Spinoza,Baruch Tratado Politico

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    Tratado poltico

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    Seccin: Clsicos Spinoza:Tratado poltico

    Traduccin, introduccin, ndice analticoy notas de A til ano Domnguez

    El Libro de BolsilloAlianza Editorial

    Madrid

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    D e la traduccin, i ntroduccin, ndice anal tico y notas: A tilano Domnguez A lianza Edi torial , S. A ., M adrid, 1986Calle M il n, 38; 28043 Madri d; tel f. 200 00 45I.S.B.N.: 84-206-0219-1Depsito legal: M . 39761-1986Papel fabricado por Sniace, S. A.Compuesto en Fernndez Ciudad, S. L .Impreso en Grfi cas Rogar, S. A . Pol. C obo-CallejaFuenlabrada (Madrid)Printed in Spain

    Introduccin *L a pol tica en la vida y en la obra de Spinoza

    Animi enim libertas, seu fortitudo, pri-vata virtus est; at imperii virtus, securitas(TP, I, 6).El 21 de febrero de 1677, a la edad de cuarenta y cua-tro aos, mora Spinoza en L a Haya. E n vida, slo habapublicado dos obras, una de ellas annima, el Tratado teo-lgico-poltico (1670). Entre los escritos postumos, edi-tados por sus amigos, el mismo ao de su muerte, en la-tn y en holands, apareci este tratado, que, aunque ina-cabado, completa el anterior. Hace poco, hemos presen-tado, en esta misma editorial, el primero, precedido deuna introduccin histrica. Sobre la base de un cuadrocronolgico de la vida de Spinoza y de un breve diseode la Holanda del siglo xvn, hemos descrito all la gne-sis de aquel polmico texto, as como de su publicaciny reacciones. Dando por supuesto aquel marco general,nos limitaremos aqu a hacer una exposicin sinttica de* L as siglas util izadas para las obras de Spinoza son las usua-les: CM = Cogitata metaphysica; E = Ethica; Ep = Epistolae;I E T. de intellectus emendatione; K V = Korte Verhandeling(Tratado breve); PPC = Principia philosophiae cartesianae. Lapgina y la l nea remiten a la ed. Gebhadt, el ( ) a nuestrasnotas; el signo (nm.) a la Bibliografa.

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    las ideas pol ticas del clebre jud o de A msterdam, oriun-do de nuestro pas y lector asiduo de nuestros clsicos,como Cervantes, Gngora y Quevedo, Covarrubias, Gra-cin y Saavedra Fajardo. Su idea de Espaa est presenteen esta obra por la mencin de A ntonio Prez, por elrecuerdo entusiasta de la monarqua aragonesa y por laspera cr tica a la accin de Feli pe I I en las Pases Ba-jos 1.L a actual idad de sus ideas pol ticas est patente por labibliografa que aadimos al final de esta introduccin.Si entre 1971 y 1983 se han publicado ms de 2.000 t-tulos sobre Spinoza, una buena parte de ellos, incluso ennuestra lengua, se refieren a la poltica 2. Poco a poco seha descubierto que el Spinoza metafsico, monista y pan-testa, haba escrito una tica y que dentro de esa tica,como camino hacia la libertad y la felicidad humana, des-empea un papel decisivo la vi da en sociedad y, por tan-to, el Estado.Si queremos comprender el significado del Tratado po-ltico en la obra y en la poca de Spinoza es necesario queveamos primero cul era su actitud hacia la poltica antesde emprender su redaccin. Ello equivale a preguntarsepor su relacin personal con la poltica holandesa y porla funcin de la poltica en su doctrina tica (Etica) y re-ligiosa (Tratado teolgico-poltico).

    I . AC TIT UD DE SPINOZA ANTE LA POLT ICA ANTES DELTRATADO POLTICOL os pocos datos que poseemos sobre la vida de Spino-za, nos permiten afirmar que redact este tratado al finalde su vida, cuando ya haba publicado el Trufado teolgi-co-poltico (1670) y preparado la Etica para la imprenta

    1 Pueden verse los estudios citados en nms. 104 y 105 (M-choulan), 53 (nuestro) y las notas a la presente traduccin(158-60, 170, 188-95, 293, etc.).2 Cfr. las bibliografas citadas en nms. 12, 13 y 51.

    Introduccin 9(1675) 3. Pues sabemos, adems, que en 1663 public losPrincipios de filosofa de Descartes, con los Pensamientosmetafsicos como apndice, y que en 1665 interrumpi laEtica, que llegaba entonces a la proposicin 80 de la ter-cera parte, para entregarse a la redaccin del Tratado teo-lgico-poltico4. Por lo dems, el mismo autor del Trata-do poltico se encarga de indicar que l se apoya sobreestas dos obras y las da por supuestas 5.L a relacin de dependencia de este tratado con las otrasdos obras es, pues, un hecho, que slo falta explicitar.Pero cul fue la relacin de Spinoza con la poltica desu pas? H e ah una pregunta tan interesante como dif -cil de responder. Hagamos una primera aproximacin aestos tres puntos: la poltica en la vida, en la tica y enla religin de Spinoza.1 La poltica en la vida de Spinoza

    A primera vista, resulta un tanto sorprendente el es-pacio que Spinoza dedic en su obra a la pol tica. U nclculo por pginas nos dara cerca de un tercio del total;y, por aos, quiz ms. Y , sin embargo, no parece habernada que invitara a ello a este judo de la dispora, na-cido en pas extranjero, y expulsado, al mismo tiempo,de su 'nacin' y de su familia por la excomunin, sin pro-fesin pblica y sin casa propia, sin mujer e hijos. Peroel hecho es que este curioso y extrao personaje 6 protes-ta con energa contra quienes denigran la condicin hu-mana 7 y vibra de entusiasmo ante la idea de generosidad

    3 Cfr. Ep. 68, p. 299.4 Cfr. Ep. 28, p. 163; 29, pp. 165-6; 30, p. 166.5 Cfr. TP , I , 5, p. 275 (15); I I , 1, p. 276 (20-21); V I I , 26,319 (174). 6extico (en nm. 173, p. 204, 32) y H. Oldenburg deca a SirRobert Moray (7-10-1665): an odd philosopher, that lives inHoll and, but no Holl ander (texto en Gebhardt (nm. 2), I V ,p. 404). 7

    Atilano Domnguez

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    10 Atilano Domnguezy de amistad, que le lleva a proclamar homo hominiDeus 8. Cul puede ser la razn de este hecho?Si hacemos un repaso de la biografa de nuestro fil-sofo, hallamos pocos hechos relevantes, desde el puntode vista pblico, pero s de su vida personal: la muertede su madre a los seis aos de edad (1638); la condenay posterior suicidio de su correligionario y sin duda cono-cido de famil ia, el judo portugus Uriel da Costa ( 1640);la muerte temprana de su hermano Isaac (1649), de suhermana M iri am (1651), de su madrastra Ester (1653) y,sobre todo, de su padre (1654); y, al fin, su excomuninde la comunidad juda (1656). A los veinticuatro aos deedad, Spinoza se halla realmente solo y aislado, sin msayuda que su viva inteligencia, su carcter afable y suhabil idad manual. Y , por encima de todo, con gran an-sia de vivir y de hallar la felicidad, de perfeccionar su in-teligencia y alcanzar la sabidura, y de compartirla con losdems9.T ras unos aos oscuros, ms que de sil encio, de arduotrabajo, en que perfecciona sus conocimientos del latn,lee a fondo a los filsofos escolsticos y a Descartes, yaprende su oficio de pulidor de lentes, lo encontramos encorrespondencia epistolar con un grupo de personajes ho-landeses, aficionados a la filosofa 10 y con el que sersecretario de la Roy al Society, Henry Oldenburg 11. Dosaos ms tarde publica, en un volumen, sus dos prime-ras obras, en las que reclama el ttulo de ser nativo deA msterdam y toma sus distancias frente a la fi losof aescolstica y cartesiana que estaba en vigor en su pas.Diez aos hubo de esperar a que esa obra le trajera (des-

    Introduccin 11pus de publicar el Tratado teolgico-poltico), su nicotriunfo profesional, si as puede llamarse: la oferta deuna ctedra de filosofa en la Universidad de Heidelberg,que l declin prudentemente (1673) 12.Ni su correspondencia ni sus bigrafos nos revelan,pues, ningn hecho significativo en su vida, excepto suseparacin de la comunidad juda, que le aconsej, quizaos ms tarde, abandonar A msterdam, su ci udad natal ,para residi r sucesivamente en R i jnsburg (1661-3), V oor-burg (1663-9) y L a H aya. Por otra parte, a excepcinde O l denburg y de L eibni z, ambos extranj eros y el lti-mo, adems, simple curioso de ltima hora 13, no encon-tramos, ni entre sus corresponsales ni entre sus amigosa ninguno con el que nuestro filsofo haya comentado lavida poltica holandesa 14. M adeleine F rancs, que estudicon detalle el problema, se refiere, en este contexto, aC onrad van Beuningen (t 1693), H ugo Boxel (t 1679?) ,C onrad Burgh (t 1676?), J onan H udde (t 1704), Chris-tian Huygens (t 1695), J acob Statius K lefmann (?) , Joa-chim N ieuwstad (t 1675), A driaan Paets (f 1686), L am-ben van V elthuysen ( t 1685), J an de W i tt (t 1672), yal ll amado rector de L a H aya (?) . Su opi nin es bienconoci da. T odos estos personajes seran de tendenci as po-lticas muy diversas, y no constara que Spinoza hubieraestado ligado polticamente a ninguno de ellos 15.N o es ste el momento de entrar en dilogo con tanilustre historiadora, sino de aadir algn detalle concre-to sobre estos personajes. N os consta ci ertamente quecasi todos ellos tuvieron alguna actividad poltica y ciertarelacin con Spi noza. N o obstante, aparte de J an de W i tt,que es caso nico, slo revisten aqu cierto inters los

    12 Cfr . Ep. 47-8 (febrero y marzo de 1673).13 Sobre Leibniz, cfr. Ep. 45-6 (1671), Ep. 70 y 72 (1675)y Ep. 80 (1676); K . O. Meinsma (nm. 185), pp. 462-3; J . Freu-denthal (nm. 181), pp. 271-80. 14(1665, Spinoza), pp. 175/14 ss.15 M . Francs (nm. 179), pp. 292-349; tesis recogida en:(nm. 6), pp. 913-6.

    8 E, IV , 35, esc.; cfr. 18, esc., pp. 223/5 ss.; I I I , 59, esc.9 Cfr. IE, introd., pp. 5-9.10 Los corresponsales holandeses de Spinoza son: P. Balling,W. van Bl ij enbergh, H . Boxel, J . Bouwmeester, A . Burgh.,J . G. Graevius, J . Hudde, J . Jelles, J . van der M eer, L . M eyer,J . Ostens, N. Stensen, L . Velthuysen y S. J . de V ries. Entre losconocidos o amigos ms destacados: C. Beuningen, Fr. van denEnden, Chr. Huygens, K . Kerckring, A . y J. K oerbagh, J . R ieu-wertsz y J an de W itt.11 Cfr. Ep. 1-7 (1661-3).

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    12 Atilano Domnguezcuatro primeros. En efecto, Beuningen fue embajador enPars de 1660-8 y parti ci p en el compl ot contra L uis X I Ven 1674; Boxel fue secretario y pensionario de Gorcum,pero fue destituido, al igual que otros muchos, comoNiewstad, al llegar los Orange al poder en 1672; C. Burghfue tesorero general de las Provinci as U nidas en 1666,pero se sabe poco de l desde 1669; H udde, en cambio,f ue elegido 18 veces alcal de de A msterdam entre 1672y 1704. A hora bien, parece una iron a, del nico quese conserva alguna carta a Spinoza, es de Boxel y serefieren a los duendes o espritus, en los que cree firme-mente. Tambin contamos con tres cartas de Spinoza aH udde; pero no con sus respuestas, y hablan de temasmetaf sicos. De B urgh sl o sabemos, por la carta de Spi-noza a su hi jo, converso al catol ic ismo, que haba exis-tido cierto trato del filsofo con su familia. En cuanto aBeuningen, no cabe asegurar que haya tenido relacionespersonales con el filsofo 16. Por lo dems, de K lefmann,Paets y el rector de L a H aya apenas sabemos nada; yde Huygens y V el thuysen, s sabemos que mantuvi eronrelaciones personales con Spinoza, pero ms bien fras ypuramente intelectuales. E n todo caso, ninguno de estosltimos ocup cargos polticos 17.

