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REVISTA EUROPEA. NÚM. 226 23 DE JUNIO DE 1878. AÑO v. LEIBNITZ. (i) Godofredo Guillermo Leibnitz, nació en Leip- zig, en 3 de Julio de 1636, habiendo falle- cido su padre, cuando apenas contaba aquél seis años. Dio, desde luego, señales de una ad- mirable precocidad, como verán nuestros lecto- res en la historia que de sí mismo escribió á los veinticuatro años. Entró en estudios mayores á los quince, sin haber para él rama alguna de la ciencia, á que no se consagrara con éxito admi- rable. Como no se le admitiera por la Facultad de Leipzig al doctorado, con el pretexto de ser demasiado joven, recurrió á la Universidad de Altorf, en Nuremberg, donde sólo recibió la borla, sino que se le invitó con insistencia á que aceptara un puesto en el seno de la misma, lo que rehitsó porque eran otros sus destinos y su vocación. En Nuremberg entabló relaciones con el barón de Boinebourg, antiguo canciller del elector de Maguncia, acompañándole á Francfort, en donde, por recomendación de este personaje entró Leibnitz al servicio del elector como consejero de justicia. Allí permaneció hasta 1662, que se trasladó á París con una co- misión del referido barón, yendo al año siguen- te á visitar á Londres; y por aquel tiempo la Academia real de París y la Sociedad real do Londres le nombraron miembro extranjero de las mismas. Permaneció en París hasta 1667, después de visitar por segunda vez á Londres y recorrer la Holanda, se fijó en Hannover, á donde fue llamado por su nuevo protector el duque Juan Federico de Brunswick-Lunebourg, donde permaneció diez años consecutivos. Du- (1) Este estadio es el prólogo puesto por el traduc- tor á la edición española de las Obras de Leibnitz que está publicando la casa editorial de Medina en la Bi- blioteca filosóficci, fundada hace tiempo, y en la cual han visto ja la luz. las versiones castellanas délas obras de Platón y de Aristóteles. Véase el »nuncio que vá en la cubierta de este número. (N. de la R.) TOMC XI rante ellos, tuvo gran parte en la fundación de las Acta eruditorum, y encargado por el duque Ernesto-Augusto de esciibir la historia de la casa de Brunswick en cuya comisión empleó tres años, recorriendo, para ello, la Alemania é Italia, consiguió elevar á aquél á la dignidad de elector del Imperio. No contento con ser etfiufc-, dador del Diario de los Sabios, quiso que se creara en Berlin una Academia que rivalizara con las de Londres y París; y tuvo la gloria de realizarlo, siendo él su primer presidente (l700) e En 1711 tuvo en Torgau una entrevista con Pedro el Grande, quien le" consultó sobre sus proyectos de civilización, asignándole una pen- sión y un titulo honorífico. En aquel mismo tiempo, el Emperador Carlos VI le dio carta» de nobleza y luego tina ponsion, en recompensa de la parte que habia tenido en el tratado de Utrecht. Creyendo Leibnitz comprometida la existen- cia de la nueva Academia de Berlin, á la muer- te de Federico I, por el espíritu poco literario del sucesor, se trasladó á Viena, de acuerdo con el príncipe Eugenio, para crear allí otra nueva; más la peste impidió, por entonces, la realización de este proyecto. La. elevación de Guillermo, elector de Hannover, al trono de Inglaterra, le obligó á retirarse á esta última ciudad , v1 *de donde ya no salió, dando la última mano á ms obras hasta el día de sa' muerte, que fiié el 14 de Noviembre de 1716, á los se- tenta años de edad. Sobre su tumba se puso sencilla inscripción siguiente-: • , Hic jacent ossa Leíbnitii. Leibnitz era de Una estatura regular y agra- ciadas formas, corto de vista, de noble aspecto, fisonomía simpática, accesible en su trato, des-^ interesado: con la conciencia de su superioridad, era un tanto receloso, y su amor propio, fácil mente se resentía, como se vé en su correíponT dencia. Sin contraer matrimonio, vivió toda su vida consagrado á la ciencia y al triunfo de la verdad. A la vista de esta tan diminuta relación bio- gráfica; en la que ni so desenvuelven «us hechos 49

REVISTA EUROPEA. - ateneodemadrid.com fileREVISTA EUROPEA. NÚM. 226 23 DE JUNIO DE 1878. AÑO v. LEIBNITZ. (i) Godofredo Guillermo Leibnitz, nació en Leip-zig, en 3 de Julio de 1636,

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 226 23 DE JUNIO DE 1878. AÑO v .

LEIBNITZ. (i)

Godofredo Guillermo Leibnitz, nació en Leip-zig, en 3 de Julio de 1636, habiendo falle-cido su padre, cuando apenas contaba aquélseis años. Dio, desde luego, señales de una ad-mirable precocidad, como verán nuestros lecto-res en la historia que de sí mismo escribió á losveinticuatro años. Entró en estudios mayores álos quince, sin haber para él rama alguna de laciencia, á que no se consagrara con éxito admi-rable. Como no se le admitiera por la Facultadde Leipzig al doctorado, con el pretexto de serdemasiado joven, recurrió á la Universidad deAltorf, en Nuremberg, donde nó sólo recibió laborla, sino que se le invitó con insistencia áque aceptara un puesto en el seno de la misma,lo que rehitsó porque eran otros sus destinos ysu vocación. En Nuremberg entabló relacionescon el barón de Boinebourg, antiguo cancillerdel elector de Maguncia, acompañándole áFrancfort, en donde, por recomendación de estepersonaje entró Leibnitz al servicio del electorcomo consejero de justicia. Allí permanecióhasta 1662, que se trasladó á París con una co-misión del referido barón, yendo al año siguen-te á visitar á Londres; y por aquel tiempo laAcademia real de París y la Sociedad real doLondres le nombraron miembro extranjero delas mismas. Permaneció en París hasta 1667,después de visitar por segunda vez á Londres yrecorrer la Holanda, se fijó en Hannover, ádonde fue llamado por su nuevo protector elduque Juan Federico de Brunswick-Lunebourg,donde permaneció diez años consecutivos. Du-

(1) Este estadio es el prólogo puesto por el traduc-tor á la edición española de las Obras de Leibnitz queestá publicando la casa editorial de Medina en la Bi-blioteca filosóficci, fundada hace tiempo, y en la cualhan visto ja la luz. las versiones castellanas délasobras de Platón y de Aristóteles. Véase el »nuncio quevá en la cubierta de este número.

(N. de la R.)

TOMC XI

rante ellos, tuvo gran parte en la fundación delas Acta eruditorum, y encargado por el duqueErnesto-Augusto de esciibir la historia de lacasa de Brunswick en cuya comisión empleótres años, recorriendo, para ello, la Alemania éItalia, consiguió elevar á aquél á la dignidad deelector del Imperio. No contento con ser etfiufc-,dador del Diario de los Sabios, quiso que secreara en Berlin una Academia que rivalizaracon las de Londres y París; y tuvo la gloria derealizarlo, siendo él su primer presidente (l700)e

En 1711 tuvo en Torgau una entrevista conPedro el Grande, quien le" consultó sobre susproyectos de civilización, asignándole una pen-sión y un titulo honorífico. En aquel mismotiempo, el Emperador Carlos VI le dio carta»de nobleza y luego tina ponsion, en recompensade la parte que habia tenido en el tratado deUtrecht.

Creyendo Leibnitz comprometida la existen-cia de la nueva Academia de Berlin, á la muer-te de Federico I, por el espíritu poco literariodel sucesor, se trasladó á Viena, de acuerdocon el príncipe Eugenio, para crear allí otranueva; más la peste impidió, por entonces, larealización de este proyecto. La. elevación deGuillermo, elector de Hannover, al trono deInglaterra, le obligó á retirarse á esta últimaciudad ,v1*de donde ya no salió, dando la últimamano á ms obras hasta el día de sa' muerte,que fiié el 14 de Noviembre de 1716, á los se-tenta años de edad. Sobre su tumba se puso 1»sencilla inscripción siguiente-: • ,

Hic jacent ossa Leíbnitii.Leibnitz era de Una estatura regular y agra-

ciadas formas, corto de vista, de noble aspecto,fisonomía simpática, accesible en su trato, des-̂interesado: con la conciencia de su superioridad,era un tanto receloso, y su amor propio, fácilmente se resentía, como se vé en su correíponTdencia. Sin contraer matrimonio, vivió toda suvida consagrado á la ciencia y al triunfo de laverdad.

A la vista de esta tan diminuta relación bio-gráfica; en la que ni so desenvuelven «us hechos

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científicos, ni se citan sus obras ni se descubrensis pensamientos, se presenta desde luego unareflexión incontestable. Leibnitz, pobre hijo deun mero profesor, privado á la edad de seis añoshasta de la natural protección paterna, se le véentrar en relación con los más ilustrados prínci-pes, con las principales Academias y con losprimeros sabios de la Europa, influyendo en losnegocios de su siglo, y esto sólo pudo conseguir-lo con la fuerza y elevación de su poderosa in-teligencia. El espíritu que de la nada llegaá esta altura, no tiene otro nombre que el de ungenio.

Este rasgo general es oportuno para dar á co-nocer á este filósofo en su conjunto, y como unaidea preliminar para considerarle sólo como filó-sofo, respondiendo al único pensamiento queencierra nuestro programa. En este concepto,entre sus obras sobre los infinitos objetos á queaplicó su vasta inteligencia, hemos procuradocon el más exquisito cuidado que aparezca enesta publicación todo lo más fundamental y lomas esencial de lo que constituye su sistema fi-losófico, y tenemos la convicción más íntima deno haber omitido absolutamente nada de cuantopuede llenar este grande objeto.

Los que conocen la historia de la filosofía, yparticularmente los que han sido suscritores delas obras de Platón y de Aristóles, habrán vistola distinta marcha que han llevado estos dosgrandes filósofos para el desarrollo de sus doc-trinas y de su pensamiento. Platón, fiel imitadorde la conducta de Sócrates, su maestro, el cual,sin escribir nada, exponía sus opiniones á la ju-ventud, aprovechando todos los incidentes de lavida práctica en conversaciones privadas, en laspalestras, en los liceos, en la plaza pública, pre-senta sus diálogos con toda la vaguedad en laforma que naturalmente llevan consigo la mul-liplidad y variedad infinita de cuestiones, deincidentes y de situaciones dadas. Por lo con-trario , Aristóteles produce un sólo arrranquetodo su pensamiento y todas sus obras, en lasque no sólo aparece unidad de idea sino tambiénunidad didáctica de ejecución, así que no haynecesidad de ir por sinuosidadesy rodeos en buscade su pensamiento. Otros modelos de este mé-todo tenemos en los tiempos modernos, comoDescartes, Locke, Kant, pero no hay que hacer-se la ilusión de hallar esto en Leibnitz.

El modelo para Leibnitz es Platón. Es preciso

considerar la situación crítica en que aparecióen el mundo y las condiciones especiales que lecaracterizaban, para conocer que no estaba ensus destinos publicar ninguna obra fundamen-tal, en la que condensara todo su pensamientofilosófico de un sólo arranque. Leibnitz aparecióen la escena, no en los siglos xv y xvi, quofueron siglos de renacimiento, y por lo mismo deerudición, en los que el gran trabajo y el granmérito de los hombres entendidos consistió endar á conocer á Europa los valiosos tesoros,hasta entonces ocultos de la cultura griega yromana. Cuando Leibnitz apareció en el mundo,esta época habia pasado ya; él vio que su tiem-po,—1646 á 1716,—no era ya época de erudi-ción; vio que el espíritu humano habia recobra-do su independencia en el terreno de la ciencia,que el principio de autoridad y el verba magistríen estas materias habian perdido todo su in-flujo y que la razón campeaba ya haciendo usolibre de todos sus derechos. Leibnitz se encontróen medio de una pléyade de hombres extraordi-narios, consagrados todo s al cultivo de la filo-sofía y de las ciencias, siendo inmensos los des-cubrimientos que se agolpaban en todos rum-bos, saliendo del caos de los siglos medios, como

fsale la aurora de entre las tinieblas de la noche,un nuevo mundo destinado á iluminar los es-píritus con el cultivo de la razón, desentrañan-do los secretos ce la naturaleza y mejorando lascondiciones del hombre en este mundo. Este esel magnífico cuadro que presentó el siglo deLeibnitz, y para, ponerlo en evidencia, bastacitar los principales hombres grandes quo cul-tivaron en aquella dichosa época la metafísica,,la moral, la física, las matemáticas, la química,la astronomía, la religión, las bellas artes y to-dos los ramos del sabor humano. Basta citar áNewton, Descartes, Fenelon, Galileo, Bayle,Gassendo, Spinosa,Fonten lie, Pascal, Hobbes,Locke, Keplero, Bossuet, Arnauld, Clarke, Ni-cole, Malebranche y otros muchos á que se de-be el conjunto de saber y de^ciencia que carac-teriza á aquel gran siglo eminentemente espiri-tualista. Lo sensible fue, que en medio de estemovimiento científico, que se observaba en Ita-lia, en Francia, en Inglaterra y Alemania, sólonuestra España guardaba silencio; y sólo apare-ció en este mismo período entre nosotros ungenio, que dio paso á luz en el terreno práctic.o,al mismo tiempo que Descartes le estaba dando

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en e terreno de la ciencia, bajo la aparienciade condenar los libros caballerescos y fantásti-cos, que constituian toda nuestra ciencia. Ycon motivo de haber prohibido el Papa que enEspaña so tratara la cuestión del sistema coper-nicano, dice Leibnitz en algún pasaje, que en-contrarán nuestros lectores en esta publicación,que no habia razón para negar á España la li-bertad racional y filosófica que disfrutan los de-más pueblos; y er"a tanto más íntimo-este sen-timiento en él, cuanto que conocia y estimabaen todo lo que valen nuestros filósofos y núes*tros grandes teólogos del siglo xvi, siglo tole-rante comparado con los que le siguieron.

Pues bien, á Leibnitz, que véia este desarro-llo inmenso que recibian las ciencias, al ir enbusca de nuevos derroteros que habían de con-ducir á un nuevo mundo, y que conocia lasfaerzas de su espíritu, sostenidas por una acti-vidad incansable, no Cuadraba estudiar en elsilencio de su gabinete las producciones de to-dos estos sabios, y una vez formado su juicio,presentar en un solo arranque y en una obrafundamental todo su pensamiento, porque, re-pito, no era este su destino. No es nuestro áni-mo hacer un juicio crítico de su doctrina, queconsignado está en nuestra Exposición de lossistemas filosóficos, y sólo diré que los grandes"descubrimientos de Newton, de Keplero, de Ga- •lileo y do tantos otros sabios, le condujeron na-turalmente á considerar la grandeza de la crea-ción bajo un punto de vista que apenas á ningúnfilósofo se le habia ocurrid'o. A sus ojos un Diospersonal y soberanamente sabio imprimió aluniverso entero, al soltarlo de sus manos, prin-cipios inmateriales (mónadas) dotados de fuerzainterna, ("vis insilaj sin influir directamente losunos sobre los otros, como que no tienen puer-tas ni ventanas, poro que en sus relaciones ex-teriores mantienen una mutua y omnímodacorrespondencia que constituye el orden y laarmonía del universo, que es la idea más gran-diosa y más digna del Ser Supremo. La materiaes un puro fenómeno, y estos principios inma-teriales, que como una cantidad constante obrandirecta y permanentemente bajo la mano deDios, mantienen una evolución constante, node mentempsícosis, sino de trasformacion, enél universo, en el que todo se renueva, los sé-res vivos se trasforman, las sustancias subsisten,no siendo la muerte más que aparente: cuadro

magnífico del universo, que presenta Leibnitz,poniendo por testigos á todos lo» seres ra-cionales á los cuales supone siempre adheridos,en todas sus evoluciones, precisa y constante-mente á un organismo físico que constituye sulimitación, mostrándonos unidos á todos esoscuerpos que ruedan en el espacio, destinados áadmirartanta grandeza, y que constituyen lo queLeibnitz llama la Ciudad de Dios, cuyo monarcaes Dios mismo. Es lástima que esa incomunica-ción interna y absoluta, que forma la base deesta grandiosa concepción de la armonía uni-versal de los seres desde la creación del univer-so, la haya hecho Leibnitz extensiva á la comu-nicación del alma con el cuerpo, sin habertenido en cuenta, que, siendo el hombre unaimagen de Dios, y hecho un pequeño dios de lanaturaleza, debió recibir su alma, de manos delCreador, el poder de influir directamente sobrelos cuerpos y sobre la materia, en su condiciónlimitada y-finita, al modo que Dios, espírituinmaterial, purísimo é infinito, influye infinita-mente sobre todos los cuerpos y sobre todos lo»espíritus en todo el universo.

Leibnitz, en la pureza de sus sentimientos, yen la rectitud de su juicio, cree que su sistemapresta un gran apoyo á los dogmas cristianos, delos que ,se muestra acérrimo defensor, hasta el punto de que, al tropezar con la manchadel pecado de Adán, se muestra poco fiel á labase de su sistema, y entre los gérmenes primi-tivos de todos los seres vivos, que desde lacreación nadaban sobre las aguas, según la ex-presión del Génesis, quiere que aparezca elhombre después de este mundo por un agregadode la razón á algunos seres puramente sensibles,mediante una operación posterior divina, que elmismo Leibnitz dice que no sabe si es ordinariaó extraordinaria.

Colocado nuestro filósofo á esta altura, tuvoprecisión de combatir á Gassendo, renovadordela teoría de los átomos de Epicuro; á Hobbes,que dogmatizaba, como materialista; á Descar-tes, que negaba la actividad de las sustancias yla inmutabilidad del principio moral; á Spinosa,que, al identificar al Creador con la creación,destruia la personalidad de Dios, y al socinia-nismo, que negaba toda revelación; sistemastodos estos que estaban enteramente en pugnacon el pensamiento de nuestro filósofo.

Mas, como dije antes, no hay que buscar el

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peasaihiento de éste en una obra premeditada ydesenvuelta de un golpe. Dotado de una reten-tiva tan prodigiosa que le ahorraba leer dos ve-ces un mismo libro, bastante indómito para so-meterse ajuicio ageno, lanzaba sucesivamentesus nuevas concepciones ó sus impugnaciones,que sometía al juicio de los sabios. Confiesa queaún no contaba veinte años, y ya se dio á cono-cer, publicando un artículo científico, lamen-tándose de que mucho después se reimprimierasin su conocimiento aquel debut de su juventud,que, á su juicio, necesitaba una seria rectifica-ción. Este hecho deja ver claramente su ten-dencia á la discusión y á la polémica; y esto estaa cierto, que toda su vida no ha sido más queuna puja, pelea, para realizar la cual aprove-chó cuantos elementos podian utilizarse en unsiglo, en el que las relaciones científicas ofrecíantantas dificultades; pero Leibnitz todo lo vencíacon su ansia, de saber y su ilimitada actividad,dándose á conocer en el Diario de los Sabios, enlas Novedades di la república de las letras y enlas» Academias reales de Londres, París y Berlín,sosteniendo en todas partea sus creencias filosó-ficas. De esta polémica tan variada y constan-temente sostenida, resulta la necesidad de bus-car sos doctrinas en disertaciones, en discursos,on aclaraciones, on sus animadas corresponden-cias oon amigos y con adversarios; y en las ex-citaciones que reoibia por todos rumbos; sin másexcepciones que las relativas al empirismo deLocke, al que consagró un libro entero: Nuevoensayo del entendimiento humano, y su dogmatis-mo cristiano, al que consagró otro libro: LaTeodicea.

