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Los Gemelos De Tarzán Los Gemelos De Tarzán Edgar Rice Burroughs

Burroughs, Edgar Rice - Los Gemelos de Tarzan

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Los Gemelos De TarznEdgar Rice Burroughs

A Joan, Hulbert y Jack, que han crecido con las historias de Tarzn, su padre les dedica afectuosamente este volumen

Los gemelos de Tarzn

Edgar Rice Burroughs

PRESENTACIN DE LOS GEMELOS Los gemelos de Tarzn, como todos los gemelos de buena conducta, nacieron el mismo da; y aunque no eran tan "iguales como dos gotas de agua", se parecan lo bastante para cumplir ese particular requisito de la condicin gemelina; pero aun en esto empezaban quebrantando las reglas que vienen gobernando a los gemelos durante los varios millones de aos transcurridos desde que el mundo es mundo, porque Dick tena una pelambrera del negro ms negro, al paso que el pelo de Doc era del rubio color del azcar cande de melaza. Sus narices eran iguales, iguales sus ojos azules, e iguales tambin sus barbillas y sus bocas. Acaso los ojos de Doc titilaban con un poco ms de viveza y su boca sonrea algo ms que la de Dick, porque la sonrisa y las titilaciones oculares de Dick eran ms interiores, y por dentro los muchachos se parecan mucho en realidad. Pero por un estilo infringan todas las reglas que se han establecido para los gemelos desde el principio de los tiempos, porque Dick haba nacido en Inglaterra y Doc en Norteamrica; hecho, ste, que lo trastorna todo en el mismo comienzo de nuestro relato, y que demuestra, sin el menor gnero de duda, que Dick y Doc no eran gemelos. Por qu entonces se parecan tanto, y por qu todo el mundo los llamaba los gemelos de Tarzn? Con un acertijo como ste casi se podran anunciar un concurso, pero lo malo es que nadie habra acertado con la verdadera solucin, aunque la respuesta es muy sencilla. La madre de Dick y la madre de Doc eran hermanas gemelas, y se parecan tanto, que, en efecto, eran como dos gotas de agua; y como cada chico se pareca a su respectiva madre, el resultado fue que se parecieran uno a otro. Las madres eran unas muchachas norteamericanas. Una de ellas se cas con un compatriota y se qued en su pas: era la madre de Doc; la otra se cas con un ingls y se embarc para vivir en otro continente y en otro hemisferio: era la madre de Dick. Cuando los nios estuvieron en edad de ir a la escuela, sus padres tuvieron una idea brillante, y fue la de que recibieran la mitad de su educacin en Norteamrica y la otra mitad en Inglaterra. Y este cuento probar que a veces fracasan o se tuercen los planes mejor tratados de ratones y mams, porque nadie haba pensado que los chicos recibieran parte alguna de instruccin en frica, y en realidad el destino tena dispuesto que aprendieran en las junglas del Continente Negro mucho ms de lo que podan aprender en ningn libro escolar. Cuando contaban catorce aos, Dick y Doc asistan a un colegio ingls de primer orden, donde tenan por compaeros a muchos futuros duques, condes, arzobispos y alcaldes mayores, los cuales, viendo cmo se parecan Dick y Doc, los llamaban "los gemelos". Ms tarde, cuando se enteraron de que el padre de Dick tena parentesco lejano con Lord Greystoke, famoso en todo el mundo con el nombre de Tarzn de los Monos, los chicos empezaron a llamar a Dick y Doc "los gemelos de Tarzn", y as el apodo hizo fortuna y qued para siempre vinculado a ellos.Pgina 2 de 43

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Como todo el mundo sabe, "tar" significa blanco en el lenguaje de los grandes monos, y "go" significa negro; de modo que Doc, de pelo rubio, era conocido por Tarzn-Tar, y Dick, de pelo negro, era llamado Tarzn-go, y bien estuvo hasta que sus condiscpulos empezaron a burlarse de ellos porque no saban trepar a los rboles mejor que otros chicos y porque, aunque en los deportes atlticos se portaban bastante bien, no despuntaban en ellos. Por tanto, no estuvo mal que Dick y Doc decidieran hacer honor a sus nuevos nombres, ya que no les gustaba que se rieran de ellos ni les tomaran el pelo, como no le gusta a ningn muchacho normal de sangre ardiente. Es para asustarse el ver lo que puede hacer un chico si se lo propone; se dice esto porque no pas mucho tiempo sin que Dick y Doc sobresalieran en casi todos los ejercicios atlticos, y en lo que toca a trepar a los rboles, ni el mismo Tarzn habra tenido motivos para avergonzarse de ellos. Aunque su educacin escolar y su puesto en la escuela acaso se resintieron un tanto en los meses siguientes a los esfuerzos atlticos, no les ocurri lo mismo a sus msculos; y cuando se acercaban las vacaciones, Dick y Doc estaban fuertes como robles y activos como un par de manus, que, como ya sabris, si vuestra instruccin no se ha descuidado, es la palabra con que los monos llaman a los micos. Entonces lleg la gran sorpresa en una carta que recibi Dick de su madre. Tarzn de los Monos los haba invitado a todos a que pasaran dos meses con l en sus grandes posesiones africanas.. Los chicos se pusieron tan nerviosos que estuvieron hablando del asunto hasta las tres de la maana, y aquel da en todas las clases metieron la pata. Slo por el resultado que ocasionaron interesarn al lector: primero, el desengao que sobrevino ms tarde, al saberse que el padre de Dick, oficial del ejrcito, no poda conseguir un permiso, y que sin l no quera ir la madre; segundo, las cartas y telegramas que se cruzaron entre Inglaterra y Norteamrica y entre Inglaterra Y frica; y tercero, las encarecidas splicas de los muchachos a sus padres. El resultado de todo ello fue que los chicos iran solos, pues Tarzn de los Monos haba prometido esperarlos al final del ferrocarril con cincuenta de sus waziris, con lo cual se asegurara su paso a travs del frica salvaje hasta la distante morada del Tarmangani. Y esto nos trae al principio de nuestro cuento.

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CAPTULO PRIMERO Lentamente el tren atraves montaas cuyas escabrosas pendientes verdeaban de vegetacin, y luego un campo ondulado y herboso salpicado de rboles. Desde la ventanilla de un vagn, dos muchachos muy nerviosos y de ojos muy abiertos, se mantenan en constante centinela. Si haba algo que ver estaban resueltos a no perdrselo; y saban que haba muchas cosas que ver. - Quisiera saber dnde se meten los animales -dijo Dick aburrido-. No he visto ni un maldito bicho desde que salimos. - frica ser lo mismo que todos los circos de un caballo -replic Doc-. Anuncian la mayor coleccin de animales salvajes en cautiverio, y cuando llega uno all lo nico que tienen es un len sarnoso y un par de elefantes apolillados. - No te gustara ver un len de veras, o un elefante, o algo por el estilo? -pregunt Dick suspirando. - Mira! Mira! -exclam sbitamente Doc- All! All! lo ves? A cierta distancia un pequeo rebao de antlopes corra grcil y ligero por el campo, y los delicados animalillos daban de cuando en cuando saltos en el aire. Cuando desaparecieron, los chicos volvieron a adoptar actitudes de vigilante espera. - Quisiera que hubieran sido leones -Dijo Dick. El tren, dejando el campo abierto, penetr en una selva grande, oscura, sombra, misteriosa. rboles enormes. festoneados de enredaderas, surgan de una maraa de profusa maleza a lo largo de la va, ocultando todo lo que quedaba ms all de aquella pared impenetrable de verdura constelada de flores; una pared que aumentaba el misterio de cuanto poda representarse la imaginacin acerca de la vida salvaje que se mova silenciosamente detrs de ella. No haba el menor signo de vida. La selva pareca una cosa muerta. Su monotona, conforme pasaban las horas, gravitaba pesadamente sobre los chicos. - Te digo -exclam Doc-, que ya me voy cansando de ver rboles. Voy a practicar alguno de mis trucos de magia. Fjate en ste, Dick! Sac del bolsillo una moneda de plata, un cheln, y se lo puso en la palma de la mano. -Seoras y caballeros! -exclam-. Aqu tenemos un cheln de plata de los corrientes, que vale doce peniques. Vengan y examnenlo! Toqunlo, hnquele el diente! Ya ven ustedes que es legtimo. Ahora reparen en que no tengo cmplices. Pues bien seoras y caballeros, mrenme con atencin! Puso la otra palma sobre la moneda, escondindola, sacudi las manos, sopl sobre ellas y las levant sobre su cabeza. - Abracadabra! Vamos, pronto, lrgate! Visto y no visto! Abri las manos y mostr las palmas. La moneda haba desaparecido. - Hurra! -exclam Dick batiendo palmas, como haba hecho ya centenares de veces; porque Dick era siempre el respetable pblico.Pgina 4 de 43

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Hizo Doc una profunda reverencia, extendi la mano y sac la moneda de la oreja de Dick; o por lo menos as lo pareca. Luego en el puo cerrado, entre el pulgar y el ndice, puso la punta de un lpiz y lo empuj hacia abajo hasta que desapareci. -Abracadabra! Vamos, pronto, lrgate! Visto y no visto! Doc abri la mano y el lpiz haba desaparecido. -Hurra! -exclam otra vez Dick aplaudiendo. Y los dos muchachos rompieron a rer. Una hora estuvo Doc practicando las diversas triquiuelas de prestidigitacin que tenas dominadas, y Dick fingi ser un respetable pblico entusiasmado. Todo era mejor que mirar por las ventanillas la interminable hilera de silenciosos rboles. De pronto, sin el menor aviso, se rompi la monotona. Ocurri una cosa, una cosa estremecedora! Se sinti rechinar de frenos. El vagn en que iban pareci dar un salto en el aire; cabece, se balance y salt, arrojando a los dos chicos al suelo; pero luego, cuando estaban seguros de que iba a volcar, se detuvo de pronto, exactamente como si hubiera chocado con uno de aquellos gigantescos y silenciosos rboles. Levantronse los muchachos y miraron por las ventanillas; despus se apresuraron a salir del vagn, y cuando pusieron el pie en el suelo vieron a los pasajeros, nerviosos, que salan atropelladamente del tren, haciendo preguntas incoherentes y estorbando a todo el mundo. No tardaron Dick y Doc en averiguar que el convoy, al dar en un carril defectuoso, haba descarrilado, y que pasaran muchas horas antes de poder reanudar el viaje. Un rato estuvieron con los otros viajeros contemplando perezosamente los vagones descarrilados, pero la diversin perdi pronto su aliciente, y entonces los chicos dirigieron su atencin a la jungla. El estar a pie firme en el terreno y examinarlo era cosa muy distinta de verlo desde las ventanillas de un tren en marcha. Al propio tiempo era ms interesante y misterioso. - Cmo ser lo de ah dentro? -pregunt Dick. - Habr fantasmas -dijo Doc. - Me gustara ir a verlo -declar Dick. - Y a m tambin. - No hay peligro ninguno. Desde que desembarcamos en frica no hemos visto nada que pueda hacer dao a un mosquito. - Adems, con no ir muy lejos... - Ven! -dijo Dick. - Eh! -exclam una voz de hombre-. A dnde vais, muchachos? Se volvieron y vieron a uno de los empleados del tren que pasaba por casualidad. - A ninguna parte -dijo Doc. - De todos modos, no os metis en la jungla -previno el hombre, que sigui su camino hacia la cabeza del tren-. Os perderais en seguida. - Perdernos? -exclam Dick sarcsticamente-. Nos debe tomar por un par de tontos.Pgina 5 de 43

