Schlayer, Felix - Un diplomático en el Madrid rojo bis

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    Un Diplomtico en el Madrid rojo

    Flix SchlayerCnsul y Encargado

    de Negocios de Noruega

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    Introduccin

    Este libro carece de toda intencin poltica, solamente pretende describir losacontecimientos que se produjeron en Madrid, coincidiendo con mi actividad diplomtica,desde julio de 1936 hasta julio de 1937.

    Por ello, quiero dejar constancia de que los tristsimos hechos que se relatan fueron vividospor m y, como consecuencia, me produjeron el estado anmico que es de imaginar, en losubjetivo. No obstante, tengo especial inters en manifestar que mi narracin de losacontecimientos refleja fielmente la verdad, sin ninguna concesin, y tal como los presenci

    y comprob personalmente.

    Las circunstancias especiales que en m concurren, me autorizan a considerarme con lasuficiente capacidad para hablar de la Espaa de nuestro tiempo, en general, y de lascircunstancias propias de la Guerra Civil, en particular. Por consiguiente, y como refrendo,sobre todo por lo que respecta a su credibilidad, relaciono a modo de presentacin, mihistorial profesional en Espaa.

    Resido en Espaa desde 1895. Nac en Rentlingen (Wrttemberg) en 1873. Mis actividadesme han mantenido en contacto, preferentemente, con la poblacin campesina, mayoritariaen Espaa, y mis innumerables viajes en toda clase de vehculos, desde el carro de mulas,

    hasta el avin, me llevaron a muchos pueblecitos, aldeas y rincones a los que, de no ser as,rara vez llega un extranjero. En el verano de 1936, yo era en mi calidad de Cnsul deNoruega, el nico representante oficial de dicho pas en Madrid. Al poco tiempo menombraron Encargado de Negocios y en Madrid me qued, en activo, hasta julio de 1937,en que gracias a mi condicin de diplomtico, pude salir de Espaa, lo que me libr de serasesinado por orden del gobierno rojo.

    Gracias a mi puesto de carcter diplomtico disfrutaba, naturalmente, de gran libertad demovimiento, lo que me permiti vivir y observar, en infinidad de situaciones, el acontecerrevolucionario de ese primer ao en Madrid.

    Por razn de mi cargo, tuve muchas ocasiones de conocer antecedentes y sucesos,privativos de personas, que se producan en un limitado mbito familiar y cuyas noticias notrascendan, fuera de ese crculo.

    Pero de lo que s me di cuenta, fue de que mis descripciones verbales despertaban en todaspartes gran inters, por lo que llegu a tener el convencimiento de que el hecho depublicarlas podra llenar un vaco, tanto ms cuando el relato verdico de muchos episodiosy situaciones reflejan elementos sintomticos del acontecer espaol y podran contribuir asu testimonio histrico.

    Renuncio explcitamente a cuanto suponga una intencin proselitista. Cada cual podr sacar

    su consecuencia de acuerdo con los hechos relatados y su opinin personal en cuanto a losresultados.

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    Quizs contribuya mi relato a que ms de uno acierte a vislumbrar la luz y le facilite aencontrar el valor de un orden establecido!

    Me impuse la obligacin de referir los hechos, sin exageraciones de ningn tipo, sinadornos literarios, mantenindome estrictamente fiel a la verdad. La verdad lisa y llana es

    ms que suficiente para confirmar mi opinin de que la eleccin entre lo rojo y loblanco, en Espaa, es mucho menos un asunto de poltica que una cuestin de moral.

    Como introduccin, hago una breve exposicin de conjunto, a grandes rasgos, de losacontecimientos que precedieron a la Guerra Civil y que fueron la causa final quecontribuy al desencadenamiento del conflicto espaol, y entre cuyos partidos polticosintegrantes, los del Frente Popular fueron los mximos responsables del movimientorevolucionario rojo.

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    1. CAUSAS Y TELN DE FONDODE LA GUERRA CIVIL

    Hablemos del temperamento espaol

    Este libro, en su primera edicin, ha sido escrito en alemn, [Diplomat in roten Madrid,Berln, Herbig Verlagsbuchhandlung, 1938] para ser ledo fuera de Espaa. Porconsiguiente, slo los pocos lectores que hayan visitado Espaa tendrn de ella una idea

    aproximada, por lo que, posiblemente, habrn sacado la misma consecuencia que, a mijuicio yo saqu tomando como parmetro nuestras propias medidas, de que los espaoles,considerndolos en trminos generales, son unos ciudadanos un tanto atrasados, perobondadosos, corteses y un tanto ingenuos. Es evidente, que a todo el que conserve estaimagen del espaol le habr resultado incomprensible que se haya producido el estallido deuna guerra civil, tan llena de odio, tan sanguinaria; y que, incluso, se hayan sentidoinclinados a creer que se trata de exageraciones de los periodistas. Ante esta disyuntiva, meconsidero obligado a describir, brevemente, el desarrollo de los acontecimientos y lasmotivaciones que, en el carcter y temperamento espaol, condujeron a tal estado de cosas.

    Para empezar, narrar un corto episodio que, a modo de flash, revela algo de la

    tradicional sabidura vital de la mayor parte de pueblo espaol. Hace de esto treinta y cincoaos. En un da caluroso llegaba yo a Sevilla, capital de Andaluca, en tren (tren botijo) aprimeras horas de la tarde. Esta era, entonces, una ciudad de escasa circulacin. La estacinestaba fuera de la ciudad, como a un kilmetro de distancia. No se vea un vehculo, nitampoco apareca ningn mozo de cuerda. Me di una vuelta, buscando por los alrededoresde la estacin; tumbado a la sombra de un rbol, descubr, tendido todo lo largo que era, enla acera, a un pacfico durmiente. La gorra que llevaba delataba su condicin de mozo deequipajes, ahora le serva para protegerle la cara del sol. Le toqu con el pie; entonces,cargado de sueo, movi la gorra de servicio lo suficiente como para mirarme, con unojo, por debajo de la misma. Impresionado por la falta manifiesta de impulso activo deaquel hombre, me decid a tentar su ambicin: te doy tres pesetas si me llevas la maleta a

    la ciudad. Vena a ser esto el cudruplo de la tarifa corriente. Respuesta: esta semana yame he ganado dos pesetas; hoy no hago nada ms. Una vez dicho esto, se volvi a taparlos ojos con la gorra y sigui durmiendo.

    Cmo hacerse con un pueblo as, al que no hacer nada le parece ms tentador, que elbienestar adquirido mediante el trabajo? Presentndole, como seuelo, el vivir bienemparejado con el no hacer nada. Tal era la consigna tentadora con la que, con habilidad,el comunismo seduca a la masa inculta, carente hasta el presente de ambiciones y hecha yaa la mezquindad de su vida, empujndola a actuaciones fanticas con un seguimiento ciego:quitadles todo a los que lo tienen y as podris ser tan gandules y vivir tan bien como ellosahora.

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    La guerra mundial y la posguerra

    Hasta la primera guerra mundial, las relaciones entre patronos y trabajadores eranpatriarcales. La industria era escasa y quedaba reducida a los alrededores de Barcelona y deBilbao. Exista una organizacin socialista, de poca envergadura y caractersticas ms bien

    bondadosas, bajo la direccin de Pablo Iglesias. Los trabajadores del campo carecan decualquier clase de organizacin. Vivan en un estado tal de pobreza que, con arreglo anuestro criterio, calificaramos de penosa; sus jornales oscilaban entre la peseta y media ylas cinco pesetas, segn el periodo agrario; trabajando de sol a sol, sin que se pueda decirque se hicieran los remolones. Cumplan su tarea con lentitud, pero con constancia y conresistencia a la fatiga.

    El trabajador agrcola, no era sin embargo, muy consciente de su situacin de miseria porcuanto careca, a diferencia de otros pueblos, de pretensiones ms ambiciosas en materia de

    vivienda, comida y ropa; a lo que habra que aadir, sus relaciones patriarcales con losterratenientes de los pueblos. Exista una ley, no escrita, que impona a los grandes

    terratenientes la obligacin de alimentar a los jornaleros del pueblo durante los tiempos deinactividad, inevitables en la agricultura espaola, debido al sistema de barbecho en elcultivo de los cereales.

    En los tiempos anteriores a la guerra mundial, el pueblo espaol en su conjunto habatenido poco contacto con el resto de Europa. Tres de los lados de Espaa son costas quedan al mar y el cuarto, con los Pirineos como frontera, le cortaba el aire con Europa.Pero la guerra mundial lo trastorn todo. Espaa a pesar de permanecer neutral,estableci estrechas relaciones de ndole industrial, concretamente- con los demspueblos, especialmente con los aliados. Entonces, ya con ese aliciente, cualquiera hacanegocios, ganaba dinero con facilidad, y con la misma facilidad lo gastaba.

    Los precios, especialmente los de los productos agrcolas, suban ante la demanda de lospases en guerra. Los jornaleros reclamaban y obtenan mejores ingresos, descubriendo, porprimera vez, que tambin podan exigir algo ms que una cebolla y un pedazo de pan al da.

    Al mismo tiempo, irrumpa, cruzando las fronteras, una propaganda socialista reforzada, ycunda por todas partes la fiebre de la industrializacin.

    Los negocios fciles y de oportunidad, que se haban presentado durante la guerra mundial,se evaporaron con la misma rapidez con que se haban producido; pero ya en todos lossectores de la sociedad haban quedado abiertos unos incentivos vitales, hasta entoncesdesconocidos en Espaa. Al mismo tiempo, profetizaba Lenin que Espaa sera el siguiente

    pas en caer en el bolchevismo. Con arreglo a tal programa, ayudado con la propaganda y eldinero ruso, naca el partido comunista, y su organizacin fue tan eficaz que, -a pesar de noarraigar y mantenerse numricamente reducido debido al carcter espaol ms inclinado ala anarqua que al comunismo-, la clulas existentes fueron el ncleo principal quemarcaron las pautas tan pronto como estall la lucha.

    La pasin por lo nuevo, la inexperiencia poltica y la pereza intelectual, arrastraron alexperimento republicano, con una clase burguesa que, dada la catica situacin de Espaa,lo acogi esperanzada y, en parte, incluso con entusiasmo. Pero no habiendo dondeescoger, se aduearon del poder los polticos de siempre que, -entre intelectuales yteorizantes, como Alcal Zamora, Maura, Azaa, Casares Quiroga; todos ellos sin un

    programa poltico realista, vacilantes y fracasados dentro de la opinin de una clase mediaempobrecida y decepcionada-, claudicaron y se pusieron a disposicin de los socialistas,

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    como instrumento para instaurar la democracia burguesa prevista en un principio y que,luego, gener en comedia.