Leibnitz era un ecléctico, pero en el buensentido de la palabra; porque el eclecticismo,que en otros busca la verdad en trabajos ajenosy ahoga las aspiraciones propias, en él era unaliciente á su inventiva para ser creador, ycreador en la forma varia que aparece en susobras. Esto es grande, es magnífico para laciencia; mas para los que intentan dar á cono-cer aquellas, no deja de ser un inconveniente.Dos caminos se presentan para salvarlo: ó for-mar una especie de análisis haciendo qua la co-locación de sus escritos lleven el mismo ordencronológioo que llevó su pensamiento, y de estomodo se estudien, á la par, las obras y la mar-cha progresiva de la idea, ó, por inversa, seguirun método sintético > presentando desde luego

aquellos escritos en que están consignados to-dos los gfrandes principios metafísieos que seanfundamento de su sistema. El análisis, que esun método inventivo, tiene en este caso incon-venientes; y, por lo contrario, la síntesis, quees un método de explicación y de enseñanza, lecuadra parfectamente. Además, la muerte cerrótodo lo que tenia que decir Leibnitz, y tratandode darle á conocer en la varia multiplicidad desus producciones, es lo más natural presentar,desde luego, al metafísico, para que de su doc-trina se saquen naturalmente todas sus conse-cuencias.

Fundado en estas consideraciones, hepreferi-do lo segundo, pero sin deaentenderme, dentrode esto, de lo primero. En los cinco tomos deque consta esta publicación, después de encabe-zar el primero con la historia que de sí mismoescribió este filósofo, cuando' sólo tenia veinti-cuatro años, para que se vea su asombrosa pre-cocidad, aparecen á continuación los extractosdel Fedon y del Teetetes de Platón, que tradujocuando tenia treinta. Dice en alguna parte desus obras, que al principio tuvo- alguna inclina-ción al sistema atomístico; pero esto debió du-rar poqo, porque su traducción de aquellos dosdiálogos señala perfectamente que estaba yainspirado por Platón, cuyo sentido está en el co-

. razón de su sistema. Leibnitz llevó al más altopoder la dialéctica de este gran filósofo, que nodebe confundirse con la de Aristóteles; y así sevé, que, remontando Leibnitz por la cadena deloa sores, busca en ellos lo que tienen de real,busca, la forma bajo la materia, y aprovechan-do las formas sustanciales de Aristóteles, llega álas formas necesarias del ser. Dada á conoceresta tendencia con la traducción del Fedon ydel Teetetes, puesta al principio del tomo pri-mero, el resto de éste comprende todas las de-más producciones en que aparece el Pensamientometafísico de Leibnitz. Los tomos segundo ytorcero lo forman: El nuevo ensayo sobre el enten-dimiento humano. El cuarto comprende la Cor-respondencia, filosófica que sostuvo con el abateí]oücher/ con Fontenelle, con. Arnauld y con elprelado Clarke, siendo muy de sentir queála úl-tima carta de éste no contestara Leibnitz por ha-berle sorprendido la muerte. El tomo quintocontienesu Teodicea. Cuando la publicó, se leacusó por sus correligionarios de que se habiapasado al partido de Roma, lo cual »e hacia tan-

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to más creible, cuanto estaba empeñado en unacorrespondencia teológica con el gran Bossuetpara conseguir la reunión de la comunión deAugsburgo al catolicismo, pero no íué cierto;Leibnitz permaneció evangélico, según él mis-mo se decía, porque llevaba muy á mal que sele llamara luterano, si bien dice un autor, eracatólico por la imaginación y por espíritu de BÍS-tema. Sirva esto de advertencia á Jos lectores ca-tólicos.

Concluiré con las palabras con que terminaM. J . W i l m su critica de este filósofo. »Leibnitzha sido uno de los principales obreros de la filo-sofía perpetua. Sus hipótesis y las solucionesdadas sobre las mismas han tenido1 la suerte detodas las formuladas sobre cuestiones evidente-mente insoluoles; pero sus principios generalesacerca de la autoridad de la razón, de la na tura-leza del espíritu, de la naturaleza en general, dela armonía universal, del gobierno del mundopor la Providencia, de la relación de Dios conlas criaturas; sus principios de derecho y de mo-ral, si se hace abstracción de la manera con queaparecen formulados, su racionalismo realista,son adquisiciones para la ciencia filosófica á losojos de una crítica que se fije menos en la formadel pensamiento que en el fondo. Despuea dehaber conmovido vivamente los espíritus en elmomento de su aparición en el mundo, sus obrasson aún hoy una mina fecunda de instruccióny de edificación filosófica.

PATRICIO D E AZCÁRATE.

I SO WÜÍW TOBÍAS US1 Ií<!lnMúilUíulu) Uíi L/íu

Una de las más grandes objeciones que sose han hecho á la teorja de la evolución, es lafalta de formas intermedias por las que hastacierto punto fuera posible darse cuenta gradualde una especie en otra cuya base fuese la p r i -mera.

Cuyier decia: "Si hay trasformacionea, ¿porqué la t ierra no nos ha conservado sus huellas?iPor qué no se descubre entre el paleoteiio, elmegalonix, el mastodonte y las especies de hoy,algunas formas intermedias?»

Si se hallaran esas formas intermedias ú otrasanálogas, desaparecería la objeción de Cuvier y

la teoría de la filiación tendría, para establecer,sus bases, materiales de un valor y de úris. solídezreconocidas reales por el mismo jefe de SHSardientes adversarios.

Estos materiales no están completos, pero yason numerosos y de los más significativos. A cadainstante la paleontología extrae algunos nuevosde las entrañas de la tierra, y los vacíos que hayque llenar son, por consiguiente, má* raros cadadia. -

En esto, pues, se hallan en buen camino loadarvinistas, y los cuidados que se toman par»descubrir las formas transitorias, prueban bas-tante la importancia que conceden y la que nos-tros mismos atribuimos á las consecuencias quepueden resultar, ya para la doctrina del trasfor-mismo absoluto, ya-, sobre todo, para la de lasimple filiación de las especies de la época actualcomparadas álos tipos homólogos de los tiempos

| geológicos (1).j Concretémonos, sin embargo, por el momen-! to, á señalar en cada reino" orgánico algunosj ejemplos de esas transicciones graduales que lle-

gan algunas veces hasta á parecer que identifi-can las especies fósiles con las especies actuales^y que, por esto mismo, parecen autorizarnos ápensar que unas son los abuelos de las otras.

Hay tipos de transicciones admitidos comotales por todos los naturalistas, cualquiera quesea la escuela á que pertenecen. El amphiQwmsirve, por deeirlo así, de limite entre los dossub-remos- de loa vertebrades y de los inverte-brados.

Así como el ornitorincon establece el paso delosmarimeros á los pájaros, ardwepteryx Uthogra-phica une á estos con los reptiles; el lepidosirennos conduce á los peces.

¿Quién no sabe que R. Owen ha descubiertorecientemente en la arcilla de Londres (Lmdonclayj un pájaro fósil ^el Odontopteryx oliapieusjcuyo pico se hallaba provisto de numerosos ypuntiagudos dientes, ó más bien de tubérculos

(1) Para nosotros hoy un» enorme diferencia entreel trasformismo absoluto, es decir, entre Ja teoila de laevolución tal como la admiten los darvinistas puios, yla simple filiación: hipótesis qué se limita a hacer deri-var las especies actuales de las especies bprnAlogae quehs,n existido en las diversas épocas de la histi ri» de lnt'erra. Esta idea, sabido es que ha sido sustentada porlos dos Jeoffroy Samt-HüaiTe y cuenta hoy entre 6Úapartidarios más convencidos á OsWal Sen, A. de Caú»dolle, etc- ;

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huesosos cubiertos por una capa córnea que re-cuerda la armadura bucal del ChlamydosaurusiDel mismo modo los Dicinodontes, por sus man-díbulas revestidas de capas córneas y sus dosdientes superiores abarquillados como los col-millos de nuestros jabalíes, recuerdan á la vezlos saurianos y los quelonianos actuales.

El rhynchosaurus del nuevo asperón rojo deInglaterra {shropshirej, provisto á su vez de unpico completamente córneo, establece, por esterasgo característico, un paso entre los verdade-ros saurianos y las tortugas de nuestros dias.

Agassiz considera al Ichthyosaurus de la rocacalcárea como nuncio de la venida más ó menospróxima de los cocodrilos, de las ballenas y delos ornitorincuos, cuya organización reproducealgunos rasgos de aquél. Estos reptiles son, se-gún él, los tiiposproféticos, así como el mastodon-te es, por muchos de sus caracteres, especial-mente por su dentición, el tipo embrionario delos elefantes actuales.

Si la naturaleza, en su marcha lenta y*gra-dual, ha establecido transiciones más ó menosmoderadas entre las grandes divisiones del reinoanimal, ípor qué no ha de. haber relacionadoentre .sí, por lazos de íntimo parentesco, losseres pertenecientes á grupos menos considera-bles y más próximos unos de otros? Partiendode esta idea, M. Albert Gandry, se ha esforzadorecientemente en demostrar que nuestros ru-miantes actuales tienen por ascendientes á lospaquidermos de los tiempos geológicos.

Sabido es, en efecto, que estos predominabandurante la primera mitad de la época terciaria,mientras que el reino de los rumiantes no co-mienza sino á partir de la segunda mitad deaquella misma época.

En el intervalo que separa estos dos períodos,se apercibe algunas formas de paso tan verda-deramente dignas de este nombre, que es muydifícil clasificarlas en uno ú otro de los Citadosórdenes. De este número serian el Xiphodon depremolares cortantes como una ¿p»8, carácterque le ha valido el nombre que lleva (3'<?', es-pada, oíir, diente); el dremoíherium (de Apf'/j»,corro, y ©«pío», bestia, animal), uno de los másantiguos mamíferos corredores en nuestro país;el Gelocus (de r í , tierra, y olxía, hábito), de cos-tumbres mas terrestres que las de sus congenéri-cos, y por último, el Oreodon (de opos, colina,montaña, y ¡hit, diente), del Nebrasker.

Es de notar que estos seres, medio paquider-mos, medio rumiantes, carecian de cuernos; peromuchos rumiantes actuales también se hallandesprovistos de ellos. Hasta parece que el desar-ro1 lo de estos apéndices frontales ha sido gradualy en cierto modo contrario al desarrollo dental.

Muy pequeños á partir del mioceno medio,época de su primera aparición (Antílope davalay Marteniana, de Sansan), son mayores en lasgacelas de Pikermi (mioceno superior), más aúnen el Antílope redicornis del pliocenio inferiorde Montpellier, hasta que le vemos, en fin, ad-quirir las dimensiones que presentan en nues-tros bueyes, carneros y cabras actuales.

En cuanto á la cornamenta de los ciervos,reducida al principio á una simple cerceta, enlos muy jóvenes, se ramifica cada vez más conla edad, teniendo dos puntas al segundo año,tres al tercero, cuatro al cuarto, y así sucesiva-mente hasta el número de diez ó doce, y raravez más, M. A. Gandry ha observado que lasastas halladas hasta ahora en el mioceno mediorepresentan el segundo estado de crecimiento deese desarrollo frontal en nuestros ciervos; es de-cir que están provistos de dos mogotes solamen-te. (Dicrocerus elegans), de Sansan. La mayorcomplicación y más grandes dimensiones se ha-llan en los ciervos de los tiempos cuaternarios.(Megacerus hibernicus, Cervus tarandus, G. ela-phus), etc.

No es esto todo: parece haber existido aquíuna especie de antagonismo, hemos dicho, entreel desarrollo de la armadura frontal y el del sis-tema dental de los rumiantes. Los que tienen lacabeza desprovista de prolongamientos frontaleshan conservado caninos, y con frecuencia tam-bién incisivos' superiores (camello, llamas, Hym-moscñus); estos dientes faltan siempre en los ru-miantes cornudos, los más numerosos del ordental como está hoy constituido. Los cuernos son,pues, segun'M. A. Gandry, una compensacióná los medios de defensa que presentan los dien-tes de la cepa paquiderma. Una vez lanzado eneste camino, el sabio profesor del Museo llega de/suposición en suposición hasta hacer derivar losdientes, tan regularmente típicos, de los bisul-cos, de los dientes tan variados de los paquider-mos, y encuentra en los miembros macizos ypesados de estos últimos el prototipo de losmiembros tan delgados y tan ágiles de las gace-las, los antílopes y los ciervos.

N.° 226 N. JOLY. L.A.S FORMAS TRANSITORIAS DE LAS ESPECIES. 775

Confesamos estar poco dispuesto á seguir ádicho autor en medio de esas trasformacionoamás fáciles de imaginar quo de demostrar; por-que suponiendo que tengan una apariencia dorealidad, siempre faltaría explicar cómo hay to-davia dientes de paquidermos, y sobre todo có-mo el estómago, ordinariamente bastante senci-llo, de esto» últimos, ha podido producir el es-tómago múltiple y complicado de los animalesque se nos dice son sus descendientes.

Eate trabajo do permutaóiones, en nuestroconcepto un poco fantástico, nos trae involun-tariamente á la memoria el de quo se han ocu-pado ciertos etimologistas que quisieron á todotrance hacer derivar, por ejemplo, Ja palabracadáver de caro data vermibus.

A Gandry, sin embargo, debemos uno de losejemplos más claros qus se puede citar, si no enfavor de la trasformacion de los grupos ordinaleslos unos en los otros, al menos en favor de suevolución progresiva en la serie de los tiempos.

En virtud de la ley de armonía ó de adapta-ción orgánica y funcional, un animal no ru-miante, por ejemplo, para pasar al estado de ru-niante, deberá franquear lentamente una seriee etapas, entre las cuales se hallará una en quei aparato digestivo participará á la vez de la•tructura propia al aparato digestivo del ser enia de trasfo*macion y de la del aparato espe-dí del tipo á que pronto debe pertenecer. Elnsmo razonamiento podrá aplicarse á cualquiero1o aparato ó á cualquier otro órgano, al con-juto entero de un ser cualquiera que pasa de ungupo á otro diferente del suyo.

A. Alberto Gandry está, en nuestro conceptoms atinado al registrar con cuidado las modi-ficciones que cree apercibir entre tales ó cualesespecies, tales ó cuales géneros: bastante próxi-ma unos á otros para quo se pueda, sin dema-sidos esfuerzos de imaginación, suponer quees&n unidos por lazos de un legítimo parentes-co Nos hallamos, pues, dispuestos, á considerarcot él su Mesopithecus Pentelici, como interme-diirio entre los macacos y los semnopitecos;time los miembros del uno y el cráneo ¡del otro.Acmi timos que su Mesar dos recuerda •' á la vezlos caracteres de los osos y los de los perros.

líos rinocerontes de Pikermi se unen á los ac-ttules, formando con ellos un género naturalquj encierra especies, entre las cuales se esta-bbcen las transiciones del modo más evidente.

El mastodonte pentelici abarca dos subgénerosconsiderados como bastante diferentes: el irilo-fodonte y el teíralofodonte.

En Pikermi y en la India existen especies demastodontes que, por su dentición, forman unpaso muy sensible á los elefantes.

El dinoterio parece ser un proboscidiano; perosu cráneo lo aproxima á los lamantinos.

Admitimos también sin dificultad alguna queel Sus Lrymanthus es un intermediario induda-ble entre el Sus scropha y el jabalí del Áfricacentral. En fin, el Sus provincialis del pliocenode Montpellier se aproxima al jabalí de Eriman-te, y ofrece, como él, una dentición que une álos Paloeochoerus de lá época míocena inferior conlos cerdos actuales.

Del mismo modo el HeUadotheriurn era inter-' mediarlo de las girafas y los antílopes. El Pa-Iceorcas unia á estos con las gacelas.

El Tragocerus Amalthens, es evidentementeun tipo de transición entre los antílopes y lascabras de las que parece ser precursor.

En Sansan como en Pikermi , casi todoslos géneros nuevos son igualmente tipos detransición, como M. E. Lartet lo ha observadohace mucho tiempo. Su Palceocherus anuncianuestros jabalíes; su Dkrocerus crassusfEyoemos-chus crassus, Alf. Milne Edwards) apenas difieredel Hycemoschus aquaticus del África Occidental;su DryopUecus es un verdadero gibon.

Por último, Lund ha comprobado que la faunaextinguida del Brasil se compone de tipos idén-ticos "á los que hoy se observan en aquella partede América (Desdentados), y M. R. Owen hahecho vl%. misma observación respecto á la Aus-tralia. Sus tipos extinguidos de mamíferos, per-tenecen casi exclusivamente, como los tipos vivos de nuestros diaSj al orden de los marsu-piales .

Desde el origen de los tiempos terciarios, lafauna de América y la de Nueva-Holanda secomponían de animales de organización análogaó parecida á las de los animales que la» compo-nen en nuestros dias.

M. H. Filhol, por su parte, continuando concelo ejemplar sus sabios estudios sobre las fosfo-ritas del Quercy, ha encontrado en"este yaci-miento numerosos ejemplos de transiciones mo-deradas entre las diversas especies de un mismogénero ó entre géneros afines.

Según él, las numerosas especies del género

776 RBWSTA EÜBOPBA.—23 0E JUNIO DE 1878. N.* 226

Piúceolherium pasarían las unas á las otras y noserian en realidad más que razas ó variedadespermanentes, reductibles á un solo tipo comúná todas.

Por la misma razón, las diversas razas delhitnoido que se encuentran en las fosforitas delLat tendrían sus análogas en otras razas de laAmérica del Norte, unidas á las primeras porun común origen.

Él Necrolemur anticus del Quercy ofrece pa-recidos innegables con el galápago del Sénegal.

En el orden de los carnívoros se encuentrangatos intermediarios entre loa felinos y los mas-telinos; perros que unen el genero Cinógalo algénero Ánficion; otros relacionan el mismo gé-nero Ginógalo con nuestros perros actuales.

El protapirus priseus reunía las dos denticionesde los tapires (en la quijada inferior,) y de losloSoidos (en la superior,) estableciendo así entreellos una transición evidente, y aún quizá lazosde parentesco.

Los numerosos queirópteros de las fosforitasparecían idénticos á los de nuestros diaa. Lomismo sucede respecto á ciertos reptiles de losgéneros pitón, varan y culebra, que es casi im-posible no considerar como enteramente seme-jantes á sus representantes actuales.

No olvidemos, sobre todo, de mencionar comoun hecho de los más raros y singulares, el des- •cubrimiento en las fosforitas de una rana con lapiel arrugada, como la rana Ugrina de la India,y tan bien conservada que parecía haber sidopetrificada por un procedimiento rápido y des-conocido, cuando aún vivia-

Lo que más nos ha podido asombrar, aunqueel reino vegetal ofrece hechos enteramente aná-logos, es el carácter mixto que reviste la formade las.fosforitas, compuesta á la vez de especieseuropeas asociadas á raras especies exóticas, y ánumerosos tipos africanos ó americanos. Elasombro disminuye, y cesa por completo tenien-do en cuenta que en la época terciaria, la Euro-pa se hallaba unida á la América, y la Españaformando parte del continente africano. De aquíciertas facilidades de emigraciones que han lle-gado á ser hoy imposibles. En aquellos tiemposhabía también una temperatura más conformey elevada que la de nuestros días. Por otraparte, esa extraña asociación de formas, ahoraexóticas con las que siguen siendo europeas, noe3 particular á la forma mamalógica de las fos-

foritaa del Quercy. La de Sans an ofrecía tam-bién ese carácter. Y lo mismo sucede respectoá Ia3 formas entomológicas de Aix en Proven-za, de (Eningen en Suiza y de Radoboj en Hun-gría.