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Ahora que alguien les haba dicho que no deban meterse en la jungla, tenan ms ganas de hacerlo que antes; pero como haba mucha gente a aquel lado del tren, estaban seguros de que alguien los detendra si intentaban penetrar en la selva a la vista de los pasajeros y empleados ferroviarios. Despacio se encaminaron a la cola del convoy y por ella pasaron al lado opuesto. All no haba nadie, y delante de ellos se vea lo que tena aspecto de ser un claro entre la enmaraada vegetacin, la cual por los dems sitios pareca cerrar el paso a aquel misterioso hinterland que se extenda detrs de las compactas filas de centinelas arbreos. Dick mir vivamente a ambos extremos del tren. No se vea a nadie. - Vamos! -dijo-. Echmosle un vistazo! No haba ms que un paso hasta aquella brecha, que result ser un sendero angosto que torca sbitamente a la derecha, no bien hubieron traspuesto unas cuantas varas. Los muchachos se decidieron y miraron hacia atrs. La zona de paso, el tren, los viajeros, todo estaba completamente oculto a su vista como si se hallaran a muchas millas de distancia; pero an seguan oyendo rumores de voces. Delante de ellos el sendero torca a la izquierda. Y los chicos avanzaron, slo para mirar al otro lado de la vuelta; pero detrs de la vuelta haba otra. El sendero era muy tortuoso, pues torca y retorca sus vueltas entre los troncos de ingentes rboles; estaba silencioso, oscuro y sombro. - Sera mejor que no avancemos mucho -apunt Doc. - Oh! Vamos un poco ms all! -insisti Dick-. Siempre estamos a tiempo de dar la vuelta y volver al tren por el sendero. Tal vez lleguemos a una aldea indgena. No te gustara? - Y si fueran canbales? - Qu tontera! Ya no hay canbales. Tienes miedo? - Quin, yo? Qu voy a tener miedo! -repuso valerosamente Doc. - Pues, entonces, vamos. Y Dick gui el camino por el estrecho sendero que perforaba las profundidades de la inmensa y ceuda selva virgen. Sobre sus cabezas vol un pjaro de brillante plumaje, ocasionndoles un ligero sobresalto; tan silenciosa y desierta les pareca la selva. Un momento ms tarde el estrecho sendero los condujo a un camino ancho y muy trillado. - Vaya! -exclam Doc-. Esto est mejor! En ese sendero tan estrecho casi no poda uno respirar. - Pst! Mira! -cuchiche Dick sealando. Mir Doc y vio un miquillo que los contemplaba solemnemente desde la rama de un rbol prximo. De pronto empez a parlotear, y un momento ms tarde se le reuni otro mico, y despus un tercero. Al acercarse los muchachos los micos se retiraron, sin cesar de charlar y reir. Eran unos pequeos personajes muy listos, y Dick y Doc los siguieron esforzndose por acercarse; y sin cesar empezaron a aparecer ms micos. Corran por entrePgina 6 de 43

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los rboles, saltando de rama en rama, haciendo regates y profiriendo una jerigonza excitada. - Si estuviera aqu mi primo Tarzn de los Monos, sabra lo que estn diciendo -observ Dick. - Haremos que nos ensee -propuso Doc-. No te gustara poder hablar con los animales como habla l? Si nos dejaran acercarnos un poquito ms!... Siguieron avanzando los muchachos, absorta su atencin entera por las extravagancias de los micos, y olvidndose del tiempo y la distancia, del tren y de los viajeros; olvidndose de todo el mundo en aquella singular aventura de ver centenares de micos autnticos y vivos que vivan su vida natural en la jungla, como la vivieron siglos y siglos sus antepasados. Qu mansos, qu poco interesantes y qu lastimosos parecan los pobres miquillos que haban visto en los jardines zoolgicos! Dejaron atrs los muchachos varios senderos que confluan en el principal; pero tanto retenan su atencin las extravagancias de sus nuevos amigos que no repararon en los caminos, ni se fijaron en un ramal de la senda grande que iba a parar detrs de ellos, a su izquierda, mientras contemplaban a algunos micos en los rboles de su derecha. Tal vez no estaban muy lejos del tren. No se les ocurri pensar en ello, porque tenan el espritu embargado por cosas ms interesantes que los trenes. Pero de pronto, mientras seguan las vueltas del ancho sendero de caza, rindose de las tonteras de los micos y tratando de hacerse amigos de ellos, una voz menuda y pacfica pareci cuchichear algo al odo de Dick. Era la de la conciencia, esa maldita aguafiestas, y lo que deca era: "Ms vale que os volvis. Ms vale que os volvis". Dick mir su reloj y exclam: - Caramba! Mira que hora es! Es mejor que volvamos. Tambin Doc mir su reloj, exclamando: - Demonio! Es preciso que volvamos. Es casi la hora de comer. Crees que nos habremos alejado mucho? - No, mucho no -replic Dick, pero con acento de poca seguridad. - Sabes que esto estar magnfico por la noche? -exclam Doc. En aquel mismo instante, desde el corazn de la selva, un sonido rompi la paz de la jungla; un sonido terrible que empez con una especie de tos y creci en volumen hasta convertirse en un rugido aterrador que hizo temblar el suelo. Inmediatamente los miquillos desaparecieron como por arte de magia, y sobre el oscuro y lgubre bosque cay un silencio ms temeroso an que la terrible voz. Instintivamente se arrimaron uno a otro los dos muchachos, mirando con temor hacia el sitio de donde parti el pavoroso rugido. Eran valientes, pero hasta los hombres ms valientes tiemblan cuando semejante voz rasga el silencio de una noche africana. No es, pues, de extraar, que dieran media vuelta y echaran a correr por el mismo camino que haban seguido, huyendo del autor de aquel espeluznante aviso.Pgina 7 de 43

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Y corriendo an, llegaron a la bifurcacin del sendero que poco rato antes haban dejado atrs sin reparar en ella. All se detuvieron pasmados y vacilantes, pero solo por un momento. Eran jvenes y posean todo el aplomo de la juventud; por lo cual echaron otra vez a correr por el sendero equivocado.

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CAPTULO II Numa, el len, andaba de caza por la selva primitiva. No tena hambre rabiosa, porque la noche anterior haba acabado de devorar la vctima que caz dos das antes. Sin embargo, nada se perdera con merodear por la selva un par de horas y fijarse en una nueva presa antes que le acuciaran demasiado los aguijones del hambre. Avanzando majestuosamente por el familiar sendero de caza, no haca ningn esfuerzo por ocultar su presencia. No era el rey de los animales? Quin haba all capaz de disputar su poder soberano? A quin deba temer? Acaso vagaban estos mismos pensamientos por la mente de Numa, cuando, en alas del aire que bajaba por aquel sendero a modo de tnel, lleg a su olfato un olor que le hizo detenerse de pronto. Era el olor que siempre despertaba odio en el corazn de Numa. Era el olor a hombre! Acaso despertaba el odio porque al propio tiempo engendraba un poco de miedo, aunque el miedo era una cosa que no poda confesar el rey de los animales. Pero en aquel olor haba algo raro, algo un tanto distinto de lo que l haba observado siempre en el rastro olfatorio que dejaban los gomanganis. Se diferenciaba del rastro de los negros tanto como el de stos se distingua del de los manganis o monos grandes. Estaba seguro de que no era ni un gomangani, el hombre o el gran mono negro, ni un mangani aqul cuyo olor llegaba hasta Numa; sin embargo, de una cosa estaba ste seguro: de que el olor era de hombre; y por eso sigui avanzando por el sendero, pero con ms precaucin, sin que sus grandes y acolchadas patas hicieran el menor ruido. Una vez, todava reciente su primer impulso de clera, profiri un rugido a modo de reto; pero ahora permaneca callado. Cuando lleg al lugar donde se detuvieron los muchachos antes de volver la espalda, se qued parado y olfate el aire, moviendo nerviosamente la cola de un lado a otro; en seguida ech a andar al trote por el sendero de los chicos, con la cabeza agachada y todos los sentidos en tensin. Los grandes msculos se movan en flexibles oleadas bajo su atezada piel; su empenachada cola se mantena pegada al suelo y su negra melena se agitaba al suave aire que reinaba. Numa, el len, segua el rastro de su presa. Dick y Doc estaban acostumbrados a largas carreras a campo traviesa, porque eran muchas las carreras de puro juego en las que haban tomado parte; y a la sazn se alegraban de haber desarrollado msculos y pulmones en el ejercicio al aire libre, porque aunque corrieron largo trecho, no estaban demasiado cansados ni faltos de aliento. Sin embargo, fueron moderando la carrera hasta andar al paso, porque a los dos les perturbaba la misma duda. Fue Doc el que primero la manifest. - No cre que hubiramos llegado tan lejos -dijo-. Habremos pasado del sendero que conduce al ferrocarril, sin verlo? - No lo s -replic Dick-, pero s que parece que hemos andado ahora mucho ms que al venir. Bueno; al fin y al cabo, t has dicho que sera magnfico pasar aqu la noche -aadi.Pgina 9 de 43

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- S que lo sera -insisti Doc-; pero no estara bien que se fuese el tren y nos dejase aqu; y eso es lo que puede ocurrir si no volvemos pronto a l. Vamos a andar un poco ms, y si no encontramos el camino, daremos la vuelta y probaremos el otro sendero de la bifurcacin. - Quin crees que ha hecho ese ruido? -pregunt Dick al cabo de un rato, mientras seguan su camino mirando ansiosos la densa pared de jungla, en busca de la brecha que, segn esperaban, los haba de conducir al tren. Era la primera vez que uno de ellos mencionaba la causa de su espanto; en parte porque estaban demasiado ocupados en correr, y en parte porque ambos se sentan un poco avergonzados de su desbocada fuga. - Pareca un len -dijo Doc. - Eso era lo que yo pensaba -confes Dick. - Entonces, por qu no esperaste a verlo? -pregunt su primo-. Esta maana en el tren decas que te gustara ver un len de veras. - Tampoco te he visto esperar a ti -respondi Dick-. Creo que has tenido miedo, eso es. En mi vida he visto correr a nadie tan de prisa. - Tena que correr para que no me dejaras atrs -replic Doc-. De todos modos, a m no se me haba perdido ningn len. Quin era el que quera ver uno? - Me parece que no eras t, gato miedoso. - Qu diantre de gato! -replic Doc-. A mi no me da miedo ningn len viejo. Lo nico que hace falta es mirarlo fijo a los ojos y... - Y qu? - Y se mete el rabo entre piernas y echa a correr. - Un paraguas es una cosa magnfica para asustar a un len -apunt Dick. - Mira aquella pea grande -exclam Doc sealando una, cubierta de enredaderas, que formaba un saliente en torno del cual desapareca el sendero delante de ellos. - No la hemos visto al venir. - No -contest Dick-. No la hemos visto. Eso quiere decir que seguramente nos hemos equivocado de camino. Retrocedamos y tomemos el otro sendero. Al unsono dieron la vuelta para desandar lo andado. Ante ellos el sendero perda la lnea recta en un centenar de varas, y all, precisamente al final, apareci a su vista un gran len de melena negra. Dick y Doc se quedaron clavados en su camino, y el len se detuvo tambin para mirarlos. A los chicos les pareci que permanecan all un rato largusimo, pero en realidad no debi de ser ms que un momento. De pronto el len abri la boca para proferir el rugido ms espantoso que haban odo los chicos en toda su vida, y rugiendo an se movi hacia ellos. - Pronto! A los rboles! -cuchiche Dick, como si temiera que el len lo oyese. Cuando brincaban los chicos hacia el rbol ms prximo, Numa empez a trotar. Entonces fue cuando Doc se cogi un pie debajo de unaPgina 10 de 43

