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INTRODUCCIÓN A LA TERCERA VÍA DE TOMÁS DE AQUINO: TEMAS, CONTEXTUALIZACIÓN Y FORMULACIONES Alumno: Unai Buil Zamorano Profesor: Jaime Nubiola Asignatura: Trabajo de Fin de Grado Directores de TFG: Ángel Luis González () y Agustín Echavarría Titulación: Grado de Filosofía Curso académico: 2015/2016

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INTRODUCCIÓN A LA TERCERA VÍA

DE TOMÁS DE AQUINO: TEMAS,

CONTEXTUALIZACIÓN Y

FORMULACIONES

Alumno: Unai Buil Zamorano

Profesor: Jaime Nubiola

Asignatura: Trabajo de Fin de Grado

Directores de TFG: Ángel Luis González (†) y Agustín Echavarría

Titulación: Grado de Filosofía

Curso académico: 2015/2016

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ÍNDICE

Introducción .................................................................................................................................. 5

Marco teórico general de la Tercera Vía ....................................................................................... 9

Análisis de las principales formulaciones de la Tercera Vía ....................................................... 21

Conclusiones: la metafísica del acto de ser de Tomás de Aquino como trasfondo interpretativo de

la Tercera Vía .............................................................................................................................. 43

Bibliografía ................................................................................................................................. 55

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INTRODUCCIÓN

El tema de las relaciones entre necesidad, posibilidad, contingencia y libertad ha

sido una constante a lo largo de toda la historia de la filosofía. En efecto, en la época

moderna y contemporánea parece ser que este tema ha cobrado especial fuerza y asumido

singular relevancia en las obras de filósofos tales como Leibniz o Kant y su tratamiento

de la modalidad. Sin embargo, ya algo antes que ellos, autores españoles de gran

influencia internacional de la talla intelectual de Francisco Suárez supusieron un hito en

lo que se refiere a la transformación moderna en clave esencialista de las relaciones entre

necesidad y contingencia, especialmente en lo que respecta a su tratamiento

específicamente metafísico.

En cualquier caso, como se ha dicho, la historia de las relaciones entre necesidad,

contingencia, posibilidad y libertad arranca de mucho más antiguo. De hecho, ya en los

albores de la historia de la filosofía, en la Grecia arcaica y clásica, los autores

presocráticos y posteriormente los clásicos (Platón y Aristóteles) ofrecieron sus propias

versiones de los lazos que unían estas nociones ya referidas. Entre estos autores,

Aristóteles es especialmente reseñable tanto por su importancia intrínseca como por la

influencia de la que gozaría posteriormente en la Edad Media en filósofos tales como

Avicena, Averroes y, por supuesto, el propio Alberto Magno. Empero, es en Tomás de

Aquino en quien se centra la propuesta contenida en estas páginas; más en concreto, se

trata de saber qué significado adoptan las nociones de ‘necesidad’ y ‘contingencia’ en el

pensamiento del Aquinate. Vehicular esta búsqueda es tarea ardua, puesto que la

producción filosófico-teológica de Tomás de Aquino es vastísima. Por ello, para

encaminar mejor esta investigación, elegiré como criterio metodológico-guía el proceder

a la selección de textos del Corpus Thomisticum que traten este asunto según digan

relación a la temática de la Tercera Vía de Santo Tomás de Aquino para probar la

existencia de Dios. Es decir: para concretar y focalizar mejor la investigación, escogeré

los textos y pasajes más relevantes de la obra de Tomás de Aquino según estos tengan

que ver directamente con el esfuerzo probativo por esclarecer racionalmente la existencia

de un Ser Necesario. En efecto, la conocida como Tercera Vía de Tomás de Aquino es un

camino demostrativo de la existencia de Dios cuyo punto de partida es la posibilidad y la

necesidad y cuyo puerto de llegada es la existencia de un Ser Necesario.

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Aunque la Tercera Vía, propiamente hablando, está recogida en la Summa

Theologiae (I, q.2, a.3), los pasajes paralelos que siguen un esquema semejante pueden

ser hallados en múltiples lugares de la obra de Tomás de Aquino. Naturalmente, la

dificultad estriba en perfilar bien el significado de las nociones de ‘posibilidad’,

‘contingencia’ y ‘necesidad’ en el contexto y marco del Corpus Thomisticum. No en

vano, ni Tomás de Aquino es Suárez ni éste es Leibniz; hay entre ellos tanto distancia

cronológica como distancia conceptual. Por tanto, se requiere un esfuerzo hermenéutico

para distinguir bien la terminología utilizada así como los conceptos. De una buena praxis

hermenéutica depende que seamos capaces de alcanzar una correcta interpretación de lo

que significan en Tomás de Aquino las arriba mencionadas nociones que, como se ha

enfatizado, sufrieron una transformación en la Modernidad. Asimismo, una correcta

interpretación del significado de contingencia y necesidad en Tomás de Aquino implica

saber distinguir cronológicamente sus diferentes obras y tener en cuenta su evolución

léxico-conceptual interna.

En estrecha relación con el tema de la contingencia y la necesidad está la cuestión

de la temporalidad. En este sentido, para ilustrar la postura de Tomás de Aquino al

respecto (y su diferencia con Suárez y sus epígonos modernos) es especialmente

relevante el pasaje I, c.15 de la Summa Contra Gentiles, que, de hecho, es considerado

por muchos autores como el lugar por excelencia de la Tercera Vía.

En lo que respecta a la bibliografía y a pesar de que ha pasado ya más de medio

siglo, la obra de referencia en el tratamiento de esta cuestión es Necessité et contingence

chez saint Thomas d’Aquin et chez ses prédécesseurs, de Guy Jalbert. En este libro,

Jalbert dedica una parte a delimitar el significado que las nociones de contingencia y

necesidad tenían antes de Tomás de Aquino y a establecer el sentido que estas nociones

adoptaron en el Corpus Thomisticum. Se utilizará este libro para buscar los textos de la

obra de Santo Tomás referidos a la necesidad y la contingencia.

Así, el presente Trabajo de Fin de Grado (TFG) se presenta como una

introducción general a la temática y formulaciones de la Tercera Vía en Tomás de

Aquino. El esquema de mi TFG se ha confeccionado en paralelo al del libro Ser y

Participación, del profesor Ángel Luis González, recientemente fallecido. Así pues, por

un lado, contextualizaré la Tercera Vía en su ámbito metafísico correspondiente (la

filosofía del ser dominante en la obra de Tomás de Aquino) y la contrastaré con su

transformación en el pensamiento moderno, que es el ámbito de interpretación habitual y

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hegemónico de las nociones de necesidad y contingencia. Éste será el capítulo de las

conclusiones. Y, de igual modo, analizaré los loci más importantes de la Tercera Vía

dentro del Corpus de Tomás de Aquino. En el apartado de “Fuentes”, dentro de la

Bibliografía, indico la mayor parte de lugares en los que Tomás de Aquino trata de la

necesidad y la contingencia; sin embargo, sólo unos pocos de ellos dicen relación a la

Tercera Vía. De ellos, únicamente seleccionaré algunos, pues el objetivo es dar razón del

proceder general de Tomás de Aquino. En estos pasajes, estudiaré qué pasos sigue el

Doctor Angélico en su demostración de la existencia de Dios. Por último, el análisis de

las vías escogidas se verá preludiado por un apartado en el que se sitúe de modo general

el marco teórico de la Tercera Vía, aquello que está supuesto en todas las formulaciones.

En suma: en un contexto social e histórico (el actual) en el que las cuestiones

referidas a temas tales como el progreso y a la libertad gozan de un especial estatuto de

importancia, saber el significado que asumieron nociones como éstas y otras

emparentadas con ellas es de suma importancia; en efecto, el saber histórico acerca de

estos conceptos no sólo ofrece un catálogo erudito de datos sobre una época determinada

de la filosofía, sino que permite entrever la manera como autores de otros tiempos han

concebido ideas universales en su particular entorno histórico. Asimismo, un justo

esclarecimiento del significado preciso de estos conceptos (en este caso en Tomás de

Aquino) nos ayudará a entender mejor el modo como, en nuestros días, se entienden estas

ideas así como el decurso histórico por el que han llegado a adquirir ese particular matiz

diferenciador característico de la contemporaneidad.

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MARCO TEÓRICO GENERAL DE LA TERCERA VÍA

“La investigación o exploración de la existencia de Dios es uno de los

signos más claros de la vida intelectual. De hecho, históricamente, todos los

filósofos han afrontado de un modo u otro el problema de Dios. No ha

existido un solo filósofo que no haya escrito sobre Dios, incluso los que con

sus principios filosóficos pretenden no dejarle lugar, desplazarle, negarle”1.

Tomás de Aquino, evidentemente, no es una excepción a la regla expresada en la

cita que abre esta sección: también él se encarga de abordar el tema de Dios en su

producción filosófica; y no sólo eso, sino que Dios es el principio motor de sus

especulaciones filosóficas y, también, la cumbre a la que se dirigen todos sus esfuerzos

intelectuales. Como afirma Ángel Luis González,

“Muchos son los pasajes en que Santo Tomás trata el tema de la demostración de

la existencia de Dios a lo largo de todas sus obras. Ciertamente no podría ser de otro

modo, por cuanto todo lo que realizaba en el terreno especulativo de una manera o de otra

tenía como telón de fondo el reconocimiento de Dios”2.

En el caso de la demostración de la existencia de Dios, hay que tener presente que

el intento probativo del Aquinate no es ni ético, ni antropológico, ni lógico, ni modal, ni

ontológico-modal, ni psicológico; es metafísico. Ciertamente, el intento demostrativo de

otros autores como San Anselmo, Descartes o Leibniz es, igualmente, metafísico. Sin

embargo, la diferencia con las pruebas de Santo Tomás radica en que éste no trata la

existencia como algo, en última instancia, privativo de Dios, sino como rasgo primordial

de todo ente que realmente sea tal: al ente finito el ser o la existencia no le son adjuntados

artificialmente, sino constitutivamente en su propia esencia. La existencia del Ser

Necesario no se basa en la auto posición existencial de la esencia o en la imposibilidad

lógica de su no-existencia; antes bien, se basa en la plenitud del ser.

Los entes que no son el Ser Necesario no son menos existentes, sino menos reales.

No se trata de que el resto de los seres posean la perfección de la existencia como simple

1 Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación. 3ªed., EUNSA, Pamplona, 2001, p. 16. 2Cfr. Á.L. GONZÁLEZ, Ser y participación, p. 27.

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posibilidad de que ésta les sea adjuntada (al margen de si poseen la perfección del esse);

antes bien, poseen la existencia según un grado de ser que, limitado, les ha sido otorgado

en la Creación. La donación del esse no es, para Santo Tomás, como sí para el

pensamiento esencialista, asunto baladí. En efecto, para Tomás de Aquino, la perfección

no es la existencia, el existir, sino el esse. La Creación no es un dato prescindible; así, los

grados de necesidad de la existencia de los entes así como su perfección ontológica se

basan en el poder de su ser (perfección de ser), no en su poder-ser (esencia).

Es decir: la peculiaridad metafísica de la filosofía del ser de Santo Tomás de

Aquino es que, para llegar a la existencia radical (la divina), se parte de la existencia

natural, externa, sensible y, arrancando de ella, se obtiene lo que de ella, metafísicamente,

causalmente, se sigue. Para acceder a la existencia sensible, asimismo, el recurso

gnoseológico de Santo Tomás es partir del conocimiento que nos proporcionan los

sentidos. Sólo así se puede llegar a captar posteriormente, por reflexión metafísica, la

intensidad del actus essendi:

“El punto de partida de todo conocimiento es la experiencia. Y lo primero que

manifiesta la experiencia de la realidad que me envuelve (también yo estoy incluido en esa

realidad) es que las cosas son”3.

En el fondo, sólo partiendo de la experiencia se puede dar razón del ente y del

ente supremo, Dios:

“El ente es lo primero que se encuentra en el principio del conocimiento

intelectual, y ello tanto en el conocimiento espontáneo y el científico en general como en el

metafísico […] el ente es lo primero que capta la inteligencia, es lo primero conocido, en lo

que todos los demás conocimientos se resuelven”4.

En efecto, es la experiencia la que nos permite darnos cuenta de que el ser es de

otra manera que como mero objeto pensado. El contacto del conocimiento humano con lo

real tiene lugar gracias a la experiencia sensible, antes que a la razón. Ésa es la opinión de

Gilson (sobre la que se abundará más adelante): antes que en el juicio, el contacto con lo

real tiene lugar gracias a la experiencia sensible. La experiencia sensible nos revela que el

ser y su carácter de real son algo más que lo que aparece en el juicio; dicho de otro modo:

la experiencia sensible no nos revela lo que el ser es, pero nos deja entrever que es de

distinto modo que como mero objeto pensado.

3 Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, p. 204. 4 Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, p. 204.

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Dicho lo anterior, considérese lo siguiente: las cinco vías de Tomás de Aquino son

intentos racionales de demostración de la existencia de Dios que tienen como punto de

partida el mundo sensible y nuestro conocimiento de él y que se dirigen, como puerto de

llegada, a Dios. El punto de partida es empírico; a través de la causalidad, la reflexión

metafísica desde ese punto de partida nos permite llegar a la fuente de la realidad: Dios.

En el caso de la Tercera Vía, se parte de lo posible y lo necesario en la naturaleza y se

llega a Dios como Ser Necesario. Según Argüello,

“Para Tomás de Aquino la fuente de la división fundamental de los sentidos del ser

posible es el capítulo 12 del libro […V] de la Metafísica de Aristóteles: ‘diciéndose, pues,

el poder en orden al ser, así como se dice ente no sólo lo que está en la naturaleza de las

cosas, sino [también] conforme a la composición, en cuanto en ella reside lo verdadero o lo

falso; de tal modo, lo posible y lo imposible se dicen no sólo a causa de la potencia o

impotencia de la cosa, sino [también] a causa de la verdad y falsedad de la composición o

división en las proposiciones’. Siguiendo a Aristóteles, Tomás establece que todas las

variaciones semánticas del ser posible se reconducen a estas dos: posibilidad conforme a

alguna potencia (secundum aliquam potentiam), usualmente denominada como ‘real’; y

posibilidad lógica, proposicional, veritativa (non secundum aliquam potentiam). Éste es el

marco desde el cual Santo Tomás parte en su especulación sobre el ser posible. Y […] en el

correcto entendimiento de la relación entre posibilidad lógica y posibilidad real se juega la

comprensión de lo que es ser posible según el Aquinate”5.

Pues bien: la anterior cita, aunque es ciertamente relevante en lo que respecta a

perfilar los rasgos del ser posible y subrayar la importancia de la potencia real, no es del

todo pertinente en lo que toca a la ‘posibilidad’ (y ‘necesidad’) de la que habla la Tercera

Vía:

“Posible no se emplea aquí en el sentido de lo que no es, pero puede ser, es decir,

como el objeto propio de una determinada potencia activa, sino en el sentido de lo que

puede ser y no ser. A este último se le denomina contingente. Necesario, en cambio, es lo

que no puede ser de otro modo, o mejor, lo que no puede no ser”6.

O, por expresarlo siguiendo a Owens7:

“El proceder esencial de la vía tomada como un todo no es de lo posible a lo

necesario sino más bien de una combinación de ambos a la existencia del Dios de la

Revelación cristiana. En consecuencia, la vía no hace a Dios coextensivo de la necesidad, ni

a los seres finitos coextensivos de lo posible. Antes bien, se combina ambos, lo contingente

5 Cfr. S. ARGÜELLO MONTENEGRO, Posibilidad y principio de plenitud en Tomás de Aquino, 1ªed.,

EUNSA, Pamplona, 2005, pp. 36-37. 6 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, 3ªed., EUNSA, Pamplona, 1995, p. 133. 7 Cfr. J. O. OWENS, “‘Quandoque’ and ‘aliquando’ in Aquinas’ ‘tertia via’”, The New Scholasticism, 54,

1980, p. 451.Traducción propia.

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y lo necesario, como se observa en las cosas, en una fórmula para razonar la última causa

de ambos”.

‘Posible’ y ‘necesario’ se hayan, en distintos niveles, en situación de síntesis

compositiva: no hay nada tan ‘posible’ que no tenga algo de ‘necesario’ ni nada tan

‘necesario’ que no tenga algo de ‘posible’. El aspecto externo de esta síntesis, es decir, lo

que consta al sentido, es una limitación en la duración. Así, pues,

“para poder investigar la naturaleza del ser inmóvil, metafísico, para acceder al

propiamente divino, según el proceder aristotélico (que el Aquinate no pierde de vista)

primero ha de estudiarse el ser móvil, físico o propiamente terreno. En nuestro caso, ‘la

potencia y el acto que están en las cosas móviles’ […] no es casualidad que el nombre de

acto se haya originado a partir del movimiento, ya que éste es el acto más notorio, aunque,

asimismo, el más vulgar de todos, el de menor calidad ontológica” 8.

En el caso de la Tercera Vía, la potencia y el acto no se estudian en tanto que

inherentes constitutivamente en un ente móvil, sino en tanto que la existencia de este ente

móvil se desarrolla temporalmente como surgente de ese estatuto ontológico

caracterizado, precisamente, por la mezcla de potencia y acto. De suerte que, hay que

insistir, el acento recae en la duración (y más concretamente, en su limitación) es decir,

en las consecuencias metafísicas que, en el desarrollo existencial del ente creado, tiene la

recepción finita del ser en una esencia débilmente sustancializada por la forma.