N. JOLY.{Concluirá.)

Til? OTüflfi PJflüTTFO W Tñ IMMSLUJ pMtlU ufmlliljM M la. ÍNIM

Sabido es de todos que el Indoatan afecta laforma de un triángulo. Su baae es la cordilleradel Himalaya, prolongada al O. por el Indus yal E. por el Ganges1 los lados, el litoral delgolfo de Bengala por Oriente, y las costas delmar de Omán por Poniente; y la cúspide vieneá ser el cabo Comorin. Pues bien; la red de losferro-carriles do la India inglesa tiende á unirambos mares por medio de líneas oblicuas que,partiendo del NO., enlazan á Peshawur, situa-do al pié del Himalaya, y en los límites mismodel Alganistan con Calcuta en el golfo de Bengala, pasando por Lahore, Delhi, Agrá, Cawrporo y Allahabad; á Allahabad, á orillas del í>Jumne, con Bombay en el mar de Oman;áBombay con Madras en el citado golfo de Be-gala; á Madras con Negatapam en«el mismo -toral á 160 kilómetros del cabo Comorin, y »nBeypor en la costa opuesta próximamente alamisma distancia de este mismo cabo. Dos lirassecundarias cruzan además la presidencia deBengala, y otras varias menos importantes >o-nen en comunicación las dos riberas del Ganesentre Benarés y Delhí. Esto en cuanto á asvías en explotación.

• Respecto á las construidas sólo en, parte, le-bemo3 citar: la que debe enlazar, á través leíPondjab, Lahore con Kurrachec cerca de lasbocas del Indus; la que debe unir Delhí y Ban-bay, atravesando el Estado ó provincia de B j -ptftana; la línea de Madras áTutícorin, á50kilómetros del cabo Comorin, y la de Calcutaá Darjeeling al pió del Himalaya por el E. Ti-nalmertte, en 1874 se aprobó el proyecto de losnuevos ferro-carriles: uno que debe*poner encomunicación las dos grandes líneas de Allala-bad á Bombay y do esta ciudad á Delhí, wrmedio de una vía trasversal que pasará por eliadora, y otro que será el primero que se cora-

N.' 226 J . JIMENO ÁGUTJS.—LO3 FERSO-CARRILES EN LA INDIA INGLESA. 777

truya en el imperio de Birman, y quo partiendode Raugun se dirigirá por la orilla izquierdadel Irawaddy hasta llegar á Prome sobre el mis-mo rio.

De todas las líneas indicadas, la más antiguaes la que, partiendo de Bombay y dirigiéndoseal NO. y al SE., viene á enlazarse con las queconducen á Calcutta y á Madras, construida en1853, gracias á la inteligencia y energía del úl-timo gobernador general de la Compañía de lasIndias, lord Dalhonrie, que tuvo necesidad deadquirir en la metrópoli todos los materialesde construcción, por no ser explotables á la sa-zón los hierros y madera del país, y que fundóal efecto una sociedad en que se interesaronmuchos capitales de la colonia. En 1854 empezóá construirse la de Calcutta á Peshawur, quees la más importante de todas, pues mide 2.406kilómetros, comprendiendo en ella la de Jub-bulpore, de 375 k., y nuevas empresas abrieroná la explotación diferentes líneas en años suce-sivos hasta 1870, en que el Estado, después dehaber comprado el ferro-carril Oalnutta and SE.tacometió la construcción á sus espensas de algu-nas líneas que unidas á las ejecutadas por lasCompañías, han elevado á 10.033 kilómetros lalongitud total de los ferro-carriles puestos en ex-plotación en 1.° de Enerode 1875, en esta forma:

Kilómetros.

Líneas del Estado 1.044— de las Compañías.... 8.989

TOTAL 10.033

Ya hemos dicho que la línea de mayor longi-tud es la East Indian, entre Calcutta y Pesha-wur. En segundo lugar figura la Great IndianPeninsular, entre Bombay, Calcutta y Madras,que mide 2.045 kilómetros. Entre las líneas delEstado, la de Rajputana, que es la mayor, sólomide 456 kilómetros.

En 1.° de Enero de 1867 no habia en explo-tación más que 5.708 kilómetros de ferro-carril,de modo que en el espacio de ocho años se hanentregado al público 4.325 kilómetros. Termi-nada la red proyectada, y que debe estarlo den-tro de un plazo no muy largo, la India inglesaposeerá 24.939 kilómetros de ferro-carril.

Los ferro-carriles construidos en aquel impe-rio antes de 1870, tenian lm,67 de anchura,pero después de aquella fecha se han construido

939 kilómetros de vía con un solo metro de an-chura, y el de Nulhattee, ramal del East Indiando 45 kilómetros que tiene 1ra,22. Doble» <via3,únicamente se encuentran en las líneas más im-portantes, de modo que apena3 llegan á la no- .vena parte de la longitud total de los ferro-cai-riles puestos actualmente en explotación.

El 31 de Marzo de 1875 las sumas gastadasen las diez y ocho líneas de la India, diez delEstado y ocho de las Compañías, ascendía á3.175.440.000 francos. La parte correspondienteá las Compañías importaba 2.319.660.000 fran-cos, ó sea el 75 por 100. Al formarse los res-pectivos presupuestos, se calculó que las lí-neas proyectadas por las Compañías costarían2.379.870.000 francos, de modo que no sólolos gastos efectivos han sido menores que lospresupuestos, lo cual ya ea bien notable, sinoque la diferencia ha sido nada mono» que de60.310.000 francos.

Los accionistas de las ocho compañías cons-tructoras fueron 62.300; en esta forma: 864 in-gleses residentes en la India, 56.797 domicilia-dos en Inglaterra, 4.639 extranjeros, 448 euro-peos residentes en la India (la mayor parteingleses), y 416 indígenas.

A pesar de los terrenos cedidos gratuitamen-te por el Estado, las líneas construidas por lasCompañías han costado á razón de 260.000 fr.por término medio. En la del East Indian hasalido el kilómetro á más de 300.000 fr., y sinembargo, hace ya cinco años que esta Compañíasatisface á los accionistas más del 5 por 100 debenefi^p.

Las líneas construidas por el Estado costaron213.440.000 ir.; eato es, poco más de 200.000francos por kilómetro. De aquella cantidad 50millones los pagó la Metrópolis, los 163 millonesrestantes la colonia.

Sumadas las cantidades invertidas por el Es-tado en la construcción de sus diez líneas fér-reas, á las anticipadas por el mismo á las Em-presas, y no reembolsadas todavía, resalta habersatisfecho el Estado, por el concepto de ferro-carriles, 855.780-000 fr.; esto es, el 27 por 100del coste total de las líneas construidas.

Hé aquí los gastos y productos do los ferro-carriles de la India en los años 1873 y 1874 :

778 BEVISTA EUROPEA. 2 3 DE JUNIO DE 1878. N.° 226

AÜO 1873. PRODUCTOS GASTOS.

Tanto por 100délos

gastos conrelación á losproductos.

Lineas de las Com-pañías 167.998.700 88.866 600 52-5

Lineas del Estado. 561.600 487.400 86-8

Total

AÑO 1874.

Lincas de las Com-pañías

Lineas del Estado..

168.360.300 89.354.400

192.136.0002.538.6O0

93.659 0002.104 900

53-0

48-78Í-9

Total 194.674.600 95.757.ÜOÜ 49-9

Esta relación entre los gastos y los productosyaría extraordinariamente según las líneas, puesen 1873 oscila entre el 39 por 100, correspon-diente á la línea de East Indian, y el 115, encuyo caso se encuentra la de Oomrawutice, ex-plotada por el Estado, y en 1874 todavía pre-sentan diferencias más notables, pues en la pri-mera do aquellas dos líneas los gastos no impor-taron más que el 36 por 100 de los gastos, y enla segunda subieron al 135 por 100.

Los mayores productos realizados en 1871 sedeben principalmente á los enormes trasportesque se hicieron á consecuencia del hambre queafligió al país en aquel año, y que ascendieron á840.000 toneladas de granos, arroz y legumbressecas; así es que mientras en 1871 el productokilométrico filé de 8.580 fr., en 1874 ascendió á9.863, en esta forma: 10.960 fr. en las líneas delas Compañías, y 415 en las del Estado. La di-ferencia que enaste punto presentan unas yotras clases de vía es muy notable; pero no debesorprendernos, puesto que la explotación de laspertenecientes al Estado data, según ya se hadicho, del año 1860, y algunas se'entregaron alpúblico en el mismo año 1874.

Los productos obtenidos en los años 1873 yy 1874, se clasifican de este modo:

PRODUCTO POR TRASPORTE.

ASOS.

18731874

De viajeros. De mercancías.

54.499.00054.575.000

107.300.000134.800.000

De los productos obtenidos por trasporte deviajeros, el 4'81 por 100 corresponde á las deprimera clase, el 4'70 á las de segunda y el75'58 á las de tercera y cuarta clase.

Comparados los productos obtenidos en cadauna de las líneas con las tarifas que respectiva-

mente han venido rigiendo, se observa que ácadareduccionde precios ha correspondido siempre un aumento en los beneficios. Eeto no sólono tiene nada de extraño, sino que es, por elcontrario, lo que sucede siempre; pero en Espa-ña nunca se llamará bastante la atención sobreeste natural resultado de las leyes económicas.En la actualidad los' viajeros pagan 14, 7 y 2céntimos por kilómetro según clase. Sólo enuna línea, la de Nulhattee, rigen las tarifas másaltas, y no figura ciertamente entre las de ma-yores productos, puesto que mientras en la to-talidad de los ferro-carriles de la India los gas-tos importan, por término medio, el 49 por 100de los productos, en la de Nulhattee asciende al67. Las mercancías devengan, por tonelada ykilómetro, de 6 á 21 céntimos, según las tarifasmás bajas, y de 7 á 23 en las más subidas.El actual director de los caminos de hierro,M. Dauvers, todavía propone nuevas reduccio-nes en las tarifas; pero se lucha, para acceder ásus indicaciones, con el alto precio de la hulla,que si en algunas líneas no cuesta más que 30francos la tonelada, en otras tiene que comprar-se á 140 y 170 francos.

El número de viajeros que circularon por laslíneas férreas durante el año 1874 fue de24.280.459: 22.842.001 por las de las Compa-ñías y 1.438.458 por las del Estado. Sólo lostrenes de la compañía East Indian trasportaron6.031.229 viajeros, es decir, la cuarte parte deltotal. Las cifras consignadas en orden á los pro-ductos obtenidos por el concepto de viajerosprueban que los indígenas no repugnan emplearen sus viajes el ferro-carril, pues hemos dichoque lo recaudado por billetes de tercera y cuar-ta clase representa muy cerca del 76 por 100del total obtenido por movimiento de viajeros;pero al observar que la distancia media recor-rida por éstos es de 48 kilómetros, es imposibledesconocer que las gentes del país no utilizantan poderoso medio de comunicación sino paragrandes viajes, de modo que son de esperargrandísimos aumentos en los productos de losferro-carriles de la India para el dia en queaquellos habitantes se acostumbren á hacer detales vías el uso frecuente y para cortas distan-cias que hacen do ellas los europeos, á lo quecontribuirá muchísimo la explotación de losabundantes criaderos de hulla que existen en elpaís y de los cuales hoy sólo se benefician los si-

N.° 226 P. CABELLO Y MiDORSA. LA. INSTltüOCIOST DE SOaDO-.MÜOOí.

tuados al 0 . de Calcuta, porque esto permitiráhacer nuevas reducciones en los precios y facili-tará, por consiguiente, la comunicación entrelos grandes centros de población y las comarcasvecinas. En la actualida del país sólo suministrael 40 por 100 del combustible que necesitan laslocomptoras; el resto procede de la Metrópoli,(el 35 por 100) y de la Australia el 27 .

El personal de los caminos de hierro ps indí-gena en su mayor parte. De 101.593 empleadosdo todas clases, que había al empezar el año1875, eran indígenas 96.013, y ya hay entreestos algunos maquinistas, cuyas funciones es-taban antes reservadas exclusivamente para I09europeos.

De. los viajeros que circularon por las diferen-tes líneas del país, durante el año 1874, sólo 18murieron y 70 resultaron heridos, á consecuen-cia de accidentes ocurridos en la explotación, esdecir, un siniestro por cada 1.371.192. Peroentre los empleados resultaron más desgracias,pu©9 murieron 213 empleados y resultaron heri-dos 202. El número de accidentes de todas cla-ses fiié el de 767: 407,debidos al encuentro sobrela vía de ganados, que no ocasionaron desgraciaalguna; 68 choques, de los cuales causó uno lamuerte de cuatro empleados; 63 desearrilamien*tos; 92 incendios, y los restantes ocasionadospor descuido de los guarda-agujas ó imperfeccio-nes de las máquinas.

Si tenemos presente que la superficie del nue-vo imperio de las Indias es de 3.765.292 kiló-metros cuadrados, y que existen en el interiordel país inmensas comarcas imperfectamente ex-plotadas, consecuencia de la dificultad y» altoprecio de los trasportes, fácilmente se compren-derá quo las líneas existentes, aun midiendo10.032 kilómetros, no bastan á satisfacer lasnecesidades de los 238.830.958 habitantes quepueblan el imperio, y de los importantes ramosdel comercio á que se presta la inmensa riquezaagrícola del país, pues resultan sólo 2'7 kilóme-tros de vía por cada 1.000 cuadrados de superfi-cie; pero hoy prestan ya grandísimos serviciosá los principales centros mercantiles del imperioá Calcutta, que por medio de las líneas del N. O.se provee de granos, de sal, de thé, de yute y deañil; á Bombay que recibe el algodón y los gra-nos por las tres vías que parten de esta ciudad,y á Madras que utiliza las vias de Bombay, Na-gapatano y Tubicoria para los acopios de arroz,

sal, tabaco y principalmente de café; y si el go-bierno inglés pudo en 1874 reducir á muy pe-queñas proporciones los estragos causados por elhambre quo experimentaron 1O:Í habitantes dela presidoncia de Bengala, se debe muy princi-palmente á los poderosos medios de trasporteque la ofrecieron loa ferro carriles" existentes yque la permitieron colocar dentro de cortísimoplazo, en las comarcas más necesitadas, inmen-sas cantidades de víveres y subsistencias.

Por otra parte ya hemos dicho que en un por-venir muy próximo, la India inglesa dispondráde 25.000 kilómetros de vía férrea, es decirde 6'6 por cada 1.000 kilómetros cuadrados deextensiou superficial, y llegado este dia, no sóloel comercio del país dispondrá de mayores facili-dades, y la administración de mayores elementostanto para conjurar nuevas hambres como paravencer cualquiera rebelión, sino quo során variaslas naciones do Europa, y muchas las de Améri-ca que podrán envidiar á aquella colonia que alfinalizar el siglo XVI creyeron los ingleses poderexplotar por medio de una compañía cuyo ca-pital no importaba más que 80.133 libras ester-linas, y que recientemente se ha consideradopreciso erigir en imperio.

J. JIMENO AGIUS.

Ik INSTRUCCIÓN DE SORBO-MUDOS *

VIII

PARA. ENSEÑAR LA PRONUNCIACIÓN

Y LA LECTURA. EN VOZ Á LOS SORDO-MUDOS.

Explicado ya el fin de la pronunciación y dela lectura en la educación del sordo-mudo, con-viene determinar la ocasión más oportuna paradar principio á su enseñanza, las precaucionesque previamente han de tomarse, los procedi-mientos que ha de emplear el maestro para ase-gurar el mejor resultado y finalmente, los me-dios materiales que pueden facilitar su trabajo.

Es muy de considerar, dice Bonet, la edadmás á propósito para que los mudos aprendan lapronunciación, pues si por una parte sería con-veniente no enseñársela hasta que tuviera mu-

Véanse loa números 222,223, 224 y 225,

780 REVISTA EUROPEA.—23 DE JUNIO DE 1878 . N.° 226

cho uso de razón, es preciso evitar por otra lainactividad del organismo fonético, inactividadque en su caso podría oponer obstáculos insupe-rables.

Afirma el abate Hervás que no deben apren-der el habla de un idioma si antes no hanaprendido su escritura, porque en otro caso nosabrían la significación de las palabras que pro-nuncian, y considerando muy difícil que apren-dan á escribir antes de tener seis años, deduceque no deben empezar el aprendizaje de la pro-nunciación hasta que estén para salir de la in-fancia ó hayan entrado en la niñez, ó lo que eslo mismo, hasta que tengan de seis á ocho años,que es la edad que también considera conve-niente el secretario del Condestable.

Cree, sin embargo, que desde la de cuatroaños pueden aprender el silabario alfabético, yencarece la conveniencia de enseñarles á pro-nunciar sílabas fáciles, á fin de que sus órganosvocales conserven la flexibilidad natural quetanto favorece los progresos de la pronunciación,y de evitar,por tantoi el endurecimiento muscu-lar y nervioso que en otro caso llegaría á dificul-tarla.

Este es también nuestro criterio, é inspiradosen él, no «ólo hemos indicado, aun antes deconocer el del verdadero fundador de la Filologíacomparada, la necesidad de- que los maestroscomo consejeros natos de las familias en todocuantoá laeducacion se refiere, recomienden queno deje de hablarse á los sofdo-mudoq sabiendoque lo son y que se les ejercite en la produc-ción de sonidos articulados ó inarticulados ócomo decíamos en otra ocasión, en vocear desdesu edad más tierna, para lo cual es entre otrascosas necesario que cuantos les rodean sepanhablarles por medio del abecedario manual,sino que oficialmente hemos favorecido la admi-sión de algunos en el Colegio nacional de Ma-drid, á pesar de que no habían llegado á la edadlegal que, según el reglamento, es la de siete añoscumplidos.

Antes de enseñar la pronunciación propia-mente dicha, conviene asegurarse de que los«ordo-mudos carecen de frenillo y de todo otroimpedimento físico que pudiera esterilizar losesfuerzos que aquella exige; acostumbrarlos áque lleven en la boca un hueso de fruta ú otroobjeto adecuado que favorezca la constante ac-tividad de BUS diferentes órganos; hacerles com-"

prender teórica y prácticamente la diferenciaentro respiración, aliento, soplo y voz respi-pirando, alentando, soplando y pronunciandoalgunas sílabas, especialmente guturales, y obli-garles á que pongan su mano delante de nues-tra boca ó en nuestra garganta para que porel tacto distingan la casi imperceptibilidad dela respiración como acto natura] é indepen-diente de la voluntad, por la vista y por 6l tac-to la varia configuración orgánica y la diversafuerza del aire en la emisión del aliento, delsoplo y de la voz que ya se hacen por un actode nuestra- voluntad, y finalmente para que co-nozcan que la garganta sólo tiembla ó se mueveal pronunciar, hecho lo cual conviene ejerci-tarlos con insistencia en la reproducción de esosfenómenos.

Voceando ó ejercitando la voz es como, en con-cepto del abate Hervás, deben aprender las vo-cales y las sílabas más marcadas, y enseñándo-les á pronunciar con entonaciones distintasacercándose ó alojándose de ellos, como se acos-tumbrarán á dar á la suya la entonación conve-niente según la distancia á que se hallen de lapersona á quien se dirijan.

Hablando despacio y con gran esfuerzo, eltimbre de la voz de los sordo-mudos es general-mente áspero, discordante y desagradable, defecto que poco á poco puede corregirse ó al me-nos modificarse sensiblemente, acostumbrándo-los á que no se esfuerzen y á que pronunciencon rapidez tanto cuanto les sea posible.

Otro de los defectos en que suelen incurrir alpronunciar, consiste en prolongar desmesurada-mente el sonido de las vocalesintermediashastael extremo de desfigurar completamente la pala-bra de que forman parte, diciendo por ejemploMa-a-ri-i-a en vez de Ma-rí-a, defecto que secorrige apelando á la escritura y haciéndoseloobservar.