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raz y cay de bruces al suelo. El len pareca estar muy cerca, pero Dick se volvi, y agarrando a Doc lo ayud a levantarse. Un instante ms tarde, cuando el len embesta verdaderamente en serio, a una velocidad terrible, los muchachos estaban ya trepando gilmente a las ramas inferiores de un gran rbol que se extendan sobre el sendero. Rugiendo de clera, Numa peg un brinco en el aire, con las potentes garras descubiertas para asirlos y arrastrarlos hacia abajo. No lo consigui, pero le falt tan poco que una de sus garras toc el taln del zapato de Dick. Con una agilidad que no podan ni soar, Dick y Doc treparon a ms altura, huyendo de la amenaza que representaba el airado animal de rapia, y finalmente se sentaron en una rama que sobresala por encima del sendero. Debajo de ellos el len se qued mirando hacia arriba, con sus ojos redondos y relucientes de color amarillo verdoso. Grua de rabia, dejando ver unos colmillos amarillentos que hicieron estremecer a los muchachos. - Por qu no le miras a los ojos? -pregunt Dick. Eso iba a hacer, pero no se est quieto -replic Doc-. Y t por qu no has trado un paraguas? A Numa, nervioso e irritable, no le haca gracia la idea de perder la cena, ahora que haba descubierto una presa consistente en dos tarmanganis jvenes y tiernos; porque si haba algo que le gustaba a Numa, aun antes de haberlo reducido la vejez al rgimen de carne humana, era la gente joven de la tribu de los hombres. Por tanto, mientras estuvieran a la vista, no renunciaba a la esperanza. Raras veces tena Numa, el len, razones para envidiar a su prima Sheeta, la pantera; pero la envidi en aquella ocasin, porque si l hubiera podido trepar con la agilidad de Sheeta, pronto la presa habra sido suya. No pudiendo subirse al rbol en busca de la cena, hizo lo mejor que poda hacer, que fue tenderse y esperar que bajara. Claro es que si Numa hubiera tenido el cerebro de hombre, habra pensado que los chicos no bajaran mientras l estuviera all esperndoles. Acaso se ilusionaba pensando que se dormiran y se caeran del rbol. Y tambin puede ser que al cabo de un rato razonara sobre el caso poco menos que como lo habra hecho un hombre, porque, despus de media hora de espera, se levant y majestuosamente se larg por el sendero en la misma direccin por la que haba venido; ms en el primer recodo se detuvo, se volvi y se tendi fuera de la vista de sus presuntas vctimas. - Creo que se ha ido -cuchiche Dick-. Esperemos unos minutos y luego bajaremos a ver si damos con la senda. No debe de estar muy lejos de aqu. - Si esperamos mucho, se har de noche -dijo Doc. - Crees que nos oirn si gritramos? -pregunt Dick - Si nos oyeran y vinieran, los cogera el len. - No haba cado en eso... No, no debemos gritar -. Y Dick se rasc la cabeza pensativo.

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- Debe de haber algn medio de salir de este atranco -continu-. No podemos estar aqu toda la vida, aunque t pienses que sera muy bonito pasar la noche en la jungla. - Si bajamos podemos tropezar con ese len, y no tenemos ni paraguas ni nada -dijo Doc haciendo una mueca. - Ya lo tengo! -exclam Dick-. Ya lo tengo! Cmo no se nos ha ocurrido antes? - El qu? - Pues el irnos por los rboles, como Tarzn. Tarzn no bajaba al suelo cuando lo persegua un len, si no quera bajar. Se echaba a andar por los rboles. Por qu no probamos a volver al tren por entre las ramas? - Hombre! -exclam Doc-. sa es una gran idea! Vers como se sorprenden cuando nos descolguemos de los rboles y caigamos delante de ellos! - Y vers como se les ponen de saltones los ojos cuando les digamos que nos ha perseguido un len -aadi Dick-. Vamos, anda! Por dnde est el tren? - Por aqu -dijo el otro sealando el camino que formaba un ngulo recto con el sendero; y se abri paso cuidadosamente a travs de las ramas del rbol, procurando asegurar tanto los pies abajo como las manos arriba. - Pero eso no es correr por los rboles! -dijo Doc. - A ver, rico, cmo corres t! - T eres primo de Tarzn. Si t no sabes, cmo quieres que sepa yo? - Te dir -explic Dick-. Es que tengo que practicar un poco. No querrs que haga uno las cosas de sopetn, sin un poco de prctica. Como en aquel momento Doc estaba demasiado ocupado en abrirse paso detrs de Dick, no se le ocurri una contestacin adecuada. De rbol en rbol fueron avanzando, y pronto se sintieron ms seguros de s mismos y pudieron aumentar la velocidad. Casualmente Dick haba tomado la verdadera direccin. El tren estaba delante de ellos, aunque mucho ms all de lo que crean; pero no es cosa fcil seguir una lnea recta por entre los rboles de un denso bosque donde no hay mojones que sirvan de gua y donde no se ve el sol a modo de faro. No es, pues, extrao, que a las primeras cien varas Dick hubiera cambiado tanto el rumbo primitivo, que los muchachos seguan un ngulo recto con respecto a la verdadera direccin y a las prximas cien varas haban retrocedido por completo y se alejaban del ferrocarril. Pocos minutos ms tarde cruzaron el ancho sendero de caza que acababan de dejar, pero era tan denso el follaje debajo de ellos, que no vieron la senda, y todava seguan recorriendo como unos valientes su peligroso camino, cuando la sbita noche tropical cerr sobre la jungla, engolfndolos en sus negros pliegues. Debajo rugi un len. Del negro vaco surgi el pavoroso grito de una pantera. Encima de ellos se movi algo en los rboles. La vida nocturna de la selva despertaba, con sus sones de cuerpos que se movan furtivamente, con sus ruidos aterradores y con sus espantosos silencios. CAPTULO IIIPgina 12 de 43

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Alboreaba un nuevo da esplndido. Un sol radiante alumbraba el frondoso dosel de verdura que coronaba el extenso bosque; pero ms abajo todo estaba an oscuro y sombro. Un esbelto guerrero de la jungla llevaba a la espalda un pequeo escudo ovalado, el arco y la aljaba llena de flechas. Rodeaban sus brazos brazaletes de hierro y de cobre. En el tabique de su nariz, perforado al efecto, se vea atravesado un pedazo cilndrico de madera, de seis u ocho pulgadas de largo; de los lbulos de su orejas pendan pesados ornamentos; cean collares su garganta de bano, y en las piernas ostentaba muchos aros de metal y ajorcas; llevaba el pelo embadurnado de barro, en el cual haba hincado varias plumas chillonas. Sus dientes estaban afilados en agudas puntas. En una mano llevaba un ligero venablo de caza. Era Zopinga, un Mugala de la tribu de los Bagalas, omnipotente en Ugala, la triste comarca selvtica que reclamaba como suya. Por la maana temprano Zopinga estaba dando un vistazo a las trampas que puso el da anterior. En la horquilla de un poderoso gigante de la selva, dos muchachos, ateridos, desdichados, despertaron de un sueo lleno de pesadillas. Toda la noche haban permanecido muy arrimaditos para darse calor uno a otro, pero haban pasado mucho fro. Dormir, durmieron poco. Las misteriosas voces de la noche de la jungla, la sensacin de la prxima presencia de animales a quienes no podan ver, apartaron el sueo de sus ojos hasta que, finalmente, vencidos por el absoluto agotamiento, haban cado en un estado de inconsciencia que apenas poda llamarse sueo, y an de l poco antes del alba los haba despertado el fro y la incomodidad. - Cuerno! -dijo Dick-. Tengo mucho fro! - Lo mismo me pasa a m -replic Doc. - Debe de ser magnfica la noche en la selva -coment Dick con una mueca triste. - No ha estado tan mal -insisti Doc, valerosamente. - Tan mal como qu? -pregunt Dick. - Te apuesto a que ninguno de nuestros compaeros ha pasado nunca en un rbol toda la noche, con leones, panteras y tigres merodeando a sus pies por la selva virgen. Deja que volvamos y se lo contemos! Te aseguro que les dar pena no haber estado aqu. - No hay tigres en frica -corrigi Dick-; y a cualquiera que quiera quedarse en la selva toda la noche, le cedo el sitio. Ojal estuviera en casa, en mi cama; no deseo otra cosa. - Eres un nio llorn. - No lo soy. Es que tengo un poco de sentido comn, y nada ms. Aqu hace fro y tengo hambre. - Y yo tambin -contest Doc-. Vamos a hacer fuego para calentarnos y a preparar el desayuno. - Cmo vas a hacer fuego y qu vas a preparar para desayuno? Vas tambin a decir "abracadabra, pronto", y a sacarme de la oreja una cocinaPgina 13 de 43

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de gas? Y aunque pudieras, qu ibas a preparar en ella? Jamn, huevos y galletas? Eso no puede ser, porque no tenemos nada de ese jarabe de arce de que siempre ests hablando, y la cocinera se ha olvidado de la mermelada. - Qu gracioso eres! -gru Doc-. Pero ya te ensear yo. Vas a ver cmo hago fuego. - Dnde tienes las cerillas? - No necesito cerillas. - Cmo vas a hacer fuego sin cerillas? - Eso es fcil. Basta con frotar dos palos. - Eso es verdad -dijo Dick interesado-. Vamos, bajemos y hagamos fuego. Sera magnfico poder entrar en calor. - No me importara quemarme -dijo Doc-; pero estoy tan fro que me parece que no me quemar. - Podramos derretirnos, que es mejor que estar helados. - Crees que podremos bajar sin peligro? -pregunt Doc-. Piensas que ese viejo len se habr ido a su casa? - Podemos estar pegados a un rbol, y uno de nosotros vigilandoapunt Dick. - Muy bien, pues vamos. Pero estoy entumecido. Mis coyunturas necesitan aceite. Una vez al pie del rbol, Doc cogi un montoncito de ramillas, y tomando dos de las ms grandes empez a frotarlas vigorosamente, mientras Dick vigilaba y escuchaba, pronto a dar la voz de alarma a la primera seal de peligro. Doc segua frotando, frotando y frotando. - Qu le pasa a ese fuego? -pregunt Dick. - No lo s -dijo Doc-. Todos los libros que he ledo de salvajes, y de islas desiertas y tal, dicen cmo hacen fuego frotando dos palos. - Es que tal vez no frotas bastante de prisa -apunt Dick. - Froto todo lo de prisa que puedo. Te parece que esto es fcil? Pues no lo es. Es bastante duro. Sigui frotando y frotando varios minutos, hasta que se detuvo fatigadsimo. - Por qu te paras? -pregunt Dick. - Estos malditos palos no quieren arder -replic Doc disgustado-; pero de todos modos, les he dado tan fuerte que he entrado en calor. Convencidos de que algo fallaba en aquello de hacer fuego, decidieron calentarse por medio del ejercicio, pues saban que una buena carrera hara que palpitara la sangre en sus venas; pero cuando se plante el problema de la direccin adnde deban correr, as como del lugar dnde encontraran espacio para ello, observaron que la enmaraada maleza los rodeaba por todas partes. No era posible correr por all. No tenan idea de dnde estaba el sendero. Por tanto, no les quedaba ms que los rboles, por lo cual treparon a las ramas ms bajas y con los dedos envarados y lasPgina 14 de 43

