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El mundo es solamente el espejode nosotros mismos. Si es algo que lehace vomitar a uno, vomitad, mu-chachos, porque no son más quevuestros propios rostros los que es-táis mirando.

Henry Miller

El material del escritor, esa cosa sobre la cualversa toda la literatura, puede ser indicado de manerafacilísima versa sobre la sensación que se experi-menta al ser un ser humano. Todo el mundo tiene supropio punto de vista respecto a lo que constituye lahumanidad, y ese punto de vista determina qué clasede arte produce cada uno, si es artista; si no es artis-ta, determina sus acciones y actitudes. Los autorespueden clasificarse en dos categorías, hablando entérminos generales: aquellos que se interesan analíti-

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ca e investigadoramente por la humanidad, y los quese preocupan de recomendar algo positivo. El primerode los dos tipos retrocede unos pasos para ver mejory pregunta: "¿Qué es esto?" El segundo tipo correhacia adelante, apuntando con un índice extendido yllamándoles demás para que le sigan.

Pero esta simple división, aunque de utilidadcomo un preliminar, es en realidad una supersimpli-ficación, porque todos los autores son una combina-ción de ambos tipos. La diferencia radica en la formaen que están mezclados en cada uno. Todos ellosanalizan e investigan, y todos ellos -aunque no ten-gan plena conciencia del hecho- tienen algo que re-comendar. La función del artista es,indefectiblemente, humanizar la sociedad en la cualvive, afirmar la importancia de la humanidad, antecualquier peligro que en ese momento determinadoesté tratando de aniquilarla. En la Edad Media, sutarea era afirmar la importancia de la humanidadante los colmillos de una ortodoxia religiosa, y decla-rar que podía y debía haber vida aquí, igual que en elmás allá. En nuestros días, el adversario es la máqui-na; al habernos rodeado de mecanismos que sonverdaderos milagros de precisión y refinamiento, noshemos vuelto tan perdidos en la contemplación de

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los mismos que todos nuestros pensamientos se hantrocado mecanísticos. Nuestra ambición es conver-tirnos en máquinas, porque entonces estaremos se-guros de que será nuestro lo, mejor de lo mejor. Estaadoración de la máquina es una tiranía muchísimopeor que la Iglesia, hasta en su peor megalomanía espeor en el preciso grado que la pantalla de televisiónes más penetrante que el púlpito, el altoparlante mássonoro que la voz humana, y el avión es más velozque el caballo. Esto quiere decir que la tarea de hu-manizar nuestro ambiente tiene que ser tomada másen serio que nunca. Y el que no está con nosotros,está contra nosotros.

Pero un autor, ya vaya a predicar a la humani-dad, o a investigarla, tiene que establecer primera-mente alguna relación inteligible con el grueso de sussemejantes. Y ahí se presenta el primer problema.Permítaseme indicarlo con una cita. Siempre resultaútil saber cómo han sido formuladas estas cosas porotras personas. Tomemos, pues, ese pasaje de Lionsand Shadows (Leones y Sombras), de ChristopherIsherwood, en el cual el narrador va a la costa delmar. Empieza, como probablemente, recordaránustedes,. entregándose a una verdadera orgía de

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odio, al contemplar a los ingleses en vacaciones. Pe-ro no obstante, la reflexión se abre paso por fin:

"Pero tras todo aquel tomar anotaciones, mipretendido aislamiento científico, mi odio y repug-nancia, ahí estaba también la vieja sensación de ex-clusión y la familiar envidia a regañadientes. Porque,por muchos gestos de desprecio que yo hiciese, eraevidente que toda aquella gente se estaba divirtiendoa su misteriosa manera, que no sé por qué me resul-taba tan misteriosa. ¿Acaso esas personas no eran demi misma raza y de mi misma casta? ¿Por qué no meera posible a, mí, el supuesto novelista, el observadorprofesional, comprenderlos como era debido? ¿Porqué no sabía yo no fríamente, desde afuera, sino in-tuitivamente, con simpatía, desde adentro- qué era loque les hacía oficiar su grave ritual de placer, po-niéndose sweaters y pantalones de franela a la maña-na, pantalones blancos a la tarde, smokings a lanoche, mientras jugaban al tenis, al golf o al bridge,fumaban sus pipas, leían las diarios, organizabanconciertos y distribuían premios después de un bailede disfraz? Es cierto que yo no estaba solo en miaislamiento. Gente parecida a mis amigos y a mí,pensaba, se encuentran en pequeños grupos en todaslas ciudades mayores; formarnos una minoría orgu-

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llosa de sí misma por su propia autosuficiencia yconscientemente ajena a las clases. Tenemos nues-tros propios chistes, nos divertimos unos a otrosenormemente, y nos alegramos -así lo decimos- deser distintos. Pero, ¿nos alegramos en realidad?¿Acaso hay alguien a quien agrade sinceramente laperspectiva de permanecer en oposición permanen-te, convertirse en un paria social, para el resto de mivida? De cualquier manera, yo sabía que a mí no meagradaría. Yo deseaba por mucho que tratase de sa-ciarme de lo contrario, en algunos momentos de ex-cesiva arrogancia hallar algún lugar, por muyhumilde que fuese, en cl esquema general de la so-ciedad. Hasta que no lo consiga, me decía, mi litera-tura no servirá para nada. Ni el talento ni la técnica,por muy grandes que sean, podrán redimirla: seguirásiendo un producto de invernadero, cuando mucho,para el conocedor y tal vez para alguna camarilla ex-clusivista.”

Ahí tenemos, pues, el problema. Y exponerlocon las palabras de alguien que no sea uno mismo yaparece brindar una especie de consuelo; proporcionala sensación de que la dificultad es universal; si otroshan conseguido superarla, pude ser posible aprenderde ellos cómo debemos hacer para obtener idéntico

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éxito; si todos ellos han fracasado, uno estará en lacomodísima posición de, o bien lograr un éxito, conlo cual el triunfo sería único, o fracasar, pero con elconsuelo de hacerlo en excelente y numerosa com-pañía. Hay muchas declaraciones que pude habertranscripto, pero elegí la perteneciente a Isherwoodporque me parece ser, tanto en su tono como en sustérminos de referencia, inmensamente simpática.Especialmente ese trozo referente a no desear ser unescritor de invernadero, admirado por "el conocedory tal vez, por alguna camarilla exclusivista". ¡Cómoconcuerdo con él! ¿Mejor es carecer en absoluto dereputación que tener esa clase de reputación qué seaferra a un Corvo, un Firbank, y aun un Lautréa-mont!