    Si pensamos, no obstante, que de la correspondenciade Spinoza se ha suprimido todo aquello que pudieraperjudicar a sus interesados, cuando an vivan, hay queconcluir que nuestro filsofo estaba en contacto con unsector bastante amplio de la vida pblica de su pas yque estaba perfectamente informado de sus pequeas ygrandes intrigas.16 Datos mucho ms completos sobre todos estos personajesen: Meinsma (nm. 185), Indice analtico de nombres; J . Freu-denthal (nm. 181), pp. 132, 262-3, etc.17 V er notas precedentes y Ep. 34-6 (H udde), E p. 51-6 (Bo-xel), Ep. 76 (Burgh), pp. 316/18 ss., 318/15 ss. Sobre el des-tinatario de un ejemplar del TTP, con notas manuscritas de Spi-noza, J . S. K lefmann, no se sabe nada: cfr. (nm. 2), I I I , p. 382.

    Sobre el rector de La Haya: Freudenthal (nm. 180), pp. 224/19/32.

    Introduccin 13Dos hechos, sin embargo, quedan sin aclarar: las rela-ciones de Spinoza con el Gran Pensionario o jefe de go-bierno, J an de W i tt ( 1653-72), y su misterioso viaje aU trecht, en jul io de 1673, al cuartel general f rancs.U no de sus bigrafos, J . M . L ucas, afirma que nuestrof i l sof o no slo conoci a de W i tt , sino que ste le con-sultaba sobre matemticas y otras materias importantesy que incluso le concedi una pensin de 200 florines;pero que, despus de la muerte del mecenas, sus here-

    deros le pusieron dificultades, por lo que habra renun-ciado a ella 1S. En todo caso, el prefacio al Tratado teo-lgico-poltico y la histori a de su publi cacin demuestran,segn creemos, que Spinoza emprendi esa obra con elpropsi to de apoyar la pol tica de Wi tt y que ste no ac-cedi a la prohibicin, reiteradamente solicitada, del tra-tado, porque, segn ciertos panfletos, contaba con suaprobacin 19. Por otra parte, los testimoni os de L eibnizy de su bigrafo , J . N. C ol erus, estn acordes en af i rmarque el asesinato de los hermanos de W i tt i mpresion tanvivamente a este defensor de la libertad, la paz y la hu-manidad, que, si la noche de los hechos estuvo a puntode salir a la calle y poner un cartel con la inscripcinultimi barbarorum, en 1673 an se mostraba dispuestoa dar la vi da por def ender , como esos buenos seoresde W i tt, l a causa republ icana, y en 1676 ese recuerdosegua vivo en su memoria20 . Finalmente, en este mismotratado creemos descubrir la idea de que la sustitucindel li beral J an de W i tt por el mil itar G. de Orange sig-nific la ruina para Holanda21 .L a estancia de Spinoza en U trecht, donde los f ranceseshab an establecido su cuartel general en junio de 1672,en su guerra contra Holanda, es un hecho cierto. Proba-blemente tuvo lugar a principios de julio de 1673. Susigni f icado, en cambio, no est nada claro. Lucas, que en18 Texto en Freudenthal (nm. 180), pp. 15-6.19 Cfr. nuestra Introduccin histrica a (nm. 177), 3.20 Textos en Freudenthal (nm. 180), p. 201 y pp. 64-5.21 Cf r. T P, V I I I , 44, pp. 344/10 e Indice analtico: Holan-da, W itt, etc., especialmente notas (266) y (297-8).

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    14 Atilano Domnguezeste caso parece resumir mal a Colerus, da al hecho uncarcter trivial, insistiendo en la gentileza de los france-ses en invi tarle y en el espr itu ref inado de Spinoza antelos curiosos cortesanos. Colerus, en cambio, parece aludira dos motivos complementarios. El prncipe Conde, gober-nador de la plaza, y el teniente coronel S toupe, amboshombres cultos, desearan conocer al clebre autor delTratado teolgico-poltico; antes y durante la visita, lehabran prometido conseguir que L uis X I V le concedierauna pensin, a condicin de que le dedicara un libro... 22A hora bien, una visita cul tural, accediendo a la veleidosacuriosidad del extranjero, resulta inimaginable en hombretan cauto. Una huida del pas por temor a los Orange ypor penuria econmica, no parece probable, ya que elTratado teolgico-poltico no sera prohibido hasta juliode 1674 y, por otra parte, Spinoza acababa de rechazaruna ctedra en Heidelberg 23. Una misin de espionajeen favor del enemigo fue, justamente, la sospecha delpuebl o, a su regreso a L a Haya; pero Spi noza no dud enaclarar: muchos hombres de alto rango saben bien porqu he ido, a U trecht. .. Y o soy un sincero republi cano ymi punto de mira es el mayor bien de la repblica 24.Quiz, una vez recibida la invitacin francesa, aprovecha-ran la oportunidad las autoridades holandesas para enco-mendarle a Spinoza alguna gestin en favor de la paz 25.Estos datos no bastan por s solos para justificar elinters de Spinoza por los temas polticos; pero ayudana explicarlo. Cabe imaginar las etapas siguientes. Trassu expulsin de la comunidad juda, sufre cierta crisis desoledad e identidad personal; es el momento en que serefugi a en grupos espaoles de A msterdam26 y opta por

    22 Cfr. Freudenthal (nm. 180), pp. 15-6 (Lucas), 64-5 (Cole-rus).23 Supra, nota 12.24 Texto en Freudenthal (nm. 180), p. 65 (Colerus).25 Cfr. M einsma (nm. 185), pp. 419-29 y nota 20* (bibl io-grafa reciente sobre el tema); Freudenthal (nm. 181), pp. 247-52;breve sntesis en (nm. 175), p. 61b, etc.26 Cfr. I . S. Rvah (nm. 187), pp. 64-9: ao 1659.

    Introduccin 15dedicarse a la filosofa y buscar en ella la felicidad. Peroya desde entonces intuye que el sabio slo ser felizcompartiendo sus ideas con los dems y sujetndose a lasnormas de la sociedad 27. A os ms tarde, ms i ntroduci -do ya en la sociedad holandesa, se atreve a concebir laesperanza de que algunas personas que ocupan el primerrango en su patria, deseen que l publique sus escritos 28.Cuando, en 1665, decide interrumpir la Etica y redactarel Tratado teolgico-poltico, parecen haber confluido doscircunstancias: en el momento en que el anlisis de laspasiones le enfrentaba con el tema de la sociedad y delE stado, en su patri a se l ibraba un verdadero debate i nte-lectual en torno a la li bertad de pensamiento. Spinozasalt a la arena intelectual, que era, en realidad, la arenapoltica 29. Finalmente, los editores de las Opera posthumapusieron como prlogo al Tratado poltico una carta desu autor a un amigo, el cual le habra incitado a escribirlo.M . Francs llega a adiv inar que se tratar a de un magis-trado de L a H aya, simpatizante tardo de J an de W i tt 30.Sea as o no, no nos cabe la menor duda de que esta obrasurge del ambiente poltico holands del momento y re-vela, en ms de un punto, la interpretacin que de ldaba Spinoza.E n una palabra, a Spinoza le llev a la meditacin po-ltica su vida personal y su filosofa, ambas impregnadasde una profunda humanidad, y, adems, la propia cir-cunstancia de su patria, que vivi en esos aos profundoscambios.2. La poltica en la Etica

    L a Etica es la obra cumbre de Spinoza y en ella trabaja lo largo de ms de veinte aos. Su objetivo, intuido27 Cfr. IE, pp. 8/27-9/4.28 Ep. 13 (1563), pp. 64/4 ss.29 Cfr. nuestra Introduccin histrica en (nm. 177), 2-3;TTP, I V , pp. 60/25 ss.30 Cfr. infra, nota (2) (anlisis del epgrafe que sigue al ttulodel TP ) y notas (158-9).

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    16 Atilano Domnguezen fecha muy temprana en el Tratado de la reforma delentendimiento y bosquejado en el Tratado breve, es co-nocer la naturaleza de la mente humana y de su felicidadsuprema 31. Su estructura, ms dinmica que geomtrica,lo pone de manif iesto. Dentro del marco metafsico, fo r-mado por la sustancia y sus modos (I ), estudia al hom-bre como idea del cuerpo, es decir, como ser imaginativoy racional ( I I ), analiza con detal le su vida afectiva y pa-sional ( I I I ) y la impotencia de la razn sobre ell a (I V ),y termina indicando los diversos medios por los que elhombre puede liberarse de las pasiones y alcanzar la fe-lici dad y la li bertad (I V /2 y V ).Dentro de ese camino hacia la felicidad o via salutis,como dice Spinoza, la vida en sociedad halla su lugar enla segunda seccin de la cuarta parte de la Etica, es de-cir, en el momento en que, comprobada la impotenciade la razn sobre las pasiones, se comienza a estudiarla utilidad de los afectos en orden a la felicidad 32. Ahorabien, Spinoza parece situar la vida social a dos niveles.U no, que revi ste el carcter de f in o ideal, consi ste enla comunidad de sabios, comunidad plena, de ideas ysentimientos, de quienes han alcanzado la unin con todala naturaleza. Otro, que tiene la funcin de medio, cons-tituye la sociedad civil, en cuanto gobierno organizado,que ayuda a los hombres, todava sometidos a las pasio-nes, a que hagan libremente lo mejor 33. Pero no cabeduda que lo importante, desde el punto de vista poltico,es la vida social en el segundo sentido, la vida del comnde los mortales. Para comprenderla hay que comprender,pues, al hombre.

    Introduccin 17El hombre spinoziano no es sustancia, sino modo; elalma es modo del pensamiento, y el cuerpo, modo de laextensin 34. A lma y cuerpo no se relacionan como dossustancias, sino como una idea y su objeto; el cuerpo esel objeto primero del alma y el alma es idea del cuerpo.A hora bi en, como nuestro cuerpo es una especie de pro-porci n o armona de movi miento y reposo, y est conti-nuamente sometido al impacto de los mltiples y varia-dsimos cuerpos que lo rodean, nuestra alma refleja esoschoques e impactos35 y, a travs de ellos (afecciones cor-porales), conoce los cuerpos externos. H e ah la imagi-nacin: un conocimiento esencialmente condicionado porla situacin de nuestro propi o cuerpo, por nuestro tempe-ramento, nuestra experiencia previa y nuestros prejuiciosindividuales 36.A partir de esta idea del hombre, como ser imaginati-vo, que slo percibe los cuerpos externos a travs de supropio cuerpo, define Spinoza los afectos o sentimientos.L os afectos humanos son la vivencia de la i maginacin,es decir, las ideas de nuestras afecciones corporales 37.T ienen, pues, las mismas caractersticas que la imagina-cin y se rigen por sus mismas leyes. L os sentimientosson subjetivos, porque la imaginacin refleja ms la si-tuacin de nuestro cuerpo que la naturaleza de los cuer-pos externos. 38 Son inciertos y azarosos, es decir, que re-vi sten el carcter de pasin, de algo que se nos imponedel exterior y nos sorprende a cada paso, porque la ima-ginacin capta consecuencias sin sus premisas, es decir,fenmenos sin sus causas 39. Se refuerzan y debilitan, semezclan y entrecruzan, se comunican y difunden de las

    34 E, I I , 10, cor. 3536 E, I I , 17-8 en relacin a E , I I , 13 (con sus lemas, etc.)y a TTP, I -I I (profeca y profetas); cfr . nuestro estudio(nm. 178).37 E, III, def. 3.38 E, I I , 16, cor. 2; I , apndice, pp. 83/5 ss.; TT P, V I ,pp. 92/30 ss. 39

    31 E, I I , 49, esc., pp. 135-6.32 Cfr. E, I V , 37, esc. 2 en relacin a 18, esc.; A. M athron(nm. 100), pp.. 260-8 (nm. 121, trad. fr.), pp. 19-25. Recur-dese que la actual tercera parte de la Etica tiene 59 proposi-ciones, es decir, que 80-59 = 21...33 Cfr. I E , pp. 8/27 ss., en relacin a E , I I , 49, esc., p. 135,3.; IE , pp. 9/1 ss. en relacin a E, 49, esc., p. 135, 4." NiS. Zac. (nm. 172, pp. 97 ss.) ni Cristofolini (nm. 41) estable-cen este paralelismo, aunque tocan el tema.