    Los anarquistas, partido mucho ms poderoso y numeroso, -sobre todo en Aragn,Catalua y costa mediterrnea-, que los socialistas organizados, se abstuvieron de cualquier

    participacin en el gobierno. Su programa poltico lo ejercan, salvo su sindicato C.N.T., almargen de toda legalidad con acciones directas sembrando la inquietud y la angustia, consus bandas de asesinos y ladrones, primero en Barcelona y luego tambin en Madrid.Entonces los comunistas, como ya hemos comentado, en colaboracin con las JuventudesSocialistas, comenzaron a actuar de forma similar, a travs de sus clulas, apoyadas con laayuda econmica de Rusia.

    En la encrucijada

    Pero a los dos aos, la opinin pblica en general y, en especial, todos los ambientes deorientacin conservadora llegaron a un estado de tal repulsa e indignacin, y a estar tan

    hartos, que se produjo un rechazo en la inmensa mayora del pueblo. El tiempo de vigencialegislativo haba cumplido el plazo reglamentario, de acuerdo con la auto-elaboradaConstitucin, y se haca necesaria la convocatoria de elecciones para la formacin de unanueva Cmara de Diputados. Las elecciones se celebraron contraviniendo en muchoscolegios electorales el ms elemental orden y respeto a la libertad de expresin, y tanpronto comprobaron que, a pesar de esa violenta oposicin, los partidos de derechashaban obtenido la mayora, las izquierdas se lanzaron con la mayor agresividad a rebelarse

    violentamente contra el poder constituido. Los diputados socialistas quedaron diezmados.La frase de cuo democrtico relativa a los derechos de la mayora perdi su validez en elpunto y hora que dej de favorecerles. Ahora se trataba lisa y llanamente de implantar ladictadura del proletariado.

    Cuando la mayora conservadora quiso hacer uso de su derecho democrtico de acceder alpoder, se le respondi con el levantamiento de Asturias, revelador de los autnticospropsitos, realmente antidemocrticos, de los socialistas espaoles que aspiraban aldominio del Poder con los sindicatos. An se pudo evitar este incendio que ya, entonces,tuvo posibilidades de extenderse por toda Espaa y que, debido nicamente a fallos dedireccin, no prendi con la rapidez suficiente. Pero el hecho de que se extinguiera, nosignifica que no se aprovechara para desatar una propaganda sin lmites, como acicate ydesahogo de los ms salvajes sentimientos de odio, que la dbil voluntad del gobiernoburgus no alcanz a reprimir con lo que el rescoldo sigui vivo bajo la ceniza. Esegobierno no supo sacar partido ni del tiempo ni de la oportunidad de que dispona; su

    grave insensatez atrajo su cada y, por supuesto, lo arrastr directamente a tal suicido elambicioso charlatn, Alcal Zamora, que aspiraba al poder personal. En las siguienteselecciones, febrero de 1936, intent fundar un partido a su propia medida, de acuerdo consu instrumento Portela, al que coloc de Presidente del Consejo de Ministros.

    Al revelarse, ya en el primer escrutinio, el fracaso de este nuevo invento y resultar por otraparte posible una mayora renovada de la derecha tradicional, Portela dio por perdida lapartida, se retir y entreg el poder en favor del Frente Popular que amenazaba con lahuelga general y el levantamiento del pueblo, sin estar en absoluto justificado para ello,pues todo era consecuencia del despecho que sentan, al haber resultado minoritarios,precisamente en esas mismas elecciones. El nuevo escrutinio al que se procedi, a los

    pocos das, se hizo ya bajo el signo del desconsiderado abuso de poder de los partidos deizquierda, que no contentos con monopolizar para s los escaos discutidos, aprovecharon

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    la mayora as alcanzada para anular, en varias provincias, los resultados electoralesfavorables a la derecha y adjudicrselos, totalmente, a sus propios candidatos. Huboprovincias en las que se haba votado a las derechas en un ochenta por ciento -y eso bajoun gobierno Portela, del que lo menos que se puede decir es que no tena inters alguno enque as fuera- y en las que, un mes despus, bajo la presin del Frente Popular, result que

    se haba votado a la izquierda en un noventa por ciento; pocas veces se habr montadoparodia mayor de la tan cacareada libertad de voto! Y, sobre tal base, se asienta ahora lalegitimidad del Gobierno de la Repblica Espaola, tan ofuscadamente puesta en primertrmino por franceses, ingleses y americanos.

    El primer paso dado por dicho gobierno del Frente Popular fue derrocar de modo, porcierto, nada suave- de su silln presidencial al promotor de tan inesperado triunfo, AlcalZamora, y sentar en l a Azaa, que resultaba ms cmodo para los socialistas. A partir deentonces se procedi, temperamentalmente, a trastocar a fondo el orden conservadorimplantando la dictadura del proletariado bajo la mscara de la democracia. El tonoempleado en el Parlamento era tal, que los partidos no integrados en el Frente Popular no

    tenan mas opcin que retirarse.

    A Calvo Sotelo, diputado sobresaliente que encabezaba esos partidos de derechas, leanunci la muerte que le esperaba el propio Casares Quiroga, Presidente del Consejo deMinistros, en plena sesin parlamentaria y tras un exaltado discurso de despedida. Elasesinato se perpetr pocos das despus, durante la noche, a manos de la polica estatal. Acontinuacin haba de entrar en escena la revolucin socialista. La parte del pueblo espaolde orientacin derechista, mayora numrica indiscutible, se vea abocada a la eleccin entredejarse aniquilar por las turbas incontroladas o lanzarse a la lucha. Tal fue el origen de lasublevacin de los generales, como ejecutores de la voluntad de la mayora de la poblacinque no se quera dejar exterminar conscientemente.

    El Frente Popular

    Con el fin de facilitar una mejor comprensin de la situacin poltica en el seno del FrentePopular, as como de las abreviaturas o siglas ocasionalmente utilizadas de aqu en adelantey correspondientes a las denominaciones de los partidos, me permito hacer unas brevesaclaraciones. El Frente Popular estaba compuesto por los partidos burgueses radicales deMartnez Barrio y Azaa, denominados respectivamente Unin Republicana el primero, eIzquierda Republicana el segundo, as como por los partidos Socialista, Comunista,Sindicalista y la F.A.I., (Federacin Anarquista Ibrica). El Partido Socialista es laorganizacin poltica de los sindicatos socialistas (U.G.T. = Unin General de

    Trabajadores). La F.A.I. es, asimismo, el exponente poltico de los sindicatos anarquistas (asaber: C.N.T.= Confederacin Nacional del Trabajo).

    La situacin de poder, en la medida en que sta dependa de la adhesin del pueblo a cadauna de dichos partidos, era la siguiente.

    Los dos partidos de derechas contaban con un nmero de afiliados reducido. Su influenciase basaba en la mayor antigedad de su experiencia poltica, as como en la mayorformacin y ms elevado nivel intelectual de sus dirigentes y afiliados.

    El partido socialista se apoyaba en los sindicatos de la U.G.T. que contaban con el mayor

    nmero de adeptos en Madrid y Bilbao. En Barcelona y Valencia estaban en minora. Mastarde se produjo una brecha profunda entre el partido y los sindicatos como consecuencia

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    de la enemistad personal entre Indalecio Prieto, jefe de la mayora de los diputadossocialistas, y Largo Caballero, el mandams, sin lmites, de los sindicatos. U.G.T. podraser, numricamente, la segunda organizacin entre las ms fuertes de Espaa.

    El partido comunista antes de la guerra civil no era numricamente muy importante. El

    espaol es exageradamente individualista y, por lo tanto, anarquista nato; de modo que lateora comunista no le agrada en absoluto. Bajo la presin de la influencia rusa cobr, sinembargo, mucho auge el partido, habiendo intentado, a pesar de la fuerte oposicin de lospartidos proletarios, fusionarse con los socialistas, lo que llegaron a conseguir en lasorganizaciones juveniles; pero no en cuanto a los sindicatos, pues siempre hubo una fuerteresistencia en Largo Caballero que, especialmente durante su presidencia en el Consejo deMinistros, lleg a oponerse fuertemente a los comunistas.

    El partido sindicalista, que no era fuerte numricamente hablando, adquiri influencia porla personalidad de quien lo acaudillaba, Pestaa, fallecido recientemente, el cual habatrabajado durante muchos aos de modo decisivo en organizaciones anarquistas.

    De la F.A.I., cuya infraestructura est constituida por los sindicatos de la C.N.T., puededecirse que es la organizacin ms fuerte, y domina, principalmente, en Catalua. Allcuenta aproximadamente con la afiliacin del setenta y cinco por ciento del proletariado.En Valencia, Murcia, Alicante; es decir, a lo largo del resto de la costa mediterrnea,dispone asimismo de una mayora, si bien no tan dominante como en Catalua. En elcentro de Espaa, en Madrid, tiene menos fuerza que la U.G.T.; pero, durante la guerra,creci mucho el nmero de sus afiliados ya que sus condiciones de filiacin, al ser mstolerantes, fueron aprovechadas por muchas personas indiferentes, que no tenan msremedio que acreditar la posesin de un carnet sindical. Un ciudadano sin semejante carnetno poda en Espaa justificar su existencia y no gozaba de libertad para vivir con alguna

    seguridad. En la F.A.I. caben todos, desde el idealista, en el mejor sentido primitivocristiano de amor al prjimo y de fraternidad, hasta el delincuente comn. La teora polticade los anarquistas consiste en una organizacin sin normas preestablecidas de autoridad.Son cratas. Sin forma alguna de gobierno. No son marxistas, sino antimarxistas. Su ideales el individualismo ilimitado.

    Crueldad espaola o bolchevique?

    A grandes rasgos, hemos expuesto los contrastes sociales que condujeron a unenfrentamiento, lleno de odio, como fue la revolucin espaola. Ahora bien, de dndeprocede esa crueldad salvaje, esos tremendos horrores cometidos? Hay que inculprselos

    al carcter del pueblo espaol o al bolchevismo?

    El espaol, individualmente considerado, es, salvo pocas excepciones, noble, personadigna, incluso de corazn bondadoso, si se le sabe llevar. Los espaoles -y ahora hablo delpueblo, y no de la gente culta- son elementales, no se guan por la razn debidamenteadiestrada, sino por el instinto. Por ello, no pueden actuar con arreglo a principios, sinoque, ms bien, se dejan dominar por la inspiracin o corazonada del momento. Como losnios pequeos, son compasivos y crueles, segn el caso. Lo que les pierde es susensibilidad ante lo que pueda parecer ridculo. De ah que en cuanto se renen varios, cadacual en la conversacin se reserva para conocer la opinin de los dems, y entonces,aunque tenga que reprimir sus buenos sentimientos y por miedo a que se ran de l, se

    manifiesta con un egosmo todo lo exagerado que estima conveniente para aparentar sersuperior a los dems, sin discriminar si ello es bueno o malo.

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    Si les domina tal psicosis, son capaces de cualquier atrocidad. As es como -al principio- secometieron, por desgracia, graves delitos contra el prjimo, tambin en la zona nacional.