Paralelamente, el punto de llegada de la Tercera Vía no es el Motor Inmóvil9, sino la

inmanencia de su inmutabilidad: su eternidad10, su plena sustancialidad. El punto de

partida no es el ente móvil sino su duración, limitada11. En otras palabras: la Tercera Vía

no es la primera. Una formulación parcial de la Tercera Vía en la Suma contra Gentiles lo

expresa claramente:

“Todo lo que alguna vez es y alguna vez no es, tiene alguna causa, pues nada pasa por sí

mismo del no ser al ser, porque lo que aún no es no obra. Mas la vida divina, lo mismo que el

8 Cfr. S. ARGÜELLO MONTENEGRO, Posibilidad y principio de plenitud en Tomás de Aquino […], pp.40-41 9 Es la primera vía la que llega a Dios como Motor Inmóvil. Siguiendo a Aristóteles, “tiene que haber

alguna entidad eterna inmóvil. En efecto, las entidades son las primeras de las cosas que son, y si todas

ellas fueran corruptibles, todas las cosas serían corruptibles. Ahora bien, es imposible que se generen o

destruyan ni el movimiento (pues existe desde siempre) ni el tiempo, ya que no podrían existir el antes y el

después si no hubiera tiempo. Y ciertamente, el movimiento es continuo como el tiempo, pues éste o es lo

mismo o es una afección del movimiento”, cfr. Metafísica, XII, 6; en efecto, “hay cierta entidad eterna e

inmóvil y separada de las cosas sensibles”, cfr. Metafísica, XII, 7. 10 “Y en él hay vida, pues la actividad del entendimiento es vida y él se identifica con tal actividad. Y su

actividad es, en sí misma, vida perfecta […] eterno y perfecto. Así pues, a Dios corresponde vivir una vida

continua y eterna. Esto es, pues, Dios”, cfr. Metafísica, XII, 7. 11 Cfr. Á. GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Tratado de Metafísica: Teología natural, 2ªed., Gredos, Madrid, 1986, p.

543.

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ser divino, no tiene causa alguna. Luego no es alguna vez viviente y alguna vez no viviente,

sino que siempre vive. Luego su vida es sempiterna”12.

La precedencia de la existencia y el subsiguiente enjuiciamiento de la no-

contradicción de la realidad son las piedras angulares de la metafísica tomista de

demostración de la existencia de Dios. Ello implica admitir que, dada la Creación, la

existencia de cosas necesarias y contingentes es necesaria: es necesario que exista lo no

necesario13, es decir, lo que está abierto a modos de ser opuestos, lo que puede ser de otra

manera. Ésa es una división esencial del ente14. Apelar a la sustancia como ámbito

explicativo de la Tercera Vía es inexcusable.

En efecto, no es posible que haya realidades propias (sujetos) sin sustancia. “Lo

posible” en general se basa en esta trascendentalidad mínima de la sustancia

(trascendentalidad que es, en último análisis, la subsistencia del Ser). En efecto: la

sustancia no está sometida al tiempo de modo absoluto sino resguardada de él en su

núcleo íntimo porque la posibilidad del tiempo no puede darse sin un mínimo de

contenido extra temporal, metafísico, necesario; no existe el “tiempo puro” o la “materia

pura”15. Este contenido mínimo es, justamente, la sustancia. Ahora bien, el elemento que

permite la posibilidad de la sustancia (que, en el mundo que percibimos, es categorial,

sujetualizada y diversa) es el ser; es el ser el que posibilita la síntesis judicativa de sujeto

y categoría, de sujeto potencial y esencial actual y dictamina que este enlace judicativo es

la sustancia. Puede haber dudas en decir qué es algo pero no puede haber dudas en saber

que, sea lo que sea, ese algo es lo que es y no es lo que no es. Ha de haber sujetos y ha de

haber determinaciones.

De esta manera, la realidad exterior, de suyo, aunque es como es, no es como es de

por sí sino debido a la constricción determinativa de unas categorías. En efecto, la

inteligencia humana advierte la contingencia que, en acto, no está presente en la realidad

tal y como consta al sentido, puesto que, en la realidad, las cosas sólo pueden ser como

son. Sin embargo, la facultad intelectiva humana (que es la que capta la necesidad)

advierte que aunque las cosas son, en el tiempo en que se observan, sólo como son, sin

embargo están expuestas (es decir, tienen potencia) a ser de otra manera16. Cuando se

dice “las cosas”, se puede decir ‘sujeto’, es decir, la concreción individual de lo existente,

12 SCG, I, c.99. TOMÁS DE AQUINO, Suma contra los Gentiles, BAC, Madrid, 1967, p. 338. 13 Cfr. A. LLANO, Metafísica y lenguaje, 3ªed., EUNSA, Pamplona, 2011, p. 143. 14 SCG, III, c.72. 15 Cfr. S. KNUUTILA, Modalities in Medieval Philosophy, Routledge, New York-London, 1993, p. 19.

16 Cfr. E. ALARCÓN, “Libertad y necesidad”, Anuario Filosófico, 43/1, 2010, p. 29.

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abierto a ulteriores determinaciones, por estar sometido al cambio y al tiempo. El sujeto,

pues, está abierto a determinaciones diversas, en potencia a ellas. Entre sujeto y categoría

hay distinción real y sin embargo, las cosas sólo son como son: es decir, hay también

identidad actual.

Ahora bien, aunque admite Tomás de Aquino la realidad del cambio, del

movimiento y, en definitiva, de la contingencia, no por ello deja de lado la necesidad, lo

incondicionado que se aprecia en lo contingente y que es condición de su posibilidad

existencial. Lo necesario conduce a la condición de la unidad, la actualidad y la

permanencia como elementos de inexcusable aparición en toda realidad, por más

contingente que sea. La presencia de lo necesario se puede expresar así: la realidad no

puede sino ser determinada. No puede haber determinaciones sueltas, categorías que

inhieran en un sujeto totalmente potencial, por más que el sujeto de suyo sea,

formalmente tomado según su definición mínima, potencial. Nótese bien: esta

característica muestra el mínimo de trascendentalidad que ha de haber en toda realidad

por más contingente que sea: en última instancia, la concreción actual de la realidad y la

inexorable realidad de esta concreción no se debe ni al sujeto ni a la categoría de por sí,

es decir, por sus definiciones. Hay algo más que la definición de cada elemento (del

sujeto de atribuciones determinativas y de las constricciones determinativas) que da razón

de que la realidad sólo es como es y no como no es y que no puede ser sino como es en el

momento en el que es. Esta concreción o determinación de lo real como tal (el hecho de

que la realidad no pueda sino ser concreta) es trascendente porque no deriva de la sola

definición y naturaleza ni del sujeto ni de la categoría sino de algo otro que los sintetiza.

La irremisible concreción que ha de tener todo lo real no se puede explicar simplemente

haciendo alusión a unas determinaciones (accidentes: determinaciones o modos de ser

que se caracterizan por ser en otro) que concretan un sujeto potencial; antes bien, ha de

haber una determinación primordial e inexcusable en toda realidad. Esta determinación es

la que da cuenta de que, necesariamente, ha de haber sujetos en la realidad17, no

fantasmas determinados de una manera puramente accidental. Esa determinación ha de

incluir en sí el ser sujeto.

Para mayor aclaración: se trata de advertir que aunque los sujetos estén en potencia,

el hecho de que haya sujetos y que no pueda sino haberlos, no lo está. Por decirlo de otro

modo: aunque sujeto y categoría son realmente distintos, de alguna manera hay una

17 Cfr. J. GARCÍA LÓPEZ, Metafísica tomista. Ontología, gnoseología y teología natural, EUNSA,

Pamplona, 2001, pp. 559-560.

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trascendentalidad en su relación, relación que sólo queda aclarada mirando fuera de las

simples definiciones de ‘sujeto’ y ‘categoría’ para explicar esa distinción real entre sujeto

y categoría y, al mismo tiempo, esa identidad actual; asimismo, es necesario mirar fuera

para dar razón de esa peculiaridad determinativa que ha de haber en el ámbito categorial

y que explica que, en definitiva, la existencia misma del sujeto sea necesaria para que

haya realidad y subsiguientemente pensamiento. Es decir: hay una categoría, una

determinación, que no es una determinación más, sino que es fundante y ésta es la

sustancia, que es la categoría a la que, ineluctablemente, le es inherente el ser sujeto.

Esta trascendentalidad de la relación sujeto/categoría se advierte en lo siguiente:

todo sujeto tiene carácter sustancial y toda sustancia tiene carácter sujetual; pero esto

acontece no de por sí, por el libre juego analítico o puramente combinado entre sujeto y

categoría, sino por un enlace sintético cuya explicación se remite a la prosecución

intelectiva sobre la consideración de la cópula ‘es’. Este enlace sujeto/categoría es

judicativo y, en el fondo, acaba revelando que la realidad de las existencias actuales (el

mundo de la experiencia, de las cosas-que-son) proviene o ha sido establecida desde un

ámbito externo a ella misma, ajeno a su definición y estatuto natural. Hay que advertir

que este enlace entre sujeto y categoría, entre sujeto potencial y esencia actual es, él

mismo, judicativo: tiene un estatuto metafísico-ontológico de enjuiciado. Es un enlace

judicativo de entrada. Por eso, el juicio propiamente dicho (ámbito gnoseológico) no es

simple discurso, opinión o uso, integrado por concatenaciones conceptuales previas, sino

originario, paralelo a ese enlace judicativo ontológico del que se acaba de hablar18. Hay

algo en lo que el juicio no puede ser falso y es, precisamente, lo que se manifiesta en la

no-contradicción, cuya piedra angular, como se ha dicho, es la identidad actual entre

sujeto y esencia: sólo es lo que es y no es lo que no es.

Asimismo, también hay que tener en cuenta el carácter de sujeto de la sustancia que

implica que ésta tiene un cariz potencial; en efecto, hay que tener presente que, en el

ámbito del mundo que observamos, no hay una sola sustancia, sino diversas; esto es así

por el carácter categorial de la sustancia según ésta se da en el mundo de las existencias

actuales, que le impide ser única. La sustancia no es única porque es categorial y es

categorial por la diversidad de sujetos, de individuos concretos que existen y que

reclaman una determinación esencial actual19. La sustancia en el mundo que observamos

18 Cfr. F. INCIARTE; A. LLANO, Metafísica tras el final de la metafísica, Ediciones Cristiandad, Madrid,

2007, pp. 153-154, quienes defienden un carácter pragmático del juicio, como uso.

19 Cfr. E. ALARCÓN, “Naturaleza, espíritu, finalidad. Implicaciones del principio de no contradicción en

Aristóteles”, Anuario Filosófico, 23, 1990, pp. 129-130.

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es categorial porque tiene que determinar algo de por sí indeterminado y porque ella

misma contiene en su interior la necesidad de ser un sujeto indeterminado de entrada. No

es, ella misma, absoluta determinación de entrada: eso sólo lo es el Acto puro, cuyo

carácter sustancial es distinto del carácter sustancial-categorial de los sujetos del mundo.

Es un tipo de subsistencia distinto a la determinación categorial subsistente que es la

sustancia.

El ser, por tanto, es, en el ámbito donde la sustancia prima, causado. Hay una

causalidad que es la del ser, que procede de un ámbito que no es el predicamental, sino el

trascendental. El principio de causalidad en general, pues, reza así: “lo que no es por sí,

es por otro”. Y en particular, referido al ser (que admite gradación, al contrario que en

Parménides, porque no es el Ser, sino el ser del ente, el ser de las cosas del mundo), el

principio de causalidad (causalidad trascendental para ser más precisos) remite a la idea

de Creación. A la causa del ser la metafísica tomista la llamó ‘Creador’. Ése es el sentido

último de la imposibilidad de proseguir en las causas hasta el infinito: la necesidad de la

existencia actual que, en cuanto que es (existencialmente) pero no es por sí misma (pues

sus caracteres esenciales de corrupción y cambio desdicen de que esos seres tengan su

reposo metafísico último en ellos mismos) remite a la necesidad de que haya un Creador.

Este Creador recibe en la Tercera Vía el nombre de Ser Necesario.

Podría decirse, siguiendo a González Pola, que el punto de partida de la Tercera Vía

no es ni siquiera la generación y la corrupción:

“el punto de partida de la Tercera Vía no es, pues, el hecho de la generación y

corrupción de algunos seres […] ni su existencia temporal, transitoria […] sino la existencia

actual de algunos seres que Santo Tomás denomina possibilia esse et non esse y que son los

seres que han comenzado a existir por generación [y dejan] de existir por corrupción”20.

Hay que tener en cuenta que se parte ex possibili et necessario. ‘Possibili’ y

‘necessario’ son adjetivos: son las cosas las que, en la Tercera Vía, son posibles o

necesarias; no se remite a un sustantivo, que equivaldría a la posibilidad lógica, sino a un

adjetivo [no es ex possibile21 sino ex possibili], que insta al lector la potencia real22. Son

20 Cfr. M. GONZÁLEZ POLA, “El punto de partida de la Tercera Vía de S. Tomás”, Doctor Communis, 2,

1965, p. 286. 21 Si bien autores como González García recogen en sus manuales ex possible en lugar de ex possibili. Cfr..

Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, 3ªed., EUNSA, Pamplona, 1995, p. 133; en otras ediciones de este

manual se lee invariablemente ex possibile: en la cuarta, página 108; en la quinta, página 108; en la sexta,

página 110; en la octava, p. 110. Asimismo, otros como González Álvarez también leen ex possibile: cfr. Á.

GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Tratado de Metafísica: Teología natural, p. 239; al mismo tiempo, sin embargo, el

propio González Álvarez ofrece también la posibilidad de decir ex possibili, cfr. Á. GONZÁLEZ ÁLVAREZ,

op.cit., p. 251. También en este caso, el resto de las ediciones de este manual (la primera de 1963) recoge

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cualidades del sustantivo. En paralelo, los entes son possibilia esse et non esse: su

carácter sustantivo (possibilia) está ligado a ser o no ser, no desvinculado de él. No son

posibilidades lógicas abstractas.

En última instancia, he aquí el porqué de que, a pesar de “el esfuerzo metafísico de

Leibniz, su prodigioso denuedo por salvar la potencia real”23 éste no es fructuoso: porque

ese dato, que revela la existencia sustancial real propia de lo contingente, sólo puede ser

extraído de la experiencia, a posteriori. Paradójicamente, la potencia real acaba siendo

defenestrada por la supremacía que se otorga a la potencia de ser (esencia) sobre el ser24.

Así pues, “la prueba se mueve, pues, toda ella, ya desde su mismo punto de partida

en el plano metafísico25, procediendo de la existencia de los seres possibilia esse et non

esse a la existencia del ser necesario por sí mismo”26. Por esta razón, no parece muy

relevante que el utillaje lógico-formal, el elenco léxico de terminología física27 o el

exactamente la misma expresión ex possible en la página 239 y ex possibili en la página 251. En cualquier

caso, la versión ex possibili parece ser la que más aceptación tiene: Cfr. A. KENNY, The five ways,

Routledge, London, 1969, p. 46. 22 En el kantismo se sigue sin recuperar la noción de potencia real y, consiguientemente, tampoco lo real

del mundo, del movimiento. Lo propiamente real de lo contingente (es decir, el reconocimiento de su

carácter de ‘actual’) está ausente; le viene prescrito por la razón. Por tanto, por más que en Kant se apele a

la experiencia, al a posteriori del inicio del conocimiento, la diferencia con Santo Tomás es neta: en Kant

no todo conocimiento procede o se remite de la experiencia [Cfr. KrV B2 y también la nota a pie de página

número 85 de este TFG]. Es más: para el filósofo de Königsberg, la experiencia es construida por la razón.

En la Contemporaneidad, sigue sin recuperarse la noción de ‘potencia real’. Así, en Heidegger, “la

posibilidad […] es veritativa, no real. Esto significa que no se tiene en cuenta la noción de potencia real

[…], la cual es la clave del concepto de movimiento”, cfr. L. POLO, Hegel y el Posthegelianismo, 2ªed.,

EUNSA, Pamplona, 1999, p.335. Argüello opina, grosso modo, lo mismo: “a mi juicio, el gran problema de

la posibilidad heideggeriana y wittgensteiniana (y, en esencia, de todas sus derivaciones posibles) es su más

o menos precipitada clausura respecto del significado de la posibilidad metafísica”, cfr. S. ARGÜELLO

MONTENEGRO, Posibilidad y principio de plenitud en Tomás de Aquino, p. 23]. En efecto, Santo Tomás no

sólo contemplaba la posibilidad veritativa sino la posibilidad secundum aliquam potentiam, es decir, la

‘real’. Además, el ‘poder’ se entiende desde el ‘ser’, cfr. S. Argüello op.cit., p.37. Llano lo expresa de

modo análogo: la posibilidad “implica una referencia al acto”, Cfr. A. LLANO, Metafísica y lenguaje, p.

283. 23 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, “La articulación metafísica de las modalidades leibnizianas”, Anuario Filosófico,

XXXVIII/1, p. 28. 24 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, “La noción de posibilidad en el Kant precrítico (I)”, Anuario Filosófico, 14, 1981,

p. 111: “Los denodados intentos de Leibniz por fundamentar la posibilidad real. Se diría que es el último

gran esfuerzo realizado en la historia de la filosofía por proporcionar una explicación de la posibilidad real,

hoy sabemos que (en el pensamiento de Leibniz) la posibilidad real aristotélica, o la potencia essendi de

Tomás de Aquino, se convertirán a fin de cuentas en posibilidad lógica, como consecuencia de no haber

sido capaz de salir de las férreas mallas en que el pensamiento estaba inmerso como consecuencia de la

desfiguración del ser (y de la misma esencia) llevada a cabo por la escolástica tardía”. 25 Efectivamente, no es un argumento simplemente cosmológico, “an instance of cosmological reasoning”,

cfr. J. F. KNASAS, “Making sense of the Tertia Via”, New Scholasticism, 54, 1980, p. 476. 26 Cfr. M. GONZÁLEZ POLA, “El punto de partida de la Tercera Vía de S. Tomás”, p. 287. 27 Cfr. J. M. PARDO, “El ser posible y el ser necesario como vía de acceso al Absoluto”, Trabajo de

investigación, Programa de Doctorado en Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de

Navarra, Pamplona, 2011, p. 108.