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    18 Atilano Domnguezformas ms extraas y sorprendentes, sin que podamosevitarlo, porque se rigen y gobiernan por las leyes deasociacin de imgenes (semejanza, contigidad y con-traste), que son tan necesarias como las leyes de choquede los cuerpos 40.A unque el nmero de afectos e incluso de pasiones esinfinito, puesto que resulta de la interaccin entre nuestrocuerpo, compuesto de infinitos individuos, y los infini-tos cuerpos externos, unos y otros en incesante movi-miento 41, Spinoza los reduce todos a tres fundamentales:deseo o cupiditas, alegra y tristeza 42. E l deseo es la esen-cia misma del alma, en cuanto tendencia consciente delser humano a su propia conservacin 43. La alegra y latristeza son sus primeras variaciones y consisten en quesomos conscientes de que nuestra perfeccin aumenta odisminuye 44. L os dems afectos Spi noza describe unosochenta no son sino modulaciones de estos primitivos 45.L a esencia de cada uno de ellos viene determi nada portres coordenadas casi geomtricas: sujeto (aumenta superfeccin o no), objeto o causa (externa o interna, etc.)y grado de conoci miento de ambos. L os primeros senti-mientos derivados o complejos son el amor y el odio,pues no son sino la alegra y la tristeza asociadas al ob-jeto que las causa 46. A partir de ah los afectos se multi-plican y diversifican al infinito, hacindonos pasar de laseguridad al miedo y al temor, de la esperanza a la frus-tracin y a la desesperacin; del amor propio o autocom-placencia a la soberbia, y del ansia de honores a la am-bicin; de la envidia a la emulacin y de la ira a la ven-ganza y la crueldad.. . E n una palabra, el hombre someti-

    40 E, I I I , 14-7; cfr. TT P, I V , pp. 57/31 ss.41 E, I I I , 51; 57, esc.; 59; cfr . 52, esc., pp. 180/30 ss.; 56,pp. 185/33 ss.42 E, I I I , apndice, def. af. 4, expli c.; prop. 11, esc.,pp. 149/1 ss.43 E, I I I , def. af. 1 y explic.; cfr. prop. 56-9; KV , I I , 17.44 E, I I I , 11, esc.45 Cfr. TP, I, 1 (5).46 E, I I I , 12-3; def. af. 6-7.

    Introduccin 19do a las pasiones es cual nufrago que se halla en altamar, arrastrado por vientos contrarios, sin saber de dn-de viene ni a dnde va47 .Ello no significa, sin embargo, que la pasin spinozia-na aboque irremisiblemente al hombre al fracaso, comola voluntad de Schopenhauer, o que le enfrente con supropia nada, como la angustia de Heidegger. Es ms biencomo la duda cartesiana, que, si nos hunde en el abis-mo, es para afincamos, finalmente, en la firmsima rocade nuestra propi a conciencia y nuestro propi o poder. L averdad es su propia norma y de la falsedad 48; cadacosa se esfuerza, cuanto est a su alcance, por perseveraren su ser 49. Si eso es vlido de todo ser, como partici-pacin del poder divino, esencialmente activo, lo es tam-bin del alma humana. Y no slo en cuanto tiene ideasadecuadas, sino tambin en cuanto que sus ideas son in-adecuadas, es decir, en cuanto est bajo el imperio delas pasiones50. El dinamismo humano tiene, pues, unadireccin bien definida. El alma humana se esfuerza,cuanto puede, en conseguir aquello que le perfeccionay le causa alegra, y en evitar lo contrario 51. Incluso a ni-vel imaginativo y pasional existe en Spinoza una especiede tica de la alegra, por la sencilla razn de que eldeseo que nace de la alegra, es ms fuerte, coeteris pari-bus, que el deseo que nace de la tristeza 52.J unto a esa tendencia radical a la perfeccin mayor ,exi ste la tendenci a a lo semejante. En vi rtud de la leyde asociacin por semejanza reducti bl e, qui z, a la aso-ciacin por simple conti gi dad , una cosa nos afecta conel mismo sentimiento que aquella a la que es semejan-te53 . Ese resorte, que habitualmente se llama simpata o

    47 E, I I I , 59, esc., pp. 189/5 ss.; cfr. I I I , 17, esc., pp. 153/26 ss.; TP, I , 1; V I I , 1, pp. 307/25 ss.; X , 1, pp. 353/28 ss.48 E, I I , 44, esc., pp. 124/16; cf r. I E , pp. 367/5 ss.; 379/35 ss.49 E, I I I , 6; cfr. TP, I I I , 14 (69); 19 (70). 5051 E, I I I , 12 ss.; 28; IV , 18, esc., pp. 222/26 ss.52 Cfr. nuestro estudio (nm. 178), pp. 88-95; E, I I I , 57, dem.53 E, I I I , 16 y dem.; cfr. 15, cor. y dem.

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    20 Atilano Domnguezantipata y que no implica, en realidad, ninguna comuni-dad, sino una simple asociacin entre dos cosas 54, haceque imitemos o reproduzcamos los afectos de nuestros se-mejantes. Compadecemos y ayudamos a quien est triste;nos congratulamos y emulamos al que est alegre 55.Por qu, entonces, odiamos a nuestros semejantes, lesenvidiamos y tememos? Porque, mientras los hombres es-tn sometidos a las pasiones di ce Spi noza , su pro-ximidad o semejanza es puramente artif ic ial o ir real. E nla medida en que la pasin supone idea inadecuada y,por tanto, impotencia, la comunidad en ella fundada espuramente negativa 56. El carcter subjetivo, azaroso e in-constante de la imaginacin se transmite a los afectos 57.En definitiva, un hombre que vive a nivel imaginativoy pasional, tiene un mundo propio e individual, que nocoincide en absoluto con el de otro. De ah que ambosse odiarn fcilmente, sobre todo, cuando desean un ob-jeto que slo uno puede poseerEs, justamente, lo que sucede en la ambicin, ya queen ella la tendencia a la perfeccin mayor se impone so-bre la tendencia hacia lo semejante, la causa per se a lacausa per accidens. En efecto, el amor propio o filautaempuja al hombre a que no piense en su impotencia, sinoslo en su propio poder, con exclusin de los dems.M s an, la autocompl acencia aumenta, cuando se es ala-bado por los dems. E n una palabra, los hombres sonnaturalmente ambiciosos, es decir, que desean que todoslos dems vivan segn su criterio personal. Pero, comotodos tienen ese mismo deseo, se estorban unos a otros.De ah que, mientras todos desean ser alabados o ama-dos por todos, se odian mutuamente 59.

    54 E, I I I , 15, esc.55 E, I I I , 27, esc. y cor. 3, esc.; 32, esc.56 E, I V , 32 y esc.; cfr. E, I , ap., op. 83/6 ss., T T P, X X ,pp. 239/23 ss.57 E, I V , 33-4.58 E, IV , 34, esc.59 Texto en: E, I V , 31, esc.; cfr. 37, esc. 1, pp. 236/8 ss.;III, 53-5.

    Introduccin 21H e ah lo que Spinoza ll ama, en este mismo contexto,estado natural: el hecho de que, por tener ideas inade-cuadas y, ms radicalmente, por no ser ms que una par-te de la naturaleza, el hombre est siempre necesaria-mente sometido a las pasiones60 . A hora bien, todoaquel que se halla en el estado natural, slo mira por suutilidad y segn su propio talante; decide qu es buenoy qu malo teniendo en cuenta su exclusiva utilidad; yno est obligado por-ley alguna a obedecer a nadie, sinoslo a s mismo 61. E n una pal abra, es un estado de pa-sin y de soledad. Es tambin un estado de razn y del ibertad? Y , si no lo es, cmo alcanzarlo?Spinoza no alude, en este contexto, a la libertad 62; peros a la razn. E n efecto, el probl ema, es deci r, la enemis-tad, la inseguridad y la guerra entre los hombres, provie-ne de que no se rigen por la razn, sino por las pasiones,ya que son stas las que les oponen. L o obvi o sera deci r,pues, que la solucin est en que entre en juego la razn.Pero eso sera suponer que la razn tiene poder sobrelas pasiones, con lo que se negara todo lo dicho en laprimera seccin de esta cuarta parte de la Etica. Spinozano nos expli ca cmo se efecta ese paso trascendental ,del estado natural, de aislamiento y egosmo, al estado po-ltico, de comunidad y renuncia. Por el contrario, a ren-gln seguido de afirmar que los hombres se oponen unosa otros, pese a necesitarse mutuamente, aade: as, pues,para que los hombres puedan vivir en concordia y pres-tarse ayuda, es necesario que renuncien (cedant) a su de-recho natural y se den garanta mutua de que no harnnada que pueda redundar en perjuicio de otro. Perocmo pueden los hombres, regidos por el egosmo y laambicin, renunciar a su derecho y cmo podrn garan-tizar que no slo no se perjudicarn, sino que se ayuda-rn? Spinoza ve el problema y apunta el principio por elque debe regirse cualquier solucin: dado que un afecto

    6061 E, I V , 37, esc. 2, pp. 238/19 ss.62 Cfr. E, I V , 67 ss. y notas 64-5 de esta Introduccin.

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    22 Atilano Domnguezslo puede ser vencido por un afecto ms fuerte y con-trario , el estado pol tico slo ser efecti vo, si hace surgi r,f rente al egosmo, la renuncia, y f rente a la ambic in do-minadora, el deseo de concordia. De acuerdo con eseprincipio se podr establecer, pues, una sociedad, con talque sta reclame para s el derecho que cada uno tienede tomar venganza y de juzgar acerca del bien y del mal,y que tenga, por tanto, la potestad de prescribir una nor-ma comn de vi da y de dictar leyes y de respaldarl as, nocon la razn, que no puede reprimir los afectos, sino conamenazas. Esta sociedad, concl uye el autor de la Etica,es el E stado; y quienes son protegi dos por l se l lamanciudadanos 63.Pero es la amenaza, es decir, el poder coactivo y, porlo mismo, el temor, suficiente para constituir la sociedadsobre bases f i rmes? M s an, cmo- surge y se consti tu-ye ese poder coactivo? Spinoza fl ucta, como acabamosde ver, entre la hiptesis del hombre sabio, que es undios para el hombre, y del hombre pasional, que slo semueve por amenazas. Su razonamiento queda, por unaespecie de elipsis, incompleto. N o obstante, es signi fi cati-vo que no es la coaccin ni la amenaza su l ti ma palabrasobre la sociedad, sino la esperanza y la l i bertad. P or un

    lado, cuando el poder estatal castiga a alguien que hizoinjusticia a otro, dice Spinoza, no lo hace para ofenderle,sino para velar por la paz; no es impulsado por el odio,sino por la piedad 64. Por otro lado, por ms lmites queimponga el E stado a la li bertad, el hombre que se guapor la razn, es ms libre en la sociedad, donde vive con-forme a una ley general, que en la soledad, donde se obe-dece a s mismo 65. N o obstante, la di fi cul tad no resideen el hombre que acta segn la razn, ni en el Estado,63 E, IV , 37, esc. 2, pp. 238/9 ss.64 E, IV , 51, esc. A qu aparece el trmino indignado, tanimportante en el T P y que tiene su equivalente en TTP, X X ,pp. 243-5.65 E, IV , 73. Esta proposici n cierra esta cuarta parte de laEtica, lo cual es todo un smbolo: cfr. (nm. 186, nota 19).

