Relatos - Felisberto Hernandez

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Cuentos para descubrir

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MI PRIMER CONCIERTOEl da de mi primer concierto tuve sufrimientos extraos y algn conocimiento imprevisto de m mismo. Me haba levantado a las seis de la maana. Esto era contrario a mi costumbre, ya que de noche no slo tocaba en un caf sino que tardaba en dormirme. Y algunas noches al llegar a mi pieza y encontrarme con un pequeo piano negro que pareca un sarcfago, no poda acostarme y entonces sala a caminar. As me haba ocurrido la noche antes del concierto. Sin embargo, al otro da me encerr desde muy temprano en un teatro vaco. Era ms bien pequeo y la baranda de la tertulia estaba hecha de columnas de latn pintadas de blanco. All sera el concierto. Ya estaba en el escenario el piano; era viejo, negro y lo rodeaban papeles rojos y dorados: representaban una sala. Por algunos agujeros entraban rayos de sol empolvados y en el techo el aire inflaba telas de araa. Yo tena desconfianza de m, y aquella maana me puse a repasar el programa como el que cuenta su dinero porque sospecha que en la noche lo han robado. Pronto me di cuenta que yo no posea todo lo que pensaba. La primera sospecha la haba tenido unos das antes; fue en el momento de comprometer mi palabra con los dueos del teatro; me vino un calor extrao al estmago y tuve el presentimiento de un peligro inmediato. Reaccion yendo a estudiar enseguida; pero como tena varios das por delante, pronto empec a calcular con el mismo error de siempre lo que podra hacer con el tiempo que me quedaba. Slo en la maana del concierto me di cuentas de todas las concesiones que me haca cuando estudiaba y que ahora, no slo no haba llegado a lo que quera, sino que no lo alcanzara ni con un ao ms de estudio. Pero donde ms sufra, era en la memoria. En cualquier pasaje que se me ocurriera comprobar si poda hacer lentamente todas las notas, me encontraba con que en ningn caso las recordaba. Estaba desesperado y me fui a la calle. A la vuelta de una esquina me encontr con un carro que tena a los costados dos grandes carteles con mi nombre en letras inmensas. Aquello me descompuso ms. Si las letras hubieran sido ms chicas, tal vez mi compromiso hubiera sido menor; entonces volv al teatro, trat de estar sereno y pensar en lo que hara. Me haba sentado en la platea y miraba el escenario, donde el piano estaba solo y me esperaba con su negra tapa levantada. A poca distancia de mi asiento estaban las butacas donde acostumbraban a sentarse dos hermanos mos; y detrs de ellos se sentaba una familia que haba criticado, horrorizada, un concierto en que haban tomado parte muchachas de all; en pleno escenario las muchachas se agarraban la cabeza y despus se retiraban del piano buscando la salida; parecan gallinas asustadas. Fue en el instante de recordar eso, cuando a m se me ocurri por primera vez ensayar la presentacin de un concierto en lo que l tuviera de teatral. Primero revis bien todo el teatro para estar seguro de que nadie me vera y enseguida empec a ensayar la cruzada del escenario; iba desde la puerta del decorado hasta el piano. La primera vez entr tan ligero como un repartidor apurado que va a dejar la carne encima de una mesa. sa no era la manera de resolver las cosas. Yo tendra que entrar con la lentitud del que va a dar el concierto vigesimocuarto de la decimonovena temporada; casi con aburrimiento; y no deba lanzarme cuando mi vanidad estuviera asustada; deba dar la impresin de llevar con descuido, algo propio, misterioso, elaborado en una vida desconocida. Empec a entrar lentamente; supuse con bastante fuerza la presencia del pblico y me encontr con que no poda caminar bien y que al poner atencin en mis pasos yo no saba cmo caminaba yo; entonces trat de pasear distrado por otro lado que no fuera el escenario y de copiarme mis propios pasos. Algunas veces pude sorprenderme descuidado; pero aun cuando llevaba el cuerpo flojo y quera ser natural, experimentaba distintas maneras de andar: mova las caderas como un torero, o iba duro como si llevara una bandeja cargada, o me inclinaba hacia los lados como un boxeador.Despus me encontr con otra dificultad grande: las manos. Ya me haba parecido feo que algunos concertistas, en el momento de saludar al pblico, dejaran colgar y balancearse los brazos, como si fueran pndulos. Ensay caminar llevndolos al mismo ritmo que los pasos; pero eso resultaba mejor para una parada militar. Entonces se me ocurri algo que por mucho tiempo cre novedoso; entrara tomndome el puo izquierdo con la mano derecha, como si fuera abrochndome un gemelo. (Aos despus un actor me dijo que aquello era una vulgaridad y que la llamaban "la pose del bailarn"; entonces, rindose, imit los pasos de una danza y alternativamente se iba tomando el puo izquierdo con la mano derecha y despus el puo derecho con la mano izquierda.)

Ese da almorc apenas y pas toda la tarde en el escenario. A la nochecita vino el electricista y combinamos las penumbras de la sala y la escena. Despus me prob el smoking que me haba regalado un amigo; era muy chico y me dej inmovilizado; con l hubiera tenido que dar por intiles todos los ensayos de naturalidad y soltura; adems, en cualquier momento poda romprseme. Por fin decid utilizar mi traje de calle; todo tendra ms naturalidad; claro que tampoco me pareca bien lo que fuera demasiado familiar; yo hubiera querido levantar, al mismo tiempo, algo extrao; pero yo estaba muy cansado y senta en las axilas las lastimaduras que me haba dejado el smoking. Entonces me fui a esperar la hora del concierto en la penumbra de la platea. Apenas me quedaba un instante quieto me volva el empecinamiento de querer recordar las notas de un pasaje cualquiera; era intil que tratara de desecharlo; el nico alivio consista en ir a buscar la msica y fijarme en las notas.

Un rato antes del concierto llegaron los dos hermanos amigos mos y el afinador. Les dije que me esperaran un momento y me encerr en el camarn, porque si no hubiese terminado el pasaje que repasaba no hubiera tenido un instante de tranquilidad. Despus, cuando hablara con ellos, tendra la atencin ocupada y no empezara a recordar ningn otro pasaje. Todava no haba nadie en la sala. Uno de ellos se asom a la puerta del decorado y mir el piano negro como si se tratara de un fretro. Y despus todos me hablaban tan bajo como si yo fuera el deudo ms allegado al muerto. Cuando empez a entrar la gente, hicimos pequeos agujeros en el decorado y mirbamos al pblico un poco agachados y como desde una trinchera. A veces el piano, como un gran can, impeda ver una zona grande de la platea. Yo iba a ver un poco por los agujeros de los otros como un oficial que les fuera dando rdenes. Deseaba que hubiera poca gente porque as el desastre se comentara menos; adems habra un promedio menor de entendidos. Y todava tendra en mi favor todo lo que haba ensayado en escena para la gente que no pudiera juzgar directamente la msica. Y aun los que entendieran poco, dudaran. Entonces empec a envalentonarme y a decirles a mis amigos:

-Parece mentira! La indiferencia que hay para estas cosas! Cuntos sacrificios intiles!

Despus empez a venir ms gente y yo me sent aflojar; pero me frotaba las manos y les deca:

-Menos mal, menos mal.

Pareca que ellos tambin tuvieran miedo. Entonces yo, en un momento dado, hice como que recin me daba cuenta que ellos podran estar preocupados y empec a hablarles subiendo la voz:

-Pero, dganme una cosa... Ustedes estn preocupados por m? Ustedes creen que es la primera vez que me presento en pblico y que voy a ir al piano como si fuera a un instrumento de tortura? Ya lo vern! Hasta ahora me call la boca. Pero esperaba esta noche para despus decirles, a esas profesoras que charlan, cmo "un pianista de caf" -yo haba ido contratado a tocar en un caf- puede dar conciertos; porque ellas no saben que puede ocurrir lo contrario, que en este pas un pianista de concierto tenga que ir a tocar a un caf.

Aunque mi voz no se oa desde la sala, ellos trataron de calmarme.

Ya era la hora; mand tocar la campana y le ped a mis amigos que se fueran a la platea. Antes de irse me dijeron que vendran al final y me transmitiran los comentarios. Di orden al electricista de dejar la sala en penumbra; hice memoria de los pasos, me tom el gemelo del puo izquierdo con la mano derecha y me met en el escenario como si entrara en el resplandor prximo a un incendio. Aunque miraba mis pasos desde arriba, desde mis ojos, era ms fuerte la suposicin con que me representaba mi manera de caminar vista desde la platea, y me rodeaban pensamientos como pajarracos que volaran obstaculizndome el camino; pero yo caminaba con fuerza y trataba de ver cmo mis pasos cruzaban el escenario.

Haba llegado a la silla y todava no aparecan los primeros aplausos. Al fin llegaron y tuve que inclinarme a saludar interrumpiendo el movimiento con que haba empezado a sentarme. A pesar de este pequeo contratiempo trat de seguir desarrollando mi programa. Mir al pblico de una manera ms bien general y distrada; pero alcanc a ver en la penumbra el color blancuzco de las caras como si hubieran sido de cscaras de huevo. Y encima del terciopelo de la baranda hecha de columnitas de latn pintadas de blanco vi sembrados muchos pares de manos. Entonces yo puse las mas en el piano, dej escapar acordes repetidos velozmente y enseguida me volv a quedar quieto. Despus, y segn mi programa, deba mirar unos instantes el teclado como para concentrar el pensamiento y esperar la llegada de la musa o del espritu del autor. -Era el de Bach y deba estar muy lejano-. Pero sigui entrando gente y tuve que cortar la comunicacin. Aquel inesperado descanso me reconfort; volv a mirar a la sala y pens que estaba en un mundo posible. Sin embargo, al pasar unos instantes sent que me iba a alcanzar aquel miedo que haba dejado atrs haca un rato. Trat de recordar las teclas que intervenan en los primeros acordes; pero enseguida tuve el presentimiento de que por ese camino me encontrara con algn acorde olvidado. Entonces me decid a atacar la primera nota. Era una tecla negra; puse el dedo encima de ella y antes de bajarla tuve tiempo de darme cuenta que todo iba a empezar, que estaba preparado y que no deba demorar ms. El pblico hizo un silencio como el vaco que se siente antes del accidente que se ve venir. Son la primera nota y pareca que hubiera cado una piedra en un estanque. Al darme cuenta que aquello haba ocurrido sent como una seal que me ofusc y solt un acorde con la mano abierta que son como una cachetada. Segu trabado en la accin de los primeros compases. De pronto me inclin sobre el piano, lo apagu bruscamente y empec a picotear un "piansimo" en los agudos. Despus de este efecto se me ocurri improvisar otros. Meta las manos en la masa sonora y la moldeaba como si trabajara con una materia plstica y caliente; a veces me detena modificando el tiempo de rigor y ensayaba dar otra forma a la masa; pero cuando vea que estaba a punto de enfriarse, apresuraba el movimiento y la volva a encontrar caliente. Yo me senta en la cmara de una mago. No saba qu sustancias haba mezclado l para levantar este fuego; pero yo me apresuraba a obedecer apenas l me sugera una forma. De pronto caa en un tiempo lento y y la llama permaneca serena. Entonces yo levantaba la cabeza inclinada hacia un lado y tena la actitud de estar hincado en un reclinatorio. Las miradas del pblico me daban sobre la mejilla derecha y pareca que me levantaran ampollas. Apenas termin estallaron los aplausos. Yo me levant a saludar con parsimonia, pero tena una gran alegra. Cuando me volv a sentar segua viendo las columnitas de la tertulia y las manos aplaudiendo.

