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Resvista Humanidades y Ciencias Sociales. Núm. 36revista.humanidades.unam.mx/revista_36/revista_36.pdf · ofrece el reportaje ¿Ideario social o políti-co?, un breve repaso de la

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A dos años de conmemorarse el centenario de la Revolución, México dista en demasía de ser

el país que los revolucionarios se plan-tearon instaurar. Los índices de pobre-za, marginación, desigualdad y empleo, así como la polarización de la riqueza, se han acrecentado considerablemente. Las demandas de la sociedad en materia educativa, social y de salud rebasan la capacidad de respuesta de los gobernan-tes, y la problemática social se ha agudi-zado por fenómenos como el narcotráfi-co, el crimen organizado y la violencia en todas sus facetas. El presente número ofrece el reportaje ¿Ideario social o políti-co?, un breve repaso de la naturaleza de las distintas corrientes revolucionarias de aquel primer movimiento social del siglo xx en el mundo.

A pesar de los avances logrados en los últimos años, una historia de la his-toriografía de la Revolución Mexicana sigue siendo asignatura pendiente. El historiador Álvaro Matute da cuenta del

estado en que se encuentran los estudios sobre la Revolución Mexicana, en su li-bro Aproximaciones a la historiografía de la Revolución Mexicana, del cual se presenta un extracto del prólogo en estas páginas.

La historia demográfica de México ha demostrado inequívocamente el ca-rácter multicultural y plurilingüe de la sociedad asentada en el actual territorio mexicano, desde tiempos inmemoria-les hasta nuestros días. Fuimos en el pasado remoto, y lo seguimos siendo en tiempos de la globalización contem-poránea, una sociedad esencialmente multicultural, más allá de la presencia determinante de los pueblos origina-rios, sustrato esencial pero no exclusivo de nuestra diversidad cultural, reflexio-na Carlos Zolla a propósito del segundo simposio Los mexicanos que no dio el mundo, organizado en octubre pasado por el Programa Universitario México, Nación Multicultural.

En entrevista con Humanidades y Ciencias Sociales, Alicia Girón, investi-

gadora del Instituto de Investigaciones Económicas, conversó sobre la crisis financiera que agobia a todos los paí-ses del mundo. Al respecto, opina que se trata del fin del sistema post Bretton Woods, periodo que inició el 15 de agos-to de 1971, cuando el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, devaluó el dólar frente al oro. A partir de ese momento comenzó un proceso de des-regulación y liberación financiera que terminó con la aprobación de un paque-te de rescate que recientemente presen-tó la Reserva Federal al Congreso de los Estados Unidos.

Fotógrafo, actor, cineasta, coleccio-nista de indumentaria folclórica y via-jero incansable, Luis Márquez Romay legó una obra gráfica de subido valor es-tético. Desde octubre pasado, en la Casa Universitaria del Libro se exhibe la ex-posición “ciudades imaginarias” de este artista mexicano desaparecido en 1971 y de la cual Humanidades y Ciencias Sociales ofrece una muestra.

Fotoreportaje

20 La obra gráfica de Luis Márquez Romay

ensayos

3 El Programa Universitario México, Nación Multicultural, organiza el II simposio “Los mexicanos que nos dio el mundo” Carlos Zolla

8 Aproximaciones a la Historiografía de la Revolución Mexicana Álvaro Matute

entrevista 6 La crisis financiera actual, fin del siste-

ma post Bretton Woods: Alicia Girón

reportaje

10 ¿Ideario social o político? Las revolucio-nes de la Revolución Mexicana

secciones

14 Cuadro de costumbres

16 Documentalia

19 Tendencia juvenil

22 Libros y autores

Editorial

Noviembre de 2008, Año IV, Número 36. Foto portada del libro Luces sobre México. México, Conaculta-inba, 2006, p. 29.

Índice

Universidad Nacional Autónoma de México: Dr. José Narro Robles, Rector; Dr. Sergio M. Alcocer Martínez de Castro, Secretario General; Mtro. Juan José Pérez Castañeda, Secretario Administrativo; Dra. Rosaura Ruiz Gutiérrez, Secretaria de Desarrollo Institucional; MC. Ramiro Jesús Sandoval, Secretario de Servicios a la Comunidad; Lic. Luis Raúl González Pérez, Abogado General; Dra. Estela Morales Campos, Coordinadora de Humanidades.

Consejo asesor: Rubén Bonifaz Nuño, José Luis Ceceña, José R. de la Herrán, Ernesto de la Torre Villar, Héctor Fix Zamudio, Ruy Pérez Tamayo. Consejo editorial: Fernando Curiel, María del Carmen Contijoch, Rosa Esther Delgadillo, Gerardo Torres Salcido, Rubén Ruiz Guerra, María Teresa Uriarte Castañeda.

Humanidades y Ciencias Sociales, revista mensual, noviembre de 2008. Editor Responsable: Antonio Sierra García. Número de Certificado de Reserva otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor: 04-2005-072713233300-102. Número de Certificado de Licitud de Título: 13525. Número de Certificado de Licitud de Contenido: 11098. Domicilio de la publicación: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n, Ciudad de la Investigación en Humanidades, Zona Cultural, Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D.F. Imprenta: Diario de México. Chimalpopoca No. 38, Colonia Obrera, 06800, Cuauhtémoc, México, D.F. Distribuidor: Gaceta UNAM. Lado sur de la Torre de Rectoría, zona comercial, Ciudad Universitaria.

Jefe de información: Octavio Olvera. Jefa de redacción: Thamar Seguí Amórtegui. Reportera: Gabriela Casas Cabrera. Diseño y formación: Rolando Morales. Las opiniones vertidas en esta publicación son responsabilidad del autor. Teléfono: 5622-7565 al 75, ext. 314. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido, por cualquier medio impreso o electrónico, sin la previa autorización. [email protected] http://www.humanidades.unam.mx/revista/

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El Programa Universitario México,

Nación Multicultural, organiza el II simposio

“Los mexicanos que nos dio el mundo”Carlos Zolla

Noviembre de 2008

El uso de una expresión como “los mexicanos que nos dio el mundo” para aludir a in-

dividuos o colectividades que han convertido a México en su nueva y definitiva patria implica, para nuestro Programa Universitario, la reflexión sobre el alcance y vali-dez teórico-práctica de dichos tér-minos. La fórmula posee un matiz de reconocimiento pleno, incluso de cierta acogedora afectividad, pero es claro que no se trata de

una categoría jurídica que identifi-que con nitidez a quienes quedan incluidos en ella.

Y es que, situados en una de nuestras líneas básicas de investi-gación (inmigración y diversidad cultural), la cuestión radica en de-terminar cuáles son los criterios culturales que deben ser puestos en evidencia, y qué afinidades o dife-rencias muestran con otros crite-rios. Así, por ejemplo, inegi señala de manera explícita que “es indis-

pensable separar analíticamente los criterios demográficos (nacidos en el país/nacidos en el extranjero) de los criterios legales de naciona-lidad (nacionales/extranjeros)”.1

Para las leyes nacionales vigen-tes, son extranjeros quienes no posean la nacionalidad mexicana, que se adquiere por nacimiento o naturalización. Distinciones lega-les que precisan la nacionalidad, la condición jurídica de los extranje-ros, la ciudadanía, la naturalización, la emigración y la inmigración. Las calidades migratorias, a su vez, precisan las condiciones del No Inmigrante y del Inmigrante.

El primero es el extranjero que con permiso de la Secretaría de Gobernación se interna en el país temporalmente; el segundo es el extranjero que se interna legal-mente en el país con el propósito de radicar en él, en tanto adquiera la calidad de Inmigrado. Los crite-rios demográficos y sociodemográ-ficos, a su vez, pueden captar con-diciones y situaciones que dan ras-gos peculiares a los movimientos

1 inegi, Los extranjeros en México, p. XII. Los su-brayados son míos, C. Z.

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“¿Qué tan conscientes somos de la presencia de rasgos pluriculturales en nuestra arquitectura, nuestra gastronomía, nuestro sistema jurídico, nuestra indumentaria,

nuestra medicina, nuestras artes, nuestros sistemas de creencias?”

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de las poblaciones; por ejemplo, mexicanos residentes en el país, pero que son hijos de migrantes mexicanos que adquirieron otra ciudadanía (la estadounidense, fre-cuentemente), o también migran-tes ilegales que residen en México o para quienes el territorio nacio-

nal es sitio de paso en su trashu-mancia (como en el caso de cen-troamericanos que transitan por México hacia los Estados Unidos) o, finalmente, el interés de deter-minar volúmenes y porcentajes de inmigrantes de ciertas nacionalida-des en determinado momento de la historia (españoles refugiados a partir de 1939, sudamericanos en el periodo de las dictaduras milita-res de las décadas de los setenta o los ochenta, etcétera).

Es preciso insistir, entonces, en que nuestro eje de análisis es el de la inmigración-la diversidad cultural, y los fenómenos de interculturali-dad a que dan lugar los movimien-tos de individuos o colectividades extranjeras que se asentaron en nuestro país e impactaron a la so-ciedad mexicana, a su economía, sus lenguas, su desarrollo científico y tecnológico, en fin, a sus costum-bres y estilos de vida, y que a su vez fueron influidos por éstos.

Al finalizar el siglo xx (más pre-cisamente, el 28 de enero de 1992), la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos recono-ció explícitamente que “la nación mexicana tiene una composición

pluricultural sustentada original-mente en sus pueblos indígenas”.2 Aunque se trató de una reforma sustancial y necesaria a nuestra Carta Magna, la formulación re-sulta restringida: la historia demo-gráfica de México ha demostrado inequívocamente el carácter mul-

ticultural y plurilingüe de la socie-dad asentada en el actual territorio mexicano, desde tiempos inmemo-riales hasta nuestros días. Fuimos en el pasado remoto, y lo seguimos siendo en tiempos de la globaliza-ción contemporánea, una sociedad esencialmente multicultural, más allá de la presencia determinante de los pueblos originarios, sustra-to esencial pero no exclusivo de nuestra diversidad cultural.

Desde la perspectiva fijada por el pumc-unam, la expresión “los mexicanos que nos dio el mundo” es más amplia, descriptiva y com-prensiva que otros términos aso-ciados, como “los extranjeros en México”, “los otros mexicanos”, par-ticularmente en lo relativo al aná-lisis de los procesos económico-so-ciales, culturales y lingüísticos, de las identidades y las solidaridades grupales, de la persistencia y reno-vación de lazos de diverso orden que cohesionan a las colectivida-des, y de la voluntad conservadora y renovadora de tradiciones, entre

2 Diario Oficial de la Federación, “Decreto que adiciona el artículo 4 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, México, 28 de enero de 1992.

otros temas asociados al binomio inmigración-diversidad cultural.