    Introduccin 23que se supone que tambin obra as, sino en el hombresometido a las pasiones. Por qu pas al estado poltico?3. La poltica en el Tratado teolgico-poltico

    Este tratado es, en cierto sentido, la continuacin de laEtica y su compl emento. Y a hemos recordado que Spino-za comenz a redactarlo, cuando la Etica haba llegado altema de la soci edad y del E stado. E n otra parte hemosexplicado cmo los ataques de los calvinistas contra lapoltica de J an de W i tt y contra su propia f il osof a, a laque tachaban de atesmo, fue lo que le impuls a sumar-se al grupo de pensadores holandeses los hermanosP. y J . van den Hov e, L . M eyer, A . K oerbagh, L . vanV elthuy sen que defendan la li bertad de pensamiento yla superioridad del Estado sobre la Iglesia 66. Pero nadieha expuesto estas ideas con tanto vigor como el autor deeste clebre y polmico tratado de libertate philosophan-di, como entonces se le conoca.Como es sabido, esta obra consta de dos partes: la pri-mera, teolgica, y la segunda, pol tica. E n la primera sedefiende la libertad de interpretar la Escritura; en la se-gunda la l ibertad de expresin en el E stado. L a base fun-damental de toda ella es un conocimiento, verdaderamen-te sorprendente, de los textos bblicos, sobre todo, comoes obvio en un judo, por familia y por formacin, delAntiguo Testamento. Quiz su autor haya incorporadoah muchos estudios antiguos, e incluso, quiz, la llama-da Apologa de su salida de la sinagoga. En este momen-to, slo interesa recoger su lnea argumental, para contem-plar, desde esa perspectiva, su aportacin poltica.Dado que en nuestros das no existen profetas, diceSpinoza, la E scri tura es el nico medio a nuestro alcancepara saber qu es la religin ( cap. I ). A hora bien, la Escri-tura o Biblia es un hecho, como otro cualquiera, y hay queanalizarlo con el mismo rigor que un hecho de la natura-66 Cfr. nuestra Introduccin histrica a (nm. 177), 1 y 2.

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    24 Atilano Domnguezleza. Slo que, como se trata de un hecho histrico, hayque examinarlo con un instrumento apropiado: el cono-cimi ento de la lengua y la historia hebrea (V I I ). Si l oabordamos as, dice Spinoza, el Antiguo Testamento (y al-go similar apunta sobre el Nuevo Testamento) se nospresenta como una coleccin de textos, redactados a lolargo de unos dos milenios y coleccionados, primero, porEsdras, despus del destierro (ca. 539), y, finalmente,por los fariseos que, en la poca de los macabeos, fijaronel canon (ca. 135) (V I I I -X ). E n l timo anlisis, el con-tenido de esos libros es una historia del pueblo he-breo, desde los patriarcas hasta la destruccin del segun-do T emplo en la poca romana (I I I y X V I I I ) . E n otrostrminos, la mayor parte de los textos profticos refierenla histori a de los mil agros por los que Y av habra di rigi -do y conservado al pueblo hebreo (I V -V ). P ero, si se des-pojan de todo el bagaje imaginativo, con que los profetaslos revistieron para mover al pueblo a la obediencia( I I y X I - I I ), no resta sino un ncleo de verdades muysencillas, que se pueden sintetizar en la frmula clsicade que quien practica la justicia y la caridad, se salva.E n consecuencia, qui en deje intacta esa verdad, que es laesencia de la religin judeo-cristiana y de la religin 'ca-tlica' o universal, es piadoso y goza, por tanto, de plenalibertad para opinar sobre todos los dems temas religio-sos (XI I I -V) .

    Basta este simple resumen para hacernos adivinar queSpinoza no descubre en el Antiguo Testamento una filo-sof a, como hici era M aimni des, sino una religin y unapoltica. Con gran habilidad, el autor del Tratado teol-gico-poltico va entreverando, desde los primeros captu-los, los temas pol ticos de la hi stori a hebrea (ceremonias,histori as y leyes: cap. I I I -V ) a los temas religi osos (pro-feca, profetas y milagros: cap. I - I I y V I ). L o cual estde acuerdo, por lo dems, con la tesis central de Spinozasobre la historia jud a: que M oiss i ntroduj o la reli ginen el Estado.Una vez concluida la primera parte, preferentementeteolgica, se aborda de lleno el tema poltico en la se-

    Introduccin 25gunda. T ras un anli sis detall ado de los fundamentos delE stado en abstracto (X V I ), de su poder y sus l mites(X V I I /1 ) , se describe, de forma sistemtica e histrica, laorganizacin del Estado hebreo (X V I I /2 ) y se extrae deah la consecuencia de que, si ste pereci por la intro-misin de la reli gin en la poltica (X V I I I ), el E stadoactual debe controlar directamente los asuntos religiosos(X I X ) y permiti r, en cambio, la li bertad de expresinsobre todo tipo de cuestiones (X X ).Por lo que respecta a la poltica, esta obra aporta tresideas fundamental es. Sobre la base de la hi stori a delEstado hebreo, que es un fenmeno singular (teocracia)y vari able (paso de la democraci a a la monarqua mosai-ca y de sta a la 'aristocracia' tribal y, finalmente, a lamonarqua, etc.), Spinoza expone con ms amplitud queen la Etica el paso del estado natural al estado poltico,es decir, la naturaleza del Estado; defiende que el poderestatal, como poder supremo, debe extenderse a lo religio-so; y sostiene, en fin, a lo largo de toda la obra, que elpoder del Estado y la paz y la piedad son compatiblescon el ejercicio de la libertad individual. Examinemos es-tos tres puntos con ms detalle.

    Spinoza arranca de las ideas expuestas en la Etica so-bre el hombre como ser imaginativo y pasional, es decir,sobre el estado natural. Puesto que todos los hombresnacen ignorantes de todas las cosas y viven as la mayorparte de su vida 67, dice Spinoza, los hombres estn, pornaturaleza, sometidos a las pasiones. Ello no significa que,en esa situacin, el hombre sea un simple animal y que noposea razn alguna. Significa ms bien que, al no ser larazn el principio que gua a todos, el apetito es criteriotan vli do como la razn. Es deci r, mientras considera-mos que" los hombres viven bajo el imperio de la sola na-turaleza, aqul que an no ha conocido la razn... vivecon el mximo derecho segn las leyes del solo apetito,15 ss.

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    26 Atilano Domnguezexactamente igual que aquel que dirige su vida por lasleyes de la razn 68.A hora bien, en tal situacin, no hay paz ni seguridadni abundancia, sino que campean por doquier el miedo,la inseguridad y la miseria 69. Como es obvio, los hombresvieron tales inconvenientes y las ventajas, en cambio, queles reportara el vivir segn las leyes y los seguros dic-tmenes de nuestra razn. A s, pues, concluye Spi noza,para vivir seguros y lo mejor posible, los hombres tu-vieron que unir necesariamente sus esfuerzos... Por eso,debieron establecer, con la mxima firmeza y mediante unpacto, dirigirlo todo por el solo dictamen de la razn...y frenar el apetito en cuanto aconseja algo en perjuiciode otro 70.U nin de fuerzas en una especie de cuerpo col ectivoy pacto o compromiso firme de someter el apetito a larazn significan el paso del estado natural al estado po-l tico. L a di fi cul tad estriba en determinar cul pudo serel mvil y la garanta de ese pacto social. El mvil resul-ta fcil adivi narlo. L a ley suprema de la naturaleza esque todo ser tiende a conservar su ser y, en el caso delhombre, en que elige de dos bienes el mayor y de dos ma-les el menor. Por consiguiente, ese pacto slo fue posibley slo seguir siendo eficaz, en la medida en que lleve con-sigo la comn utilidad 71. Quin garantizar, sin embar-go, esa uti l i dad? L a respuesta no es menos fci l de en-contrar: el Estado. Se puede formar una sociedad y lo-grar que todo pacto sea siempre observado con mximafidelidad, sin que ello contradiga al derecho natural, acondicin que cada uno transfiera a la sociedad todo elderecho que l posee, de suerte que ella sola mantengael supremo derecho de la naturaleza a todo, es decir, lapotestad suprema, a la que todo el mundo tiene que obe-

    68 TTP, X V I , pp. 190/2-6. 69X V I I , pp. 205/15 ss. 70 TTP, XV I , pp. 191/27 ss.71 TT P, X V I , pp. 189/25 ss., 191/35 ss.; cfr. E , II I , 12-3-IV, 65.

    Introduccin 27decer, ya por propia iniciativa, ya por miedo al mximosuplicio 72.N o es el momento de entrar en un anli sis detal ladode estos textos, que hemos querido citar literalmente. Pe-ro s queremos subrayar algo que salta a la vista. Que launin de fuerzas y la transferencia de derechos van uni-das, en este tratado, a la idea de pacto y que ste apare-ce apoyado, por un lado, en la propia utilidad y, por otro,en el poder coactivo del Estado. Por otra parte, ese pac-to presenta una doble dimensin: legal, en cuanto ava-lado por la fuerza estatal, y tica o moral, en cuanto com-promi so de subordi nar el apeti to a la razn. L a l tima pa-labra es la utilidad, ya que slo ella hace posible ese com-promiso personal y slo ella hace tolerable la coaccinestatal.A partir de la idea del pacto social, como cesin dederechos y como unin de fuerzas, y, en definitiva, comoconstitucin democrtica del Estado, se justifican las dostesis centrales de este tratado: la competencia del Estadoen cuestiones religiosas y la compatibilidad de la liber-tad indivi dual con la seguridad estatal. L o primero es unaconsecuencia di recta de la naturaleza misma del E stadocomo poder absoluto o suprema potestad. L o segundo, dela naturaleza del Estado como poder colectivo o democr-tico.L a reli gin, en cuanto cul to interno , dice Spi noza, es-capa al control del Estado. En cambio, en cuanto cultoexterno, pertenece a los asuntos pblicos, que son sucompetencia. Excluir del Estado tema tan importantecomo lo justo e injusto, lo piadoso e impo, lo bueno ylo malo, es dejarle completamente inerme e impotente.A tri bui r esa competencia a otro poder disti nto, la Igle-sia, sera dividir el Estado, como sucedi, entre los he-breos con la institucin de los levitas, la cual fue la causade su rui na. Y , si bien es verdad que las autori dades civi -les pueden claudicar, lo mismo puede suceder a las auto-ridades religiosas. Por tanto, el menor mal es que los

    72 T T P, XV I , pp. 193/19-25.

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    28 Atilano Domnguezasuntos religiosos sean competencia de la potestad esta-tal. De hecho, as lo admitieron los judos en Babiloniay los cristianos holandeses en el J apn, etc. (X I X )73 .A hora bien, el poder absoluto del E stado parece anu-lar de raz la libertad individual. Si el individuo renuncia todo derecho natural y tiene que obedecer al E stado,aunque le mande realizar acciones absurdas, qu senti-do tiene la propi a inici ativa? N o obstante, f rente a esaidea, Spinoza hace valer otras dos que van ligadas al ca-rcter democrtico del Estado. Por un lado, los indivi-duos no dejan de ser tales al formar la sociedad, sinoque siguen teniendo su misma naturaleza, sus mismaspasiones y su propio criterio. Por otro, el Estado o, si seprefiere, la sociedad como poder colectivo, que surge dela unin de todos, no es totalmente distinto de los ciu-dadanos que lo forman. Por tanto, el Estado slo es au-tntico y no una deformacin caricaturesca, si quienes loconstituyeron mediante el pacta, lo siguen apoyando in-cesantemente mediante la obediencia interna a sus le-yes. Por el contrario, si el Estado se convierte en unpoder tirnico, que se apoya tan slo en la fuerza, harimposibles las ciencias y las artes, suscitar el desconten-to o incluso el rechazo de los hombres ms valiosos y, trasellos, el de la misma plebe, es decir, que los ciudadanosse transformarn de subditos en enemigos, con lo que elomnipotente tirano ser un simple juguete en sus ma-nos (XX) 74.

