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Soledad revista 37

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Revista bi-anual de la Hermandad de la Soledad de Coria del Río (Sevilla)

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Víctor Valencia Japón Para Ana M.

Es evidente que en la historiografía moderna, y particularmente en el ámbito de la historia de las mentalidades, el estudio de

la religiosidad popular manifestada y contenida en las cofradías y hermandades, viene ocupando un lugar cada vez más destacado. La curiosidad por estos temas ha ido dando paso a estudios de mayor rango académico complementados con la labor de divulgación de la historia de las cofradías que decenas de portales y páginas web realizan continuamente; cuando se trata además de hacer historia local, este territorio adquiere un interés aún más relevante. Se conforma un campo de estudio por el que transitan no solo los historiadores sino también antropólogos, sociólogos e historiadores del arte que analizan contenidos religiosos y devocionales, la acción social y asistencial desarrollada a lo largo de los siglos y el rico apartado artístico que, en sus distintas modalidades, ha rodeado la vida cofrade: imaginería, arquitectura, escultura, orfebrería, música, literatura, iconografía, etc. Pero además, el funcionamiento reglado de este tipo de instituciones nos ofrece una riqueza documental valiosísima no solo para el conocimiento de estas cofradías, sino también y aún más importante, de su entorno social, religioso, político y jurídico además de contribuir mejor a la comprensión del complejo campo de las relaciones económicas y de poder en ámbitos locales en un primer momento y más amplios después.

En el caso de Coria, es de lamentar la especialmente escasa y fragmentaria documentación que respecto a la Hermandad del Santo Entierro y Nuestra Señora de la Soledad se conserva en su propio archivo, sobre todo en lo que se refiere a los siglos XVI y XVII. Así pues, aparece como necesaria la tarea de ir recuperando -y estoy convencido de que se hará- cuantos documentos dispersos en los diferentes archivos se puedan localizar, para, en la medida de lo posible, recomponer el fondo documental de la hermandad en sus dos primeros siglos de existencia. Especialmente importante sería dilucidar si se llegaron o no a elaborar unas Reglas propias y conseguir localizarlas si aún existen.

Todo apunta a que el origen de las hermandades de la Soledad -incluida la de Coria- se encuentra en la ciudad de Sevilla, ya que los datos más remotos convergen en la metrópoli de Andalucía a mediados del siglo XVI. Reinaba Felipe II, faltaban algunos años para que la Fe -o la Fortaleza, que sobre esto aún se discute- rematara la Giralda y Montañés, Mesa y Ocampo aún no habían nacido. Sevilla alcanzaba entonces el máximo esplendor de su historia debido principalmente al monopolio del comercio con América que la convertía en un centro económico de primer orden. En ese contexto, hay que considerar la expansión de la devoción como una verdadera explosión, con un punto original en la capital bética, que se extendió muy rápidamente por los cauces naturales: vega del Guadalquivir, incluyendo a Coria, interior del Aljarafe, a poniente buscando las tierras del condado y luego la sierra de Aracena y las costas de Huelva y Cádiz. Tras las reglas de la Soledad sevillana (1555-1557) tenemos constancia, entre otras, de la aprobación el 3 de agosto de 1558 de las de su homónima de Trigueros, el 16 de febrero de 1560 de las de la Transfiguración y Soledad de la Madre de Dios de Utrera y el 6 de marzo de 1564 de las ordenanzas de la Soledad de Nuestra Señora en Jerez de la Frontera. Después pasaron el fielato de la autoridad eclesiástica las de Marchena, con decreto de 23 de marzo de 1567 y coetáneamente las de la Soledad “de la Plaza” de Castilleja de la Cuesta. El 21 de mayo de ese mismo año se instituyó en el convento de la Victoria de Madrid la hermandad que impulsó la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II, y dos años después, también en tierras castellanas, se erigió en Valladolid la hermandad de la Quinta Angustia y Soledad (16 de noviembre de 1569). El 15 de enero de ese mismo año se certificaron las de Sanlúcar La Mayor, el 15 de julio de 1573 se aprobaron las ordenanzas de la Soledad de Écija y el año siguiente las de Castro del Río y Lebrija; el 22 de agosto de 1582 las de la Soledad de Alcalá del Río, y el 22 de julio de 1590 las de Aznalcóllar.1