No, ciertamente uno no desea permanecer enpermanente oposición. Pero hay un "peor" muygrande, y es la permanente conformidad. Ningunaedad en la historia de la humanidad ha sido tanaceptable y se ha visto tan libre de canceren y. males,como para que sus habitantes más visionarios pue-dan permitirse el lujo de concordar con toda ella yen todo momento. Una conformidad mecánica y unarebelión mecánica son inútiles. La primera tiene muyescasas tentaciones para un artista, y la segunda ofre-

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ce demasiadas. Especialmente en vista de que la ma-yoría de los artistas son del tipo de hombres que ca-en fácilmente en un esquema de despreocupación yrebeldía en la niñez, y luego tienden a seguir ese es-quema por espacio de sesenta años, después que hadejado ya corresponder a una situación legítima.Cuántos genios ya ancianos, lanzan los truenos desus desafíos al mundo, cuando, en realidad se estáncompensando a sí mismos por insensatos rigores dealguna pequeña y repelente escuela de internos de losalrededores de 1912. Por otra parte, el consejo quealgunas veces se da a los artistas, en el sentido de quedeben continuar con su trabajo y dejar que la socie-dad se cuide a sí misma, se basa en una falta decomprensión de lo que es su obra. ...o que se nece-sita, no solamente en los artistas sino en todos;aquellos que tienen la esperanza de ser algo más quomeros, zánganos en la colmena, es un sentido deltacto. Mientras yo reunía notas para este pequeñoensayo, oí una transmisión radiotelefónica en la cualP. M. S. Biackett, el hombre de ciencia inglés que esel más extensamente aceptado como portavoz de suclase, era interrogado respecto a sus puntos de vistaen general. Se realizaron varios intentos de acosarlosobre la cuestión de la responsabilidad científica en

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materia de los armamentos de extinción en masa.Finalmente, al preguntársele a beca de jarro si elhombre de ciencia era o no dueño de negarse a en-tregar los frutos de sus investigaciones a políticos ysoldados irresponsables, echó al aire virtualmente lacuestión, diciendo: "Nadie es libre en una sociedadestrechamente integrada como lo está la nuestra".No puede negarse que resto es ciertamente verdad, yun artista que sostiene no tener relación alguna conla sociedad en la cual vive, está proclamado une li-bertad de la cual ciertamente carece; aunque sea unmístico, cuyas necesidades son limitadas a una al-fombrita para arrodillarse a orar y un platito parapedir limosna, ha sido probablemente alguna falla ensu relación con la sociedad en general la que le em-pujó a adoptar ésa posición.

Un artista, por lo tanto, tendrá una posición vis avis con el resto del mundo, lo quiera o no aun cuan-do sea la estéril y rudimentaria actitud de la "oposi-ción permanente" y su obra - otra vez quiéralo o no-habrá de reflejar sus puntos de vista sobre la cues-tión. Por consiguiente, debe organizar sus pensa-mientos, de tiempo en tiempo, sobre lo que enrealidad pueden ser denominados ampliamente"problemas sociales". El principal peligro es que

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puede ser arrastrado con demasiada frecuencia a ju-gar el papel de profeta social. El público, en estosmomentos, se encuentra en un estado de ánimoalarmantemente ansioso.

Las señales son tomadas por maravillas. Desde. elprimer instante en que cualquier clase de artista con-quista la atención del público, es considerado y se letrata como un vocero de su generación, su nación,su clase social y demás. Todos hemos podido ver, ydeplorar, los absurdos resultados de la extendidacostumbre periodística de convertir a Lucky Jim enun símbolo de cualquier cosa que ande por ahí enbusca de un símbolo. En todas las montañas de ma-terial impreso que se han estado amontonando sobrela novela, apenas si se ha escrito una sola palabra decrítica inteligente. El impulso preponderante, hoymás que nunca, es utilizar a cualquiera persona arti-culada -articulada con la pluma, el pincel, el buril olas notas musicales- como si fuese un médico mago,o un. brujo de tribu africana. El artista individual,que sabe que su arte no es meramente otra página deHansard, no está dispuesto a permitir que su papel lesea impuesto; se desvía de él. Por lo tanto, la solu-ción está en encontrar media docena , aproximada-mente, que tengan ciertos puntos de semejanza y

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luego proclamar una Tendencia o un Movimiento.La más reciente de estas fatuidades es esa cuestiónde los Jóvenes Irritados, frase que, según creo, fueaplicada originalmente al señor Woodrow Wyatt, unpolítico, y que subsiguientemente fue extendida losuficiente para incluir, por una parte, a un puñado depoetas; dramaturgos y novelistas, y por la otra a figu-ras tales como el señor Colin Wilson y el extinto Ja-mes Dean, pertenecientes ambos a la vida activa másque a la contemplativa; los dos simbolizan, en suspropias personas, esa cosa de la cual se supone queestán hablando los otros. Como maniobra periodís-tica, ésta puede pasar; el artista tiene implemente quereconocer, como un hecho más sobre el mundo enel cual está viviendo, que tiene que ser su propio in-térprete, al mismo tiempo que el proveedor originalde- cosas que deben ser interpretadas. Los periodis-tas se han abrogado esa función de los artistas. Latarea de comentar, que en una época mejor el artistapodría dejarles a ellos, le es devuelta ahora nueva-mente.

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Es así que uno comienza el proceso de intentaruna apreciación de la sociedad en que uno vive yhallar alguna actitud coherente hacia ella. Y lo prime-ro que salta a nuestra vista, a mi juicio, es la curiosanaturaleza de los cambios por los cuales estamospasando. Todo , el mundo se refiere siempre al sigloveinte como una época que se caracteriza por losrápidos cambios, tan rápidos que no tienen prece-dentes. Los ancianos, entrevistados por la prensalocal cuando cumplen sus noventa años, son interro-gados respecto a los cambios que han presenciadodurante sus vidas, y dan siempre la respuesta másapropiada, la que se espera de ellos nada, por dondequiera que miren, es igual que antes, o se encuentradonde se encontraba cuando ellos eran jóvenes.

Pero cuando echamos un vistazo a este cambioen toda su proliferación de detalles, lo que más nossorprende no es la amplitud y totalidad de ese cam-bio, sino la forma desordenada. y como a remiendosque lo caracteriza. Ese desorden puede observarsecon claridad tanto espacialmente (un cambio rapidí-simo en una esfera, mientras otra u otras continúancompletamente inmóviles) como temporalmente(curiosos intervalos y nuevos comienzos sobre unperíodo de años). A mi modo de ver, esto está más

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curiosamente observado cande me detengo a consi-derar lo que decían las personas de cierta edad res-pecto al "futuro", cuando yo era todavía un niño decorta edad. La generación de mis padres había sidocriada en un mundo que a ellos no les parecía quecambiase mucho (aunque estoy convencido de queestaban equivocados), y, desde el año 1914, habíansido lanzados a un verdadero torbellino de cambiosdel cual no alcanzaban a ver posibilidad alguna desalir jamás. Como es natural, suponían que todos loeprocesos de los cuales habían presenciado el co-mienzo continuarían con el mismo ritmo vertigino-so. Tomemos, como ejemplo, un detalle es laasistencia a las iglesias. Antes de 1914. si un comer-ciante deseaba conquistar una clientela entre los ciu-dadanos "sólidos", no tenía más remedio que haceracto de presencia en la iglesia y preocuparse de quesu familia (mujer e hijos) le acompañasen. Un médi-co o un abogado que deseaban establecerse en susrespectivas profesiones, no podían permitir, en mo-do alguno, que se les considerase libre pensadores.Su lugar era el servicio religioso matinal, con el restodel mundo respetable. A ello se debía que las iglesiasestuviesen siempre llenas. Pero sobrevino la guerramundial, y con ella un aflojamiento general de esa