    I I . A P O R T A C I N D E L T R A T A D O P O L T I C OEl plan de esta obra, conocido por la-Carta a un ami-go, que los editores de las Opera posthuma le pusierona modo de prlogo, qued interrumpido en las primeraspginas del captulo X I , que deba tratar de la democra-cia. El texto que poseemos, puede dividirse en dos partes.

    73 Vase tambin: X V I , pp. 198 ss.; X V I I I , pp. 222-6.74 Vase tambin: X V I , pp. 193-5; X V I I , pp. 201 ss.

    Introduccin 29La primera, que abarca cinco captulos, expone los fun-damentos del Estado, completando las ideas de la Eticay del Tratado teolgico-poltico. L a segunda, casi total-mente original, describe con minuciosidad la organizacinde las tres formas clsicas de gobi erno: monarqu a (V I -V I I ), aristocracia (V I I I -X ) y democracia (X I ), la ltimaapenasiniciada.

    Fundamentos del Estado o naturaleza del derechopoltico

    Por la carta citada conocemos el contenido de los seisprimeros captulos. De acuerdo con ella, esta primera par-te trata, tras un captulo introductorio, del derecho na-tural, del derecho poltico, de su objeto y de su fin. Elcriterio que preside toda la obra, es que hay que compa-ginar la libertad del individuo con la seguridad del Es-tado. La di fi cul tad a superar es que los hombres, tantolos gobernantes como los gobernados, no se guan tanslo por la razn, sino tambin por la pasin75. La solu-cin ser, en definitiva, conseguir que el bien de quienesadministran el Estado, dependa del bien de todos losciudadanos 76.A unque el texto de Spi noza slo remite tres veces ala Etica y dos al Tratado teolgico-poltico, en nuestrasnotas hemos sealado casi una veintena de pasajes parale-los para la primera y cincuenta para el segundo, y casitodas se ref ieren a los fundamentos del Estado. N o repe-tiremos, pues, aqu ideas ya expuestas, sino que noslimitaremos a recoger la lnea de argumentacin del tra-tado. E n nuestra opi nin, coincide, en lo esencial, conlos anteriores, y su mayor novedad est en que estudiams a fondo la naturaleza del derecho poltico y sus re-laciones con la tica o la moral.Spinoza hace profesin, desde el primer captulo, derealismo. Puesto que la poltica es una ciencia prctica,

    75 TP, I, 6 (5, 14-7).76 V er textos citados en: T P, V I , 29 (116); V I I I , 24, 31, etc.

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    30 Atilano Domnguezdebe tomar a los hombres tal como son y no como qui-siera que fueran. A poyndose en T cito y en M aquiaveloy oponindose abiertamente al idealismo utpico deT . M oro o de Platn y al moral i smo teolgico de loscristianos, sostiene que los hombres no slo son razn,sino tambin pasin y se pregunta cmo se los podrgobernar sin dedicarse ni a tenderles trampas ni a darlessimples consejos.T omemos, pues, a los hombres tal como son por na-turaleza, es deci r, tal como la tercera y la cuarta partede la Etica los describieron apoyndose en la naturalezade la imaginacin, analizada en la segunda parte, y en laesencia del conatus, descubierto en la primera parte comoparticipacin en el poder de la causa sui. Tendremos aslos hombres en el estado natural, tal como fue des-crito en la Etica, y el derecho natural, tal como fue de-finido en el Tratado teolgico-poltico. El nervio argu-mental es el mismo. Puesto que el poder de las cosas esel mismo poder de Dios (por ser su efecto o su parte)y en Dios poder y derecho se identifican, cualquier cosasingul ar y, por tanto, el hombre goza de tanto derechocomo posee poder77 .

    A hora bien, esta identi fi cacin entre poder y derechoo, si se prefiere, esta reduccin del segundo al primero,que establece Spinoza al comienzo del captulo segundo,parece trastocar el concepto mismo de derecho, como po-der que, de hecho, puede no ser eficaz, porque el hombrees libre y puede no conceder el derecho exigido. Dicho enotros trminos: tiene el concepto de derecho algn sen-tido dentro de una metaf sica determini sta? U na cosa escierta: Spinoza niega de plano toda pretensin de excluiral hombre del orden natural. Sus pasiones hacen que per-siga necesariamente sus deseos; su libertad, como librenecesidad, consiste en aceptar o inscribirse en ese ordennecesario y no en un poder arbitrario de romper con l.

    77 Cf r. E, I V , 37, esc. 2 (supra, notas 60-61); T T P, X V I ,pp. 189-91 {supra, notas 67-69); TP , I I , 2 y 4.

    Introduccin 31Por consiguiente, el hombre, sea sabio o ignorante, tienepor naturaleza tanto derecho como posee poder 78.Que derecho y poder se identifiquen no significa, sinembargo, que el poder del hombre sea ilimitado. Por elcontrario, est limitado por cuanto le rodea y, en con-creto, por el poder de los dems hombres. U n indivi duoslo ser, pues, autnomo o sui juris, si puede vivirsegn su propio criterio; mientras que ser esclavo, sisu cuerpo o su alma estn sometidos a otro y en benefi-cio de ste. Por consiguiente, si los hombres quieren evi-tar toda posible sumisin, es indispensable que unan susfuerzas, estableciendo derechos que todos acepten, comosi fueran un solo cuerpo y una sola mente. H e ah por qudijeron los escolsticos que el hombre es un animal so-cial: porque su naturaleza, es decir, la necesidad les obli-ga a asociarse. Es decir, que el derecho humano indivi-dual no es una realidad, sino una mera opinin o unasimple imaginacin. Para ser real, debe estar respaldadopor el poder de los dems. Concluimos, pues, que elderecho natural, que es propio del gnero humano, ape-nas si puede ser concebido, sino all donde los hombresposeen derechos comunes... y todos son guiados comopor una sola mente79 . A hora bien, aade Spinoza, estederecho que se defi ne por el poder de la mult i tud, sueledenominarse Estado 80 y el cuerpo ntegro del Estadose denomina sociedad. El vnculo que une a esa multi-tud, como un solo cuerpo y una sola alma, en una socie-dad o en un Estado, es la constitucin o status politi-cus, ya que es ella la que determina cul es el supre-mo derecho de la sociedad o de las supremas potesta-des 81.Es aqu donde reside la mayor novedad de esta pri-mera parte. En que estudia la natural eza del derecho po-ltico, determinando, no slo las relaciones del Estado alos sbditos y a otros Estados, sino, sobre todo, a su fin

    78 T P, I I , 5 (pasiones); 7 y 20 (li bertad).79 T P, I I , 15 y 16. 881

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    33 Atilano Domnguezltimo. Por lo que toca a los dos primeros temas, Spino-za se limita a ampliar, en el captulo tercero, ideas ya ex-puestas en las otras obras. Por encima de pequeas dife-rencias terminolgicas (renuncia o unin o transferenciade poder, pacto o contrato o consenso), est el hecho esen-cial de que la asociacin poltica da origen a un poderabsoluto o supremo, que es, al mismo tiempo, coactivoy democrtico.En cuanto a la relacin entre el Estado y los sbditos,hay cierta diferencia de matiz entre los dos tratados. E nel Tratado teolgico-poltico se supone, primero, que elindividuo cedi todo su derecho al Estado y que ste tie-ne, por tanto, derecho absoluto sobre l; pero esa idealmite o puramente terica es corregida despus, puestoque el hombre no deja de serlo en el estado poltico, sinoque conserva todas sus pasiones, gustos y tendencias y,sobre todo, su propio juicio 82. E n el Tratado poltico,en cambio, se afirma, desde el principio, que el poderdel E stado no es sino la suma de fuerzas de toda lamultitud, por lo cual el carcter absoluto del derechoestatal significa ms bien que es infinitamente superioral de cualquier individuo. Pero, a partir de ah, las con-secuencias son las mismas. Slo el Estado es verdadera-mente autnomo, puesto que slo l determina por leyqu es bueno o malo, justo o injusto; los sbditos notienen otra alternativa que obedecer, aun cuando lo le-gislado les pareciera absurdo. El razonamiento es el mis-mo: ese perjuicio queda ampliamente compensado, porel bien que surge del mismo estado poltico. Pues tam-bin es una ley de la razn que, de dos males, se elija elmenor 83.Si las relaci ones entre los sbdi tos y las potestades su-premas vienen definidas por el carcter absoluto del de-recho poltico, las relaciones entre Estados se determina-rn a partir del carcter absoluto del derecho natural.

    82 Cf r. TT P, X V I , pp. 193/25 ss. en relacin a X V I I , pp. 201ss.; X X , pp. 239 ss.83 TP , II I , 6; cfr. T TP , XV I , pp. 191/34 ss.

    Introduccin 33Dado que el derecho de la potestad suprema... no essino el mismo derecho natural, se sigue que dos Estadosse relacionan entre s como dos hombres en el estado na-tural 84. Ello significa que dos Estados son naturalmenteenemigos y que, como cada uno tiene tanto derecho comopoder, cualquiera podr declarar la guerra a otro con sloquererlo, es decir, con tal que prevea que le reportaralguna utilidad. Si quieren superar esa situacin, no tie-nen otra alternativa que aliarse mediante pactos. Su valor,sin embargo, ser siempre puramente provisional, ya quela ley suprema de la propia utilidad est por encima decualquier compromiso verbal. Pese a que Spinoza sababien que las alianzas son tanto ms slidas cuanto msnumerosas son las naciones aliadas 85; que las diferenciasentre las naciones no son raciales, sino puramente hist-ricas y estructurales 86; que el comercio exterior es vitalpara la vida de todo Estado 87; y que es mejor limitarsea conservar los propios territorios que intentar conquis-tar otros 88, su realismo poltico le hace mostrarse suma-mente receloso hacia la verdadera eficacia del llamado de-recho internacional. Y , por desgracia, la historia le da larazn.Esta actitud realista y naturalista, que limita el derechoindividual y estatal al propio poder, se enfrenta, final-mente, con el problema que subyace, bajo el trmino pe-cado, en los tres captulos precedentes: la naturaleza delderecho y su relacin con la moral . En una pri mera ins-tancia, Spinoza se contenta con recoger la doctrina ex-puesta en otras obras. Dado que en el estado natural noexiste norma alguna, fuera del propio apetito o de lapropia razn, carece de todo sentido la nocin de pecado.L o nico que signif icara el pecado, a ese nivel, sera i m-potencia. Por eso, dice, resulta absurda la idea misma depecado original, tal como lo interpretan los telogos; por-

    84 TP, III, 11 (67).85 TP, III, 12-6.86 Cf r. T P, V, 2; V I I , 2; V I I I , 31; T T P, I I I , pp. 47 (90).87 TP, VII I , 31.88 TP, VII , 28.

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    34 Atilano Domnguezque, si A dn gozaba de sano juic io y de una natural ezantegra, obr necesariamente conforme a la sana razn,lo cual contradice al relato bblico 89. A hora bien, lo quese dice del individuo en el estado natural, admite Spino-za en el captulo cuarto, vale igualmente para el Estado,ya que, como hemos dicho, no es sino la unin de indivi-duos, y su naturaleza no es esencialmente distinta a la destos. Hay sin duda una pequea dif erencia, ya que losindividuos estn sujetos a las leyes del Estado y ste nopuede estar sujeto a las leyes que l mismo dicta e inter-preta. Pero el Estado posee su propia naturaleza y obra,como cualquier ser natural, conforme a ella. Si el Estadopeca, es que obra contra la razn y, por tanto, eso signi-fica que peca contra s mismo, en cuanto obra de la razn,es decir, que la naturaleza peca o es impotente90 .Pero es realmente posible ese fal lo o pecado? E xi stealgn criterio para detectarlo? Que el Estado es falible,no ofrece la menor duda, puesto que no es ningn poderdiv ino, sino el poder de la mul ti tud uni da. L os gobernan-tes, sean reyes, patricios o plebeyos, no son un gnerodistinto de hombres, sino que son arrastrados por sus in-tereses, igual que los dems. Por algo Spinoza estable-cer tantas cortapisas al ejercicio del poder estatal, cual-quiera que sea su forma91 . E n cuanto a saber si exi stealguna norma para determinar si las supremas potestadesobran correctamente, Spinoza no duda en sealarla en elcaptulo quinto: el fin mismo del Estado. Cul sea lamejor constitucin de un Estado cualquiera, dice, se de-duce fcilmente del fin del estado poltico, que no es otroque la paz y la seguridad de la vida 92. A hora bien, nila vida humana consiste en la circulacin de la sangre,sino en la razn, ni la paz es ausencia de guerra, sino una

    89 TP, I I , 6 y 18-21 (20, 30-1, 45).90 TP, IV , 2-6; cfr. I I I , 11; V, 1; V I, 3; V I I I , 6; TTP , X V I,pp. 198/31 ss.91 Cfr. infra: I I , 2., 1 y 2-b; Indice analtico: igualdad; TTP,X V I , pp. 198/31 ss., en relacin a X I X , pp. 236/10-24.92 TP, V, 1.