Al pronunciar las sílabas simples modificati-vamente articuladas suelen agregar una vocalá continuación de la consonante diciendo aleen vez de al, are en vez de ar, defecto que enn{t estro concepto se evitaría, no sólo tapandola boca del sordo-mudo tan luego como á conti-nuación de la primera vocal hubiese dado á susórganos la posición conveniente para articularla consonante, sino dando en muchos casos lapreferencia á las sílabas de esta clase sobre lasdirectas ó preventivamente articuladas y apli-

NA 226 P. CABELLO Y MADtTSGA.—LA INSTRUCCIÓN DE SORDO-MÜDOS. ?8Í

candólas inmediatamente á la pronunciación depalabras, tales como al-a, es-o, un-o en la for-ma en que las escribimos por más que no seala que les corresponde, opinión que tiene su fun-damento lógico en la necesidad de pasar de loconocido á lo desconocido.

Finalmente, pueda acontecer que voceandopronuncien casualmente algunas sílabas y aunpalabras, ó que en vez de pronunciar la letra ósílaba que se pretende enseñarles pronuncienotra distinta. Los maestros en es'e caso debenaprovechar esas pronunciaciones casuales óequivocadas, escribirlas, hacer que los sordo-mudos las conozcan y obligarles á repetir laspronunciadas hasta que lo hagan sin vacilar.

La enseñanza de la pronunciación empiezapor la escritura y representación dactilológieade la letra ó sílaba que ha de pronunciarse,hecho lo cual se coloca el maestro frente á laluz á fin de que el discípulo observe bien laposición de los órganos vocales, pronuncia des-pacio, repite lo pronunciado, obliga al sordo-mudo á que toque con su mano los que princi-palmente entran en acción, y hace que pongala otra delante de la boca para que, recibiendoen ella el aire espirado, conozca su dirección,fuerza é intensidad.

El sordo-mudo, si ya sabe vocear, repetirácuanto ha visto hacer á su maestro las vecesnecesarias hasta producir el mismo sonido, po-niendo al efecto una de las manos en los órga -nos vocales dol maestro mismo y otra en loasuyos propios hasta adquirir la seguridad de queéstos toman la misma posición y ejecutan igua-les movimientos que los de aquel, así como lade que el aire sale de su pecho con la mismadirección, fuerza é intensidad.

Hemos indicado oportunamente que los efec-tos del sonido se hacen perceptibles á la vistapor la observación atenta y minuciosa de lasposiciones orgánicas. Esto nos explica la ne-cesidad de que haya buena luz y la de que elmaestro se ponga frente á ella para enseñar,así como la utilidad de que en los primeros pa-sos de la enseñanza procure marcar bien lasactitudes, pero sin exagerarlas demasiado por-que en este caso degenerarían en visajes r i -dículos que á toda costa conviene evitar .

También hemos dicho que los sonidos se ha-cen sensibles al tacto, única manera de apreciar-los para los sordo-mudo-ciegos, ó bien colocando

la mano delante de la boca para recibir en supalma ó en su dorso el aire espirado y conocer ladirección, fuerza ó intensidad que se le imprimeal emitirlo, ó bien llevándola á la garganta, á la -barbilla ó á la nariz y aun al pecho, vientre ycostados, según la letra ó sílaba de cuya pro-nuncion se trate, y ahora añadiremos que paraproceder con acierto en la dirección de estosprimeros é interesantes pasos de la enseñanza,es necesario inspirarse en la clasificación orgá-nica de las letras y en las reglas particulares deposición y de acción oportunamente explicadas.

Aconseja Bonet, Cree Hervás y así se practi-ca por casi todos los maestros, que esas diversasactitudes y señaladamente las de la lengua,deben enseñarse al Bordo-mudo introduciéndolelos dedos en la boca y haciendo que él á su vezintroduzca los suyos en la del maestro; peroHernández reprueba estas maniobras por suciasy de problemáticos resultados. Nosotros opina-mos que tratándose de sordo-mudo-ciegos, soninevitables, ni tampoco nos atrevemos á conde-narlas en absoluto cuando se trate de sordo-mudos mayormente si éstos son de los que pa-decen sordera congónita completa, tienen susórganos endurecidos por un mutismo prolonga-do ó carecen de la perspicacia visual necesariapara distinguirlas á la simple vista aun supues-ta la atención más aaídua y la mejor de las vo-luntades ; pero sí aconsejaremos que sólo seacuda á este medio cuando no haya otro másapropiado y que se escasee cuanto sea posible.Es, sin embargo, el único ó casi el único áque conviene apelar para corregir los defectosde pronunciación en loa balbucientes y en laspersonas que por efecto de una educación, vicio-sa ó descuidada no saben pronunciar algunasletras ó las pronuncian mal.

Aunque el recurso principal para obtener bue-nos resultados en la enseñanza de que nos ocu-pamos consista principalmente en la pronuncia-ción clara, distinta y constantemente repetidadel maestro, y en que pronuncie despacio y conla boca abierta en cuanto sea posible para dartiempo á que los discípulos puedan apercibirsede la actitud, calidad y movimientos de los ór-ganos puestos en acción, no ha dejado ain em-bargo de buscarse el auxilio de objetos y apa-ratos que ayudaran á vencer las no escasa» difi-cultades que necesariamente se presentan en losprimeros pasos.

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Esos medios auxiliares, impropiamente llama-dos procedimientos, son de tres clases, á saber, or-dinarios, mneumónicos y mecánicos. Pertene-cen á la primera los silabarios, carteles y letrasmovibles; á la segunda los espejos y las estam-pas, y á la tercera las lenguas de cuero ó de go-ma, las cabezas articuladas, y las cabezas y má-quinas parlantes,

Los silabarios, carteles y letras movibles, á quepudieran agregarse las cintas, los cuadros semi-circulares y oblongos de resorte de que nos ha-blan los Sres. AvendañoyCarderera en su "Cur-so elemental de Pedagogo n y tantos aparatoscomo hoy pululan, son medios sobradamenteconocidos por su aplicación á la enseñanza dela lectura en las escuelas ordinarias, por lo cualnos consideramos dispensados de explicarlos. Sonútiles para el análisis y á la síntesis de la palabraescrita y pueden por tanto favorecerlos primerospasos de aquella en todo cuanto tiene relación conla-? formas y con las combinaciones así liberalespara formar la sílaba como silábicas para for-mar la palabra, pero ningún servicio prestan porlo que hace á la pronunciación. Como aparato re-comendable de letras movibles, merece citarse elsilario compositor de Tolosa, premiado en Lon-dres y en Paris, y declarado útil para, la ense-ñanza en España.

Los espejos y las estampas se llaman mediosmneumónicos porque su objeto es presentar á lavista del discípulo las posiciones orgánicas refle-jadas en los primeros ó representadas en las se-gundas por medio del dibujo de varias cabezas,cada una de las cuales ofrece la imagen del sem-illante en la posición orgánica correspondienteá la articulación de una letra.

La idea de las estampas como medio auxiliarde la enseñanza de la pronunciación, se iniciópor el abate Hervás en su "Escuela española,11

aconsejando que para cada letra ó sílaba hubierauna cabeza en que se viera claramente delinea-da la configuración de los órganos vocales-y lapostura de la lengua al pronunciarla, porqueaunque ésta, según dice, no se mueve, concurremucho con su postura á que la pronunciaciónsoa exacta y clara. El doctor Hernández, en sn"Plan de enseñar á los sordo-mudos el idiomaespañolM fijó en veinticinco elnúmero de estam-pas necesarias, indicando además que la posiciónde aquellas letras cuya naturaleza lo exigiera,estuviera representada en cabezas dibujada» de

perfil dejando al descubierto un pedazo de me-jilla, á fin de que el alumno pudiera penetrarsevisualmente de la actitud de la lengua y de losdientes en cada caso, pero ni Hervás ni Hernán-dez pasaron del dicho al hecho. Sus respectivasideas han sido, sin embargo, posteriormenteaprovechadas por D. Antonio Hernández yMartin y por el Colegio nacional de Sordo-mn-dos y de Ciegos en los años de 1868 y de 1870,hallándose bajo la dirección de nuestros respe-tablea antecesores los Sres. D. Juan ManuelBallesteros y D. Carlos Nebreda.

Don Antonio Hernández y Martin, profesorde sordo-mudos del colegio de Burgos, presentóen la Exposición Aragonesa de 1868 una seriede láminas dibujadas á mano, representandoen cortes de la cara las diferentes posiciones delorganismo; pero no ha dado á luz un trabajoque revela su laboriosidad y su competencia enla especial y difícil enseñanza de los sordos-mu-dos. Realizó, gues, la idea de su homónimo eldoctor Hernández y es sensible que acaso la fal-ta de recursos y de protección no le permitie-ran publicar esas láminas

El Colegio nacional de Madrid remitió á l¡tmisma Exposición una colección de fotografíansacadas al natural, representando las mismasposiciones. Están tomadas de frente, sirviendode modelo el profesor encargado de los prime-ros pasos, y por tanto de la parte más difícil dela enseñanza de la articulación. El Sr. Balles-teros, que ordenó la formación de esas fotogra-fías, no hizo, pues, otra cosa que llevar á lapráctica el consejo del abate Hervás.

Diferenciase la colección de estampas debi-das á la iniciativa del Sr. Nebreda, en habersehecho acudiendo á la litografía y no á la foto-grafía, en indicar por medio de líneas de pun-tos la dirección del aire sonoro á su salida porla boca ó por la nariz, y en que cada estampalleva al pié no sólo la representación gráficacon que también se enriquecieron las anterio-res, sino la dactilológica de la letra ó letrascuya articulación se pretende dar á conocerpor su medio.

Más tarde ideó é hizo construir el Sr. Ne-breda un aparato parecido á los cuadros deresorte, en el cual por medio de cilindros ver-ticales que un sencillo mecanismo pone en movi-miento, se desarrollan, arrollan y pasan sucesiva-mente á la vista del observador esas diferentes

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estampas cuyas posiciones ha de imitar elsordo-mudo, comprobando ]a exactitud de laimitación en un espejo colocado oblicuamentey de fuera á dentro en la parte superior delaparato, el cual descansa sobre un pequeñopupitre provisto de una pizarra destinada á es-cribir las letras correspondientes á las actitu-des que se vayan imitando. Eeúnense, pues, enel aparato de Nebreda las estampas para ob-servar ó imitar, los espejos para comprobar, ladactilología para recordar, y la escritura parahacer permanente la letra.

En nuestra opinión, lo decimos con sinceridady franqueza, ni loa cortes dibujados de la cara,ni las fotografías naturales, ni las estampas li-tografiadas, aunque representen aproximada ysólo aproximadamente las posiciones de los di-ferentes órganos del aparato productor do la pa-labra, escusan trabajo al maestro como acaso loescusarian si, á la vez que las posiciones; pu-dieran representar las acciones-ó movimientosdel organismo en el acto de la articulación, y loque es aún más difícil los medios para enseñar al«ordo-mudo á que desde la simple respiraciónpase gradualmente á la producción sucesiva delaliento, del soplo y de la voz. Creemos por tan-to que en el celo, pericia, trabajo y paciencia delos maestros es donde han de buscarse los recur-sos necesarios para vencer las dificultades que laenseñanza de la pronunciación lleva consigo yno en las estampas, cuya aplicación, si algunaventaja pudiera proporcionar, se hallaría contra-riada con no escasos inconvenientes; mas no poroso hemos de negar nuestros sinceros plácemes álos iniciadores y ejecutores del pensamiento porsus laudables esfuerzos encaminados á facilitar lade los medios de comunicación que nosotros con-sideramos como el resultado más brillante, másútil y más necesario en la educación del sordo-mudo, puesto que si ni entiendo ni puede hacerseentender de sussemejantes, por muchos, variadosy extensos que fuesen los conocimientos de quosu inteligencia estuviera adornada, siemprese ve-ría condenado al más amargo de los aislamientos,en medio de los que no le entiendan y á .quienesno pudiera entender,-que serian la mayor parte.

El uso de la lengua de cuero ó de goma, colócada entre las manos del maestro para darle unaposición semejante á la que toma la lengua na-tural en el acto de articular una letra determi-nada, viene aconsejado por Bonet y por Hervás;

pero no mereció la aprobación del Dr. Hernán-dez como recurso insuficiente, porque, comodice con razón sobrada, la lengua nunca funcio-na por sí sola en la pronunciación y por tanto,el auxilio de una lengua artificial seria siempreincompleto y aun tal vez perjudicial. A este me-dio mecánico deben agregarse las cabezas artifi-cialmente articuladas con lengua de cuero ó degoma que, en concepto del abate Hervás, debíanprocurarse los colegios para imitar las posicionesorgánico-naturales. En nuestro concepto es-tas cabezas sólo serían útiles si estuvieran con-venientemente dispuestas para que por su me-dio pudieran observarse las posiciones inter-nas ó que se hacen á boca cerrada ó casi cerrada.

Las cabezas parlantes parecidas á la que inventóel jesuíta Kircher, de la cual existian ejemplaresen el Museo del Colegio Romano cuando el aba-te Hervás residía en él, diciéndose que una deellas pronunció las palabras Ave Cristina, Sue-ciw, regin/v, en presencia de esta Soberana delNorte de Europa, y finalmente, las máquinastambién parlantes destinadas á la producciónartificial de sonidos semejantes á los de la vozhumana como la del alemán Kempelen ó eltecnefon del español D. Severino Pérez, comple-tan la serie de medios mecánicos auxiliares conlos cuales se ha pretendido facilitar la enseñan-za de la pronunciación artificial.

És, en nuestra humilde opinión, completa-mente indudable que ni las cabezas articuladas,ni las parlantes Kircherianas, ni las máquinasKempelenianas ó Severinianas, ni ninguna otrade las muchas deque continuamente nos habla laprensa periódica, por admirables que parezcan ypor más que puedan sorprendernos imitando lossonidos de la voz humana con toda perfección yhasta el punto do confundirse con ella, reúnen,sin embargo las condiciones apetecibles paraprestar servicios reales y positivos en la ense-ñanza de la pronunciación á los sordo-mudos.Servirían de mucho y abreviarían considera-blemente el trabajo del maestro y del discípulosi además de asemejarse en su estructura mate-rial al organismo productor del sonido y de lapalabra, pusieran de manifiesto de una maneraclara, precisa y enteramente perceptible á lavista de quien artificialmente ha de aprender la,asi las actitudes como los movimientos orgáni-cos correspondiente;-! á cada articulación, cues-tión difícil, porque si exceptuamos la de las vo-

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cales y la de las consonantes cuya articulacióndepende esencialmente de labios y dientes, lasdemás se resisten á la observación visual porverificarse en el interior de la boca y ofrecenuna dificultad tanto mayor, cuanto más distan-tes de los labios han de articularse, por cuya ra-zón es preciso acudir al tacto para apreciarlasy distinguirlas.

Y ahora daremos por terminadas nuestrasobservaciones sobre la enseñanza de la pronun-cion artificial y la lectura en voz, recomendan-do á los maestros, á los padre» y á cuantos rodeenal sordo-mudo, que le nieguen cuanto deje depedir por medio de la palabra si al efecto estásuficientemente instruido; que hagan como queno entienden cuando manifieste sus deseos acudiendo al lenguaje mímico, y finalmente, quele obliguen á pronunciar con repetición y siem-pre que sea necesario, las frases más usuales decortesía y de relación en el trato social, con locual le dispensarán un beneficio inmenso y tan-to más importante cuanto mayor es su resisten-cia á emplear el lenguaje oral por el trabajo quele cuesta y por la mayor facilidad que halla enmanejar el de acción.

IX

LECTURA LABIAL.-POSIBILIDAD Y UTILIDAD DE SU

ENSEÑANZA.

Hemos dicho en otro lugar que la pronun-ciación ha de enseñarse al sordo mudo para quehable y para que lea, esto es, para que hablandopueda manifestar sus ideas propias, y para queleyendo traduzca al lenguaje oral las que otro lecomunique por medio de la escritura, resultadoen alto grado ventajoso para él, pues por esemedio adquiere la aptitud dé que carecía paracomunicarnos sus impresiones, sus necesidadesy sus pensamientos, y no menos ventajoso paranosotros mismos porque con igual facilidad po-demos entender lo que nos diga.

La enseñanza de la articulación, sin embar-go, no por eso será completa. Necesita algomás, muchísimo más. No basta que nosotrospodamos entender al sordo-mudo. Es necesarioque él á su vez nos entienda y comprenda e]lenguaje oral, único medio universal de comu-nicación y de inteligencia entre los hombres.

El sordo-mudo que hable y que lea, podrá, esverdad, darnos cuenta de sus ideas; pero inca-

pacitado por defecto de audición para aperci-birse de las nuestras mediante la aplicación deese sentido, jamás lograremos que nos entiendasin acudir á la escritura ó al lenguaje de acción.La primera es pesada, lenta, desconocida demuchos y ni aun se puede emplear en todotiempo y lugar, y como el lenguaje de signosademás de ser desconocido de la mayor parte, seresiste á los que no tienen precisión de servirsede él, se infiere claramente la imperiosa necesi-dad de acudir á otro medio más sencillo y fácilque, al poner á aqviel desgraciado en disposiciónde entendernos, le acerque más y más á la con-dición de las personas de sentidos expeditos.

Al buscar ese medio, debemos tener en cuentaque la falta de Un sentido puede suplirse encierto modo con la mayor finura y perspicaciaque adquieren loa demás como consecuencia ne-cesaria del mayor ejercicio á que forzosamentehan de consagrarse, y decimos que sólo en cier-to modopueden suplírselos unos á los otros, por-que no cabe una completa compensación, pursni el sordo-mudo llegará nunca á formarse ideacompleta del sonido dulce y armonioso de lavoz cualquiera que sea la intensidad de su po-tencia visual, ni el ciego, por esqüisito que seael desarrollo de su tacto, será tampoco capaz decomprender lo que son los colores, cuyos finísi-mos y variados matices tan sólo por la vistapueden ser debidamente apreciados.

Ahora bien: considerando que la vista es eloido del sordo y del sordo-mudo; que las pala-bras pertenecen al idioma de la vista en cuan-to se producen mediante el movimiento visi-ble de los órganos de la fonación; que no pode-mos pronunciar una palabra sin mover visible-mente esos mismos órganos, y que cada palabrase pronuncia con órganos diferentes ó con di-versos movimientos de unos mismos órganos, seinfiere que la vista y apreciación de esos diver-sos movimientos puede servirles de guía paraconocer y distinguir unas de otras las diferen-tes palabras pronunciadas en su presencia.

Este resultado puede alcanzarse por medio de;la articulación muda ó lectura labial que pode-mos definir: "El arte de enseñar al sordo y alsordo-mudo á que, apreciando por medio de lavista la diversidad de actitudes y de accionesejecutadas por los diferenres órganos del apara-to vocal en el acto de la pronunciación, lleguená distinguir, mediante la atenta observación de

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esís actitudes y acciones, las letras, sílabas ypalabras que habla el que pronuncia, aunqueno puedan percibirlas por el sentido del oido

No sabemos de maestro alguno que hayapuesto ni aun en duda siquiera la capacidad delos sordos y de los sordos-mudoa para entenderpor los movimientos de los labios lo que otro lesdiga; pero no podemos asegurar otro tanto relati-vamente á la posibilidad, conveniencia y utili-dad de la enseñanza de esta parte de la articu-lación.