    Pero, en la zona nacional, se repriman tales brotes de bestial salvajismo y, una vez pasado

    el desorden inicial, no slo se restableci la disciplina legal, sino que se ajustaban lascuentas a los transgresores aunque fueran miembros de las organizaciones "blancas". Yomismo asist a un juicio, en un Tribunal de Guerra, en Salamanca en el que condenaron amuerte a ocho falangistas de un pueblo, por crmenes que haban cometido en las primerassemanas contra otros habitantes del lugar. Los sacaron encadenados. En cambio, en laparte dominada por los rojos, estos crmenes, producto de la ferocidad de las masas, ibanen aumento, de semana en semana hasta convertirse en una espantosa orga de pillaje y demuerte, no slo en Madrid, sino en todas las ciudades y pueblos de dicha zona. Aqu, setrataba del asesinato organizado, ya no era slo el odio del pueblo sino algo que responda auna metodologa rusa: era el producto de una "animalizacin" consciente del hombre por elbolchevismo. Se trataba de aduearse de lo que fuera, a cambio de nada, y si era menester

    matar, se mataba.

    En la amplia masa del pueblo espaol dominaba, desde siempre, en materia poltica,exclusivamente el sentimiento y nunca la razn. Pero en conflictos anteriores su fanatismose apoyaba sobre bases idealistas. El indomable apasionamiento del pueblo espaol, que aNapolen le toc experimentar, se nutra del odio al extranjero y del orgullo nacional; enlas guerras carlistas, el fanatismo religioso tronaba contra el liberalismo. Esta vez, sinembargo, debido a la influencia de la progresiva materializacin de las masas populares,como consecuencia de las teoras socialista y comunista, los motivos de fondo sonprincipalmente de orden econmico y la meta con la que se especula es el disfrutar de la

    vida con el mnimo esfuerzo.

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    2. EL ESTALLIDO DE LA GUERRA CIVIL

    Hacia el caos

    En el curso de una consulta con un abogado de izquierdas, en Madrid, en la maana del 17de julio de 1936, me enter de que las tropas del Marruecos espaol se haban declaradoindependientes del Gobierno y no se saba exactamente lo que estaba ocurriendo en

    algunas ciudades de provincias. En cuanto a la normalidad en las calles de Madrid, no senotaba nada especial. Yo viva en mi casa de campo a 35 km. al norte de Madrid, al pie dela sierra de Guadarrama. Cuando al atardecer de ese da, iba subiendo hacia all,conduciendo mi coche, la carretera estaba animada como de costumbre, con familias que sedaban un paseo en sus coches y para las que el buen tiempo reinante resultaba, a ojos vista,ms importante que la tormenta poltica que se tema Era su ltimo da de tranquilidad!Precisamente en ese mismo da, haba yo comunicado, a los obreros de mis talleres que eltrabajo se suspendera durante algunos meses y, por primera vez, los encontr reacios aaceptar esa medida, de carcter anual, impuesta por las caractersticas de la estacin estival.En esta ocasin, se negaron a firmar. Se trataba de trabajadores organizados, socialistas ycon algn comunista que otro. Por primera vez haba cado entre ellos un anarquista de la

    C. N. T. y de ah que mostraran esa actitud de resistencia a suspender el trabajo. A pesar demantener una disciplina estricta, siempre me haba entendido muy bien con ellos, y, en estaocasin, confi tambin en su sensatez.

    De repente, durante la noche, la situacin se puso ms seria. El domingo no cruz por allningn tren procedente del norte de Espaa. Desde Madrid subieron solamente dos trenes

    vacos, sin uno slo siquiera de los cientos de excursionistas que normalmente losutilizaban. Se rumoreaba que Madrid podra estar ardiendo o ser blanco de tiroteos, etc. nohaba forma de confirmar nada, el telfono estaba cortado.

    El lunes, temprano, estaba decidido a salir para Madrid con el fin de orientarme. El aspecto

    de la carretera haba cambiado totalmente. Ya en el primer pueblo, estaba cortada por unagran multitud de trabajadores del campo con escopetas de caza, que me desaconsejaron lacontinuacin de mi viaje a Madrid, dado que todos los que, hasta entonces, haban pasadopara all se haban tenido que volver porque no les dejaban continuar. Al insistir,exponiendo la necesidad que tena de llegar a mi Consulado, me acompaaron, con grancortesa, -porque me conocan personalmente-, al Ayuntamiento, donde me facilitaron unsalvoconducto para trasladarme libremente a Madrid, en viaje de ida y regreso. En elpueblo siguiente, vuelta a lo mismo, estaba cortada la carretera por trabajadores armados,detrs de los cuales se haban juntado cantidad de automviles, a los que se haba impedidocontinuar su camino. Estos trabajadores eran mucho ms "rojos" que mis campesinos y medeclararon que el salvoconducto les tena sin cuidado, puesto que los de all arriba nada

    tenan que mandarles a ellos. Estaba claro que les proporcionaba mucha satisfaccin hacervaler sus viejas escopetas de caza.

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    Yo les expliqu, entonces, que ellos tampoco tenan por qu darme rdenes a m, ya que yoera cnsul de Noruega y tena, por tanto, libertad para trasladarme de un lado a otro, yestaba decidido a seguir hasta Madrid.

    ste era el primer choque que tenan con una potencia extranjera. No estaban an muyseguros de sus nuevos poderes, se quedaron pensativos y prefirieron pactar con lodesconocido. Con miradas severas para los compaeros que no estaban conformes de quecontinuara mi camino, dijeron que poda seguir viaje a Madrid bajo mi propio riesgo, peroque pronto tendra que volver porque, seguramente, ms abajo no me dejaran pasar.

    En los pueblos siguientes se repiti la historia otras tres veces, pues el celo revolucionariohaba impulsado a la gente a montar semejante barrera armada, cada cincuenta metros.Blandan, en cada ocasin, sus escopetas, con las mismas pretensiones, dndoseimportancia y procurando imponer su voluntad. Pero, a pesar de todo, no lo consiguieron;yo continuaba conduciendo y aconsejndoles que no hicieran el ridculo con su exagerado

    montaje de seguridad.

    Una vez ms, tuve que habrmelas con el excesivo celo de tales hordas campesinas,especialmente al aparecer algunas jovencitas que ponan sus pistolas, con el seguro quitado,delante de mis narices, por lo que me vi obligado a recomendarles drsticamente un lugarms apropiado para guardarlas.

    Finalmente, salvando todos los obstculos, llegu a la Puerta de Hierro, plaza de la quearranca una hermosa avenida que conduce a Madrid. All me encontr, por primera vez,con la autoridad oficial del Estado, representada por unos cincuenta policas uniformados.Estaban sentados tranquilamente en los bancos de un caf; a la orilla de la plaza y, en

    contra de lo que me haban vaticinado en todas partes, no parecieron excitarse lo msmnimo al acercarme yo. Nadie haca gestos aparatosos para que me detuviera, de modoque lo hice voluntariamente y, al polica sentado ms prximo, le pregunt si se poda llegaren coche al centro. Dijo que eso slo lo podra hacer bajo mi propio riesgo porque lascircunstancias no eran precisamente de paz, pero que me fuera por la izquierda, endireccin a la Castellana, ya que si continuaba derecho, iba a dar con el Cuartel de laMontaa al que estara ya disparando la Artillera. Todos los dems coches que habanllegado se haban vuelto atrs.

    Me dirig, pues, hacia la izquierda y, al poco tiempo, me vi en las calles de Madrid. All sique se arm! Los guardianes voluntarios de la seguridad, que se haban pertrechado con

    toda clase de "armamento" metlico, incluidas las llaves de la casa, me consideraban presaapetitosa, al ser mi coche el nico que rodaba por Madrid. Cada uno de ellos intentabaprobar fortuna, dndome el alto, con su ademn autoritario, pero ante mi enrgico"Cnsul de Noruega!" les desilusionada muchsimo, no saban cmo encajar esacontrasea tan mgica que deba de ser muy importante a juzgar por la soberananaturalidad con que yo se la lanzaba vociferando. En cuanto a lo que era "Noruega", porsupuesto que no lo saban y, al ver que yo segua, sin ms, mi camino, no dejaban demirarme con cierto asombro.

    Finalmente, llegu a mi oficina, donde comprob que todo estaba cerrado y que all notrabajaba nadie. Las calles estaban completamente vacas de gente, si se excepta la

    presencia de esos vigilantes tan celosos que en algunos casos, sin embargo se mostraban

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    francamente amenazadores; en una ocasin fue necesaria la enrgica oposicin de unos deellos, ms razonable que los dems, para impedir que disparan contra mi coche.

    Rendicin del General Fanjul

    Entretanto, el tono haba subido hasta ponerse al rojo vivo con la toma del, antesmencionado, Cuartel de la Montaa. En l se haba encerrado el general Fanjul, con elpropsito de dirigir la sublevacin en Madrid, con un regimiento de Infantera, y unoscuantos miembros de Falange Espaola. El ataque, por parte de algunas compaas de laGuardia Civil, junto a una masa popular apenas armada, y unos pocos disparos de Artillerade Campaa, le movieron a rendirse. Fue falta de decisin o miedo a sus propios soldadosque, al parecer, no eran de fiar, lo que le impidi apoderarse de Madrid mediante un ataqueenrgico?

    Semejante xito se le subi a la cabeza al Gobierno y tambin a la poblacin obrera. Las

    importantes existencias de armas que guardaban ste y otros dos cuarteles, en los queasimismo se haban encerrado tropas que luego se rindieron, pasaron, sin apenasresistencia, a manos de pueblo. sa misma maana, en la escalera de la casa de un amigo,me encontr con un joven de diecisis aos que traa un fusil koppel, completamentenuevo, con la cartuchera llena, as como dos pistolas nuevas de carga automtica y, alpreguntarle dnde haba sacado todo eso, me cont que despus de la rendicin del Cuartelde la Montaa haba ido all y las haba cogido. Cualquiera poda llevarse lo que quera ycunto quera. A partir ese momento es cuando el populacho de Madrid adquiriconciencia de la clase de poder que le haba cado en suerte.

    All, en el Cuartel de la Montaa fue donde por vez primera comenzaron los asesinatos, en

    los que participaron personas que hasta entonces nunca hubieran pensado en ello. All serevel ya la falta total de autoridad estatal. El populacho que entr tras la rendicin,dominaba la situacin, y disparaba o perdonaba la vida, a su albedro.

    El imperio de la casualidad como destino, que despus habra de generalizarse tanto, fue alldonde se instaur primero. El que caa en manos de un principiante de buenossentimientos, an sin malear, se le vea saludar y abrazar como a un hermano liberado.Pero al que tena la mala suerte de dar con trabajadores envenenados de fanatismo, se lepona en fila contra la pared en el patio del cuartel. Un testigo presencial me cont queunos doscientos de los que se rindieron, yacan muertos, alineados, y mezclados los civilescon los militares; lo que no puedo asegurar es, si los oficiales que yacan en el cuarto de

    banderas, perdieron la vida asesinados o suicidndose.

