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1 LA RAZA ENTRA POR LA BOCA’: EUGENESIA, ENERGÍA Y ALIMENTACIÓN EN COLOMBIA, 1890-1940. O DE UN INTENTO POR SUPERAR LA SEPARACIÓN NATURALEZA/CULTURA EN LOS ESTUDIOS DE RAZA [Texto en elaboración, por favor no circular ni citar sin autorización] Stefan Pohl-Valero Universidad del Rosario INTRODUCCIÓN Además del papel del evolucionismo en la articulación de una mirada medicalizada de la sociedad colombiana a finales del siglo XIX que la entendió como “un organismo sujeto a las mismas leyes de la evolución de los organismos vivos”, 1 existieron otras metáforas que permearon la forma de entender el funcionamiento de la sociedad y diagnosticar sus problemas. Una de ellas, indudablemente, fue la del cuerpo social e individual como una máquina térmica transformadora de energía. 2 Si en 1892 el abogado y economista Ramón Vanegas aseguraba que la sociedad debía ser entendida como un “organismo” compuesto por diferentes órganos todos ellos interconectados y que, por lo tanto, para legislarla era necesario conocerla “más perfectamente aún de lo que el médico conoce el cuerpo humano cuyas dolencias está encargado de aliviar”, 3 en la misma época el médico Manuel Cotes señalaba que el cuerpo debería 1 Carlos Ernesto Noguera, Medicina y política. Discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del siglo XX en Colombia (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2003), 108-109. Sáenz, Saldarriaga y Ospina reflejan muy bien esta versión canónica de cómo se empezó a entender la sociedad colombiana en términos evolutivos: “Desde 1860 las teorías del evolucionismo social del filósofo y pedagogo inglés Herbert Spencer, con sus nociones de lucha por la vida, supervivencia del más fuerte y selección natural y social, dominaron las interpretaciones de los fenómenos sociales en el país.” Javier Sáenz; Óscar Saldarriaga y Eduardo Ospina, Mirar la infancia: pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946 (Bogotá: Uniandes, 1997), 80. Para otros países de América Latina, ver, por ejemplo, Dain Borges, “Puffy, Ugly, Slothful and Inert: Degeneration in Brazilian Social Thought, 1880-1940”, Journal of Latin American Studies 25 (1993): 235-256. 2 Sobre la influencia que generó, en el contexto europeo, una imagen de la naturaleza articulada por las leyes de la termodinámica en la concepción moderna del cuerpo, la sociedad, la cultura y la economía, ver, entre otros, Stephen Brush, The temperature of History. Phases of Science and Culture in the Nineteenth Century (New York: Burt Franklin, 1978); Bruce Clarke, Energy Forms. Allegory and Science in the Era of Classical Thermodynamics (Ann Arbor: The University of Michigan Press, 2001); Phillip Mirowski , More Heat than Light: Economics as Social Physics: Physics as Nature's Economics (Cambridge: Cambridge University Press, 1989); Greg Myers, “Nineteenth- Century Popularizations of Thermodynamics and the Rhetoric of Social Prophecy”, en Energy & Entropy. Science and Culture in Victorian Britain, ed. Patrick Brantlinger (Bloomington: Indiana University Press, 1989), 307-338; Stefan Pohl-Valero, Energía y cultura. Historia de la termodinámica en la España de la segunda mitad del siglo XIX (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2011); Stefan Pohl-Valero, “Termodinámica, pensamiento social y biopolítica en la España de la Restauración”, Universitas Humanística 69 (2010): 33-58; Anson Rabinbach, The Human Motor: Energy, Fatigue, and the Origins of Modernity (Berkeley: University of California Press, 1992); Michel Serres, Hermes: Literature, Science, Philosophy (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1982). Para el contexto latinoamericano, este tipo de estudios son todavía muy incipientes. Ver, por ejemplo, Diego P. Roldán. “Discursos alrededor del cuerpo, la máquina, la energía y la fatiga: hibridaciones culturales en la Argentina fin-de- siècle”, História, Ciências, Saúde Manguinhos 17, no. 3 (2010): 643-661; Stefan Pohl-Valero, “Energy, productivity and nutrition: the making of a science of work for the human body optimization in Colombia, 1870- 1920”. [En elaboración]. 3 Ramón Vanegas Mora, Estudio sobre nuestra clase obrera (Bogotá: Imprenta de Torres Amaya, 1892), 5.

Pohl Eugenesia

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Pohl Eugenesia

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1

‘LA RAZA ENTRA POR LA BOCA’: EUGENESIA, ENERGÍA Y ALIMENTACIÓN

EN COLOMBIA, 1890-1940. O DE UN INTENTO POR SUPERAR LA SEPARACIÓN

NATURALEZA/CULTURA EN LOS ESTUDIOS DE RAZA

[Texto en elaboración, por favor no circular ni citar sin autorización]

Stefan Pohl-Valero

Universidad del Rosario

INTRODUCCIÓN

Además del papel del evolucionismo en la articulación de una mirada medicalizada de la

sociedad colombiana a finales del siglo XIX que la entendió como “un organismo sujeto a las

mismas leyes de la evolución de los organismos vivos”,1

existieron otras metáforas que

permearon la forma de entender el funcionamiento de la sociedad y diagnosticar sus problemas.

Una de ellas, indudablemente, fue la del cuerpo social e individual como una máquina térmica

transformadora de energía.2 Si en 1892 el abogado y economista Ramón Vanegas aseguraba que

la sociedad debía ser entendida como un “organismo” compuesto por diferentes órganos todos

ellos interconectados y que, por lo tanto, para legislarla era necesario conocerla “más

perfectamente aún de lo que el médico conoce el cuerpo humano cuyas dolencias está encargado

de aliviar”,3 en la misma época el médico Manuel Cotes señalaba que el cuerpo debería

1 Carlos Ernesto Noguera, Medicina y política. Discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del

siglo XX en Colombia (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2003), 108-109. Sáenz, Saldarriaga y Ospina

reflejan muy bien esta versión canónica de cómo se empezó a entender la sociedad colombiana en términos

evolutivos: “Desde 1860 las teorías del evolucionismo social del filósofo y pedagogo inglés Herbert Spencer, con sus

nociones de lucha por la vida, supervivencia del más fuerte y selección natural y social, dominaron las

interpretaciones de los fenómenos sociales en el país.” Javier Sáenz; Óscar Saldarriaga y Eduardo Ospina, Mirar la

infancia: pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946 (Bogotá: Uniandes, 1997), 80. Para otros países

de América Latina, ver, por ejemplo, Dain Borges, “Puffy, Ugly, Slothful and Inert: Degeneration in Brazilian Social

Thought, 1880-1940”, Journal of Latin American Studies 25 (1993): 235-256. 2 Sobre la influencia que generó, en el contexto europeo, una imagen de la naturaleza articulada por las leyes de la

termodinámica en la concepción moderna del cuerpo, la sociedad, la cultura y la economía, ver, entre otros, Stephen

Brush, The temperature of History. Phases of Science and Culture in the Nineteenth Century (New York: Burt

Franklin, 1978); Bruce Clarke, Energy Forms. Allegory and Science in the Era of Classical Thermodynamics (Ann

Arbor: The University of Michigan Press, 2001); Phillip Mirowski, More Heat than Light: Economics as Social

Physics: Physics as Nature's Economics (Cambridge: Cambridge University Press, 1989); Greg Myers, “Nineteenth-

Century Popularizations of Thermodynamics and the Rhetoric of Social Prophecy”, en Energy & Entropy. Science

and Culture in Victorian Britain, ed. Patrick Brantlinger (Bloomington: Indiana University Press, 1989), 307-338;

Stefan Pohl-Valero, Energía y cultura. Historia de la termodinámica en la España de la segunda mitad del siglo XIX

(Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2011); Stefan Pohl-Valero, “Termodinámica, pensamiento social

y biopolítica en la España de la Restauración”, Universitas Humanística 69 (2010): 33-58; Anson Rabinbach, The

Human Motor: Energy, Fatigue, and the Origins of Modernity (Berkeley: University of California Press, 1992);

Michel Serres, Hermes: Literature, Science, Philosophy (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1982). Para el

contexto latinoamericano, este tipo de estudios son todavía muy incipientes. Ver, por ejemplo, Diego P. Roldán.

“Discursos alrededor del cuerpo, la máquina, la energía y la fatiga: hibridaciones culturales en la Argentina fin-de-

siècle”, História, Ciências, Saúde – Manguinhos 17, no. 3 (2010): 643-661; Stefan Pohl-Valero, “Energy,

productivity and nutrition: the making of a science of work for the human body optimization in Colombia, 1870-

1920”. [En elaboración]. 3 Ramón Vanegas Mora, Estudio sobre nuestra clase obrera (Bogotá: Imprenta de Torres Amaya, 1892), 5.

2

entenderse como una máquina destinada a ser regulada para mantener un balance contable entre

sus ingresos y sus egresos y así evitar su “bancarrota”:

Resulta, pues, que todo lo que sirve para el sostenimiento del cuerpo, debe proceder del exterior, y

que todo gasto económico debe ser compensado por un ingreso oportuno, para evitar de este modo

la bancarrota de la máquina viviente, porque la actividad del organismo vive necesariamente de un

trabajo de transformaciones de las sustancias en él introducidas; de trasposiciones y sustituciones de

moléculas, por medio de las cuales se producen combinaciones admirables.4

Estas metáforas biológicas e industriales/económicas de finales del siglo XIX estaban

íntimamente interconectadas y ayudaron configurar en Colombia un campo de saber sobre el

trabajo que, articulando nociones de la termodinámica, la física médica, la economía política y la

fisiología de laboratorio, resignificó el concepto de cuerpo desde el punto de vista de

optimización de su productividad. Los trabajos de Cotes y Vanegas fueron investigaciones

incipientes que reflejaron la emergencia de este campo de saber para la regulación energética del

cuerpo humano. Ambos se preocuparon por conocer las condiciones laborales de diferentes

trabajadores de Bogotá y por definir, de “forma científica”, las ideales para maximizar su

productividad. En el centro de estos análisis se encontraba la alimentación, la cual se empezó a

entender fundamentalmente como la fuente de energía –medida en la unidad termodinámica de

las calorías– necesaria para accionar la máquina humana. 5

A partir de esta rejilla interpretativa que entendía el funcionamiento individual y social

fundamentalmente como un proceso de transformación de energías, ideas recurrentemente

invocadas a la hora de hablar de los problemas sociales nacionales como la “vitalidad del

pueblo”, o la “degeneración de la raza” entraron en los confines del laboratorio para su análisis y

medición en unidades termodinámicas. El objetivo principal de este artículo consiste en mostrar

el papel que desempeñó esta conceptualización energética del cuerpo productivo –y la definición

de una alimentación racional para su optimización y su salud– en la forma como la noción de raza

adquirió nuevos significados en el pensamiento social de las élites y en las estrategias que se

instauraron para lograr lo que ellos llamaron la regeneración del pueblo, entre 1890 y 1940.6

Adicionalmente, es un intento de proponer una vía de investigación que supere la férrea

4 Manuel Cotes, Régimen alimenticio de los jornaleros de la Sabana de Bogotá: estudio presentado al Primer

Congreso Médico Nacional de Colombia (Bogotá: Imp. de La Luz, 1893), 6. 5 Al respecto, ver, Pohl-Valero, “Energy, productivity and nutrition”.

6 La idea de “regeneración” de la población se inscribió inicialmente en un contexto político y cultural de corte

conservador, centralista en lo administrativo y proteccionista en lo económico que sus mismos protagonistas

llamaron justamente el periodo de la Regeneración. Aunque por lo general se ha indicado este periodo de las dos

últimas décadas del siglo XIX como de una profunda preocupación de las élites políticas conservadoras en el poder

por regenerar la moral del pueblo frente a los esgrimidos “estragos” del periodo liberal anterior, acá se destaca su

preocupación de regenerar también los cuerpos en términos productivos. Sobre el periodo político de la

Regeneración y la forma como ha sido interpretado por la historiografía, ver Leopoldo Múnera Ruiz y Edwin Cruz

Rodríguez, eds., La Regeneración revisitada. Pluriverso y hegemonía en la construcción del Estado-nación en

Colombia (Medellín: La Carreta Editores, 2011).