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análisis lógico-sintáctico28 de Santo Tomás y de su obra sea decisivo para una correcta

interpretación de la vía. El criterio para entender las vías es la precedencia de la doctrina

del acto sobre cualquier otro elemento del ajuar metafísico. Como indica Dewan:

“sostengo que las tres primeras vías toman como punto de partida los tres tipos de acto

o actualidad presentados por Aristóteles en Metafísica IX, 6: que la primera vía parte de la

actualidad imperfecta (movimiento), la segunda de los agentes segundos (acción o eficiencia)

y la tercera vía de la actualidad primaria (es decir, la actualidad sustancial)”29.

La radicalidad y la imperiosa necesidad de dar razón a la existencia actual es lo que

hace que la temporalidad no adquiera la nota dominante30, pues lo que es verdaderamente

decisivo es darse cuenta de que, a pesar de todo, hay realmente (no fantasmagóricamente)

sujetos que son, pero no absolutamente. O, por expresarlo mejor: la temporalidad sólo

adquiere la nota dominante en tanto que se entiende como duración del acto sustancial del

sujeto.

Lo que sí es crucial es un rasgo que subraya Dewan: la sustancialidad como efecto

en la Tercera Vía. En efecto,

“de los tres puntos de partida que he mencionado, sólo uno es intrínsecamente tal que

sea capaz de conducir nuestra mente más allá del punto de partida mismo: para Santo Tomás,

el movimiento, como actualidad imperfecta, es intrínsecamente un acto existencial

derivativo, prestado. La causalidad segunda, sin embargo, el segundo punto de partida, de

suyo dice perfección, y la tercera, la sustancia, es precisamente el ontológicamente

autosuficiente. Así pues (por limitarnos a este último caso), para mostrar las sustancias,

tomadas en su propia sustancialidad, como un efecto constituye una tarea esencial. Esto es lo

que asumo como la contribución distintiva de la Tercera Vía”31.

Y, verdaderamente, ése es uno de los puntos más destacados de la Tercera Vía:

queda manifiesto que la forma no es acto último. Hay un acto que va más allá de la

sustancia, para el que la sustancia es efecto: el ser. Así pues, la necesidad no es el primer

criterio metafísico porque la necesidad, de por sí, no se explica a sí misma más que en

virtud de algo sin alternativa: el ser, la perfección suprema. Por ello entender la sustancia

como perseidad o a Dios como Ser Necesario per se (antes que non ab alio) obtura a la

razón el camino para llegar al Ser y entender a Dios como sustancia suprema no

28 Cfr. M. BEUCHOT, “Saint Thomas’ Third Way: possibility and necessity, essence and existence”, Poznari

Studies in the Philosophy of the Sciences and the Humanities, 73, 2000, p. 96. 29 Cfr. L. DEWAN, “The Distinctiveness of St. Thomas’ Third Way”, Dialogue, 19, 1980, p.201. Traducción

propia. 30 Cfr. D. CONWAY, “Possibility and Infinite Time: A logical paradox in St. Thomas’ Third Way”, The

Review of Metaphisics, XXVII, 3, 1974, p. 203. 31 Cfr. L. DEWAN, “The Distinctiveness of St. Thomas’ Third Way”, p. 201. Traducción propia.

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categorial. Dios es sustancia pero su carácter sustancial o subsistencial no deriva de ser

una sustancia (como las que se aprecian en el mundo) sino de ser el mismo Ser. Es la

afirmatividad suprema: el sí irrestricto en el que el Principio de No Contradicción y las

existencias actuales encuentran su base: es Dios32, cuya esencia se describe no mediante

la dialéctica o mediante la identificación de la posibilidad misma con la necesidad, sino

mediante la advertencia de que el ser no tiene alternativa. El principio de no

contradicción y la existencia no son derivados sino originarios. Y éste es, justamente, el

punto que, frente a Tomás de Aquino, impugnan muchas tendencias racionalistas

(Leibniz por antonomasia), con la consecuencia de anteponer el tiempo, la negación y la

potencia al ser, la positividad y el acto.

32 Cfr. ARISTÓTELES, Metafísica, Gredos, Madrid, 2008, pp. 172-173 y notas al pie 16 y 17.

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ANÁLISIS DE LAS PRINCIPALES FORMULACIONES DE LA

TERCERA VÍA

Para referir los pasajes en los que Tomás de Aquino, bien directamente, bien

indirectamente, alude a la Tercera Vía y, más en general, al tema de la necesidad y la

contingencia, me guío por G. Jalbert, Necessité et contingence chez Saint Thomas

d’Aquin et chez ses predecesseurs, Ottawa Université, Ottawa, 1961.

De entre las diversas ocasiones en las que el Angélico se refiere a la necesidad y

la contingencia, las más destacadas en tanto que tienen que ver con la Tercera Vía son

Summa Contra Gentiles I, c.15; II, c.15; II, c.30; Compendium Theologiae, c.6; Summa

Theologiae, I, q,2,a,3. Estos son los textos que, propiamente, se pueden considerar como

pasajes demostrativos de la existencia de Dios, es decir, formulaciones de la Tercera Vía.

Por otro lado, Summa Contra Gentiles, I, c.99 y II, c.30 pueden considerarse

formulaciones incompletas y parciales de la Tercera Vía.

1. Summa Contra Gentiles, I, c.15

“Vemos en el mundo ciertas cosas que pueden ser y no ser; por

ejemplo, seres generables y corruptibles. Ahora bien, todo lo que puede ser

tiene una causa; porque de suyo está dispuesto igualmente a una y otra cosa,

es decir, ser o no ser, es necesario que, si es, sea por la acción de una causa.

Aristóteles ha probado que en las causas no se puede proceder

indefinidamente. Ha de admitirse un ser necesario. Por otra parte, todo ser

necesario o tiene la causa de su necesidad fuera o es necesario por sí mismo.

Y no se ha de proceder indefinidamente en la serie de seres necesarios que

tienen la causa de su necesidad fuera de sí mismos. Hemos de admitir, pues,

un ser primero necesario, y necesario por sí. Y éste es Dios, que es la causa

primera, como ya se ha dicho. Dios es, por lo tanto, eterno, por ser eterno

todo ser necesario de por sí”.

“Videmus in mundo quaedam quae sunt possibilia esse et non esse,

scilicet generabilia et corruptibilia. Omne autem quod est possibile esse,

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causam habet: quia, cum de se aequaliter se habeat ad duo, scilicet esse et

non esse, oportet, si ei approprietur esse, quod hoc sit ex aliqua causa. Sed in

causis no est procedere in infinitum, ut supra […] probatum est per rationem

Aristotelis. Ergo oportet ponere aliquid quod sit necesse esse. Omne autem

necessarium vel habet causam suae necessitatis aliunde; vel non, sed est per

seipsum necessarium. Non est autem procedere in infinitum in necessariis

quae habent causam suae necessitatis aliunde. Ergo oportet ponere aliquod

primum necessarium. Et hoc Deus est: cum sit causa prima, ut ostensum est

[…]. Est igitur Deus aeternus: cum omne necessarium per se sit aeternum”

33.

El punto de partida de esta formulación de la Tercera Vía es, como siempre, la

existencia de unos efectos reales (aspecto metafísico) que quedan patentes en la

experiencia, que constan a nuestro sentido (aspecto gnoseológico). Las expresiones

“videmus” ya indican que somos nosotros quienes podemos dar razón de la experiencia y

hacernos cargo de ella. De la misma manera, “in mundo” indica de otro modo el espacio

del que se parte: nuevamente, la experiencia empírica, el mundo exterior, la naturaleza.

No es privativo de esta formulación, como se ha dicho; sin embargo, se hace coincidir

estrechamente las nociones de lo posible y lo necesario (possibilia esse et non esse) con

lo generable y corruptible (generabilia et corruptibilia). Acto seguido, aunque

implícitamente, declara el Aquinate que lo que es “possibile esse” es también “possibile

non esse”. Quedan identificados possibile esse y possibile non esse porque la razón de la

existencia actual de lo que existe y es corruptible no está en sí mismo puesto que, al

poder no ser como actualmente es, no es por sí como se mantiene en su sustancialidad,

sino por otro. Decir esto y declarar que tiene causa es algo que se infiere inmediatamente.

Cuando Aquinas declara que lo que es possibile esse “de se aequaliter se habeat ad duo,

scilicet esse et non esse” está, de nuevo, reclamando la causalidad: no es por sí que es

como es, sino que la contrariedad está presente en el propio seno de estos entes; la

contrariedad no deviene contradicción debido a la presencia de algo que de suyo, no tiene

alternativa. En efecto, la contrariedad se refiere a la inestabilidad sustancial (a ser posible

de ser y no ser) y la contradicción al hecho de que tal contrariedad no puede tener lugar

en acto (pues sería contradictorio), sino que se suponen potencia y movimiento. En última

instancia, eso que no tiene alternativa es el ser y el sujeto que lo posee íntegramente es el

Ser Necesario.

33 TOMÁS DE AQUINO, Suma contra los Gentiles, pp. 136-137.

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Un pequeño inciso de capital importancia: la contrariedad, es decir, la indiferencia

de decantarse hacia el esse o el non esse no es ni deviene contradicción; ésta es una clave

importante: a pesar de la indiferencia hacia ambos lados de la balanza, las cosas sólo son

como son. Y eso es así de entrada. Es una muestra más de que la realidad mundana está

determinada de entrada, aunque no por sí misma; por eso no hay contradicción. Por eso

no se puede proseguir en las causas al infinito: porque, aunque haya algo causado, en

último término ha de haber algo incausado: de otra manera no se sustentaría la realidad:

no habría mundo. Sin embargo, en esta formulación, se remite sin más explicaciones a

Aristóteles, sin explanar demostrativamente la imposibilidad de proceder al infinito.

Simplemente indica la conclusión, ya consumado el razonamiento: “ergo oportet ponere

aliquid quod sit necesse-esse”.

‘Necesse-esse’ se contrapone a possibile esse y possibile non esse. Lo contrario a lo

que puede ser y no ser es lo que sólo puede ser. Ahora bien, como quiera que Santo

Tomás no es un pensador esencialista, sabe muy bien que la realidad no tiene alternativa

y que la nada no es. Por tanto, lo que sólo puede ser (lo que no puede no ser) no se ha de

entender en términos absolutos, sino relativos. No se refiere al ser (que no puede tener

como alternativa la nada) sino a la esencia. Es otra manera de decir que esos seres que

son necesse-esse son necesarios esencialmente. Por usar otras palabras: frente a lo

generable y corruptible (es decir, lo que puede ser y no ser), los seres necesarios son

incorruptibles, no generados esencialmente.

Pero este necesse-esse no es lo necesario absoluto: si no, Santo Tomás no

presentaría la posibilidad de que su necesidad pudiera ser causada34. Hay también una

analogía en la necesidad, una gradación de participación. Y éste es uno de los puntos

ausentes en todos los racionalismos: para estos, la necesidad es unívoca porque es

unilateralmente lógica. Y, en el fondo, este planteamiento está en lo cierto: porque al

contemplar la necesidad como modalidad (ámbito principalmente lógico), no cabe

gradación35. Sin embargo, si, como se ha dicho, la necesidad en la Tercera Vía se asienta

en la perfección y en la diversidad de grados de ser, los entes que sean necesarios no

serán absolutamente necesarios nunca.

34Cfr. J. O. OWENS, “‘Cause of Necessity’ in Aquinas’ ‘tertia via’”, Medieval Studies, 33, 1971, p. 21: “the

insertion of a ‘cause of necessity’ for one class of necessary beings seems to complicate the argument and

open distinctive ways of interpretation. Yet this notion is an integral part of the background against which

the final conclusion is drawn: ‘Therefore it is necessary to posit something that is necessary of itself, not

having a cause of necessity from some other source, but which is the cause of necessity to the others; and

this all men call God’. The conclusion of the argument is precisely the positing of a cause of necessity for

whatever other necessary things there may be”. 35 Cfr. J.O. OWENS, “‘Quandoque’ and ‘aliquando’ in Aquinas’ ‘tertia via’” […], p. 450.

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Por tanto, las expresiones “sed in causis non est procedere in infinitum” y “Non est

autem procedere in infinitum in necessariis quae habent causam suae necessitatis

aliunde” dan razón de una doble imposibilidad de procesión al infinito en las causas. Lo

contingente (esto es, lo generable y corruptible, lo possibile esse et non esse) tiene causa;

es decir, no todo puede ser contingente. Pero también cabe que lo necesario, dada la

existencia del mundo, sea causado, que no sea “per seipsum necessarium”. No se

demuestra que exista lo necesario intermedio (ab alio) pero se insinúa que podría ser el

caso.

Esa doble imposibilidad de proceder al infinito en el orden de las causas revela dos

tipologías diferentes de causas, de órdenes de causación. En el primer caso, cuando se

dice que “omne autem quod est possibile esse, causam habet”, la prueba se mueve

todavía en el plano predicamental (que supone el trascendental pero es distinto de él). La

imposibilidad de proceder al infinito en el orden de la primera causación deriva de la

imposibilidad de que en la realidad no haya sustancias, sujetos esenciales. La

imposibilidad de ello parece ser puesta en jaque debido a la presencia de sustancias

corruptibles. Por ello, se dice que debe haber sustancias incorruptibles. Se va perfilando

la jerarquía ontológica y la gradación de seres necesarios y contingentes, todos ellos

atravesados por relaciones de causa-efecto.

En el segundo caso, cuando el Aquinate subraya que “non est autem procedere in

infinitum in necessariis quae habent causam suae necessitatis aliunde” se declara la

imposibilidad de que el orden formal, esencial, sea el último. Si existen seres necesarios

ab alio no se aclara; sin embargo, se explicita que debe haber un ser necesario non ab

alio. Pero el hecho de que declare que puede haber seres necesarios (en plural) ya insinúa

que la sustancia no es lo último; la sustancia es categorial. La necesidad última, absoluta

(la subsistencia total) no puede ser la de la sustancia más que análogamente. Es la

subsistencia del Ser Necesario, que deriva del descriptor esencial fundamental de éste; es

decir: el ser. Todos estos datos están implícitos en la formulación.

A su vez, la analogía en la necesidad lleva aparejada analogía en la contingencia.

En efecto: el hecho de distinguir entre ‘necesidad esencial’ (es decir, incorruptibilidad) y

‘necesidad real’ (plenitud de ser) supone también una ‘contingencia esencial’

(corruptibilidad) y ‘contingencia real’ (contingencia existencial).

Es importante remarcar que son dos imposibilidades causales distintas, aunque

complementarias. La sustancia y el ser son dos órdenes compenetrados, pero distintos. El

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inciso tomasiano de diferenciar diversos tipos de necesidad ha de entenderse en esta

línea: en la distinción real de esencia y ser. Y es, precisamente, por no distinguir

realmente entre esencia y ser como el carácter de acto intensivo del ser se pierde en el

esencialismo moderno. Es, asimismo, por ello como no se distingue bien entre sustancia y

ser en la Modernidad.

Y, paralelamente a como no se puede proceder al infinito en la causación de seres

contingentes (“Ergo oportet ponere aliquid quod sit necesse-esse”, es decir, debe haber

algo necesario) tampoco se puede proceder al infinito en los seres necesarios que pueda

haber. La última radicalidad de la realidad no está en la esencia. Puede haber muchos

seres incorruptibles pero su incorruptibilidad es derivada: la más radical incorruptibilidad

es la real, no la esencial. Es otra manera de decir que sólo puede haber un Ser Necesario

porque el esse no tiene alternativa (sólo hay realidad); necesario como tal, sólo es Dios36.

2. Summa Contra Gentiles, II, c.15

“Todo lo que puede ser y no ser tiene alguna causa, porque,

considerado en sí, es indiferente a lo uno y a lo otro; y así, es necesario que

haya alguna causa que lo determine a una de ambas posibilidades. De donde,

no siendo admisible el proceso indefinido, es absolutamente exigido el ser de

algo necesario que sea causa de todo lo indeterminado a ser y no ser. Pero

una cosa es necesaria cuando tiene en sí la causa de su necesidad, y no

puede darse proceso infinito; siendo, por tanto, preciso llegar a algo que en

sí y de suyo sea necesario. Tal no puede ser más que uno, como consta el pro

primer libro y éste es Dios. Luego es necesario que todo sea reducido por Él

a sí mismo como a la causa del ser”.

“Omne quod est possibile esse et non esse, habet causam aliquam: quia

in se consideratum ad utrumlibet se habet; et sic oportet esse aliquod aliud

quod ipsum ad unum determinet. Unde, cum in infinitum procedi non possit,

oportet quod sit aliquid necessarium quod sit causa omnium possibilium esse

et non esse. Necessarium autem quoddam est habet causam suae necessitatis:

in quo etiam in infinitum procedi non potest, et sic est devenire ad aliquid

quod est per se necesse esse. Hoc autem non potest esse nisi unum, ut in

36 SCG, I, c.16.

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primo libro […] ostensum est. Et hoc est Deus. Oportet igitur omne aliud ab

ipso reduci in ipsum sicut in causam essendi” 37.