El enfoque adoptado permi-te identificar la diversidad cultu-ral en México como resultado de procesos sociales animados por la presencia y persistencia de los más de sesenta pueblos indígenas

originarios de las porciones territo-riales mexicanas de Mesoamérica, Aridoamérica y Oasisamérica, y de las inmigraciones sucesivas que se incrementaron a partir de la ex-pansión europea, iniciada a fines del siglo xv.

Así, indígenas, africanos y afro-descendientes, europeos y asiáti-cos, norteamericanos, centroame-ricanos y sudamericanos, aportan a la realidad socioeconómica y cul-tural del México actual, con una originalidad, vitalidad y dinamis-mo no siempre explicitados por las investigaciones demográficas y, en buena medida, desconocidos por amplios segmentos de la sociedad mexicana.

Porque, en efecto, ¿qué tan conscientes somos, como socie-dad nacional, de las características y trascendencia de estos fenóme-nos? ¿Qué tan conscientes somos de la presencia de rasgos pluricul-turales en nuestra arquitectura, nuestra gastronomía, nuestro sis-tema jurídico, nuestra indumen-taria, nuestra medicina, nuestras artes, nuestros sistemas de creen-cias? Cuando se afirma que “la diversidad cultural es un bien so-

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cial” o que “la diversidad biológica constituye una riqueza esencial de México”, ¿qué lugar les otorgamos a estas realidades en la escala de nuestros valores sociales, econó-micos, estéticos, morales o políti-cos? ¿Cómo insertar estas ideas en los modelos educativos, pero, sobre todo, en la vida cotidiana, en nuestras formas de comporta-miento ciudadano y en las políti-cas públicas? Porque, en efecto, la historia contemporánea ha dado cuenta del valor de las diversida-des, sean éstas biológicas o cultu-rales, siendo México un país po-seedor de una notable riqueza en ambos órdenes.

Mostrar esa diversidad —es-pecialmente la cultural, dada la índole de nuestro Programa Universitario—, generar investi-gaciones sustantivas que contribu-yan a la comprensión plena de los fenómenos, y abrir una reflexión y un debate sobre las expresio-nes específicas de la multicultu-ralidad y sobre los instrumentos teórico-prácticos necesarios para documentarla y comprenderla,

constituye una tarea íntimamente asociada a la vida democrática, a la que la Universidad puede hacer una contribución fundamental.

La iniciativa denominada “Los mexicanos que nos dio el mundo” se diseñó para profundizar en el estudio y la reflexión sobre el fe-nómeno de las migraciones y el

aporte de las colectividades afri-canas, americanas, asiáticas y eu-ropeas a la vida social, económica y cultural de México a lo largo de

la historia, pero, ante todo, en los siglos xix y xx.

El primer simposio, realizado en la sede de la Coordinación de Humanidades en 2007, contó con un prestigioso grupo de investiga-dores que abordaron el análisis de las migraciones a México de africa-nos, alemanes, centroamericanos,

“La historia demográfica de México ha demostrado

inequívocamente el carácter multicultural y plurilingüe

de la sociedad asentada en el actual territorio mexicano…”

chinos, españoles, estadouniden-ses, franceses, gitanos, guatemal-tecos, italianos, japoneses, judíos, libaneses y sudamericanos.

El segundo simposio “Los mexi-canos que nos dio el mundo” fue organizado para dar continuidad al estudio de las inmigraciones a México, y en el que calificados especialistas expusieron las carac-terísticas y relevancia de las co-lectividades chilena, colombiana, coreana, cubana, española, griega, inglesa, húngara, libanesa y de otros pueblos del Levante. En la sesión inaugural, el doctor Miguel León-Portilla ofreció la conferen-cia magistral, y en la clausura se presentó el más reciente libro del doctor Carlos Martínez Assad, De extranjeros a inmigrantes en México.

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a principios de 2007 se presenta-ron los primeros síntomas visi-bles de lo que meses después

se desarrollaría como la más aguda crisis económica mundial: gran parte de las entidades financieras de Estados Unidos se declararon en suspensión de pagos. El motivo: la quiebra de fondos de inversión por los créditos hipoteca-rios debido a que millones de estado-unidenses dejaron de pagar sus deudas. Acto seguido, las bolsas de valores en Norteamérica, Europa y Asia se desplo-maron, poder recuperarse por completo hasta la fecha. Hoy, el fantasma de la recesión amenaza a las principales eco-nomías del planeta.

En México la situación no es hala-güeña, y a pesar de que hay opiniones que sorprenden por optimistas, lo cierto es que la desaceleración económica es-tadounidense ya se palpa en todos los ámbitos de la economía. Sólo por poner unos ejemplos, los ingresos al país por remesas cayeron 4.2%, las exportacio-nes de manufacturas disminuyeron en 3.8% y la venta de autos en 13%. A fi-nales de agosto, la mezcla de petróleo mexicano se cotizó en 109.47 dólares por barril; la primera quincena de no-viembre, su cotización fue de 42.58 dó-lares, según el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas. Pero hay algo más preocupante: de acuerdo con el inegi,

la tasa de desempleo se encuentra en 4.15%, la más alta desde 2005, lo cual significa que dos millones de mexicanos han perdido su empleo.

Para Alicia Girón, especialista en eco-nomía fiscal y financiera del Instituto de Investigaciones Económicas de la unam, se está observando el fin de una etapa en la economía mundial: “Se trata del fin del sistema post Bretton Woods, pe-riodo que inició el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, devaluó el dólar frente al oro. A partir de ese momento comenzó un proceso de desregulación y liberación financiera que terminó con la aprobación de un paquete de rescate que recientemente presentó la Reserva Federal al Congreso de los Estados Unidos. El paquete se aprobó el 1° de octubre de 2008”.

“En 1944, al finalizar la Segunda Guerra Mundial —añadió la economis-ta— se hizo un consenso entre los países victoriosos para establecer un sistema financiero internacional que le diera liquidez al sistema capitalista y de esa manera favorecer a los grandes corpo-rativos trasnacionales norteamericanos. Esto hizo que se estableciera un tipo de cambio sólido y estable fundado en el dominio del dólar, ligando esta moneda a una determinada cantidad de oro. Al mantenerse fijo el precio del dólar, los

demás países fijaron el precio de sus monedas con relación a aquélla. De esta manera se estableció el Nuevo Orden Económico Mundial. En esto consistió el sistema Bretton Woods, llamado así porque los acuerdos arriba menciona-dos fueron resultado de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, realizada en el complejo ho-telero del mismo nombre en New Hampshire”.

¿Qué ha hecho fracasar el sistema Bretton Woods?—Fundamentalmente, la expansión de las empresas trasnacionales. Pero tam-bién la política fiscal expansiva provo-cada por la guerra de Vietnam, la cual propició que las reservas de oro de los Estados Unidos disminuyeran considera-blemente. El déficit financiero en que se vieron los norteamericanos lo intentaron resolver imprimiendo más dinero. A su vez, la abundancia de dólares hizo que la moneda dejara de estar realmente respal-dada por las reservas de oro del gobierno estadounidense. Las especulaciones no se hicieron esperar y hubo una gran fuga de capitales en territorio norteamericano. Los bancos centrales de Europa se empe-ñaron en convertir sus reservas de dóla-res en oro, situación insostenible para los Estados Unidos hasta la devaluación del dólar en un 10% en 1971.

La crisis financiera actual, fin del sistema post Bretton Woods: Alicia Girón

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alicia adelaida girón gonzález es eco-nomista con posgrado en Estudios Lati-noamericanos por la Facultad de Cien-cias Políticas y Sociales de la unam. Es ca-tedrática de las facultades de Ingeniería y Economía e investigadora de tiempo completo del Instituto de Investigacio-nes Económicas, donde lleva a cabo el proyecto “Inestabilidad financiera: globa-lización y regionalización”. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Es autora, entre otras obras, de Cincuenta años de la Deuda Externa (1991) y Fin de siglo y Deuda Externa: Historia sin fin (1995). En la Colección Textos Breves de Economía de Miguel Ángel Porrúa Editores y el iiec-unam, se han publica-do sus libros Crisis financieras (2002) y Japón: Asimetrías y regulación del siste-ma financiero (2006).

¿En qué consiste la crisis financiera mun-dial y cuáles son sus principales rasgos?—El problema primero se manifestó como una crisis que se formó en la esfe-ra de los créditos hipotecarios. Esto fue resultado principalmente de los créditos que se dieron para la compra de casas ligados a la tasa subprime. Recordemos que esta modalidad crediticia del merca-do financiero norteamericano se caracte-riza por tener un alto riesgo de impago. Además, tales créditos pueden ser nego-ciados por los bancos que los detentan con otros bancos u otras empresas, de forman que se les puede ceder a cambio del pago de un determinado interés.

Durante los tres primeros años la tasa de interés de estos créditos se mantenía baja. No obstante, para el tercer o cuarto año, la tasa se disparaba hasta tal punto que una persona, al cabo de un tiem-po, estaba pagando incluso el doble por concepto de intereses. Muchas de estas personas no trabajaban en el sector for-mal de la economía por su condición de inmigrantes, o porque no contaban con historial crediticio, o bien no se les so-metió a una investigación para saber el estado de su cartera de crédito. Por ello, mucha gente dejó de pagar. La realidad les impedía tener el suficiente ingreso para poder amortizar su deuda.

Esta situación sólo puede darse por el sistema de desregulación post Bretton Woods, que permitió a los bancos cobrar mayor autonomía y empezar a negociar los créditos. Los activos de los bancos son precisamente los créditos, los cua-les, a la vez, se venden a otros bancos para obtener liquidez y así generar ma-yores créditos. El banco que compra

uno de esos créditos también lo vende, y quien lo compra hace la misma opera-ción; así se genera una serie de fondos de alto riesgo. Cuando ya no se puede pagar ese crédito, se genera una carte-ra vencida hasta que llega el momento en que la crisis afecta a todas las insti-tuciones bancarias y no bancarias que invirtieron en ese mercado de títulos. Esto es lo que sucede actualmente. En el fondo, lo que está en crisis es el pro-ceso de financiación y titulización de los préstamos.

el 24 de octubre de 1929, fecha co-nocida como jueves negro, se produjo la quiebra del mercado de valores de Nueva York, provocando una larga y aguda deflación. La situación contagió rápidamente al resto de la economía del planeta. La crisis desembocó en la contracción del comercio mundial y la ruptura del sistema de pagos inter-nacionales. Era el inicio de la etapa que se conoce como la gran depresión. Sus consecuencias: desempleo masivo, va-gancia, mendicidad.