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especie de corsetería social. Las iglesias atrajeronentonces solamente a un diez por ciento, por más omenos, de sus fieles de antes, y los que seguían con-curriendo eran, en su mayor parte, personas de ciertaedad. Fue así que a mis parientes les pareció naturalsuponer que, cuando ese resto de los fieles fuesemuriendo, nadie iría a la iglesia y la religión organi-zada quedaría totalmente paralizada. Lo cierto, comoes natural, es que el porcentaje ha seguido estaciona-rio. Lo que ocurrió fue que la presión social fueaflojada, de modo tal que las únicas personas quecontinuaron asistiendo a las misas fueron aquellasque deseaban asistir. Si éstas eran, en su mayor parte,las más ancianas, ello era natural. En otras palabras,un cambio inicial violento, fue seguido por un pro-longado período de estabilidad. Y esto mismo haocurrido en un número incalculable de otras esferas.Por ejemplo, la aviación. En el año 1930, cuando yotenía solamente cinco años, mis mayores daban porsupuesto que en un lapso de alrededor de veinteaños, "todo el mundo tendría su propio avión, comohoy time su auto". Desde hacía unos años, la revistaPunch había estado publicando caricaturas sobre lacongestión del tráfico en el aire, con sus policías aé-reos suspendidos de globos, y demás. ¿Y qué fue lo

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que sucedió? Mucho antes que yo alcanzase la mayo-ría de edad, la aviación particular se hallaba tanmuerta como la caridad privada.

En el campo de la política ocurrió exactamentelo mismo. La mayor parte de las personas que se ha-llaban en la edad madura cuando yo era niño, vivíanesperando continuamente el advenimiento de unarevolución organizada por los "Rojos". (Claro quefue este mido a los "Rojos" el que llevó a nuestraclase gobernante a brindarle una cálida bienvenida alos dos antirrojos de oro puro, Hitler y Mussolini,con lo cual complicaron a nuestro país en la segundaguerra mundial. ¡Y con qué facilidad les hemos per-donado!). Ese miedo era natural: había presenciadoel 1916, tanto en Rusia como, en pequeña escala pe-ro más cerca de casa, en Irlanda y esperaban, una vezmás, que el proceso, ya iniciado nuevamente, conti-nuaría más o menos a la misma velocidad. Todahuelga, toda marcha de hambre, era consideradacoma obra de los "Rojos", que ya se estaban escon-diendo debajo de las camas de las viejas mujeres "deambos sexos", para cortarles el cuello. Y henos aquí,cerca de tres décadas más tarde, y la clase trabajadorade Inglaterra jamás ha sido menos Roja en toda suhistoria. Todo lo que le interesa es sacarle salarios

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cada día mayores a las industrias en quiebra que losemplean, sin que se les ocurra, siquiera una vez, alte-rar la estructura social de alguna manera.

Lo cierto, naturalmente, es que aquello que pare-cía ser una serie de rapidísimos y amplios cambiosprovocados por la primera guerra mundial, se habíaniniciado ya bastante tiempo . antes y estaban en ple-no proceso de materialización. Lo que hico la guerrafue sacudir el edificio de las convenciones comuneshasta el punto de que de él se desprendiesen las nue-vas ideas. Ya no existía la necesidad de épater le bour-geois, porque el burgués, en el sentido pre-1914 delvocablo, ya había dejado de existir. Por consiguiente,el efecto inmediato fue que los hechos que se habíanestado produciendo fuera del escenario, donde el"hombre de la calle" no podía verlos, subieron a la es-cena a la vista de todos. La realidad es que fue muypoco lo que se inició durante ese período: en las ar-tes, el verdadero punto de partida se encuentra enlos años inmediatamente anteriores al estallido de lashostilidades. La "nueva” literatura de la tercera déca-da del siglo fue producida principalmente por hom-bres como Lawrence, Joyce, 'Wyndham Lewis,Pound y Eliot, que ya estaban en plena marcha antesde la guerra. Por contraste, un escritor como Aldous

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Huxluy, que era aceptado por millones de personascomo un símbolo de modernismo, fue un innovadorsolamente superficial. El fermento de ideas que lagente asocia a su trabajo no fue sino la vulgarizaciónde un proceso que había estado en marcha, en loscentros de discusión, durante la mitad del curso deuna vida. Estudiemos esta frase en la que describe laatmósfera intelectual de Oxford: "Es posible quehaya existido demasiada nerviosidad y deseo decambio, pero lo cierto es que había una marcadatendencia a tratar todas las cosas como una cuestióndiscutible, que llevaba a una sensación general deinseguridad en las cuestiones de opinión". ¿De quéfecha data esto? ¿De la década de 1920? No: de la de1860 (Vida y cartas de Mandell Creighton, 1913, Capí-tulo 3). Y lo que es cierto de la literatura, sirveigualmente para todo lo demás. El señor David Syl-vester, en un artículo publicado recientemente(Twentieth Century, marzo de 1957), dice:

"Me parece que los veinticinco años aproxima-damente que precedieron a la guerra mundial de1914. constituyeron un período de asombroso fer-mento creador en casi todos les campos. No fueronsolamente las bellas artes las que dieren un gran saltode imaginación durante ese tiempo. Los fundamen-

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tos de la lógica moderna y la filosofía analítica fuerenestablecidos en ese tiempo por Frege, Russell yotros, igual que los fundamentos de la investigaciónpsicoanalítica lo fueron por Freud y sus colegas. Loque ha ocurrido desde entonces en esos campos po-dría describirse, con idéntica exactitud, como un de-sarrollo especializado de aquellos descubrimientosiniciales, igual que la pintura de los últimos cuarentaanos podría ser descripta como un desarrollo espe-cializado de los descubrimientos de Cézanne, Monet,Gauguin y, en la escultura, Rodin. Y esto puede seraplicado hasta a las ciencias físicas. La invención odescubrimiento del aeroplano, la telegrafía sin hilos,los rayos Roentgen y los principios de la física nu-clear, pertenecen asimismo a la época de Cézanne ylos comienzos de Picasso.”