    En aquella maana y, con este episodio del Cuartel de la Montaa, qued decidido eldestino de Espaa: la guerra civil, en toda su aterradora extensin, ya que, si quien estabacomprometido en el mando del sector militar de Madrid, en lugar de encerrarse en loscuarteles, se hubiera atrevido a dar un audaz golpe de mano y apoderarse de la ciudad, talcomo lo estaba haciendo el General Queipo de Llano en Sevilla, se hubiera sofocado enembrin la resistencia roja, puesto que sin Madrid, y por tanto sin la Espaa central y,sobre todo, sin el oro atesorado en el Banco de Espaa, quedaba excluido cualquier tipo deorganizacin roja capaz de englobarlo todo.

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    Se arma el populacho

    El nuevo gobierno, con notable falta de sensatez, entreg las armas y, con ellas, laautoridad. El nuevo presidente del Consejo de ministros, Giral, farmacutico de Madrid,dej libre el campo al pueblo para que sin ms control, lanzando un llamamiento en el que

    exhortaba a todos a empuar las armas, hicieran uso de ellas sin escrpulos. Adems de loscuarteles, se saquearon todas las armeras y, tambin, el mismo da, se abrieron las puertasde las crceles a los presos comunes, a los que se les liber como a hermanos, porque enese momento se necesitaban los locales para los disidentes polticos. Se empezaron aquemar iglesias y conventos y a echar de all a sus moradores. A algunos se les asesin, conel pretexto de que, desde esos edificios se haba disparado contra el pueblo. Empez elterror, pero los hombres, adultos y jvenes, que se paseaban por las calles con sus armasrecin adquiridas, se consideraban a s mismos como guardianes de un determinado"orden", al estilo de una especie de "polica poltica". Toda la gente decente permanecaescondida en sus casas. Todava no les pasaba nada; la primera "furia" descargaba enconventos e iglesias. Las calles, an vacas por las maanas, las llenaba el populacho a

    medioda. Los tranvas no funcionaban, slo circulaban algunos coches aislados, a todamarcha, con gente armada a bordo, que sintindose importantes y con marcado despreciode las normas de trafico, transitaba a gran velocidad por las calles. Mi regreso, sin embargo,lo hice sin incidentes, porque mi chfer, que haba aparecido entretanto, llevaba, sin ms,su carnet socialista en la mano ensendolo por la ventanilla, con lo que llegamos, libres yade todo acoso, al lmite de la ciudad. Desde all, conduje, slo, hasta mi casa, con la ventajade que la desconfiada guarnicin que custodiaba la carretera conservaba el recuerdo de miaparicin de la maana. Mi regreso les convenci de que yo no era un fugitivo que iba areunirme con los "militares", y me dejaron pasar.

    La "soberana" del pueblo

    Por entonces empez la era de la "soberana del pueblo". Y con ello fue descubriendolentamente los fabulosos derechos que se le haban adjudicado. Sus maestros, fueron sobretodo, los delincuentes comunes a los que se les haba regalado la libertad. stos no sesentan, en absoluto, intimidados por las "especulaciones" burguesas acerca de "lo mo" y"lo tuyo" y su concepto de la libertad pronto encontr multitudes de adeptos. U.H.P.(Unos hermanos proletarios!) se convirti en una especie de contrasea sustitutoria delpago. Cualquier "san culotte" que llevara uno de los abundantes revlveres repartidos orobados, apaciguaba a sus acreedores con esa contrasea encantada y, cuando la mismaresultaba insuficiente, le pona la boca del revlver delante de la suya.

    A un restaurante alemn, en el que yo coma a medioda, le toc de repente, en lugar de suclientela habitual, perteneciente a la buena burguesa, la afluencia de docenas de sos hroesdel revlver. Estos solan ser muy estrepitosos, porque no les pareca suficientementebueno el plato del da y exigan otras opulencias, para acabar pagando con un U.H.P!pronunciado con aire triunfalista. Esto ocurra as, hasta el punto de que, ms de una vez,estando el comedor lleno, era yo el nico que pagaba. Ante el afligido patrn, cuando ese seatreva a protestar, se hacan pasar por mandos de las "formaciones" ms increbles y, si elloresultaba infructuoso, le amenazaban en ltima instancia, con el revlver. El hombre tuvola suerte a los pocos das, de poder clavar en su local el texto de una resolucin adoptadapor la Embajada alemana, en virtud de la cual se le ordenaba que lo cerrara, con el fin deevitar su ruina o su asesinato. Los patrones de la hostelera espaola tuvieron que

    aguantarse y mantener durante muchas semanas ese tipo de "explotacin" de su negocio,

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    bajo amenazas de muerte. Entre ellos, algunos cayeron a tiros, delante de sus locales, porhaber provocado, de alguna manera el disgusto de su "noble clientela".

    Terror en la carretera

    En mi diario ir y venir entre la sierra y la ciudad, iban disminuyendo poco a poco losobstculos, ya que los hombres me iban conociendo y, desde lejos, me hacan seas con susfusiles para indicarme que no necesitaba pararme. Pronto me acostumbr tanto, que ya nome preocupaban. Por eso, un da, me qued muy asombrado al ver que uno, con ademanesdescompuestos, sala de detrs de su parapeto, apuntaba con su arma a mi coche, que yapasaba de largo, y me echaba el alto!, vociferando furibundo. Me detuve, asom la cabeza yle pregunte a gritos lo que quera. Entonces, baj el fusil y grit en tono amistoso,sonriendo: "anda, perdone Ud., no le haba visto el bigote!.

    Pronto, sin embargo, iba a cambiar el aspecto, hasta entonces inofensivo, de mi carretera yadquirir sta caractersticas nuevas y crueles. Una maana yaca muerto a tiros, al borde de

    la misma, cerca de Madrid, un joven bien vestido. Este primer contacto con la violenciaarbitraria, me irrit tanto, que acud a la autoridad ms prxima para denunciar el hecho. Seme respondi, framente, que ya haba salido una ambulancia para recogerlo. Lo nico que,en ese momento, pareca importante era su desaparicin. Del autor del homicidio nadie sepreocupaba. Todava no saba yo, que ya desde los primeros das, en todo el extrarradio deMadrid, lo ms natural era la bsqueda y recogida de los asesinados en la madrugada. Peroahora, le tocaba a mi carretera, -que cruzaba la Casa de Campo, extenso parque que antesperteneca a la familia real-, ser el escenario de asesinatos a gran escala. All se habanabierto zanjas en las que todas las noches, los as llamados "milicianos", gente del puebloarmada o delincuentes, arrastraban a personas, arbitrariamente sacadas de sus hogares; losjuzgaba un "Tribunal", compuesto por media docena de malhechores, entre los que

    tambin haba mujeres, e inmediatamente se les fusilaba. Se aprovechaban estas ocasionespara registrar a fondo los hogares y sacar de ellos "para el pueblo" cuanto encontraban, sitenan algn valor. Semejante robo organizado, agravado por el asesinato, alcanz, a laspocas semanas, tal nivel de escndalo que, una noche, se juntaron unos cuantos guardias

    veteranos y mataron, tambin a tiros, al propio "Tribunal". A continuacin, el Gobiernomand cerrar la Casa de Campo, pero, aparte de esto, no emprendi accin alguna paraponer coto a los dems crmenes. En mi carretera, yacan ahora toda las maanas, enposturas terrorficas y con los rostros horriblemente desfigurados, dos, cuatro, seispersonas, juntas o desperdigadas muertas por armas de fuego, cadveres reveladores detodo el horror de tales escenas nocturnas.

    A unos diez kilmetros de Madrid, a un lado de mi carretera y a unos trescientos metros dedistancia de la misma, estaba al cementerio, relativamente nuevo y poco utilizado todava,del pueblo de Aravaca; formaba un cuadriltero enmarcado por una tapia de ladrillo, decierta altura. Durante algn tiempo fue ste lugar de cita preferido por esos verdugos. Allfueron aniquilados y enterrados en pocas semanas, de trescientos a cuatrocientos sereshumanos, hasta que se llen aquello y ya no quedaba sitio. Cerca, en la carretera general, sehaba instalado uno de los puestos de guardia; una maana, mientras pasbamos por all enel coche, alguien me cont que ocho monjas haban subido a pie desde Madrid,naturalmente sin documentacin. Las haban echado de su convento y no tenan dndealojarse, ni tampoco comida. As, iban andando hacia la sierra, donde la lucha segua sucurso. Al pasar por el puesto de guardia, les dieron el alto y ellas manifestaron que queran

    ir a pie hasta Villalba para poder ser de alguna utilidad, como enfermeras o cuidadoras o dealguna otra manera y ganarse as el sustento. Pero no las creyeron, les atribuyeron

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    intenciones de espionaje y el Comit del pueblo las conden "in situ" a muerte. Elargumento decisivo para ello fue precisamente su condicin de monjas. Y se llevaron a lasocho monjas al referido cementerio para ejecutarlas, disparando contra ellas junto a unafosa. La mayor de ellas grit: "Supongo que sern mujeres las que disparen contranosotras, porque sera una vergenza que los hombres se pusieran a matar mujeres!". Lo

    dicho avergonz incluso a aquellas bestias ya dispuestas a disparar. Mandaron a buscar, enel pueblo, mujeres que quisieran hacer de verdugos, pero todas las mujeres, adultas yjvenes, se negaron a ello. El Comit tuvo que llamar por telfono a Madrid, desde donde,sin ms rodeos, les mandaron media docena de las criminales ms endurecidas quecumplieron el "encargo", pocos minutos antes de que yo pasara por all, sin el menorsentimiento de humanidad, ante las grandeza de esas mujeres que fueron a la muerte sinuna queja y consolndose mutuamente con la esperanza del "ms all". Pocos das antes, leshaba tocado a dos sacerdotes, que, asimismo, vagaban a pie por all, morir, sin ms, a tiros,por el crimen de ser curas y no en virtud de sentencia, sino como liebres en campo abierto,donde quedaron sus cuerpos.

    Se inventa el "paseo"Ya, desde los primeros das, haban quedado incautados en Madrid todos los automvilesque podan circular; y ello, en parte por el Gobierno, pero en su gran mayora, por lasllamadas "organizaciones" que surgan por todas partes, como las setas del suelo. Cmo seprofanaba el nombre clsico de Atenas, en todo los barrios de la ciudad, al asociarlo con los"ateneos libertarios", cuya nica finalidad consista en el robo y asesinato colectivo! Era debuen tono, que cada una de esas pandillas de unos cuantos "piojosillos" tuviera, como cosapropia, uno o ms de dichos autos, a ser posible, grandes. Concretamente, los anarquistasse distinguan por "controlar" (es decir "incautarse"), solamente los coches de ms potenciadesdeando los pequeos. Atracar las viviendas y llevarse a sus moradores eran cosas que

    se hacan siempre utilizando automviles, ya que el "punto final" de las relaciones, deeste modo iniciadas, se pona fuera de la ciudad; as es como en Espaa surgi la expresin"dar el paseo" que equivala a asesinar.