Todo ocurra sin novedad hasta que llegu a una "Cajita de Msica". Yo haba corrido la silla un poco hacia los agudos para estar ms cmodo; y las primeras notas empezaron a caer como gotas al principio de una lluvia. Estaba seguro que aquella pieza no iba ms mal que las anteriores. Pero de pronto sent en la sala murmullos y hasta cre haber odo risas. Empec a contraerme como un gusano, a desconfiar de mis medios y a entorpecerlos. Tambin cre haber visto moverse una sombra alargada sobre el piso del escenario. Cuando pude echar una mirada fugaz me encontr con que realmente haba una sombra; pero estaba quieta. Segu tocando y seguan en la sala los murmullos. Aunque no miraba, ahora vea que la sombra haca movimientos. No iba a pensar en nada monstruoso; ni siquiera en que alguien quisiera hacerme una broma. En un pasaje relativamente fcil vi que la sombra mova un largo brazo. Entonces mir y ya no estaba ms. Volv a mirar enseguida y vi un gato negro. Yo estaba por terminar la pieza y la gente aument el murmullo y las risas. Me di cuenta que el gato se estaba lavando la cara. Qu hara con l? Lo llevara para adentro? Me pareci ridculo. Termin, aplaudieron y al pararme a saludar sent que el gato me rozaba los pantalones. Yo me inclinaba y sonrea. Me sent y se me ocurri acariciarlo. Pas el tiempo prudente antes de iniciar la obra siguiente y no saba qu hacer con el gato. Me pareca ridculo perseguirlo por el escenario y ante el pblico. Entonces me decid a tocar con l al lado; pero no poda imaginar, como antes, ninguna forma que pudiera realizar o correr detrs de ninguna idea: pensaba demasiado en el gato. Despus pens en algo que me llen de temor. En la mitad de la obra haba unos pasajes en que yo deba dar zarpazos con la mano izquierda; era del lado del gato y no sera difcil que l tambin saltara sobre el teclado. Pero antes de llegar all me haba hecho esta reflexin: "Si el gato salta, le echarn las culpas a l de mi mala ejecucin." Entonces me decid a arriesgarme y a hacer locuras. El gato no salt; pero yo termin la pieza y con ella la primera parte del concierto. En medio de los aplausos mir todo el escenario; pero el gato no estaba.

Mis amigos, en vez de esperar el final, vinieron a verme en el intervalo y me contaron los elogios de la familia que se sentaba detrs de ellos y que tanto haba criticado en el concierto anterior. Tambin haban hablado con otros y haban resuelto darme un pequeo lunch despus del concierto.

Todo termin muy bien y me pidieron dos piezas fuera del programa. A la salida y entre un montn de gente, sent que una muchacha deca: "Cajita de Msica, es l."

EL BALCN

Haba una ciudad que a m me gustaba visitar en verano. En esa poca casi todo un barrio se iba a un balneario cercano. Una de las casas abandonadas era muy antigua; en ella haban instalado un hotel y apenas empezaba el verano la casa se pona triste, iba perdiendo sus mejores familias y quedaba habitada nada ms que por los sirvientes. Si yo me hubiera escondido detrs de ella y soltado un grito, ste enseguida se hubiese apagado en el musgo.El teatro donde yo daba los conciertos tambin tena poca gente y lo haba invadido el silencio: yo lo vea agrandarse en la gran tapa negra del piano. Al silencio le gustaba escuchar la msica; oa hasta la ltima resonancia y despus se quedaba pensando en lo que haba escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervena en la msica: pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones.

Al final de uno de esos conciertos, vino a saludarme un anciano tmido. Debajo de sus ojos azules se vea la carne viva y enrojecida de sus prpados cados; el labio inferior, muy grande y parecido a la baranda de un palco, daba vuelta alrededor de su boca entreabierta. De all sala una voz apagada y palabras lentas; adems, las iba separando con el aire quejoso de la respiracin.

Despus de un largo intervalo me dijo:

-Yo lamento que mi hija no pueda escuchar su msica.

No s por qu se me ocurri que la hija se habra quedado ciega; y enseguida me di cuenta que una ciega poda or, que ms bien poda haberse quedado sorda, o no estar en la ciudad; y de pronto me detuve en la idea de que podra haberse muerto. Sin embargo aquella noche yo era feliz; en aquella ciudad todas las cosas eran lentas, sin ruido yo iba atravesando, con el anciano, penumbras de reflejos verdosos.

De pronto me inclin hacia l -como en el instante en que deba cuidar de algo muy delicado- y se me ocurri preguntarle:

-Su hija no puede venir?

l dijo ah con un golpe de voz corto y sorpresivo; detuvo el paso, me mir a la cara y por fin le salieron estas palabras:

-Eso, eso; ella no puede salir. Usted lo ha adivinado. Hay noches que no duerme pensando que al da siguiente tiene que salir. Al otro da se levanta temprano, apronta todo y le viene mucha agitacin. Despus se le va pasando. Y al final se sienta en un silln y ya no puede salir.

La gente del concierto desapareci enseguida de las calles que rodeaban al teatro y nosotros entramos en el caf. l le hizo seas al mozo y le trajeron una bebida oscura en el vasito. Yo lo acompaara nada ms que unos instantes; tena que ir a cenar a otra parte. Entonces le dije:

-Es una pena que ella no pueda salir. Todos necesitamos pasear y distraernos.

l, despus de haber puesto el vasito en aquel labio tan grande y que no alcanz a mojarse, me explic:

-Ella se distrae. Yo compr una casa vieja, demasiado grande para nosotros dos, pero se halla en buen estado. Tiene un jardn con una fuente; y la pieza de ella tiene, en una esquina, una puerta que da sobre un balcn de invierno; y ese balcn da a la calle; casi puede decirse que ella vive en el balcn. Algunas veces tambin pasea por el jardn y algunas noches toca el piano. Usted podr venir a cenar a mi casa cuando quiera y le guardar agradecimiento.

Comprend enseguida; y entonces decidimos el da en que yo ira a cenar y a tocar el piano.

l me vino a buscar al hotel una tarde en que el sol todava estaba alto. Desde lejos, me mostr la esquina donde estaba colocado el balcn de invierno. Era en un primer piso. Se entraba por un gran portn que haba al costado de la casa y que daba a un jardn con una fuente de estatuillas que se escondan entre los yuyos. El jardn estaba rodeado por un alto paredn; en la parte de arriba le haban puesto pedazos de vidrio pegados con mezcla. Se suba a la casa por una escalinata colocada delante de una galera desde donde se poda mirar al jardn a travs de una vidriera. Me sorprendi ver, en el largo corredor, un gran nmero de sombrillas abiertas; eran de distintos colores y parecan grandes plantas de invernculo. Enseguida el anciano me explic:

-La mayor parte de estas sombrillas se las he regalado yo. A ella le gusta tenerlas abiertas para ver los colores. Cuando el tiempo est bueno elige una y da una vueltita por el jardn. En los das que hay viento no se puede abrir esta puerta porque las sombrillas se vuelan, tenemos que entrar por otro lado.

Fuimos caminando hasta un extremo del corredor por un techo que haba entre la pared y las sombrillas. Llegamos a una puerta, el anciano tamborile con los dedos en el vidrio y adentro respondi una voz apagada. El anciano me hizo entrar y enseguida vi a su hija de pie en medio del balcn de invierno; frente a nosotros y de espaldas a vidrios de colores. Slo cuando nosotros habamos cruzado la mitad del saln ella sali de su balcn y nos vino a alcanzar. Desde lejos ya vena levantando la mano y diciendo palabras de agradecimiento por mi visita. Contra la pared que reciba menos luz haba recostado un pequeo piano abierto, su gran sonrisa amarillenta pareca ingenua.

Ella se disculp por el hecho de no poder salir y sealando el balcn vaco, dijo:

-l es mi nico amigo.

Yo seal al piano y le pregunt:

-Y ese inocente, no es amigo suyo tambin?

Nos estbamos sentando en sillas que haba a los pies de ella. Tuve tiempo de ver muchos cuadritos de flores pintadas colocadas todos a la misma altura y alrededor de las cuatro paredes como si formaron un friso. Ella haba dejado abandonada en medio de su cara una sonrisa tan inocente como la del piano; pero su cabello rubio y desteido y su cuerpo delgado tambin parecan haber sido abandonados desde mucho tiempo. Ya empezaba a explicar por qu el piano no era tan amigo suyo como el balcn, cuando el anciano sali casi en puntas de pie. Ella sigui diciendo:

-El piano era un gran amigo de mi madre.

Yo hice un movimiento como para ir a mirarlo; pero ella, levantando una mano y abriendo los ojos, me detuvo:

-Perdone, preferira que probara el piano despus de cenar, cuando haya luces encendidas. Me acostumbr desde muy nia a or el piano nada ms que por la noche. Era cuando lo tocaba mi madre. Ella encenda las cuatro velas de los candelabros y tocaba notas tan lentas y tan separadas en el silencio como si tambin fuera encendiendo, uno por uno, los sonidos.

Despus se levant y pidindome permiso se fue al balcn; al llegar a l le puso los brazos desnudos en los vidrios como si los recostara sobre el pecho de otra persona. Pero enseguida volvi y me dijo:

-Cuando veo pasar varias veces a un hombre por el vidrio rojo casi siempre resulta que l es violento o de mal carcter.

No pude dejar de preguntarle:

-Y yo en qu vidrio ca?

-En el verde. Casi siempre les toca a las personas que viven solas en el campo.

-Casualmente a m me gusta la soledad entre plantas -le contest.

Se abri la puerta por donde yo haba entrado y apareci el anciano seguido por una sirvienta tan baja que yo no saba si era nia o enana. Su cara roja apareca encima de la mesita que ella misma traa en sus bracitos. El anciano me pregunt:

-Qu bebida prefiere?

Yo iba a decir ninguna, pero pens que se disgustara y le ped una cualquiera. A l le trajeron un vasito con la bebida oscura que yo le haba visto tomar a la salida del concierto. Cuando ya era del todo la noche fuimos al comedor y pasamos por la galera de las sombrillas; ella cambi algunas de lugar y mientras yo se las elogiaba se le llenaba la cara de felicidad.

El comedor estaba en un nivel ms bajo que la calle y a travs de pequeas ventanas enrejadas se vean los pies y las piernas de los que pasaban por la vereda. La luz, no bien sala de una pantalla verde, ya daba sobre un mantel blanco; all se haba reunido, como para una fiesta de recuerdos, los viejos objetos de la familia. Apenas nos sentamos, los tres nos quedamos callados un momento; entonces todas las cosas que haba en la mesa parecan formas preciosas del silencio. Empezaron a entrar en el mantel nuestros pares de manos: ellas parecan habitantes naturales de la mesa. Yo no poda dejar de pensar en la vida de las manos. Hara muchos aos, unas manos haban obligado a estos objetos de la mesa a tener una forma. Despus de mucho andar ellos encontraran colocacin en algn aparador. Estos seres de la vajilla tendran que servir a toda clase de manos. Cualquiera de ellas echara los alimentos en las caras lisas y brillosas de los platos; obligaran a las jarras a llenar y a volcar sus caderas; y a los cubiertos, a hundirse en la carne, a deshacerla y a llevar los pedazos a la boca. Por ltimo los seres de la vajilla eran baados, secados y conducidos a sus pequeas habitaciones. Algunos de estos seres podran sobrevivir a muchas parejas de manos; algunas de ellas seran buenas con ellos, los amaran y los llenaran de recuerdos, pero ellos tendran que seguir viviendo en silencio.

