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Revista La Oca nº39

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Revista de la Organización Cultural Astudillana (OCA) Invierno 2013-2014 Astudillo (Palencia)

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Pepín, que está en el banco de delante. Echa una mirada atrás y se tropieza con los ojos abiertos y anhelosos de Justo, el mayor de los «Perdigones». «Pimiento» sonríe. Hace mucho tiempo que no ha usado con su enemigo estas galanterías. Luego parlamenta con el muchacho de al lado, «Gazapino», que en las graves y largas con-tiendas de los chicos es quien hace de correo diplomático. «Gazapi-no» se vuelve y dice a Justo:

-Que te da un cacho de pan si le defiendes y haces las paces...

«Perdigón»«Perdigón» mira indeciso. Los trozos de pan están sobre la mesa. Para la imaginación de los niños este pan brilla como oro de codicia. Lo tomaría, lo tragaría con ansias, gozando del roce áspero de corteza sobre la garganta. «Pimiento» vuelve la cara sonriente para ver la respuestas de su enemigo. «Perdigón» se encara con el intermediario, y con un aire altivo, de desprecio, al-zando la voz para que le oigan, exclama:

-¡Dile que se lo meta en el culo!HaHa faltado esta voz en el coro de voces. Pero siguen cantan-

do «Siete por siete, cuarenta y nueve... » «Siete por ocho, cincuenta y seis...» ¿Multiplica el valor abstracto de los números, o multipli-can el hambre de los estómagos? Todavía no han acabado la tabla, cuando «Pimiento», con la cara roja por el desprecio, se incorpora un poco, mira hacia todos los lados, descubre a sus amigos, y con una previa seña para que pongan las manos, les va tirando trozos de pan.

Aquí acaba la tabla, que no hay ave que cante cuando va tras la comida. El canto es la fantasía de los ocios y de las satisfac-ciones. Algunos trozos de pan ruedan por el suelo. Todos los chicos se precipitan a cogerlo. Hay un tumulto de repelea de bautizo. Gritan, se echan unos encima de otros.

Justo se levanta con energía y les grita:-¡Cobardes, os vendéis por una mierda!Los muchachos corren a sentarse en su sitio. Don Pantaleón

despierta, se incorpora, gira con dificultad. Sólo ve al «Perdigón» de pie.

-¡Qué escándalo es éste, bribones, qué escándalo es éste! ¡No faltaba más! ¡Tú tenías que ser! ¡Sube aquí, judío!

«Perdigón»«Perdigón» sube al estrado. Lleva la cabeza baja y los ojos, duros y negros, quieren imponerse y rebelarse. «Pimiento» tiem-bla, porque cree que le va a delatar. Sin embargo. Justo tiene con-ciencia: no descubre nada. Le pregunta:

-Tú, demonio, dime, ¿qué ha sido ese revuelo?-Yo no sé nada- contesta -. He visto que se arremolinaban

todos ahí y he ido a ver. Me parece que era un ratón.Después de unos instantes de seriedad temerosa, todos se

echan a reir y afirman a coro:-Sí, sí, ha sido un ratón. Queríamos matarle.--¡A vosotros sí que os voy a matar a palos! Tú tienes cara de

perdido- dice dirigiéndose a Justo -. ¿Cuánto tiempo hace que no vas a misa con nosotros? Ya sé, ya sé... Pero no tenéis la culpa voso-tros, sino vuestros padres. ¡Con esto del comunismo!... ¡Sigue, sigue así; llegarás a ser un bandido y no una persona decente como Dios manda ! ¡Tienes cara de ello! ¡Muchachos, apuntad bien el nombre para que os acordéis siempre de lo que os voy a decir: éste será un malmalvado toda su vida! ¿Cómo te llama? Justo. Si, ya recuerdo. Justo. ¿De qué?

El muchacho responde rápido y seco:-Justo Cañaveral.-¡Muy bonito! ¡Qué educación! ¡Así, Justo Cañaveral, como

cualquier persona importante! De modo que si el señor cura te pre-gunta en la calle cómo te llamas, ¿tú cómo contestarías?

El chico se encoge de hombros. Calla.-¿Es esta la urbanidad que yo te enseño? ¡A ver uno cual-

quiera, dad una lección a este animal! Uno cualquiera; tú, Luisino, ¿cómo se dice?