3

separación entre naturaleza y cultura presente en muchos de los estudios sobre la historia del

racismo científico.7

Diversas investigaciones que han abordado la medicalización de la sociedad, la noción de

raza y la eugenesia en el contexto colombiano de principios del siglo XX, le han prestado

especial atención a una serie de debates públicos que realizaron médicos y pedagogos en el

Teatro Municipal de Bogotá en 1920 y que luego se publicaron bajo el nombre de Los problemas

de la raza en Colombia.8 Varios de estos análisis históricos han identificado una y otra vez, y a

partir del mencionado debate de 1920, dos posturas generales entre los intelectuales involucrados:

una mirada “biologicista”, basada en un determinismo hereditario y geográfico que comprendía

que para mejorar la raza colombiana era necesario instaurar fundamentalmente políticas de

fomento de inmigración de “raza blanca europea” (además de leyes prenupciales y campañas de

esterilización), y una mirada “culturalista” que veía en la implementación de reformas y políticas

sociales como campañas educativas e higiénicas la solución a lo que las élites entendían como el

“problema” de cómo lograr que Colombia entrara al escenario de las naciones civilizadas y

modernas. Esta separación entre los biologicistas y los culturalistas, ha sido entendida desde

posturas bipartidistas tradicionales colombianas (unos corresponderían a una mirada más

conservadora y los otros a una más liberal, unos serían más racistas y los otros menos), teorías

hereditarias diferentes (eugenesia dura informada por el mendelismo y eugenesia blanda

informada por el neo-lamarckismo), hasta posturas teóricas foucaultianas: un bando reflejaría una

estrategia de disciplinamiento sobre el individuo mientras el otro una estrategia de regulación

sobre la población. De forma diacrónica, también se ha señalado que en términos generales la

mirada biologicista fue la imperante en el pensamiento social de las élites durante los gobiernos

7 Para un panorama general de la historia del racismo científico de finales del siglo XIX y principios del XX en

Europa y América, ver, entre otros, Allan Chase, The legacy of Malthus: the social costs of the new scientific racism

(New York: Knopf, 1977); Frank Dikötter, ''Race Culture: Recent Perspectives on the History of Eugenics,'' The

American Historical Review 103 (1998): 467-478; Waltraud Ernst y Bernard Harris, eds., Race, science and

medicine, 1700-1960 (New York: Routledge, 1999); Stephen Jay Gould, La falsa medida del hombre (Barcelona:

Crítica, 2003 [1981]); Max S. Hering Torres, '''Raza': Variables históricas,'' Revista de Estudios Social 26 (2007): 16-

27; Jonathan Marks, ''Scientific racism, History of,'' en Encyclopedia of Race and Racism. Volumen 3, ed. John

Hartwell Moore (Detroit: Thomson/Gale, 2008), 1-16; Diane Paul, ''Darwin, social Darwinism and eugenics,'' en The

Cambridge companion to Darwin, ed. Jonathan Hodge y Gregory Radick (Cambridge: Cambridge University Press,

2003), 214-239; Nancy Stepan, The Hour of Eugenics: Race, Gender, and Nation in Latin America (Ithaca: Cornell

University Press, 1991). 8 Luis López de Mesa, ed., Los problemas de la raza en Colombia (Bogotá: El Espectador, 1920). Algunos de los

trabajos que han abordado este debate son, Alien Helg, “Los intelectuales frente a la cuestión racial en el decenio de

1920: Colombia entre México y Argentina”, Estudios Sociales 4 (1989): 36-53; Zandra Pedraza, “El debate

eugenésico: Una visión de la modernidad en Colombia”, Revista de Antropología y Arqueología 9 (1996): 115-159;

Sáenz, Saldarriaga y Ospina, Mirar la infancia; Noguera, Medicina y política; Andrés Klaus Runge y Diego

Alejandro Muñoz, “El evolucionismo social, los problemas de la raza y la educación en Colombia, primera mitad del

siglo XX: El cuerpo en las estrategias eugenésicas de línea dura y de línea blanda”, Revista Iberoamericana de

Educación 39 (2005): 127-168; Eduardo Restrepo, “Imágenes del “negro” y nociones de raza en Colombia a

principios del siglo XX”, Revista de Estudios Sociales 27 (2007): 46-61; Santiago Castro-Gómez, “Razas que

decaen, cuerpos que producen. Una lectura del campo intelectual colombiano (1904-1934)”, en Biopolítica y formas

de vida, ed. Rubén A. Sánchez (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2007), 197-142; Jason McGraw,

“Purificar la nación: eugenesia, higiene y renovación moral-racial de la periferia del Caribe colombiano, 1900-1930”,

Revista de Estudios Sociales 27 (2007): 62-75.

4

conservadores de las primeras tres décadas del siglo XX, mientras que a partir de la llegada de los

liberales al poder en la década de 1930 se generó un desplazamiento en la forma de entender a la

población articulada ahora por saberes que comprendían que el problema era más de orden social

y cultural que biológico.9

Es mi intención proponer en este artículo que abordar la historia de la eugenesia –y en

general de la forma como se configuraron modelos particulares de gobierno sobre la población–

desde una perspectiva que centra su análisis en los saberes, los discursos y las prácticas que

intentaron regular las condiciones alimenticias y capacidades fisiológicas de la población,

implica, por lo menos, una matización a la periodización que propone el paso de una mirada

biológica de la población durante la Regeneración y la Hegemonía conservadora a una social y

cultural durante la Republica Liberal. Y que al tener en cuenta en la historia de la eugenesia la

construcción cultural de un campo de saber fisiológico sobre el trabajo y la alimentación

articulado por la metáfora del cuerpo máquina, la misma distinción entre una mirada biologicista

y una mirada culturalista se vuelve mucho más difusa. Acá, en vez de asumir que la realidad se

deja compartimentar de forma nítida entre aspectos culturales y aspectos naturales10

y que los

conocimientos producidos para dar cuenta de estos aspectos son fácilmente separables, se

propone un enfoque que entiende que los saberes científicos y el orden social se producen de

forma conjunta y que el estudio de la naturaleza y de la sociedad es performativo toda vez que

ayuda a configurar las realidades (biológicas y sociales) que intenta estudiar.11

Como han señalado historiadoras de las ciencias de la vida como Donna Haraway y Nelley

Oudshoorn, problematizar la división moderna entre cultura y naturaleza permite, por un lado,

entender esta separación ontológica como una construcción cultural particular que justamente ha

impuesto formas de conocimiento diferenciadas (disciplinas científicas separadas) para abordar

estos aparentemente irreconciliables ámbitos (por ejemplo la diferencia creada por las mismas

ciencias sociales entre sexo (natural) y género (cultural)), y por el otro, abordar las teorías

científicas sobre lo natural no simplemente como un reflejo transparente de lo que está allá afuera

(organismo, sexo, genes, hormonas, etc.), sino como una serie de discursos y prácticas mediadas,

entre otras cosas, por estereotipos culturales sobre el hombre y la mujer y en general por

relaciones asimétricas de poder.12

Siguiendo algunos de estos planteamientos, estudiosos de la

raza como Peter Wade proponen que esta vía teórica puede aportar poder explicativo en el marco

9 Ver, por ejemplo, Sáenz, Saldarriaga y Ospina, Mirar la infancia, 90; Castro-Gómez, “Razas que decaen”, 137;

Daniel Díaz, “Razas, pueblo y pobres”, en Genealogías de la colombianidad, ed. Santiago Castro-Gómez y Eduardo

Restrepo (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008), 42-69. 10

Sobre la diferenciación ontológica entre lo natural y lo cultural como una construcción propia del pensamiento

occidental moderno, ver Bruno Latour, Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropología simétrica (Buenos Aires:

Siglo XXI, 2007); Phillipe Descola, Más allá de naturaleza y cultura (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2012). 11

Sheila Jasanoff, “Ordering knowledge, ordering society”, en States of knowledge: the co-production of science and

social order, ed. Sheila Jasanoff (London: Routledge, 2004), 13-45; Stefan Pohl-Valero, “Perspectivas culturales

para hacer historia de la ciencia en Colombia”, en Historia cultural desde Colombia: categorías y debates, ed. Max

S. Hering Torres y Amada Carolina Pérez (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia / Pontificia Universidad

Javeriana / Universidad de los Andes, 2012), 399-430. 12

Donna Haraway, Simians, Cyborgs, and Women. The Reinvention of Nature (New York: Routledge, 1991); Nelly

Oudshoorn, Beyond the natural body: An archeology of sex hormones (London: Routledge, 1994).

5

de una historiografía anglosajona que tradicionalmente ha producido una noción histórica de raza

muy rígida en la que se pasa de un racismo biológico a uno cultural. Como menciona Wade, esta

periodización historiográfica del racismo (del biológico del siglo XIX y principios del XX al

cultural de mediados del XX en adelante)

involucra la naturalización de la cultura y la culturización de la naturaleza: esta dinámica dual hace

que no sea claro de qué se está hablando cuando se menciona lo natural y lo cultural en un contexto

determinado y por lo tanto permite la posibilidad de ver lo natural como cultural y lo cultural como

natural. […] Adentrarse en lo que significa lo natural (y la sangre, los genes y la biología) en un

determinado contexto nos ayuda a ver las formas flexibles de cómo funcionan los discursos

raciales.”13

Así, en el presente texto se aborda la analogía de cuerpo máquina como un artefacto

anclado en un contexto cultural particular que permitió ensamblar una serie de saberes, prácticas

e instituciones que en conjunto ayudaron a producir una realidad determinada de la naturaleza

humana y por lo tanto estrategias particulares de gobierno sobre la población.14

La alimentación

de la población se convirtió así en un campo de investigación e intervención articulado por el

lenguaje, a la vez natural y cultural, de la fisiología energética de la nutrición y por una

concepción particular de la herencia que entendió que la máquina humana optimizada podía

heredar esa condición.

En la primera parte de este artículo se mostrará cómo la alimentación –y la nutrición como

el campo científico para su intervención–, se volvió un problema social justamente cuando se

convirtió en un objeto de investigación científica y cómo el abordaje de esta, a la vez, “cuestión

obrera” y “problema fisiológico” desdeñó las fronteras que las ciencias sociales han asumido

tradicionalmente entre lo natural y lo cultural. Se argumenta que los discursos y proyectos de

reformas sociales relacionados con esta regulación fisiológica/energética del cuerpo trabajador,

no sólo buscaron producir una clase obrera eficiente, sino que ayudaron a generar, aunque de

forma contradictoria, clasificaciones étnicas y regionales jerárquicas y reduccionistas. Aunque el

13

Peter Wade, Race, Nature and Culture (London: Pluto Press, 2002), 15 [la traducción es mía]. Max S. Hering

Torres señala algo similar sobre la problematización de lo natural a la hora de definir el concepto de racismo como

categoría analítica: “The adjective ‘biological’ becomes an element which enables one to restore the specificity of

racisms. However, it can also be a source of confusion with respect to the historical study of racism, insofar as there

is no clarity about the meaning of the term ‘biological’. For some academics, ‘the biological’ may imply a modern

referent, understood as a reference to a nineteenth-century discipline or body of scientific knowledge. Nevertheless,

when one uses the term ‘biological’, one may also refer to an idea about ‘difference’ as something which is inherited

through the body, blood or spirit.” Max S. Hering Torres, “Purity of Blood. Problems of Interpretation”, en Race and

Blood in the Iberian World, ed. Max S. Hering Torres; María Elena Martínez y David Nirenberg (Berlin: Lit Verlag,

2012), 31. Ver también Julio Arias y Eduardo Restrepo, “Historizando raza: propuestas conceptuales y

metodológicas”, Crítica y Emancipación. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales 3 (2010): 54-56. 14

El concepto de “artefacto cultural” como vía metodológica de análisis para la historia de la ciencia se desarrolla en

Pohl-Valero, “Perspectivas culturales”. Peter Wade también propone abordar la noción de biología como un artefacto

cultural que difumina la frontera entre cultura y biología y que destaca que el lenguaje biológico es en sí mismo un

lenguaje cultural. Peter Wade, “Afterword. Race and Nation in Latin America. An Anthropological View”, en Race

and nation in modern Latin America, ed. Nancy Appelbaum; Anne S. Macpherson y Karin Alejandra Rosemblatt

(Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2003), 272.

6

apoyo del gobierno para este tipo de campañas se incrementó a partir de la década de 1930, se

destaca que esta conceptualización energética de la raza estuvo presente en el pensamiento social

tanto de las élites conservadoras como liberales desde finales del siglo XIX. En la segunda parte,

se mostrará cómo el saber biológico de la nutrición, que ayudó a agregarle una capa significante

adicional a los discursos de raza en el contexto colombiano de finales del siglo XIX y primeras

cuatro décadas del XX, giró en torno a la construcción cultural del cuerpo como una máquina

térmica transformadora de energía, cuestión que dista mucho de ser un reflejo transparente de lo

que solemos denominar como la naturaleza humana. Posteriormente se analizarán algunas de las

campañas educativas e instituciones que estuvieron involucradas en lograr que la población

empezara a concebir sus cuerpos como máquinas térmicas que debían estar en óptimas

condiciones para transformar la energía de los alimentos en trabajo productivo. La población

infantil se convirtió en uno de los principales objetivos de estas campañas de ingeniería social,

siendo la ciencia de la puericultura y su concepción neo-Lamarckiana de la herencia, la que

ayudó a consolidar la idea de que la condición del cuerpo máquina optimizado para la producción

se podía heredar. En la última parte del texto se destaca el componente energético presente en los

debates de la época sobre la degeneración racial hereditaria causada por el alcoholismo y en

particular por la chicha.

NUTRICIÓN, HIGIENE MODERNA Y RAZA

En las dos primeras décadas del siglo XX, se empezó a reflejar el incipiente interés de los

médicos colombianos por conocer los hábitos y cualidades alimenticias de las poblaciones de las

diferentes regiones del país y por intentar que el Estado regulara su alimentación de acuerdo a la

moderna ciencia de la nutrición. Como lo comentara en 1911 el médico e higienista conservador

Pablo García Medina, presidente en ese momento del Consejo Superior de Sanidad y director de

la Revista de Higiene, “la defectuosa alimentación de nuestra clase obrera debe hacernos meditar

sobre las funestas consecuencias que ella tiene no solamente sobre la salud individual y colectiva,

sino sobre el porvenir de la raza; y si algún papel importante desempeña la higiene moderna en

los pueblos es, ciertamente su relación con los problemas sociales que en la hora actual

preocupan a la mayor parte de los Gobiernos del mundo, y a cuya solución puede contribuir de

una manera eficaz”.15

García Medina, quien jugaría un papel fundamental en la consolidación y

centralización de la higiene pública en Colombia,16

destacaba por tanto la relación entre

alimentación y problemas sociales como un campo de estudio e intervención fundamental de la

“higiene moderna”, a la vez que reflejaba una conceptualización energética del funcionamiento

del cuerpo humano:

15

Pablo García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera en relación con el alcoholismo”, Revista de

Higiene. Órgano del Consejo Superior de sanidad de Colombia 6, no. 88 (1914): 161-176, 161. Este artículo se

publicó originalmente en 1911 en la Revista médica de Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de Medicina. 16

García Medina fue secretario, en pleno inicio del periodo político conservador de la Regeneración, de la recién

creada Junta Central de Higiene, posteriormente fue el creador del Consejo Superior de Sanidad, de la Dirección

Nacional de Higiene (1918) y del Departamento Nacional de Higiene (1931). Emilio Quevedo et al., Café y gusanos,

mosquitos y petróleo. El tránsito de la higiene hacia la medicina tropical y la salud pública en Colombia, 1873-1953

(Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004), 167.