Juan Pablo Bonet habia dicho en el prólogode su arte que examinando y tentando la natu-raleza por todas las partes que parece se repar-te en los demás sentidos y potencias lo que quitaá alguno, buscando siempre la perfección delcompuesto que es dechado de su saber y poten-cia, y procurando con particular atención hacermina por donde entrar á dar razones á la razón,salvando el muro que ni se puede abrir ni asal-tar, habia hallado al fin vía secreta por dondeentrar y camino llano por donde salir, y sinembargo, su paso, hasta entonces firme, majes-tuoso y seguro, se torna vacilante al pisar losumbrales de la lectura labial, considera la em-presa como superior á sus fuerzas y afirma queni puedo sujetarse á las reglas del arte, ni ense-ñarse á los mudos, ni daria resultarlo completoaunque pudiera enseñarse, ni tampoco es nece-sario enseñársela.

Para que la lectura labial pudiera sujetarse álas reglas del arte y enseñarse á los mudos, seríapreciso en concepto do Bonet, que los maestrosentendieran par el movimiento de los labios loque otros hablasen, porque de otro modo tam-poco podrian dar reglas para que lo entiendanlos mudos, sin lo cual no cabo la enseñanza queen reglas ha de fundarse Cree también que aunpudiéndose enseñar, no so obtendrían los resul-tados apetecibles y apetecidos, porque para quelos mudoslean en los labios del que habla es pre-ciso que vean la formación de todas las letrasuna á una y por tanto, que todos cuantos leshablen lo hagan boqui-abiertos, lo cual engen-draría en el que enseña y en el que aprende laincómoda y fea costumbre de hacer gestos y vi-sages, y, finalmente, para considerar innecesariala enseñanza, aun limitándola exclusivamente álo» movimientos labiales , únicos que en suconcepto pueden ser bien observados, se fundaen que los mudos, lo mismo los intruidos que lo»

TOMO XI,

que carecen de instrucción, obligados por Iji ne-cesidad y ayudados por lanaturaleza, que procuracompensar el defecto de un sentido concedien-do mayor perspicacia á los demás, y por el co-nocimiento que tengan de quien les habla, deltiempo y ocasión en que lo hace y de la materiado que les puede hablar, llegan á entender porsí mismos lo que les dicen, aunque no veantodos los movimientos orgánicos de sus interlo-

utore3, pero nunca con tanta seguridad quepuedan seguir el curso de una conversación lar-ga fuera de las pláticas comunes y ordinarias.

Inconcebible parece que semejantes afirma-iones hayan podido hacerse por el maestro de

1). Luis Velasco, aquel noble de quien dijo elinglés Digby que habia aprendido á oir las pa-labras por los ojos; que hablaba con tanta clari-dad como podia hacerlo un hombre dotado detodos sus sentidos;quecomprendia perfectamen-te cuanto le decían los demás; que no perdía unapalabra en las conversaciones más largas; queepetía todas las palabras que se pronunciaban

delante de él, cualquiera que fuese su dificultady el idioma á que pertenecieran, aunque se tra-tara de los que tienen la pronunciación esen-cialmente gutural y que las repetía aun pro-nunciadas por una persona separada de él portoda la extensión de una sala; añadiendo que enla oscuridad ó cuando se volvía la cara nadacomprendía; prueba irrecusable de que sólo á suesmerada instrucción en la lectura labial se de-bian tan admirables resultados.

Veamos ahora si las conclusiones de Bonetson tan fundadas que no puedan rebatirse, aun-que suficientemente destruidas quedaren me-diante los resultados .obtenidos por el mismoque las hiciera, por más que aun después de ex-citar con ellos la admiración del infortunadoCarlos I de Inglaterra, quisiera atribuirlos, noá sus esfuerzos en la educación del hermano me-nor del condestable de Castilla, sino á las re-glas que el mismo educando se trazara sin másguía que la constante observación.

La lectura labial exige en primer término elconocimiento de las posiciones y acciones delorganismo en el acto de pronunciar; en segun-do, el de la letra física correspondiente á cadaespecie de actitud y de movimiento sin lo cualsería imposible que el sordo-mudo la entendie-ra, pronunciara y escribiera; en tercero, el de lamanera ele enlazar entre sí las diversas letras fí-*

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sicas que ha de entender, pronunciar y escribirpara formar con ellas las sílabas, las palabras ylas frases lo mismo en el lenguaje oral que en elescrito, y en cuarto, el de la significación do laspalabras y de las frases. Ahora bien: las tre3 pri-meras circunstancias ha de enseñarlas el maes-tro accionando, pronunciando y enlazando paraque prácticamente accione, pronuncie y enlacael sordo-mudo; luego la lectura labial qua nopuede adquirirse sin esos conocimientos previos,está sujeta á las reglas del arte y puede ense-ñarse á las mudos, contra lo afirmado porBonet.

Ni se opone á ello la razón alegada por éstesegún la cual, para enseñarla es preciso que elmaestro entienda por el movimiento de los la-bios lo que otros hablen, porque, como asegurael Dr. Hernández, aunque todos podemos, sinoír, ver las posturas de los dientes, de los labiosy de la lengua de quien nos habla á la luz y en-tender lo que nos dice, la falta de precisión noshace descuidar el cultivo de una facultad redu-cida á leer en un libro animado los vocablosque pronuncia. Existe, pues, dificultad, perono carencia de facultad para entender la pala-bra por la simple observación de los movi-mientos del organismo que le produce, dificul-tad que procede* de la falta de ejercicio porotra parte innecesario para quien, percibiéndolapor el oido, habia do hallar pesadísima la aplica-ción de la vista á la percepción que puede haceraplicando un medio más cómodo, más generaly más espedito.

Opinamos que tampoco estuvo completamen-te acertado al decir que no es necesario enseñaral sordo-mudo lo que por sí mismo puede apren-der, y que ni con dirección ni sin ella, es po-sible que alcance resultados enteramente satis-factorios en el arte de entender la palabra por laobservación visual de los movimientos del orga-nismo del que la pvonunciaé

Verdad es que algunos sordo-mudos, sin em-bargo de carecer de instrucción, pero acostum-brados al trato de personas ó teniendo antece-dentes de algún pasaje, deducen en determinadosmomentos lo que se habla ó lo que se les quieremandar; pero más que entender lo que se lesdice por los movimientos del organismo, cree-mos que lo que hacen es manifestar el fondo deprofunda observación con ribetes de maliciapeculiar á todos los sordo-mudos y aún más

desarrollado en loa simplemente sordos que detodo el mundo sospechan, creyendo ser el objetode las conversaciones de todos, y que obligan ácuantos se hallan en su compañía á volverlesla espalda cuando quieren hablar de algúnasunto de que no convenga que el sordo se en-tere ó aperciba.

Tampoco negaremos que como el espíritu dolos sordo-mudos parece estar siempre asomadoal sentido de la vista, según la feliz expresióndel abate Hervás, observan atenta y delicadísi-mamente todo cuanto ven, pues á ello les obligala carencia de oido, y que esa fuerza de, obser-vación es acaso el recurso más eficaz y pode-roso de que disponen para llegar alconocimien-to de la p'alabra que el organismo articula consus variadas actitudes y con sus múltiples mo-vimientos. {Pero no observarán más y enten-derán mejor si poseen determinados conoci-mientos y si además son convenientementeejercitados y dirigidos por sus maestros? ¿Acasoel hermano del Condestable habría alcanzadolos admirables resultados de que antes hicimosmención si no hubiese sido aleccionado porBonet? jY cómo habremos de extrañar queatribuyendo nuestro aragonés esos resultadosal trabajo individual y á las sobresalientes dis-posiciones de su ilustre discípulo, pretendierael inglés Bulwor adjudicarse el mérito de la in-vención del arte do enseñar la lectura labial onla obra •qua bajo el título de Philoeopus ó elamigo de los sor dos-mudos, dedicó más tarde álos hermanos Eduardo y Guillermo Gostwick deWellington? jNo cabe al monos la sospecha deque si por no haberlos alcanzado todavía habla-ba de buena fe en su nReduccion de las letras yarte de enseñar á hablar á los mudos,n quisierasostener más tarde su anterior afirmación por es-píritu de lisonja hacia la poderosa y noble fami-lia dol Condestable, y no por el de modestia deque no dio sobradas pruebas, atribuyéndose eldescubrimiento ó invención de un arte que conanterioridad á su nacimiento habia inventado,conocido y aplicado el inmortal benedictino daOña á la instrucción de sordo-mudos perte-neciente á la misma poderosa y noble familiacastellana?

Es, pues, para nosotros completamente in-controvertible que la lectura labial, objeto denuestras consideraciones en este artículo, nosólo está sujeta á las reglas del arte y que éstas

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han de regular su enseñanza, sino que puede ydebe enseñarse j es necesario enseñarla á lossordo-mudos con sujeción á esas misiras reglas,pues sólo así podrá convertirse para ellos, comolos conviene y nos conviene, en un instrumentogeneral de comunicación y de inteligencia queles permita alternar decorosamente con los de-más hombres en las diferentes esferas de la vidasocial.

PEPRO CABELLO Y MADTTROA.

CRÉDITO.

El crédito facilita una multitud da cambios queno se harían ó se harían con gran dificultad sin él;activa, por consiguiente, la circulación de la ri-queza; pero si bien es beneficioso euando se usa deél con prudencia, es, de igual modo, en estremopeligroso cuando lo preside la temeridad.

Sa forman una idea falsísima del crédito los quele creen esencialmente dependiente do los esta-blecimientos que llevan su nombre; existió antesque estos y existe aun sin ellos. Tales estableci-mientos facilitan las operaciones, y en esto hacenservicios muy señalados á la sociedad; pero puedenestar mal dirigidos y organizados, como cuandoposeen el arma del monopolio, y entonces son,como todo monopolio, una gran calamidad.

Habiendo progresado la industria en tiemposque prevalecían las ideas proteccionistas, se haquerido atribuir sti desarrollo en los pueblos mo-dernos á la protección; tanto valdría atribuir á laSanta Inquisición el desarrollo del espíritu huma-no. De un modo semejante se dice: el crédito hahecho grandes progresos desde que se han fundadolas Bancos del Estado; á estos, pues, son debidosesos progresos. Casi siempre el espíritu de sistemaviene confundiendo la causa con la simultaneidad.El argumentopost lioc, ergo propter hoc,nunca fuelegitimo en lógica y menos en cuestiones comoesta, en la cual tantas causas pueden influir. Siesos Bancos han hecho servicios, no han sido de-bidos al monopolio que vienen ejerciendo; ese monopolio, por el contrario, ha causado incompara-bles perjuicios á la sociedad, euando menos, y estoes ya muy grave; ha privado á muchos de un tra-bajo particular, que es de derecho común, comocualquiera otro; y, por consiguiente, ha privado átodos de las ventajas que habrían podido obtenersepara la comunidad.

El crédito se compone de dos operaciones fun-

damentales, esencialmente diversas. La primera,es un cambio incompleto de dos cosas, de las cua-les una, por lo menos, no se ha de entregar, sinoen tiempo más ó monos lejano; el que no entregala suya de pronto recibe crédito del otro. En se -majante caso, paga generalmente un interés, quevá confundido con el precio do la cosa que ha re -cibido, y continúa su crédito por todo el tiempodel plazo en que haya de entregar la suya. Cuan-do ninguna de las dos cosas ha sido entregada, alverificarse el cambio, hay doble eródito; y porconsiguiente, ninguno de los dos cambiantes debeintereses.

La segunda operación de crédito no es, estric-tamente hablando, un cambio, ó, á lo sumo, esun cambio de especie particular: consiste en elpréstamo que un capitalista hace de su capital áuna persona que se compromete á restituirlo ín-tegro en plazo determinado. Verdad es que eneste caso se cambia un servicio por un interés;pero no se lia cambiado el capital do que se trata,puesto que se habrá de restituir. Verificándosecomunmente en moneda el préstamo á interés, yla restitución, comunmente también, en moneda,si se pretende que tiene lugar un cambio de ca •pítales, será preciso convenir en que se cambiandos cosas idénticas, lo cual no tiene razón de seren economía: en esta segunda operación aparece elinterés en su forma ordinaria y ostensible, y seproporciona el valor del capital y ala duracióndel crédito.

Con motivo de cualquiera de esas do9 operaciónnes, el deudor suscribe de ordinario una obliga-ción que se llama, según el caso, una acción, unaletra de cambio, etc. Ese título es trasmisible dediferentes maneras, y pagable á término ó á lavista; puede también no ser reembolsable, comosucede con los títulos de la renta del Estado. Sü-cedetambien que el deudor no suscribe ningúntítulo directamente; pero entonces su acreedor li-bra á su cargo una letra de cambio, un mandato,etcétera, cuyo documento, de igual modo que elprecedente, ea trasmisible y pagable á término óá la vista, pero siempre reembolsable. Una vez encirculación esos documentos, no se sabe comúnmente á qué genero de operación pertenecen.

Por haber confundido esas operaciones funda-mentales, se ha creído en la posibilidad de hacerdesaparecer completamente las ocasiones de pagarel interés del capital. Cuando se reflexiona en lanaturaleza de la primera, se vé, en efecto, que ge-neralmente ambos contratantes se abren créditoel uno al otro; y de ahí que la idea de compensacion míifrua se presente naturalmente al espíritu.No parece, pues, imposible evitar las ocasiones deinterés en los cambios A plazos dados. Se evitan

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en los Bancos, en ventaja de los que tienen en ellos"réditos abiertos por medio de trasferencias; seevitan aun fuera de los Bancos, por medio de letrasde cambio, que son verdaderas trasfereneias; seevitan, en fin, en gran escala en las Bolsas, dondetodas las operaciones son, en general, tragferenciasy cambios á la vez. Un establecimiento que reali-zara esas trasferencias entre todos los que se abrencrédito recíprocamente, haria un inmenso benefi-cio á la sociedad, alijeraria en gran manera el pesode las liquidaciones en tiempos de crisis; peroclaro es, que no pueden tener lugar en la opera-don de préstamo, porque el que presta no recibepréstamo, si no es banquero, ni presta tampoco elque recibe préstamo, á no ser banquero; por con-siguiente, no es posible hacer desaparecer todaslas ocasiones de pagar intereses.

El crédito ss completa por medio de la trasfe -renda de la deuda en favor de uno, á la orden deotro. A no ser por esta operación, el prestamistajamás reembolsaría su capital, no obligándole áque lo verificase su deudor, lo cual, en muchoscasos, no dejaría de ofrecer inconvenientes. Gra-cias á las trasf ereneias y á los mercados públicosllamados Bolsas, donde se verifican en escala co-losal, se combina el tomar prestado á largo plazo,y el prestar á corto: y gracias 6 su vez á esta com-binación, se pueden comprometer ó empañar su-cesivamente muchos capitales en un mismo nego-cio sin que se introduzca por eso la perturbación;de suerte que un mismo deudor puede tener enpoco tiempo, sin saberlo, ni inquietarse, un grannúmero de acreedores sttbeesivos por un mismocrédito.

Una letra de cambio, por ejemplo, pasa pormedio del endoso, por 30 ó 40 manos en pocassemanas. Un billete de Banco circula con infinitamayor facilidad, porque se le trasfiere, como lamoneda, sin necesidad de ninguna formalidad.Las acciones y obligaciones de los caminos dehierro, se hallan en condiciones análogas: pero sustrasferencias, no se hacen con tanta facilidad comolos billetes de Banco y las letras de cambio. Pode-moj creer también que eso mismo podría hacersecon las escrituras de empeño de la propiedad ter-ritorial, garantizando un préstamo, si la propie-dad territorial no estuviera colocada bajo un ré-gimen desgraciado, que hace difícil y costosa sutrasmisión, lo cual, económicamente hablando, es,no solo injusto, sino absurdo.

La fácil y rápida circulación de k>3 capitales,que permite á cada instante comprometerlos, ó li-brarlos de todo compromiso á voluntad de los ca-pitalistas, y sin inconveniente para el deudor,egfirce una influencia muy notable sobre el preciode su locación, nivelándolo en lo posible para

todos. Este resultado seria aún más perfecto, si elcrédito fuera libre.

Comprendido así el crédito, y no debiera com-prenderse de otro modo, queda desprendido de esaatmósfera prismática, en la que le envuelve gene-ralmente la imaginación, no es otra cosa que unade las condiciones de la circulación de la riqueza •así que no se le debe confundir, como se hace confrecuencia, con la riqueza, cuya circulación activani con ninguna de las satisfacciones á que respon-de la riqueza. El crédito representa incontestable-mente riqueza, en los instrumentos que emplea, yen los conocimientos especiales que supone en losque le aplican su inteligencia y actividad; ademásdá ocasión á una producción más activa y fecunda:pero en sí mismo no uoustifcuye riqueza, como nola constituye el tiempo ni el espacio, que son máj)necesarios que el crédito para la producción, ¿quécosa hay más necesaria que el tiempo para la pro-ducción? Ninguna; sin embargo, ámenos de hablaren sentido figurado como los ingleses, jquiéa podrádecir que el tiempo es riqueza?

Se dice, y con razón, que el que tiene crédito esmás rico que el que no lo tiene. ¿En qué c insisteeso? En que, independientemente de las garantíasreales, su persona es tenida por más capaz y pro-ba. La riqueza que le viene del crédito, le viene dela riqueza real que posee, y además de su capacidady probidad, cualidades que, según hemos espresa-do ya, constituyen riqueza. Quizá habrá algúnmoralista que no sea de nuestra opinión; sin em-bargo, cuando vemos que la probidad probada yreconocida dá lugar á cambios del mismo géneroque aquellos á que dan ocasión la ciencia y el arte;cuando vemos que se la retribuye algunas vecescon generosidad, lo cual convendremos en que noes muy lisonjera para la humanidad en general,no podemos dejar de ver en ella riqueza. A la mis-ma consecuencia se llega cuando consideramos quela probidad es el resultado del ejercicio de nues-tras facultades morales, de una especie de trabajo,por consiguiente, que en verdad no siempre esagradable ni llevada á cabo sin pena.

El crédito, lo repetiremos, facilita la circulacióny la distribución de la riqueza, conforme á las ne-cesidades del consumo y á las exigencias de laproducción; no puede tener lugar sino con ocasióndel cambio ó del préstamo á interés, que es una es •paeie de cambio; pero no se le debe pedir más de loqu'e reclaman esa necesidad y esas exigencias; sobretodo, hay que tener en cuenta que, merced á lafacilidad de multiplicar los cambios que se pro-porciona, se pueden multiplicar hasta el abuso, yentonces se marcha inevitablemente á las crisis.Pero, ¿quién puede dar la medida de las opera-ciones del crédito? ¿Quién puede decir cuál sea el

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número de cambios que deban llevarse á cabo poruna sociedad en aumento dado, sin causar pertur-bación en su economía1! Nadie seguramente. Elcrédito debe, pues, ser libre como todas las demásfunciones de la economía social. A esta mismaconclusión conduce un examen atento de la natu-raleza de los bancos.

U

¿Cuáles son las funciones de los bancos, ó mejor,cuáles deben ser'! Dada la necesidad, deben tenerpor objeto su satisfacción, remunerándoseles cor-respondientemente los servicios que presten; enno difieren de las demás industrias. Si un zapate-ro pretendiera calzar á sus parroquianos de otromodo del que estos quieren, perdería su parroquia:eso mismo sucedería al banquero que, sin la inter-vención del Estado, pretendiera juzgar la natura-leza y la extensión de la necesidad que se tiene desus servicios, reglamentando el modo de satisfacer-los. El Estado podría imponernos, es verd.ad, unamanera cualquiera de calzarnos; muchas veces loha hecho por medio de leyes. suntuarias, y ciertoque no es la fuerza lo que le falta, si le vinierael antojo de hacer; pero la fuerza no hace el de-reeho, y aun cuando el crédito reglamentado fueramejor que el libre, el Estado no tendría por elloel derecho de reglamentarlo.

