable para encontrar todos los medios más modernos de elaboración del vino lo que, rodeada además por un inmenso viñedo llamado “El Corralón de la Vega”, deben hacer de su visita algo que valga la pena. Sin embargo, prefería encontrar ésta de “El Convento”, más antigua. A fin de cuentas, viviendo cerca de Jerez de la Frontera, he conocido bodegas con los medios más actuales. Me interesaba más observar cómo habían comenzado su período de expansión en la misma Zafra. Estábamos inicialmente en la Cava de las Barricas, un lugar repleto de barricas, como su nombre indica, donde tiene lugar la crianza del vino. Bajo los arcos de ladrillo se alineaban en las típicas tres alturas que facilitan el envejecimiento a distinto ritmo del vino.

Page 177: Libro de Zafra

176

Cava de las barricas

Poco después subimos al piso superior donde se mostraba una disposición más de cara al público. En efecto, la escalera desembocaba prácticamente en una sala cubierta de elementos propios del trabajo en el viñedo: herramientas, yuntas para los bueyes, una carreta de las utilizadas para el transporte de la uva, etc. Es el Museo Etnográfico, que abarca una amplia habitación en la que me detuve poco rato, lo suficiente al menos para fotografiarla. La atención se dirigió entonces a una sala más moderna y elegantemente dispuesta. Las vigas de madera sostienen un techo inclinado bajo el cual se alinean espacios diferentes, divididos por pilares aunque dejando un amplio hueco destinado a la celebración de actos culturales, cata de

Page 178: Libro de Zafra

177

vinos, conferencias o incluso exposiciones de pintura, como me iba comentando Conchi.

Museo Etnográfico

Le pregunté por los personajes retratados que se mostraban en las paredes. José Montaño, el fundador de las bodegas en Puebla de Sancho Pérez no debió conocer esta bodega, muy posterior a su tiempo. He leído que, debido a un accidente (no sé su naturaleza) hubo de dejar la dirección y el control en manos de Antonio Medina, la segunda generación de bodegueros. Por el apellido puedo deducir que no era hijo suyo sino tal vez su yerno, algo que pude confirmar cuando encontré, también retratada, no sólo a Antonio sino a su mujer, Esperanza Montaño. Debió ser esta última una

Page 179: Libro de Zafra

178

persona especialmente entregada al trabajo en la bodega porque se la recuerda dando su nombre a esta sala.

José Montaño

La tercera generación, hoy en día quizá bastante mayor, ha dejado la gestión y propiedad de las bodegas en manos de una cuarta, a la que corresponde la iniciativa de las nuevas instalaciones junto a la carretera nacional. Pero, tras fotografiar a los pioneros de estas bodegas, la guía me llevaba a un espacio abierto que se encuentra al mismo nivel y al que se accede por una puerta abierta al final de esta sala. Se trata de una placita de toros, más bien un tentadero, para que las visitas ilustres uniesen la cata de los

Page 180: Libro de Zafra

179

mejores caldos a su afición a la tauromaquia. Da la impresión de que tales actividades ya no deben llevarse a cabo y los negocios se hacen de otra manera, no pude asegurarme.

Sala de Exposiciones

Terminada prácticamente la visita, ésta no podía concluir de otra manera que bajando hasta la antigua Sacristía del convento, junto a la entrada, donde pude probar y adquirir alguno de los caldos que se ofrecían a la venta. En concreto, algunas marcas destacaban, como la de Jaloco o Marqués de Badajoz. Naturalmente, había diversas clases, desde un gran reserva que no me atreví a comprar por su precio hasta otros vinos más jóvenes, que probé con mucho agrado: mezcla de uva Cabernet-Sauvignon con Merlot y Syrah.

Page 181: Libro de Zafra

180

Del mismo modo, un tinto dulce Marqués de Badajoz fue también una de mis adquisiciones: Uva Cabernet-Sauvignon al completo, período corto de fermentación para que conserve gran parte de los azúcares que hacen de él un vino dulce y luego una maceración por seis meses.

Sacristía

De manera que aquella mañana salí contento de las Bodegas Medina, habiendo degustado dos copas de buen vino y cargando con las botellas compradas en dirección al hotel, donde habría de dejarlas y buscar dónde comer.

Page 182: Libro de Zafra

181

Hospital de Santiago

La Plaza Grande tiene dos salidas en su parte sur: por un lado la calle Sevilla nos lleva hacia el antiguo Campo de Sevilla, hoy en parte configurado como Plaza de España; en el otro extremo la calle de Santa Catalina va girando hasta llegar a Campo Marín, una carretera que circunvala el casco histórico y a la que hemos hecho referencia repetidamente.

Ese trayecto lo hacía a menudo porque aparcaba el coche habitualmente en ese lado, de manera que marchaba desde el hotel hasta él o viceversa, cuando llegaba desde alguna excursión a pueblos cercanos. Debido a ello, la calle Santa Catalina me era muy conocida. De entre lo que observaba al pasar había un punto destacable, una fachada que atrae la mirada a cualquiera por su belleza y ornamentación, tan inesperadas en un trayecto que no encierra a su alrededor grandes muestras artísticas. Así que lo primero que llegué a conocer del Hospital de Santiago es su fachada. Se encuentra al fondo de una

Page 183: Libro de Zafra

182

entrada cerrada, al poco de salir de la Plaza Grande. Toda la portada es de sillares de piedra, algo que contrastará fuertemente con el resto del edificio, en ladrillo como era propio de las construcciones mudéjares de aquel tiempo.

Hospital de Santiago

Esta entrada se realizó aproximadamente en 1500, algunos años después de su establecimiento como hospital de pobres y necesitados, posiblemente con el objetivo por parte

Page 184: Libro de Zafra

183

del segundo conde, de embellecer la nueva fundación familiar. La entrada está formada por un portón de madera bajo un arco rebajado. Todo alrededor presenta una ornamentación constituida por lacería bien esculpida, entrelazada, que produce un buen efecto al visitante. Al tiempo, hay detalles de gótico florido, como en los pináculos con los que terminan las columnas que enmarcan el conjunto, todo lo cual ha permitido hacer una datación bastante aproximada.

Imagen de la parte superior

Page 185: Libro de Zafra

184

Algo posterior es un fresco sobre la parte superior, no muy deteriorado teniendo en cuenta que tendrá casi cinco siglos y ha estado continuamente a la intemperie. En él se muestra una imagen de la Anunciación del ángel a María, muy apropiado a la primitiva advocación de este hospital, llamado de la Salutación. A un lado contrasta este bello conjunto con una espadaña construida sobre un muro simplemente encalado y que debe ser posterior en su construcción. Ésta fue la residencia familiar establecida por el primer conde de Feria Lorenzo Suárez de Figueroa y su mujer María Manuel, cuando se trasladaron a Zafra desde Villalba de los Barros, donde habitaban en un principio. En 1437 se iniciaron las obras del Alcázar, que habría de ser la nueva residencia condal, y del año siguiente se cuenta con una bula pontificia del Papa Eugenio IV por la cual se concedían indulgencias a la capilla de este edificio. Es de suponer, por tanto, que este lugar fuera concebido como una residencia temporal pensándose dedicar luego a fundación hospitalaria donde curar el cuerpo y el alma de los pobres que se refugiaran en él. De ahí que se previera esa situación pidiendo indulgencias para su capilla. En todo caso, el Alcázar no estuvo terminado hasta 1443 y de ese tiempo debe datar la configuración definitiva de la antigua residencia solariega como hospital. Se dispone de documentación fechada en 1450 donde se lo menciona como de la Salutación y afirmando que por entonces ya funcionaba como tal.

Page 186: Libro de Zafra

185

Según las ordenanzas dadas por el segundo conde Gomes II Suárez de Figueroa, tenía que acoger entre siete y ocho enfermos pobres, atendiendo a otros transeúntes por un máximo de tres días. Como en los restantes hospitales que hemos visto en esta narración (San Miguel, San Ildefonso), todos de iniciativa privada como es propio de la época, se nombraba un Mayordomo que administraba los bienes y rentas. Las fundaciones de este tipo debían disponer de algunos bienes que les permitieran su mantenimiento. Para el caso del hospital de la Salutación, además de unas huertas anejas, contaba con la dehesa del Rincón, la mitad de la cual se le donó durante el primer matrimonio de Gomes II con la condesa Constanza y la otra mitad cuando estaba casado con su segunda esposa, María de Toledo. Debía situarse, por entonces, al borde del casco urbano, lindando con la Plaza Chica y muy cerca de la Plaza Grande que entonces no era tal, claro está, sino lugar donde se levantaba la primitiva iglesia de la población. A lo largo de su historia atendió a todo tipo de necesitados. Baste considerar el dato de que, durante sólo nueve años de finales del siglo XVIII, se hizo cargo de casi mil doscientos pobres pero también de casi treinta y dos mil soldados heridos en las guerras que tenían lugar en la zona. La desamortización decretada por el rey en aquellos mismos tiempos hizo que se viera obligado a vender su principal riqueza, la dehesa donada por los condes de Feria, invirtiendo el magro valor obtenido por ese terreno en valores públicos que le rentaban poco. En otras palabras, el monarca

Page 187: Libro de Zafra

186

se aseguraba un ingreso de dinero rápido con una larga moratoria a la hora de reintegrarlo a los propietarios que se veían obligados a vender en estas condiciones. Cualquier protesta en ese sentido (y el Mayordomo del hospital formuló unas cuantas) era atajada con el argumento de que el rey consideraba que aquello era lo mejor para todos y ¿quién iba a osar llevar la contraria al monarca? Pese a todo, el hospital siguió funcionando, con menos medios, eso sí, durante un siglo más. A principios del siglo XX se destinó a centro de enseñanza, luego a residencia de ancianos. Hoy he leído que se han encargado del edificio una congregación religiosa: las Esclavas de la Virgen Dolorosa. En cierta ocasión, como leí que tenía un horario de visita, me acerqué en el mismo hasta la puerta entreabierta y llamé. Cuando empezaba a pensar que me había equivocado y nadie me respondería, se entreabrió una puerta interior. Tras las explicaciones oportunas, pude acceder al interior del hospital. Hay ocasiones en que no se tiene la suerte de encontrarte una guía que te explique detalladamente el lugar que visitas, que no muestre cariño hacia el lugar que vas conociendo o no desee darlo a conocer. Puede, simplemente, que llegues a unas horas en que la guía correspondiente no esté de humor para mantener una charla. Cualquiera sabe cuál fue el motivo por el que aquella señora se limitó a dirigirme monosílabos durante todo el trayecto, caminando tan rápido que me veía en serias dificultades para hacer una foto, sin detenerse apenas en

Page 188: Libro de Zafra

187

ningún sitio y cuando lo hacía por unos segundos, limitarse a alzar la mano y decir: “la capilla”, “el patio” o cualquier otro lugar, antes de reemprender la marcha.

Pasillo junto al patio

De manera que el recorrido en sí apenas duró unos minutos. Parece innecesario comentar la impresión personal que me llevé después de una visita que ni siquiera he podido reconstruir posteriormente, dada la carencia de imágenes. Solamente se me ocurre una comparable e igualmente

Page 189: Libro de Zafra

188

decepcionante, como fue la del Monasterio de las Huelgas, en Burgos. En todo caso acerté a fotografiar un pasillo por el que marchamos a paso de carga. En él atisbé un enorme cuadro colgado, no pude saber ni preguntar por su autor. Este lugar parecía rodear un patio que, según he leído, articula todo el edificio por lindar con el huerto (que no llegaría a ver) y con la capilla.

Patio

Sólo pude asomarme al patio observando una pequeña fuente central rodeada de macetones y árboles que formaban un bonito conjunto. Al parecer tiene una forma cuadrada rodeada por tres lados en forma de pasillo (como el que

Page 190: Libro de Zafra

189

recorrí siguiendo a la guía) mientras que el cuarto está cerrado desde el siglo XVIII, al ampliarse determinadas dependencias. Todo el conjunto está construido en estilo mudéjar presentando cuatro vanos entre arcos en el piso inferior y seis en el superior, una fórmula bastante apreciada por los artesanos mudéjares.

Retablo de la capilla

De la capilla apenas pude ver nada porque la estancia fue, como en todo, sumamente breve. Es de una nave, con la capilla mayor cuadrada. Sí pude fotografiar el retablo dorado, que es bonito, con una Virgen en medio. No se construyó para esta pequeña iglesia sino para la del hospital de San

Page 191: Libro de Zafra

190

Miguel, pero se trasladó aquí cuando éste quedó en desuso y fue abandonado. Diez minutos después de haber entrado al hospital de Santiago, me encontré en la puerta, molesto y decepcionado. En todo caso, hay pueblos donde, al verme fotografiando un monumento y ante la constancia de que no soy del lugar, algunas pandas de chavales sin educación me han llegado a insultar. Aparte de la natural molestia, no es algo que me alarme en exceso. Ahora bien, una guía con formación para ello, con una función determinada, debería saber hacer mejor su trabajo y no “despachar” de esa forma a los visitantes.

Page 192: Libro de Zafra

191

Santa Catalina

La calle por la que circulamos desde la Plaza Grande no es muy larga pero aún tiene algún edificio de interés que, al menos, conviene señalar. La dirección va girando hacia la izquierda en una curva constante desde la misma portada del monasterio de Santa Catalina de Siena. Es poco lo que se puede decir de un convento que da nombre a la calle pero que hoy aparece cerrado a cal y canto, sin utilidad aparente tras quedar deshabitado. Fue construido, según se afirma en una placa que hay junto al portón de entrada, hacia 1500 por iniciativa de una religiosa, Inés de Santa Paula, para monjas dominicas.