7

En el hombre como en todo organismo en actividad, se desarrolla constantemente energía, la cual se

manifiesta en los movimientos que ejecutamos, en el calor que produce nuestro cuerpo, en la

electricidad que se desarrolla en los tejidos, etc. etc. Los órganos toman del exterior los alimentos

necesarios para producir esta energía. El oxígeno, las sustancias como el azúcar y el almidón,

llamadas hidratos de carbono, y compuestas de hidrógeno, oxígeno y carbono, y las formadas de

estos tres elementos, pero en otras proporciones, suministran al organismo la energía.17

Gracias a esta concepción del funcionamiento del cuerpo, apuntaba García Medina, la

ciencia moderna tenía la capacidad de “contribuir a mejorar la situación de la clase obrera” a

través del estudio de su alimentación y la definición de dietas adecuadas energéticamente de

acurdo al tipo de trabajo que realizaban, así como debería establecer la vestimenta necesaria y las

características de habitaciones higiénicas que ayudaran al balance energético de sus actividades.

Uno de los trabajos pioneros que mencionaba García Medina sobre estos temas era el del médico

Manuel Cotes, que en 1893 presentó en el Primer Congreso Médico Nacional un estudio sobre el

“Régimen alimenticio de los jornaleros de la Sabana de Bogotá”. En su trabajo, la comida era

entendida como el conjunto de elementos químicos que la componían y cuyas propiedades

jugaban diferentes papeles en el funcionamiento metabólico del organismo. En el centro de su

análisis se encontraba el objetivo de aumentar la “potencia productiva del país” en la medida que

se pudieran realmente “restaurar las fuerzas aniquiladas por el trabajo” a través de lo que se

empezó a llamar la alimentación racional.18

Como lo comentaba al inicio de su trabajo, era

sorprendente la “despreocupación [de los “abnegados jornaleros”] en lo tocante al pan de cada

día para restaurar las fuerzas perdidas por la fatiga muscular de nueve o diez horas de trabajo,

para lo cual sólo cuentan con un pedazo de pan negro y una totuma de chicha mal preparada”19

.

Cotes, que en el futuro sería presidente de la Junta Departamental de Higiene del Magdalena,

realizó un estudio minucioso sobre más de 200 trabajadores, categorizando a tres tipos de obreros

y estableciendo el salario promedio y régimen alimentario de cada uno de ellos. A partir de esto,

estableció que la alimentación que tenían era insuficiente para suplir su gasto energético en el

trabajo y propuso una ración alimentaria racional, de acuerdo al trabajo realizado y tratando de

adaptarse a sus ingresos laborales. Cotes instaba a los participantes del Primer Congreso Médico

Colombiano en reconocer la importancia de inculcar en los escolares y trabajadores una higiene y

régimen alimentario que les enseñara a cómo convertirse en máquinas eficientes para el progreso

de la nación y que el estado vigilara y regulara el salario de los jornaleros para que fuera

suficiente para suplir sus “necesidades vitales” de alimentación, habitación y abrigo.20

Una de las preocupaciones de Cotes, que compartía con varios médicos de la época, era el

papel de la alimentación para el “porvenir de la raza”. El concepto de raza utilizado en estos

discursos era ambiguo, aludiendo algunas veces a la población colombiana en general y otras

17

García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera”, 172. 18

Cotes, Régimen alimenticio, 41-42. 19

Cotes, Régimen alimenticio, 5 20

Cotes, Régimen alimenticio, 47-48.

8

veces a grupos regionales, p.ej. la “raza antioqueña”, o a comunidades indígenas. El mismo Cotes

se preguntaba por las capacidades físicas, morales e intelectuales de los “indios de la Sabana de

Bogotá”, o la “tribu chibcha”, recalcando que “las fuerzas físicas y morales de un pueblo se

desarrollan ventajosamente en razón directa y precisa de los alimentos que usa”. Para Cotes los

“chibchas” habían tenido en épocas de la conquista y durante la colonia una alimentación

“sustanciosa y reparadora, prueba de lo cual es la robustez e inteligencia de esta raza poderosa y

rica”.21

Haciendo una fuerte crítica al periodo republicano y en particular a las políticas del

liberalismo económico de mediados del siglo XIX que “tuvieron la increíble decisión de suprimir

los resguardos indígenas”, se lamentaba de que se hubiera truncado la configuración de una raza

mestiza ideal para el trabajo en las condiciones atmosféricas y climáticas de las alturas. Para

Cotes, el freno de su progreso se desprendía de la combinación de elementos políticos

(liberalismo económico: desaparición de los resguardos), sociales (mala instrucción y bajos

salarios) y fisiológicos (desgaste de la máquina humana por la mala alimentación):

Y si dichos gobiernos [republicanos] hubieran atendido a la instrucción de aquellas gentes, y

adoptado medidas positivas para que el salario hubiera sido suficiente a compensar el gasto de

trabajo prestado, ese pueblo, libre, inteligente y laborioso, rodeado de los afectos entrañables del

hogar, habría sido la sólida base de una nueva raza formada por cruzamiento y selección con las

mejores condiciones físicas para vencer las acciones atmosféricas y climáticas de estas alturas,

mejor que ninguna otra raza inmigrante.22

Con respecto a los trabajadores de otras regiones, la clasificación de sus capacidades

laborales y morales también se supeditaba al tipo de alimentación que tenían y por tanto a la

cantidad de energía que ingerían. De acuerdo a estadísticas del consumo de carne en las

diferentes regiones del país, Cotes destacaba el “absurdo fisiológico” de que su consumo

disminuía en la medida que aumentaba la altitud. Era ésta una de las razones por las cuales los

obreros de “la Costa y los antioqueños tengan mayor resistencia al trabajo que los boyacenses y

los sabaneros, puesto que su alimentación de aquellos es superior a la de éstos, lo que, por lo

mismo, los hace ser más robustos y más inteligentes”.23

Igual argumento esgrimía García Medina

en un estudio sobre los peones de los llanos del Casanare. Aunque su alimentación, aseguraba

este médico, era limitada y poco variada (principalmente arroz, yuca, plátano y gran cantidad de

carne y café), era lo suficientemente nutritiva, lo que repercutía en que tuvieran gran fuerza

muscular, resistencia a la fatiga, y fueran “inteligentes, locuaces y valientes”. En contraste, los

habitantes de la cordillera eran “débiles, anémicos y perezosos”, dado que comían mucha menos

carne que los llaneros.24

Por su parte, el ingeniero y viajero naturalista Miguel Triana señalaba en 1913 las claves

para lograr el progreso de la sociedad y la “regeneración” de la población colombiana, desde una

21

Cotes, Régimen alimenticio, 24. 22

Cotes, Régimen alimenticio, 25. 23

Cotes, Régimen alimenticio, 39. 24

Citado en Cotes, Régimen alimenticio, 45-46.

9

perspectiva igualmente energética. Este ingeniero destacaba que en la altiplanicie andina, a pesar

de que era donde “la locomoción es fatigosa, donde el corazón invierte mayor cantidad de

esfuerzo para distribuir la sangre en las diversas regiones del organismo humano y donde la

temperatura gélida impone al labriego para la producción agrícola mayor suma de trabajo”, era

justamente el lugar donde mejor se podían aprovechar la “multitud de fuerzas que la montaña

esconde”25

. Las condiciones climáticas y fisiológicas de las alturas, aseguraba Triana, eran las

que habían formado en los serranos sus amplias capacidades de trabajo y un carácter “valiente,

parsimonioso, perseverante y pensador”, a diferencia de los “hijos de la llanura” que “son más

débiles en todo sentido que éstos” ([primera página del artículo]). Esta “sociología de la

montaña”, como él mismo la nombró, indicaba el camino para que los “compatriotas de sangre

indígena”, a lo largo de toda Colombia, salieran de la “clasificación de las razas inferiores”,

cuando supieran aprovechar y optimizar sus recursos energéticos y cuando “abra[n] sus ojos a la

luz de la ciencia positiva y no a la sofisticada y presuntuosa de Salamanca que todavía se deletrea

en nuestros Liceos clásicos” ([segunda página del artículo]). La sociología que proponía Triana

reflejaba en toda su extensión el paradigma energético en que se inscribía:

Tener fuerza debe ser para hombres y naciones la suprema, la primordial aspiración; no porque la

muscular de los unos, en bruto, y la militar de las otras, por sí sola, aseguren la felicidad, sino

porque la salud, el intelecto, y el carácter tienen su origen común en las energías físicas. Los

hombres como los pueblos, toman la fuerza que transforman en nutrición, labores, comodidades,

instrucción, etc., de las variadas fuentes de energía que les ofrece la naturaleza en el rayo del sol, en

el abrigo de la tierra, en la hulla o en las cascadas, manifestaciones todas de la energía térmica

universal. Así, el grado de civilización y cultura podría medirse en unidades mecánicas de

termodinámica. La vida psíquica y los progresos sociales representan, en último análisis, puros

consumos de calor ([primera página del artículo]).

Imagen que acompañaba el artículo de Triana de 1913

25

Miguel Triana, “Sociología de la montaña”, El Gráfico, 4, n.123 (1913): s.p. [primera página del artículo].

10

En pleno periodo político conservador de finales del siglo XIX y principios del XX,26

las

palabras de estos higienistas e ingenieros reflejaban los complejos e interconectados aspectos

fisiológicos, sociales y morales con los que las élites buscaban producir una población idónea en

términos energéticos para lo que ellos entendían que debía ser el progreso y civilización de la

nación.27

La idea de forjar una “nueva raza”, tal como lo comentaba Cotes, captaba en toda su

dimensión este proyecto de reformas sociales que en su aspecto fisiológico/energético, no sólo

buscaba producir una clase obrera eficiente, sino que ayudaba a generar, aunque de forma

contradictoria, clasificaciones étnicas y regionales jerárquicas y reduccionistas. El proceso de

integración económica que las elites criollas habían llevado a cabo a lo largo del siglo XIX para

convertir a los indígenas, negros y mestizos en participantes efectivos para una economía de

mercado y en mano de obra eficiente –aunque manteniéndolos al margen de la vida política y

reproduciendo un orden colonial jerárquico y excluyente–,28

en los albores del siglo XX se estaba

convirtiendo, a la vez, en un proyecto de optimización y de mantenimiento tanto preventivo como

correctivo al interior de los cuerpos-máquinas, enmarcado en un proceso de incipiente

industrialización y de creciente preocupación por aumentar la productividad del país.

Esta forma de conceptualizar e intentar regular el cuerpo de la población trabajadora no

tendría mayores modificaciones con la llegada del periodo liberal en la década de los 30’s. La

idea de que el estado debería intervenir en aspectos sociales tales como la regulación de sueldos y

precios de la alimentación, las condiciones higiénicas laborales y la enseñanza en materia de

higiene y regímenes alimentarios fue una constante en la primera mitad del siglo XX por parte de

la élite científica nacional y que poco a poco se iría materializando en acciones y políticas

concretas, aumentando eso sí su institucionalizando y apoyo gubernamental durante la república

liberal.29

26

Como ha señalado Marco Palacios, la Regeneración “debe enfocarse como un movimiento complejo que

empobreceríamos al reducirlo a un estereotipo conservador” y en el que existieron claras continuidades con el

periodo liberal anterior, por lo menos en lo referente a sus concepciones sobre la modernización económica del país

y sobre los “valores centrales de lo que solemos llamar la civilización occidental.” Marco Palacios, “La

Regeneración ante el espejo liberal y su importancia en el siglo XX”, en Miguel Antonio Caro y la cultura de su

época, ed. Rubén Sierra Mejía (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 269-270. 27

Como comenta Hayley Frosyland para el periodo de la Regeneración, “la salud pública, la caridad y la instrucción

moral fueron primordiales en la lucha por mejorar la raza colombiana y por formar la cultura común y los valores

comunes que son tan frecuentemente considerados como esenciales para la formación de una identidad nacional.”