Ese surgimiento, debe ser inscrito, sin duda, en el ambiente de intensidad devocional definido por la

Contrarreforma católica, que en nuestras tierras alcanzó rasgos de acusada personalidad. Aunque ya en la Baja Edad Media puede rastrearse la presencia de cofradías de muy variada naturaleza, tanto penitenciales como asistenciales u hospitalarias, será en el siglo XVI, siguiendo las directrices del Concilio de Trento, cuando adquieran un nuevo impulso bajo el común denominador de la defensa del dogma católico mediante el culto público. De esta forma, las antiguas hermandades surgidas en los siglos XIV y XV que buscaban en la asociación de otros devotos un mejor camino para expresar su fe a través de diversos ejercicios como el del Vía Crucis, al llegar al Quinientos modifican su instituto buscando nuevas formas de vivir la religión acordes con la nueva época, entre las que ocupa un lugar central la estación de penitencia pública desarrollada en el contexto de la salida procesional de las imágenes titulares de la corporación. Las primeras Reglas de la Soledad sevillana fueron el molde que utilizaron otras cofradías soleanas tanto en la configuración de su estructura interna como en la organización de las características ceremonias del Descendimiento y procesión del Viernes Santo por una parte y Domingo de Pascua por otra.

Tras esa ceremonia previa del Descendimiento -que no tenemos ahora espacio para comentar- tenía lugar la procesión de los pasos de la Cruz y del Cristo Yacente con una escolta de “armaos” y hermanos vistiendo túnicas blancas y antifaces negros, tal como sigue ocurriendo ahora; la imagen de Ntra. Sra. de la Soledad cerraba la tarde del Viernes Santo. Posteriormente, el Domingo de Pascua, celebraba la cofradía sevillana la otra “gran ceremonia” característica de este tipo de cofradías: el encuentro entre el Resucitado y la Virgen de la Alegría. Aunque desaparecidas en esta hdad. primitiva a principios del siglo XVII, estas formas de culto externo se conservan hoy, de una u otra manera, por muchas cofradías soleanas, entre ellas la Soledad coriana. Sobre esto volveremos luego.

Para escribir acerca de los orígenes de la Soledad de Coria, debemos hacer referencia al documento -relativo a la concesión a la hdad. de un solar por parte del concejo de Coria en 1579- que hace algunos años, el investigador Salvador Hernández González publicaba en este mismo boletín y que volvemos a reproducir aquí con intención de hacer alguna consideración:2

“Leí una petición presentada por parte de (...) Pacheco, Prioste de la Cofradía de la Soledad de Nuestra Señora de este

lugar, en el que se pide que el Concejo le dé a tributo un solar en el Prado del Concejo del Matadero de este lugar para hacer una casa para la dicha cofradía. E visto y entendido por el dicho Concejo dijeron que mandaban e mandaron que con licencia de la Ciudad y conforme a la Ordenanza se le dé el dicho solar a la dicha cofradía e ande e pregone el término de la Ordenanza. E así lo pasaron por Cabildo”.

En nuestra opinión, la constitución de la hermandad debe ser anterior a dicha fecha ya que entre los legajos de índices de documentación relativa a los protocolos notariales que de Coria se conservan en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla (AHPS) hemos localizado con fecha 13 de agosto de 1578, la escritura de otorgamiento de un poder general de la cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad a Bartolomé de Umaña3, además de alguna referencia a la existencia de la misma en los años 1567 y 1569.4

Procedente del mismo archivo reproducimos a continuación - y a modo de curiosidad- otro documento que nos permite echar una ojeada sobre otra de las actividades en las que participaba la cofradía a finales del siglo XVI:

“Registro de bulas de cruzada de este año de 1590-(17.02.1590) (…) Vino a este lugar el reverendo padre fray Juan de Cabrera, fraile profeso de la Orden de Santo domingo de la ciudad de Sevilla con Pedro García de Mesa, alguacil receptor de la Santa Cruzada para este dicho año; e por Francisco de Esqueda, alcalde ordinario del dicho lugar, fue recibido. E luego por Juan Moreno, pregonero, fue pregonado por las calles y lugares públicos supiesen todos los vecinos, e que todos los priostes de las cofradías se hallen presentes con los estandartes y cera al recibimiento de la Santa Bula so pena de cuatro ducados para gastos de guerra e fueron testigos Pedro Borrego e Marcos Gutiérrez el mozo, vecinos de Coria”.

Del año anterior 1589, extractamos unas líneas que nos ayudan a completar el relato de la ceremonia que implicaba la predicación de esas bulas:

“(…) fue llevada la dicha Santa Bula de la iglesia y hospital de Nuestra Señora de la Soledad de este lugar en procesión por Francisco Benítez, clérigo cura de la iglesia de este lugar, acompañada de todas las cofradías y estandartes de ellas a la dicha Santa Iglesia donde por el dicho comisario -Manuel de Guzmán, fraile profeso de la orden de Santo

Domingo de Sevilla- fue predicada y publicada la dicha Santa Bula de Cruzada (…)”.5

Volviendo al documento transcrito por Hernández González sobre la elección de los terrenos en los que se situaría esa pequeña ermita primigenia, nos parece que ésta vendría sin duda condicionada por el hecho de que ya existían, hacia el norte de la población y en el centro de la misma, desde mucho antes otras dos importantes ermitas: las de San Sebastián y la Magdalena, a las afueras en dirección a Sevilla y la de San Juan Bautista en el Cerro. Así pues se escogió un terreno que no afectaba a las “zonas de influencia” de las ya existentes pero que a la larga, al estar situado tan cerca del río daría lugar a graves problemas. Una muestra de esos inconvenientes quedaba reflejada nítidamente en el acta de una sesión capitular del concejo coriano de fecha 13 de abril de 1608:

“En la villa de Coria en trece días del mes de abril de mil y seiscientos y ocho años, el Concejo, Justicia y Regimiento de esta villa de Coria, estando en las casas de su cabildo ayuntados según lo han de uso y costumbre conviene a saber,: el general Alonso de Chaves Galindo y Hernando de Esqueda, alcaldes ordinarios y Diego de Virués, alguacil y el capitán Pedro Galindo de Abreu, regidor perpetuo y Juan Muñoz de la Peña y Pedro Ruiz de Herrera y Martín Díaz Carretero mayordomo, todos de este concejo. Por ante mí Juan García, escribano del dicho Concejo, acordaron lo siguiente: Primeramente, leí en este cabildo una petición presentada por los hermanos de la cofradía de la Soledad de esta villa : que por estar la ermita de la Soledad de esta villa por las avenidas del río arruinada que no se habita y hace muchos días que las imágenes están fuera de la dicha ermita por ser el sitio muy bajo e incómodo y que con las inundaciones del río la dicha ermita está perdida e inhabitable, que este Concejo como patrono de la ermita del Señor San Sebastián de esta villa, de y señale sitio para hacer capilla en la dicha ermita y les admitan a ella. El Concejo acordó que pues el sitio que pide la dicha cofradía es útil y se recrece mucha utilidad y provecho a la dicha ermita porque de hacerse otra capilla o nave en ella autoriza y habrá más concurso de gente que se (abreviatura ilegible) la dicha cofradía

y hermandad. Y cometieron a los dichos alcalde Hernando de Esqueda y capitán Pedro Galindo de Abreu Regidor perpetuo el señalar sitio a la dicha cofradía y modo como se haya de hacer la capilla o nave que se haya de hacer en la dicha ermita. A los cuales dieron comisión en forma para que hagan todas en razón de lo convenido y que para hacer la nave o capilla los hermanos de la Cofradía de San Sebastían acudan con sus limosnas para edificar la dicha obra”.6

ARCHIVO MUNICIPAL DE CORIA DEL RÍO.(AMC) Sección Concejo-Ayuntamiento. Actas de Sesiones. Legajo 1, folio sin numerar. Fragmento Sesión

Capitular del 13 de abril de 1608.