    Una maana, en el transcurso de mi ida en coche a Madrid tuve que ser testigo de vista,involuntario, de la realizacin de tan trgico "paseo". El momento en que yo transitaba porla carretera, frente al cementerio (situado a un lado de la misma, pero algo apartado de lacalzada) v que se haba adelantado, subiendo hasta all, por una carretera paralela, un autoprocedente de Madrid. Me detuve y me vi obligado a presenciar cmo, al principio con

    vacilaciones, se bajaban del mismo dos hombres, que desde lejos me parecieron jvenes ydetrs de ellos, otros cuatro, vestidos de milicianos, que prepararon inmediatamente sus

    fusiles. Intranquilos, a todas luces, por la presencia de un coche en la carretera principal, seapresuraron a dar la vuelta a la esquina de la tapia del cementerio, con sus vctimas, por loque yo ya dej de verlos. Inmediatamente despus, sonaron los disparos, al principioaislados, luego ms seguidos. Invitaban a las vctimas a que se escaparan para salvarse, acontinuacin les heran con disparos sueltos, y al caer, les mataban, disparando a bocajarro.Contra estos dos desdichados hicieron ms de veinte disparos!

    La excitacin en que me puso este suceso fue indescriptible. Qu no hubiese yo dado porintervenir, en el sentido de impedir o de vengar lo ocurrido y desahogar mi indignacin!,pero la distancia del lugar de los hechos y la presencia en mi coche de una familia espaola,a la que hubiera puesto en grave peligro un altercado con semejantes seres, imposibilitaron

    mi intervencin. Todava vi, despus, ms de una maana, gente parada a la puerta delcementerio, mirando hacia adentro, seal inequvoca de que haba all nuevos cadveres

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    listos para su enterramiento. Tales escenas se repetan, maana tras maana, en loscementerios de otras localidades, situadas en torno a Madrid como Vallecas, Viclvaro, etc..que se iba llenando del mismo modo.

    Hombres, mujeres y nios peregrinaban cada maana, sobre todo en el propio Madrid, a

    los lugares, concretos y conocidos, donde se perpetraban los asesinatos nocturnos ycontemplaban, con inters y con toda clase de comentarios, el "botn" de la cacera. Sehaba convertido aquello en un horrendo espectculo popular, en el que as se destrua todosentimiento de respeto hacia el carcter sagrado de la muerte, en un pas en el que, antes,no haba hombre, ni maduro ni joven, que pasara cerca de un coche mortuorio sindescubrirse. Terrible es destruir ya en los nios, el respeto a la vida de los dems y crear enellos un sentimiento que dar frutos an ms amargos!

    Cada maana poda uno encontrarse en Madrid con vehculos mortuorios cerrados, cuyosguardabarros, casi en contacto con las ruedas, acusaban de lejos la sobrecarga que llevaban.

    Tenan que conducir al depsito, lo ms temprano posible, los cadveres que yacan

    dispersos por el trmino municipal para sustraerlos a la mirada de los "incautos" o "noadictos".

    Sin embargo, esto no era sino una parte de la matanza global de la noche recintranscurrida, ya que la mayor parte de los "paseos" terminaban en los pueblos de losalrededores de Madrid y en las cunetas. Por ello, los datos numricos de Madridpropiamente dichos, son por s inexactos, ya que se basan, nicamente, en el nmero demuertos registrados en la capital.

    En el espacio de tiempo comprendido entre finales de julio y mediados de diciembre de1936 se practicaron, solamente en Madrid, noche por noche, de cien a trescientos "paseos".

    De cuando en cuando, reciba yo de los Tribunales unas estadsticas al respecto, de carcterdiario. Por eso, estimo, y con mucha cautela, que el nmero de asesinatos practicados enMadrid sin procedimiento judicial oficial alguno, se sita entre los treinta y cinco mil y loscuarenta mil y me quedo con seguridad por debajo de la cifra real, si estimo que el nmerode hombres, mujeres y nios asesinados en toda la zona roja, durante dicho tiempo fue detrescientos mil.

    Prefiero no describir en qu circunstancias tan horrendas, con qu bestialidad y en mediode qu tormentos fsicos y psquicos se practicaron muchos de dichos asesinatos. Hay quetener en consideracin que se trataba, en su gran mayora, de personas que no habanparticipado, en absoluto, en el levantamiento contra el Gobierno, llamado legtimo, y que

    tampoco se haban manifestado, en forma activa alguna, en contra de los trabajadores.

    Tribunales populares sin jueces

    Los defensores de la "libertad del pueblo" tuvieron que buscar, una vez cerrada la Casa deCampo, otros escenarios para sus ejecuciones. Se perfeccion el procedimiento, seestablecieron Tribunales Populares constituidos por los representantes de lasorganizaciones y comits revolucionarios que juzgaban y sentenciaban arbitrariamente, apersonas que les traan, por denuncias, o delatados por cualquier afiliado, sin intervencindel gobierno de jurisdiccin estatal alguna.

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    Aparte de los dos o tres tribunales populares semioficiales haba, tambin, toda una serie deescondrijos ms o menos desconocidos, parte de ellos, instalados en casas de muchacategora, en las que toda clase de organizaciones de "trabajadores" haban montado sustribunales privados y sus crceles propias y, que con arreglo a su antojo y a su buen parecer,juzgaban y asesinaban a quienes les vena en gana. En cualquier lugar, se juntaban una

    docena de jvenes desaprensivos e Iban a sacar de sus casas, de noche o, incluso de da, ahombres y mujeres a quienes luego sentenciaban a muerte. Naturalmente, no dejaban deregistrar la vivienda, en busca de objetos de valor. La falta de fiabilidad poltica parecaquedar inmediatamente probada, tan pronto como encontraban algo de plata o, cantidadesimportantes de dinero en billetes que se llevaban, por supuesto, sin recibo. Incluso podaleerse en los peridicos que tal o cul haba sido detenido por la polica y se le habaencontrado una cantidad ms o menos importante de dinero en papel moneda. Aunque noexista ley alguna que prohibiera la propiedad privada, bastaba un registro efectuado porestos desalmados para quedar desvalijado, asesinado o en la crcel como mal menor.

    Tal era el concepto del derecho que tena el Gobierno de Giral que, aunque era burgus y

    radical, no tena escrpulos en tolerar toda aquella anarqua. Dicho Gobierno no hizonunca el menor esfuerzo para poner coto a la actividad criminal, que queda descrita, de lospresuntos comits polticos y dems organizaciones de todo los matices. Impasible, no slono tom en consideracin dichos hechos, sino que tampoco lo hizo con respecto a otrosactos, an mucho peores, que perpetraban individuos sueltos, del populacho de lasciudades y del campo. Junto a estas "fbricas de asesinatos" de carcter semipoltico, sedesarrollaban, sin freno alguno, los ms bajos instintos del populacho. No slo eranobreros despedidos, muchachas de servicio, porteros descontentos o competidoresenvidiosos, los que, en compaa de algunos amigos, sacaban de sus casas a la personaobjeto de su rencor y la mataban a tiros, segn les viniera en gana, sino que habatrabajadores del campo, de la peor especie, que se venan a Madrid, iban a buscar a los

    hacendados de sus pueblos en sus viviendas de la ciudad, los sacaban de sus casas y losasesinaban, sin ms, por bien que se hubieran portado muchos de ellos con sustrabajadores, ya que la motivacin, en estos casos, no era el odio, la mayora de las veces,sino la codicia: los comunistas, sus nuevos seores, les haban enseado que la tierra lespertenecera en cuanto hicieran desaparecer de este mundo a su legtimo dueo! Conozco auna familia que tena sus propiedades en un pueblo importante de Albacete y all vivan yall estaban todos, permanentemente activos, dedicados a su trabajo. Y a su influencia ha deatribuirse el progreso agrcola de ese pueblo, enriquecido en las ltimas dcadas. De estafamilia, aniquilaron a todos los varones: veinticuatro hombres! Slo quedaron un seormayor y algunos nios, que pudieron salvarse; por lo que respecta al primero se librporque estaba ingresado en una crcel de Madrid. Fue un caso ms, de los muchos que

    ocurrieron, que sobrevivi por el azar de la casualidad.

    Un juez, amigo mo, tuvo que ir, una maana temprano a las praderas del Manzanares paralevantar acta con respecto a un muerto que yaca all: un hombre joven con un cartelito alpecho: "ste hace el nmero ciento cincuenta y seis de los mos". Presenciaba aquello unhabitante de alguna de las chabolas circundantes. El juez dijo para sonsacarle: "A estehombre lo han trado aqu ya muerto", a pesar de haber visto que el hecho era reciente. Alo que el ciudadano de marras replic con sonrisa burlona: "Pues ah se equivoca usted. Esal revs: saltaba como una liebre, antes de que lo abatieran!" Detuvo al hombre comocmplice. Desgraciadamente, slo en algunos casos excepcionales se daba cuenta al juzgadoporque jueces tan valientes como ste que se atrevieran a efectuar detenciones, haba

    pocos.

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    Por ello, eran tambin muy pocos los que salan con vida, una vez que caan en una de esassemioficiales "checas" como en Madrid las llamaba la gente.

    Adase a esto, que, los rganos de la Polica estatal, cuando les pareca bien, colaborabancon dichas "checas". Un bandido de 28 aos, Garca Atadell, estaba al frente de una brigada

    de la Polica estatal, por medio de la cual no solamente cometa los ms inauditosdesvalijamientos, sino que, en cientos de casos, entregaba a las vctimas de los mismos, no ala Polica sino a las "checas" sanguinarias. Finalmente, huy a Francia para proteger subotn de las apetencias de sus secuaces. Pero el destino quiso que cuando se trasladaba enun barco camino de Amrica, con toda su expoliacin fuera capturado en aguas de Canariaspor los "nacionales" en el buque que viajaba. El hombre pag sus crmenes con la muerte,en Sevilla, por el procedimiento ms infamante de ejecucin que existe en Espaa, el"garrote vil" (dispositivo estrangulador consistente en una cuerda movida por una palancagiratoria).

    As muri el descendiente de Coln

    Es bien sabido que, entre los asesinados, tambin figura el ltimo descendiente directo deCristbal Coln. Posiblemente se conozcan menos las circunstancias pormenorizadas quearrojan una luz significativa sobre la situacin del momento, especialmente por lo querespecta a la actitud del Gobierno. Este hombre, que se llamaba como su antepasado,Cristbal Coln, Duque de Veragua, era de natural modesto y bondadoso y viva muysencillamente, en el antiguo palacio de sus antepasados. Tena, adems, una finca cerca de

    Toledo, en la que se ocupaba asiduamente de la explotacin de una ganadera modelo.Trabajaba en inmejorable armona con su personal y con los vecinos del pueblo de al lado;de todos era querido y respetado, por lo que las primeras semanas le dejaron tranquilo.Pero, por supuesto, una organizacin de trabajadores, requis y ocup una parte del viejo

    palacio. En la otra, viva l, retirado, sin que le molestaran, hasta que, de repente,desapareci de su casa. Una Embajada sudamericana que permaneca en constante contactocon l, se lo comunic inmediatamente al Gobierno. ste prometi poner en movimientotodo lo necesario para informarse de su paradero. Pero no sac nada en limpio. En cambio,la citada Embajada que, por su parte, recoga informacin, pudo establecer, a los pocosdas, que le haban llevado a una "checa" comunista y que haba quedado preso all.Comunic inmediatamente al Gobierno la direccin exacta de la misma y le exhort a queordenara su liberacin.