Hayley Froysland, “The regeneración de la raza in Colombia”, en Nationalism in the New World, ed. Don H. Doyle y

Marco Antonio Pamplona (Athens and London: The University of Georgia Press, 2006), 165. 28

Para el proceso de integración económica, de exclusión política y de construcción de una ética del trabajo de los

grupos raciales subordinados desde finales de la colonia hasta la mitad del siglo XIX, ver Frank Safford, “Race,

Integration, and Progress: Elite Attitudes and the Indian in Colombia, 1750-1870”, The Hispanic American

Historical Review 71 (1991): 1-33. Sobre el mismo tema de racialización, exclusión, capacidades laborales y

producción de sujetos económicos, en el contexto del liberalismo económico de la segunda mitad del siglo XIX, ver

Larson Brooke, Indígenas, élites y estado en la conformación de las repúblicas andinas 1850-1910 (Lima: Pontificia

Universidad Católica del Perú, 2002), cap. 1; Julio Arias, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden

nacional, racialismo y taxonomías poblacionales (Bogotá: Uniandes, 2005), parte II, cap. 2. 29

Desde una historia institucional y socioplítica de la salud pública en Colombia, Mario Hernández ha caracterizado

el sistema de salud nacional entre 1910 y 1929 como uno guiado por instituciones de beneficencia regidas por el

ideal católico de la caridad, aunque con la creciente presencia de una comunidad de médicos con intenciones de

modernizar la salud a través de una Higiene pública y privada de corte estatal. Este proceso se vería intensificado en

11

Así, si en 1920 los agricultores colombianos leían con interés que la termodinámica y la

nutrición estaban permitiendo “calcular el combustible necesario al trabajo de la máquina

hombre”, y por lo tanto definir el jornal del obrero de forma científica,30

años después, en 1935

aparecía en la misma revista de agricultura una conceptualización de la alimentación y el cuerpo

muy similar y que reflejaba en toda su extensión los interconectados aspectos naturales y

culturales que articulaban el horizonte conceptual para abordar y solucionar la “cuestión social”:

Cuando las cuestiones de debilitamiento de la raza, de la disminución de los nacimientos,

mejoramiento de la suerte de los trabajadores, salarios, pensiones, obreros, leyes de asistencia a los

viejos, a los enfermos y a los incurables, ocupan la opinión pública; cuando los socialistas dicen que

la cuestión social es una cuestión de estómago, hay que enseñar cuál es el rendimiento que mejor se

puede obtener de la máquina humana. Los mecánicos, electricistas, agrónomos, no ignoran el

manejo de las máquinas, pero no conocen las necesidades alimenticias.31

Este campo de saber para lograr el rendimiento de la máquina humana y evitar sus

debilitamiento racial se vio reflejado de forma institucional en las labores realizadas por el

Ministerio de Higiene, Trabajo y Previsión Social, creado a finales de la década de 1930. Una de

las primeras cartillas que publicó dentro de su campaña educativa, fue un estudio sobre la

alimentación de la clase obrera en Bogotá que incluía, entre otros, tipos de familia, niveles de

ingreso, alimentos ingeridos y sus precios en el mercado, así como la composición química de sus

nutrientes, valores calóricos y vitamínicos. Estos trabajos, aseguraba en Ministerio, debían ser

ampliamente divulgados para “hacer comprensible al público las bases de la política biológica”

que el gobierno intentaba desarrollar y para “formar una clara conciencia sanitaria en todas las

clases sociales del país.”32

El mismo ministerio publicó en 1940 una cartilla sobre Higiene

integral y alimentación del niño que desde el campo de la “puericultura” –que se entendía como

un movimiento eugenésico, como veremos más adelante– les sirviera a los “médicos que trabajan

el contexto de una incipiente consolidación de la “clase obrera” durante la década de 1920, aunque el gobierno

seguiría con una política de poca intervención estatal. La década de 1930 es caracterizada por Hernández como un

periodo en el que tanto liberales como conservadores coincidían en darle al estado un papel protagónico en la gestión

de obreros, desempleados y pobres. Es en este periodo que se empieza a consolidar un proceso de transformación de

la beneficencia a la asistencia pública comandada por el estado, aunque regionalmente el modelo de beneficencia

siguió operando en gran medida. Con la creación del Ministerio de Higiene, el Seguro Social, la Caja Nacional de

Previsión y otras instituciones, en la década de 1940, se parece consolidar un sistema de salud pública estatal que, no

obstante, estuvo estructuralmente fragmentado al dividir sus servicios e instituciones para pobres, los trabajadores

por sectores de presión y ricos. Mario Hernández Álvarez, “La fractura originaria en la organización de los servicios

de salud en Colombia, 1910-1946”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 27 (2000): 7-26. 30

R. G. C., “Modo de obtener la eficiencia del trabajador”, Revista Nacional de Agricultura 13, no. 187 (1920): 226-

229, 227-28. 31

Alberto Borda Tanco, “Ciencia de la alimentación. Motor humano y motor animado o de sangre”, Revista

Nacional de Agricultura 26, no. 367 (1935): 12-15, 14. 32

Socarrás, Alimentación de la clase obrera, 3. Este trabajo había sido publicado originalmente en la revista Anales

de Economía y Estadística, órgano de difusión de Contraloría General de la República, que había sido creada en

1923 como resultado de una de las recomendaciones de la misión norteamericana en asuntos económicos que el

gobierno contrató en ese mismo año (Misión Kemmerer). El Ministerio de Higiene decidió publicarla como cartilla

dentro de su campaña educativa.

12

en la Higiene Nacional” para la “solución de los numerosos problemas médico-sociales que a

diario se les presentan.”33

Sus autores, los médico Rubén Gamboa y Héctor Pedraza, dedicaban el

segundo capítulo de su obra al “problema social” de la alimentación –el primero estaba dedicado

a explicar la ciencia de la eugenesia–, cuyo campo de investigación debía incluir análisis sobre

“producción, transporte, consumo, educación, valor energético y biológico de los alimentos y de

sus mezclas, fijación del salario vital, de tal manera que se establezca una correlación justa entre

el poder adquisitivo del trabajo y el costo de las necesidades biológicas (alimentación, habitación,

vestido, diversiones).” 34

Su propósito último era optimizar lo que no dudaron en llamar la

“energía social” del país:

Si el organismo no recibe alimentos suficientes y apropiados en cantidad y calidad, no podrá

desarrollarse normalmente ni reparar sus tejidos, ni defenderse de las infecciones por falta de

inmunidad [...], ni mucho menos estará en capacidad de desarrollar la energía necesaria para el

trabajo. Este último aspecto del problema es el más importante y el que presenta mayores

dificultades, pues para conseguir que el pueblo pueda nutrirse correctamente en cantidad y calidad,

se necesita la intervención directa del Estado sobre los factores industriales de la producción,

transporte, distribución y consumo de los alimentos, y también sobre la educación, que

naturalmente debe ocupar el primer plano. Todos los gobiernos, en defensa de la salubridad pública,

intervienen para suministrar agua potable a las poblaciones; con mayor razón deben intervenir para

normalizar los múltiples factores que atañen a la alimentación, ya que ella es la fuente de la energía

social y base de la defensa de la salud individual y colectiva.35

En general, aprovechando estándares europeos y norteamericanos que permitían traducir en

calorías los contenidos nutritivos de los alimentos locales –carbohidratos, grasas y proteínas– y

definir los requerimientos calóricos mínimos para diferentes personas (lactantes, niños, etc.) y

actividades (jornaleros, obreros, etc.), desde finales del siglo XIX se empezaron a realizar

encuestas de los hábitos alimenticios de la “clase obrera” (de adultos y niños), análisis de la

composición nutricional de estos alimentos y su precio en el mercado, de las características

metabólicas de diferentes poblaciones y recomendaciones de raciones mínimas y sueldos

mínimos necesarios para suplirlas, así como incipientes campañas de higiene alimentaria y

conocimiento nutricional.36

Este ámbito de investigación e intervención, que transitaba entre lo

33

Rubén Gamboa Echandía y Héctor Pedraza, Higiene integral y alimentación del niño (Bogotá: Imprenta Nacional,

1940), 4. 34

Gamboa Echandía y Pedraza, Higiene integral, 51. 35

Gamboa Echandía y Pedraza, Higiene integral, 50. 36

Además de los trabajos ya mencionados, ver, entre otros, Liborio Zerda, “Estudio químico, patológico e higiénico

de la chicha”, Anales de la instrucción pública en la República de Colombia 14, no. 78 (1889): 3-51; Andrés

Carrasquilla, Atrepsia (Bogotá: Imprenta la Luz, 1889); Carlos Michelsen Uribe, “Carnes. Su consumo en Bogotá”,

Revista de Higiene. Órgano de la Junta Central de higiene 3, no. 29 (1891): 227-229; Miguel Arango M.,

Observaciones sobre la leche y el régimen lácteo (Bogotá: Imprenta de Medardo Rívas, 1893); Rafael Zerda Bayón,

Química de los alimentos, adaptada a las necesidades económicas e higiénicas de Colombia (Bogotá: Imp. del

Comercio, 1917); Calixto Torres Umaña, “Influencia de la chicha sobre el metabolismo azoado”, en Proceedings of

The Second Pan American Scientific Congress. Section VIII Part 2, ed. Glen Levin Swiggett (Washington:

Government Printing Office, 1917), 105-110; Calixto Torres Umaña, Sobre metabolismo azoado en Bogotá (Bogotá:

13

natural y lo cultural, entre políticas biológicas y políticas sociales, se enfocó en lograr la

“vigorización racial” de la población, ayudando justamente a darle un nuevo sentido a la noción

de raza. Pero además de este continuo tránsito entre los aspectos biológicos y sociopolíticos

presente en los discursos de médicos e ingenieros sobre regeneración racial, la misma concepción

energética del organismo y, como veremos a continuación, la idea de que el organismo

optimizado podía heredar esa condición se pueden entender como un lenguaje construido en un

contexto cultural particular y no simplemente como la porción biológico del pensamiento social.

Dicho de otra forma, no es que existieran saberes claramente diferenciados y acotados para los

compartimentos naturales y culturales de la realidad que se intentaba aprehender y gestionar, sino

que esa realidad adquirió una forma particular cuando se ensamblaron una serie de saberes,

prácticas e instituciones.

INGENIERÍA SOCIAL, HERENCIA Y PUERICULTURA

Uno de los discípulos del higienista García Medina fue el pediatra Calixto Torres Umaña quién

en su tesis de grado de medicina realizó una detallada investigación sobre las capacidades

metabólicas de los habitantes de Bogotá y Tunja. En este trabajo de 1913, Torres realizaba un

repaso del desarrollo histórico de la nutrición, destacando que esta ciencia había logrado su

máximo desarrollo al lograr integrar efectivamente en su concepción del metabolismo el

principio de la conservación de la energía. En el centro conceptual de esta nueva ciencia de la

alimentación, se encontraba, como ya hemos mencionado, la analogía del cuerpo humano como

una máquina térmica:

El organismo sirve para la transformación de la energía, y él no la retiene, como no la crea. En un

cuerpo adulto, en equilibrio de peso, la energía llevada por los alimentos es equivalente a la gastada

por el individuo […] el principio de la conservación de la energía se aplica pues al animal tan

Ed. Arboleda & Valencia, 1913); Remigio Díaz Valenzuela, Apuntes sobre la alimentación de los niños normales

durante los primeros meses de la vida (Bogotá: Tip. de El Voto Nacional, 1922); Calixto Torres Umaña, Problemas

de nutrición infantil (París: Eds. Franco-Ibero-Americana, 1924); Luis E. Ferro Latorre, Contribución al estudio de

la alimentación del niño normal en su primer año (Bogotá: Tip. Italia, 1927); Alonso Jaramillo Arango, Química

sanguínea, ración alimenticia y metabolismo (Medellín: s.n., 1932); Laurentino Muñoz, La tragedia biológica del

pueblo colombiano. Estudio de observación y de vulgarización (Cali: Editorial América, 1935); Carlos García

Mayorga, Problemas de la Alimentación en la Clase Obrera Colombiana (Bogotá: Editorial Santafé, 1935);

VV.AA., Nuestros alimentos (Bogotá: Imprenta Nacional, 1935); Aristides Paz Viera, Insuficiencia de la ración

Alimenticia del Obrero en Cartagena (Cartagena: Tipografía Di Costa, 1935); Alberto Borda Tanco, “Ciencia de la

alimentación. Motor humano y motor animado o de sangre”, Revista Nacional de Agricultura 26, no. 367 (1935): 12-

15; Juan B. Arias, “Las hortalizas y su valor alimenticio”, Revista Nacional de Agricultura 32, no. 395 (1937): 1046-

1066; Leonidas Hurtado M., “Informe que rinde al señor ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social, el subjefe

de Sanidad doctor Leonidas Hurtado M., de la visita practicada al sector de trabajo Puerto Sagoc”, Revista de

Higiene 19, no. 10 (1937): 5-40; José Francisco Socarrás, Alimentación de la clase obrera en Bogotá (Bogotá:

Imprenta Nacional, 1939); Francisco Abrisqueta, “Las condiciones y el costo de vida de la clase obrera en Medellín”,

Anales de Economía y Estadística 3, no. 6 (suplemento) (1940): 1-56; Miguel Arango R., “Notas sobre algunas

raciones alimenticias”, Revista Nacional de Agricultura 35, no. 436 (1940): 13-17; Jorge Bejarano, Alimentación y

nutrición en Colombia (Bogotá: Editorial Cromos, 1941).

14

exactamente como a la máquina de vapor. […] la nutrición se reduce a una transformación de la

energía.37

Esta analogía, que empezaba a estructurar la forma de estudiar e intervenir la alimentación

de la población, no debe ser considerada como un reflejo o explicación transparente de la

naturaleza humana encarnada en el discurso biológico de la fisiología de la nutrición. Como bien

lo ha señalado Donna Haraway, fue en el contexto industrial de la segunda mitad del siglo XIX

que “los científicos constituyeron materialmente el organismo como un sistema laboral,

estructurado a través de una división jerárquica del trabajo y de un sistema energético”.38

El ya

clásico trabajo de Anson Rabinbach sobre los vínculos entre economía salud y productividad, es

un estudio detallado del proceso de cómo se construyó la naturaleza humana en la Europa de la

segunda mitad del siglo XIX en torno a la concepción moderna del cuerpo como un motor

termodinámico.39

Como he analizado en otro lugar, en el contexto colombiano de finales del siglo

XIX esta analogía sufrió un complejo proceso de apropiación, donde elementos culturales,

religiosos y económicos jugaron un papel en la forma como el pensamiento social de la época,

tanto de las elites liberales como conservadoras, terminó por integrar en su horizonte de verdad

una interpretación del cuerpo humano que, aunque materialista, permitió cuantificar las

potencialidades de trabajo de la población mientras reducía su existencia real –física e

intelectual– a una mera condición de optimización energética.40

Si a mediados del siglo XIX se

destacaba el “doloroso” error de “algunos escritores que han equiparado al hombre con una

máquina”,41

en los primeros años del siglo XX la concepción de que “todo trabajador es una

máquina que sufre deterioros y que necesita continuamente repararse [y que] la fuerza con que

actúa esta maravillosa máquina humana es la energía”42

se había convertido en un elemento

estructurador en la forma de abordad la realidad social.