Al respecto, Alicia Girón opina que la actual “es una crisis mundial que afec-tará a todas las economías emergentes; es un trance más profundo que lo acon-tecido en 1929. Se diferencia en que es una crisis global y en tiempo real. Existe gran desconfianza frente al sistema fi-nanciero internacional. Si en el sudeste de Asia, por ejemplo, la bolsa abre a la baja, surge el efecto dominó y la bolsa europea abre en la misma situación, luego la de Nueva York y, casi al mismo tiempo, las bolsas latinoamericanas. No hay paquete de rescate norteamericano, ni francés, ni inglés, que alcance para dar liquidez a las cantidades inimagina-bles en las que incurrieron los inversio-nistas, las instituciones bancarias y no bancarias”.

¿Qué opina de la paradoja de que el Estado norteamericano intervenga nacionalizan-do bancos?

—No es del todo una paradoja. Hay un elemento en economía que se llama el empleador de última instancia. Éste salva siempre a los bancos. El Estado, a través de su Banco Central o la Reserva Federal de los Estados Unidos, actúa como prestamista de última ins-tancia. La función para la cual se creó esta entidad consiste en dar liquidez al sistema financiero nacional e interna-cional. Se llama empleador de última instancia porque debe formular un plan de rescate de los bancos acompañado de un programa de pleno empleo para reac-tivar la economía.

este tipo de situaciones parecieran dar fin, o por lo menos poner en entredicho la ilusión acerca de la capacidad del ca-pitalismo para autorregularse, dando paso, bajo distintas modalidades, a la intervención directa del Estado en los procesos de reproducción económicos. Sin embargo, la especialista aclara: “los Estados Unidos saldrán más fortaleci-dos de esta crisis, siempre y cuando se articulen los grupos financieros para quemar los títulos sobrevaluados y es-tén dispuestos a empezar de nuevo. Es decir, con esta crisis el capitalismo no se acaba; por el contrario, se hará más fuerte”.

Durante la primera quincena de oc-tubre, el Banco de México tuvo una ac-tividad intensa. La demanda excesiva de dólares elevó su cotización a más de ca-torce pesos y existió el serio riesgo de que llegara a más de dieciséis. Al final de ese mes la moneda mexicana se de-preció alrededor del 32%. Pero las au-toridades hacendarias aún no atinan a ofrecer un plan firme para contrarrestar los efectos de la desaceleración del veci-no del norte.

¿Cuál sería la mejor forma de afron-tar esta crisis por parte de México y Latinoamérica?—A partir de políticas públicas es-pecíficas que reactiven la demanda. Ampliando el gasto público y mejoran-do los renglones de salud y superviven-cia, educación y empleo. Esto implica un cambio en el tipo de política mone-taria. Implica también que los índices de competitividad no equivalen a ba-jar los salarios, sino todo lo contrario. Invertir en salud y educación, promo-ver el empleo, además de que las mu-jeres participen en la vida pública: ésta es la forma de contrarrestar el ciclo económico.

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8 Noviembre de 2008

A pesar de los avances logrados en los últimos años, una his-toria de la historiografía de

la Revolución Mexicana sigue sien-do asignatura pendiente. Es por ello que tomé la decisión de publicar es-tas aproximaciones en las que reúno textos elaborados a lo largo de más de treinta años. La historiografía de la Revolución Mexicana ha sido una de mis líneas de investigación constan-tes. Los materiales reunidos en este libro no son todos los que he dedica-do al tema, pero sí los más significa-tivos. Los he agrupado en dos partes. La primera está integrada por tres po-nencias y un discurso. Las ponencias han sido definitivamente corregidas y aumentadas con la finalidad de ofre-cerlas de manera más completa, aun-que siempre con la conciencia de que ninguna de ellas, ahora convertidas en capítulos, es exhaustiva. Tratan de ofrecer lo más característico del pe-riodo que abarcan, pero ni siquiera se menciona en ellas a todos los autores que escribieron sobre la Revolución en el momento atendido. Un discurso complementa el recorrido por las tres etapas en que divido el acontecer his-toriográfico revolucionario. En él doy a conocer mi tesis acerca del origen del revisionismo historiográfico, ubi-cado en el momento en que la acade-mia hace acto de presencia en la es-critura de la historia de la Revolución.

La índole de los autores es la que marca, no sólo la división temporal de los conjuntos historiográficos, sino lo que podría ser su esencia misma. El agrupamiento tiene mucho de ge-neracional, lo que asumo como cate-goría exegética. Ciertamente no soy

partidario de la aplicación mecánica de la periodización en generaciones, ya que dudo de que la sucesión se tenga que dar necesariamente en pe-riodos regulares de quince años. Sin embargo, desde mi lectura temprana de Ortega y Gasset, he asumido ese criterio como un valioso recurso más que periodizador, auxiliar invaluable en materia de comprensión. Hoy se le puede calificar de horizonte herme-néutico. Mi lectura más reciente de Dilthey así lo confirma.

La concepción del trabajo es ge-neracional, aunque no confirmo los natalicios de los historiadores. El pri-mer bloque está integrado por testigos presenciales de los hechos, pero no presenciales pasivos, sino actores de-cisivos en la suerte de los hechos. Sé que mi “generacionismo” no es muy consistente por eso, aunque sí lo es de convicción, sobre todo a la vista del segundo capítulo en el cual reviso las contribuciones hechas alrededor del quincuagésimo aniversario del inicio formal de la Revolución, es decir, en

los años cincuenta. Ahí hago el co-mentario de las obras de autores tan distantes entre sí como el porfiriano Jorge Vera Estañol, dos generaciones más viejo que Jesús Silva Herzog o Manuel González Ramírez. El foco está colocado en el momento en que publican los libros, que no necesaria-mente corresponde siempre a aquel en que los escriben.

La diferencia entre los autores del primero y del segundo capítulos, pese a que todos viven en los años de la Revolución armada, la marcan dos cuestiones: los primeros, testigos acti-vos de la Revolución, escriben sobre lo que les toca más de cerca: Madero si son maderistas, Zapata si son zapatis-tas, Carranza si son constitucionalistas, etcétera. Los del segundo capítulo, en cambio, se caracterizan por intentar y lograr dar visiones de conjunto y, mu-chos de ellos, si bien testigos vitales, no comparten el nivel de actuación en los hechos que los primeros. Algunos sí, como el mencionado Vera Estañol o el constituyente Romero Flores, pero la tónica la dan los también menciona-dos Silva Herzog y González Ramírez, a los que se suman José C. Valadés, José Mancisidor y Alfonso Taracena. Opera en ello la diferencia o distancia generacional, como también opera el momento en que escriben y se dirigen a sus lectores. Sus visiones son de más largo plazo frente a las inmediatas de los anteriores. En todos los casos, son las vivencias las que marcan el tipo de escritura de la historia que realizan.

Aproximaciones a la historiografía de la Revolución Mexicana

Álvaro Matute*

*Álvaro Matute, Aproximaciones a la historiogra-fía de la Revolución Mexicana, México, unam-iih, 2005. [Fragmento del prólogo.]

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9Noviembre de 2008

En tercer lugar viene la distancia. En la versión que ahora ofrezco de lo que fue mi discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, me detengo en las aportaciones y actitudes de un político enmarcado por la academia y de dos académicos precursores. El primero es Manuel Moreno Sánchez y los segundos son Juan Hernández Luna y Moisés González Navarro. Con sus artículos y sus cursos se funda la actitud revi-sionista, tomada de los enjuiciadores de la Revolución que, antes de ellos, pusieron a la supuesta continuidad re-volucionaria en tela de juicio. Los aca-démicos buscaron darle a la historio-grafía de tema revolucionario algo de lo que carecía: conceptos y categorías. Su labor abrió nuevas perspectivas y permitió que emergieran quienes ya veían a la Revolución desde distancias temporales y espaciales más lejanas. La historiografía revisionista del últi-mo tercio del siglo xx y el cambio ha-cia el xxi se benefició de esa ruptura, para permitir el uso renovado de las fuentes tamizadas por actitudes guia-das por la duda acerca de lo que se ha-bía postulado como verdad aceptada.

Además, por lo que se puede apreciar, la historiografía sobre la Revolución vivió una situación de boom historiográfico. Es posible que obras de la naturaleza de ésta, así como las de Javier Rico Moreno y Thomas Benjamín, que se mencionan en el capítulo cuatro, indiquen un cie-rre, o por lo menos algún cambio his-toriográfico que todavía no acaba de percibirse. Por lo menos el hecho de intentar dar visiones de conjunto de una práctica historiográfica, puede su-gerir que el final, sino está ahí, por lo menos se aproxima. No se puede esta-blecer si se trata ya de un ciclo cerrado o aún está abierto, pero dicho ciclo sí cuenta ya con una estructura y una ca-racterización a la que le añadiría poco lo que se produzca en el presente y futuro inmediato. Si esto ofrece cam-bios radicales, entonces se contem-plaría el advenimiento de una nueva etapa. Por otra parte, téngase presente que dentro de pocos años se asistirá al centenario del inicio de la Revolución,

que estará precedido por los del plan y programa del Partido Liberal, las huelgas de Cananea y Río Blanco, que tal vez revivan la polémica acerca de la “cuna” de la Revolución, de la en-trevista Díaz-Creelman y, por fin, del Plan de San Luis y del propio 20 de noviembre. ¿Cómo serán conmemora-das esas efemérides? Lo único seguro es que de manera muy diferente al cincuentenario. Acaso a partir de ahí se consolide la futura etapa historio-gráfica.

En fin, los cuatro capítulos que constituyen la primera parte de este libro, son sendas aproximaciones a la historiografía de la Revolución. Intentar una historia de la historio-grafía exhaustiva suena quimérico. Se puede morir en el intento y lograr una deseable bibliografía comentada, o bien caracterizaciones como las que aquí se sugieren. Ciertamente está abierto el expediente y son deseables muchas más aproximaciones, ya in-dividuales sobre autores y obras, ya sobre épocas, sobre hechos particula-res, en fin, tantas posibilidades cuanto permita la imaginación de los analis-tas y las preguntas que de ella surjan. El terreno está abierto.