Santa Catalina

Page 193: Libro de Zafra

192

No fue nunca un convento de grandes riquezas ni crecida superficie como sí lo era, en cambio, el de Santa Clara, tan próximo. De todos modos, a finales del siglo XVI en que éste fuera levantado, las instituciones religiosas y benéficas ocupaban la cuarta parte del terreno cercado en la ciudad, del cual la mitad se dedicaba a clausuras monásticas. Como bien afirma Rubio Masa, la fisonomía de las calles segedanas en aquella época debía ser muy distinta de ahora. Cita incluso el caso de la estrecha calle Toledillo, cerca de este lugar, a espaldas de las clarisas, para imaginar cómo serían las calles de entonces.

Calle Toledillo

Page 194: Libro de Zafra

193

Por una parte, largos y altos muros separaban la vida monástica de la ciudadana pero, además, la necesaria privacidad de las monjas, sobre todo cuando su vida discurría al aire libre, en sus huertos, debía preservarse evitando edificaciones en su entorno a mayor altura que dichos muros. Así que, teniendo en cuenta que la octava parte de la superficie tras las murallas era de este tipo, habría muchas calles amuradas y con casas de una sola planta alrededor. Desde fuera se observa una alta fachada sin mayor lujo que una humilde puerta circundada por sillares de piedra y unos símbolos sobre ella. Todo lo demás constituye un muro encalado sin apenas ventanas, salvo dos pequeñas en la parte superior, justo debajo de un nivel donde se ha construido una espadaña de dos cuerpos de campanas, ahora sin uso. En lo más alto, un enorme nido de cigüeñas presta alguna utilidad a la misma, con el riesgo siempre presente de que algún día se desprenda desde su altura. Al no poder entrar resulta invisible su pequeño claustro rectangular de estilo mudéjar, la armadura de madera que corona el techo de su capilla, así como otros detalles que el visitante no alcanza a ver y de los que sólo puede saber por algunos libros. Luego se continúa el camino girando, como hemos dicho, camino de Campo Marín, que rodea el casco histórico por ese lado. Casi desembocando en esta estrecha calle, se abre a la derecha el mercado. Tras una entrada modesta en albero y blanco, resulta amplio de superficie, con puestos a su alrededor pero una gran extensión desaprovechada en su centro. Da la impresión de que se disponía de mayor espacio

Page 195: Libro de Zafra

194

respecto a la demanda posible de puestos de venta porque, ciertamente, cabe colocar una línea central de estos que multiplicaría la oferta prácticamente por dos.

Interior del mercado

De todos modos, cuando entré en él no vi mucho movimiento, aunque tal vez fuera el momento menos adecuado para las compras. En todo caso, es tal el espacio central que el interior aparece algo desangelado, con los puestos enfrentados tan distantes que no se nota el bullicio que caracteriza a otros mercados, las conversaciones entrecruzadas, las ofertas dichas de viva voz por los propietarios.

Page 196: Libro de Zafra

195

Hay algunas placas cerca de la puerta que recuerdan efemérides importantes que han tenido lugar en este mercado. Para empezar, su inauguración el 8 de septiembre de 1903. Del mismo modo, un letrero mucho más antiguo da alguna pista de a qué se dedicaba el terreno antes de esa fecha. En él se menciona el día 1 de septiembre de 1761, cuando el agua pudo llegar hasta ese convento. Así pues, parece que formara parte, tal vez como huerto, del de Santa Catalina que se levanta cerca. De todos modos, no he encontrado referencia exacta de este hecho, del mismo modo que me queda la duda de a qué convento se refieren las bodegas del mismo nombre situadas en la calle Cestería y que ya hemos descrito. Cuando desembocamos en Campo Marín podemos ver, a la derecha, una rotonda donde esta calle termina para continuar rodeando el casco histórico con el nombre de Fernando Moreno Márquez, luego Campo del Rosario, etc. Sin embargo, nosotros nos internaremos en esta ocasión por el lado izquierdo de esta rotonda: la calle Mártires. Como en toda la parte sur de la ciudad fuera del límite de la antigua muralla, lo que se observa es una barriada modesta y poco transitada. Una transversal a la izquierda es la calle Tinajeros, probablemente revelando el humilde origen de las profesiones que aquí encontraron acomodo en otros tiempos y de cuyo recuerdo se alimenta el nombre recibido. Luego, algo más allá en la propia calle Mártires que ahora seguimos, otra transversal se denomina Convento. La causa es clara, dado que en la esquina de ambas calles se

Page 197: Libro de Zafra

196

encuentra un convento carmelita que siempre encontré cerrado. Según he podido saber, hay cierta inquietud entre los amigos de la historia segedana respecto a los dos conventos a que hemos hecho referencia: el de Santa Catalina y éste.

Carmelitas

Ambos están abandonados desde hace cierto tiempo, cerrados, en proceso inevitable de ruina si no se actúa de alguna manera sobre ellos. Según pude saber, el de los carmelitas es uno de los más recientes, construido en el siglo XVIII. En la no muy lejana ermita de Belén encontraría más tarde una imagen de Nuestra Señora de la Estrella, de la que se decía en un letrero que había sido trasladada desde el

Page 198: Libro de Zafra

197

convento de la calle Mártires, cuando éste se cerró en el año 2000, hace una década de ello. Tiene un buen tamaño, según se aprecia al observarlo por fuera. Se accedía a él a través de una doble escalerilla. La puerta, en la que empiezan a aparecer pintadas, tiene un dintel de piedra con un frontón partido en el centro en el que se observa un escudo que se repite en una puertecilla que hay más allá, sobre la misma fachada. Salvo la proclamación de Santa Teresa como Doctora universal por Pablo VI, que se recuerda en una placa junto a la puerta, no se añade dato alguno sobre el mismo convento, que no se menciona en las guías al uso de la ciudad. De manera que, como en el anterior, sólo cabe colocarse frente a la puerta de acceso, hacer alguna fotografía mientras observas que no venga ningún coche por allí, ser objeto de breve interés de las personas que pasan y luego seguir andando hasta llegar al final de la calle Mártires. Así lo hice un día que quise llegar algo más lejos, hasta una ermita de la que había sabido que encerraba cierto interés.

Page 199: Libro de Zafra

198

Page 200: Libro de Zafra

199

Ermita de Belén La calle Mártires termina prácticamente en el borde de una carretera asfaltada que discurre hacia el sur. Allí hay una explanada por la que, en el momento que llegué, paseaba gente mayor, jubilados ociosos algunos de ellos, otros llevando a sus perros. En medio de ese espacio se encontraba un pilar de agua en el que me detuve para sacar alguna fotografía.

Pilar de la República

Page 201: Libro de Zafra

200

No lo encontraba señalado como otros en el plano de la ciudad (el de San Benito, el pilar del Duque), de manera que lo ignoraba todo sobre él. Un señor se me acercó, me preguntó si aquello me gustaba, entablamos conversación. Afirmó que aquel era el que llamaban Pilar de la República pero sus explicaciones se volvieron algo confusas cuando le pregunté la razón. Después le interrogué sobre la ermita de Belén. Me dijo que había un camino de tierra pero que por la carretera se llegaba en un santiamén. En buena hora le hice caso. Me señaló la dirección, preguntó a otro paisano que andaba cerca a qué distancia estaría la ermita. El otro contestó que no más de dos kilómetros, que se llegaba fácil hasta ella. Añadió que, en cuanto la viera, tenía que atravesar la carretera, seguir un camino de tierra y estaría allí mismo. Parecía fácil. Me despedí de ellos y anduve un trecho por un paseo arbolado. Había bancos y, en medio, una columna pintarrajeada en esos momentos. Me sentía algo dubitativo. Deseaba completar mi conocimiento de los alrededores de Zafra, incluso pensé (como me reafirmaría más adelante) que podría ser aconsejable acercarse a esa ermita en coche. No me gusta andar por los arcenes de carreteras desconocidas pero también prefiero llegar a los sitios andando. En ese momento, coger el coche suponía retroceder toda la calle Mártires y perder un tiempo valioso, si es que en realidad estaba tan cerca mi objetivo. Contaba con estar de vuelta en la ciudad antes de las doce, la hora en que tenía una cita para conocer las bodegas Medina.

Page 202: Libro de Zafra

201

En fin, tras unos instantes de duda continué mi camino confiando en que el arcén fuera ancho y la ermita de Belén no se encontrara lejos, como me habían asegurado. Ciertamente, muy distante no estaba pero el camino se me hizo muy largo, habida cuenta que aquella carretera, a esas horas de la mañana al menos, soportaba una gran cantidad de tráfico rápido, incluyendo camiones de gran tonelaje que me asustaron lo suficiente como para ir con la mayor rapidez posible. Pensaba que me había metido en algo de lío pero seguí sin dudarlo ya, algo arrepentido del atrevimiento pero decidido a culminarlo. La situación no estaba mal hasta una rotonda que señalaba distintas direcciones para el tráfico: por la derecha se llegaba a Salvatierra de los Barros y Barcarrota, de frente se continuaba hacia Alconera, Jerez de los Caballeros y Fregenal de la Sierra. Pocos días después habría de recorrer este mismo camino con destino a esta última localidad. A la derecha el paisaje se hacía montuoso en la distancia. Creí entender al propietario del hotel que era la Sierra de Castellar, donde aquella pariente suya de la nobleza o sus descendientes en todo caso, tenían una casa que él había visitado en su juventud. La ermita de Belén se encuentra precisamente en un cerro que forma parte de las estribaciones de esta sierra. Ahí se localizaron los restos de un castro prerromano habitado entre el siglo IV a.C. y el I d.C., parte del cual fue destruido por el trazado de esta misma carretera que iba siguiendo.

Page 203: Libro de Zafra

202

El paisaje era bonito a mi derecha, con trigales en la parte más llana, las montañas al fondo, algunas casas dispersas en el horizonte. Pero después de la rotonda empecé a asustarme algo más. El arcén se estrechó hasta casi desaparecer y la ermita, que ya se veía en lontananza, se me antojaba aún muy lejana.

Sierra de Castellar

Eludiendo camiones, cuyos conductores me observaban con extrañeza, mientras iba pensando por qué demonios había seguido los consejos de aquellos hombres del pilar, atisbé un camino de tierra que surgía de entre unas casas a mi izquierda para atravesar la carretera y continuar a mi derecha, probablemente hasta la ermita.

Page 204: Libro de Zafra

203

Deduje que ése era el camino del que me habían hablado, uno que bordeaba la carretera para llegar hasta el templo, tal vez el recorrido de la romería que tiene lugar en abril, en concreto el lunes de Quasimodo, cuando las fiestas de la Virgen de Belén. O tal vez entonces se vaya por una carretera medio cortada al tráfico, no sé decirlo. En todo caso me propuse seguir esa senda cuando volviera de mi visita. De modo que atravesé la carretera para seguir ese camino de tierra que iba ascendiendo en el terreno a medida que culebreaba por el desnivel. A veces se perdía de vista la parte más elevada de la ermita, tras algunos árboles, pero se volvía a recuperar poco después. Luego se atravesaba un puentecillo junto a una casa medio en ruinas y el camino empezaba a girar en torno al cerro de Belén, buscando su cumbre. Se observaba una granja bastante grande desde ese punto y, aunque tenía depósitos para el grano, estos no eran grandes y la disposición indicaba que allí se criaban animales que en ese momento no estaban a la vista, quizá cerdos por el tamaño de las edificaciones. Finalmente llegué hasta la ermita de Belén. Debe contar con varios cientos de años pero en ningún momento he encontrado información detallada sobre su historia, algo que por otra parte no es inhabitual en ermitas populares de este tipo. Resulta curioso que la tradición del lunes de Quasimodo la haya vuelto a encontrar, exactamente en los mismos términos, en la más conocida ermita de la gaditana Olvera, la dedicada a la Virgen de los Remedios.

Un largo período de sequía que termina con el párroco admitiendo el pedido de los fieles de sacar a la Virgen.

Page 205: Libro de Zafra

204

Cómo, milagrosamente, se pone a llover poco después de manera que, inmediatamente después de la Semana Santa, se elige un día adecuado para recordar esa devoción a una Virgen como la de Belén.