Con este tremendo salto, nuestro siglo se lanzó alespacio, y para la gente que vivió en la década de1920, parecía que los cambios tuviesen que prose-guir. En efecto, yo creo algunas veces que mi gene-ración, aquellos que alcanzaron su mayoría de edadinmediatamente después de la segunda guerra mun-dial, fueron los primeros en comprender con caridadque eso no ocurría. ¿Dónde estaban todas las cosasque mis padres y sus amigos solían pronosticar

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cuando yo era un chiquillo? ninguna parte, aparen-temente, salvo en las páginas de los primeros librosde Wells, que ya se llenaban de moho en las estantes.Pero lo más extraño de todo era la actitud de las per-sonas que eran jóvenes en la década de 1920 y queahora llegaban ya a la mediana edad. En su juventud,parecía que la rígida costra de la vida convencionalse estaba resquebrajando de arriba a abajo. Si se leabrían unos cuantos agujeritos más, sólo sería unmontón de migas. Pero, sin saber cómo, todo habíaretrocedido hasta algo que se parecía a la antiguaconformación. Cosas como el matrimonio, la pro-piedad privada, la guerra, y la división del mundo ennaciones, la Iglesia y las escuelas públicas, todo esoestaba allí, igual que siempre. Para tales personas, elsiglo veinte tiene que parecerse a una prolongada ytrágica estafa. No es ésta una nueva situación. En laépoca de Wlordsworth se produjo una secuencia deacontecimientos exactamente igual a ésta. El tuvonada mas que una fugaz visión de un nuevo mundo,en el cual

"Francia está en la cima de las horas doradas,y la naturaleza humana parece nacer de nuevo".

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Eso es lo malo en todos los comienzos nuevos.La naturaleza humana parece estar renaciendoconstantemente, y creciendo siempre para adquirir,más o menos, la misma conformación que tuvosiempre.

No quiere decir esto que nadie de mi edad hayatenido que hacer frente al problema de la desilusión.Poco más o meros el primer hecho que aprendimossobre el mundo en el cual vivimos, fue que no haynuevos comienzos. Desde la edad de diez años, vivíen un mundo en el cual todos sabían que se estacaacercando una Guerra, es decir, que la guerra paraponer fin a la guerra no había conseguido ni remo-tamente su objeto. La tercera década del siglo habíasido una enorme portada, que no se abría a casa al-guna especial. Uno apenas sabía si alegrarse o en-tristecerse de no haber figurado entre las personasque pasaban a través de esa portada, al emocionadolatir de sus corazones y que posteriormente tuvieronque ajustarse a lo que encontraron. Basándose en elprincipio de que viajar con esperanzas es mejor quellegar, supongo que uno debería sentirlo. Pero ya nopuede evitarse. A lo que tenemos que hacer frente aesa sensación de ser detenidos en pleno vuelo. Todanuestra sociedad está sufriendo de una sensación que

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se parece mucho a la que se siente cuando uno seprepara a saltar diez y se encuentra que el piso estámuchísimo más cerca, porque no hay más que unescalón. Y esto provoca una clase especial de fastidiosocial: el cruzado modernista que está dispuesto asaltar diez escalones, aunque para ello tenga que ex-cavar un pozo. Y allí está, invisible bajo el nivel de latierra, en su pozo, pero su voz puede ser oída conti-nuamente, formulando la misma quejumbrosa exi-gencia al resto de nosotros: que tomemos nuestraspalas y nos pongamos a excavar.

En resumen: la posición es difícil, porque elcambio es sumamente lento, no porque sea rápido,ya que no lo es. La superficie de la vida ha sido alte-rada muy rápidamente, pero la parte interna fue re-estructurada alrededor de 1912, y hasta el siguientepaso de importancia hacia adelante -que puede tardarun siglo o algo así en llegar, o no llegar jamás, no esprobable que se altere mucho. Los periodistas no sedan cuenta de esto, porque creen que las cosas comola televisión, los satélites artificiales, y los automóvi-les sin embrague, son señales evidentes de cambio o,lo que es más todavía, que son cambios de por sí.Pero claro está que el único cambio digno de ser te-nido en cuenta es un cambio de carácter. Si un hom-

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bre se nos presenta vestido con un traje nuevo, esposible que su hijita pequeña crea que ha cambiado,pero su esposa y sus amigos sabrán que sigue siendoel mismo.

A esto es a lo que tenemos que acostumbrarse aeste vivir con ideas clave que distan mucho de sernuevas y que ya han sido absorbidas - aunque sea enforma incompleta- por la corriente sanguínea de lacomunidad. Cada vez que buscamos una fecha, nosasombramos ante el gran tiempo que llevan de vidatodas esas ideas "modernas". Por ejemplo: uno delos últimos entre los libros realmente "básicos", esosque exponen ideas que desde entonces han sidoaceptadas por todo el mundo, fue Psicopatología de lavida cotidiana, de Freud. Y en el prefacio, Freud nosdice que estableció la idea básica en su ensayo Sobreel mecanismo psíquico del olvido, escrito en 1898. En re-sumen: todo ello es un descubrimiento del siglo die-cinueve; otro ejemplo, entre mil, del hecho de quetodavía estamos viviendo en la época creada poraquellos gigantes de levita y barbas.

En un sentido, la tarea de aquellos de nosotrosque recogemos ahora el peso principal, en la décadade 1950, es mucho más dura que lo fue para nues-tros predecesores. En el pasado reciente, resultaba

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bastante o por lo menos, era extensamente supuestoque era bastante- ser "moderno", es decir, aceptar debuen grado las nuevas ideas y hasta con cierto entu-siasmo, aunque con cualquier grado que fuese detorpeza e incomprensión. Los poemas de Auden,con su mezcolanza de todas las ideas de moda,constituyen el perfecto documento del "modernis-mo", tanto más, cuanto que tienen, a pesar de todo,cierta calidad que les eleva del resto de lo adocenado.Como he dicho, uno podía pasar así. Y lo mismosucedió en la década de 1940, sin hacer mucho másque ser solemne y animoso. La guerra hizo imposibletodo pensamiento constructivo y, al mismo tiempo,creó una demanda de un substituto aceptable. Comoconsecuencia de eso, dicha década fue el apogeo delcharlatanismo. Todavía estamos bajo la plaga de al-gunas de las reputaciones que se formaron primera-mente en. aquellos días, aunque el Gran Curadorestá, y me alegra decirlo , comenzando ahora a reali-zar su obra.

Pero es la generación actual la que se ve cara acara con estas ideas clave de nuestra sociedad, queno puede, a esta distancia en el tiempo, progresarpor medio de una simple aceptación, y que tiene quemantenerse sirena, dueña de sí.