La segunda parte es de índole diver-sa. La forman nueve conjuntos de rese-ñas bibliográficas resultantes de una agrupación temática que pretende darles cierta unidad. A lo largo de casi cuarenta años he sido y seguiré siendo reseñista de libros. Es una tarea grata que trae implícito el compromiso de decir algo sobre lo que se lee. A ve-ces se dice poco, pero a veces se dice mucho. No sólo sobre el libro, sino so-bre la escritura de la historia y sobre el acontecer particular y general, so-bre el texto y el metatexto. El hecho de que las reglas de la reseña sean flexibles permite que haya más creati-vidad de parte del recensor. Tal vez es la actividad más libre de las que eje-cuta, en nuestro caso, el historiador. Ciertamente hay patrones y yo sigo, aunque de manera muy laxa, los que llamo cánones gaosiano y orteguiano. El primero, es el derivado de las Notas sobre la historiografía que hizo públicas José Gaos en 1960 y que aluden a los

elementos integrantes de la obra histo-riográfica: los que derivan de la inves-tigación, los que están implícitos en la interpretación y los que se perciben en la escritura; el canon orteguiano no se debe a Ortega y Gasset, sino a don Juan Antonio Ortega y Medina, quien en una recopilación de algunos de sus trabajos expresó qué elementos debía contener una reseña bibliográfica: aludir de manera fiel al contenido de la obra, mostrar acuerdos y discrepan-cias, indicar ausencia de fuentes, en fin, un pequeño tratado en un párra-fo luminoso. Por otra parte, también me orienté por la lectura de quienes hicieron de la recensión una manera consolidada de expresión. Pienso, so-bre todo, en Ramón Iglesia, quien en El hombre Colón y otros ensayos reco-ge un repertorio suyo, magistral. De hecho, el que ese libro esté conforma-do por una amplia sección de reseñas me animó a publicar las mías en éste, como también la aparición de Entre los historiadores, de Emmanuel Le Roy Ladurie. Género menor, sin duda, pero rico en alcances y en expresión.

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10 Noviembre de 2008

a dos años de conmemorarse el centenario de la Revolución, México dista en demasía de

ser el país que los revolucionarios se plantearon instaurar. Los índices de pobreza, marginación, desigualdad y empleo, así como la polarización de la riqueza, se han acrecentado con-siderablemente. Las demandas de la sociedad en materia educativa, so-cial y de salud rebasan la capacidad de respuesta de los gobernantes, y la problemática social se ha agudizado por fenómenos como el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia en todas sus facetas.

Aunadas a esta realidad, las condi-ciones laborales y de previsión social —estipuladas en el artículo 123—, al igual que la precaria situación agra-ria y la inestabilidad económica, han distanciado aún más al México ideado en 1910 del país que tenemos hoy en día.

Pero ¿por qué se dio la insurrec-ción de 1910? ¿Qué tanto conocemos o recordamos de este acontecimiento? Sabemos que es ineludible, en cual-quiera de los casos que se enuncien, el que una nación recurra a su historia para comprender su acontecer actual y encauzar sus acciones y políticas hacia un progreso generalizado. Mas ésta es una labor que debe extenderse a todas las esferas sociales; de no ha-cerlo, y como se ha señalado en todo momento, estaríamos condenándonos “a repetir” las faltas cometidas en el pasado.

el origen

lo primero que debe tomarse en cuenta al hablar de la Revolución Mexicana es el contexto en el que sur-gió este movimiento. En 1910, el siste-ma gubernamental era una dictadura —encabezada por el general Porfirio Díaz—, y como tal, transgredía los derechos fundamentales y ejercía un férreo control político, mediático y social. Al hallarse concentrado el po-der en una persona, era común que el Estado fuera sometido a los intereses del mandatario o del grupo que lo cir-cundaba.

En estas circunstancias, diversos sectores sociales —en todo el país— sintieron la necesidad de manifestar sus inquietudes e inconformidades y de elegir a sus gobernantes. Si bien Porfirio Díaz había declarado en una entrevista con el periodista norteame-ricano James Creelman —publicada en Pearson’s Magazine en marzo de 1908— que México ya estaba prepara-do para tener elecciones libres, en la práctica no actuó conforme a lo dicho. Se reeligió y, mediante un fraude elec-toral, se mantuvo en el poder hasta mayo de 1911.

Sin embargo, las declaraciones de Díaz diseminaron en la nación un es-píritu combativo que se vio reflejado en el surgimiento de los primeros par-tidos políticos y en la redacción de di-versos textos que exponían y debatían acerca de la realidad nacional. La ma-nifestación de las ideas e ideologías se extendió a todos los hombres y muje-res de la nación. Francisco Indalecio Madero, intelectual y empresario —proveniente de una familia de terra-tenientes—, fue uno de los primeros personajes en propagar el sentir popu-lar y en abogar por un cambio.

¿Ideario social o político?Las revoluciones de la Revolución Mexicana

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11Noviembre de 2008

la revolución

fue con la instauración del partido Nacional Antireleccionista, en 1909, que Francisco I. Madero adquirió ma-yor movilidad y pudo aspirar a la pre-sidencia. Como lo hiciera en su mo-mento Benito Juárez, don Francisco recorrió el país y logró con ello noto-riedad y aceptación entre los mexica-nos. Con el lema “sufragio efectivo, no reelección”, lidereó una campaña de gran éxito, la cual le valió ser de-tenido en Monterrey y encarcelado subsecuentemente en San Luis Potosí, a pocos días de efectuarse las eleccio-nes, con la finalidad de imposibilitarlo para derrocar a Porfirio Díaz.

Cuando autorizaron su fianza con la imposición de permanecer en la ciu-dad, Madero salió de la cárcel y escapó a Estados Unidos. Allí publicó el Plan de San Luis Potosí —texto en el que evidenciaba la ilegalidad de las elec-ciones y desconocía a Díaz como presi-dente, autonombrándose “presidente provisional” hasta que se efectuaran nuevas elecciones—; convocó al pue-blo a levantarse en armas —el 20 de noviembre— y prometió la devolución de las tierras a todas aquellas personas que hubieran sido despojadas.

Estos acontecimientos, sumados al asesinato del revolucionario Aquiles Serdán Alatriste el 18 de noviem-bre, a la lucha armada sostenida en Chihuahua —en la que se dio la pri-mera derrota del ejército de Díaz— y al levantamiento de Francisco Villa en el sur, favorecieron la sublevación en toda la república y se detonó, así, la primera revolución latinoamericana del siglo xx.

Aunque en sus inicios fue dirigida por algunos miembros de la burguesía, la revolución fue un movimiento esen-cialmente obrero y social, en el que la cesión de la economía nacional a ma-nos extranjeras, el autoritarismo y el incumplimiento de las demandas po-pulares, no podían seguir dominando.

si bien desde principios de siglo se habían registrado en el país diversas protestas y sublevaciones en contra del régimen de Porfirio Díaz, no fue

sino hasta 1910 que éstas se confor-maron y expandieron por todo el país. Además de Madero, se levantaron en armas: Emiliano Zapata y Manuel Asúnsolo en Morelos; Francisco Villa y Pascual Orozco en Chihuahua, Coahuila, Durango y Puebla; Ramón Romero y Salvador Escalante en Michoacán y Jalisco, y en Hidalgo, Gabriel Hernández. Posteriormente, en enero de 1911, Jesús, Enrique y Ricardo Flores Magón se subleva-ron en Baja California, y Ambrosio y Rómulo Figueroa en Guerrero.

Con la ocupación de Ciudad Juárez, en mayo del mismo año, se dió el fracaso del ejército y se firma-ron los Tratados de Ciudad Juárez entre los revolucionarios y los dele-gados porfiristas. Con dichos acuer-dos se consiguió la dimisión de Díaz —quien se embarcó dieciséis días des-pués rumbo a Europa y murió el 2 de julio de 1915 en París— y de Ramón Corral de los cargos públicos que habían ocupado por más de treinta años, y se nombró a Francisco León de la Barra como presidente provisio-nal. León de la Barra gobernó hasta el 6 de noviembre de 1911, fecha en la que Francisco I. Madero asumió la presidencia que encabezaría hasta fe-brero de 1913.

las revoluciones de la revolución Mexicana

designado madero presidente, se pensó que la Revolución había con-cluido; pero aún habría de enfrentar-se con diversos grupos insurrectos que le exigieron el respeto y cumpli-miento de las promesas hechas en campaña. Morelos, Chiapas, Oaxaca y Yucatán serían de las primeras re-giones en alzarse en contra del presi-dente electo.

Días antes de que Madero ocupara la presidencia, Emiliano Zapata dio a conocer el Plan de Ayala, mediante el cual desconoció al presidente, lo acu-só de no cumplir con los principios revolucionarios y le demandó la devo-lución de las tierras; con la consigna “tierra y libertad”, exigió la “expropia-ción de la tercera parte de los latifun-dios para repartirse la tierra corres-pondiente, y la nacionalización de las propiedades de quienes se opusieron a dicho plan”.

La negativa a estas peticiones —y a la expedición de una ley agraria—, generó una ruptura entre los dos per-sonajes. A la par, el plan reconocía a Pascual Orozco como dirigente de la Revolución, y, en caso de que éste no accediera, el mismo Emiliano queda-

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ría al frente, lo que posteriormente sucedió.

En el norte del país Orozco di-vulgó, en marzo de 1912, el Plan de Chihuahua, en el que también desco-noció a Francisco I. Madero y abogó por reformas sociales. Se registraron violentos enfrentamientos que culmi-naron con la derrota de las fuerzas de Francisco Villa por parte de la gente de Orozco en un principio, y por el ejér-cito federal —dirigido por Victoriano Huerta— al final.

méxico vivía tiempos turbulentos; existían fuerzas rebeldes en todo el territorio nacional y el gobierno era constantemente criticado por la pren-sa. En ese ambiente se gestaron nue-vos movimientos armados. En la fron-tera norte, el general Bernardo Reyes encabezó el levantamiento; y en Veracruz, el general Félix Díaz dirigió la insurrección; sin embargo, ambos fueron reprendidos por sus acciones y encarcelados en la capital.

Aunque las tropas federales apoya-ban a Madero, algunos de sus miem-bros organizaron —junto con los revo-lucionarios aprehendidos— un motín para apresar al presidente y al vice-presidente, y al mismo tiempo esta-blecer un comité revolucionario que reorganizara el gobierno. Los gene-rales fueron liberados y se les enco-

mendó el ataque; Bernardo Reyes mu-rió en combate al dirigirse al Palacio Nacional, mientras que Félix Díaz, junto con otros rebeldes, logró apode-rarse y atrincherarse en el entonces recinto militar de La Ciudadela.

Las pugnas suscitadas en la ciudad propiciaron que Madero designara a Victoriano Huerta como el coman-dante de las operaciones del recin-to —en relevo de Lauro Villar, quien había resultado herido en batalla. De igual forma, solicitó al general Felipe Ángeles, situado en Cuernavaca, cer-car La Ciudadela y detener a los sub-versivos.

Estos enfrentamientos se desarro-llaron durante diez días —del 9 al 19 de febrero de 1913— y fueron conoci-dos, posteriormente, como la “Decena Trágica”. Al término de ésta, Huerta renunció a sus deberes, se unió a los rebeldes y apresó a Francisco I. Madero y a José María Pino Suárez, quien fungía entonces como vicepre-sidente.