El cariz metafísico de esta formulación es más acentuado que la de SCG, I, 15,

sobre todo por la alusión final a la causa en el ser, a la causalidad trascendental: toda

causalidad se remite a la del ser (“oportet igitur omne aliud ab ipso reduci in ipsum sicut

in causam essendi”). El ser sigue estando causado y mantenido en el orden predicamental

(Creación continuada: mantenimiento en la existencia).

Esta formulación, al contrario que en SCG, I, 15, no menciona explícitamente el

comienzo de la vía en el mundo natural; no se menciona que haya sustancias que son

generables y corruptibles sino que, directamente, se enuncia un principio general: “omne

quod est possibile esse et non esse, habet causam aliquam”. Esta declaración no difiere,

en cuanto al contenido, de lo referido en SCG, I, 15. Explicita, de modo sucinto y directo,

que todo lo que es posible de ser y no ser tiene una causa; es decir, que no es como es de

por sí (“quia in se consideratum ad utrumlibet se habet”). Es causado. No se explica a sí

mismo. Es otra manera de indicar que su sustancialidad (su ‘in se’) no es plena. En

efecto, su estabilidad ontológica es precaria porque el peso de la contrariedad es mucho

(debido a la dominancia de la materia sobre la forma: escasa substancialidad de estos

entes) y la necesidad de la no contradicción mínima, pero ineluctablemente presente (el

esse está muy debilitado por una esencia en la que la materia tiene mucho peso).

Otro signo de la más elevada alcurnia metafísica de esta formulación es la

referencia a que “et sic oportet esse aliquod aliud quod ipsum ad unum determinet”. Esta

explicitación del porqué de la necesidad de la causalidad de lo que es posible de ser y no

ser está ausente en SCG, I, 15. En efecto, en SCG, II, 15 ya está presente la causalidad

trascendental en este punto del desarrollo probativo. Aunque aparentemente de pasada,

sin hacer mucho hincapié en ello, Tomás de Aquino dice que ha de haber algo que

determine ad unum a esos seres posibles de ser y no ser. Es decir: están ya determinados

ad unum. He ahí otra expresión de la inexorabilidad de la concreción de las realidades,

que se debe, en última instancia, al esse. Todo lo real es muy concreto, que es lo mismo

que decir que todo lo real tiene cierta unidad que prima sobre la disgregación. Ahora

bien, estar abierto a muchas determinaciones excluyentes, a muchas alternativas (ser

posible de ser o no ser) no es sino no estar, de por sí, abocado a ser algo ad unum.

37 TOMÁS DE AQUINO, Suma contra los Gentiles, pp. 416-417.

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Por tanto, si esos seres posibles de ser y no ser son ya como son, no es a causa de

ellos mismos. Por ellos mismos son corruptibles, lo que nos sitúa en el nivel esencial,

manifestado en la indiferencia de ir hacia el ser y el no ser. Pero, por otra parte, están

determinados ad unum, lo cual es un rasgo que nos emplaza en el nivel existencial; es

decir, que las cosas, actualmente, sólo son como son. La actualidad de la que,

causalmente, toman parte, se remite a la actualidad plena del Ipsum Esse Subsistens. El

estar actualmente determinados y, sin embargo, poder ser y no ser, son dos rasgos que,

aunque armónicamente compenetrados, son distintos y se remiten al ámbito del ser y de

la sustancia, respectivamente38.

38 Introduzco un breve excurso. Hegel no distinguiría los dos niveles destacados en las anteriores líneas,

que se fundan en advertir lo primario de la existencia actual y de su descriptor fundamental: la concreción,

el ‘ad unum’, que no tiene que ver con la sustancia primordialmente (pues esas sustancias, de por sí,

tomadas en su estricta sustancialidad pueden ir al ser tanto como al no ser) sino con el ser. Así pues, no se

supera el nivel formal (Verstand) al negar las realidades concretas; no es una profundización metafísica

sino un desdibujamiento del ser. El ser está manifiesto en el mundo, de entrada, en un primer abordaje

metafísico, en la concreción ineluctable de las realidades sujetuales. Esa concreción no la garantiza la

sustancia (que es una manifestación subsiguiente) sino el ser. Pues bien: este detalle de capital importancia

es negado en el idealismo absoluto. En efecto, en Hegel, ser y nada se identifican de entrada pero no

definitivamente. El ser y la nada coinciden como resultado de la absolutización conjunta de la no-

determinación de todas las posibilidades de modos de ser [manifiesta en la naturaleza del

concepto=pensamiento=idea en sí]. El ser es, en principio, la indeterminación del pensar mismo, el

“concepto o idea en sí”. No obstante, en Hegel aún se busca la determinación, la concreción, lo afirmativo;

se busca un ser que, aunque sea al final (como Omega) sea algo a fin de cuentas. Pero para Hegel, la

concreción no es la clave de lo real, sino la manifestación de la contradicción de la realidad: en sí las cosas

son contradictorias y no son lo real verdaderamente. Para Hegel, la realidad aparente, concreta, es

contradictoria en sí misma y no es real propiamente hablando, porque lo real, si es real, es el ser como nada,

la razón misma (Alfa). Ahora bien, la inevitable realidad de las existencias actuales (las cosas, el mundo

exterior) conduce a no quedarse en el Alfa y a explicar como necesaria la existencia del mundo, que, no

obstante, debe ser negada porque lo real, si es tal, es la nada del pensar indeterminado: el ser no es más que

el pensar en su indeterminación absoluta (como dice Gilson en El ser y los filósofos, obra citada más

adelante.). Es otra manera de expresar la perplejidad de que, a pesar de todo, hay realidad, hay existencias

actuales (cosas, mundo exterior) y que éstas no vienen del todo de la razón aunque tampoco están al

margen de ella. Por tanto, la manera de integrarlas y componerlas con la razón ha de ser en parte negativa y

en parte afirmativa: la dialéctica. Hegel necesita dar razón del mundo y de la historia: aunque el ser es la

nada del pensamiento indeterminado (pues nada puede constreñir a la razón fuera de sí), no se puede negar

la existencia exterior. Hay que dar cuenta de ella desde la Idea en sí que sale de sí y vuelve a sí. Así pues,

para Hegel lo real es el Absoluto (la presencia simultánea de todas las posibilidades) como Omega, es

decir, como resultado de la sucesiva negación concatenada de todas las posibilidades expresadas en el

mundo de la naturaleza y de la historia; o lo que es lo mismo, lo Real es la nada (es decir, el ser) a la que se

llega no al principio (donde la negación comparece simplemente como una indeterminación primigenia), no

como identificación con el concepto, con la idea en sí (el pensamiento, la indeterminación primigenia) sino

al final, como proceso inverso de negación de todas aquellas posibilidades (esto es, concreciones reales

existentes naturales e históricas) a las que el pensamiento (es decir, idea en sí, la nada originaria) ha dado

cabida en su despliegue al salir del ámbito de la Lógica. Lo real es el todo como Omega que, aunque pre

contenida en el Alfa, es Omega. De este modo, Hegel pretende llegar a algo concreto, afirmativo

(afirmativo en un sentido muy especial) desde algo negativo como proceso. Eso concreto o afirmativo en

un sentido tan especial es el fruto de la filosofía, el concepto depurado de la existencia. Recuérdese que,

para Hegel, la necesidad de la concreción de todo lo real no es signo de la no-contradicción sino de la

contradicción: ésta, al ser negada, saca a relucir la nada originaria, que no es lo sumamente real, sino la otra

cara de lo sumamente real (la Omega) que, recuperado tras la dialéctica al negar la concreción de lo

existente (negación que al mismo tiempo conserva lo negado como síntesis) es, ya sí, lo verdaderamente

real; lo Real es el concepto efectivo, no formal, hallado por el filósofo en el Espíritu Absoluto. Es un

concepto o idea en sí para sí, autoconsciente.

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Cabe decir que en esta formulación se deja notar igualmente la presencia de lo necesario

según necesario por sí y por otro. Y, de igual modo, los dos tipos de causalidad

(trascendental y predicamental). En efecto, los seres contingentes ( que son possibile esse

et non esse) tienen causa; son contingentes y reclaman algo necesario. Ahora bien, esa

cualidad que reclaman la reclaman en virtud de aquello de lo que, de entrada, carecen: es

decir, necesidad esencial. En efecto, algo contingente reclama causa (en tanto que

contingente) por no tener suficiencia sustancial. Por ello, la necesidad que se alcance en

la causa a la que nos remontemos debe ser necesidad esencial; es decir, incorruptibilidad:

“aliquid necessarium quod sit causa omnium possibilium esse et non esse”; es un tipo de

causa, ciertamente, pero causa no en el ser sino causa de lo posible de ser y no ser en

tanto que tal. Es una causa segunda. Debido a que Santo Tomás es más sentencioso en la

formulación de esta vía y más parco en explicar los razonamientos (que no por ello son

menos precisos), declara lacónicamente que “necessarium autem quoddam est habens

causam suae necessitatis”, sin explicar (como en SCG, I, 15) que lo necesario puede ser

necesario por sí o por otro. Es la otra causalidad, la trascendental, la que implica que el

orden de la necesidad esencial no es suficiente. Ese razonamiento parece estar incluido en

la imposibilidad de la procesión al infinito en el orden de las causas segundas: “unde,

cum in infinitum procedi non possit, oportet quod sit aliquid necessarium quod sit causa

omnium possibilium esse et non esse”. No se puede proceder al infinito en el orden

predicamental: necesidad de la sustancia actual. No se puede proceder al infinito en el

orden trascendental: necesidad del ser actual. La existencia actual de la sustancia y la

existencia actual del ser (manifestado en el ‘ad unum’ de la concreción de lo existente

contingente) es lo que da razón de la imposibilidad de proceder al infinito. Pero da razón,

asimismo, de algo más profundo: la existencia actual absoluta de sustancias necesarias en

el orden formal y del ser absoluto en el orden trascendental. La imposibilidad de la

procesión al infinito está basada desde el punto de vista de la realidad en la existencia, ya

de entrada, del Ser Necesario y de seres necesarios esenciales; y desde el punto de vista

de nuestro conocer (que procede según gradualmente, teniendo que partir del efecto a la

causa), en la existencia de sujetos concretos cuya sustancia y ser no se explican a sí

mismos. No se deduce el ser de la potencia o del interés de la razón (esto sería hacer del

punto de vista del conocer humano algo absoluto y primero) sino que el reconocimiento

de la imposibilidad de proceder al infinito nace y viene precedido de la advertencia de la

existencia actual.

Lo necesario esencial queda denominado en esta vía “necessarium quod sit causa

omnium possibilium esse et non esse”. Y lo necesario real, “quid quod est per se necesse-

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esse”. En la formulación de SCG, I, 15, se ha de proceder a decir que lo necesario

también puede ser causado porque se llega a lo necesario esencial simplemente

denominándolo ‘necesse-esse’. Aquí, en cambio, el “per se necesse esse” ya implica que

hay necesse-esse no per se. Y así “est devenire ad aliquid quod est per se necesse-esse”.

La unicidad del Ser Necesario se remarca enfáticamente en esta formulación: “hoc autem

non potest esse nisi unum”. Algo parecido ocurre en la formulación del Compendium

(explanada más abajo): en esta obra se dice que “Dios existe necesariamente por sí

mismo”. Es decir, no sólo existe necesariamente sino necesariamente por sí mismo. Hay

necesidad ab alio y non ab alio.

No se olvide que, al partir de las cosas creadas y de nuestro conocimiento de ellas

(partimos de nuestro conocimiento pero éste no es un principio absoluto porque supone la

existencia y subsiguientemente la no contradicción) el significado que adquieren los

puntos de llegadas de las vías tiene siempre negatividad. La esencia de Dios nunca queda

expresada de modo satisfactorio, sino desde los efectos. Por eso, que Dios es el Ser

Necesario significa que en él no hay movimiento no sólo porque no haya apertura a otras

formas (nivel esencial) sino porque no hay, absolutamente hablando, apertura a

perfección alguna; esto ocurre no por defecto sino por esencia: Dios es la perfección

suma.

3. Compendium Theologiae, c.6

“En esto mismo tenemos la prueba de la necesidad de la existencia de

Dios. En efecto; todo lo que puede ser o no ser, es mutable, es así que Dios es

enteramente inmutable, según hemos demostrado antes; luego no hay en Dios

posibilidad de ser de y no ser.

Todo ser que es, y que es imposible que no sea, existe necesariamente,

porque la necesidad de la existencia y la imposibilidad de la no existencia

significan una misma cosa. Dios, por consiguiente, existe necesariamente.

Además, todo ser que tiene posibilidad de ser y no ser, tiene necesidad de

otro ser diferente a él, que le comunique el ser, porque por su naturaleza es

apto para lo uno y para lo otro: es así que el ser que da el ser es anterior al

ser que recibe el ser, luego hay algún ser anterior al ser en quien hay

posibilidad de ser o no ser; y como nada hay que sea anterior a Dios, no hay

en Él posibilidad de ser o de no ser, sino más bien una existencia necesaria.

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Además, hay cosas necesarias que tienen, por una necesidad forzosa, una

causa anterior a ellas; es así que Dios, que es principio de todo, no tiene

causa de su necesidad; luego Dios existe necesariamente por sí mismo”.

“Quod Deum esse per se est necessarium. Per hoc autem ostenditur,

quod Deum esse sit necessarium. Omne enim quod possibile est esse et non

esse, est mutabile. Sed Deus est omnino immutabilis, ut ostensum est. Ergo

Deum non est possibile esse et non esse. Omne autem quod est, et non est

possibile ipsum non esse, necesse est ipsum esse; quia necesse esse, et non

possibile non esse, idem significant. Ergo Deum esse est necesse. Omne quod

est possibile esse et non esse, indiget aliquo alio quod faciat ipsum esse: quia

quantum est in se, se habet ad utrumque. Quod autem facit aliquid esse, est

prius eo. Ergo omni quod est possibile esse et non esse, est aliquid prius. Deo

autem non est aliquid prius. Ergo non est possibile ipsum esse et non esse,

sed necesse est eum esse. Et quia aliqua necessaria sunt quae suae

necessitatis causam habent, quam oportet eis esse priorem; Deus, qui est

omnium primum, non habet causam suae necessitatis: unde Deum esse per se

ipsum est necesse” 39.

Quede dicho de entrada que, en esta formulación, el plano trascendental, es decir, la

cadencia metafísica, está especialmente remarcado y domina todo el desarrollo

argumental. En efecto, la causación de ser, la comunicación del ser y la afirmación

explícita de la existencia necesaria, son rasgos que muestran singularmente la perspectiva

metafísica desde la que Tomás de Aquino argumenta. Ciertamente, las cinco vías y sus

formulaciones son vías metafísicas, no meramente físicas. Sin embargo, en lo que se

refiere a esta formulación de la Tercera Vía, como ocurre en la cuarta con las

perfecciones trascendentales40, parece que el Aquinate parte de la vertiente más

trascendental presente en el movimiento, en la duración y en los temas de la Tercera Vía.

Por expresarlo de otra manera: parece que el Angélico toma del punto de partida empírico

de la vía aquellos rasgos más trascendentales, para reflexionar metafísicamente a partir de

ellos, prescindiendo de explicitaciones más básicas o de desarrollos demostrativos que se

dan por asumidos. Quizás por ello la alusión a la imposibilidad de remontarse en el orden

39 TOMÁS DE AQUINO, Compendio de Teología, Ediciones Folio, Barcelona, 2002, pp. 20-21; y también

THOMAS VON AQUIN, Compendium Theologiae: Grundiss der Glaubenslehre deutsch-lateinisch, F.H. Kerle

Verlag, Heidelberg, 1962, pp. 19-20. 40 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, p. 232.

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de las causas al infinito así como el paso del necesario ab alio al necesario non ab alio

está ausente: porque se presupone41.

En el título de este capítulo se afirma que es necesario que Dios exista por sí

mismo. El punto de partida de esta formulación de la Tercera Vía, aunque no

formalmente expresado, es, sin embargo, el de todos los intentos probativos de la

existencia de Dios: el mundo empírico. En efecto, en esta formulación el mundo empírico

es aquello que el cognoscente toma como punto primero de su reflexión. Verbalmente

expresado, ese punto de partida de la vía en los sentidos es “lo que puede ser y no ser”, es

decir, “lo mutable”. Acto seguido, Aquinas contrapone lo mutable a lo inmutable y

subraya (sin demostración explícita en este capítulo, antes bien refiriéndose a algo ya

solucionado) que Dios es inmutable. Lo ‘mutable’ y lo ‘inmutable’ se contraponen como

lo que tiene posibilidad de ser y no ser a lo que no la tiene. Y, puesto que Dios es

inmutable y esta cualidad (ser inmutable) se contrapone a ser mutable, tras haber dicho

que “todo lo que puede ser y no ser es mutable”, correlativamente, al ser Dios

“enteramente inmutable”, tampoco tendrá posibilidad de ser y no ser. Así es como

procede el Angélico argumentalmente.