Ermita de Belén

He encontrado ermitas abandonadas, ruinosas, casi olvidadas. A su lado, muchas veces perdiéndose la razón en el tiempo, hay alguna figura que congrega la emoción de los naturales del lugar, su devoción incondicional. A esa Virgen (suelen serlo en estas ermitas alejadas) se le acumulan peticiones, ruegos y exvotos. La gente más pobre y humilde acude a su lado para que les ampare, proteja, otorgue un don, un deseo, la satisfacción de una necesidad. Hay romerías,

Page 206: Libro de Zafra

205

visitas frecuentes, ruegos y oraciones. Los poderosos también acuden, ellos también tienen algo que rogar y desean estar cerca del pueblo al que gobiernan. Es necesario reafirmar su posición, el status social. Entonces ofrecen mantos de gran riqueza, joyas de enorme valor, cuadros, nuevas reparaciones, ampliación de las instalaciones. La ermita crece y se enriquece de un modo ante el que un visitante se extraña, porque supone un origen humilde y sabe de una devoción popular. Sin embargo, encuentra una gran ermita, llena de adornos y riquezas que no concuerdan con el origen que supone. Estas sensaciones las he tenido en muchas ermitas que he visitado en tierras extremeñas y andaluzas. La de Belén no es una excepción, pero debo admitir que no muestra el lujo y esplendor de otras. La nave que alberga la imagen titular es larga y, como principal atractivo, no podemos fijarnos en su pequeña espadaña ni sus muros encalados simplemente, sino en el magnífico atrio que se abre en su costado norte, donde se encuentra la entrada. Toda la longitud de la nave presenta una continuada serie de arcos, hasta trece conté (no deben ser supersticiosos en el lugar). Todo el interior de la arquería está cubierto de macetones de bonitas plantas que, allí a la sombra, crecen profusamente. Me asomé a una puerta entreabierta después de llamar con los nudillos. Suponía que sería la vivienda de algún ermitaño o cuidador de la ermita. No me equivoqué. Salió a ver qué quería una señora de mediana edad a la que pregunté, sin éxito, por alguna guía

Page 207: Libro de Zafra

206

de la ermita, una hojilla informativa siquiera. Pero no hubo suerte, ningún dato se ofrecía a los visitantes lejanos.

Altar mayor

De modo que pasé al interior sin más preámbulos. La ermita parece más pequeña en esta parte, quizá porque la vivienda posterior y otras habitaciones acorten el espacio dedicado al culto a la Virgen. Así que encontré una nave no demasiado larga, al final de la cual, tras un arco y una verja

Page 208: Libro de Zafra

207

que permanecía cerrada, se mostraba un retablo barroco con columnas salomónicas pero relativamente modesto comparado con otros. En el centro aparecía la imagen de la Virgen de Belén. Con facciones extremeñas esta vez, menos aniñada que las vírgenes sevillanas, morena como ellas pero con la mandíbula más ancha, la expresión menos sufriente y emocionada, las cejas más delineadas y firmes, sostenía al Niño en su brazo izquierdo, junto al lado del corazón. Mostraba una bonita corona plateada pero su manto no era de una riqueza excesiva. En conjunto se veía sencilla, cercana, hermosa también como las extremeñas pueden llegar a serlo. La cúpula sobre el altar mayor estaba bellamente pintada con ángeles, palomas y la Virgen. Me gustó el efecto conseguido. Había otros altares en los muros, la figura de un Corazón de Jesús, la de un santo en un pequeño retablo de madera, con un ángel llevando la yunta de bueyes debajo. No observé los exvotos habituales en otras ermitas. En conjunto, la ermita valió la pena y el lugar, una vez que volví a salir, presenta unas vistas bonitas, con Zafra a lo lejos, su torre de la Candelaria, la sierra de Castellar hacia otro lado. Pero llegaba la hora de volver. Lo cierto es que se me había hecho algo tarde y tenía que estar antes de las doce en la calle Cestería, bastante lejos de donde me encontraba. En todo caso, aunque acortara el camino, no iba a volver a esa carretera. De manera que tomé el camino de vuelta, atravesé el asfalto y me dirigí al camino de tierra que me debía llevar de

Page 209: Libro de Zafra

208

vuelta hasta Zafra. Hacia mí venía un coche levantando polvo. Me aparté y luego lo seguí con la vista hasta que se detuvo al borde de la carretera. Se bajaron dos chicos jóvenes y uno de ellos se puso a hacer fotografías de todo el entorno. Me dije que no perdía nada preguntándoles y me dirigí a ellos para saber si marchaban hacia Zafra. Me dijeron que sí, que podían llevarme sin problemas. Ya en el interior del coche, cuando les comenté mi afición a la fotografía, lo bonito de aquel entorno, uno de ellos me contestó que sacaban fotos por motivos profesionales. “Somos guardias civiles” me aclaró, “estamos reconociendo el terreno porque tenemos que dar un informe sobre lo que les hace falta a los peregrinos que pudieran venir siguiendo este camino de Santiago”. Estuvimos charlando un rato, fueron gente simpática y amable. Me preguntaron dónde iba y se empeñaron en llevarme hasta la misma puerta de la bodega, pese a mis protestas de que no hacía falta tanto. Cuando me despedí de ellos tuve que reconocer que había sido uno de los encuentros más afortunados que tuve en Zafra. Gente como ellos dignifican y acercan su oficio a los ciudadanos.

Page 210: Libro de Zafra

209

Calle Sevilla

En los primeros tiempos cristianos de Zafra, el núcleo comercial por excelencia era la Plaza Chica. Aunque el comercio no fuera al principio tan grande como llegaría a ser, las murallas se construyeron en la primera mitad del siglo XV para cobijarlo. Así, se podía llegar a él por diversos caminos aunque, indudablemente, el más importante es el que conectaba la ciudad con Sevilla y Córdoba. La vía que unía la Puerta de Badajoz (o del Cubo) con la de Sevilla se cortó en algún momento, quizá en relación con la construcción de la iglesia de la Candelaria y la reurbanización de su entorno. Sin embargo, este hecho también condujo a revigorizar, desde el punto de vista comercial, la Plaza Grande, a la que se llegaba por Tetuán. De esta manera, la calle que unía la Puerta de Sevilla con esta última plaza y, por ende, con la Chica, mantuvo toda su vigencia e importancia. Ésta se acrecentó comercialmente cuando se organizaron las dos ferias de la ciudad en torno al verano, de modo que las tiendas de artesanía estaban en las plazas y el ganado, objeto de cuantiosas transacciones, se fue reuniendo frente a la Puerta de Sevilla, en lo que se denominaba por entonces y hasta no hace mucho, Campo de Sevilla. De manera que todo coadyuvaba a dar una creciente importancia a la calle Sevilla, que discurre desde la Plaza Grande hacia el este, del mismo modo que la de Santa Catalina aunque con un propósito, entonces y ahora, bien diferente.

Page 211: Libro de Zafra

210

Si estar en la Plaza Chica es descansar en un entorno juvenil y distinto del modelo más clásico, si permanecer en la Grande es hacer lo propio en un ambiente más familiar, pasear por la calle Sevilla supone casi un rito que practican gran parte de los zafrenses cuando la tarde empieza a aliviar sus calores.

Itinerarios

Page 212: Libro de Zafra

211

Es del verano cuando hablo. Pandillas de jóvenes pasean de un lado a otro mirando las muchas tiendas de ropa, entrando en una, probándose prendas, saliendo y volviendo a entrar en otra. Hay parejas ya mayores que curiosean en las zapaterías, que entran en una pequeña librería donde yo mismo estuve (más quiosco que librería), junto a la Plaza Grande, encontrando una guía de la ciudad de su Cronista oficial, Croche de Acuña.

Calle Sevilla

Page 213: Libro de Zafra

212

Los comerciantes, con acierto, han mandado instalar en distintos puntos esos pequeños aparatos que inyectan vapor de agua refrescante en el aire. A su amparo pasea gran parte de los habitantes de la ciudad, mirando y volviendo a mirar las tiendas, entrando en ocasiones en el convento de Santa Clara, para comprar alguno de los deliciosos dulces que allí se venden. Otros optan por caminar por una callecita transversal que va a dar a parar frente al Alcázar, donde se instalan algunas mesas, muy cerca del arco que da a la plaza donde se encuentra aquel monumento y el convento de Santa Marina.

Pero son muchos más los que discurren, simplemente, de un lado para otro, sin darse cuenta que, con sus pasos, se abre el casco histórico hacia fuera de sus antiguas murallas: la Plaza de España, la Plaza de Toros más allá, una calle que discurre hacia el este, el Parque de la Paz, por donde asoma a lo lejos la Biblioteca, la carretera nacional por la que transitan incansablemente los coches que entran en la ciudad.

Porque la calle Sevilla es como la vía de respiración del antiguo casco histórico. Sin ella, estaría cerrado prácticamente al bullicio ciudadano, al igual que sucede en otras ciudades como Cáceres o Toledo. Los viandantes que buscan el paseo en los jardines exteriores, luego marcharán por esta calle para terminar en las dos plazas interiores, tomando algo quizá. Y aquellos, como yo, que pernoctan en la Plaza Grande o la del Pilar Redondo, alcanzan el exterior de las murallas con su latido incansable de una vida algo más desordenada y bulliciosa, ciertamente, pero llena de movimiento.

Page 214: Libro de Zafra

213

Una tienda en concreto retuvo mi atención. Se encuentra instalada en la que llaman Casa Grande, junto a la calle que lleva hasta el Alcázar, cerca de la salida por la antigua Puerta de Sevilla. Me fijé en ella porque es un edificio con su historia. Algunos segedanos a los que pregunté, curiosamente, no sabían situarla. Me decían que en una esquina, pero allí sólo había un edificio en reforma y algunos vecinos sostuvieron que aquella no era. Tampoco me podían decir exactamente dónde se situaba. Sospeché incluso que algunos no sabían ni qué les estaba preguntando.

Entrada a la Casa Grande, a la derecha

La Casa Grande fue un gran edificio noble construido

en 1601 para la familia López Ramírez. Allí se alojaron durante bastante tiempo ilustres visitantes, algunos de ellos,

Page 215: Libro de Zafra

214

como dos obispos de Badajoz, incluso murieron en su interior. Desde 1661 y durante tres años, aquí vivió un hijo de Felipe IV, el que tuvo con aquella actriz llamada La Calderona: Juan José de Austria (el segundo del mismo nombre e igualmente bastardo). Ilegítimo sería, pero no por ello olvidado del rey, que lo reconoció en 1642 ante la posibilidad de no engendrar un varón más. Nombrado Prior de la Orden militar de San Juan, encabezó las fuerzas que se enfrentaron durante aquellos años a los portugueses.

Con todo esto sentía cierta curiosidad por encontrar la citada casa. Al fin, un vecino me la señaló, con su entrada amparada por columnas de orden griego y un pequeño letrero en la puerta que confirmaba la situación y su antigua identidad. Sin embargo, no era de extrañar que hubiera pasado desapercibida para otros vecinos.

En la fachada de la Casa Grande, junto a la puerta de acceso, se abre un gran escaparate de ropa juvenil bajo una marca bien conocida. Por dicha puerta entraban y salían decenas de jovencitas. En el interior me encontré un hermoso patio cuadrangular con dos pisos. Las columnas de mármol con sus arcos y unos ojos de buey intermedios, se veían tapados en parte por armaduras de donde colgaban vestidos y grandes letreros con ofertas económicas.

Desde el piso superior, una mujer me señaló diciendo en voz alta y contundente: “Aquí no se pueden hacer fotografías”, justo cuando la estaba enfocando y haciendo una que, al menos, me sirve para recordar el interior muy transformado de la antigua Casa Grande.

Page 216: Libro de Zafra

215

Interior de la Casa Grande

Todo lo demás son tiendas algo más pequeñas, sobre

todo en el lado oeste de la calle, donde predominan las zapaterías tal vez, al menos en alguno de sus tramos, aunque luego otras tiendas de ropa, algún banco, una mercería, toman el relevo.

Vas caminando hacia fuera y pronto llegas a ese edificio en profunda reforma que al principio tomé por mi objetivo, hasta que una señora de un puestecillo de helados negó en redondo esa posibilidad. Junto al puesto, una auténtica riada humana pasaba cada tarde, algo menos por la mañana, discurriendo desde cualquier punto del resto de la ciudad hacia la calle Sevilla, o saliendo de ella.

Page 217: Libro de Zafra

216

Pero esta vía no sólo une la Plaza Grande con la de España, fuera del antiguo casco histórico, sino que presenta dos puntos de enorme interés: el convento de las clarisas, a la mitad de la calle, con entrada por el lado oeste de la misma, y la que permite acceder al convento de Santa Marina y el Alcázar, en la parte contraria y algo más cerca de la Puerta de Sevilla. A estos dos puntos dedicaremos los próximos capítulos, antes en todo caso de explorar la ciudad fuera de las antiguas murallas.

Page 218: Libro de Zafra

217

Convento de Santa Clara

Entré varias veces en este convento cuya entrada se efectúa por la calle Sevilla, como hemos dicho. En realidad tiene dos entradas, una por la que se accede a la puerta de la clausura y el torno donde se pueden pedir los deliciosos dulces que allí venden, y otra que lleva hasta el museo instalado en una parte de la clausura. En medio de las dos entradas se sitúa el pórtico de acceso a la iglesia del monasterio de Nuestra Señora del Valle, que así se llama. Sujeto a la regla claretiana desde sus comienzos se denomina popularmente de Santa Clara. La fundación data de 1428 y fue hecha por el primer señor de la Casa de Feria, Gomes Suárez de Figueroa, junto a su mujer Elvira Laso, verdadera benefactora de este primer patronazgo religioso de la Casa en Zafra. Por entonces, Gomes entendía que sus intereses no radicaban en Andalucía, como pretendió inicialmente, sino en la Baja Extremadura. Durante un tiempo quiso ser enterrado en Écija, pero finalmente optó por favorecer este nuevo convento donde residiría el panteón familiar. De Écija, no obstante, se trajo el nombre de su patrona, Nuestra Señora del Valle, como advocación de la fundación zafrense. La cuestión es que el primer señor de Feria murió al año siguiente, por lo que la construcción estuvo a cargo formalmente del segundo señor y primer conde de Feria, Lorenzo, aunque en realidad fue su madre, Elvira Laso, la que se encargó de las principales tareas.