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¿Qué quiero decir, en detalle, con eso de "man-tenerse serena dueña de sí"? En primer lugar, recha-zar todo lo que sea tensar al por mayor y adoptaractitudes en bloque. Si una rebelión mecánica resultainútil, también es cierto que una "aceptación", sincrítica, de la época en que uno vive no es tan culpa-ble como imposible. ¿Cómo puede cualquiera decir fueacepta, o rechaza, al siglo veinte en bloque? No está dema-siado lleno de complicaciones sin solución para queeso sea posible. No sólo han actuado en forma de-sorganizada las fuerzas del cambio, dejando áreasinertes (las ciencias física han cambiado a tal puntoque ya es imposible reconocerlas, mientras el dere-cho civil ha permanecido estancado en el siglo dieci-nueve y todavía no nos es posible eliminar la pena demuerte o revolucionar el sistema penal), sino que losdistintos remansos de pensamiento moderno hanperdido, contacta unos con otros. Para exponer unejemplo, y creemos., que será válido para mil, estu-diemos nuestra actitud ante la "naturaleza", em-pleando esta palabra como todo lo contrario de lo"fabricado por el hombre" o lo "artificial". En un

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sentido, el siglo veinte es grande en lo que se refierea la naturaleza. La ciencia que dominaba en la épocade nuestros abuelos era la biología, y las metáforasen las cuales basaban todos sus pensamientos teníansu origen en el estudio de dicha ciencia. De esa ma-nera, la metáfora de la evolución dio color al pen-samiento político e histórico, y ha sobrevividoinalterable, en la mayor parte de las disciplinas, hastanuestros días. la ciencia dominante en nuestra épocaes la psicología, que tiene también sus principalesmetáforas, que han pasado ya al pensamiento popu-lar. La que ejerce mayor influencia es la idea de larepresión y el descubrimiento de capas sucesivas deconciencia, de tal modo que la visión del lego sobreel psiquiatra es la de Peer Gynt contemplando sucebolla. Detrás de esto está la creencia arquetipomoderna no es prudente entremeterse con la natu-raleza, las fuerzas instintivas avanzarían con el ciegoimpulso de un toro, y no hay más remedio queapartarse, o caer destrozado por sus cuernos. D. H.LAWRENCE, con su notable noción de ocultasfuentes de poder, es el típico profeta de este sigloveinte. Vio ese poder como surgido de un lugar fieradel alcance de la mente consciente, que todavía mo-lestarla pero no dominarla. No es exagerado decir

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que esta creencia, que resultó revolucionaria cuandoLawrence la formuló, ha tomado ahora posesión, sinoposición, de la mente colectiva. Virtualmente todosestán de acuerdo con ellas .Hasta aquí, estamos enfavor de la naturaleza. Y de la misma manera que lamente tiene que desprenderse de sus capas, el cuerpolo tiene que hacer también. En cuanto el sol brilladurante treinta minutos -y en esto incluyo hasta alaguado sol de Inglaterra- no queda un pequeño es-pacio de césped que no se llene de seres humanoscasi desnudos, extasiados, poseídos de mística ado-ración, decididas a "empaparse” de los sagrados ra-yos. ¡La naturaleza! Zambullíos en el mar, tostaos alsol, dejad que vuestros instintos se desarrollen rectosno tortuosos. Porque se desarrollarán, de una u otramanera . Hasta este punto, parecería que todos no-sotros, en civilización, pensamos unánimemente res-pecto a eso. Pero esta ocurre hasta que uno lanzauna mirada más amplia a su alrededor.

Hasta que uno observa, por ejemplo, la clase deciencia médica que ha conquistado nuestra confian-za,. Las `farmacias llenas todo el día de personas queacuden a ellas en busca de su bienestar físico - bie-nestar en la forma de paliativos para aliviar síntomasy nuestros laboratorios médicos, en los cuales las

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"investigaciones" van dirigidas a lanzar un ataquefrontal contra esos mismos síntomas. Esos lugaresson creados y mantenidos por la energía de una idea,y esa idea esta en rotunda contradicción con la ado-ración de una naturaleza benéfica. Su base teórica esque la naturaleza, demasiado débil y defectuosa paraque pueda defenderse por sí sola, esta expuesta a losasaltos de bacterias hostiles, que solamente puedenser combatidas por medio de la preparación de unamarca especial de feroces antibióticos que, comohurones, las persiguen implacablemente. Fue así queesas drogas de maravilla se han sucedido unas aotras, a intervalos de sólo unos cuantos meses, sepone a prueba una, se traga a las bacteria, los sínto-mas desaparecen, se proclama una victoria apelandoa una metáfora militar ("tal o cual enfermedad acabade ser vencida") y la naturaleza se encuentra de nue-vo en su lugar apropiado. Pero naturalmente, antesque se seque la tinta de los diarios que celebran lagran victoria. las malignas bacterias se fueron a suscasas, se vistieron con nuevos uniformes y reapare-cieron como algo nuevo: una flamante serie de sín-tomas que tienen que ser atacados y aislados. ¡Aseguir la tarea! ¡A preparar otra jaula llena de huro-nes! No hay tontería alguna aquí respecto a la natu-

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raleza de su benevolencia. Si un hombre se encuen-tra enfermo, la solución es llenarlo de alguna pro-ducción química, cuya tarea es entrar en su cuerpo yponerse a trabajar activamente. Y lo mismo vemosen la "revisión", que está tan de moda actualmente.Cada tanto tiempo uno lee en los diarios que algúnpolítico se ha internado en un sanatorio para ser so-metido a una "revisión general". Si se trata de unestadista norteamericano, lo que los médicos le en-cuentren será dado a publicidad; si es un inglés, todose ocultará muy reticentemente. Pero en ambos ca-sos ha ocurrido exactamente la misma cosa. Un es-pecialista en pulmones le ha revisado los suyos, unespecialista en hígado le observó el hígado, y un oto-rrinolaringólogo le miró los oídos, la nariz y la gar-ganta. Cuanto mayor sea la importancia delpersonaje, mas especialistas lo revisarán. Si es tanimportante como el señor Eisenhower, tendrá unespecialista en rótulas izquierdas para que le examinela rótula izquierda y otro especialista en rotulas dere-chas para que le revise su rótula derecha, si así lodesea. Estos especialistas tienen sus propias metáfo-ras dinámicas son detectives y todas las partes delcuerpo del hombre san sospechosas para ellos, sos-pechosas que tienen que ser interrogadas, examina-

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das, sopesadas y, de probarse quo son defectuosas,inmediatamente castigadas, es decir, lanzar contraellas a los hurones apropiados. La naturaleza, en estecontexto, está muy lejos de ser la figura luminosa-mente autoritaria que es en otras partes. En su as-pecto peor. es una enemiga, y en su aspecto mejoruna criatura traviesa a la cual es necesario reñir y co-rregir.