Consecutivamente, se designó a Pedro Lascuráin como presidente interino —el más breve en la histo-ria de México, pues su gestión duró de las 10:34 a las 11:00 am—, quien a su vez nombró a Huerta ministro de Gobernación y declinó el cargo de pre-sidente, dejando a Victoriano Huerta dueño del poder.

la forma en la que ascendió a la presidencia, aunada a su inclinación por los intereses estadounidenses, impidió que Huerta lograra la simpa-tía de la población y provocó que los revolucionarios se unificaran para enfrentarlo. Las primeras revueltas se dieron en el norte; “en los esta-dos de Chihuahua, Sonora, Sinaloa y Tamaulipas, se sublevaron Venustiano Carranza y Pancho Villa; y en el sur, en Morelos, Zapata volvía a erigirse como líder de la revuelta”. Mediante el acuerdo de Guadalupe, estas facciones forzaron a Huerta a dejar el poder y a exiliarse en 1914.

Ese año, Carranza se levantó en Coahuila y fue designado dirigente del movimiento por los revolucionarios; el 20 de agosto fue nombrado presi-dente. “Carranza se empeñó en conso-lidar un gobierno que hiciera posibles las transformaciones sociales y econó-micas del momento histórico que el país vivía, y en un corto lapso, logró aumentar su prestigio y poder. Trató de lograr la unidad revolucionaria, de fortalecer la imagen de su gobierno en el extranjero y de acabar con los bro-tes de insurrección”.

No obstante, su llegada a la presi-dencia —en contra de Villa— desen-cadenó nuevos enfrentamientos entre los grupos revolucionarios: Zapata y Villa —en Morelos y Chihuahua, res-pectivamente— se opusieron al régi-men y lucharon por la expropiación de los latifundios, la restitución de las tierras y las reivindicaciones obreras y campesinas. Sin embargo, el “ejér-cito constitucionalista” de Carranza superaba al de los revolucionarios, y contaba con el apoyo, además de los campesinos, de los mineros, obreros e intelectuales.

En un intento por alcanzar el con-senso entre los diversos grupos sub-versivos, se llevó a cabo la convención de Aguascalientes, a la cual asistieron delegados de zapatistas, villistas y carrancistas. Álvaro Obregón, aliado de Venustiano Carranza, dialogó con Villa con la intención de lograr acuer-dos, pero la rivalidad que tenía éste con Carranza, imposibilitó el fin de las revueltas. El único acuerdo fue la de-

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signación de Eulalio Gutiérrez como presidente interino.

después de la convención, las tropas de Zapata se unieron a las de Villa y se enfrentaron contra las de Carranza y Obregón —las cuales contaban con el apoyo de Estados Unidos. Los revo-lucionarios fueron vencidos en 1915, en la batalla de Celaya. Zapata volvió a Morelos, en donde fue asesinado en una emboscada cuatro años después. Villa regresó a Chihuahua, reorganizó su ejército y, “aunque fue vencido en Agua Prieta, pudo mantener una gue-rrilla, con la que realizó varias incur-siones contra los Estados Unidos. La actitud belicosa de Villa obligó a los estadounidenses a enviar al general John J. Pershing en su persecución”.

Carranza retornó a la presidencia en 1915 y se consagró a reorganizar el país. Obregón, por su parte, se de-dicó a combatir las rebeliones que se manifestaban. En 1917 se promulgó la Constitución de Querétaro, la cual “confería amplios poderes al presi-dente, daba al gobierno derechos para confiscar las tierras de los latifundis-tas, introducía medidas laborales re-feridas a salarios y duración de jor-nadas, y se mostraba decididamente anticlerical”.

Aunque Carranza logró debilitar, o eliminar, a la mayoría de sus ene-migos, en 1920 la decisión de disper-sar una huelga del sector ferroviario en Sonora, le valió el desplome de su prestigio personal y el abandono de gran parte de sus seguidores, incluido Álvaro Obregón. Así, el 21 de mayo de ese año, Carranza fue asesinado.

A su muerte, Adolfo de la Huerta lo sucedió en la presidencia de mane-ra interina hasta que en noviembre fue electo presidente Álvaro Obregón. Con este último tuvo lugar la etapa fi-nal de la Revolución; Obregón “trabajó afanosamente en otorgar derechos a obreros y campesinos, para hacer cre-cer su base popular de apoyo y para asentar las bases de un esquema polí-tico diferente”. En 1924, Plutarco Elías Calles subió a la presidencia; a partir de ese momento, el esquema político adquirió forma definitiva.

Si bien se toma 1920 como el año en el que finalizó la Revolución Mexicana, no fue sino hasta 1934 —con la presidencia de Lázaro Cárdenas del Río— cuando los enfrentamientos y revueltas cesaron.

los eFectos de la revolución

sin dudarlo, uno de los máxi-mos logros de la Revolución fue la Constitución de 1917, pues ésta cons-tituyó un parteaguas en la historia de nuestro país y sentó las bases de una sociedad más democrática y plu-ral. “En ella se incorporaron ideas de todos los grupos revolucionarios. Retomó las libertades y los derechos de los ciudadanos, así como los idea-les democráticos y federales de la de 1857. También reconoció los dere-chos sociales, como el de huelga y el de organización de los trabajadores, el derecho a la educación y el dere-cho de la nación a regular la propie-dad privada de acuerdo con el interés de la comunidad”.

Además del ámbito político y so-cial, la Revolución legó un cúmulo de experiencias y acontecimientos que fueron plasmados en la literatura, la música, la fotografía, el cine y las artes en general. La llamada literatura de la

Revolución se convirtió en un meca-nismo de expresión, de comprensión y de acopio histórico.

“Representó una oportunidad para dar noticia literaria de hechos y de gente, para hacer creíbles aconteci-mientos y actitudes, para ‘retratar’ el lenguaje y el habla de una caótica mezcla de personas de la más diversa extracción social, con diferentes ideas, convicciones y credos”.

Obras como Los de abajo, de Mariano Azuela; Memorias de Pancho Villa, El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, y El resplandor, de Mauricio Magdaleno, ayudaron a recrear la his-toria y se convirtieron en referencia obligada para el estudio y conocimien-to de ese episodio nacional.

Por su parte, el corrido, se con-solidó como otra vía de expresión y comunicación, y contribuyó a ratifi-car la identidad nacional y colectiva. “Así por ejemplo, Francisco Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa o Felipe Ángeles, como héroes revolu-cionarios, cuentan con un sitio privile-giado en la memoria musical popular. No así Victoriano Huerta o Félix Díaz —el sobrino de don Porfirio—, a quie-nes el pueblo a través de los corridos los ha enjuiciado como ambiciosos y traidores”.

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noche en vela i

Paula Rivera

Ha pasado casi un año desde mi último reporte torontonia-no y es otoño otra vez, pero la

ciudad todavía no adquiere su aspecto rojizo místico; será porque hubo un ve-rano lluvioso, triste para los humanos pero feliz para las plantas, que siguen verdes y jugosas.

Esta mañana, al abrir mis crudos y lagañosos ojos, sé que me espera un largo día. Compro el Globe and Mail (periódico dizque sophisticated y ob-jetivo) y busco en mi sección preferi-da, “Sociales y Estilo”, las crónicas de moda y comida.

Hoy comentan sobre los sombreros estilo Bob Marley, los cuales estuvie-ron de moda el año anterior, pero pue-den seguir usándose esta temporada. Me alegro, pues acabo de comprarme uno en barata.

Un artículo trata de las preferencias femeninas actuales por usar brasieres acolchonados con el objeto de resal-tar nuestros atributos. El que escribe, hombre, quiere abrir los ojos a los que

leen, mujeres, cuando afirma que de nada nos sirven esos colchones, si lo único visible a través de nuestras ro-pas es la esponja y no el escote. Puede ser que el señor tenga razón, pues cuál es el sentido de la magia si adivinamos el truco; pero bueno, habría que dis-cutir este tema con mucha más serie-dad, y éste no es el día ni el momento adecuado.

La crítica culinaria es para la recién estrenada y ya de súper moda Pizzería Libretto, a la cual me muero de ganas de ir. La pizzería es famosa por haber-se traído de Roma un horno capaz de llegar a los 900 grados Fahrenheit (al-rededor de 483 grados centígrados), y por tener colas de gente de hasta más de dos kilómetros, esperando experi-mentar lo que es realmente incinerar-se el paladar con queso derretido.

La crítica destroza, pues aunque afirma el éxito del lugar, indica que el comer pizza no amerita tener que espe-rar de dos a tres horas en la fría acera; sobre todo si los ingredientes son los mismos de siempre: jamón, espinaca y aceitunas negras.

Puedo imaginar la decepción de este crítico, que pensó encontrar una

lista de ingredientes exóticos como ballena beluga, huevos de alacrán y ragú de canguro, ahora que los austra-lianos han decidido volver a sus hábi-tos originales de comer la carne ma-gra de este animal, al descubrir que las heces de vaca emiten demasiados gases tóxicos.

En fin, a pesar de la crueldad del artículo yo sigo con unas ganas locas de comer pizza hoy por la noche. La noche de Nuit Blanche.

Por tercer año consecutivo, Toronto es el anfitrión de Nuit Blanche, tradu-cida al español como “noche en vela”, la cual es una idea originaria de París, financiada por el banco canadiense Scotiabank, que en los últimos años se ha dedicado a comprar varios recintos culturales y salas de cine de la ciudad.

Desde las 6:52 de la tarde hasta el amanecer, Toronto se convertirá en campo abierto para la exploración de la ciudad vuelta arte; pues el banco ha encomendado la construcción de instalaciones artísticas a importantes figuras culturales, además de haber logrado la participación de negocios privados. Este año las cifras son: 750 artistas y curadores, 450 docentes y voluntarios, 92 sedes privadas y vecin-darios y 24 patrocinadores privados, como Heineken.

Mauro ha quedado en pasar por Guiseppina y por mí a las 6:51 para ir a Libretto, pero resulta que él también leyó el artículo esta mañana, por lo que decidió cambiar el plan original de comer pizza e ir a Foxley, su restau-rante favorito.

Cabe mencionar que este lugar, donde la comida es asian fusion, está también de ultra moda, así que hay las mismas colas y los mismos ingre-dientes trillados (pasta miso, algas y salsa de soya). Sin embargo, a Mauro le gusta. ¿Por qué siempre tenemos que hacer lo que Mauro dice? Porque, como ya he explicado antes, desde que

Cuadro de costumbres

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Guiseppina es de Mauro, le da igual comer un taco que un zapato.