    En los das que siguieron, an recibi el Gobierno telegramas de una docena de repblicashispanoamericanas que asimismo reclamaban su liberacin y se ofrecan para llevarlo a

    Amrica. Diez das despus de haberse comunicado al Gobierno la direccin del lugardonde lo mantenan preso, el Ministro representante diplomtico de una Repblicaamericana se enter de que, la noche anterior, lo haban sacado y lo haban matado a tiros.Las investigaciones, que l mismo llev a cabo inmediatamente, revelaron que lo habanencontrado, efectivamente muerto por arma de fuego, en la cuneta de la carretera, cerca delpueblo de Fuencarral y que lo haban arrojado a una fosa comn del cementerio de dichopueblo, con unos veinte cadveres ms, que asimismo haban hallado y recogido. Elministro asumi la terrible tarea de disponer que, en su presencia, se registrara dicha fosacomn y se enterrara el cadver de Duque en una sepultura especial, desde la cual, msadelante, se le trasladara a la mencionada Repblica, primera tierra americana que pis suantepasado. Esto ocurra ya bajo el "Gobierno Popular", compuesto por socialistas y

    comunistas, de Largo Caballero, cuyo poder o buena voluntad ni siquiera le haba llevado aatender, en el espacio de diez das que tuvo, la demanda de las repblicas

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    hispanoamericanas en favor de la vida del Duque de Veragua, provocando un baldn mspara Espaa con la protesta de la totalidad del mundo americano.

    Mi pueblo serrano se contamina

    El furor sanguinario lleg a prender, entonces, hasta en nuestro, por lo dems tan pacfico,nido montaero. Junto a la casita solitaria de un pen caminero, situada en la pendiente deenfrente, al otro lado del ro Guadarrama, en la carretera directa de Madrid a el Escorial,yacan cada maana, cadveres de hombres y mujeres, trados de Madrid y muertos a tirosY el trayecto recorrido era ya de ms de treinta kilmetros! El pen caminero no pudoaguantar ms y se fue, con su familia, a otro pueblo. En cuanto a la inhumacin de dichaspersonas se practicaba, en cualquier parte del monte bajo, cuando el olor a muerto se hacamolesto.

    Una maana yacan all dos seoras bien vestidas, pertenecientes, por su aspecto,seguramente a la aristocracia, segn me cont un guarda. Con el fin de que no las pudieran

    ver desde la carretera, unos hombres tiraron los cadveres detrs de un murete de piedra,lugar en donde, por lo visto, quedaron durante mucho tiempo, hasta que las alimaas se lascomieron. ste episodio se lo cont pocos das despus, al ministro Prieto, con elpropsito que diera orden de enviar patrullas de la Guardia Nacional montada, para vigilarnuestros alrededores. El ministro pareca haber quedado muy afectado por los datos, tanprecisos, que le facilit, y dio la impresin de no haber credo, hasta ese momento, en el

    volumen adquirido por semejante criminalidad, porque l, claro est, no vea lo que ocurra,con sus propios ojos como yo. An le di cuenta varias veces ms de los lugares donde, enlos alrededores de Madrid, se asesinaba habitualmente por las noches y, siempre que se lodenunciaba, me prometa intervenir. Pero lo que yo no poda, era comprobar el xito de migestin y, menos an, averiguar si haca lo que yo le indicaba para mandar detener a esos

    individuos y matarlos a tiros en el mismo lugar en el que cometieron sus crmenes. Pordesgracia, no creo que lo hiciera. El Gobierno careca entonces de la fuerza y del valorsuficientes para hacer frente a la bestialidad de las masas que su propaganda haba desatado.

    Incluso entre los habitantes del pueblo, antes pacficos y correctos, cunda dicha bestialidadcomo un contagio. Slo pocas semanas antes, la poblacin de esta aldea haba cortado lacarretera, personalmente con sus cuerpos, cuando unos anarquistas, procedentes deMadrid, quisieron sacar de su castillo, situado en el sitio ms alto del pueblo, a un condeque desde haca aos, era el benefactor de todo los pobres de la zona. Pero, luego,siguiendo las instigaciones de otra banda anarquista de Madrid, que se estableci en elpueblo, se dejaron llevar de sus instintos sanguinarios y terminaron sacndolo de su

    domicilio, matndolo por el camino.

    Esos pueblerinos empezaron a tomarle gusto a la caza del hombre. Tales son los inevitablesfrutos de la educacin bolchevique. El hombre se transforma en hiena. Las casas delextenso barrio de "villas" u hotelitos, sufrieron su saqueo, pero adems, si sus habitantesestaban presentes, a unos los trasladaban a Madrid para encarcelarlos y a otros losasesinaban.

    Un ejemplo, especialmente terrible de ello, lo tuve una tarde en que me llam la atencinun intenso tiroteo en la ladera de enfrente. Me informaron de que cuatro oficiales depaisano eran objeto de una "cacera", organizada desde El Escorial, donde se les haba

    encerrado con centenares de otros en el Monasterio, del que haban huido. Esos oficialesno haban participado nunca en la lucha, sino que los acontecimientos los haban

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    sorprendido en su veraneo y haban quedado detenidos. Consiguieron cazar a dos de ellos.Los otros dos haban huido y no los encontraban.

    Al da siguiente, el que haba sido, durante aos, chfer del propietario de un "chalet" denuestra colonia, iba con el antiguo vigilante del coto de pesca del ro Guadarrama,

    conduciendo por la carretera de El Escorial, cuando le llamaron dos hombres y le pidieronque les llevara a un pueblo, pues estaban heridos. El hombre par el coche, sac su pistolay mat a uno, mientras que el vigilante, con su escopeta de caza disparaba sobre el otro. Setrataba de los dos oficiales perseguidos que se haban podido esconder y que ahora,acuciados por la necesidad, creyeron poder contar con la compasin de aquellos hombres.Los dos que dispararon contra ellos haban pasado hasta entonces por personas decentes yse hubieran horrorizado ante cualquier homicidio, tanto ms cuando se trataba de dos sereshumanos totalmente desconocidos y necesitados de ayuda. Tal era el resultado de larevolucin roja que bestializaba a sectores enteros de la poblacin.

    Otro ejemplo estremecedor, sacado de mi entorno personal. Un chico, que hace doce aos,

    cuando l tena catorce, entr de aprendiz en el taller y, ya como trabajador adulto, erapersona de toda nuestra confianza, sumamente correcto, aplicado y muy fiel. Dada lasrelaciones patriarcales que mantenamos entre nosotros, l se consideraba como unpariente ms de la familia. Su padre llevaba veinticinco aos de capataz, muy estimado, enotra empresa. Al principio de la guerra civil, el chico se fue al frente, de miliciano.Perteneca al sindicato socialista. De cuando en cuando, me vea yo con su padre y ste mecontaba que el muchacho estaba arriba en la sierra al frente de su compaa y que le ibabien. Pero al cabo de tres meses, este hombre de tan buena conducta hasta entonces, merefera, no sin cierta sonrisa de complacencia, que su hijo haba ido a visitarles; que habaandado buscando por all arriba al prroco del pueblo, que se haba escondido, y le habahecho, muy a gusto, un agujero en la tripa a ese "cerdazo". Antes, ese joven tan apacible y

    sensato se hubiera horrorizado, slo con or contar semejante barbaridad. Pero en aquelmomento, ya haba cado tan bajo, que l mismo lo cometa y presuma de ello.

    La libertad del pueblo, comprada, hasta tal extremo, con la depravacin del mismo pueblo,no tendra valor alguno, an en el caso de que fuera verdadera libertad. No es, pues, deextraar que, tras la conquista de los territorios rojos tuviera que seguir la accin severa detribunales de lo penal, ante la necesidad de extraer tal veneno del cuerpo social, si se queraque ste sanara en el futuro.

    Por lo que a m respecta, y en relacin con mis bienes, no tuve que padecer en talescircunstancias, porque desde el principio emple la energa necesaria para hacerme respetar

    y para que entendieran bien el concepto y el sentido de la inmunidad diplomtica que measista. Pero el veneno rojo calaba tan hondo, que hasta mi fiel jardinero, de muchos aos,que perteneca el partido socialista desde haca ya mucho tiempo, pero que yo no le habacontrariado en cuanto a sus ideas, empec a notar que la relacin con l se volva menosamable, con sentimientos de odio y manifestaciones de repulsa hacia el proceder bestial delos nacionales, como as se lo hacan creer los cuentos con que los rojos sembrabansistemticamente el terror en las gentes y les animaban a huir, antes de que conquistarancada pueblo.

    Labradores desarraigados

    A nuestro pueblo llegaban, casi a diario, en agosto y septiembre, multitudes de gentes a lasque los rojos obligaban abandonar sus pueblos de lo alto de la sierra, en cuanto stos se

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    vean amenazados por el avance nacional. Se lamentaban de la prdida de su vaca, gallinas,sus cerdos, que haban tenido que abandonar. La mayora de las veces venan a pie cargadoscon sus hatillos que contenan lo ms necesario de su ajuar, unos pocos cacharros, ydejando atrs muchos kilmetros. Algunos traan un borriquillo. Los alojaban en lasmuchas casas vacas de nuestra colonia, pero, pronto, a los pocos das, tenan que ceder

    ante la nueva oleada que vena y seguir para abajo, hacia el Mediterrneo. Eran personascuya vida entera haba transcurrido en su terruo, aunque fuera en una pobre aldea demontaa, y que ahora, desarraigadas y desmoralizadas, se vean empujadas de ac para all aun mundo extrao a ellas. Desde luego no eran rojos, pero s eran "pueblo" y en su crculoestrecho, haban vivido lo malo y lo bueno. Se haban convertido en vctimas de la furiadestructora roja, que quera dejar a los "otros" un pas despoblado, sin tomar enconsideracin el hecho de que, al privar a sus conciudadanos de asentamiento, tambin lesquitaban su resistencia moral. Tenan que convertirse en "rojos"; en parte, por el temor alos "nacionales", que se les infunda y, en parte precisamente por el desarraigo, la prdidade tierras, casa y dems bienes.

    Este sistema lo aplicaron en todas partes y, ms adelante, incluso en las provincias entreBadajoz y Madrid, que tomaron los nacionales. stos encontraban a su paso, siemprepueblos vacos: en todas partes la gente se haba visto obligada a abandonarlos, juntamentecon los rojos.