Que esto sirva como emblema de las dificultadescon que tropieza un hombre que desea rechazar, oaceptar, la época en que vivimos. Y aquí tenemoseste mate mágnum de ideas contradictorias respectoa la naturaleza. La marca distintiva del hombre delsiglo veinte, si es que tiene alguna, es su disposicióna sostener esas ideas contradictoria y simultánea-mente en su cerebro. Confía en la naturaleza cuandotoma baños de tal, o habla sobre los males de la "re-presión" (en la cual piensa, en este sentido, como sifuese una especie de superconstipación) desconfíade ella y la teme cuando acude al consultorio de sumédico para que éste le inyecte penicilina. Y la deafusión se repite en muchas otras esferas. Por ejem-plo, en lo que se refiere a los materiales. Es más ba-rato hacer una cosa con material plástico que conmadera o cuero, por lo cual el artesano más caro de-

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cide utilizar solamente los materiales naturales, y lapalabra "artificial", que en el inglés de la época isa-belina era un término de elogio, significa ahora algobarato y malo. Y tenemos el automóvil, con su tabli-lla de instrumentos de metal, pintada de modo queimita las vetas de una madera. Lo mismo que labombita eléctrica atornillada a una lámpara queadopta la forma de una vela. La tablilla es una adula-ción a la naturaleza, y la bombita una adulación a laedad y la primitiva sencillez.

Puesto que ha surgido, por fin, la palabra "primi-tiva", nos señala precisamente el punto o zona en loscuales esta confusión es de preocupación especial delartista. El primitivismo: que es el equivalente artísti-co del baño de sol y el psicoanálisis, ha dominado alas artes desde hace mucho tiempo. El abandono delmetro y la rima en la poesía, que se fijó más o menosen 1914, fue un eco del descubrimiento, por artistasvisuales:, de los méritos de la pintura en las rocas y laescultura aborigen. Pero la campaña hacia el primiti-vismo fue iniciada, y dirigida, por un impulso sofisti-cado tendiente a hallar muevas técnicas queconcordasen con las modificadas demandas delZeitdeist: un impulso que fue suficiente, por sí solo.para mantener al arte moderno extensamente apar-

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tado de lo genuinamente primitivo en otras palabras,la palmatoria eléctrica ora vez, pero ahora como unanecesidad artística e intelectual, más que como unmero capricho. (Pero el capricho deriva de la necesi-dad y corresponde, en fin de cuentas, a algo que esreal). En la música, los descubrimientos de caráctertécnico de los tres siglos pasados, fueron abandona-dos, y la nueva música repitió la mezcla de técnicaauto consciente y "libertad" altamente dirigida. Perocreo haber dicho ya bastante sobre un tópico que fueexpuesto solamente como un ejemplo. ¿Cómo puedeuno aceptar o rechazar? El único camino que quedaes conservar la cabeza.

Esto de "conservar la cabeza" puede parecerdemasiado trivial vara que se lo erija en un ideal, pe-ro la verdad es que hay épocas en las cuales resultalo más difícil que no pueda hacer, y al mismo tiempolo más valioso. Los paralelos, históricos son engaño-sos, y si digo que la época presente parece tenerademás afinidades con el período 1660-1700. noquiero decir que podemos tornar ese a cualquier otroperíodo como base para una predicción, sino que,coma ésta fue una época de avalúo y digestión. Lalucha terriblemente destructiva era un recuerdo re-ciente; lo que contaba no era la originalidad tanto

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como el pensamiento limpio. Un hecho que tiende aconfirmar mi creencia de que este avalúo, es exactoes la irritación que demuestran muchas personas deedad mediana ,cuando lo oyen. Algunas de las res-puestas más ruda que he provocado en mi carácterde crítico, se produjeron cuando, sin espíritu de dis-puta, observé que la tarea del futuro inmediato se meantojaba que tenía que ser de consolidación. En unade esas ocasiones, el señor Pritchett, entre un mar deespeculaciones respecto a los efectos culturales de laeducación libre y demás, dijo muy mordaz que "leera posible imaginar un futuro más brillante para laliteratura", Lo mismo me ocurre a mí. En esa oca-sión yo no dije que mi diagnóstico fuese brillante,sino simplemente que era exacto. Esas personassuponen siempre que decir que ha terminado unaépoca de experimentación implica que dicha épocase ha convertido en nada..

Mientras que el problema de lo que tenemos quehacer con una masa de material nuevo puede ser tanurgente y tan importante como el problema inicial decómo acumular este material.

De acuerdo con lo que se me ha solicitado se su-pone que yo debo decir alga, en este ensayo, sobremi propia obra y cómo surge de la forma en que yo

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veo las cosas. La tarea es tanto más fácil, porque enel momento en que escribo esto se ha publicadomuy poco de mi obra y una buena parte de lo que seha editado no atrajo mayormente la atención. Miprimera novela, Baja Pronto, ha sido incorporada a laobra de los Jóvenes Irritados; mis poemas han sidoconsiderados como prueba del nuevo conservado-rismo literario y el nuevo tradicionalismo; mis críti-cas se supone que muestran, el nuevo academicismo"Redbrick", frente al antiguo academicismo fructífe-ro que ha sido popular tanto tiempo. Ninguna deesas apreciaciones es otra cosa que una caricatura,aunque la caricatura brinda valiosa evidencia res-pecto a la naturaleza de la mente del grupo.

Todos los artistas que no se ven a sí mismos co-mo simples entretenedores están empeñados ahoraen tratar de hallar la solución de los problemas a losque tiene que hacer frente la sociedad en que ellosviven. Y el artista no puede abocarse al estudio ysolución de un problema, en su arte, a no ser que eseproblema se haya adentrado en su propia vida. Pue-de indicarlo, en forma objetiva y crítica, escribiendoartículos y demás, pero el arte es un asunto que in-volucra al hombre en su totalidad y el hombre, en sutotalidad, no puede responder a cosa alguna que no

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haya vivido plenamente. En consecuencia Observatu corazón y escribe" sigue siendo todavía el princi-pal adagio, aun cuando no significa que todo lo quetiene que hacer un escritor es tener y derramar "sin-ceridad", es decir llevar el corazón al descubierto. Unartista sólo puede tener un principio, tratar cualquiercosa que le parezca que se presenta insistentementepara ser tratada, en el período de vida vivido por él,en el rincón de historia y geografía que él habita. Asícuando escribí Baja Pronto, el problema principal quehabía presentado en mi propia existencia era el pro-blema del joven, o sea cómo adaptarse a la "vida", enel sentido .de una orden fuera de sí mismo, que yaestaba allí cuando él aparecía en escena y que no es-taba necesariamente dispuesto a recibirlo con agra-do. El todo está complicado por el hecho de que ennuestra civilización existe una escisión todavía nocicatrizada entre el sistema educativo y las suposi-ciones que en realidad subrayan nuestra vida diaria.Gastamos una gran cantidad de dinero, tanto comoindividuos y en publicidad para enseñar a los jóvenesa apreciar las obras maestras de la literatura y la pin-tura; mantenemos profesores para que les den con-ferencias sobre filosofía y otros temas de alto vuelo.Y luego lanzamos a esos jóvenes al mundo, un mun-