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articulaciones entumecidas partieron una vez ms en la direccin que crean haba de conducirles a la va frrea. Mientras avanzaban empezaron a sentir el influjo vivificante de nuevo calor y vida. Pero al olvidarse del fro, se dieron ms cuenta del hambre y luego de la sed que aumentaba sus desazones. Oyeron los sonidos de la vida menor de la jungla, y en ocasiones tuvieron fugitivos atisbos de aves de bellos colores. Un miquillo ech a correr por encima de sus cabezas, y su charla atrajo a otros, hasta que pronto se vieron rodeados por muchos micos. No pareca que stos se asustaran gran cosa de los chicos, ni les mostraran hostilidad. nicamente se sentan curiosos. Y siempre estaban comiendo, lo cual volva medio locos de hambre a los dos muchachos. Observaron cuidadosamente para ver que coman los micos, porque pensaban que ellos podan tambin comer lo mismo sin peligro; pero cuando descubrieron que el men pareca componerse en su mayor parte de orugas, cambiaron de opinin. Al cabo de un rato vieron que uno de los micos coga fruta de un rbol y se la coma con gran placer, y entonces, sin perder tiempo, se lanzaron a las ramas de aquel mismo rbol en busca de ms fruta. No les resultaba muy buena, pero al fin y al cabo era comida y acallaba las roedoras punzadas del hambre, y su zumo contribua a calmar la sed. Una vez comidos continuaron buscando la va frrea, y les result ms fcil trasladarse por entre los rboles, aunque an distaban mucho de ser perfectos en aquel gnero de locomocin. La comida les haba dado nuevas esperanzas, y estaban ya seguros de que pronto llegaran a las cintas gemelas de acero que significaban la salvacin, porque, aunque se hubiera ido su tren, otros pasaran que seguramente se detendran al ver dos muchachos blancos. No habran sentido tanta confianza de haber pensado que cada vez se adentraban ms en la selva, apartndose del ferrocarril. Dick, que guiaba, lanz de pronto una exclamacin de satisfaccin y consuelo. - Ah est el sendero! -dijo-. Ahora podemos ganar tiempo. - Qu bueno es volver a plantar los pies en el suelo! -exclam Doc cuando se vieron otra vez en tierra firme-. Vamos! Andemos de prisa! Con vivo paso empezaron a recorrer el sendero de caza que segua la misma direccin que ellos llevaban, seguros ya de hallarse en el buen camino. Doc, cuyo nimo se puso a la altura de las circunstancias, empez a silbar alegremente. Delante de ellos Zopinga se detuvo de pronto. Permaneci un instante escuchando con toda atencin, y luego se tir al suelo, a gatas, y puso el odo en tierra; y as se qued inmvil unos momentos. Cuando se levant conservaba la actitud del que escucha, y pona todas sus facultades en tensin para interpretar los sonidos que se acercaban a l por el sendero. Un momento antes de aparecer los chicos a su vista, el guerrero salvaje penetr en la verde pared de la selva. Las hojas y ramas se juntaron formando una pantalla impenetrable, tras la cual esper Zopinga.Pgina 15 de 43

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Llegaron los muchachos muy confiados, mientras Zopinga embrazaba el escudo con el brazo izquierdo y agarraba mejor su ligero venablo de caza. El guerrero no vio a los chicos hasta que no estuvieron casi delante de l, pero al verlos afloj la mano con que sujetaba el venablo, y una expresin de consuelo y satisfaccin asom a su rostro negro y perverso, porque vio que nada tena que temer de dos chicos blancos desarmados. Esper hasta que un recodo del sendero los apart de su vista, y luego sali del escondite y se puso a seguirlos. Zopinga estaba entusiasmadsimo. Qu importaba ya que en sus trampas no hubiera cado ninguna vctima? De haberlas hallado llenas, la recompensa no habra igualado a aquella ganga que se le presentaba sin el menor esfuerzo por su parte. A las vctimas de sus trampas habra tenido que llevarlas a su casa; pero aquella nueva presa saba andar sola, y lo que era an mejor, se encaminaba directamente a la aldea de los Bagalas.

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CAPTULO IV - Ya debemos estar muy cerca del tren -dijo Dick-; a no ser que,,,. - A no ser que? -pregunt Doc. - Que no estemos en el verdadero camino -apunt el otro-.Muy bien podemos habernos perdido. - No digas eso, Dick. Si estamos ahora perdidos, ya no sabremos salir de aqu. Tendremos que quedarnos en esta selva hasta que... - Hasta que qu? - No quisiera decirlo. - Hasta que nos muramos? Afirm Doc con la cabeza, y los muchachos avanzaron en silencio, absorto cada cual en sus sombros pensamientos. Detrs de ellos, donde no podan verlo, iba Zopinga, el guerrero negro. De pronto Doc se detuvo. - Dick! -exclam-.Hueles a algo? Dick olfate el aire y contest: - Huele a humo. - Humo es! -exclam Doc-; y yo huelo tambin a comida.Estamos salvados, Dick! Estamos salvados! Es el tren! Vamos!. Y ambos chicos echaron a correr. A las cien varas de viva carrera se detuvieron sbitamente. Ante ellos se abra un calvero del bosque al extremo de la senda. En el centro de l haba una empalizada de troncos que rodeaban un cercado. Por encima de la empalizada vieron los tejados cnicos de unas chozas cubiertas de hierba, y por las puertas que tenan delante, y que estaban abiertas, divisaron las mismas chozas y a unos negros medio desnudos que andaban de un lado a otro. Fuera de la empalizada unas mujeres estaban cavando un trozo de terreno que cultivaban. Dick y Doc contemplaron la escena que tenan delante antes de mirarse uno a otro en silenciosa consternacin. Tan diferente de lo que esperaban era aquel resultado, que ambos muchachos se quedaron un momento absolutamente mudos. Fue Doc, como de costumbre, el primero que recobr el dominio de la lengua. - Al fin y al cabo nos hemos perdido -dijo-. Qu vamos a hacer ahora? - Puede que sean indgenas amables -apunt Dick. - Pero puede que sean canbales -sugiri Doc. - No creo que queden ya canbales -dijo Dick. - De todos modos, vale ms no arriesgarse, porque puede haberlos. - Vamos a volvernos por donde hemos venido -cuchiche Dick-. Todava no nos han visto. Al unsono dieron los chicos media vuelta para desandar lo andado, pero, cerrndoles el sendero que acababan de recorrer, vieron un enorme guerrero negro que los miraba con ceo feroz. en la mano tena un agudo venablo. - Demonio! -exclam Dick.Pgina 17 de 43

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- Cuerno! -exclam Doc-. Que hacemos? - Vamos a estar muy finos con l -dijo Dick. - Buenos das -dijo Doc cortsmente con una sonrisa, bastante forzada por cierto-. Qu maana tan hermosa, verdad? Zopinga, callado hasta entonces, prorrumpi en un torrente de palabras, ni una de las cuales entendieron los muchachos. Cuando ces de hablar volvi a quedarse inmvil. - Bueno -dijo Dick sin darle importancia-. Creo que ser mejor que nos volvamos al tren. Vamos, Doc. Y ech a andar para pasar por el lado de Zopinga. Inmediatamente tuvo en la boca del estmago la afilada punta del venablo. Dick se detuvo. Zopinga seal hacia la aldea con la mano izquierda y pinch a Dick con el arma. - Me parece que nos invita a almorzar -apunt Doc. - Nos invite a lo que quiera, creo que ser mejor aceptar -repuso Dick. De mala gana se volvieron ambos en direccin a la aldea; detrs de ellos iba Zopinga, aguijando orgullosamente a sus cautivos en direccin a las puertas. Al verlos las mujeres y nios que trabajaban en el campo se apiaron a su alrededor, charlando en una jerigonza excitada. Las mujeres eran unos seres asquerosos, de orejas y labios inferiores horriblemente desfigurados, pues los pulpejos de las primeras haban sido evidentemente atravesados en su juventud para ponerles pesados adornos, que haban estirado la carne hasta que la parte inferior de la oreja tocaba el hombro, y sus dientes, lo mismo que los de Zopinga, estaban afilados con agudas puntas; aunque, por fortuna para la paz de espritu de Dick y Doc, ninguno de ellos comprenda lo que esto significaba. Algunos de los nios tiraron piedras y palos a los dos blancos, y cada vez que acertaban, Zopinga, las mujeres y todos los chiquillos rompan en brbaras risas. Animado y envalentonado por aquellos aplausos, uno de los nios de ms edad, ms repugnante que los otros, se abalanz sobre Doc por la espalda y con un grueso palo le arre un golpe en la cabeza. Dick, intentando parar los proyectiles que llovan sobre l, se haba quedado unos pasos atrs de Doc, lo cual result una circunstancia muy afortunada para su primo, porque el chico negro habra partido el crneo de Doc si el golpe hubiera dado de lleno en el blanco. Pero en el momento en que aquel pequeo enemigo blanda el garrote, Dick se plant de un salto delante de l, y cogindole la mueca con la mano izquierda le dio con la derecha un puetazo en la cara que lo tumb patas arriba. - No estaremos ahora peor que antes -le record Dick-. Mralos. Creo que les ha servido de leccin. Doc se volvi a tiempo de presenciar el acto de Dick, aunque no se dio plena cuenta del grave peligro que acababa de correr, y los dos muchachos se juntaron instintivamente, espalda con espalda, para protegerse uno a otro, ya que ambos estaban convencidos de que el ataque de Dick al chico negro les acarreara la clera de todos los indgenas.Pgina 18 de 43

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- Bravo, Dick! -cuchiche Doc. - Creo que nos hemos cado con todo el equipo -profiri Dick con acento sombro-. Pero tena que hacerlo, porque si no te mata. Por un instante se quedaron los negros tan sorprendidos que se olvidaron de tirar cosas a los dos blancos; luego empezaron a rer y a burlarse del corrido muchacho, que se hallaba sentado en el suelo atendiendo a la nariz que le chorreaba sangre; y mientras estaban ocupados en esta nueva diversin, Zopinga hostig a los dos blancos hasta la aldea y los llev a presencia de un negro muy gordo que estaba de conversacin con otros varios guerreros a la sombra de un rbol. - Ese to debe ser el jefe -dijo Doc. - Si pudiramos hablar con l! -repuso Dick-. Tal vez nos enviara hacia el tren si pudiramos explicarle que hacia el tren queramos ir. - Yo lo probar -dijo Doc-. Acaso entienda el ingls. Escucha, amigo -exclam, dirigindose al obeso negro-. Sabes ingls? El negro mir a Doc y le dirigi la palabra en uno de los innumerables dialectos bant; pero el chico norteamericano se limit a mover la cabeza. - Por ah no hacemos nada, to Tom -dijo Doc suspirando; y luego, animndose su rostro, prosigui-: Eh! Parle vu sangl? A pesar de los chichones y magulladuras que tanto le molestaban, Dick no pudo contener la risa. - Qu pasa? -pregunt Doc-. Qu te hace tanta gracia? - Tu francs. - Pues lo voy mejorando -dijo Doc haciendo una mueca-. Hasta ahora nadie haba reconocido que mi francs era francs. - Por lo visto ese amigo tuyo no conoce ni siquiera que sea un idioma. Por qu no pruebas a hacerle seas? - No se me haba ocurrido. Qu mollera la tuya, Dick! De cuando en cuando tienes destellos de inteligencia. All va! Mrame bien, nube de lluvia! Movi la mano hacia el negro para llamarle la atencin; luego seal hacia donde l crea que estaba el tren, y despus dijo "chu, chu!" varias veces. Luego seal primero a Dick y despus a s mismo; dio una vuelta en pequeo crculo, mirando asombrado de un lado a otro, se detuvo delante del negro, se seal a s mismo, luego a Dick, luego al negro, y finalmente en la direccin del bosque a un ferrocarril imaginario, y volvi a decir: "Chu, chu, chu!". El negro lo examin un momento con sus pitaosos ojos ribeteados de rojo; luego se volvi a sus compaeros, apunt con el pulgar en direccin a Doc, se golpe significativamente la frente con el ndice y dio unas instrucciones breves a Zopinga, que se adelant y bruscamente empuj a los chicos por la calle de la aldea hacia su extremo. - Creo que ha entendido muy bien tu lenguaje por seas -dijo Dick. - Por qu lo crees? -pregunt Doc. - Porque piensa que ests loco, y no anda muy desencaminado. - De veras?Pgina 19 de 43