Haca un rato, cuando nos hallbamos en la habitacin de la hija de la casa y ella no haba encendido la luz -quera aprovechar hasta el ltimo momento el resplandor que vena de su balcn-, estuvimos hablando de los objetos. A medida que se iba la luz, ellos se acurrucaban en la sombra como si tuvieran plumas y se prepararan para dormir. Entonces ella dijo que los objetos adquiran alma a medida que entraban en relacin con las personas. Algunos de ellos antes haban sido otros y haban tenido otra alma (algunos que ahora tenan patas, antes haban tenido ramas, las teclas haban sido colmillos), pero su balcn haba tenido alma por primera vez cuando ella empez a vivir en l.

De pronto apareci en la orilla del mantel la cara colorada de la enana. Aunque ella meta con decisin sus bracitos en la mesa para que las manitas tomaran las cosas, el anciano y su hija le acercaban los platos a la orilla de la mesa. Pero al ser tomados por la enana, los objetos de la mesa perdan dignidad. Adems el anciano tena una manera apresurada y humillante de agarrar el botelln por el pescuezo y doblegarlo hasta que le sala vino.

Al principio la conversacin era difcil. Despus apareci dando campanadas un gran reloj de pie; haba estado marchando contra la pared situada detrs del anciano; pero yo me haba olvidado de su presencia. Entonces empezamos a hablar. Ella me pregunt:

-Usted no siente cario por las ropas viejas?

-Cmo no! Y de acuerdo a lo que usted dijo de los objetos, los trajes son los que han estado en ms estrecha relacin con nosotros -aqu yo me re y ella se qued seria-; y no me parecera imposible que guardaran de nosotros algo ms que la forma obligada del cuerpo y alguna emanacin de la piel.

Pero ella no me oa y haba procurado interrumpirme como alguien que intenta entrar a saltar cuando estn torneando la cuerda. Sin duda me haba hecho la pregunta pensando en lo que respondera ella.

Por fin dijo:

-Yo compongo mis poesas despus de estar acostada -ya, en la tarde, haba hecho alusin a esas poesas- y tengo un camisn blanco que me acompaa desde mis primeros poemas. Algunas noches de verano voy con l al balcn. El ao pasado le dediqu una poesa.

Haba dejado de comer y no se le importaba que la enana metiera los bracitos en la mesa. Abri los ojos como ante una visin y empez a recitar:

-A mi camisn blanco.

Yo endureca todo el cuerpo y al mismo tiempo atenda a las manos de la enana. Sus deditos, muy slidos, iban arrollados hasta los objetos, y slo a ltimo momento se abran para tomarlos.

Al principio yo me preocupaba por demostrar distintas maneras de atender; pero despus me qued haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza, que coincida con la llegada del pndulo a uno de los lados del reloj. Esto me dio fastidio; y tambin me angustiaba el pensamiento de que pronto ella terminara y yo no tena preparado nada para decirle; adems, al anciano le haba quedado un poco de acelga en el borde del labio inferior y muy cerca de la comisura.

La poesa era cursi, pero pareca bien medida; con camisn no rimaba ninguna de las palabras que yo esperaba; le dira que el poema era fresco. Yo miraba al anciano y al hacerlo me haba pasado la lengua por el labio inferior, pero l escuchaba a la hija. Ahora yo empezaba a sufrir porque el poema no terminaba. De pronto dijo balcn para rimar con camisn, y ah termin el poema.

Despus de las primeras palabras, yo me escuchaba con serenidad y daba a los dems la impresin de buscar algo que ya estaba a punto de encontrar:

-Me llama la atencin -comenc- la calidad de adolescencia que le ha quedado en el poema. Es muy fresco y...

Cuando yo haba empezado a decir es muy fresco, ella tambin empezaba a decir:

-Hice otro...

Yo me sent desgraciado; pensaba en m con un egosmo traicionero. Lleg la enana con otra fuente y me serv con desenfado una buena cantidad. No quedaba ningn prestigio: ni el de los objetos de la mesa, ni el de la poesa, ni el de la casa que tena encima, con el corredor de las sombrillas, ni el de la hiedra que tapaba todo un lado de la casa. Para peor, yo me senta separado de ellos y coma en forma canallesca; no haba una vez que el anciano no manoteara el pescuezo del botelln que no encontrara mi copa vaca.

Cuando ella termin el segundo poema, yo dije:

-Si esto no estuviera tan bueno -yo sealaba el plato- le pedira que me dijera otro.

Enseguida el anciano dijo:

-Primero ella deba comer. Despus tendr tiempo.

Yo empezaba a ponerme cnico, y en aquel momento no se me hubiera importado dejar que me creciera una gran barriga. Pero de pronto sent como una necesidad de agarrarme del saco de aquel pobre viejo y tener para l un momento de generosidad. Entonces sealndole el vino le dije que haca poco me haban hecho un cuento de un borracho. Se lo cont, y al terminar los dos empezaron a rerse desesperadamente; despus yo segu contando otros. La risa de ella era dolorosa; pero me peda por favor que siguiera contando cuentos; la boca se le haba estirado para los lados como un tajo impresionante; las patas de gallo se le haban quedado prendidas en los ojos llenos de lgrimas, y se apretaba las manos juntas entre las rodillas. El anciano tosa y haba tenido que dejar el botelln antes de llenar la copa. La enana se rea haciendo como un saludo de medio cuerpo.

Milagrosamente todos habamos quedado unidos y yo no tena el menor remordimiento.

Esa noche no toqu el piano. Ellos me rogaron que me quedara, y me llevaron a un dormitorio que estaba al lado de la casa que tena enredaderas de hiedra. Al comenzar a subir la escalera, me fij que del reloj de pie sala un cordn que iba siguiendo a la escalera, en todas sus vueltas. Al llegar al dormitorio, el cordn entraba y terminaba atado en una de las pequeas columnas del dosel de mi cama. Los muebles eran amarillos, antiguos, y la luz de una lmpara haca brillar sus vientres. Yo puse mis manos en mi abdomen y mir el del anciano. Sus ltimas palabras de aquella noche haban sido para recomendarme:

-Si usted se siente desvelado y quiere saber la hora, tire de este cordn. Desde aqu oir el reloj del comedor; primero le dar las horas y, despus de un intervalo, los minutos.

De pronto se empez a rer, y se fue dndome las buenas noches. Sin duda se acordara de uno de los cuentos, el de un borracho que conversaba con un reloj.

Todava el anciano haca crujir la escalera de madera con sus pasos pesados, cuando yo ya me senta solo con mi cuerpo. l -mi cuerpo- haba atrado hacia s todas aquellas comidas y todo aquel alcohol como un animal tragando a otros; y ahora tendra que luchar con ellos toda la noche. Lo desnud completamente y lo hice pasear descalzo por la habitacin.

Enseguida de acostarme quise saber qu cosa estaba haciendo yo con mi vida en aquellos das; recib de la memoria algunos acontecimientos de los das anteriores, y pens en personas que estaban muy lejos de all. Despus empec a deslizarme con tristeza y con cierta impudicia por algo que era como las tripas del silencio.

A la maana siguiente hice un recorrido sonriente y casi feliz de las cosas de mi vida. Era muy temprano; me vest lentamente y sal a un corredor que estaba a pocos metros sobre el jardn. De este lado tambin haba yuyos altos y rboles espesos. O conversar al anciano y a su hija, y descubr que estaban sentados en un banco colocado bajo mis pies. Entend primero lo que deca ella:

-Ahora rsula sufre ms; no slo quiere menos al marido, sino que quiere ms al otro.

El anciano pregunt:

-Y no puede divorciarse?

-No; porque ella quiere a los hijos, y los hijos quieren al marido y no quieren al otro.

Entonces el anciano dijo con mucha timidez:

-Ella podra decir a los hijos que el marido tiene varias amantes.

La hija se levant enojada:

-Siempre el mismo, t! Cundo comprenders a rsula! Ella es incapaz de hacer eso!

Yo me qued muy intrigado. La enana no poda ser -se llamaba Tamarinda-. Ellos vivan, segn me haba dicho el anciano, completamente solos. Y esas noticias? Las habran recibido en la noche? Despus del enojo, ella haba ido al comedor y al rato sali al jardn bajo una sombrilla color salmn con volados de gasas blancas. A medioda no vino a la mesa. El anciano y yo comimos poco y tomamos poco vino. Despus yo sal para comprar un libro a propsito para ser ledo en una casa abandonada entre los yuyos, en una noche muda y despus de haber comido y bebido en abundancia.

Cuando iba de vuelta, pas frente al balcn, un poco antes que yo, un pobre negro viejo y rengo, con un sombrero verde de alas tan anchas como las que usan los mejicanos.

Se vea una mancha blanca de carne, apoyada en el vidrio verde del balcn.

Esa noche, apenas nos sentamos a la mesa, yo empec a hacer cuentos, y ella no recit.

Las carcajadas que soltbamos el anciano y yo nos servan para ir acomodando cantidades brutales de comida y de vinos.

Hubo un momento en que nos quedamos silenciosos. Despus, la hija nos dijo:

-Esta noche quiero or msica. Yo ir antes a mi habitacin y encender las velas del piano. Hace ya mucho tiempo que no se encienden. El piano, ese pobre amigo de mam, creer que es ella quien lo ir a tocar.

Ni el anciano ni yo hablamos una palabra ms. Al rato vino Tamarinda a decirnos que la seorita nos esperaba.

Cuando fui a hacer el primer acorde, el silencio pareca un animal pesado que hubiera levantado una pata. Despus del primer acorde salieron sonidos que empezaron a oscilar como la luz de las velas. Hice otro acorde como si adelantara otro paso. Y a los pocos instantes, y antes que yo tocara otro acorde ms, estall una cuerda. Ella dio un grito. El anciano y yo nos paramos; l fue hacia su hija, que se haba tapado los ojos, y la empez a calmar dicindole que las cuerdas estaban viejas y llenas de herrumbre. Pero ella segua sin sacarse las manos de los ojos y haciendo movimientos negativos con la cabeza. Yo no saba qu hacer; nunca se me haba reventado una cuerda. Ped permiso para ir a mi cuarto, y al pasar por el corredor tena miedo de pisar una sombrilla.

A la maana siguiente llegu tarde a la cita del anciano y la hija en el banco del jardn, pero alcanc a or que la hija deca:

-El enamorado de rsula trajo puesto un gran sombrero verde de alas anchsimas.

Yo no poda pensar que fuera aquel negro viejo y rengo que haba visto pasar en la tarde anterior; ni poda pensar en quin traera esas noticias por la noche.

Al medioda, volvimos a almorzar el anciano y yo solos. Entonces aprovech para decirle:

-Es muy linda la vista desde el corredor. Hoy no me qued ms porque ustedes hablaban de una rsula, y yo tema ser indiscreto.

El anciano haba dejado de comer, y me haba preguntado en voz alta:

-Usted oy?

Vi el camino fcil para la confidencia, y le contest:

-S, o todo, pero no me explico cmo rsula puede encontrar buen mozo a ese negro viejo y rengo que ayer llevaba el sombrero verde de alas tan anchas!