Page 219: Libro de Zafra

218

Lo primero que se realizó fue la clausura, al objeto de acoger a las 25 monjas venidas de Tordesillas para poblar el convento. Corría prisa que fuera habitado porque, a fin de cuentas, otra de las motivaciones de la señora viuda de Feria era que alojara a dos de sus hijas, que habían mostrado su disposición a profesar. En 1446 ya estaban instaladas mientras las obras se realizaban, dentro de un estilo austero propio de la Orden franciscana, y con materiales modestos, a buen ritmo. Hacia 1454 pudieron darse por finalizadas las obras. Santa Clara es un monasterio de clausura. Eso quiere decir que el visitante tiene un acceso muy restringido al mismo, pudiendo visitar la iglesia, pequeña por lo demás, aunque con interesante contenido, y la parte del claustro que se ha habilitado para encerrar una muestra de las riquezas y recuerdos de la vida conventual. De manera que, particularmente en el libro de Rubio Masa, se pueden leer interesantes descripciones y todos los pormenores de las obras que se llevaron a cabo en el convento, muchas de las cuales apenas son observables por el visitante, cuando no están completamente cerradas a su curiosidad. Por ello me atendré a lo observable, aunque hemos de saber que mucho habría que comentar de su parte interior, si ésta fuera accesible. Empecemos por su entrada hasta la puerta de la clausura. Se sitúa bajo un pequeño pórtico construido en ladrillo y con columnas de granito. A la derecha hay una escalera que conduce a una puerta cerrada. El mismo portón de acceso a la clausura permanece del mismo modo, aunque

Page 220: Libro de Zafra

219

en cierta ocasión lo viera entreabierto y a dos monjas hablando con un sacerdote en la parte exterior.

Entrada a la clausura

Es un portón cuyo dintel está realizado con sillares de piedra, presentando un arco rebajado en su parte superior. Más arriba, una cartela con las armas de la Casa de Feria. A la derecha se encuentra el torno de venta de dulces, entre los que tengo que mencionar las conocidas perrunillas extremeñas, aquí deliciosas, que conocí en el hotel, cuando me las dieron con el desayuno de los días festivos. El rincón es agradable pero, desde luego, inaccesible más allá de lo observado. Por ejemplo, hay habitaciones, un refectorio, las celdas de las monjas, un huerto separado de la calle Toledillo por un alto muro. Nada de esto podría verlo pero sí acceder a

Page 221: Libro de Zafra

220

la iglesia del convento, cuya puerta se encuentra bajo otro breve pórtico algo a la izquierda.

Nave de la iglesia

Al llegar a su interior comprobamos que la nave es pequeña aunque sí está hecha con materiales de mayor calidad que, presumiblemente, el resto del convento. Hay que recordar que este lugar debía albergar el panteón de la Casa de Feria, que allí fueron enterrados los primeros señores hasta

Page 222: Libro de Zafra

221

su ubicación en la cripta construida al efecto bajo el altar mayor. Poco se puede ver de todo esto y, en particular, la cripta citada ha sido pocas veces abierta. Me viene a la memoria una visita similar a la Colegiata de Osuna, la gran obra religiosa de los duques de tal nombre en la población sevillana. Una estupenda visita guiada para observar todas las riquezas expuestas, el nombre e historia de cada capilla, la visita al panteón familiar observando cada una de las tumbas de aquellos personajes ilustres. En contraste, aquí se ve muy poco y no se dispone de explicación alguna, salvo la lectura de alguna guía de la ciudad que, en todo caso, adquirí posteriormente a mi primera y más extensa visita al lugar. Por ello ignoré hasta mucho después que, junto al retablo mayor que se alza en la cabecera de la iglesia, hay dos tumbas de interés. Una es la de los primeros condes de Feria y, frente a ellas, una escultura bajo un breve arcosolio nos recuerda la muerte del hermano del primer conde: Garci Laso de la Vega. Este militar fue famoso en su tiempo y su muerte, atravesado por una flecha envenenada frente a Baza, al lado del propio rey, motivo de poemas y canciones por su heroísmo. Para verlo tienes que situarte en el mismo altar mayor, algo que hubiera sido inoportuno dada la presencia de algunas personas sentadas y en oración. En la parte trasera de la nave, tras unas rejas, una discreta tos me advirtió sobre el hecho de que estuviera haciendo tantas fotografías en un lugar de silencio y culto. De manera que se me hizo impensable subir los escalones que me hubieran permitido

Page 223: Libro de Zafra

222

observar esos enterramientos y tomar una imagen más cercana de la Virgen que preside el retablo mayor: Nuestra Señora del Valle.

Iglesia con la capilla de las Reliquias, a la derecha

Tradicionalmente, se le ha asignado una antigüedad que, por sus rasgos góticos, la hace remontarse al siglo XIII o XIV, pero otras opiniones sostienen que fue una compra de la señora Elvira Laso a principios incluso del siglo XV. Sea como sea, la Virgen luce bien aún observándola a distancia, dentro del retablo barroco que es obra del artista zafrense Alonso Rodríguez de Lucas, en 1670. Formó parte de las obras realizadas en ese siglo XVII para rehacer gran parte de la iglesia tras un derrumbe parcial.

Page 224: Libro de Zafra

223

Si paseas por el recinto te puedes detener en otros altares de cierto lujo, con pequeños retablos dorados, realizados en 1775. En medio de dos de ellos se encuentra la curiosa Capilla de las Reliquias, un empeño del segundo duque siguiendo la moda de su tiempo, inaugurada desde la época de Felipe II, muy aficionado a coleccionar tales recuerdos religiosos.

Capilla de las Reliquias

Dado que el segundo duque marchó en 1596 a ocuparse del Virreinato de Cataluña para luego ir destinado en Italia al servicio del rey español, su interés consistió en enviar periódicamente a su madre, la primera duquesa Juana Dormer, que habitaba entre Madrid y Zafra, una serie de

Page 225: Libro de Zafra

224

reliquias con el encargo de que se agruparan en una pequeña capilla de esta iglesia. Desde 1601 la duquesa, por entonces viviendo en la capital de España, fue encargando lujosos relicarios para guardar todo aquello que enviaba su hijo. Fue su nieto, el tercer duque, quien mandó hacer la capilla con unas características adaptadas al convento cuando en 1614 llegó hasta la ciudad para concertar su construcción. Se puede observar ahora, en uno de los costados de la nave de la iglesia, una apertura que da lugar a una pequeña capilla de apenas tres metros cuadrados. Allí, en diversas estanterías, se contienen los relicarios mandados hacer por Juana Dormer para encerrar huesecillos y recuerdos, supuestamente de diversos santos. Hay cabezas de Cristo o de santas sin identificar, en cuyo interior reluce la reliquia, brazos de metales preciosos, relicarios rodeados de coronas, pirámides, etc., todo un conjunto de recipientes que pueden contemplarse tras el cristal que los protege. Poco más allá de la entrada a la iglesia, se encuentra la del museo de Santa Clara. Mi primera visita fue justo al iniciar mi estancia en Zafra, ya que el archivero del Ayuntamiento me había informado de que allí vendían los Cuadernos de Çafra, que adquirí desde su cuarto número, ya que los tres primeros estaban agotados. Una señora se encontraba habitualmente allí. Charlamos un poco, me invitó a conocer el museo, al que terminaría entrando dos veces. Lo primero que se observa al hacerlo es una grada o locutorio perfectamente conservado y

Page 226: Libro de Zafra

225

que nos hace retroceder a los tiempos en que las monjas de clausura recibían visitas.

Interior del museo

A ese respecto, hay que recordar algunas advertencias e informes de finales del siglo XVI, donde se comentan las costumbres relajadas de las profesas del convento. Por aquel entonces y como era tradicional, la clase social de las monjas era elevada. Al ingresar de entrada dos hijas del mismo primer señor de Feria, albergando el panteón familiar y recibiendo generosas donaciones de los patronos del convento, éste adquirió fama de lugar de acogida para aquellas hijas de familias nobles o adineradas que prefiriesen el retiro de la vida mundana. Pero mucho retiro, se afirmaba, no era, porque se recibía a familiares y amistades a cualquier hora en estos locutorios, muchas de las monjas no cenaban en

Page 227: Libro de Zafra

226

el refectorio sino que se hacían servir en sus propias celdas. En suma, que las monjas ingresaban pero querían seguir manteniendo un tipo de vida más propio de la que se llevaba fuera.

Locutorio

En marcado contraste, poco después del locutorio se nos muestra la celda de la que fue una monja de elevada espiritualidad, Sor Celia del Espíritu. Su vida recorre todo el siglo XX muriendo al finalizar éste, en 1994. A la vista está su modesta cama, con un rosario y una cruz sobre ella. Sor Celia, según se afirma, fue una importante personalidad, nada alejada de las corrientes de su tiempo en torno al Concilio Vaticano II. De hecho, se habla de un antes y un después de

Page 228: Libro de Zafra

227

la Orden en Zafra gracias a ella. También fue la que organizó el negocio de la venta de dulces, algo que los zafrenses y visitantes hemos de agradecer.

Patio del claustro

Después de atisbar por una ventana el claustro al que no puede llegarse de otro modo, entramos en unas salas amplias, con vitrinas junto a los muros y largas columnatas

Page 229: Libro de Zafra

228

sosteniendo una techumbre de madera. No sé bien a qué parte de la antigua clausura corresponde. En todo caso es posible entretenerse contemplando parte de la lujosa metalistería que en su día regalara al convento Elvira Laso o las condesas y duquesas que vinieron después: una cruz relicario de la primera duquesa de Feria, una antigua imagen, de gran belleza, de la Virgen de la Aurora, obra de finales del siglo XIV.

Orfebrería

La vista se detiene en un templete procesional más moderno, de finales del siglo XIX, en metal plateado sobre alma de madera.

Page 230: Libro de Zafra

229

Destaca también la corona de la Virgen del Valle, en plata dorada, repujada y fundida. En líneas generales el espacio es grande, atravesado por columnas de mármol sosteniendo arcos de ladrillo. Hay vitrinas a los lados, fotos antiguas del propio convento en las paredes, una sensación de amplitud que no cubren los muchos objetos expuestos, la riqueza del convento que puede mostrarse, a fin de cuentas.

Corona de la Virgen

Uno se va del lugar con la sensación de que ha visto otros conventos protegidos por la nobleza de mayor lujo que

Page 231: Libro de Zafra

230

éste, aunque el que encierra (sobre todo en el museo) no es poco. Tal vez el hecho de ser la Orden como es, adscrita a la corriente franciscana, favorece la contención en las muestras de riqueza. También te alejas con la sensación de que no es un lugar al que el pueblo tenga la devoción que reserva para otros conventos o iglesias, incluso para la ermita de Belén. Éste fue en sus primeros tiempos al menos un lugar que albergó a monjas de sangre noble o con los medios necesarios para sostener un nivel de vida suficiente. En fin, te vas también con la pequeña contrariedad de no haber conocido el convento en su integridad, de que nadie te explicara su contenido y objetivos, los detalles en los que pudieras fijarte para conocer mejor su historia. En el monasterio de la Encarnación, frente a la Colegiata de Osuna, una monja de clausura capacitada para ello me enseñó, dentro de una visita guiada, todo lo que de interesante encerraba aquel edificio. Su conversación, además, fue muy interesante, respetuosa con las creencias de cada cual, explicando el origen y realidad de la actual vida de clausura. Algo así eché en falta en mi visita al convento de las clarisas en Zafra.

Page 232: Libro de Zafra

231

Duques de Feria

Con el monasterio de las clarisas hemos entrado en contacto con la obra de la Casa de Feria en la ciudad, algo en lo que tendremos que insistir al abarcar dentro de poco la construcción y evolución del Alcázar, la residencia familiar durante cierto tiempo.

Juana Dormer

En muchos momentos ha salido el nombre de Juana Dormer, Jane en realidad puesto que su origen es inglés. La

Page 233: Libro de Zafra

232

primera duquesa de Feria vivió en Zafra poco más de una década y nada contenta por cierto debido al clima que aquí encontraba, tan alejado del suyo natural. Acostumbrada también a una corte turbulenta pero brillante, ese tiempo en la localidad debió fomentar en ella la nostalgia y el deseo de marchar a lugares más frescos y cortesanos. Sin embargo, las circunstancias familiares hicieron de ella una persona extremadamente importante para Zafra durante el señorío de los tres primeros duques de Feria. Sepamos algo más de ella y de esos nobles. Gomes III Suárez de Figueroa nació en Zafra en 1523, hijo del tercer conde Lorenzo III y de la marquesa de Priego Catalina Fernández de Córdoba. Como hijo segundón orientó su carrera de una forma usual para su tiempo, en el campo militar donde alcanzó cierta relevancia que le permitió disfrutar de la cercanía al príncipe Felipe. En 1552 muere su hermano Pedro I Fernández de Córdoba-Figueroa y Gomes le sucede como el quinto conde de Feria. Su destino iba a llevarle por un tiempo lejos de Zafra. En 1554 embarcó en La Coruña con destino a Inglaterra. Formaba parte del reducido círculo de cortesanos que acompañaba al príncipe Felipe, que deseaba conocer a su futura esposa, la católica María Tudor, reina de Inglaterra desde el año anterior. Además de cierta intimidad con el que sería rey Felipe II, contaba en su haber con un conocimiento inusual en la Corte española: el idioma inglés, que manejaba con soltura. Eso le hizo indispensable en las negociaciones que se fueron estableciendo en distintas reuniones.