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Zopinga se detuvo delante de una choza de blago en forma de colmena, con una sola abertura como de dos pies y medio o tres de alto a cada lado de la cual estaba en cuclillas un guerrero armado como Zopinga. ste hizo seas a los chicos de que entraran, y cuando se pusieron a gatas para colarse en el oscuro interior, los acuci con la planta de un pie encallecido y los envi uno tras otro a una oscuridad algo menos densa que el repugnante olor que reinaba en el asqueroso antro. CAPTULO V Arrimndose mucho, Dick y Doc permanecieron en silencio en el mugriento suelo de la choza. Oyeron a Zopinga, que hablaba con los guardianes de la entrada, y una vez se hubo largado siguieron oyendo la conversacin de aqullos. Era terrible no entender una palabra de lo que decan, ni poder obtener el menor indicio respecto a la clase de gente en cuyo poder los haba entregado un destino adverso, ni poder calcular las intenciones de sus captores para con ellos, porque ya ambos estaban convencidos de hallarse prisioneros. De pronto Doc aproxim los labios al odo de Dick y cuchiche: - Oyes algo? Dick afirm con la cabeza diciendo: - Parece como si all respirara algo. - Eso es -dijo Doc con voz un tanto temblorosa-. Veo algo all contra aquella pared. Sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad del interior, y poco a poco los objetos de dentro iban tomando forma. Dick forz la vista en direccin al sonido. - Ya lo veo. Son dos. Piensas que son hombres...? - O qu? -pregunt Doc. - Leones o algo as -indic dbilmente Dick. Doc se ech la mano al bolsillo del pantaln y sac un cortaplumas; pero los dedos le temblaban de tal suerte que le cost trabajo abrirlo. - Se levanta! -cuchiche. Permanecieron con los ojos clavados en el oscuro bulto que se mova junto a la negra pared de la choza. Pareca muy grande y muy siniestro, aunque todava no haba tomado una forma definitiva que pudieran reconocer. - Viene hacia nosotros -tartamude Doc-. Ojal fuera un len! Sabiendo que lo era no tendra tanto miedo como ahora que no s lo que es. - Pues ah viene el otro -anunci Dick-. Mira, me parece que son hombres. Ya voy viendo mejor en esta madriguera. S, son hombres. - Entonces sern tambin prisioneros -dijo Doc. - Como sea, ms vale que saques tu cortaplumas -repuso Dick. - Yo ya lo he sacado. Te iba a decir que hicieras t lo mismo. Permanecieron muy quietos mientras las dos figuras avanzaban hacia ellos a gatas, y pronto vieron que uno era un negro muy grande y la otra o un negro muy pequeo o un nio.Pgina 20 de 43

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- Diles que se aparten si no quieren que los pinchemos -advirti Doc. - No lo entenderan aunque se lo dijera -replico Dick; y luego, en un ingls horrible que apenas pudieron entender, uno de los negros declar que hablaba excelente ingls. - Cuerno! -exclam Doc con un suspiro de consuelo-. Me dan ganas de darle un beso! Los chicos hicieron preguntas que el negro entendi a duras penas, e igualmente arduos fueron los esfuerzos de ellos por comprender sus respuestas, pero al fin y al cabo haban encontrado un medio de comunicacin, por escaso e inseguro que fuese, y poco a poco iban comprendiendo el trance en que los haba puesto su temeraria aventura en la selva virgen. - Qu van a hacer aqu con nosotros? -pregunt Dick. - Engordarnos -explic el negro. - Engordarnos? Para qu? -pregunt Doc-. Yo estoy bastante gordo. - Engordarnos para comernos -explic el negro. - Cuerno! -exclam Dick-. Son canbales! Es eso lo que quieres decir? - S. Hombres malos. Canbales -dijo el negro meneando la cabeza. Los muchachos estuvieron largo tiempo callados. Sus pensamientos andaban muy lejos, cruzando continentes y ocanos para fijarse en los distantes hogares, en las mams, en los queridos amigos a quienes no volveran a ver. - Y pensar que nadie sabr lo que ha sido de nosotros -dijo Dick solemnemente. - Es terrible, Doc! - No ha ocurrido todava, Dick -replic su primo-. Y ya procuraremos que no ocurra. Debe de haber algn medio de escaparse. De todos modos no hemos de renunciar hasta que empiecen a preguntar qu es preferible, la carne negra o la blanca. Dick hizo una mueca y contest: - Claro que no renunciaremos, Doc. Averiguaremos lo que podamos por este individuo para tener ms probabilidades de escaparnos cuando llegue el momento. Lo primero ser tratar de aprender su lengua. Si supiramos lo que hablan, nos sera muy til, y de todos modos, si nos escapamos, mucho mejor estaremos si sabemos preguntar el camino. - S, acaso encontremos algn guardia de la porra. - No seas idiota! Dick se volvi al negro que estaba en cuclillas a su lado. - Cmo te llamas? -le pregunt. - Bulala -replic el negro; y luego explic que haba sido cocinero o safari de un hombre blanco que iba de caza mayor; pero que haba tenido disgustos y se escap para volver a su casa, y que entonces fue apresado por aquella gente a quien llam la tribu de los Bagalas. - Hablas la misma lengua que esos bagalas? -pregunt Doc. - Nos entendemos -replic Bulala. - Quieres ensearnos tu lengua?Pgina 21 de 43

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A Bulala le agrad mucho la idea y en seguida empez a actuar de profesor; y jams tuvo maestro en el mundo unos discpulos tan afanosos, ni jams se aplicaron Dick y Doc con tanta asiduidad a adquirir un conocimiento til. - Esa lengua es facilsima -dijo Doc. - Si la aprendes tan bien como el francs -repuso Dick-, podrs entenderte con ella dentro de cien aos, aunque no es seguro que los dems te entiendan. - De veras? -exclam Doc-. Cmo si t lo hicieras tan bien! A medida que la vista de los muchachos se iba acostumbrando a la mezquina luz del interior de la choza, iban descubriendo los escasos trebejos que en ella haba, la suciedad y a sus compaeros de cautiverio. Bulala era evidentemente un negro de la costa occidental, ignorantsimo, pero bonachn, al paso que el otro, a quien Bulala llamaba Ukundo, era un pigmeo, y aunque adulto, apenas llegaba a los hombros de los gemelos. Cuando Ukundo descubri que Bulala trataba de ensear a los chicos su lengua, mostr gran inters por el experimento, y como era mucho ms listo que Bulala, con ms rapidez aprendan los primos su propio dialecto que el de la tribu a que Bulala haba pertenecido. En cuanto al mobiliario de la choza, se compona de varios camastros de mugrienta estera, que debieron ser desechados por sus dueos primitivos como absolutamente imposibles para el uso humano; y cuando algo es demasiado sucio para un indgena africano, es que su estado es incalificable. Ukundo coloc dos de ellos generosamente para que los usaran los muchachos, pero stos se apartaron tan pronto como los vieron. - Si no fuera por los guardias de ah, sacara fuera el mo y lo atara a un rbol -dijo Doc. - Temes que se escape? -pregunt Dick. - No; temera que se metiera aqu dentro buscndonos. Al atardecer les llevaron algo de comer, una cosa asquerosa, repulsiva y maloliente que ninguno de los muchachos se pudo llevar a los labios, aun estando medio muertos de hambre. Pero Bulala y Ukundo no fueron tan escrupulosos y embaularon sus raciones y las de los chicos con acompaamiento de ruidos que recordaron a Doc la hora de echar de comer a los cerdos en la pocilga de la granja de su abuelo. Con la llegada de la noche vinieron tambin los ruidos nocturnos de la aldea y de la jungla. Por la abertura de la base de la choza, que serva a un tiempo de puerta y de ventana, vieron los muchachos que parpadeaban hogueras en el pueblo; a sus odos llegaron fragmentos de conversacin y carcajadas. Vieron figuras que se movan entre las hogueras, y tuvieron atisbos de bailarines salvajes, y oyeron el son de los tambores; pero el calor de las hogueras no entraba en la fra y hmeda choza, ni la risa lograba calentar sus corazones. Se arrimaron mucho para darse calor, y por fin cayeron dormidos, hambrientos, ateridos y agotados.Pgina 22 de 43

CAPTULO VI Cuando despertaron todava era de noche y haca mucho ms fro. Se haban extinguido las hogueras del pueblo o las haban tapado para pasar la noche. Todo era silencio. Pero los muchachos se dieron cuenta de que los haba despertado un ruido, como si el eco persistiera an en sus odos. No tardaron en cerciorarse de ello: era un ruido atronador cuyo volumen enorme retumbaba en el oscuro bosque y haca temblar la tierra. - Ests despierto? -musit Doc. - S. - Has odo? - Es un len! - Estar en el pueblo? - Suena muy cerca! Numa no estaba en el pueblo; ruga con el hocico junto a la empalizada, voceando su clera por la recia barrera que le impeda llegar a la tierna carne de dentro. - Cuerno! -exclam Dick-; de poco nos servira escaparnos! Sera salir de la sartn para caer en las brasas! - Es que prefieres quedarte aqu y que te coman los canbales a tratar de escaparte? -pregunt Doc. - No, no digo eso. Lo que pienso es que no tenemos muchas probabilidades de salir de este atranco de un modo ni de otro, pero sin duda preferira escaparme a quedarme aqu quieto y esperar que me comieran, como lo esperan Bulala y Ukundo. Se te ocurre algn plan para escaparnos, Doc? - Todava no. Por lo que he podido entender del galimatas de Bulala, creo que no nos comern en una temporada. Parece ser que esperarn a que engordemos un poco; pero, por algo que ha dicho, es muy posible que nos guarden para una gran fiesta a la cual han invitado a gente de otros pueblos. De todos modos, si nos dejan unos das para que nos enteremos de los hbitos y costumbres de la aldea, estaremos en situacin ms propicia para buscar el mejor plan y la ocasin mejor para escaparnos. Demonio! Qu fro tengo! - No crea yo que se pudiera tener tanto fro y tanta hambre y seguir viviendo -repuso Dick. - Ni yo tampoco. Es intil tratar de dormirse otra vez. Yo me voy a levantar y moverme. Tal vez as entremos en calor. Pero lo nico que consigui fue despertar a Bulala y a Ukundo, que no se enfadaron al ver que los despertaban, y no hicieron ms que rerse cuando los chicos les dijeron que tenan fro. Bulala les asegur que siempre se tena fro de noche, y como l y Ukundo estaban virtualmente desnudos, los gemelos se sintieron un poco avergonzados de sus quejas. Lleg por fin el alba, y al salir el sol volvi el calor y la vitalidad renovada. Los gemelos estaban casi alegres, y tenan ya tanta hambre que se vean capaces de comer cualquier cosa que sus captores les pusieran delante, por asquerosa que pareciese. Pero no les llevaron nada. Era casi