En Foxley nos avisan que tendre-mos que esperar alrededor de una hora para podernos sentar; pero a dife-rencia de Libretto, ofrecen hablarnos al celular, con lo que evitaremos hacer la cola en la fría acera.

Nos cruzamos al bar de enfren-te, a matar el hambre con cervezas. Después de una hora y todos con un hoyo burbujeante en el estómago, vol-vemos a Foxley para preguntar por el estado de nuestra reservación. La mesera nos informa que ha estado lla-mando sin parar desde hace una hora y media. ¿Cómo es posible, si tenemos el celular a un lado? La mesera rectifi-ca el número y resulta que, en lugar de copiar un 6, anotó un 8. ¡No!, protestan nuestros estómagos ¿Cuánto tiempo hay que esperar ahora? Una hora más, nos informa la amable hostess, “pero qué más da, si hoy, de por sí, dormir no está en los planes”, dice Mauro.

Agudizamos el apetito caminando por Ossignton, calle donde está el res-taurante y la cual hace apenas un par de años era un nido de ratas, pero que hoy le ha ocurrido lo que aquí llaman gentrification (de la palabra gentry, que significa alta burguesía), con la aper-tura de restaurantes hip, tiendas vin-tage, bares trendy con nombres como Reposado (tomar tequila es super cool, aunque el caballito cueste 20 dólares) y Sweaty Betty’s (la sudorosa Betty).

Aunque los pioneros de la zona fue-ron artistas en busca de espacios bara-tos, ahora esta comunidad se ha visto expulsada por las altas rentas y por la compra de terrenos que han sido con-vertidos en condominios que prome-ten una vida inundada de arte, crea-tividad y espontaneidad a tan sólo un millón de dólares por departamento.

No hemos recorrido la mitad de la calle cuando entra la llamada: nues-tra mesa está lista. ¡A Dios gracias! El menú de Foxley cambia diariamen-te, dependiendo del humor del chef, quien es chino-vietnamita pero cuya carrera empezó haciendo sushi.

A estas horas, con el estómago re-lampagueando de hambre, cualquier cosa se oye interesante. Ordenamos ceviche-sashimi de besugo, empana-

das chinas rellenas de carne de pato y borrego, ancas de rana empaniza-das cubiertas en salsa agridulce, tofu asado con verduras a la parrilla, cos-tillas de res a las brasas con melazas y hojas de limón, brócoli al vapor en salsa de soya, camarones empaniza-dos con pico de gallo de ajo y hongos, y de postre: arroz negro cocido en le-che de coco y cajeta acompañado de fresas frescas. ¡Mmmmmmmm! Debo admitir que hoy Mauro acertó en su elección, pues la comida es realmente buena y exótica, con precios no bara-tos, pero sí aceptables.

Rodando y con una abotagada ener-gía salimos de ahí; pero como sería un acto cobarde rajarse e ir a la cama a digerir como serpiente, reanudamos nuestra caminata por Ossignton.

Llegando a Queen Street West, otra calle de ultra moda, doblamos a la de-recha y visitamos las distintas galerías de arte, que a pesar de hallarse siempre ahí, hoy resultan más atractivas que nunca, con tanta gente entusiasmada y curiosa por piezas que en algunos ca-sos son buenas, bonitas y baratas.

Seguimos la ruta hacia el oeste has-ta llegar al paso a desnivel, donde de-bemos entrar, salir y doblar a la izquier-da para llegar a la calle de Dufferin. Una vez dentro del oscuro paso, escu-chamos ruidos de tren que emanan de quién sabe dónde. Guiseppina y Mauro se adelantan y me dejan sola, obsesionada con encontrar el origen del sonido metálico.

Descubro que a mi derecha hay una reja cerrada que, sin embargio, permi-te ver una serie de escaleras ilumina-das que guían a la nada. Al asomarme reconozco sombras humanas que se mueven como bailando. Son tres mú-sicos que han instalado todo un equipo de instrumentos y mientras reprodu-cen los sonidos de un tren, miran a los transeúntes con una sonrisita pícara, sabiendo que su instalación efímera es efectiva.

Al salir del paso-túnel alcanzo a los tórtolos en Dufferin. Caminamos juntos hasta llegar a una gran aveni-da, donde doblamos a la izquierda, llegando a Liberty Village, que no es una villa sino un vecindario que here-dó su nombre porque en el siglo xix

albergaba la prisión militar. De ahí que la avenida principal se llame Liberty Street (calle Libertad), pues éste era el primer pedazo de asfalto que el preso pisaba una vez fuera del bote.

Desde el 2004 los edificios indus-triales viejos han sido transformados en elegantes oficinas, condominios y restaurantes. Hay también muchos edificios nuevos, pero éstos no imitan el estilo urbano industrial de la zona, sino que más bien copian el tradicional sistema británico de las row houses: ca-sas pegadas que parecen ser una pero que en realidad están subdivididas en varios departamentos.

Caminar por en medio de estas nuevas casas siamesas es como es-tar dentro de una película de David Lynch: cubren una extensión grande de terreno y todas las calles y jardines están diseñados de idéntica manera, por lo que la sensación es semejante a la de un pasón.

Este vecindario es donde los artistas comisionados montarán sus instalacio-nes. Las calles, libres de coches excep-to por las patrullas de policía, están repletas de peatones entusiastas que, como yo, necesitan hacer una parada técnica antes de retomar la aventura.

Sanitario Público Móvil, Toronto, Canadá, 4 de octubre de 2008.

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La sociología toma inevitablemen-te de la lengua común los térmi-nos que ella utiliza. Así los recoge

cargados de sentidos múltiples, tan di-versos de origen como de intenciones. Aun determinados rigurosamente, estos términos guardan siempre, de una ma-nera o de otra, huellas de su origen y ra-ramente pierden toda resonancia extra-científica. El concepto de clase —apenas hay necesidad de subrayarlo— participa de tales equívocos. El hecho de emplear-lo —sin hablar de la significación que se le da— parece ya revelador. Categoría central en la sociología marxista, inter-viene apenas en otras teorías (como en la durkheiniana). Llegaremos tal vez a explicar este hecho, a mostrar por qué toda definición de la palabra implica una elección entre criterios y un juicio sobre la importancia relativa de éstos, y, casi inevitablemente, solidario de una interpretación más vasta de la realidad social.

En el punto de partida, procuremos despejar los problemas decisivos. ¿Cuál es la extensión de la noción de clase? ¿Designa ella una formación social co-mún a todas las sociedades históricas (o a lo menos a un gran número de ellas)? ¿O bien, por el contrario, la clase es pro-pia de las sociedades tipo moderno, oc-cidental, capitalista? Según que se acep-te la extensión amplia o la estrecha, la comprensión variará. Los caracteres co-munes a las clases de las ciudades anti-guas, y de los imperios orientales, de la sociedad feudal o del sistema capitalista son menos numerosos, más abstractos o formales que los caracteres distintivos de las clases sociales de nuestro tiem-po (aun la simple comparación de las clases sociales de un país o de clases de diferentes países, obliga a un esfuerzo

Documentalia

de discernimiento, de tipificación, si así puede decirse). Una vez elucidados es-tos dos problemas, podemos considerar el caso más complejo, el más importan-te para nosotros: la aplicación del con-cepto de clases a los grupos sociales tan heterogéneos, situados entre el proleta-riado industrial y la gran burguesía.

Todo el mundo recuerda las fra-ses famosas de Marx en el Manifiesto Comunista: “Toda la historia de la so-ciedad humana hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases. En las épocas que han precedido a la nuestra, vemos en todas partes a la sociedad ofrecer toda una organización comple-ja de clases distintas, vemos una jerar-quía de rangos sociales múltiples. Éstos son, en la antigua Roma, los patricios, los caballeros, la plebe, los esclavos; en la Edad Media los señores, los vasallos, los maestros-artesanos, los compañe-ros, los siervos... Estos antagonismos subsisten en la sociedad burguesa mo-derna, que no ha hecho sino sustituir clases nuevas y nuevas posibilidades de opresión, nuevas formas de lucha a las de otro tiempo. Nuestra edad tiene un carácter particular: ha simplificado los antagonismos de clases; la sociedad en-tera se divide, más y más, en dos gran-des clases, directamente opuestas: la burguesía y el proletariado”.

Así pues, las oposiciones de clases son de todos los tiempos: sólo la forma que toman en nuestros días es original, originalidad que justifica la voluntad de suprimir radicalmente las contradiccio-nes sociales. El proletario moderno es el esclavo o el siervo de la sociedad indus-trial. La visión histórica inclina a una voluntad profética que, bajo el nombre de “socialismo científico”, realiza la es-peranza milenaria. El marxismo utiliza

pues el concepto de clase en un sentido universal, pero no olvida, por lo menos implícitamente, su sentido particular: el primero establece la unidad del movi-miento histórico, el segundo, subrayan-do la singularidad de las clases actuales, autoriza la previsión de una sociedad sin clases.

No vamos a discutir aquí ni esta teo-ría ni tampoco las deficiencias que ella implica. Hemos recordado las fórmulas marxistas con el solo fin de buscar los caracteres comunes de las clases que pertenecen a sociedades de estructura diferente. ¿Cuáles son esos caracteres? Las clases aparecen como subdivisiones en el interior de una formación social más vasta, se disponen jerárquicamente, se reparten las tareas. Negativamente, podrá decirse que las clases sociales no están fundadas ni sobre la religión, ni sobre el parentesco, ni sobre la san-gre, ni sobre la tierra, y así se podrá dis-tinguirlas de otros agrupamientos. Es, pues, fácil (podría prolongarse todavía la enumeración precedente) mostrar lo

El concepto de clase Del pensamiento sociológico actual

Raymon Aron

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que las clases no son. ¿Pero puede pre-cisarse lo que son?

Remitámonos a los ejemplos de Marx: la heterogeneidad es manifiesta. Las cla-ses superiores no tienen, en todos los casos, la misma actividad. ¿Se identifi-cará al burgués, o más bien al empre-sario capitalista, con el señor, cuando el primero basa en una actividad económi-ca su fortuna y su orgullo, mientras que éste tiene a la guerra como la única ocu-pación digna de él? ¿O al proletario mo-derno con el siervo, el esclavo o el com-pañero, cuando a diferencia de éstos, aquél es jurídica y prácticamente libre, discute con su patrón las condiciones de su trabajo y a diferencia del compa-ñero, se siente separado del capitalista que con frecuencia apenas conoce? Así, pues, ni el estatuto jurídico de las clases, ni la relación de una a otra, ni la natu-raleza (política, económica, religiosa) de la actividad propia de cada una de ellas, ni el fundamento de la autoridad de que goza la clase superior, presentan simili-tud de una sociedad a otra. En fin, el ori-gen de las distinciones sociales parece igualmente diverso. Frecuentemente se encuentra o se adivina el hecho prime-ro de la conquista, la sumisión de una población a otra; el pueblo conquistador se asegura el monopolio de la violencia y explota este monopolio en el orden económico, tanto como en el orden po-lítico.