    En columnas interminables cruzaban Madrid, a pie, en carros de mulas, algunos,prosiguiendo una transmigracin miserable, hacia una nueva miseria. Muchos intentabanagarrarse a Madrid, se guarnecan hasta en socavones en el suelo, pero el propio Madrid notena comida. As, levantaron bandera contra ellos -inmigrantes forzosos- y los empujaronms all todava; "apartndolos" hacia los pueblos de las provincias mediterrneas dondelos ya residentes los reciban como una invasin inesperada, que vena a alterar su vida. Yo

    mismo habl con esos refugiados y les pregunt: por qu no os quedasteis en el pueblo?Para vosotros no haba peligro, no intervinisteis en la lucha por el pueblo, y los que lohicieron ya lo haban abandonado. Lo primero que decan era: "nos dijeron que al llegarlos "moros" mataran a todos los hombres y abusaran de mujeres y nios". Yo les deca:"y os habis credo todo? No slo vienen moros, sino tambin espaoles y esos son como

    vosotros, no son bestias... con ellos podis hablar". S, pero no podamos decir nada. Lasmilicias entraron en el pueblo y nos dijeron: dentro de dos horas os tenis que marchartodos, y al que se quede, lo fusilamos".

    No haba nadie a quien esta pobre gente pudiera recurrir para recibir proteccin oconsuelo. El alcalde era, en general, uno de los peores compadres del pueblo, incondicional

    partidario de los milicianos entre los que estaban sus cmplices y no haba vecino nilabrador respetable que confiara en l. No exista ms autoridad que esa; todos los prrocoshaban desaparecido, huidos o fusilados. No haba ms solucin que abandonar casa yhacienda y, con lo poco que el borrico o cada uno pudiera cargar, ponerse en camino,rumbo a lo desconocido, junto con las mujeres y los nios, que iban llorando. No era laguerra, sino la poltica roja la que esto exiga.

    Guerra Civil o bandolerismo?

    Los combates se haban iniciado, ya, desde los primeros das, en el Alto del Len de lasierra de Guadarrama. Lo tomaron los nacionales y all se haban hecho fuertes. Desde

    nuestro jardn podamos observar los ataques de la Artillera contra la vertiente meridional.A diario nos sobrevolaban numerosos aviones rojos y, muy pocas veces, veamos algunos

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    procedentes del otro lado. En las primeras semanas, se tena, en general, la impresin deque la empresa de los nacionales estaba condenada al fracaso. Las dificultades erandemasiado grandes, sus tropas escasas, en cuanto al nmero. La parte financiera del asuntopareca asimismo carecer de perspectivas. Por ello, se tema, con ms horror una revolucinbolchevique rabiosa que una guerra civil propiamente dicha, y a la revolucin, mucho ms

    que a la guerra, se dedicaron en aquellas semanas tanto el Gobierno, como tambin lasorganizaciones polticas. De momento slo haba un enemigo en la Sierra de Guadarrama,ya que en el propio Madrid, en Alcal, Guadalajara e incluso, segn pretendan los rojos, en

    Toledo, lo haban vencido totalmente en el ms breve plazo. Slo enturbiaba la seguridaden el triunfo de los rojos, la toma de Badajoz y la dura lucha entablada simultneamente enGuipzcoa, cerca de la frontera francesa.

    Entre tanto se iban llenando, indiscriminadamente, las crceles con millares de mujeres yhombres de los mejores niveles de la sociedad y, sobre todo, se practicaba con gran celo la"requisa" de casas y bienes. En este aspecto se produjo una autntica, y ridcula,competencia entre el Estado, por una parte, y las organizaciones de trabajadores por la otra.

    Concretamente, ganaban la partida las bandas anarquistas. Era una carrera para ver quin lepona primero su cartelito rojo a las casas, como en las puertas de los pisos de viviendasprivadas donde haba un botn que "requisar".

    Se dieron casos de "requisas" en que sobre la misma puerta de la casa intervenida, en unahoja pegaban la etiqueta anarquista y en la otra hoja la del Gobierno. Al apropiarse de estosbienes ajenos todos los meses se disponan a cobrar los correspondientes "alquileres" a losinquilinos, que reciban amenazas de unos y otros por haber pagado al primero que llegaba.

    Tambin utilizaban con mucho rigor el desahucio, cuando se retrasaban en el pago. Endefinitiva, que hubo muchos que para evitarse serios problemas optaron, an soportandolas dificultades econmicas del momento, por pagar a los dos. Esto da idea de la anarqua

    que dominaba entre aquellos desaforados. Toda la retrica roja de la revolucin en favordel pueblo sali bien pronto a la luz: el fin era apropiarse de los bienes ajenos, para malutilizar la propiedad, que ellos tanto denostaban.

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    3. EL AUXILIO PRESTADO POR LAS

    REPRESENTACIONES DIPLOMTICAS

    El deber del corazn

    En ausencia del ministro de Noruega, y ya desde los primeros das, yo haba asumido latarea de velar por los intereses noruegos y atender a los sbditos de dicho pas. Estospudieron salir de Espaa sin ms complicaciones. Entretanto, el Gobierno noruego meotorg categora diplomtica, indispensable en tan difciles circunstancias. Noruega no tenaen Madrid ningn edificio propio. nicamente contaba con un piso de alquiler en el que

    estaba instalada la Cancillera, y otro con la vivienda privada del Ministro, en una casa devecinos muy hermosa y elegante, situada en la periferia, al norte de Madrid. Al lado de lamisma haba otro edificio similar y ambos eran propiedad del Ministro de Agriculturacubano. La vivienda del Ministro de la Legacin de Noruega se hallaba en el nmero 27 dela calle Abascal. La casa colindante era el nmero 25.

    Mientras en la embajada alemana haba mucha actividad, por estar acogidos en ella varioscentenares de alemanes de uno y otro sexo que buscaban all su seguridad, en "Noruega",por entonces, vivamos horas tranquilas. Solamente se haba autorizado el traslado a la

    vivienda del Ministro de Noruega, a una familia que vivan en el mismo edificio, pero quese senta amenazada a causa de los repetidos registros sufridos y de la detencin de uno de

    sus miembros varones. All, gracias a la extraterritorialidad reconocida, estaban a salvo.Poco tiempo despus, otros vecinos de la casa me pidieron que ocupara para la Legacindos viviendas de la misma casa que estaban vacas, con el fin de protegerlas de lasinnumerables organizaciones recin fundadas que podran instalarse en ellas. Cualquierasociacin, grande o pequea, se atribua adems de una denominacin pomposa, elderecho a un domicilio lo ms ostentoso posible. En la lengua espaola se habaintroducido una nueva palabra mgica: "requisar". Se "requisaba" sin ms, lo que gustabatener: un auto, una vajilla de plata, buenas camas y tambin viviendas enteras. Todo ello seadquira bajo la conviccin inapelable de la pistola, que no admita rplicas y ese nuevo

    vocablo, tan de moda, sustitua a las expresiones habituales espaolas utilizadas paradesignar tales acciones. Yo, por mi parte, "controlaba", -aunque, desde luego, de acuerdo

    con el administrador de la casa-, las dos viviendas vacas, sin que se me pasara por la menteutilizarlas. Pero al cabo de unos das se hizo necesario brindar seguridad a la numerosafamilia del abogado de la Legacin ya que, despus de los doce registros practicados en sucasa, corra grave peligro de que se le llevaran, para darle "el paseo", ya que su padre erauno de los polticos conservadores de ms renombre que haba sido varias veces ministro,por lo que, en realidad, era algo inslito que hasta entonces no hubiera sido vctima de taldestino. Quince personas entre las cuales se contaban seis nios pequeos constituan elgrupo inicial del an no previsto Gross Asyl Noruega ("Gran Refugio Noruega"). Elaluvin de personas necesitadas de proteccin ya no iba a cesar, dada la espantosa situacinen que se encontraba la inmensa mayora de la poblacin, de toda condicin, desde lasmejores familias por su rango social, hasta otras de condicin ms modesta y entre ellas

    jvenes aislados. Todos, unos por sus ideas polticas, otros por su condicin apoltica,aunque significndose, nicamente, por llevar una conducta de trabajo y respeto hacia losdems. Por lo que una representacin diplomtica tras otra se resolvieron, por un ineludible

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    imperativo de simple humanidad, a poner a disposicin de esos seres humanosperseguidos, la proteccin de la extraterritorialidad de sus correspondientes edificios olocales.

    Desde que cay en desuso el derecho generalizado de asilo, atribuido hace siglos a lugares

    consagrados, no se haba vuelto a dar, por lo menos en la Europa civilizada, semejanteestado de carencia absoluta de derechos, y, adems, en tantos miles de personas. Eranecesario hacer frente a esta situacin completamente nueva, con medios tambin nuevos.El derecho de extraterritorialidad de las misiones diplomticas extranjeras, brindaba elnico elemento posible de sustitucin de la mencionada prctica medieval del derecho deasilo. Qu persona, capaz de sentir compasin, y con posibilidades de disponer desemejante refugio, podra negrselo a nadie, de quien supiera que, en la mayora de loscasos, tal rechazo supondra su muerte? Los diplomticos extranjeros con destino enMadrid siguieron, por tanto, el dictado de su conciencia -siempre cuando no se loprohibieran expresamente algunos gobiernos en particular- y aprovecharon, muy amplia ygenerosamente, sus posibilidades de proteccin.

    Las condiciones que yo establec para la acogida en la Legacin eran: en primer lugar; laacreditacin de una persecucin, producida en el momento, inmediata, sin motivojustificado y no procedente del Gobierno, sino de bandas incontroladas que actuaban a sualbedro; y, en segundo lugar, no ser elemento activo con participacin en actuacioneshostiles al Gobierno, ni tener relacin de empleo con el mismo. En un informe exhaustivoal gobierno de Noruega le describ la situacin y puse en su conocimiento la acogidadispensada a los que solicitaban asilo con arreglo a las condiciones que quedan dichas.

    Vctimas de la persecucin

    Los casos particulares que se presentaban cada da y a cada hora eran en parte terribles y enparte grotescos. Un hombre, oficial del Ejrcito, se pas tres das con sus nochesescondido, tumbado, debajo de un colchn en el que se estaba desarrollando el parto deuna seora. nicamente, as, pudo salvarse.

    Una seora acudi a mi acompaada de una muchacha joven para contarme lo que leshaba sucedido. Pocos das antes, estando en su casa, ella con su marido y su hijo, ms unconocido con su hijo, llamaron a la puerta, a golpes, entrando cuatro milicianos exigiendola presencia del seor de la casa. Al ver que, adems de l, estaban all el hijo y los otros doshombres, ordenaron que los cuatro se fueran con ellos para prestar declaracin ante el"Juzgado"; es decir, "Fomento 9", la clebre "checa".