    Introduccin 35virtud que brota de la fortaleza del alma 93. Por eso, elbuen gobierno no slo debe buscar un fin humano, sino,adems, por medios humanos y aceptados por la mayora.Pues una cosa es gobernar y administrar la cosa pblicacon derecho, y otra disti nta, gobernar y administrar muybien 94.2 Organizacin de las diversas formas de Estado

    L a segunda parte del T. poltico expone la organizacinde dos formas clsicas de gobierno, la monarqua y laaristocracia, pues la democracia qued sin analizar. Nin-gn filsofo, anterior o posterior, habr descrito y razo-nado con tal minuciosidad los diversos rganos y funcio-nes de la maquinaria estatal. Sin duda, porque Spinozano se fiaba, en poltica, de la buena voluntad, que esbuena en muy pocos e inefi caz en todos, sino, ante todo,de la buena organizacin 95. Su principio rector lo ponede manifiesto: hay que organizar de tal forma el Estadoque todos, tanto los que gobiernan como los gobernados,quieran o no quieran, hagan lo que exige el bienestar co-raun 96 .1. La monarqua y su constitucin (cap. VI-VI I)

    Spinoza comienza criticando abiertamente la monarquaabsoluta, en la que todo el poder est en manos de unsolo individuo; o, en otros trminos, en la que la volun-tad del rey es el mismo derecho civil y el rey es la socie-dad misma 97. Su juicio es categrico. Tan imposible es93ros en el arca y tener el estmago lleno.94 TP, V, 1; cfr. 6, pp. 296/24-9: fi nem tamen... et praetereamedia... admodum diversa habent.95 TP, I , 6; I I , 5 y nota (17); V , 2 y V I , 6.96 TP , V I , 3; cfr. TTP , X V I I , pp. 203 y 212.97 TP, V I I , 25, pp. 318/33 ss. y nota (173); cfr. TT P, X V I I ,pp. 217/14 ss., 219/28 ss.

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    36 Atilano Domnguezque el rey o el monarca detente todo el poder estatal,como que un solo individuo iguale en poder a toda lasociedad. Pese a revesti rse muchas veces con una aureo-la de divi nidad (Moiss, A lej andro M agno, A ugusto), elmonarca es un hombre como los dems y, por tanto,ora es nio, oa anciano, ora est enfermo, ora dormido.Consciente de sus limitaciones e impotencia, buscar apo-yo en quienes le rodean, llmense secretarios, nobles o mi-litares, con lo que la monarqua se transformar en unaaristocracia camuflada y, por tanto, deformada; o se de-dicar a tender trampas a todo aquel que pueda estorbar-le (personalidades relevantes o incluso sus propios hijos)y su gobi erno degenerar en detestabl e ti rana. E n unapalabra, el poder regio o monrquico es limitado y pere-cedero, precario y arbitrario 98.A fin de evitar, pues, que la paz se convierta en escla-vitud, hay que fundar la monarqua sobre bases tan fir-mes que garanticen, a la vez, la seguridad del monarcay la paz de la multitud 99. E n vez de conf iar en la bue-na voluntad del rey, hay que establecer unos derechostan firmes que ni el rey los pueda abolir. Es la monar-qua constitucional, en la que una ley fundamental o cons-titucin define cmo est distribuido el poder del Esta-do 100. De hecho, Spinoza buscar por todos los medi osque el pueblo mantenga cierta autonoma y que el poderestatal est repartido y controlado por diversos organis-mos, de suerte, adems, que la utilidad de quienes lo de-tentan, est condicionada por el bien general 101.Spinoza establece normas sobre los ciudadanos y sudistribucin en familias, la propiedad del suelo y la vi-vienda, sobre el ejrcito y la religin, los cortesanos, no-bles y embajadores, sobre la Casa Real y sus guardianes,

    98 TP , VI , 4-7; V I I , 1, p. 308; 12; 23; cfr. T T P, X V I I ,pp. 203-6.99 TP, V I , 8; cfr. I , 7; V I I , 2; 30, pp. 322/28 ss. 100 T P ; v i l , 1, pp. 307/16 ss.;20 ss. (status politicus); cfr. IV, 6 (contractas) y nota (173). 101 Cfr. lo que sigue y supra, I I , 2,VI I I , 24.

    Introduccin 37el matrimonio del rey y su sucesor en el trono; pero, porencima de todo, determina la composicin, funcionamien-to y competenci as de los rganos supremos del E stado :el Consejo Real y el Consejo de justicia. Sealemos losdatos ms relevantes.Condicin indispensable para cualquier buena polticaes la seguridad del Estado. De ah que el primer objetivode Spinoza sea garantizarla. Seala dos medios para ello:fortificar las ciudades, especialmente la capital del Esta-do, y organizar un ejrci to nacional , for mado por todosy solos los ciudadanos mayores de edad, pero nuncamejor el juego de palabras cuyos soldados no recibansueldo o soldada fija, a fin de evitar que su objetivo seala guerra y no la paz 102.Frente a esa medida que fortalece y arma al pueblo,al tiempo que excluye todo soldado mercenario o extran-jero, la familia real est sometida a todo tipo de limita-ciones. L os gastos de la Casa Real sern i ndependientes;pero su guardi a estar a cargo de los ciudadanos. L oscortesanos no podrn ejercer ningn cargo pblico y losnobles slo el de embajador en el extranjero. El rey nose podr casar con una extranjera ni podr dividir el Es-tado entre sus hijos, como si se tratara de una herenciapersonal 103.El mismo objetivo, controlar el poder del rey y forta-lecer al pueblo, preside la distribucin de funciones enel Consejo Real, con su Comisin permanente, y el Con-sejo de justicia. El Consejo Real tiene dos funciones prin-cipales: aconsejar al rey en todos los asuntos pblicos,hasta el punto que no est permitido al rey tomar deci-siones sobre ningn asunto sin haber escuchado antes elparecer de dicho Consejo, y, adems, defender los de-rechos fundamentales del Estado, es decir, hacer que seobserve la constitucin 104. El Consejo de justicia tendr

    102103tesanos); V I , 37; V I I , 23 (nobles); V I , 36; V I I , 24 (matrimo-nio); V I , 20 y 37-8; V I I , 25 (sucesin). 104

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    38 Atilano Domnguezpor oficio dirimir litigios e imponer penas a los delin-cuentes, es decir , ejercer la justi cia, civil y penal . F inal-mente, la Comisin permanente no slo sustituye al Con-sejo Real en las tareas diarias, no legislativas, sino eje-cutivas, sino que tiene la facultad de velar porque el Con-sejo de justicia observe los trmites legales en sus senten-cias 105. N o cabe duda que se disea aqu una cierta dis-tribucin de poderes, en el sentido que tambin apuntarL ocke y se har clsica con M ontesqui eu: poder legisla-tivo, judicial y ejecutivo. Y , con ella, una clara subordi-nacin al legislativo, ya. que la Comi sin permanente, quesustituye al uno y controla al otro, est formada pormiembros del Consejo Real 106.L a pieza clave de esta monarqu a consti tuci onal, as po-demos llamarla, es sin duda el Consejo Real. Sus compe-tencias son verdaderamente ampli as. A parte de las sea-ladas, a l le compete la educacin del hijo del rey o he-redero, la recepcin de embajadores y hasta de la corres-pondencia real. Por otra parte, aunque sus acuerdos sepresenten como simples consejos, sern de gran peso anteel monarca; hasta el punto, dice Spinoza, que ste siem-pre ratificar aquella opinin que haya obtenido mayornmero de votos. En base a esto, alguien no ha dudadoen calificar tal Consejo de verdadero parlamento y conms poderes que los actuales107. N o cabe duda que unConsejo de las caractersticas que le atribuye Spinoza, re-presenta no slo una autoridad moral, sino, cabra decir,cierta fuerza de presin. Unos tres mil personajes de cin-cuenta aos de edad, representantes de todas las familiasdel Estado,, especialistas en temas administrativ os y jur -dicos, cuyas decisiones son tomadas por mayora absolu-ta y tras consulta a cada familia en caso de duda, no son

    105 TP, V I , 26; 24, pp. 303/15 ss.106 Sobre la divisin de poderes, comprese lo dicho en el T P(textos citados aqu, en las notas 105 y 130) con lo dicho en elT T P sobre el Estado hebreo (TT P, X V I I , pp. 208-9, 212-4; yvase ibid. (nm. 177), nota (381).107 TP, vi l , 11 (texto); cf r. M . Francs (nm. 6), pp. 1497-9/558, 1: en relacin al significado de concilium.

    Introduccin 39un rgano consultivo cualquiera 108. N o obstante, hay treshechos que excluyen su carcter l egislativo o decisori o:sus miembros son presentados por las familias, pero sonelegidos por el rey; los temas a debati r los seala tam-bin el monarca; la decisin ltima depende siempre delrey, no slo si no se alcanza la mayora (bien difcil enun Consejo con seis cientos votos), sino incluso cuandose alcanza 109.Spi noza cierra su est ud i o de la monarqu a respondien-do a cuatro objeciones contra la organizacin por l pro-puesta. Un E stado dir i gi do por una masa tan temiblecomo ignorante; defendido por un ejrcito popular, tanintil como inexperto; y desprovisto, en fin, del baluar-te que constituye el secreto de Estado, es, se dice, unaquimera y no una real i dad. E n Su respuesta, el autor delT. poltico deja por un momento el estilo seco y casi gmtrico de esta obra y hace alarde de aquella fina ironay fuerza dialctica, tan frecuente en el T. teolgico-polti-co, para volver las objeciones contra su adversario y de-fender el derecho del pueb l o a partic ipar en el poder.L a naturaleza human a, responde, es una y la mismaen todos, y todos son soberbios y temibles, cuando estnen el poder ; la masa es temi bl e por ser ignorante, perono es responsable de su ignoranci a, sino quienes le ocul-tan la verdad. El ejrcito popular es dbil, pero su fina-li dad no es la guerra, si no la paz. E l secreto de Estadodebe referi rse a otros E stados, pero no a los propi osciudadanos, ya que eso es hacerlos enemigos o esclavos.F inal mente, seala Sp inoza apoyndose en A ntoni o P rez,existe un ejempl o de l a monarqu a que hemos descrito:la aragonesa. Desde la reconquista de sus dominios a losmoros, hasta Feli pe I I , sin excluir los tiempos duros dePedro el del 'Punyalet' y de Fernando el Catlico, el Con-sejo de los diecisiete mantuvo un equilibrio admirable en-tre el rey y los sbditos. Pues, aunque stos podan ci-

    109 TP, V I , 16; 25, pp. 303/24 ss.; 304/10 ss. Advirtamosque slo se emite un voto por famil ia.

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    40 Atilano Domngueztarle a juicio e incluso deponerle por la fuerza, siempreguardaron suma fidelidad al rey, y rein entre ellos la pazy la concordia. Por consiguiente, concluye, la multitudpuede mantener bajo el rey una libertad suficientementeamplia, con tal que logre que el poder del rey se determi-ne por el solo poder de la misma multitud y se mantengacon su solo apoyo 110. E n otros trminos, la seguridad delEstado no est en pugna con la libertad de los ciudadanos.