Page 234: Libro de Zafra

233

El matrimonio real se celebró finalmente al año siguiente, manteniéndose como tal hasta la ejecución de María en 1558, aunque realmente fue, más que otra cosa, una unión política y de conveniencia dentro de las relaciones europeas de aquel tiempo. Durante ese tiempo en que Felipe II acudía sólo muy de vez en cuando a visitar a su esposa, permaneciendo casi todo su tiempo en los Países Bajos o España, el conde de Feria figuró ante la Corte inglesa como su representante. Cuando llegó allí con 31 años tenía unas bodas concertadas con su sobrina Catalina, hija de su fallecido hermano, gracias al empeño de su madre, que deseaba ver unidas de nuevo las casas de Priego y de Feria. Pero en Inglaterra conoció a Jane Dormer, una noble católica muy próxima a María Tudor, de la que era secretaria y confidente. Ella tenía sólo 16 años pero debió enamorarse perdidamente de aquel español como para mantener una intensa relación que culminaría en boda pocos meses después del ajusticiamiento de María Tudor a manos de su media hermana Isabel I (ambas eran hijas de Enrique VIII), la nueva reina de Inglaterra. Aún permanecieron un año el conde y su reciente esposa en la Corte representando al rey español, pero el ambiente se iba enrareciendo por momentos contra los católicos. Gomes III marchó a los Países Bajos y luego quiso poner a salvo a su esposa, para lo que consiguió que Felipe II pidiera su presencia en Gante a la nueva reina inglesa. En 1559 embarcó Jane Dormer, embarazada de siete meses, por el paso de Calais llegando al continente junto a un

Page 235: Libro de Zafra

234

grupo de familiares y amigos católicos, entre los que se contaba su prima Margarita Harrington. Nunca volverían a Inglaterra.

Perfil de Zafra medieval

Un año después el conde, junto a su esposa, volvió a España llegando a Zafra en 1560. Entonces empieza un período de apartamiento de la vida cortesana, en la que Juana Dormer se había movido a sus anchas desde que, a los 15 años, pasara a servir a la reina de Inglaterra. El calor extremeño también le resultó odioso, teniendo en cuenta de dónde venía. Sin embargo, las cuentas de la Casa de Feria estaban maltrechas tras tantos años de embajadas y gastos. Era necesario permanecer en Zafra. La condesa fue muy consciente de su responsabilidad y posición junto a su marido.

Page 236: Libro de Zafra

235

Éste fue nombrado duque por Felipe II en 1567, volviendo a la Corte con gran alivio de la nueva duquesa, que ya no se movería de Madrid en el resto de su vida. No obstante, los horizontes que se abrían ante el duque de Feria, particularmente en los Países Bajos, donde soñaba su mujer con regresar, se truncaron inesperadamente con su muerte en 1571. Quedaba a cargo de la duquesa el que sería Lorenzo IV Suárez de Figueroa, segundo duque de Feria, nacido en 1559. Entre las disposiciones testamentarias de su marido, figuraba la petición a Felipe II de que ayudara a su viuda y heredero en el sostenimiento de su Casa, económicamente muy afectada por los gastos originados en sus embajadas y al servicio del rey. Hay que recordar que estos cometidos eran servicios a la Corona que, si bien tenían sus compensaciones en cuanto al poder del que se disfrutaba, también suponían incurrir en gastos propios muy elevados. Por aquí empezó a gestarse la quiebra de la Casa de Feria, que habría de venir tiempo después. Pero aún no, y el heredero Lorenzo IV no se preocupaba de ello ni de su posición, si no es para valerse de ella en su beneficio. De juventud alocada, empezó siendo arrestado por el rey en 1577 (contaba 18 años) por haberse comprometido a la vez con cuatro damas de la Corte, se entiende que para obtener de paso sus favores. En Zafra, donde volvió como hombre casado, sus dispendios, locuras y arrebatos fueron pronto conocidos, como se demuestra por una investigación llevada a cabo en

Page 237: Libro de Zafra

236

1583 por su implicación en un asesinato. Aún en 1586, con 27 años, se informaba al rey de su depravada vida nocturna. Sin embargo, tras un tercer matrimonio con Isabel de Mendoza, hija del duque del Infantado, con el nacimiento de su hijo y heredero Gomes Suárez de Figueroa, en 1587, asentó definitivamente la cabeza. Empezó una vida al servicio de la Corona, primero en una embajada en Roma (1591) donde obtuvo del recién nombrado Papa Clemente VIII las primeras reliquias para las clarisas. En 1593 le encontramos en una legación que permaneció largo tiempo en París, intentando influir en la elección del futuro rey francés tras la muerte de Carlos X. Resultó elegido precisamente el que no era su candidato, Enrique de Borbón, en cuanto se convirtió al catolicismo, pero eso no fue óbice para que Felipe II le destinara a otros importantes menesteres. De ese modo fue Virrey de Cataluña en 1596 hasta 1602, en que marchó como Virrey a Sicilia. Murió cuatro años después, en Gaeta, cuando iba a viajar hacia Roma para cumplimentar al nuevo Papa. Esa tarea la completaría su hijo y tercer duque Gomes IV, que haría una carrera muy semejante a la de su padre en el favor real, aunque sin las locuras de juventud de su progenitor. En efecto, participó en una legación española presente en París tras la muerte de Enrique IV para intentar reconducir la situación con la reina viuda, Catalina de Médicis. Esto sucedió en 1610. Seis años después era nombrado Virrey de Valencia, después, hacia 1618, gobernador del Milanesado, dada su capacidad militar demostrada en la Valtelina.

Page 238: Libro de Zafra

237

El tercer duque, en el asedio a Rheinfelden

En todo caso, hay dos datos que debemos retener. En primer lugar, los largos servicios a la Corona de los primeros duques de Feria, que les obligaron a realizar unos gastos que fueron endeudando progresivamente los bienes de la Casa. Por otro lado, el hecho de que se mantuvieron ausentes de su señorío extremeño que, a fin de cuentas, es el que sostenía con sus cargas, gravámenes y tasas, su propia esplendidez diplomática. Dejaron esta labor en manos de su madre y abuela Juana Dormer que, desde Madrid, gobernaba lo que sucedía en el señorío gracias a sus representantes.

Page 239: Libro de Zafra

238

Es por ello que encontramos su presencia y sus decisiones en muchas de las construcciones de aquel tiempo, las reformas del Alcázar, las del convento de las clarisas, el intento de establecer a los jesuitas en la casa García de Toledo, junto a la plaza del Pilar Redondo. Y no sólo a ella, como comprobaremos en el siguiente capítulo, sino también a aquella prima que marchó de Inglaterra permaneciendo fiel a su lado: Margarita Harrington.

Page 240: Libro de Zafra

239

Convento de Santa Marina

Casi llegando a la Puerta de Sevilla, la calle que recorríamos presenta una transversal en su lado este. Es corta y se reconoce fácilmente porque al final de la misma se observa la llamada Puerta del Acebuche, una obra del siglo XVII con grandes sillares en piedra y frontón partido en su parte superior.

Puerta del Acebuche

Page 241: Libro de Zafra

240

Tal vez se construyera al tiempo que la iglesia y convento de Santa Marina de Gracia, que ocupa un lateral tanto de esa callecita como de la misma plaza que se abre tras la puerta mencionada. Antes de pasar bajo su arco, se encuentra la puerta de la iglesia, que encontré casi siempre cerrada a cal y canto, sin ninguna indicación de horario de apertura. Allí mismo, cada tarde, los dos bares frente a ella desplegaban sus mesas. Alguna vez me senté a tomar un refresco, dejar llegar la noche poco a poco, normalmente cansado de excursiones y caminatas. Se está bien allí, es un rincón tranquilo, alejado del bullicio de la cercana calle Sevilla, que va declinando a medida que se cierran las tiendas. Pregunté al camarero cuándo podía verse la iglesia de Santa Marina y se quedó dubitativo. Comentó que ahora todo aquello pertenecía a una fundación cultural de la Caja de Badajoz. “Hay exposiciones de vez en cuando y abren, pero no sé cuándo ni en qué horario. Desde luego, está cerrado habitualmente a las visitas”. Cuando pasas la Puerta del Acebuche, no se sale del casco histórico, no es una clásica puerta de las murallas. Ésa, la Puerta del Palacio, está más allá. Lo que se abre ante nuestros ojos es una plaza grande, tranquila, con muy escaso tráfico. Enfrente se alza en todo su esplendor el antiguo Alcázar de los duques de Feria y a la derecha, la fachada del convento de Santa Marina continúa a todo lo largo de la plaza hasta unirse con la del Alcázar.

Page 242: Libro de Zafra

241

Fachada de Santa Marina

Por ahí no hay entrada, sólo un largo muro en ladrillo cuajado de ventanas enrejadas, dada su escasa altura. El convento e iglesia provienen de un antiguo eremitorio del que se sabe muy poco: Santa Marina de Pomares. Seguramente se levantó a finales del siglo XIV cuando esta parte era un despoblado alejado del pequeño núcleo poblacional. Allí residían algunas mujeres piadosas que se reunían e incluso podían vivir “emparedadas”, como se decía entonces, es decir, recogidas y apartadas del mundo. Al expandirse poco a poco la ciudad con la erección de las murallas y, posteriormente, con la del Alcázar, el eremitorio quedó en una zona privilegiada de Zafra, bajo la influencia de la Casa de Feria. Seguramente Santa Marina

Page 243: Libro de Zafra

242

acogió a monjas clarisas desde antes incluso de que Santa María del Valle estuviera concluido. En todo caso, su paso a la vida conventual bajo la tutela de Juana Dormer tuvo lugar a finales del siglo XVI hasta que en 1601 se construyó todo el edificio que ahora puede contemplarse. Sin embargo, la fundación no corrió a cargo de la primera duquesa sino de su prima, a la que nos hemos referido anteriormente, Margarita Harrington. Había venido con Juana Dormer al huir ésta de la Inglaterra anglicana. En España se casó con Benito de Cisneros, que le dejó al morir una importante fortuna. No tuvieron descendencia y, estando en el mismo estado de viudez su prima, ésta debió influir en que invirtiera su dinero en la construcción de este convento para que le sirviera de religioso enterramiento. La última tarde de mi estancia en Zafra paseé por todos los lugares más apreciados de la ciudad, a modo de despedida. Por supuesto, pasé por aquel lugar para encontrarme con que la iglesia de Santa Marina estaba abierta. Quedé muy contrariado porque quizá era la única tarde en que iba sin mi cámara fotográfica. De todos modos entré, claro está. Desde la puerta se veía una nave profunda y algo estrecha que no formaba parte de la iglesia en sí. No sé en origen qué misión cumpliría dentro de la vida conventual pero ahora estaban cubiertas sus paredes con cuadros. A la izquierda se observaba una mesita que incluía un catálogo de las obras expuestas con su precio, que según vi no era precisamente económico. Sin embargo, las pinturas

Page 244: Libro de Zafra

243

resultaban interesantes y se apreciaba que el artista, que allí permanecía charlando con otras personas y sin hacerme caso afortunadamente, había llevado una carrera extensa. Estuve mirando los cuadros un rato pero enseguida pasé por una puerta lateral que permanecía abierta, hasta la verdadera nave de la iglesia. Era de considerable tamaño, muy larga, pero con todo su espacio vacío. Producía una extraña sensación al sentirla desangelada y ausente de todo lo que habitualmente acompaña a una iglesia. Sobre una puerta, según he visto en fotografías posteriores, hay un largo epitafio y, más arriba, la estatua orante de Margarita Harrington, que está allí enterrada. La verdad es que no me fijé ante tal espacio vacío, sintiendo que era en cierta forma un intruso, ya que había escapado de la exposición de pintura. De modo que volví a salir enseguida, me despedí brevemente del autor, que me miraba como diciendo: ¿Éste de dónde ha salido? y salí de nuevo a la callecita, donde todas las mesas de los bares estaban ocupadas a esa hora. Cuando se pasa la Puerta del Acebuche se encuentra, como hemos dicho, la plaza del Corazón de María, popularmente conocida como del Alcázar, dada su presencia monumental en el lado este de la misma. Pero, antes de entrar en él, conviene hablar del ambiente y de un edificio singular que se alza en el lado sur de la plaza. El espacio es grande, está bien terminado y adornado. Es lugar de descanso, cita para muchos jóvenes que encontré a todas horas, particularmente por la tarde, incluso en momentos en que apretaba el sol. Allí se encuentran, sentados

Page 245: Libro de Zafra

244

en alguno de los muchos bancos de piedra que ocupan el contorno de la parte elevada de la plaza, buscando la sombra de alguna palmera que es lo que más abunda como arbolado. Alrededor de esta zona elevada hay calles, pero apenas son transitadas por coches puesto que no llevan a ninguna parte y mueren allí mismo. Nos fijaremos, pues, en ese lado oeste, una calle que más allá se llama del Gobernador. Ya la hemos conocido saliendo de la Plaza del Pilar Redondo y encontrando en ella el lugar de alojamiento de Cánovas y la casa construida en su tiempo por Aníbal González.