medioda cuando les dedicaron cierta atencin, y fue cuando se present un guerrero y mand salir de la choza a los cuatro. Con sus guardianes fueron encaminados a la del jefe, que estaba en el centro de la aldea. All encontraron muchos guerreros formados en fila delante del viejo canbal de los ojos legaosos.. El jefe los examin a los cuatro y luego se dirigi a los gemelos. - Quiere saber qu estabais haciendo en su pas -interpret Bulala. - Dile que pasbamos en un tren, y que entramos en la selva y que nos perdimos -contest Dick-. Dile que queremos volver a la va del tren, y que si nos lleva, nuestros padres le pagarn una buena recompensa. Bulala explic todo esto al jefe, y luego sigui una larga discusin entre el mismo y sus guerreros, el final de la cual interpret tambin Bulala: - El jefe Gala Gala dice que os llevar ms tarde. Quiere que estis aqu unos cuantos das. Luego os llevar. Tambin quiere toda vuestra ropa. Dice que os la habis de quitar y drsela como regalo si queris que os devuelva a vuestro pueblo. - Es que nos pelaremos de fro! -aleg Doc. - Ms vale que se la deis, porque de todos modos os la quitar -aconsej Bulala. Doc se volvi y mir a Dick, preguntando: - Qu vamos a hacer? - Dile que nos helaremos por la noche sin la ropa, Bulala, -exclam Dick. Bulala y Gala Gala sostuvieron un largo dilogo, al final del cual el primero anunci que el jefe insista en que le dieran sus ropas, pero ofreca darles otras en su lugar. - Pues dile que se vaya a paseo! gru Doc. Hubo otra vez mucha palabrera, pero finalmente el jefe mand a uno de sus guerreros que trajera un puado de asquerosos andrajos de percal que tir a los pies de los dos chicos. Doc se dispona a discutir, pero el consejo de Bulala, combinado con la amenazadora actitud de Gala Gala, convenci a los gemelos de que no les quedaba otro remedio que obedecer las rdenes de su captor. - Me voy a quitar las cosas del bolsillo -dijo Doc. - Probablemente nos robarn todo lo que tenemos, pero si es posible debemos tratar de salvar los cortaplumas -apunt Dick. Precisamente lo primero que sali de los bolsillos de Dick fue una pluma estilogrfica, y Gala Gala alarg la mano para recibirla. - De mucho le servir a este bandido! -refunfu Dick. - Quiere saber lo que es -dijo Bulala. - Dile que es una botella con una cosa muy buena para beber -gru Doc-. Le voy a ensear cmo se saca. Mira negrazo! -prosigui Doc avanzando y quitando el capuchn de la pluma-. Dile -explic a Bulala-, que se ponga la punta en la boca y que luego levante esta palanquita de aqu. As la bebida le ir a parar al tragadero. Gala Gala hizo lo que Bulala deca. Una expresin peculiar se difundi por su perverso rostro, y el salvaje empez enseguida a escupir, con gran

asombro, no slo de s mismo, sino de los guerreros congregados, porque indudablemente Gala Gala escupa azul. El efecto que se produjo fue asombroso y punto menos que aterrador. Empez a dar saltos como un loco, profiriendo extraos ruidos entreverados de observaciones que los chicos tenan la seguridad de que no eran lisonjeras; pero lo ms notable de la escena fue que el canbal desahog su rabia con Bulala, a quien dio de puetazos y puntapis. - Dile que no le haga dao -grit Dick, temeroso ya de los resultados de la broma de Doc-. Dile que los hombres blancos lo beben para hacerse fuertes. Y cuando Bulala consigui transmitir estos datos a Gala Gala, el jefe se aplac inmediatamente y al parecer se qued muy satisfecho, aunque estuvo an largo tiempo escupiendo azul. Los chicos haban vaciado ya sus bolsillos, pero ambos se aferraban a sus cortaplumas con intento de sustraerlos a las miradas del codicioso Gala Gala. Fue vana la tentativa; una mano rosada y mugrienta se haba extendido ya hacia Doc, que no necesitaba que nadie interpretara la peticin del canbal. Era evidente que peda el cortaplumas. Entonces acometi a Doc una idea que era poco menos que una inspiracin del cielo. Sus ojos se cerraron y echaron chispas. - Por qu no? -pregunt en voz alta. - Por qu no qu? -pregunt a su vez Dick. - Fjate en m Exclam Doc. Gala Gala insista, pidiendo con apremiante acento que Doc le entregara en seguida el cortaplumas; pero Doc no hizo semejante cosa. En vez de ello levant la mano izquierda como pidiendo silencio, y luego abri la derecha, exponiendo a la vista de todos el codiciado cortaplumas. - Diles -advirti a Bulala-, que miren bien, porque les voy a ensear una cosa que no han visto nunca. - Buena medicina? -pregunt Bulala. Doc se agarr a esta palabras y exclam: - Buena medicina! sa es la cosa, Bulala! Diles que voy a hacer una medicina con M mayscula. El mismo Gala Gala pareci impresionado cuando el chico blanco tap el cortaplumas con la mano izquierda. Doc junt las manos y sopl sobre ellas. Luego las levant por encima de su cabeza, exclamando: - Abracadabra! Vamos! Pronto! Lrgate! Visto y no visto! Abri las manos y levant las palmas. El cortaplumas haba desaparecido! El jefe estaba intrigadsimo. Mir por todas partes en busca del cortaplumas, y cuando lleg cerca de Doc, este ltimo alarg sbitamente la mano, y en apariencia extrajo el desaparecido objeto de la oreja izquierda de Gala Gala. Esto era evidentemente demasiado para el salvaje canbal, el cual dio un salto atrs tan vivamente que tropez y cay de espaldas sobre el asiento en que estaba sentado. Este golpe a su dignidad surti malos efectos, o por lo menos no muy buenos para su genio. Se puso en pie

bufando de ira y pidi colrico que los muchachos se quitaran la ropa y se pusieran los andrajos que les haban llevado. - No sueltes el cortaplumas mientras puedas -advirti Doc-. Creo que podr salvar los dos cuando tenga puestos estos guiapos. Pero cmo se pone uno esto? - Pregntale a Bulala -aconsej Dick. Y el indgena ense a los muchachos cmo se haban de poner la tela en la cintura y pasarse el extremo entre las piernas de manera que por delante les colgara un delantalillo y otro por detrs. Todo este tiempo haban logrado los dos chicos ocultar los cortaplumas, pero por fin Gala Gala los volvi a pedir. Doc estaba desesperado. - No debemos soltarlos, Dick dijo-, porque son las nicas cosas tiles que tenemos. Yo no quiero drselo. -Y volvindose a Bulala aadi-: Dile a ese gordinfln que si alguien nos quita esta medicina, le matar. Pero que si no quiere que nosotros la conservemos la mandaremos lejos. Mira! Ense su propio cortaplumas, repiti las misteriosas seas y palabras de antes, y el chisme desapareci. Luego tom el cortaplumas de Dick e hizo lo propio. Gala Gala mene la cabeza. - Quiere saber donde estn -dijo Bulala. Doc mir en torno esforzndose por ganar tiempo, para buscar alguna respuesta que pusiera trmino a la busca de los cortaplumas por Gala Gala. Sus ojos se fijaron en el mismo muchacho que el da anterior haba tratado de echarle fuera los sesos cuando Zopinga los conduca al pueblo. Doc no pudo explicarse bien la idea que brot en su cerebro al volver a ver las repugnantes facciones del mozuelo que tan cerca haba estado de matarlo, pero siempre admiti que era una idea excelente, para l y para Dick, ya que no para el joven negro. De pronto se acerc a ste y le seal la oreja. - Dile a Gala Gala -pidi a Bulala-, que nuestra gran medicina se ha escondido dentro de la cabeza de este chico, y que no saldr de ella hasta que estemos con nuestra gente.

CAPTULO VII Siguieron pasando das calurosos y noches fras. Los chicos se acostumbraron a comer la bazofia escasa y repugnante que les daban. No comprendan como no los mataba, porque estaban seguros de que contena todos los microbios descubiertos, y varios millones ms por descubrir. Las terribles noches, insoportables por el fro y los bichos, parecan eternidades de sufrimiento, pero los muchachos siguieron viviendo y aprendiendo. Aprendieron el lenguaje de Ukundo; aprendieron a hablar en un dialecto que todos entendan; aprendieron a entender el de sus captores los Bagalas. Otras cosas vinieron a aprender en los das de su cautiverio, no siendo la menos importante un nuevo concepto de los negros. Para Doc, cuya experiencia con la gente de color se haba limitado a unos cuantos ejemplares indignos de los Estados del Norte, fue como una revelacin. Aun entre los guerreros canbales de los Bagalas encontr individuos que posean una gran dignidad natural, altivez y una fuerza de carcter evidente. Bulala, negro tpico de la costa occidental, ignorante en absoluto y supersticioso, tena sin embargo un corazn de oro, que se manifestaba en su lealtad y generosidad; y el menudo Ukundo, el pigmeo, que figuraba acaso en lo ms bajo de la escala social de todos los pueblos africanos, resultaba un amigo inquebrantable y un buen camarada. A su agudeza natural se aada un conocimiento casi misterioso de la jungla y de sus pobladores, tanto animales como humanos; los cuentos que refera a los muchachos abreviaban muchas horas de tedio. Despus de la primera semana de cautividad, los chicos consiguieron enviar un recado al jefe Gala Gala por Bulala y Zopinga, explicndole que, no estando acostumbrados a respirar el aire infecto de la choza y a vivir siempre sin la luz del sol, se moriran seguramente. Pedan que se les dejara ms libertad para hacer ejercicio, alegando que era poco probable que pudieran escaparse, ya que no conocan la selva y no sabran qu direccin haban de tomar para salir del pueblo. Pero cuidaron muy bien de no comprometerse en un solo punto: no prometan no tratar de escaparse. Como resultado de su peticin, Gala Gala permiti que todos los prisioneros se movieran libremente por la aldea durante el da, y puso los guardias en las puertas del pueblo en lugar de la choza donde los presos estaban encerrados. Y por la noche no haba guardia ninguna, ya que las puertas de la aldea se cerraban y atrancaban, y los peligros de la selva eran bastantes para impedir cualquier tentativa de fuga. Los chicos tenan realmente poca esperanza de que accediera a su peticin, y no era muy probable que se hubiera accedido, a no ser por la perspicacia de Ukundo, que haba calibrado muy bien la impresin que las brujeras de Doc haban producido a Gala Gala, midindola indudablemente por el temor que despertaron en su propia mente supersticiosa. Por tanto a Ukundo se debi que Bulala no transmitiera el recado en forma de peticin. En vez de ello, Zopinga llev la demanda al jefe, acompaada de una amenaza de que el muchacho blanco, que era un

mdico brujo, lanzara sobre l una medicina terrible si se negaba a permitirles que anduvieran en libertad por el pueblo; y Ukundo haba cuidado de que la peticin los incluyera a Bulala y a l mismo. Influidos por su temor a la magia de Doc, los indgenas trataban a los chicos con ms respeto del que ordinariamente les haban concedido, y sobre todo haba un muchacho que les daba ancho campo apartndose de ellos todo lo posible. Era Paabu, el mancebo en cuyo grueso crneo crean todos que estaba la gran medicina del muchacho blanco y mdico brujo. Desde el momento en que Doc hizo desaparecer los dos cortaplumas dentro de la oreja izquierda de Paabu, este desdichado mancebo haba sido objeto de una observacin en extremo recelosa por parte de todos los indgenas. Al principio le haba divertido esta inslita celebridad, y se pavoneaba con gran pompa; pero cuando se susurr que Gala Gala estaba consumido de curiosidad por saber si la gran medicina se encontraba realmente dentro de la cabeza de Paabu, ste se sinti invadido por un terror inmenso que lo tena casi continuamente encerrado entre la porquera de la choza de su padre; porque no saba ms que un camino por el cual Gala Gala pudiera averiguar concretamente si la gran medicina estaba en efecto dentro de su crneo, y Paabu conoca a Gala Gala lo bastante para saber que, en cuanto le diera la ventolera por ah, no vacilara en hacer una investigacin detallada, por muy dolorosa o fatal que fuese para Paabu. Un da, hallndose los muchachos tendidos a la sombra delante de su choza, se acerc a ellos Gala Gala. Con l llegaba un individuo de mala catadura, en quien los brujos reconocieron a Intamo, el mdico brujo de los Bagalas, un mugala de gran poder cuya influencia sobre Gala Gala lo haca por muchos estilos virtualmente jefe de los Bagalas. Su malicioso rostro estaba arrugado y ribeteado por la edad y los malos pensamientos, y entenebrecido por un ceo perpetuo, marco adecuado de sus ojos con ramalazos de sangre y de sus agudos y limados dientes de canbal. Cuando los dos se acercaban a los gemelos, Intamo dijo algo apremiante al odo del jefe, pero ces de hablar cuando llegaron a distancia donde pudieran orlos Dick y Doc, como si temiese que le entendieran. Sin embargo, Gala Gala, parado frente a sus dos jvenes cautivos, levant la liebre y anunci: - Intamo dice que vuestra medicina no es buena. - Que la haga l mejor! -repuso Doc en un Bagala chapurreado y lleno de faltas. - Intamo dice que vuestra medicina no est en la cabeza de Paabu -continu Gala Gala. - Yo digo que est. No me viste meterla en ella? - Lo averiguaremos -anunci el jefe. - Cmo lo averiguars? -pregunt Dick; y luego, inspirado por un pensamiento sbito, exclam-: Cuerno! No ser...? - Cmo se averigua lo que tiene dentro una nuez? -repuso Gala Gala-. Partindola! - Pero lo matars! -exclam Doc horrorizado. - Y si no encontramos la gran medicina, te mataremos a ti -dijo Intamo a quien nada habra gustado ms que desembarazarse del