-Ah! -dijo el anciano-, usted no ha entendido. Desde que mi hija era casi una nia me obligaba a escuchar y a que yo interviniera en la vida de personajes que ella inventaba. Y siempre hemos seguido sus destinos como si realmente existieran y recibiramos noticias de sus vidas. Ellas les atribuye hechos y vestimentas que percibe desde el balcn. Si ayer vio pasar a un hombre de sombrero verde, no se extrae que hoy se lo haya puesto a uno de sus personajes. Yo soy torpe para seguirle esos inventos, y ella se enoja conmigo. Por qu no la ayuda usted? Si quiere yo...

No lo dej terminar:

-De ninguna manera, seor. Yo inventara cosas que le haran mucho dao.

A la noche ella tampoco vino a la mesa. El anciano y yo comimos, bebimos y conversamos hasta muy tarde de la noche.

Despus que me acost sent crujir una madera que no era de los muebles. Por fin comprend que alguien suba la escalera. Y a los pocos instantes llamaron suavemente a mi puerta. Pregunt quin era, y la voz de la hija me respondi:

-Soy yo; quiero conversar con usted.

Encend la lmpara, abr una rendija de la puerta y ella me dijo:

-Es intil que tenga la puerta entornada; yo veo por la rendija del espejo, y el espejo lo refleja a usted desnudito detrs de la puerta.

Cerr enseguida y le dije que esperara. Cuando le indiqu que poda entrar, abri la puerta de entrada y se dirigi a otra que haba en mi habitacin y que yo nunca pude abrir. Ella la abri con la mayor facilidad y entr a tientas en la oscuridad de otra habitacin que yo no conoca. Al momento sali de all con una silla que coloc al lado de mi cama. Se abri una capa azul que traa puesta y sac un cuaderno de versos. Mientras ella lea yo haca un esfuerzo inmenso para no dormirme; quera levantar los prpados y no poda; en vez, daba vuelta para arriba los ojos y deba parecer un moribundo. De pronto ella dio un grito como cuando se revent la cuerda del piano; y yo salt de la cama. En medio del piso haba una araa grandsima. En el momento que yo la vi ya no caminaba, haba crispado tres de sus patas peludas, como si fuera a saltar. Despus yo le tir los zapatos sin poder acertarle. Me levant, pero ella me dijo que no me acercara, que esa araa saltaba. Yo tom la lmpara, fui dando la vuelta a la habitacin cerca de las paredes hasta llegar al lavatorio, y desde all le tir con el jabn, con la tapa de la jabonera, con el cepillo, y slo acert cuando le tir con la jabonera. La araa arroll las patas y qued hecha un pequeo ovillo de lana oscura. La hija del anciano me pidi que no le dijera nada al padre porque l se opona a que ella trabajara o leyera hasta tan tarde. Despus que ella se fue, revent la araa con el taco del zapato y me acost sin apagar la luz. Cuando estaba por dormirme, arroll sin querer los dedos de los pies; esto me hizo pensar en que la araa estaba all, y volv a dar un salto.

A la maana siguiente vino el anciano a pedirme disculpas por la araa. Su hija se lo haba contado todo. Yo le dije al anciano que nada de aquello tena la menor importancia, y para cambiar de conversacin le habl de un concierto que pensaba dar por esos das en una localidad vecina. l crey que eso era un pretexto para irme, y tuve que prometerle volver despus del concierto.

Cuando me fui, no pude evitar que la hija me besara una mano; yo no saba qu hacer. El anciano y yo nos abrazamos, y de pronto sent que l me besaba cerca de una oreja.

No alcanc a dar el concierto. Recib a los pocos das un llamado telefnico del anciano. Despus de las primeras palabras, me dijo:

-Es necesaria su presencia aqu.

-Ha ocurrido algo grave?

-Puede decirse que una verdadera desgracia.

-A su hija?

-No.

-A Tamarinda?

-Tampoco. No se lo puedo decir ahora. Si puede postergar el concierto venga en el tren de las cuatro y nos encontraremos en el Caf del Teatro.

-Pero su hija est bien?

-Est en la cama. No tiene nada, pero no quiere levantarse ni ver la luz del da; vive nada ms que con la luz artificial, y ha mandado cerrar todas las sombrillas.

-Bueno. Hasta luego.

En el Caf del Teatro haba mucho barullo, y fuimos a otro lado. El anciano estaba deprimido, pero tom enseguida las esperanzas que yo le tenda. Le trajeron la bebida oscura en el vasito, y me dijo:

-Anteayer haba tormenta, y a la tardecita nosotros estbamos en el comedor. Sentimos un estruendo, y enseguida nos dimos cuenta que no era la tormenta. Mi hija corri para su cuarto y yo fui detrs. Cuando yo llegu ella ya haba abierto las puertas que dan al balcn, y se haba encontrado nada ms que con el cielo y la luz de la tormenta. Se tap los ojos y se desvaneci.

-As que le hizo mal esa luz?

-Pero, mi amigo! Usted no ha entendido?

-Qu?

-Hemos perdido el balcn! El balcn se cay! Aquella no era la luz del balcn!

-Pero un balcn...

Ms bien me call la boca. l me encarg que no le dijera a la hija ni una palabra del balcn. Y yo, qu hara? El pobre anciano tena confianza en m. Pens en las orgas que vivimos juntos. Entonces decid esperar blandamente a que se me ocurriera algo cuando estuviera con ella.

Era angustioso ver el corredor sin sombrillas.

Esa noche comimos y bebimos poco. Despus fui con el anciano hasta la cama de la hija y enseguida l sali de la habitacin. Ella no haba dicho ni una palabra, pero apenas se fue el anciano mir hacia la puerta que daba al vaco y me dijo:

-Vio cmo se nos fue?

-Pero, seorita! Un balcn que se cae...

-l no se cay. l se tir.

-Bueno, pero...

-No slo yo lo quera a l; yo estoy segura de que l tambin me quera a m; l me lo haba demostrado.

Yo baj la cabeza. Me senta complicado en un acto de responsabilidad para el cual no estaba preparado. Ella haba empezado a volcarme su alma y yo no saba cmo recibirla ni qu hacer con ella.

Ahora la pobre muchacha estaba diciendo:

-Yo tuve la culpa de todo. l se puso celoso la noche que yo fui a su habitacin.

-Quin?

-Y quin va a ser? El balcn, mi balcn.

-Pero, seorita, usted piensa demasiado en eso. l ya estaba viejo. Hay cosas que caen por su propio peso.

Ella no me escuchaba, y segua diciendo:

-Esa misma noche comprend el aviso y la amenaza.

-Pero escuche, cmo es posible que?...

-No se acuerda quin me amenaz?... Quin me miraba fijo tanto rato y levantando aquellas tres patas peludas?

-Oh!, tiene razn. La araa!

-Todo eso es muy suyo.

Ella levant los prpados. Despus ech a un lado las cobijas y se baj de la cama en camisn. Iba hacia la puerta que daba al balcn, y yo pens que se tirara al vaco. Hice un ademn para agarrarla; pero ella estaba en camisn. Mientras yo qued indeciso, ella haba definido su ruta. Se diriga a una mesita que estaba al lado de la puerta que daba hacia al vaco. Antes que llegara a la mesita, vi el cuaderno de hule negro de los versos.

Entonces ella se sent en una silla, abri el cuaderno y empez a recitar:

-La viuda del balcn...EL CORAZN VERDEHoy he pasado, en esta pieza, horas felices. No importa que haya dejado la mesa llena de pinchazos. Lo nico que siento es tener que cambiar el diario que la cubre; hace tiempo que est puesto y le he tomado simpata; es de un color verdoso, las letras grandes de los ttulos son de color naranja y tiene la fotografa de unos quintillizos. Cuando la tarde estaba terminando y se apagaba un poco el gran calor, yo vena hacia mi pieza cansado de caminar. Haba ido a pagar una cuota de un sobretodo comprado en invierno. Estaba un poco decepcionado de la vida pero tena cuidado de que no me pisaran los vehculos; pensaba en mi pieza y record las cabecitas peladas de los quintillizos como si fueran las yemas de cinco dedos. Cuando ya estaba en mi cuarto con los brazos desnudos sobre el diario verde y un pequeo crculo de luz daba sobre los libros de colores, abr una caja de lpices y saqu mi alfiler de corbata. Lo di vuelta entre mis manos hasta que se me cansaron los dedos y distradamente pinchaba el diario en los ojos de los quintillizos.Primero ese alfiler haba sido una pequea piedra verde que el mar haba desgastado dndole forma de corazn; despus la haban puesto en un prendedor y el corazn haba quedado emplomado entre el cuadriltero del tamao de un diente de caballo. Al principio, mientras yo le daba vuelta entre mis dedos, pensaba en cosas que no tenan que ver con l; pero de pronto l me empez a traer a mi madre, despus a un tranva a caballos, una tapa de botelln, un tranva elctrico, mi abuela, una seora francesa que se pona un gorro de papel y siempre estaba llena de plumitas sueltas; su hija, que se llamaba Ivonne y le daba un hipo tan fuerte como un grito, un muerto que haba sido vendedor de gallinas, un barrio sospechoso de una ciudad de la Argentina y donde en un invierno yo dorma en el suelo y me tapaba con diarios, otro barrio aristocrtico de otra ciudad donde yo dorma como un prncipe y me tapaba con muchas frazadas, y, por ltimo, un and1 y un mozo de caf.

Todos estos recuerdos vivan en algn lugar de mi persona como en un pueblito perdido: l se bastaba a s mismo y no tena comunicacin con el resto del mundo. Desde haca muchos aos all no haba nacido ninguno ni se haba muerto nadie. Los fundadores haban sido recuerdos de la niez. Despus, a los muchos aos, vinieron unos forasteros: eran recuerdos de la Argentina. Esta tarde tuve la sensacin de haber ido a descansar a ese pueblito como si la miseria me hubiera dado unas vacaciones.

En muchos aos de mi niez nosotros vivamos en la falda del Cerro. La gente que suba la calle de mi casa llevaba el cuerpo echado hacia adelante y pareca que fuera buscando algo entre las piedras; y al bajar llevaban el cuerpo echado hacia atrs, parecan orgullosos y tropezaban con las piedras. De tarde mi ta me llevaba a unos morros que estaban cerca de la fortaleza. Desde all se vean los barcos del dique, con muchos palos grandes y chicos con espinas de pescados. Cuando en la fortaleza tiraban el caonazo de la entrada del sol, mi ta y yo empezbamos a bajar.

Una tarde mi madre me dijo que me llevara a casa de una abuela que viva en la drsena y que vera un tren elctrico; sin embargo esa maana yo me haba portado mal; me haban mandado a buscar almidn en caja; pero yo lo traje suelto y me retaron; al ratito me mandaron a buscar yerba y como yo la quera en caja, los almaceneros, que eran amigos de casa, me la pusieron en una caja de botines; pero yo haba cometido otra falta: me volv a casa con "la plata" y me retaron porque no haba pagado; al rato me mandaron a buscar fideos con un peso; yo traje los fideos pero no quise traer el cambio porque eso era traer la plata y me retaran; en casa se alarmaron porque no haba trado el cambio y me mandaron a buscarlo; entonces los almaceneros escribieron en un papelito algo que tranquiliz a mam. Deca: "El cambio est entre los fideos."