Continúa Santo Tomás definiendo la existencia necesaria como la poseída por aquel

ser que es y que es imposible que no sea (“todo ser que es y que es imposible que no sea,

existe necesariamente”). La razón que da (introducida en el discurso demostrativo por la

conjunción causal ‘porque’) es la siguiente: “porque la necesidad de la existencia y la

imposibilidad de la no existencia significan una misma cosa”. Así pues, existir

necesariamente equivale a no ser posible de no ser, a no poder no ser. La existencia de

Dios como ser necesario, como ser cuya existencia es necesaria (“Dios, por consiguiente,

existe necesariamente”) se deriva (“por consiguiente”) de esta definición de la existencia

necesaria como imposibilidad de no ser. La imposibilidad de no ser, de no existir, sin

embargo, se basa en el carácter ontológico del ser en cuestión: en su impronta de entidad,

no en su esencia. En efecto, Santo Tomás no dice simplemente “Todo ser que es

imposible que no sea, existe necesariamente” sino “todo ser que es, y que es imposible

que no sea, existe necesariamente”. No estamos ni ante el argumento ontológico de San

Anselmo ni ante el argumento ontológico de Descartes. La existencia no es, como para

Descartes, un tipo de perfección, sino que la existencia necesaria es la existencia

necesaria de un ente que es y que, en comparación con los demás, es necesario e incluso

41 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, pp. 232-233: “No hay necesidad de hacer apelación a la

imposibilidad del proceso al infinito, toda vez que por colocarnos en una dimensión ontológica, la serie

entera de participados y posibles participantes ha quedado implícita en el mismo punto de partida”.

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necesario por sí mismo. De hecho, los entes contingentes, que no son necesarios por sí

mismos, son tales por carencia de aquello que, en grado sumo tiene el Ser Necesario: la

perfección de ser.

Por ello, Aquinas continúa diciendo: “todo ser que tiene posibilidad de ser y no ser,

tiene necesidad de otro ser diferente a él, que le comunique el ser”. En efecto, al tiempo

que se enuncia claramente un principio de causalidad (“tiene necesidad de otro”) se

especifica lo más íntimo que se le influye al causado: el ser. Al agente causal que le

comunica el ser a lo contingente se le llama necesario. Es necesario porque posee en sí

mismo (en su esencia) el ser de un modo más pleno. Y, del mismo modo, lo contingente

(es decir, “todo ser que tiene posibilidad de ser y no ser”) es aquello que no posee el ser

en sí mismo (es decir, sustancialmente) con el equilibrio ontológico debido. Esta

debilidad de la esencia de lo contingente se traduce no sólo en la necesidad de que se le

influya el ser en su esencia causalmente (predicamentalmente) sino en el siguiente rasgo

descriptivo: “por su naturaleza es apto para lo uno y para lo otro”. La referencia a “su

naturaleza” expresa ventajosamente la debilidad de la esencia física que posee el ser en

cuestión y que no puede sostenerlo por sí misma al margen del influjo causal de otros

seres finitos pero, sin embargo, necesarios, cuya esencia debe tener cierta inmutabilidad.

Decir que lo contingente “por su naturaleza es apto para lo uno y para lo otro”

significa que es apto para ser y no ser; en otra palabras: que no es como es por sí mismo.

Más allá de lo contingente, debe haber algo necesario, es decir, algún “ser anterior al ser

en quien hay posibilidad de ser o no ser”. Desde el punto de vista de la prueba y de su

proceder demostrativo, el hallazgo de un “ser anterior al ser en quien hay posibilidad de

ser o no ser”, es decir, un ser necesario, se basa en la causalidad: es decir, en la

advertencia de la no autosuficiencia de los entes de los que la vía parte, que son

contingentes. En efecto, Aquinas lo dice expresamente: “el ser que da el ser es anterior al

ser que recibe el ser”. La anterioridad, que indica precedencia, es causal, no temporal. El

ser que da el ser es el ser necesario y el ser que recibe el ser es el ser contingente.

La existencia necesaria de Dios se describe como una particular auto posesión, del

todo singular; se plasma y se caracteriza esta auto posesión como una sustancialidad

plena, que es lo mismo que decir que “no hay en Él posibilidad de ser o de no ser”.

Existencialmente, es decir, desde el punto de vista de las cosas que existen y de sus

peculiaridades ontológico-existenciales, lo contingente es lo posible de ser y no ser y lo

necesario lo imposible de ser y no ser, es decir, el estar determinado por sí mismo a ser

como se es. Santo Tomás llega, en esta formulación, al único ser necesario (‘necesario’

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propiamente hablando) de un modo más bien abrupto, que supone lo anteriormente

explicado en los capítulos precedentes del Compendium. Por expresarlo de otra manera:

la demostración o explanación de este Ser Necesario es, en esta formulación, posterior,

argumentalmente, a su postulación.

Lo que se influye causalmente y lo que se recibe causalmente en esta formulación

de la vía es el ser. Es causalidad del ser mediada predicamentalmente por unos agentes

causales segundos que son los que, en una primera instancia, dan razón de la estabilidad

de lo contingente, que no es por sí misma (“porque por su naturaleza es apto para lo uno y

para lo otro”), sino por otro. La anterioridad causal, la precedencia causal no puede

llevarse al infinito puesto que la existencia actual contingente requiere de una existencia

actual necesaria que posea en plenitud aquello que recibe causalmente: el ser. La razón de

que “nada hay que sea anterior a Dios” es que Dios ni es causado ni se causa a sí mismo,

sino que se caracteriza por la irreceptividad de aquello que lo contingente recibe; es decir,

el ser. La razón de que “no hay en Él posibilidad de ser o de no ser, sino más bien una

existencia necesaria”, se debe, justamente, a que no hay nada que sea anterior a él. Su

carácter sustancial es pleno, la posesión de su ser es plena, pero incausalmente plena: su

plenitud depende de que es el Ser por Esencia.

Ninguno de los seres necesarios es el ser por esencia porque han recibido el ser, es

decir, han sido creados: “hay cosas necesarias que tienen, por una necesidad forzosa, una

causa anterior a ellas”. La “necesidad forzosa” de la que habla el Aquinate es la

imposibilidad de que esos seres necesarios sean su mismo ser: es decir, esa necesidad

forzosa es la necesidad de que todo lo contingente haya debido ser creado. En este caso,

la apelación a la causalidad trascendental es evidente: si las sustancias que se poseen

plenamente (es decir, las sustancias necesarias), aun a pesar de no tener déficit sustancial

alguno han debido ser, empero, causadas, es que más allá del orden sustancial, donde la

forma es acto, hay un orden que ejerce la primacía y el influjo rector sobre el sustancial y

que, a su vez, no necesita causación: es el orden trascendental. La “causa anterior a ellas”,

a estas sustancias necesarias, es una causalidad superior, no meramente predicamental,

sino netamente distinta: es causación de ser. Dios “no tiene causa de su necesidad”

porque su peculiaridad óntica más prominente no es que es incausado sino que es,

simplemente. Es otra manera de decir que es el Ser por Esencia. La incausalidad de Dios

es un rasgo de Dios, ciertamente, pero no su rasgo principal, su descriptor ontológico

primario, su más señero atributo esencial. En efecto, Dios es incausado (“no tiene causa

de su necesidad”). Sin embargo, lo que diferencia su necesidad de la necesidad de los

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otros seres que son causados es que la posesión de aquello que los demás poseen tras

haberlo recibido en su esencia para su estabilidad ontológica (es decir, el esse) lo posee

Dios en su esencia de modo irrecepto, nativo, de entrada. Y puesto que el esse es el acto

de todo los actos y la perfección de todas las perfecciones y no una perfección más, el

hecho de tener esta perfección ínsitamente de modo irrestricto equivale a ser Dios,

cualquiera de cuyas ulteriores perfecciones (incluida la de la necesidad) no será sino una

expresión concreta de la perfección superior de la que surgen las demás y a la que las

demás se reducen: el esse.

Su esencia es ser: “Dios existe necesariamente por sí mismo”. No se trata

únicamente de que exista necesariamente (pues la existencia necesaria se ha identificado

con la imposibilidad de ser y no ser, es decir, con su oposición a lo que en la terminología

de esta vía es lo ‘mutable’) sino que existe necesariamente por sí mismo. Referirse a

“Dios, que es principio de todo” implica admitir que el ser es el primer principio

absolutamente hablando, causa o explicación de la necesidad incausada de su propio ser y

fuente de la que deriva el ser de los demás y los diferentes grados ontológicos de la

Creación, manifestados en diferentes grados de autoposesión sustancial, de necesidad.

4. Summa Theologiae, I, q.2, a.3

“La Tercera Vía considera el ser posible o contingente y el necesario, y

puede formularse así. Hallamos en la naturaleza cosas que pueden existir o

no existir, pues vemos seres que se producen y seres que se destruyen, y, por

tanto, hay la posibilidad de que existan y de que no existan. Ahora bien, es

imposible que los seres de tal condición hayan existido siempre, ya que lo

que tiene posibilidad de no ser hubo un tiempo en que no fue. Si, pues, todas

las cosas tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna

existía. Pero, si esto es verdad, tampoco debiera existir ahora cosa alguna,

porque lo que no existe no empieza a existir más que en virtud de lo que ya

existe, y, por tanto, si nada existía, fue imposible que empezase a existir cosa

alguna y, como consecuencia, ahora no habría nada, cosa evidentemente

falsa. Por consiguiente, no todos los seres son posibles o contingentes, sino

que entre ellos, forzosamente, ha de haber alguno que sea necesario. Pero el

ser necesario o tiene su razón de su necesidad en sí mismo o no la tiene. Si su

necesidad depende de otro, como no es posible, según hemos visto al tratar

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de las causas eficientes, aceptar una serie indefinida de cosas necesarias, es

forzoso que exista algo que sea necesario por sí mismo y que no tenga fuera

de sí causa de su necesidad, sino que sea causa de la necesidad de los demás,

a lo cual todos llaman Dios”.

“Tertia via est sumpta ex possibili et necesario: quae talis est.

Invenimus enim in rebus quaedam quae sunt possibilia esse et non esse: cum

quaedam inveniantur generari et corrumpi, et per consequens possibilia esse

et non esse. Impossibile est autem omnia quae sunt talia, semper esse: quia

quod possibile est non esse, quandoque non est. Si igitur omnia sunt

possibilia non esse, aliquando nihil fuit in rebus. Sed si hoc est verum, etiam

nunc nihil esset: quia quod non est, non incipit esse nisi per aliquid quod est:

si igitur nihil fuit ens, impossibile fuit quod aliquid inciperet esse, et sic modo

nihil esset: quod patet esse falsum. Non ergo omnia entia sunt possibilia: sed

oportet aliquid esse necessarium in rebus. Omne autem necessarium vel

habet causam suae necessitatis aliunde, vel non habet. Non est autem

possibile quod procedatur in infinitum in necessariis, quae habent causam

suae necessitatis, sicut nec in causis efficientibus, ut probatum est. Ergo

necesse est poner aliquid quod sit per se necessarium, non habens causam

necessitatis aliunde, sed quod est causa necessitatis aliis: quod omnes dicunt

Deum” 42.

En esta vía se parte de lo posible o contingente y lo necesario y se llega a Dios

como Ser Necesario por sí, no por otro. El punto de partida se halla indicado por la frase

“hallamos en la naturaleza”. Experiencia y existencia actual convergen de nuevo para

configurar el punto de partida de la Tercera Vía. Más concretamente, el punto de partida,

la realidad de la que se parte, es que hay cosas que pueden existir o no existir. La

confirmación de esta realidad es la siguiente: “pues vemos seres que se producen y seres

que se destruyen”, lo cual no es sino un dato que confirma lo ya dicho: “por tanto hay la

posibilidad de que existan y de que no existan”. Santo Tomás añade: “es imposible que

los seres de tal condición hayan existido siempre”. Por tanto, se manifiesta literalmente la

insuficiencia de esos seres, que, aunque reales y actualmente existentes, no son auto

explicativos: no dan, ellos mismos, razón plena de sí. En efecto, aunque ahora existen, no

existen por sí: “ya que lo que tiene posibilidad de no ser hubo un tiempo en que no fue”.

Ciertamente, existen ahora, pero como tienen la posibilidad de no existir puesto que

42 TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, 3ªed., BAC, Madrid, 1964, p. 322.

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consta que se corrompen, no existen ahora de por sí. La reflexión racional, metafísica,

empieza al constatar esto: “lo que no existe no empieza a existir más que en virtud de lo

que ya existe”. Es decir: si esas sustancias que son posibles de ser y no ser fueran las

únicas existentes, ahora no habría nada (o, por decirlo mejor: no habría nada de cuanto

hay [en el mundo]: la ‘nada’ a la que se llegaría debe situarse en el mismo plano del que

se parte, es decir, el de la experiencia; no es la nada absoluta. En efecto, entre plano

predicamental y plano trascendental hay distinción real). Darse cuenta de que “lo que no

existe no empieza a existir más que en virtud de lo que ya existe” es otra manera de

subrayar la necesidad de la causalidad, que no es absoluta, sino en tanto que hay Creación

(por eso el Aquinate establecerá la imposibilidad de proceder al infinito en el orden de las

causas. Asimismo, no caerá en el causa sui).

Y que “lo que no existe no empieza a existir más que en virtud de lo que ya existe”

puede ser entendido de modo absoluto (causalidad trascendental del ser: Dios como causa

última del ser) o de modo relativo, es decir, en el orden de las causas segundas. Pues

bien: por la evolución del desarrollo probativo de la Tertia Via hasta este momento, es en

el plano de las causas segundas en el que estamos todavía. La confirmación es la

siguiente afirmación de Aquinas: “por tanto, si nada existía, fue imposible que empezase

a existir cosa alguna [de cuantas existen] y, como consecuencia, ahora no habría nada,

cosa evidentemente falsa”. Que haya algo necesario no es una exigencia, en cuanto a

nuestro proceder cognoscitivo, directamente trascendental, sino que es una exigencia que,

de entrada, es predicamental. Que exista un Ser Necesario es el último paso de la vía.

Pero, de momento, hay exigencia de que haya algunos seres necesarios, en general.

En lo contingente no todo puede ser contingente; entre las cosas creadas ha de

haber alguna necesaria hasta cierto punto. Como Santo Tomás nunca abandona su

pensamiento metafísico propio, su filosofía del ser, tampoco en esta formulación está

ausente esa impronta: todas las realidades están conectadas entre sí, jerárquicamente. La

causalidad liga unas realidades con otras de manera interna, no mecánica o extrínseca. La

causalidad no es un fluir sino un in-fluir. Por ello, declarar que hay seres posibles de ser y

de no ser es declarar su finitud y la necesidad de que sean causados, ya que no son como

son ahora por ellos mismos. Y, por ende, es declarar que la causa de la que dependen

tiene de modo estable lo que ellos apenas logran mantener de modo precario: su ahora.

En otras palabras: su carácter sustancial, su capacidad de hacerse cargo, por ellas mismas,

de su integridad ontológica: “por consiguiente, no todos los seres son posibles o

contingentes, sino que entre ellos, forzosamente, ha de haber alguno que sea necesario”.

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Ahora bien, la necesidad que reclama la existencia actual de sustancias finitas ha de

ser, en último término, absoluta, precisamente por la imposibilidad de proceder al infinito

en la cadena causal: “no es posible, según hemos visto al tratar de las causas eficientes,

aceptar una serie indefinida de cosas necesarias”. En otras palabras: “es forzoso que

exista algo que sea necesario por sí mismo”. Lo ‘forzoso’ de esta necesidad es paralelo a

la “necesidad forzosa” de la que habla el capítulo sexto del Compendium, citado más

arriba. En efecto, la “necesidad forzosa” de la Creación de los seres necesarios ab alio

reclama lo “forzoso” de la necesidad de la existencia de un ser necesario non ab alio, sino

por sí, creador de lo necesario ab alio.

Ese ser, si bien es necesario, tiene una particularidad: “que no tenga fuera de sí

causa de su necesidad”. No es una necesidad causada, pero es necesidad igualmente. Y, al

mismo tiempo, no es una auto causalidad, un causa sui: “sino que sea causa de la

necesidad de los demás”; causa de la necesidad de los demás, pero no de sí mismo (por

otra parte, quede dicho que Santo Tomás nunca habría caído en el absurdo de mantener

un Dios como causa sui). No es causa de sí mismo, pero no por deficiencia sino por

excelencia de su propia sustancialidad. Este ser necesario por sí es aquel al que todos

“llaman Dios”.

El hecho de que existan ahora seres posibles de ser y de no ser es más revelador de

lo que puede parecer: porque sólo en presente se existe. Decir que sólo en presente se

existe es decir que sólo en presente algo es. Lo que es, es algo: una sustancia. Cuando se

corrompe, la unidad sustancial ha desaparecido: ya no es la sustancia de antes, es decir,

ya no es: ya algo no es. La sustancia queda ligada al acto, al presente actual de la

posesión de una perfección. Por lo tanto, el criterio de sustancialidad queda de nuevo

patente en esta prueba, ligado a la existencia actual de sustancias no auto explicativas.

Son cosas concretas lo que existen, sujetos. Y son sustancias concretas las que son

generadas y se corrompen. La insuficiencia de las cosas que son posibles de ser y no ser,

mana, precisamente, de eso: de que, a pesar de todo, son cosas, sustancias. Es decir: de la

misma manera que es correcto decir que estos sujetos existentes ahora pueden ser y no

ser, es igualmente cierto notar algo implícito: la sustancia no puede no ser. Es decir, lo

que hace que sea imposible llevar la cadena de causas hasta el infinito es la

inexorabilidad de la sustancia: los sujetos que se generan y corrompen son reales (son

sustancias) pero el carácter de la sustancialidad misma ha de ir más allá del movimiento.