muchacho blanco, cuya gran medicina haba menoscabado su reputacin de mdico brujo, ya que no haba podido repetir la exhibicin de brujera de Doc. - Ahora venid -continu-. Ya lo averiguaremos. Y acompaado por Gala Gala y los muchachos, Intamo se dirigi hacia el centro de la aldea, donde, en un espacio abierto y despejado ante la choza del jefe, se realizaban todas las ceremonias de la tribu. Mientras buscaban a Paabu y lo arrastraban, resistindose y chillando, a ser sacrificado en el altar de la ignorancia y de la supersticin, por toda la aldea corri rpidamente la voz de que se iba a poner en escena una diversin deliciosa, de lo cual result que la gente se atropellase para presenciarla. Un ruedo de guerreros salvajes mantena despejado un espacio circular, en cuyo centro se hallaban Gala Gala e Intamo. A ellos condujeron a Paabu. Dick y Doc estaban hombro con hombro en la primera fila de espectadores, con los curtidos rostros plidos de horror. Dos guerreros sostenan al medio desmayado Paabu, mientras Intamo, armado de una maza, trazaba pases misteriosos en el aire y mascullaba un ensalmo lgubre que se supona destinado a debilitar la fuerza de la gran medicina del muchacho blanco, en caso de que la misma se encontrara efectivamente en la cabeza del infortunado Paabu. - Cuerno! -cuchiche Dick-. No podemos hacer algo para contenerlos antes que Intamo abra la cabeza de ese chico con su maza? - Me siento casi un asesino! -afirm Doc. - Y asesinos seremos, o poco ms o menos, si siguen adelante -repuso Dick-. Pero si les dices la verdad nos matarn. - De todos modos nos matarn, cuando no encuentren los cortaplumas dentro del coco de ese chico -replic Doc. - Entonces ms vale que confieses -aconsej Dick-. Es intil dejar que maten a ese pobre negro. - Ya lo tengo! -exclam Doc-. Pronto, dame tu cortaplumas! pero que nadie lo vea. Eso es! Ahora, fjate bien. Despus de guardarse el cortaplumas de Dick dentro del taparrabo y al lado del suyo, Doc penetr dentro del crculo. - Esperad! -orden, adelantndose hacia Intamo, pero dirigindose a Gala Gala-. No es preciso que matis a Paabu. Yo puedo probar que la gran medicina de mi amigo, y la gran medicina ma estn dentro de la cabeza de Paabu. Soy un gran mdico brujo, y no quiero que le abran la cabeza a Paabu para sacarle la medicina como lo quiere hacer Intamo. Mirad. Y antes que Intamo pudiera impedirlo, Doc se acerc a la infortunada vctima de los celos del hechicero y de la curiosidad de Gala Gala, y con dos rpidos movimientos de la mano derecha fingi que sacaba los cortaplumas de la oreja de Paabu. Dando media vuelta los mostr en la palma de la mano a Gala Gala y a los Bagalas reunidos. Acaso el bagala de Doc haba sido chapurreado y con titubeos, pero no hubo all nadie que no entendiera perfectamente el maravilloso poder de su magia, ni dejara de ver que su medicina era mucho ms enrgica que la

de Intamo, porque es una verdad innegable que nos dejamos todos convencer por lo que creemos que vemos, tanto como por lo que vemos en realidad. Gala Gala se senta perplejo. Intamo estaba furioso. Como era un viejo hechicero sin escrpulos, tena la conviccin de que Doc no haba hecho ms que poner en prctica un hbil truco delante de todos ellos, un truco por el cual l siquiera no pensaba dejarse engaar. Pero una vez convencido de que Doc le haba derrotado en su propio juego, acaso en el fondo de su ignorante y salvaje cerebro haba la bastante supersticin natural para persuadirlo de que tal vez, al fin y al cabo fuera el chico un verdadero y autntico mdico brujo que daba rdenes a los demonios y diriga sus poderes sobrenaturales. Su miedo y odio a Doc se centuplicaron por lo ocurrido en los pocos minutos anteriores, y en su perverso corazn cristaliz la resolucin de desembarazarse lo ms pronto posible de aquel peligroso competidor. Si hubiera sabido lo que le esperaba, se habra valido para ello de su maza en aquel mismo instante, porque a Doc le haba asaltado otra de aquellas ideas brillantes que le hicieron famoso y temido en el colegio como guasn formidable, aunque es de justicia recordar que sus bromas haban sido siempre inofensivas y bonachonas hasta que se encontr con Intamo. De pronto se volvi a la parte del corro donde estaba reunida ms muchedumbre, y exhibi los dos cortaplumas en la palma de la mano. - Seoras y caballeros! -exclam-. Aqu tenemos dos cortaplumas ordinarios. El hecho de que hablara ingls y que nadie del pblico lo comprendiera no hizo ms que aumentar la impresin que produjeron sus palabras, ya que toda la tribu estaba convencidsima de que se dispona a hacer una gran medicina. - Venid y examinadlos! Tocadlos! Hincadles el diente! Algunos de sus oyentes empezaron a dar muestras de que se ponan nerviosos. - Ya veis que son legtimos. Fijaos en que no tengo cmplices. Ahora, seoras y caballeros, miradme atentamente! Como en otras ocasiones, puso la mano izquierda sobre los cortaplumas, cruz las manos, se las sopl y las levant por encima de su cabeza. - Abracadabra! -grit con tan repentina estridencia que el auditorio retrocedi de miedo-. Pronto! Lrgate! Se volvi despacio en torno hasta descubrir dnde se hallaba Intamo, y luego, antes que el mdico brujo pudiera barruntar su propsito, Doc dio un brinco a su lado y puso ambas palmas sobre la oreja del bribn. - Visto y no visto! -termin volvindose a Gala Gala con las manos abiertas y vacas. Permaneci unos segundos en emocionante silencio, mientras en los embotados cerebros del auditorio penetraba la comprensin clara de lo que haba hecho. Luego se dirigi a Gala Gala.

- Me has visto sacar la gran medicina de la cabeza de Paabu y meterla en la de Intamo -dijo en el lenguaje del jefe-. Si quieres convencerte de que est en la cabeza de Intamo, puede que l te preste su maza de guerra.

CAPTULO VIII Aquella misma tarde, ya ms avanzada la hora, mientras Dick y Doc charlaban al lado de su choza con Bulala y Ukundo, oyeron gran alboroto en las puertas del pueblo. A ellas acudan de todas partes a la carrera hombres, mujeres y nios y los prisioneros vieron pronto una gran compaa de indgenas extraos que penetraban en el pueblo. Fueron saludados con gritos y carcajadas que los proclamaban amigos de los Bangalas. - Vienen los huspedes a la fiesta -dijo Ukundo con acento sombro; y los cuatro se sentaron en ttrico silencio, envuelto cada cual en sus propios pensamientos. La realidad de su destino no haba parecido nunca ms que un mal sueo a los muchachos; pero ahora por fin se les apareca como algo muy real, muy terrible y muy prximo. Vean las repugnantes caras pintarrajeadas de los recin llegados y las bocas sonrientes que dejaban al descubierto los dientes amarillos afilados en agudas puntas. Vieron que algunos de los del pueblo los sealaban a ellos, y que una infinidad de ojos vidos se dirigieron a mirarlos. - Recuerdo -dijo Dick-, cmo estaba yo en el escaparate de la confitera viendo los dulces. Esos granujas me lo han recordado. - Es posible que les parezcamos figurillas de mazapn -suspir Doc. De pronto tres o cuatro guerreros se acercaron y agarraron a Bulala, a quien arrastraron a una pequea choza cerca de la del jefe, donde lo ataron de pies y manos y lo arrojaron dentro. - Pobre Bulala! -cuchiche Doc. - Era un buen amigo -dijo Dick-. Oh! No podremos hacer nada? Doc mene la cabeza y mir interrogativamente a Ukundo, pero ste no haca ms que mirar al suelo. - Ukundo! -exclam Dick, y el pigmeo alz la vista. - Qu? -pregunt. - No podemos escaparnos, Ukundo? - l hace gran medicina -dijo Ukundo sealando a Doc con el pulgar-. Si l no puede escaparse, cmo podr el pobre Ukundo, que no sabe hacer medicina? - Mi medicina es medicina de hombre blanco -dijo Doc-. No me puede ensear el camino por la selva virgen. Si salgo del pueblo, me perder y me cogern los leones. - Si puedes salir del pueblo y llevar a Ukundo contigo, l te conducir por la selva hasta tu gente. Ukundo conoce la selva, pero tiene miedo por la noche. Por la noche la selva est llena de demonios. Si puedes salir de da, Ukundo ir contigo y te ensear el camino. Pero no puedes escaparte mientras haya luz, porque los Bangalas te veran. De noche nos mataran y nos comeran los demonios. No puede ser. Esto dijo Ukundo, el pigmeo que conoca la jungla mejor que nadie.

Doc tard varios minutos en responder, porque estaba pensando intensamente. De pronto mir a Ukundo y exclam: - Ukundo, si slo te dan miedo los demonios, no hay nada que nos impida tratar de escaparnos por la noche, porque yo puedo hacer una medicina que nos proteja de ellos. Ukundo mene la cabeza con gesto de duda y dijo: - No lo s. - Me has visto hacer una medicina ms fuerte que las de Intamo -insisti Doc-. No me crees cuando digo que puedo hacer una medicina que impida hacernos dao a todos los demonios de la selva? - Ests seguro? -pregunt Ukundo. - No pasamos una noche en la jungla antes de llegar a esta aldea? -pregunt Dick-. Ni un solo demonio se meti con nosotros. Tenas que haberlos visto correr en el momento en que fijaron la vista en Doc. Los ojos de Ukundo se abrieron desmesuradamente al mirar con temor a Doc. - Debe de ser muy fuerte la medicina de este chico blanco y mdico brujo -dijo. - Lo es -admiti Doc-. Te doy mi palabra de que ningn demonio te har nada mientras yo est contigo; pero si nos quedamos aqu, Gala Gala te comer. Quieres venir con nosotros? Ukundo mir a la choza en que yaca el infortunado Bulala, y dijo: - S, Ukundo ir con vosotros. - Bravo, Ukundo! -exclam Dick, que prosigui en voz baja-: Tendremos que irnos esta noche, porque maana sera tal vez muy tarde para el pobre Bulala. - Bulala? -repuso Ukundo-. Bulala est ya casi muerto. - Crees que lo matarn esta noche? -pregunt Dick. - Tal vez -contest Ukundo encogindose de hombros - Pues hemos de salvarlo si podemos -insisti Dick. - No podemos -dijo Ukundo. - Podemos probarlo -dijo Doc. - S, podemos probarlo -convino Ukundo, sin entusiasmo, porque era fatalista y crea, como muchos pueblos primitivos, que lo que ha de suceder sucede y que es intil luchar contra ello. Acaso fuera sta la razn de que ni l ni Bulala hubieran pensado en serio en escaparse, contentndose con suponer que si el destino tena ordenado que se los comieran los Bagalas, los Bagalas se los comeran, y no haba nada ms que hablar. Pero Dick y Doc no eran fatalistas. Saban que su ingenio, su destreza y su valor tenan mucha ms intervencin en la direccin de sus destinos que esa legendaria dama llamada Suerte. Para ellos la suerte no era ms que un espantajo, como los demonios de Ukundo, y por eso discurran y trazaban planes para el momento en que las circunstancias les permitieran una tentativa de conseguir la libertad. Sus dificultades aumentaban en gran manera por razn de Bulala, pero ni un momento se les ocurri la idea de abandonar a aquel buen amigo sin intentar salvarlo, aunque el fracaso en