Casa en la plaza

Page 246: Libro de Zafra

245

La calle referida termina en esta plaza y, a su vera, se encuentra una casa señorial de indudable elegancia, bien construida y sin deterioro alguno. Es más, parece estar habitada y bien cuidada en todos sus aspectos: la fachada en albero y blanco, sus magníficos balcones, uno de ellos con el cerramiento típico de las casas nobles de la ciudad. No sé a quién pertenece, nadie supo decírmelo, entre otras cosas porque allí en la plaza predominan los jóvenes, que no andan preocupados con la historia del lugar. En fin, me limité a fotografiar esa fachada cada vez que pasaba por allí. La puerta, en contraste con la impresión general que produce el edificio, tiene su dintel en piedra pero en conjunto resulta sencilla. Tras ella se abre un pequeño vestíbulo adornado con motivos árabes. Este tipo de ornamentación estuvo de moda a principios del siglo XX, del mismo modo que Aníbal González quiso ser fiel al regionalismo y sus influencias mudéjares, aún contando con los nuevos materiales de construcción. Tal vez esta casa fuera producto de un rico comerciante que la mandara rehacer en aquel tiempo, igual que existe otra casa semejante que produce una impresión aún más abigarrada en Fregenal de la Sierra, cerca de la iglesia de Santiago. Pues bien, el vestíbulo presenta una puerta en forja de hierro que cierra el paso a los extraños. Detrás aún se puede admirar y fotografiar un hermoso y amplio patio con una fuente circular en medio. Se adivina, más que se ve, la existencia de una arcada todo alrededor, con los mismos

Page 247: Libro de Zafra

246

arcos polilobulados y motivos árabes. Poco más pude observar.

Vestíbulo de entrada y patio interior

Page 248: Libro de Zafra

247

En la fachada de esta atractiva casa se abre a los visitantes un espacio profundo bajo el letrero de “Regalos Nandi”. Me gustó ver sus productos: botijos, platos de cerámica, azulejos con leyendas, imanes para la nevera, pequeñas escayolas reproduciendo el Alcázar o la vara de medir del Arquillo del Pan.

Regalos “El Nandi”

Toda la parafernalia de recuerdos típicos de la ciudad se mostraban mientras el vendedor, sin moverse de su asiento al fondo, me cantaba las excelencias de sus ofertas: “La famosa vara de medir”, “los famosos caramelillos de Zafra”… Para él todo era famoso, indispensable llevarse algo de ello. No compré mucho, la verdad, y el hombre me veía

Page 249: Libro de Zafra

248

deambular por los pasillos con cierta inquietud, como si temiera que en un descuido me llevara algo al bolsillo. Cuando entré al año siguiente no me recordaba, naturalmente, y empezó a proclamar lo necesario que me era llevarme un recuerdo de “la famosa vara de medir”. Me resultó divertido comprobar que seguía siendo el mismo que doce meses antes. Después de curiosear por el entorno, llegaba la hora de enfrentarse al principal monumento de la ciudad, además de la iglesia de la Candelaria: el “famoso Alcázar” de la Casa de Feria.

Page 250: Libro de Zafra

249

El Alcázar

Ningún monumento es más emblemático de la ciudad que el Alcázar que yergue sus poderosas torres en un extremo del casco histórico, precisamente en la zona que está más desprotegida frente a un eventual ataque externo. La torre de la Candelaria en pleno centro, la del Homenaje en el lado sureste, dominan el perfil de Zafra. Si el primer señor de Feria, Gomes Suárez de Figueroa, se propuso embellecer la ciudad con el convento de las clarisas o protegerla con las murallas desde 1426, su hijo Lorenzo se trasladaría a vivir primero al que luego sería Hospital de Santiago, luego al Alcázar que mandara construir como emblema de su nueva condición condal. Así, se inician las obras en 1437 trazando una planta rectangular amurallada con torres de 24 metros de altura en las esquinas, dos más en los costados intermedios, otras dos flanqueando la puerta y la del Homenaje, cilíndrica, de 29 metros de altura y 12 de diámetro, en el lado opuesto al acceso principal. Las obras duraron seis años, quedando configurado un castillo que habría de ser residencia de los primeros condes y defensa de la ciudad, pero también símbolo del poder de la Casa de Feria, que se traduce entre otras cosas propias de la época, en la presencia de escudos familiares sobre diversos muros y fachadas. Hoy en día es un Parador acogedor y agradable. Cuando te sitúas en la plaza del Corazón de María, frente a la puerta, observas un arco de medio punto, todo en piedra

Page 251: Libro de Zafra

250

naturalmente, con dos macetones flanqueándola, al igual que las dos imponentes torres a un lado y otro.

Entrada al Alcázar

Dejas pasar a algunos turistas, extranjeros muchos de ellos, que se alojan allí y pasas al interior. En origen habría un gran espacio donde llegaron a celebrarse bailes y recepciones, rodeado en toda la planta baja por habitaciones

Page 252: Libro de Zafra

251

de servicio: cocinas, despensas, dormitorios de la servidumbre. Hoy todo eso ha cambiado. Cuando entras, la recepción está a la derecha. Un amplio mostrador donde van y vienen los empleados. Con uno de ellos hablé cierta tarde. Le conté de mi interés por conocer el edificio, de una capilla de la que me habían hablado. Me dijo que volviera, si me era posible, al día siguiente por la tarde porque estaría un compañero y podría él mismo acompañarme, abrirme alguna puerta y facilitarme el acceso a algunas habitaciones importantes que se podían ver. La amabilidad ese día y al siguiente fue proverbial, facilitándome el acceso a esos rincones no habituales para el turismo, sin siquiera ser cliente del Parador. Desde aquí, por un detalle así, sólo me cabe expresar mi agradecimiento. Hablaré de esa capilla más adelante porque debo reconocer que visité primero el bar del Parador no pocas veces. Por las tardes hacía mucho calor hasta las siete al menos. Sin embargo, comía pronto, me echaba un rato la siesta y luego, repuesto del cansancio de las excursiones de la mañana, deseaba salir a partir de las cinco de la tarde, en momentos donde era grande el bochorno y ni siquiera los aspersores de agua pulverizada funcionaban en una calle Sevilla solitaria. Si aún así me atrevía a salir, podía tomar un refresco en alguna plaza donde encontrase un bar en sombra, o visitar el monasterio de las clarisas, pero frecuentemente terminaba en el bar del Parador o el patio renacentista que ahora preside el centro del mismo.

Page 253: Libro de Zafra

252

Todo esto responde a los profundos cambios que el primer duque y su mujer, la mencionada Juana Dormer, imprimieron en el castillo. En efecto, en 1567 le llegó al quinto conde el título ducal. Había pasado más de un siglo desde que el edificio fuera levantado con objetivos emblemáticos, de residencia y defensa. Pero las tensiones con Portugal habían desaparecido desde que Felipe II era rey de aquel país, el gusto de la época era muy distinto al de un siglo atrás. Los señores, entre otras cosas, dejaban de ser estrictamente militares para pasar a vivir en la Corte, realizar embajadas en el extranjero, misiones diplomáticas donde el lujo y el boato en el trato eran obligados. Siendo la Casa de Feria, además, un ducado de considerable importancia para la Corona española, no se podía presentar una residencia austera, con habitaciones de ornamentación caduca, a los ilustres visitantes que pudieran llegar hasta Zafra. Además, el ducado merecía un profundo lavado de cara, acorde con los nuevos gustos renacentistas. De manera que a finales del siglo XVI y principios del XVII se emprende una profunda reconstrucción del Alcázar. Dada la cercanía del primer duque al rey Felipe en su nuevo monasterio del Escorial, donde estaría a su lado al colocar la primera piedra del importante edificio, se ha especulado con que el propio Juan de Herrera fuera el autor de la remodelación del Alcázar zafrense, o al menos su diseñador. Parece que algunos detalles importantes no encajan con el estilo herreriano. A fin de cuentas, el seguir las directrices arquitectónicas de Sebastiano Serlio y los antiguos dictados de Vitrubio no era patrimonio del arquitecto escurialense.

Page 254: Libro de Zafra

253

Desde ese punto, se considera la atribución más fiable la de Francisco Montiel, cantero zafrense, y su hijo Bartolomé González de Montiel. El primero moriría en 1615, pero antes sería el constructor por excelencia de la Casa de Feria, siendo autor, por ejemplo, de la Casa Grande o el Hospital de San Ildefonso. Fuera de Zafra también actuaría con gran éxito. A ese respecto quiero recordar en especial su labor en Fregenal de la Sierra, localidad que habría de visitar en detalle después de Zafra.

Allí encontraría dos monumentos religiosos de gran importancia, quizá los más bellos de la ciudad, si excluimos el antiguo castillo: la iglesia de Santa María, precisamente junto al mismo, y la más lejana ermita de Nuestra Señora de los Remedios, de una riqueza de formas y contenido abrumadora, como pude comprobar personalmente. Todo ello fue obra de Francisco Montiel que, en aquellos primeros años del siglo XVII, tuvo en su hijo al mejor ayudante, que habría de sucederle a partir de su muerte en 1615.

Pero volvamos al Alcázar. El impulso de Juana Dormer, el diseño de los Montiel, dieron lugar a terminar con muchas de esas habitaciones de servicio que ocupaban la planta baja, para abrir un hermoso patio cuadrado de 16 metros de lado. Es amplio, lujoso con sus columnas de mármol, los arcos de medio punto en dos pisos y galerías en ellos. En el centro hay una fuente redonda con cuatro caños.

El patio ahora está cubierto por mesas de distintas formas, cómodas sillas y hasta sillones de dos plazas, donde por la tarde se sentaban algunos clientes del Parador. Allí tomaban un café, una bebida, mientras algunos niños

Page 255: Libro de Zafra

254

correteaban por el lugar, asomándose a la fuente, tocando el agua que manaba para refrescarse un poco.

Patio interior

Las tardes son plácidas allí, impera el silencio sólo

roto de vez en cuando por las lejanas campanadas de la Candelaria. No llega el bullicio de la calle Sevilla, más allá de la Puerta del Acebuche, ni el de los coches al otro lado de la Puerta del Palacio. Sin embargo, a las horas que llegaba a tomar algo aún hacía calor para permanecer en el patio sentado, siquiera a la sombra, y normalmente optaba por refugiarme en el bar.

Sin duda, la apertura de este patio aligeró el amazacotamiento de las habitaciones apiñadas unas junto a

Page 256: Libro de Zafra

255

otras. Estaba aún distante el endeudamiento de la Casa de Feria, que ya se apuntaba, y el forzado secuestro de bienes llevado a cabo en 1643 para conseguir pagar sus muchas deudas. Aún así, no se impondría la administración regia sobre los ingresos señoriales hasta tres años después, en 1646, extendiéndose durante casi un siglo (hasta 1741), en que los duques, ya por entonces pertenecientes a la Casa de Medinaceli (desde 1675), pudieron recobrar el control sobre sus rentas.

Durante el largo tiempo del secuestro de bienes e incluso posteriormente, el Alcázar apenas albergaría a los señores de Feria. La Casa tenía un problema que terminaría siendo irresoluble respecto a la sucesión del título: debía recaer en un descendiente masculino sin que las mujeres pudieran ostentar el título por derecho propio. Eso condujo a que en 1637 la Casa de Feria, al no tener descendencia masculina, se subsumiera en la de Priego, cuyo parentesco había sufrido hasta entonces diversas vicisitudes, y luego en la más poderosa de Medinaceli.

Ya antes, como hemos visto desde los primeros duques, el titular de la Casa de Feria visitaba raramente sus dominios. Es el tiempo en que se habla acertadamente del “señor ausente” para denotar una época en que el Alcázar seguía siendo el emblema que recordaba el lejano poder de los duques, pero era habitado por el Contador, representante ducal en el señorío, y todos sus ayudantes.

Aunque seguía alojando esporádicamente a alguna personalidad (el permiso para tal cosa se debía pedir a Madrid cada vez, lo mismo que para cualquier decisión

Page 257: Libro de Zafra

256

importante), celebrando bailes o reuniones, el Alcázar fue deteriorándose al emplear pocos fondos en su restauración, porque no los había y además porque se gastaba lo imprescindible por ausencia de los titulares de la Casa.

Así se dividieron habitaciones entre los sirvientes que allí debían trabajar pero que terminaban por vivir con sus familias, incluso alojando viudas de antiguos servidores, personas necesitadas de todo tipo que estuvieran relacionadas con la Casa de Feria. Todo ello condujo al deterioro interior del hermoso Alcázar que habían dejado los primeros duques.

Bar cafetería del Parador

Hoy, convertido todo esto en Parador nacional, con la acertada política de restauración del patrimonio que los caracteriza, nada recuerda a aquel tiempo de cierto abandono.

Page 258: Libro de Zafra

257

El bar, por ejemplo, es un rincón acogedor y cómodo como pocos. Allí he pasado muchos ratos tomando un café con una de esas galletas que se añaden en el servicio, leyendo el periódico que ponían a mi disposición, contemplando los muchos espejos que adornan las paredes, admirando la techumbre de madera, con sus vigas transversales que aún son herencia de aquella reforma de principios del siglo XVII.

La tarde se pasaba así suave y agradable hasta que luego salías al patio, realizabas alguna fotografía más, paseabas admirando el lugar y salías, tranquilo y descansado, a la calle Sevilla para dirigirte a alguno de tus objetivos. Recordaré mucho tiempo esas visitas al bar del Parador, la amabilidad de los camareros, que no se recataban en charlar del tiempo, de las excelencias de la ciudad o las características del edificio donde nos encontrábamos.