El estudio de Torres Umaña era un fiel reflejo de cómo esta concepción energética del

organismo, profundamente relacionada con la representación de una sociedad industrial y

productiva,43

ayudó a su vez a definir algunos de los “problemas sociales” que se percibían como

los más apremiantes de la nación colombiana. De hecho, la investigación de este médico fue

presentada en el segundo Congreso Científico Panamericano que se realizó en 1916-17 en

37

Calixto Torres Umaña, Sobre metabolismo azoado en Bogotá (Bogotá: Ed. Arboleda & Valencia, 1913), 14-15. 38

Donna Haraway, Modest Witness@Second Millennium. FemaleMan Meets OncoMouse: Feminism and

Technoscience (London: Routledge, 1997), 97. [La traducción es mía]. 39

Rabinbach, The Human Motor. 40

Pohl-Valero, “Energy, productivity and nutrition”. 41

Así lo aseguraba un manual de economía política con el que se estudiaba esta ciencia en la Colombia de la década

de 1850. Gorgonio Petano y Mazariegos, Manual de economía política (París: Rosa y Bouret, 1859), 110. 42

Sz, “El ahorro de energía”, Cromos 9, no. 196 (1920): 33. 43

En esa época se empezaba a producir en algunas ciudades de Colombia, como Medellín y Bogotá, un lento proceso

de industrialización y urbanización que poco a poco iría cambiando el modelo de producción colonial al moderno.

Para académicos como Santiago Castro-Gómez, no sólo fue la implementación de una nueva forma de producción la

que generó políticas para producir sujetos modernos, sino justamente el deseo y la virtualidad de esa

industrialización, lo que aún antes de sus condiciones materiales estructuró esas políticas y gobierno de la vida.

Santiago Castro-Gómez, Tejidos Oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930) (Bogotá:

Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2009).

15

Washington, como un ejemplo de los intereses de investigación nacional más relevantes.44

Por

iniciativa de la delegación norteamericana, se le pidió al gobierno colombiano que escogiera a los

ponentes locales para este congreso, siendo el médico Carlos Esguerra, presidente de la

Academia de Medicina de Bogotá, el que sentó los criterios para escoger los trabajos científicos

que se presentarían: “de acuerdo con la Academias y Facultades científicas, [que el Gobierno]

abriera un concurso sobre temas que, inscritos en el programa del Congreso, tuvieran interés

nacional y correspondieran a las ciencias que cultivan nuestras Academias y que el Gobierno

enseña en las Facultades que forman la Universidad.”45

El hecho de que un trabajo inscrito en la

fisiología energética de la nutrición fuera elegido para representar los intereses investigativos de

Colombia, demostraba la percepción de que este campo de saber era central para afrontar –pero a

la vez definir–, como el mismo Torres lo señalara, “nuestros más trascendentales problemas”.46

El director de la tesis de Torres, el mencionado higienista García Medina, no dudó en señalar que

este trabajo era “uno de los estudios de mayor mérito, de más trascendencia científica y social y

más inteligentemente desarrollados que se han presentado a esta facultad.”47

Su trabajo partía de mediciones fisiológicas y químicas realizadas en Bogotá y Tunja que,

una vez comparadas estadísticamente con la media europea, adquirían significado social sobre las

capacidades de progreso de la población colombiana y sobre la superioridad o inferioridad racial

de diferentes fisiologías regionales y nacionales. Esta cuantificación de la diferencia se basó en

las mediciones promedio de la temperatura corporal, de la capacidad torácica, del número de

glóbulos rojos y de la composición química de la orina que Torres obtuvo de muestras

poblacionales catalogadas como “clase obrera” y “clase acomodada”. Al comparar estos

resultados con los obtenidos en estudios similares realizados en poblaciones europeas y al

comprobar que “nuestro suelo es suficientemente rico en materiales nutritivos y que nuestros

productos alimenticios nada tiene que envidiar a los de las zonas templadas”, Torres concluía que

“nuestra raza […] está atacada de un principio de degeneración fisiológica [un retardo

nutricional] que la incapacita para defenderse contra las agresiones de la altura.”48

Así, aunque los

alimentos locales eran suficientemente nutritivos, la capacidad metabólica de su asimilación por

parte de la población de la altiplanicie, incluso de las clases acomodadas, era inferior a la

población europea, lo cual repercutía en una mayor disposición a adquirir ciertas enfermedades y

a una menor capacidad de trabajo físico.

Parecía ser que la máquina humana local era menos eficiente en su capacidad de

transformar la energía de los alimentos en trabajo físico e intelectual que la ubicada en otras

latitudes. Aunque la altitud era una de las causas inmediatas de esta disminución de la eficiencia

44

Calixto Torres Umaña, “La nutrición en la altiplanicie de Bogotá, en Proceedings of The Second Pan American

Scientific Congress. Section VIII Part 2, ed. Glen Levin Swiggett (Washington: Government Printing Office, 1917),

52-104. 45

Citado en, Ministerio de Instrucción Pública, República de Colombia, “Undécima parte. Segundo Congreso

Científico Panamericano de Washington”, en Memoria del Ministro de Instrucción Pública al Congreso de 1916

(Bogotá: Imprenta Nacional, 1916), 149. 46

Torres Umaña, “La nutrición”, 52. 47

Pablo García Medina, “Concepto del presidente de tesis”, en Torres Umaña, Sobre metabolismo azoado, 8. 48

Torres Umaña, “La nutrición”, 64.

16

humana, Torres señalaba que era muy probable que si se hicieran las mismas mediciones en

habitantes de otras regiones del país, se obtendrían resultados similares, ya que, además de la

altura, el hecho de encontrarse Colombia en la zona tropical ecuatorial, sin estaciones y con

características atmosféricas particulares, podía repercutir en esta inferioridad biológica. Una

generalización de esta visión energética y jerárquica de las razas la resumía muy bien unos años

después un reportero de la revista cultural Cromos en los siguientes términos:

¿Qué es lo que nos subyuga en el extranjero? Indudablemente la energía de que todos ellos, cual

más, cual menos, presentan rasgos pronunciados. Es esa energía lo que provoca en nosotros

reverencia, temor, sumisión. El europeo y el norteamericano que establecen aquí empresas de

cualquier índole triunfan casi siempre porque viven desarrollando una energía que en ocasiones

podríamos calificar de prodigiosa si no supiéramos de cuánto es capaz el hombre que ha aprendido

a disciplinarse y que sabe templar sus fuerzas físicas y morales. Con nuestra dejadez característica,

con nuestra flojedad, con nuestra quietud contrasta bárbaramente esa energía exultante, invencible,

siempre alerta, y hétenos ahí rendidos ya ante el extranjero […], y brota en muchas mentes el

pensamiento pesimista de que la pujante energía de las razas rubias acabará fatalmente por

dominarnos y mermar nuestra condición de hombres cabales y pueblo libre.49

Al igual que los higienistas que vimos en la sección anterior, Torres señalaba la

importancia de inculcar en el pueblo las nociones de una alimentación adecuada regida por la

ciencia de la nutrición, así como fomentar la educación física y aumentar el consumo de carne–

que las estadísticas locales mostraban como muy inferior al de países como Francia– y regular su

precio como las medidas necesarias para compensar las deficiencias metabólicas de la población

local. La consolidación de esta ciencia de la nutrición y su incipiente papel en las políticas de

estado para el gobierno de la vida, se vio reflejado de forma patente en la educación que recibían

los maestros de escuela. En 1917, en respuesta a las demandas de una mayor educación de la

higiene para la población, el gobierno designó como texto oficial para la enseñanza de la

nutrición en las Escuelas Normales de Colombia, un tratado escrito por el médico y químico

Rafael Zerda Bayón (1850-1920) y titulado Química de los alimentos, adaptada a las

necesidades económicas e higiénicas de Colombia. El Ministerio de Instrucción Pública compró

tres mil ejemplares del libro para distribuirlas en estos centros educativos que tenían como

función formar a los futuros maestros de las escuelas públicas de toda Colombia (Consejo de

Estado, 1917). Con esto, se pretendía asegurar que los maestros tuvieran los conocimientos

suficientes para transmitirles a la niñez colombiana las bases de una higiene alimentaria que

mantuviera la salud y que lograra un equilibrio energético entre lo que consumían y lo que

gastaban en el trabajo, así como aprender a aprovechar de la mejor forma los alimentos locales.

En el texto, Zerda Bayón definía la ciencia de la alimentación como un análisis termodinámico

para optimizar la capacidad productiva del cuerpo:

49

Gonzalo París, “Energía”, Cromos 5, no. 132 (1918): 161.

17

Termoalimentación es el estudio de la naturaleza de los alimentos necesarios para sostener un

número de calorías compatible con la buena salud durante el trabajo. [...] La alimentación racional

es la cantidad rigurosamente necesaria para sostener la vida en la más completa salud. […] La

alimentación completa debe satisfacer las necesidades orgánicas y ser de buena calidad y en

cantidad relacionada con los trabajos a que está sometido el hombre.50

En esos primeros años del siglo XX se publicaron también diversos manuales de higiene

destinados a escolares y madres que le prestaban especial atención al régimen alimenticio de los

niños. Como uno de ellos señalaba en 1905, “atribuida la degeneración visible de nuestra raza a

la acción del medio, a la vaga e indefinida del tiempo, no hemos fijado la atención en los

verdaderos agentes de nuestra debilidad y decadencia.”51

Su autor, el médico José Ignacio

Barberi en conjunto con Torres Umaña y otros médicos, fundaron años después, en 1917, la

Sociedad de Pediatría de Bogotá como una iniciativa para atacar esos “agentes de debilidad y

decadencia”. El objetivo de la sociedad era

Desarrollar y perfeccionar entre nosotros el estudio de las enfermedades de los niños, favorecer su

crianza y atenderlos con sus enfermedades; con tal fin propondrá por fundar consultorios gratuitos

en los distintos barrios de la ciudad, tratará de establecer la institución conocida con el nombre de

“Gotas de Leche” y se preocupará por divulgar por todos los medios posibles la manera de criar los

niños de acuerdo, con las ideas higiénicas modernas, para lo cual, sus miembros dictarán

conferencias periódicamente a las madres que desean mejorar la salud de sus hijos. Será pues, ésta

una Sociedad científica y docente a la vez que de beneficencia.52

La creación de la “Gota de Leche”, se llevó a cabo en Bogotá un año después. Aunque esta

institución, destinada a proporcionar leche a los niños pobres cuyas madres no tenían la

capacidad de atender adecuadamente su lactancia, ha sido generalmente entendida como un

programa de beneficencia social propio del ideal católico de la caridad,53

su existencia se

enmarcaba también en un campo científico sobre la alimentación y la higiene pública. De hecho,

se designó a la Sociedad de Pediatría para que dirigiera la “parte científica de la institución”, la

cual definió en términos calóricos las raciones de leche que deberían consumir los críos de

acuerdo a su edad y peso. Varios médicos de la época realizaron pasantías en estas instituciones y

realizaron sus tesis de medicina sobre análisis químicos y calóricos de la alimentación que

recibían estos niños, así como sobre la reconstrucción estadística del “tipo racial exacto [del niño

colombiano] en las distintas edades”.54

Esta institución, de iniciativa privada pero que contó cada

50

Rafael Zerda Bayón, Química de los alimentos, adaptada a las necesidades económicas e higiénicas de Colombia

(Bogotá: Imp. del Comercio, 1917), 15. 51

José Ignacio Barberi, Manual de higiene y medicina infantil al uso de las madres de familia (Bogotá: Imp.

Eléctrica, 1905), iii. 52

AGN. República, Ministerio de Gobierno, sección 4ta Personerías Jurídicas, tomo 6, ff. 131-132. 53

Beatriz Castro, Caridad y beneficencia, en el tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930 (Bogotá:

Universidad Externado de Colombia, 2007). 54

Jorge Andrade, Contribución del estudio del recién nacido (Bogotá: Editorial Minerva, 1922), 10-11. Ver, además,

Enrique Pardo Calderón, Consideraciones sobre las Gotas de Leche (Bogotá: Tip. Minerva, 1920); Tiberio Rojas,

18

vez más con apoyos gubernamentales y departamentales, fue presentada en 1919, tal como lo

comentara el higienista liberal Jorge Bejarano, como un espacio para formar “bellos ejemplares

de raza y vigor” y para lograr la “renovación de los pueblos.”55

Las mismas imágenes que

acompañaban el artículo de Bejarano, representaban a la Gota de Leche más como un laboratorio

de ingeniería social en el que a través de la ciencia y la enseñanza se estaba regenerando

fisiológicamente a la población, que como un simple espacio de asistencia benéfica. En 1933, al

inicio de un periodo liberal tras más de cuarenta años de gobiernos conservadores, existían unas

30 Gotas de Leche y Salas Cuna en 17 ciudades de Colombia, que preparaban un promedio de

150.000 teteros al mes.56

Imágenes que acompañaban el texto de Bejarano de 1919

Tanto las Gota de Leche como los comedores escolares, que se establecieron en diferentes

ciudades de Colombia en la década de 1930,57

buscaban inculcar en madres y niños los principios

de una alimentación racional basada en la nutrición y que aprendieran a concebir sus cuerpos

como máquinas térmicas que debían estar en óptimas condiciones para transformar la energía de

“Mortalidad infantil. Gota de leche”, Revista médica de Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de Medicina 36,

no. 429-432 (1918): 246-285; Remigio Díaz Valenzuela, Apuntes sobre la alimentación de los niños normales

durante los primeros meses de la vida (Bogotá: Tip. de El Voto Nacional, 1922). 55

Jorge Bejarano, “Las Gotas de Leche. Su significado y valor social”, Cromos 8, no. 181 (1919): 189-190. 56

Para los datos estadísticas de esta institución entre los meses de octubre y noviembre de 1933, ver “Gota de Leche

y Salas Cunas: Movimiento en el mes de Noviembre de 1933”, Revista de Higiene, Órgano del Departamento

Nacional de Higiene, 3, no.3-4 (1934): 162-163. 57

Según el informe de Calixto Torres Umaña en la Décima Conferencia Sanitaria Panamericana y la Tercera

Conferencia Panamericana de Eugenesia y Homicultura, realizadas conjuntamente en Bogotá en 1938, en Colombia

existían 638 “restaurantes escolares, destinados a procurar comida gratuita a escolares mal alimentados”,

distribuyendo alimentación a 100.000 niños. Calixto Torres Umaña, “Alimentación”, en Oficina Sanitaria

Panamericana, Actas de la décima Conferencia Sanitaria Panamericana (Bogotá: Oficina Sanitaria Panamericana,

1938), 468.