¿Se dirá que las singularidades de-ben observarse después de los rasgos comunes? Qué importa, se nos dice, que señores y siervos, patricios y plebeyos, pertenezcan o no a dos razas, a dos na-cionalidades, si el sociólogo encuentra en todos los casos el mismo fenómeno esencial: la separación de las clases, gru-pos relativamente cerrados, de dignidad desigual. Los individuos tienen concien-cia ya de participar del prestigio de la clase superior, ya de estar relegados a las clases subordinadas. La situación, la función que confiere el prestigio cam-bia; las representaciones colectivas que fijan la jerarquía de las clases y de los grupos, permanecen en su misma natu-raleza y son las que interesan primaria-mente al sociólogo.

Sin entrar en una discusión, digamos que, en nuestro sentir, el sociólogo se interesa igualmente por las particulari-dades. Es menos el hecho de una jerar-quía, que la naturaleza, la forma, el ori-

gen histórico y socia1 de esa jerarquía lo que interesa. La sola justificación de la opinión contraria sería la identificación profunda de fenómenos superficialmen-te diferentes. Si, como lo piensa Pareto, se percibe en todas las sociedades la misma posición entre élite y masas, go-bernantes y gobernados, explotadores y explotados, entonces se estaría auto-rizado para acentuar las semejanzas a expensas de las variaciones, para cons-tituir conceptos más psicológicos que históricos, tipos universales de poder y de élites. Si hacemos abstracción de esta teoría, debemos preocuparnos, cada vez que se presente el fenómeno clase, por marcar su carácter distintivo, único mé-todo para llegar a la estructura propia de la sociedad considerada.

Pero, se nos objetará todavía: ¿Marx, tanto como Pareto, no reduce las distin-ciones de clase a un factor único, común a todos los casos, a saber, las relaciones de producción? Tal es, a no dudar, la forma corriente de la teoría marxista. Pero en los textos de Marx y sobre todo, del Marx joven, el origen esencialmente econó-mico de las clases actuales es subrayado como característico de nuestra sociedad. La disolución de los vínculos sociales, el aislamiento del individuo, preceden y determinan la separación de clases en el interior del capitalismo. La originalidad de éste, a este respecto, no es, pues, de ninguna manera desconocida o desde-ñada. Es más allá de los “órdenes” o de los “estados” característicos de la socie-dad antigua, donde el marxista volvería a encontrar las relaciones de producción como fuente permanente de los antago-

nismos sociales. En otros términos, es en y por una teoría histórico-sociológica que se prueba la identidad de las estructuras sociales; la descripción comprueba que los rangos o condiciones, siempre jerar-quizados, no corresponden, según las épocas, ni a la misma repartición de las funciones, ni a las mismas distincio-nes de autoridad, ni a las mismas distin-ciones jurídicas, ni a la misma estabilidad o movilidad social. La desigualdad de los grupos en el interior de unidades más vastas es la regla: las causas y las formas de esta desigualdad varían.

¿Cómo se plantea el problema de las clases en nuestras sociedades? El hecho fundamental nos parece que es la des-aparición legal de los rangos y condicio-nes. La igualdad de los individuos, tan formal e ineficaz como se la suponga, tiene por lo menos como consecuencia la posibilidad jurídica del paso de una clase a otra, sea a través de las genera-ciones, sea en el curso de una sola exis-tencia. La calidad de burgués no está, como la de noble, ligada a la sangre. A fortiori las clases actuales se alejan de las castas que implican transmisión he-reditaria y especialización profesional.

Pero, en otro sentido, es claro que no todas las barreras sociales han caído. La igualdad jurídica facilita, pero no basta para multiplicar ni acelerar la ascensión social: la movilidad social queda en gran parte independiente de las leyes, más influida por las condiciones económicas y los prejuicios colectivos. El prestigio de que gozan los diferentes grupos va-ría, lo mismo que el valor que cada uno se atribuye o que le es reconocido por los demás; en otros términos, las des-igualdades de condiciones subsisten, y subsisten también las desigualdades de fortuna o de rentas, las diferencias en las maneras de vivir o de pensar, en las actividades económicas, y sobre todo, en el sentido de las distinciones socia-les. Entonces, la cuestión se plantea en estos términos: ¿en qué signo se recono-ce una clase? ¿Una clase se caracteriza por cierto oficio, cierto nivel de rentas, cierta cantidad de fortuna, un lugar en las relaciones de producción, o bien por cierta “mentalidad”, cierto estilo de exis-tencia (visible en la distribución de los gastos tanto como en las representacio-nes comunes), o bien por cierto rango social, o en fin, por cierta conciencia o voluntad común? ¿Se caracterizará por

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signos materiales, por la psicología, por el prestigio, la acción o la ideología po-lítica?

Nuestra intención no es agregar una definición a las innumerables defini-ciones que han sido ya propuestas. El lector encontrará una revista de ellas, posiblemente incompleta pero suficien-te, en el principio del libro de Geiger1, quien estudia, sobre todo, a los autores alemanes.

Todavía más: no queremos some-terlas a todas a discusión o crítica. Las definiciones son, ante todo, asunto de oportunidad. Se juzgan por su utilidad, por su fecundidad. Nuestra intención, más modesta, de naturaleza diferente, es señalar las condiciones en las cuales se llega a una definición.

Una idea, antes que toda otra cosa, nos parece esencial: los diferentes cri-terios utilizables y los utilizados de he-cho, no concuerdan. En vano se tratará de definir las clases, o incluso los gru-pos homogéneos, simultáneamente en todos los aspectos. La clase campesina se distingue de la clase obrera ante todo por el género de trabajo y de vida —ca-racteres que se olvidan o se ponen en un segundo plano cuando se examinan las clases jerarquizadas de las ciudades. Los diferentes oficios gozan de un pres-tigio irreductible a las retribuciones que les corresponden. El hijo de un burgués, que ha llegado a ser obrero calificado, pasa por haber descendido de clase, pero no el profesor de colegio que frecuente-mente tiene un sueldo inferior. Tal pe-queño comerciante de los barrios ricos no siente nada de común con el obrero de fábrica. A igualdad de recursos, a la misma situación en el sistema económi-co, no corresponden necesariamente ni la misma mentalidad, ni la misma ten-dencia política: proletariado y empleo, trabajador manual o intelectual, oficial de artesano y obrero de gran fábrica, obrero agrícola y urbano, son otros tan-tos tipos sociales diferentes por el tra-bajo y género de vida, por la conciencia y la ideología, sin relación con las dife-rencias de fortuna, a pesar de una igual subordinación a los patronos.

Traduzcamos estas observaciones a términos más abstractos. En la diver-sidad indefinida de los tipos o de los grupos sociales, es en vano intentar establecer, en función de uno o de dos caracteres, una clasificación concreta

plenamente satisfactoria. Tradiciones históricas, pretensiones actuales, me-dio social, hábitos adquiridos; son tantas las influencias que se mezclan a la si-tuación económica (en sentido estricto) que toda simplificación se prestará ine-vitablemente a objeciones.

¿Quiere esto decir que es preciso re-nunciar a toda teoría de las clases? De ninguna manera. Voluntariamente he-mos confundido hasta este momento dos tareas: la sociografía de los grupos sociales y la sociología de las clases2. La determinación precisa de los innu-merables grupos representa un trabajo preliminar, que sería indispensable (por más que indefinido, puesto que son nu-merosos los puntos de vista posibles). Pero una sociología de las clases apunta a otro fin: pretende asir las articulacio-nes auténticas de la sociedad, los gran-des conjuntos en los cuales se organizan los grupos [...].

Según la teoría económica que se adopte, es verdad, esta lucha toma una significación diferente. Un marginalista concibe el sistema económico en la me-dida en que está conforme con el esquema ideal que se traza, como esencialmente justo: la parte atribuida a cada factor de la producción, trabajo o capital, es lo que le corresponde según las reglas del cálculo económico (productividad mar-ginal). No se niega que la realidad no co-rresponde jamás por entero al esquema que las injusticias no sean posibles, sea que la política modifique la imputación; sea que la repartición anterior de los bienes, debida a la historia, es decir, la mayor parte de las veces a la violencia, implique una excesiva desigualdad. El marxista, por el contrario, encuentra la desigualdad en el corazón mismo del sistema capitalista, puesto que la ley del valor-trabajo reserva al propietario de los medios de producción, sin que nin-gún daño sea hecho al obrero, el benefi-cio entero de la plusvalía. La antinomia utilidad marginal y valor-trabajo entra-ña por tanto, sobre el sistema mismo, un juicio opuesto. El interés del proleta-riado consistiría, según el marxista, en destruir; según el liberal, en mantener el régimen existente. La lucha contra éste llega a ser, o un reflejo legítimo de defensa o una aberración colectiva. Resorte del movimiento histórico para unos, es para otros el obstáculo para la sociedad verdadera, fundada sobre la di-

visión del trabajo y la colaboración pa-cífica.

La teoría económica de El capital me parece muy criticable. Pero, sociológica-mente, el hecho de la lucha de clases, bajo la doble forma que hemos indica-do, no subsiste menos y es casi inevi-table en las sociedades capitalistas, en cuya estructura social se cristaliza. El obrero comprende difícilmente el fun-cionamiento del sistema: ¿Cómo podría admitir que el beneficio del patrón tiene una función social y que indirectamente él también lo aprovecha? ¿Cómo reco-nocería él la necesidad de salarios flexi-bles? ¿Cómo no va a creer que su suerte mejoraría si los instrumentos de produc-ción llegaran a ser propiedad colectiva? El proletariado, separado del resto de la población por sus condiciones de exis-tencia, no reivindica solamente ventajas materiales, sino que frecuentemente se encuentra en rebeldía contra el orden social entero. El movimiento obrero del siglo xix expresa y significa una reacción contra el capitalismo industrial.

Así, sin conservar la economía de El capital, podemos mantener la idea fun-damental de la concepción marxista de las clases: los grandes conjuntos en los cuales se distribuyen los grupos sociales y que juegan históricamente un papel decisivo, se caracterizan por un lugar en el sistema económico. En nuestras sociedades la actividad decisiva es la ac-tividad económica, y es ella la que, en gran medida, fija la suerte, el rango de cada quien. Es natural, por tanto, decir: en el capitalismo ideal las divisiones sociales dependen de los factores eco-nómicos, es decir, más que de las cifras de los rendimientos o de la calidad del oficio, de las relaciones de producción. Unos poseen los instrumentos de pro-ducción; los demás están reducidos a alquilarles su fuerza de trabajo. De es-tos datos fundamentales se derivan la desigualdad de los rendimientos (y por consecuencia del ahorro privado) y la actitud diferente de las clases respecto al régimen económico.