Esa tarde todas las mujeres de casa quisieron ponerme un gran cuello almidonado que iba prendido a la camisa con botones de metal; la nica que pudo fue otra abuela -sta no viva en la drsena ni llevaba en el pecho el corazn verde-; sta tena los dedos rechonchos y calientes y al metrmelos en el pescuezo para prenderme el cuello me haba pellizcado la piel; yo me ahogu dos o tres veces y me haban venido arcadas.

Cuando salimos a la calle el sol haca brillar mis zapatos de charol y a m me daba pena tropezar con todas las piedras del camino; mi madre me llevaba de la mano y casi corriendo. Pero yo estaba contento y, cuando ella no contestaba a mis preguntas, me contestaba yo. De pronto ella me dijo:

-Cllate la boca; pareces el loco de siete cuernos.

Y enseguida pasamos por lo del loco. Era una casa sin revocar y muy vieja. En la reja de una ventana haba latas atadas con alambres y detrs gritaba continuamente el loco llamando a la gente que pasaba. l era grande, gordo y tena una camisa a cuadros. A veces vena la mujer, que era chiquita y flaca, para hacerlo callar; pero enseguida l segua gritando y de pronto los gritos eran roncos.

Despus cruzamos frente a la carnicera: yo pasaba all maanas enteras esperando que me despacharan; la gente estaba callada; pero un mirlo cantaba fuerte, siempre el mismo canto, y yo me aburra mucho.

Al pie del Cerro estaba la calle donde pasaba el tren de caballos; primero se oa la corneta y despus el ruido de los caballos, las cadenas y el ltigo largo para alcanzar al cadenero. Yo me hinchaba en uno de los dos asientos largos para estar frente a la ventanilla. Y mucho rato despus me tena que tapar las narices porque pasbamos por los frigorficos que haba cerca de un arroyo. A veces, cuando el tren y los caballos hacan ruido sobre el puente, yo me olvidaba de taparme la nariz y enseguida senta el olor. Esa tarde nos bajamos en el Paso Molino y mi madre entr en una confitera a conversar con la duea. Pasado un largo rato, la confitera dijo:

-Su nio mira los caramelos.

Y sealando los boyones me preguntaba:

-Quieres de stos?... De estos otros?

Yo le dije a mi madre que quera la tapa del boyn. Se rieron y la confitera me trajo la tapa de otro que se haba roto haca poco. Mi madre no quera que yo fuera con aquello por la calle; pero la confitera lo envolvi, lo at y le puso un palito para agarrarlo.

Cuando salimos era de nochecita y yo vi en medio de la calle un zagun iluminado; mientras mi madre me llevaba hacia l yo miraba los vidrios de colores. Ella me deca que era un tren elctrico. Pero como yo lo vea de la parte de atrs segua pensando que era un zagun. En ese instante tocaron un timbre, el "zagun" solt un suspiro fuerte y empez a resbalar despacio hacia adelante. Al principio apenas se mova y las personas que alcanc a ver dentro de l iban quietas como muecos dentro de una vidriera. Nosotros no llegamos a tiempo y al ratito el zagun iba lejos y dio vuelta por entre unos rboles.

La casa de mi abuela quedaba en una calle cerca del puerto. Se entraba por un patio largo y tenamos que subir escaleras. Despus pasamos por un comedor donde haba una mesa con una fuente de pasteles. Mi madre me haba encargado que no pidiera; entonces yo le dije a mi abuela:

-Si me dan, pido; si no, no.

A mi abuela le hizo mucha gracia y en una de las veces que me fue a besar le vi el corazn verde, se lo ped y ella no me lo dio. Antes de cenar me dejaron jugar con una chiquilina que se llamaba Ivonne. La madre tena en la cabeza un gorro de papel de diario y toda la cara y la paoleta llenas de plumitas blancas muy chiquitas.

Esa noche antes de dormir vi en la pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas. Despus no me despert a pesar de que todos se levantaron por el ruido que hizo la tapa del boyn cuando se resbal de abajo de la almohada y se cay al suelo. Al otro da, cuando tomaba el caf con leche, senta a cada momento un grito raro y me dijeron que era el hipo de Ivonne; pareca que ella lo hiciera por gusto. Esa maana ella me convid para ir a ver un muerto en las piezas del fondo. La madre no quera dejarla ir porque tena hipo. Yo miraba el gorro de papel de la madre y esa maana el color de las plumitas era violeta. Enseguida pens en el muerto. Ivonne le deca a la madre:

-Mam, es un muerto de confianza; es aquel viejito que venda gallinas.

Ivonne me dio la mano y me llev; yo tena miedo y no soltaba la mano. El viejito estaba solo y tapado con un tul. Ivonne no slo soltaba los gritos del hipo sino que quera apagar todas las velas que haba alrededor del cajn. De pronto entr la madre, la agarr de un brazo y la sac corriendo; y como yo estaba fuertemente agarrado a la mano de Ivonne, a m tambin me llevaron.

Aquella misma maana mi abuela me regal el corazn verde; y hace pocos aos, nuevos hechos vinieron a juntarse a esos recuerdos.

Yo estaba en una ciudad de la Argentina donde el encargado de arreglar mis conciertos haba cometido errores desde el principio y al final no se haba podido hacer nada. Mientras tanto tuve tiempo de ir descendiendo por todas las categoras de los hoteles del centro y al fin haba cado en un barrio sospechoso de los suburbios, donde un amigo alquil una pieza. A l los padres le haban mandado una cama y l me cedi un colchn. Haca mucho fro y yo haba gastado la mayor parte de mi dinero en comprar diarios viejos: los pona abiertos encima de una cobija fina y arriba de ellos un sobretodo que me haba prestado el encargado de mis conciertos. Una noche despert a mi amigo con un grito feroz; yo tambin me despert y me encontr poniendo una almohada en la pared: estaba soando que all haba un agujero donde apareca sonriendo un loco que tena en la cabeza un gorro de papel de diario. Y despus de pensar mucho en eso -no quera volver a dormirme porque tena miedo de repetir la pesadilla- record el gorro de la mam de Ivonne.

A los pocos das paseaba con tristeza entre las luces del centro de la ciudad, y de pronto decid empear el corazn verde para ir al cine. Esa noche, despus de la funcin me anim a pedirle dinero a otro amigo que tena en Buenos Aires; ya le deba mucho, pero ahora me arriesgara porque tena casi arreglado un concierto en una ciudad vecina. Esa misma noche volv a pensar en el gorro de la mam de Ivonne y decid mandarle preguntar a la ma qu haca aquella seora con las plumitas y el gorro de papel de diario. Es posible que mi madre lo hubiera sabido. Tambin le dije que yo recordaba haber visto que la seora tironeaba algo que tena en las faldas y yo haba pensado que desplumaba a un animalito.

Cuando vino el dinero, rescat el corazn verde y me fui a la ciudad vecina. All todo fue bien desde el principio y pude hospedarme en un hotel cmodo. Me haban dado una pieza con tres camas, una de matrimonio y dos de una plaza. Yo quera una pieza para m solo y yo poda elegir la cama que quisiera. A la noche, despus de una cena ms bien exagerada, eleg la cama de matrimonio y puse en ella las frazadas de todas las camas. Los muebles eran de una vejez muy oscura y los espejos eran borrosos y vean mal la luz.

La tarde que di el primer concierto, tuve tiempo -antes que se cerraran los negocios- de comprar libros, lpices de colores para subrayarlos y un ndice muy lindo al que despus le buscara aplicacin. Apenas cen y me met con los libros en la cama de matrimonio, pens en el cine y no pude resistir a la tentacin: me vest de nuevo y fui a ver una pelcula vieja en que unos enamorados se daban besos largos. Era muy feliz y no quera acostarme; fui a un caf donde haba un and muy manso que vagaba a pasos lentos entre las mesas. Yo estaba distrado mirndolo y dando vuelta entre los dedos al alfiler de corbata cuando el and vino apresuradamente hacia m, me sac de un picotn el corazn verde y se lo trag. Mis ojos miraban con desesperacin el alfiler bajando, como un bulto dentro de una media, por el cuello del and; hubiera querido hacerlo correr hacia arriba; pero lleg el mozo del caf y me dijo:

-No se preocupe.

-Pero, seor! Si es un viejo recuerdo de familia!

-Escuche, caballero -me deca el mozo levantando una mano como el vigilante que detiene un vehculo-: el and se ha tragado muchas cosas y siempre las ha devuelto. Qudese tranquilo, que maana o pasado yo le entregar su alfiler como si nada hubiera ocurrido.

Al otro da vi en los diarios las crnicas de mis conciertos. Pero uno de ellos traa en primera plana un ttulo que deca: "La estada del pianista depende del and." Y el artculo estaba lleno de bromas.

Ese mismo da recib carta de mi madre en que me deca que la mam de Ivonne haca cisnes de polvera, que los haca de todos los colores y que los tironeos seran para sacar las plumitas del paquete, porque a veces venan muy apretadas.

Al otro da el mozo del caf me trajo el alfiler y me dijo:

-Ya le haba dicho yo, seor; el and es muy serio y devuelve todo.

Para otra vez que vaya a descansar a ese pueblito de recuerdos, tal vez me encuentre con que la poblacin ha aumentado; casi seguro que all estar aquel diario verde y los quintillizos a quienes les pinch los ojos con el alfiler.

EL COCODRILOn una noche de otoo haca calor hmedo y yo fui a una ciudad que me era casi desconocida; la poca luz de las calles estaba atenuada por la humedad y por algunas hojas de los rboles. Entr a un caf que estaba cerca de una iglesia, me sent a una mesa del fondo y pens en mi vida. Yo saba aislar las horas de felicidad y encerrarme en ellas; primero robaba con los ojos cualquier cosa descuidada de la calle o del interior de las casas y despus la llevaba a mi soledad. Gozaba tanto al repasarla que si la gente lo hubiera sabido me hubiera odiado. Tal vez no me quedara mucho tiempo de felicidad. Antes yo haba cruzado por aquellas ciudades dando conciertos de piano; las horas de dicha haban sido escasas, pues viva en la angustia de reunir gentes que quisieran aprobar la realizacin de un concierto; tena que coordinarlos, influirlos mutuamente y tratar de encontrar algn hombre que fuera activo. Casi siempre eso era como luchar con borrachos lentos y distrados: cuando lograba traer uno el otro se me iba. Adems yo tena que estudiar y escribirme artculos en los diarios.Desde haca algn tiempo ya no tena esa preocupacin: alcanc a entrar en una gran casa de medias para mujer. Haba pensado que las medias eran ms necesarias que los conciertos y que sera ms fcil colocarlas. Un amigo mo le dijo al gerente que yo tena muchas relaciones femeninas, porque era concertista de piano y haba recorrido muchas ciudades: entonces, podra aprovechar la influencia de los conciertos para colocar medias.