En uno de los lados del patio se abre el comedor. Ofrecían cada verano que estuve un menú especial de degustación de platos extremeños que he olvidado en gran parte, pero que me resultaron deliciosos. Ciertamente, no encontré un solo sitio para comer en Zafra que se ajustara por completo a mis deseos y economía, pero eso tuvo la virtud de que visitara muchos lugares. El Parador, ciertamente, no es un lugar barato pero sí ofrece oportunidades de un menú de este tipo, más económico, siempre ofrecido de manera exquisita. Como dije, hubo una tarde en que me facilitaron un acceso limitado a habitaciones que los turistas no suelen visitar. No llegué a la llamada Sala Dorada, pero sí me abrieron una puerta que permitía subir por una escalera hasta

Page 259: Libro de Zafra

258

el primer piso, llegando a través de una larga galería, hasta la Capilla.

Interior de la Capilla

Comprendí que había valido la pena ser tan insistente en mi visita nada más entrar. Aquello es una sala rectangular y bastante alargada. Extraña y destaca que, a la izquierda según entras, haya una especie de altar a un nivel bastante superior al resto de la estancia. Ésa es la capilla. Aunque tras unas rejas aparentemente, se puede acceder al interior lateralmente y eso hice, observándolo todo.

Page 260: Libro de Zafra

259

Capilla

No es que haya mucho que ver en ella, despojada como está de mucho de lo que debió tener. Hay un retablo central, no muy grande, vaciado de figuras aunque conserva la belleza de su estructura. En dos de sus lados se alinean dos sillas de época, poco más. El resto de la sala, posiblemente posterior a la construcción del altar, está ocupada ahora por cómodas sillas desde donde escuchar alguna conferencia o asistir a un acto cultural. Al fondo hay una mesa para el invitado de honor, una pantalla donde se puedan proyectar los medios informáticos empleados, banderas a los lados y muchos cuadros en las paredes. Un lugar elegante y sobrio.

Page 261: Libro de Zafra

260

Pero la mayor riqueza se encuentra en el techo, con un artesonado en madera dorada de gran belleza, al parecer original de los primeros condes, particularmente el segundo, Gomes II y su primera mujer, Constanza Osorio. Además de dejar sus escudos en diversos lugares, se sabe que desde 1461 hasta 1480 emplearon muchos medios y dedicación en adornar un Alcázar cuya construcción había concluido veinte años atrás pero que ellos deseaban remodelar interiormente.

Techo de la capilla

Terminada la visita o concluida mi estancia en la cafetería, salía por la misma puerta por donde había accedido, idénticas torres flanqueando el dintel a ambos lados. Sin embargo, es hora de fijarse en dos edificios adosados a esta fachada. Se trata de unas construcciones que se extienden

Page 262: Libro de Zafra

261

también a ambos lados de la puerta de acceso sin llegar a tapar más que parcialmente la vista de las torres.

Edificios adosados junto a la entrada

Aunque elegantemente levantadas, sus muros están encalados y contrastan vivamente con el color del de piedra al que están adosadas. Fueron realizadas precisamente para alojar a los sirvientes que eran desplazados por el patio cuadrado del interior y todas las dependencias anejas. Uno de ellas (la más oriental) conecta con el cercano Convento de Santa Marina y no por casualidad, sino porque la última aportación de Juana Dormer fue unir con una galería el Alcázar con el convento cuya importante

Page 263: Libro de Zafra

262

reconstrucción se habría de hacer con el legado de su prima Margarita Harrington. Si, en vez de marchar de vuelta a la calle Sevilla, deseamos conocer el lado norte del castillo, hemos de girar a la derecha, pasar por un pequeño arquillo saliendo de la plaza misma y encarando la llamada Puerta del Palacio, atravesar las murallas de este lado. Es el llamado Pasaje Antonio Meca.

Puerta de Palacio

Ésta no era una puerta de uso habitual para la ciudad que, en el mismo lado, cercana, disponía de la de los Santos si quería marchar a esta cercana localidad. Habitualmente permanecía cerrada, reservándose al paso de las personalidades y miembros de la Casa de Feria. Hoy en día,

Page 264: Libro de Zafra

263

naturalmente, cualquiera puede pasar por allí para salir del casco histórico. Como zona turística por excelencia, se pueden encontrar diversos servicios como el hotel Huerta Honda, algo retirado hacia el interior y que recuerda los jardines del mismo nombre, asociados al Alcázar.

Pilar del Duque

Allí mismo, nos encontramos al borde de la carretera que rodea la ciudad y al otro lado de la cual se puede ver el Pilar del Duque. Es muy amplio, con una terminación gótica y el escudo de la Casa de Feria en él.

Volviendo a la Puerta del Palacio, junto a ella se encuentra el bonito exteriormente pub irlandés “Paddy

Page 265: Libro de Zafra

264

Virutas”. A su lado, una tienda de cerámicas y regalos, también de productos típicos de la tierra: vinos, jamones de calidad. Al otro lado se alinean los restaurantes como el Barbacana en primer lugar, alguno después cubriendo el amplio espacio hasta llegar a la calle Huelva, donde se encontraba una artística farmacia que nos ayudó a guiarnos de vuelta en nuestro primer trayecto. Con ello habremos agotado el interior del casco histórico y hemos de fijarnos en algunos elementos de interés que están fuera de él. Ya nos hemos referido a ellos al asomarnos a la Plaza de España, por ejemplo, e incluso, yendo más allá, llegaremos hasta el Recinto Ferial.

Page 266: Libro de Zafra

265

Plaza de España

Salimos finalmente del casco histórico a través de la calle Sevilla. Desde 1878 en que se derribó la Puerta que aquí se abría en la antigua muralla, el camino está expedito hacia esta zona de expansión de Zafra que conoció intentos y fracasos hasta constituirse en lo que hoy en día se puede disfrutar. Todo el espacio que ahora se puede ver frente al visitante que abandona la calle comercial por excelencia se llamaba antiguamente Campo de Sevilla. Aquí venían a construirse las cuadras y establos para albergar el ganado que se compraba y vendía en las dos ferias de la ciudad. De manera que podemos imaginar un solar inmenso, tal vez algunas huertas allá a lo lejos, un campo abandonado básicamente el resto del año y que, en fecha ferial, ardía de actividad hasta levantar en poco tiempo una pequeña ciudad del ganado. Tras la desaparición de la Puerta de Sevilla y ante la acuciante necesidad de vivienda que tenía la creciente población de Zafra, en 1883 se trazaba un primer intento de edificar un “Ensanche del Campo de Sevilla” que no llegaría a fructificar. El problema no fue el de la propiedad del terreno, pues todo aquello era municipal, sino dónde situar alternativamente el ferial ganadero, algo en lo que no hubo acuerdo en aquellos años. Del mismo modo, la administración ducal puso una serie de obstáculos por cuanto el proyecto afectaba a algunos de sus terrenos colindantes.

Page 267: Libro de Zafra

266

Sin embargo, en 1912 se empezó a trazar un espacio rectangular rodeado de asientos de mármol y con barandillas de hierro. Nacía la Plaza de España. Durante un tiempo albergó las diversiones propias de adultos y chiquillos durante las ferias pero, finalmente, se ajardinó en 1964 cobrando la apariencia que ahora presenta.

Junto a la Plaza de España

No es un espacio muy grande, por lo que prefería pasear por un parque aledaño. No obstante, también caminaba bordeando la plaza mencionada dirigiéndome hacia el sur. Toda la acera está salpicada de bares con sus mesas en el exterior, reuniéndose personas de lo más variado: jóvenes

Page 268: Libro de Zafra

267

y mayores, zafreños y turistas, todos hermanados a la hora del calor por un refresco o una horchata, tal vez una limonada. No hay grandes restaurantes en esa parte pero se pueden tomar unas tapas que palian el hambre poco antes de comer. Por aquellas calles fui encontrándome tiendas de venta de productos de la tierra, otras de chinos donde vendían de todo, alguna librería. No es una zona comercial comparable a la calle Sevilla, pero el paseo resulta productivo si uno siente curiosidad. Poco después, callejeando por la zona, se pasa junto a la plaza de toros. No hay mucho que contar de su interior porque no lo visité ni había corrida alguna en esos días, pero sí resulta interesante repasar su nacimiento. He encontrado en mis viajes algunas historias sobre plazas taurinas construidas por peñas y aficionados, no es rara esa iniciativa privada cuando la tauromaquia empezó a extenderse verdaderamente como negocio en España desde finales del siglo XVIII y durante el siglo siguiente. En este caso, el comienzo fue una necesidad pública. En 1834 hubo una importante epidemia de cólera en la ciudad y se multiplicaron las necesidades entre la población. Ante la falta de trabajo motivada por el decrecimiento de la actividad económica, el Ayuntamiento optó por tomar iniciativas en lo que se refiere a las obras públicas. Así, concibió la construcción de un coso taurino en los terrenos del antiguo “Molino del Viento”, que es donde se levanta en la actualidad. De este modo se destinó una cantidad que permitió hacer un firme cerramiento circular sin

Page 269: Libro de Zafra

268

que el dinero llegara para construir las necesarias gradas de madera. De manera que una serie de particulares se organizaron para recabar fondos, a fin de que, aunque de modo algo provisional, las corridas se llevaran a cabo.

Plaza de toros

Varios años después, en 1843, las arcas municipales se permitieron una nueva inyección de fondos para acabarla en diciembre del año siguiente. Entonces hubo un ramalazo de mala fortuna: parte de los palcos se vinieron abajo arrastrando techos y de todo. De nuevo la iniciativa privada consiguió, tras una serie de pleitos en torno a las responsabilidades, terminar la plaza que, desde entonces, muestra el magnífico aspecto con que hoy se ve. Si bordeamos este edificio taurino por la calle Gregorio Fernández, que más al sur lleva al Pilar de la República y a la carretera hacia la ermita de Belén, podemos

Page 270: Libro de Zafra

269

rodear por el lado contrario la Plaza de España. Hay bastante tráfico por allí. De hecho, en ese punto nace la Avenida de la Estación, donde hubo importantes iniciativas constructivas en el siglo XX que permitieron resolver en parte el problema de la vivienda en aquellos años. Hoy se sigue esa avenida para llegar a una serie de pueblos que hemos mencionado (Puebla de Sancho Pérez, Medina de las Torres y finalmente Valencia del Ventoso, totalmente recomendables).

Avenida de la Estación, a la izquierda

En ese cruce de caminos se levanta un edificio que tiene una curiosa peculiaridad: una de las fachadas se muestra con sus ventanas perfectamente terminadas pero no parece tener volumen edificado detrás, como si fuera mera apariencia. Sin embargo, en los bajos hay un excelente restaurante y el resto de la casa alberga el hotel “Los Cazadores”. Allí comí una buena paella y, aunque la comida

Page 271: Libro de Zafra

270

no es comparable en calidad a la del Parador, tampoco el precio lo es, por económico. Me gustó en todo caso pasar una hora allí observando a curiosos personajes que se sentaban a comer en otras mesas y cómo el camarero parecía conocerlos a todos, puesto que charlaba con familiaridad con cada uno.

Hotel restaurante “Los Cazadores”

Después de aquello se puede retroceder hacia el casco histórico observando que el Alcázar se levanta casi enfrente, detrás de la fila de casas que ha venido a sustituir a la muralla. Por esa calle que supone el final de la avenida Antonio Chacón proveniente de la carretera nacional y el principio de Campo Marín, fluye una gran cantidad de zafrenses, sea por negocios o placer, sobre todo cuando se ha

Page 272: Libro de Zafra

271

pasado la media tarde y pandillas de jóvenes pasean para entrar en la calle Sevilla y curiosear las tiendas, o para quedar en la calle lindante con la Plaza de España. Allí se ven todo tipo de tiendas, alguna farmacia y la propia Oficina de Turismo donde entré más de una vez para hacerme una provisión de planos de la zona, pedir explicaciones, preguntar por espectáculos. En ella me explicaron el primer año que se celebraban algunas veladas teatrales en el nuevo edificio del teatro (cerca de la calle Fernando Moreno Márquez, entendí), tras su forzado y polémico traslado desde la Plaza Chica, como se hacía hasta entonces. Pero si uno no desea meterse en esa vorágine de gente, más confuso entonces el camino por las obras del acerado y las del enorme edificio que hace esquina con la calle Sevilla, puede seguir alejado del casco histórico. A la derecha se abre el Parque de la Paz, más grande que la Plaza de España. De hecho, este parque corresponde a una antigua Alameda ya construida en 1820 para recreo y solaz de los comerciantes zafreños, una clase económica cada vez más adinerada y que reclamaba lugares de asueto al nivel de su categoría. Hoy, tras dejar atrás un bar, se entra por un camino largo y bien enlosado, con palmeras a sus lados. Un pequeño lago con patos reúne familias animando a los niños a echarles comida. Se oyen risas, gritos, pero también hay mucho de tranquilidad y asueto, sobre todo en días festivos. Los patos nadan por el agua en torno a la casita construida en su centro para albergarlos, hay bancos donde es

Page 273: Libro de Zafra

272

posible sentarse y vigilar a los niños que se agarran a las barandillas de hierro tirándoles pan y chucherías.