1 Die soziale Schichtung des deutschen Volkes, Stuttgart, 1932, pp. 9-12.2 Esta distinción es hecha por Th. Geiger en su libro antes citado.

Para consultar el texto íntegro, véase Revista Mexicana de Sociología, año 1, vol. 1, marzo-abril de 1939, pp. 97-108.

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Tendencia juvenil

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los jóvenes y las leyes

Las leyes son el principal mecanismo para hacer valer los derechos de los ciudadanos; pero ¿cómo afectan las leyes a los jóvenes?, ¿en qué medida las utilizan?

Los jóvenes constituyen un grupo especialmente vulnera-ble; son potenciales víctimas de discriminación, delitos y de-lincuencia. Sin embargo, rara vez acuden a las autoridades por ayuda: prefieren arreglar sus conflictos en forma extrajudicial.

Una de las razones es que tienden a sentirse discriminados como ciudadanos y que no se fomenta su participación; no existen referencias explícitas a la juventud en la legislación nacional. Antes de la mayoría de edad, no son ciudadanos en sentido estricto; después, no existe distinción entre ellos y los mayores. Difícilmente se les considera sujetos de derecho.

Dos factores los limitan en la defensa de sus derechos y en el acceso a la justicia. En primer lugar, la falta de información acerca de sus prerrogativas y de las leyes que las contienen, y en segundo, una gran desconfianza hacia las instituciones encargadas de impartir la justicia y proteger los derechos.

Según la Encuesta Nacional de Juventud 2005 (enj, 2005), la institución pública peor calificada por los menores de trein-ta años fue la policía. Además, 40.4% de los jóvenes cree te-ner derecho a hacerse justicia por su propia mano y considera una pérdida de tiempo presentar una denuncia; la mayoría de quienes la han presentado manifestó que la atención brindada fue ineficaz.

La probabilidad de ser víctima de algún delito es mayor entre los 20 y 29 años de edad; esta circunstancia se ve agudi-zada por factores como la violencia. Así, por ejemplo, en uno de cada diez hogares mexicanos existe violencia intrafamiliar, y las víctimas más comunes son los hijos. Según datos de la Encuesta sobre Violencia Intrafamiliar (inegi, 1999) sólo 14 de cada 100 hogares solicitan ayuda a las autoridades.

Las mujeres jóvenes son las principales víctimas de la vio-lencia contra la pareja. Según el inegi, en el 2003, 46 de cada 100 mujeres de entre 15 y 29 años de edad declararon haber sido víctimas de al menos un acto de violencia. En 2005, la misma institución informó que 41 de cada 100 presuntos de-lincuentes del fuero federal y 49 del fuero común tenían entre 15 y 29 años. La incidencia delictiva está directamente rela-cionada con las condiciones socioeconómicas; por ejemplo, cerca del 50% de los jóvenes en conflicto con la ley concluyó únicamente la educación primaria.

Por otra parte, un gran porcentaje de mexicanos de entre 12 y 29 años de edad piensa que algunos de sus derechos no están siendo respetados: 20% de los hombres y 17% de las mujeres consideran que no se respeta su derecho a la salud; 20% y 18%, respectivamente, su derecho a disfrutar de la cul-tura; 29 y 27%, a expresar su opinión; 29 y 28%, a un medio ambiente sano; 27.5 y 26%, a un juicio justo; 24.8 y 25%, a una vivienda digna; 21.5 y 20%, a la educación; 33 y 31%, a no ser víctimas de violencia; 23 y 22%, a una alimentación adecuada,

y 21 y 20%, a vivir con dignidad. 29% de los hombres y 23% de las mujeres de entre 15 y 19 años piensan que no se respeta su derecho a un juicio justo, al igual que 30 y 34%, respectiva-mente, de entre 20 y 24 años de edad, y 25% de aquellos entre 25 y 29 años.

De acuerdo con la primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (conapred, 2005), 38.3% de la po-blación estima que sus derechos no han sido respetados al menos una vez en su vida. Las principales causas de discri-minación son la falta de dinero, la apariencia física, el sexo, la forma de vestir y la edad. Alrededor del 10% de los jóvenes de entre 12 y 29 años de edad piensan que son discriminados por su edad.

Es en respuesta a la situación actual, que se creó el Programa Nacional de Juventud 2008-2012, para “garantizar el ejercicio, apropiación y exigibilidad de los derechos por parte de las y los jóvenes, mediante su acceso equitativo al sistema de procuración e impartición de justicia”. Entre otras medidas, el programa propone la difusión de los derechos de los jóvenes y la “coordinación interinstitucional entre el Instituto Mexicano de la Juventud y los distintos órdenes de gobierno encargados de la justicia”, para prevenir el delito, la discriminación, las prácticas incriminatorias y los factores de riesgo.

Además, en abril de este año se organizó el cuarto Foro de la Frontera Norte en Pro de Una Cultura de la Legalidad, el cual contó con la participación de más de cuatrocientos estudiantes de universidades e institutos tecnológicos de los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Nuevo León y Coahuila. El objetivo de este evento era compartir conoci-mientos y experiencias para fortalecer la cultura de la legali-dad en el país, para que los jóvenes adquieran el compromiso del respeto a las leyes a partir de una reflexión crítica de las ventajas de vivir en un estado de derecho.

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Fotógrafo, actor, cineasta, coleccionista de indu-mentaria folclórica y viajero incansable, Luis Márquez Romay legó una obra gráfica de subido

valor estético. Nacido en la ciudad de México en 1899, Márquez Romay se formó como fotógrafo en el Estudio Feilú, de La Habana, Cuba, donde su familia se había refugiado de la inestabilidad política del México revolu-cionario.

Entrada la década de los veinte regresó a México para colaborar en el Taller de Fotografía y Cinematografía de la Secretaría de Educación Pública. Su labor con-sistió en documentar los ritos y tradiciones de las diferentes etnias y pueblos del país. Inició entonces su apasionada actividad fotográfica, que lo llevó a re-gistrar la danza, el paisaje, las artesanías, los rostros; toda la vitalidad de aquellas primeras décadas del si-glo xx mexicano.

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La obra gráfica de Luis Márquez Romay

La ciudad de México no escapó a su mirada. Dúctil, transitable, gozosa, la ciudad en los ojos de Márquez Romay evoca una soledad mágica. En sus imágenes las personas son meros accidentes de escena y casi se asi-milan a la arquitectura. El ojo las pierde o no las cree verdaderas. Así, la fotografía se vuelve festejo de la ar-quitectura, pedestal de una urbe ya perdida en el pasa-do. Una ciudad que sólo es posible habitar por el recuer-do de nuestros mayores, uno de ellos Romay.

Luis Márquez Romay murió el 11 de diciembre de 1978 en la ciudad de México. Su extensa obra fotográfi-ca, integrada por más de once mil negativos, es resguar-dada por el Archivo Manuel Toussaint del Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam.

De la exposición “Una ciudad imaginaria”, que se ex-hibe en la Casa Universitaria del Libro hasta el 5 de di-ciembre de 2008.

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La máquina de pintar se refiere a la pintura mural mexicana del siglo xx. Explora la cons-

trucción de su lenguaje, donde se superponen las figuras retóricas del populismo, las ideas sobre la historia, las imágenes de la ciencia antropoló-gica y los códigos de los masones y rosacruces. Compara el lenguaje de la pintura mural con el lenguaje de la política. Abarca la época temprana y la mayor parte de los murales de José Clemente Orozco entre 1923 y 1939, y también analiza algunos murales de Diego Rivera, en particular los de la Secretaría de Educación Pública. En los últimos capítulos, aborda los mu-

Modernismo, un término acuñado para designar el movimiento de renovación

de las letras hispanoamericanas en las dos últimas décadas del siglo xix y los dos decenios iniciales del xx, es aplicable al desarrollo análogo que tuvo lugar en la cultura visual del México finisecular. También se

rales de Orozco en Guadalajara, así como sus ideas sobre la historia y el mito.

Renato González Mello es investiga-dor en el Instituto de Investigaciones Estéticas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. De 1987 a 1992 fue curador de la colección del Museo de Arte Alvar y Carmen T. de Carrillo Gil.

Renato González Mello, La máquina de pintar: Rivera, Orozco y la inven-ción de un lenguaje, emblemas, trofeos y cadáveres, México, unam, iies, 2008, 441 pp.

ha utilizado, en años recientes, la no-ción de simbolismo para caracterizar el arte de aquel periodo. Más allá de estas cuestiones semánticas, no hay duda de que la escultura, la pintura y la gráfica del fin de siglo mexica-no, en interlocución directa con una renovación vanguardista en el ámbi-to internacional, rompió con las con-venciones y limitantes expresivas de las tradiciones decimonónicas para lanzarse de lleno a una experimen-tación formal e iconográfica, inédita en el medio local. Con el modernis-mo, el arte mexicano se apropia de las premisas estéticas que orientarán en buena medida la producción del siglo xx.

Este libro recoge un conjunto de textos anteriormente publicados en catálogos de exposición y en otras pu-blicaciones dispersas, difíciles de con-seguir hoy en día, y en los que Fausto Ramírez ha desarrollado sus reflexio-nes en torno a los momentos sucesi-vos del movimiento modernistas; a sus protagonistas y figuras menores; a la estructura institucional que, paradóji-

camente, les dio sustento (la Escuela Nacional de Bellas Artes, sus progra-mas de enseñanza, sus exposiciones); a las expresiones visuales que tuvie-ron cabida, fuera del ámbito académi-co, en revistas y periódicos que, al am-pliar la circulación de las nuevas ideas, contribuyeron a su consolidación defi-nitiva. Desfilan en estos ensayos figu-ras clave como Jesús Contreras, Julio Ruelas, Germán Gedovius, Gerardo Murillo, Roberto Montenegro, Ángel Zárraga y Saturnino Herrán, entre muchos otros. Pero también Casimiro Castro y José Guadalupe Posada, quie-nes ejemplifican alternativas en las formas de representar el proceso de modernización que entonces se expe-rimentaba. Y José Clemente Orozco, en cuya obra de juventud y madurez afloran, transfigurados, y pese a los discursos rupturistas posrevoluciona-rios, buena parte de los presupuestos del modernismo.

Fausto Ramírez, Modernización y mo-dernismo en el arte mexicano, México, unam, iies, 2008, 477 pp.

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