    Algo ms tarde, la hija mayor acudi valientemente all para preguntar lo que les estabapasando. La mandaron de un lado para otro, porque nadie quera saber nada de esoshombres. Cuando ya, desesperada, se qued parada ante la puerta, apareci un coche conlos cuatro tipos que se haban llevado a su padre, hermano y amigos. Se abalanz sobreellos exigiendo que le dijeran lo que haban hecho con su familia. Los individuos, furiososante la expectacin que provocaban en la calle, la arrastraron hacia el interior de la casa. Ala maana siguiente, la muchacha fue hallada, muerta por arma de fuego, en una cunetacerca de un pueblo vecino. Al padre, al hermano y a los otros dos, los criminales los habanfusilado, nada ms prenderlos en una calleja donde los dejaron abandonados. En cuanto alamigo y a su hijo, sus verdugos no saban ni sus nombres, simplemente por encontrarlos

    juntos les hicieron correr la misma suerte, segn el dicho alemn Mitgefangenmitgehangen ("juntos hallados, juntos ahorcados").

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    Trgico fue tambin el caso de un conde que tenan dos hijos. A uno se lo llevaron unatarde, al otro consigui esconderlo, todava a tiempo. Al da siguiente me pidi permisopara refugiarse en la Legacin de Noruega; quera venir despus de comer a medioda.Durante la comida aparecieron los milicianos de nuevo y prendieron al ms joven de sus

    hijos. El conde lleg slo a la Legacin. En la noche siguiente dispararon contra los doshijos juntos y los mataron.

    Se dieron muchos casos en los que la preocupacin por los dems miembros de la familiaimpeda la salvacin propia. El amigo de un joven duque perseguido solicit asilo para estey se le concedi. Pero l se neg a tomar en consideracin esta oportunidad porque decaque, al no encontrarle a l, se llevaran a su madre. Al da siguiente lo prendieron en su casay por la noche lo mataron a tiros. Haba sido durante aos ayudante de Primo de Rivera.Ms tarde, tuve que acoger a su familia, para l ya era demasiado tarde.

    Este procedimiento era el corriente; para obligar a presentarse a los hombres, se prenda a

    las mujeres. La mayor parte de ellos se vean sometidos a esta presin. Por esa razn, tenayo que acoger en muchos casos, no slo al hombre perseguido y amenazado de muerte,sino a la familia entera con nios y todo. Ms de una vez, cuando el marido y la mujerhaban encontrado refugio, se llevaban a los hijos menores. Tal fue la causa de quetuviramos en casa familias con nios pequeos.

    Los escondrijos en los que algunos de los hombres tuvieron que guarecerse, hasta quepudieron llegar a nuestra Legacin, pasadas semanas, y, con frecuencia, tambin meses,eran a veces fantsticos. Sola ocurrir que las personas que haban escondido a fugitivoseran tambin vctimas de su encomiable proceder. Las situaciones que nos deparan lostiempos revolucionarios son no slo la falta de reconocimiento, sino el ms severo

    desprecio de las mejores virtudes humanas tales como la nobleza y la lealtad. Podraescribirse acerca de esos meses madrileos un libro entero lleno de ejemplos al respecto,para vergenza de la humanidad, pues hay que tomar en consideracin el hecho de que nose trataba aqu de una persecucin ms o menos legal por parte de Tribunales o deautoridades, sino del proceder arbitrario de individuos no cualificados, o sea que no sepropugnaba una oposicin al Estado, sino una ayuda contra la criminalidad.

    Y como ejemplo, puede valer ste: el propietario de una finca de mediana importancia,situada al suroeste de Madrid, se encontraba al empezar la lucha, con su hijo en el pueblo,ocupado en las labores de la cosecha. Antes de que cundiera la consigna, queinmediatamente se extendi por el pueblo, de matar a todos los terratenientes, huyeron, en

    primer lugar, a esconderse en un pozo, adonde un criado que les era fiel, les llevabaalimentos de noche. All se pasaron varias semanas hasta que enfermaron y quedaron sinmovimiento. En uno de sus pajares haba una pared doble; el espacio entre ambos lienzosde pared era de unos cincuenta centmetros. El pajar estaba lleno, con arreglo al mtodoespaol de paja cortada. Excavaron por las noches un "tnel" que atravesaba la "montaa"de paja, y, al final de esa "galera" hicieron un hueco en el primer tabique y se cobijaronentre los dos lienzos de pared. All se pasaron estos dos hombres unos seis meses largos.Slo por la noche podan salir al patio, ya que cada pocos das volvan a preguntar por ellospara llevrselos. Su criado les dejaba, en un lugar determinado, algunos vveres con los quedesaparecan, inmediatamente, de nuevo al escondite en el que tena que permanecerinmviles aguantando el calor del verano y el fro del invierno, sin ventilacin; y eso

    durante seis meses. Resulta difcil imaginar los tormentos que tuvieron que soportar. Msde una vez estuvieron a punto de salir afuera y dejarse asesinar antes de seguir aguantando.

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    Slo les mantuvo la esperanza de recibir ayuda de su familia. Finalmente as fue. Debido alas gestiones de una hija, el camin de la Legacin lleg al pueblo con el pretexto decomprar vveres. Al caer la noche, recorri un trecho hacia las afueras del pueblo y esperall a los dos desgraciados a quienes el viejo criado sac "de contrabando". Los trajeron a laLegacin en estado francamente lastimoso.

    En muchos casos, era ya corriente que los hombres perseguidos fueran de un lado paraotro por las calles y, a la noche, se metieran en cualquier agujero, o debajo de una maleza oen algn otro escondite parecido, hasta que, finalmente, los prendan o ellos encontraroncobijo en una Legacin. Pero, sobre todo, lo que no haba que hacer era quedarse en una

    vivienda a esperar, cada segundo, los golpazos en la puerta, anunciadores del subsiguiente"paseo".

    "Controlo" una casa grande

    No es, pues, de extraar que las dos viviendas que yo "controlaba" se llenaran en un plazo

    muy breve. Tena que ampliar mis locales, ya que la inseguridad, que da a da iba creciendo,no permita pensar en dejar de prestar ayuda. Era un peso que la conciencia simplemente"no poda soportar". Cuando se han vivido esas escenas y se han odo splicasdesesperadas de esposas, madres, hermanas, un ser humano compasivo, prescindiendo detodo sentimentalismo, no puede permitirse una fra reflexin diplomtica considerandoulteriores complicaciones; lo que hay que hacer, en tales casos, es ayudar y salvar, si es queuno quiere continuar estimndose a s mismo.

    Decid, pues, hacerme con toda la casa, de catorce viviendas (dos por cada planta), para laLegacin. Los pocos inquilinos que an quedaban all, ya se haban tenido que pasar, sinms, a mis locales protegidos. Ahora podan volverse a sus viviendas, con la obligacin de

    mantenerlas a mi disposicin, para que pudieran ocuparlas, adems, otros refugiados.Mediante una instancia por escrito, bien razonada, ms una conversacin convincente,consegu del Ministerio de Estado (Asuntos Exteriores) el reconocimiento de todos losderechos de extraterritorialidad para el edificio de Abascal 27, que qued reconocido, en sutotalidad, como residencia de la Legacin de Noruega. Al da siguiente, recib lacorrespondiente confirmacin expresa por escrito. Pero, ya la vspera, y basndome en lacorrespondiente promesa verbal, al volver a casa por la tarde, expliqu al portero y a losdos puestos de guardia que, desde ese momento y en lo sucesivo, el territorio noruegoempezaba en el umbral de la puerta y que nadie poda cruzarlo sin mi consentimiento. Lacasualidad quiso que ya esa misma tarde quedar patente la efectividad de la medida;

    vinieron, primero dos milicianos a recoger al inquilino de una vivienda de planta baja que

    an habitaba all con su familia, empleando la frmula clsica de que se trataba de prestar"declaracin" ante un tribunal, lo cual hubiera acabado ineludiblemente en el "paseo". Elhombre pudo todava escapar, por una puerta trasera, a otro piso ms alto. A los que le

    venan a buscar, se les explic que tenan que salir de all porque se hallaban en territorioextranjero. Como a ellos, en su soberana actividad asesina, no les haba ocurrido esotodava, aparecieron a las dos horas, diez de ellos en dos autos. No se les dej traspasar elumbral sagrado, sino que los dos policas de guardia les declararon categricamente quetenan orden ma de disparar contra el que pretendiera penetrar en la casa sin autorizacin.Hasta eso no queran ellos llegar, ya que tenan un concepto muy unilateral de los disparos.Se retiraron, gruendo y amenazando, pero no volvieron nunca ms. Nuestro hombrehaba salvado la vida, que hubiera perdido de no ser por ese derecho de reciente

    adquisicin.

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    Al da siguiente clavamos en la pared, al lado de la puerta de entrada, la copia deldocumento, que en los tiempos que siguieron prest servicio ms de una vez.

    A lo largo de todo ese tiempo, adquir la experiencia de que una actitud decidida, en que semantiene desde un principio una conducta intransigente, constituye la mejor proteccin

    frente a la masa. El principio indiscutible de una inmunidad condicionada a un poderefectivo, provoca como una especie de barrera invencible. Tal actitud me ha ayudadosiempre en situaciones difciles. Si aquellos energmenos hubieran podido percibir alguna

    vacilacin interna ma en cuanto a la seguridad propia, las cosas se hubieran torcido,ciertamente, ms de la vez.

    Cmo viven novecientas personas en una casa?

    El edificio de la Legacin se fue llenando durante los meses de septiembre y octubre de1936, de modo que tuve ocupar, en noviembre, algunas viviendas ms, en el inmueble

    vecino. Por ello traslad tambin all el Consulado, por el motivo de haber sido tiroteado el

    edificio donde estaba instalado, en el centro de la ciudad. Al final lleg a haber unasnovecientas personas en el "asilo" noruego, nmero superado en algunos centenares por laEmbajada de Chile, que contaba, eso s, con ms edificios.

    Ahora, imagnense lo que representan novecientas personas a quienes hay que acomodar,juntos, en una casa de pisos de alquiler, aunque sta sea grande. Luego, pensemos en queesas personas no podan dar un slo paso fuera de la casa, sin correr peligro de muerte o almenos de privacin de libertad; que estaban mezclados al azar, procedentes de todos losniveles sociales y, por tanto, de muy distintos modos de relacionarse; que se pasaban lanoche y el da encerrados en los mismos cuartos y todo ello durante ms de un ao entero!(1937). A esto hay que aadir las temperaturas diarias de Madrid que, en invierno, a veces

    descienden a varios grados bajo cero, sin calefaccin para combatirlo Y, an era, sinduda, peor el verano con un calor que alcanzaba los 40 a la sombra! Quien sea capaz dehacerse cargo de lo que fue esta realidad, podr tener una idea de los problemas originadospor tan terrible situacin. Adase a ello la dificultad de alimentar a estas personas en unaciudad en la que reinaba el hambre desde haca varios meses. Todo ello, por si fuera poco,sin contar ms que con escassimas cantidades de dinero, ya que la gente, tras varios mesesde encierro, muy poco o nada poda aportar. El gobierno noruego no aport ni un cntimoen la empresa, hasta el punto de que los telegramas que se le enviaron, relacionados con los"refugiados" y con su evacuacin, tuvieron que pagarse a costa del fondo comn de losmismos acogidos.

    Es de esperar que no se repitan acon