19

los alimentos en trabajo productivo. Las colonias de vacaciones escolares, iniciadas al final de

esa década, representaron un excelente ejemplo de estos laboratorios de ingeniería social en

donde se congregaban adolescentes campesinos de diferentes regiones del país por periodos de

tres meses para su “restablecimiento fisiológico” a través de un régimen higiénico que incluía

educación física y una alimentación racional.58

Tanto los comedores como las colonias eran

coordinados por el Ministerio de Educación, que a su vez inició en 1935 una importante campaña

de difusión cultural popular denominada la Biblioteca Aldeana. El contenido de estas bibliotecas,

que deberían llegar a cada uno de los municipios del territorio nacional, incluía, en primer lugar,

una serie de cartillas técnicas con conocimientos prácticos para la población campesina. El

conocimiento energético de la alimentación y del funcionamiento del cuerpo-máquina fue un

tema central en varias de estas cartillas.59

Tal como lo expresaba uno de estos texto, Nuestros

Alimentos,

Nuestro cuerpo es una máquina preciosa que necesita de especial solicitud. Sus varias piezas deben

funcionar en perfecta armonía. […] Como toda máquina, el cuerpo necesita de alimento para

trabajar. Este alimento, sin embargo, debe estar de acuerdo con la naturaleza de cada máquina. […]

Cuando el alimento es adecuado y tiene en cada órgano su conveniente desarrollo, la máquina

produce buen trabajo. Pero si el alimento no es adecuado, o está mal preparado en cualquiera de sus

varias fases, sobreviene la enfermedad.60

Así, el mismo cuerpo, además de las Gotas de leche, los comedores escolares y las colonias

vacacionales, e incluso las cocinas de los hogares colombianos deberían ser entendidos como

laboratorios de regeneración fisiológica. Otra de las cartillas de la Biblioteca Aldeana lo

expresaba de forma elocuente: “si de las sustancia que un individuo ingiere como alimentos no

puede el laboratorio de su cuerpo tomar lo que necesita para todos los fines mencionados [para

construir y reponer sus tejidos, para regular sus funciones, para promover su desarrollo y su salud

y para obtener la energía necesaria en la conservación del calor y en la ejecución del trabajo]”61

,

se arruinaría su salud y su resistencia vital, mientras que la preparación científica de las

sustancias nutritivas debería hacer que

la cocina [sea] un laboratorio donde las materias primas que son los alimentos crudos o en estado

natural, deben ser transformados en comida sana y digerible y no en tósigos tanto más perniciosos

en cuanto más agradables pudieran resultar al gusto. El lema de la buena cocinera debe ser nutrir

agradando y no deleitar intoxicando. De muy poco servirán los preciosos descubrimientos de los

58

Norberto Solano Lozano, “Colonia escolar de vacaciones”, en Educación Nacional. Informe al Congreso 1938.

Anexo I (Bogotá, Editorial ABC, 1938), 34. 59

VV.AA., Nuestros alimentos (Bogotá: Imprenta Nacional, 1935); VV.AA., Las doce plagas mayores (Bogotá:

Ministerio de Educación Nacional, 1935). 60

VV.AA., Nuestros alimentos, 7-8. 61

Ricardo Bonilla, “Alimentación defectuosa”, en VV.AA, Las doce plagas mayores (Bogotá: Ministerio de

Educación Nacional, 1935), 5.

20

sabios en materia de higiene de los alimentos si las amas de casa y las cocineras siguen

ignorándolos en lo que les corresponde saber.62

Imágenes de la revista Salud y Sanidad de 1937

Dentro del campo de saber fisiológico y de higiene pública que informaba este tipo de

instituciones y campañas, se encontraba también la moderna ciencia de la puericultura, como una

rama de la pediatría que no separaba en su enfoque lo biológico y lo social. Uno de sus

principales promotores en Francia, Adolphe Pinard, tuvo gran repercusión en Colombia,

traduciéndose su libro La puericultura (crianza de los recién nacidos) en 1907 por una editorial

62

Bonilla, “Alimentación defectuosa”, 15. [Las cursivas son mías].

21

bogotana.63

Esta ciencia, que los seguidores de Pinard en Colombia definían como aquella que

“trata de la investigación de todos los conocimientos concernientes a la reproducción,

conservación y mejoría de la especie humana”64

, se entendió como una fuente fundamental para

el “porvenir de la raza”. Varios médicos colombianos destacaban la idea de Pinard de que se

podría evitar las taras de los niños antes y después de su procreación a través de medidas

adecuadas y que eran entendidas como eugénicas:

La puericultura antes de la procreación no es sino una medida profiláctica que se toma para impedir

el número considerable de taras que hacen o pueden hacer del individuo una carga para la sociedad,

en lugar de un elemento activo y útil. Eso se propone la eugenesia, y preservando en sus esfuerzos,

llegará un día a hacer de la herencia, no la fuerza ciega que transmite males, sino la encargada de

rodear de dones la cuna del niño.65

Una de las concepciones fundamentales que informaban la puericultura y que permitió

concebir la alimentación de padres y niños como una campaña eugénica era la idea neo-

lamarckiana de la herencia de características adquiridas. Como lo explicaba el médico José

Salazar en su tesis de grado de 1921, las células germinativas podían degenerarse por acción

directa de ciertas enfermedades e intoxicaciones de los padres. Estas degeneraciones actuaban

sobre “los gérmenes que aún no se han conjugado, por intermedio de sus portadores, creando, en

su origen, lo que se ha llamado ‘defectos hereditarios’”. El alcoholismo de los padres, por

ejemplo, aunque fuera reciente antes de que naciera el niño, podían generar alteraciones en el

protoplasma de las células germinativas, produciendo “generaciones patológicas que continúan

amenazando a varias generaciones sucesivas, en forma de vicios o defectos hereditarios”.66

Como

ha señalado Nancy Stepan, para el caso de Brasil, Argentina y México, los fuertes vínculos

culturales de América Latina con Francia (en especial en la educación médica) así como algunos

valores católicos de estos países (que condenaban prácticas como la esterilización) fueron

factores importantes en la forma como fue apropiada y articulada una eugenesia “blanda” que fue

asociada “en el plano teórico con “nociones flexibles neo-Lamarckianas de la herencia (en las

que no se establecieron claras fronteras entre lo natural y lo cultural [nature and nutrure] y en el

plano práctico con un intervencionismo en salud pública.”67

63

Adolphe Pinard, La puericultura (crianza de los recién nacidos) (Bogotá: Lib. Americana, 1907). El movimiento

eugenésico en Francia se basó en la “regeneración” de la nación a través de la puericultura, en un contexto donde las

teorías hereditarias neo-lamarckianas dominaron el pensamiento científico sobre el darwinismo y el mendelianismo

hasta bien entrado el siglo XX. Los eugenistas franceses defendían por lo tanto la idea de que se lograría un

mejoramiento de la raza a través de la higiene y un entorno doméstico adecuado. Los padres eugénicos, criando a los

niños en estas condiciones, producirían beneficios hereditarios a la sociedad. Esta perspectiva positiva de la

eugenesia reflejaba a su vez el optimismo nacionalista de la Francia de la Tercera República. James Moore, “The

Fortunes of Eugenics”, en Medicine transformed: health, disease and society in Europe, 1800-1930, ed. Deborah

Brunton (Manchester: Manchester University Press, 2004), 278; W. H. Schneider, Quality and Quantity: The Quest

for Biological Regeneration in Twentieth-Century France (Cambridge: Cambridge University Press, 1990). 64

José Ignacio Vernaza, Higiene escolar (Bogotá: Arboleda & Valencia, 1912), 11. 65

Herman Gartner, Notas sobre puericultura pre-natal (Bogotá: Ed. Colombia, 1922), 11. 66

José Salazar Estrada, Mortinatalidad (Bogotá: Imprenta del comercio, 1921), 8. 67

Stepan, The Hour of Eugenics, 17. [La traudcción es mía].

22

El propio Torres Umaña, seguidor de los postulados neo-Lamarckianos, no dudaría en

afirmar que “fuera de la generación y de la herencia no hay en la biología un problema tan

trascendental como el de la nutrición.”68

Además de su papel como fundador de la Sociedad de

Pediatría y promotor de la puericultura, dedicaría numerosos trabajos al estudio de la nutrición

infantil, tratando de definir los requerimientos calóricos necesarios para los niños de acuerdo a

peso y edad y calculando el valor calórico de los alimentos más usados en Bogotá. En medio de

este creciente interés por el estudio científico de la alimentación para el mejoramiento y porvenir

de la raza, no sorprende que tanto Torrres Umaña, como el anteriormente mencionado higienista

Jorge Bejarano –que sería figura central en la creación del Instituto Nacional de Nutrición a

principios de la década de 1940– fueran dos de los invitados a discutir durante ocho viernes

consecutivos de 1920 los “problemas de la raza en Colombia” ante un público abarrotado en el

Teatro Municipal de Bogotá.69

La presentación de Torres fue, de hecho, un resumen de los

resultados de su investigación nutricional de 1913, y en la que volvía a asegurar que era “un

hecho experimentalmente comprobado que existen en nosotros [los habitantes de la altiplanicie

cundiboyacense] signos de debilidad biológica”, pero a la vez que la ciencia y la higiene podían

“suplir lo que la naturaleza no ha alcanzado a realizar en su proceso de adaptación.”70

Poniendo

como ejemplo a los trabajadores de Puerto Rico, destacaba cómo la higiene moderna los había

logrado transformar en “hombres robustos”, cuyo cambio favorable “se va acentuando más en sus

descendientes porque si heredan los caracteres adquiridos en sentido desfavorable, con mayor

razón los que son fruto de un restablecimiento en virtud de la fuerza biológica que tiende a llevar

a los individuos hacia sus tipos ancestrales.”71

Como bien señala Catalina Muñoz, estos debates no eran nuevos y ya habían interesado a

la élite de mediados del siglo XIX en su búsqueda del progreso económico de la nación. Pero

ahora, señala Muñoz, bajo el nuevo contexto económico y social de principios del siglo XX, se

volvían a formular inquietudes similares relacionadas con las capacidades de la población para

avanzar en la modernización del país. En medio de una incipiente industrialización, construcción

de infraestructura comercial tecnológica y de incursión en mercados internacionales, así como

por la emergencia de tensiones sociales protagonizadas por diversos actores (clase obrera,

mujeres, estudiantes), las élites se enfrentaron al “reto de dar sentido a una realidad social

cambiante”, apoyándose en teorías geográficas y médicas que “les brindaban herramientas que

usaron creativamente para entender y ordenar su realidad.”72

Lo importante acá, es señalar que el

campo de saber sobre la alimentación, enmarcado en la representación del cuerpo humano como

68

Calixto Torres Umaña, Problemas de nutrición infantil (París: Eds. Franco-Ibero-Americana, 1924), 9. 69

Luis López de Mesa, ed., Los problemas de la raza en Colombia (Bogotá: El Espectador, 1920). Sobre el proceso

de creación del Instituto Nacional de Nutrición, ver Orlando Chacón Barliza y Dary Ruiz Rojas, Historia de la

formación del nutricionista dietista en Colombia. Los primeros cinco programas, 1952-1971 (Bogotá: Universidad

Nacional de Colombia, 2007), 28-42. 70

Calixto Torres Umaña, “Cuarta Conferencia”, en Los problemas de la raza en Colombia, ed. Luis López de Mesa

(Bogotá: El Espectador, 1920), 176 y 180. 71

Torres Umaña, “Cuarta Conferencia”, 178. 72

Catalina Muñoz, “Estudio introductorio. Más allá del problema racial: el determinismo geográfico y las ‘dolencias

sociales’”, en Los problemas de la raza en Colombia, ed. Luis López de Mesa (Bogotá: Editorial Universidad del

Rosario, 2011), 16.