Es decir: ha de haber sustancias inmóviles, resguardadas de la potencia de no ser. Así,

puede decirse que el punto de partida de la Tercera Vía es la insuficiencia sustancial de

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los seres finitos que constan a la experiencia, manifestada en una duración precaria. Esa

insuficiencia sustancial se traduce en que pueden existir y pueden no existir, mientras que

la sustancia, de por sí, es una categoría propia y directamente metafísica: no puede no

ser, porque es inmaterial.

El punto de partida de la vía no es meramente físico por esta razón: porque el

carácter de sustancia que tienen las cosas posibles de ser y no ser no radica en sus

características físicas, en su índole física, sino en su índole metafísica, lo que lleva a

considerar que su origen último no es físico. Sus características propias, esenciales, son

físicas, pero incluso estas características esenciales son posibilitadas por algo metafísico.

La posibilidad que tienen de ser o no ser no es lógica o noética u objetiva; es una potencia

real. Se refiere a un sujeto esencial, a una sustancia actualmente existente. Se parte de

hechos comprobables; es algo fáctico, real.

Para autores como García López43 o González Álvarez44, la Tercera Vía es, ante

todo, la de la limitación en la duración. Es acertado sostenerlo así a cambio de asentar

que son sustancias las que tienen limitación en la duración. Lo creado son sustancias. La

Tercera Vía parte, entonces, de la limitación en la duración, siempre que se deje bien

clara la radicación ontológica de esa duración. La Tercera Vía apela, pues, a la recepción

de la integridad propia de los sujetos que constan a la experiencia. Es decir: la integridad

que tienen es real pero recibida. En último término, la integridad de algo es la

existencial, pero eso no consta a la experiencia porque a ello no podemos llegar más que

demostrativamente, no por experiencia inmediata45. Por tanto, lo que más próximamente

consta al sentido es la integridad sustancial: el grado de estabilidad ontológica de las

cosas finitas, el grado de auto posesión de estas cosas: su duración, manifestada en su

generación y corrupción. Ser limitadas en la duración se contrapone a ser eternas del

mismo modo a como poseerse de modo soberano e íntegro se contrapone a no poseerse

43 Cfr. J. GARCÍA LÓPEZ, Metafísica tomista. Ontología, gnoseología y teología natural, p. 559: “pues bien,

este es el punto de partida de esta nueva prueba: la existencia innegable, en el ámbito de nuestra

experiencia, de una multitud de seres limitados en su duración”. 44 Cfr. Á. GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Tratado de Metafísica: Teología natural, p. 240: “Conocemos que son

posibles de no ser en cuanto los vemos nacer y perecer, es decir, en cuanto experimentamos que su

existencia se despliega entre dos momentos, inicial uno y terminal otro. Dicho de otra manera: el punto de

partida de la Tercera Vía tomista es el ser finito, posible de ser y de no ser, en cuanto conocido como

limitado en la duración”. 45 Cfr. S. ARGÜELLO MONTENEGRO, Posibilidad y principio de plenitud en Tomás de Aquino, p. 42: “En

primera instancia cognoscitiva lo existente es el acto físico, y lo que no se ofrece a […] los cinco sentidos,

no existe”.

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de ese modo (es decir, ser contingente)46. El Ser Necesario es aquel que, por su

perfección intrínseca, no ha recibido nada de lo que tiene: ésa es la razón última de su

necesidad, el reconocimiento de que su esencia es ser y su señorío sobre sí absoluto:

eterno47. Las sustancias espirituales tampoco han recibido nada de lo suyo (de su esencia)

pero han recibido algo de lo no suyo: el ser. Son necesarias, sí: pero por otro. Su carencia

de potencia de no ser la tienen en propiedad, habida cuenta de que son pura forma, pero

no son forma absoluta, formalidad irrestricta: no son acto puro. Es decir, que son, como

todo, existencialmente contingentes48. Es otra manera de indicar que, más allá de la

propia sustancialidad o esencia de los entes, aun cuando ésta sea poseída soberanamente,

en lo más íntimo de ellos hay algo que procede más allá ellos mismos: el esse.

En efecto, en las sustancias posibles de ser y no ser que trae a colación la Tercera

Vía, comparece el ser como perfección: que pueden existir y no existir es que por ellos

mismos no existen o dejan de existir sino que la perfección actual que tienen es por otro,

y causada. No es un estado de cosas. El existir también deriva del acto de ser por el que

una sustancia es puesta (extra causas) en la existencia: esencia y existencia convergen de

esta manera en la unidad del ser. Así, el núcleo de la Tercera Vía es la recepción formal

del ser por un sujeto finito en una esencia: de la peculiar manera de recibir el ser deriva

que el resultado ontológico en la sustancia finita sea uno u otro. De las características de

la esencia derivará una posesión u otra del ser recibido. Aunque el origen de la recepción

del ser es trascendental, su punto de llegada y recibimiento es categorial, puesto que el

acto de ser queda insertado en un sujeto.

Es decir: los entes que lleguemos a conocer no son nunca su ser. Sólo el Ipsum Esse

Subsistens es su ser completamente. A este respecto, es interesante traer a colación la

propuesta de Inciarte y Llano. Para estos filósofos, declarar llanamente que Dios es el Ser

o el Ser mismo no es del todo apropiado porque late en esta fórmula cierta cadencia

platónica esencialista. Para ellos, es mejor indicar que Dios es su mismo ser subsistente49:

Él sí que es su ser plenamente, sin encorsetamiento categorial, sin esencia (no porque no

46 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, p. 220: “La medida de lo que es inmutable se denomina

eternidad […] Dios, por ser omnino immutabilis, no es medido por el tiempo: es eterno. No se trata, por

tanto, de un tiempo o duración infinita, sino de algo que no puede ser medido por el tiempo”. 47 Cfr. Á. L GONZÁLEZ, Teología natural […], p. 221: “la eternidad divina […] expresa autoposesión

perfecta del Ser”. 48 Cfr. E. GILSON, El ser y los filósofos, 5ªed., EUNSA, Pamplona, 2009, p. 213. Ésa es, precisamente, la

paradoja que señala Gilson: “el mundo creado de Tomás de Aquino es exactamente eso, porque es un

mundo de sustancias aristotélicas que son por derecho propio. Es un mundo sustancialmente eterno y

existencialmente contingente”. 49 Cfr. F. INCIARTE y A. LLANO, Metafísica tras el final de la metafísica, pp. 266-271; también cfr. A.

LLANO, Caminos de la filosofía, EUNSA, Pamplona, 2011, pp. 241-247.

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sea concreto sino porque no necesita concreción categorial por carecer de potencia).

Nadie le ha dado el ser que tiene; pero el ser que tiene se refiere a la sustancia, siguiendo

esa fórmula. Con esa fórmula se salva también el carácter de concreto y sujetual que ha

de tener toda realidad (pues es su carácter trascendental mínimo: toda realidad ha de ser

concreta) y se previene así de una indebida panteización de la realidad o de reducir el Ser

a la nada o hacerlos equivalentes. Quizás de este modo se atisba mejor hasta qué punto el

Esse tomista es real y no simplemente pensado (resultado de una mera hipóstasis última

sublimada al estilo platónico). La trascendentalidad suma de Dios no es un simple pensar

puro, traducido en la potencia absoluta de la que deriva el acto, sino el pensamiento

absoluto de una entidad suprema, es decir, el acto absoluto subsistente que hace que la

posibilidad sea siempre posibilidad de ser50. Este Dios no es el acto que surge de la

supereminencia de la potencia sino que es el Acto Puro de Ser.

Sea como sea, esa enmienda que proponen Llano e Inciarte puede resultar

ilustrativa, sobre todo para salvaguardar el carácter de concreto, de sustancial, del Ser por

Esencia, que quizá de otro modo se desdibujaría en una Existencia desgajada del carácter

intensivo del acto o en una hipóstasis al estilo de Platón. En cualquier caso, declarar que

Dios es el Ser mismo subsistente no tiene porqué implicar platonismo craso, si se sostiene

que son tres las influencias (Aristóteles, Avicena, Platón) que convergen para dar razón

de la perfección separada del Esse51. En otras palabras: el término de llegada de la cuarta

vía no es el de la tercera. El término de la Tercera Vía es el Ser Necesario, es decir, el

ente cuya esencia es ser. Aunque suena muy parecido a decir que es el Ser por Esencia

(punto de llegada de la cuarta vía), no es lo mismo. Y no es lo mismo porque el punto de

partida de la cuarta vía es directamente metafísico, trascendental, desde perfecciones

trascendentales. Y, por tanto, el término de la vía, que en todas las vías se configura

probativamente desde la reflexión metafísica sobre el punto de partida, también será

máximamente trascendental. La llegada de Aquinas al Ser por Esencia tiene un último

sentido: la superación del orden formal, del orden sustancial que, patente en la cuarta vía,

en el resto (incluida la tercera) sólo está latente o supuesto, no manifiesto. Es decir:

aunque Dios es su mismo ser subsistente (tiene carácter sustancial y de auto posesión en

el ser) es, ante todo, el Ser mismo, perfección separada: su carácter sustancial es

derivado, secundario con respecto a la excelsitud de su mismo ser. Se puede decir sin

problemas que es el Ser mismo: el Ser mismo es su mismo ser, ciertamente, como

apuntan Inciarte y Llano; pero lo es como resultado formal irrecepto de ser el Ser por

50Cfr. ARISTÓTELES, Metafísica, libro XII, pp. 469-501. 51 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, pp. 105-166.

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Esencia; es otra manera de decir que en Dios no hay distinción entre supuesto y

naturaleza52 porque Dios es el Ser por Esencia, rasgo que prima sobre su posesión

sustancial; la plena auto posesión sustancial es, justamente, lo que la enmienda de Inciarte

y Llano parece hacer prevalecer sobre el carácter separado del Esse, caracterizado por

una separación absoluta de todo lo creado que es real, no meramente pensada,

hipostatizada desde la mente o nacida de su carácter sustancial como hegemónico frente a

la perfección del ser; la perfección de ser no necesita de las demás, aunque la fórmula

inversa no sea, al menos para Santo Tomás, válida.

52 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, p. 200: “que en Dios no hay distinción real entre sujeto o

supuesto (Dios) y naturaleza (divinidad) es consecuencia inmediata de que no hay en Él composición de

sustancia y accidentes ni de esencia y acto de ser […] en Dios no hay distinción de esencia y ser, es Ipsum

esse subsistens, su mismo ser; todo lo que hay en Dios no lo tiene, sino que lo es. Dios no tiene divinidad;

es su divinidad. Como es puro ser [ser “puro ser”: he ahí la causa de lo que sigue: de que sea su mismo ser],

la naturaleza es ya el supuesto; el todo subsistente y la naturaleza se identifican. Dios es la Divinidad”. La

cursiva no está en el original.

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CONCLUSIONES: LA METAFÍSICA DEL ACTO DE SER DE

TOMÁS DE AQUINO COMO TRASFONDO INTERPRETATIVO DE

LA TERCERA VÍA

De la misma manera que a una existencia actual sólo se llega desde otra, a la

causa desde el efecto, del mismo modo, para adquirir un cabal conocimiento sobre las

nociones de posibilidad y necesidad en Tomás de Aquino53 no podemos prescindir del

marco conceptual heredado (en el que estamos inmersos), que es divergente con respecto

a la metafísica del Doctor Angélico. Ciertamente, el tema de las modalidades es un buen

canalizador para analizar las relaciones entre necesidad, contingencia, libertad y azar. Sin

embargo (y he aquí un dato insoslayable), no es principalmente en el ámbito de las

modalidades donde se mueve la Tertia Via de Tomás de Aquino.

Las nociones de necesidad y posibilidad se entienden primordialmente desde las

modalidades en el planteamiento moderno, para el que la existencia es algo derivado. De

hecho, en tanto que tratamos de la Modernidad, es el ámbito por excelencia en el que

entender la trabazón entre estas nociones. No en vano, la primacía que en la metafísica

moderna tiene la esencia sobre el ser conlleva que se antepongan los criterios modales

(ligados más propiamente, aunque no exclusivamente, al ámbito de la razón54) a los

criterios ontológicos primarios (vinculados, más bien, a la experiencia). En efecto, como

dice Fernando Haya, “las nociones modales adquieren dentro del pensamiento

racionalista un peso metafísico de primera magnitud”55. En otras palabras: la necesidad y

la posibilidad como criterios metafísicos pasan por delante de la perfección y de la

gradación en el ser. Y esto conlleva, asimismo, que, al supeditar el ser a la esencia, las

modalidades también se desdibujen y su regencia pasa a ser válida sólo en el ámbito

lógico o lógico-trascendental56. Es un ejemplo de la conculcación de la vigencia

ontológico-noética de los primeros principios y nociones trascendentales; se vulnera una

53 Cfr. J. O. OWENS, “‘Quandoque’ and ‘aliquando’ in Aquinas’ ‘tertia via’” […], p. 449: “the thrust should

be strictly to understand the argument as it was developed in the thought of Aquinas”. 54 Cfr. E. ALARCÓN, “La dimensión modal del conocimiento”, Espíritu, LXIII, 148, 2014, p. 251. 55 Cfr. F. HAYA, “El tiempo y las modalidades en Leibniz”, Anuario Filosófico, XXXVIII/1 (2005), p. 163. 56 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, “La noción de posibilidad en el Kant precrítico (I)” […], p. 87: “la profunda

transformación acaecida en la doctrina del ser con la filosofía moderna ha acarreado una transformación de

la consideración de las modalidades”.

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de las piezas clave del pensamiento de Aristóteles, expresado en la continua alusión en su

Metafísica a la articulación physikós/logikós57.

Con ello, frente al pensamiento creacionista del Aquinate, la existencia del mundo

se pasará a entender unilateralmente desde la inteligencia, marginando con ello la

voluntad. Y de esta manera sobreviene el problema de explicar el mal, la libertad divina y

la libertad de las criaturas. Al haber hecho de la razón y de la modalidad el criterio-guía

exclusivo, el mal tenderá a justificarse o racionalizarse de algún modo58, restando con

ello relevancia a la culpa y al acto voluntario de posición del mal. Como afirma la

profesora Soto, “una de las tesis más significativas de la ontología modal de Leibniz es la

que afirma que el mejor de los mundos posibles es el que actualmente existe”59. De

hecho, Leibniz es quien acuña el término ‘teodicea’60 que, literalmente, significa

“justificación de Dios”. Por contraposición, una metafísica del ser, centrada en la cuestión

de la diversidad de grados de ser en el universo, da primacía a la voluntad (del Creador)

sobre el entendimiento en lo que respecta a entender el acontecimiento mismo de la

Creación. En efecto, la Creación implica no sólo inteligencia o esencias posibles sino una

voluntad adjunta (la divina) que, libremente, les concede el ser.

Tomás de Aquino enfatiza que, en última instancia, el carácter libre de la Creación

y de las cosas creadas es lo que da razón de que en el mundo haya cosas no estrictamente

necesarias o previstas. Es decir, la voluntad juega un papel clave en la estructura

ontológica de los seres creados. Es, según el Aquinate, por voluntad divina como en la

Creación hay diversos grados de realidades61. Es otra manera de decir que el criterio de

perfección prima sobre el de necesidad, la jerarquía ontológica sobre la modalidad, la

cuarta vía sobre la tercera.

57 Physikós/logikós: Aristóteles, a lo largo de su Metafísica, recurre en multitud de ocasiones a ese par

physikós/logikós para expresar que, en lo fundamental, lo mismo que es en la realidad es en el

conocimiento aunque no del mismo modo. Ambos ámbitos están equilibradamente trabados y, aunque

diferenciados, paralelamente constituidos y pacíficamente relacionados. 58 Cfr. G. W. LEIBNIZ, Ensayos de teodicea: sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del

mal, Abada, Madrid, 2015, número 248, p. 539: “Pudiendo Dios apartar una infinidad de males mediante

un pequeño milagro ¿por qué no lo realizó? Presta tantos auxilios extraordinarios a los hombres caídos;

pero, sin embargo, un pequeño auxilio de esta naturaleza otorgado a Eva hubiera impedido su caída y

hubiese vuelto ineficaz la tentación de la serpiente. Nosotros ya hemos respondido satisfactoriamente a esta

clase de objeciones, mediante esta respuesta general: que Dios no debía haber elegido otro universo porque

ha elegido el mejor y solamente ha realizado los milagros que en él eran necesarios”. 59 Cfr. M. J. SOTO BRUNA, “La contingencia como composibilidad en G.W. Leibniz”, Anuario Filosófico,

2005, p. 145. 60 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Posibilidad, contingencia, necesidad, existencia: estudios en los 300 años de la

“Teodicea” de Leibniz, 1ªed., EUNSA, Pamplona, 2011, p. 13: “Aunque los temas referentes a la teodicea

se remontan a los presocráticos, el mismo vocablo de teodicea, que tanta fortuna ha tenido es una invención

de Leibniz”. 61 SCG, III, c.72, por ejemplo.

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Y, siguiendo el pensamiento tomista de que el obrar sigue al ser, cabe asimismo

añadir que de la misma manera que hay libertad en la estructura ontológica del universo y

de los sujetos en concreto, también la hay en su obrar. Dar razón del mal del mundo es un

desafío sea cual sea la postura metafísica que se defienda, pero en una metafísica realista,

del ser, la libertad tiene un sentido fuerte, que pone de relieve la cuestión de la culpa y de

hasta qué punto el progreso humano moral es posible. No en vano, Leibniz es el prócer de

la ideología moderna del progreso, desarrollada por la Ilustración.