«Pimiento» se levanta rápido, decidido, satisfecho de ven-garse de su contrincante.

-Se dice: Me llamo Fulano de Tal, para servir a Dios y a usted.

-¡Muy bien, muy bien dicho! Tú tienes otro pelaje que este bestia. Seguramente que éste no sabe ni siquiera en el pueblo que vive. A ver, ¿dónde vives?

-En Robledillo- contesta Justo, sonriéndose.-Y Robledillo, ¿en qué parte de España está?-Al sur.-¡Bárbaro! ¡En qué parte de España está, digo!No sabe. Algunos tampoco contestan. Otros dicen bien:No sabe. Algunos tampoco contestan. Otros dicen bien:-En Extremadura.-En Extremadura, sí, señor. ¿Y sabéis vosotros lo que es Ex-

tremadura?Don Pantaleón hace un esfuerzo, se crece, alza la cabeza

hasta donde le permite su lobanillo y habla exaltándose.-¡En Extremadura! Debéis saber, muchachos, que Extrema-

dura es la región más gloriosa de España. Toda esta tierra bendita está llena de tumbas de héroes. Dios lo ha querido así. América fué conquistada por extremeños, por ilustres paisanos nuestros, que con la espada en una mano y la cruz en la otra, conquistaron aque-llas tierras llenas de salvajes. Hernán Cortés, Pizarro, Alvarado, Sandoval, ¡oh niños!, héroes son de nuestra Extremadura querida. No hay pueblo en Extremadura, no hay rincón ni lugar donde la huella de la Historia no haya dejado su señal por los siglo y de los siglos. En los conventos, en las iglesias, en las casas... Y ahí está el conjunto de todas las maravillas, lo que ha hecho la fe de los hom-bres y la voluntad de Dios: el monasterio de la venerada virgen de Guadalupe. Y si miramos en otro aspecto, ¡oh! Si miramos en otro aspecto, queridos niños, veremos que Extremadura es una de las regiones de España más hermosas y ricas. Aquí se cría de todo, hay de todo, frutas, ganados, prados, encinas, dehesas producti-vas... Todo, todo. Ahí está la Vera, donde se crían hasta naranjas y granadas en medio de un clima benigno. Ahí están las riberas del Tajo, con sus dehesas. Allí la sierra de Montanchez y de Gata con sus olivos. Más abajo, Badajoz, con sus campos extensísimos de trigo y de viñas. ¡Extremadura, Extremadura, rica región de España! ¡Si, niños, sí, rica, muy rica! A nosotros, humildes siervos, sólo nos queda alabar y bendecir a Dios, que ha hecho rica a Extre-madura. Queridos niños: en cada momento, en cada instante de nuestra vida, ¡alabemos a Dios, que ha hecho rica a Extremadura!

Don Pantaleón desciende al fin de su falso cielo oratorio. Se pasa la mano por la cabeza. Suda. Está cansado, y hasta le pica un poco la garganta. Pero se siente aliviado, no sabe de qué. Se siente contento, engrandecido, ascendido por el humo de la oratoria, más allá, más lejos, más por encima de su vejez caduca, de su vida aca-bada de pobre maestro miope y ramplón. Siempre le sucedía lo mismo. Siempre, después de estos súbitos momentos oratorios, que eraneran como retozos de anhelos incumplidos, se sentía alegre y nuevo, con mayor vigor y más ánimos luchadores.

Mira el reloj. Sonríe bondadosamente. A Justo le pega un cachete cariñoso.

-¡Vamos, muchachos, ya es hora de irnos!Salen los chicos. Se abre la puerta, y en seguida la plaza

empinada, sin gente. Por encima de las casas, en todas las direccio-nes, se ven oscuras manchas de encinas, hasta perderse en hori-zontes de sierras. ¡Alabemos a Dios, que ha hecho rica a Extrema-dura! Los niños salen. Todos ellos van tiritando, casi desnudos, con unas caras extenuadas de hambre, donde sólo los ojos vivos y negros parecen estar alimentados de vigor. Llevan hambre y frío, y como todas las cosas y todos los hombres de Extremadura, los niños llevan también una tristeza profunda y vieja que no se sabe de dónde viene, pero sí de qué viene: es la tristeza de una miseria común, dilatada, desesperada, de siglos y siglos pesando sobre las gentes de muchas generaciones.

¡Alabemos a Dios, que ha hecho rica a Extremadura!

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