Si los Bancos no deben tener otro objeto que elde satisfacer una necesidad dada, su manera deproceder debe subordinarse necesariamente, á lanaturaleza de esa necesidad, y á las exijeneias par-ticulares de sus funciones; y ni aun en esto difiere de las demás industrias. jCuál es, pues, esa ne-cesidad, cuáles esas exigencias1!

Las dos operaciones fundamentales del crédito,son, según hemos dicho, el cambio á plazos y elpréstamo, las cuales dan ocasión á innumerablesoperaciones de trasferencia bajo todas sus formas,y claro es que todas ellas suponen en los que laspractican necesidades de una manera especial, ytras estas, el deseo de satisfacerlas en las mejorescondiciones posibles. Pero no sienpre llegan á sa-tisfacerse con facilidad, entre otras razones, por-que sucede con gran frecuencia que no se conocenrespectivamente los deudores y los acreedores, ólos que los sustituyen; en semejante caso es útil,y en muchas ocasiones necesario, un funcionarioeconómico; se divide, pues, el trabajo.

jCuál es la misión de ese funcionario'] La de unmero comisionista; en efecto, su industria es en-teramente análoga á la de un agente de colocaciónó do arrendamiento. Los prestamistas y los deu-dores, ó los que los sustituyen, cuando no se cono-cen se dirijen á ese funcionario; de suerte que la

oficina de éste se convierte en una especie de mer-cado de ofertas y demandas de crédito. Si selimi-'ta á poner en relación á loa contratantes, como losagentes de colocación ó arrendamiento, ese funcionario no es otra cosa que un corredor ó agente decambio; pero si trata por su cuenta con aquellos,haciendo de prestamista con unos y de deudor conotros, es un verdadero banquero.

Tal es la necesidad á que deben responder losbancos; y claro es que no son ellos los que creanesa necesidad, como lo es igualmente que, al sa-

| tisfacería, hacen lo mismo que las demás indus-trias, cuando satisfacen las necesidades que estánllamadas á satisfacer, necesidadea que tampoco hansido creadas por ellas. Guando los Bancos afectanla pretensión exorbitante y calamitosa de estenderó restringir la necesidad que deben satisfacer, pro-ceden exactamente como lo harían los agricultoresde un país cualquiera, que se coaligaran para es-tender ó restringir la necesidad de alimentos;semejante pretensión jamas seria censurada conexcesiva severidad.

En cuanto á las exigencias particulares de laorganización, las de los Bancos son también de lamisma naturaleza que las de todas las industrias:se refieren á su propia seguridad, y al interés desus asociados; pero ni aquella, ni éste deben pre-valecer sobre la seguridad y el interés de todo elmundo, sin una nauseabunda iniquidad.

¿De. dónde ha podido surgir la idea de que loaBancos tienen más necesidad de reglamentaciónque las otras industrias1! De su importancia en laeconomía social, sin duda: pero precisamente esaimportancia es la que más reclama en favor de lalibertad, como lo ha demostrado victoriosamente,la del comercio de granos y la de la carne, indus-trias más importantes aun, puesto que de ellasdepende nuestra subsistencia. Cuanto más peli-grosos sean los errores de una industria, tantomonos deben concentrarse las fuerzas capaces decometerlos. •

Al tratar de los arreglos sociales, hemos de-mostrado: que cada uno en su círculo de acciónarreglaba su economía particular, de lo cual re-sultaba el orden geieral mejor posible, bien quenadie le tuviera en mira especialmente; y eso porque en la esfera particular, por necesidad circuns-cripta, cada uno posee suficiente inteligencia yactividad para arreglar convenientemente su eco -nouiía; y, como la general, no es otra cosa, que elconjunto de todas las economías particulares, nopuede haber desorden en aquella, cuando impereel orden en estas: pero si, á favor del monopolio,se amplia desmesuradamente la esfera de acciónde una economía particular, falta de ordinario ynaturalmente, la necesasia inteligencia y activi-

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dad, y ae introduce el desorden. Las operacionesentonces, se convierten en aleatorias y opresivas:aleatorias, porque sus proporciones no pueden, ó'no permiten, que se las juzgue á sabiendas, converdadero conocimiento de ellas; opresivas, porque ponen en juego fusrzas tan considerables, queimponen á la economía general, y la desconciertanno pocas veces. La mejor prueba de todo esto, lahallamos, por lo que concierne á los bancos pri-vilegiados, en ese insoluble problema, de la rela-ción en que deba hallarse la emisión con la caja.

Ese problema y otros semejantes, que se presen-tnn en tales Bancos, nos recuerda aquella especiedo apólogo que atribuye á Sertorius Plutarco:preguntaba Sertorius á sus oficiales de qué mediose valdrían para arrancar la cola á un caballo queteniíin presente... en semejantes circunstancias,íSortorios no hizo sino dividir el trabajo. De igualmodo, la libertad de los Bancos resolverla, sinduda alguna, la cuestión de la caja y de las emisio-nes, envuelta por el monopolio en impenetrableoscuridad, puesto que esa cuestión no difiere, sinobajo el punto de vista de la cantidad, de la queresuelven todos los dias, todos los negociantes,respecto á sus créditos activos y pasivos, respecto¡í sus cobros y pagos.

Y no se crea qus las dificultades inherentes áesas cuestiones promovidas en el comercio de losBancos son peculiares y exclusivas á ese.comercio.En todas las industrias se presentan semejantes,cuando están reglamentadas.' La reglamentaciónlo enreda todo; y eso hasta tal punto, que, si tomaparte en la más humilde de las industrias, al mo-mento la trasfornia en un nudo gordiano de com-plicaciones. Supongamos, por ejemplo, que quierereglamentar los especieros como el crédito; al mo-mento surgirían las formidables cuestiones siguiantes: ¿Cuántos especieros son necesarios encack población1! ¿En qué sitios se colocarán? jDedónde importarán las especias? jCuánto deberánpanar? etc. Si las razones alegadas en favor de losBancos privilegiados son buenas para las demásindustrias, es preciso reglamentarlas á todas; sison malas para las otras industrias, sonlo* páralosbancos, y es preciso no reglamentarlos.

j De dónde proceden esas razones alegadas en fa-vor de los Bancos? De ese eterno error teocrático,que supone una sola inteligencia capaz de sabertodo lo que millones de inteligencias deben saberen conjunto, dividiendo entre sí el trabajo del es-tudio. El legislador que reglamenta la industriase atribuye á sí mismo la omniesciencia, y laomnipotencia, y eso no es muy modesto. Del mis-mo error proceden gran número de utopias, quehan gobernado el mundo alternativamente: secree comunmente que la utopia es un sistema im-

practicable. jCómo'? La reglamentación es unaverdadera utopia; dígase cuanto se quiera en con -trario, y todos sabemos por esperiencia que espracticable, j Hay por ventura utopia másjantigua?¿Y no se viene practicando'! ¿Y quién sabe hastacuándo se practicará?

III.

Dando siempre el crédito ocasión á una deudade mercancías ó moneda, cuando el deudor nopuede pagar al término del plazo convenido, per •turba la economía particular de su acreedor, y sise repiten hechos de la misma naturaleza en grannúmero, la sociedad sufre en más ó en menos:pero, si se multiplican en proporciones eseepcionales, se perturba profundamente la economía ge-neral, y se produce lo que se llama una crisis. Sedice crisis comercial, industrial, financiera ó mo-netaria, según que procede particularmente delcomercio, de la industria, de un exceso de gastospúblicos, ó de insuficiencia de moneda. Eu reali-dad, todas las crisis, sin excepción, participan detodos esos caracteres á la vea, puesto que la eco-nomía de las soeiedades es solidaria en todas suspartes.

Todos recordarán lo que se llamó fiebre de cami-nos de hierro; la gran manía de exportación, des-pies de haberse emancipado las colonias españo-las, manía tal y hasta tal punto ciega, que hizosalir un cargamento de patines de Inglaterra condestino á Kio-Janeiro; las empresas desenfrenadasá que ha dado lugar tantas veces, y en todas par-tes, el comercio de granos, de algodón, de lanasetc., cuando se suponia algún déficit considerableen su cantidad disponible; y si no se recuerda na-da de todo eso, podemos sin presunción anunciar,que no faltarán ocasiones de presenciar hechos se-mejantes. De cualquiera manera que sea, lo que severifica en esas diferentes circunstancias, no sonsino operaciones á descubierto, cambios á crédito,en infinito número mayor que el reclamado porla naturaleza de las cosas; en otros términos, soncompromisos de dar ó recibir cantidades de mer-

i cancías enormemente mayores que las existentes.' Es fácil formarse una idea exacta de semejantefenómeno, reflexionando lo que frecuentementeestá pasando todos los dias, cuando los Gobiernos

. medianamente consolidados, piden un empréstito: de:algunos cientos de millones. Esos empréstitosi dan muchas veces oeasion á ofertas mayores que' la demanda, y por consiguiente á reducciones de; la suscricion; así que, previendo esto, un gran'• número de auscritores ofrecen dos, tres, ó diezveces más de lo que pueden dar, y la suscricion

:. total aparece desde luego infinitamente mayor(que la pedida. Si los Gobiernos, en tales casos,

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pudieran y quisieran exigir el pago de todo losuscrito, claro es que provocarían una crisis.

Hé aquí precisamente lo que pasa en el comer-cio de aquellas cosas, sobre el cual se arroja, pordecirlo así, con furia la especulación; en semejan-tes casos, que no son raros, se hace imposible elcumplimiento material de los compromisos; y deahí la crisis ó liquidación forzada de los descu-biertos del crédito. Algunos deudores pagan pormedio de compensaciones, como se hace para lostratos á plazo en las Bolsas; otros obtienen nue-vos plazos; otros, en fin, que no pueden dar ningu-na compensación ni obtener plazos, se declaran enquiebra, y arrastran tras de sí una masa conside-rable de comerciantes como ellos, enteramenteextraños muchas veces á la descabellada especula-ción que los arruina por reacción. Si se consideraademás, que esa especulación desordenada hadado lugar antes de la crisis que viene á coronar-la á fluctuaciones enormes del valor en provechode unos y en perjuicio de otros, se comprenderáque el mal que produce es mucho más intenso aúnque el recibido por los especuladores, al no po-der dar ó recibir todo lo que han vendido ó com-prado.

Muestra, á este respecto, es que los Bancos pri-vilegiados entran por una buena parde en la pro-vacion de semejantes crisis: pero no creemos quepuedan conjurarlas, como algunos quisieran. Cuan-do se producen los hechos que causan las criáis, espreciso que haya crisis: los que esperan que losBancos puedan hacerles el servicio de salvar sucrédito, comprometido por sus propias aberracio-nes, olvidan que la misión de esos establecimien-tos es la de ser intermediarios, instrumentos sólopara facilitar la circulación de la riqueza. Si pue-den ejercer una saludable influencia sobre el cré-dito, ha de ser limitándose á la simple función deintermediarios, rechazando como peligrosa utopiatoda insinuación relativa al estímulo ó alivio quedeben al comercio y á la industria.

Sabemos muy bien que en los momentos de li-quidación forzada de los descubiertos del crédito,llamada crisis, la moneda, por abundante que sea,parece siempre insuficiente; lo que hace creer ámuchos que, por medio de grandes emisiones delos Bancos, se podria colmar la insuficiencia yconjurar el mal. Pero, ¿quién no vé que esa insufi-ciencia no es de la misma naturaleza que un déficitordinario de mercancías? Jquién no vé que estámás bien en las dificultades del que busca mo-neca, de dar un equivalente ó una garantía del in-terés á que aspira; ó bien quizá en hallar un com-prador al contado de los productos que deseavender? Si sólo se tratara de ampliar las opera-ciones, podria obtenerse el resultado apetecido,

escaseando la moneda, por medio de una emisiónde billetes del Banco; si no se tratase más que deeso, la moneda circularía con menos rapidez comolo enseña la esperiencia; pero no se trata de eaosino de operaciones difíciles y ruinosas, y en mo-mentos en que prevalece la desconfianza; en cuyocaso no podria producir el remedio deseado unagran emisión; por el contrario, la emisión en talescircunstancias agravaría el mal considerablemen-te. La emisión entonces haría salir á los Bancos delos límites que en todos tiempos les impone laprudencia, y más especialmente en los de crísip.Cuando todo el mundo restringe sus operacionesporque todas aparecen peligrosas, es un contra-sentido pretender que los Bancos multipliquen lassuyas; cuando la economía social se halla pertur-bada á causa del abuso del crédito, no puede dejarde'ser insensatez la pretensión de restablecer sueconomía natural por medio del mismo abuso. Espreciso tener presente que al lado de los que afec-ta directamente la crisis, de los que reclaman esaoiega solicitud de los Bancos, se halla un públicoinfinitamente más numeroso, que, si bien le hacesufrir la crisis, no le ataca de frente; el cual puededejarse sobrecoger por el pánico y no querer acep-tar la nueva emisión. ¿Qué se haría en tal caso?Decretar el curso forzado de los billetes: pero" esecurso forzado, cualquiera que sea el pretexto quelo colore, ¿dejará de ser la manifestación de labancarrota?

Cuando un carruaje, impelido por su propiopeso, desciende con peligrosa velocidad, puede serprudente alguna vez hacer correr los caballos deltiro para evitar un vuelco: pero, ¿se gigua de ahíque todos los carruajes deban descender siempreal escape? Cuando por un exceso de afluencia deviajeros se carece en una estación de un camino dehierro de suficientes locomotoras ó wagones, ¿seriaprudente exigir que se pusiera al servicio del pú-blico impacientado el material de deshecho á ries-go de una catástrofe? Las enfermedades económi-cas, como las físicas, no se curan con temeridadesni con milagros; es preciso resignarse á los doloresque causan y enterrar á los que matan. Lo pruden-te es prevenir las causas; y para conseguirlo, nadaconocemos mejor, fuera de lo que cada uno puedahacer en particular, que dar libertad al comer-cio en general y al de Bancos en particular.

Se vitupera á los Bancos cuando elevan su tantopor ciento en momentos de crisis; no hay razónpara ello, como no la hay para vituperar á un co-̂sechero cuando eleva el precio de sus granos entiempos que escasean, como no la hay, en casosanálogos, para vituperar á un comerciante ó á unindustrial. Cuando la demanda de capitales excedeá la oferta, es preciso que el interés se eleve: hay

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algunos que dicen que no ven esa necesidad; y deahí nos es permitido inferir que esos señores noven tampoco la ineludible necesidad de que seeleve el precio de loa granos cuando escaseen; perodeben ver, y con mucha claridad, que si la escasezno produce ese resultado, producirá lo que es in-finitamente peor; esto es, el hamb e antes quellegue la nueva cosecha. Si el interés no se elevaracon una mayor demanda de capitales, no habríarazón para que se contuviera la demanda, el abusodel crédito se aumentaría, y sabido es qua el cré-dito es inagotable.

Además, es preciso tener presente que el créditotiene por objeto facilitar la circulación, y no lallenaría si hiciera circular la riqueza existente conmás rapidez de la que reclama la naturaleza de lascosas, y mucho ménoa si pretendiera imprimir lamisma rapidez á la riqueza que no existe En fin,toda elevación de precio es una advertencia que espreciso saber interpretar. El que no tiene cuentacon ella se puede comparar á un demente que nopercibe que se quema acercándose demasiado alfuego.

Se censura también que los Bancos uo favorez-can bastante al comercio y á la industria; ¡comosi esa fuera su especial misión! Esa censura vieneá justificar la que nosotros les dirigimos de pro-vocar hasta cierto punto las crisis, porque suponeea sus directores la pretensión, por lo menos, dehacer otra cosa que no responde á la nec3sidad quedeben satisfacer, permaneciendo dentro de los li-mitas de sus facultades reales y en las condicionesnecesarias de su propia "seguridad; ¡extraña pro-tección la de querer constituir esos establecimien-tos eu providencia industrial y comercial! ¡Siem-pre la teocracia! Siempre incapaces é infalibles,menores y padres de familia, rebaños y pastores!íío hay como dudarlo ya hoy; esa teoría, llevadaal dominio de la economía política, produce lasconsecuencias más funestas para la riqueza públi-ca. Bespeeto al dominio particular del crédito, sibien no engendra precisamente las crisis, podemostañer la seguridad de que las exagera.

Los Bancos privilegiados, que se pretende cons-tituir en protectores del comercio, proporcionaná los especuladores temerarios recursos que uohallarían en ninguna otra parte. Son, pues, unestímulo para esas especulaciones, á veces sin sa-berlo; además, con tal que se les dé garantías,í,qué les importa el uso que se haga de sus capita-les reales ó ficticios? Con los Bancos libres, y porconsiguiente numerosos, podría aumentarse el número de esos especuladores; pero de seguro que nose presentarían en tan gran escala ni tan poderosos, y extendiendo el mal de la especulación abu-siva sobre una superficie infinitamente más exten

sa, afectaría menos á la sociedad; correría, pordecirlo así, por. todos los canales de la economíasocial, en lugar de llenar desmesuradamente algu-nos, desbordándose como un rio que rompe susdiques. Y no es eso todo cuanto puede decirse sobreel particular; cuando la especulación se hallasepor ese medio muy gubdividida y esparcida, ca-recería de esa avidez febril que la exalta fuera demedida; no pudiendo operar en escala tan consi-derable, no tendría el cebo de beneficios tan seduc-tores, y habría de moderarse; desaparecerían lasprobabilidades de hacer una brillante fortuna enpocos dias, lo cual producá un verdadero vértigoque hace olvidar las probabilidades más reales dearruinarse, de hacer bancarrota y deshonrarse.Cuanto menos se puede ganar más se piensa en loque se puede perder. Por otra parte, y esto uo esde escaso interés, el público puede seguir fácil-mente, llevar siempre á su vista las especulacionesen pequeña escala y aprovechar la experiencia queadquiera por ese medio. Las grandes especulacio-nes, por el contrario, se le escapan, por decirlo así,completamente, y los males que engendran no ins-truyen á nadie.

Parece, sin embargo, que cierta centralizacióndel comercio de Bancos presenta algunas ventajasy dá mayores garantías, particularmente para elpapel que circula como moneda: pero si esa cen-tralización es en realidad necesaria, jse opone áella la libertad1! Jamás diremos que la ley no debaintervenir de ninguna manera en la economíasocial en nombra del interés común. Hay más deuna prescripción legal que impone, por ejemplo,la uniformidad de pesas y medidas, y la que pro-hibe á todos la emisión de un papel pagable alportador y á la vista. Creemos que lo que se llamaderecho de regalía de Estado, relativamente á lamoneda, no debe estenderse sino al derecho dasimple policía que ejerce para imponer la unifor-midad de pesas y medidas; y que su pretensiónde dir curso forzado á monedas ó á papeles sus-ceptibles, por hallarse desacreditados, de pertur-bar profundamente las transacciones económicasde todas clases, carece de fundamento legítimo enderecho natural.

X.(Concluirá)

N.° 226 J . ALVAtlEZ PÉREZ.—UN DUAMA EN EL DESIEUTO. 793

UN DRAMA EN EL DESIERTO. *

CAPÍTULO XXIII.

Inc.rtidumbro.— Sangre fría.— Diplomacia de MisterCüjnigan.—Los fugitivos.— OaHs seffuer.—Un extrañoasilo,—Merída.—Un cuadro de Rambrand.—Alí me-dico.—Un crimen frustrado.—Explicaciones.—Dosrujidoa.

En vano teudia Miater Cugnigan por todaspartes su ansiosa mirada, en vano interrogaba lassombras que huian ante la luz de cien hogueras:su hija no parecía.