Así, como quiera que la metafísica tomista se asienta en su doctrina sobre el acto

de ser (de la que depende una correcta interpretación de su pensamiento, incluida una

legítima comprensión de la Tertia Via62), perfilar bien la noción del esse tomista llevará a

que quede patente la hondura de la transformación metafísica habida durante la Edad

Moderna, con una filosofía enteramente centrada en la esencia. A fin de cuentas, el

contexto hermenéutico en el que nos encontramos aparece dominado por la concepción

de herencia racionalista sobre lo necesario y lo contingente. El esencialismo moderno

constituye, a su manera, una Seinsvergessenheit.

Así pues, el esse no es forma; puede ser lo más formal (lo más actual), pero no

forma. No tiene un contenido esencial sino que su esencia es ser. No es el vacío del ser

hegeliano ni la nada; pero llegar a atisbar qué es no resulta sencillo, sino que el

entendimiento humano creado se encuentra ante una barrera tenebrosa, en la que apenas

atisba unos rayos de luz, pero verdadera luz y conocimiento a fin de cuentas. Para captar

la noción de ser se necesita superar el orden formal y, para ello, se hace necesario, en el

ámbito del conocimiento, superar el orden objetual, el límite objetual en el que, si

persistimos en permanecer, quedaríamos encallados como en un muro, que nos impediría

el acceso real a Dios. Entender la doctrina tomista sobre la distinctio realis implica

correlativamente un cambio cognoscitivo, una prosecución intelectiva, puesto que

“mientras no se conciba el ser como carente de contenido formal, precisamente porque

62 De hecho, en nuestros días, Plantinga, por más que se abra a cierta metafísica realista, sigue defendiendo

postulados interpretativos de la tercera del más acendrado esencialismo. Plantinga sigue defendiendo, con

la tradición escolástica tardía (Suárez) que la principal característica de Dios es la Aseidad. Es una muestra

más de la pérdida renacentista del actus essendi: Cfr. A PLANTINGA, God and other minds: a study of the

rational justification of belief in God, Cornell University Press, Ithaca and London, 1975, p. 1: “God’s

greatness has many facets; preeminent among them are his love, justice, mercy, power and knowledge. As

importante as any, however, are his aseity (his uncreatedness, self-sufficency and Independence of

everything else)”. De hecho, refiriéndose a la Tercera Vía de Tomás de Aquino, Plantinga define los seres

“necessary in themselves” como necessary a se; sin embargo, sería mejor decir (siguiendo la mente de

Tomás de Aquino) necessary non ab alio: cfr. A. PLANTINGA op.cit., p. 8; la aseidad como atributo esencial

de Dios llegará a su cumbre en Espinosa, que tuvo como precursor a Descartes en lo que se refiere a forjar

la noción de causa sui, que subraya la perseidad de la sustancia antes que la inseidad, Cfr. J. L. FERNÁNDEZ

RODRÍGUEZ, El Dios de los filósofos modernos, EUNSA, Pamplona, 2008, pp. 77-81.

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trasciende todo contenido, no se alcanzará la profundidad de la metafísica de Tomás de

Aquino”63. El esse debe ser conocido per reductionem. Esta superioridad del esse frente a

la essentia no puede llevar a considerar a ésta como mera negatividad, porque en lo finito

hay composición, no yuxtaposición entre esse/essentia; ambos concurren en un sujeto.

Cobra especial relieve para esta tarea tener en cuenta la limitación del

conocimiento humano (paralela a la limitación de su ser) que, aunque puede con verdad

asomarse a comprender al Absoluto, ha de proceder de una manera muy prudente. En

efecto, “el mismo Ser subsistente sólo es connatural al entendimiento divino […] que está

fuera del alcance de todo entendimiento creado”64. Como procedimiento gnoseológico

para acceso a Dios y a su esencia, se ha de recurrir al conocimiento analógico. Éste es la

vertiente lógica de lo que, metafísicamente, es la participación65. Nada puede sustraernos

de que res sunt; el esfuerzo está en mostrar legítimamente que Esse est66. Éste es el

intento de las cinco vías de Tomás de Aquino. Dios es causa de todos los seres de la

misma manera que el primero en cierto género, pero de modo análogo, porque el ente no

es un género. Y, así, la Creación es dependencia en el ser: “entre tener ser y depender de

Dios hay una rigurosa identificación”67.

La recuperación de la noción de ‘participación’ en el seno de la tradición de la

metafísica tomista tiene lugar en el siglo XX, con Cornelio Fabro y constituye el gozne

fundamental que permite explicar cómo el Ser de Dios y el ser de las criaturas es

diferente; es decir, cómo es posible que haya ‘ser’ en el mundo en sentido fuerte (pero no

absoluto, no subsistente). En efecto, todo se ha de entender según el paso del ens al esse y

de éste al Esse. La distinción entre el ens [asimílese aquí a ‘esencia’: nivel de recepción

finita del esse por parte de un sujeto] y el esse es real, mas vinculada; entre el esse y el

Esse hay una relación de causalidad-dependencia, relación mantenida en presente.

No se trata de que Dios creara y arrojara lo creado al existir, simplemente. La

razón de que haya distinción real esse/essentia y de que ésta se mantenga en lo creado sin

que el esse se confunda con la existencia como estado, es que la presencia del Ser se

63 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, p.110. 64 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, p.138. 65Así, la causalidad trascendental del ser, su participación en el mundo, es la nota principal de la Creación;

la causalidad ejemplar es algo secundario, no principal, como algunos autores sostienen: “All these ways

have in common their starting from an experiential fact […] the first and second ways proceed through the

efficient cause […] the other [la cuarta vía] through the formal extrinsic cause, which is the exemplary

cause, according to which the degrees of being are ordered in an echelon-like way”, Cfr. M. BEUCHOT,

“Saint Thomas’ Third Way: possibility and necessity, essence and existence”, p. 94. 66 “Si no se demuestra que Dios es, toda disertación posterior es inútil”, cfr. J. M. PARDO, “El ser posible y

el ser necesario como vía de acceso al Absoluto”, p. 27. 67 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, pp. 253-254.

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mantiene en el ser creado: “más que de presencia de Dios en el ente, habría que hablar de

presencia del Ser en el ser del ente”68, pues “el esse es, por así decirlo, el punto de

contacto entre el Ser por esencia y los entes por participación, puesto que el efecto propio

de la causalidad trascendental de Dios es el esse de todo ente”69. Por todo ello, cabe decir

que “la composición real de esencia y ser en toda criatura […] es la verdad central de la

metafísica tomista”70.

Pues bien, esta genuina metafísica del ser tomista quedó alterada en el Bajo

Medievo. Como indica Gilson, entre Tomás de Aquino y Suárez se fragua una alteración

en la concepción de la naturaleza del ser que “no retiene de los principios más que las

condiciones de su predicabilidad abstracta en el orden del ser posible, […] lo que vale

para lo posible, vale también para lo real”71. El problema entonces es cómo explicar que

haya algo. Para dar razón de esto, la causalidad pasará a un primer plano e incluso se le

aplicará positivamente a Dios (causa sui)72. ¿Qué es lo que diferencia al ser real-

existencial del posible? ¿Cómo se pasa de uno a otro? La existencia actual, como se

observa inexorablemente en las anteriores preguntas, es la verdadera piedra de escándalo

para el pensamiento esencialista. Explicar que haya algo es muy difícil73 porque de suyo,

la esencia no dice relación a la existencia: la esencia es igual al ser y, por tanto, que exista

68 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, p. 272. 69 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, pp. 246-247. 70 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Ser y participación, p. 222. 71 Cfr. É. GILSON, Las constantes filosóficas del ser, EUNSA, Pamplona, 2009, pp. 60-61. 72 Es una noción típicamente espinosiana: el causa sui es la fórmula antiexistencialista por excelencia. Al

contrario que en Sartre, en Espinosa la esencia implica (involvit) la existencia y se autopone

existencialmente: cfr. B. ESPINOSA, Ética demostrada según el orden geométrico, 4ªed., Editora Nacional,

Madrid, 1984, p. 49 (Definición I); Sartre, en cambio, opina que es la plenitud de posición de la existencia

ya de entrada (sin necesidad de auto posición) la que acaba engendrando la esencia: “la conciencia es una

plenitud de existencia, y esta determinación de sí por sí es una característica esencial. Hasta sería prudente

no abusar de la expresión ‘causa de sí’, que deja suponer una progresión, una relación del sí-causa al sí

efecto”, cfr. J.P. SARTRE, El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica, 2ªed., Editorial Losada,

Buenos Aires, 1968, p. 23. Leibniz sigue en este punto, a grandes rasgos, en la estela del racionalismo

espinosiano: “In modern philosophy, it is often said that God is a necessary being, and that everything else

is contingent. One of Leibniz’s proofs for the existence of God concludes that there exists ‘a necessary

being, in whom essence involves existence’” [citado por A. KENNY, The five ways […], p. 47]. Y, sin

embargo, el sentido racionalista de ‘necesario’ y ‘contingente’ no es el de la Tercera Vía, como está

quedando claro en las páginas de este trabajo: En efecto, “quiere decirse que todos los entes finitos son no

necesarios por sí mismos, pero en diversos grados: no es lo mismo un ángel que una piedra. Por el

contrario, quienes consideran la contingencia en el sentido de posibilidad de ser afirman el grado de no

necesidad para todos los entes que no son Dios; ello es consecuencia, de un modo u otro, de la reducción

del ser a la esencia, de no entender la esencia como potencia de ser y el esse como principio intrínseco del

ente que le hace real. Pero el contingentismo absoluto de todo lo que no sea el propio Dios es algo que de

ninguna manera tiene fundamento en la metafísica de Tomás de Aquino”, cfr. Á. L GONZÁLEZ, Teología

natural, p. 133. 73 Cfr. M. J. SOTO BRUNA, “La contingencia como composibilidad en G.W. Leibniz”, p. 146: “En este

sentido, debe recordarse que Leibniz articula su Teodicea en torno a una cuestión fundamental: por qué

existe este mundo y no otro, y por qué, dado el estado actual de cosas, existe de este modo y no de otro”.

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algo es indiferente74. Ahora bien: hay existencias y esto es desconcertante. He aquí el

origen del tratamiento moderno de las modalidades y su caída en el esencialismo: hay que

saber dar razón de la existencia75. Al haber declarado que lo real es la esencia, se perfila

ante nosotros el problema del puente: a pesar de todo, hay existencia y ésta ha de ser

explicada desde la esencia.

La caída en el esencialismo lleva aparejada cierta aceptación de la prueba

ontológica de origen anselmiano y que todos los grandes filósofos modernos salvo Kant

aceptarán. En estos argumentos, la existencia siempre es algo advenido, no basal y

fundamental. No deriva, como en Tomás de Aquino, del acto de ser por el que una

sustancia es creada. La clave está en darse cuenta de que el esencialismo moderno

comporta, en tanto que quiera dar razón de algo ajeno a él, como es la existencia, cierta

contradicción:

“Aparte de otras consideraciones, el núcleo de la crítica [del Aquinate al argumento

ontológico] radica en lo que comúnmente se denomina tránsito ilegítimo del orden ideal al

orden real; categóricamente afirma Sto. Tomás que eodem enim modo necesse est poni rem et

nominis rationem. La realidad que se menta y la razón del nombre deben estar en el mismo

plano. De ahí que ‘porque sea concebido por la mente lo que se dice con este nombre Dios no

se sigue que Dios exista a no ser en el intelecto. Si se quiere salvaguardar el principio de no

contradicción, es necesario que las propiedades atribuidas a un sujeto estén en el mismo

plano que el sujeto al que se atribuyen [en caso contrario] es faltar a la exigencia del

principio de contradicción”’76.

En suma, para comprender correctamente la Tercera Vía, ésta ha de quedar

firmemente encuadrada en la metafísica tomista del ser, de suerte que la existencia no se

puede explicar partiendo de la estricta razón y de la modalidad sino desde una actitud de

respeto a la realidad que implica otorgar, de entrada, precedencia a la experiencia; una

experiencia que es, primordialmente, del ser en las cosas que actualmente son. Ese

realismo metafísico implica igualmente realismo moral77: ninguna fórmula que trate de

74 En Leibniz, sin embargo, frente a Suárez, las esencias están ansiosas por existir. Cfr. S. FERNÁNDEZ, “La

necesidad como totalidad de la posibilidad en Leibniz”, Anuario Filosófico, 29, 1996, p. 528. 75 Heidegger reaccionó, ya en el siglo XX contra el esencialismo de la Modernidad; para ello, reivindicó la

pregunta por el ser. Sin embargo, “lamentablemente […] la metafísica tomista del ser parece haber llegado

a Martin Heidegger en la forma bastarda [sic.] que la han impuesto Cayetano, Suárez y todos aquellos que,

desde el siglo XVI, han enseñado en las escuelas una ontología del ente privado de su ser”, cfr. R.

ECHAURI, Heidegger y la metafísica tomista, EUDEBA, Buenos Aires, 1970, p. 9. 76 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, p. 76 y p. 105. 77 Cfr. A. ECHAVARRÍA, Metafísica leibniziana de la permisión del mal, 1ªed., EUNSA, Pamplona, 2011, p.

15: “El problema del mal se encuentra entre aquellas cuestiones fundamentales a las que quien filosofa sólo

puede escapar a costa de renunciar a hacer auténticamente filosofía. En efecto, si la tarea de la filosofía

sigue siendo hoy, como siempre, la de dar respuesta a los grandes interrogantes de la existencia, buscando

su último “por qué”, ninguna cuestión interpela a la razón con mayor apremio ni reviste mayor relevancia

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explicar legítimamente el mal puede acabar por racionalizarlo completamente o

aherrojarlo. La relevancia moral de la Tertia Via es, obviamente, secundaria en Santo

Tomás, pero central en el pensamiento esencialista de Leibniz, para quien la temática de

la Tertia Via es la temática de la metafísica misma.

En efecto, no entender las exigencias de la jerarquía ontológica de los seres, que

reclama diversos grados de ser, es hacer equivaler la finitud con el pecado78; confluyen

metafísica y ética de un modo inapropiado79 y se pierde de vista que la estructura

metafísica del mundo, que no implica necesidad perfecta, se basa en la libertad originaria

del decreto creador de Dios, que no está obligado a crear lo mejor, sino lo que quiere. Es

asombrosa la cantidad de veces que el Aquinate insiste en que, en última instancia, como

ya se ha dicho más arriba, la razón de la contingencia en el mundo creado es libre: no

responde a una razón propiamente hablando sino a una voluntad libre que dispone que es

bueno que haya gran diversidad de entes80. Es otra manera de decir que, para entender la

Tercera Vía y su esfuerzo probativo de la existencia de Dios a partir de las cualidades

existenciales de las cosas generables y corruptibles, se ha de comenzar en la experiencia y

no en el conocimiento. Explicar la existencia del mundo (que es lo que, en último

término, nos hace preguntarnos por la existencia de Dios) y partir de ella en nuestro

esfuerzo demostrativo es la única manera de explicar la existencia; dicho de otro modo:

“es el tema de la Creación el que nos va a conducir al verdadero problematismo de la

existencia”81.

La admiración primera del filósofo debe ser darse cuenta de que res sunt. Llegados

a este punto, “la decisión capital debe ser tomada. Si el intelecto cede a su inclinación

natural, se apresurará a sustituir cada objeto de este tipo [cada cosa] por una definición

nominal que permita manejarlo con toda seguridad sin preocuparse de la realidad

correspondiente”82. Es decir: sólo desbrozando y clarificando los intersticios de la

que la de buscar como absolutamente carente de sentido y finalidad, en otros términos, como algo en sí

mismo absurdo, injustificado e injustificable. Tal es la condición de aquellos sucesos, experiencias y

acciones que normalmente calificamos como ‘malos’”. 78 Cosa que también hace Kant: “lo moralmente malo se funda en los límites de la naturaleza del hombre

como ser finito”, cfr. ÜGTP; I. KANT, En defensa de la Ilustración, Alba, Madrid, 1999, p. 223. 79 Cfr. J. GARCÍA LÓPEZ, Metafísica tomista. Ontología, gnoseología y teología natural, p. 139: “la primera

caracterización de lo bueno físico y de lo bueno moral es ésta: lo bueno físico es el que corresponde a las

cosas, a las meras cosas, mientras que lo bueno moral es el que corresponde a las personas”. 80 Por ejemplo, In Sent., d.45, q.1, a.3, ad 4m; SCG, I, c. 85. 81 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, “La existencia en Leibniz (una introducción)”, Thémata. Revista de Filosofía, 9,

1992, p. 186. 82 Cfr. I. FALGUERAS; J. GARCÍA; R .YEPES, “El pensamiento de Leonardo Polo”, en Cuadernos de Anuario

filosófico, nº11, Servicio de publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 1994, p. 31.

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confluencia entre la no-contradicción y la advertencia experiencial primordial del ser se

puede dar cuenta de la existencia.

Y así, en el plano gnoseológico83, el distanciamiento con respecto al tomismo corre

paralelo al de su metafísica84. Ante todo, la tesis capital del tomismo, en teoría del

conocimiento, es que, frente al racionalismo y el idealismo subsiguiente, incluido el

kantiano, todo conocimiento parte, de modo directo o indirecto, de la experiencia85,

procede todo de ella y en ella también acaba86. Aunque el ser no es material, sólo lo

llegamos a conocer en lo material. Siguiendo a Aristóteles y en contra de Platón, Gilson

defiende la imposibilidad de un pensar humano sin imágenes87. No hay otra vía, al menos

si de lo que se trata es de que nosotros conozcamos el ser. La metafísica queda así

definida como un saber del ser, pero saber que llevamos a cabo los hombres: un saber

humano. No tenemos una intuición directa de lo inteligible, sino una noción abstracta,

obtenida de lo sensible por el intelecto agente; así, aunque cabe continuar desvelando

algo más del rostro del ser, atisbando incluso algo más allá de lo abstracto88, siempre hay

que tener presente este tope. Ese límite, con todo, no es algo puramente negativo sino que

es el que permite que nuestra verdad sea verdaderamente nuestra, como resultado de

nuestro acto de conocer89.