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do que no aprecia en nada esas cosas, un mundo cu-ya máxima operativa es: "No respetes o tengas encuenta nada que no sea los poderes y posesionesmateriales". El shock de esa comprobación es siem-pre muy doloroso y la mejor obra que puede llevar aefecto un maestro es hacerlo todavía más doloroso,en lugar de mitigarlo. En este sentido, debo declararque yo tuve una vida excepcionalmente protegida.Pasé directamente de una universidad en la cual es-taba aprendiendo, a otra en la cual mi tarea era ense-ñar; pero esto sólo exacerbó la sensación deculpabilidad que yo experimentaba sobre la cuestión.Así, como resultado natural, escribí una novela sobreun hombre a quien se había dado el tratamiento edu-cacional, lanzándolo después al mundo, y agregando,por si acaso y en consideración al realismo, otro ra-cimo de problemas referentes a la desaparición de laantigua burguesía, en cuyo seno se suponía que elprotagonista había sido criado. (Los cronistas loconsideraron como un típico muchacho becado, pe-ro esa noción fue originada, no por el libro, sino porla atmósfera circundante.) Agregué un condimentode problemas referentes a mujeres, y la cosa estuvocompleta. Cuando la mezcla fui bien revuelta y coci-nada, el hecho central que surgió fue un punto moral

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algo que se relacionaba con la naturaleza de la bon-dad- pero nadie vio eso más que yo, por lo cual novale la pena de discutirlo aquí. En bosquejo, el libroera completamente convencional; su punto de parti-da podría haber sido aquella escena de Antic Hay enla cual Gumbril, después de renunciar a su puesto demaestro llega a su casa y hace frente a su padre.

"Bien, bien", dijo Gumbril padre, sentándoseotra vez. "Debo decir que no me sorprende. Lo úni-co que me sorprende es hayas tolerado todo eso, nosiendo un pedagogo nato, durante tanto tiempo. Yno puedo imaginar qué fue lo que te indujo a con-vertirte en maestro.”

. . . "¿Y qué otra cosa querías que hiciese?" pre-guntó Gumbrill hijo, mientras arrimaba una silla a lachimenea. "Tú me diste una educación pedagógica, ydespués te lavaste las manos respecto a mi porve-nir.”

Treinta años separan a Antic Hay de Baja Pronto,pero la situación del joven no ha cambiado; todavíatiene que salir del punto de partida mencionado: "Túme diste una educación pedagógica, y después te la-vaste las manos respecto a mi porvenir". Porquecualquiera educación en el mundo al cual hemosmudado, es una "educación pedagógica"; su única

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aplicación directa tiene que ser perpetuarse a sí mis-ma, por- medio de la entrega del mismo material aotra generación. No puede volverse hacia afuera, almundo en general, porque ese mundo la rechaza.Esta tarea era, en resumen, la situación a la que yohabía enfrentado en mi propia vida y, por consi-guiente, fue sobre eso que escribí. Baja Pronto fueseguida por una novela que escribí con la intenciónde que fuese constructiva, y de atacar a la desespera-ción de moda y al nihilismo.

El protagonista decide suicidarse en la. primerapágina, y en la última mira hacia atrás y se preguntacómo pudo estar tan equivocado; la vida interviene yle da las necesarias lecciones.

El fracaso de este libro fue tan espectacular quedebo suponer que todos lo encontraron realmenteimposible de leer. Lo cierto es que muy pocos de lascomentarios que mereció fueron de utilidad algunapara mí, porque todos ellos parecían ser escrito porpersonas que no habían pasado, en su lectura, de laprimera página, o que, cuando mucho, habían leídodiez.

Un periodista atacó recientemente a esa obra cla-sificándola de histérica", porque ofrecía el retrato deun hombre joven contemporáneo, desesperado, de-

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cadente y lacerados de sus propias carnes, etc. Éstecrítico debió aclarar que comentaba el primer capí-tulo solamente y que por él juzgaba todo el libro,procedimiento que, de ser adoptado universalmente,revolucionaría a la crítica. No hay nada que unopueda hacer sobre esto, como no sea admitir que ellibio fracasó en su misión de conquistar un audito-rio, y dejar el asunto así.

Respecto al porvenir, todo cuanto puedo haceres seguir intentando el estudio de la vida contempo-ránea y sus problemas, conforme éstos se me vanpresentando, y hacerlo tratando de darles una expre-sión literaria adecuada, antes que pretender su solu-ción. Un escritor compone sus libre sobre la base desu ignorancia y sus desatinos, tanto como sobre labase de sus conocimientos y sabiduría. El Rey Learversa tanto sobre lo que Shakespeare no sabía comosobre lo que sabía, y por eso mismo es más huma-no. En lo que se refiere a las novelas, supongo quetrataré de tomar esos problemas en racimos, másbien que uno por uno. Los problema no se producenaislados, sino que aparecen en el contexto de otrosproblemas. Por ejemplo: he completado una novelatitulada The Contenders (Los Contendores), que apare-cerá en este año de 1958 y que intenta tratar el pro-

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blema de: a) la ambición material como poder co-rruptor; b) la rivalidad como lo mismo; c) si las rela-ciones personales o el "trabajo", en el sentido quedio Carlyle, constituyen los mejores cimientos de unavida; d) las virtudes metropolitanas frente a las pro-vincianas, o sea, "estar en contacto", frente a "unadecidida independencia". He tratado de no escribir ellibro como una tesis árida, sino permitiendo que to-das esos problemas surjan espontáneos del interjue-go de temía y personaje, y atraer hacia ellos cualesquiera otros problemas que pudieran presentarse "enroute". La novela es una forma muy útil para estaclase de tratamiento, se presta al lento desenvolvi-miento de un puñado de temas, y da, tanto al escri-tor como al lector, el tiempo necesario para darsevuelta. Supongo que Lawrence quería decir algo porel estilo cuando expresó que si Hamlet hubiese hechouna novela, no habría sido tan misteriosa. Se podríahaber proporcionado una mayor aclaración en losdetalles.

Otras formas, en especial la poesía, se me anto-jan útiles para tratar los problemas emocionales ymorales en el punto de una crisis. da clase de poemacorto y comprimido que yo escribo tiende a presen-tar su tema con la brusquedad de los repentinos

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"shocks" que uno sufre en la vida. También elcuento puede obrar en forma parecida, al aprovecharel momento de ebullición de una cosa y confiar en lasugestión para exponerlo que está antes y después deese momento. Sin embargo, hay muchas clases depoemas y cuentos y no quiero que se tenga la impre-sión de que no deseo intentar, en cualquier mo-mento, algo que sea totalmente distinto de lo que hebosquejado aquí.

De cualquier forma, el equipo básico de cual-quier artista es: I) sentir interés por los detalles técni-cos de su arte y, II) estar dispuesto a responder a lavida que le rodea: lo que el doctor Leavis llama "unareverente franqueza hacia la experiencia"; y ese dobleequipo confío y creo poseer. El resto es, más quenada, una cuestión de suerte.