Los beduinos, dueños del oasis, habian^amonto-nado á los prisioneros al lado da un pozo quemarcaba el centro de aquel islote de verdura per-dido cu un mar de arena. Seguros de su presa,ocupábanse metódicamente en saquearlas tiendas,en reoojer los caballos y camellos que vagaban dis-persos, on curar algunos heridos y en enterrar áun moro que habia muerto en la anterior refriega

El maltes, que estaba á su lado, tampoco sabiamás, y ninguno do Ios-moros á quienes por su con-ducto interrogó, pudo darle noticiasde su hija.

En aquellos supremos momentos de terribleconfusión, nadie la habia visto, porque nadie sehabia ocupado mas que de su persona.

Lo único que adelantaron con sus pesquisas fueel hacer constar de un modo indudable la des-aparición de Meneses y del guía Alí con sus res-pectivos caballos.

Este dato, por incierto que fuera, derramó unbálsamo consolador sobre el dolorido corazón delinglés.

Bajo aquel exterior frió y apático, Mister Cug-nigan abrigaba un corazón tierno y amante quelatia sólo por su hermosa hija.

Con la ciega tenacidad del hombre que se aho-ga, se aferró á la idea de que el español y el guíahabrían podido huir llevándose á su hija, y desdeaquél momento empezó á tranquilizarse.

Con esa abnegación sublime que brota sólo en elpecho de los padres, su suerte, por terrible qufuera, le importaba poco desde el momento en queque su hija habia podido evitarla.

Sabia que aun le quedaban que arrostrar muchospeligros antes de ponerse en salvo; temia que lapersiguieran, pero confiaba en el valor de Meneses,en la astucia de Alí, y sobre todo en que los be-duinos no parecían echar de menos á los fugitivos,y se preparaban á pasar la noche en el oasis.

Desde entonces sus labios se cerraron y su rostro

* Véanse los números 202, 203, 204, 205, 207, 210211, 212, 216, 217, 220, 221, 222, 223, 224 y 225.

permaneció impasible, pareciendo extraño á cuan-to en torno suyo pasaba.

Su aparente tranquilidad, contrastando con eltemor y los incesantes lamentos del maltes, llama-ron pronto la atención de los beduinos, los cuales,para premiar la dignidad con que aquel europeosufría su desgracia, desataron las cuerdas que lesujetaban los brazos, y le ofrecieron algún ali-mento.

Los beduinos, como todos los pueblos primiti-vos, tienen en mucho al hombre que, demostrandovalor en el combate, sabe, vencido, resignarse á susuerte.

Mister Cugnigan rehusó el alimento que le ofre-cían, pero sacó su pipa y empezó á fumar tranqui-lo en la apariencia, como si estuviera en su tiendarodeado de amigos.

Su sangre fría entusiasmó de tal suerte á loshijos del desierto, que muchos trataron de trabarconversación con él; mas como ni uaos ni otroapodían entenderse, fuéles preciso desatar tambiénal maltes para que les sirviera de intérprete

Gracias á esto, y á que uno de los beduinos re-conoció en su prisionero al cristiano que habiamatado una pantera en la trampa que pocos diasantes habían tendido á aquél animal, trabaron unaconversación bastante animada, de la cual MisterCugnigan, después de desplegar un gran talentodiplomático, sacó el convencimiento de que losprisioneros que habia en el oasis eran los únicosque habían hecho los beduinos, y que no se perse-guía á nadie, por la sencilla razón de que creíanque ninguno habia logrado escaparse.

Viendo Mister Cugnigan la atenoion con quelo trataban los árabes, y algo más tranquilo yarespecto á su hija, indicó qvte pagaría un buenrescate si lo dejaran en libertad.

Aceptada en principio esta proposición, empe-zaron a tratarse los detalles, y al poco tiempoquedó convenido que los beduinos conduciríaná los europeos á las fronteras del desierto y lospondrían en libertad después que uno de ellos hu-

. biera cobrado en Kebilli 15.000 piastras que elmaltes quedó en aprontar mediante la palabraque Mister Cugnigan empeñó de devolvérselas.

Arreglado este asunto á satisfacción de todoslos beduinos, se entregaron al descanso, dejandotan bien asegurados á sus cautivos, que ningunotrató de burlar su vijilancia.

Las suposiciones que Mister Cugnigan habiahecho respecto al paradero de su hija eran funda-das.

En el momento del ataque, Meneses, al cual di-cho acontecimiento no sorprendió tanto comopodia suponerse, cogió á la joven por la cintura, ylevantándola del suelo como si fuera una niña,

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norrio con ella hacia el campamento, encontrandoen el camino á Alí que venia conduciendo de labrida dos caballos ensillados, y lo que es más ex-traño, provistos de botas de cuero parecidas á lasque usaban los camellos para preservar sus pezu-ñas Se las mortales mordeduras de las serpientescornudas.

Entonces, mientras todo era ruido y confusión,Meneses montó tranquilamente á caballo, colocósóbrela silla á la joven, que felizmente habia per-dido los sentidos á los primeros disparos, y sealejó á galope seguido de Alí. ,

Al llegar á los últimos árboles del oasis, variosjinetea les cerraron el camino, pero Alí no tuvomás que pronunciar algunas palabras y los be-duinos dejaron el paso franco, permitiéndoles pro-seguir su marcha.

Después del primer tiempo de galope, pusieronsus caballos al trote, siguiendo una línea rectaparalela á la frontera del desierto.

—JA. dónde vamos1!—preguntó Meneses;—se meligara que éste no es el camino de la regencia.

—Vamos al oasis seguer (1),—respondió Alíacercando su caballo,—allí vendrán los beduinosá cobrar lo que les debes,

—¡Padre mió! ¡Padre mío! ¡Socorro!—exclamóMiss Débora que acababa de volver en sí.

—No tengáis cuidado, señorita, estáis en salvo.—¡Mi padre! ¿Dónde está mi padre1!—gritó la

¡oven incorporándose sobre la silla y tratando dedesasirse de los brazos de Meneses.

—Tranquilizaos, Miss Débora.—¡Soltadme!—¡Imposible!-Quiero correr á donde está mi padre. ¿Qué ha

MÍ do de él? ¿Por qué no viene con nosotros? ¡Sol-L-adme os digo!

-¡Imposible! Kecordad que estas arenas estánsurcadas por millares de ponzoñosos reptiles, y queen el momento que pusierais el pié en ellas perde-ríais la vida.

—¿Qué me importa la vida si mi padre hamuerto1!

—Xo ha muerto, os lo aseguro.—¡,Pues entonces dónde está1!—En el oasis.—¿Herido?—Cautivo. Cuando os vi desmayada, os cogí en

mis brazos para que no cayerais en poder de losbeduinos, y huí de aquella escena de horror acom-pañado del fiel Alí.

Entonces, al abandonar el oasis, vi á vuestropadre desarmado y en poder de l<ss árabes.

—¿Cómo pudisteis abandonarlo?

(1) Pequeño.

—Vos corríais más peligros, mientras que á el...—Lo degollarán bárbaramente.—No lo creáis, se limitarán á ponerlo á rescate,

y todo quedará reducido á un corto cautiverio.—¡Oh! que noehe más horrible.—Ya os previne en Túnez de los grandes peli-

gros que teníais que arrostrar.—Es verdad, entonces me burlé de vuestros

consejos y Dios castiga mi imprudencia. ¡Pobrepadre; pobre Gómez, los dos han sido víctimas demis necios caprichos!

Estas últimas palabras que la joven pronuncióentre sollozos, no tuvieron respuesta por parte deMeneses, el cual se ocupó sólo de. avivar el pasode su cabalgadura, dejando que la joven desahoga-ra su pena vertiendo abundantes lágrimas.

Así viajaron rápida y silenciosamente durantedos horas.

Al cabo de este tiempo se alzó ante ellos unasombra que fue poco á poco alimentando en tama-ño y densidad.

—Oasis seguer,—exclamó Alí señalándola conel dedo.

Ambos ginetes pusieron á galope su3 caballos,y media hora después entraban en un bosquecilloen cuyo centro se alzaba una gran masa de rocas,por entre las cuales caia murmurando un arro-yuelo.

Al llegar junto á las peñas, echó Alí pié á tierray recibió en sus brazos á Miss Dóbora, que parecíaaletargada.

Meneses le imitó, y después penetraron con suscaballos en una gruta cuya entrada conocía Alí.

Una vez dentro, Meneses, encendió un fósforoj ytendiendo en el suelo su capote y el jaique delguia, improvisó un lecho sobre el cual fue1 deposi-tada Miss Débora.

Antes de ocuparse de otra cosa, Meneses ayudóal guía á rodar un gran peñasco hasta la entradade la gruta, con lo cual quedaron casi encerrados.

Sin embargo, la puerta de la cueva, si bienestrecha, era bastante alta, y para cerrarla porcompleto tuvieron que arrastrar otras piedras ycolocarlas sobre la grande que habían rodado pri-mero.

Hecho esto, Alí buscó á tientas su caballo, sacóde las alforjas una vela que encendió y fijó en lahendidura de una peña, pudiendo ver á su vaci-lante luz el lugar que habia de servirles de asiloacuella noche.

Era esta una escavacion de unos quince pies dodiámetro, formada el techo y las paredes porrocas superpuestas llenas de grietas y hendidurasque formaban sobre las irregulares paredes, gran-des manchas negras, caprichosos dibujos que pa-recían trazados por la mano de un ser infernal.

N.° 226 J . ALVARKZ PERKZ. UN DHAMA EN EL, JJKSIBilTO. 79Í>

Tara aumentar el horror de aquel oscuro antro,veíase el suelo desigual, áspero, pedregoso, sem-brado de huesos y sangrientos restos de animales.

Meneses, asombrado, ibaá preguntar dónde es-taban, cuando llamó su atención el guía que ex-clamaba con compasivo acento:

—¡Merída! (1)Volvió vivamente la cabeza y vio al guía que,

arrodillado junto á la joven, la miraba con aten-ción; corrió junto á él y bien pronto pudo cercio-rarse de que el estado de perturbación sn que sehallaba la joven presentaba síntomas alarmantes.

Su bello rostro estaba encendido, ardorosa laboca, seca la piel, fuertes y rápidos los latidos delpulso, fija y extraviada la vista, á tal punto, queaun cuando tenia los ojos entreabiertos, Menesesno podia decir si estaba despierta ó dormida.

—¿Qué tiene?—preguntó al guía.Pero éste, en vez de contestar, se contentó con

mover la cabeza de un modo bastante significati-vo y consultar el pulso de ]a enferma.

Así pasaron algunos segundos, durante los cua-les reinó en la caverna el más solemne silencio.

Entonces la gruta presentaba un aspecto si-niestro y magnífico á la vez.

Envuelta Miss Dábora ea los anchos plieguesde su amazona, medio abierto, sobre el pecho quecompetía en blancura con la fina camisa de batis-ta, cuyos encajes cubrían apenas formas de unmodelado admirable; desordenado el suelto y ru-bio cabello, tendidas las manos á lo largo delcuerpo, medio cerrados los ojos, la joven hubieraparecido muerta á no ser por la fatigosa respira-ción que se escapaba trabajosamente por sus rojoslabios.

La luz, colocada casi encima de ella, iluminabavivamente su rostro, dejando en una media tintacon algunos brillantes toques de claro, á Menesesy Alí, cuya blanca barba y ropas talares, producíanun efecto sorprendente.

Mas allá sumidos casi en las sombras se adivi-naban los caballos, y formando el fondo de estecuadro, digno del pincel de Eambrand, las som-brías paredes déla gruta, que masque protegerparecían amenazar á los imprudentes que habíanbuscado refugio entre ellas.

Después de un detenido examen, Alí alzó lacabeza, soltó la mano de la enferma, y dijo coneste tono sentencioso y enfático peculiar á losárabes.

—¡Enferma! ¡Muy enferma!—¿Acaso peligra su vida?—preguntó Meueses

con ansiedad.

(1) Enferma.

—Mectub Alá (i),—¿La podrás salvar?—Alá hibir (2).Meneses no insistió más: las respuestas del guía

eran demasiado vagas para que pudieran satisf a -cerle; pero como al mismo tiempo sabia que eranlas únicas que le habia de dar aun cuando multi-plicara sus preguntas, se conformó y fuó á sentar-se sobre una peña á la cabecera de la enferma.

En tanto, Alí, después de desembarazar á loscaballos del freno, se quitó su jaique, separó algu-nas piedras de la entrada, y salió de la gruta.

Una vez sólo Meneses, empezó á reflexionar sobresu situación.

Su plan habia tenido un éxito asombroso; laúnica contrariedad que habia experimentado erala enfermedad de Miss Débora; paro ésta no leparecia muy grave, y tenia grandes esperanzas deverla curada.

Pero entonces le asaltó un pensamiento terrible.Miss Dóbora amaba á Gómez; era tenaz en sua

resoluciones, y según habia tenido lugar de com-prender durante el viaje, la joven sentia contra éluna invencible antipatía.

Es cierto que Gómez habia desaparecido, perotambién podia aparecer de nuevo y destruir con supresencia todos sus planes.

Y aún cuando Gómez, perdido en el do>sierto, muriera entre las arenas, ¿no podría MisaDébora negarse tenazmente á darle su mauo*

Este pensamiento lo hizo estremecer; sus ospeaascejas se fruncieron, y al juntarse dieron á su ros-tro una espresion diabólica. •

—¡Oh! ¡no será eso vive Dios!—exclamó le-vantándose;—no sucederá mientras yo aliente.

Habia cruzado por su cerebro una idea infernal;una sonrisa satánica se dibujó en sus labios, y ten-diendo las manos hacia la joven, murmuró conronca y t&nblorosa voz.

—¡Pese á quien pese, mujer orgullosa, tú mismahas de 'pedirme de rodillas que te conceda mimano!

Después se precipitó hacia la entrada de la gru-ta, y empezó á colocar en su sitio las piedras quéAlí habia separado para salir.

Mientras trabajaba, sus manos temblaban; suscabellos, por entre los cuales corrían gruesas y he-ladas gotas de sudor, se erizaban sobre su frente:su mirada de una movilidad vertiginosa, era in-quieta, su rostro estaba pálido y en todo su ser semarcaban las profundas huellas que imprime lamano del Eterno sobre la frente del criminal.

Meditaba un crimen espantoso, y para ejecu-

(1) Dios lo ha escrito.(2) Dioa es grande.

796 REVISTA EUROPEA.—23 DE JUNIO DE 1878. N." 226

tarlo á mansalva, para no ser sorprendido por sucómplice, cerraba la entrada de la cueva.

Terminado el trabajo, corrió hacia Misa Debora,y arrodillándose á su lado notó que la joven ha-blaba y se puso á escuchar.

—Sí... te amo... serás mi esposo... Gómez¿Donde estás?—murmuraba la desgraciada niñapresa del delirio.

—En el infierno, -rugió Meneses desesperado lan-zándose sobre su víctima con ánimo de consumarel crimen. Pero en aquél momento se oyó un granruido á la entrada de la cueva.

Meneses se detuvo aterrado al ver que las pie-dras que habia puesto poeos momentos antes caianunas detrás de otras y que por la abertura quedejaban se deslizaba el guía.

—¡Maldición!—-murmuró el comisionista incor-porándose.

—¡Padre mió! Gómez!—suspiraba Miss Dó-bora.

—Alá Mbir,—dijo Alí al entrar, y su mirada cla-ra y penetrante se clavó en el joven que instinti-vamente bajó la cabeza.

—Parece que he llegado á tiempo pensó Alí;—y1 negó sin hablar palabra depositó en el suelo doshaces de yerba quetraia á las espaldas, sacó unacalabaza llena de agua del arroyo vecino, y cogien-do á Miss Débora por los hombros la hizo incorpo-rar un poco y tragar algunas gotas del refrigerantelíquido.

rleeho esto volvió á cerrar la entrada, repartióentre los caballos uno de los haces, el más grande,y cogiendo algunas hojas de otro las empezó ámachacar entredós piedras.

Mientras trabajaba preguntó á su compañero,que habia vuelto á acostarse al lado de la enferma.

—¿Por qué cerraste?Meneses se turbó; vaciló algún tiempo como si

liuscara una respuesta y después contestó.—Por prudencia.Alí pareció satisfecho con la respuesta, y siguió

•ni misteriosa operación.Asi pasaron en silencio algunos minutos, al cabo

•le los cuales, Meneses, tomando á su vez la pala-bra, preguntó:

—¡,Qné haces1'—Un remedio.—jürees que sea eficaz?—Sha-an Alá(1).—¿Dónde estamos?—prosiguió preguntando el

comisionista.—En una cueva de oasis seguer.—¿Por qué no me has llevado fuera del desierto?—Aquí vendrán los beduinos á recoger el resto

(1) Si Dios quiere.

de la paga; ellos hau cumplido el trato; tú debescumplirlo también. La lengua del hombre es deun sólo color.• —Siempre he pensado cumplir mis compromi-

sos; pero fuera del desierto...—131 beduino está en guerra con el Bey, y fuera

del desierto su vida peligra siempre.—¿Y si se arrepienten y me la quitan?—Han jurado. >—Es que Miss Débora puede verlos, y entonces

todo se ha perdido.—Iremos fuera, y no los verá: además está en-

ferma.Las respuestas del guía eran tan lógicas y sen-

satas, que Meneses no insistió más.Alí hizo una especie de cataplasma con las hojas

machacadas, la aplicó sobre la fronte de la enfer-ma, rodeó con ella sus pulsos, la dio de nuevo ábeber agua con jugo de un vegetal, y se sentó á sulado. Así pasaron en silencio hora tras hora, hastaque la vela se consumió sobre la peña, y la tenueclaridad del crepúsculo, filtrándose por las grietasque entre sí dejaban las rocas, iluminó débilmenteaquel sombrío recinto.

En aquel momento un rujido espantoso cruzólos aires.

Alí saltó como despedido por un resorte, y cor •rió á sujetar á los caballos que se agitaban domi-

. nados por un espanto invencible, y Meneses imi-tándole se precipitó sobre su carabina.

Después de algunos segundos, quizá medio mi-nato, que Alí empleó en atar sólidamente á loscaballos, el rujido se repitió, más sonoro, más tar-rible, más potente y más cercano que la primeravez.

CAPÍTULO XXIV.

Desengaño.—Retirada.—El faro.—Muere el cabalo.—Él náufrago en la arena.—El cantor nocturno.—Mus-tafá.—Convenio.—¿Qué sera?—Un disperso.—.Un ís;.-conocimiento.—Noticias tranquilizadora?.—En bus-ca de Miss Débora.—¡Cautivos!

En tanto Gómez, empeñado en capturar el pre-cioso animal que corria delante de él, tendido so-bre el cuello de su caballo, desgarraba sin piedadsus hijares y volaba por el desierto envuelto enuna nube de menuda arena.

Ya Diana jadeante, rendid', con la lengua casi.fuera de la boca, se habia quedado atrás; sus fuer-

/zas no la permitían dar un paso más en aquel ter-reno movible y abrasador; el caballo habia trope-zado dos ó tres veces y el sol estaba próximo á suocaso cuando Gómez, tirando de la brida, puso finá su loca caza.

La gacela, para la que aquella veloz carrera noera más que un juego, daba enormes y repetidos

N.° 226 J. ALVAUEZ PÉREZ.—UN DRAMA. ES EL DESIERTO. 707

saltos, se detenia, volvía hacia atrás, y parecíadesafiar al cazador.

Con gran disgusto suyo tuvo Gómez que con-vencsrse de que para forzar á aquel animal, erapreciso tener un caballo descansado y una buenajauría de corredores galgos.