Sea como sea, puede resultar interesante concluir con la pregunta que Heidegger,

haciéndose eco de Leibniz, volvió a traer a colación: ¿por qué el ser y no más bien la

nada? Para que esta pregunta tenga sentido, el ‘ser’ al que se refiere no puede ser el ser

absolutamente tomado, porque el ser no tiene alternativa: no hay más que realidad. Para

83 Quizás sea, precisamente, en este plano donde esté la clave de lectura de las cinco vías, punto de

contraste con pensadores como San Anselmo y todos los racionalistas modernos: “Santo Tomás ha tenido

ya desde el principio una visión clara del problema y una intuición de la vía de solución, fundada en la

doctrina aristotélica del origen empírico de nuestro conocimiento”, cfr. M. GONZÁLEZ POLA, El problema

de las fuentes de la ‘Tercera Vía’ de Santo Tomás de Aquino, Convento de San Pedro Mártir, Madrid, 1961,

p. 2. 84 En efecto, metafísica y gnoseología están uncidas por el mismo yugo: “el punto de partida no es sólo la

existencia […] incluye también nuestro conocimiento de su existencia”, cfr. M.GONZÁLEZ POLA, “El punto

de partida de la Tercera Vía de S. Tomás”, p. 285. 85 No todo viene directamente de la experiencia, pero sí en último término: no hay conocimiento a priori

kantiano en Tomas de Aquino. Así, por ejemplo, considérese la idea de ‘infinito’: “el concepto de infinito

es producto de la reflexión y no de la experiencia [pero] en el orden noético la noción de infinito presupone

la de finito […] la noción de infinito no puede ser hallada más que a partir de lo finito”, cfr. Á. L.

GONZÁLEZ, Teología natural, p. 210; cfr. también la nota a pie de página número 22 de este TFG. 86 Cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, p. 171: “En el mismo lugar en el que Sto. Tomás señala que

nuestro conocimiento natural tiene su principio en los sentidos y por ello sólo puede alcanzar hasta donde

puedan conducirle las cosas sensibles”. Lo mismo ocurre con nociones tales ‘eternidad’: “el concepto de

eternidad se puede entender a partir del concepto de tiempo”, cfr. Á. L. GONZÁLEZ, Teología natural, p.

220. 87 Cfr. É. GILSON, Las constantes filosóficas del ser, p. 22. 88 Cfr. É. GILSON, El ser y los filósofos, p 245. 89 Cfr. É. GILSON, Las constantes filosóficas del ser, p.155.

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que su pregunta tenga sentido se ha de referir a las existencias actuales (el hay, el mundo,

los entes) donde el ser comparece en algo que es, concreto, aunque esencia y ser difieran

realmente. El sentido último del ser, como señaló Gilson, es la inexorabilidad de la

existencia actual: a pesar de todo, las cosas existen, a pesar de todo, hay algo. En última

instancia, que haya ese algo, que algo exista sólo puede ser explicado por el

acontecimiento originario de la Creación. No obstante, al contrario que en alguno de los

pensadores existencialistas contemporáneos, en Tomás de Aquino, la existencia no se

opone al existente ni éste a la existencia90; y, paralelamente, tampoco la existencia es un

mero hay: la existencia no es un telón de fondo sino que lo que en realidad hay son

existentes, entes que existen. Es otra manera de decir que el ser está presente en el mundo

en sujetos concretos.

En lo que respecta a la cuestión moral, al mal, la identificación del estatuto

ontológico de lo finito con la cualidad moral es una tendencia bastante marcada en los

racionalismos, y, en especial, en los idealismos: por ejemplo, en Kant más que en

Leibniz. Por traer a colación la cita de Kant referida más arriba (nota al pie número 78) :

“lo moralmente malo se funda en los límites de la naturaleza del hombre como ser finito”.

La ligazón que el regiomontano parece establecer entre el mal y la finitud lo sitúan en la

línea del protestantismo y del idealismo. El fundamento del mal no reside en la voluntad;

es más: no puede residir en ella. Es externo: procede de la finitud. No se niega con ello

que el hombre sea pecador (Kant lo enfatiza, de hecho), pero sí se niega el origen del

pecado y del mal (también tras el pecado original) en la voluntad misma. Aunque Kant

quizá aceptaría gustoso que el pecado reside en la voluntad en tanto que cae en lo

empírico o heterónomo como fundamento de determinación de la acción, no aceptaría un

inicio del mal o del pecado en la voluntad misma en tanto que tal, en el interior de su

propio seno, como afirma San Agustín. En efecto, para el autor de La Ciudad de Dios, el

mal y el pecado no tienen su origen, de por sí, en un estado o en una constitución

ontológica precaria, sino que, en el fondo, brotan de la voluntad misma y no precisamente

por la comisión de un acto moral heterónomo, sino por una acción guiada por un

principio de autonomía emponzoñado: el orgullo. El origen del mal es la “propia y

90 Tanto Heidegger como Lévinas, por distintos motivos, rechazan la vinculación y la intrínseca relación

entre ser y sustancia. Son heterogéneos. Y es, precisamente, en este punto donde se advierte la carencia

metafísica de ambas fenomenologías. Para Heidegger, la sustancia tiene un carácter puramente cósico, sin

relación al ser. Por su parte, Lévinas defiende que la sustancia es la liberación del ser, de la existencia: “la

aparición misma de un existente […] significa la aparición de un dominio privado de un nombre. Sobre el

fondo del hay surge un ente”: cfr. E. LÉVINAS, De la existencia al existente, 2ªd. Arena Libros, Madrid,

2007, pp. 100-101.

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perversa voluntad”91. Es este origen íntimo del mal, según el doctor de Hipona, el que es

preciso reconocer para lograr perfilar los caracteres de una verdadera redención. En

buena medida, Lévinas coincide en sustancia con lo anterior:

“Así como la felicidad de la humanidad no justifica la desgracia del individuo, la

retribución en el porvenir no agota las penas del presente. No hay justificación que pueda

repararla. Habría que poder volver a ese instante o poder resucitarlo. Esperar es, pues, esperar

la reparación de lo irreparable, es, así, esperar para el presente. Se piensa por lo común que

esa reparación es imposible en el tiempo y que sólo la eternidad, donde los instantes distintos

en el tiempo son indiscernibles, es el lugar de la salvación […] ¿No consiste la esencia del

tiempo en responder a esa exigencia de salvación”92. “El tiempo no es una sucesión de los

instantes que desfilan ante un yo sino la respuesta a la esperanza para el presente que, en el

presente, expresa precisamente el ‘yo’ equivalente al presente”93. “La imposibilidad de

constituir el tiempo dialécticamente es la imposibilidad de salvarse por sí mismo y de

salvarse completamente solo […]. Al situar lo trágico humano en lo definitivo del presente, al

poner la función del yo como inseparable de eso trágico, no le encontramos al sujeto los

medios de su salvación. Ésta sólo puede venir de otra parte”94.

Así pues, en tanto que se advierte de algún modo una necesidad de redención,

puesta de relieve por un estado de caída, de enajenación del hombre, de escisión de sí

mismo (otra manera de ver la “culpable minoría de edad”), la cuestión de la temporalidad

emerge con especial ímpetu; y emerge con especial ímpetu, precisamente, por la

necesidad de dotar al hombre de aquello a lo que tiende y de lo que, sin embargo, está

privado. La temporalidad, en este sentido, se contrapone a la autonomía individual como

cimiento de la Humanidad y es, asimismo, contraria a hallar en la pura razón por ella

misma la solución al pecado y al mal. Por ello, el tiempo supone esperanza en tanto que

posibilidad de recuperar lo perdido o de ganar aquello que no se tiene pero se ansía

ineluctablemente; de este modo, “la temporalidad, a buen seguro, puede ser también un

medio trágico: una vez ejecutadas, las acciones son eternamente irrevocables, y darán su

dañado fruto en el futuro. Pero en cuanto hay tiempo, existe la promesa de la

redención”95.

El tiempo es necesario, también en el plano moral, en tanto que la división del ente

en necesario y contingente es necesaria, esencial, dada la Creación. La necesidad de

contar con el tiempo, es decir, el realismo del tiempo y de la finitud, se muestra

91 Cfr. SAN AGUSTÍN, “Del génesis a la letra”, en Obras Completas, BAC, Zaragoza, 1957, vol. XV, p.

1143. 92 Cfr. E. LÉVINAS, De la existencia al existente, p. 111. 93 Cfr. E. LÉVINAS, De la existencia al existente, p. 112. 94 Cfr. E. LÉVINAS, De la existencia al existente, p. 113. 95 Cfr. T. EAGLETON, Dulce Violencia: la idea de lo trágico, Trotta, Madrid, 2011, p. 247.

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especialmente en la vida de aquellos seres en los que el carácter libre de la Creación brilla

con especial fulgor; es decir, en aquellos seres en los que la libertad no sólo es la

protagonista en lo que se refiere a su Creación sino a la prolongación de su Creación: es

decir, en la agencia causal libre de la criatura racional. De cómo se juegue con la

voluntad personal, de cómo se use de la libertad propia, depende la bondad o la maldad

del mundo y del propio hombre. El verdadero mal es aquel que nace de la libertad96. La

Creación es libre pero sólo en los seres personales se manifiesta esta libertad activamente,

mediante el uso personal que estos seres hacen de ella en el trascurso de su duración

temporal, de su existencia terrena. Si se entiende la libertad al margen del ente y del Ser,

el individuo queda desconectado y su obrar libre no puede sino ocasionar discordia.

En conclusión: “el único mundo real es aquél en el que […] el ser y la nada no son

lo mismo. No sólo no son idénticos, sino que no se componen en el devenir”97. En buena

medida, tal es la conclusión a la que terminaron por llegar la mayoría de los grandes

idealistas como Schelling98: la existencia actual (el hay, el mundo) sólo puede explicarse

desde un ser absoluto, plenamente ser; el ser sólo puede venir del Ser y sólo así puede

tener el pensamiento coherencia y el lenguaje sentido, pues no es el mundo el que no

tiene alternativa: lo que no tiene alternativa es el ser que, él mismo, es al margen del

mundo y, sin embargo, da origen al mundo. Hay ser en el mundo porque el Ser

permanece en él manteniéndolo en la existencia aun después de su Creación99. La

existencia del mundo únicamente tiene relevancia si ha sido fundada trascendentalmente

y hacia esta trascendencia suma se dirige. En efecto, Santo Tomás no es un filósofo

existencialista sino que reconoce que la existencia actual no tiene raíz ni en las cosas

actualmente existentes100: la existencia actual se remite a su lugar de procedencia: el ser

absoluto. Y, paralelamente, sólo así pueden el ser del hombre tener verdad, su libertad

plenitud y su historia sentido.

96 Cfr. J. GARCÍA LÓPEZ, Metafísica tomista. Ontología, gnoseología y teología natural, p. 157: “es siempre

el fruto de un mal uso de la libertad”. 97 Cfr. É. GILSON, Las constantes filosóficas del ser, p. 130. 98 Cfr. E. COLOMER, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger. El idealismo: Fichte, Schelling y Hegel,

II, Herder, Barcelona, 1986, pp. 93-112. 99 Como indica Echauri, “sin el ESSE [sic.] primero y puro, no hay seres ni, en consecuencia, entes. Toda

ontología del acto de ser es necesariamente una onto-teología […] quisiera estar seguro de que su

fenomenología del Dasein es el buen camino […] ella lo conducirá hasta el término deseado únicamente si

consiente en remontarse hasta la noción teológica de Creación”, cfr. R. ECHAURI, Heidegger y la metafísica

tomista, pp. 9-10. El mantenimiento en el ser no es una Creación mantenida en el sentido de que se esté

continuamente creando, en repetidas ocasiones, sino la manifestación más radical del realismo del mundo.

Su dependencia absoluta de Dios es el último fortín de su realismo. En efecto, “el objeto propio de la

Creación es el ser; la producción del ser ex nihilo se llama Creación. La emergencia del esse, sobre la que

se constituye la Creación hace que Tomás de Aquino considere mutuamente entreveradas la prueba de Dios

por los grados de ser y la Creación”, cfr. Á.L GONZÁLEZ GARCÍA, Ser y participación, p. 202. 100 Cfr. E. GILSON, El ser y los filósofos, pp. 203-245.

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BIBLIOGRAFÍA

1. FUENTES

SANTO TOMÁS DE AQUINO:

De Ente et Essentia: cc. 1, 2, 3, 4.

Comentario a Las Sentencias: In I Sententiarum, d.8, q.1; In I Sententiarum, d.33,

; In I Sententiarum, d.7, q.1; In I Sententiarum, d.19, q.2; In I Sententiarum, d.32,

; In I Sententiarum, d.19, q.2; In I Sententiarum, d.23, q.1; In I Sententiarum, d.8,

q.5; In II Sententiarum, d.3, q.1; In IV Sententiarum, d.12, q.1; In IV

Sententiarum, d.5, a.3; In II Sententiarum, d.7, q.1; In II Sententiarum, d.19, q.1;

In I Sententiarum, d.35, q.1; In III Sententiarum, d.14, a.4.

Más específicamente:

o In I Sententiarum, d.6, q.1, a.1, sol.

o In I Sententiarum, d.38, q.1, a.5 sol.

o In I Sententiarum, d.45, q.1, a.3, ad 4m.

o In I Sententiarum, d.40, q.3 sol.

De Veritate: q.21, a.4, ad 7m; q.1, a.4, ad 4m; q.14, a.8, c; q.24, a.7, c; q.24, a.2, ad

4m; q.24, a.8, ad 4m; q.24, a.1, ad16m; q.23, a.5, c; q.2, a.14, ad 3m; q.5, a.4, ad 7m;

q.6, a.3, c; q.8, a.12, c; q.23, a.1, ad 2m; q.27, a.1,ad 8m

Comentario a De Hebdomadibus de Boecio: lect.2, n21; n.22; lect.2, n.24; n.25;

n.27; n.31; n.32; n.34.

Summa contra Gentiles: I, c.15; I, c.16; I, c.26; I, c.85; I, c.99; II, c.15; II, c.30;

II, c.31; II, c.36; II, c.55; II, c.84; II, c.38; II, c.50; II, cc.53-55; III, c.50; III, c.86;

III, c.69; III, c.72.

Cuestiones disputadas De Potentia: q.2, a.1, ad 11m; q.3, a.1, ad 2m; q.3, a.4, c;

q.3, a.13, ad 4m; q.3, a.14, c; q.3, a.16, c; q.3, a.17, ad 2m; q.5, a.3, c; q.5, a.3, ad

8m; q.5, a.3, ad 11m; q.5, a.3, ad 12m; q5, a.4, c; q.5, a.4, c; q.5, a.4, ad 1m.

Cuestiones disputadas De Anima: q.unic., a.6, c; a 6, ad 9m; a.14, c.

Compendium Theologiae: c.6; c.74; c.72; c.3.

Cuestión disputada De Spiritualibus creaturis: q.unic., a.1, c.

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Cuestiones quodlibetales: 3, q.8; 9, q.4, a.1, c; 12, q.5, a.1.

Comentario al Peri Hermeneias: I, lect 14; I, 14,n.181; I, lect.13, n.172; I, lect 14,

n.183; I, lect.14, n.186-1809; I, lect.14, n.192; I, lect. 14, n.197.

Comentario sobre la Física: In VIII, lect.21, n.2491; In VIII, lect.21, n.2492; In

VIII, lect.21, n. 2495.

Comentario sobre la Metafísica: In IV, lect.2, n.556; In V, lect.6, n.832-834; In V,

lect.6, n.838; In V, lect.6, n.840, In VI, lect.2, n.1183, In VI, lect.2, n.1186, In X,

lect.9, n.1868; In VII, lect.6, n.1388; In VI, lect.3, n.1192; In VI, lect.3, n.1220-

1221; In XII, lect.6, n.2518; In XII, lect.5, n.2489; In IX, lect.9, n.1870.

Comentario a De Coelo et Mundo: In I, lect.22, n.227; In I, lect.26, n.254; In I,

lect.26, n.257; In I, lect.26, n.258; In I, lect.256, n.259, In I, lect.27, n.260-266; In

I, lect. 28, n.267-275; In I, lect.29, n.283; In I, lect.29, n.287.

Summa Theologiae: I, q.2, a.3, c; Iª, q.50, a.2, ad 3m; Iª, q.75, a.5, ad 4m; I, q.75,

a.6, ad 2m; Iª, q.50, a.5, c; Iª, q.75, a.6, c; Iª, q.14, a.13, ad 1m; Iª, q.19, a.8, c; Iª,

q.22, a.4,c; Iª q.25, a.3, ad 4m; Iª, q.61, a.1, a 2m; Iª, q.45, a.4, ad 2m; Iª, q.90, a.2,

ad 1m; Iª, q.44, a.1, ad 2m; Iª, q.104, a.1, ad 1m; Iª, q.82, a.1,c; Iª, q.86, a.3, c; Iª,

q,47, a.1, c; I, q.9, a.2, c; I, q.50, a.5, ad 3m; I, q.46, a. 1-2.

In De generatione et corruptione: In I De Generat., lect. 7, n3.

De substantiis separatis: c.3; c.8, n.86; c.8, n.87; c.14, n.121; c.8, n.88; c.8, n.89

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