Ya que me he referido a la "suerte", debo insertaruna calificación, ya que de lo contrario haré que labrigada de los” Paja en el cabello" y el "maná delcielo" piensen que me estoy inclinando a su bando.En las artes (¿como tal vez en la vida?) la "suerte" seentrega a aquellos que se ponen en su camino; elpájaro de la inspiración se posará sobre vuestrohombro con tanta mayor buena voluntad, si vuestrohombro está limpio y lo ponéis en la posición más

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favorable. Esa es la importancia del expuesto másarriba: un interés por el aspecto técnico del arte deuno. No es posible concebir amor por el alma de laliteratura, sin amar también su cuerpo. En el mo-mento de escribir estas líneas (aunque tal vez ello nosea aplicable en el momento en que el libro salga a lacalle) el problema técnico que con mayor insistenciase hace presente en mi mente es el de la tragicome-dia. En mis primeras dos novelas ,realicé un intentomás o menos serio de presentar problemas 'impor-tantes por medio de la comedia amplia, por no de-cirla farsa lisa y llana. No traté de introducir maticesdelicados entre uno y otro estado de ánimo; por elcontrario, fue la violenta yuxtaposición la que creó elefecto, en lo que a mí se refiere. Pensé que la justifi-cación de este método era el realismo: la "vida" esnotoriamente así, mezclándose siempre en ella logrotescamente cómico con lo sombrío o hasta trági-co. No estoy arrepentido de haber realizado esos dosintentos, pero en el futuro quiero alcanzar más uncompuesto que una mezcla de elementos. Todavíasigo creyendo que la novela ,para que obtenga unasuficiente amplitud de vida, necesita lo cómico tantocomo los ingredientes sombríos, pero me siento ca-da vez más inclinado a dudar de que el arte pueda

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permitirse el lujo de imitar a la vida de modo tan di-recto. El hecho de que la experiencia cruda nos lle-gue en lotes sin discriminación, no significa quecuando nos ponemos a interpretarla imaginativa-mente, tengamos que mantenerla sumida siempre enla misma confusión. Claro que esa necesidad de latragicomedia ha sido reconocida siempre; uno podríaextraer un buen plan de trabajo basándolo en las pa-labras del doctor Johnson:

"Las obras de Shakespeare no son, en el sentidoriguroso y crítico, ni tragedias ni comedias, sinocomposiciones de una clase distinta, que exhiben elverdadero estarlo de la naturaleza sublimar o terres-tre que participa a la vez de lo bueno y lo malo, de laalegría y la tristeza, mezclados con una interminablevariedad de proporción e innumerables modos decombinación, y que expresan el curso del mundo, enel cual la pérdida de unos significa la ganancia paraotros y en el que, al mismo tiempo, el hombre cala-vera corre a su vino y el doliente sepulta a su amigo;en el que la malignidad de unes es derrotada algunasveces por la alegría de otros, y en el que se cometenmuchas maldades y se obstruyen muchas bondades,sin designio alguno".

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No me es posible idear una resonante peroraciónpara poner fin a este ensayo; pero sí sé que la mejoresperanza de una significativa y valiosa literatura ra-dica en que, aquellos que han elegido el oficio deescritores deberán hacer todo lo posible, y pensar en sulabor como una cosa mas seria, sin sentir temor al-guno al comprender que toman su cometido muy enserio. Una de las plagas de la vida moderna es que unhombre literario tiene un cierto estado o posición;vale la pena adquirir una reputación como escritor, sinuestros fines son sociales o aun pecuniarios. Esareputación puede ser utilizada como un instrumentopara fomentar toda clase de ambiciones que no tie-nen nada que ver con la literatura, con cl estado denuestra civilización, ni con cosa alguna que no sea elpropio avance personal del escritor. En estos mo-mentos, el mundo literario está muy conveniente-mente organizado para ese propósito; las revistas"inteligentes", que deberían estar desempeñando unimportante papel en la diseminación de ideas, sonutilizadas, con demasiada frecuencia, simplementecomo un escenario en el cual el último candidato aconquistar la atención del público puede exponertodo el repertorio de sus .juegos de manos. Lo malode esto no es simplemente que lleguen a alcanzar el

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éxito material personas que en realidad no lo mere-cen; eso no importa y, por otra parte, habrá de suce-der siempre. Eso de "avanzar" no tiene importancia.El peligro es que cuando todos los libros son co-mentados por algún charlatán cuya única preocupa-ción es dejar en el lector una impresión de suingenio, su personalidad, su elegante estilo, y cuandotodas las revistas son editadas por personas cuyo úni-co propósito es mantener intacta la red de relacionessociales y políticas que ha permitido su propia subidaa una posición de poder ;en resumen, cuando todoobjetivo legítimo está sumergido en un afán generalde posesionarse de las ciruelas y la seguridad, enton-ces la vida intelectual del país se habrá paralizada. Laúnica esperanza está en que la gente, esa gente co-mún, quo no escribe, no lo tolere; que al flaneur quetrate de obtener el éxito a base de "estilo" e "inge-nio", se le exija decididamente que presente sus cre-denciales; que se exija al crítico que jamás arriesga unjuicio personal, y se limita a repetir las valuacionesque circulan en la esfera en que se mueva que hablepor y su cuenta de cuando en cuando. Y tal vez, fi-nalmente -aunque reconozco que esto es una utopía-se tornará convencional medir el valor de un hombre

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por sus conquistas sólidas, en lugar de su picardía ysu exhibicionismo.

Todo esto tiene importancia porque .la vida civi-lizada depende de cierta cantidad de discriminación,que proporciona el clima en el cual puede ser vista yalentada excelencia. Y esto es lo que un hombre detalento creador tiene derecho a exigir a la sociedaden que vive es un derecho, no un lujo. El trabajo ima-ginativo es difícil, agotador, siempre solitario y fre-cuentemente angustioso. No me es posible concebircomo cualquier sociedad puede tener el valor de pe-dirle a un artista que se someta al suplicio de crear, ano ser que esté dispuesta a ayudarle por miedo de unesfuerzo de discriminación. A esto se debe que yohaya machacado tanto sobre este punto: el de "con-servar la cabeza", el de tener equilibrio y concienciacrítica. La faz actual de la historia encuentra a la hu-manidad occidental en la posición de un equilibristainexperto caminando por la cuerda floja, que ha co-menzado su avance con un enorme impulso y ahorase ve detenido, con un mar de cabezas vueltas haciaél allá abajo, mientras le falta todavía por recorrer lamitad de la cuerda. A eso se debe también que nopodemos permitirnos el lujo de torrar el charlata-nismo; y que los jóvenes tengan que continuar igno-

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rando a sus mayores que se burlan de ellos por sercautelosos, por obrar a medias, por no tener "pa-sión" o por estar embanderados. Algunos de mi ge-neración han caído en esa trampa y, a su vez, se hanlanzado a propiciar una ciega corrida a lo largo deltrozo de cuerda que falta por andar. Creo que tene-mos que reunir el valor suficiente para seguir ade-lante paso a paso; y eso significa tener el valor dedecir ¡No! a nuestros imbéciles, por mucha influen-cia o importancia que tengan.