Desconocemos las causas por las que la sorprendente propuesta aquí referida no tuviese efecto, pero lo cierto es que a pesar de las dificultades que las tremendas avenidas del río suponían la hermandad pudo superar esta primera gran crisis de su historia. Tal vez la explicación haya que buscarla en la presencia entre sus hermanos de algunos miembros muy relevantes de la élite económica de la Coria de esos años. En concreto acerca de Diego de Virués, uno de los personajes que aparecen en ese documento formando parte del concejo coriano, hermano de la cofradía y miembro además de una de las más relevantes familias conversas de la Sevilla del momento, incluiremos más adelante una curiosa referencia documental.7

Lo cierto es que la situación de la ermita, tan próxima al río y a una de las zonas que se utilizaban para la extracción del barro con el que trabajaban algunas de las muy activas y cercanas tinajerías corianas, no era la más idónea. A pesar de ello, cuando en 1631 se elabora el expediente que recoge los trámites para la venta del señorío y jurisdicción de Coria al Conde Duque de Olivares, éste incluye una planta de la villa y su término donde se observa que la modestísima ermita continúa resistiendo allí.

Fragmento del Plano de Coria y su término (1631)Archivo General de Simancas, Merc. y Privº 279, 7

Tan cercana estaba al río y a la desembocadura del río Pudio que en uno de los documentos recogidos por Pineda Novo en su libro: Historia de la Cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad (Coria del Río 1972) podemos leer lo siguiente en referencia a las misas que se celebraban en la ermita en agosto de 1640:

“(…) y muchos pobres que asisten a oír la dicha misa y asimismo barqueros que desde la dicha iglesia oyen misa mirando sus barcos…”8

Pero no es que la hermandad hubiera sido fundada por marineros ni pescadores, es que se había construido la ermita demasiado cerca del río.

Volviendo a Diego de Virués, veamos un pequeño fragmento del extenso testamento que redactó “en ocho días del mes de septiembre de mil y seiscientos y cuarenta y un años” donde se recoge la manda más cuantiosa con diferencia que legaba a cualquiera de las hermandades corianas.:

“En nombre de Dios todopoderoso…digo que por cuanto yo soy soldado de la milicia en la compañía de esta dicha villa y como tal estoy de partida para marchar en ella en servicio de su majestad en virtud de sus reales cédulas que para ello

ha dado sus señoría el señor conde de Salvatierra Asistente y maestre de campo general de la ciudad de Sevilla y su tierra en la jornada que de presente se apresta para la plaza de Ayamonte, otorgo que hago y ordeno este mi testamento en la manera siguiente(…) mando a la madre de dios de la Soledad de esta villa de Coria ciento cincuenta ducados para un manto con condición que en cualquiera fiesta que saliese la madre de dios de la Estrella de esta villa se lo den para que le sirva así ese día y todos los demás que saliere”.9

Y de otra de las potentes familias de negociantes corianos de la época, los Mayorga, vendría quizás la ayuda que les permitiría seguir resistiendo a pesar de la incesante necesidad de reparos en edificio tan maltratado. Así en 1649 nos encontramos con una carta de pago de los priostes de la Soledad a Ana García de Mayorga por la “obra de la ermita”10. Era el terrible año de la epidemia de peste que asolaba Sevilla segando la vida de la mitad de su población, 60.000 personas. Otro tanto supuso en Coria.