El gerente haba torcido el gesto; pero acept, no slo por la influencia de mi amigo, sino porque yo haba sacado el segundo premio en las leyendas de propaganda para esas medias. Su marca era "Ilusin". Y mi frase haba sido: "Quin no acaricia, hoy, una media Ilusin?". Pero vender medias tambin me resultaba muy difcil y esperaba que de un momento a otro me llamaran de la casa central y me suprimieran el vitico. Al principio yo haba hecho un gran esfuerzo. (La venta de medias no tena nada que ver con mis conciertos: y yo tena que entendrmelas nada ms que con los comerciantes). Cuando encontraba antiguos conocidos les deca que la representacin de una gran casa comercial me permita viajar con independencia y no obligar a mis amigos a patrocinar conciertos cuando no eran oportunos. Jams haban sido oportunos mis conciertos. En esta misma ciudad me haban puesto pretextos poco comunes: el presidente del Club estaba de mal humor porque yo lo haba hecho levantar de la mesa de juego y me dijo que habiendo muerto una persona que tena muchos parientes, media ciudad estaba enlutada. Ahora yo les deca: estar unos das para ver si surge naturalmente el deseo de un concierto; pero le produca mala impresin el hecho de que un concertista vendiera medias. Y en cuanto a colocar medias, todas las maanas yo me animaba y todas las noches me desanimaba; era como vestirse y desnudarse. Me costaba renovar a cada instante cierta fuerza grosera necesaria para insistir ante comerciantes siempre apurados. Pero ahora me haba resignado a esperar que me echaran y trataba de disfrutar mientras me duraba el vitico.

De pronto me di cuenta que haba entrado al caf un ciego con un arpa; yo le haba visto por la tarde. Decid irme antes de perder la voluntad de disfrutar de la vida; pero al pasar cerca de l volv a verlo con un sombrero de alas mal dobladas y dando vuelta los ojos hacia el cielo mientras haca el esfuerzo de tocar; algunas cuerdas del arpa estaban aadidas y la madera clara del instrumento y todo el hombre estaban cubiertos de una mugre que yo nunca haba visto. Pens en m y sent depresin.

Cuando encend la luz en la pieza de mi hotel, vi mi cama de aquellos das. Estaba abierta y sus varillas niqueladas me hacan pensar en una loca joven que se entregaba a cualquiera. Despus de acostado apagu la luz pero no poda dormir. Volv a encendera y la bombita se asom debajo de la pantalla como el globo de un ojo bajo un prpado oscuro. La apagu en seguida y quise pensar en el negocio de las medias pero segu viendo por un momento, en la oscuridad, la pantalla de luz. Se haba convertido a un color claro; despus, su forma, como si fuera el alma en pena de la pantalla, empez a irse hacia un lado y a fundirse en lo oscuro. Todo eso ocurri en el tiempo que tardara un secante en absorber la tinta derramada.

Al otro da de maana, despus de vestirme y animarme, fui a ver si el ferrocarril de la noche me haba trado malas noticias. No tuve carta ni telegrama. Decid recorrer los negocios de una de las calles principales. En la punta de esa calle haba una tienda. Al entrar me encontr en una habitacin llena de trapos y chucheras hasta el techo. Slo haba un maniqu desnudo, de tela roja, que en vez de cabeza tena una perilla negra. Golpe las manos y en seguida todos los trapos se tragaron el ruido. Detrs del maniqu apareci una nia, como de diez aos, que me dijo con mal modo:

-Qu quieres?

-Est el dueo?

-No hay dueo. La que manda es mi mam.

-Ella no est?

-Fue a lo de doa Vicenta y viene en seguida.

Apareci un nio como de tres aos. Se agarr de la pollera de la hermana y se quedaron un rato en fila, el maniqu, la nia y el nio. Yo dije:

-Voy a esperar.

La nia no contest nada. Me sent en un cajn y empec a jugar con el hermanito. Record que tena un chocolatn de los que haba comprado en el cine y lo saqu del bolsillo. Rpidamente se acerc el chiquiln y me lo quit. Entonces yo me puse las manos en la cara y fing llorar con sollozos. Tena tapados los ojos y en la oscuridad que haba en el hueco de mis manos abr pequeas rendijas y empec a mirar al nio. l me observaba inmvil y yo cada vez lloraba ms fuerte. Por fin l se decidi a ponerme el chocolatn en la rodilla. Entonces yo me re y se lo di. Pero al mismo tiempo me di cuenta que yo tena la cara mojada.

Sal de all antes que viniera la duea. Al pasar por una joyera me mir en un espejo y tena los ojos secos. Despus de almorzar estuve en el caf; pero vi al ciego del arpa revolear los ojos hacia arriba y sal en seguida. Entonces fui a una plaza solitaria de un lugar despoblado y me sent en un banco que tena enfrente un muro de enredaderas. All pens en las lgrimas de la maana. Estaba intrigado por el hecho de que me hubieran salido; y quise estar solo como si me escondiera para hacer andar un juguete que sin querer haba hecho funcionar, haca pocas horas. Tena un poco de vergenza ante m mismo de ponerme a llorar sin tener pretexto, aunque fuera en broma, como lo haba tenido en la maana. Arrugu la nariz y los ojos, con un poco de timidez para ver si me salan las lgrimas; pero despus pens que no debera buscar el llanto como quien escurre un trapo; tendra que entregarme al hecho con ms sinceridad; entonces me puse las manos en la cara. Aquella actitud tuvo algo de serio; me conmov inesperadamente; sent como cierta lstima de m mismo y las lgrimas empezaron a salir. Haca rato que yo estaba llorando cuando vi que de arriba del muro venan bajando dos piernas de mujer con medias "Ilusin" semibrillantes. Y en seguida not una pollera verde que se confunda con la enredadera. Yo no haba odo colocar la escalera. La mujer estaba en el ltimo escaln y yo me sequ rpidamente las lgrimas; pero volv a poner la cabeza baja y como si estuviese pensativo. La mujer se acerc lentamente y se sent a mi lado. Ella haba bajado dndome la espalda y yo no saba cmo era su cara. Por fin me dijo:

-Qu le pasa? Yo soy una persona en la que usted puede confiar...

Transcurrieron unos instantes. Yo frunc el entrecejo como para esconderme y seguir esperando. Nunca haba hecho ese gesto y me temblaban las cejas. Despus hice un movimiento con la mano como para empezar a hablar y todava no se me haba ocurrido qu podra decirle. Ella tom de nuevo la palabra:

-Hable, hable noms. Yo he tenido hijos y s lo que son penas.

Yo ya me haba imaginado una cara para aquella mujer y aquella pollera verde. Pero cuando dijo lo de los hijos y las penas me imagin otra. Al mismo tiempo dije:

-Es necesario que piense un poco.

Ella contest:

-En estos asuntos, cuanto ms se piensa es peor.

De pronto sent caer, cerca de m, un trapo mojado. Pero result ser una gran hoja de pltano cargada de humedad. Al poco rato ella volvi a preguntar:

-Dgame la verdad, cmo es ella?

Al principio a m me hizo gracia. Despus me vino a la memoria una novia que yo haba tenido. Cuando yo no la quera acompaar a caminar por la orilla de un arroyo -donde ella se haba paseado con el padre cuando l viva- esa novia ma lloraba silenciosamente. Entonces, aunque yo estaba aburrido de ir siempre por el mismo lado, condescenda. Y pensando en esto se me ocurri decir a la mujer que ahora tena al lado:

-Ella era una mujer que lloraba a menudo.

Esta mujer puso sus manos grandes y un poco coloradas encima de la pollera verde y se ri mientras me deca:

-Ustedes siempre creen en las lgrimas de las mujeres.

Yo pens en las mas; me sent un poco desconcertado, me levant del banco y le dije:

-Creo que usted est equivocada. Pero igual le agradezco el consuelo.

Y me fui sin mirarla.

Al otro da, cuando ya estaba bastante adelantada la maana, entr a una de las tiendas ms importantes. El dueo extendi mis medias en el mostrador y las estuvo acariciando con sus dedos cuadrados un buen rato. Pareca que no oa mis palabras. Tena las patillas canosas como si se hubiera dejado en ellas el jabn de afeitar. En esos instantes entraron varias mujeres; y l, antes de irse, me hizo seas de que no me comprara, con uno de aquellos dedos que haban acariciado las medas. Yo me qued quieto y pens en insistir; tal vez pudiera entrar en conversacin con l, ms tarde, cuando no hubiera gente; entonces le hablara de un yuyo que disuelto en agua le teira las patillas. La gente no se iba y yo tena una impaciencia desacostumbrada; hubiera querido salir de aquella tienda, de aquella ciudad y de aquella vida. Pens en mi pas y en muchas cosas ms. Y de pronto, cuando ya me estaba tranquilizando, tuve una idea: "Qu ocurrira si yo me pusiera a llorar aqu, delante de toda la gente?". Aquello me pareci muy violento; pero yo tena deseos, desde haca algn tiempo, de tantear el mundo con algn hecho desacostumbrado; adems yo deba demostrarme a m mismo que era capaz de una gran violencia. Y antes de arrepentirme me sent en una sillita que estaba recostada al mostrador; y rodeado de gente, me puse las manos en la cara y empec a hacer ruido de sollozos. Casi simultneamente una mujer solt un grito y dijo: "Un hombre est llorando". Y despus o el alboroto y pedazos de conversacin: "Nena, no te acerques"... "Puede haber recibido alguna mala noticia"... "Recin lleg el tren y la correspondencia no ha tenido tiempo"... "Puede haber recibido la noticia por telegrama"... Por entre los dedos vi una gorda que deca: "Hay que ver cmo est el mundo. Si a m no me vieran mis hijos, yo tambin llorara!". Al principio yo estaba desesperado porque no me salan lgrimas; y hasta pens que lo tomaran como una burla y me llevaran preso. Pero la angustia y la tremenda fuerza que hice me congestionaron y fueron posibles las primeras lgrimas. Sent posarse en mi hombro una mano pesada y al or la voz del dueo reconoc los dedos que haban acariciado las medias. l deca:

-Pero compaero, un hombre tiene que tener ms nimo...

Entonces yo me levant como por un resorte; saqu las dos manos de la cara, la tercera que tena en el hombro, y dije con la cara todava mojada:

-Pero si me va bien! Y tengo mucho nimo! Lo que pasa es que a veces me viene esto; es como un recuerdo...

A pesar de la expectativa y del silencio que hicieron para mis palabras, o que una mujer deca:

-Ay! Llora por un recuerdo...

Despus el dueo anunci:

-Seoras, ya pas todo.

Yo me sonrea y me limpiaba la cara. En seguida se removi el montn de gente y apareci una mujer chiquita, con ojos de loca, que me dijo:

-Yo lo conozco a usted. Me parece que lo vi en otra parte y que usted estaba agitado.

Pens que ella me habra visto en un concierto sacudindome en un final de programa; pero me call la boca. Estall conversacin de todas las mujeres y algunas empezaron a irse. Se qued conmigo la que me conoca. Y se me acerc otra que me dijo:

-Ya s que usted vende medias. Casualmente yo y algunas amigas mas...

Intervino el dueo:

-No se preocupe, seora (y dirigindose a m): Venga esta tarde.

-Me voy despus del almuerzo. Quiere dos docenas?

-No, con media docena...

-La casa no vende por menos de una...

Saqu la libreta de ventas y empec a llenar la hoja del pedido escribiendo contra el vidrio de una puerta y sin acercarme al dueo. Me rodeaban mujeres conversando alto. Yo tena miedo que el dueo se arrepintiera. Por fin firm el pedido y yo sal entre las dems personas.

Pronto se supo que a m me vena "aquello" que al principio era como un recuerdo. Yo llor en otras tiendas y vend ms medias que de costumbre. Cuando ya haba llorado en varias ciudades mis ventas eran como las de cualquier otro vendedor.