esta empresa dara casi seguramente por resultado que no pudieran escaparse. Cuando cay la noche vieron los muchachos que la gente de la aldea y sus invitados se reunan para cenar. Sacaron calderos y los llenaron de agua que pusieron a hervir en muchas fogatas. No paraban de hablar fuerte y rer. Los cautivos se preguntaron si los cacharros de agua hirviendo estaban esperando para recibir a Bulala, y cunto tiempo pasara hasta que les llegar a ellos la vez; y mientras contemplaban a los feroces y terribles salvajes, su mente no poda menos de llenarse de pensamientos sombros y de crueles presagios, por mucho que ellos quisieran desecharlos. Llevaban algn rato en silencio, cuando les llam la atencin un sonido de roce, como si un cuerpo pasara por el costado de su choza de blago. Estaban sentados junto a su entrada. Alguien o algo se acercaba por detrs de la choza, mantenindose pegado a la pared exterior que estaba en densa sombra. Dick y Doc sacaron sus cortaplumas y esperaron. Quin o qu poda ser? Quienquiera o lo que quiera que fuese, resultaba evidente que no quera que nadie supiese que estaba all. As lo revelaba la cautela con que se acercaba. Dick se levant lentamente, con el cortaplumas en la mano, y a su lado se coloc Doc. Ukundo, desarmado, se mantena a la izquierda de Dick. As esperaron los tres en un silencio lleno de tensin, mientras los furtivos ruidos se acercaban por el lado de la choza, atravesando la negrura de tinta de las sombras que proyectaban las fogatas de campamento de la aldea. - Djalo de mi cuenta -exclam Doc-. Pero si es un len te encargars t de l. - No es un len -dijo Ukundo-. Un demonio... o un hombre. No tard en orse un "pst" entre las sombras. - Quin eres? -pregunt Dick. - Qu quieres? -interrog Doc. - Soy Paabu -dijo con voz muy apagada-. He venido a avisaros. - Acrcate ms -dijo Doc-. Estamos solos. Una parte de la sombra se resolvi en un muchacho, que se acerc y se puso en cuclillas al lado de la choza. - Me has salvado la vida -dijo dirigindose a Doc-, y por eso he venido a avisaros. Intamo ha echado veneno en vuestra comida. Yo lo he visto. Paabu odia a Intamo. Y nada ms. Me voy. - Espera -insisti Doc-. Qu van a hacer con Bulala? - Comrselo, claro -contest Paabu mientras haca una mueca. - Cundo? - Maana por la noche. A la noche siguiente se comern a Ukundo. Creo que les da miedo tu medicina. Es posible que no os coman a vosotros, a no ser que Intamo pueda mataros con veneno. - Entonces no nos podran comer -dijo Dick-, porque el veneno los matara a ellos. - No -replic Paabu-. Intamo cuidar de eso. Intamo hace buen veneno y en cuanto os muris, os quitar todo lo de dentro. En vuestra carne no

habr veneno. Si cree que os comis la comida envenenada y no os mors, le entrar miedo. Pero encontrar otra manera de mataros, a no ser que vuestra medicina sea muy fuerte. Por eso ha venido Paabu a preveniros. Haced, pues, medicina fuerte. Se dispuso a partir. - Espera -dijo Dick de nuevo-. Han matado ya a Bulala? - No. - Cundo lo matarn? - Maana. - Quieres hacer una cosa por m? -pregunt Doc. - Qu? -pregunt Paabu. - Traernos algunas armas: cuatro cuchillos, cuatro lanzas, cuatro arcos y unas cuantas flechas. Quieres hacerlo por m, Paabu? - Me da miedo. Gala Gala me matara. Intamo me matara tambin si supiera que he venido a hablar con vosotros. - No lo sabrn nunca -insisti Doc. - Tengo miedo -dijo Paabu-. Ahora me voy. - Mira -cuchiche Doc sacando del taparrabo su cortaplumas-. Ves esto? -pregunt acercando la gran medicina a la cara de Paabu. El negro retrocedi aterrado y gimi: - No me lo metas en la cabeza! - No te lo meter en la cabeza, Paabu -le asegur Doc-,porque soy tu amigo, sino que te lo dar si me traes las armas. No te gustara poseer esta gran medicina, ms fuerte que todas las medicinas que puede hacer Intamo? Si poseyeras esto podras ser un gran mdico brujo. Qu dices? - No me har dao? -pregunt Paabu con miedo. - No te har dao si yo le digo que no te lo haga -replic Doc-. Si te lo doy ser tuyo y no te podr hacer dao, a no ser que te lo hagas t mismo. - Bueno -dijo Paabu-. Os traer las armas. - Cundo? -pregunt Doc. - Muy pronto., Bien. Si no vuelves muy pronto la gran medicina se incomodar y entonces no s que podr hacerte. Corre! Paabu desapareci entre las sombras y los tres se sentaron a esperar y trazar planes. Por lo menos haban dado el primer paso, pero an estaban dentro del pueblo, rodeados de crueles y salvajes captores. Mientras esperaban lleg un hombre llevndoles comida. No era el que se la haba llevado antes, por lo cual se figuraron que era Intamo el que lo enviaba. En cuanto se alej el hombre, hicieron un hoyo en el suelo y enterraron la comida, y luego volvieron a caer en el silencio, esperando llenos de ansiedad.

CAPTULO IX Muy lejos, en el borde de la jungla, cincuenta guerreros de bano estaban acampados en un calvero cubierto de hierba. Eran hombres magnficos y robustos, de facciones regulares y fuertes y blancos dientes. Uno de ellos estaba taendo un tosco instrumento de cuerda, mientras dos de sus compaeros bailaban a la luz de la hoguera que se reflejaba en el lustroso terciopelo de su piel. Sus armas, puestas a un lado estaban al alcance de sus manos, y muchos de ellos llevaban an el tocado de pluma de su tribu. Sus enrgicos rostros estaban iluminados por sonrisas, porque aquella era la hora del recreo despus de un da penoso de infructuosa busca. Un hombre blanco gigantesco, lanzndose de rbol en rbol, se acerc al campamento de los cincuenta guerreros. Iba desnudo, salvo una piel de leopardo, y por nicas armas llevaba una larga cuerda y un cuchillo de caza. Por la oscuridad de la jungla se mova con absoluta seguridad y en completo silencio. Numa, el len cazador, que estaba viento abajo, percibi su olor y profiri un gruido. Era un olor que Numa conoca muy bien y tema. No era slo el olor a hombre, era el olor de El Hombre. De pronto el gigante blanco se descolg ligeramente al suelo al lado del campamento. Al instante los guerreros se pusieron en pie, requiriendo las armas. - Soy yo, hijos mos -dijo el hombre-. Soy yo, Tarzn de los Monos. Los guerreros tiraron a un lado sus armas. - Bien venido, gran Bwana! Bien venido, Tarzn! -exclamaron. - Habis tenido suerte, Muviro? -pregunt el Tarmangani. - Ninguna, seor -replic un negro gigantesco-. Hemos buscado en todas direcciones, pero no hemos visto ni rastro de los muchachos blancos. - Ni yo tampoco -aconteci Tarzn-. Estoy casi convencido de que el mugala a quien preguntamos hace una semana nos enga cuando dijo que haban estado en su aldea y que Gala Gala, su jefe, los envo a mi pas con algunos comerciantes amigos de los Karendos. Maana partiremos para la aldea de Gala Gala.

CAPTULO X No tuvieron que esperar mucho los gemelos y Ukundo hasta que volvi Paabu, llevndoles armas como haba prometido. Su terror era autntico cuando en pago de sus servicios recibi el cortaplumas de Doc, pero su ambicin de ser un gran mdico brujo pudo ms que sus temores, y Paabu, orgulloso aunque con miedo, se escabull en la oscuridad, agarrando fuertemente en una mano la gran medicina. en torno de las fogatas de la aldea vieron los chicos comer y beber a los indgenas, mientras Intamo, ataviado con todas las galas repugnantes y grotescas de su profesin, danzaba ridculamente a la luz del fuego, echando polvos en los saleros y haciendo extraos pases sobre ellos con una varilla que tena sujeta una cola de bfalo. Djoles Ukundo que Intamo estaba haciendo medicina para alejar a los demonios de los cacharros en que guisaran a Bulala al da siguiente, y que los verdaderos festejos no empezaran hasta la noche. De poca duracin fue el baile, y una vez que Intamo complet su ceremonia, los negros empezaron a retirarse a sus chozas y pronto qued desierta la calle de la aldea. Taparon con ceniza las hogueras, salvo una. La aldea qued completamente a oscuras. Acercbase el momento de que los chicos pudieran poner en prctica su tan aplazada tentativa de escaparse. En cuchicheos haban hablado de sus planes con Ukundo toda la noche. Ahora ya slo era cuestin de esperar hasta asegurarse de que toda la aldea dorma. Haban repartido las armas que les llev Paabu, y el sentirlas en sus manos pareca comunicarles nuevo valor y casi asegurar el buen resultado de la aventura. - Cuerno! -exclam Dick-. No crees que estarn ya dormidos? - Es mejor aguantar un rato ms -aconsej Doc-. sta es nuestra nica esperanza, y no vale fracasar. En aquel momento vieron una figura que sala de una de las chozas y se acercaba a ellos. - Vaya! -dijo Doc-. Qu os deca yo? La figura se acerc a paso vivo, y los tres ocultaron sus armas lo mejor que pudieron, ponindolas en el suelo y colocndose en cuclillas delante de ellas, pero sin dejar de tenerlas a su alcance; porque haba algo siniestro en aquella silueta silenciosa que se adelantaba por la dormida aldea. La enfermiza luz de una sola hoguera moribunda diseaba confusamente la figura que se aproximaba; los cautivos pudieron ver que era la de un robusto guerrero que en la mano derecha blanda una maza corta y pesada. Quin poda ser? Cul era su propsito en la calma de la noche? El recin llegado estuvo casi encima de ellos antes de verlos acurrucados junto a la entrada de la choza. Su sorpresa al verlos all fue evidente, porque se detuvo de pronto con un gruido de clera. - Por qu no estis en vuestra choza? -pregunt con un susurro bronco-. Cul es de vosotros el mdico brujo? Quiero hablar con l. Era Intamo. Los tres lo reconocieron al propio tiempo, y comprendieron a qu iba y por qu la maza.

- Soy yo -replic Doc-. Qu quieres de m? La nica respuesta de Intamo fue brincar hacia delante con el arma levantada. Profiriendo un grito de horror, Dick se puso en pie y salt entre el hechicero y su vctima. Agarrando el corto venablo con ambas manos y mantenindolo horizontalmente por encima de su cabeza, trat de quebrantar la fuerza del terrible golpe de Intamo. La maza cruji sobre el recio astil del venablo y se desvi a un lado. Pero Intamo, con un manotn del potente brazo, apart a un lado al chico y volvi a blandir la maza. En aquel momento fue cuando una figura pequea a modo de pantera, saltando con la agilidad y la ferocidad de uno de los gra