Es evidente que esta obra efectuada en tan crítico momento dio buen resultado porque tal y como se recoge en el documento elaborado por el Visitador del Arzobispado don Juan de Urbina en noviembre de 1677:

“A la salida del lugar hay otra ermita cuya invocación es de Ntra. Sra. de la Soledad; imagen de bulto muy devota y decentemente vestida, colocada en un altar con Ara y tiene ornamentos decentes, con lo demás necesario para decir misa. Hay también en esta ermita dos imágenes de nuestro señor ambas muy devotas; la una representación de cuando se lleva muerto en el sepulcro, puesto muy decentemente en una urna de madera, y la otra representación de cuando resucitó, que está asimismo en un nicho de madera en pie. Y con estas tres imágenes celebran el viernes santo el entierro de Cristo con toda devoción y el Domingo de Pascua el misterio de la Resurrección”.11

Ni el más mínimo comentario acerca de malas condiciones de ningún tipo en la ermita. Y aún de 1683

tenemos otra significativa referencia también procedente del informe del Visitador, don Juan Camacho del Real:

“La ermita de nuestra señora de la soledad está a la salida de la villa como se va a Puebla. Es imagen de mucha devoción muy decentemente vestida. Hay otras dos imágenes una de nuestro señor en el sepulcro y otra resucitado, todo ello en buena forma”.12

Y con un último apunte documental –procedente también de esta Visita de 1683, en concreto de los Mandatos que figuran al fin de la misma- expondré mis últimas consideraciones. Dice así el dicho Mandato:“Que por cuanto en la procesión del Santo Entierro y Ntra. Señora de la Soledad se hace un paso en la Iglesia con la imagen de Ntra. Señora de la Soledad haciendo unas reverencias con la dicha imagen al cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que está en el sepulcro y otras cosas que no se deben hacer con las imágenes, se mandó que hagan su procesión sin dichas ceremonias guardando lo que sobre esto manda V.I. por sus Edictos”.

La tipología de hermandades soleanas que, con mucho acierto, elabora Cañizares Japón en su reciente trabajo más arriba citado, parte de la constatación de la existencia de dos ceremonias básicas que –además de la salida procesional del viernes santo con la Urna, el paso de la cruz y la virgen Dolorosa en paso de palio- constituyen la especificidad fundamental de estas hermandades: son la ceremonia del descendimiento de la cruz, que solo algunas hermandades han conservado y que se está empezando a recuperar en otras (Marchena por ejemplo)

y la gran ceremonia del encuentro de Cristo resucitado y la Virgen de la Alegría. Sin entrar en más detalles, solo apuntar que a partir de 1604, el Arzobispo Niño de Guevara prohibirá este tipo de ceremonias por parecerle excesivamente extravagantes y poco convenientes a pesar de la suntuosidad y ornato que proporcionaban estas escenificaciones procesionistas que vuelven a estar tan vivas hoy. Pues bien, del anterior documento deducimos que en el caso coriano, la hermandad seguía resistiéndose todavía en 1683, a eliminar esa singularísima ceremonia del encuentro. Eso sí, se había mantenido semioculta, tal vez en el interior de la ermita y en la forma que el Visitador –en su afán de prohibir- acaba retratando. Con el tiempo acabaría tranformándose en los famosos Abrazos del Domingo de Resurrección. Nos queda no obstante la curiosidad de saber el exacto significado de ese: “y otras cosas que no se deben hacer con las imágenes”.

Y ahora sí me gustaría terminar con una referencia a la imagen de la Soledad. Imagen coriana que en estos cuatro siglos y medio de existencia de la hermandad, es lo único que verdaderamente ha permanecido, siendo su figura la que ha unido a tantos y tantos soleanos de todas las épocas que le han dirigido sus miradas y plegarias. Esta imagen de la Virgen sola, con sus característicos rasgos de dolor serenamente contenido es, con toda seguridad uno de los mayores valores patrimoniales que atesora nuestro pueblo; y más aún quizás, para muchos corianos que en medio de un mundo que pasa de largo ante el dolor, piensan mientras la contemplan, allí en su ermita de siempre, que tal vez nada está perdido, que comienza un tiempo nuevo, aunque ahora todo parezca un fracaso absoluto.