    2. La aristocracia y sus formas ( V I I I - X )L a seccin dedicada al estudio del rgi men ari stocr-tico, no slo abarca casi la mitad del texto del T. poltico,sino que se abre con un epgrafe en el que se alude a suexcelencia y a sus ventajas sobre el monrquico en or-den a conservar la libertad. Sera, sin embargo, un graveerror concluir de ah que Spinoza ha abandonado la de-mocracia del T. teolgico-poltico para adherirse a la aris-tocracia o que ese epgrafe no es suyo, porque estara encontradiccin con la doctrina democrtica de este segun-do tratado 111. Bastara sealar que ese epgrafe no men-ciona siquiera la democracia, sino slo la monarqua y laaristocracia. Pero hay ms. L as preferencias de Spinoza porla democracia, ya patentes en la definicin del Estadocomo poder de la multitud y en la descripcin de lamonarqua, orientada a que el poder del rey se apoye almximo en el de los ciudadanos, se confirmarn en losmltiples controles a que someter el rgimen aristocrti-co y en el explcito reconocimiento de que, si existe real-mente un Estado absoluto, sin duda que es aquel que esdetentado por toda la multitud 112.I mposi ble hacer aqu siquiera una sntesis de texto tancomplejo por la minuciosidad de los detalles a que des-

    Introduccin 41ciende su autor. Nos contentaremos, pues, con indicarunas ideas generales sobre el concepto spinoziano de aris-tocracia y el mtodo seguido en su estudio, para detener-nos un poco ms en los tres puntos centrales analizadospor Spinoza: distribucin del poder en la aristocraciacentrali zada o nacional (V I I I ), vari antes y ventajas de laaristocracia descentrali zada o federal (I X ) y estabil idadde ambas o resortes para que no degenere en dictadu-ra (X).a) C oncepto de aristocracia

    Spinoza conoce bien los diversos significados del tr-mino aristocracia: el etimolgico o gobierno de los me-jores 113; el histrico o gobierno de los nobles 114; y elvulgar o gobierno de unos pocos 115. Pero sabe muy bienque ese rgimen, que en principio sera el mejor 1I6, de-genera fcilmente en una plutocracia oligrquica, contro-lada por unas cuantas familias pudientes 117. Por eso, encoherencia con su mtodo realista, define la aristocraciacomo la forma de Estado en que gobiernan algunos ele-gidos de la masa y que l designa con el trmi no romanopatricios, en oposicin a plebeyos 118.De acuerdo con el mtodo geomtrico o sinttico ele-gido desde el principio y que va de lo general a lo par-ticular, Spinoza se limitar a introducir ciertas variantesen el rgimen monrquico 119. Esas variantes, sin embargo,sern muy notables, porque en el Estado monrquico noexista una divisin clasista entre patricios y plebeyos, yporque sus rganos de gobierno no tenan poder de de-cisin.

    113114infra: I I , 2, 1, al final. 115pp. 282/10.116TP, X I , 2, pp. 359/10, y nota (201). 117118119

    110 TP, V I I , 26-31; texto en 111 Francs (nm. 6), pp. 913-4, atribuye la primera opinina Gebhardt (refirindose, quiz, a nm. 70) y la critica; l de-fiende la segunda: pp. 1485-8; infra, nota 150.1 1 2 T T P ) y i n , 3, pp. 325/26 ss.; XI , 3.

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    42 Atilano DomnguezL as modif icaciones introducidas en la estructura mismade la sociedad derivan de esa divisin en clases. El dere-cho de ciudadana no pertenece en plenitud ms que a lospatricios, puesto que slo ellos pueden elegir y ser elegi-dos para gobernar; los dems son, pues, subditos y, encierto sentido, peregrinos o inmigrantes 120. Ese defectoradical queda, no obstante, compensado por tres medidascomplementarias. En primer lugar, el principio de libreeleccin aconseja que los ciudadanos no se distribuyanen famil ias. E n segundo lugar, los 'ci udadanos' no patri-cios podrn poseer tierras para que se sientan afincadosen el E stado. En tercer lugar, los plebeyos podrn accedera cargos de responsabilidad en el ejrcito 121. Finalmente,se obliga a los patricios a que adopten la religin oficial,que ser la ms simple y universal 122; pero no a losplebeyos.

    b) Organos de poder en la aristocracia centrali zadaY a hemos indicado que Spinoza introduce en la monar-qua cierta distribucin de funciones. Esta es la clave dela aristocracia: la divisin del poder en tres rganos su-premos y su prolongacin en dos comisiones permanentesque les sirven de control y de correa de transmisin.L a clave de bveda es el C onsejo General patrici o oConsejo supremo, ya que es el encargado de dictar leyesy elegir a todos los funcionarios del Estado. Si algo pue-de demostrar cun lejos est el espritu de Spinoza de unaaristocracia nobiliaria, es el elevadsimo nmero de patri-cios que asigna a este Consejo y las razones que le inci-tan a ell o. Dado que de cada cien patri ci os que alcanzantan alto rango, apenas si habr dos verdaderamente inte-ligentes y honestos, para una poblacin de 250.000 ha-bitantes, el Consejo General deber constar de 5.000miembros 123. M s an, la ley primordi al de este Estado,

    Introduccin 43cuya violacin ser castigada como crimen de lesa majes-tad, ser aquella que impide que ese nmero dismi-

    124nuya .Bajo ese Consejo Supremo y para administrar el Estadosegn sus directrices, est el Senado, compuesto por cua-trocientos miembros y cuyo mandato slo durar un ao.Es el poder ejecutivo, encargado de promul gar laslortificar las ciudades y recabar los impuestos 125.F inalmente, el T ri bunal supremo, de caractersticas si-milares al de la monarqua, ser el encargado de adminis-trar justicia, no slo a los plebeyos, sino tambin a lospatricios. Tarea nada fcil, se dir. Con maquiavlico rea-lismo, Spinoza piensa, en cambio, que ser cuidadosamen-te cumplida, si se adoptan dos medidas. Primera, que losjueces no tengan otros ingresos que parte de los bienesde quienes perdieran el pleito o fueran declarados culpa-liles. Segunda, que su actuacin est supervisada por elConsejo de sndicos, que velar, entre otras cosas, por-que no empleen la tortura 126.E n efecto , Spi noza aade a los tres rganos preceden-tes, a los que corresponden, respectivamente, el poder le-gislativo, ejecutivo y judicial, el Consejo de sndicos quees algo as como los ojos y el motor de toda la adminis-tracin estatal. Compuesto de cien antiguos senadores,elegidos con carcter vitalicio y protegidos por la fuerzamilitar, no slo exigen que todos los funcionarios (jue-ces, senadores o consejeros) cumplan su deber, sino quefijan el orden del da y convocan al Consejo Supremo, yson los ltimos responsables de que el nmero de patri-cios no disminuya 127.Dado que tanto el Senado como el Consejo de sndi-cos son muy numerosos, nombrarn sendas comisionespermanentes que les sustituyan a diario y convoquen sussesiones. La pri mera, fo rmada por una parte de los se-nadores, llamados cnsules, presidir las sesiones del Se-

    124 T P, V I I I , 13; 25, pp. 334/8 ss.125 TP , V I I I , 29-34.126 T P, V I I I , 37-41, espec. 38 y 41.127 T P, V I I I , 20-8, 32.120 TP, V I I I , 4-5, 9-10 y (216).121 TP , V I I I , 8-10.122 TP, V I I I , 46.123 T P, V I I I , 4, 7, 17, y notas (201, 242, 260, etc.).

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    44 Atilano Domngueznado durante una parte del ao senatorial 12S. L a segunda,sin nombre especial, slo constar de diez sndicos, y sumandato slo durar seis meses 129.Existe, pues, una clara subordinacin de todos los r-ganos del E stado al C onsej o S upr emo, que eli ge susmiembros y marca las pautas generales de actuacin. Perohay, al mismo tiempo, independencia entre el poder eje-cutivo o Senado y el poder jud ici al o T ri bunal supremo,el cual juzga a los mi smos s ndi cos. F inalmente, todosestn coordi nados a travs del C onsej o de sndicos, queno slo supervisa el funcionamiento de todas las institu-ciones, sino que las pone en movimiento. En efecto, lacomisin permanente de sndicos convoca su Consejo;ste pasa los asuntos al T ri bunal supremo y al ConsejoGeneral patricio; y sus resoluciones son ejecutadas por elSenado, que actuar a diario a travs de su Comisin per-manente o de cnsules 13.

    c) Caractersticas y ventajas de la aristocraciadescentralizadaSiguiendo el mtodo del apartado anterior, Spinoza selimita a introducir en la aristocracia centralizada en unaciudad, que es la capi tal del E stado , ci ertas vari antes yextraer de ah ciertas consecuenci as obvi as. L a variantefundamental es que en la aristocracia descentralizada exis-ten varias ciudades autnomas, es decir, bien fortificadasy, por tanto, con derecho pl eno de ciudadan a. Las con-secuencias se dejan adiv inar. L os C onsej os estatales o na-cionales se forman sobre la base de los Consejos de todaslas ciudades autnomas, cuyos miembros, adems, son pro-porcionales al de la poblacin de cada una. Este hechodecisivo lleva consigo otros no menos importantes. El pri-mero es que cada ciudad o grupo de ciudades cuenta consus propios patricios y sus propias instituciones: ConsejoGeneral, Consejo de sndicos, Senado, Tribunal Supremo,

    Introduccin 45cnsules, etc. El segundo es que el Consejo supremo na-cional apenas si funcionar, ya que slo tendr que reunir-se para ref ormar la consti tucin del Estado. Los asuntosordinarios, como dictar leyes, nombrar cargos y recabarimpuestos, sern gestionados por el Senado, local o fe-deral, el cual, junto con el Tri bunal de justic ia, servi rde lazo efectivo entre las ciudades 131.L as ventajas de este rgi men, para cuya descri pci nse inspir Spinoza en V enecia y en H ol anda, son obvias.Al acercar el gobierno al pueblo y a la realidad, ser msdirecto y benvolo; promover la discusin de todos losasuntos y les dar mejor solucin; instaurar una mayorigualdad entre las ciudades. Y lo ms impor tante, quiz,a la vi sta de la cada de J an de W i tt , resultar ms dif -cil un gol pe de E stado, ya que sus rganos estarn di s-tribuidos en todas las ciudades autnomas y el ConsejoSupremo no tendr una sede fija, sino rotativa 132.d) E stabi l i dad de la aristocracia f rente a la di ctadura

    El estudio de la aristocracia se cierra respondiendo auna objecin que ha estado latente en los anlisis prece-dentes: la degeneracin paulatina y progresiva de la aris-tocracia en oligarqua plutocrtica y, al fin, en monarquao tirana. Tal degeneracin no significa, como en Platny A ri stteles, que una buena forma de gobierno tienda atransformarse en su contraria: monarqua-tirana, aristo-cracia timocrtica-plutocracia oligrquica, democracia-anarqua. N o signi fi ca tampoco que exista una especie deley histrica por la que el reinado o monarqua pasa suce-sivamente a aristocracia, timocracia, oligarqua, plutocra-cia, democracia, anarqua y, finalmente, como nica alter-nativa, a la tirana 133. Y la razn es la disti nta concep-cin del Estado y, en concreto, de la democracia.131132 T P, IX , 14-5.133 T P, V I I I , 12 y 17-8 (Spinoza); Platn, Rep. V I I I , 2,544-5; Leyes, I, 631; II , 698; I V , 790, etc.; Aristteles, Et. Nic.,V I I I , 10; Pol., I I I , 7; IV , 4.