Una vez me llamaron de la casa central -yo ya haba llorado por todo el norte de aquel pas- esperaba turno para hablar con el gerente y o desde la habitacin prxima lo que deca otro corredor:

-Yo hago todo lo que puedo; pero no me voy a poner a llorar para que me compren!

Y la voz enferma del gerente le respondi:

-Hay que hacer cualquier cosa; y tambin llorarles...

El corredor interrumpi:

-Pero a m no me salen lgrimas!

Y despus de un silencio, el gerente:

-Cmo, y quin le ha dicho?

-S! Hay uno que llora a chorros...

La voz enferma empez a rerse con esfuerzo y haciendo intervalos de tos. Despus o chistidos y pasos que se alejaron.

Al rato me llamaron y me hicieron llorar ante el gerente, los jefes de seccin y otros empleados. Al principio, cuando el gerente me hizo pasar y las cosas se aclararon, l se rea dolorosamente y le salan lgrimas. Me pidi, con muy buenas maneras, una demostracin; y apenas acced entraron unos cuantos empleados que estaban detrs de la puerta. Se hizo mucho alboroto y me pidieron que no llorara todava. Detrs de una mampara, o decir:

-Aprate, que uno de los corredores va a llorar.

-Y por qu?

-Yo qu s!

Yo estaba sentado al lado del gerente, en su gran escritorio; haban llamado a uno de los dueos, pero l no poda venir. Los muchachos no se callaban y uno haba gritado: "Que piense en la mamita, as llora ms pronto". Entonces yo le dije al gerente.

-Cuando ellos hagan silencio, llorar yo.

l, con su voz enferma, los amenaz y despus de algunos instantes de relativo silencio yo mir por una ventana la copa de un rbol -estbamos en un primer piso- , me puse las manos en la cara y trat de llorar. Tena cierto disgusto. Siempre que yo haba llorado los dems ignoraban mis sentimientos; pero aquellas personas saban que yo llorara y eso me inhiba. Cuando por fin me salieron lgrimas saqu una mano de la cara para tomar el pauelo y para que me vieran la cara mojada. Unos se rean y otros se quedaban serios; entonces yo sacud la cara violentamente y se rieron todos. Pero en seguida hicieron silencio y empezaron a rerse. Yo me secaba las lgrimas mientras la voz enferma repeta: "Muy bien, muy bien". Tal vez todos estuvieron desilusionados. Y yo me senta como una botella vaca y chorreada; quera reaccionar, tena mal humor y ganas de ser malo. Entonces alcanc al gerente y le dije:

-No quisiera que ninguno de ellos utilizara el mismo procedimiento para la venta de medias y deseara que la casa reconociera mi... iniciativa y que me diera exclusividad por algn tiempo.

-Venga maana y hablaremos de eso.

Al otro da el secretario ya haba preparado el documento y lea: "La casa se compromete a no utilizar y a hacer respetar el sistema de propaganda consistente en llorar..." Aqu los dos se rieron y el gerente dijo que aquello estaba mal. Mientras redactaban el documento, yo fui pasendome hasta el mostrador. Detrs de l haba una muchacha que me habl mirndome y los ojos parecan pintados por dentro.

-As que usted llora por gusto?

-Es verdad.

-Entonces yo s ms que usted. Usted mismo no sabe que tiene una pena.

Al principio yo me qued pensativo; y despus le dije:

-Mire: no es que yo sea de los ms felices; pero s arreglarme con mi desgracia y soy casi dichoso.

Mientras me iba -el gerente me llamaba- alcanc a ver la mirada de ella: la haba puesto encima de m como si me hubiera dejado una mano en el hombro.

Cuando reanud las ventas, yo estaba en una pequea ciudad. Era un da triste y yo no tena ganas de llorar. Hubiera querido estar solo, en mi pieza, oyendo la lluvia y pensando que el agua me separaba de todo el mundo. Yo viajaba escondido detrs de una careta con lgrimas; pero yo tena la cara cansada.

De pronto sent que alguien se haba acercado preguntndome:

-Qu le pasa?

Entonces yo, como el empleado sorprendido sin trabajar, quise reanudar mi tarea y ponindome las manos en la cara empec a hacer los sollozos.

Ese ao yo llor hasta diciembre, dej de llorar en enero y parte de febrero, empec a llorar de nuevo despus de carnaval. Aquel descanso me hizo bien y volv a llorar con ganas. Mientras tanto yo haba extraado el xito de mis lgrimas y me haba nacido como cierto orgullo de llorar. Eran muchos ms los vendedores; pero un actor que representara algo sin previo aviso y convenciera al pblico con llantos...

Aquel nuevo ao yo empec a llorar por el oeste y llegu a una ciudad donde mis conciertos haban tenido xito; la segunda vez que estuve all, el pblico me haba recibido con una ovacin cariosa y prolongada; yo agradeca parado junto al piano y no me dejaban sentar para iniciar el concierto. Seguramente que ahora dara, por lo menos, una audicin. Yo llor all, por primera vez, en el hotel ms lujoso; fue a la hora del almuerzo y en un da radiante. Ya haba comido y tomado caf, cuando de codos en la mesa, me cubr la cara con las manos. A los pocos instantes se acercaron algunos amigos que yo haba saludado; los dej parados algn tiempo y mientras tanto, una pobre vieja -que no s de dnde haba salido- se sent a mi mesa y yo la miraba por entre los dedos ya mojados. Ella bajaba la cabeza y no deca nada; pero tena una cara tan triste que daban ganas de ponerse a llorar...

El da en que yo di mi primer concierto tena cierta nerviosidad que me vena del cansancio; estaba en la ltima obra de la primera parte del programa y tom uno de los movimientos con demasiada velocidad; ya haba intentado detenerme; pero me volv torpe y no tena bastante equilibrio ni fuerza; no me qued otro recurso que seguir; pero las manos se me cansaban, perda nitidez, y me di cuenta de que no llegara al final. Entonces, antes de pensarlo, ya haba sacado las manos del teclado y las tena en la cara; era la primera vez que lloraba en escena.

Al principio hubo murmullos de sorpresa y no s por qu alguien intent aplaudir, pero otros chistaron y yo me levant. Con una mano me tapaba los ojos y con la otra tanteaba el piano y trataba de salir del escenario. Algunas mujeres gritaron porque creyeron que me caera en la platea; y ya iba a franquear una puerta del decorado, cuando alguien, desde el paraso me grit:

-Cocodriiilooooo!!

O risas; pero fui al camern, me lav la cara y aparec en seguida y con las manos frescas termin la primera parte. Al final vinieron a saludarme muchas personas y se coment lo de "cocodrilo". Yo les deca:

-A m me parece que el que me grit eso tiene razn: en realidad yo no s por qu lloro; me viene el llanto y no lo puedo remediar, a lo mejor me es tan natural como lo es para el cocodrilo. En fin, yo no s tampoco por qu llora el cocodrilo.

Una de las personas que me haban presentado tena la cabeza alargada; y como se peinaba dejndose el pelo parado, la cabeza haca pensar en un cepillo. Otro de la rueda lo seal y me dijo:

-Aqu, el amigo es mdico. Qu dice usted, doctor?

Yo me qued plido. l me mir con ojos de investigador policial y me pregunt:

-Dgame una cosa: cundo llora ms usted, de da o de noche?

Yo record que nunca lloraba en la noche porque a esa hora no venda, y le respond:

-Lloro nicamente de da.

No recuerdo las otras preguntas. Pero al final me aconsej:

-No coma carne. Usted tiene una vieja intoxicacin.

A los pocos das me dieron una fiesta en el club principal. Alquil un frac con chaleco blanco impecable y en el momento de mirarme al espejo pensaba: "No dirn que este cocodrilo no tiene la barriga blanca. Caramba! Creo que ese animal tiene papada como la ma. Y es voraz..."

Al llegar al Club encontr poca gente. Entonces me di cuenta que haba llegado demasiado temprano. Vi a un seor de la comisin y le dije que deseaba trabajar un poco en el piano. De esa manera disimulara el madrugn. Cruzamos una cortina verde y me encontr en una gran sala vaca y preparada para el baile. Frente a la cortina y al otro extremo de la sala estaba el piano. Me acompaaron hasta all el seor de la comisin y el conserje; mientras abran el piano -el seor tena cejas negras y pelo blanco- me deca que la fiesta tendra mucho xito, que el director del liceo -amigo mo- dira un discurso muy lindo y que l ya lo haba odo; trat de recordar algunas frases, pero despus decidi que sera mejor no decirme nada. Yo puse las manos en el piano y ellos se fueron. Mientras tocaba pens: "Esta noche no llorar... quedara muy feo... el director del liceo es capaz de desear que yo llore para demostrar el xito de su discurso. Pero yo no llorar por nada del mundo".

Haca rato que vea mover la cortina verde; y de pronto sali de entre sus pliegues una muchacha alta y de cabellera suelta; cerr los ojos como para ver lejos; me miraba y se diriga a m trayendo algo en una mano; detrs de ella apareci una sirvienta que la alcanz y le empez a hablar de cerca. Yo aprovech para mirarle las piernas y me di cuenta que tena puesta una sola media; a cada instante haca movimientos que indicaban el fin de la conversacin; pero la sirvienta segua hablndole y las dos volvan al asunto como a una golosina. Yo segu tocando el piano y mientras ellas conversaban tuve tiempo de pensar: "Qu querr con la media?... Le habr salido mala y sabiendo que yo soy corredor...? Y tan luego en esta fiesta!"

Por fin vino y me dijo:

-Perdone, seor, quisiera que me firmara una media.

Al principio me re; y en seguida trat de hablarle como si ya me hubieran hecho ese pedido otras veces. Empec a explicarle cmo era que la media no resista la pluma; yo ya haba solucionado eso firmando una etiqueta y despus la interesada la pegaba en la media. Pero mientras daba estas explicaciones mostraba la experiencia de un antiguo comerciante que despus se hubiera hecho pianista. Ya me empezaba a invadir la angustia, cuando ella se sent en la silla del piano, y al ponerse la media me deca:

-Es una pena que usted me haya resultado tan mentiroso... deba haberme agradecido la idea.

Yo haba puesto los ojos en sus piernas; despus los saqu y se me trabaron las ideas. Se hizo un silencio de disgusto. Ella, con la cabeza inclinada, dejaba caer el pelo; y debajo de aquella cortina rubia, las manos se movan como si huyeran. Yo segua callado y ella no terminaba nunca. Al fin la pierna hizo un movimiento de danza, y el pie, en punta, calz el zapato en el momento de levantarse, las manos le recogieron el pelo y ella me hizo un saludo silencioso y se fue.

Cuando empez a entrar gente fui al bar. Se me ocurri pedir whisky. El mozo me nombr muchas marcas y como yo no conoca ninguna le dije:

-Dme de esa ltima.

Trep a un banco del mostrador y trat de no arrugarme la cola del frac. En vez de cocodrilo deba parecer un loro negro. Estaba callado, pensaba en la muchacha de la media y me trastornaba el recuerdo de sus manos apuradas.

Me sent llevado al saln por el director del liceo. Se suspendi un momento el baile y l dijo su discurso. Pronunci varias veces las palabras "avatares" y "menester". Cuando aplaudieron yo levant los brazos como un director de orquesta antes de "atacar" y apenas hicieron silencio dije:

-Ahora que deba llorar no puedo. Tampoco puedo hablar y no puedo dejar por ms tiempo separados los que han de juntarse para bailar-. Y termin haciendo una cortesa.