23

una máquina térmica –símbolo a su vez del ideal de modernización al que Colombia intentaba

incursionar–, supuso desde inicios del siglo XX uno de los elementos fundamentales para

asignarle una dimensión energética a la noción de raza. El cuerpo máquina podía ser regulado a

través de la alimentación –esto es, su combustible–, para lograr su optimización productiva y

luego heredar esta condición para encaminar el ingreso de la nación en la tan ansiada

modernidad. Si en 1911 el higienista conservador García Medina aseguraba que con una

alimentación adecuada el pueblo trabajador colombiano podría producir en el futuro generaciones

que “en vez del germen de la decadencia que hoy llevan, tendrían el vigor fisiológico necesario

para salvar la raza de la degeneración que la abate”,73

en 1935 una de las cartillas sobre nutrición

del proyecto cultural liberal de la Biblioteca Aldeana, indicaba que las deficiencias causadas por

el descuido alimentario del niño en su periodo prenatal y posnatal eran incorregibles

posteriormente, siendo así que “se hace necesario, pues, aplicar a los niños desde ahora mismo

los conocimientos que hoy tenemos sobre alimentación, para ir estructurando sus cuerpos y

fomentando su salud y vigor de modo tal que las generaciones que vienen superen a la nuestra.”74

CHICHA, PRODUCTIVIDAD Y RAZA

En general, las élites percibían que uno de los principales obstáculos en la producción de cuerpos

modernos y de una raza acorde con esa modernidad era el alcoholismo en tanto que revertía los

valores de trabajo y productividad propios de ese sujeto deseado y degeneraba, aún antes de su

procreación y en su estado prenatal, a las futuras generaciones de trabajadores. Tal como lo

comentaba el médico José María Lombana Barreneche al iniciarse el siglo XX, el alcoholismo, y

en particular el constante consumo de chicha –una bebida indígena extraída a partir de la

fermentación del maíz y muy popular entre campesinos y obreros– era la principal fuente de que

se levantaran “generaciones hambreadas y degeneradas física y moralmente; porque es necesario

no perder de vista que la raza entra por la boca; pueblo bien alimentado, pueblo vigoroso,

trabajador, independiente, altivo; nación de porvenir por sus adelantos en la industria, las artes y

las ciencias.” La degeneración racial causada por el alcoholismo, afirmaba Lombana, se

heredaba, siendo un grave peligro que los padres ignoraran que podían transmitir a sus hijos la

herencia similar de la beodez [embriaguez] o alguna similar.”75

Dentro de esta visión de la alimentación como elemento fundamental para la regeneración

de la raza, una tensión fundamental con la que se enfrentaron todos aquellos que emprendieron

estudios sobre los hábitos alimenticios de la “clase obrera” fue el hecho de que la chicha era la

principal fuente de alimentación energética de los obreros y la idea de que esta bebida era nociva

para la salud y fuente de degeneración racial hereditaria. El trabajo pionero del médico

conservador Liborio Zerda sobre los componentes químicos de la chicha realizada a finales del

73

García Medina, “la alimentación”, 170. 74

Ricardo Bonilla, “Alimentación defectuosa”, en VV.AA, Las doce plagas mayores (Bogotá: Ministerio de

Educación Nacional, 1935), 16-17. En esta cartilla los alimentos eran definidos como “todas las materias de que el

cuerpo hace uso para construir y reponer sus tejidos, para regular sus funciones, para promover su desarrollo y su

salud y para obtener la energía necesaria en la conservación del calor y en la ejecución del trabajo.” (5). 75

José María Lombana Barreneche, “Prevención del alcoholismo”, Revista Médica de Bogotá 23, no. 277 (1903):

804 y 808.

24

siglo XIX influyó a varias generaciones de médicos sobre la idea de que en el proceso de

fermentación de la bebida popular, se generaba una toxina que podía llegar a “embrutecer” al

pueblo.76

Pero la supuesta enfermedad del “chichismo” y el consiguiente esfuerzo para reducir el

consumo de la bebida, se enfrentaban a la realidad irreductible de que ésta era la principal fuente

de alimentación de un amplio sector de la población.

De acuerdo al ya mencionado estudio de Cotes de 1893, los carreteros de la Sabana de

Bogotá consumían en promedio al día 3575 gramos de chicha (que equivalían al 76% del total de

gramos de comida que consumían por día), los canteros 1300 gramos (50%), los jornaleros

hombres 3575 gramos (78%) y los jornalero mujeres y muchachos 2275 (77%). Incluso en la

dieta que recomendada para que la clase obrera sufriera el menor desgaste posible de acuerdo a

sus trabajo corporal y teniendo en cuentas sus muy limitados ingresos, la chica era irremplazable,

recomendando un consumo de 1625 gramos (41%).77

La misma municipalidad de Cundinamarca

establecía que el régimen alimenticio de los presos del Panóptico de Bogotá, en esa misma época,

debía incluir tres vasos de chicha diarios por persona.78

Por su parte, García Medina mencionaba

casi 20 años después, en 1911, que el consumo de chicha seguía siendo escandalosamente alto,

con un promedio de 3000 gramos al día. Tanto Cotes como García Medina mencionaban que

aunque los estudios de Liborio Zerda sobre los componentes químicos de la chicha demostraban

que tenía elementos tóxicos, esta bebida preparada de forma higiénica contenía principios

nutritivos y estimulantes que eran indispensables para que los trabajadores, en sus precarias

condiciones, pudieran suplir sus gastos energéticos. Como comentara el abogado Ramón Vanegas

en un estudio similar al de Cotes y realizado en la misma época, los trabajadores con menores

ingresos consumían por lo menos tres vasos de chicha al día, mientras que los que ganaban un

poco más, se alimentan mejor, “sin dejar por eso la chicha, bebida favorita, que si bien mantiene

las fuerzas, tal vez por las sustancias que la componen, también, al decir de algunos, origina el

embrutecimiento más triste; quizá a ella se deba la gran diferencia que se nota comparando la

vivacidad de inteligencia emprendedora del muchacho, con el carácter sumiso y casi nula

iniciativa del adulto.”79

El mismo Lombana Barreneche reconocía que la chicha “como alimento

tiene cualidades importantes, es la base de la alimentación de nuestros humildes trabajadores, que

apenas la acompañan de un pan negro y algún plato de mazamorra, para transformarla en la

energía con la que cultivan nuestros campos o en labores de otro orden.”80

En el marco de un debate que llevaba más de 100 años sobre las medidas de regulación que

se deberían adoptar sobre el consumo de la chicha para la buena moral, la salud y el orden

público de la población, a principios del siglo XX el registro de los argumentos se había

76

Liborio Zerda, “Estudio químico, patológico e higiénico de la chicha”, Anales de la instrucción pública en la

República de Colombia 14, no. 78 (1889): 3-51. 77

Cotes, Régimen alimenticio, 27-30. 78

Salomón Higuera, Observaciones sobre la alimentación suministrada a los presos / hechos por el ex-médico del

panóptico Salomón Higuera; desde fines de 1888, hasta principios de 1892 (Bogotá: Imprenta de Torres Amaya,

1892), 6. 79

Vanegas Mora, Estudio sobre nuestra clase obrera, 23. 80

Ricardo Tirado Macías y Ricardo Lombana Barreneche, “Correspondencia sobre la chicha”, Revista médica de

Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de medicina 27, no. 327 (1907): 360.

25

transformado notoriamente.81

Apelando a una especie de sociología energética espontánea por

parte de los trabajadores, García Medina explicaba las razones por las cuales estas personas

consumían la famosa bebida. La debilidad moral o las malas costumbres se habían desplazado a

favor de una explicación de equilibrio energético condicionado por los requerimientos de trabajo:

Una de las causas del abuso de la chicha es, sin duda, la alimentación insuficiente de la clase

trabajadora; y lo que se dice de esta bebida se aplica también al abuso del aguardiente en los lugares

donde ella no se consume. Uno y otra conducen al alcoholismo por una misma causa. En todo

tiempo y en toda zona el hombre siente necesidad instintiva de usar estimulantes del sistema

nervioso, y de ahí el empleo de las bebidas fermentadas y de otras más o menos excitantes como el

té y el café, todas las cuales se han tenido erróneamente por alimentos. Cuando la alimentación es

escaza o deficiente en ciertos principios, en relación con el esfuerzo que hay que emplear para la

ejecución de un trabajo y reparar las pérdidas de los tejidos, hay necesidad de hacer uso de esos

estimulantes cuya excitación pasajera engaña al organismo. Acostumbrase así el trabajador a buscar

en los productos alcohólicos la energía que le falta, y de aquí pasa fácilmente al abuso, cada días

más creciente, de una sustancia que, usada moderadamente, puede serle útil, pero que luego lo

conduce a la ruina completa. Llega entonces el alcoholismo, no por placer sino por una necesidad

de su organismo, que puede satisfacer mejor por otros medios; en tanto que otras clases sociales,

colocadas en mejores condiciones higiénicas y con una educación superior, llegan a él por una

vulgar satisfacción, tanto más censurable cuanto que, convertido en costumbre y propagado por el

ejemplo, el vicio individual se transforma en la más peligrosa de las enfermedades sociales.82

Desde la perspectiva del productivismo energético, la solución no era simplemente prohibir

el consumo de chicha, lo cual equivaldría a vaciar el tanque de la máquina social productora, sino

prepararla debidamente, bajar su grado de alcohol y combinarla con otros principios alimenticios,

o por lo menos encontrarle un sucedáneo. Así, con la consolidación de la alimentación racional,

la chicha, preparada debidamente, fue considerada por varios químicos y médicos, ya no como la

bebida que “embrutecía el pueblo”, sino como el combustible más barato que podía poner en

acción a la máquina humana.83

Por ejemplo, Zerda Bayón en su ya mencionado manual sobre

Química de los alimentos para las Escuelas Normales destacaba la importancia de bebidas como

el café y la chicha, dado que sus características químicas propiciaban en el organismo una buena

disposición para el trabajo y el ejercicio y desarrollaban más energía, disminuyendo el sentido de

fatiga. Aunque las bebidas alcohólicas eran presentadas como peligrosas para el hombre en la

sociedad (generaba violencia, indolencia y pereza al trabajo), la chicha era presentada por Zerda

Bayón como “la primera bebida alimenticia con que cuentan gran número de poblaciones de la

81

Para el debate sobre el consumo de chicha a finales de la colonia, ver Adriana Alzate Echeverri, Suciedad y orden.

Reformas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810 (Bogotá: Editorial de la Universidad del Rosario,

2007), cap. 3. Sobre la historia de la chicha y los debates médicos en torno a ella a finales del siglo XIX y principios

del XX, ver Noguera, Medicina y política, 150-169; Óscar Iván Calvo Isaza y Marta Saade Granados, La ciudad en

cuarentena. Chicha, patología social y profilaxis (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2002). 82

García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera”, 170-171. 83

Esto no quiere decir que existiera un consenso entre los médicos nutricionistas al respecto. Tanto Calixto Torres

Umaña como Jorge Bejarano fueron fieros detractores de esta bebida.

26

República”. Su uso era fundamental como fuente de energía barata para los cuerpos trabajadores,

y una vez producida de forma higiénica bajo parámetros científicos, aseguraba Zerda Bayón,

sería la bebida “más sana, agradable y nutritiva de las conocidas, perfectamente adaptable a las

condiciones físicas de la organización humana en estas alturas.” En varios trabajos de la época, se

hicieron cálculos del consumo calórico de un obrero durante un día de trabajo, destacándose

cómo la chicha aportaba la cantidad de carbohidratos necesarios para suplir esa cantidad de

energía, y a un muy bajo costo.

Aunque en la década de 1930 se intensificó la campaña contra la chicha y la cerveza

empezó a desplazarla como la nueva bebida popular –en 1948, después de los disturbios por la

muerte del político liberal y reformador social Jorge Eliécer Gaitán, se estableció una ley

nacional que prohibió su consumo–, todavía en 1939 las estadísticas indicaban que los obreros de

Bogotá consumían una media de 2250 gramos diarios de chicha. Para el médico liberal Francisco

Socarrás, era justamente gracias a la chicha –y al hecho de que en las estadísticas alimentarias se

incluyera su consumo– que los obreros de Bogotá lograban tener un consumo calórico

medianamente similar a los obreros de otros países. De hecho, la bebida popular, según el estudio

de Socarrás, aportaba el “50% del régimen calórico”84

, y sin ella, “nuestra clase obrera estaría

imposibilitada para subsistir.” Su análisis de la cuestión era muy similar al de García Medina: su

consumo se derivaba de un requerimiento fisiológico de balance energético:

De los datos anteriores [sobre la chicha y otros alimentos] surge una consideración más. Está visto

que los alimentos, en general, no son suficientes para mantener el gasto energético diario. Mucho

menos para acumular disponibles. ¿Qué ocurre entonces? Se trata de organismos que

fisiológicamente viven a debe. Al confrontar, a cada momento, la necesidad de gastar calorías han

menester suplirlas al instante. No poseen reservas a las cuales recurrir, ni pueden esperarse a un

largo proceso de elaboración digestiva para obtenerlas, cuando urge, especialmente, dar un

rendimiento de trabajo. El único elemento que suministra la energía en forma instantánea es el

alcohol. A él apelan. Pero haciéndose víctimas de un círculo vicioso. Sus calorías no permiten

reservar nada. Tan pronto como son ingeridas, se queman. Es necesario gastarlas. De lo contrario,

se pierden.85

Socarrás, recordando el debate de dos décadas atrás sobre los “problemas de la raza en

Colombia”, mantenía la idea de qué la población colombiana estaba sujeta a una “degeneración

étnica” causada principalmente por una “pobreza en la alimentación.”

CONCLUSIONES

Si a finales del siglo XVIII el filósofo alemán Immanuel Kant sistematizaba la idea de que la

humanidad se podía dividir y jerarquizar de acuerdo a su capacidad de ilustración, liderazgo y

emancipación en una escala cromática en cuya cúspide estaba la raza blanca y debajo de ella la

84

José Francisco Socarrás, “Alimentación de la clase obrera en Bogotá” Anales de Economía y Estadística 2 no. 5

(1939): 32. 85

Socarrás, “Alimentación de la clase obrera”, 33.