    128 T P i v i l l , 3 3 .129T P > v i l l , 28; cfr. 25, pp 333/ 19 ss. 130 Cfr. T P, V I I I , 25, pp. 333/25-32; 44, p

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    46 Atilano DomnguezP latn y A ri stteles pensaban que el bien comn seconsigue, no tanto a base de una buena organizacin po-ltica, cuanto mediante la eficaz direccin de hombressabios y honrados, que sepan dictar las mejores leyes yadaptarlas a las ci rcunstanci as. Y como los sabios y hon-rados son siempre muy pocos, crean que el primer rgi-men histrico fue la monarqua y que slo por 'evolucin'surgi la democracia. Por el contrario, Spinoza est con-vencido de que' el bienestar pblico slo se alcanza me-diante un acuerdo de la multitud en torno a las leyes.M s que ciencia y honradez en los gobernantes exi ge,pues, un nmero elevado en todos los Consejos. E n con-sonancia con esa conviccin terica, sostiene que la pri-mera forma histrica de Estado fue la democracia. Pues,como todos los hombres son iguales por naturaleza y to-dos prefieren mandar a ser mandados, slo por circuns-tancias histricas se habrn impuesto regmenes no demo-crticos 134.Es dentro de este marco general donde plantea Spino-za el problema de la posible transformacin de su aristo-cracia electiva, no muy lejana de una democracia censita-ria I35, en tirana o dictadura. Se inspira para ello en untexto de M aquiavelo. A l E stado, como al cuerpo humano,se le agrega di ari amente algo que necesita curacin. D eah que es necesario, dice el agudsimo florentino, quealguna vez ocurra algo que haga vol ver al E stado a suprincipio, en el que comenz a consolidarse. Si esa vuel-ta a los orgenes o repristinacin no es prevista por laley, reclamar la intervencin de un hombre de excep-cional virtud, como suceda en Roma, donde se acuda,cada cinco aos, a un dictador con poderes absolutos 136.Spi noza se opone frontal mente a esta medida excepcio-nal por considerarla contraria a la naturaleza misma del

    134 xxp ( V , pp. 74/32 ss.; X V I I , pp. 205/15 ss. (hebreos);X V I , pp. 195/17 ss.; TP, V I I , 5, pp. 309/28 ss.; V I I I , 12,p. 329); ibid. (219): Locke=monarqua; Rousseau (nm. 188),I I I , 5, p. 545ab = aristocracia.135 TP, X I , 2, pp. 359/6 ss.136 TP, X , 1, pp. 353/8 ss.

    Introduccin 47li stado y por estimar que no es necesaria. L o pri meroestclaro por la definicin misma del Estado, como po-der de toda la multitud, y por las consecuencias de ahextradas para la organi zacin de la aristocracia. Seale-mos dos datos decisivos. P or un l ado, el nmero de miem-bros de los dos C onsejosral, rgano legislativo y supremo, y Consejo de sndicos,rgano motor y de control, es muy elevado y fijo; hastael punto que proponer o dtuye un crimen de lesa majestad13 7. Por otro, Spinozaha evi tado con el mxi mo cuien puestos de gran responsabi l imo algo excepcional y pasajero la figura de un general enjefe de todo el ejrcito; y sustituye al presidente de losConsejos por rganos colegiados: sndicos para el ConsejoGeneral y cnsules para el Senado 138.En consonancia con todo ello, Spinoza recuerda en estemomento las ventajas de un Consejo numeroso y experto,como el de sndicos, sobre un dictador eventual, soberbioy omnipotente, que puede trastocar en un da toda la es-tructura del Estado y medir por el mismo rasero a buenosy malos ciudadanos. E n todo caso, concluye Spinoza, taldictador no ser nunca necesario ni aconsejable. Primero,porque lo impedir el propio inters de los patricios, esdecir, el amor a la libertad, el afn de acrecentar susbienes y la esperanza de alcanzar los honores del E stado .Y , en ltima instancia, si circunstancias extraordinariassembraran el pnico en la multitud, nunca sera razonablebuscar la salvacin en un dictador. Pues sera obvio quelos distintos sectores de la sociedad ofreceran ms queun candidato y que, por consiguiente, lo ms eficaz seraacudir a las leyes para decidir 139. Si por un malhadado in-fortunio, un militar se hiciera con el mando por la fuer-za, eso no sera estado poltico, orientado a la paz, sino

    137 T P, X , 1, pp. 353/26 ss.; supra, nota 124.138 T pi V I , 10 (96) = general en jefe; V I , 23 (109); V I I I , 18(226); 20 (229); 28 y 34 (253); supra, notas 128-9 = presidente.139 T P, X , 8, pp. 356/27 ss. (texto citado); cf r. 6, pp. 356/5 ss.;X , 10, pp. 358/5 ss.

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    48 Atilano Domnguezestado de guerra, orientado a la esclavitud de todos y a lalibertad de solos los militares; y de eso, como es obvio,no habla Spinoza, autor, no de un De bello, sino de unTractatus politicus o Be pace. Por tanto, si M aquiaveloera realmente un pensador inteligente, honrado y liberal,como parece, observa sutilmente, no pudo defender ladictadura y la tirana, sino ms bien que hay que evitarla,eliminando sus causas, es decir, el gobierno de unosolo 140.3. Significado del Tratado poltico y democracia

    L a muerte sorprendi a Spinoza cuando slo haba re-dactado tres pginas sobre el tercer E stado, el cual estotalmente absoluto y que llamamos democrtico 141. Slolleg a definirlo en relacin al aristocrtico y a sealarquines tendran derecho de ciudadana. Intil, pues, ha-cer cbalas sobre cul sera en detalle la organizacinde ese Estado. Cabe, sin embargo, afirmar que la orien-tacin de toda la obra no slo es profundamente demo-crtica, sino que confirma y corrobora la doctrina de lasobras anteriores. A n ms, desde esa perspecti va, se pue-de apuntar cul es el significado histrico de la filosofapoltica de Spinoza.1. P roemio a una constitucin democrtica

    Cabra imaginar que Spinoza entendiera por rgimendemocrtico o popular lo que hoy llamamos democraciadirecta, en la que todos los ciudadanos participan direc-tamente en el gobierno, puesto que l define el Estadocomo el poder de la mul ti tud. Y , sin embargo, no slotiene clara conciencia de que es verdadera democraciaaquella en que los acuerdos se toman por una mayora,que representa, en ese caso, a todos 142, sino que llega140 TP, V , 6-7; cfr. V I I , 22, pp. 317/10 ss.141 TP, X I , 1, no. 357/14 ss.; supra, nota 112.142 Cfr. TT P, X V I , pp. 195/17 ss.; X X , pp. 245/26 ss.

    Introduccin 49a admitir que los gobernantes sean en ella menosen la aristocracia. Es decir, que no' es el nmero de go-bernantes lo que define a este Estado y lo diferencia delos dems, sino la forma de designarlos. Cabe decir que,si en la monarqu a slo gobi erna el rey, puesto quederecho es voluntad del rey, y en la aristocracia patri ciatodos los elegidos, sin ni nguna traba legal, por el Con-sejo supremo, en la democracia spinoziana, por el con-trario, tienen derecho a votar y a ser votados todos losciudadanos autnomos, sin que intervenga ninguna elec-cin; y gobernarn de hecho qui enes estn designadospor ley, es decir, cumplan las condiciones legales 143.A hora bi en, Spinoza sabe bien que podemos conce-bir varios gneros de Estado democrtico, y l mismoapunta tres posibles formas. L a pri mera, en que gobier-nen los ancianos; sera, aadimos nosotros, algo an-logo a la aristocracia, preferentemente federal, cuyos car-gosprincipales tenan cincuenta o sesenta aos 144. La se-gunda,en que gobernaran los primognitos, nos re-cuerda la democracia teocrtica hebrea anterior al levira-to ,4S. L a tercera sera una democraci a censitari a, ya quegobernaran, por ley, slo aquellos que contribuyen alEstadocon cierta suma de dinero, recurso tambin uti-lizado por Spinoza en su aristocracia patricia 14.Pero no es cuestin de buscar paralelismos o analo-gas. L o cierto es que Spinoza no opta por ninguna de

    mocracia); cf r. V I I I , 14, pp. 330/16-8; X I , 2, pp. 358/33-9/1;pp. 359/21. En otro sentido: H ammacher (nm. 9), pp. X L I -X L I I y X L I V = asocia democracia y casualidad (Zufall). Elnico texto en que parece apoyarse es: TP, V I I I , 1, pp. 323/27(fortuna); pero este pasaje remite, implcitamente, a X I , 1, don-de no reaparece el trmino; pero s est explicado en X I , 2,pp. 359/1 (lege) y 3 (fortuna divites); creemos que no es elec-(in (aristocracia) y azar (democracia), sino eleccin sin ley y de-signacin por ley, lo que distingue a ambas.pp. 301/13 ss.; V I I , 4, pp. 309/18 ss.; V I I I , 21.145 TP, X I , 2, pp. 358/27; cfr. T TP, X V I I , pp. 217/32 ss.146 TP, X I , 2, pp. 358/28; y V I I I , 25 (232 y 234).

    140 TP, V , 6-7; cfr. V I I , 22, pp. 317/10 ss.141 TP, XI, 1, un. 357/14 ss.; supra, nota 112.142 Cfr. TT P, X V I , pp. 195/17 ss.; X X , pp. 245/26 ss.

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    50 Atilano Domnguezesas tres modalidades, sino por aquella en que absolu-tamente todos los que nicamente estn sometidos a lasleyes patrias y son, adems, autnomos y viven honra-damente, tienen derecho a votar en el Consejo Supremoy a desempear cargos en el Estado. C on esa medi da,explica a continuacin, quedan excluidos sucesivamente,los peregrinos, por depender de las leyes de otro Estado;los nios y los pupilos, mientras dependen jurdicamen-te de sus padres o tutores; los siervos y las mujeres, por-que estn (siempre) bajo la potestad de sus amos o delos varones; y, en fin, todos aquellos que la ley hayadeclarado indignos de ejercitar tal derecho, por habercometido algn crimen 147.N o sorprende en absol uto ninguna de estas exclusio-nes, puesto que, explcita o implcitamente, ya habansido hechas en la monarqua y en la aristocracia 148. Peros llama la atencin el curioso razonamiento, acorde, porlo dems, con su forma habitual de hablar, por el queSpinoza excluye a las mujeres del gobierno. Su primerargumento es histrico. En todas partes, dice, gobiernanlos hombres, y las mujeres son gobernadas. Si stas fue-ran iguales a aqullos, gobernaran alguna vez solas o jun-to con los hombres. Como no sucede as, es que las mu-jeres son por naturaleza inferiores a ellos. Claro que, aunas, cabra que participaran en el gobierno, puesto quetodos los hombres pueden gobernar y no todos son igua-les. E s aqu donde entra en juego el segundo argumento,de carcter psicol gico. L os hombres, dice Spi noza, amana las mujeres por el solo afecto sexual y aprecian su ta-lento y sabidura en la misma medida en que ellas sonhermosas. M s an, los hombres soportan a duras pe-nas que las mujeres que ellos aman, favorezcan a otros.Sera, pues, peligroso para la paz que la mujer (objetosexual por antonomasia y objeto de celos para el hom-bre) participara en las funciones pblicas. Si ahora, go-bernando los hombres solos, hay paz y armona entre

    147TP, X I , 3; cfr. Mathron (nm. 101).148 Cfr. TP, V I, 1; V I II , 14.

    Introduccin 51ambos sexos, conviene, concluye Spinoza, que las cosas149sigancomo es tn .Con este proemio qu estructura dara Spinoza a surgimen democrtico? N os incl inamos a pensar que nomuy distinto, en cuanto a los rganos de poder, al de laaristocracia federal . Pero el cambio de criteri o, designa-cinpor ley en vez de eleccin sin ley, impl icara nota-blesvariaciones que sera presuncin querer adivinar.

    2. La democracia en la poltica de SpinozaDesde los primeros estudios sobre la filosofa jurdicade Spinoza (Hermann, 1824) y, sobre todo, desde la te-sis de M enzel sobre los cambios en su doctrina pol ti ca(1898), se ha discutido mucho sobre tres puntos centra-les: la relacin entre derecho y poder, la necesidad delpacto para la democracia y la evolucin de Spinoza enesos temas y otros simi lares. No es ste el lugar de en-trar en tan interesantes como complejos debates. Peronuestra exposicin histrica y lineal de la filosofa po-ltica spinoziana reclama una breve alusin a ellos.A lud