Despus de mi vuelta, abrac al director del liceo y por encima de su hombro vi la muchacha de la media. Ella me sonri y levant su pollera del lado izquierdo y me mostr el lugar de la media donde haba pegado un pequeo retrato mo recortado de un programa. Yo me sent lleno de alegra pero dije una idiotez que todo el mundo repiti:

-Muy bien, muy bien, la pierna del corazn.

Sin embargo yo me sent dichoso y fui al bar. Sub de nuevo a un banco y el mozo me pregunt:

-Whisky Caballo Blanco?

Y yo, con el ademn de un mosquetero sacando una espada:

-Caballo Blanco o Loro Negro.

Al poco rato vino un muchacho con una mano escondida en la espalda:

-El Pocho me dijo que a usted no le hace mala impresin que le digan "Cocodrilo".

-Es verdad, me gusta.

Entonces l sac la mano de la espalda y me mostr una caricatura. Era un gran cocodrilo muy parecido a m; tena una pequea mano en la boca, donde los dientes eran un teclado; y de la otra mano le colgaba una media; con ella se enjugaba las lgrimas.

Cuando los amigos me llevaron a mi hotel yo pensaba en todo lo que haba llorado en aquel pas y senta un placer maligno en haberlos engaado; me consideraba como un burgus de la angustia. Pero cuando estuve solo en mi pieza, me ocurri algo inesperado: primero me mir en el espejo; tena la caricatura en la mano y alternativamente miraba al cocodrilo y a mi cara. De pronto y sin haberme propuesto imitar al cocodrilo, mi cara, por su cuenta, se ech a llorar. Yo la miraba como a una hermana de quien ignoraba su desgracia. Tena arrugas nuevas y por entre ellas corran las lgrimas. Apagu la luz y me acost. Mi cara segua llorando; las lgrimas resbalaban por la nariz y caan por la almohada. Y as me dorm. Cuando me despert sent el escozor de las lgrimas que se haban secado. Quise levantarme y lavarme los ojos; pero tuve miedo que la cara se pusiera a llorar de nuevo. Me qued quieto y haca girar los ojos en la oscuridad, como aquel ciego que tocaba el arpa.

EL ACOMODADORApenas haba dejado la adolescencia me fui a vivir a una ciudad grande. Su centro -donde todo el mundo se mova apurado entre casas muy altas- quedaba cerca de un ro.Yo era acomodador de un teatro; pero fuera de all lo mismo corra de un lado para otro; pareca un ratn debajo de muebles viejos. Iba a mis lugares preferidos como si entrara en agujeros prximos y encontrara conexiones inesperadas. Adems, me daba placer imaginar todo lo que no conoca de aquella ciudad.

Mi turno en el teatro era el ltimo de la tarde. Yo corra a mi camarn, lustraba mis botones dorados y calzaba mi frac verde sobre chaleco y pantalones grises, en seguida me colocaba en el pasillo izquierdo de la platea y alcanzaba a los caballeros tomndoles el nmero; pero eran las damas las que primero seguan mis pasos cuando yo los apagaba en la alfombra roja. Al detenerme extenda la mano y haca un saludo en paso de minu. Siempre esperaba una propina sorprendente, y saba inclinar la cabeza con respeto y desprecio: No importaba que ellos no sospecharan todo lo superior que era yo. Ahora yo me senta como un soltern de flor en el ojal que estuviera de vuelta de muchas cosas; y era feliz viendo damas en trajes diversos; y confusiones en el instante de encenderse el escenario y quedar en la penumbra la platea. Despus yo corra a contar las propinas, y por ltimo sala a registrar la ciudad.

Cuando volva cansado a mi pieza y mientras suba las escaleras y cruzaba los corredores, esperaba ver algo ms a travs de puertas entreabiertas. Apenas encenda la luz, se coloreaban de golpe las flores del empapelado: eran rojas y azules sobre fondo negro. Haban ajado la lmpara con un cordn que sala del centro del techo y llegaba casi hasta los pies de mi cama. Yo haca una pantalla de diario y me acostaba con la cabeza hacia los pies; de esa manera poda leer disminuyendo la luz y apagando un poco las flores. Junto a la cabecera de la cama haba una mesa con botellas y objetos que yo miraba horas enteras. Despus apagaba la luz y segua despierto hasta que oa entrar por la ventana ruidos de huesos serruchados, partidos con el hacha, y la tos del carnicero.

Dos veces por semana un amigo me llevaba a un comedor gratuito. Primero se entraba a un hall casi tan grande como el de un teatro, y despus se pasaba al lujoso silencio del comedor. Perteneca a un hombre que ofrecera aquellas cenas hasta el fin de sus das. Era una promesa hecha por haberse salvado su hija de las aguas del ro. Los comensales eran extranjeros abrumados de recuerdos. Cada uno tena derecho a llevar a un amigo dos veces por semana; y el dueo de casa coma en esa mesa una vez por mes. Llegaba como un director de orquesta despus que los msicos estaban prontos. Pero lo nico que l diriga era el silencio. A las ocho, la gran portada blanca del fondo abra una hoja y apareca el vaco en penumbra de una habitacin contigua; y de esa oscuridad sala el frac negro de una figura alta con la cabeza inclinada hacia la derecha. Vena levantando una mano para indicarnos que no debamos pararnos; todas las caras se dirigan hacia l; pero no los ojos; ellos pertenecan a los pensamientos que en aquel instante habitaban las cabezas. El director haca un saludo al sentarse, todos dirigan la cabeza hacia los platos y pulsaban sus instrumentos. Entonces cada profesor de silencio tocaba para s. Al principio se oan picotear los cubiertos; pero a los pocos instantes aquel ruido volaba y quedaba olvidado. Yo empezaba, simplemente, a comer. Mi amigo era como ellos y aprovechaba aquellos momentos para recordar su pas. De pronto yo me senta reducido al crculo del plato y me pareca que no tena pensamientos propios. Los dems eran como dormidos que comieran al mismo tiempo y fueran vigilados por los servidores. Sabamos que terminbamos un plato porque en ese instante lo escamoteaban; y pronto nos alegraba el siguiente. A veces tenamos que dividir la sorpresa y atender al cuello de una botella que vena arropada en una servilleta blanca. Otras veces nos sorprenda la mancha oscura del vino que pareca agrandarse en el aire mientras la sostena el cristal de la copa.

A las pocas reuniones en el comedor gratuito, yo ya me haba acostumbrado a los objetos de la mesa y poda tocar los instrumentos para m solo. Pero no poda dejar de preocuparme por el alojamiento de los invitados. Cuando el "director" apareci en el segundo mes, yo no pensaba que aquel hombre nos obsequiaba por haberse salvado su hija, yo insista en suponer que la hija se haba ahogado. Mi pensamiento cruzaba con pasos inmensos y vagos las pocas manzanas que nos separaban del ro; entonces yo me imaginaba a la hija, a poco centmetros de la superficie del agua; all reciba la luz de una luna amarillenta; pero al mismo tiempo resplandeca de blanco, su lujoso vestido y la piel de sus brazos y su cara. Tal vez aquel privilegio se debiera a las riquezas del padre y a sacrificios ignorados. A los que coman frente a m y de espaldas al ro, tambin los imaginaba ahogados: se inclinaban sobre los platos como si quisieran subir desde el centro del ro y salir del agua; los que comamos frente a ellos, les hacamos una cortesa, pero no les alcanzbamos la mano.

Una vez en aquel comedor o unas palabras. Un comensal muy gordo haba dicho: "Me voy a morir". En seguida cay con la cabeza en la sopa, como si la quisiera tomar sin cuchara; los dems haban dado vuelta sus cabezas para mirar la que estaba servida en el plato, y todos los cubiertos haban dejado de latir. Despus se haba odo arrastrar las patas de las sillas, los sirvientes llevaron al muerto al cuarto de los sombreros e hicieron sonar el telfono para llamar al mdico. Y antes que el cadver se enfriara ya todos haban vuelto a sus platos y se oan picotear los cubiertos.

Al poco tiempo yo empec a disminuir las corridas por el teatro y a enfermarme de silencio. Me hunda en m mismo como en un pantano. Mis compaeros de trabajo tropezaban conmigo, y yo empec a ser un estorbo errante. Lo nico que haca bien era lustrar los botones de mi frac. Una vez un compaero me dijo: "Aprate, hipoptamo!" Aquella palabra cay en mi pantano, se me qued pegada y empez a hundirse. Despus me dijeron otras cosas. Y cuando ya me haban llenado la memoria de palabras como cacharros sucios, evitaban tropezar conmigo y daban vuelta por otro lado para esquivar mi pantano.

Algn tiempo despus me echaron del empleo y mi amigo extranjero me consigui otro en un teatro inferior. All iban mujeres mal vestidas y hombres que daban poca propina. Sin embargo, yo trat de conservar mi puesto.

Pero en uno de aquellos das ms desgraciados apareci ante mis ojos algo que me compens de mis males. Haba estado insinundose poco a poco. Una noche me despert en el silencio oscuro de mi pieza y vi, en la pared empapelada de flores violetas, una luz. Desde el primer instante tuve la idea de que me ocurra algo extraordinario, y no me asust. Mov los ojos hacia un lado y la mancha de luz sigui el mismo movimiento. Era una mancha parecida a la que se ve en la oscuridad cuando recin se apaga la lamparilla; pero esta otra se mantena bastante tiempo y era posible ver a travs de ella. Baj los ojos hasta la mesa y vi las botellas y los objetos mos. No me quedaba la menor duda; aquella luz sala de mis propios ojos, y se haba estado desarrollando desde haca mucho tiempo. Pas el dorso de mi mano por delante de mi cara y vi mis dedos abiertos. Al poco rato sent cansancio; la luz disminua y yo cerr los ojos. Despus los volv a abrir para comprobar si aquello era cierto. Mir la bombita de luz elctrica y vi que ella brillaba con luz ma. Me volv a convencer y tuve una sonrisa. Quin, en el mundo, vea con sus propios ojos en la oscuridad?

Cada noche yo tena ms luz. De da haba llenado la pared de clavos; y en la noche colgaba objetos de vidrio o porcelana: eran los que se vean mejor. En un pequeo ropero -donde estaban grabadas mis iniciales, pero no las haba grabado yo-, guardaba copas atadas del pie con un hilo, botellas con el hilo al cuello; platitos atados en el calado del borde; tacitas con letras doradas, etc. Una noche me atac un terror que casi me lleva a la locura. Me haba levantado para ver si me quedaba algo ms en el ropero; no haba encendido la luz elctrica y vi mi cara y mis ojos en el espejo, con mi propia luz. Me desvanec. Y cuando me despert tena la cabeza debajo de la cama y vea los fierros como si estuviera debajo de un puente. Me jur no mirar nunca ms aquella cara ma y aquellos ojos de un puente. Eran de un color amarillo verdoso que brillaba como el triunfo de una enfermedad desconocida; los ojos eran grandes redondeles, y la cara estaba dividida en pedazos que nadie podra juntar ni comprender.

Me qued despierto hasta que subi el ruido de los huesos serruchados y cortados con el hacha.

Al otro da record que haca pocas noches iba subiendo el pasillo de la platea en penumbra y una mujer me haba mirado los ojos con las cejas fruncidas. Otra noche mi amigo extranjero me haba hecho burla dicindome que mis ojos brillaban como los de los gatos. Yo trataba de mirarme la cara en las vidrieras apagadas, y prefera no ver los objet