Volvió atrás la cabeza y se encontró sólo en eldesierto; los otros cazadores, los árboles del oasishabian desaparecido por completo; únicamente ádos tiros de fusil, sobre el camino que habia se-guido, pudo descubrir á favor de las xtitimas lu-ces del crepúsculo, una mancha oscura sobre laamarilla arena.

Aquella mancha era el cuerpo de Diana queagonizaba de cansancio.

Volvió entonces la bridas y regresó al paso,porque su caballo, medio reventado, no podia an-dar más deprisa.

Además del cansancio y de la ardiente sed qtielo acosaba, iba el joven muy disgustado.

Sobre no conseguir su objeto, después de haberestropeado á su caballo, se echaba en cara el malrato que habia hecho pasar á su querida perra.

Cuando llegó á su lado, Diana se levantó traba-josamente meneando la cola y, bajando humilde-mente la cabeza, como si pidiera perdón á su amopor no haber tenido fue zas para continuar la ca-za. Condolido Gómez del lastimoso estado en quela vela, le dirigió algunas palabras cariñosas, óinclinándose sobre la silla, la cogió por la piel delcuello izándola sobre el caballo; después de locual prosiguió lentamente su camino.

Gómez habia contado para regresar al oasis conlas huellas que habia dejado en la arena; pero al cer-rar la noche, estas huellas se hicieron invisibles yno tuvo más remedio que soltar Ia3 bridas sobreel cuello del caballo y abandonarse á su instinto.

Así an luyo cerca de una hora: la noche habiaes tendido sobro el desierto su negro manto tacho-nado de diamantes, y tal era la oscuridad queapenas el imprudente cazador podia distinguir lacabeza de su caballo.

Da pronto allá en lontananza brilló una luz.Era la, hoguera que Miss Debora habia manda-

do encender para que sirviera de faro al joven.Gómez comprendió al momento que aquel fuego

se habia encendido para él; su corazón, dotado conese maravilloso instinto que desarrolla el amor,adivinó quizá de quién habia nacido la idea, yespoleó su corcel ansioso de contemplar el pere-grino rostro de su amada, más baila para él que unbúcaro lleno de preciadas llores.

A pesar de su cansancio, el noble animal, secun-dando sus deseos, y ansioso también de llegar aloasis, partió al trote y la hoguera empezó á crecerpor momentos.

Mas de pronto el caballo dio una huida, trabóde empinarse, y obligado por la espuela y riendaprosiguió su camino, paro receloso y descompues -to. La conducta de su caballo no era natural; estabademasiado fatigado para que pensara en hacerpiernas, y era, evidente que le sucedía algo ex-traordinario.

Una idea terrible cruzi por la mente del caza-dor. Se acordó de los cerastos, de las serpientes ne-gras que vagan por el desierto durante la noche, ytemió que hubieran picado al pobre animal.

Queriendo ds todos modos pasar el peligrocuanto antas, lo puso á galope y corrió así algúntiempo. Después el caballo dio un traspiés, vacilóy el ginete pudo apercibirse que temblaba de unmodo estraño y poderoso.

Quiso obligarle con la espuela, pero después dedar dos ó tre3 pasos, cayó pesadamente arrastran-do en pos de sí al cazador y la perra.

El pobre animal habia sido mordido por uno deaquellos ponzoñosos reptiles y acababa de morir.

Gómez, loco da terror, apenas se hubo desem-barazado de los estribos, se subió encima del caba-llo resuelto á pasar allí la noche antes que espo -nerse á sufrir la misma suerte.

Así pasó otra hora, y el fuego, brillando delan-te de él, le indicaba el sitio donde estaba el oasis;donde estaban sus amigos; donde estaba Miss Dé-bora llorando quizá su prolongada ausencia.

Su situación se parecía mucho á la del marinoque naufraga á la vista del faro que indica la en-trada del puerto.

El también veia el faro que sus amigos habianencendido para servirle de norte; un poco más yestaba en salvo; pero la fatalidad le habia hechonaufragar á la vista del puerto en aquel mar dearena tan grande y tan terrible como el Océano.

Estando sumido en estas tristes ideas, lo parecióoir en el profundo silencio que reinaba, una vozclara y argentina que cantaba en árabe.-

Gozoso y admirado, prestó atención, y pocosmomentos después pudo convencerse de que no sehabia equivocado. Lo único que no sabia era si lavoz pertenecía á una mujer ó á un hombre, paro eneste oaso el que cantaba debía ser un niño.

El nocturno cantor se acercaba, y Gómez pudooir claramente la siguiente estrofa.

Handi djela, handi nocorak,Handi merkeb fel bjarHandi mará mesiauaAch brit arbi Mnley. (1)

(1) Esta caución, muy popular en laa fronteras deldesierto, dice ast literalmente traducida.

Tengo oro, tengo plata.Tengo an barquito en el mar,Tengo una mujer bonita,¿Puedo pedirá Dios mis?

798 REVISTA EUROPEA.—^23 DE JUNIO DE 1878 . N.° 226

Casi al mismo tiempo, presintiendo Dianaque se acercaba quien podia prestarles socorro,empezó á ladrar estrepitosamente, pero no delmodo que suelen hacerlo sus congéneres cuandoestán irritados, sino con eso acento cariñoso queemplean cuando quieren llamar la atención de al-guno ó celebrar la llegada de un amigo.

Tomada la iniciativa por la valiente perra, for-zoso le fuó al cazador seguir su ejemplo y darvoces para que acudiera en su auxilio el filarmónico viajero.

Sin duda fueron oidos, porque el árabe inter-rumpió su canción gritando á su vez:

—%Escun adaH (l)Por el tono en que se le hacia comprendió Go

mez el sentido de la pregunta, pero en su igno-rancia completa del árabe, echó mano de la len-gua italiana, casi universal en Túnez y contestóen este idioma.

—Soy un viajero perdido, mi caballo ha muer-to, socorredme.

Pasaron algunos segundos, y viendo Diana queno contestaban volvió á empezar sus ladridos ymanifestó más de una vez deseos de arrojarse á la-arena para correr sin duda al encuentro del quehabia hablado.

Un momento después creyó Gómez ver á su derecha un ligero ruido; miró con atención procu-rando penetrar con su vista las espesas tinieblasy creyó ver agitarse en la sombra un bulto in-forme.

Poco á poco los sonidos se fueron haciendo másperceptibles, la sombra se dibujó con más lim-pieza sobre el oscuro fondo, y el cazador pudo verque á pocos pasos de él se detenia un moro, caba •Uero en un burro.

Pensaba dirigirle algunas palabras, cuando elmoro, hablando en mal italiano salpicado de árabe,ie preguntó:

—jEstár rumil{%)—Sí, estaba cazando, y al volver, mi caballo ha

muerto picado tal vez por una serpiente.—Culebra malo, mucho por aquí caballo con

botas, bueno andar de noche..—Puedes dejarme montar á la grupa.—Diana también, burro fuerte botas fuertes.—jCómo sabes el nombre de mi perra?—exclamó

(Jomez acomodándose con ella en las ancas delburro.

El moro lanzó una carcajada, y hostigando conlos talones á su cabalgadura se alejó á buen pasodirijiéndose hacia el oasis.

(1) ¿Quién vi?(2) Bajo el lumbre de n¿mi (hereje) designan eu

África & loa cristianos,

Después volviéndose hacia el cazador dijo.—Yo estar Mustafá, ser caravano.—Ya. jY cómo estás por aquí á estas horas?—No saber eso que dice.—jNo me entiendes?—No.—Te pregunto que por qué causa te encuentro

aquí cuando todos están en el oasis.—Estaba escrito;—replicó Mustafá con grave-

dad.—jQuó es lo que estaba escrito?—Alá mandar moro, salvar rumí; yo estar aqni

mectub Alá. (1)Gómez comprendió que Mustafá tenia sus razo-

nes para no ser más esplícito, y no queriendo in-sistir más guardó silencio. Lo esencial para él eraque no tardaria mucho en llegar al oasis cuyosárboles iluminados por la llama empezaban á di -bujarse sobre el oscuro horizonte, encontrándoseallí seguro entre sus amigos, y al lado de su ama-da Dóbora.

Asi caminaron largo trecho en silencio, hastaque al llegar cerca del oasis Mustafá detuvo suasno y dijo.

—Mustafá es pobre, el rumí es cheh. (2)—Tienes razón,—dijo Gómez echando mano a!

bolsillo y sacando dos bujausas, (3)—-es todo loque tengo aquí; cuando llegue á mi tienda tedaré más.

Mustafá cojió las monedas, las deslizó en labolsa de cuero que pendía á su costado, y res •pondió:

—El rumí es generoso... nocorack (4) buena, seeompra pólvora, una gumía, todo, pero Mustafííquiere más.

—Ya te he dicho que te pagaré bien.—La palabra del rumí es de un sólo color y

quiero su palabra.—Bien hombre,—exclamó Gómez que no pudo

contener la risa al ver la desconfianza de su com-pañero;—te doy palabra de pagarte bien.

—No es eso.—Entonces, ¿qué eB?•—Mustafá estaba lejos cuando la caravana cojín

las arenas de oro.El chek mandará esta noche que le den palos y

Mustafá no quiere.—Es muy justa tu repugnancia.—Que el rumi diga que lie estado con él y Mus

taf á libre.•—No tengas cuidado, diré lo que tú quieras y

nadie te hará daño.

(1) Escrito por Dios.(2) Jefe.(3) Moneda de plata que vale cinco piastra»,(4) Plata.

N.° 226 J . ALVABEZ PÉREZ. UN DRAMA EN Et. DESIERTO. 799

Estas palabras tranquilizaron al morito, el cualarreando de nuevo, se dirigió al oasis.

.Ya estaban bastante cerca, cuando vino á sor-prenderlos el ruido de una descarga.

Era la que hicieron los beduinos al sorprenderla caravana.

Gómez, mirando sólo el peligro en que se hallabasu amada, quiso precipitarse al suelo y correr á sudefensa, pero Mustaf á, adivinando sus intenciones,le cojió por un brazo y sujetándole con un vigorque no hubiera podido esperarse de su corta edad,le dijo al oido:

—Ellos muchos, matar pronto; serpiente mucha,morir sin'llegar.

Gómez comprendió las razones del moro y se de-tuvo; no le asustaba el número de enemigos quetuviera que combatir, sino los asquerosos reptilesque detendrían su marcha ánt33 de que pudieradar cuatro pasos.

Vivo, podría ser útil á su amada; muerto por elvenenoso aguijón de los carastos, nopodia servirlepara nada, y el sacrificio de su vida sería entera-mente inútil.

Esta reflexión le hizo permanecer tranquilo sobreel burro, mientras que la más cruel ansiedad des-garraba su alma.

Desde el sitio en que se encontraban oian dis-tintamente los disparos, los gritos de los comba-tientes y los ayes de las víctimas.

Cada detonación, eada lamento, aumentaban lasangustias del joven.

Los siniestros rumores de la lucha hacían en sucorazón el efecto de cruzadas y candentes flechas.

Felizmente, aquella situación no podia soste-nerse mucho tiempo y el combate cesó

La lucha, como sabemos, fue corta.A los disparos y grita de furor mediaron las

alegres exclamaciones de la victoria.Casi en seguida se destacaron del oasis algunas

sombras qvie surcaron el desierto en todas direc-ciones.

Una de ellas, un camello ensillado y provistode sus correspondientes botas pasó cerca de losviageros. Mustafá silbó de un modo peculiar, y elcamello se detuvo dando lugar á que se acercaraná él y subieran sobre su robusto lomo, alejándoseen seguida á buen paso.

Aquel camello pertenecía á la caravana y asus-tado por los tiros, habia, como otros muchos, hui-do del oasis.

De tras de ellos habían salido á recojerlos al-gunos beduinos, y para evitar su encuentro erapor lo que Mustafá se alejaba sin cuidarse delinteligente asno que galopaba en pos de su amo.

Kestablecida la tranquilidad, Gómez y Mustafácelebraron consejo, del eual resultó que el primero

y Diana se quedarían en el camello, sin moversede allí bajo ningún protesto, mientras que el se-gundo, caballero en el burro, trataría de acercarseal oasis y averiguar lo que habia sucedido.

Adoptado este plan que, dadas las circunstanciasera el más razonable, Mustafá se trasladó á su bor-riquillo y bien pronto se perdió en la oscuridad.

Dos horas después, horas largas, terribles, mor-tales, durante las cuales tuvo G >mez que estar lu-chando sin cesar contra la irresistible tentaciónde abandonar su puesto y acercase al oasis, volvióel moro. Sagiin sus informes, las tiendas habíansido saqueadas por una fuerte banda de beduinosque estaban aun acampados allí.

Casi todos los individuos que componían lacaravana de buscadores de oro estaban presos ymaniatados,

Habia visto al eheck, á Mister Cugnigan y almaltes; estos xíltimos estaban libres; pero no ha-bia visto por ninguna parte al guía Alí, A Menesesy á Miss Débora, los cuales debían habar escapadode los beduinos, pues también habia notado la faltade los caballos que montaban Meneses y el guia.

Estas noticias tranquilizaron algún tanto al jo-ven, decidiéndole á conformarse con el parecer desu compañero, que era esperar allí la llegada deldia, á cuya luz le sería más fácil observar los mo-vimientos de los piratas del desierto y seguir laahuellas de Meneses y el guía, los cuales, segúnMustafá, debían haber huido con la joven.

Tomada esta resolución, Mustafá se acomodósobre el camello lo mejor que pudo, y pocos momentos después roncaba como un hombre exentode cuidados.

En cuanto á Gómez, lejos de imitar á su compa-ñero, pasó en vela toda la noche, ocupado en in-terrogar ansiosamente el horizonte como si quisie-ra adelantar la llegada de la aurora.

Apelas vio Gómez que el dia se acercaba, des-pertó á su compañero.

Eestregóse Mustafá los ojos, se desperezó una yotra vez, examinó atentamente el suelo y cercio-rado que ya los¡venenosos reptiles habían desapa-recido, saltó á tierra haciendo acostar inmediata-mente al camello, de suerte que quedaron comple-tamente ocultos detrás de la coimita.

Hecho esto, se tendieron sobre la arena paradesde allí vigilar los movimientos de los beduinosque ocupaban el oasis.

Allí estuvieron más de dos horas; el sol empeza-ba ya á calentar bastante, y la sed les hacia sufrirde un modo espantoso.

Hacia más de quince horas que el joven y superra no habían probado una sola gota de agua;sus fauces estaban secas, y eran presa de una ar-diente fiebre.

800 BE VISTA EUROPEA. 2 3 DE JUNIO DE 4878 . N.p 226

Por fin empezaron á notar algún movimiento enel oasis: los árabes fueron saliendo poco á poco, seagruparon en el desierto y se alejaron de los ár-boles. Gómez, con ayuda de sus gemelos do viaje,pudo ver que eran un gran numero, bien montadosy armados, y que llevaban en medio á los prisione-ros, entre los cuales, como habia dicho Mustafá, noestaban ni el guía Alí, ni Miss Débora, ni Meneses.

Guando ya los beduinos estuvieron bastante le-jos para que no pudieran descubrirlos, Mustafárnoutó en su asno, Gómez en el camello, y los dosse acercaron al oasis, que en efecto estaba desierto.

Su primer cuidado fue apagar la ardiente sedque les devoraba, comieron después algunos dáti-les ó higos chumbos, únicos alimentos de que po-diíin disponer, y restauradas sus fuerzas de estasuerte, empezaron á hacer investigaciones.

Para hablar con rigurosa exactitud, Mustafáera el que, ayudado de Diana, buscaba algún indi-cio que les indicara el camino que habian seguidolos fugitivos, mientras que Gómez, que nada podiahacer, seguia con ansiosa curiosidad los pasos desu compañero, que, inclinado sobre la'tierra, exa-minaba una á una las numerosas y entrecruzadashuellas que se veian impresas por todas partes enaquel terreno húmedo.

Por fin el moro y Diana debieron haber encontrado lo que con tanto afán buscaban, por que sa-lieron del oasis siguiendo una pista invisible paraGómez, y entraron en el desierto siguiendo elmi smo rumbo que poco antes habian tomado losbeduinos.

—¿Donde vamos?—preguntó Gómez que seguiadetrás llevando del diestro á los dos animales.

—Cristianos andar aquí. Alí también.Gómez exanvnó las huellas, pero no encontró

aada que pudiera hacerle sospechar que aquellaseran las que buscaban; sin embargo tal era la f éque tenia en la sagacidad del moro y en el instin-to de Diana que guardó silencio y siguió detrás,

Por un momento sus esperanzas parecieron que-rer huir.

La pista que con tanto afán seguian se confundíaenn la ancha huella que al pasar habian dejadolos beduinos en la arena.

Mustafá y Diana parecían desconcertados ; perono vencidos.

El moro hizo observar á Gómez que los caballoscuya pista seguian iban calzados con botas, lo cualindicaba que habian viajado de noche, mientrasque los de los beduinos llevaban todos desnudoslos cascos.

Gracias á esta observación pudo el joven des-cubrir de vez en cuando la marca de una botaimpresa en la arena.

Poco á poco estas señales fueron inclinándose

algo hacia el Sur, y aunque parecían seguir siem-pre el mismo camino que los beduinos, se veianclaras y aisladas.

Entretenidos con sus pesquisas, mirando siempreal suelo, no vieron como aparecieron varios, ginetesen el horizonte, como se desplegaron en batalla ylanzándose á escape se dirigían hacia ellos, sueltoel jaique y preparadas las espingardas.

Un gruñido de Diana les avisó el nuevo peligroque corrían; pero ya era tarde.

Cerrado por los beduinos, la fuga era imposible,la resistencia temeraria.

•TOSE AI.VAREZ PRUF.Z.

(Concluirá.)

MISCELÁNEA-

TEATROS.

En la \iltima semana se estrenaron en el teatrode Apolo las comedias Caer en, la trampa y Consue-lo..., de tontos. La primera es un juguete cómicodialogado con facilidad, de D. Eduardo SánchezCastilla, que fuó llamado á la escena al final de laobra.La segunda,Consuelo... de tontos, parodia dela. última obra de Ayala, fue muy aplaudida, y suautor, D. Salvador María Granes, tuvo que pre-sentarse en el palco escénico, á la terminación dela obra, acompañado de los actores.

—El martes se estrenó con buen éxito en elteatro del Príncipe Alfonso, por la compañía quedirige el Sr. Arderius, la revista en tres actos, degran espectáculo, titulada El diablo Cofuelo, escri-ta con gracia por los señores Ramos Carrion yPina, con música muy agradable de Barbieri; decoraciones buenas de Busato, Bonardi, Vals, yDardalla; bailables compuestos por Rossi, trajesde D. Aquilino Pérez y atrezo de Bueno.

El público llamó á los autores al final de laobra, y á los pintores en los finales segundo y ter -cero. La concurrencia numerosa.

—El afortunado Circo de Price se vé diariamen-te muy concurrido, y sobre todo los viernes, queson dias de moda, á causa de la magnífica com-pañía que ha reunido este año, y que cada dia au-menta con artistas tan notables como los que handebutado últimamente, señores Lafoulen, Leonee,Henry Vaughan, Giovanni, Alves da Silva y eljoven Abdy, todos los cuales han sido muy aplau-didos. El actual director del Circo, Sr. Parish,bien puede estar satisfecho del público madrileñoque premia de este modo los esfuerzos que hacepor agradarle.

—Los jardines del Buen Retiro no se lian vistoestos dias tan concurridos como de ordinario, át(íonsecuencia de la desagradable temperatura. Sinembargo, no ha faltado algún público, que liaaplaudido en los últimos conciertos á la Sociedadde profesores que dirije el Sr. Vázquez, á los ar-tistas americanos Masón y Dixon, y á la Sra. To-da, Sres. Carra tala y Fernandez, y demás artistas.