27

raza amarilla, negra y roja respectivamente,86

un siglo después el intelectual y político mexicano

Francisco Bulnes proponía una clasificación racial diferente: la raza del trigo, la raza del arroz y

la raza del maíz. Reproduciendo la jerarquización de Kant, Bulnes no dudaba en afirmar,

basándose en análisis nutritivos de estos alimentos, que los pueblos del maíz (los americanos)

tenían una incapacidad para la democracia dado que “el maíz ha sido el eterno pacificador de las

razas indígenas americanas y el fundador de su repulsión para civilizarse”, mientras que los del

trigo (europeos) eran los “únicos verdaderamente progresivos.”87

Aunque lleno de ambigüedades,

con un lenguaje similar que articulaba nociones de raza y condiciones nutricionales y bajo un

horizonte conceptual que entendía el cuerpo humano como una máquina transformadora de

energía, la élite intelectual colombiana de finales del siglo XIX y principios del siglo XX buscó

restaurar las fuerzas de una población pobre que insistentemente se pensó débil e inferior

racialmente pero susceptible de mejoramiento. Si la noción de raza de mediados del siglo XIX,

aunque polifónica,88

estaba fuertemente ligada a un climatismo que ubicaba en el exterior los

determinantes de las características físicas, morales e intelectuales de los cuerpos, en los albores

del siglo XX este concepto, todavía como categoría fenotípica diferenciadora y jerarquizadora,

empezaba a entenderse a la vez como un organismo que bajo ciertas condiciones de

funcionamiento tenía la capacidad de regularse constantemente para evitar lo que en ese

momento se empezó a llamar como su “degeneración”.

Desde esta perspectiva es posible problematizar en diversos aspectos la interpretación

histórica que se ha realizado sobre la configuración del pensamiento social de la época y la clara

distinción establecida entre elementos biológicos y elementos sociopolíticos. Por un lado, se ha

tendido a asumir que las campañas sanitaras, educativas y alimentarias desarrolladas en la

décadas de 1930 y 1940 por gobiernos liberales reflejaron una nueva forma de entender los

problemas nacionales que ya no se basaba en el evolucionismo y el determinismo hereditario y

geográfico. Según esta interpretación, la ciencia biológica, que articuló de forma predominante el

pensamiento social de las décadas anteriores, fue desplazada por saberes sociales como la fuente

de referentes conceptuales en el discurso y la acción política, con lo cual los obstáculos al

progreso nacional dejaron de pensarse exclusivamente en clave de inferioridad biológica.

Adicionalmente y como ha señalado Catalina Muñoz en una revisión historiográfica crítica

sobre los debates de la raza en Colombia en la década de 1920, no es para nada claro que

existiera un pensamiento social homogéneo cuyo referente principal fuera el lenguaje médico-

biológico, tal como se ha asumido en varios de los trabajos históricos sobre este debate.

Mencionando la posición de algunos de los participantes del debate menos estudiados, ella

86

Al respecto, ver Santiago Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva

Granada (1750-1816) (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2005), 40-41. 87

Francisco Bulnes, El porvenir de las naciones Hispano-Americanas ante las conquistas recientes de Europa y

Norteamérica (México: Imprenta de Mariano Nava, 1889), 6-19. Sobre el papel de la ciencia de la nutrición en la

construcción de la identidad mexica de la primera mitad del siglo XX, ver Jeffrey Pilcher, ¡Que vivan los tamales!

Food and the making of mexican identity (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998), cap. 4. 88

Una mirada de las diferentes y heterogéneas concepciones de raza a mediados del siglo XIX en Colombia se

encuentra, entre otros, en Max Hering Torres, “Orden y diferencia a mediados del siglo XIX en Colombia”, en

Ensamblando Colombia. (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2013) [en prensa].

28

destaca que también existieron argumentos sociopolíticos para entender las causas del

“problema”, o que el “problema social colombiano” no era interpretado solamente como

hereditario sino también como educativo. El detallado trabajo sobre la historia de la educación en

Colombia de Sáenz, Saldarriaga y Ospina sintetiza muy bien estas dos tendencias historiográficas

al referirse al mencionado debate y su influencia en las prácticas pedagógicas:

Estas dos miradas sobre el pueblo –la biológica y la política– definirían el universo de las

prioridades en la reforma pedagógica y la formulación de los fines sociales de la educación pública

en el país hasta los años cincuenta. La de Jiménez López y la de López de Mesa, que a partir de la

biología y la medicina creían ver un estado de degeneración o de debilidad racial; la de Lucas

Caballero y Jorge Bejarano, más optimistas sobre las potencialidades de la masa y que consideraban

que los obstáculos al progreso nacional residían en su atraso político. El discurso racista de los

primeros predominó en las instituciones de saber pedagógico y en las políticas estatales hasta

mediados de los años treinta; y aunque comenzó a verse desplazado por una nueva concepción de la

población en los discursos estatales de la República Liberal y de los saberes sociales introducidos

en las instituciones de formación de docentes a partir de 1933, seguiría incitando la imaginación de

los pedagogos nacionales durante mucho tiempo.89

Mi intención en este artículo ha sido mostrar que, por lo menos en lo referente a la

alimentación, ambas tendencias historiográficas son problemáticas. En primer lugar el “problema

de la nutrición” se empezó a estructurar como un ámbito de investigación e intervención de la

población desde finales del siglo XIX. Aunque al principio era más un discurso que otra cosa,

hubo un consenso por parte de la élite de que una alimentación racional era una de las claves para

el ingreso de la nación en la modernidad en tanto que ayudaría a producir una población deseada

eficiente y productiva. La búsqueda de optimizar al hombre máquina ayudó a estructurar tanto un

campo de investigación sobre las condiciones laborales y alimenticias de la población, como

campañas higiénicas y educativas en materia nutricional, e instituciones como la Gota de leche,

los comedores escolares y las colonias vacacionales. E incluso, jugó su papel en la forma como se

debería definir y calcular el salario mínimo de los trabajadores. Desde un punto de vista

discursivo y conceptual, pero también teniendo en cuenta prácticas concretas de intervención

sobre la población, el “problema de la nutrición” en Colombia se enmarca mejor en una

periodización que va desde finales del siglo XIX hasta la década de 1940, cuando el contexto de

la guerra fría y el discurso del desarrollismo añadieron nuevos elementos en la forma de entender

y abordar este problema. 90

La misma forma de cuantificar la diferencia que se menciona en este texto se puede

relacionar con un proceso de ruptura epistémica o emergencia de un nuevo estilo de ciencia que

ocurre, en el contexto colombiano, a finales del siglo XIX y que permeó el pensamientos social

89

Sáenz, Saldarriaga y Ospina, Mirar la infancia, 90. 90

Al respecto, ver Arturo Escobar, Encountering Development: The Making and Unmaking of the Third World

(Princeton: Princeton University Press, 1995), cap. 4.

29

tanto de liberales como conservadores.91

Uno de los aspectos de esta nueva forma de abordar la

realidad y producir conocimiento sobre ella se enmarcó en una compleja red global metrológica

que permitió construir significado social en la medida que se comparaban datos estadísticos

estandarizados. La idea de una degeneración fisiológica de la raza local frente a la media europea

que defendía Torres Umaña, es un claro ejemplo de esto. También la capacidad de traducir los

alimentos en unidades energéticas de calorías gracias a estándares nutricionales permitió hacer

comparaciones globales y clasificaciones económicas (no libres de percepciones racializadas) de

la alimentación de diversas poblaciones.92

Las estadísticas elaboradas por Socarrás sobre la

cantidad de calorías ingeridas por la clase obrera colombiana fue una de las fuentes para que, ya

en la década de 1940, se clasificara a Colombia como un país “subdesarrollado” debido al “hecho

numérico” de tener una población que ingería menos de 2400 calorías diarias en promedio.93

Esto nos lleva al segundo aspecto que este artículo quiere problematizar. ¿En qué sentido

podemos construir una clara separación entre una mirada natural y una mirada cultural en el

pensamiento social de las élites científicas que intentaban aprehender y gestionar los problemas

nacionales? Aunque este artículo no entró en detalles sobre el aspecto cuantificar de la diferencia,

es un primer indicio de los inconvenientes de tratar de asignar saberes claramente acotados a la

forma como se definieron, identificaron, estudiaron y gestionaron esos problemas. Las llamadas

estadísticas vitales y la cultura de la cuantificación fueron un elemento absolutamente transversal

a las ciencias naturales, médicas y sociales tanto en su componente conceptual como disciplinar a

lo largo del periodo estudiado.94

Pero además de esto, la heterogeneidad del pensamiento social

de la época no solo apunta al hecho de que hubo personas con una mirada biológica y otras con

una mirada política a la hora de abordar los problemas de la población, sino que de forma más

fundamental, en ambas miradas lo natural y lo cultural estuvieron profundamente imbricados.

Este argumento apela tanto a la historiografía local acá mencionada como a la internacional que

ha propuesto el paso de un racismo biológico a uno cultural a lo largo del siglo XX. La forma

como se estructuró la conceptualización del organismo como una máquina transformadora de

energía, y su lenguaje de calorías, vitalidad del pueblo, energía social, capacidad laboral,

inferioridad racial y regeneración fisiológica, fue una construcción cultural y no simplemente un

reflejo transparente de la naturaleza humana.

91

Sobre las reglas epistemológicas y virtudes epistémicas de este estilo de ciencia de laboratorio en Colombia, ver

Stefan Pohl-Valero y Mónica García, “Entre la ciencia del viajero naturalista y la ciencia de laboratorio:

epistemologías de la naturaleza, el cuerpo y la sociedad en Colombia en el siglo XIX” [en preparación]. 92

Sobre la construcciones de estándares nutricionales, ver Paul Weindling, “The Role of International Organizations

in Setting Nutritional Standards in the 1920s and 1930s”, en The Science and Culture of Nutrition, 1840-1940, ed.

Harmke Kamminga y Andrew Cunningham (Atlanta: Rodopi, 1995), 319-332. 93

Ver, por ejemplo, Robert Morse Woodbury, Food Consumption and Dietary Surveys in the Americas. Results –

Methods (Montreal: International Labour Office, 1942). Para un análisis de la forma como las calorías articularon

políticas internacionales en la primera mitad del siglo XX, ver Nick Cullather, “The Foreign Policy of the Calorie”,

American Historical Review 112, no. 2 (2007): 337-364. 94

Para un panorama general de la cultura de la cuantificación en las ciencias naturales y sociales, ver Theodore

Porter, Trust in numbers: the pursuit of objectivity in science and public life (Princeton, New Jersey: Princeton

University Press, 1995).

30

Es en el marco de una incipiente industrialización y búsqueda de inserción en las lógicas

productivas del mundo capitalista moderno, donde la moderna máquina industrial era su mayor

símbolo de progreso, y en una cultura de la cuantificación estadística y global donde se inscribió

y se apropió esta mirada materialista y energética del cuerpo que redujo su existencia a aquello

que podía ser medido como una mercancía: un sistema contable energético-material de entrada de

combustible y salida de trabajo. Conceptualización que permeó el pensamiento social de las élites

conservadoras y liberales –durante la Regeneración y la República Liberal–, en tanto que

prometía lograr medir sistemáticamente las capacidades de trabajo de los individuos y así poder

restaurar las fuerzas de una población que por sus condiciones fisiológicas y nutricionales parecía

ser un obstáculo para la civilización y progreso del país.

Los proyectos, primero, y luego las reformas sociales y culturales – que incluían campañas

educativas, e higiénicas– necesarias para lograr superar este “obstáculo” no sólo repercutirían en

la construcción fisiológica de cuerpos sanos, productivos y elevados moral e intelectualmente,

sino que esas características podrían ser heredadas, tal como lo enseñaba la puericultura –ciencia

que tuvo un gran impacto en la comunidad médica colombiana de la época. La misma percepción

de que la ingeniería social necesaria para la regeneración fisiológica y optimización del cuerpo

máquina lograría producir a la larga mejores generaciones de trabajadores estaba articulada por

una noción de la herencia y la eugenesia que, también por elementos culturales, se inclinaba por

las ideas neo-lamarckianas de que ciertas características adquiridas –en este caso a través de la

alimentación– se podrían heredar y no por una genética dura que entendía que el plasma germinal

era inmodificable. Desde esta perspectiva ¿es posible distinguir claramente entre aquellos que

entendía que los problemas sociales eran hereditarios y los que entendían que eran educativos y

políticos? ¿O asegurar tajantemente que los discursos de diferenciación, jerarquización y

dominación se articularon fundamentalmente en las primeras décadas del siglo XX por saberes

biológicos y características fenotípicas y luego por saberes sociales y elementos culturales? Por lo

menos en el ámbito del problema social de la nutrición, con elementos “tan culturales” como las

tradiciones y hábitos alimentarios de la población, con elementos “tan políticos” como el sueldo

mínimo de la clase obrera y sus condiciones laborales, con elementos “tan caritativos” como la

asistencia alimentaria de niños pobres, con elementos “tan sociales” como la educación de la

población y con elementos “tan biológicos” como las capacidades metabólicas/energéticas y

condiciones hereditarias de las razas regionales y nacionales, se plantea la cuestión de proponer

marcos interpretativos alternativos al modelo tradicional que separa el orden natural del orden

cultural y social. La sorprendente afirmación del médico Lomaba Barreneche de que “la raza

entra por la boca” tal vez se deje explicar mejor desde una mirada co-produccionista como la

propuesta acá y nos indica que la noción de raza transitaba, ya desde el inicio del siglo XX, entre

lo biológico y lo social, entre lo hereditario, lo metabólico y productivo y el medio exterior

(elementos ambientales, condiciones y clases sociales y costumbres culturales) y que sus sentidos

eran múltiples y ambiguos.