Parque de la Paz

También se encuentran bares más cerca de la avenida que nos lleva hasta la carretera nacional. Allí me senté una tarde y asistí algo extrañado a una conversación entre varias chicas sudamericanas y el propietario del bar. Por el aspecto y los temas que trataban sin inhibición alguna, deduje que aquellas muchachas no se dedicaban al servicio precisamente ni a otras tareas domésticas, a pesar de que alguna tenía allí a sus niños correteando. En fin, cada uno es libre de dedicarse a lo que desee y yo deseaba descansar y tomarme una buena cerveza fresquita en una tarde de calor. No tenía muchos motivos para permanecer en ese parque, a pesar de la arboleda y el frescor. Prefería seguir

Page 274: Libro de Zafra

273

caminando, sea bordeando el casco histórico hasta pasar por el Pilar del Duque, o bien siguiendo la Avenida Antonio Chacón, en memoria de aquel alcalde, padre de la escritora Dulce Chacón. Allí se puede encontrar la Biblioteca Municipal Antonio Salazar, bonita y moderna, con sus arcos bordeados de ladrillo y sus puertas de madera.

Biblioteca

No es ésta precisamente la parte más atractiva de la ciudad, desde luego, pero ahora ya sabía que Zafra no se reducía a esto ni mucho menos, que dentro del casco histórico los monumentos, calles y plazas tenían una gran historia y mucho de interés.

Page 275: Libro de Zafra

274

Page 276: Libro de Zafra

275

Las Ferias en Zafra

Zafra ha sido siempre un centro comercial en la Baja Extremadura. Considerada como un cruce de caminos desde su fundación, en una posición intermedia entre los puertos internacionales de Sevilla y Lisboa desde el siglo XVI, ha vivido activamente del comercio. En el siglo XVII, el de mayor auge probablemente de su historia comercial, se considera que la población dedicada al comercio y los servicios era de más del 80 % del total, siendo el sector primario el destino de sólo el 18 % de la misma. El origen de esta especialización habría que buscarlo en uno de los lugares por donde comenzamos esta narración, centro además de la primera Zafra que encontraron los cristianos: la Plaza Chica. Ahí se agrupaba una que debía ser nutrida población judía disponiendo incluso de una sinagoga en los terrenos ahora ocupados por la iglesia de San José. En esos primeros tiempos tras la ocupación, Zafra se debatía por su mera existencia como núcleo poblacional, sea primero por la amenaza de la vuelta de los musulmanes, o por los conflictos posteriores con los portugueses. El caso es que el rey Juan I le concede un mercado semanal muy modesto pero que permitía agrupar las ventas de distintos productos en los puestos habilitados dentro de la Plaza Chica. Quince años después, la localidad segedana ya había sido concedida al hijo del Gran Maestre de la Orden de Santiago, Gomes Suárez de Figueroa. Éste solicitó un proyecto más ambicioso: la realización de una feria local y comarcal por San Juan, durante el mes de junio. En 1395 el

Page 277: Libro de Zafra

276

rey Enrique III, que necesitaba el apoyo de la Casa de Feria en sus pugnas con el reino de Portugal, la concedió. Las ferias eran de una enorme importancia para la riqueza de una población en aquella época. Permitían agrupar en determinadas fechas las compras y ventas de diversos artículos y productos que reunían a comerciantes comarcales e incluso venidos desde lejos. Para el señor de la Casa de Feria constituía además una fuente económica de primera importancia gracias al pago que debían realizar los comerciantes de la alcabala: un porcentaje sobre los productos vendidos. Baste saber que en el siglo XVI las alcabalas constituían el 46 % de los ingresos señoriales, llegando a ser del 51 % en el siglo siguiente para terminar siendo sólo del 37 % en el XVIII, un tiempo de cierta decadencia de las ferias de Zafra. Una tarde en que había marchado a visitar el cercano pueblo de Los Santos de Maimona, me detuve para visitar el recinto ferial moderno. Se encuentra junto a la estación de autobuses, al otro lado de la carretera nacional. Estuve paseando por el interior. Me habían dicho que quizá había un restaurante abierto allí todo el año, pero lo encontré cerrado en ese momento al menos. De modo que me contenté con mirar los pabellones vacíos, una iglesia, una edificación que quizá fuese el lugar de recepción de personalidades y actos protocolarios. Las calles son largas, muy adecuadas al uso para el que está hecho este enorme mercado ganadero que es hoy el recinto ferial. Árboles y pabellones a los lados, un coche de la policía pasando repetidamente y observándome, un visitante

Page 278: Libro de Zafra

277

solitario en un tiempo que no es el adecuado para estar en la feria. Pero lo único que podía robar es alguna imagen de aquel lugar, tratando de imaginarlo repleto de gente, con puestos de venta ambulante, personas que se encuentran y charlan, algunos ganaderos que irán y vendrán culminando algún negocio, una contratación de animales de los cuales ha presentado una muestra selecta en la feria.

Pabellón ferial

Dicen que en estos tiempos marcadamente tecnológicos no es necesario el gran transporte de ganado de otros tiempos. Ahora permanecen en sus fincas de origen y se contrata a distancia, por la imagen y la palabra. No obstante, tal vez siga siendo necesario el contacto directo con el

Page 279: Libro de Zafra

278

animal, los acuerdos verbales, estrecharse las manos para sellar el contrato, tomarse juntos una cerveza, comprador y vendedor, para charlar sobre el mercado. No fui, sin embargo, en fecha propicia. Hacia finales de septiembre y principios de octubre se celebra la antigua feria de San Miguel, que hoy tiene otro nombre con vocación internacional. Ésta no es la feria de la que hemos hablado hasta ahora, sino otra que consiguiera el primer conde, Lorenzo Suárez de Figueroa, en 1453. Fue una concesión del rey Juan II por la ayuda del primero en el cerco de Alburquerque, ciudad que se resistía al dominio castellano tras el apresamiento del valido Álvaro de Luna. No es usual tener dos ferias en una misma población. Aún persisten algunos interrogantes fundamentales sobre esta decisión real y la propia petición condal. La razón quizá resida en el deseo de dar salida al ganado de cerda. En efecto, los datos de que se dispone indican que el ganado en venta durante la feria de San Juan era sobre todo de bóvidos: vacas y bueyes, con los que garantizar el suministro de cuero y el transporte animal de las carretas y arados, todo ello antes del período de recolección agrícola. Sin embargo, el importante ganado de cerda era más conveniente que fuera vendido después del verano, cuando ya se acercaba la fecha de la matanza, que tradicionalmente era por San Martín (11 de noviembre). Siendo un producto estrella en Extremadura, su importancia pudo ser la causa de una petición algo insólita para aquellos tiempos, habida cuenta de que Zafra no era una población tan grande como otras más importantes del reino.

Page 280: Libro de Zafra

279

Durante largo tiempo, las dos ferias convivieron en perfecta armonía, incluso siendo más importante San Juan hasta mediados del siglo XVII. No era solo ganado lo que se compraba y se vendía, aunque ocupara el mayor porcentaje de ventas, sino también productos textiles por parte de mercaderes llegados de Toledo, Ciudad Real o Campo de Calatrava (a los que se les otorgaron grandes ventajas al principio del siglo XVI). Del mismo modo, los artesanos tenían su lugar gracias a la venta de joyas, los comerciantes sevillanos el suyo con la oferta de especias que traían hasta su puerto mercaderes genoveses: canela, clavo, jengibre, etc. Las ganancias, como decimos, eran considerables para la Casa de Feria, que no sólo ingresaba pingües beneficios de las alcabalas sino que veía cómo se dinamizaba el comercio en una población cuya riqueza les había atraído desde los primeros momentos del señorío, a despecho de su residencia en Villalba o del nombre de la cercana localidad de Feria. Hacia 1641 las ventas en la feria de San Miguel superaron por primera vez las conseguidas por San Juan. Desde entonces y aunque persistirá largo tiempo, esta última entrará en un proceso creciente de decadencia. Los comerciantes y vendedores de ganado irán trasladando su negocio a septiembre y octubre, no se sabe muy bien por qué razón. Se habla de la competencia de la cercana feria de Trujillo, de la necesidad de cambiar las fechas para adaptarse a las demandas del mercado de abastos madrileño, el principal comprador en la feria ganadera de San Juan. Se menciona también que la fecha anterior al verano era un

Page 281: Libro de Zafra

280

momento en que el agricultor no podía distraerse en su atención al campo, pero entonces, como también se señala ¿por qué eso no pasaba anteriormente, cuando la feria era boyante? Sin duda, la mecanización del campo lenta y progresiva hizo que dejara de tener sentido la venta de animales para el transporte o para ser uncidos al arado, pero eso pertenece a un período muy posterior a su decadencia. Lo cierto es que la feria de San Miguel, con sus altibajos, la lejanía de los señores desde que en el siglo XVII se entroncan con la Casa de Priego y, sobre todo, en el XVIII con la de Medinaceli, no ha dejado de celebrarse a lo largo de los últimos cientos de años. Desde finales del siglo XIX, cuando ya casi se llevaba un siglo en que el Ayuntamiento se encargaba del cobro de las alcabalas, hubo una presión urbanística sobre el Campo de Sevilla, lugar tradicional de reunión del ganado en venta desde 1814. Poco después, a principios del XX, se desplazó esta función del terreno a los antiguos cercados de El Conejal y La Luz, pero sin llegar a cobrar una forma definitiva hasta la segunda mitad del siglo XX. Es necesario mencionar por su importancia, la labor en este sentido del alcalde Antonio Chacón Cuesta. Era un abogado al que ya hemos mencionado como padre de la escritora Dulce Chacón. Llegado a Zafra en 1947, se integraría de tal modo en la población que sería elegido alcalde en 1960. Sólo cinco años duraría su mandato dada su muerte en 1965, pero en ese tiempo pudo realizar una serie de proyectos de enorme importancia: la traída de aguas a la población, la obtención del Alcázar como Parador Nacional

Page 282: Libro de Zafra

281

con lo que ello suponía de restauración, el ajardinamiento de la Plaza de España.

Pabellón ferial

Finalmente, consiguió que se empezase a construir una gran Lonja de Contratación ganadera para la realización de la primera Feria Regional del Campo Extremeño, que se llevaría a cabo al año siguiente de su fallecimiento. Desde entonces el lugar sería mejorado con la instalación cercana de la estación de autobuses o la definitiva transformación en una feria internacional desde 1986, además de la instalación de numerosos servicios, que son los que hoy en día se pueden contemplar.

Page 283: Libro de Zafra

282

Con esta visita al recinto ferial, lejos ya del casco histórico, cerramos un ciclo. Junto a él fue mi primer encuentro con Zafra, cuando bajé de un autobús para ver una población que desde allí parecía poco atractiva, separado como está este emplazamiento de ella por una carretera ruidosa y muy concurrida. No deseé volver especialmente allí. Sólo el atractivo de otras poblaciones cercanas que deseaba visitar (Feria, Burguillos del Cerro, Valencia del Ventoso, por ejemplo), me llevaron a conocerla mejor. Hoy voy a Zafra por ella misma, para reconocer sus rincones, monumentos y calles, que aquí he repasado como si paseara por ellos una vez más, tan cercanos los siento. También completamos otro ciclo, como he comentado al principio de este capítulo, porque comenzamos en la Plaza Chica hablando de un activo comercio y hemos de terminar en el recinto ferial escribiendo idénticos argumentos. Zafra es una ciudad eminentemente comercial, siempre lo ha sido.

Hoy, para mí, ha dejado de estar escondida como permaneció en mi primera y fugaz visita. Sin embargo, es tan acogedora para el visitante como la he sentido desde que llegara a ella por primera vez, una mañana de julio, por la calle de Santa Catalina, rodando mi maleta, hasta desembocar en la Plaza Grande. Allí empezó esta historia, pero no es en este punto donde acaba porque, antes o después, a Zafra se vuelve, si se llega a conocerla bien.

Page 284: Libro de Zafra

283

Bibliografía consultada

ARAGÓN, S. (2000): El señor ausente. El señorío nobiliario en la España del Setecientos. Editorial Milenio. Lleida. CROCHE DE ACUÑA, F. (2002): Una visita a Zafra. Su historia y su arte. Edición del autor. Zafra. CROCHE DE ACUÑA, F. (2011): Un encuentro tradicional y popular con la ciudad de Zafra. Edición del autor. Zafra. CUADERNOS DE ÇAFRA (Volúmenes IV al XI). Centro de Estudios del Estado de Feria. Zafra. GONZÁLEZ, G. y CARRASCO, C. (2004): Zafra y el señorío de Feria. Ediciones Lancia. León. MORENO, J.M. y RUBIO, J.C. (2007): Ferias y mercados en España y América. Centro de Estudios del Estado de Feria. Zafra. RUBIO, J.C. (2001): El Mecenazgo Artístico de la Casa Ducal de Feria. Editora Regional de Extremadura. Mérida.

Page 285: Libro de Zafra

284

VALENCIA, J.M. (2010): El poder señorial en la Edad Moderna: La Casa de Feria (Siglos XVI y XVII). Diputación de Badajoz. Badajoz.

Page 286: Libro de Zafra

285

Obras del autor: http://personal.us.es/cmaza/maza/libros.htm Obras sobre Extremadura: http://personal.us.es/cmaza/maza/libros_ext.htm

Page 287: Libro de Zafra

286

Page 288: Libro de Zafra